estudio respeto y cultura democrática parte i

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Estudio Genera 2008 Respeto y cultura democrática en el Chile actual Santiago de Chile, Noviembre de 2008

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Estudio Genera 2008 Respeto y cultura democrática en el Chile actual

Santiago de Chile, Noviembre de 2008

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Directora Ejecutiva María Eugenia Díaz M. Investigadores responsables del Estudio: Álvaro García M., Martín Tironi R. (Directores Área de Estudios Genera) Investigador a cargo de la elaboración del Informe: Matías Fernández Profesionales participantes del desarrollo del Estudio: Martín Tironi R, Álvaro García M, Matías Fernández, Ana María de la Jara G., Ma. Eugenia Díaz M., Javier Martínez. Empresa Consultora Quanta, Sociología Aplicada 2008 Genera, Ideas y Acciones Colectivas Bustamante 34, Piso 3, Providencia Teléfono: (56 – 2) 2234153 / 2236438 www.generaenlinea.cl

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Resumen ejecutivo

El respeto, pese a ser una pieza fundamental de nuestra vida social, ha sido constantemente olvidado por los estudios de sociología y ciencia política. Y sin embargo, el respeto constituye un elemento básico de nuestra sociabilidad y reconocimiento mutuo, razón por la cual Genera se ha interesado en su estudio empírico: sus significados, valoraciones y su relación con la cultura política en nuestro país. La idea de base es que la amplitud del concepto de respeto da lugar a múltiples posibles actualizaciones histórico-sociales, y éstas se vinculan, a su vez, a distintas estructuras sociales y regímenes de respeto que favorecen o impiden el desarrollo y fortalecimiento de una auténtica cultura democrática. La información empírica corrobora esta hipótesis, señalando que en Chile el respeto opera por una doble diferencia: como derecho básico y diferencial de valor, y como concepto tradicional-autoritario y democrático-igualitario. En este último sentido, se constata que en nuestro país el ámbito del respeto constituye un terreno en disputa, una disputa altamente equiparada entre una validación social unívoca y autoritaria v/s otra plural e igualitaria. No se constata en esta investigación un predominio claro del respeto ni en una ni otra acepción. Sin embargo, tanto el análisis del concepto de respeto como de ‘irrespeto’ muestran diferencias notables para los distintos grupos sociales, destacando en este sentido la edad. Las diferencias intergeneracionales, particularmente entre jóvenes y no jóvenes, muestran que entre los primeros la idea de respeto como valor democrático y como práctica recíproca y evaluativa está mucho más extendida que entre las personas mayores. Esto permite pronosticar una extensión del respeto en su dimensión igualitaria asociada al recambio generacional, lo cual resulta especialmente alentador al considerar el fuerte vínculo entre respeto y cultura política. En este sentido, el estudio señala que el concepto de respeto está altamente asociado a la cultura política, y quienes presentan una noción más igualitaria de respeto, presentan a su vez una adhesión mucho más alta a la democracia y a los valores que ésta representa, razón por la cual cabe esperar que una extensión del respeto igualitario pueda ayudar significativamente a fortalecer la débil cultura democrática que existe en nuestro país. Por esto, y pese a la baja adhesión a los valores democráticos y a la amplia presencia del respeto en su dimensión autoritaria, cabe suponer que la instalación pública de una noción de respeto como valor universal y como práctica igualitaria pueda tener un impacto favorable en nuestra predisposición al desarrollo de prácticas crecientemente democráticas, que nos ayuden a reconocernos y validarnos positivamente como sujetos diferentes e igualmente dignos.

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ÍNDICE Capítulo 1: Presentación

1. La presente investigación 5 2. Genera y el respeto 5 3. Objetivos del estudio 6

Capítulo 2: Fundamentos teórico conceptuales 9

1. Sobre el concepto de respeto 9 a. Respeto: Itinerario de un concepto 9 b. Hacia una definición del respeto 11

2. Respeto y cultura política 14 a. Interés por una cultura democrática auténtica 14 b. Regímenes de respeto y cultura política 16

b.1 Régimen jerárquico del respeto. 16 b.2. Régimen democrático de respeto 17

3. Tradición y modernidad del respeto en Chile: hipótesis generales. 20 a. Tradición y modernidad del respeto; entre síntesis y cambio. 20 b. Hipótesis. 22

Capítulo 3: Resultados del estudio 24 1. Ficha metodológica 26 2. Concepto de respeto 27

2.1 Polisemia del concepto de respeto: mínimo civilizatorio y diferencial de valor 27 2.2 Conceptos de respeto en Chile 29 2.3 Respeto: cómo se merece, se gana y se pierde 33

3. Respeto e irrespeto 37 3.1 Irrespeto y concepto de respeto 37 3.2 Dimensiones del ‘Irrespeto’ en Chile y valoraciones específicas. 40

3.2.1. Faltas a la urbanidad 40 3.2.2. “Orden y Patria” 41 3.2.3. Desautorización generacional 44

4. Respeto y falta de respeto en Chile: Brecha intergeneracional y abuso de poder 48

4.1 Falta de respeto y disputa intergeneracional. 48 4.2 Falta de respeto, juventud y ‘decadencia social’. La visión de los/as mayores.

48 4.3 Extensión parcial del respeto como tolerancia y como reciprocidad. La visión

de los jóvenes y las jóvenes. 50 4.4 Falta de respeto, clasismo y abuso de poder. 54

5. Respeto y cultura democrática 57

Capítulo 4: Conclusiones perspectivas y reflexiones finales 65

Bibliografía 72 ANEXOS 1. Pauta grupos focales 2. Encuesta ‘Respeto y cultura política’

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Capítulo 1 Presentación

1. La presente investigación

Resulta sorprendente que en una sociedad en la cual la noción de respeto se encuentra tan generalizada, no se cuenten con indagaciones al respecto. Y el respeto, sin embargo —no dudamos en afirmarlo—, es un valor fundante de nuestra sociabilidad, un principio básico por el cual nos relacionamos con otros. Es quizá por esto, por su presencia inmediata, que las ciencias sociales no han fijado su atención sobre este aspecto tan básico en la convivencia social, quedando como un ámbito poco cuestionado y presupuesto. La noción de respeto parece tan común entre nosotros que ha pasado inadvertida en el análisis social y político. Y son, no obstante, esta clase de nociones las más indicativas respecto de un determinado modo de ser social, de co-estar con nuestros semejantes. Por estos motivos, Genera se ha interesado en esta ocasión en determinar empíricamente los significados y las valoraciones que las personas asignan a la noción de respeto en nuestro país como indicativas de una cultura política que predispone (o no) al ejercicio de prácticas democráticas.

Detrás de este objetivo general, se esconde un doble presupuesto. En primer lugar, se supone que, si por una parte el respeto es un valor universalmente presente en nuestra sociedad, esa misma generalidad permite que sus actualizaciones puedan ser muy variadas. Es decir, justamente por tratarse de un valor muy general es que su significado no viene establecido de antemano, sino que se especifica social e históricamente de modo variable. En razón de esto, no se trata aquí de estimar cuánto se respeta en nuestro país, sino, antes que eso, de conocer qué significa el respeto para los chilenos y chilenas, para luego, en una fase sucesiva, conocer sus percepciones sobre ámbitos específicos. En segundo lugar, se supone que los significados socialmente definidos del valor y de la práctica del respeto se vinculan a una determinada cultura política. Justamente porque el respeto define el modo que tenemos de relacionarnos con nuestros pares de manera civilizada, es que su observación y análisis permite indagar en nuestra predisposición cultural a establecer relaciones simétricas o jerárquicas, vale decir, de manera democrática e igualitaria, o bien de modo autoritario y tradicional. Por esto el esquema de análisis utilizado en la presente investigación toma como referencia dos tipos (teóricos) de sociedad que se asociarían a una noción específica de respeto para cada caso. La idea de trasfondo es que las modalidades de ‘respeto’ constituyen un buen indicador de nuestra cultura política, más o menos cercana a la cultura

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democrática que debería estar en la base de las instituciones políticas consolidadas en nuestro país desde el fin de la dictadura.

Existen múltiples razones para suponer que ambos planos no se correlacionan directamente ni en nuestro país ni en América Latina. El desarrollo político reciente –más allá de sus innegables éxitos–, siguiendo una lógica formal e institucional, ha dado lugar a una brecha entre la modernidad de las instituciones y una cultura política con fuertes sesgos tradicionales y autoritarios. Para el caso de América Latina, por ejemplo, el informe del PNUD 2004 reveló que el 54,7% de los encuestados apoyaría un gobierno autoritario si este le solucionara sus problemas económicos, mientras que en Chile, según reveló el estudio Genera de 2006, más de un cuarto de las personas (26%) se identifica con la afirmación “pienso que da lo mismo vivir o no en democracia”. Más impactante aún resulta el dato levantado por el estudio que aquí se introduce, según el cual un 46% de los chilenos y chilenas piensan que la democracia es principalmente “Una manera que tienen los políticos de ganarse la vida” y un 53 % expresa su acuerdo acerca de que “participar en política no sirve de nada”.

Si se considera que la democracia es algo más que una suma de normas, instituciones y procedimientos, se necesita pasar del plano institucional al plano cultural, del plano de la formalidad de las normas a la cotidianidad de los ciudadanos y su experiencia de comunidad. Se requiere entonces concebir la democracia como algo más que un método de gobierno, para estudiarla y vivirla como una propuesta sustantiva que sienta sus bases en la valoración del ser humano y su existencia en el marco de de una comunidad plural (reconociendo así que todos somos distintos) e igualitaria (valorando del mismo modo la dignidad de lo diverso). Sin estos aspectos, la consolidación de la democracia está aún trunca. La existencia de derechos formalmente universales requiere una ciudadanía informada y comprometida, capaz de exigir su cumplimiento efectivo en el marco de un debate democrático. Se requiere de una ciudadanía con voz, donde cada uno pueda exigir democráticamente que se le trate con respeto, del mismo modo que, solidariamente, pueda exigir que se trate con respeto a sus pares. Y para esto, es necesario un empoderamiento ciudadano, de modo tal que la sociedad civil posea la capacidad de incidir en el destino de su sociedad, actualizando así la democracia como ‘gobierno de todos’ y como principio de autodeterminación social, y no tan sólo como la estabilización de procedimientos, siempre necesarios pero nunca suficientes.

2. Genera y el respeto La cultura democrática y los derechos ciudadanos son aspectos que han guiado buena parte del desarrollo de la ciencia y la sociología política, y sobre los cuales Genera ha expresado una constante atención. Esto se ha traducido en el desarrollo de investigaciones y campañas orientadas al conocimiento y al incentivo

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de las distintas prácticas democráticas, en tanto prácticas actualizadas desde la sociedad civil, más allá del plano institucional. La idea de base es que una democracia plena ha de vivirse en la experiencia de comunidad, una experiencia de igualdad y diferencia –una experiencia de respeto– que trasciende indicadores macro políticos y económicos. El objetivo de estos esfuerzos ha sido la promoción del respeto a los derechos y el fomento de una ciudadanía políticamente activa. Así, en 2005 lanzamos nuestra primera campaña “Genera poder contra el abuso Ya!” que logró instalar en la opinión pública los problemas relacionados a los abusos de poder. Dicha campaña se basó en los resultados de nuestra investigación “Percepción de la ciudadanía sobre los abusos de poder en Chile” e incluyo distintas estrategias de intervención y posicionamiento del tema, las que derivaron en acciones de calle, permanentes apariciones en medios comunicación y el apoyo de mas de 10 mil personas que firmaron como adherentes de Genera y con los cuales aún se mantiene una constante comunicación.

Siguiendo esta línea, el estudio sobre el respeto y cultura democrática pareció en Genera una necesidad ‘lógica’. La desigualdad en el ejercicio efectivo de los derechos, el recurrente abuso de poder en distintos ámbitos de nuestra sociedad, así como la desafección por la política y la democracia de una buena parte de las ciudadanas y ciudadanos de nuestro país, han encendido luces de alarma, y han motivado inquietudes que parecen ineludibles. Inicialmente, ¿existe en chile un trato respetuoso entre las personas? ¿Qué entienden los chilenos y chilenas por respeto? ¿Cómo lo viven? ¿Cómo y dónde les falta? Y a continuación, ¿existen diferencias entre los distintos grupos sociales en sus respuestas a las preguntas anteriores? ¿Existe un vínculo entre el modo de valorar y practicar el respeto y un comportamiento social más o menos democrático? Y finalmente, ¿es plausible la idea de que, lentamente, cambia la noción de respeto en nuestro país, desde una noción autoritaria a una igualitaria, que predispone al ejercicio de prácticas democráticas en el marco de una sociedad de iguales?

Para responder a estas interrogantes fue necesario el desarrollo de distintas

líneas de investigación. En primer lugar, se realizó una elaboración teórica acerca del concepto del respeto, la cual fue ineludible al no contarse con investigaciones previas al respecto. Esta elaboración, implicó tanto un análisis semántico como el esfuerzo por circunscribir las distintas actualizaciones del respeto –o regímenes de respeto– en un marco conceptual amplio que permita vincularlas a distintas estructuras de sociabilidad que se encuentran más o menos próximas a las bases socioculturales de la democracia, tan necesarias como olvidadas, y sin las cuales la democracia sigue siendo un mundo lejano a la vida cotidiana de las ciudadanas y ciudadanos. Si el respeto, como práctica social, es variable, crece, decrece, y modifica su sentido, Genera ha pensado que éste puede verse positivamente estimulado –es decir: promovido en su dimensión pluralista y democrática– mediante la realización de una campaña de bien público basada en los resultados de la investigación empírica que aquí se presenta.

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Esta investigación empírica cuenta con dos fases, una cualitativa y otra cuantitativa, las cuales no se presentarán como apartados separados en el presente informe, con el fin de mantener un estilo narrativo en la presentación de la información recabada.

La fase cualitativa utiliza grupos focales, y su objetivo es doble: 1) observar

cómo viene socialmente comprendido el respeto, cómo es subjetivamente valorado, cómo se habla de él, qué se considera una falta de respeto, etc., y 2) obtener la información necesaria para la elaboración del cuestionario “Respeto y Cultura Política”.

La fase cuantitativa resulta del análisis de la información arrojada tras la

aplicación de dicho cuestionario, el cual fue elaborado por Genera y aplicado por Quanta, Sociología Aplicada.

3. Objetivos del estudio

El Objetivo General de la presente investigación es: Determinar empíricamente los significados y las valoraciones que las personas asignan a la noción de respeto en nuestro país, como indicativas de una cultura política que predispone (o no) al ejercicio de prácticas democráticas. Para esto, se ha considerado necesario (Objetivos específicos):

Explorar los ‘conceptos’ de respeto presentes actualmente en nuestro país. Observar si dichos ‘conceptos’ se diferencian por grupos etáreos.

Conocer las percepciones de las personas acerca de qué tan extendido es

el respeto en Chile: o En las relaciones interpersonales o En relación a grupos sociales específicos o Y a normas, instituciones o símbolos comunes

Asociar las nociones de respeto presentes en nuestro país a una determinada

‘cultura política’, que se acerca o distancia a una cultura democrática que permite la buena convivencia.

Evaluar la hipótesis de un cambio de ‘cultura política’ a partir de los cambios en las nociones de respeto.

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Capítulo 2 Fundamentos teórico conceptuales

1. Sobre el concepto de respeto

a. Respeto: Itinerario de un concepto

Como la mayoría, el respeto no es un concepto cuyo significado haya quedado definido de una vez para siempre desde sus orígenes. Antes bien, éste se ha ido redefiniendo históricamente, y su sentido parece haber estado íntimamente asociado a los principios de estructuración social correspondientes. Consecuentemente, el sentido etimológico de éste se encuentra fuertemente vinculado a la sociedad en la que nació como concepto. Respeto viene del término latino respectare, que es el intensivo de respicere, término que se descompone en re y especere, literalmente: volver1 a mirar, y de ahí adquiere el sentido de ‘volver la mirada’ o ‘mirar con atención’. De este modo, el respeto puede considerarse como una mirada atenta hacia quien aparece como relevante en un determinado contexto.

Más allá de las múltiples variaciones de sentido, correlativas a las múltiples

variaciones históricas, desde un punto de vista analítico pueden éstas circunscribirse a dos estructuras: una estructura social jerárquica, con concentración del poder en las manos de unos pocos (e incluso de uno: el Leviathán) que se presentan y representan como personalidades públicamente visibles, o bien a una estructura social funcionalmente diferenciada y políticamente igualitaria, con la consecuente disgregación del poder, su circunscripción a ámbitos parciales diferenciados (Luhmann), y la eventual invisibilidad de su ejercicio (Foucault).

De manera aún más general, puede sostenerse que lo que se respeta es

esencialmente un determinado orden, asociado a particulares regímenes de legitimidad, definidos en buena medida por circuitos de reciprocidad que fundan una determinada estructura de relaciones y especifican qué es objeto de respeto y bajo qué condiciones. El respeto tradicionalmente era empleado para exigir una determinada deferencia, hacia ámbitos o personas que aparecían socialmente como incuestionables. Por excelencia, el respeto se vinculaba a una relación de autoridad estricta, e implicaba una determinada obediencia. ¿Quién se respeta? Se respeta fundamentalmente la autoridad: el rey, el padre, el profesor, etc., 1 Re es volver, insistir en algo, prefijo que se usa con bastante libertad todavía en lenguas como el italiano y que permanece todavía en español aunque su uso haya tendido a quedar fijado (re‐presentar, re‐bajar, etc.)

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quienes detentan, por excelencia, las posiciones de mayor visibilidad –de acuerdo al origen etimológico del término–, en regímenes donde el poder se sustenta en la representación. En su acepción clásica, “el respeto es un reconocimiento de los poderes y las leyes así como una disposición habitual a obedecerlos de buen grado rindiendo incluso al poder un cierto tributo de estimación, deferencia y honor” (Hude 1998). Así, el respeto implicaría falta de autonomía, de libertad, y por ello, una sumisión. El respeto en este contexto puede asociarse incluso al miedo, a la vergüenza de quien nada tiene y se somete a aquél que lo es todo. Sin embargo, con el devenir histórico, aparece la posibilidad de dejar de concebir el respeto como una mera sumisión, para pasar a responder, idealmente, a la autonomía de una razón libre. En este sentido, el respeto no se opone más a la libertad, que siempre aparece como irrespetuosa en los órdenes tradicionales, sino que justamente se subordina a ésta. Este vínculo entre respeto y libertad es justamente aquel que ha enfatizado Kant, y representa para la reflexión sociológica un aporte significativo en la medida que logra vincular igualdad y autoridad en el concepto mismo, sin que éste se disuelva. Esto es posible en la medida que el concepto de respeto se antropologiza, y con ello la fuente de respeto se sitúa, para el filósofo alemán, en la ‘sublimidad’ humana presente en cada persona, como fruto de su condición de ser libre, capaz de criticar y de marginar sus juicios de las relaciones de dominio. Es en este sentido que todo ser humano se vuelve digno de respeto en su pura condición de ser humano. Este reconocimiento generalizado del respeto, por contracara, además de universalizar el deber, conserva el carácter de mandato asociado a la noción tradicional de respeto, sólo que ahora la sumisión refiere al carácter ‘intocable’ de cada persona y sus derechos inalienables.

De esta manera, lo que acontece históricamente es una extensión del valor del respeto, como un deber para con todas las personas, en un proceso íntimamente vinculado a la constitución de regímenes democráticos. En este sentido, la instauración política de dichos regímenes conllevaría una democratización del respeto. “Todo hombre, al convertirse o tender a convertirse en ciudadano, es decir, en co-soberano temporal, llegaba a ser objeto primordial del respeto a la autoridad. La democratización política (...) tendría por respuesta lógica una democratización del respeto” (Hude 1998).

En este sentido, con el paso a una sociedad democrática y crecientemente plural tendría lugar tanto una ampliación como una restricción del valor del respeto. Tiene lugar una ampliación en la medida que toda persona se vuelve digna de respeto; tiene lugar una restricción en la medida que el poder vinculante, y la fuerza afectiva asociada a su práctica, disminuye. El respeto tiende a perder esa fuerza propia de la veneración o de la sumisión, que se tiene a unos pocos, y asume un carácter más moderado, más cercano a la tolerancia –aunque sin confundirse aún con ella– y a la validación del otro en su diferencia, que se puede tener con todos.

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Esta disminución y aumento relativos del respeto serían coesenciales a un sistema democrático, en la medida que aumenta las posibilidades de diferenciarse y de volver legítima esa diferencia. El reconocimiento social de la diferencia, justamente, parte de la base que no es posible ni deseable un consenso generalizado, una voluntad general o unitaria, puesto que las distintas perspectivas mediante las cuales se constituye el mundo en común son irreductibles, contra lo que se sostendría en un ordenamiento jerárquico y autoritario tradicional. Y puesto que las perspectivas son irreductibles es que se requiere el respeto como modo de mediar, de civilizar, la diferencia. Paradójicamente, si este nuevo respeto es un valor consensuado, las personas pueden discrepar eventualmente en todo el resto, sin que esa diferencia se vuelva crítica, sin que esa diferencia se transforme en violencia, puesto que se reconoce esa dignidad absoluta de todos los hombres y mujeres.

En términos de cultura política democrática esto es fundamental, pues una

democracia estable, como sostiene Lipset, requiere tanto del consenso como de la división: debe haber un juego legítimo que medie dichas diferencias, y esas diferencias, si son legítimas, contribuyen a integrar las sociedades (Lipset 1988; 21). Porque, como dice Sartori, la democracia “no es sólo consenso, sino muy frecuentemente disenso que se manifiesta de múltiples formas en un clima plural” (Sartori 2001; 27). El pluralismo, base de una democracia auténtica, se constituiría justamente mediante una trayectoria “que va desde la intolerancia, al respeto por el disenso y después, mediante este respeto, a creer en el valor de la diversidad” (Ibíd., cursivas nuestras)

Lo que conviene estudiar empíricamente, entonces, son los órdenes que se respetan y la fuente de legitimidad de los mismos. En contextos democráticos y plurales, puede sostenerse que el respeto como sumisión absoluta no es respetable. Sin embargo, se conservan en nuestros usos lingüísticos numerosas referencias al respeto asociados a esa noción jerárquica, donde la legitimidad del mismo parece venir dada por la tradición, donde ésta no es sólo fuente sino también objeto de respeto, como una herencia incuestionable que exige un trato especial sin presentar motivos para ello. En este sentido, según se observó más arriba, la autoridad a las que se somete mediante el respeto es distinta, y puede simplificarse como una distinción entre una autoridad institucional y jerárquica –una autoridad en sentido estricto– que poseen unos pocos, y otra ‘autoridad’ individual, filosófica antes que social, asociada a la humanidad misma de toda persona, que es siempre inalienable. La convivencia de estas dos nociones es la que se propone indagar en la presente investigación, para ver si se trata de una convivencia sintética y aproblemática o bien de nociones contrapuestas que tienden a sustituirse de manera progresiva.

b. Hacia una definición del respeto El respeto es un concepto socialmente polisémico e históricamente variable. Difícil resulta entonces dar una definición concreta del mismo, puesto que antes

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que un ‘respeto’, en nuestra sociedad nos encontramos con distintos ‘respetos’. Por este motivo, se propone aquí una definición amplia, capaz de incluir, como manifestaciones suyas, la diversidad de sus expresiones. Esto es necesario si queremos captar los sentidos sociales del respeto, sin que la experiencia misma nos demuestre la insuficiencia o parcialidad de nuestras prenociones, más allá del hecho de que Genera busque sentar su campaña en una determinada modalidad del respeto, como valor universalista y como práctica democrática, justamente bajo la idea de que en nuestro país, ad portas del bicentenario, sigue comprendiéndoselo de modo autoritario, dificultando el diálogo horizontal, el disenso no violento, la interlocución de diferencias; aspectos básicos para el desarrollo de una buena convivencia social.

El respeto se puede entonces entender como un particular reconocimiento de la dignidad de otra persona bajo la modalidad de un deber.

Este reconocimiento, para expresarlo en términos de la sociología clásica,

tiene un carácter moral, en la medida que viene considerada como un deber, que bien puede venir dado por una autoridad tradicional en estructuras sociales jerárquicas, pudiendo incluso vincularse al mandato expreso, por un reconocimiento de desempeño, o bien por un reconocimiento universal (o universalista), mínimo civilizatorio, mediante el cual se reconoce la dignidad –y en este sentido: la autoridad– de todo sujeto en el marco de relaciones que parten de la diferencia irreductible entre las partes.

Estos tres aspectos no operarían, siguiendo las indicaciones del análisis

cualitativo del respeto, en el mismo plano. Antes bien, nuestra sociedad parece haber consensuado el respeto como valor, como principio general que se establece que toda persona conserva siempre su dignidad. Esta noción operaría como una suerte de ‘mínimo civilizatorio’, y muestra una ‘mínima modernidad’ ya generalizada en nuestro país, cuya causa bien pudiese hallarse en el proceso de democratización que siempre ha tenido como recuerdo sombrío e inolvidable, las experiencias de opresión e irrespeto constante al que estuvimos sometidos por tantos años. Por este motivo, en el cuadro 1 la fila inferior no se subdivide en dos, pues cabría incluir a priori la posibilidad de que el respeto fuese comprendido como un mínimo debido sólo a unos pocos, como una dignidad mínima que sólo poseería un fragmento de la sociedad. Sin embargo, la ausencia de una noción semejante en la ciudadanía nos ha llevado a eliminar esta posible categoría, por estar afortunadamente ausente en nuestra realidad social.

Más allá de esto, el respeto operaría en un segundo nivel, ya no como valor

que reconoce la dignidad del otro, como un valor universal e igualitario, sino como una atribución desigual de estima, la cual puede venir dada de acuerdo a principios modernos, abstractos y pluralistas, o bien en base a criterios tradicionales, predefinidos y particularistas. Sobre este punto se insistirá más adelante. Es en este sentido que el valor se transforma en valoración.

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Cuadro 1: distinciones semánticas en torno al respeto Criterios diferenciales

Jerárquicos (o tradicionales)

Universalistas (o pluralistas)

≈ Valoración

Mínimo civilizatorio Dignidad universal ≈ Valor Para aclarar los conceptos, cabe destacar que la dignidad básica, o ‘mínimo

civilizatorio’, es la que está en la base de la Carta de los Derechos Humanos, la cual permite dotar a las relaciones sociales entre partes diversas de un piso común, de una unidad básica para una interlocución respetuosa de perspectivas diversas. En contraste, la universalidad de este valor en contextos democráticos permite, sin transgredirlo, re-especificarlo de manera crecientemente crítica y evaluativa, en la medida que los motivos por los cuales alguien es especialmente respetado no obedecen a criterios tradicionales o autoritarios, sino que están sujetos a crítica, se redefinen y quedan sujetos a una reciprocidad de deberes. Por ello, por ejemplo, el respeto a las autoridades puede perderse, bajo el entendido que el respeto a la autoridad pasa necesariamente por el respeto de las autoridades hacia los distintos actores sociales.

Analíticamente, el criterio demarcatorio del respeto como diferencial de

estima puede darse:

- en base a la tradición y su autoridad tradicional, de modo tal que aquello que es respetado venga predefinido de acuerdo a criterios particularistas, propios de las relaciones jerárquicas, que son principalmente unidireccionales y altamente incuestionables, o bien - de acuerdo a pautas universales más laxas que hacen de toda persona, en principio, un sujeto digno de respeto, aunque esta misma laxitud permita reevaluar constantemente los criterios, que no se presentan como dados de una vez para siempre. De esta manera, el respeto puede idealmente considerarse como un reconocimiento de la dignidad de todo ser humano como algo susceptible de ser exigido –siendo por esto un deber respeto que alcanzaría a toda persona–, aunque, en contraste, permite, en virtud del carácter evaluativo del mismo, discutir, negar o quitar el respeto.

Así, en el primer sentido, cabe considerar el respeto como un deber con

carácter imperativo para con unos pocos, mientras que en el segundo los motivos de dicho imperativo particularista pueden ser sometidos a las exigencias de ‘reciprocidad de deberes’ propios de sociedades democráticas y universalistas.

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2. Respeto y cultura política

a. Interés por una cultura democrática auténtica

Como se insistió en un comienzo, Genera ha adoptado en sus distintos estudios y campañas un punto de vista, cada vez más validado en el análisis político, según el cuál el análisis de la democracia no se agota en el análisis de un método de gobierno, que precisa de elecciones transparentes, de acuerdo a normas formalmente establecidas. Sin desmerecer este plano, central para el desarrollo político de las naciones, se constata la necesidad de una visión más sustantiva de la misma, que ancle la institucionalidad en una ciudadanía activa, organizada y capaz de gozar efectivamente de los derechos instituidos por los mecanismos formales. Vale decir, se requiere cambiar el modo de evaluar la democracia, colocando a la ciudadanía como el fundamento de la misma (PNUD 2004; 48), de acuerdo al principio de soberanía popular presente en nuestras cartas constitucionales, según el cual toda disposición política es legítima tan sólo si sienta sus bases en un debate públicamente abierto, mediante el cual se establecen las normas y, más allá de esto, se exige su cumplimiento (aquel control

Apéndice: Respeto no es tolerancia

Para comprender mejor el sentido del respeto, cabe distinguirlo de tolerancia, un concepto con el cual puede ser equivocadamente confundido.

La tolerancia puede estar íntimamente asociada con el de respeto en contextos

relativamente igualitarios. Desde un punto de vista social, la tolerancia refiere a aquello con lo cual moral o valóricamente no concordamos o compartimos. Es una reacción frente a algo que nos parece incorrecto, pero que sin embargo se acepta. Por esto, Voltaire, en su Diccionario Filosófico, afirma “¿Qué es la tolerancia? Es la panacea de la humanidad. Todos los hombres estamos llenos de debilidad y de errores, y debemos perdonarnos recíprocamente, que ésta es la primera ley de la Naturaleza”1. Así la tolerancia puede comprenderse como una virtud que tiende a evitar conflictos, resaltando principalmente el lado negativo, ya que refiere a una reprobación a una “agresión”, en la medida que sólo se es tolerante con aquello que desaprueba, con aquello que va en contra de ciertas creencias y valores, y que, sin embargo, se acepta. No hay una afirmación positiva del otro, sino una mera aceptación, que podría denominarse cuasi fatalista.

En el respeto, en cambio, se juzga al otro favorablemente, lo que es bien distinto a la

mera aceptación que tiene lugar con la tolerancia. Ésta implica una disposición mental o una virtud, la cual debiese poseerse para convivir en armonía unos con otros dentro de una sociedad democrática y libre. Sin embargo, no implica reciprocidad ni reconocimiento de la legitimidad del otro como algo contenido en sí mismo, no se reconoce la autoridad de la alteridad, sino que únicamente tiene lugar una aceptación del otro de modo tal que la convivencia sea posible. El tolerar a aquellos con quienes no concordamos tiende a estar teñido de indiferencia, mientras que el respeto, aunque pueda desarrollarse en relaciones asimétricas de poder, el uno nunca es indiferente al otro.

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social tan necesario para el adecuado funcionamiento de las disposiciones de gobierno). Si esto tiene lugar, la democracia puede evaluarse de acuerdo a “la capacidad de todo ciudadano de reclamar sus derechos y del apego de las acciones de gobierno –no sólo de omisión, sino también de comisión– a la efectiva realización de sus derechos de ciudadanía” (Canto 2007).

El interés creciente por los aspectos cotidianos de la democracia parece

tener sus raíces justamente en la constatación de la concomitante igualdad de derechos (en base a una noción universalista de ciudadanía) y de una radical desigualdad en su goce (Velásquez 2004; 150). Por esto, el informe del PNUD de 2002 parte del reconocimiento, central, de que “El hecho de conceder a todas las personas una igualdad política oficial no basta para crear en la misma medida la voluntad o capacidad de participar en los procesos políticos ni una capacidad igual en todos de influir en los resultados” (PNUD 2002; 14). Es en este sentido que, parafraseando el informe del PNUD de 2004, lo que se requiere es pasar ‘de una democracia de electores/as a una democracia de ciudadanos/as’.

La diferencia, hasta ahora insalvable, entre la formalidad de los derechos y

la efectividad de su goce es homologable a la diferencia entre la estabilidad política y macroeconómica de nuestro país y la baja valoración de nuestra democracia. Pensamos que, más que una analogía, se establece entre ambas diferencias una relación parcial de causalidad. El énfasis en los aspectos institucionales, predominante desde el retorno a la democracia, y la relegación de los movimientos sociales que hicieron posible dicha restauración a un segundo plano2, habría generado que la sociedad civil viese la democracia como un mundo lejano, inalcanzable e implausible, explicando, en parte al menos, la baja adhesión a la democracia por parte de nuestras ciudadanas y ciudadanos. Así se observa en el paradojal contraste de un país como el nuestro, que expande la semántica de los derechos civiles y las expectativas igualitarias, y al mismo tiempo conserva, e incluso aumenta las desigualdades sociales. “Cuando los individuos no se perciben como reales titulares de derechos, se desempodera la ciudadanía y en general disminuye su posibilidad de comportarse como ‘actor social’ activo en el proceso de autodeterminación y realización de intereses individuales y colectivos” (Genera 2006; 14), aspectos centrales a una democracia efectiva.

En razón de esto, los estudios y campañas de Genera han buscado analizar

las dimensiones simbólicas, cotidianas y valóricas de la democracia. La democracia, más que una técnica, una receta ingenieril, se basa en determinadas condiciones culturales que deben ser estudiadas y promovidas, puesto que “Una débil cultura democrática puede convertirse en el mejor aliado para la arremetida de gobiernos autoritarios y populistas” (Genera 2006; 14).

2 Al respecto, ver Garcés, Mario y Valdés, Alejandra (1999), Estado del arte de la participación ciudadana en Chile, Documento de trabajo para Oxfam‐GB, Santiago (esp. pp.24‐25), y Espinoza, Vicente (2004), “De la política social a la participación ciudadana en un nuevo contrato de ciudadanía”, en Política, No. 43, pp. 149‐183 (esp. pp. 154).

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Es en este contexto que el respeto se presenta como un excelente indicador de cultura política. Si el respeto es un valor y una práctica que varía social e históricamente, y que define a la vez un modo de relacionarnos en sociedad, la manera en que este se presente indicaría de modo significativo el modo como se valora socialmente al otro3 –si es que se valora– y se establece el mundo en común que define la actividad política. Como se señaló brevemente, se analizan a continuación las distintas manifestaciones posibles del respeto, sus notas comunes y generales que lo definen y distinguen, y se les asocian, posteriormente, aspectos vinculados a estructuras sociales y regímenes de respeto más o menos proclives al desarrollo de las actitudes, intereses y facultades que fundamentan culturalmente el desarrollo de una sociedad auténticamente democrática.

b. Regímenes de respeto y cultura política

En el apartado anterior se hizo énfasis en el respeto como concepto, y si bien se adelantó su relación con los regímenes socioculturales del respeto, conviene ahora aclarar dicha relación en un marco sociológico más global. Esto es justamente lo que a continuación se esboza: un marco que distingue principios de diferenciación y los vincula a particulares principios de reconocimiento que determinan socialmente las actualizaciones del valor del respeto. A partir de esto, se esbozan hipótesis de trabajo sobre el respeto en nuestro país.

El estudio del respeto se situará en el marco de la distinción entre una

sociedad jerárquica y una sociedad igualitaria, bajo el entendido que la nuestra está en el medio de ambas y el estudio del respeto puede ayudar a discernir cómo se conjugan dos principios de estructuración y cuál es nuestra predisposición cultural a la democracia.

b.1 Régimen jerárquico del respeto.

Las sociedades jerárquicas son sociedades estratificadas, asimétricamente

constituidas y estructuradas en torno al principio de la desigualdad (Rodríguez & Arnold 1999). Estas sociedades tienden a la centralización de los recursos y el control político y se legitiman primordialmente en base a la tradición. La inclusión y reconocimiento social de las personas tiende a estar anclada en diferencias de clases o estamentos y a status adscritos, a los que se vincula un determinado honor restringido a las capas superiores. Este honor lo poseen las personas visibles, en virtud del cual son depositarias de un determinado respeto. En estas sociedades, cada cual tiene perfecta “conciencia de posición social” (DaMatta 2002; 192), conciencia que viene dada por una estructuración social basada en segmentos jerarquizados a los que se pertenece de manera principalmente adscriptiva y que se aceptan en base a la tradición.

3 Según se verá en el análisis del concepto de respeto en el apartado siguiente.

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En estos contextos el respeto es debido sólo a quien tiene un nombre, a quien aparece visiblemente como representante social de una determinada clase. Ellos son los respetados. Desde una perspectiva general, puede considerarse que las diferentes sociedades han exigido respeto para quienes aparecen como social y políticamente relevantes. Así, en regímenes políticamente excluyentes sólo se debe respeto a quienes tienen acceso a la corte, a los cargos políticos (todavía no públicos en sentido estricto), o a la polis, y que pueden aparecer notoriamente en el espacio público restrictivo –vaya paradoja–, y suscitar de esta manera la mirada atenta4 de quienes deambulan anónimamente.

Si lo que se respeta es por excelencia una determinada autoridad, acá la

autoridad proviene del estatus desigual legitimado en base a la tradición, lo que dificulta el reconocimiento de los individuos como iguales, aquel reconocimiento universal que se halla en la base de las democracias y que posibilita una esfera pública abierta. Es por esto que en las sociedades políticamente jerarquizadas5 y tradicionalmente legitimadas, usualmente se carece de los motivos necesarios para el debate abierto, puesto que las partes no se reconocen como iguales y esa desigualdad es considerada socialmente válida.

Estos regímenes son personalistas y se orientan en base a criterios

particularistas. El “carisma de la tradición”, la capacidad de las “personas”, de los poseedores de un nombre, para dirigir un sistema que se autorepresenta como inclusivo y sintético, capaz de incluir a todos sin preguntarles, inhibe la posibilidad del disenso, base de toda cultura plenamente democrática, en la medida que a las personas de las capas superiores –a las ‘personas’ propiamente tales–, ‘se las respeta’, y esto quiere decir en contextos tradicionales: no se las cuestiona. Así, el respeto opera como un diferencial de prestigio entre quienes pueden o no exigirlo. Es por esto que este diferencial puede especificarse al interior de las sociedades, y dentro de la familia, por ejemplo, los padres exigen respeto y no los hijos –y la extensión del respeto a éstos últimos es cosa actual, deducida de criterios primordialmente universalistas–.

En este tipo de sociedades, serían fundamentales las nociones de

“respetabilidad” y “veneración” como determinantes del respeto. Y lo que se respeta, por excelencia, es la autoridad –en su acepción corriente–, y junto a ella, la tradición que la funda, y que dota de una determinada honra que vuelve a alguien ‘respetable’.

b.2. Régimen democrático de respeto 4 De acuerdo al sentido etimológico del concepto de respeto, según se vio anteriormente. 5 En distinción a una sociedad económicamente jerarquizada, como una sociedad industrial de clases, que reconoce los derechos políticos a toda persona y, en virtud de ello, posibilita el conflicto, pues las personas que legitiman un determinado ordenamiento –como sucede con la soberanía popular– no disfrutan de de los beneficios económicos del mismo, y además pierden la protección personal que poseían en los regímenes de precapitalistas y predemocráticos.

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Las sociedades igualitarias, aunque lo sean formalmente, operan sobre bases bien distintas. Inicialmente cabe destacar el paso desde el particularismo al universalismo como criterio de orientación. Esquemáticamente, esto puede describirse como el paso de la primacía de la noción de honor, que es siempre parcial y diferenciado, al de “la dignidad igual de todos los ciudadanos”, proceso cuyo contenido “fue la igualación de los derechos y los títulos” (Taylor 1993; 60). Históricamente, esto habría tenido lugar con la conformación de los Estados nacionales, puesto que la nación configura una totalidad abstracta que “deberá haber abolido cualquier segmentación” (Mauss 1972, citado por DaMatta 2002; 229). Si bien puede afirmarse que los segmentos nunca dejan de existir, lo primordial es que las sociedades no se estructuran en su conjunto con base a éstos, sino universalistamente en base a principios crecientemente abstractos. Es entonces que tiene lugar la “política de la dignidad igualitaria” o “universal” (Taylor 1993).

Filosóficamente, tal como se sostuvo inicialmente, los presupuestos de la

dignidad igualitaria individual bien pueden ser deducidos de la filosofía moral de Kant y de su antropología filosófica, donde se sostiene que el hombre “ha de ser tratado como un fin y no como un medio”. Con esto, el respeto se vuelve moralmente exigible para y por todas las personas6.

Socialmente, el correlato de la filosofía lo encontramos en la tradición

liberal, en una sociedad que “no adopta ninguna opinión sustantiva acerca de los fines de la vida”, comprometiéndose a “tratar a las personas con igual respeto” (Taylor 1993; 85, cursivas nuestras). Puesto que el fundamento es la libertad, la sociedad no puede determinar ninguna meta sustantiva a priori. Este es el “politeísmo de los valores” de Weber, que parte del reconocimiento de que las partes son irreductibles, y el respeto, justamente, es debido igualmente a todas ellas. Es por eso que en sociedades igualitarias el respeto se democratiza, se universaliza, y de esta manera, deja de operar como diferencial de prestigio preestablecido entre quienes pueden o no exigirlo, puesto que todos, en principio, pueden hacerlo, merecerlo, y, en contraste, perderlo.

Dado que las constituciones son democráticas, el presupuesto es que el

poder reside en la sociedad civil, en el conjunto del pueblo, y es por esto que ante todo es éste el que ha de ser respetado. El que todos sean política y socialmente reconocidos en los regímenes democráticos contemporáneos está en la base de la ‘democratización del respeto’. Ahora bien, puesto que se ha de respetar a todos, el fundamento del mismo ha de ser más abstracto, sin que quepa respetar primordialmente en base a las ‘máscaras’ que portan las ‘personas’ (‘personajes’), mediante las cuales participan del universo social. Es por esto que, en términos mínimos, lo que se exige es un respeto del individuo, su libertad y su diferencia, y

6 Integrando, como se sostuvo, autoridad e igualdad, o bien permitiendo postular de la autoridad de la igualdad y la dignidad universal.

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no un respeto predefinido por la tradición hacia ciertos grupos sociales específicos.

Por otra parte, los individuos ya no dependen esencialmente de su

pertenencia a clases jerarquizadas para integrarse a la sociedad, sino que tienden a participar electivamente de la misma, mediante asociaciones voluntarias en el marco de una sociedad ‘civil’ que, en principio, no ha de jerarquizar estas organizaciones. Asimismo, puesto que las relaciones sociales se vuelven altamente electivas, los individuos son autónomos respecto de éstas, lo que los faculta no sólo para diferenciarse, sino para disentir públicamente con otros, lo cual sería un elemento básico para el establecimiento de órdenes auténticamente democráticos7.

La autonomía y la posibilidad de disenso permiten, además, la constitución

de un espacio público formalmente abierto, donde las partes enfrentan puntos de vista que pueden ser incluso contrarios, sin que esta contraposición de ideas devenga en violencia si es que ese disenso es legítimo y en él opera una relación de respeto, de respeto a un orden democrático y pluralista8. Por eso, la violencia y la ausencia de respeto se desencadenan por parte de aquellos que no respetan el orden democrático y buscan imponer un determinado punto de vista como privilegiado en un contexto lo suficientemente complejo y plural como para que ello sea posible. Es decir, presentan sus puntos de vista como verdad y no como doxa. Si hay respeto, en cambio, todos pueden integrarse a la sociedad mediante toda clase de asociaciones, en los distintos espacios públicos, que no han de excluir a priori a nadie, o a nadie que respete al menos esa dignidad igualitaria de base y esa diferencia insalvable de perspectivas que son propias de un régimen democrático.

Por otra parte, dado que todos son en principio dignos de respeto y

portadores de derechos inalienables, el trato respetuoso entre las partes exige un mínimo de reciprocidad en las relaciones, las que no necesariamente se vuelven perfectamente simétricas, equitativas, pero hacen posible que en todas sea posible exigir el debido respeto, esa consideración que, en caso de no tenerse, amenaza el vínculo por la pérdida del reconocimiento necesario para la democracia.

La universalidad del principio de ciudadanía, por su parte, junto a la

institucionalización del disenso en base a esta consideración mutua, permite la formación de una sociedad civil más crítica, puesto que el ‘poder social’

7 Esto es justamente lo que se halla en la base de los sistemas de partidos, que representan el legítimo disenso en el ámbito político. 8 Es por esto que, si seguimos a Arendt, lo que se presenta en el espacio público son opiniones, doxas, que son siempre cuestionables al mismo tiempo que defendibles, en contraposición a la verdad, que no se discute y puede dar origen a la violencia. En este caso concreto, las partes son portadoras de opiniones que se contraponen pero que reconocen una verdad: la verdad de la dignidad de toda persona. Si no se admite esta verdad la contraposición puede dar lugar a la violencia.

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(según el título de Habermas) que funda el régimen político está en sus manos. La ciudadanía puede exigir respeto también al Estado, a sus autoridades políticas e institucionales.

Las nociones básicas de este régimen son la igualdad, la universalidad, la

tolerancia, y, más allá de ésta, el respeto a los derechos básicos de todo ser humano como respeto a su dignidad y autoridad absoluta. Así, se exige respeto también para quien carece de todo poder, para quien posee una baja capacidad de aparecer socialmente, para aquel que, en las sociedades tradicionales, prácticamente no existía. Lo que se respeta en este caso son derechos universales y la persona en que éstos se plasman. Esto no quita, en vivo contraste, que se puedan redefinir constantemente los mecanismos de respeto como diferencial de prestigio, permitiendo rejerarquizar las relaciones. Lo particular de estos nuevos mecanismos diferenciales sería, en contraste a aquel que caracteriza a las sociedades tradicionales, que su fuente tendría una raíz en el individuo mismo (por excelencia: el self made man) y no en una determinada herencia que lo anteceda. Cuadro 2: Resumen conceptual Dimensión Aspecto

distintivo Orden Jerárquico Orden Igualitario

Criterio de orientación

Particularismo Universalismo

Principio estructural

Desigualdad unitariamente organizada

Diferencia igualitariamente organizada

Principio normativo

Desigualdad Igualdad

Estructura social

Estructuración en base a

Segmentación adscrita: Grupo de origen media relaciones sociales

Asociaciones voluntarias: socialidad mediada por vínculos electivos

Respeto como Diferencial de prestigio: exigible por pocos

Universalmente exigible

Nociones básicas

Respetabilidad, veneración. Igualdad, tolerancia

Respeto

Objeto de respeto

‘Persona’, autoridad jerárquica, tradición, honra, iglesia, genealogía, patria, etc.

Individuo, derechos, libertad, éxito, esfuerzo, mérito, etc.

Esfera pública Restringida a quien tiene ‘nombre’

Abierta Política Cultura política Intolerancia al disenso,

respeto servil, primacía de la obediencia

Democrática: institucionalización del disenso, respeto ‘evaluativo’, primacía de la crítica

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3. Tradición y modernidad del respeto en Chile: hipótesis generales.

a. Tradición y modernidad del respeto; entre síntesis y cambio. El esquema presentado permite vincular los distintos regímenes de respeto a una determinada estructura y prácticas sociales. Sin embargo, pareciera que en nuestro país, como en buena parte de América Latina, no nos encontramos claramente ni en uno ni en otro lado de la clasificación. Los procesos de modernización introducen normas universalistas que no logran, según parece, modificar automáticamente nuestro esqueleto tradicional, lo cual va produciendo tensiones en la interacción de ambos tipos sociales, dificultando la incrustación social de los principios democráticos institucionalizados. Algunas veces pareciera que la universalidad de los derechos no es más que ‘letra muerta’, ampliamente subyugada por nuestra tradición autoritaria; otras, que la cultura democrática, igualitaria y universalista avanza rápidamente a contrapelo de nuestra tradición; y otras, que ambos esquemas se sintetizan en pautas sociales relativamente estables que permiten orientarse en base a estos dos horizontes, en complejos esquemas que median universalidad y particularismo9, permitiendo, por ejemplo, orientarse particularistamente (o personalistamente) en ámbitos formalmente funcionalizados. De acuerdo a DaMatta, nuestra sociedad parece tener abiertos ambos horizontes de referencia, y si bien usualmente privilegia el horizonte democrático para autodescribirse, ‘siempre sabemos que hay un conocido capaz de otorgarnos un trato especial’. Así, cotidianamente sabemos de normas universales y de regalías potenciales en las distintas esferas sociales; sabemos que es posible personalizar, temperar, ese trato frío y universal del que es objeto el individuo para el que se hace la ley (DaMatta 2002; 222).

No obstante, y contrariamente a lo que sostiene DaMatta para el caso brasileño, este punto intermedio entre individualismo y personalismo, entre universalismo y particularismo, no puede ser adecuadamente descrito, pensamos, como una estabilidad sintética. Antes bien, vemos que nuestra sociedad cambia, y si bien nuestra cultura tradicional, con claras notas autoritarias, no cesa de influir sobre las prácticas asociadas a las tendencias universalizadoras, ese influjo es muchas veces decreciente, aun cuando pueda esperarse que no desaparezca nunca. Este decrecimiento tiene distintos objetivos: la pluralidad social no permite el trato personalizado de modo generalizado, las ‘personas’ cada vez más logran un ‘nombre’ en base a méritos propios, y la primacía de la esfera económica en nuestros proyectos políticos parece entonces hacer sentir sus efectos. Existe, de hecho, una creciente orientación al éxito, en base al esfuerzo, que probablemente era harto menor 30 años atrás.

Debe insistirse, sin embargo, que esto no implica que vivamos un cambio

abrupto y radical, sino más bien que es posible observar una cierta tendencia,

9 Al respecto, ver DaMatta, Roberto (2002), “¿Sabe usted con quien está hablando? un ensayo sobre la diferencia entre individuo y persona en Brasil” en Carnavales, malandros y héroes: hacia una sociología del dilema brasileño, FCE, México.

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pese a que las prácticas jerárquicas y no democráticas del respeto se conservan todavía en nuestra sociedad. Muestra de esto es, por ejemplo, que si por una parte Chile presenta una de las más sólidas tradiciones democráticas de América Latina, sólo alrededor de un 50% de los chilenos “cree que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, frente a los guarismos cercanos al 80% observados en los casos de Costa Rica y Uruguay” (Luna y Seligson 2007; 5). Por esto, el Barómetro de las Américas, aplicado en Chile el 2006, se pregunta “¿Cómo es posible que una de las democracias más consolidadas de la región, con los mejores indicadores económicos, presente tan bajos niveles de valoración de la democracia e instituciones de representación?” (Ibíd.).

En este sentido, no sería imprudente esbozar la hipótesis de una creciente

desvinculación entre las instituciones democráticas formales y las prácticas y valoraciones desarrolladas por estas y la ciudadanía. Así, a pesar de la modernidad de las instituciones, parece persistir, dentro de ellas y en la ciudadanía, una sociabilidad tradicional, asociada a relaciones jerárquicamente establecidas, donde prima la dependencia sobre la libertad, relaciones de poder donde predomina el abuso a la igualdad, que impedirían que los valores que fundamentan dichas instituciones democráticas formales tengan su correlato, o se anclen, en la cotidianidad de nuestros conciudadanos y conciudadanas. Por cuanto respecta al respeto, puede observarse, por ejemplo –y de manera bastante significativa– que en Chile “la mitad de la población estaría dispuesta a tolerar que se infrinja el estado de derecho y se violen las leyes para lograr controlar la delincuencia” (Luna y Seligson 2007; xxiii). De esta manera, la práctica del respeto en nuestro medio pareciera hallarse en un punto medio entre aquellas nociones jerárquicas y poco generalizadas del respeto (que dan lugar a que un 80% de la población no considere respetables los derechos de los delincuentes) y otras más universales, fruto de los innegables pero limitados avances que ha experimentado la sociedad chilena desde el retorno a la democracia.

b. Hipótesis.

En esta dicotomía, sin embargo, existiría una lenta tendencia, postulamos, hacia el polo universalista, que vuelve a todas las personas dignas de respeto y capaces de exigirlo. Así, el respeto, como un deber hacia un determinado orden, cambia sus motivos y objetos con el paso del tiempo. Esto significa, consecuentemente, que:

i. decrece el respeto al orden dado de la tradición, a la religión, a lo heredado y a las personas investidas de autoridad (vale decir: a las ‘personalidades’), para dar paso crecientemente a un respeto al individuo y sus derechos.

Si bien ambos modos de respeto coexistirían, puede suponerse que

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ii. entre las personas mayores predominan los motivos tradicionales, mientras que entre las generaciones más jóvenes adquieren relevancia los motivos igualitarios, diferencia que daría cuenta de un cambio social que se explica históricamente y que no se reduce a una mera ‘irreverencia’ o ‘conservadurismo’ consustancial a determinados grupos etáreos. La magnitud de dicha diferencia está sujeta a determinación.

Este cambio social se asocia a la ampliación de las fronteras sociales, a la globalidad creciente de la sociedad y al robustecimiento del orden democrático que se plasma positivamente en una democratización del respeto. Esto implica:

iii. por una parte, y debido a la ampliación de los marcos sociales, una pérdida de la fuerza del vínculo mediado por el respeto, en comparación con la veneración y la obediencia propias del respeto en relaciones jerárquicas y tradicionales, y, junto a esto, un

iv. aumento de la generalidad del respeto entendido como respeto

mutuo. Vale decir, el respeto se entienda cada vez más como valor y práctica universalista, que opera socialmente de modo crecientemente abstracto, desapegándose de criterios particularistas (preestablecidos, ‘personificados’, como el apellido, el color de piel, etc.), pudiendo ser referido y exigido por el conjunto de seres humanos de acuerdo a juicios variables y diferenciados.

v. Esta nueva valoración y práctica del respeto, por su parte, estaría asociada a una cultura política más pluralista que permite una mejor convivencia democrática.

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Capítulo 3: Resultados del estudio En este capítulo se presentan los principales hallazgos del estudio. Como tal, es el capítulo fundamental para comprender los significados y valoraciones que asignan los chilenos y chilenos al respeto, así como su vínculo con la cultura política democrática que a Genera le interesa fortalecer. En primer lugar, se exponen muy sucintamente los aspectos metodológicos fundamentales (1) a partir de los cuales se desarrolló el levantamiento de la información empírica que sustenta este estudio. La brevedad de la exposición refleja la decisión de privilegiar la claridad al detalle en los aspectos formales que pudiesen complicar indebidamente la lectura. A continuación (2) se exponen los principales hallazgos en lo referente al concepto (o los conceptos) de respeto existentes en nuestro país. Se constata la coexistencia de nociones muy diversas –e incluso contrapuestas– de respeto, con niveles de adhesión muy semejantes, lo cual nos permite señalar que en nuestro país el respeto aparece como un terreno en disputa. Luego, se constata que en Chile existe la idea generalizada de que el respeto se gana, y como contracara, se puede perder. Esto presenta un carácter ambiguo entre tradición y modernidad, en la medida que, si por una parte puede aparecer como criterio autoritario y excluyente, por otra abre muchas veces la posibilidad de negar y ganar el respeto de modo igualitario, a partir de una exigencia recíproca de respeto. A partir del análisis del ‘irrespeto’ (3), se verifica que en Chile existe una gran sensibilidad en torno a las faltas de respeto. Asimismo, se observa que en general se consideran mayormente faltas de respeto graves situaciones que vulneran los patrones tradicionales de sociabilidad. Lo cual da cuenta de la importancia que tiene en nuestro país, todavía, la noción de respeto como pariente de sumisión. Acerca de las ‘faltas de respeto’, por su parte, se observa que la mayoría de los chilenos y chilenas las atribuyen a los jóvenes o al abuso de poder (4). En este segundo término, se ve que en Chile muchas veces el respeto sigue siendo exigido de modo unilateral y autoritario. En el primero, en cambio, se constata que frecuentemente la disputa en torno al respeto tiene un carácter generacional, donde los distintos grupos etarios se achacan mutuamente las responsabilidades por las faltas de respeto. En términos generales, se observa que la noción de respeto y de irrespeto queda claramente segmentada por religiosidad, nivel de ingresos y edad. Este estudio enfatiza sin embargo sólo los dos últimos aspectos. De ellos, a su vez,

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destaca particularmente el último, bajo el entendido que las notables diferencias entre jóvenes y no jóvenes pueden anticipar un cambio de la noción de respeto en nuestro país. Esto es de particular importancia al momento de vincular respeto y cultura política (5), puesto que la magnitud de este vínculo hace pensar que las diferencias intergeneracionales por grupo etáreo, además de pronosticar un cambio en la noción de respeto en Chile, modifican su cultura política, haciendo de éste un país cada vez más predispuesto al desarrollo de prácticas democráticas.

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1. Ficha metodológica

1.1 Fase cualitativa: -Grupo Objetivo: Hombres y mujeres, que tuviesen entre 16 y 30 años y 45 y 70 años, residentes en el Gran Santiago, de todos los niveles socioeconómicos (evitando los extremos).

• Técnica: grupos focales

• Distribución muestral:

1. 6 hombres, mayores de 45 años y menores de 70 (HM). 2. 6 hombres, menores de 30 años y mayores de 16 (HJ). 3. 6 mujeres, mayores de 45 años y menores de 70 (MM). 4. 6 mujeres, menores de 30 años y mayores de 16 (MJ).

La omisión de las personas mayores de 30 y menores de 45 años se hizo con el objetivo de captar mejor las diferencias intergeneracionales.

• Período de aplicación: 23 de abril y 6 de mayo de 2008 1.2 Fase cuantitativa:

• Grupo Objetivo: Hombres y mujeres entre 16 y 65 años, residentes en el Gran

Santiago, de todos los niveles socioeconómicos.

• Técnica: Aplicación de encuestas presenciales en hogares.

• Tamaño muestral: 504 casos.

• Tipo de muestreo: trietápico (probabilístico en sus dos primeras etapas –manzanas y hogares- y por cuotas de edad y sexo en su tercera etapa). La muestra siguió los parámetros censales para las categorías demográficas de sexo y edad.

• Período de terreno: entre 9 y 20 junio de 2008.

• Margen de error muestral: 4.45

El cuestionario fue realizado a partir del análisis de los grupos focales, que tuvo

lugar antes de la realización de la encuesta.

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2. Concepto de respeto 2.1 Polisemia del concepto de respeto: mínimo civilizatorio y

diferencial de valor Como primera aproximación al respeto en Chile, cabe insistir en los

distintos planos semánticos en que operan los discursos socialmente elaborados en torno a él. Sobre este aspecto ya se adelantaron previamente algunas ideas, pero conviene enfatizar en él con mayor profundidad. Para ello nos basamos en el análisis de los grupos focales, puesto que sólo a través de ellos fue posible, como cabe suponer, discernir los distintos planos semánticos, los sentidos subjetivos que la encuesta, como toda aplicación de cuestionarios rígidos, sólo puede presuponer mas nunca indagar directamente. Por tratarse de un aspecto conceptualmente anterior a las diferencias indagadas cuantitativamente, partiremos por él para posteriormente observar con mayor claridad las diferencias sociales en torno a su valoración.

Se constató ante todo una constante inseguridad y falta de consenso en

torno a la noción de respeto a lo largo de los distintos grupos focales. Su sentido tendió a ir definiéndose a lo largo de los mismos, aunque nunca de manera definitiva, y para ello los participantes constantemente redefinieron sus propios puntos de vista, dando cuenta de esta manera que no sólo desde las ciencias sociales, sino que también en los discursos cotidianos, el concepto de respeto, a la vez que usado con holgura, no es objeto preferente para la reflexión conciente. Si por una parte las personas no tuvieron problemas para utilizar libremente la palabra respeto, como vocablo totalmente incorporado a su lenguaje, su sentido no apareció nunca nítidamente cuando éste fue solicitado.

A la hora de definir su significado emergió una tensión en las

conversaciones, una tensión asociada a dos raíces ‘profundas’ del concepto no perfectamente armónicas entre sí, tensión que puede ser circunscrita mediante la distinción entre respeto como mínimo y respeto como diferencia (o diferencial). Esta tensión entre mínimo y diferencia se corresponde con los significados de respeto como derecho universalmente exigible, asociado a la humanidad de toda persona, y al respeto como un diferencial socialmente definido –según se trató en las páginas precedentes. Ahora bien, lo peculiar es que ambas nociones están, de una u otra manera, presentes en prácticamente el conjunto de los discursos asociados al respeto, y estas nociones, a medida que los interlocutores comienzan a reflexionar, aparecen en una convivencia problemática. En este sentido, tenemos por una parte que “todos somos dignos de respeto” (HM), de manera que “el respeto es un derecho” (MM), un “respetar los derechos del otro” (MM), configurándose así como un “mínimo para cualquier tipo de relación o actuar” (HJ) “por una cuestión propia del ser humano” (HJ); y por otra, en contraste, que si “somos respetables naturalmente (...), hay cosas que se distorsionan en el camino” (MJ). Es entonces que el respeto, además de constituir

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ese piso mínimo que permite las relaciones interpersonales, se configura también como un diferencial, un diferencial, eso sí, desarrollado en base a criterios disímiles.

En este sentido, el respeto parece especialmente debido a ciertas personas, en ciertas condiciones, y es también susceptible de ser quitado. Si como mínimo el respeto se plantea como un límite absoluto, aquella intimidad intocable de la otra persona, por otra parte “el respeto también es mutuo, se va construyendo en el tiempo y se puede perder, entonces en ese sentido los límites realmente no existen” (MJ). De este modo, el respeto viene considerado no sólo como un ‘límite natural’, sino que “el contexto, el momento histórico y también a través de los vínculos personales esos límites se van construyendo [...como] una negociación de cada día” (MJ). Ahora bien, dependiendo de las conversaciones, estos diferenciales, ‘límites’, se construirían no sólo como una negociación auténtica, sino que también “el respeto es una conquista” (HM), de carácter más unilateral que multilateral. Postergando de momento el análisis sobre la naturaleza diversa de los motivos diferenciales, cabe insistir sobre esta ‘tensión’ entre respeto como igualdad y como diferencia, la que fue evidenciada no sólo en el análisis, sino por los mismos participantes de las conversaciones:

(...) yo estaba conversando con un cura amigo de la Universidad Católica y ahí en la Alameda estaba lleno de indigentes y gente pobre, y claro, él me decía ‘si somos todos iguales llévalo a tu casa, trátalo como tu igual’ y ahí es donde se tambalea la cosa. [...] O sea, se puede establecer la igualdad como génesis del ser humano, pero no puedo aceptar que… (HM)

Asimismo, un joven que defendía insistentemente una noción de respeto

liberal y universalista, reconocía que “sería un poco ridículo decir que [se respeta] simplemente por ser personas porque no es tan fácil” (HJ).

“(…) en la práctica se respeta más a aquel con estudios, al que ha logrado algo o al que tiene cierta posición social o si no, no hay respeto” (HM) Con el objeto de evitar esta confusión en la que más o menos patentemente

se enredaron los distintos grupos focales, podría decirse que el respeto marca una diferencia –marca una deferencia–, en un sentido doble:

- Por una parte marca la diferencia entre lo intocable (lo sacro) y lo

manipulable (lo negociable, lo profano) en el trato con otras personas. Es en este sentido que todos somos merecedores de un respeto mínimo, por nuestra pura condición de seres humanos, y esta diferencia, esta deferencia, parece venir definida, trazada, en virtud de nuestra humanidad misma.

- Por otra parte, el respeto traza una marca entre lo estimado y lo

desestimado. Vale decir, sobre el lado ‘manipulable’ de la distinción anterior, se reespecifica una distinción entre lo que social y/o

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subjetivamente se estima y aquello que no, o que incluso se desprecia, sin amenazar, no obstante, esa condición ‘intocable’ previa. Los criterios sobre los que se constituye esta valoración son dispares y, sostenemos, no son meramente subjetivos, sino que dichas expresiones subjetivas dependen de determinadas valoraciones sociales.

De acuerdo a esta distinción, los significados asociados al respeto podrían

dividirse inicialmente en dos ámbitos, según refieran a ese respeto universal y básico a todo ser humano, o bien a aquello sobre lo cual se estructuran las diferencias. Ahora bien, esta segunda dimensión podría ser, a su vez, vuelta a subdividir, entre aquellos conceptos diferenciales asociados al respeto como jerarquía o como diversidad universalista.

Cuadro 3: distinciones semánticas en torno al respeto Criterios diferenciales

Jerárquicos (o tradicionales)

Universalistas (o pluralistas)

≈ Valoración

Mínimo civilizatorio

Dignidad universal ≈ Valor

2.2 Conceptos de respeto en Chile

Según se sigue del análisis de los grupos focales, el respeto como ‘mínimo civilizatorio’ parece se un valor universalmente consensuado –a nivel de declaraciones, ciertamente–. Ahora bien, entrando en el análisis cuantitativo, interesados en discernir el sentido de la noción de respeto en nuestro país, se preguntó en la encuesta por el concepto con el cual se relacionaba principalmente el concepto de respeto1011:

10 Este gráfico, como todos los que se presentan posteriormente, son de elaboración propia, y se desarrollaron en base a los resultados de la encuesta ‘Respeto y Cultura Política 2008’, cuyo cuestionario se presenta en los anexos y cuya ficha metodológica fue presentada en las páginas precedentes. 11 Los ocho conceptos presentados en el gráfico 1 y agrupados en el cuadro 4 no corresponden a respuestas abiertas, sino que fueron predeterminados a partir del análisis de los grupos focales, bajo el entendido de que, con ellos se mapeaba adecuadamente el espectro del respeto en nuestro país.

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Al analizar los conceptos representados en el gráfico 1, se puede observar

que cada uno de ellos se asocia a una noción jerárquica o a una noción igualitaria de respeto. El concepto de educación podría en este sentido aparecer como problemático; no obstante, de acuerdo al análisis cualitativo, así como en los cruces con otras variables, se estimó que por educación –y al hablar de respeto– los chilenos y chilenas entienden principalmente los modos y formalidades, las normas de urbanidad, y que representa un valor esencial en las nociones tradicionales asociadas al respeto.

“No estoy hablando de educación formal, sino que de modales. Entonces

bajo esa perspectiva yo pienso que la educación es una pieza importante dentro de lo que significa la conciencia del respeto” (HM)

En este sentido se agrupan los conceptos del siguiente modo:

Cuadro 4

Concepto democrático-igualitario

Concepto Conservador- autoritario

Tolerancia. Libertad. Igualdad. Consideración.

Obediencia. Jerarquía. Educación. Temor.

= 49 %

= 51 %

Gráfico 1: Conceptos con que se relaciona el respeto (%)

Obediencia 24%

Tolerancia 26% Libertad

6%Jerarquía

2%

Igualdad11%

Educación 24%

Temor 1%

Consideración6%

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Así considerados los conceptos de respeto, se observa, de acuerdo a los datos, que ambas nociones de respeto están igualmente presentes en nuestro país. Lo primero que sorprende es que las primeras mayorías sean conceptos muy disímiles entre sí, como lo son ‘tolerancia’, ‘obediencia’ y ‘educación’, que obtienen un 26% de las preferencias la primera, y un 24% la segunda y la tercera. La cuasi-oposición de estas nociones y sus iguales niveles de adhesión marcarían los límites de la variabilidad ‘simbólica’ en torno al respeto. El concepto de respeto representaría un ‘terreno en disputa’ en términos sociales, existiendo un ‘empate técnico’ entre el concepto democrático-igualitario (49%, igualitario en los gráficos sucesivos) y el concepto conservador-autoritario (51%, jerárquico de ahora en adelante) en nuestro país. Este empate entre nociones tan diversas confirma justamente la existencia empírica de una segunda distinción en torno al concepto de respeto: como valor igualitario y como valor tradicional. Vale decir; confirma la convivencia de una noción de respeto según la cual el otro puede ser considerado y respetado como un igual, y otra según la cual el respeto obedece a una relación vertical y basada en la tradición. Ahora bien, si se siguen las hipótesis de este estudio, se tiene que ambas nociones no se expresan en una convivencia aproblemática, sino que en buena media se trata de una disputa intergeneracional, según la cual poco a poco el concepto de los más jóvenes, los educados en democracia, tendería a asociarse a nociones democráticas, mientras que el concepto de las personas mayores se asociaría preferentemente a nociones autoritarias o tradicionales. Así se observa en el gráfico 2, donde las diferencias intergeneracionales en relación al concepto de respeto son significativas.

Como se ve, entre los más jóvenes existe un 55,8% que entiende el respeto en su dimensión igualitaria y democrática, mientras que entre los segmentos mayores dicho porcentaje disminuye a 41,1 y 46,7 %. Esto permite suponer entonces que esta noción de respeto se irá imponiendo en el tiempo, con

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consecuencias importantes en términos de convivencia democrática, según se discutirá más adelante.

Otro criterio que segmenta de manera nítida el concepto de respeto en Chile es el nivel de ingresos. Así, según se observa en el gráfico 3, la gente de menores ingresos asocia el respeto preferentemente a una noción jerárquica, entre la gente de ingresos medios existe un ‘empate técnico’ entre ambos conceptos, y las personas de mayores ingresos asocian predominantemente el respeto a nociones de carácter igualitario. Los motivos podrían ser múltiples, y sobre ello ahondaremos más adelante, pero cabe presuponer que el nivel de ingresos está fuertemente asociado al nivel educativo alcanzado por las personas, y que un mayor nivel de educación facilita a una comprensión del respeto como un valor más democrático que tradicional y autoritario. Otras posibles explicaciones serán ensayadas posteriormente.

Así se observa en el gráfico 4, donde se presenta una relación inversa entre los años de educación y el concepto de respeto, siendo ésta perfectamente lineal salvo para los dos últimos niveles (superior incompleta y superior completa), que no presentan diferencias significativas. Esto resulta especialmente sugerente al relacionar el concepto de respeto con adhesión a la democracia, pues permite promover la idea de que una noción de respeto pluralista y democrática es en buena medida ‘educable’. Con esto, el respeto como valor que faculta una interlocución entre iguales puede ser objeto de intervención, como política pública de educación, para cimentar las bases culturales de una democracia sustantiva.

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2.3. Respeto: cómo se merece, se gana y se pierde

Ahora bien, otra manera de conocer las nociones de respeto en Chile es indagar en los criterios por los cuales se piensa que una persona merece respeto. En este sentido, pareciera que entre los chilenos/as la idea de que el respeto se gana esta muy asentada, sin que esto necesariamente se asocie a un respeto que no se quita. Asimismo, los múltiples motivos por los cuales puede ser ganado o perdido dan cuenta de nociones distintas de respeto por parte de los encuestados y encuestadas.

Por lo mismo, no es trivial el hecho de que para la mayor parte de las personas el respeto sea un logro antes que un derecho. Tal parece ser la realidad de nuestro país, donde un 73% se inclina por la idea de que “la gente no nace merecedora de respeto: el respeto hay que ganárselo” (gráfico 5)

De acuerdo

73%

En desacuerdo 27%

Gráfico 5: La gente no nace merecedora de respeto: el respeto hay que ganárselo (%)

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Vale decir, los encuestados manifiestan su predilección por una noción de respeto que opera más como criterio diferencial que como mínimo civilizatorio. Creer que el respeto se gana no es en sí mismo negativo, mas sí lo es, a juicio nuestro, el carácter excluyente y discriminador que esconde la asociación de esto a la idea de que “la gente no nace merecedora de respeto”. Para los chilenos y chilenas, si bien existirían ciertos grupos sociales que serían poseedores de una suerte de ‘respeto natural’, como los padres, profesores y los ancianos (ver dimensión ‘desautorización intergeneracional, gráficos 18 y ss.), en general el respeto sería un logro antes que un derecho connatural. Esto no significa tan sólo que el respeto pueda perderse, sino que, más allá de eso, permite suponer que para muchas personas el respeto no se posee a menos que se gane. Esto da cuenta de una noción altamente individualista y competitiva de respeto, y se condice perfectamente con la segunda alternativa más elegida a la hora de decidir el motivo principal por el cual se falta el respeto en nuestro país: para un 19,2% de los encuestados el respeto se falta “porque algunas personas no saben hacerse respetar” (gráfico 26), del mismo modo que se condice con el altísimo nivel de acuerdo frente a la afirmación “si alguien no es respetado, es por su culpa” (66%, gráfico 6). Por otra parte, esto es relativamente inconsistente con las declaraciones analizadas en 2.1, donde se enfatizaba insistentemente sobre la idea de que todos somos dignos de respeto por nuestra pura condición de seres humanos. Si bien resolver esta inconsistencia no es fácil, podría señalarse que, puesto que el respeto opera tanto como mínimo civilizatorio y como un mecanismo diferencial de valoración social, al momento de escoger los chilenos y chilenas se inclinarían primordialmente por la idea de que el respeto es principalmente un criterio de valoración que un mínimo civilizatorio.

Gráfico 6 S i a lg u ie n n o e s re s p e ta d o , e s p o r s u c u lp a

N s /n r2 %

E n d e s a c u e rd o3 2 %

D e a c u e rd o6 6 %

También a lo largo de los grupos focales apareció con frecuencia la idea de

que “el respeto es una conquista” (HM). Todos los hombres mayores, salvo uno, estuvieron de acuerdo con que el respeto era algo que se ganaba. También entre los jóvenes había un cierto consenso al respecto, aunque la idea tendía a ser menos importante: “el hecho de que te respeten es una consecuencia” (HJ).

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De modo general, existe entonces la idea del respeto como algo que debe

‘ganarse’, y al respecto es significativo el hecho de que esta concepción del respeto no sea ni puramente jerárquica ni abiertamente igualitaria. No es igualitaria por el hecho de que, además de establecer un diferencial entre gente que es más o menos ‘respetable’, el “hacerse respetar” puede a veces tener un carácter incluso violento. Sin embargo, y en contraste, todos podemos eventualmente ‘hacernos respetar’ y de esta manera ‘ganarnos el debido respeto’. En este sentido, el respeto puede también ser por todos conquistable, puede quedar potencialmente abierto a todos, pero como una especie de triunfo del que, eso sí, no todos gozan. Estas relaciones no sólo se establecen respecto de las personas más ricas o con más poder, sino también respecto de quienes cumplen con determinados ‘motivos’ de respetabilidad, con determinadas expectativas de comportamiento, y es por esto que un joven pude sostener que: “o sea, el cartonero merece todo mi respeto, porque está trabajando” (HJ).

Lo más preocupante, insistimos, es el hecho de que la mayoría de las

personas piensen que las personas no nacen merecedoras de respeto. Vale decir, no el hecho de que se asocie el respeto a mérito, sino que, al hacerlo, se pierda de vista que es ante todo un derecho. En cierta medida, esta alternativa da cuenta de un individualismo llevado a su extremo, donde sólo vale el que triunfa. Así lo corrobora la opinión de los mismos encuestados, según se ve en el gráfico 7, donde un 74% piensa que "En este país, el respeto depende primordialmente de la capacidad de imponerse".

Coherentemente, si el respeto se gana, también se pierde, vale decir, su

dimensión móvil operaría fluidamente en ambos sentidos, según lo confirma el alto grado de acuerdo acerca de la idea de que la “quien no respeta, no merecer respeto” (69%, gráfico 8).

Gráfico 7: "En este país, el respeto depende primordialmente de la capacidad de imponerse" (%)

De acuerdo74%

En desacuerdo 26%

Ns/nr0%

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La idea de que el respeto se gana y se pierde –omitiendo el respeto a

ciertos grupos considerados como autoridades ‘naturales’– es más que una descripción. Representa también una adhesión. A las chilenas y chilenos pareciera no molestarles que sea así. En este doble sentido, pensamos, tiene que leerse el gráfico 9, donde el 90% de los encuestados está de acuerdo ante la idea de que “En este país, si uno no se hace respetar, todos te pasan a llevar”. Ahora bien, la adhesión a la idea bien podría ser una reacción plenamente justificada frente a las frecuentes faltas de respeto originadas a partir del abuso de poder, aspecto sobre el cual volveremos más adelante. En este sentido, la defensa de la idea de que ‘hay que hacerse respetar’ podría estar fundada en la noción de a ‘uno’ no le deben faltar el respeto, y para ello en este país la principal forma de lograrlo sería imponiéndose. Así sostienen, al menos parcialmente, los jóvenes, según se verá en 4.1.2.

Sin embargo, los mismos encuestados expresan un acuerdo bastante

consensuado frente a la idea de que “quien respeta, es respetado” (gráfico 10). Esto permitiría confirmar –al menos parcialmente– la idea de que el respeto como logro ‘competitivo’ se justifica como una defensa frente a las faltas de respeto, pero que el respeto lleva aparejada una noción de reciprocidad que, de extenderse, presumiblemente haría disminuir la idea de que el respeto es un logro.

Gráfico 8 : Quien no respeta, no merece respeto (%)

Ns/nr 1%En desacuerdo

30%

De acuerdo69%

Gráfico 9: "En este país, si uno no se hace respetar,todos te pasan a llevar"(%)

De acuerdo90%

En desacuerdo9%

Ns/nr1%

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“El respeto también es mutuo, se va construyendo en el tiempo y se puede perder” (MJ)

Esto es así en la medida que bastaría ser respetuoso para ser respetado,

sin necesidad de competir, de imponerse, ni de ganarle a nadie. En este sentido, el respeto puede ganarse o perderse por conductas de reciprocidad, propias del juego democrático, en desmedro de una conducta competitiva excluyente.

Sin embargo, si bien se ve una alta adhesión a la idea de respeto como reciprocidad, en general pareciera predominar la idea del respeto como logro. La reciprocidad podría ser leída como un criterio de logro, particularmente para los más jóvenes, que someten el imperativo del respeto a una exigencia mutua de trato respetuoso, según se verá más adelante. Aún así, nos parece que la asociación del respeto como un logro más que como una reciprocidad, es del todo comprensible a la luz de nuestros datos, puesto que no hace otra cosa que reflejar una experiencia cotidiana en donde aún cuando podamos tener conductas respetuosas, estas no nos aseguran el respeto de los demás, a menos que éste sea exigido, y en ese sentido, conquistado.

3. Respeto e ‘irrespeto’ 3.1 ‘Irrespeto’ y concepto de respeto Con el objeto de ahondar en la noción –o las nociones– de respeto

presentes en nuestro país, se interrogó sobre el ‘irrespeto’, ejemplificando con situaciones concretas frente a las cuales los encuestados y encuestadas debían posicionarse. Los resultados se presentan en el cuadro 5. CUADRO 5: “A continuación le leeré una serie de situaciones. La idea es que Ud. me diga, para cada una de ellas, si cree que no es una falta de respeto, que es una falta de respeto poco grave o bien una falta de respeto grave...”

Gráfico 10: Quien respeta, es respetado (%)

De acuerdo89%

Ns/nr1%

En desacuerdo10%

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No es una falta de respeto

Es una falta de respeto poco grave

Es una falta de respeto grave Ns/nr

Hablar con garabatos en el metro o en la micro 4.0 33.3 62.5 0.2

Darle una palmada a un niño que se está portando mal 25.4 40.9 33.1 0.6

Que los niños le contesten a sus padres 3.2 19.0 77.4 0.4

Que los jóvenes contesten a los profesores 6.2 19.4 73.4 1.0

Hablar de igual a igual con un carabinero 31.7 36.3 30.6 1.4

Que un profesor grite a sus alumnos para imponer orden 17.9 41.1 40.5 0.6

Que los jóvenes no den el asiento a los mayores en la micro o en el metro 3.4 26.4 70.0 0.2

No pararse cuando se entona el himno nacional 5.4 20.6 73.6 0.4

Que las personas se manifiesten en las calles, impidiendo el tránsito o circulación normal 15.7 32.9 50.6 0.8

Botar un papel al suelo 6.5 35.5 57.7 0.2

Escupir en la calle 7.1 30.0 62.5 0.4

Hacer un rayado (graffiti) en el espacio público 7.9 24.8 67.1 0.2

No saludar a vecinos o compañeros de trabajo 13.7 53.2 31.9 1.2

Tomar prestada una cosa de un amigo o familiar sin pedírsela 3.2 20.4 76.2 0.2

Que las autoridades públicas no generen más espacios de diálogo y participación 5.0 23.4 68.8 2.8

Que se hagan bromas sobre los indígenas por sus rasgos físicos 3.2 11.5 84.9 0.4

Que se hagan bromas sobre los homosexuales por su manera de hablar 5.4 17.3 76.4 1.0

Saltarse la fila para entrar a la micro 3.8 30.2 65.9 0.2

Que no le escuchen cuando Ud. está hablando 2.0 27.4 70.0 0.6

A grandes rasgos, sorprende que los encuestados consideren prácticamente todas las situaciones como faltas de respeto. Así, analizando la respuesta “no es una falta de respeto”, se observa que sólo el “hablar de igual a igual con un carabinero” presenta un porcentaje superior al 30% (31,7%), porcentaje que, además, no se diferencia de manera importante de las otras alternativas de respuesta frente a dicha situación. Los bajos porcentajes de esta columna muestran que los chilenos y chilenas serían, cuanto menos, sensibles a las situaciones de irrespeto que enfrentan en su vida cotidiana. Sorprende, asimismo, que la segunda situación con mayor preferencia en dicha columna fuese “darle una palmada a un niño que se está portando mal” (25,4%), lo cual denota una noción claramente autoritaria de respeto, donde sólo una de las partes puede exigirlo y no la otra (en este caso, los niños).

En vivo contraste, en general la opción “es una falta de respeto grave”

concentra la mayor parte de las preferencias frente a las distintas situaciones. Así, destaca que se inclinan por “es una falta de respeto grave” un 77,4% de los encuestados frente a la situación “que los niños le contesten a sus padres”, un 73,6% frente a “no pararse cuando se entona el himno nacional”, un 73,4% frente a “que los jóvenes contesten a los profesores”, un 70% frente a “que los jóvenes no den el asiento a los mayores en la micro o en el metro”, un 67,1% frente a “hacer un rayado (gaffiti) en el espacio público” y un 50,5 % frente a la situación de “que las personas se manifiesten en las calles, impidiendo el tránsito o la

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circulación normal”. En sentido opuesto, sorprende que tan sólo un 33,1% considere una falta de respeto grave el “darle una palmada a un niño que se está portando mal”, siendo que se trata de una situación de violencia directa, que parece muy aceptada en nuestro país.

Destaca además la importancia que tienen los espacios de diálogo y

participación para los encuestados. A pesar de que se conservan muchas nociones tradicionales de respeto en nuestro país, la participación parece haber cobrado gran importancia para las ciudadanas y ciudadanos, y ello se expresa en el alto porcentaje de condena de frente a la situación (eventual) de que las autoridades públicas no generen más espacios de diálogo y participación. Según se ve en el gráfico 11, un 69% de los encuestados considera esta situación una falta de respeto grave, mientras que tan sólo un 5% piensa que no se trata de una falta de respeto. Esta abismal diferencia habla de la necesidad, ya percibida por los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país, de instalar espacios de diálogo, de consolidar una democracia en su dimensión cotidiana y, en este sentido, extra-institucional.

De manera global, puede sostenerse que existiría una altísima sensibilidad

a las faltas de respeto en las percepciones subjetivas de las personas en nuestro país, donde todo lo que no gusta parece haberse vuelto una falta de respeto. Las explicaciones de esto bien pueden hallarse en una valoración positiva por parte de muchos chilenos y chilenas de las pautas tradicionales de sociabilidad, o bien por el surgimiento de una ciudadanía cada vez más crítica frente a su entorno social y, muy probablemente, por ambas y muchas otras.

Para volver más comprensivo el análisis, algunas de estas situaciones fueron agrupadas en tres dimensiones, que presentaron una fuerte correlación interna. A éstas dimensiones las llamamos:

1. Faltas a la urbanidad

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2. “Orden y patria” 3. Desautorización generacional

3.2 . Dimensiones del ‘Irrespeto’ en Chile y valoraciones específicas.

3.2.1 Faltas a la urbanidad

El índice ‘faltas a la urbanidad’ agrupa las siguientes situaciones: o Escupir en la calle o Botar un papel al suelo o Saltarse la fila para entrar a la micro o Que no le escuchen cuando usted está hablando o Hacer un rayado (graffiti) en el espacio público

Esta dimensión del respeto, como cabe suponer, es notoriamente más importante para las personas mayores, según se observa en el gráfico 12, denotando, nuevamente, que para ellas el concepto de respeto está fuertemente vinculado a formalidades, a ‘buenas maneras’, mientras que los más jóvenes no sólo valorarían menos estos aspectos (según se observó en la ‘irreverencia’ defendida muchas veces por las personas más jóvenes en los grupos focales), sino que además no los relacionarían de manera tan importante con la práctica (o su ausencia) de respeto. Una segunda variable que fue determinante en este sentido, al momento de segmentar socialmente esta dimensión, fue la religiosidad. Así se observa en el gráfico 13, donde el nivel de religiosidad se correlaciona de modo claro con un alto rechazo a las faltas a la urbanidad como faltas de respeto graves. Los agnósticos, así como los jóvenes, en el caso previo, son quienes menos condenan las faltas a la urbanidad, pudiendo así vincularse esta dimensión, no sólo conceptualmente, sino también de manera empírica, a una noción tradicional del respeto. Sin embargo, resulta curioso que la correlación con la variable ‘concepto

10.2

52.7

37.1

3.1

40.3

56.6

4.3

38.4

57.3

18 A 34 35 A 44 45 Y MAS

NO ES FALTA NO GRAVE GRAVE

Gráfico 12: ÍNDICE DE "FALTAS A LA URBANIDAD", SEGÚN EDAD (%)

Page 41: Estudio Respeto y cultura democrática Parte I

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de respeto’ no sea tan clara como parecen mostrar los cruces de variables descritos.

Un aspecto que destaca es que esta dimensión es prácticamente la única

donde el nivel de ingresos no marca diferencias importantes, denotando así que la consideración de las normas de urbanidad como aspectos constitutivos del respeto –o bien el ‘respeto a las formas o modos’–, es un aspecto transversal a los distintos grupos socioeconómicos, y que sus diferencias se deben a aspectos valóricos que se presentarían con independencia del nivel de ingresos.

3.2.2 “Orden y Patria” Un segundo índice que se construyó fue ‘orden y patria’, que sintetiza dos ítems con alta correlación en la respuesta ‘falta de respeto grave’:

- No pararse cuando se entona el himno nacional - Que las personas se manifiesten en las calles, impidiendo el tránsito o la

circulación normal.

Pese a sintetizar sólo dos aspectos, el índice es sumamente indicativo sobre las distintas nociones de respeto presentes en nuestro país, puesto que segmenta de manera muy clara a la población al cruzarla por las variables de corte más importantes para la presente investigación.

4.4

37.4

58.2

6.5

47.2 46.3

10.2

55.7

34.1

OBSERVANTE NO-OBSERV AGNOSTIC

Gráfico 13: ÍNDICE DE "FALTAS A LA URBANIDAD", SEGÚN RELIGIOSIDAD (%)

NO ES FALTA NO GRAVE GRAVE

Page 42: Estudio Respeto y cultura democrática Parte I

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Por edad (gráfico 14), se ve que estas situaciones de posibles faltas de respeto son consideradas como faltas graves por la gran mayoría de las personas mayores de 45 años (78,9%), y que dicha alternativa de respuesta es cada vez menos importante para los segmentos de menor edad. En contraste, las alternativas ‘no es falta de respeto’ o ‘es una falta de respeto poco grave’ son más relevantes para el grupo más joven, y su importancia va disminuyendo a medida que se avanza hacia los tramos de mayor edad. Vale decir, para los más jóvenes el respeto se asocia en un grado mucho menor al orden social y a nociones patrióticas tradicionales, mientras que para las personas mayores dichos aspectos serían notoriamente más importantes al momento de considerar la práctica del respeto –o su ausencia–.

14.2

41.2 44.6

5.4

29.5

65.1

4.8

16.3

78.9

18 A 34 35 A 44 45 Y MAS

NO ES FALTA NO GRAVE GRAVE

6.0

24.0

69.9

6.0

33.2

60.8

22.7

34.1

43.2

OBSERVANTE NO-OBSERV AGNOSTIC

Gráfico 15: ÍNDICE "ORDEN Y PATRIA", SEGÚN RELIGIOSIDAD (%)

NO ES FALTA NO GRAVE GRAVE

Gráfico 14: ÍNDICE "ORDEN Y PATRIA", SEGÚN EDAD (%)