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ESPEJISMO LOUISE COOPER
1
Para mi madre, Pat,
que me explicaba historias fantásticas,
y que abrió mis ojos a la curiosidad.
Por ella empezó todo.
Edición digital de Laura
Revisión de urijenny
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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INDICE
1…………...………………………………..003
2…………...………………………………..017
3…………...………………………………..034
4…………...………………………………..049
5…………...………………………………..065
6…………...………………………………..079
7…………...………………………………..094
8…………...………………………………..108
9…………...………………………………..119
10…………...………………………………131
11…………...………………………………144
12…………...………………………………155
13…………...………………………………168
14…………...………………………………189
15…………...………………………………207
16…………...………………………………226
17…………...………………………………244
18…………...………………………………260
19…………...………………………………277
20…………...………………………………296
Epilogo.…………...………………………..280
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Capítulo 1
¿Estás despierto? ¿En la obscuridad y el silencio?
¿Tienes ojos para ver y orejas para oír? ¿Tienes manos que se extienden y se
agarran al vacío?
¿Eres capaz de sentir? ¿Y de saber lo que son el odio, la soledad, el amor, la
desesperación?
¿ESTÁS VIVO?
Sí; estás vivo. Sientes cómo circula la sangre por tus venas y puedes contar los
sordos latidos de tu corazón. Y sabes que, después de lo que pudieron ser
siglos de espera, de un letargo sin sueños, sin memoria ni identidad, existes. Y
aunque nada hay aún que tus sentidos puedan asir, algo se aproxima. Cada vez
está más cerca, como una pesadilla recordada a medias, que tira de ti y te
llama, exigiendo ser escuchada.
Tú no quieres contestar. No puedes dar nombre a ese instinto que te impulsa a
dar media vuelta y echar a correr, temeroso. Pero está ahí y es fuerte. Sin
embargo, no tienes manera de resistirte al apremio o escapar de él y eso que
te llama, te toca ya, te ata, te arrastra inexorablemente hacia delante...
...para darte entrada, en cegadora agonía, en un mundo donde existes con
súbita violencia..., y donde tu primera aceptación de la vida es un prolongado
grito de auténtico terror.
–¡Despierta!
La voz era clara, vigorosa, y exigía obediencia. Habló tan cerca de su oído que
él se estremeció y sus músculos se contrajeron bruscamente a causa del
desacostumbrado movimiento.
Necesitó unos segundos para darse cuenta de que aquella voz era femenina.
– ¡Despierta!
La voz se hacía más impaciente.
–Respiras... Vives... Sé que puedes oírme, y no conseguirás nada fingiendo no
entenderme. ¡Abre los ojos!
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Él parpadeó, pero tuvo que volver a cerrar los ojos de inmediato, porque un
resplandor insoportable le paralizaba la mente. Emitió un sonido mitad grito y
mitad quejido de protesta, y su invisible acompañante suspiró.
–Bien, muy bien... ¡Espera!
Un débil siseo.
– ¡Vaya! El brasero se ha apagado, y si la luz de la Luna te ciega, de poco has de
servirle al hombre o a la bestia, y puede que la Hechicera nos condene a todos
a la locura. ¡Mírame!
Él no hizo caso, Distraído por el sonido de su propia voz y sorprendido ante su
desconocido timbre, tenía la mente muy alejada.
– ¡Abre los ojos, siervo!
Asombrado a causa del frío enojo con que le hablaban, obedeció
instintivamente. Ella se hallaba a menos de dos pasos de donde él yacía,
iluminada por un glacial y denso rayo de luz. Una espesa melena rubia
enmarcaba un rostro angular que, aunque todavía joven, presentaba severos
surcos. Los ojos, que le miraban sagaces y con firmeza, tenían el color grisáceo
de un mar hostil, y la negra e informe túnica que llevaba la mujer era tan fina,
que a través de la tela destacaban las formas de sus senos.
La mujer le miró con dureza, y sus ojos se entrecerraron.
–No eres todavía lo que debieras ser... Pero no importa. Es igual. Y ahora...
¡escucha! Soy Simorh, y la primera lección te enseñará a obedecerme.
¡Siéntate!
Notó que había fuerza en sus brazos... Poco a poco se incorporó y,
desconcertado, movió la cabeza para ver lo que le rodeaba. Parecía
encontrarse en una cámara construida a base de toscos y pesados bloques de
piedra húmeda, de los que goteaba el agua. La gélida luz, que penetraba por
arriba, apenas le permitía hacerse una idea de las dimensiones de la cueva,
pero tuvo la impresión de que era vasta: un triste lugar de sombras y ecos.
Cierto olor que identificó como agua de mar y algas putrefactas llenaba el
ambiente, y en el umbral de su capacidad auditiva percibió un sordo y rítmico
jadeo, como si un monstruo durmiera y respirara inquieto al otro lado de la
obscura pared.
Se estremeció y miró su cuerpo. Se hallaba echado en un saliente de roca
recubierta de lapas, y estaba desnudo. Le extrañó su propio aspecto. Poseía un
cuerpo robusto y bien proporcionado, pero extraño. Volvió a mirar a la mujer,
inquieto, e intentó que su garganta formara unas palabras.
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– ¿Qué sitio es éste?
Parecía absurdo, pero no fue capaz de formular la pregunta que en realidad
deseaba hacer.
–El antiguo templo.
Eso no significaba nada, y él frunció el entrecejo, tratando de asimilar lo poco
que sabía. La mujer era Simorh. Era lo que le había dicho. Conocía su nombre,
pero...
De pronto cristalizó en él la pregunta buscada, y con ella le invadió un miedo
angustioso.
–Mi nombre –murmuró, y el temor tiñó su voz al producir ésta un súbito y más
profundo eco en la cueva–. ¿Cuál es mi nombre?
La mujer esbozó ahora una débil sonrisa, no exenta de desprecio.
–Tú no tienes nombre. No lo necesitas, porque no eres nada, aparte de lo que
yo he querido crear.
De momento, él no entendió el sentido de la frase. Luego...
– ¿Tú...?
Simorh rió con aspereza.
–Eres lento de comprensión, amigo. Te lo diré claramente: ¡yo te he creado! Tú
me debes toda tu existencia, y sólo por eso ya me debes gratitud.
–Pero necesito un nombre.
Fijó la vista en el frío rostro de la mujer, y a sus ojos asomó la súplica.
– ¿Lo necesitas? –repitió Simorh, impasible–. ¿Para qué?
–Porque existo. ¡Sé que existo! Por favor: ¡dime quién soy!
–No tienes identidad. Si te he llamado a la vida, es porque me hace falta una
criatura como tú. Debes llevar a cabo una función, y ésa es tu única utilidad.
Aparte de eso, no vales absolutamente nada.
El temor se acrecentó en él, mezclado con dolor, pero, aunque deseaba
protestar, no encontraba argumentos con que hacerlo. En su mente no había
recuerdos; para él no existían pasado ni identidad. Era como si fuese un recién
nacido y, sin embargo, no se sentía del todo extraño en el mundo. Conceptos
como el Sol, la Luna, la Tierra, el mar y el cielo le resultaban familiares.
Conversaba con aquella mujer de mirada gélida en su misma lengua, y reconocía
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incontables puntos de referencia en lo que le rodeaba. Vivía, y nada le faltaba.
Sin embargo, le era negado hasta el mínimo indicio acerca de quién o qué era.
Se llevó una mano a la cara y notó la forma de los huesos debajo de la piel y la
carne.
– ¿De qué color son mis ojos?
Los labios de Simorh se curvaron ligeramente.
– ¡No seas ridículo! Eso no tiene importancia.
– ¡Para mí, sí! Quiero saber cuál es mi aspecto... ¡Necesito conocerme!
–No tienes nada que conocer –dijo ella con dureza–. No eres más que una
sombra, una creación de la magia. De mi magia. Y podría destruirte tan
fácilmente como te creé –añadió con una desagradable sonrisa–. En
consecuencia, si valoras la vida que ahora posees, harás lo que yo te mande y no
formularás más preguntas tontas. Tenlo siempre en cuenta, y nos llevaremos
bien.
De manera curiosamente disociada se le ocurrió que podría haberse levantado
del saliente de roca y, con un solo paso, acercarse a Simorh para desnucarla
con sus manos. Pero tal pensamiento fue fugaz, y quedó reprimido por el mismo
impulso que le aconsejó no discutir más con aquella mujer. Si lo que Simorh
había dicho era cierto –y él no tenía modo de averiguarlo–, sería un disparate
ponerla a prueba. Por poco que valiera su vida, sin duda era preferible al
olvido... Se mordió distraídamente el labio y, sorprendido ante el pequeño
dolor, repitió el experimento. Simorh le observaba con una expresión que podía
interpretarse como inquietud o como desprecio. De repente dio media vuelta y
se internó en las sombras.
– ¡Toma! –Le dijo entonces con una voz que, desde la distancia, sonaba hueca–.
¡Ponte esto! Llevamos aquí demasiado rato, y también un fruto de la magia se
puede ahogar. Hemos de emprender el camino.
Y, mientras hablaba, le arrojó un objeto obscuro e informe. Era una capa lo
suficientemente larga para cubrirle desde los hombros hasta los pies, y él la
manoseó indeciso.
– ¿Adónde vamos?
–A Haven. ¡Pero no empieces de nuevo con tus preguntas, maldito!
¡Simplemente, date prisa!
Él se echó la capa alrededor de los hombros, con gesto torpe, y ante la prisa
que la mujer demostraba, bajó del saliente de roca y se dispuso a seguirla.
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El agua, tremendamente fría, le lamió los tobillos. Dirigió la vista hacia abajo y
vio cómo se movía, obscura y nauseabunda, en perezosos remolinos orlados de
una desagradable espuma.
–Ha subido la marea.
Simorh avanzaba ya hacia una abertura en la pared de roca, y el joven se dio
cuenta de que era una puerta. Unos peldaños relucían detrás, a la enfermiza
luz.
–En la pleamar, esta cámara se inunda hasta el techo –explicó Simorh–, de
manera que nos queda poco tiempo. No me he arriesgado a destruirme a mí
misma para presenciar cómo te engulle el mar antes de que puedas llevar a
cabo tu tarea. ¡Espabílate –agregó con una de sus severas miradas–, o te haré
seguirme a la fuerza!
El olor salobre del mar se hacía más intenso..., y al no saber de qué fuerza se
valdría la hechicera, y no teniendo él ni el menor deseo de averiguarlo, la siguió
hacia la abertura. Las embravecidas aguas chapaleaban alrededor de sus pies
con un leve y furtivo sonido... Por fin hubieron atravesado el vano y dejaron
atrás la caverna que lentamente se inundaba.
La escalera era estrecha, y los peldaños estaban gastados y resbaladizos, pero
la seguridad con que se movía Simorh le inspiró confianza a medida que subían
en dirección a la fuente de luz. El tramo de escalera era corto. Llegaron arriba
y, arrimando el cuerpo a la pared de roca, la hechicera hizo una señal para que
él la siguiera, antes de desaparecer en una angosta grieta por la que se
filtraba la escasa claridad. Durante unos momentos, mientras la fría negrura
de la piedra parecía oprimirle, tuvo una alarmante sensación de claustrofobia,
como si estuviera siendo engullido y digerido por una bestia de piedra viviente.
Aspiró profundamente, obligándose a mantener las manos pegadas a sus
costados y a no empujar de manera frenética e inútil las asfixiantes paredes, y
cuando salió de la fisura dando traspiés en pos de Simorh, emergió a un paisaje
nocturno que por poco le hizo morderse la lengua a causa de la impresión.
Se encontraba en medio de un lecho de cascotes y escombros, rodeado de las
elevadas y esqueléticas ruinas de lo que en otro tiempo debió de ser una
maciza construcción. Astillados pilares de piedra penetraban cual cuchillos en
el cielo verdinegro, podridos ventanales se abrían ciegos a la obscuridad, y las
lapas y las algas cubrían los viejos arbotantes, dándoles extrañas y retorcidas
formas. Y en el centro de las ruinas destacaba una gibosa e informe plancha de
roca, surcada de venas de increíble color, que incontables siglos atrás debió de
ser posiblemente un altar votivo.
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Un viento frío y sinuoso murmuraba entre las quebradas piedras, y bajo su
sonido se percibía un quejumbroso susurro que crecía y menguaba a un ritmo
mesmérico. El mar... Había sal en el aire, sal hiriente en las ventanas de la
nariz del joven, que se estremeció al verse asaltado por una inquietante
sensación de recuerdo.
– ¡Date prisa! –Resonó la imponente voz de Simorh entre los destrozados
muros–. ¡Nos queda poco tiempo!
A la gélida media luz, aquella mujer habría podido parecer insubstancial de no
ser por el broncíneo resplandor de sus cabellos. Le llamó con gestos rápidos y
extrañamente faltos de gracia, y él echó a andar tras ella, como pudo, entre
los escombros.
Pero se detuvo, de pronto, al verse envuelto en un chorro de luz helada.
El enorme y agujereado satélite que giraba alrededor del mundo se había
escondido detrás de uno de los escasos muros todavía en pie, pero al moverse
él, quedó en su campo visual: un solitario ojo gris plateado y triste que le
miraba a través del mellado marco de una ventana arqueada. El hombre
permaneció atónito, devolviéndole la mirada al satélite a la vez que le invadía
una sensación de terror. Al instante, Simorh apareció a su lado y le tiró de la
manga con furia.
– ¡Date prisa! ¡Muévete de una vez, maldito! ¡Tenemos que irnos!
El esplendor de la Luna se rompió. Meneó él la cabeza, miró a la mujer y vio
reflejado en sus ojos el enfermizo color del satélite. Por un motivo que no
acababa de comprender, la mirada de Simorh le hacía retroceder, pero él
respondió a sus prisas y, atropelladamente, dejaron atrás los escombros para
salir por fin a una estrecha playa de guijarros, cuya orilla era besada por un
liso mar de color de hierro.
Simorh se detuvo a tomar aliento y, luego, miró por encima del hombro la
monstruosa Luna que, ahora que habían abandonado las ruinas, pendía solitaria
en el cielo nocturno.
– ¡Aprisa! –Dijo con más dulzura–. Pronto estará inundada la playa. Hemos de
llegar a tierra firme antes que la marea.
La estrecha franja representaba una escasa protección contra la arrolladora
marea. Pequeñas olas orladas de blanco la lamían ya, empapando la inestable
masa de pizarra y guijarros. Simorh avanzó a lo largo de la orilla mientras el
viento parecía querer arrebatarle la túnica y ésta la envolvía de manera casi
etérea. Nuevamente, él creyó no tener elección, y la siguió. El suelo era
resbaladizo, cambiante y traidor, aunque las lisas piedras resultaban menos
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dolorosas para los pies que los escombros de las ruinas. A su izquierda, el mar
se extendía sin límite hasta un hostil y lejano horizonte. Después de una
primera mirada, prefirió mantener la vista apartada de él. A la derecha, unos
farallones de poca altura, casi desmoronados, se escondían tras una tenue
neblina, y la marea fluía entre ellos y la tierra firme cual lento río. Delante, la
niebla parecía más densa y escondía la desconocida meta a la que Simorh le
conducía, si bien el joven había vislumbrado una elevación entre los
desmigajados riscos, así como el engañoso parpadeo de una luz muy distante.
De repente, un violento temor volvió a apoderarse de él. Sentía que avanzaba
hacia algo que no entendía ni deseaba, pero con lo que debía enfrentarse.
Intentó llamar a la maga, que de momento era su único punto de referencia en
tan misterioso mundo, pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta.
Susurraba el viento y el mar se había apaciguado. Si no quería ahogarse, sólo le
restaba seguir a la mujer.
Simorh se detuvo y miró hacia atrás, pálida como un cadáver bajo el
resplandor de aquella triste Luna.
– ¡Date prisa! –repitió con una voz que casi se perdió en la inmensidad de la
noche. Él se ciñó la capa al cuerpo y echó a andar detrás de ella con toda la
rapidez posible.
La franja de guijarros terminaba en un suave descenso hacia la arena de una
amplia bahía desierta. Al otro extremo, los riscos se convertían en poderosos
farallones, y la playa –allí todavía libre de la creciente marea– se alargaba
hasta una lejanía difícil de calcular. Simorh se detuvo otra vez para esperar a
que la alcanzara, y luego levantó un brazo señalando tierra adentro.
– ¡Por ahí!
Y emprendió el camino sin aguardar respuesta, como si no estuviera dispuesta
a permanecer más tiempo del estrictamente necesario sobre la fina y blanca
arena. Él la siguió, ahora ya fatigado, y a través de la reptante niebla divisó de
nuevo el inestable resplandor de unas luces semejantes a fuegos fatuos, allí
donde la arena volvía a ceder el paso a las rocas. Súbitamente, el joven se dio
cuenta de que no se acercaban a una desnuda pared de roca, sino a una absurda
confusión de muros y edificios labrados en la misma piedra, que se extendía
hacia la cumbre de los farallones. Los extraños fuegos fatuos no eran nada
sobrenatural. Se trataba, sencillamente, de las luces de la puerta de la ciudad.
Pero aquella comprobación no le tranquilizó.
– ¡Aprisa! –Le gritó Simorh nuevamente, con una voz transformada por la
niebla, que reducía su figura hasta convertirla en poco más de una obscura
sombra–. ¡La Hechicera se está ocultando!
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La Luna se había deslizado cielo abajo y ahora asomaba amenazadora por
encima de los riscos, envuelta en la bruma y rodeada de un enfermizo halo. Su
luz confería al conjunto un tono frío y acerado, y el joven volvió a apartar la
vista, angustiado.
Simorh aguardó a que él le diera alcance y, de pronto, le agarró el brazo con
una fuerza que le dejó asombrado. Sus uñas se hundieron en el bíceps del
joven mientras decía sibilante:
– ¡Cuando yo te dé una orden, espero que la obedezcas! No lo olvides... ¡No te
atrevas a olvidarlo!
Él la miró sin hablar, y Simorh dio media vuelta con un gesto de exasperación,
pero no sin que, antes, el hombre hubiese descubierto el temor que se
escondía detrás de la aparente cólera de aquellos ojos. Continuaron en
dirección a la ciudad, y la suave arena dio paso a unas desperdigadas rocas.
Esas rocas eran diferentes, sin embargo: de bordes lisos, como si hubieran
sido labradas por mano humana... y de repente comprendió que formaban el
inconfundible perfil de un muro roto.
Una súbita sensación de náusea le obligó a detenerse y alargar el brazo para
tocar las corroídas piedras. Habían sido labradas, aunque siglos atrás, y entre
los sillares aparecían restos de pizarra. Tragó saliva cuando el fragmento de
un recuerdo pasó fugaz por su mente para perderse en el acto.
–Las piedras...
Habló casi antes de darse cuenta, y Simorh se volvió como si alguien la hubiese
azotado.
–No son... naturales –agregó él.
El rostro de la mujer no resultó lo suficientemente visible como para leer su
expresión, pero todo su cuerpo se tensó.
–No –dijo con sequedad–. No son naturales.
–Entonces...
Simorh le interrumpió bruscamente.
– ¡Al diablo, tú y tus continuas preguntas!
Una chispa de rebelión se encendió en él, que insistió tenaz:
– ¡Quiero saberlo!
La mujer guardó silencio durante unos momentos, y luego dijo con rudeza:
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– ¡Está bien! Si es preciso... Hace nueve años, la marea subió dos veces en una
noche, sin que hubiese bajamar. Quizá se redujera algo, pero no se llevó la
arena que había traído... Estás caminando sobre la tumba de más de media
Haven y sus habitantes.
Él palideció, y rápidamente retiró la mano de la fría piedra. La boca de Simorh
esbozó una sonrisa burlona, y la niebla formó detrás de ella lo que, en la noche,
parecía un ejército de fantasmas.
–Tal vez comprendas, ahora, por qué no me gusta permanecer aquí.
Asintió, sin saber qué contestar. Pero de pronto la arena empezó a quemarle
los desnudos pies, y aceleró el paso.
Haven –o lo que quedaba de la ciudad– se hallaba protegida por una elevada
muralla de arenisca en la que se abría un amplio arco. Dos faroles ardían con
luz verde al amparo de unas pequeñas hornacinas, y al pasar ellos dos por el
arco, el hombre pudo dar el primer vistazo a la población que, quisiera o no, iba
a ser su hogar.
Haven constituía un confuso desparramo de edificios bajos, retorcidas calles y
diminutas plazas que antes se dirían crecidos allí que abiertos en la roca que
les servía de base. Por ambos lados le miraban, ciegas, las casas de
resquebrajadas ventanas que bordeaban los sinuosos y empinados callejones.
La bruma serpenteaba a su alrededor como si fueran manos de fantasmas,
disfrazando las sombras para crear misteriosas formas que fluctuaban y
desaparecían antes de que pudieran ser vistas con claridad. No se oía más
ruido que el que producían sus quedas pisadas, ni había otra señal de vida,
humana ni de otro tipo. La quietud y la desolación eran intensas y espectrales.
A medida que ascendían por la ciudad, la sensación de inexplicable miedo que
pesaba sobre el hombre desde el momento en que Simorh le arrastrara a este
mundo entre gritos, se hacía más fuerte pese a que no encontraba motivo para
ello.
Las preguntas se agolpaban en su mente, pero no osaba formularlas.
El hombre trató de verse reflejado en todas las ventanas ante las que pasaba,
pero no había ni una sola que no estuviera firmemente cerrada, como si los
ocupantes hubiesen abandonado sus moradas largo tiempo atrás, dejándolas a
merced del viento y la lluvia.
O como si temieran a la noche... Contemplaba inquieto una de las semi-
desmoronadas casas cuando descubrió que, delante de ellos, la calle terminaba
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en una escarpada muralla varias veces más alta que él. Levantó la vista y sólo
pudo distinguir la silueta de tres altas torres situadas al otro lado del muro,
antes de que una profunda sombra impelida a través del cielo borrara la escena
para sumirla en la obscuridad.
–La Hechicera se ha ocultado. Sígueme enseguida por aquí.
Simorh torció hacia una estrecha puerta abierta en la pared y alzó la aldaba.
La puerta se abrió y entraron por ella. Varios peldaños conducían a una negrura
envuelta en la niebla como en un sudario, y siguieron adelante. Parecían
hallarse en un jardín, pero la pobreza del suelo y el incesante azote del aire
cargado de sal inutilizaban los esfuerzos del jardinero. Las flores y los
arbustos eran escasos y enclenques. De cuando en cuando, un florido macizo
destacaba pálido en medio de la obscura maraña, e incontables plantas muertas
o moribundas cruzaban su sendero. Al término de los peldaños se vieron
delante de un edificio alto, con ventanas y apenas iluminado, que por cada lado
se adentraba en las sombras. Ahora se distinguían perfectamente las tres
torres que antes divisara el hombre desde la calle, y a éste ya no le cupo duda
de que, en cualquier caso, aquel lugar era la sede del poder en Haven.
Simorh empujó con la mano el arqueado portón, que se abrió silencioso para
descubrir detrás un amplio vestíbulo solado y techado con piedra veteada de
azul, verde, ámbar y plata. De las paredes pendían grandes tapices que un día
habrían sido rojos y anaranjados y amarillos, pero que ahora, por efecto de los
años y del deterioro, estaban descoloridos y raídos.
La mujer avanzó hacia un tramo de escaleras de piedra que, a la derecha del
vestíbulo, ascendía en espiral hasta perderse en la obscuridad. Le faltaba poco
para llegar allí, cuando en los peldaños sonaron unas pisadas y, momentos
después, apareció un hombre.
Se detuvo al verles, y su expresión fue la de asombro al mirar primero a
Simorh y luego al joven que la seguía.
–Princesa... Yo... nosotros no esperábamos...
Contempló de nuevo al desconocido y se lamió los labios con gesto de confusión.
Era un hombre recio, de barba y cabellos rubios, quizás unos quince años mayor
que Simorh. Y se veía que era un guerrero: su macizo cuerpo era puro músculo,
y aunque su vestimenta –camisa suelta y calzón, con un largo manto de lana por
encima– podía sugerir una vida indolente y confortable, la daga colgada de la
cadera indicaba lo contrario.
–Vaoran... –dijo Simorh con mirada fría–. Estabas equivocado. Todos lo
estabais. ¡Lo conseguí!
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–Sí... –los azules ojos de Vaoran se llenaron de inquietud, y su lengua recorrió
nuevamente los labios–. Parece ser, señora, que quienes dudamos os debemos
ahora una disculpa. Yo, desde luego, deseo ofrecérosla de todo corazón.
Simorh asintió con cansada dignidad.
–Tu disculpa es aceptada. Gracias. Haz el favor de informar de mi regreso al
príncipe DiMag y...
El rostro del guerrero se ensombreció inmediatamente.
–El príncipe DiMag se ha retirado a sus habitaciones, señora, dando órdenes
estrictas de que no se le moleste.
– ¡No seas ridículo, Vaoran!
La boca de Simorh formó una severa línea.
–Con todos mis respetos, princesa, pero no soy quién para discutir o
desobedecer las órdenes del príncipe. ¡Creed que lo siento, señora!
Simorh se envaró al oír la respuesta de Vaoran. Extrañado, el ser por ella
creado esperaba una reacción violenta, pero no se produjo. Por el contrario, los
hombros de la mujer se hundieron con un gesto de derrota, si bien en la
manera en que echó la cabeza hacia atrás hubo cierto orgullo.
–Muy bien. Si ésas son vuestras instrucciones, no vamos a discutirlas. Espero
que puedas hacerme el favor, en cambio, de mandar conducir a nuestro nuevo
huésped a la Torre del Amanecer, y de avisarme tan pronto como el príncipe
despierte por la mañana.
– ¡Desde luego, señora! –respondió Vaoran con una reverencia.
Luego lanzó otra mirada breve e insegura al desconocido.
–Llamaré aun criado –agregó.
–Y una advertencia, Vaoran. Este hombre hace preguntas. No se te ocurra
responder a ellas, o... yo, personalmente, seré responsable de las
consecuencias.
Con un último vistazo al ser creado por ella –que parecía constituir más una
amenaza que una bendición–, se encaminó rápidamente a la escalera de caracol
antes de que ninguno de los dos hombres pudiese pronunciar palabra.
Simorh subió aprisa, consciente de su derrota e intentando apartar de su
memoria, en la medida de lo posible, los postreros minutos. Comprobar que,
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precisamente hoy, DiMag le impedía acudir a su presencia, resultaba muy
amargo e incluso doloroso.
Estaba enterado de lo que ella intentaba hacer y del riesgo que eso
representaba. Sin embargo, rehuía su presencia.
Una vez en lo alto de la escalera, enfiló un corredor en dirección a la más
lejana de las tres torres del castillo, donde se encontraban sus aposentos
particulares.
Aún le quedaban otros estrechos peldaños que vencer, para llegar hasta allí. A
intervalos habían colocado lámparas sujetas a unas cadenas colgantes, en
esfera de su retorno. Al menos había alguien que todavía tenía fe en ella.
Simorh continuó la subida sin detenerse a contemplar, desde las angostas
ventanas de la torre, el vertiginoso panorama de la ciudad y la línea de la
costa. Finalmente alcanzó la blanca puerta, en la que había un ojo pintado.
Apenas hubo tocado su mano la aldaba, cuando la puerta fue abierta por
dentro y, en medio de la obscuridad reinante en la estancia, apareció el
delgado rostro de una muchacha, con rasgos de duende, y aparentemente muy
nerviosa.
– ¡Princesa!
Alivio y ansia animaron la voz de la jovencita y, cuando Simorh entró en el
umbrío aposento, cayó sobre una rodilla y besó el dobladillo de la fina túnica de
su señora.
La soberana le dedicó una triste sonrisa.
– ¡Levántate, Falla! No necesito tantas formalidades. ¿Está Thean?
–Sí, señora.
Falla se apresuró a encender una lámpara, y un cálido resplandor surcado de
suaves sombras dio vida a la estancia.
–Las dos velamos por turnos, como vos ordenasteis.
La joven hizo una pausa y miró atrás, con los enormes y negros ojos
enmarcados por su pálido rostro y un corto y obscuro cabello.
– ¡Me siento tan feliz de veros a salvo! –añadió.
«Quizá no lo seas tanto, cuando esto haya pasado», pensó Simorh, pero se
limitó a hacer un gesto afirmativo y dijo:
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–Gracias, Falla. Ve en busca de Thean y explícale que vuestra guardia ha
terminado. Estoy muy fatigada...
La muchacha desapareció en un arco cubierto por una cortina y regresó a los
pocos momentos, seguida de Thean.
La segunda protegida de Simorh era rubia y más alta que su compañera, y sus
azules ojos, normalmente vivaces, se veían ahora opacos y con las pupilas
dilatadas por efecto del incienso narcótico que había ayudado a las dos
jóvenes a mantener su vigilia.
– ¡Princesa!
Como Falla, Thean se arrodilló y besó el borde del ropaje de Simorh. Pero, al
contrario que su compañera, tuvo el valor suficiente para formular la pregunta
que bullía en sus mentes.
– ¿Ha salido todo bien?
A Simorh, los miembros le pesaban como el plomo y, en parte por la lógica
reacción y, en parte, por el frío pasado a causa de las poco adecuadas prendas,
la princesa temblaba de modo espasmódico.
Con un esfuerzo, contestó:
–Sí, Thean. Lo he logrado... Está aquí, en el castillo.
Los ojos de las muchachas se abrieron desmesuradamente, y de nuevo fue
Thean la que habló:
– ¡Oh, señora!... ¿Lo sabe ya el príncipe?
«El príncipe no lo sabe, ni demuestra el menor interés», pensó Simorh con
amargura. Había discutido furiosamente con DiMag sobre la conveniencia de
llevar a cabo el plan, y sólo el hecho de que no existía otra solución para vencer
la amenaza que pendía sobre Haven le había proporcionado la reluctante
autorización de DiMag para lo que consideraba imprescindible hacer. Al
príncipe, empero, le costaba ceder, y sin duda se disgustaría todavía más
cuando, a la mañana siguiente, tuviera que enfrentarse cara a cara con su
creación.
Si aceptaba verla...
Era evidente que la angustia de Simorh se notaba, porque las jóvenes
desplegaron a su alrededor unos cuidados comparables a los de dos gatas para
con sus crías. La hicieron pasar por la más baja de las dos puertas que
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comunicaban con las demás habitaciones, subieron con ella otro breve tramo de
escaleras y la condujeron a su alcoba.
– ¿Estáis segura de no necesitarnos, señora? –preguntó Falla estudiando el
rostro de Simorh con preocupados ojos.
–Estoy segura, Falla. Idos. Tenéis bien merecido el descanso.
Esperó a que la puerta estuviese cerrada y los suaves pasos se alejaran
escaleras abajo. Entonces se dirigió a la amplia cama de dosel. Las sábanas
olían ligeramente a sal –todo, en aquel descuidado lugar, olía a la sal del mar,
aunque ella ya estaba tan acostumbrada que apenas lo notaba– y, una vez
acostada, comprobó que casi no tenía fuerzas para taparse con la manta. Del
fuego no quedaban ya más que los rescoldos; la marmita emitía un tenue silbido
y, cuando Simorh apagó la luz, las sombras de rojos bordes aparecieron junto a
su lecho, elevándose sobre ella cual centinelas.
La princesa reflexionó sobre lo conseguido aquella noche y sobre la asustada
criatura que había extraído de la nada para darle vida... También pensó en
DiMag...
Simorh dio media vuelta en la cama y se apretó un puño contra la boca, con el
fin de que sus dos novicias siempre vigilantes, que dormían en la habitación de
encima, no la oyeran sollozar.
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Capítulo 2
El ser creado por Simorh despertó entre gritos una hora antes del amanecer,
atormentado por una pesadilla que sólo se diluyó en las sombras cuando abrió
los ojos. Un involuntario reflejo hizo mover sus músculos, y el hombre saltó del
desordenado lecho, empapado de sudor, y se lanzó tambaleante a través de
aquella habitación circular hasta que sus temblorosas manos encontraron una
puerta. Agarró la aldaba y tiró de ella hasta tener las uñas ensangrentadas,
pero la puerta no cedía.
Al fin, retrocedió. No sabía dónde estaba, pero comprendía, aunque fuese a un
nivel animal, que le habían encerrado. Aún medio atontado por el sueño y por la
pesadilla, se halló de pronto ante una ventana tan estrecha que más bien era
sólo una aspillera, y la impresión producida por el contacto de su piel contra la
fría piedra reavivó su decaído ánimo. Logró hacer memoria y, al mismo tiempo
que se frotaba los ojos, contempló la vista desde el castillo.
La bruma ascendida del mar después de ponerse la Luna, era ahora más espesa
y se extendía cual lechosa capa, resplandeciendo a través de ella la débil
claridad del alba. Muy cerca, una torre asomaba de la niebla, incorpórea y
flotante, y a poca distancia del tejado había una ventana, abierta como la boca
de un idiota, mientras que abajo, muy abajo, el joven creyó distinguir las
fantasmales luces verdosas de la ciudad.
Se retiró al fin del ventanuco, excitado al comprobar que los fragmentos de
sus recuerdos se fundían para formar un cuadro más completo. Estaba
prisionero en lo que quedaba de una ciudad costera llamada Haven. Eso le
constaba. Y había sido traído, mediante las brujerías de una mujer cuyo
nombre era Simorh, y que parecía ser princesa de alguna dinastía allí reinante.
Pero, aparte de estos meros hechos, no sabía nada de sí mismo, ni de sus
orígenes, ni tampoco del mundo en que le tocaba vivir... Si debía creer en las
palabras de la extraña mujer, no había existido en absoluto hasta la noche
anterior.
Afirmaba ella ser su creadora, y él no tenía con qué contradecirla.
Sin embargo, en su interior vibró una cuerda... Quizá no tuviese nombre ni
memoria, pero no se consideraba algo nulo. Muy escondida dentro de sí,
aleteaba una propia identidad que Simorh no había creado, y con la que no
habría de poder. Estaba seguro de ello, y esa seguridad le enfurecía y
asustaba a la vez. Necesitaba descubrir la verdad, pero... por lo poco que había
conocido a la gente de Haven, nada averiguaría a través de ella.
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Eran demasiadas las facetas, en su mayoría desagradables, para que él pudiese
hacerles frente. Además se sentía terriblemente cansado y ansiaba dormir
más, libre de los angustiosos sueños que le habían martirizado durante la
noche. Al menos tenía un cobijo caliente; vivía y, aunque de manera un tanto
rara, prosperaba. Lo más conveniente para él sería, a no dudarlo, resistir de un
modo u otro hasta que pudiera averiguar algo referente a sus circunstancias.
Volvió a tenderse en la cama y se tapó con la vasta pero práctica manta. Un
ligero olor a mar penetró en su nariz, como si el peso y el calor de su cuerpo
hubiesen contagiado al ambiente un cierto aire marino. Aquel efluvio ya le
resultaba familiar y confortante, aunque frío, y cerró los ojos con una pequeña
sensación de alivio. Le invadió pronto el sueño, y esta vez ya no tuvo pesadillas.
Cuando despertó de nuevo, la pálida madrugada había dado paso al pleno día, y
una apagada luz, carente de color, bañaba la estancia. El hombre se incorporó,
tuvo perfecta conciencia de dónde estaba y recordó el despertar previo, que
le había hecho decidir no volver a caer en la misma desorientación y en el
pánico. Respiró profundamente varias veces y las contó. Luego, ya más
calmado, bajó de la cama.
La ventana era un simple rectángulo blanco. La niebla se había espesado, a
medida que avanzaba la mañana, y la luz que se filtraba era tan débil, que
transformaba todas las formas de la habitación en algo irreal. Durante unos
segundos permaneció de pie sobre las heladas losas, sin saber qué hacer. Pero
entonces vio que, mientras él dormía, alguien había entrado en el cuarto,
porque en una silla próxima a la ventana había una camisa de hilo y un par de
pantalones. Tomó las prendas, las tocó y espontáneamente se le ocurrió que...
podrían haberle proporcionado algo mejor.
Tal pensamiento le abandonó tan deprisa como le había llegado, y le dejó
confundido. ¿Qué sabía él de aquella gente..., de sus captores, dicho más
exactamente? En consecuencia, ¿era lógico que se sintiera decepcionado y
hasta cierto punto insultado por la ropa que le daban?
Se encogió de hombros. Si eso formaba parte del rompecabezas, poco podía
importar. El aire era húmedo y cortante, y agradeció tener qué ponerse, ya
fuesen ropas de campesino o de príncipe.
Las prendas le caían sorprendentemente bien, aunque el género de la camisa,
sobre todo, le resultara extraño, ya que le producía una ligera irritación en la
musculatura de la espalda. Encima de la silla encontró asimismo un ancho
cinturón de cuero cuya hebilla tenía la forma de un astro con muchos rayos y
ESPEJISMO LOUISE COOPER
19
cara de gárgola, como una imagen solar grotescamente estilizada. Se lo puso e,
instintivamente, buscó un espejo en que mirarse.
Pero no había ningún espejo en la habitación. Había olvidado la orden dada por
Simorh al musculoso guerrero llamado Vaoran, y ahora la recordó de súbito.
¿Por qué tenía aquella mujer tanto interés en que él no se viera? ¿Tan horrible
era? ¿O acaso temía que su propia efigie le trajera recuerdos que ella prefería
dejar dormidos?
El hombre se llevó unos dedos tentativos a las mejillas, a la nariz, a las cejas...
Por lo que pudo juzgar, en sus rasgos no había nada raro. No halló cicatrices ni
deformidades. Se pasó luego un mechón de pelo por encima del hombro para
verlo: era de un rojo asombrosamente vivo, pero el infrecuente color no
despertó en él ningún recuerdo. Aparte de ese detalle, no sabía en absoluto
cómo era, y si bien dentro de su gran problema no tenía eso la menor
importancia, ahora le interesaba más que cualquier otra cosa.
Se volvió hacia la ventana, preguntándose si el empañado vidrio reflejaría su
imagen, pero antes de que pudiera acercarse más, alguien llamó a la puerta.
Miró bruscamente en aquella dirección, pero la puerta no se abrió. Después de
una pausa, hubo otra llamada. El sirviente, mayordomo o quien fuese, respetaba
más su retiro que el anónimo visitante de la madrugada, y eso le permitió
relajarse un poco.
–Adelante –dijo, con una voz que a él mismo le resultaba todavía extraña, pero
el momentáneo estremecimiento cesó cuando la llave rechinó en la cerradura y
la puerta se abrió al fin.
La niña que cruzó el umbral llevaba un sencillo vestido de hilo y, para
protegerse del frío, se cubría con un grueso mantón tejido. Tenía la cara
pequeña y en forma de corazón. Los ojos, grandes y grises, quedaban
enmarcados por un revoltijo de obscuros bucles. Sostenían sus manos, con
mucho cuidado, una bandeja cubierta, y en sus bracitos brillaban sendas
pulseras. No contaría la chiquilla más de nueve o diez años.
–Buenos días –saludó, con extraordinario aplomo para su edad–. Tú debes de
ser Kyre.
Él contestó perplejo, aunque dominándose cuanto le fue posible:
–Te equivocas, mi pequeña dama. Aquí no hay nadie de ese nombre.
La niña frunció el entrecejo, vaciló, entró en la habitación y, ya muy segura,
depositó la bandeja sobre la mesa que había junto al lecho.
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–No puedo equivocarme. El mayordomo me dijo que te encontraría en la Torre
del Amanecer, que es ésta... –afirmó, a la vez que miraba al hombre con franca
curiosidad–. ¿No eres tú el que fue traído del templo la noche pasada?
Un singular frío pareció apoderarse de las venas del hombre, que asintió sin
darse apenas cuenta de lo que hacía.
–Entonces eres Kyre –dijo la pequeña, retrocediendo un paso o dos para
examinarle mejor, y después sonrió–. Debieras de estar orgulloso de tener ese
nombre. ¿Te gusta?
–No... no lo sé... Se esforzaba él en recordar algo, pero no había nada. El
nombre no le resultaba familiar en absoluto.
–Nunca lo había oído –agregó–. Significa «Lobo del Sol» en la lengua antigua –
explicó la niña–. ¿Conoces la lengua antigua, Kyre?
¿La lengua antigua? El hombre meneó la cabeza.
–No.
–Pues yo sí. Un poco, por lo menos... Mi preceptor dice que se ha perdido tanto,
que nadie volverá a hablarla como es debido. Sin embargo, yo intento
aprenderla. Ky quiere decir lobo, y Re es sol. Kyre...
La chiquilla parecía repetir el nombre porque, simplemente, su sonido le
agradaba, pero ni siquiera aquello sirvió para avivar la memoria del hombre, que
se limitó a devolverle la mirada hasta que ella se echó a reír, muy segura de sí
misma, y sus pálidas mejillas se arrebolaron un poco.
–Mi preceptor también dice que charlo demasiado, como la lluvia cuando cae
por las gárgolas. Lo siento... –parloteó, a la vez que se alisaba el vestido, y
luego, con gran formalidad, le tendió una mano–. Me llamo Gamora –añadió.
–Gamora.
Los dedos de ambos se asieron, y él sintió el deseo de sonreír. Se preguntaba
si aquella niña, con su sorprendente mezcla de ingenuidad e intento de
sofisticación, respondería a lo que él tanto ansiaba averiguar.
– ¿Vives en este castillo, Gamora?
La expresión de la criatura se obscureció.
– ¡Claro que sí!
Era evidente que había esperado que él supiera más acerca de su persona. Por
eso dijo algo picada:
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–Soy la princesa Gamora. Mi padre es el príncipe DiMag de Haven, y mi madre
es la princesa Simorh.
–Tu... ¿Vos?
Durante unos segundos, el hombre creyó no haber oído bien.
– ¿La bru... la encantadora es vuestra madre?
–Naturalmente. Ella y mi padre son primos... Estos matrimonios son
tradicionales. No estás muy enterado de nuestras costumbres, ¿verdad?
El hombre movió la cabeza, incapaz de explicar el efecto que la revelación de
la niña había producido sobre su imagen mental de Simorh. Sencillamente, no
podía ver en aquella bruja de gélida mirada, que le arrebatara de la nada, a la
madre de una chiquilla tan dulce y espabilada. De modo que el príncipe, para el
que Simorh había tenido tan amargas palabras, era su marido... Tal
conocimiento arrojó una cierta luz sobre los motivos que la mujer tenía para
mostrarse tan dura.
–Cuando muera mi padre, el príncipe, yo gobernaré Haven –prosiguió la
pequeña, dándolo por hecho–. Salvo que, entre tanto, me naciera un hermano.
Pero como todo el mundo dice que eso no pasará, seré yo quien gobierne –
añadió con gran candidez en la mirada.
El hombre consiguió vencer la confusión de sus propios pensamientos y advirtió
algo del disgusto que, sólo disimulado en parte, asomaba detrás de las palabras
de la niña.
– ¿No tenéis ganas de gobernar? –preguntó.
Los ojos de Gamora se nublaron cuando ésta respondió:
– ¡No!
– ¿Por qué?
–Porque, entonces, ya no quedará nada que gobernar.
La madurez de semejante declaración hizo vibrar una cuerda en el corazón del
hombre, y le recordó algo que Simorh le había dicho la noche anterior,
mientras caminaban sobre la arena bajo la fría y terrible mirada de la Luna.
Media ciudad se había hundido y ahogado en una sola noche, al producirse dos mareas seguidas sin descender el nivel de las aguas... El espantoso desastre
debía de haber ocurrido casi al mismo tiempo de nacer Gamora.
Temeroso de poner nerviosa a la chiquilla, pero a la vez ávido de averiguar
cosas, el hombre dijo:
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–No entiendo lo que decís, princesa. ¿Por qué no ha de continuar prosperando
Haven?
Durante unos momentos, creyó que Gamora le iba a contestar con franqueza,
mas no fue así. Por el contrario, su cara adquirió una marcada expresión de
disgusto, y los obscuros bucles se agitaron al mover ella la cabeza con energía.
– ¡Tómate el desayuno, Kyre, o se enfriará!
–No habéis contestado a mi pregunta, Gamora.
–No... no puedo.
Los grises ojos de la niña reflejaron brevemente una angustia, pero luego se
calmaron en parte, y volvió a ellos la honestidad infantil.
–No me atrevo... Soborné al sirviente para que me dejara traerte la bandeja...
Si supiesen que he estado hablando contigo, me castigarían. Oí decir –explicó,
después de tragar saliva–, oí decir que no había que contarte nada... Todavía
no, por lo menos. ¡Y ahora come, Kyre, por favor...! ¡Come!
Inmediatamente, él se arrepintió de haber intentado sacar de la niña más de lo
que ésta estaba dispuesta a revelar. Sin más comentarios, destapó la bandeja
y, aunque no tenía apetito, se llevó una agradable sorpresa al ver su contenido:
un plato de pescado al vapor, bien aderezado con algunas hierbas desconocidas
para él y, además, una copa de líquido obscuro, que olía a ricas especias.
Gamora le observó muy seria mientras él, para satisfacerla, vaciaba la copa y
después probaba el pescado. Algo en aquel sabor le pareció familiar, aunque no
pudo localizarlo. Había comido más de la mitad cuando se dio cuenta de que el
apremio de su estómago era superior a la oposición de su mente.
Todavía comía, con la niña sentada muy atenta a su lado, cuando, sin previo
aviso, se abrió la puerta de su habitación circular. Gamora miró por encima del
hombro y, de súbito, se puso de pie con la cara pálida y sólo dos llameantes
manchas rojas en sus mejillas.
Simorh estaba en el umbral. Lucía un vestido de color amarillo obscuro, más
formal que la prenda de la noche anterior, y llevaba el cabello peinado en
complicadas trenzas. Dirigió una mirada indiferente a Kyre y, en cambio, posó
en la hija unos ojos vibrantes de enojo.
–Tendría que haber sabido que te encontraría aquí.
El sarcasmo de su voz hizo enrojecer aún más a Gamora, que sintió tensarse
todos los músculos del cuerpo y miraba hacia delante sin ver, porque no quería
encontrarse con los ojos de la madre.
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Simorh entró en la pieza y dejó la puerta abierta de par en par.
– ¡Fuera de aquí! ¡Vuelve a tus lecciones! ¡Y diles a tu preceptor y a tu aya que
no tienes permiso para salir de tu cuarto¡, aunque hayas terminado la clase.
Gamora adquirió nueva vida, y sus ojos se agrandaron.
– ¡No, madre, os lo pido...!
– ¡Fuera! –repitió Simorh con furia.
La niña huyó. Kyre observó en sus ojos el resplandor de las lágrimas, cuando
salía asustada y, antes de que la encantadora pudiese fijarse en él, le dominó la
rabia y dijo en tono de reproche:
– ¿Se castiga en Haven a los niños por mostrar simple curiosidad?
Simorh se volvió en el acto hacia su persona. Los labios de la mujer formaban
una delgada línea amarga.
– ¡Tú...! –Gritó con severidad–. ¿Qué sabes tú de niños, ni de nada? Además, no
obtendrás de Gamora ninguna respuesta a tus preguntas... Si no contienes tu
dichosa curiosidad, haré mucho más que imponerle silencio a tu lengua...
Parte de la confianza que había llegado a sentir Kyre se evaporó ante la
amenaza de Simorh. Conocía de sobra la fuerza de aquella mujer y, en cambio,
carecía de la suficiente seguridad en mismo para ponerla a prueba. Al menos,
por ahora. Hizo un gesto de conformidad apenas perceptible, y ella le dio la
espalda, alzando los hombros con orgullo.
– ¡Ponte presentable! –ordenó con voz terminante–. Vas a ser conducido ante el
príncipe DiMag, y a él no le gusta que le hagan esperar.
Si la mención del nombre del esposo le causaba algún fastidio, disimuló bien. Y
Kyre contestó, tranquilo:
–Estoy todo lo presentable que puedo resultar con estas ropas.
–Muy bien –dijo Simorh con un sonido de impaciencia en la garganta–. Ven
conmigo, pues. Y... cuando te halles ante el príncipe, debes escuchar sin decir
nada, ¿entendido? ¡No te atrevas a formular ni una sola pregunta, ni a dar una
sola opinión! A nadie le interesa tu parecer, de cualquier forma.
Con estas palabras abandonó la estancia, y Kyre la siguió. Por lo visto, estaba
alojado en lo alto de una de las torres del castillo, ya que la puerta daba
directamente a una escalera de caracol. Simorh descendía a una rapidez difícil
de mantener, y Kyre sólo la alcanzó al pie del tramo. Continuaron por un corto
rellano, antes de bajar nuevas escaleras, hasta que éstas desembocaron, ya
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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más amplias, en un vestíbulo decorado con tapices, el mismo que él viera la
víspera. Simorh no aminoró el paso, pero torció hacia un lado y condujo a Kyre
hacia una doble puerta que se abrió al tocarla ella. Un laberinto de pasadizos le
produjo una profunda confusión hasta que, por fin, un último juego de puertas
–con centinelas esta vez– puso término a su camino allí donde los interminables
corredores se ramificaban y perdían en la obscuridad. Simorh avanzó hacia los
centinelas y ya se disponía a dar perentoria orden de que abriesen las puertas,
cuando sonaron unos apresurados pasos a su derecha. La soberana y Kyre se
volvieron. Era Vaoran.
–Princesa –dijo éste, con una reverencia–. No os propondréis introducir a esta
criatura en el Salón del Trono...
En los ojos de Simorh hubo un relampagueo peligroso.
– ¿Desde cuándo son asunto tuyo mis decisiones?
El rostro del maestro de armas adquirió una expresión violenta.
–Os pido perdón, señora... Pero el príncipe DiMag se halla en una urgente
reunión del Consejo.
La dama suspiró como si tratara con un niño recalcitrante y no demasiado
inteligente.
–Hace una hora, Vaoran, que a través del sirviente personal del príncipe DiMag
recibí el encargo de traerle esta criatura a mi esposo –y añadió en tono
cortante–: Al contrario de lo que algunos creen, la memoria del príncipe nada
tiene de deficiente. En consecuencia, debo deducir que eres tú quien tiene
unas insondables razones para intentar obstaculizarme el encuentro... Espero
estar equivocada –añadió después de una pausa.
Diríase que los hombros de Vaoran se pusieron rígidos, y Kyre dedujo, por la
expresión de su cara, que, pese a su máscara de arrogancia, el hombre tenía
miedo de Simorh.
–No quise ofenderos, señora. Desconocía vuestro acuerdo... Sin embargo –
agregó, con un evidente esfuerzo para enfrentarse con la venenosa mirada de
la princesa–, concluyo que no conocéis las noticias referentes a las patrullas
costeras...
– ¡Como bien sabes, a mí no se me comunica nada de lo que ocurre en este
solitario lugar! –Replicó Simorh con fiereza–. ¡Además, no veo qué relación
pueden tener los informes de las patrullas costeras con mi cita con el príncipe!
–Hace media hora, señora, trajeron un prisionero.
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– ¿Un prisionero?
La ira de Simorh se aplacó de manera perceptible. La tempestad de sus ojos
quedó súbitamente mitigada por una desagradable mezcla de recelo y ansia.
El maestro de armas dirigió una vacilante mirada a Kyre, pero la princesa hizo
un gesto con la mano.
–No importa su presencia. ¡Habla!
Vaoran miró de nuevo al hombre pelirrojo. La actitud de Simorh no había
reducido sus dudas. Sin embargo, no se esforzó en seguir disimulando.
–Fue encontrado cuando la marea era más alta. Estaba herido. El comandante
de la patrulla supone que fue atrapado por una corriente que le estrelló contra
las rocas del cabo situado al norte. Los de su propia especie le abandonaron,
como era de esperar, de modo que la patrulla le trajo a la ciudad.
Simorh asintió.
–Ya comprendo. ¿Dónde está ahora?
–Sometido a interrogatorio. Sólo aguardamos las órdenes del príncipe para
conducirle al salón.
Durante unos momentos, Simorh miró reflexiva hacia las puertas, y luego, para
desconcierto de Kyre, clavó en él unos ojos de indescifrable expresión.
Con voz reposada dijo:
–Condúcenos por la puerta de la guardia de corps, Vaoran. Deseo ver a la
criatura, cuando la lleven ante el príncipe, cosa que, además, puede servir de
saludable lección a nuestro amigo aquí presente.
Al maestro de armas le hizo poca gracia la orden, pero no encontró motivo
para negarse a cumplirla. Con una breve reverencia, respondió:
– ¡Sí, mi señora!
Más pasillos, más confusión... Kyre caminaba detrás de Simorh y de Vaoran,
que daba grandes zancadas. Se dio cuenta de que la escasa iluminación de los
pasadizos se reducía aún más, y de que la atmósfera se hacía tremendamente
húmeda y densa. Al extremo de un obscuro corredor en forma de túnel,
carente de adornos, llegaron a una pesada cortina que Vaoran corrió hacia un
lado para descubrir una puerta baja que se abrió mediante unas bisagras
silenciosas. Al moverse la hoja, Kyre retrocedió instintivamente. Cayó sobre él
la luz procedente del otro lado, mucha luz, y el susurro de unas voces le
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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recordó un mar sombrío y hostil. Todo junto provocó en él, de nuevo, el
asfixiante y molesto olor del miedo.
La primera en entrar en el recinto fue Simorh, que se agachó y desapareció en
la relativa brillantez. Kyre vaciló y estuvo a punto de rebelarse, impulsado por
una intuitiva sensación del peligro que allí le aguardaba, pero Vaoran posó una
firme mano en su hombro y, prefiriendo lo desconocido al contacto con el
maestro de armas, se sacudió la mano de encima y siguió a la princesa, que
permanecía parpadeante en el gran salón de Haven.
El aposento era vasto o, al menos, así lo parecía. Todos los estrechos y altos
ventanales estaban cubiertos por gruesas cortinas, y las lámparas que a
intervalos ardían colgadas de las paredes arrojaban enormes pirámides de
sombras que se fundían a incalculable altura entre pilares de piedra. Las
paredes estaban decoradas con tapices que, como los del vestíbulo inmediato a
la entrada del castillo, no eran más que una triste sombra de lo que en sus
gloriosos días debieron ser. Los años y la humedad les habían robado todo el
esplendor. La construcción del aposento los empequeñecía, del mismo modo que
empequeñecía a las aproximadamente dos docenas de personas reunidas
alrededor de un estrado que se alzaba junto a la puerta tapada por una
cortina.
– ¿Qué es esto?
Una voz de hombre, enojada y con un toque de amargura, cortó los murmullos,
y Kyre miró a su izquierda. Sobre el estrado había un sillón tallado; el sillón
estaba ocupado, y Kyre se encontró por primera vez cara a cara con el príncipe
de Haven.
El sillón presentaba muchos adornos y era un mueble pesado, hecho de una
madera tan vieja que estaba casi petrificada. En el alto respaldo aparecía el
mismo emblema solar que en la hebilla del cinturón de Kyre, y amuletos
semejantes estaban asimismo representados en los brazos. El príncipe DiMag
se hallaba descuidadamente sentado, con una rodilla levantada y ambas manos
agarradas a los brazos del sillón. Era más joven de lo que Kyre había supuesto,
de constitución ligera, y sus despeinados cabellos tenían el mismo color de
trigo dorado que los de Simorh. Vestía calzón carmesí y camisa de anchas
mangas, muy ceñida a la cintura y profusamente bordada con hilo de oro. Las
prendas eran viejas, y se diría que el príncipe había dormido con ellas.
De pronto, DiMag fijó sus inteligentes pero coléricos ojos castaños en Kyre,
mirándole con una mezcla de curiosidad y resentimiento. Detrás del trono,
otros doce o quince hombres observaban igualmente al recién llegado con
gesto hostil.
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– ¿Qué es esto? –repitió el príncipe.
Una de sus manos se movió en dirección a la empuñadura de la maciza espada
que colgaba envainada de su costado, en un gesto típico de guerrero, y entre
esto y su tono de voz, Kyre se excitó y sintió una furiosa necesidad de
desafiar al soberano por su arrogancia. Pero Simorh dio un paso adelante y le
apartó sin demasiados miramientos.
–Le he puesto el nombre de Kyre –dijo, añadiendo en voz más baja pero
cortante–: Afirmé que lo conseguiría, ¡y así fue!
DiMag frunció el entrecejo.
–Ya lo veo. ¿Cómo se os ha ocurrido traerle aquí en este momento?
La boca de Simorh se redujo a una estrecha y severa línea.
–Vos me ordenasteis venir, DiMag, y dijisteis que le trajera. Si después disteis
contraorden, ésta ya no me llegó.
Los hombres situados detrás del trono menearon la cabeza ante la dura
respuesta de la princesa, y uno o dos emitieron, entre dientes, siseos de
desaprobación. DiMag clavó la vista en su mujer, por unos instantes, y la súbita
tensión producida hizo comprender a los presentes que ninguno podría
anticipar su reacción. Simorh mantuvo su desafiante actitud y,
repentinamente, el príncipe aflojó el puño que tan apretado tuviera y esbozó
una desafortunada sonrisa en la que había poco humor.
–Bien, bien... Debió de fallarme la memoria –se excusó, a la vez que lanzaba una
inquisitiva y desafiante mirada a su alrededor, que Kyre no logró descifrar del
todo–. Quizá sea mejor así. La visita puede resultar instructiva. Adelántate,
Kyre –añadió, con un movimiento de la mano–. Deja que te vea de cerca.
Kyre se apartó de Simorh para colocarse delante de DiMag. Tenía conciencia
de que docenas de ojos perforaban su espalda, sintió una extraña picazón en el
espinazo y miró valiente al príncipe, sin disimular su interés.
–Lobo del Sol –dijo DiMag, pensativo, con una insegura sonrisa que se amplió
para desaparecer segundos después–. Sin duda alguna, la princesa tiene buen
motivo para ponerte el nombre de nuestro más destacado guerrero... ¿Está
justificado? Las palabras del soberano cogieron de improviso a Kyre.
–No lo sé –confesó.
Uno de los hombres que rodeaban el trono intervino con aspereza:
– ¡Cuida tu lenguaje, criatura! ¡Has de llamar «mi señor» al príncipe, y no...!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–No me importan los protocolos, consejero –le cortó DiMag con un enérgico
movimiento de la mano–. Ya habrá tiempo para esos refinamientos. Ahora me
interesa más averiguar si nuestro nuevo amigo es tan buen guerrero como su
tocayo.
Por segunda vez se llevó la mano a la empuñadura de la espada, y su mirada se
hizo intensa y casi posesiva.
–Vaoran... ¡Dale tu espada a Kyre!
El robusto soldado dio un paso adelante.
– ¿Es prudente lo que hacéis, señor? Al fin y al cabo, vos...
Pero calló cuando DiMag clavó en él unos ojos indignados, y trató de remediar
atropelladamente lo que había estado a punto de decir.
–Hay... hay otras cosas más urgentes que atender...
–Tu concepto de la urgencia no está de acuerdo con el mío –replicó DiMag–.
¡Dale tu espada a Kyre!
Vaoran obedeció, aunque de mala gana, tomando el arma para ofrecérsela a
Kyre por la empuñadura. Éste tomó la espada con la misma desconfianza,
incapaz de comprender el intenso aborrecimiento que había en la mirada de
Vaoran al entregarle el arma. Sus dedos agarraron la empuñadura, y de pronto
experimentó una rara familiaridad. En algún momento había sostenido ya una
hoja semejante. Conocía su peso y su equilibrio, así como el debido manejo. Sin
embargo, el instinto le decía que le faltaba destreza. Aunque el arma le
resultaba familiar, era distinta...
El príncipe DiMag se puso de pie, al mismo tiempo que desenvainaba su propia
espada.
–Vamos aprobar tu habilidad –dijo, de nuevo con torcida sonrisa–. ¡A ver si
consigues desarmarme!
Algunos de sus consejeros quisieron protestar, pero el soberano les ignoró, y
las voces de los hombres se ahogaron en inquietos rezongos. DiMag empezó a
descender las gradas del trono. Sus movimientos eran extrañamente torpes.
Bajaba con dificultad, y Kyre se dio cuenta, entonces, de que cojeaba
terriblemente de la pierna izquierda. Retrocedió impresionado. En tales
condiciones, cualquier chiquillo podría vencerle. Aquello era una farsa...
DiMag llegó al suelo y se situó delante de Kyre, que le llevaba una cabeza
entera. Pero sus ojos reflejaban peligro.
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– ¡Desenvaina la espada, Lobo del Sol! –ordenó.
Ahora, la atención de todos los presentes se centraba en ellos dos, y Kyre se
sintió alarmantemente vulnerable. ¿Qué esperaban los espectadores de él? Si
desarmaba al príncipe, como sin duda ocurriría, ¿se servirían de ello los demás,
como excusa, para castigarle? Más aún sería peor que él humillara a DiMag
dejándole ganar... Kyre tuvo la sensación de haber caído en una elaborada
trampa, cuya naturaleza no acertaba a entender.
La voz del príncipe le obligó a reaccionar.
– ¡He dicho que saques tu espada! ¡Demuéstranos a todos lo que sabes hacer!
El tono de voz de DiMag le sirvió de aguijonazo. Desenvainó Kyre el arma y
arrojó la funda al suelo de piedra, contra el que cayó con frío ruido metálico.
La espada era buena, como resultaba lógico. Pesada, pero bien equilibrada y
manejable. Y, de súbito, ya no le preocupó lo que aquel caprichoso príncipe o su
corte pensaran de él. No había pedido tomar parte en tal pantomima. Si DiMag
quería ponerse en ridículo, ¡allá él!
Alzó la espada en un breve saludo, que el príncipe devolvió. Y luego arremetió.
DiMag no intentó hurtar el cuerpo. Por el contrario, levantó su arma para
detener la del adversario, y saltaron las chispas cuando el metal chocó,
discordante, contra el metal. Una sacudida recorrió el brazo de Kyre desde la
mano hasta el hombro. La reacción de DiMag había sido mucho más rápida de lo
que imaginara, y el joven retrocedió sobre sus talones, reprimiendo su
sorpresa.
– ¡Bien! –Dijo DiMag–. Pero con pocos bríos... ¡Puedes hacerlo mejor!
Hablaba en tono despreocupado, pero sus ojos seguían encerrando peligro,
porque había en ellos un brillo fanático. Kyre empuñó la espada con renovada
fuerza y avanzó de nuevo, más despacio esta vez, atento a cualquier
movimiento inesperado. Había cometido el error inicial de menospreciar al
príncipe, y no pensaba repetirlo. Las limitaciones de DiMag eran evidentes, y
un golpe bien calculado pondría fin a la comedia.
Kyre eligió su momento. Hizo una finta como si quisiera atacar a su oponente
en el cuello, y de repente desvió el golpe para darle de plano a DiMag. El
príncipe soltó un reniego cuando se dio cuenta de la táctica empleada por él y,
con una agilidad que aturdió a Kyre, cambió de postura y apoyó todo su peso en
la pierna herida, introduciendo su espada debajo de la de Kyre para
interceptar el golpe. La gran fuerza física contenida en el choque hizo salir
despedido hacia atrás al joven. DiMag dio otro golpe con la muñeca, cuando los
aceros se encontraron, y la espada de Vaoran salió disparada de la mano de
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Kyre y fue a rodar con tremendo ímpetu hasta el extremo del salón. Se
estrelló contra el estrado del trono y dispersó a los consejeros que allí
estaban, y Kyre cayó de rodillas, agarrándose el hombro, que parecía dislocado.
DiMag miró a su adversario. El rostro del príncipe estaba gris de dolor, pero
se esforzó por sonreír, y Kyre pensó, al devolver la mirada, que aquel gesto era
mucho más significativo de la que DiMag podía imaginar.
–Bien... Has hecho todo la posible. En la voz del príncipe había risa, aunque
detrás de ella se escondía un cierto enojo.
–No obstante, no has sido lo suficientemente bueno... –añadió, jadeante, y
dirigió una vitriólica mirada de triunfo a sus consejeros, antes de regresar a
su trono.
Vaoran avanzó como si quisiera ayudarle, pero DiMag le apartó con un gesto de
la mano.
–Gracias, pero quizás hayas podido comprobar que todavía no soy un inválido –
dijo.
Dolorido y con torpeza, subió las gradas del estrado. No lejos de allí había ido
a caer la espada que utilizara Kyre. Nadie intentó ya ayudarle cuando, con
tremendo esfuerzo, se inclinó para recoger el arma. Dio luego media vuelta y
se la entregó a Vaoran, que la tomó en mortificado silencio. A continuación, el
príncipe volvió a sentarse y miró a Kyre, que entre tanto se había levantado.
–Ven –dijo, con una seña–. Ponte a mi lado. La corte se ha divertido, aunque a
Vaoran y sus amigos les decepcione el resultado... –y con una tenue sonrisa
añadió–: Ahora que sé que puedo vencerte, ya no me inspiras temor.
Simorh había apartado la cara, cuya expresión era indescifrable, mientras que
Vaoran se había sonrojado y los restantes consejeros parecían
desconcertados. Abandonada toda tentativa de entender lo que allí se llevaban
entre manos, Kyre subió al estrado y se colocó al lado del trono, como DiMag le
había indicado. El príncipe examinó su rostro durante unos segundos, y al fin
dijo:
–No me entiendes, ¿verdad, Lobo del Sol? Todavía no has empezado a
comprender lo que aquí sucede.
Kyre no respondió, y DiMag se encogió de hombros.
–Pronto lo sabrás. Ahora mismo puedes empezar tu primera lección. Hemos
hecho esperar mucho a nuestro inesperado huésped –agregó, con un chasquido
de los dedos, de cara a un servidor cercano–. Di a Paravad que le haga entrar.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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La orden fue transmitida rápidamente al otro extremo del salón, donde unos
centinelas uniformados se apresuraron a abrir la doble puerta y uno echó a
correr pasillo abajo. La gente se movía, inquieta, y murmuraba entre sí. Aquella
creciente tensión hizo que a Kyre se le pusiera carne de gallina. Al cabo de un
minuto o dos, sonaron unos pies en el corredor y cinco hombres hicieron su
aparición en el aposento, conduciendo a una figura encadenada.
A la cabeza del pequeño grupo iba un hombre de aspecto taciturno y
manchadas ropas grises. Todo el mundo le siguió con la mirada, cuando se
acercó al estrado, donde se detuvo e hizo una reverencia ante DiMag, para
apartarse luego y permitir que sus compañeros se aproximaran.
Kyre fijó la vista en el ser que los cuatro soldados traían medio a rastras, y
sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Había esperado que se tratara
de algún extraño animal, pero... aquella criatura era humana, delgada y tan
joven, que su sexo resultaba difícil de determinar. El prisionero tenía una mata
de desordenados cabellos de un blanco plateado, bastante corta, y la piel que
asomaba de la delgada vestimenta negra, que apenas le cubría el cuerpo, era de
un translúcido verde-azul. Unos ojos enormes, que no guardaban proporción
con el estrecho y casi felino rostro miraron a DiMag sin la menor emoción. O
bien la criatura no se hacía cargo de su situación, o desconocía el miedo.
DiMag estudió al cautivo, y Kyre quedó impresionado al ver el insensato odio
que centelleaba en los ojos castaños del soberano. Este se pasó lentamente la
lengua por los labios e hizo una señal al hombre de aspecto atormentado para
que se adelantara. Cuando la figura vestida de gris ascendió los peldaños del
trono, Kyre percibió un malsano olor y se retorció interiormente al reconocer
el inconfundible y acre efluvio del temor.
–Bien, Paravad... –comenzó DiMag inclinándose con dificultad hacia éste–. ¿Le
has persuadido de que le conviene hablar?
El hombre de gesto triste hizo una breve pero respetuosa reverencia y
sacudió la cabeza.
–No, mi señor. Se niega a contestar. He empleado todas las técnicas de
costumbre, pero no quiere colaborar.
DiMag se enroscó alrededor de dos dedos un mechón de sus largos y lacios
cabellos.
– ¿Y cuál es tu pronóstico?
–Si he de ser franco, señor, y dada mi experiencia, no creo que ganemos nada
prosiguiendo nuestros esfuerzos.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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El príncipe asintió.
–Estoy de acuerdo contigo. La inmundicia siempre es inmundicia, y hay que
eliminar a ese ser antes de que contamine todo lo que toca. ¿Estaba armado,
cuando le atrapasteis? –preguntó finalmente, y en su voz hubo una mezcla de
desprecio y asco.
–Sí, señor. Lo estaba.
–Traedme el arma que llevaba, pues.
La criatura de pelo plateado seguía contemplando la escena con absoluta
indiferencia, y la desazón de Kyre fue en aumento. Las respuestas de Paravad
a las preguntas de DiMag, si bien cuidadosamente formuladas, no dejaban
lugar a dudas con respecto a que el prisionero había sido torturado. No
presentaba éste señales visibles, pero algo en la mirada y en la suavidad de la
voz, a la que asomaba una tremenda frialdad de fondo, le dijo a Kyre que los
métodos de Paravad eran demasiado sutiles para limitarse a una mera
brutalidad, y que el torturador disfrutaba bastante con su trabajo. Kyre sintió
un sudor frío en los brazos y en el tronco.
Otro centinela, de vistoso uniforme rojo y dorado y que, evidentemente, se
daba mucha importancia, avanzó por el salón a grandes zancadas hasta
detenerse ante el estrado y saludar con precisión militar. Llevaba una extraña
arma que ofreció al príncipe y, al estirar el cuello, Kyre vio que era una lanza
de larga asta, pulida esta última hasta quedar lisa como el cristal y surcada de
opalescentes tintes verdes y azules. La hoja, que a la mortecina luz relucía
perversamente, formaba una alargada y horrible punta que, a su vez,
desembocaba a medio camino en otra, más corta, rematada con un
escalofriante gancho. Constituía, sin duda, una soberbia pieza de artesanía, y
muy versátil. Podía apuñalar, cortar, segar, pinchar y arrancar trozos de carne
a su paso. Kyre lo supo cuando una desagradable y acuosa sensación le invadió la boca del estómago. Si el arma cayera en sus manos, sabría manejarla como un maestro.
DiMag se levantó del trono y tomó la lanza que el hombre le ofrecía. y tan
pronto como la pieza entró del todo en su área visual, una chispa de inteligente
interés iluminó los ojos del cautivo. Sólo cuando las manos del príncipe se
cerraron alrededor del asta, el desdichado volvió a su anterior indiferencia.
Poco a poco, DiMag se acercó al borde del estrado. Los consejeros le miraban
con intensidad, y cualquier ruido, por débil que fuese –el crujido de una
prenda, o una respiración incontrolada– parecía estruendoso contra el pesado
silencio de fondo. Kyre tuvo la sensación de que su cuerpo estaba hechizado.
Tenía los miembros rígidos y fríos, y los pulmones habían dejado de
ESPEJISMO LOUISE COOPER
33
funcionarle. Sólo fue capaz de mirar con atención cuando, con sumo cuidado y
midiendo cada paso, DiMag descendió del estrado y se acercó al prisionero.
Éste alzó la vista hacia el príncipe, que empuñó la lanza, y durante unas
fracciones de segundo cambió de expresión, revelando juventud y
vulnerabilidad y –por fin– miedo. Los ojos de DiMag se encendieron con el
sabor del triunfo; agarró el soberano con más fuerza el arma, hizo una pausa,
y... la hoja se dobló en arco y, de un solo golpe, separó del tronco la cabeza del
prisionero. El estómago de Kyre se rebeló con violencia, al ver que la sangre se
desparramaba como agua sobre las manos y el cuerpo de DiMag. La cabeza
cortada saltó y rodó al suelo, el cuerpo decapitado se desplomó con un horrible
movimiento de brazos que parecía una torpe parodia de la vida, y una sangre ya
más obscura y espesa salió a borbotones del cadáver, cubriendo las losas de
mármol.
DiMag arrojó lejos de sí el arma y contempló impasible los restos del
prisionero. Lentamente se frotó las manos como si se las lavara, esparciendo
las rojas manchas sobre la propia piel. y luego sonrió.
–Sólo un poco de miedo, al final –dijo, como si hablase consigo mismo–. Casi ha
valido la pena la molestia.
Kyre sintió que las piernas se le debilitaban. Era incapaz de expresar, incluso
de empezar a asimilarlo, el horror y el disgusto que le producía aquel inhumano
placer del príncipe.
Súbitamente cayó de rodillas y, cuando los allí reunidos se volvieron hacia él
con sorpresa, vomitó con violencia sobre el suelo del estrado.
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Capítulo 3
Kyre fue devuelto a la Torre del Amanecer por dos guardias armados. El último
vistazo al salón le había permitido ver un grupo de sirvientes que entraban a
retirar los restos de la infortunada criatura, y esa imagen quedó indeleble en
su mente hasta mucho después que los guardias hubiesen corrido los cerrojos
de la puerta de su cuarto, dejándole encerrado.
Permaneció sentado en la cama, la mirada fija en el suelo, mientras luchaba por
vencer la sensación de entumecimiento que le dominaba. Acababa de
presenciar el brutal asesinato de un cautivo indefenso, y aquel desenfrenado
salvajismo le asqueaba. Pero también estaba disgustado consigo mismo, por no
haber hecho intento alguno de intervenir, resignándose a ver qué ocurría. Se
consideraba un cobarde, y una ola de vergüenza inundó todo su ser. Quizá
tuviera razón la princesa, a pesar de todo. Quizás él no fuese más que un cero
a la izquierda, una sombra humana, cuyas pretensiones de una identidad no
eran más que eso: pretensiones.
Miró a través de la sucia ventana y comprobó que la niebla que pendía sobre
Haven empezaba a dispersarse. Las obscuras formas de torres, muros y
tejados asomaban débiles y fantasmales entre la blanca mortaja. La vista era
profundamente deprimente, y Kyre se retiró al interior de la habitación
conteniendo un escalofrío.
Detestaba aquel lugar. Detestaba la desierta costa de gemebundas mareas y
cambiantes playas. Detestaba asimismo la claustrofóbica ciudad y sus
habitantes de mirada gélida. Kyre no quería saber nada del problema que
tuvieran en Haven, ni de los motivos que podían haber llevado a Simorh a
sacarle de la obscuridad.
El lecho protestó con un crujido cuando volvió a tomar asiento en él. La
habitación parecía cerrarse sobre su persona, y el joven apoyó la cara en las
manos, porque no deseaba ver aquellas paredes desnudas. Luego se tendió, y
dio media vuelta de modo que su rostro quedara frente a la pared de piedra. El
sueño no solucionaría nada, pero siempre sería mejor que permanecer
despierto.
Kyre cerró los ojos con un suspiro que el cuarto le devolvió con un eco burlón.
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En el sombrío salón, DiMag observó, hundido en su sillón, cómo unos hombres
limpiaban el suelo. Cuatro sirvientes se habían llevado el cuerpo y la cabeza del
prisionero en una bolsa de arpillera, y el áspero sonido de las escobas que
fregaban las ensangrentadas losas resonaba lúgubremente entre las vigas del
techo.
Algunos de los consejeros habían abandonado el salón. Otros seguían muy
serios al pie del estrado, y el príncipe observó, no sin cierta ironía, que Vaoran
figuraba entre ellos. Deliberadamente les ignoró, sabedor de que él era el
tema de su conversación, y consciente, también, de que con una sola mirada
hubiese podido cortar todos sus murmullos. Pero DiMag no estaba dispuesto a
proporcionarles la satisfacción de verle actuar de acuerdo con sus
predicciones. Cambió de postura y levantó la pierna herida, de forma que el
talón descansara en el borde del sillón.
–DiMag...
Simorh se hallaba a pocos pasos de distancia. Su actitud era tensa y formal.
Tenía las manos cruzadas delante, y el príncipe se dijo, sin querer, que
resultaba hermosa. Esto despertó en él viejos recuerdos que, para su
sorpresa, le dolieron. Entonces descubrió en los ojos de la mujer el ya familiar
desasosiego, y a su memoria acudió con dureza el hecho de que entre ellos
había dejado de existir –porque no podía ser de otra manera– el afecto que les
uniera en otros tiempos.
Cuando DiMag contestó, lo hizo con cansada severidad.
– ¿Qué sucede?
Simorh palideció un poco ante su tono, pero se había propuesto no dejarse
intimidar.
– ¿Disponéis de unos momentos para mí?
Su voz reveló cuánto la ofendía tener que solicitar la atención de su esposo, y
DiMag percibió su tensa inflexión, por lo que esbozó una fría sonrisa.
–Dispongo de unos momentos, sí. Sobre todo, dado que mis consejeros parecen
querer llevar los asuntos de la corte prescindiendo de mí...
Había alzado expresamente la voz, y tuvo la satisfacción de ver, por el rabillo
del ojo, que Vaoran le miraba de súbito. El maestro de armas fijó luego la vista
en Simorh, y su rostro enrojeció antes de volver nuevamente la cabeza.
La princesa se acercó más al trono.
–Deseaba hablar con vos sobre Kyre.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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– ¿Kyre? ¡Ah, ya! El Lobo del Sol cuyo estómago no soporta la sangre... –dijo
DiMag con una mueca–. Admiro vuestro acierto al elegir un nombre para la
criatura, Simorh... Ignoraba que tuvieseis tal sentido del absurdo.
Ella se giró bruscamente para esconder su enojo y se cruzó de brazos.
–Tiene aún mucho que aprender.
–Es lógico.
–Pero aprenderá. Yo me encargaré de ello –replicó Simorh con voz cortante–.
Le falta práctica, está... poco hecho. Por ahora, no es más que un ignorante
animal. Sin embargo, es lo que yo afirmé que sería –agregó, enfrentándose
nuevamente con su esposo–. No podéis negarlo, DiMag, del mismo modo que
jamás pudisteis negar que le necesitamos.
El marido no contestó. En cambio, se levantó dificultosamente del sillón y
avanzó despacio hacia el borde del estrado. Simorh quiso acudir en su ayuda,
movida por el instinto, pero él retrocedió, mirándola indignado, y Simorh dejó
caer los brazos.
–Le necesitamos –repitió DiMag con furioso desprecio–. Un hombre solo..., ¡ni
siquiera un hombre de verdad, sino una cosa creada por arte de magia! Puede
que eso baste para satisfaceros a vos, pero... ¡por la Hechicera, no me
satisface a mí!
Con la máxima precaución bajó los peldaños del estrado, seguido por Simorh,
que tenía las mejillas encendidas a causa de la humillación sufrida.
–Conocéis la situación tan bien como yo –dijo ella en un tono sibilante,
plenamente consciente de que varios de los consejeros los observaban–. Vos
mismo leísteis los escritos traducidos por Brigrandon... Sabéis qué es Kyre, y
sabéis, tenéis que saber, a qué me expuse para que el conjuro diera resultado.
No añadió que había corrido el riesgo de enloquecer o, incluso, de perder la
vida en su intento de arrebatar a Kyre de la nada. De sobra le constaba que
eso no impresionaría a DiMag.
–Sabéis muy bien qué motivos tengo –agregó por fin.
Había mantenido el paso con él, cuando el príncipe se dirigía a la puerta situada
detrás del estrado, tratando de interponerse en su camino para lograr que se
detuviera, pero no tuvo éxito. DiMag le dirigió una mirada llena de cinismo.
–Sí; lo hicisteis por mí o, al menos, eso es lo que intentasteis hacerme creer.
¡Toda la gente de este maldito lugar pretende hacerme creer que siempre
actúa pensando en mí! Haven necesita más que nunca un ejército –dijo, y se
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37
pasó la lengua por los labios, que sabían a sal–. Y vos sois lo suficientemente
ingeniosa para defender los resultados de vuestras obscuras artes en contra
de mi desaprobación... ¡Creadme de la nada un ejército diez veces más
poderoso que el que tenemos ahora, y entonces estaré en deuda con vos!
La expresión de Simorh se nubló al comprender que nada de lo que ella dijese
le haría cambiar.
–No puedo hacer milagros –declaró.
–En tal caso, deberíais haber reservado vuestras energías, porque sólo un
milagro puede salvarnos.
DiMag estaba ya junto a la puerta y apartó con brusquedad el tapiz que la
cubría, antes de pararse a mirar a Simorh. Tenía la cara pálida, con evidentes
muestras de fatiga.
–Me da pena esa criatura que extrajisteis de otro mundo. Nosotros no
significamos nada para él, y no nos debe nada. Sin embargo, quiera o no, está
destinado a ser nuestro paladín y, quizás, a morir en el intento. Nadie se ha
molestado en decirle qué exigimos de él. Simplemente se ve forzado a hacer lo
que le mandamos, incluso sin derecho a preguntar nada.
–Habláis como si en realidad fuera tan humano como vos o yo –replicó Simorh–,
Pero no lo es. Yo le di vida y, aparte de eso, no posee una existencia propia. No
surgen, en consecuencia, problemas de deseos o sentimientos por su parte.
–Me pregunto si Kyre estaría conforme con todo eso.
La mujer le devolvió la mirada y, por primera vez, no trató de esconder la
amargura que la invadía.
– ¿Acaso creéis que me importa? Sólo puede haber una cosa para nosotros,
DiMag, ¡una sola cosa! y por ella estoy dispuesta a cualquier sacrificio.
El príncipe hizo una pausa, y luego preguntó:
–Os referís a Haven, ¿no?
Sus palabras eran un desafío. Sabía muy bien lo que ella quería decir, y
deseaba que se expresara sin ambigüedades. Le falló el valor a Simorh, y a sus
ojos asomaron unas lágrimas que ella ya no se molestó en disimular cuando
respondió:
–Lo hago por Haven, sí.
No pudo decirle nada más y tuvo que contentarse con seguir a su esposo con la
mirada, en silencio, cuando él se introdujo por la pequeña puerta. Volvió a caer
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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en su sitio el tapiz y una fría corriente de aire le azotó el rostro. Al cabo de un
minuto, aproximadamente cuando los desiguales pasos de DiMag se perdieron
en el corredor, también Simorh cruzó la puerta e inició el camino de regreso a
través del laberinto de pasadizos, en dirección al gran vestíbulo del castillo y
los pisos superiores situados más allá. Cuando llegó al vestíbulo, DiMag ya no
estaba. Simorh se encaminó a la escalera de caracol que, desde el otro
extremo del suelo de mármol, la conduciría a su propia torre, y casi había
alcanzado ya el primer peldaño cuando unas pisadas le hicieron volver la
cabeza.
Vaoran venía del salón y –deliberadamente, como ella supuso– se proponía
interceptarle el paso. Demasiado desanimada para rehuirle, Simorh fue más
despacio y permitió que el hombre le diese alcance.
–Princesa... La voz de Vaoran sonó amable cuando éste apoyó una mano en su
brazo. Simorh se estremeció ante el contacto y vio el ladino brillo en los ojos
del maestro de armas cuando se dio cuenta de que ella había cometido un error
táctico.
Enseguida retiró la mano.
– ¿Algo va mal, señora? Me preguntaba si...
–Nada va mal –contestó Simorh, cortante–. Gracias, Vaoran, pero el príncipe y
yo discutíamos, simplemente, un asunto privado.
–Me pareció que la actitud del príncipe era... quizás un poco inoportuna. Resulta
evidente que la criatura, el... el guerrero, no estaba preparado para tanta
vehemencia.
–Tuvimos pocas horas para prepararle... y es mucho con lo que puede tener que
enfrentarse en Haven, Vaoran... Pero el tiempo lo solucionará.
–Desde luego, señora. Y si yo puedo seros de utilidad en algo, espero que me
consideréis a vuestra disposición –agregó el corpulento individuo con una
inclinación de cabeza.
« ¡Por supuesto! –Pensó Simorh–. De sobras sé lo que significan tus palabras,
Vaoran... Pero, mientras yo viva, tú no tendrás la menor influencia sobre Kyre.»
Escondió sus verdaderos sentimientos tras una máscara de impasibilidad y dijo
fríamente:
–Aprecio tu preocupación, pero considero más conveniente que Kyre continúe
bajo mi potestad. Si deseas servirme bien, no lo olvides.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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La mirada de la soberana era dura y, antes de que él pudiese adoptar una
actitud hipócrita o protestar, Simorh dio media vuelta y se encaminó a la
escalera.
Desapareció Simorh y, a los pocos instantes, Vaoran giró rápidamente sobre
sus talones y abandonó el vestíbulo en la dirección opuesta. Al creerse solo, el
hombre no se esforzó en disimular su profundo disgusto, pero tan pronto como
sus pisadas se alejaron por uno de los corredores llenos de eco, una pequeña
persona asomó entre las sombras y cruzó el aposento.
Gamora escudriñó el pasadizo enfilado por Vaoran, y sólo cuando tuvo la
certeza de que el hombre no la podía ver, se atrevió a salir a la luz y escapar
hacia la escalera. Allí se detuvo de nuevo, arrimándose a la pared, y miró con
cautela a su alrededor, consciente de que, si su madre volvía atrás por
casualidad, no se contentaría con reñirla severamente por su desobediencia.
Había recibido órdenes muy estrictas de permanecer junto al preceptor, pero
ella no era capaz de concentrarse en las lecciones, con semejante problema a
cuestas, por lo que había escapado cuando el ya viejo profesor, que necesitaba
reforzarse con una copa de vino, la dejó sola escribiendo.
Era preciso que viera de nuevo a Kyre. Quería hacerle muchas preguntas, y no
podía contener su impaciencia. El primer encuentro con el extraño recién
llegado había despertado en Gamora una ilusión como nunca la sintiera antes y
aunque no acababa de entenderla, deseaba aferrarse a ella para que no se le
escapara.
La escalera estaba vacía y silenciosa. Gamora esperó contando los latidos de su
corazón, hasta que consideró que la madre se habría desviado ya hacia la
propia torre, y entonces se arremangó las faldas y subió un peldaño tras otro,
en dirección a su meta.
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De momento, Kyre pensó que aquellos tenues arañazos en la puerta formaban
parte de un sueño. Estaba casi dormido, y el pequeño sobresalto le había vuelto
a despertar tan de súbito, que le parecía que el ruido procedía de la propia
cabeza. Se incorporó, se pasó una mano por la cara e... interrumpió el gesto al
observar que la puerta se movía levemente.
De pronto, un clic. El sonido fue débil, pero claro, y los músculos de Kyre se
tensaron de inmediato. Después chirrió y se alzó la aldaba, y poco a poco se
abrió la puerta.
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–Kyre... –murmuró Gamora, con unos ojos que, en la borrosa blancura de su
rostro, semejaban dos grandes manchas, dado que, al haberse detenido en el
umbral, la tenue luz le llegaba por la espalda–. ¿Estás despierto, Kyre?
– ¡Princesa!... –exclamó él, poniéndose de pie a causa de un reflejo involuntario,
y la niña se introdujo en la pieza, no sin cerrar la puerta por dentro.
– ¿Qué hacéis aquí?
Gamora atravesó la habitación de puntillas –sin ninguna necesidad, ya que nadie
podía oírla– y sonrió con ingenuidad.
–Abrí la cerradura con una ganzúa. Una vez, mi preceptor me contó la historia
de un prisionero escapado de un calabozo, y recordé cómo se hacía –llena de
orgullo, mostró a Kyre una horquilla de alambre y agregó–: A veces me la hacen
llevar en el pelo, pero yo encuentro que tiene otros usos más interesantes.
La niña tenía los dedos manchados de tinta. Sin duda se había escapado de
clase, y Kyre hubiese querido estar más presentable para recibirla. Tal como
se hallaba, no podía responder a su infantil entusiasmo.
Pero Gamora poseía una sensibilidad impropia para sus pocos años, y enseguida
se dio cuenta de que su nuevo amigo tenía problemas.
– ¿Qué te ocurre, Kyre? –preguntó, con voz solícita y ojos muy abiertos–. Algo
te preocupa. ¿Te... te condujo mi madre al Salón del Trono? –inquirió,
pasándose la lengua por los labios con un gesto que recordaba a su padre.
Aquella chiquilla debía de tener los ojos y los oídos de una zorra... Kyre hizo un
movimiento afirmativo, y Gamora suspiró.
–Me figuraba que lo haría. Creo que mi padre tenía interés en verte, pero...
¿verdad que había alguien más? Oí comentar que, esta madrugada, habían
traído de la costa a un prisionero.
–A vos no se os escapa nada, ¿verdad, mi pequeña princesa?
–No puedo permitírmelo –contestó Gamora con toda su candidez–. ¿No es
cierto que hay un prisionero en el castillo?
Kyre se preguntó qué sospecharía la niña y qué podía explicarle sin disgustarla.
Era fácil olvidar su tierna edad. Después de unos momentos de vacilación,
respondió al fin:
–Sí. Había un prisionero.
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– ¿Había? –repitió en el acto Gamora que, evidentemente, había pescado lo que
Kyre hubiera querido evitarle–. Creo que ya entiendo... ¿Fue mi padre quien le
mató?
La expresión de Kyre le dio la respuesta. Adquirió entonces el rostro de la niña
un aire casi salvaje, y también su voz sonó así cuando exclamó:
– ¡Bien!
– ¿Vos lo aprobáis?
Gamora le miró sorprendida, hasta que la comprensión empezó a asomar a sus
ojos y la sorpresa fue substituida por una triste sonrisa.
–Todavía no lo entiendes, ¿eh? ¡Pobre Kyre!
¡Pobre Kyre, en efecto! El hombre se apartó.
Detrás de él, Gamora dijo:
– ¿Hablaste con mi padre?
Kyre respiró profundamente.
–No –respondió–. Sólo intercambiamos un par de palabras.
–Entonces ¿no te explicó por qué odiamos tanto a los habitantes del mar?
La fiereza de sus últimas palabras le demostró que el odio de la chiquilla no
era más que una doctrina, algo que había aprendido desde la infancia sin
preguntarse nada y, probablemente, sin entenderlo tampoco. El enojo de Kyre
se disipó. El hecho de que Gamora fuese una niña explicaba y excusaba su
actitud y, al mismo tiempo, era el catalizador de la clara y fría razón que, de
alguna forma, él había estado esperando.
Una ciudad podrida por el odio. Un gobernante cuya salud mental era
discutible, y la amargura de cuya esposa contagiaba todo cuanto tocaba... Y una
chiquilla para la que la muerte y los asesinatos eran algo tan corriente, que no
merecían que uno perdiera ni un pensamiento en ellos. Fuera lo que fuese que
Haven y sus gentes esperaban de él, fuera el que fuese el papel que Simorh le
tenía destinado, Kyre decidió que no quería tomar parte en nada.
Había temido a la maga porque, según ella, poseía la clave de su vida o de su
muerte, pero... ¿valía la pena esa vida que le ofrecía Haven, con toda su
corrupción? Mejor estaría muerto o de nuevo en el limbo, y el súbito
pensamiento disipó hasta el último de sus temores. Tenía que abandonar la
ciudad. Ignoraba adónde iría, pero era preciso que se fuera.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
42
Gamora esperaba una respuesta a su pregunta, y Kyre se puso en cuclillas para
que sus ojos quedaran a un mismo nivel. Tomó las manos de la niña entre las
suyas y trató de sonreír.
–Hay muchas cosas que no entiendo, pequeña princesa, y que quizá no entienda
jamás. Lo único que sé, es que debo abandonar esta ciudad.
El rostro de la chiquilla se nubló.
– ¿Por qué?
–No puedo explicároslo. Al menos, no todavía. ¿Podéis ayudarme, Gamora?
Ésta frunció el entrecejo.
– ¿Volverás?
– ¡Claro que sí!
Le dolía mentir, pero ahora era necesario.
– ¿Cuándo? –Quiso saber Gamora–. Quiero que vuelvas pronto, Kyre, o...
¡déjame ir contigo!
–No, mi pequeña. Eso es imposible. Pero regresaré pronto. Lo prometo –añadió,
aunque algo se retorcía en su interior y, en silencio, maldijo la serpiente que
tenía por lengua.
Ella no acababa de creerle, pero comprendió que no debía influir en su ánimo.
Apartó suavemente sus manos de las del hombre, dio media vuelta y retrocedió
despacio hacia la puerta.
–Esta cerradura es vieja –dijo, con voz extrañamente plana–. Yo no puedo
dejar la puerta abierta, pero cuando vengan a traerte la comida, tú te vales
luego del tenedor para hacerla saltar... No se imaginarán que ha sido cosa mía,
y te prometo que yo no te delataré.
Kyre estaba seguro de que la criatura mantendría la promesa. Sin duda sería
más fiel que él a su palabra.
–Entiendo –dijo, con un movimiento de afirmación.
–Si quieres escapar del castillo... –continuó la niña, luchando por contener las
lágrimas–. Lo descubrí yo misma, y de vez en cuando bajo a la ciudad para
explorarla. Mira... –y, alzando los estrechos hombros como si, aunque con
cierta reluctancia, hubiese tomado una determinación, explicó–: Si me
humedezco el dedo y te dibujo un plano en el suelo, quedará marcado hasta que
la sepas de memoria.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
43
Se lamió el dedo varias veces y, rápidamente, hizo una serie de líneas en las
losas. Kyre las entendió sin dificultad.
–Has de esperar a que sea de noche –indicó Gamora–. Hasta que todo el castillo
duerma. La niebla te protegerá.
Kyre miró hacia la ventana.
–Pues ahora no hay niebla –dijo.
–Pero volverá –afirmó la niña con una sonrisa oblicua–. Siempre sucede así.
Pensaré en ti, Kyre. Aunque no pueda verte, vigilaré desde mi ventana y me
figuraré que me dices adiós con la mano. ¿Lo harás?
–Lo haré, princesa –al menos podría cumplir esa promesa–. Y no olvidaré lo que
habéis hecho por mí. ¡Gracias!
Impulsado por el agradecimiento, se inclinó y besó a la niña en la frente.
Se sonrojó Gamora mientras retrocedía en dirección a la puerta, tratando de
disimular su felicidad.
–Tengo que irme. Que el Ojo te proteja, Kyre. Y... yo quiero a mi padre,
¿sabes? Quizá te extrañe, pero así es...
Aquella observación, repentina y sin motivo aparente, resultaba un poco
singular, como si la niña hubiera leído los pensamientos de Kyre y ahora
intentase defender a DiMag. Pero antes de que pudiera responder, Gamora
había salido ya, y él sólo pudo escuchar el débil chasquido de la cerradura.
Lo peor de todo fue la espera. Kyre pasó la mayor parte del día junto a la
angosta ventana. Primero trató de abrirla, pero después, al comprobar que
estaba aherrumbrada e inmovilizada por la sal del mar y la humedad, se
contentó con sentarse a mirar a través del vidrio, rayado por los vendavales.
Escaso era el panorama que desde allí se le ofrecía. Ocasionales ruidos
llegaban al castillo desde la distante ciudad, apagados por la niebla, que en
ningún momento cedió del todo. Kyre procuraba mantener alejados otros
pensamientos, mientras intentaba adivinar el origen de los incoherentes
sonidos, pero nada logró apartar el constante temor de que se abriera la
puerta que había a sus espaldas y alguna orden de Simorh le estropeara los
planes.
Pero tal orden no llegó y, por fin, la luz del día empezó a palidecer al hacerse
todavía más densa la capa de niebla. Los lejanos ruidos se disolvieron en un
profundo silencio, y Kyre tuvo la sensación de que la sangre de sus venas era
ESPEJISMO LOUISE COOPER
44
reemplazada por un abrasador y llameante río de tremenda tensión. Se levantó
y dio unos pasos, pero volvió a tomar asiento, temeroso de que alguien pudiera
oír desde abajo sus incesantes movimientos y subiese a ver qué ocurría. Y
finalmente comprendió que, durmiesen o no los ocupantes del castillo, no podía
esperar más.
La cerradura cedió con notable facilidad. Los goznes chirriaron de manera
espantosa, pero sólo durante unos instantes y no con la suficiente intensidad
para llamar la atención. Con la máxima cautela, Kyre se abrió paso por la puerta
entreabierta y salió al estrecho rellano.
Una mortecina lámpara iluminaba a medias el primer tramo de escalera, y el
rancio olor a aceite de pescado le inundó la nariz al pasar por allí. Más abajo
reinaba la obscuridad. Kyre tuvo que descender por los desiguales peldaños
apoyándose en la pared hasta que, por fin, se halló al pie de la torre. Allí eran
más numerosas las lámparas, aunque también habían sido puestas a media luz
para la noche, y sus pequeñas llamas no eran más que unos puntos que daban al
pasadizo más sombras que claridad. Kyre aguardó sin moverse ni respirar,
hasta que el silencio y el suave e ininterrumpido bisbiseo le aseguró de que no
había nadie por allí. Por último avanzó, una muda sombra entre sombras, camino
de las gradas que le conducirían a los muros del castillo.
-0-0-0-0-
Pese a lo rendida que estaba, Thean no podía conciliar el sueño. Los efectos del
fuerte incienso que inhalara tan profundamente la noche anterior y que le
habían permitido mantenerse despierta mientras su señora estaba en el
templo en ruinas, no acababan de desvanecerse. Apenas cerraba los ojos para
intentar dormir, en algún rincón de su mente empezaban a revolotear extrañas
visiones, y el sueño parecía burlarse de ella, siempre a su alcance pero sin
dejarse atrapar.
Al otro lado de una cortina, su compañera Falla dormía tranquilamente en su
lecho. En el piso inferior, sin embargo, sonaban unos incesantes pasos que
indicaban que también Simorh estaba desvelada. Thean había visto poco a su
señora, durante el día –corrían rumores de que los asuntos de Estado la habían
obligado a permanecer alejada de la torre–, pero de sobras había notado el
nerviosismo en sus ojos, cuando al fin regresó y, sin intercambiar más de un
breve saludo con sus aprendizas, se dirigió a sus aposentos particulares. Desde
entonces, no hacía más que dar pasos y más pasos, y Thean no necesitó
recurrir a su aguda sensibilidad psíquica para saber que algo iba muy mal.
Los movimientos en el piso inferior cesaron de repente. Thean se alzó de su
cama junto al agonizante fuego, y tembló de frío al salir del estrecho círculo
de calor. Ya se disponía a encender la luz cuando la puerta se abrió.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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En el umbral apareció Simorh. Vestía túnica de lino y se había echado un
pañolón sobre los hombros. En la obscuridad, sus ojos semejaban vastos y
obscuros agujeros en el rostro.
–Thean... Es tarde para estar levantada. La joven hizo una reverencia.
–Sí, señora, pero no podía dormir.
–Tampoco yo puedo –dijo Simorh, cruzando la estancia en dirección a la
ventana en forma de aspillera, pero la noche y la espesa niebla habían
empañado el vidrio hasta darle un obscuro tono gris–. Algo se prepara... Lo
presiento.
Respiró entre dientes, excitada, emitiendo casi un silbido, y Thean dijo:
–Tal vez sufráis todavía las consecuencias del conjuro, princesa. Debió de ser
muy duro.
–No –respondió la encantadora, moviendo la cabeza con energía–. Es otra cosa,
y sospecho que... –hizo una pausa, se mordió el labio y miró a la muchacha–.
Consulta la bola de cristal, Thean. Hazlo por mí... Necesito llegar hasta la raíz
del asunto, y no descansaré hasta haberlo conseguido.
La joven ignoraba si sería capaz de utilizar sus talentos, pero no discutió.
Cruzó la habitación hacia un arca situada en un extremo, y sacó de ella una
diminuta esfera de cristal verde, envuelta en tela negra. Simorh miraba
mientras ella extendía el paño en el suelo y colocaba encima la esfera. A
continuación, cuando Thean se inclinó sobre la bola mágica, la princesa
hechicera se colocó en silencio detrás de ella y apoyó ligeramente ambas
manos en sus hombros. Thean vio que la esfera empezaba a nublarse,
adquiriendo un aspecto lechoso, y que en ella se iba formando una imagen. No
sabía la muchacha lo que aquello significaba. No era más que una médium para
Simorh, quien a través de su mente extrajo el mensaje contenido en el cristal.
Fue todo cosa de un instante. Simorh creyó haber averiguado la dirección en
que debía buscar la causa de su inquietud, y estaba en lo cierto. La esfera, que
había enfocado casi inmediatamente sus pensamientos y sospechas, le
proporcionó una rápida sucesión de claras imágenes, y a la princesa le dio un
vuelco el corazón. Un hombre pelirrojo, una niña de ojos grises, un cuarto vacío, una playa batida por la marea...
Thean se echó hacia atrás, estremecida, cuando su señora rompió de súbito el
contacto psíquico entre ambas. Reaccionó pronto, pero Simorh ya se
encaminaba a la puerta exterior.
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– ¡Aguarda aquí! –Ordenó la princesa con fiereza–. Y despierta a Falla. ¡Os
necesitaré a las dos!
Con estas palabras desapareció, y la puerta se cerró tras ella con un fuerte
golpe.
Simorh no perdió el tiempo llamando a unos criados que, a esas horas, estarían
atontados y no le servirían prácticamente de nada. En cambio subió a toda
prisa la escalera de la Torre del Amanecer y, una vez arriba, la puerta abierta
de par en par le explicó todo cuanto precisaba saber.
La princesa permaneció unos segundos en el umbral, apoyada la espalda en la
fría piedra y cerrados los ojos para dominar la desesperación que la había
invadido. No había ahorrado esfuerzos para educar a la chiquilla e inculcarle el
espíritu de Haven, y aun así se permitía tan imperdonables desobediencia y
temeridad. Pero quizá no se le pudiera echar la culpa a Gamora, al fin y al cabo.
Ella misma, Simorh, debería haber sabido que una criatura procedente de la
obscuridad tendría siempre la perfidia de la obscuridad.
Simorh dio media vuelta e inició el descenso. Al final del tramo se introdujo
por un corredor lateral que la condujo más allá de su propia torre, hacia las
profundidades del castillo. En el cuarto de la aya no había luz, pero por debajo
de la puerta siguiente asomaba una cierta claridad, delatora de una lámpara
encendida, aunque disimulada con algo.
Cuando abrió esa puerta, Simorh halló a su hija arrodillada junto a la ventana.
Tenía las manos entre la cara y el cristal y miraba fijamente al exterior,
moviendo la cabeza en un esfuerzo por atravesar con la vista la niebla y la
obscuridad. Una ola de furia se adueñó de Simorh, que cerró la puerta con
gran fuerza.
La niña se puso en pie de un salto, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Cuando
alzó los ojos, su madre estaba a su lado.
– ¡Levántate!
La cólera exhibida antes por Simorh no era nada en comparación con la de
ahora. Gamora obedeció temblorosa, retrocediendo hacia su lecho a medida
que su madre avanzaba hacia ella. De repente, Simorh alargó la mano y agarró
un mechón de pelo de su hija. La pequeña tuvo que detenerse con un grito de
dolor.
– ¿Qué has hecho? –la acusó Simorh, con voz sibilante–. ¿Qué has hecho, criatura desobediente y estúpida? ¡Vamos, dímelo!
A cada sílaba sacudía a Gamora, y ésta rompió a llorar de miedo.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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– ¡Has quitado el cerrojo de la puerta y le has dejado escapar...! ¿No es eso?
¡Contéstame! –chilló, con otra sacudida.
–Madre...
– ¡Contéstame, he dicho! ¡Y no te atrevas a mentir! El rostro de la niña se
contrajo.
–Dijo... dijo que quería irse, madre... No creí hacer ningún daño. Sólo procuré
ser amable con él, porque...
Al ver la expresión de Simorh, Gamora se tragó lo que había estado a punto de
decir, y musitó con indefensión:
–Kyre prometió que no me delataría...
– ¡Por la Hechicera! –exclamó la soberana, y su ira quedó amortiguada por el
disgusto que sentía consigo misma.
¿Qué había esperado de Gamora? La chiquilla era impulsiva y soñadora, pero no
era justo castigarla. Había actuado convencida de que hacía un favor, y nadie
podía esperar de ella que comprendiese las consecuencias de su acto.
Soltó a su hija y dijo con brusquedad:
– ¡Chiquilla alocada! Claro que él no iba a explicarme nada... Pero debes darte
cuenta, de una vez, de que para mí no hay secretos...
Gamora subió a su cama y se acurrucó entre sollozos.
–No quise hacer ningún daño...
« ¡Por todo lo que sea sagrado...! ¿Acaso cree que no lo sé?», pensó Simorh,
desesperada.
Miraba a su hija, sacudida entre el enojo y un remordimiento que la hacía
desear tenderle los brazos a Gamora y vencer así el tremendo abismo que en
ese momento las separaba, cuando se abrió la puerta situada a sus espaldas. Se
volvió la soberana y vio a la aya en el umbral, con una luz en la mano.
– ¡Oh...! –Se excusó la sirvienta, con una torpe y rápida inclinación–. Os pido
perdón, señora... Ignoraba que estuvieseis aquí... Creí haber oído llorar a la
pequeña princesa y...
A Simorh le tembló la voz.
–La princesa Gamora ha tenido una pesadilla. ¡Deberías cuidar mejor de ella!
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Los sollozos de Gamora se habían calmado un poco, y el aya miró vacilante a la
madre y a la hija.
– ¿Una pesadilla...? –preguntó.
–Es lo que he dicho, ¿no?
El daño ya estaba hecho. Simorh salió de la estancia a la vez que decía:
–Quédate con mi hija hasta que amanezca. Creo que se alegrará de tener
compañía.
El corazón le latía furiosamente mientras corría pasillo abajo y en su mente se
repetía toda la escena. No había querido mostrarse cruel con Gamora, y su
enojo se debía más a la preocupación que a una malquerencia, pero ¿cómo podía
entenderlo una niña? No tenía conciencia de lo que había hecho, ni de lo que su
madre se veía forzada a hacer para solucionar el problema... Simorh se
estremeció. No le atraía nada la tarea que tenía ante sí, pero era necesario
enfrentarse con ella, y lo haría.
Si no era ya demasiado tarde.
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Capítulo 4
Quienes vieron a Calthar moverse por los interminables tramos de escaleras o
atravesando los túneles de la ciudadela, sabían qué la había hecho salir de su
refugio, aunque nadie se atrevería a expresar sus pensamientos en voz alta. Y
si alguien tuvo la mala suerte de hallarse cerca cuando ella pasaba, la miró una
sola vez antes de esconderse entre las obscuras y húmedas sombras, sin
atreverse casi a respirar, aplicados los fríos labios al amuleto colgado del
cuello, y los ojos. Cerrados hasta que Calthar se hubo alejado.
Los tortuosos pasadizos de la ciudadela eran lóbregos y traidores. Ella, sin
embargo, no llevaba lámpara. Sus cabellos plateados, en asombroso contraste
con la tez, de un profundo color verde, rodeaban en caótico desorden, cual loco
nimbo, su cabeza y sus hombros. La túnica que vestía, llevada antes por cien
predecesoras, caía en absurdos colgajos demasiado viejos y raídos para
esconder su flexible y poderoso cuerpo.
Encontró ella su presa con certero instinto, y abrió de golpe la baja puerta, sin
molestarse en llamar a voces o con los nudillos. Cuando la volvió a cerrar
bruscamente y el gélido viento que recorrió los pasillos hubo sacudido y hecho
bailar todas las luces de aceite de pescado, el viejo saltó enseguida del jergón.
Uno de sus pies quedó enredado en la manta que le había cubierto, por la que
tropezó y cayó arrastrando consigo la manta, de manera que quedó al aire el
cuerpo desnudo de una muchacha –escasamente más que una niña– que
permanecía acurrucada en el lecho.
Calthar miró a la chiquilla con el entrecejo fruncido, pero indiferente, y luego
señaló la puerta sin hablar. La muchacha agarró sus ropas, apartándose todo lo
posible de la amenazante intrusa, y sus rápidas y desiguales pisadas se
perdieron en el pasadizo.
El viejo se puso de pie, envolvió su cuerpo con la manta y adoptó una postura
humilde y suplicante, como un perro que no supiera si demostrarle su afecto al
amo o dar media vuelta y huir.
Cuando Calthar caminó a su alrededor en amplio círculo, los pálidos ojos del
hombre siguieron su figura con hambrienta avidez. Luego la miró a la cara y,
entonces, su apetencia se apagó para ser reemplazada por el miedo.
–Se ha ido.
La ronca voz de Calthar sonó fiera, y su acusación resultó peligrosamente
cortante.
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El hombre respiró con angustia.
– ¿Otra vez?
– ¡Otra vez, Hodek, otra vez! ¿Dónde está Akrivir?
El viejo tragó saliva.
–Duerme. El día ha sido duro para él, y...
La mujer lanzó un silbido propio de una serpiente, que le hizo callar en el acto.
Durante unos segundos no se oyó en la estancia más que la estertorosa
respiración de Calthar. Luego dijo en tono suavemente venenoso:
–Ya lo veo... De modo que, mientras tu inútil hijo duerme y tú fornicas con
niñas, ¿quién vigila a Talliann?
–No... no puede haber salido de la ciudadela. Ella... –balbució el viejo, cuyo
temor era ya terrible.
– ¡Nadie la vigilaba! –gritó Calthar, y en su voz vibraba un furor cargado de
desprecio.
El hombre retrocedió agachándose, como si hubiera recibido un golpe.
– ¡Sabes de sobra adónde ha ido! –Agregó Calthar–, y sabes también ¡qué
sucederá si no me la devolvéis sana y salva!
Dio un paso adelante, quiso tocar la cara del hombre con sus largos dedos, y él
notó el olor de corrupción de su piel.
–Has descuidado tu deber, Hodek... ¡Y ya sabes lo que haré si no reparas tu
falta!
Del fondo de la garganta de Hodek brotó un sonido feo e incoherente, y la
mano de ella se retiró despacio. Los ojos de .la mujer centelleaban como el
cuarzo.
– ¡Devuélvemela! Ya puedes espabilarte, si no quieres que la Hechicera alargue
sus rayos y toque esta noche tus huesos... ¡Devuélvemela!
Lloriqueando, el viejo se apresuró a recoger sus ropas mientras ella lo vigilaba.
El duro staccato de la respiración de Calthar daba a la habitación un ambiente
asfixiante. Cuando el hombre salió a toda prisa de allí y llamó a gritos a los
soldados, ella lo siguió. Estuvo también detrás de él en la vasta caverna que
daba al mar, y permaneció en la orilla con una mirada que infundía miedo
cuando el destacamento encargado de la búsqueda partió con la sombría marea.
De momento no se podía hacer nada más. Pero…y volvió ligeramente la cabeza
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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para ver cómo el ahora tan servil Hodek se retorcía las manos junto al agua si
algo salía mal aquella noche, habría un castigo riguroso. Y ella experimentaría
un frío y cruel placer al ejecutarlo.
-0-0-0-0-
Aunque comprendía que su sorpresa no era lógica, Kyre se sintió
desconcertado al tropezar con una próspera población al otro lado de las
murallas del castillo. Había descendido por los jardines terraplenados, dejando
atrás las achaparradas plantas de flores de color blanco enfermizo, hasta
llegar a la portezuela que, por fin, le diera paso al mundo exterior. Allí, en las
sombrías y brumosas calles de escasa y fantasmal iluminación, la gente se
movía y algunas caras se asomaban a las ventanas. Kyre oyó un portazo, vio que
alguien corría una cortina y descubrió entre la niebla, como almas en pena, a
dos mujeres que, fuertemente agarradas, ansiaban llegar a la protección de su
hogar. Una pequeña plaza, pavimentada con losas de piedra arenisca, estaba
llena de los restos de un día de mercado. En alguna parte ladró un perro, y una
brusca voz le riñó.
Kyre se estremeció, pero siguió adelante. En aquella escena había una
incongruencia que le desconcertaba. La normalidad de los ruidos, la gente, los
desperdicios... nada encajaba con su indeleble idea original de Haven, la ciudad
misteriosamente vacía. Era como si sus habitantes no fuesen personas de
verdad, sino espíritus de un lejano pasado. Recordó las playas de arena
situadas al otro lado de la población, y lo que había debajo de ellas, y el
estremecimiento inicial se transformó en un tremendo escalofrío que recorrió
toda su espina dorsal.
Un postigo se cerró cerca. El golpe fue transportado por el denso y quieto
aire, y le asustó. Aceleró el paso, consciente de que la calle se hacía más
empinada, y también de que tenía frío. La niebla era pegajosa, y la ropa que
llevaba no era la más adecuada para enfrentarse con el frío de la noche. Esto
le hizo preguntarse, por vez primera, adónde se dirigía en realidad.
Era tan intenso el deseo de huir del castillo y de sus extraños ocupantes, que
ni siquiera había pensado qué haría una vez en libertad. El instinto le empujaba
hacia el mar, pero sólo por ser el camino que le trajera, y porque no conocía
ningún otro. Sin embargo, la desierta orilla no tenía nada que ofrecer, como no
fuese el ruinoso y esquelético templo junto al mar, y nada habría que le hiciera
volver a tan horrible lugar..., salvo que su única otra opción fuese la de
regresar al castillo.
Involuntariamente miró por encima del hombro en dirección a la ciudad, cuyo
revoltijo de callejuelas y tejados se perdía en la niebla. No se le había ocurrido
que su persecución podía haber comenzado ya. Sin embargo, era muy probable
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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que su ausencia hubiese sido descubierta. Comprendía que, en cierto aspecto,
era muy valioso para Haven o, por lo menos, para Simorh. Ignoraba hasta
dónde alcanzaban los poderes de esa mujer, y no experimentaba el menor
deseo de saberlo. La sola idea le perturbaba. Era seguro, de cualquier forma,
que Simorh no vacilaría en ponerlos en práctica y servirse de ellos, por muy
poco humanos que fueran, para seguirle la pista.
Kyre echó a correr, y el choque de sus desnudos pies contra el duro suelo
produjo un sordo eco. A medida que avanzaba la noche, los últimos transeúntes
habían abandonado las calles, y la parte más alejada de la ciudad se hallaba
sumida en una quietud absoluta. Las escasas luces que aún ardían en las
ventanas se apagaban, una detrás de otra. Casi sin darse cuenta, Kyre alcanzó
el arco donde las dos lámparas verdes brillaban como unos ojos que no
pestañearan jamás, y se detuvo vacilante.
Nada indicaba, por ahora, que le persiguieran. Sin embargo, el silencio estaba
invadido por un nuevo sonido que le puso los nervios de punta, incluso antes de
reconocerlo. Débil y suave, impregnado de malignidad, llegaba hasta él el
lúgubre ritmo del mar. Había en aquel murmullo tanta fuerza, que atrajo a Kyre
contra su voluntad. Antes de que supiera lo que hacía, el hombre cruzó el arco
y vio la interminable playa que se abría ante él. La blanca arena parecía
alcanzar el infinito, resplandeciente allí donde aún no la había engullido la
bruma. Un olor a sal y a podredumbre era arrastrado por la ligera brisa, y a
Kyre se le agitaron las ventanas de la nariz. Era difícil orientarse a causa de la
espesa niebla. Muy a lo lejos, allí donde tenía que quedar el borde del agua,
creyó distinguir una obscuridad más compacta, pero no había modo de
cerciorarse. Únicamente una borrosa mancha de luz le indicaba que el satélite
lleno de cicatrices al que la gente llamaba Hechicera había salido ya, y que le
observaba a través de la bruma.
De repente se levantó una ventolera que hizo danzar las verdes luces. La
sombra del arco se distorsionó e hizo apartarse a Kyre, asustado. Una breve
pendiente de roca desembocaba en la suave y húmeda arena, y el joven, con los
pies en ella, volvió la cabeza para contemplar la ciudad a través del arco.
No podía retroceder. Había llegado demasiado lejos… y la playa no conduciría
sólo al templo en ruinas. Tenía que existir un camino, por difícil que fuese, que
ascendiera a los acantilados por un lado u otro y llevara al interior del país. Por
peligrosa que resultase la libertad, no cabía duda de que era el preferible de
los dos males.
Kyre dio la espalda a Haven, procurando no temblar pese al viento saturado de
humedad, y se internó en la cambiante capa de espesa bruma, siempre a lo
largo de la desierta playa.
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-0-0-0-0-
No había luz en la torre de Simorh. Su tarea requería obscuridad. Arrodillada
en el suelo de su sanctasanctórum, la soberana percibía las inquietas miradas
de Thean y Falla, que la acompañaban, y sus manos temblaron al sujetar los dos
extremos de una nudosa cuerda. Tenía los dedos como plomo, torpes y
desobedientes a causa del frío que se había adueñado de la habitación. Pero
ella desafiaba la baja temperatura alimentándose con la ira que aún ardía en su
corazón como un fuego refrenado. Primero había sentido gran enojo hacia
Gamora, y luego contra sí misma. Ahora se dijo que debía canalizar sus
sentimientos hacia otra persona, y en su mente se dibujó la imagen de Kyre.
Sintió la necesidad de arrojarse contra ella cual perro hambriento, y respiró
profundamente, almacenando en sus pulmones tanto aire como pudo, como si
temiera quedarse sin él.
Le dolían los huesos, y hubiese querido olvidar esa nueva prueba de fuerza,
abandonarla y dormir. Pero no podía ser. Había iniciado la empresa y era
preciso llevarla a cabo. Rechazar la responsabilidad habría significado admitir
la derrota, y para eso no tendría consuelo.
« ¡Experimenta el odio! –Se dijo a sí misma, con furia–. ¡Aliméntalo, y extrae
fuerza y solaz de él! Puedes hacerlo, ¡tienes que hacerlo! Siente la rabia... Y,
aunque no te quede nada más, ¡siéntela!...»
Los puños de Simorh se cerraron todavía más alrededor de la cuerda llena de
nudos. Y después, con lenta e implacable deliberación, empezó a enrollarla una
y otra vez alrededor de sus manos, formando complicados diseños, mientras
sus labios pronunciaban las silenciosas y horribles palabras de un
encantamiento.
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Kyre creía que avanzaba hacia el sur, lejos de las severas ruinas situadas junto
al agua y en dirección a los acantilados más altos, que en su opinión ofrecerían
una mayor protección. El murmullo del mar sonaba más cerca, aunque él era
incapaz de calcular a qué distancia se hallaba de la orilla. Y de pronto tropezó,
porque sus pies habían pisado los guijarros.
¿Acaso no había caminado él en la dirección opuesta? ¡Lo habría jurado! Kyre
se detuvo, abatido, y escudriñó lo que tenía delante, rezando en silencio por
que estuviera equivocado y no tropezara con lo que tanto temía.
Pero allí estaba, asomando entre la niebla como si flotara en ella como un
monstruoso espejismo. El austero esqueleto del vetusto templo, de ruinosas y
melladas paredes, descollaba sobre la pedregosa franja. y mientras Kyre lo
contemplaba pareció que la niebla se disipaba, retirándose de las ruinas para
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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que él las viese mejor, iluminadas por la mellada Luna que desde un solitario
cielo enviaba sus rayos a los corroídos restos.
Algo agrio se mezcló con la saliva de Kyre cuando contempló sobrecogido el
templo. No había querido llegar hasta allí; deseaba emprender el camino
contrario y sin embargo, engañado por la bruma y el ruido del mar, se veía
arrastrado a tan terrible sitio, como si le atase a él la misma brujería que le
había traído a este mundo.
Su pecho subía y bajaba agitado mientras trataba de contener el aliento.
Ansiaba vencer la fascinación que le tenía sujeto y encaminarse a las rocas del
otro lado de la bahía. No obstante, su instinto le dijo que cualquier esfuerzo
sería inútil. No había errado en su senda, al salir de Haven, sino que algo
invadía su mente, obligándole a apartarse de la meta deseada para devolverle
al punto de su extraño nacimiento... Al mirar de nuevo a la borrosa Luna, tuvo
la certeza de que el satélite, o algún arcano poder relacionado con ella, eran
responsables de su desviación.
Kyre apretó las mandíbulas. Estaba ya a punto de dar la espalda a las
espantosas ruinas y al ojo muerto y frío de la Luna, cuando descubrió algo que
le hizo contener la respiración.
La bruma se había retirado de la franja de guijarros, dejando a la vista la
gigantesca e inmóvil serpiente pedregosa... y allí, en medio, había un ser vivo.
Tenía que proceder del mar, y ahora, fuera del agua, trepaba por las rocas...
Se movía despacio y con torpeza, como si se hallara fuera de su elemento, y su
encorvado cuerpo relucía con una extraña fosforescencia. Kyre lo miró con
repulsión y, a la vez, deslumbrado. Entonces, el ser se enderezó lentamente
hasta ponerse de pie, y se volvió hacia él.
Era humano. Incluso a tal distancia, no podía caber la menor duda. Y una
mirada al frágil, delgado y mortalmente pálido rostro le permitió descubrir que
la persona era joven y del sexo femenino. Alrededor de su cabeza revoloteaba
una desordenada melena del color del azabache, y sus ojos parecían inmensos
agujeros informes, dada la obscuridad y la distancia que les separaba. La
gélida luz de Luna confería a su blanca piel el aspecto de un cadáver. Diríase
que era un ser casi bidimensional, perteneciente –quizás– a un sueño. Se cubría
con una larga túnica y cuando se puso en movimiento –obstaculizado, como Kyre
pudo comprobar, por los empapados pliegues de su ropa–, la prenda
resplandeció como si toda su superficie estuviera cubierta de una miríada de
puntos plateados.
Un doloroso e involuntario espasmo muscular sacudió a Kyre cuando devolvió la
mirada a la extraña joven. Lo que experimentó fue, sin embargo, más que un
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sufrimiento físico. Por vez primera adquiría vida en él lo que vagamente
reconoció como un recuerdo... Algo retorcido hasta más allá de una
rememoración, pero más poderoso, también, que todo la demás que había
experimentado desde que Simorh le obligara a despertar en este mundo. La conocía. La muchacha era... Kyre luchó por descubrir su identidad, por
acordarse de su nombre, pero no la consiguió. El recuerdo, si recuerdo podía
llamarse, escapaba a su alcance. Sólo era capaz de contemplarla atónito. Pero la conocía.
Ella volvió la cabeza de súbito, para mirar al mar, y aquel movimiento rompió el
trance en que se hallaba Kyre. Deseó llamarla y decirle que no temiera, pero
antes de que lograra emitir un sonido, la joven había posado nuevamente la
mirada en él, y ahora retrocedía poco a poco sobre los guijarros, con paso
desigual.
– ¡Espera! –pudo al fin gritar Kyre, aunque su voz sonó sorda y torpe en medio
de la noche.
La muchacha no respondió sino que continuó retirándose con su rara manera de
andar. La caprichosa bruma se extendía de nuevo, y Kyre temió que ella se
desvaneciera, abrazada por la niebla, y que él se quedara solo y privado de su
presencia. Era preciso que la siguiese y, si le entendía, que hablase con ella.
Dio dos vacilantes pasos hacia delante, y la joven se detuvo. Pese a que la
obscuridad le engañaba y el rostro de la chica no era más que una pálida
mancha, Kyre creyó ver que sonreía de forma peculiar, como si no tuviera por
costumbre hacerlo. Luego retrocedió rápidamente cinco pasos, casi
tambaleándose, para aumentar la distancia entre ambos.
– ¡Espera! –Repitió Kyre–. ¡Espera, por favor!
Le contestó un sonido semejante a una fina y débil risa. Luego, la muchacha le
dio la espalda y echó a correr. Sus pies apenas hacían ruido sobre los
guijarros, y la brillante luz lunar hizo resplandecer y danzar las laminillas de su
vestido, como un banco de pececillos, mientras volaba en dirección a las
impresionantes ruinas que se elevaban al final de la franja pedregosa.
Impulsado por el temor a perderla de vista, Kyre emprendió su persecución.
Los guijarros estaban peligrosamente sueltos. Resbalaban bajo sus pies y
amenazaban con hacerle perder el equilibrio, pero aun así era más veloz que la
joven y supo que la alcanzaría antes de que llegase al templo. Ignoraba lo que
entonces haría y diría, y si ella tendría miedo de él... Lo único que importaba
ahora, era atraparla.
No estaba a más de doce pasos de la centelleante y fugitiva aparición cuando a
sus pies sonaron unos feroces silbidos y, de pronto, cinco refulgentes columnas
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de plata surgieron del suelo delante de él, con la fuerza de agresivas
serpientes. Kyre lanzó un grito de horror, intentando escabullirse a grandes
zancadas, al ver que aquellos monstruos reptaban hacia él, y cayó entre
alaridos cuando una de las espeluznantes cuerdas plateadas se abalanzó sobre
su espalda como un látigo y le quemó la piel. Instintivamente, Kyre se echó
hacia un lado, hundiendo pies y manos entre los guijarros para poder dar un
salto y retroceder, pero otras cinco cuerdas plateadas salieron detrás de él,
cortándole el paso. Se balanceaban amenazantes encima de su cuerpo, y frías
chispas plateadas salían disparadas de todo su largor, yendo a caer algunas de
ellas contra las piedras con el sibilante sonido de gatos enfurecidos. Kyre
quedó sin saliva cuando comprendió que aquellos horripilantes seres estaban
vivos o, por lo menos, estaban dirigidos por una mente capaz de verle, que
anticipaba sus próximos movimientos y sólo esperaba la ocasión de atacarle de
nuevo.
Inmovilizado y sudoroso a causa del terror, Kyre se volvió hacia donde viera
por última vez a la muchacha procedente del mar. Ésta se había detenido y le
miraba aturdida, y su primera convicción de que aquellos monstruosos látigos
sobrenaturales le atacaban por orden de ella se desvaneció al comprobar que
se había llevado las manos a la boca, aterrada. Sin pensar en lo que hacía, Kyre
suplicó, con un gesto, que le ayudara, y las espantosas serpientes plateadas se
enroscaron y chasquearon, arrojando sobre su cara una nueva lluvia de
ardientes chispas que le obligaron a caer otra vez de rodillas, con un grito de
dolor. Se desplomó al fin, y los guijarros que tenía debajo empezaron a emitir
de nuevo sonidos sibilantes, y empezaron a moverse y levantarse como si una
bestia gigantesca y enfurecida se estuviese agitando bajo la superficie. Kyre
trató desesperadamente de ponerse de pie, pero volvió a perder el equilibrio, y
resultó inútil que tratara de hacerse a un lado para evitar el siguiente
chaparrón de chispas, que atravesaban sus ropas hasta quemarle la piel. Las
plateadas serpientes se arrojaron una vez más sobre él, retorciéndose como si
la agonía del joven las enloqueciera, y en medio de sus triunfantes silbidos y
escupiduras, Kyre oyó otro grito lleno de angustia y de incoherente protesta.
Forzó su mente y, delirantes los ojos, divisó la figura de la muchacha con los
brazos alargados en un gesto de súplica, mientras delante de él seguían
contorsionándose las misteriosas cuerdas vivas. Y detrás de la joven, algo
más... Una cosa vaga, demasiado borrosa para que su maltratado cerebro la
registrara con detalle... Pero tuvo la impresión de que unas obscuras formas
flotaban en dirección a las ruinas, avanzando hacia la muchacha para
apoderarse de ella...
La joven lanzó un agudo y fuerte chillido que encerraba rabia, terror y
protesta. Al mismo tiempo, los diez látigos plateados volvieron a ensortijarse y
cayeron a la vez sobre Kyre. El primer azote fue como el hierro candente, y el
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dolor explotó en todo su cuerpo con tan cruel fuerza, que el grito que quiso
dar no pasó de ser un triste fracaso. Le pareció vislumbrar las horribles
serpientes, que se alzaban para atacarle de nuevo y, cuando le golpearon una
vez más, una ola de dolor todavía más intenso le hizo perder el conocimiento.
-0-0-0-0-
Falla y Thean agarraron a Simorh por los brazos cuando ésta cayó hacia
delante. Levantándola con todo el cuidado que la estrechez del aposento
permitía, recostaron a su soberana contra unos almohadones, y Thean comenzó
a frotarle angustiada las heladas manos, con objeto de restablecer la
circulación. El rostro de Simorh estaba lívido como la muerte, y unas
profundas arrugas revelaban la gran tensión vivida. Sin embargo, la princesa
sólo tardó unos momentos en abrir los cansados ojos, aunque no sin un
tremendo esfuerzo.
–Id en busca de... soldados –musitó con voz ronca–. Decidles que... que le
traigan aquí otra vez...
Una tos convulsiva sacudió todo su cuerpo, y la saliva resbaló por su barbilla.
–Señora... ¿Estáis...? –empezó a decir Falla.
– ¡Llamad a los soldados! ¡Obedecedme!
Simorh apenas podía hablar, pero en sus palabras había veneno.
–Sí, señora.
Falla se puso de pie como pudo y corrió hacia la puerta. Apenas hubo
desaparecido, Simorh logró incorporarse, rechazando los intentos de ayuda de
Thean.
–Pronto estaré bien... ¡Déjame sola, Thean! Quiero dormir...
Echó una mirada a la cuerda arrojada al suelo, y su rostro expresó
repugnancia.
–Déjame sola –repitió en un murmullo.
Cuatro guardias armados hasta los dientes, que habían emprendido nerviosos el
camino a las órdenes de Vaoran, encontraron a Kyre inconsciente sobre los
guijarros. Parte de sus ropas estaba hecha jirones, y en la cara y en el torso
tenía quemaduras. Vaoran le miró con frialdad, mientras los soldados le daban
la vuelta. Conocía, por encima, los detalles de la huida de Kyre, y se imaginaba
los métodos de que Simorh se habría valido para apresarle. Si bien las artes de
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brujería le resultaban repelentes, no dejó de producirle satisfacción ver al
prisionero en aquellas condiciones.
Uno de los soldados, que a la luz de la Luna menguante parecía terriblemente
pálido, miró inquieto por encima del hombro en dirección al mar, y luego señaló
a Kyre.
–La marea sube, señor. ¿Le llevamos nuevamente a la ciudad?
«Mejor sería dejarle aquí para que los peces y los cangrejos le devoraran»,
pensó Vaoran con maldad pero enseguida apartó de su mente tal idea. No
ganaría nada, a los ojos de Simorh, si abandonaba su criatura al mar. Tendría
que contener un poco más su propia rabia. Sin embargo, no pudo resistir la
tentación de dar un paso adelante, empujar el cuerpo exánime con la bota y,
después, propinarle un puntapié bien calculado en la parte más estrecha de la
espalda, antes de que sus hombres lo levantaran. Total, sería un golpe más
entre los muchos ya recibidos... Era una pena que aquella criatura no conociera
nunca su origen...
–Muy bien –dijo entonces, con una voz más dura que el ladrido de una foca
contra el murmurante mar–. ¡Levantadlo!
Todos creían que Kyre estaba totalmente inconsciente, pero él, aunque se
hallaba demasiado atontado para hacer cualquier movimiento o emitir un
sonido, volvía poco a poco en sí. A través de sus ojos, hinchados y medio
cerrados, empezaba a distinguir la figura de Vaoran y, pese a su incapacidad
para reaccionar, había sentido perfectamente la patada recibida en la columna
vertebral. Mientras los soldados pisaban con fuerza los guijarros en su camino
de retorno, con el cuerpo de Kyre colgado descuidadamente entre ellos, el
prisionero se preguntó por qué le odiaría tanto Vaoran. No obstante, seguía
demasiado mareado para pensar con coherencia y perdió otra vez el sentido
cuando se acercaban ya a Haven. No volvió a darse cuenta de nada hasta que,
con toda brutalidad, le dejaron caer al suelo en la entrada del castillo.
Kyre gimió y quiso dar media vuelta, pero entonces oyó una risa desagradable.
–Conque al Lobo del Sol le han arrancado los dientes, ¿eh? De cualquier forma,
vivirá. Informad a la princesa de que ya está aquí.
Era la voz de Vaoran, y sus hombres se unieron a sus risotadas.
Unos pasos se alejaron, el ruido resonó en la cabeza de Kyre y, excitado su
orgullo por el cruel sarcasmo del maestro de armas, hizo un gran esfuerzo para
apoyarse en los codos. Parecía que le hubiesen asado la piel y sentía un terrible
mareo en el estómago, pero dominó las náuseas y el dolor, y sus ojos se
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enfrentaron con la fría y azul mirada de Vaoran. El robusto hombre le dedicó
una sonrisa de desprecio.
–Será mejor que te pongas presentable, Lobo del Sol. Sería descortés, por tu
parte, saludar a tu señora como un perro apaleado.
En Kyre despertó la ira, pero antes de que pudiese demostrarla de manera
física o verbal, se vio interrumpido por unos pasos muy agitados y por la voz de
una mujer que daba órdenes sin resultado. Las débiles luces del arco que daba
a la escalera fluctuaron al producirse una corriente de aire, y una figura
menuda apareció en los últimos peldaños y atravesó la estancia a toda prisa.
– ¡Kyre! –Exclamó Gamora con angustia–. ¡Kyre!
Vaoran se adelantó para detener a la pequeña, sujetándola por los brazos para
atraerla hacia sí.
– ¡Mi princesa! ¡No tendríais que haber bajado! ¿Dónde está vuestra aya?
– ¡No te atrevas a tocarme! –protestó Gamora, e hizo un esfuerzo tan grande
para liberarse, que él no tuvo más remedio que soltarla y, tan pronto como la
niña se vio libre, corrió hacia Kyre.
–Pero... ¡tienes quemaduras! Tanto en la cara como en la ropa... ¿Qué te han
hecho, Kyre?
– ¡Gamora!
La voz que la llamó, aunque exhausta, todavía poseía autoridad suficiente para
hacer callar a la niña. Kyre alzó los ojos y, en la obscuridad de la escalera, vio a
Simorh seguida de una mujer de mediana edad, que les miraba con cara de
aturdimiento. El herido tuvo tiempo de registrar en su mente las cansadas
facciones y el lacio cabello de la soberana, húmedo de sudor, antes de que
Gamora se precipitara hacia su madre, para agarrarse a su falda.
– ¡Le han hecho daño, madre, y es mi amigo! ¿Por qué? Kyre no escapaba. ¡Me
prometió que volvería!
–Gamora... –Simorh hablaba ahora con más dulzura, como si no le restaran
fuerzas para un enfrentamiento–. Tú no lo entiendes, Gamora. Vete a la cama
de nuevo. Tu aya te acompañará.
– ¡No! –Replicó la niña–. ¡No me iré hasta que sepa por qué han maltratado a
Kyre! Vi desde la ventana que le llevaban como si estuviese muerto. ¡Madre...!
Aumentó la palidez de Simorh, que cerró los ojos. Gamora sollozaba y la
simpatía que hacia ella experimentaba Kyre, asociada a la culpa en que él había
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incurrido al aprovecharse de la fe que le demostrara la chiquilla, le obligó a
vencer el dolor que aún sentía y a ponerse de pie, pese a que sus piernas
apenas le sostenían.
–Mi pequeña princesa...
El sonido de su voz cortó en el acto las protestas de Gamora, que le miró con
ojos muy abiertos.
–No estoy herido –agregó, a la vez que abría los brazos, confiando en que su
aspecto no delatara la mentira de sus palabras–. ¿Lo ves? Estoy de pie y hablo
con vos... Incluso puedo sonreíros...
Detrás de Gamora vio a Simorh, que le observaba con expresión de sospechosa
incertidumbre. Luego miró de nuevo a la niña.
–Lo digo de veras. No estoy herido.
Gamora se pasó la lengua por los labios.
–Entonces... ¿por qué te llevaban de aquella manera? ¡Parecías un animal recién
cazado!
Sus ojos volvieron a encontrarse brevemente con los de Simorh.
–Era un juego, pequeña princesa...
– ¿Un juego?
–Sí.
Gamora no estaba convencida del todo, pero Kyre comprobó que daba gran
importancia a sus palabras y, finalmente, la niña miró a su madre.
– ¿De verdad?
Era la última confirmación que necesitaba.
–Sí –dijo Simorh en tono débil–. Un juego.
La mirada que la soberana lanzó a Vaoran estaba impregnada de veneno, y
probablemente le hubiese dirigido un comentario bien acre, de no haber
llamado la atención de todos unos pasos en la escalera. Las pisadas eran
desparejas... y apareció el príncipe DiMag, vestido con una ligera túnica de
lana, bajo la cual distinguió Kyre las arrugadas prendas que ya llevara aquella
misma mañana en el Salón del Trono.
– ¡Conque ésta es la causa de todo el alboroto! –Dijo, recorriendo con sus ojos
castaños a todos los presentes–. Había llegado a creer que, por lo menos, se
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trataba de una invasión... Supongo que debo estar contento de que el castillo
siga intacto.
– ¡Pensaba que habían herido a Kyre, padre! –intervino la niña, apartándose de
Simorh para correr hacia él.
El príncipe le dedicó una mirada y, luego, acarició con gesto ausente sus
obscuros cabellos.
–Ah, ¿sí? –preguntó.
Seguidamente miró a su esposa y, por último, al corpulento maestro de armas,
y en sus ojos parecía haber vitriolo.
– ¿Y por qué lo pensaste, hija?
Vaoran se apresuró a hablar antes de que pudiese hacerlo Gamora.
–Hubo un pequeño... imprevisto, mi señor –dijo con voz untuosa–, y la princesa
Simorh tuvo la gentileza de solicitar mis servicios.
–Ah, ya... –respondió DiMag, apenas sonriente.
–Era un juego –insistió Gamora–. ¡Lo ha dicho Kyre!
–Entonces era eso –señaló el padre con expresión reservada–. Pero la
medianoche no es una hora propia para juegos, Gamora. ¡No si quieres llegar a
ser digna de tu posición el día de mañana y no si deseas que nosotros podamos
descansar todavía un poco, esta noche!
La niña se sonrojó.
–Lo siento –dijo en un susurro.
DiMag rió con una cordialidad que sorprendió a Kyre.
–Entonces demuéstralo yéndote ahora con tu aya, mi pequeña. ¡Ya es hora de
que estés en la cama!
El príncipe acarició una vez más los cabellos de su hija, y ella le miró con
infinito cariño.
–Sí, padre.
La mujer de aspecto tan preocupado, que no se había atrevido a abrir la boca
en presencia de sus amos, se hizo cargo de la princesita con evidente alivio, y
Gamora se dejó conducir escaleras arriba, aunque sin dejar de contemplar la
escena con sus enormes ojos grises, hasta que desapareció en lo alto.
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Nadie se movió hasta que fue imposible que la niña y su aya les oyeran. DiMag
descendió entonces los dos peldaños que le separaban del vestíbulo. Sus
movimientos eran más torpes que durante el día, y Vaoran se le acercó,
solícito.
– ¿Puedo ayudaros señor? DiMag le miró.
–No, gracias. Estoy seguro de que te agradará saber, Vaoran, que si bien el
húmedo aire de la noche no es lo mejor para mi pierna enferma, aún estoy en
condiciones de valerme por mí mismo.
Había llegado entre tanto al centro del reducido grupo formado por Vaoran,
Simorh y Kyre (los hombres de Vaoran se habían cuadrado al llegar al
soberano, pero nadie les prestaba la menor atención), y lentamente giró sobre
su pierna sana para mirar a los tres, uno tras otro.
Y de pronto les dejó sorprendidos a todos al decir:
–Veamos... ¿Quién va a explicarme la verdad sobre el alboroto de esta noche?
Dos vivas manchas rojas se encendieron en las mejillas de Simorh, y Vaoran
movió la mandíbula, aunque no llegó a emitir sonido alguno. Sólo la expresión de
Kyre no cambió, y DiMag, en vista de su aparente impasibilidad, clavó en él una
oblicua mirada.
–Tienes la piel y las ropas quemadas, Lobo del Sol –indicó–. ¿Acaso intentaste
inmolarte?
Simorh habló antes de que pudiese hacerlo Kyre.
–Esas señales habrán desaparecido pronto –dijo.
– ¡Ah, ya entiendo! –Contestó DiMag con una mirada de desafío–. ¿Y por qué?
–Escapó del castillo –explicó Simorh, señalando a Kyre–. ¡Sabéis muy bien por
qué era preciso traerle de nuevo!
–Yo lo sé, en efecto, pero... ¿lo sabe él?
La expresión de la princesa se hizo defensiva y, a la vez, cansada, como si le
molestara tener que exponer de nuevo un argumento ya de sobras conocido.
–Eso no tiene importancia, DiMag.
Su esposo estudió con la mirada el dibujo del suelo enlosado, y con un pie siguió
una resquebrajadura que había en el mármol.
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–Estoy convencido de que no tiene importancia para vos ni para mí y, desde
luego, tampoco para nuestro valeroso maestro armas aquí presente. Pero... ¿se
ha molestado alguien en preguntar al Lobo del Sol lo que él opina?
Levantó DiMag la vista, y Kyre quedó asombrado al encontrar en sus ojos
pardos un destello de simpatía.
–Aquí se toman decisiones en las que él no interviene, y se ponen en marcha
unos acontecimientos en los que él tiene un papel, sin que se le haya
comunicado siquiera, por educación, qué papel va a ser –continuó con una débil
sonrisa–. Si yo estuviera en su lugar, creo que me rebelaría.
–Señor... ¡No podéis compararos con...! –empezó a decir Vaoran, pero el príncipe
le interrumpió con profunda ironía.
–Naturalmente. No puede haber comparación entre el hombre que gobierna
Haven y un simple cero... Pero ni siquiera a un cero le negaría yo los derechos
que, sin dudar un solo instante, concedería a un perro.
Vaoran no percibió el ligero énfasis en las palabras del príncipe, ni tampoco
tuvo ocasión de replicar, porque DiMag se había vuelto de nuevo hacia su
mujer, ignorando al maestro de armas como si no tuviera la más mínima
importancia.
– ¡Curadle las quemaduras, ponedlo presentable y enviádmelo!
– ¿Ahora? –inquirió ella con los labios pálidos.
– ¡Ahora, sí! –Repitió DiMag–. Creo que el Lobo del Sol yo tenemos muchas
cosas que decirnos, y me imagino que tendrá tan poco sueño como yo.
Y sin aguardar respuesta de nadie, dio media vuelta y se encaminó, cojeando, a
las escaleras.
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Capítulo 5
Kyre se hallaba en una habitación desordenada al máximo. Los libros y papeles
de DiMag cubrían todo el espacio existente, y una revuelta colección de armas
ocupaba la única y pequeña parte de pared no vestida con tapices. Una sola
lámpara, que ardía a media llama y despedía la misma fría luz verde que las de
la entrada, constituía la única iluminación de la estancia, y una raída cortina,
que otrora fuera de color carmesí y que había adquirido, con los años, un tono
semejante al de la sangre seca, cubría a medias la ventana.
El aspecto del aposento y otro par de detalles habían obligado a Kyre a
modificar de nuevo sus primeras impresiones acerca del príncipe. Ni le
gustaba, ni confiaba en él. Había algo en su persona que le ponía nervioso.
Además, DiMag era evidentemente variable, dado a las extravagancias, y Kyre
sólo necesitaba pensar en el modo en que había dado muerte al prisionero en el
Salón del Trono para que el estómago se le revolviera. No obstante, resultaba
indudable el afecto que DiMag sentía hacia su hija, aunque tuviese dificultad
para expresarlo. Y había sido el primero en demostrar un poco de
consideración hacia el aturdido fruto de las brujerías de Simorh.
¿O se engañaba?
– ¡Lobo del Sol!
La voz le asustó, ya que procedía de un sombrío rincón del aposento; DiMag se
alzó del largo diván que, por lo visto, le servía de cama.
Kyre se volvió hacia él. Inseguro acerca de cómo debía actuar, hizo una breve
reverencia que no reflejaba precisamente mucho respeto.
–Príncipe DiMag...
El soberano sonrió.
–Siéntate, Kyre, si encuentras sitio. Las entrevistas formales son muy pesadas
–dijo, acercándose a la ventana de la cortina medio corrida–. Haven languidece
nuevamente envuelta en niebla... A veces cuesta recordar los días en que no
era así...
Se manoseó la gastada túnica y, de repente, miró cara a cara al forastero:
– ¿Ha reinn trachan, ni brachnaea pol arcath?
Algo se agitó en un oculto recodo del cerebro de Kyre: aquellas palabras
sonaban extrañas y no parecían tener sentido... Sin embargo, descubrió en
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ellas una vibración remotamente familiar... Después de tratar inútilmente de
hacer memoria, Kyre meneó la cabeza.
–No lo entiendo –confesó.
–No importa –respondió DiMag, encogiéndose de hombros–. La lengua antigua.
Mi tutor me la enseñó cuando yo era niño, y el preceptor de mi hija procura
meterle algo de ella en la cabeza. Pero es una lengua prácticamente muerta.
Además, creo que mi acento acaba de hacerla incomprensible. Me preguntaba
si te resultaría familiar –agregó el príncipe con una expresión calculadora en
los ojos.
Lo era, pero...
–No –contestó Kyre.
–Es igual. De cualquier forma, los manuscritos que han sobrevivido a la remota
época en que esa lengua se hablaba están ya tan descoloridos que tanto da...
Casi sin darse cuenta de lo que hacía, y con cierta pena, Kyre echó una mirada
a los montones de papeles que había encima de una mesa, cerca de la cama, y
preguntó:
–Sois hombre docto, ¿no, señor?
–Hombre docto... –repitió DiMag, considerando durante unos momentos aquella
expresión, como si tal idea no se le hubiera ocurrido antes, pero luego rió con
ironía–. Supongo que tengo esa desgracia, en los tiempos que corren... Porque
es indudable que ya no puedo calificarme de guerrero.
–Me vencisteis con suficiente facilidad, en el Salón del Trono, señor.
–Hum... Quizá demostré, simplemente, tu ineptitud. No lo sé. Desde luego, no
eres un espadachín. Aunque lo que tú eres, es otra cuestión... ¿verdad? –añadió
con aquella mirada astuta y calculadora que Kyre ya había observado en DiMag.
El prisionero suspiró. El príncipe se mostraba solapado y jugaba con él. Pese al
ungüento, la piel le dolía y estaba todavía lacerada. Tenía todo el cuerpo molido
y además, experimentaba un gran cansancio. En ningún caso estaba dispuesto a
ser el títere de DiMag ni de otra persona.
–Príncipe –dijo con decisión en la voz–. Ignoro por qué me habéis ordenado
venir, y no sé qué queréis de mí. Pero no puedo responder a vuestra pregunta, y
creo que vos ya lo entendéis. La princesa Simorh –continuó– dice que soy un
cero, y desde luego no tengo conocimientos ni recuerdos que me permitan
discutir tal cosa. Lo cierto es que no comprendo para qué he de serviros.
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El silencio duró el minuto que, aproximadamente, necesitó DiMag para ir
cojeando a su lecho. Se dejó caer en él y repuso en tono de fatiga:
–Siéntate.
Aunque algo vacilante y con cierta reluctancia, Kyre apartó varios papeles de
una silla y tomó asiento. DiMag hizo un gesto de satisfacción.
–Muy bien. Ahora pasaremos a tu asunto, si es lo que te preocupa. Te hice
venir para llegar a un trato contigo, Lobo del Sol.
– ¿Un trato?
–Sí. ¿Por qué te sorprende tanto? –Exclamó DiMag, riendo de nuevo–. Te
aseguro que he pasado media vida haciendo tratos y estableciendo
compromisos, y en comparación con mis súbditos, eres un aprendiz en
semejantes negociaciones. Si tú...
Pero se interrumpió al llamar alguien tímidamente a la puerta.
– ¡Adelante!
El cambio de tono hizo levantar una ceja a Kyre, y el sirviente, que cumplía con
su cometido, recibió una mirada de abierto desprecio.
–Vuestra cena, señor.
El hombre depositó sobre la mesa una bandeja cubierta y, rápidamente,
retrocedió hacia la puerta. DiMag alzó el lienzo que cubría los platos y dijo:
– ¡Espera!
El sirviente se estremeció. DiMag estudió los manjares durante unos segundos,
llamó al hombre con un gesto de la mano y señaló una fuente de pescado
desmenuzado, con nueces y hierbas.
– ¡Esto! –dijo, y a continuación indicó otro plato que contenía frutas cocidas y
escarchadas–. Y esto, y también un trozo de pan.
El sirviente se inclinó y, para asombro de Kyre, tomó una pequeña porción de
cada uno de los platos. El príncipe contemplaba la pared en un silencio pétreo
mientras el hombre masticaba, tragaba y, finalmente, hacía un movimiento
afirmativo.
–Todo es bueno, señor.
–Bien. No necesitaré nada más, esta noche –declaró DiMag y señaló la puerta
con un leve ademán.
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La puerta se cerró detrás del sirviente. El príncipe esbozó una sonrisa agria.
–En los últimos dos años han intentado envenenarme seis veces, y no dudo de
que volverán a pretenderlo.
– Pero... ¿quién...?
– ¿Quién? ¡Por la Hechicera! ¿Quieres permanecer aquí hasta la madrugada,
escuchando la lista de posibilidades? –Exclamó el príncipe, que se agarró la
pierna enferma y la subió al diván, de forma que quedara recta delante de él–.
Tengo mis sospechas, pero no voy a darles satisfacción acusando a uno u otro
sin pruebas. Además no es problema tuyo, ni tiene por qué serlo –concluyó con
amargura–. ¡Come tú también!
Kyre tenía hambre, en realidad... Alargó la mano y probó el pescado. Le pareció
sabroso y comió más, sirviéndose con los dedos.
–Antes de que nos interrumpieran –dijo DiMag–, hablábamos de un trato.
Sus ojos se encontraron brevemente, y Kyre replicó:
–Todavía no sé qué puedo ofreceros yo, señor.
–Puede que tú no lo sepas, pero yo sí. Y estoy dispuesto a ayudarte, Kyre.
Hasta ahora, mi esposa se ha negado a contestar a todas tus preguntas acerca
de ti mismo y de por qué estás aquí. Yo, sin embargo, estoy preparado para
responder a ellas, si bien quiero algo a cambio.
Era la ocasión que Kyre había esperado, pero le invadía la desconfianza. El
ofrecimiento de DiMag parecía sincero, pero... el príncipe podía resultar más
sinuoso de lo que quería dar a entender.
– ¿Cuál es vuestro precio? –preguntó.
–Que, a la vez que cooperas con todos los de esta extraña ciudad nuestra,
cooperes conmigo. No con Simorh, ni con Vaoran, sino conmigo. Quiero tu
lealtad –dijo con tenue sonrisa.
DiMag parecía sincero. No obstante, podía existir un motivo oculto detrás de
sus palabras. A juzgar por lo poco que había dicho el príncipe, a Haven y a su
gobernante no les iban nada bien las cosas, y Kyre no puso en duda que su
excéntrico anfitrión tenía sus razones particulares e insondables para cerrar
un trato aparentemente tan lógico. No tenía el menor interés en hacer
promesa de fidelidad a ninguno de los vecinos de Haven, pero DiMag, y sólo él –
exceptuando a la pequeña Gamora– parecía dispuesto a tratarle como una
persona, y no como una sombra; como a un invitado, más que como a un
prisionero. Y Kyre apreciaba cada vez más ese gesto.
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Por eso asintió y dijo:
–Está bien. Acepto.
DiMag se colocó la mano abierta bajo la barbilla y estudió a Kyre por encima
de ella.
–Voy a decirte, Lobo del Sol, que considero reconfortante tu actitud. No
quieres ser untuoso, y tampoco buscas rebajarte delante de mí. Detecto en ti
una honestidad que, hoy día, es virtud rara en Haven. No pretenderé que te he
tomado afecto –agregó, entornando sus ojos castaños–. No soy tan tonto como
para cometer semejante error, cuando apenas nos conocemos, y, teniendo en
cuenta el propósito con que fuiste traído hasta aquí, debería odiarte y
despreciarte. Quizá llegue a sentir odio hacia ti. No lo sé. Es un riesgo con el
que tendrás que vivir. Y ese riesgo existe –continuó, inclinándose hacia Kyre–.
Aunque oigas comentar lo contrario, quien manda aquí soy yo... De cualquier
forma, por ahora me concedo el capricho de tratarte como a un amigo, más o
menos. Cuando lleves algún tiempo en Haven, te darás cuenta de que eso es una
rara concesión...
Había sido un discurso extraordinario, y Kyre no supo qué contestar. Al ver
que la amenaza contenida en sus palabras no provocaba reacción, DiMag se
relajó un poco.
–No perdamos más tiempo –dijo, al mismo tiempo que tomaba de la bandeja un
trozo de grisáceo pan ázimo y lo mordía– .Mira... Para demostrarte mi buena
voluntad, te pido que me formules una pregunta. La que quieras. Si puedo,
responderé a ella.
Kyre no había esperado tal cambio de táctica, y quedó indeciso. ¡Tenía tantas
preguntas que hacer, y ansiaba escuchar tantas respuestas! Inesperadamente
oyó decir a su propia voz:
– ¿De qué color son mis ojos?
DiMag le miró, estupefacto.
–Es una pregunta fácil de contestar –dijo con voz tranquila, al cabo de unos
momentos–. Sin embargo, no acierto a comprender por qué la has formulado.
¿Cómo sabes tan poco acerca de ti mismo?
Kyre se ruborizó.
–Vuestra esposa, la princesa Simorh, dio órdenes de que no viese reflejada mi
imagen. Fue inflexible.
– ¿Sí, verdad? Tal vez empiece yo a entender más de lo que ella quisiera...
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DiMag movió la cabeza lentamente, en sentido afirmativo, con expresión
meditabunda, y cruzó la estancia hasta llegar a un rincón donde había un
montón de los más variados objetos, que parecían dejados allí al azar. El
príncipe rebuscó entre ellos y sacó, por fin, una cosa ovalada y sin duda,
pesada. Kyre se dio cuenta, entonces, de que era un escudo recubierto de
bronce. La superficie, muy deslustrada, demostraba que el escudo había
estado largos años sin usar, pero aun así el metal ligeramente batido
conservaba el lustre suficiente para que Kyre viera su rostro en él.
– ¡Toma! –Dijo el príncipe, a la par que sostenía el escudo y daba un paso atrás–.
No es el espejo ideal, pero te bastará. ¡Satisface tu curiosidad, Lobo del Sol!
Kyre se acercó despacio. Ahora que por fin iba a verse, sintió que el corazón le
palpitaba con fuerza, y tuvo que vencer el impulso de cerrar los ojos.
Llegó hasta el escudo, se detuvo, miró... Desde la casi opaca superficie de
bronce le contemplaba una cara enérgica y huesuda, de ojos separados y algo
oblicuos, anchos pómulos, boca grande y potentes mandíbulas. El pelo le caía
generoso y pesado sobre los hombros, y estaba muy despeinado. Las cicatrices
producidas por los plateados látigos de Simorh surcaban todavía su tez, pero
ya desaparecerían. No resultaba tan horrible como había temido. En realidad
encontró en sus facciones una lejana semejanza con las de DiMag, y también
con las de otras personas que había visto en Haven, como si en un remoto
pasado hubiese existido un parentesco.
Se volvió rápidamente para mirar al príncipe, que le observaba con limitado
interés. DiMag esbozó una pequeña sonrisa.
–El bronce desfigura los colores, ¿sabes? Para responder a tu pregunta, te
diré que tienes los ojos verdes, cosa muy poco frecuente en Haven. Me figuro
que la princesa no quiso que los tuvieras así, del mismo modo que hubiera
preferido que no fueses pelirrojo. ¿Te parece eso significativo?
Kyre empezaba a sentirse incómodo.
– ¿Por qué habría de parecérmelo?
–Y ahora llegamos al meollo del asunto. Me pregunto si... –pero entonces meneó
la cabeza–. No. Lo dejaremos para otra ocasión. De cualquier modo, Simorh no
suele cometer equivocaciones. A mí puede molestarme su poder y la forma en
que lo utiliza, pero no sería justo negar su eficacia... en ciertos terrenos.
DiMag se levantó con esfuerzo y se encaminó de nuevo hacia la ventana. Estaba
inquieto, y su talante contagiaba la tensión al ambiente.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
70
– ¿Sabes dónde descubrió el encantamiento con que te creó? ¿Te gustaría
averiguarlo?
Kyre no contestó, porque la sola idea le daba náuseas, y el príncipe continuó
con cierto acento malicioso:
–Lo encontró en un manuscrito medio podrido, que nadie debía de haber leído
durante siglos. Eso es lo que tú eres, Lobo del Sol –añadió, mirando al joven–.
Pergamino enmohecido y tinta descolorida... Un embrollo de palabras, medio en
una lengua y medio en otra. Al menos, eso es lo que Simorh supone.
– ¿Y vos, príncipe DiMag? ¿Qué opináis vos?
El soberano había regresado junto al lecho, pero se detuvo y miró con fijeza al
otro hombre.
–No lo sé –admitió–. Sospecho que hay más en ti de lo que se nota a primera
vista, aunque ignoro por qué sospecho tal cosa. Si supusiera que estabas
informado, podría decidir que te torturaran hasta que soltases lo que sabes...
Pero eres todavía más ignorante que yo, y desde luego mucho más ignorante
que Simorh.
Tal vez viera entonces un peligroso resplandor en los ojos de Kyre, porque dio
un rápido –pero al mismo tiempo calculado– paso hacia atrás.
–Un cero no tiene voluntad ni mente propia, y no desafía a su creadora
pretendiendo ser lo que ésta no ha previsto. Dime, Lobo del Sol: ¿tienes alguna
creencia religiosa?
De nuevo el súbito y astuto cambio de tema, como si la estrategia favorita de
DiMag fuesen los ataques oblicuos y obscuros. Kyre frunció el entrecejo.
– ¿Una creencia religiosa...?
–Sí. Antes teníamos unos dioses. Por lo menos, así lo explica la historia, pero
los perdimos. Si existían de verdad, probablemente nos abandonaron al iniciar
nosotros el largo descenso que nos condujo hasta donde estamos hoy, y ahora
ni siquiera somos capaces de recordar sus nombres.
Vio la sorprendida expresión de Kyre y añadió:
–Sí... Nuestro territorio florecía, largo tiempo atrás. En la actualidad, en
cambio, si te alejas de la ciudad en dirección al interior, sólo encontrarás unas
cuantas granjas solitarias y alguna que otra aldea minera, todo ello muy pobre.
Aún han de entregamos un diezmo de su producción y de sus minerales, a
cambio de nuestra protección... porque es lo que importa hoy..., y aún hay quien
viene a Haven para comerciar. El acuerdo sirve, simplemente, para
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mantenemos, pero no fue siempre así –dijo el príncipe con cínica sonrisa–. Hace
siglos, Haven era una gran potencia. Teníamos una enorme influencia sobre
todo el país, y todo era prosperidad. Creábamos, comerciábamos, cultivábamos
el arte y la música, la poesía, la arquitectura y la filosofía. Al menos, eso es lo
que dicen las crónicas, aunque no sé si pasan de ser las fantasías de unos
cuantos soñadores borrachos. El único hecho que no admite duda es que ahora
sólo existe Haven, o lo que queda de ella. Y los días de Haven están contados,
Kyre...
–La arena... –dijo éste, descubriendo la venenosa amargura que había en la voz
de DiMag–. Vuestra esposa comentó que la marea había subido dos veces, en
una noche sin reflujo, y que la arena arrastrada por las olas enterró media
ciudad.
– ¿Te contó eso? –Preguntó el príncipe, interesado–. ¿Y te dijo también a qué
se debió el desastre?
–No.
–No, claro. No debió querer que conocieses esa realidad.
DiMag reanudó sus pasos, y Kyre observó con desconcertada fascinación su
tenaz forma de avanzar.
–Sucedió a causa de la brujería, Lobo del Sol. No de la de Simorh, sino por
culpa de unos poderes infames, corruptos y diabólicos, y el único fin de quienes
los manejan es la destrucción de Haven y de todo lo que hay en ella.
De repente, DiMag se interrumpió, quizá por darse cuenta de que perdía el
control de sus palabras. Respiró profundamente y, luego, exhaló el aire con
brusquedad.
–No negaré que la destreza de Simorh es formidable, pero en comparación con
esos torvos y perversos demonios del mar, resulta tan indefensa como una
niña. Los seres de las aguas extraen su fuerza de la Hechicera, esa engreída
monstruosidad que flota en el cielo cuando el Sol se ha puesto, y que reina
sobre los vientos y las mareas. De vez en cuando se produce una conjunción,
que nosotros llamamos Noche de Muerte... Eso significa que la Hechicera se
levanta directamente sobre el mar y arroja un rayo de luz a través de la bahía,
hasta las mismas puertas de Haven. Cuando esto sucede, el poder de nuestros
enemigos llega a su punto máximo, y nosotros no podemos contra ellos.
»La última Noche de Muerte se produjo hace nueve años, cuando la marea
subió dos veces seguidas, sin que hubiera reflujo. Los demonios del mar
llegaron con la marea y, aunque luchamos por rechazarles, fracasamos.
Nuestro ejército cabalgó a través de la arena y se enfrentó con ellos a su
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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salida de las aguas... Mi esposa estaba en su torre –añadió, apretando las
manos contra el antepecho de la ventana, de modo que los nudillos se le
pusieron blancos mientras miraba al nebuloso exterior–, y desde allí pudo
presenciar la batalla. Nuestra hija dormía en su cuna, en la habitación de
abajo, y la princesa empleó todos sus poderes para mantener a salvo la ciudad
y nuestro ejército, pero no fue suficiente. Lo que hizo, por poco convierte en
polvo la sangre de sus venas. Tardó un año en poder hablar de nuevo, pero aun
así no había hecho bastante. Quizá le hubiese valido más morir.
– ¿Y vos? –Dijo Kyre, suponiendo que conocía la respuesta–. ¿Caísteis herido?
–Si prefieres llamarlo así... Una lanza en la pierna es una cosa, y otra muy
distinta es una lanza embrujada, blandida por una mano que debería haber
llevado muerta cincuenta años. Lógicamente, la herida tendría que haber
sanado. Eso me dijeron todos los médicos. Pero no fue así. Ni siquiera los
hechizos de Simorh lograrán volver a poner en condiciones mi pierna herida.
Unas criaturas del mar..., enemigos que extraían su fuerza de la lúgubre
Luna..., el prisionero muerto en el Salón del Trono..., el odio feroz de Gamora
hacia los seres de las aguas...
De súbito, a la mente de Kyre acudió la imagen de la muchacha de la playa.
DiMag descubrió su cambio de expresión: el desánimo y la confusión que el
joven no había sido capaz de disimular a tiempo. Los ojos del soberano se
entrecerraron.
– ¿Qué te ocurre?
–Yo... –contestó Kyre, y tragó saliva–. Habéis hablado de demonios del mar.
¿Tienen... tienen aspecto humano?
–Viste con tus propios ojos a la criatura que teníamos en el Salón del Trono.
Son lo suficiente humanos para morir como cualquiera de nosotros. ¿Por qué lo
preguntas?
–Esta noche, en la orilla, he visto a una chica...
– ¿Dónde? –inquirió enseguida DiMag, crispando los puños.
–A poca distancia de las ruinas.
En la habitación sólo se percibía la respiración del príncipe.
– ¿Qué aspecto tenía?
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–Creo que era joven... Tenía los cabellos negros y muy relucientes, casi... –Kyre
luchó por hallar la palabra justa, pero no dio con ella–. La cara me pareció
blanca, mortalmente blanca. Los ojos resultaban extraños. Y...
– ¿Era morena, dices? ¿Estás seguro? ¿No tenía el pelo plateado?
Una luz febril iluminó los ojos de DiMag.
–No –respondió Kyre, con un movimiento de cabeza–. El pelo de la muchacha era
negro.
–Entonces no era Calthar...
– ¿Calthar?
El rostro del príncipe resultaba ahora agresivo.
–Calthar es la fuente de poder de los seres del mar. Es un vampiro, una
devoradora de almas. No existe nada más corrupto. La raza de demonios
extrae su inspiración de ella, como un niño chupa la leche de la madre. Pero no
era Calthar la que tú has visto...
–Sin embargo, procedía del mar –señaló Kyre, intranquilo.
– ¡Sí, claro! No pongo en duda que esa criatura era uno los emisarios de
Calthar, la que significa que ese monstruo se mueve de nuevo. Ya tenemos
encima otra Noche de Muerte –dijo DiMag con un estremecimiento–. Nuestros
astrónomos la habían previsto, y la que tú has visto en la orilla sólo viene a
confirmar sus predicciones.
Kyre tuvo la sensación de que una mano helada le estrujaba la boca del
estómago, y llevado por una terrible sospecha preguntó:
– ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
–Mucho –repuso DiMag suavemente–. Es el motivo por el que Simorh te trajo a
nuestro mundo... Cuando se repita la Noche de Muerte, tú deberás ser el
paladín de Haven –añadió el soberano, mirando a Kyre con una mezcla de fatiga
y compasión.
Kyre tenía la garganta seca, y la voz le tembló.
–Pero ella no puede...
–Sí que puede. Y es tu tarea, amigo. La destrucción amenaza a Haven. Se
aproxima una conjunción, y sólo un milagro nos permitirá sobrevivir al ataque
que sin duda se acerca. Tu destino es el de realizar ese milagro.
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Kyre sintió mareo, y lo único que pudo preguntarse con claridad fue si DiMag o
Simorh, o ambos, estaban locos. La idea de que él, un hombre solo, tuviera que
enfrentarse, a un ejército de enemigos, resultaba algo absurdo y demencial. El
no debía ninguna lealtad a Haven, ni tenía, tampoco, pasado que invocar. Y, por
lo poco que sabía de sí mismo, ni siquiera era un guerrero.
DiMag continuaba observándole, y de pronto dijo:
–Sé lo que piensas, y tal vez se trate de una locura, en efecto. Pero hay
muchas cosas que tú no entiendes todavía.
–Explicádmelo, pues –replicó Kyre sin demora.
El príncipe meneó la cabeza.
–No –dijo–. Pese a mis pretensiones, no soy un hombre ilustrado. Pides una
respuesta a quien no debes. ¿Por qué no vas en busca del preceptor de Gamora,
el viejo Brigrandon, y le formulas tus preguntas? –Propuso DiMag, al mismo
tiempo que volvía súbitamente a su lecho–. Creo, Lobo del Sol, que de momento
no tenemos nada más que decirnos. He sido honesto contigo, como te prometí,
pero ahora no puedo extenderme más. Recuerda la promesa que me hiciste a
cambio –agregó, después de una pausa–, y comprobarás que yo, por mi parte, no
falto a mi palabra. Te garantizo absoluta libertad dentro del castillo, y sólo
necesitas contestarme a mí. Eso sí: ¡no olvides tu promesa!
Se dejó caer sobre el diván que le servía de cama y alargó el brazo para tirar
de una campanilla colgada junto a la pared. Kyre se sentía incapaz de hablar.
No encontraba palabras que tuvieran sentido, y DiMag, dándose cuenta de que
no pretendía discutir, añadió:
–Mi propio guardia te mostrará el camino de la Torre del Amanecer. Buenas
noches, Kyre. ¡Qué descanses bien, si puedes!
-0-0-0-0-
Calthar esperaba en su habitación cuando le devolvieron a la muchacha. La
bañaba un misterioso resplandor azul que se difundía por toda la caverna, y no
se movió cuando el destacamento se detuvo en el umbral. Los hombres no
pasarían adelante. El sanctasanctórum les estaba vedado por las prohibiciones
de la tradición y de su propio miedo, y Calthar les dirigió una mirada de
asqueado desprecio al ver lo a disgusto que se separaban de la joven, aunque al
mismo tiempo temieran tocarla.
Los guardias se retiraron al fin, y la muchacha entró sola en la caverna.
Después de una lucha inicial, había aceptado su suerte con mansedumbre y, al
enfrentarse a Calthar, sus grandes ojos obscuros no revelaban la menor
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emoción. Una tranquila y soñadora sonrisa dulcificaba la delgada línea de sus
labios, y Calthar sintió que en su interior bullía, cual un potaje en un caldero,
una ya familiar mezcla de rabia, resentimiento, celos y aversión. La muchacha
estaba en una de sus fases lúcidas –de otro modo, ya no hubiese tenido la
suficiente sangre fría para escapar–, y era perfectamente capaz de hablar, si
decidía hacerlo. Pero no lo haría, y ninguna fuerza del mundo lograba forzar a
Talliann a pronunciar palabra, si a Talliann no le daba la gana.
Calthar avanzó despacio hacia la jovencita, moviéndose entre las estalactitas
que pendían del techo de la caverna como gigantescas garras osificadas. Los
pasos de Calthar eran deliberadamente lentos, y su esbelta figura, envuelta en
una revoloteante y vieja túnica, producía una extraña danza en las paredes de
la caverna, cubiertas de un resplandeciente nácar de oreja marina. Talliann no
reaccionó en absoluto, y Calthar se dio cuenta de que su paciencia llegaba a un
límite peligroso. La muchacha necesitaba una dura y amarga lección que la
hiciera despertar y someterse, por fin, a la responsabilidad que pesaba sobre
sus hombros. Pero, aunque la conciencia que de ello tenía la carcomía como un
cáncer, Calthar sabía de sobra que nunca sería su mano la que pudiera
administrar tal castigo. Como sacerdotisa de la Hechicera y heredera de las
Madres que habían reinado antes que ella, era más temida que nadie por los
habitantes del mar. Con una excepción. y le dolía cruelmente que Talliann, esa
chiquilla, una boba cuya cordura había sido dudosa desde el primer día de su
existencia, impusiera más respeto a su pueblo del que ella, Calthar, consiguiera
jamás: un respeto fortalecido por el amor y la reverencia que lo acompañaban.
Sólo por ese motivo, Calthar ya no se atrevió a tocar a Talliann.
La sacerdotisa se detuvo y miró a la impasible joven. Talliann seguía sin
moverse, y Calthar emitió un largo y sibilante soplo que sólo expresaba una
pequeña parte de la frustración que sentía.
– ¿Por qué? –Preguntó con brusquedad–. ¿Por qué te fuiste?
Talliann alzó la cabeza, pero eso fue todo. Rápida como una serpiente, Calthar
acabó de cruzar la estancia hasta situarse frente a la muchacha. Tenía e!
rostro desfigurado por e! enojo, pero a! mirar a los negros ojos de Talliann vio
algo en ellos que la hizo vacilar. La profundidad de la vacía mirada de la joven
resultaba intimidadora. Parecía que bebiera de lo que la rodeaba, extrayendo
la fuerza de todo cuanto veía. Un frío gusano de incomodidad se agitó dentro
de Calthar, que desvió los ojos.
– ¡Me provocas, chiquilla! –exclamó con voz cortante–. Continuamente se te dice
lo que has de hacer, y continuamente intentas contrariarme. ¿Es que no vas a
aprender nunca?
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Los inmensos ojos obscuros de la muchacha se clavaron en su rostro, y Calthar
contuvo un escalofrío.
–Eres de gran valor para nosotros –agregó, obligándose a pronunciar tales
palabras–. De un valor incomparable, como bien sabes. No podemos
arriesgarnos a perderte, Talliann, y si tú sigues desobedeciendo las reglas
establecidas para tu bien, será preciso negarte la libertad de que hasta ahora
gozabas. ¿Es eso lo que buscas?
En la mirada de la joven flameó por un instante la inseguridad, seguida por una
breve expresión de miedo, antes de que volviera a adoptar su aspecto
impasible.
–Creo que no te interesa –dijo Calthar con leve sonrisa–. Así pues, si deseas
evitar unas medidas más severas, contesta a mi pregunta.
Unos afilados y pequeños dientes asomaron por encima del labio inferior de la
muchacha. Cuando por fin habló, pareció que las palabras fuesen para ella un
medio poco familiar.
–Pregunta...
«La cosa va mejor», pensó Calthar, y dijo en voz alta:
– ¿Qué viste en la orilla?
La pálida frente de Talliann se arrugó y por unos instantes, dio un aspecto feo
a todo el rostro.
–Vi...
Calthar esperó.
–Vi... –comenzó la joven, ya sin fruncir el entrecejo, sino radiante, y de pronto
se volvió hacia la sacerdotisa, como si acabara de experimentar una
revelación–. ¡Ha vuelto!
Aquellas palabras no tenían sentido, y el ya conocido enojo producido por la
frustración se apoderó, de Calthar.
– ¿Quién? –Inquirió, con una voz que fue casi un furioso chillido–. ¿De qué
hablas?
Talliann se echó a reír, y el sonido de sus carcajadas recordaba el de unas
límpidas aguas cayendo de una piedra a otra, lo que hirió los oídos de Calthar
hasta el punto de que estuvo a punto de gritar, desesperada... De repente, las
risas cesaron tan súbitamente como habían empezado, y Talliann repitió con
voz de niña:
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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– ¡Ha vuelto!
En los ojos de Calthar había un frío de muerte cuando miró a la muchacha. No
entendía el nuevo plan de acción, y dudó de que la propia Talliann lo entendiese.
Pero, sin duda, aquella complicada criatura había encontrado a alguien en las
costas de la odiada ciudad: alguien que parecía haberla obsesionado. Debía
tener insondables pero inmutables motivos para no querer revelar la verdad, y
Calthar extrajo sólo una conclusión de su tozudez: que el misterioso intruso
tenía alguna relación directa con Haven.
Habló, pero esta vez lo hizo con temible dulzura:
–Debes dormir, mi niña. Estás cansada, cariño... Duerme hasta que vuelva a ser
de noche... –y tomó a Talliann por un brazo–. Reposa, hija. Yo me encargaré de
todo.
Talliann obedeció con docilidad, permitiendo que Calthar la condujera hacia el
interior de la caverna. Un corto tramo de desiguales peldaños llevaba a un
lugar donde las estalactitas formaban un bosque de retorcidas e incrustadas
columnas. En el centro había una enorme y solitaria concha cuyo profundo
interior estaba forrado de revueltas algas negras y verdes. Era el lecho de
Talliann, el seno de donde años atrás, al producirse la gran conjunción de la
Hechicera, la arrancaran los poderes mágicos de Calthar. Cuando se
aproximaban a la concha, Talliann se detuvo.
–Quiero verle de nuevo –dijo en tono neutro y firme, y ladeó la cabeza al
mismo tiempo que dirigía a Calthar una mirada astuta–. Y le veré. Porque, de lo
contrario..., quizá no se produjese la gran conjunción. Quizá no llegue a
producirse. Quizá... quizá yo me ocupe de que no se produzca.
La respiración de Calthar sonaba sibilante entre sus dientes. Sin embargo, su
voz no delató la cólera que las palabras de Talliann habían despertado en ella.
–Le verás, preciosa... Le verás...
Y en su interior se preguntaba:
« ¿Quién es? ¿Quién es...?»
–Pronto –murmuró Talliann soñolienta y en tono de sonsonete, y Calthar sintió
cierto alivio. La energía de la chiquilla se desvanecía rápidamente, como cada
vez que había dado rienda suelta a sus emociones. Por ahora no habría
confrontación.
–Pronto –repitió como un eco.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Si Talliann descubrió el veneno contenido en su voz, no dio muestra de ello, y
Calthar estuvo presente mientras la joven se introducía en la concha para
hundirse en el lecho de obscuras algas. Se cerraron los ojos de la muchacha, y
la sacerdotisa expelió el aire con furia. El sueño de Talliann sería largo y
profundo, por lo que habría tiempo suficiente de planear lo que convenía hacer.
Algo estaba en marcha, y tenía que resonar en los augurios que las Madres
habían pronunciado junto a sus oídos desde la última plenitud de la Hechicera.
Su mensaje se había hecho más intenso cada noche, y quizá tuviese ahora la
primera pista de lo que habían intentado decirle.
Talliann no tardó ni un minuto en quedar dormida. Calthar la observó durante
un breve espacio de tiempo, satisfecha al comprobar el tranquilo ritmo de su
respiración, y luego abandonó la estancia y recorrió los pobremente iluminados
pasadizos que cual laberinto atravesaban la roca. No se cruzó con nadie en su
camino y, por fin, desembocó en la resonante soledad de la gruta que daba al
mar abierto. Allí permaneció un rato en un saliente de roca, contemplando las
negras aguas que golpeaban lenta pero inexorablemente la piedra que ella tenía
bajo los pies.
Tiempo y fatalidad... El mar corroía permanentemente la roca, lamiéndola con
inhumana paciencia, contento de dejar transcurrir evos enteros en la certeza
de que, al fin, triunfaría. Calthar no sentía esa satisfacción. Su alma estaba
llena de pensamientos de caos y destrucción, por lo que aborrecía el estoicismo
del mar. ¡Maldito tiempo, y maldita paciencia! La noche de la Hechicera estaba
cerca.
La bruja respiró profundamente, y con sinuosa gracia se deslizó en las aguas.
La fluctuación de las olas la sostuvo, y ella absorbió su energía, fundiéndose
con la marejada y escapando hábilmente de la resaca cuando una ola quiso
arrastrarla en dirección a la boca de la cueva y a la negra y vacía noche que se
abría detrás. Sus ropas flotaban alrededor de ella cual mustias algas,
enroscándose en sus miembros, que debajo de la superficie adquirían una
fosforescencia verdosa. Calthar volvió a respirar, y la sal del agua le penetró
por la boca y la nariz hasta los pulmones, cuando se sumergió más y más en la
negrura y el agua reemplazó al aire como medio de vida, y Calthar, con los ojos
muy abiertos y llenos de intenso odio, respiraba con fuerza y bebía al mismo
tiempo que nadaba con la agilidad y la gracia de una serpiente de mar hacia las
inmensidades del océano; ella, la maga y sacerdotisa, la Madre nacida de las
Madres.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
79
Capítulo 6
La puñalada verbal que DiMag había dado a lo que quedaba de su presencia de
ánimo no tenía comparación con el agotamiento que se apoderó de Kyre cuando
llegó a su cuarto de la Torre del Amanecer, y durmió demasiado
profundamente para que le martirizara sueño alguno. Al despertar por la
mañana, la niebla se había disipado, y un débil Sol iluminaba el cielo, arrojando
un rayo de luz a través de su ventana.
Cuando abrió los ojos, volvieron a su mente retazos de la extraña conversación
mantenida con el príncipe de Haven, y su primera reacción fue la de sentir un
enojo furioso. Por fin había descubierto lo que Haven quería de él, y la
revelación era lo que avivaba y enardecía su cólera. Un paladín... O, más
exactamente, un peón de ajedrez, un imbécil que debía enfrentarse a un
enemigo mortal y pelear en una batalla que no tenía posibilidad de ganar. Kyre
era incapaz de imaginarse cómo esperaban ellos, que luchara, qué esperaban de
él... Toda la idea parecía una locura. Sin embargo, era el propósito con que
Simorh le había traído a este mundo.
En cuanto a DiMag... Su personalidad le resultaba totalmente ambigua. Si bien
no podía afirmar que el príncipe le agradara, había aprendido lo suficiente,
durante la última noche, para hacerse cargo de su profunda amargura y
simpatizar con ella. Por otro lado, y pese a su sinceridad y a haber manifestado
que, en su opinión, Kyre poseía una identidad que nada le debía a las artes de
magia, DiMag había dejado bien claro que estaba tan dispuesto como Simorh a
utilizarle sin escrúpulos. Su intento de fuga había demostrado de manera bien
dolorosa, y sin dejar lugar a dudas, que Simorh podía controlarle, y que, si él no
se avenía a colaborar, DiMag no impediría que su esposa empleara sus poderes
para obligarle a obedecer. Por muy hombre que fuese, y aunque tuviera un alma
y una mente propias, para DiMag y Simorh no era más que un esclavo sometido
a su voluntad.
¿O lo era en realidad? Kyre había logrado dominar su rabia, que ahora ardía
como un fuego sin llama, y se dio cuenta de que tenía dos opciones. Podía
permitir que su confusión, su miedo a las brujerías de Simorh le vencieran, con
lo que sería un cobarde y no merecería nada más que la cárcel y las cadenas
con que el pueblo de Haven pensaba sujetarle. O podía plantarles cara, no
tolerar que le intimidaran y evidenciar que no se doblegaría, ni se dejaría
subyugar.
Era posible que DiMag hubiese percibido la rebelión que bullía dentro de su
persona, al ofrecerle el acuerdo. Él estaba dispuesto a cumplir su parte del
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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pacto, pero que la cumpliera DiMag... ya era otra cuestión. En el mejor de los
casos, el príncipe era voluble, y Kyre no confiaba demasiado en su promesa. Sin
embargo, DiMag le había concedido libertad dentro de los límites del castillo,
y eso era algo que él podía comprobar. Además, aprovecharía la oportunidad
para visitar al preceptor de Gamora y formularle algunas de las preguntas que
DiMag no había podido o no había querido contestar.
Bajó de la cama, cruzó la habitación e intentó abrir la puerta. No estaba
cerrada con llave, y Kyre esbozó una sonrisa. Bien, bien... Pero ¿hasta dónde se
extendería su nueva libertad? Todo dependía de lo decidido que DiMag
estuviera a mantener su palabra. Probar su buena disposición sería un
interesante experimento.
Kyre se asomó al rellano. No vio a nadie. La escalera, pobremente iluminada,
estaba vacía. Aun así, aguzó el oído para cerciorarse, y por fin abandonó su
aposento y empezó a descender los viejos y gastados peldaños que, en forma
de caracol, conducían al corazón del castillo. Nadie le impidió seguir adelante
cuando atravesó los largos y complicados pasillos. Vio a un mayordomo, que le
ignoró con gesto pétreo, a dos sirvientas que cuchichearon tapándose la boca
con la mano, y a un paje de cabellos descoloridos y mirada desapacible, que se
arrimó a la pared y se escabulló a la par que procuraba evitar la mirada de
Kyre. Una vez en el desierto vestíbulo, se detuvo unos momentos para
contemplar de nuevo los tapices colgados de las paredes. Lo poco que quedaba
de su perdida riqueza era borrado por la fría luz diurna que se filtraba desde
fuera. Rodeados de desnuda piedra y sin una iluminación artificial que
suavizara sus contornos, tenían un aspecto fantasmal y paliducho. La puerta
principal estaba entreabierta, y un rayo de Sol pintaba una estrecha franja a
través del suelo, trayendo consigo un olor de fresco aire marino que atrajo a
Kyre. Se encaminó hacia la puerta, tiró de una de las hojas y salió al exterior.
La mañana era gélida y aunque el frío penetraba cortante a través de sus ropas
y le hizo estremecer, el frescor le ayudó a disipar la molesta sensación de
suciedad que había ido en aumento desde que le recluyeran. La terraza se
extendía a lo largo de los muros del castillo y daba la vuelta al edificio,
limitada por una baja balaustrada de complicado dibujo. En lo alto, el cielo era
de un azul desvaído, salpicado de nubes que corrían empujadas por el viento y a
sus pies Kyre vio el extenso jardín de follaje ya marchito, entre el que
asomaban luchadoras las flores, a las que la luz del Sol daba un toque de vida.
A lo lejos se percibía el sosegado murmullo del mar, y el instinto –ya que era lo
único que poseía– le dijo que, para Haven, era un perfecto día de otoño.
Permaneció inmóvil durante unos minutos, respirando la mezcla de olor a agua
salada, tierra húmeda y piedras calientes. Luego, cuando la fuerza del Sol
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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empezó a contrarrestar la mordedura del viento, Kyre dio media vuelta y
caminó lentamente por la terraza hacia el lado del castillo que tocaba al mar.
El muro circundante era demasiado alto para permitirle disfrutar de un
panorama de la ciudad, pero la ausencia de ruidos le pareció un poco extraña.
Habiendo desaparecido la niebla, y ya que el día era tan hermoso, tenía que
haber actividad y bullicio en las calles de Haven. Sin embargo, nada llegaba al
castillo. La quietud era profunda y misteriosa.
Pero no había de durar. Kyre había llegado casi a la esquina del castillo, allí
donde la terraza describía una elegante curva, cuando cerca de allí chirrió una
puerta y unos ligeros pasos sonaron sobre la piedra. Una sombra apareció en su
camino y al levantar la vista, Kyre vio a Gamora, que corría a su encuentro.
– ¡Kyre! La niña se detuvo en el momento justo para no chocar contra él. Tenía
las mejillas coloradas, jadeaba, y los obscuros bucles revoloteaban en
desorden alrededor de su cara. Ver a la chiquilla le animó.
– ¡Princesa!
La agarró por debajo de los brazos y la alzó en el aire, cosa que no hubiese
tenido la temeridad de hacer la noche anterior.
– ¿A qué vienen estas prisas? –agregó.
–Te vi desde la ventana –explicó Gamora de manera atropellada–, y le dije a mi
preceptor que era preciso que vinieses con nosotros. Insistí, y... ¿Te
encuentras bien, Kyre?
Aquel desordenado parloteo estuvo a punto de hacerle soltar una carcajada al
joven, pero contuvo el impulso, ya que no quería ofender en su dignidad a la
pequeña. La pasada noche había acudido inmediatamente en su defensa, su
única amiga en un mar de hostilidad. En consecuencia, estaba en deuda con ella.
–Estoy perfectamente, Gamora.
La niña entrecerró los ojos, no del todo convencida.
– ¿De veras no te hicieron daño? ¿Me das tu palabra?
–No sufrí. ¡Que el Ojo me eche una mala mirada, si miento!
Apenas dicho esto, quedó aterrado por la frase pronunciada. ¿De dónde la había sacado? ¡Si nunca antes la había oído! Sin embargo, acababa de brotar de sus labios con toda espontaneidad... Una irreflexiva blasfemia...
Sus palabras parecían satisfacer a Gamora, que sonrió.
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– ¡Bien! –Exclamó la niña–. Así no estarás demasiado cansado para
acompañarnos.
Esta vez sí que rió Kyre, ante su insistencia.
–Lo haré con mucho gusto, princesa, si me decís a dónde vamos.
–Sospecho que vamos a donde nos lleven los caprichos de la pequeña princesa.
La voz, que sonó de pronto con un cierto tono de fatigado humor, les asustó a
ambos. Kyre alzó la vista. El hombre que había seguido –aunque a un paso
mucho más moderado– el impulsivo y súbito descenso de Gamora, parecía tan
alto como él mismo, si bien el hecho de encorvar algo los hombros redujo la
impresión. Era una persona ya entrada en años, y su vestimenta, de una
increíble mezcla de colores opacos, indicaba falta de buen gusto o una total
indiferencia en cuanto al aspecto personal. En su juventud habría tenido el
cabello de un rubio mate, pero con el tiempo se le había vuelto gris y lo llevaba
peinado hacia los lados en dos desordenados bucles. Los capilares rotos que
aparecían debajo de su tosca piel, a ambos lados de la nariz, revelaban que la
bebida constituía algo más que un pasatiempo para él. Pero la sonrisa de aquel
hombre, cuando sus grises ojos se encontraron con los de Kyre, fue franca y
amistosa, aunque un poco burlona.
– ¡A que sois el Lobo del Sol, si puedo permitirme esta suposición! –dijo–.
¡Buenos días! Tenía sincera curiosidad por conoceros.
–Y vos sois el preceptor Brigrandon, sin duda...
– ¡Ah! –Exclamó el preceptor–. ¡Y yo que esperaba teneros en la incertidumbre
durante un buen rato...! Pero es bien evidente que no soy el único confidente de
la pequeña princesa.
–Anoche, el príncipe DiMag me habló de vos.
– ¿De veras?
Kyre observó de pronto que, pese a la forma de presentarse, Brigrandon era
casi tan astuto como DiMag.
Gamora daba saltitos, tirando de la manga a su preceptor, y dijo:
– ¡Maestro Brigrandon! ¡Me lo prometisteis! y si no nos damos prisa, cambiará
la marea...
Brigrandon miró a la niña y contestó con severidad:
–Cuando tengáis mi edad, princesa Gamora, comprenderéis que no siempre
puede uno correr tanto. Gamora no hizo caso.
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– ¡Lo prometisteis! ¡Y dijisteis también que Kyre vendría con nosotros!
–Está bien, está bien –se rindió el preceptor con un suspiro, a la vez que volvía
a mirar a Kyre–. Me pongo a merced de vos, Lobo del Sol. La princesa insiste en
que nos acompañéis en nuestro paseo y, si no accedéis, no callará. Mi futuro
está en vuestras manos.
La ocasión se presentaba ideal para Kyre, ya que podría formular una serie de
preguntas a Brigrandon sin que su interés resultara demasiado evidente.
Además, aquel preceptor empezaba a gustarle, y Kyre sonrió.
–Mi conciencia no me dejaría vivir tranquilo, si ahora os desairase –dijo–. Estoy
a vuestra disposición.
En la ciudad había actividad, pero era tan callada, descolorida y misteriosa
como parecía serlo todo lo relativo a Haven. Kyre quedó asombrado al
comprobar que Brigrandon les conducía por la misma portezuela que utilizara
Simorh para entrar con él en el castillo, la primera vez, y le extrañó ver a
otros tres niños –dos muchachitas y un varón– que les aguardaban allí. Las
niñas hicieron sendas genuflexiones ante la princesa, y el chico inclinó la
cabeza, pero nadie hizo el menor intento de presentar a Kyre, y éste tuvo que
sufrir la incomodidad de su muda y mal disimulada curiosidad mientras la
puerta era abierta y salían todos del recinto del castillo.
Parecía extraño que la heredera del trono de Haven paseara por las calles sin
ninguna forma de ceremonial ni de seguridad.
Kyre había esperado que la gente se amontonara para ver pasar a su princesa,
pero los habitantes de la ciudad le hacían tan poco caso como si se tratase de
la hija de un pescador. Una o dos mujeres que se dirigían al mercado se
detuvieron para mirar con triste orgullo a la niña, y Brigrandon saludó con un
gesto de la cabeza a unas cuantas personas, pero aparte de esas pequeñas
muestras de cortesía, el pueblo les ignoraba. Ni siquiera la presencia del
extranjero pelirrojo –pese a que, sin duda, los rumores de la mágica creación
de Simorh habrían llegado ya a las calles– despertó el interés de los
habitantes de Haven.
Caminaron ciudad abajo hasta llegar a las murallas de la ciudad. Kyre no había
esperado que Brigrandon le llevase a aquel lugar, pero no dijo nada, aunque
reprimió un pequeño escalofrío cuando el reducido grupo pasó por debajo del
arco y salió a las vastas playas de la bahía.
La marea se había retirado hasta formar una brillante línea en el horizonte,
reflejando el cielo en un intenso azul zafiro. Sus incesantes murmullos
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producían una profunda y constante vibración que Kyre sintió en sus huesos
más que oyó. La rompiente añadía un resplandeciente borde blanco al azul
zafiro y contribuía a la sensación de distante amenaza que él era incapaz de
apartar de su mente. La línea de la costa se perdía por ambos lados; las rocas
mostraban engañosos colores a la luz del sol: Kyre se forzó a contemplar los
imponentes acantilados que daban a la parte derecha de la bahía, pues no
deseaba mirar en la dirección contraria, donde la desnuda y horrible silueta
del templo en ruinas estropeaba la escena.
Los cuatro niños, libres por fin de la represión del castillo de la ciudad,
echaron a correr enseguida por la blanca arena, hacia un montón de pedruscos
caídos que formaban pequeñas y escondidas rebalsas. Su alegría hizo pensar a
Kyre en jóvenes animales soltados de sus jaulas, pero cuando él y el tutor les
siguieron a un paso más lento, no pudo alejar del pensamiento lo que en
realidad había debajo de la arena. Su rostro debió de reflejar algo, porque
Brigrandon dijo de repente, después de estudiarle con mirada oblicua durante
unos minutos:
–La princesa Gamora tenía menos de un año cuando sucedió, Kyre. Los demás ni
siquiera habían nacido. Ninguna persona con uso de razón puede esperar que, a
su edad, respeten lo que no forma parte directa de sus vidas.
Los largos dedos de Brigrandon, que llamaron la atención de Kyre por sus
nudillos planos, manosearon su propio costado, palpando un bolsillo muy hondo
que llevaba en su raída prenda, como si no supiera si meter la mano en él o no.
En el bolsillo había algo que hacía bulto, y Brigrandon suspiró al fin.
–Uno no debe lamentarse siempre. Es malo para la salud, y la vida sigue con
absoluta indiferencia frente a nuestras penas. Sin embargo, es cruel relegar al
olvido las desgracias.
Kyre miró la arena que había debajo de sus pies. Por unos instantes sintió que,
con sólo un pequeño esfuerzo, podría ver el horrible cuadro de los cuerpos allí
conservados, y la idea le estremeció hasta el fondo de su ser.
– ¿Perdisteis a alguien en aquella tragedia? –se oyó preguntar a sí mismo,
comedido.
Los ojos de Brigrandon brillaron con dureza mientras miraba a los niños, que
ahora eran ya sólo unas figuras borrosas en la distancia.
–Mis dos hijos luchaban en nuestro ejército, aquella noche, y también el marido
de mi hija –contestó el preceptor, y en su voz hubo una entonación firme, pero
que no logró engañar a Kyre–. El cumplimiento de mi deber me mantenía en el
castillo, mientras que mi mujer había ido a casa de nuestra hija para hacerle
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compañía. El edificio fue sólo uno de los muchos engullidos por la arena, y los
muchachos fueron sólo tres, entre los centenares que perdieron la vida en la
batalla...
El hombre se estremeció, parpadeó nervioso, y su inquieta mano buscó en el
bolsillo hasta encontrar un pequeño frasco de cuero, reforzado con filigrana
de plata. Sacó el corcho con un ligero ruido de succión, y Brigrandon alzó el
frasco de cara al mar, en un gesto burlón y de escondido desafío:
– ¡A la salud de todos! ¡Que el Ojo vigile siempre a sus enemigos!
Y Brigrandon bebió un gran trago, pasándole luego el frasco a Kyre sin más
palabras.
Este no deseaba probar el licor .Sentía mareo y su estómago se rebelaba ante
la idea de tener que probarlo. Sin embargo, rechazar el ofrecimiento hubiese
significado un insulto para el viejo preceptor y para los recuerdos que tanto le
atormentaban. Por consiguiente, tomó el frasco y antes de beber, exclamó:
– ¡Que el Ojo les proteja a todos!
Brigrandon volvió a guardarse la botella, y los dos caminaron en silencio
durante un rato. Gamora y los demás niños se entretenían trepando por las
rocas, ajenos a la sombría expresión de los hombres. Fue Brigrandon el
primero en hablar de nuevo.
–De modo que también vos maldecís y bendecís valiéndoos del Ojo –dijo,
mirando a Kyre–. Me sorprende que hayáis desarrollado tan pronto esa
costumbre. ¿O es una simple cortesía?
Kyre se detuvo, consciente de que ambos habían esperado ese momento en que
se rompían las primeras barreras.
–No lo sé –admitió–. Todo cuanto puedo decir es que no es la primera vez que
invoco al Ojo, pese a que en realidad ni siquiera sé a qué me dirijo.
– ¡Ah! –Exclamó Brigrandon, contemplando nuevamente el lejano mar–. Ahora
empieza a tener sentido –añadió en el tono de quien ha considerado varias
opciones y por fin llega a una decisión–. Paseemos un poco. Los niños no nos
encontrarán a faltar, y me gustaría conversar con vos... Me figuro que tenemos
muchas cosas que decirnos... El viejo templo parece un lugar tan adecuado
como cualquier otro, porque...
Pero antes de que pudiera terminar la frase, Kyre dijo:
–Preferiría...
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Y se mordió la lengua.
– ¿Preferís esquivar ese lugar? –preguntó Brigrandon con expresión astuta–.
Hay mucha gente que lo rehúye. No obstante, creo que, en vuestro caso, sería
mejor combatir tal sentimiento.
Sin extenderse más sobre el sentido de sus palabras, echó a andar hacia la
zona pedregosa, y Kyre no tuvo más remedio que seguirle. A medida que
avanzaban, el joven se forzó a sí mismo a mirar las horribles ruinas, que a la
luz del Sol resultaban menos sobrecogedoras que cuando estaban bañadas por
la fría Luna. Aun así, no pudo evitar que le dominaran los recuerdos de la noche
y la obscuridad, y del horror en que envolvían aquel escenario relativamente
pacífico.
Eso, y la imagen de la muchacha de rostro blanco y ojos extrañamente vacíos, que vestía la centelleante túnica...
.La voz de Brigrandon rompió sus preocupantes pensamientos.
– ¿Sabéis algo acerca del origen de ese templo?
–No; nada.
Los guijarros crujieron bajo sus pies cuando la arena dio paso a la franja
pedregosa. Una vez se hubo enfrentado con las ruinas, Kyre se dio cuenta de
que no podía dejar de mirarlas.
–Para conocer toda la historia, tendríais que aprender la antigua lengua de
Haven –señaló Brigrandon–. Pero eso resulta imposible, en la actualidad. Han
transcurrido tantos siglos desde la época en que se hablaba, que nuestro
conocimiento de esa lengua es, como mínimo, poco digno de confianza.
Conservamos vivos algunos fragmentos, gracias a ciertas tradiciones, pero no
son suficientes para el uso práctico del idioma. ¡Si vos vieseis la cantidad de
manuscritos medio deshechos que guardamos para la posteridad, y que ni
siquiera somos capaces de traducir con exactitud...! –Dijo con una sonrisa–. Lo
siento, Kyre. Estoy a punto de dejarme arrastrar por mi tópico favorito. A
nosotros, los estudiosos, nos duele la escasez de nuestros conocimientos
históricos... Pero volvamos al tema: este templo dejó de ser utilizado en
tiempos ya muy remotos, pero, según sabemos, su nombre original era el de
Tabernáculo del Ojo.
Kyre miró de soslayo al preceptor, que ya se había puesto en marcha hacia la
parte que deseaba explorar.
– ¿Un tabernáculo? –preguntó–. Creía que los tabernáculos eran los hogares de
los dioses. Y, según el príncipe DiMag, Haven no tiene dioses.
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–Eso es cierto. Por lo menos, perdimos a los dioses que antaño teníamos. Pero
todavía nos queda el Sol que ilumina los cielos y aunque lo vemos bastante poco,
sale a diario y nos garantiza la vida. En Haven, al sol se le llama Ojo del Día...
De ahí el nombre del templo.
– ¿Culto al sol? –inquirió Kyre, obligándose a mirar de nuevo las ruinas.
–No creo que nuestros antepasados vieran en el Sol a un dios –dijo Brigrandon
–.Su idea de los poderes que influyen sobre este mundo era un poco más...
«Parroquial». De todos modos, el Ojo siempre fue venerado, y en tiempos
pasados tenía un paladín humano, cuyo deber consistía en defender todo
aquello que la imagen del Sol significaba. Bien podríamos llamarle el Lobo del
Sol.
Había hablado en un tono tan natural, que Kyre necesitó unos momentos para
darse cuenta de la importancia de lo que Brigrandon acababa de decir. Cuando
lo hubo comprendido, se detuvo y tuvo la sensación de que una fría y fantasmal
mano le agarraba las vísceras.
– ¿Cómo? –dijo con voz serena pero peligrosa.
–Ah, ¿de modo que no os han explicado nada del Kyre original? –inquirió el
preceptor, que también se había detenido, frotándose la barbilla y, sin duda,
un poco desconcertado–. ¿No tenéis noticia del otro Kyre cuyo nombre os
pusieron, y a semejanza del cual os crearon?
La pregunta dejó anonadado al joven, que consiguió adoptar una expresión
tranquila pese a que los ojos le ardían.
–Nadie me explicó nada.
–Ya... Lo que yo me suponía –murmuró Brigrandon, dispuesto a sacar de nuevo el
frasco, aunque desistió de ello y dejó caer la mano–. La princesa Simorh
ordenó, sin duda, que fueseis mantenido en la ignorancia, y observo, también, el
interés que despertáis en el príncipe DiMag, aunque nuestro soberano –añadió
con torcida sonrisa– razona a veces de manera un tanto enigmática. Me figuro,
de cualquier forma, que DiMag dio por seguro que encontraríais el modo de
formularme ciertas preguntas...
A pesar de la angustiosa incertidumbre despertada en él por la revelación de
Brigrandon, Kyre logró esbozar una sonrisa.
–Él mismo lo propuso.
–Entonces espera que yo responda a tales preguntas. El príncipe sabe bien que,
pese a mis defectos, nunca me prestaría a un engaño ni a colaborar en una
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evasión. Debo entender que quiere que conozcáis los hechos. Esto resulta
claro, aunque no me atrevería a afirmar cuáles son sus razones –dijo con un
suspiro, a la vez que meneaba la cabeza–. Puede ser, o no, que su único motivo
sea el de fastidiar a Simorh. Un triste estado de cosas... Pero, por muy
retorcidas que sean sus razones, lo cierto es que os habéis ganado el favor de
DiMag. Es una ventaja mayor de lo que os imagináis.
Kyre recordó el comentario hecho por el príncipe la noche anterior, y de nuevo
halló una implicación que no entendía.
– ¿Y por qué no habría de considerarlo una ventaja?
–Hay quien no lo vería de ese modo... Pensad: un soberano inválido, hombre
virtualmente recluso, sin un hijo que pueda sucederle en el trono y con un
diezmado ejército, que él tampoco se encuentra en situación de conducir... En
semejantes circunstancias, no faltan los hombres ambiciosos que pudieran
sentir la tentación de ver en el príncipe DiMag una causa perdida.
«Quiero tu lealtad», había dicho DiMag la noche anterior. Y Kyre empezaba a
entenderle.
Se volvió y contempló la ciudad de Haven, extendida al otro lado de la bahía
hasta apoyarse en los acantilados. A la luz del Sol, la antigua población
resultaba hermosa... la piedra suave y salpicada de diminutas chispas
diamantinas, allí donde los rayos iluminaban las partículas de cuarzo
incrustadas en la roca. Las tres torres del castillo, de centelleantes ventanas,
dominaban orgullosas la escena. Era, en efecto, una ciudad hermosa, aunque de
una belleza surcada de intrigas, corrupción y decadencia...
Brigrandon dijo con voz reposada:
–Estoy dispuesto a contestar vuestras preguntas, Kyre. Al menos, lo intentaré,
aunque no sé si os gustará lo que vais a oír.
El joven sonrió con frialdad.
–Quiero saber la verdad, maestro Brigrandon.
Estridentes voces les llegaron desde la lejanía, y el anciano erudito miró hacia
el mar.
–Éste no es el momento ni el lugar para hablar con tranquilidad –dijo–. Ya se
acercan los niños. Hemos de regresar a la ciudad, y esta tarde aún tenemos
clase. Nos veremos después, amigo. Venid a mis aposentos esta noche. Cenaréis
y beberéis conmigo. Y entonces veremos qué se puede hacer.
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Dieron la espalda al templo en ruinas y se encaminaron de nuevo hacia la franja
arenosa, interceptando el paso a Gamora y los demás niños, que procedían de
una cresta de rocas. Gamora llevaba la falda mojada, y los empapados zapatos
colgados de una mano. Con la otra sostenía una concha que deseaba mostrar a
Kyre.
– ¡Mira! –Exclamó la chiquilla con cara radiante, enseñándole su tesoro–. ¡Mira
qué lisa la ha dejado el mar, y qué colores tan bonitos tiene!
La concha ocupaba toda la mano de Gamora, y era casi translúcida. La
superficie interior estaba cubierta de nácar y, al contacto con la luz,
resplandecía como un fulgurante arco iris.
Kyre sonrió:
–Es preciosa, mi princesa.
–La pondré en mi habitación, para mirarla cada día –declaró ella.
Los demás niños se mantenían unos pasos atrás, mientras Gamora parloteaba
feliz, pero Kyre se dio cuenta de que sus ojos, aunque con cierto disimulo, no
se apartaban de él. El pequeño grupo arrancó finalmente hacia las puertas de
la ciudad. Poco les faltaba para alcanzar el arco de arenisca, cuando por él
salió en rápida formación una patrulla de unos seis hombres armados, que
lucían fajas de color carmesí sobre los hombros de sus jubones de cuero. El
jefe saludó a Gamora, que estaba demasiado entusiasmada con su concha para
verlo, y la patrulla se alejó con firme paso a través de la arena, en dirección a
la orilla.
Kyre se detuvo a observar a los hombres.
– ¿Recorren la playa cada día? –preguntó.
–Cada vez que cambia la marea –explicó Brigrandon.
Era, simplemente, otro rito; otra vacía tradición. A veces, sin embargo, las
patrullas descubrían algo más que objetos flotantes o arrojados a la playa. Le
resultaría difícil olvidar a la criatura muerta a manos de DiMag en el gran
salón del castillo... Kyre apenas contuvo un estremecimiento.
– ¿Tenéis frío? –inquirió Brigrandon.
–No –respondió Kyre, con un movimiento de cabeza–. Sólo... pensaba.
Con los niños siguiéndoles, cruzaron el arco que les conducía a la claustrofóbica
ciudad.
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-0-0-0-0-
El palpable miedo que Hodek tenía de ella fue un acicate para el temperamento
de Calthar, alimentando el odio que ya sentía hacia él y el corro de pusilánimes
aduladores que necesitaba a su alrededor para dar cuerpo a la escasa
confianza que tenía en sí mismo. Expresamente, Calthar les había convocado en
la antecámara de sus aposentos, en vez de reunirles en uno de los grandes
salones de la ciudadela, como era costumbre. Quería que respiraran el
ambiente de poder que imperaba en aquel lugar, y que se acobardasen. Les
demostraría que, pese a los altisonantes títulos con que el propio Hodek y sus
secuaces se significaban, quienes mandaban en realidad eran las Madres, y ella
sola podía hablar en su nombre y con su voz.
Se hallaba sentada con las piernas cruzadas en un estrado tallado de una sola
losa de obsidiana. La cámara era de dimensiones reducidas, y no había en ella
más que el estrado y un par de lámparas de aceite de pescado, colocadas sobre
elevados anaqueles, de forma que su luz arrojara grotescas y amedrentadoras
sombras. Calthar conocía la importancia de las impresiones externas, y sintió
satisfacción al ver la desazón en los rostros de los miembros del Consejo, a
medida que entraban en la estancia y se situaban en ella lo mejor que podían.
Esperó a que estuvieran todos colocados y, entonces, dijo sin más preámbulos:
–Habéis recibido mi mensaje, y supongo que os dais cuenta de su urgencia y su
importancia. Os he mandado venir para informaros de cómo pienso afrontar el
asunto.
Los allí reunidos percibieron de sobra la furia que escondían sus palabras, e
intercambiaron significativas miradas.
Hodek carraspeó y contestó con voz hueca:
–Antes de seguir adelante, Calthar, creo... creemos todos... que convendría
poner en claro ciertos aspectos...
Junto a Hodek había un joven de sorprendentes cabellos plateados veteados
de negro y con una fea señal de nacimiento en la mejilla derecha. Asintió éste,
y sus ojos miraron directamente a los de la hechicera cuando dijo:
–En mi opinión debiéramos hablar con Talliann y escuchar lo que tenga que
decirnos...
Calthar clavó en él unos ojos llenos de maldad, y el joven bajó enseguida la
vista. Akrivir, hijo de Hodek, era siempre el segundo, después de su padre en
recibir el desprecio de Calthar. Resultaba raro verles juntos, ya que Akrivir
odiaba a su progenitor y, aunque nunca había podido averiguar toda la verdad,
le hacía responsable de la prematura muerte de su madre, acaecida largo
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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tiempo atrás. El odio que le inspiraba su padre sólo era superado por el que
sentía hacia Calthar, con la única diferencia de que, así como despreciaba a
Hodek, a ella la temía. Akrivir no constituía una amenaza para Calthar: por el
contrario, le encontraba divertido y si le había elevado tan pronto a la
categoría de consejero, era para saborear las amargas discusiones que, de
manera invariable, se producían entre padre e hijo, para mayor enojo del
primero.
Cuando Akrivir se encogió bajo la fiera mirada, Calthar supo de sobra qué le
impulsaba en su deseo de hablar con Talliann. Adoraba a la muchacha, y tal
idea le parecía a Calthar aún más despreciable que la imperecedera obsesión
que por ella misma experimentaba el viejo. Akrivir abrigaba la absurda ilusión
de llegar a ser el amante o incluso el esposo de Talliann, al igual que Hodek
deseaba a Calthar y había soñado con domarla. En opinión de Calthar, el hijo
era tan tonto como su padre. Talliann no era para él, y resultaba tan absurdo
que pretendiera cortejar a la muchacha como enamorarse de la propia Luna.
–Poner en claro ciertos aspectos... –Calthar repitió las palabras de Hodek con
un suave desprecio, en un tono que las convertía en una obscenidad–. Hablar
con Talliann...
Dejó que esas palabras flotaran en la viciada atmósfera hasta que el último
eco se hubo desvanecido, mientras sus ojos, enormes y destructivos,
arrancaban chispas de luz de las vetas de pirita y cuarzo que surcaban las
paredes de roca. Su lengua lamió rápida el labio inferior, y con una violencia
que hizo estremecer a todos los hombres allí presentes, bramó:
– ¡Sois unos imbéciles!
Luego se levantó, sinuosa, y la luz de las lámparas fluctuó, con lo que
serpentinas de aceitoso humo ondearon por la estancia. Calthar bajó del
estrado y se encaró con sus súbditos, que retrocedieron asustados. Era una
cabeza más alta que cualquiera de los hombres, y la mirada que dirigió a sus
pálidos semblantes encerraba un terrible escarnio.
–Mi mensaje no necesita ninguna aclaración –dijo, furibunda–. No os he
convocado para escuchar estúpidos balidos referentes a lo sucedido, ni para
prestar atención –añadió, con una hiriente mirada a Akrivir– a los halagos de un
gusano enfermo de amor.
Ignorando la contenida rabia que asomó a los ojos del joven al verse insultado
de semejante manera, Calthar se volvió, y la extraña vestimenta danzó
alrededor de su cuerpo.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Los hechos son éstos: nuestros enemigos tienen un nuevo paladín al que
piensan emplear contra nosotros en la noche de la Gran Conjunción. Talliann,
que pudo abandonar la ciudadela por culpa de la laxitud de quienes tenían que
haber estado más al tanto, encontró en la orilla al que ahora es su nuevo
favorito, y se le ha metido en la cabeza traerle a nuestra ciudadela.
Calthar se puso a andar.
–Ya sabemos que Talliann siempre tuvo caprichos y antojos muy raros, aunque
hasta ahora pudimos enfocar sus ideas de modo bastante aprovechable. Esta
vez, sin embargo, persiste en su empeño. He tratado de engatusarla, he
intentado hacerla razonar, pero ni las amenazas sirven. Talliann sigue terca –
continuó, después de mirar hacia el fondo de la cámara, donde una puerta
pesada y baja, ahora cerrada, comunicaba con otra estancia, y observar de
paso, por el rabillo del ojo, cómo palidecía Hodek–, y si no le concedemos su
deseo, se negará a desempeñar el papel que le tenemos asignado en la Gran
Conjunción, cuando efectuemos el ataque final contra el enemigo.
Algunos pronunciaron maldiciones a media voz; otros empezaron a murmurar,
preocupados. Calthar les habló de nuevo.
–Ya veo que os hacéis cargo de nuestro problema. Sin Talliann, la oportunidad
que nos brinda la Gran Conjunción se perderá. Al mismo tiempo, nada
conseguiremos de ella si no accedemos antes a su deseo.
Akrivir dijo en tono cortante:
–El problema no es fácil de resolver. Difícilmente podemos enviar guerreros a
la plaza fuerte de Haven, simplemente para...
Calthar le hizo callar con una mirada, y replicó con acento peligroso:
–Cuando necesite tu consejo, ya te lo haré saber. ¡Hasta entonces, sujeta tu
inoportuna lengua! La solución de nuestro problema es algo que yo sola, yo sola, puedo buscar. No me hace ninguna falta la ayuda del Consejo. Todo lo que
necesito, por tradición, es informaros de mis intenciones para obtener vuestra
aprobación. y supongo que esa aprobación no me será negada.
Era más una amenaza que una pregunta. Akrivir, que había estado a punto de
hacer otra objeción, cambió de idea, y Hodek asintió vivamente con la cabeza.
– ¡Habla, Calthar! ¡Aceptaremos lo que tú propongas! –dijo Hodek
enérgicamente.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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El sanctasanctórum de Calthar estaba a obscuras. Ella no necesitaba
iluminación. Conocía cada pulgada de sus dominios, y le constaba que nadie que
no hubiera sido invitado se atrevería a interrumpir su soledad. Acurrucada en
un estrecho saliente que dominaba un pequeño lago sin fondo, permanecía
totalmente quieta desde hacía horas, esperando y escudriñando las aguas con
la terrible paciencia de un hambriento depredador. Y, por fin, su paciencia fue
recompensada: sabía cómo debía actuar.
Una estratagema tan insignificante, y sin embargo iba a bastarle. El dominio de
la brujería que podían tener los habitantes de la ciudad la tenía sin cuidado.
Ignorarían por completo la presencia entre ellos de los seres enemigos hasta
que fuera tarde. y la mente de una niña tan inocente y manejable sería
deliciosa de manipular.
Dentro de sí, Calthar sintió el deseo de soltar una carcajada. Pero de su
garganta sólo brotó la rítmica y constante respiración de todas las horas
anteriores. Posó la mirada en la negra e inmóvil superficie de las aguas, en
busca de algo que se movía en otro lugar y otra dimensión. De vez en cuando,
sus labios pronunciaban una invocación a las Madres cuya inspiración vivía en
ella y alrededor de ella, pero tal invocación era siempre del todo silenciosa.
Calthar vigiló, y sonrió.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Capítulo 7
Thean había sido enviada a un recado y al faltarle su apoyo moral, Falla no tuvo
valor para interceptar el paso al primero de los dos visitantes que quisieron
ver a Simorh aquella mañana.
El maestro de armas Vaoran había oído decir que la princesa no se encontraba
bien y no podía abandonar su torre, y consideró que eso le ofrecía la tan
esperada ocasión de hablar con ella a solas. En consecuencia, mostró sólo un
glacial –aunque educado– desinterés ante la insistencia, por parte de Falla, de
que su señora no estaba en condiciones de atender a nadie, y el corpulento
guerrero necesitó menos de un minuto para imponer su voluntad a la joven y
verse conducido a sus aposentos privados.
Simorh había intentado levantarse a la hora de costumbre, pero no lo logró.
Las fuerzas que había tenido que emplear para someter a Kyre la noche
anterior, tan poco tiempo después del ritual de que se sirviera para arrancarle
de la nada, la habían dejado exhausta, y tardaría aún en reponerse. Finalmente,
había abandonado el lecho con ayuda de Falla y Thean, pero se sentía
demasiado débil para hacer otra cosa que no fuera permanecer tendida en un
diván al lado de la ventana.
Al percibir los pesados pasos de Vaoran levantó la cabeza, y el maestro de
armas quedó impresionado por su aspecto. Tenía Simorh los cabellos lacios y
mustios, y le caían en quebradizos mechones alrededor de su macilento rostro.
Su tez había adquirido el color amarillento del pergamino, y obscuras sombras
rodeaban sus ojos, mientras que sus manos, dobladas sobre la bordada manta
de lana que las jóvenes le habían echado por encima para que no sintiera frío,
temblaban de manera convulsiva e intermitente.
Desaparecidas de ella la juventud y la vitalidad, Simorh parecía gravemente
enferma. No obstante, su estado no fue óbice para que en sus ojos brillara una
chispa de enojo al ver a su visitante.
Ansioso por evitar que ella diera rienda suelta a sus sentimientos de antipatía,
Vaoran se acercó al diván e hizo una genuflexión. Era un gesto en desuso desde
hacía tiempo, pero surtió el efecto deseado, ya que Simorh no pudo ignorar el
cumplido sin ofenderle de manera injustificada.
–Maestro de armas...
Con un esfuerzo, la princesa se incorporó algo más. Falla quiso acudir en su
ayuda, pero Simorh le indicó, con la mano, que se alejara. Empezaba a
comprender cómo debía de sentirse DiMag...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
95
–He venido al tener noticia de vuestra enfermedad, señora... –dijo Vaoran,
solícito, al ponerse nuevamente de pie.
Simorh le miró. Ojos astutos, tan azules como el cielo, calculadores... Pero había algo en ellos que él no podía esconder, y que ella era incapaz de percibir. Al fin le devolvió una fría sonrisa.
–Gracias por tu preocupación, Vaoran, pero te aseguro que no era necesaria.
No estoy enferma, sino simplemente agotada. Dentro de un día o dos me
encontraré de nuevo perfectamente.
Vaoran volvió a sonreír.
–Eso es lo que he oído, señora, pero confieso que tenía mis dudas. No me
hubiese atrevido a molestaros de no ser por la ansiedad, que no me dejaba
tranquilo.
–Como ves, no estoy en peligro.
–Lo veo, en efecto, y me satisface. Siento una profunda responsabilidad por lo
ocurrido.
– ¿Tú? –Exclamó Simorh, con sorpresa–. ¿Qué culpa tienes tú?
Vaoran hizo un breve gesto con la mano.
–Como consejero y jefe militar, el hecho de que esa criatura, el Lobo del Sol...
–y pronunció el nombre como si le repugnara– pudiera escapar del castillo, me
hace sentir responsable. Vos habíais dado órdenes de que permaneciese
confinado y vigilado, y esas órdenes no se cumplieron. Si yo descubro al
hombre que le permitió...
Simorh le interrumpió con un suspiro.
–Ni tú ni tus soldados, ni ningún sirviente del castillo tuvo la culpa, Vaoran.
Quien le dejó escapar fue mi hija.
– ¿La princesa Gamora? –exclamó el maestro de armas, boquiabierto.
–Gamora es soñadora e impresionable –continuó Simorh, cansada–. Cualquier
cosa misteriosa o desconocida la deslumbra. Sin duda, le pareció emocionante
ayudar a un nuevo amigo.
Vaoran frunció el entrecejo y se aproximó a la ventana. Después de unos
momentos de silencio, dijo:
–Ya entiendo. Me preguntaba...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Vaciló y sacudió la cabeza. Se produjo una larga pausa, durante la cual pusieron
nervioso a Vaoran los movimientos de Falla en el otro extremo de la habitación.
Simorh inquirió entonces, Cortante:
– ¿Qué te preguntabas, Vaoran?
El hombre la miró de nuevo, y sus gestos fueron lentos y deliberados.
–No viene al caso, ahora –contestó, pero enseguida agregó con sus azules ojos
fijos en la princesa–: Me preguntaba, sencillamente, si el príncipe había
revocado vuestra orden sin informarme a mí de ello.
En medio del silencio que se produjo, el maestro de armas oyó la respiración de
la soberana, agitada, fuerte y anormal. Aunque no tuviera la energía física
necesaria para exteriorizar su furia, era evidente que la experimentaba en su
interior.
–Haven exige mucho de vos, princesa. Habéis hecho ya grandes sacrificios por
esta ciudad, y yo no quisiera que esos sacrificios fuesen inútiles.
Simorh se miró las manos, deseando que cesara su temblor. Sus dedos
agarraron la manta, aunque con debilidad.
– ¿Y qué tiene que ver eso con la fuga de Kyre? –preguntó en tono
aparentemente tranquilo.
Vaoran vaciló antes de decir:
–Simplemente, temo que el control que tenéis sobre él sea socavado... El Lobo
del Sol es vuestra creación y vuestro esclavo, pero en el castillo pudiera haber
facciones con propósitos distintos... Yo... –continuó indeciso, y luego esbozó
una sonrisa triste–. Yo sólo deseo que sepáis que, si puedo seros de ayuda en la
oposición a tales facciones, estoy a vuestro servicio.
De nuevo se hizo el silencio. Simorh se daba cuenta de que Vaoran la
observaba constantemente, atento a cualquier reacción. Era difícil leer en él.
Creía conocerle lo suficiente, pero no tenía la absoluta certeza, y su aparente
solicitud la hacía doblemente cauta. Al fin dijo en tono neutral:
–Gracias, Vaoran. Aprecio tu gentileza y también tú... honestidad.
–Tened la certeza, señora, de que sólo me mueve la fidelidad a Haven.
–Lo sé. Y tendré en cuenta lo que me has dicho. ¡Gracias! –añadió con una
sonrisa que él no había esperado.
Fue la señal para que se retirara, y Vaoran lo comprendió enseguida. Había
conseguido lo que quería. La simiente estaba echada y por ahora, no podía
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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esperar nada más. El tiempo y las circunstancias dictarían lo que hubiera de
suceder en adelante. Lo único que confiaba haber logrado, era un poco más de
aprecio y fe por parte de Simorh.
La princesa vio caer la pesada cortina detrás del maestro de armas, y escuchó
cómo se alejaban sus pasos cuando Falla le acompañó, escaleras abajo, hasta la
antesala. También creyó percibir un murmullo de voces, en el piso inferior,
aunque era demasiado débil para entender nada. Sonaron luego nuevos pasos en
los peldaños, y los ojos de Simorh se abrieron desmesuradamente cuando se
abrió la cortina y apareció DiMag ante ella.
–DiMag... –dijo, incorporándose, al verle entrar.
Él la miraba con una intensa mirada que ella no acertó a interpretar. Por fin
tomó una silla y se sentó junto al diván.
–Bien... –dijo el príncipe, sin apartar la vista de Simorh–. Siento hallaros en
estas condiciones.
–Me habré repuesto dentro de un par de días –respondió ella con insegura
sonrisa, preguntándose si sólo había imaginado el leve destello de simpatía y
preocupación en sus ojos, o si era cierto.
–No debisteis hacer eso... No era necesario. Kyre pudo haber sido recuperado
de otra manera, sin exponeros tanto. ¿Y pensáis seguir adelante –agregó
después de una pausa–, pese a los riesgos corridos hasta ahora?
–Sí.
– ¿Sabiendo que vuestro plan puede mataros?
– ¿Qué importa eso? –Replicó ella con dureza–. Sólo tengo dos posibilidades:
continuar con mi propósito, o sentarme a esperar que Haven sea destruida
definitivamente. Puede que la muerte me aguarde al final de ambos caminos,
pero al menos el elegido por mí no me avergonzará.
DiMag tomó aliento con un vehemente e irritado siseo.
–Fallasteis nueve años atrás. Los dos fallamos, en realidad –añadió,
quebrándosele la voz.
–Sí, pero esta vez he vencido. He traído a Kyre.
– ¿De veras?
–No entiendo el sentido de vuestras palabras.
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–Trajisteis una criatura a este mundo, sí. No puedo negarlo. Pero... ¿qué clase
de criatura? Porque debo deciros que no es un cero a la izquierda, y que vos no
lo creasteis.
Simorh le miró sin hablar.
–Primero... –comenzó DiMag, sirviéndose de los dedos de una mano para contar–
. Su aspecto no es el esperado. ¡No vayáis a creer que no estoy familiarizado
con el ritual empleado por vos! Puede que yo no sea un hechicero, pero sé leer
esos carcomidos manuscritos y conozco la antigua lengua. Recuerdo esta frase:
«Sus cabellos y ojos serán del color de la tierra que nos da vida; castaños
como la corteza y la dulce nuez que crece en el árbol...". Y ahí tenéis a vuestro
Lobo del Sol, pelirrojo y de ojos verdes. No se parece nada a lo previsto.
Segundo: tiene una voluntad propia, cosa tampoco prevista. Tercero: parecen
no existir los instintos de lucha que debían ser la base de su motivación... y si
sabe luchar, no es con un arma a la que nosotros estemos acostumbrados. Sí,
Simorh... Vos lo trajisteis a nuestro mundo, pero... ¿qué es él?
En su interior, Simorh trataba de ahogar la débil voz que le decía –o, más
exactamente, que había intentado decirle desde la noche del ritual que DiMag
tenía razón. Pero no podía permitir que esa idea se adueñara de ella, porque, si
lo hacía, sus esperanzas se derrumbarían. ¡Necesitaba creer en ella misma!
–No importa lo que Kyre sea –dijo–. Lo utilizaré, DiMag, tal como tenía
previsto. Y no creo que vos me lo impidáis.
El príncipe se puso de pie y dio media vuelta, de forma que Simorh no le veía la
cara.
–Muy bien. Nos entendemos, y no voy a perder más tiempo del vuestro ni del
mío –se giró de nuevo hacia ella, y en sus ojos castaños centelleaba la ira
contenida–. Valdrá más que reunáis fuerzas para tratar con vuestra criatura,
Simorh, ¡porque sin duda os harán falta!
Los dos se miraron fijamente durante unos momentos, y las barreras
existentes entre ellos se hicieron palpables y sofocantes. Luego, DiMag hizo
una breve y formal inclinación y, sin más palabras, se alejó cojeando de la
estancia. Cuando la puerta exterior se cerró –sin un golpe violento, como ella
había temido–, Simorh se dio cuenta de que se mordía la lengua con tanta
fuerza, que tenía sangre en la boca. Se recostó, cerró los ojos y se forzó a
relajar las mandíbulas. Hubiese querido poder llorar.
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El descenso de las escaleras de la torre era empresa difícil y lenta para él,
pero DiMag agradeció la distracción que significaba el esfuerzo, dado que
atenuaba su agitación interior.
Había subido a los aposentos de Simorh con la intención de salvar en lo posible
el abismo existente entre ellos o, al menos, de hacerle comprender a su esposa
sus propias dudas y temores. El encuentro con Vaoran en el umbral de las
habitaciones había constituido una sorpresa para él, y aún le irritó más la
expresión de triunfo que viera en los ojos del corpulento maestro de armas.
En tiempos pasados, a DiMag nunca se le hubiese ocurrido dudar de la lealtad
de su esposa, pero era tanto lo que había cambiado en su matrimonio, que
hasta esa certeza le faltaba. No existía ya el amor que antaño les uniera,
porque lo habían borrado los acontecimientos de una sola noche, que le
convirtió en un inválido y a ella casi le costó la razón. Llevaban nueve años de
un matrimonio que ya sólo tenía de ello el nombre, y el abismo entre ellos se
abría más y más. ¿Y qué podía significar para una mujer como Simorh un
hombre tullido, un guerrero incapaz ya de luchar, y un príncipe que no estaba
en perfectas condiciones de reinar? Hacía tiempo que DiMag se había
planteado esa cuestión, decidiendo apartarse de su consorte, antes que vivir
en la hipocresía de mantener una falsa imagen. Él no tenía nada que ofrecerle,
y ella no deseaba nada de él. Quizás era natural, pues, que hubiese empezado a
buscar consuelo en otra persona.
Pero... ¿precisamente en Vaoran? Eso convertía en muy precaria su propia
posición. Vaoran era astuto, inteligente y ambicioso, y no le gustaba estar a las
órdenes de un señor inválido. Simorh, por su parte, también miraba al futuro,
pese a su lealtad del pasado... Si Vaoran lograba convencerla de que su esposo
no era ya útil a los intereses de Haven, su fidelidad podría cambiar.
DiMag alcanzó el pie de la escalera, desde donde un amplio corredor conducía a
sus aposentos particulares, y se detuvo a recobrar el aliento, disgustado por la
renquera que le impedía moverse con soltura. ¡Si pudiera saberlo con certeza...!
Lo peor era esa sospecha medio fundada, ya que, entonces, la imaginación se
disparaba. Necesitaba profundizar en el asunto y descubrir qué había de
verdad en las dudas que asaltaban su mente, pero... ¿en quién podía confiar?
Ésa era la ironía más amarga de todas.
Avanzó despacio por el corredor, camino de sus aposentos. Cuando le vieron
acercarse, los guardias que estaban allí de servicio permanente se apresuraron
a abrirle las puertas. DiMag ignoró su presencia, entró en sus dominios
particulares y en una súbita demostración de energía, dio un portazo detrás de
él.
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100
Era infrecuente que el maestro de armas Vaoran recibiera visitas en su
modesta vivienda en los cuarteles del castillo. Sus costumbres eran más bien
ascéticas. Sólo bebía con moderación y según los comentarios de sus hombres,
no le interesaban las mujeres que gustosamente habrían estado a disposición
de un militar de tan alta graduación. Pero esta vez, al regresar de la torre de
Simorh, halló –como había previsto a un visitante.
Éste se alzó al llegar Vaoran. Era un hombre gordinflón, de edad ya algo
avanzada, que vestía la roja túnica con faja dorada de los consejeros reales. Al
cerrar la puerta a sus espaldas el maestro de armas, saludó con una grave
inclinación de cabeza.
–¡Buenos días, consejero Vaoran! Me temo que he venido demasiado temprano a
nuestra cita. ¿Podréis disculpar que haya invadido vuestros dominios?
–No tiene importancia, consejero Grai. Soy yo quien se ha retrasado, y ahora
os pido disculpas.
Indicó a Grai que tomara asiento de nuevo y se dirigió a un mueble tallado que
ocupaba la mayor parte de la estancia escasamente equipada.
– ¿Os apetece un refresco?
– ¡Oh, gracias! Me sentaría bien un poco de vino.
El hombre rechoncho siguió con la vista a Vaoran, mientras éste llenaba dos
copas, y aceptó gustoso la que fue depositada en sus manos.
–Gracias. ¿Habéis logrado ver a la princesa?
–Sí –contestó Vaoran, tomando asiento frente a Grai–. Debo admitir, no
obstante, que la entrevista ha resultado más breve de lo que esperaba. O
digamos que no he llegado adonde confiaba llegar –añadió con una sonrisa
enigmática.
Grai arrugó los labios.
–Así pues, no ha cambiado su actitud...
–No; en absoluto.
–Ya entiendo –suspiró Grai–. Me entristece verla tan inflexible. Creía que,
ahora, ya se daría cuenta de que hay pocas esperanzas de futuro para el
príncipe, inválido como está, y amargado además... Haven necesita un hombre
mucho más fuerte.
Vaoran acarició su copa.
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101
–Sabéis que estoy de acuerdo con vos, Grai. Pero, sin el apoyo de la princesa,
nuestra posición es demasiado insegura para hacer más públicos nuestros
puntos de vista. Buena parte del pueblo los comparte, pero la gente comparte
asimismo nuestra simpatía hacia lo que ella defiende, y cualquier cosa que
pudiera ser interpretada como una amenaza para Simorh constituiría una
tremenda equivocación.
–Eso es cierto, por ahora. Sin embargo, la princesa no tiene categoría política.
Al menos, no comparable con la de...
Vaoran le interrumpió con voz impaciente.
–No importa la categoría política. Ella tiene otros poderes, como ambos
sabemos. Pero ni siquiera eso es importante, Grai. Lo vital, vital para mí, es que
la princesa llegue a ver la situación desde nuestro punto de vista y no sea
sometida a presión desde ningún lado.
– ¡Ah, ya! –dijo Grai, cuyos ojos revelaron comprensión: había olvidado los
motivos personales de Vaoran–. Desde luego... Pero si insiste en su lealtad al
príncipe, que al fin y al cabo es su marido...
–Sólo oficialmente –replicó Vaoran con una de sus gélidas sonrisas–, y eso tiene
que constituir una carga muy pesada para ella. Le consta que, mientras mande
DiMag, Haven puede esperar poco, y Simorh debe tener en consideración el
futuro de la pequeña Gamora... Simorh es fiel al hombre que tomó como
marido, pero todavía es mayor su lealtad a Haven y a su hija. Llegará el día en
que tenga que decidir entre una cosa y la otra. Y cuando ese día haya llegado,
yo estaré a su lado para ayudarla en todo lo que pueda.
Al decir esto, miró a Grai con una cálida y hambrienta mirada. Después de una
prolongada pausa, asintió éste:
–Necesitamos tiempo... Lo necesitamos, si...
–Sólo un poco más. Por amor a Haven.
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–Si alguien me hubiese dicho que, a mi edad, iba a aceptar un nuevo discípulo, le
habría tachado de mentiroso o de loco, o de ambas cosas a la vez –Brigrandon
esbozó una sonrisa seca y alzó la copa mirando a Kyre–. ¡Mala suerte a vuestros
enemigos! –exclamó.
Kyre le devolvió la sonrisa con cierta reserva y tomó un sorbo de cerveza.
Estaban sentados en el desordenado estudio del viejo erudito, y encima de la
mesa que les separaba quedaban esparcidos los restos de una abundante cena.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
102
Al otro lado de las altas y estrechas ventanas había descendido ya la
obscuridad, que traía consigo la creciente niebla.
Brigrandon bebía sin descanso desde hacía dos horas, si no más. Desde la
llegada de Kyre, exactamente. Pero, si bien su manera de hablar era un poco
pastosa y sus movimientos empezaban a delatar falta de coordinación, el
cerebro que había detrás de su máscara física seguía tremendamente activo.
Cuando los dos dejaron al fin sus vasos, Brigrandon dio un manotazo a la pila de
pergaminos que tenía junto a su plato vacío.
– ¡Pues bien, amigo, aquí la tenéis! La historia entera de Haven, mitos, leyendas
y hechos, recogido todo con el máximo esmero, traducido y redactado de
forma comprensible por mi humilde persona... –el preceptor hizo una pausa, dio
unos golpecitos más suaves al montón de papeles y finalmente, dejó que su
mano descansara sobre ellos–. La obra cumbre de mi vida. Un bonito relato
para instruir a los niños pequeños... –agregó con amarga ironía en la voz y en los
ojos, cuando los alzó por un momento, para volver luego a su seca sonrisa–. No
os preocupéis: no espero que leáis la historia. Simplemente, es mi credencial.
Una prueba, para vos, de que estoy en condiciones de responder a vuestras
preguntas.
Kyre le devolvió de nuevo la sonrisa.
–No necesito pruebas, maestro Brigrandon. Os estoy muy agradecido.
– ¡Bah! –dijo el preceptor con un gesto de la mano, y por poco volcó la botella
casi vacía que se hallaba peligrosamente cerca de su codo.
Pese a su estudiado descuido, Kyre notó que el viejo estaba enternecido.
– ¡Pero si aún no tenéis las respuestas! –Añadió Brigrandon–. Esperad a ver si,
mañana, todavía deseáis darme las gracias... Bien, amigo mío, el hombre
sediento de conocimientos... –continuó después de otra larga pausa–. Estoy a
vuestra disposición. ¿Por dónde queréis empezar?
A punto de escuchar alguna revelación, Kyre sintió una súbita desgana y se
descubrió a sí mismo balbuciendo:
– ¿De veras no os molesto, maestro Brigrandon? ¡Es ya muy tarde!
El estudioso meneó la cabeza.
–Últimamente dedico las noches más a beber que a dormir, de manera que
también puedo hablar –contestó, a la par que agarraba la botella y se servía
buena cantidad de cerveza, vertiendo bastante sobre la mesa–. Ya sé qué
pensáis, sí, y tenéis razón. La embriaguez y yo nos llevamos muy bien. Pero no
ESPEJISMO LOUISE COOPER
103
me nubla la mente, por desgracia. En consecuencia, no necesito daros una
excusa para retrasar el momento... Si ahora os echáis atrás, tendréis que
formularme las preguntas en otra ocasión, y esa clase de tormento no se
resiste mucho. Así pues, ¡decid qué queréis saber! –concluyó la frase, y tomó
otro gran sorbo.
Kyre sintió la tentación de seguir el ejemplo de Brigrandon. La bebida le daría
más valor, y bien que lo precisaba para contrarrestar el extraño miedo que
acechaba en su interior. Pero al mismo tiempo necesitaba conservar la cabeza
clara, y eso era lo más importante. Resistió, pues, la tentación, y se limitó a
acariciar el pie de su copa mientras se forzaba a formular la pregunta que era
el meollo de todo.
Habló así:
–El príncipe DiMag dice que a Haven le hace falta un paladín, y que tanto él
como la princesa Simorh quieren que lo sea yo –el enojo de la noche anterior
surgió de nuevo, y eso le ayudó a explicarse mejor–. Vos me decís que hubo
otro Kyre, otro Lobo del Sol, largo tiempo atrás, y que yo fui creado según su
imagen... Sólo puedo conjeturar, por consiguiente, que yo debo hacer lo que él
hubiese hecho, de estar vivo hoy.
–No es del todo así, pero en conjunto se ajusta a la realidad –señaló
Brigrandon con una mueca.
–Entonces necesito conocer esa realidad. ¿Quién fue el primer Kyre? ¿Qué
hizo? ¿Y por qué quiere Haven que yo le emule?
El preceptor permaneció callado durante un rato. La lámpara de aceite de
pescado que iluminaba el cuarto chisporroteaba a intervalos, y Kyre creyó
escuchar, a lo lejos, el inquieto gemido del mar, aunque quizá sólo lo imaginara.
Por fin habló Brigrandon:
–Tres preguntas, pero creo que requieren una sola respuesta –dijo, a la vez que
se inclinaba hacia delante y llenaba nuevamente su copa, ahora con mayor
deliberación–. He de admitir que nuestra crónica es incompleta. La antigua
lengua no ha sido utilizada desde tantas generaciones atrás, que está casi
olvidada, y la versión fragmentada que conservamos es, con toda probabilidad,
inexacta. Pero digamos que, en esencia, ese Kyre, el Kyre original, gobernó
Haven hace muchos siglos. Era tan guerrero como príncipe y bajo su poder, el
ejército de la ciudad fue muy eficaz. ¡Qué diferencia con los tristes restos
que podéis ver hoy día!... Los demonios marinos debían temer a Kyre y sus
soldados, y...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
104
– ¿Los habitantes del mar? –Le interrumpió Kyre de súbito–. ¿Queréis decir
que ya entonces estaban en guerra con Haven?
Brigrandon sonrió con tristeza.
–Precisamente es el más antiguo de los conflictos. Sólo tenemos retazos de
conocimientos de aquella época, pero todo indica que la enemistad es tan
antigua como la Luna, a la que llamamos Hechicera. Y fueron los habitantes del
mar quienes, al final, causaron la ruina de Kyre. ¿Habéis oído hablar de lo que
llamamos Noche de Muerte?
–Sí. DiMag me lo explicó.
–Pues una conjunción semejante se produjo durante el reinado de Kyre, y los
demonios marinos proyectaron servirse del poder que eso les confería para
atacar Haven de forma masiva. Vivía entonces una bruja con ellos, de la que no
conocemos el nombre. Se sabe, sin embargo, que era un vampiro, una
devoradora de almas...
«Un vampiro, una devoradora de almas...» Kyre recordó la descripción que
DiMag hiciera de la diabólica Calthar, que, según él, reinaba en la actualidad
sobre los habitantes de las aguas... ¿No podía ser la misma de antes?
–Extraía su poder de la Hechicera, y lo utilizó para provocar la caída de Kyre
durante la batalla de la Noche de Muerte –continuó Brigrandon. Se
encontraron cara a cara en la playa y, pese a ser él el más bravo guerrero que
Haven había tenido, no pudo contra la demoníaca brujería de que ella se valió, y
perdió la vida.
El preceptor hizo una pausa para beber más cerveza, lentamente, luego se
limpió los labios con el dorso de la mano.
–Se dice que, cuando Kyre murió..., en el mismo instante en que la lanza de la
devoradora de almas se clavó en su cuerpo..., el mundo se detuvo en su órbita y
un escalofriante grito de protesta surgió de las entrañas de la tierra... Eso lo
cuentan para embellecer la historia, claro... No dudo de que, entonces, había
historiadores tan amantes de las licencias poéticas como confieso que a veces
lo he sido yo. Pero lo cierto es que, por mucho que protestara el mundo, el Lobo
del Sol murió.
Kyre tenía la boca seca, y en su lengua había un sabor amargo. También él
bebió más cerveza.
– ¿Y? –preguntó seguidamente, con ansia.
– ¿Y? –repitió Brigrandon.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Tiene que haber más.
– ¡Claro que hay más, sí...! El Lobo del Sol tenía esposa. No se recuerda su
nombre, ni sabemos nada de ella, salvo una cosa –el anciano preceptor cogió su
copa–. Era una bruja, una hechicera. No un ser monstruoso como la que atrapó
y mató a Kyre, pero tenía poder. Ella no luchó al lado de Kyre, sino que estuvo
en la misma torre que ahora ocupa Simorh, y desde allí intentó emplear su
magia para salvarle. Cuando comprendió que había fracasado, prefirió quitarse
la vida a tener que vivir sin él. Antes de morir, sin embargo, creó un
encantamiento, un talismán que protegiera a Haven de los demonios
procedentes del mar. Y ese encantamiento formó parte de su profecía final.
Brigrandon alzó la vista, y en sus ojos había inquietud.
–Seguid –suplicó Kyre–. Decidme, Brigrandon, ¿en qué consistió esa profecía?
El anciano se encogió de hombros.
– ¿Es preciso que os lo diga? Bien... Dispuso que si Haven se viera amenazada:
algún día por una aniquilación final a manos de sus enemigos, pudiera ser traído
al mundo un hombre creado según la imagen de su difunto esposo. Y dejó un
rito mediante el cual ese ser, ese cero, digamos..., recibiese el espíritu del
primer Lobo del Sol, de modo que estuviera en situación de plantarle cara a la
bruja-vampiro surgida del mar y derrotarla.
Durante largo rato reinó el silencio. Brigrandon miraba su copa con gesto
severo e inquieto a la vez. Kyre tenía la vista perdida en la lejanía. Dominaba su
mente la imagen de DiMag, en su obscuro refugio, pero luego se impuso la de
Simorh, con su rostro tenso y amargo.
Finalmente dijo:
–Quieren que yo cumpla la profecía y sea un segundo Lobo del Sol. Pretenden
que me enfrente a la misma criatura, esa... devoradora de almas que mató al
Kyre original...
–No es la misma criatura –objetó Brigrandon–. La primera desapareció de este
mundo hace largo tiempo. Sin embargo, viven sus descendientes.
–La misma criatura, u otra... ¿Cuál es la diferencia? ¡Quieren incitarme a pelear
con ella, con la esperanza de que yo triunfe allí donde el guerrero más glorioso
de vuestra historia fracasó...! –Exhaló un violento suspiro–. ¡Están locos!
El preceptor miró hacia otra parte, alzó la copa y la vació.
–Deseabais que os dijera la verdad, ¿no? ¡Pues ya la conocéis! Os advertí que
quizá no os gustara lo que ibais a oír.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Kyre se esforzó por dominar su creciente indignación. No tenía derecho a
desahogar su ira contra Brigrandon: al fin y al cabo, el viejo no había hecho
más que responder a las preguntas formuladas por él.
–Esa profecía... –dijo–. ¿Se halla en uno de vuestros manuscritos?
–Hasta donde pudo ser traducida, sí. Existe. No lo dudéis siquiera.
Otro largo silencio, durante el cual la mirada de Kyre volvió a extraviarse. Al
final, murmuró:
–Acostaos, Brigrandon. Tengo una deuda con vos, que no puedo pagar. Necesito
estar solo y pensar... –frunció el entrecejo, como si se arrancara a sí mismo de
otro inimaginable plano de pensamiento y de la existencia–. Quisiera
permanecer aquí, si me lo permitís. Por lo menos, hasta que salga el sol.
–Podéis quedaros; claro.
Brigrandon se puso en pie, se tambaleó, y un fajo de papeles cayó al suelo con
sordo ruido. La lámpara que había en el centro de la mesa se balanceó de
manera alarmante, arrojando grotescas sombras sobre la pared, y el preceptor
empezó a avanzar despacio en dirección a una alcoba separada por cortinajes,
agarrándose a los muebles para no caerse. Estaba borracho, y Kyre lo envidió.
Brigrandon alcanzó la cortina y la apartó al segundo intento, descubriendo una
cama estrecha y sin adornos al fondo de la alcoba. Vaciló, tambaleándose un
poco sobre sus pies, sacudió la cabeza con gesto triste.
–Quedaos aquí tanto tiempo como os apetezca, si mis ronquidos no os molestan.
y si queréis contar mañana con un oído comprensivo, aquí estaré... Tengo una
última cosa que deciros –añadió, y sus dedos se agarraron a la tela de la
cortina mientras se introducía en la pequeña cámara–. Es algo que podéis tener
en cuenta o ignorar, según os parezca. El primer Kyre fue príncipe y
gobernador de Haven, y era amado por una hechicera. Además estaba libre de
todas las desventajas que coartan al hombre que gobierna hoy Haven.
Recordadlo, amigo, en todos vuestros tratos con DiMag. ¡Buenas noches!
Kyre aguardó a que hubiesen cesado todos los débiles ruidos producidos por el
preceptor mientras se preparaba para dormir. Entonces tomó la lámpara y
dobló la mecha hacia arriba, de forma que las sombras se retiraron de la mesa.
El olor a aceite de pescado invadió la estancia, pero él apenas se enteró. Poco a
poco se adueñaba de su persona una extraña y profunda sensación de paz. Lo
sabía, ¡por fin lo sabía! y en él despertó algo nuevo: un creciente valor y una
creciente certeza de que no aceptaría el destino que Haven había elegido para
el nuevo Kyre. Que le llamaran como les diese la gana sus carceleros: ¡él no era
Kyre!, y ésa era una lección que pronto tendrían que aprender.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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La marea había subido al máximo para descender luego de nuevo, y ahora
crecía otra vez, siguiendo el avance de la grisácea bruma. Cubrió la franja de
guijarros y la fina arena de la bahía, así como las calles y casas petrificadas
debajo de ella. Y cuando, siempre callada y lenta, engulló el paisaje, salió la
Hechicera y se envolvió en ella, primero un espectro ceniciento en el
horizonte; después, un brillante ojo que desde lo alto contemplaba el mar y
bañaba de plata las crestas de las olas. Las corrientes y la resaca se movían
con fuerza entre las negras rocas, y azotaban con el descuidado ritmo de
siglos y siglos la corroída superficie de los acantilados. En el extremo de la
ahora sumergida franja de guijarros asomaban impasibles las ruinas del
templo; un esqueleto que destacaba contra un obscuro fondo verde-gris.
Dormía Haven mientras dos luces verdes, sujetas a un arco de arenisca,
desafiaban a la noche. En una ventana del castillo ardía una lámpara que
arrojaba su débil claridad sobre las blancas flores que luchaban por sobrevivir
en el yermo jardín. Un príncipe tiraba sin saberlo de la manta tejida a mano
que le cubría, atenazado por una pesadilla demasiado familiar. También Simorh
soñaba, en su torre, e incluso dormida trataba de interpretar lo que en ese
estado veía. Y la princesa Gamora, contenta de saber que su aya dormía como
un tronco en la pieza contigua y de ningún modo se imaginaría que ella seguía
despierta, jugaba a obscuras con la concha encontrada en la playa. Le divertía
contemplar el resplandor de su superficie nacarada y hacer reflejar en ella la
luz de la Luna que penetraba a través de la bruma y de la entreabierta cortina
que cubría la ventana. La concha parecía hablarle, susurrarle historias de
remotos y bellos lugares, creando vívidos cuadros en su mente, y Gamora
ansiaba contestar a la llamada de la concha y conocer los mundos de ensueño
prometidos, escapar y no confiar a nadie su secreto, ni siquiera a Kyre. Sería
una aventura maravillosa.
Y Calthar, depredadora inmóvil e infinitamente paciente en la absoluta
obscuridad de su sanctasantórum, observaba el negro pozo sin fondo, que no
tenía secretos para ella, y sonrió mientras sus labios formaban silenciosas y
misteriosas palabras. Entre tanto, no lejos de allí, Talliann se movía en un
sueño que nada tenía de natural, en el laberinto gobernado por Calthar.
Inconscientemente luchaba contra las restricciones impuestas a su mente, y
murmuró un nombre que, despierta, no conocía. Un nombre muy lejano, de otro
tiempo, de otra historia. Algo que ya estaba muerto cuando comenzó la
historia que ella estaba viviendo ahora.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
108
Capítulo 8
Amaneció. El Sol no era más que una débil y pálida luz fantasmal en medio de la
niebla que envolvía la ciudad, y apagaba todo ruido y todo movimiento. Kyre se
había quedado dormido con la cabeza apoyada en la mesa de Brigrandon, y sólo
despertó cuando los primeros y difusos rayos rozaron su cara. El viejo erudito
descansaba aún en su alcoba en medio de un completo silencio.
Cuando la luz diurna se hizo más intensa y atenuó poco a poco el resplandor
esparcido por la lámpara que Kyre tenía a su lado, el joven se levantó, aunque
no sin esfuerzo, porque tenía los miembros entumecidos. Miró brevemente
hacia la cortina que separaba la alcoba de Brigrandon, vaciló unos instantes y,
por fin, se encaminó a la puerta. No tenía nada contra el preceptor. Sí, en
cambio, estaba decidido a enfrentarse a los responsables de su situación. Y,
cuando lo hiciera, su furia no conocería límites.
El aire de las primeras horas de la mañana era gélido, y la humedad tan intensa
que penetraba hasta los huesos. Cuando Kyre hubo llegado al cuerpo central
del castillo, en dirección a la terraza –el único camino que por ahora conocía–,
la humedad se pegaba, viscosa, a su rostro y a sus manos, para mezclarse
además con el helado sudor que le producía la ira. El vestíbulo estaba frío y
desierto, sin luces que lo iluminaran ni sirvientes a la vista. Kyre sólo dudó unos
segundos, antes de avanzar hacia las escaleras. A esa hora, DiMag debía de
hallarse en sus aposentos. Era lo que le convenía. Necesitaba hablar a solas con
el príncipe, sin estorbo de sus vasallos.
Mientras subía los peldaños de dos en dos, las manos de Kyre empezaron a
temblar. Cerró una y otra vez los puños para vencer los espasmos, pero
continuaron asaltándole, e incluso se extendieron a sus brazos hasta hacerle
sentir como un resorte a punto de dispararse a la menor provocación.
En el rellano tampoco vio a nadie. Pero al doblar la esquina se encontró con un
obstáculo olvidado: la guardia permanente, situada ante las puertas de DiMag.
Dos hombres, anónimos en sus uniformes, miraban fijamente a la pared de
enfrente, inmóviles.
Kyre redujo el paso. Los centinelas no le prestaron la menor atención. De
pronto, obedeciendo a alguna señal ignorada, uno de ellos se volvió para abrir la
puerta que había a su lado. Kyre percibió un murmullo de voces: la de DiMag,
rápida y cortante, y otra que le pareció conocida, pero que no pudo identificar.
Poco después apareció la corpulenta figura del maestro de armas, Vaoran, que
agachó la cabeza para no chocar con el dintel. La puerta volvió a cerrarse –de
ESPEJISMO LOUISE COOPER
109
golpe– a sus espaldas, y Vaoran giró en dirección a la escalera, pero se detuvo
de repente.
– ¿Tú? ¿Qué haces tú aquí?
Ni siquiera se dignó dar un nombre a Kyre, y su irritada voz contenía
desprecio.
Kyre apretó de nuevo los puños, esta vez sin querer, porque su rabia había
dado paso, ahora, a la antipatía que le inspiraba el guerrero.
–Mis asuntos no os importan nada.
Los ojos de Vaoran se entrecerraron y, cuando el joven hizo ademán de abrirse
paso, el maestro de armas le agarró por un brazo.
–No pretenderás ver al príncipe, ¿verdad, amigo mío?
Sus palabras eran un abierto desafío. Kyre se estremeció y clavó en él la
mirada, satisfecho de comprobar que era un palmo más alto que Vaoran. Podía
ser un hábil espadachín, pero de pronto eso le importaba muy poco. Kyre
observó que, detrás de ellos, los guardias les contemplaban subrepticiamente,
pero con gran curiosidad.
– ¿Y si lo pretendo? –replicó Kyre sin levantar el tono.
Vaoran sonrió.
–El príncipe DiMag no tiene tiempo para ti, criatura. Tú no le interesas. Y, en
bien de tu propia salud, voy a hacerte una advertencia...
No pudo seguir, porque estalló la cólera de Kyre. Había perdido ya el control.
Su puño derecho golpeó con toda la fuerza posible la cara de Vaoran, a la vez
que su brazo izquierdo tomó terrible empuje y chocó con un crujido de huesos
contra el maestro de armas, que perdió el equilibrio y cayó como una piedra.
Rodó por el suelo, y los dos centinelas se precipitaron hacia él para ayudarle o
sujetar al atacante, o ambas cosas. Entonces, Kyre dio media vuelta. Los
guardias no fueron lo suficientemente rápidos para impedir que pasara entre
ellos y, antes de que pudieran darse verdadera cuenta, Kyre ya había abierto
las puertas de las habitaciones de DiMag.
El príncipe quedó paralizado, sobrecogido, al verle irrumpir de aquella manera
en sus aposentos privados. Precisamente estaba ocupado en ponerse la casaca
de color carmesí que lucía en los actos oficiales, y tenía un aspecto ridículo con
una manga a medio poner. Cuando DiMag se fijó en la expresión de su
inesperado visitante, los músculos de su cara se atirantaron de forma visible.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
110
–Necesito hablar con vos –dijo Kyre, fieramente–. ¡Ahora!
–Señor... –intervino uno de los centinelas, con la espada desenvainada–. No
hemos podido detenerle, ha sido...
– ¡Fuera de aquí!
DiMag le interrumpió con tal energía, que el hombre retrocedió, y Kyre
aprovechó la ocasión para empujarle hacia fuera y cerrar la puerta con
violencia.
El príncipe dejó caer la casaca al suelo y renqueó en dirección a la cama. Tomó
entre sus dedos la borla que pendía de un cordón y dijo, sin alzar la voz:
–Si ahora tirase de esto, mis sirvientes acudirían en el acto. No obstante, es
posible que no llegaran antes de que tú me hubieses asesinado... ¿Qué quieres?
–preguntó, mirándole.
Golpear a Vaoran había calmado la cólera de Kyre, pero quedaba en su cuerpo
la suficiente para mantener vivo el fuego que abrasaba su interior. Dio un paso
adelante, notando con satisfacción que DiMag también lo daba, pero hacia
atrás, y dijo jadeante:
–Anoche hablé con Brigrandon. Me explicó la leyenda del primer Kyre.
– ¡Ah, ya! –contestó DiMag.
–Y me enteré de la índole de su legado, y del de su esposa, a esta extraña
ciudad.
– ¡Ah! –dijo nuevamente DiMag, y tuvo la prudencia de mirar en otra dirección.
–Haven necesita un héroe... –prosiguió Kyre, con rencor–. Es lo que vos me
dijisteis, ¿no? ¡Un héroe que salve sus podridos huesos del desastre final! –
Gritó Kyre, y apretó los dientes para controlar mejor su respiración, antes de
agregar–: ¡Sois un mentiroso!
Cegado por su furia, fue incapaz de estudiar la expresión de los castaños ojos
de DiMag, pero un buen observador hubiese descubierto en ellos un breve
destello de pesadumbre e, incluso, cierta simpatía.
–No te mentí, Kyre –respondió el príncipe–. Quizá tergiversara un poco los
hechos, o los interpretara a mi modo... Pero no te mentí.
– ¡Sois un maestro de la retórica, mi señor! –Voceó Kyre–. ¡Sabíais la verdad!
¡Sabíais de sobra lo que la palabra héroe significaba en vuestros términos! No
un guerrero ni un salvador: ¡simplemente, un sacrificio humano envuelto en las
galas del mito! Una víctima que arrojar a una lucha imposible, sólo para
ESPEJISMO LOUISE COOPER
111
satisfacer la dudosa premisa de una profecía que nadie entiende y que,
probablemente, ni siquiera existe...
El silencio se hizo pesado, después de esta acusación, y los dos hombres se
miraron hasta que, bruscamente, DiMag dirigió la vista hacia otro lado.
–Te vuelves elocuente, Kyre. Creo que no esperaba eso de ti. No... –Y alzó una
mano cuando vio que Kyre iba a explotar de nuevo–. No te ofendas. Digo sólo
que esto añade más peso a mi convicción de que en ti hay más de lo que
cualquiera de nosotros sabe. Claro que tú puedes acusarme de interpretarlo a
mi manera; De interpretarlo todo a mi manera... –añadió con una frágil sonrisa.
– ¡Malditas sean vuestras interpretaciones! –Chilló Kyre–. ¡Demasiadas
hipocresías he oído ya de vos! Ahora quiero la verdad, y no me daré por
satisfecho hasta que la sepa.
–No; ya sé que no... Bien; en estos momentos debería estar abajo, pero creo
que los asuntos de Estado tendrán que esperar un poco. Siéntate, Lobo del Sol,
y no te mantengas tan envarado –dijo, cojeando hacia su diván–. Vas a conocer
la verdad.
– ¡Toda!
–Como quieras.
DiMag se acomodó cuidadosamente en el diván. Kyre no hizo gesto alguno para
sentarse, sino que se acercó a la ventana. El príncipe se frotó los dedos, y se
los miró.
–Por lo visto –continuó–, has interpretado correctamente los planes que la
princesa Simorh tiene para ti. No negaré que también son mis planes, aunque
no por mi gusto. Pero de eso hablaremos más tarde. Existe una profecía, sí;
está fragmentada y no podemos estar seguros de que nuestra interpretación
sea la acertada. Perdimos todo conocimiento sobre nuestra antigua lengua más
o menos al mismo tiempo que perdimos a nuestros dioses, y no sabemos bien
quiénes eran ni cómo eran. Sin embargo, la profecía existe, amigo mío. Tú eres
una prueba viva de ello, ya que el encantamiento que te trajo a nuestro mundo
forma parte integral de ella. Y dice también que, cuando Haven haga frente a
la catástrofe final, el poder de nuestros enemigos sólo podrá ser desbaratado
si alguien creado a imagen del Lobo del Sol planta cara y derrota a la bruja de
los mares.
– ¡Pero yo no soy el Lobo del Sol!
–Fuiste creado a su imagen –insistió DiMag con énfasis–. Cabe la posibilidad de
que mi esposa fallara en algún pequeño detalle físico, pero en conjunto cumplió
ESPEJISMO LOUISE COOPER
112
lo requerido. Tú no eres el auténtico Kyre, desde luego, pero lo serás, y te
enfrentarás a Calthar. Es la única esperanza que le queda a Haven –añadió,
mirando a la pared–. Y lamento muy, muy de veras, que tenga que ser así.
Las agresivas palabras que había estado a punto de pronunciar Kyre se
ahogaron en su boca. No había esperado de DiMag tal confesión, aunque el tono
empleado por el príncipe y su expresión le decían con toda claridad que era
sincero. Y eso destruyó en un instante todas sus opiniones preconcebidas.
– ¿Por qué? –inquirió.
– ¿Que por qué lo lamento? –preguntó a su vez el príncipe, fijando la vista en
él.
–Sí. No tiene sentido.
– ¡Ya lo creo que lo tiene! –Insistió DiMag–. A mí no me gusta la idea del
sacrificio humano. Una vez me encontré con Calthar: de su mano procede la
herida que nunca se cura, y el hecho de que yo siga vivo, sin verme entregado a
cualquiera de los tormentos que ella inflige a sus víctimas, es su burla personal
contra mí. No desearía mi suerte a ninguna criatura viva: no soy tan monstruo
como para eso, aunque tú no lo creas –dijo, y su rostro se endureció–. Pero
tampoco soy tan tonto como para abogar por los más elevados principios
cuando nos vemos amenazados por un enemigo al que no podemos combatir con
medios honorables. Si hay que luchar contra la brujería con brujería, no voy a
rechazar un arma valiosa, sobre todo siendo la única que nos queda.
DiMag se levantó despacio y se reunió con Kyre junto a la ventana.
–No creo que Brigrandon te explicara todo esto, tan pronto. Yo esperaba
acostumbrarte a la idea de modo más... delicado, por así decirlo. Y no me
importa confesar que abrigaba ciertas esperanzas de que, a su debido tiempo,
tú llegaras a simpatizar con nuestra causa y pudieras ser persuadido de la
necesidad de cargar con el manto del Lobo del Sol por tu propia y libre
elección... Veo que estaba equivocado.
De nuevo esbozó una débil sonrisa y seguidamente, miró a Kyre de manera
seria y franca.
–Ahora me doy cuenta –agregó– de que, de haber existido la improbable
posibilidad de que tal esperanza se cumpliera, nosotros la hemos destruido al
esconderte toda la verdad.
Kyre le devolvió la mirada.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
113
–Nunca hubiese existido semejante posibilidad. Haven no representa nada para
mí. No le debo ninguna lealtad. ¿Cómo pudisteis pensar que yo me avendría a
vuestro plan?
–Ya sé que no podía esperar eso de ningún hombre mortal. De un cero, tal vez,
pero no de un hombre mortal. Tú, sin embargo, no eres una persona totalmente
vacía de compasión ni de afecto. Quizá podrías haber sido convencido en bien
de la niña que un día gobernará en mi lugar.
– ¿Gamora?
–Sí –contestó DiMag, contemplando la niebla–. Ella te enternece. Hasta yo me
doy cuenta. Y no me sorprende, porque en mi hija hay algo que los demás
hemos perdido. Inocencia, dulzura, bondad... Llámalo como quieras. Yo no
encuentro la palabra exacta. Pero estoy encariñado con Gamora, y había
empezado a confiar en que...
– ¡No! –Le cortó Kyre con aspereza–. ¡No podréis engatusarme de ese modo!
¡Nunca utilizando a Gamora! Me habéis dicho lo que queréis de mí, pero yo no
estoy dispuesto a hacer semejante sacrificio. ¡Ni por Gamora, ni por vos, ni por
nadie! No tenéis derecho a exigir eso de mí...
– ¿Derecho? –Replicó DiMag, los ojos llenos de ira–. ¡Todo el derecho del
mundo! Incluso tengo el deber de utilizar todos los medios a mi alcance, para
salvar a mí ciudad y a quienes en ella habitan... Se nos viene encima la Noche
de Muerte, y no podemos esperarla en nuestras actuales condiciones. ¿Qué te
induce a pensar que yo te debo más de lo que tú me debes a mí?
Kyre apretó las mandíbulas.
–No voy a hacerlo, DiMag. Y si vos creéis que lo haré, ¡maldito seáis mil veces!
– ¡Tu voluntad no significa nada! –Gritó el príncipe–. Si hemos de obligarte, te
obligaremos. Ya has experimentado lo que Simorh es capaz de conseguir. Dudo
de que resistieses mucho el tormento que ella podría aplicarte para asegurar
tu cooperación... –DiMag dio media vuelta y se puso a renquear por la
habitación como un animal enjaulado–. ¿Crees que me gusta eso? Si tú fueses
un cero, la nada que Simorh esperaba conjurar con sus hechizos, no surgiría
ningún problema. El hecho de que no lo seas complica las cosas, aunque el
desenlace no puede ser distinto.
Se detuvo, miró a Kyre con el rostro en tensión, y prosiguió:
–Si existiese otro camino, lo elegiría. La idea de enviar a un hombre que no me
ha hecho ningún daño a una muerte casi cierta martiriza mi conciencia. Pero si
existe una posibilidad, cualquier posibilidad, de que tú seas el único medio de
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114
vencer a un enemigo mortal y de que mi hija tenga un futuro..., ¡viviré contento
con mis problemas de conciencia!
Kyre dijo con voz temblorosa:
–Podría mataros, príncipe DiMag. También eso resolvería vuestro dilema.
– ¡Inténtalo! –Rugió con desprecio el soberano–. Pero dudo de que lo
consiguieras. Incluso con mi invalidez, soy mucho mejor espadachín de lo que tú
jamás llegarás a ser. Además, no te serviría de nada. Destrúyeme, y aún
tendrás que enfrentarte a Simorh. ¿Acaso crees poder derribar sus látigos de
plata con una espada?
Kyre tragó saliva. Recordaba la horrible experiencia y no deseaba repetirla.
–Mátame, y no te quedará ni un solo amigo en el mundo –agregó DiMag–.
Abandona Haven, y Simorh te traerá otra vez. Si saltas de la Torre del
Amanecer o te arrojas al mar, lo mejor que puedes esperar es la muerte. De
este otro modo, al menos tienes una posibilidad. ¿Por qué no la aprovechas,
pues?
Kyre sintió que la ira volvía a apoderarse de él, todavía con mayor intensidad al
comprender que DiMag tenía razón. Dio media vuelta, bruscamente, y su voz
sonó seca cuando respondió:
–No tenemos nada más que decirnos.
–Por lo visto, no. Pero recuerda lo que te he advertido, Kyre. Merece la pena
pensarlo.
Hubo un silencio de varios segundos, violento y angustioso. Por fin, Kyre se
encaminó a la puerta y, dado que DiMag contemplaba taciturno la ciudad
envuelta en niebla, abandonó la estancia sin más palabras.
–Kyre, Kyre, espérame.
El joven se detuvo al oír la ansiosa vocecilla infantil, y sintió que todos los
músculos de su cuerpo se tensaban, a medida que la cólera renovada
amenazaba con invadirle de nuevo. Los pequeños pasos de Gamora resonaron en
el corredor, y pronto estuvo la niña a su lado, tomándole de la mano mientras le
sonreía feliz. Venía de la Torre del Amanecer, y Kyre supuso que le habría
estado buscando.
– ¡Ven, Kyre, adivina qué he encontrado esta mañana en el jardín! Es una flor
que...
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Kyre la interrumpió.
– ¿No deberías estar en clase?
Su tono la asustó, aunque sólo logró apagar su entusiasmo durante unos
momentos.
–El maestro Brigrandon se emborrachó anoche, y todavía está durmiendo, de
manera que no puede darme clase. ¡Ven conmigo!, tienes que venir...
– ¿Tengo?
Esa palabra era para él como sal en una llaga, y dirigió tal mirada a la chiquilla,
que ésta dio un paso atrás, con los grandes ojos grises muy abiertos del susto.
DiMag había intentado utilizar a la niña para coaccionarle emocionalmente, y
ahora, en ese momento, Kyre casi odiaba a Gamora. Sólo con un gran esfuerzo
se dijo que la niña no tenía la culpa, y que la pobre no entendería su súbita
hostilidad. Procuró que los músculos de la cara se le relajasen, y meneó la
cabeza mientras decía:
–Lo siento, princesa... Estoy un poco... confuso.
– ¡Entonces deja que yo te alegre! Podemos dar un paseo por la playa, o te
enseñaré, si lo prefieres, algunos de los viejos pasadizos del castillo, que nadie
usa ahora.
Gamora no sabía qué hacer para complacerle, y él no aguantaba su compañía.
Por mucho afecto que le hubiera tomado, no era suficiente para hacerle
cambiar de idea. De nada le serviría a DiMag su maniobra. Al fin y al cabo,
tampoco a Gamora le debía nada.
–Lo siento –volvió a decir, más ásperamente–. Estoy ocupado, Gamora. Tengo
cosas que hacer.
– ¿No pueden esperar? –insistió la niña.
Kyre creyó sentirse atrapado entre fuego y hielo, y lo único que ansiaba era
escapar de la presión que la pequeña ejercía sobre él. Sus ojos se
endurecieron, y soltó su mano de la de Gamora con un movimiento brusco.
–No. No pueden esperar.
A la niña se le saltaron las lágrimas, pero no hizo ningún otro intento de
retenerle ni calmarle, y se limitó a mirar, desconcertada y triste, cómo se
alejaba en dirección a la escalera.
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116
Kyre sólo se detuvo cuando alcanzó la terraza que rodeaba el castillo frente al
mar. La niebla todavía era más espesa que antes, si cabe, y ello impedía ver
tres pasos más allá, pero el completo silencio en que esa bruma envolvía el
mundo, y la soledad reinante en la terraza, le proporcionaron el aislamiento que
tan desesperadamente necesitaba.
Se sentó en la balaustrada con la vista fija en la blanca pared de niebla,
tratando de ignorar el olor a decadencia que le llegaba desde el jardín situado
más abajo. No había querido herir a Gamora, pero se sentía incapaz de
soportar su carita inocente y su alegre parloteo. Era preciso que estuviera solo
mientras se consumía la cólera que de momento aún le dominaba.
Había ido a desafiar a DiMag, viendo allí confirmadas sus peores sospechas y
por último, no había encontrado nada con qué combatir al príncipe. Éste tenía
razón: buscara Kyre una escapatoria u otra, todos los caminos conducían al
mismo inevitable final. Y si en algún momento había esperado llegar a hacer
flaquear a DiMag con sus razonamientos, ahora comprendía que estaba
totalmente equivocado. Además, carecía de poder para impedir que el soberano
de Haven le utilizara como le pareciese.
¿Qué había dicho DiMag? «Si existiese otro camino, lo elegiría...» Kyre no
podía creer que esa antigua, obscura y apenas entendida profecía fuese la
única esperanza de Haven. La historia de la ciudad se había perdido en gran
parte, o estaba mal traducida de una lengua ya muerta. Brigrandon, cuyos
conocimientos no podían ser puestos en duda pese a sus debilidades, lo había
reconocido abiertamente. y si la profecía era errónea, o la interpretaban mal,
en los deteriorados archivos tenía que haber otra respuesta. Los soberanos de
Haven pretendían que él luchara contra un enemigo al que no tenía posibilidad
de derrotar, y depositaban todas sus esperanzas en algo tan débil y absurdo.
Tan grande era su desesperación, que estaban dispuestos a sacrificarle por
una causa absolutamente inútil. Él, en cambio, estaba decidido a no permitir
que le obligaran a morir por Haven sin antes haber luchado hasta el último
aliento. Y confiaba en que, si se encontraba otra alternativa, DiMag sería fiel a
su palabra. Quizá fuese una tontería por su parte, pero era lo único a lo que
podía agarrarse.
Pero... ¿cómo y dónde buscar? Kyre levantó la cabeza, respirando
profundamente el húmedo aire, y se confesó que no sabía por dónde empezar.
Sin embargo, una idea se adueñaba de los más obscuros rincones de su
cerebro. Algo que aún no tenía lógica, pero que se negaba a desaparecer.
Instinto, intuición. No tenía motivo para creer en ello, pero barruntaba que la
respuesta no se hallaba dentro de los muros de Haven, sino en el enigma de su
propia identidad perdida.
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No; aquello no tenía sentido... Kyre meneó la cabeza y bajó de la balaustrada.
Tenía la ropa y los cabellos húmedos a causa de la pegajosa niebla, y sentía
frío. Pero el frío no era meramente físico... No sabía cuándo pensaba celebrar
Simorh la misteriosa ceremonia que, prácticamente, arrojaría sobre sus
hombros la capa del Lobo del Sol, pero no la demoraría más de lo necesario y
entonces, nada de lo que él pudiera hacer o decir le salvaría. Probablemente le
quedaba menos tiempo del que suponía.
Era preciso que reflexionara. No era probable que Gamora le buscase durante
el resto del día. Apenas tuviese ocasión, se prometió Kyre a sí mismo,
procuraría reparar la torpeza cometida al tratar a la niña de manera tan poco
afectuosa. Mientras tanto, la Torre del Amanecer era un refugio tan bueno
como cualquier otro, y más agradable que aquella triste y abandonada terraza.
Ignoraba de qué le servirían sus esfuerzos, pero al menos debía intentarlo.
Dio media vuelta y se encaminó despacio al interior del castillo.
-0-0-0-0-
DiMag estaba fatigado. Esos días no parecía poseer las energías de antes, y el
choque con Kyre le había conmovido más de lo que en un principio creyera. Al
comprender, además, que los asuntos de Estado se alargarían hasta bastante
entrada la noche, sintió que la depresión se posaba sobre su persona como un
pesado manto. No había comido en todo el día, y notaba el estómago vacío. No
obstante, la idea de tomar algún alimento le producía náuseas. Lo único que
deseaba era dormir sin sueños.
Aquel mismo día, un siervo fiel había descubierto en las cocinas del castillo una
hierba tremendamente venenosa llamada «lengua de sierpe>. Era obvio que las
mortales hojas iban destinadas a la mesa de DiMag y, cuando fueron
descubiertas, la corte había tenido que poner en marcha las investigaciones
correspondientes. Para cumplir con el protocolo, los consejeros del príncipe se
habían visto obligados a expresar formalmente su consternación ante el hecho
de que alguien del propio castillo hubiese podido fraguar semejante crimen, así
como a buscar a los conspiradores. Nadie había dado con el culpable o los
culpables, de momento, pero DiMag no se hacía ilusiones: le constaba que sus
consejeros hubiesen preferido que el asunto no saliese a la luz. Si la hierba
hubiese sido hallada y eliminada sin tanto alboroto, el incidente habría sido
arrinconado y convenientemente ignorado. Y, desde luego, algunos hubiesen
preferido que la hierba no fuera descubierta.
DiMag se incorporó en su sillón. Los consejeros discutían sobre la reparación
que necesitaba uno de los techos del ala occidental del castillo, y el príncipe
tuvo que sofocar un terrible deseo de ponerse de pie y mandarles a todos a
paseo, si no tenían nada más importante en que ocupar sus mentes, y
ESPEJISMO LOUISE COOPER
118
abandonar el salón. Le dolía la cabeza, y la pierna le molestaba mucho más que
en los últimos tiempos, pero si tenía que seguir gobernando Haven de manera
indiscutida, era preciso. Que se le viera gobernar, aunque se tratara de
asuntos nimios.
Dos de los consejeros empezaron a discutir. El volumen de sus voces sacó al
príncipe de su letargo, y ya estaba a punto de llamarles la atención cuando un
nuevo alboroto, esta vez detrás de la puerta que tenía a sus espaldas, le hizo
volverse. Se oían voces, o sollozos. No era fácil adivinarlo desde el salón...
También los consejeros se dieron cuenta y callaron, con expresión de sorpresa.
–Señor... –empezó a decir uno.
Pero DiMag le mandó callar con un enérgico gesto, y luego ordenó a uno de los
guardias que tenía detrás:
– ¡Ve a ver qué ocurre!
El hombre se dispuso a obedecer, pero antes de que pudiese alcanzar la puerta
tapada por una cortina, ésta se abrió con violencia y Simorh entró
precipitadamente en el salón.
– ¿Qué es lo que sucede? –Preguntó DiMag, alarmado, al ver a su esposa
descalza y en camisón, demudada y con el rostro bañado en lágrimas–. ¿Qué
hacéis aquí? ¡Deberíais estar acostada!
Entre angustiosos suspiros, Simorh exclamó:
– ¡Gamora ha desaparecido, DiMag...!
– ¿Desaparecido? ¿Qué queréis decir?
No entendía las palabras de su esposa. Tenía la mente demasiado confusa y
fatigada para pensar con claridad.
– ¡No está en el castillo! Ha escapado, y... y yo no logro establecer contacto con
ella... He intentado valerme de todos mis poderes, pero no la encuentro... ¡No
llego hasta ella! ¡Ha desaparecido, DiMag; no hay el menor rastro de la niña en
todo Haven!...
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Capítulo 9
–Ella creía que estaba conmigo... –jadeó Simorh, con una terrible mirada de
reproche al aya, que se retorcía las manos con muda desesperación–. Sólo al
hacerse tarde se le ha ocurrido mirar, preguntar...
Las manos de DiMag apretaron los hombros de la princesa cuando la voz de ella
empezó a adquirir un tono histérico, y Simorh se dejó caer contra su esposo,
aunque su cuerpo seguía temblando con desconsuelo. Pese a los propios
temores y a la creciente angustia, DiMag sintió emoción ante la ya extraña,
aunque familiar y casi olvidada, sensación de tener a Simorh entre sus brazos.
La mujer, tanto tiempo alejada de él, volvía en un momento de gran congoja..., y
eso despertaba en todo su ser una compleja confusión de sentimientos que era
incapaz de interpretar.
Con un esfuerzo para apartar los pensamientos que le asaltaban, y orando en su
interior para que su voz diera una mayor impresión de seguridad de la que
sentía, dijo:
–La encontraremos. No puede hacer mucho que se ha ido, ni estar muy lejos.
–Pero... ¿por qué se ha ido? –Exclamó Simorh–. ¡No tenía ningún motivo!
DiMag sabía lo que ella pensaba, y compartía su espanto no exteriorizado. En el
castillo había personas a quienes interesaba la desaparición de Gamora. Como
rehén, la niña proporcionaría, a quienes fueran, la certeza de que él se
avendría a todo lo que los secuestradores exigieran... La abdicación, su vida a
cambio de la de su hija... No había nada que no estuviera dispuesto a conceder
para salvar a Gamora, y eso era de sobra sabido.
Sin embargo, no quería entregarse a tales pensamientos ni permitir que
Simorh lo hiciera. La búsqueda había comenzado ya, dirigida por Vaoran, pues a
pesar de que DiMag tuviera sus diferencias con él, era de fiar en un momento
de crisis. Si Gamora continuaba en el castillo, pronto darían con ella. Si no...
Pronto hubo escuchado a grandes rasgos la historia de lo ocurrido hasta el
momento: la aya de Gamora había echado de menos a la pequeña princesa poco
antes del anochecer. Enterada de que Brigrandon no había visto a la niña en
todo el día, envió un sirviente al cuarto de Kyre, para saber si estaba con él y,
al comprobar que no era así, creyó que Gamora habría subido a los aposentos
de su madre. La aya no se atrevía a molestar a la soberana así como así, porque
le inspiraba más respeto del que quería admitir y, en consecuencia, no empezó
a preocuparse en serio hasta bastante más tarde de la hora en que Gamora
ESPEJISMO LOUISE COOPER
120
solía acostarse. Cuando, por fin, la mujer hizo acopio del valor necesario para
hablar con Simorh, ésta fue asaltada por una horrible sospecha.
La soberana era incapaz de expresar la sensación de horror que la había
invadido al comprobar que Gamora no se hallaba en ninguna parte. En su
angustia no había lógica, porque cabía la posibilidad de que la chiquilla hubiese
emprendido alguna aventura secreta, y de que regresara a tiempo de recibir la
reprimenda. Sin embargo, el presentimiento persistía y, una vez registrados
sin resultado los rincones favoritos de Gamora, Simorh supo, con infalible
instinto, que había sucedido algo espantoso.
Thean y Falla intentaron, inútilmente, que de momento no se desorbitara su
inquietud, pero ella no les hizo caso. Utilizó su bola de cristal y, haciendo caso
omiso de su fatiga, trató desesperadamente de establecer contacto con la
mente de la niña, sin lograrlo. Entonces, conocedora de su propia habilidad,
tuvo que llegar a dos conclusiones. O bien Gamora se había alejado mucho de
Haven, donde la magia de su madre no la pudiera alcanzar, o... estaba muerta.
Así fue cómo Simorh, arrojando a un lado la bola de cristal, empujada por el
miedo y la congoja, abandonó su torre para correr al salón donde DiMag estaba
reunido con sus consejeros.
DiMag se dijo una y otra vez que Simorh tenía que estar equivocada al afirmar
que Gamora no se encontraba en el castillo ni en la ciudad. Su esposa estaba
enferma y baja de facultades; sin duda era su debilidad lo que le impedía
establecer contacto con la niña... No sabía qué decir para convencerla ni
consolarla, aunque lo cierto era que ni él mismo estaba seguro de ello.
El príncipe alzó la vista de súbito, cuando las puertas del fondo del salón se
abrieron de par en par y entró Kyre. Una punzante sospecha despertó en él, al
recordar la violencia con que se habían separado, pero cuando el otro hombre
se acercó y DiMag pudo ver su expresión, la sospecha desapareció enseguida.
Kyre se detuvo delante del estrado y, rápidamente, su mirada fue de DiMag a
Simorh y de nuevo a DiMag.
– ¿No la encuentran? –preguntó.
–No. Pero no puede estar muy lejos.
– ¿Puedo ayudar en algo?
–Sí; tanto como cualquier otro –sonrió DiMag sin humor–. Pero, desde luego, no
estás obligado a ello.
Kyre se sonrojó.
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121
–Sí que lo estoy.
Recordaba el desdichado encuentro con Gamora, aquella misma mañana, y la
tristeza reflejada en la cara de la niña cuando se marchó sin hacerle caso.
¿Podía influir en su escapada la decepción sufrida entonces? No parecía
probable que su disgusto llegara a tal extremo, pero tampoco podía
descartarse esa posibilidad. Gamora era muy impulsiva y tenía una gran
sensibilidad: si se había sentido profundamente herida, ¿quién podía predecir
sus reacciones?
– ¿Dónde habéis mandado buscar? –inquirió.
–De momento, en el castillo –contestó DiMag, ceñudo–. Pero si se te ocurre
algún lugar donde pueda estar escondida, o tienes alguna pista, ¡dínoslo, por lo
que más quieras!
Simorh intervino cortante:
– ¿Por qué había de saber nada, él? ¿Qué tiene que ver Kyre con todo esto?
– ¡Calma! –Dijo el esposo, a la vez que posaba una mano sobre sus cabellos, en
un torpe intento de tranquilizarla–. Gamora considera su amigo a Kyre. Quizá le
confiara algo que pueda servirnos de guía... ¿Lo hizo, acaso? –Preguntó DiMag
por encima del hombro, cuando Simorh bajó la cabeza–. ¿Te contó algo
Gamora?
Kyre meneó la cabeza, preocupado. Lo único que recordaba en esos momentos
era, absurdamente, la imagen de la niña en la playa, mostrándole la concha que
había encontrado y moviéndola de un lado a otro para que la luz del sol se
reflejara en su irisada superficie.
–No –contestó–. Nada.
Simorh volvió a levantar la cabeza. En su delgado y cansado rostro, los ojos
parecían dos informes y negros huecos que, de pronto, hicieron pensar a Kyre
en la muchacha que había visto junto al templo.
– ¡Encuéntrala! –Dijo Simorh, con voz tan vacía como sus ojos–. No me importa
lo que tengas que hacer; lo que cualquiera de nosotros tenga que hacer...
¡Encuéntrala, simplemente!
-0-0-0-0-
El talento de Gamora para evitar a las personas que no deseaba ver estaba tan
desarrollado como el que poseía para encontrar a quien le resultaba simpático.
Dolorida aún por el inesperado desaire de Kyre, aquella mañana había
regresado a los jardines por un tortuoso camino que la escondía de las miradas
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122
de los demás, salvo de un par de sirvientes que no tenían importancia.
Finalmente se escondió entre una maraña de mustios y pobres arbustos, sin
prestar atención a la humedad del suelo ni a la desagradable caricia de sus
pegajosas hojas, y mientras avanzaba el corto día, procuró pasar el tiempo de
la mejor manera posible: formó pequeños montones con la floja tierra,
desgarró hojas y más hojas con los dedos y de cuando en cuando, se entonaba
a sí misma alguna cancioncilla para olvidar los propios desengaños, en espera de
que transcurriesen las horas. Pero era imposible no recordar. Su padre estaba
ocupado; la madre, enferma –aunque no le dijeran qué le ocurría, Gamora lo
sabía de sobra–, y el preceptor no le daba clase. La aya no hacía más que
ponerse nerviosa por cualquier cosa y reñirla, y su nuevo amigo, el único amigo
verdadero que tenía, había estado antipático con ella, sin explicarle por qué. En
más de un momento, la sensación de injusticia hizo brotar las lágrimas a los
ojos de la niña, aunque ella las contenía valientemente, diciéndose en voz alta
que era una princesa y la futura soberana de Haven, y que una futura soberana
no llora.
Meció a la luz su bonita concha, que llevaba a todas partes consigo. Cuando
fuera mayor, todo sería distinto. Las personas no se limitarían a sonreír y
revolverle los cabellos cuando diera una orden, sino que obedecerían como
ahora obedecían a su padre. No la seducía nada la idea de gobernar, pero si era
su deber, procuraría hacerlo lo mejor posible. Y cuando tuviera algunos años
más, se casaría con Kyre. Entonces él no le hablaría con dureza ni la dejaría
plantada, porque, si estaba disgustado por algo, ella ya sabría cómo ponerle
contento de nuevo.
Gamora alzó la vista y comprobó que la luz se debilitaba. La niebla en todo el
día no se había levantado, y ahora que el casi invisible Sol se hundía en
dirección al mar, parecía cerrarse como el manto obscuro e informe que, a
veces, la envolvía en sus pesadillas, surgiendo del suelo alrededor de la cama
para envolverla lentamente y asfixiarla. Gamora se estremeció. Notaba cómo la
humedad se filtraba en el suelo, debajo de ella, y tuvo la sensación de que la
niebla respiraba como un animal al acecho... Se puso de pie rápidamente. Le
producían escalofríos los zarcillos de las plantas, que parecían querer
agarrarse a sus tobillos, y echó a correr hacia la relativa seguridad del
sendero también casi cubierto de maleza. Siguió a toda prisa hasta la terraza
que asomaba de la sombría niebla, y sólo se detuvo a respirar cuando, por fin,
se vio en los peldaños.
Sin embargo, Gamora no deseaba volver al castillo. La creciente obscuridad la
acobardaba, sí, pero de momento la prefería a la regañina de la enojada aya,
que sin duda la estaría esperando cuando regresara a su habitación. La niña se
sentía sola, poco amada, rechazada. Pues bien: ¡se iría! y si su desaparición
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asustaba a todos, ¡tanto mejor! Quizás aprendieran a prestarle más atención
en el futuro.
Dio vueltas y más vueltas a la concha, maravillada de la forma en que la luz de
la luna, que ahora asomaba por el horizonte, reflejaba en la superficie de nácar
todos los colores imaginables. Después se aplicó la concha a la oreja,
esperando oír los murmullos del mar. Pero, en vez de eso, la concha parecía
susurrar su propio nombre.
–Gamora... Gamora...
La chiquilla sonrió, vacilante primero, y luego con creciente entusiasmo, al
comprobar que no eran imaginaciones suyas.
–Gamora... Ven y verás, Gamora... Ven y verás...
En la mente de la pequeña se agolparon las imágenes de la noche y del mar, y el
mundo se transformó en algo mágico y maravilloso, bajo el pálido resplandor
del astro de la noche. ¡Qué lugares! ¡Qué países tan bellos y desconocidos...!
–Ven y verás, Gamora... Ven a mí, y te mostraré prodigios sin fin. Ven a mí, y todos esos prodigios serán tuyos...
La concha pareció incendiarse con una luz propia, y de ella partieron chispas
como perlas y diamantes y esmeraldas y zafiros a la vez.
–Ven a mí... No está muy lejos... Ven a mí...
Gamora ansiaba ver con sus propios ojos todas aquellas maravillas que la voz de
la concha le prometía. No le bastaba ya su imaginación. Y las tenía a su alcance,
en la noche, esperándola a ella.
Abandonó el jardín por un camino que casi nunca se usaba, y que la condujo
alrededor de los muros exteriores del castillo hasta dejarla en Haven. La
bruma apagaba el sonido de sus pisadas y deformaba las formas y las sombras
en las desiertas calles, creando la extraña ilusión de que todo aquello se
hallaba en el fondo del mar. Gamora se detuvo más de una vez, entre violentos
latidos de su corazón, imaginando que desde la obscuridad la vigilaban
horribles monstruos. En otras circunstancias, hubiese dado media vuelta y
corrido hacia el castillo. Ahora, en cambio, la concha que sostenía en sus manos
le daba confianza, y en su mente todavía resonaban los misteriosos susurros
que la habían animado a salir del jardín del castillo.
Finalmente alcanzó el arco y se detuvo entre las dos hornacinas iluminadas con
débiles luces verdes. Delante se extendía la bahía, vasta y desierta; ya no el
alegre lugar de juegos de los días soleados, sino algo desconocido y lleno de
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124
peligro. Pero en el momento en que el valor de Gamora empezaba a decaer, la
concha pareció hablar de nuevo, susurrando su nombre, llamándola, alentándola
a dejar atrás la triste iluminación de la ciudad y adentrarse en la negrura.
Gamora cruzó el arco y sintió que sus pies ya no pisaban el duro empedrado,
sino la dúctil y movediza arena. Los granos penetraron en sus zapatos; ella se
los quitó con energía y echó a andar a través de la extensa playa.
La bruma la envolvía en suaves sudarios. Sabía Gamora que, en algún punto de
las alturas, la Hechicera surcaba el cielo y la observaba, pero no podía ver el
agrietado rostro de la vieja Luna, escondido en la densa blancura. Incluso el
mar era sólo un distante y sordo susurro sin forma ni rumbo. Pese a todo, y a
no tener más que unos pocos palmos de visibilidad, Gamora caminaba ligera y
segura por la arena. Ahora que la concha había disipado sus temores, se sentía
contenta. El desafío que representaba verse sola en plena noche le hacía sentir
una viva emoción, estaba firmemente convencida de que por ese algo prometido
por la concha valdría la pena correr cualquier riesgo o peligro.
El rumor del mar se hizo más intenso y cercano. Una caprichosa ráfaga de
viento sopló desde el oeste, removió la niebla y durante unos instantes apartó
sus velos, de modo que Gamora pudo distinguir brevemente las obscuras y
tétricas olas, coronadas por amarillenta espuma, a menos de veinte metros de
distancia. La marea era baja y poco le faltaría para crecer... Gamora ignoró el
súbito escalofrío de inquietud que recorrió su cuerpo, y siguió adelante.
Poco después, la arena daba paso a duros guijarros. Gamora se detuvo, dándose
cuenta de que había llegado a la extensa franja que se prolongaba hasta la
punta nordeste de la bahía, y de que, ahora, ya nada la separaba del viejo
templo en ruinas.
Seguro que la concha no pretendía que llegara hasta allí... El miedo a aquel
lugar era innato en ella, como lo era en todos los habitantes de Haven, y ni
siquiera su insaciable curiosidad había logrado vencerlo. Pero mientras
vacilaba, dudando entre esperar o dar media vuelta y huir despavorida hacia la
ciudad, percibió la llamada de una voz cantarina y amable, y tan dulce que casi
le hizo daño oírla.
–Gamora...
Esta vez no era la concha. La voz era distinta... y llegaba de lejos, de alguna
parte de la playa de guijarros. La niña se mordió el labio...
–Gamora...
Ella hubiese querido contestar... Lo deseaba en verdad con desespero. La
dulzura de aquella voz sugería amor, bondad y hermosura; calmaba su soledad y
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125
penetraba hasta las profundidades de su alma. Sin embargo, Gamora no se
atrevió a responder. La franja de guijarros constituía una barrera demasiado
dura.
–Gamora, ven a mí... No temas, Gamora...
Se levantó de nuevo la brisa; esta vez procedente del norte, empujando la
bruma hacia un lado... y Gamora vio la maravillosa figura que la aguardaba en la
playa.
Unos ojos enormes, negros como el mar en una noche sin luna, miraban a la
chiquilla desde un rostro increíblemente blanco, alrededor del cual el viento
arremolinaba mechones de cabellos también negrísimos. Cubierta con una
obscura túnica sin mangas, la mujer parecía tan frágil que sus huesos diríanse
hilados con hebras de cristal, y su carne, tan insubstancial como la espuma del
mar. Un débil y plateado nimbo la rodeaba; toda ella estaba envuelta en
diminutas y danzantes chispas, como si procediera de la Luna y hubiese traído
consigo unos jirones de su luz. Gamora sintió que la inundaban un intenso
cariño, un incontenible anhelo y, a la vez, una inexplicable lástima cuando,
paralizada, le devolvió una resuelta mirada.
La mujer inclinó la cabeza con un gesto lento y casi infantil, como si quisiera
contemplar a Gamora desde otro ángulo. Luego sonrió también –aunque Gamora
sólo vio obscuridad donde debía estar la boca– y, alzando un largo y delicado
brazo, la llamó con ágiles movimientos.
Gamora sintió que sus pies avanzaban solos. Hubo un momento en que trató de
combatir ese impulso, pero la fugaz duda fue eclipsada por una nueva oleada de
emoción. Era lo que quería la voz de la concha, y aquella extraña criatura de
otro mundo, fuera quien fuese, era la que la conduciría a las maravillas
prometidas. y la niña creyó en la voz. Era su amiga.
Cuando la pequeña echó a correr, la mujer emitió una risa clara y
resplandeciente que la bruma no logró sofocar, y que hizo sentir a Gamora el
deseo de reír con ella. Luego, de súbito, se volvió, y su túnica
predominantemente negra adquirió tonalidades verdes y azules al seguir
alejándose por la franja de guijarros. Gamora dejó caer la preciosa concha,
que ahora, sin que supiera por qué, ya no era importante para ella, se sujetó la
falda y emprendió una loca carrera hacia la desconocida, a la vez que su
vocecilla surcaba la obscura noche como la de un pájaro asustado y perdido.
– ¡Espérame! ¡Oye, espérame!
La figura se detuvo y con un movimiento semejante al de una marioneta, miró
nuevamente a la niña. Rió otra vez y extendió los brazos para recibirla, al
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mismo tiempo que sus pies, incapaces de permanecer quietos, danzaban
incesantes sobre los guijarros.
– ¡Ya voy! –Gritó Gamora–. ¡Espérame...!
Su carrera por la playa resultó un singular juego. Tan pronto como Gamora
creía alcanzar a la misteriosa mujer y tocarla, ésta se escabullía saltando
entre las resbaladizas piedras con tanta ligereza, que a la niña no le hubiese
extrañado nada verla echar a volar y perderse entre la niebla.
No hubiese podido decir cuánto duró el juego. El tiempo había perdido su
valor; sólo la ilusoria caza importaba. De pronto, sin embargo, unos muros
asomaron a través de la bruma; enormes paredes perforadas por los
desgajados ojos que antaño fueran ventanas; columnas medio desmoronadas
que aún se alzaban imponentes, y cuyas piedras caídas obstruían el camino...
Gamora se detuvo, tambaleante, y contuvo la respiración, boquiabierta y
horrorizada, al comprobar que la franja de guijarros había terminado y que
ella se encontraba entre las ruinas del temido templo.
A menos de quince pasos se había detenido también la extraña y
resplandeciente mujer, que la aguardaba entre dos monstruosos montones de
escombros, mirándola con fijeza. Esta vez, Gamora supo que su esquiva amiga
ya no escaparía, porque no le quedaba donde ir.
–Gamora.
La mujer sonrió, y los obscuros huecos de sus ojos se vieron iluminados, de
repente, por un fuego interior que produjo una sonrisa de respuesta en la niña.
Gamora no vaciló más, y cruzó a toda prisa, con los brazos abiertos el
quebrado espacio que las separaba. Se unieron sus manos, y la niña notó que
unos dedos finos y delicados, aunque fuertes y calientes, rodeaban los suyos.
Una sensación raras veces experimentada en su corta vida la invadió: la
certeza de ser deseada y bienvenida, y de que sólo ella importaba.
La desconocida volvió a reír. Ahora que estaban una junto a otra, Gamora
quedó sorprendida al comprobar lo joven que era. Había algo de otro mundo en
su aspecto: tenía la cara pequeña, puntiaguda y estrecha; los labios bien
dibujados, aunque finos, y los ojos tan negros como el cabello. Sin el
encantamiento de la concha, que había nublado su mente, Gamora hubiese
tenido miedo. Pero el hechizo la tenía dominada, y la chiquilla sólo sentía la
incontenible ansia que la llevaba a vivir aquel momento.
– ¡Bonita, muy bonita! –dijo la mujer con voz dulce y soñadora, y la fascinación
experimentada por Gamora se hizo todavía más profunda.
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127
Vacilante, temerosa de quebrantar alguna regla no escrita, la niña preguntó al
fin:
– ¡Tú sí que eres bonita! ¿Cómo te llamas? ¡Dímelo, por favor!
–Soy Talliann.
Las danzantes motas plateadas de su nimbo se movieron más aprisa y
aumentaron su brillo.
Los dedos de Gamora se agarraron a las delgadas manos que los ceñían.
– ¿Serás mi amiga, Talliann? No sabes cuánto deseo hablar contigo y, según la
concha, me enseñarás muchas cosas...
Talliann inclinó la cabeza como si considerara la súplica de la niña, y sus ojos se
perdieron en la lejanía.
–Hay muchas cosas que puedo enseñarte, sí... –dijo al fin, como en sueños–.
Muchas... Pero también ansío saber cosas del lugar de donde tú vienes...
– ¡Te contaré todo lo que quieras! –Exclamó Gamora con afán–. Podemos ser
amigas, ¿verdad? ¡Di que sí!
–Sí.
Talliann alzó despacio la cabeza. Parecía mirar algo situado en lo alto del
templo en ruinas, pero cuando Gamora quiso ver qué era, sólo distinguió las
viejas piedras y las grotescas siluetas de figuras talladas, gárgolas mutiladas
por los años y los elementos. Tal vez Talliann intentara ver a través de la
niebla que cubría la Luna, pero entonces... una de las gárgolas se movió, y la
niña sintió que se le formaba un nudo en la garganta.
Por fin, el miedo pudo más que el hechizo, y Gamora emitió un sonido feo e
inarticulado, al mismo tiempo que se tambaleaba hacia atrás, con los ojos
abiertos y fijos en un gesto de horrorizada incredulidad.
La niña intentó desasirse de las manos de Talliann, pero ésta la sujetó aún con
más fuerza...
Arriba, encima del muro y envuelta en la bruma, una forma confusa destacaba
contra la piedra, moviéndose en forma desigual pero con cierta gracia reptil...,
como algo flexible y rápido que despertara de un largo sueño. Y cuando inició el
descenso hacia el alféizar de una ventana, Talliann siguió sus movimientos con
la mirada vacía.
– ¡No! –Chilló Gamora cuando pudo recuperar la voz, y con todas sus fuerzas
trató de separarse de la joven–. ¡Déjame escapar, Talliann, suéltame...!
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Pero la sujeción de sus dedos se hizo todavía más firme, desmintiendo el frágil
aspecto de Talliann y, pese al temor que estalló en su interior, Gamora no pudo
resistir la tentación de volver a mirar la pared y el extraño ser que se movía
en ella. Había llegado ya a la ventana y permanecía acurrucado, una pesadilla
disponiéndose a dar un zarpazo. Una cascada de revueltos cabellos caía sobre
sus encogidos hombros y aunque sus facciones no se podían distinguir, sí se
veía el brillo de sus ojos entre la maraña de pelo. De pronto, una ronca voz,
triunfante y malévola, flotó a través de la bruma hasta donde Talliann y
Gamora se hallaban inmóviles.
–Bien, Talliann, ¡muy bien!
Gamora chilló y se agitó violentamente, en un desesperado intento de
desasirse, pero Talliann la agarró entonces por las muñecas, dando un fuerte
tirón, con lo que Gamora perdió el equilibrio y se tambaleó sobre el pedregoso
suelo, yendo a chocar contra la joven. Con los brazos tan firmemente
aferrados, la niña tuvo que limitarse a ver, medio muerta de miedo, cómo la
criatura de la pared –humana, animal o demonio– retorcía sus miembros de una
manera imposible y empezaba a descender como una monstruosa araña entre la
desmoronada obra de sillería. Cuando ya estaba cerca del suelo, las sombras la
engulleron, pero Gamora siguió percibiendo sus movimientos en medio de su
propia respiración, tremendamente agitada. La misteriosa criatura debió de
llegar abajo, porque unas pisadas resonaron sobre los guijarros, como si se
arrastraran, y algo se destacó del mar de sombras que dominaba la base de las
ruinas. El ser reptó y se deslizó por el áspero suelo hasta que, de pronto,
cambió de forma y se enderezó, solidificándose para adquirir aspecto humano.
Su corona de desordenados cabellos flameaba como las crines de un animal, y
alrededor de sus largas y poderosas piernas revoloteaban y se enroscaban los
harapientos jirones de una vieja vestimenta. Gamora trató de retroceder, al
ver que aquello se aproximaba, pero Talliann le cortó el paso. Ardientes
lágrimas asomaron a los ojos de la chiquilla cuando, en su desconcertada
mente, comenzaron a luchar el terror y una angustiosa sensación de deslealtad.
La figura se acercó y, de repente, una mano de huesudos dedos rematados por
largas y rotas uñas se disparó hacia ella y atenazó su barbilla. Gamora cerró
con fuerza los ojos, pero no pudo abrir la boca para gritar, ni implorar
compasión, ni vomitar, aunque hubiese querido hacer las tres cosas a la vez. Un
intenso olor a sal marina penetró en su nariz, mezclado con la fetidez de las
algas podridas, y lo único que logró fue emitir un débil e indefenso sonido.
–Mírame, Gamora –graznó muy cerca una voz que ocultaba una tremenda
crueldad–. ¡Abre los ojos y mírame!
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Gamora trató de dominar la extraña necesidad de obedecer, pero no fue
capaz. Sus párpados se abrían contra su voluntad. La niebla y los ruinosos
muros del templo parecían nadar delante de ella, hasta que, súbitamente, se le
aclaró la visión y se encontró con el rostro de Calthar.
Sus verdes y gélidos ojos, inhumanos y llenos de maldad, acabaron de
derrumbar la voluntad de la niña, que quedó rígida e impotente cuando la bruja
ladeó su cabeza hasta causarle dolor, con objeto de observarla mejor, a la vez
que sus horribles dedos acariciaban despacio la barbilla de Gamora, en una
repelente parodia de sentimientos afectuosos. Luego Calthar sonrió, y en la
obscuridad reinante el efecto fue terrorífico.
–Bien... –dijo de nuevo–. Tenemos lo que necesitábamos. Puedes soltarla,
Talliann –agregó mirando a la joven con resentida malicia–. Ya has cumplido con
tu deber.
La mano de Talliann se aflojó un poco, aunque sin dejar a la niña. Y cuando
habló, lo hizo de manera incoherente, como si la presencia de Calthar le
hubiese hecho perder serenidad y enturbiara su mente.
–No quiero... –murmuró–. No quiero que... que le hagáis daño a mi amiga.
– ¿Por qué habría de hacerle daño? –Contestó Calthar con la aspereza que el
desprecio confería a su voz–. Es muy valiosa para mí, y tú sabes perfectamente
por qué, del mismo modo que sabes que todo esto sucede por exigencia tuya...
¡No discutas ahora conmigo –añadió, dando de paso una pequeña pero rabiosa
sacudida a Gamora–. ¡Suelta a la criatura!
El desafío palideció poco a poco en los ojos de Talliann, dejando su cara sin
expresión, y las manos de la muchacha cayeron fláccidas. Se apartó con un
movimiento torpe, como el de un cangrejo, y Calthar volvió la cabeza para
mirar la niebla. La marea había cambiado, y la primera y tímida incursión de las
aguas bañaba la franja de guijarros. En alguna parte, debajo de sus pies,
Calthar oyó cómo penetraba el agua en las cámaras subterráneas del templo. El
amanecer aún quedaba lejos, pero la Hechicera se pondría pronto. Su luz
disminuía y con ella se reduciría también el poder de Calthar. No podía
demorar más el retorno a las profundidades.
La bruja se volvió de nuevo hacia Gamora. La chiquilla seguía aterida, inmóvil
por completo. Sólo en sus ojos había vida, y el terror que reflejaban enojó
terriblemente a Calthar. Sin soltar la barbilla de la niña, levantó la mano
izquierda y dibujó un signo en el aire. Gamora cerró los ojos al instante y,
cuando se desplomó, la mujer la tomó en brazos. Luego miró a Talliann.
– ¡Adelante! –ordenó.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Talliann frunció el entrecejo, aunque sin energía. Sus labios se entreabrieron,
y uno de sus brazos se alzó para caer de nuevo.
–No... no quiero... –murmuró.
Los labios de Calthar se transformaron en una severa línea.
–Empieza a caminar –dijo, ahora con suavidad, en un tono que Talliann conocía
de sobra.
Toda inteligencia abandonó entonces la mirada de la amedrentada muchacha.
Inclinó la cabeza, y los negros cabellos azotaron su rostro cuando una súbita
ráfaga de viento los desordenó. A continuación, Talliann dio media vuelta y, con
sus pasos extrañamente vacilantes, avanzó hacia donde el mar aguardaba.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Capítulo 10
A las primeras luces del alba se reunieron en el amurallado patio situado
detrás del castillo. El grupo estaba formado por unos doscientos soldados de
mirada dura, por cortesanos, consejeros y todos los criados de los que se
había podido prescindir. Desde hacía unos momentos, caía una fina y triste
lluvia que obscurecía las paredes, empapaba las ropas y goteaba de los cabellos
y de los bordes de las capas de los hombres.
DiMag esperó a que todo el grupo se hubiera congregado y, entonces, apareció
en las gradas de la puerta para dirigirle unas palabras. Se le veía ojeroso y
enfermo. Kyre, que se hallaba en un punto conveniente de la entrada, observó
que vacilaba un par de veces en sus movimientos, y temió que no pudiese llevar
a cabo las formalidades necesarias. Pero nada induciría a DiMag a detenerse
ahora, por agotado que estuviera. Una exhaustiva y organizada búsqueda había
demostrado que Gamora no se hallaba en el recinto del castillo, y DiMag se
decía que, fuera lo que fuese lo que le hubiera sucedido a la niña, había llegado
el momento de averiguarlo.
La muchedumbre enmudeció al ver al príncipe, que recorrió con la vista el mar
de inquietos rostros vueltos hacia él, antes de carraspear.
–Amigos míos de Haven –empezó con una voz que reflejaba su debilidad–. Como
todos sabéis, mi hija, la princesa Gamora, ha desaparecido. Falta desde anoche
y pese a la intensa búsqueda, no hallamos ni rastro de ella. Hemos llegado a la
conclusión de que, sin duda alguna, no se encuentra en el castillo. Por
consiguiente, debemos reanudar la búsqueda y extenderla a la ciudad y a todas
las áreas circundantes. No necesito deciros –agregó, en tono vacilante– que su
seguridad es vital para mi esposa y para mí. Nada tiene importancia en
comparación con el regreso de Gamora sana y salva, y os pido que... ¡Os exhorto a no dejar ni un rincón por examinar! Hay que dar con el paradero de
la princesa, ¡cueste lo que cueste!
Se produjo otra pausa, en la que DiMag pareció sostener una nueva lucha para
controlarse, y después, prosiguió:
–Si mi hija es hallada... Cuando la hayamos recuperado y esté de nuevo aquí...,
quien haya conseguido encontrarla obtendrá la recompensa más elevada que yo
pueda dar... Ahora no estoy en condiciones de deciros nada más. Cada uno de
vosotros ha sido asignado a un grupo, y vuestros jefes deberán mantener
informado a Vaoran, el maestro de armas, que ha designado un área de la
ciudad y de sus alrededores a los distintos grupos. Y si cualquiera de vosotros
puede proporcionarme una pista respecto de dónde puede estar mi hija, ya se
ESPEJISMO LOUISE COOPER
132
trate de un rumor o de algo que recuerde, le suplico que venga inmediatamente
a informarme de ello. Me encontrará en el salón... Eso es todo. Buscad sin
descanso, a fondo. Y gracias, ¡muchas gracias!
DiMag dio media vuelta y se internó nuevamente en el castillo. A sus espaldas
se alzó un murmullo de voces, y los jefes de grupo se abrieron paso entre la
multitud, camino de las gradas, para hablar con Vaoran.
El príncipe se retiró a una antecámara, acompañado por varios de sus
consejeros más ancianos, y Kyre vaciló, no sabiendo qué hacer. Al otro lado del
aposento, alejados de la ventana, unos hombres se habían congregado
alrededor de la corpulenta figura del maestro de armas y, por un momento,
cuando Vaoran alzó la vista, Kyre vio la expresión de sus ojos. En la mirada que
recibió había una mezcla de hostilidad y desprecio, así como cierto aire de
triunfo. Kyre sintió una súbita indignación y desvió rápidamente la vista. Sin
embargo, se dio cuenta de que aquellos fríos ojos azules continuaban fijos en
él y, al cabo de unos segundos, se volvió de espaldas deliberadamente y, con
paso rápido, se dirigió a la antecámara.
DiMag vio entrar a Kyre y se apartó del grupo de agitados consejeros para
salirle al encuentro. El joven observó la tremenda angustia reflejada en el
rostro del soberano y preguntó con una breve y formal inclinación:
– ¿Puedo seros de alguna utilidad?
Con la sombra de su último encuentro todavía flotando en el aire, DiMag no
había esperado de Kyre una respuesta tan generosa. Durante unos instantes el
príncipe dejó caer la máscara, y su cara evidenció una confusión de
sentimientos. Luego volvió a controlarse.
–Deseo que vayas con Vaoran –dijo, a la vez que tomaba a Kyre por el brazo y le
conducía allí donde no pudiesen oírles los demás–. Sé que no es lo que tú
preferirías, pero tengo mis buenas razones. Acata sus órdenes, Kyre –añadió
con una astuta mirada al alto joven–, y haz lo que él te mande. Pero si vieras
que sus órdenes entorpecen en lo más mínimo las operaciones de busca de
Gamora, quiero que me lo comuniques enseguida. ¿Me expreso con suficiente
claridad?
– ¿No estaréis sugiriendo que Vaoran...?
–No sugiero nada. Ni por un momento he sospechado que Vaoran sea capaz de
perjudicar a mi hija. Pero tampoco creo que fuese incapaz de servirse de ella,
si pudiera, para asegurarse mi cooperación en sus propios planes... Me guío por
mi instinto al hablar tan francamente contigo, Lobo del Sol –prosiguió después
de una pausa, en la que estudió con suspicacia la cara de Kyre–, y tengo la
ESPEJISMO LOUISE COOPER
133
impresión de que, pese a nuestras diferencias, ese instinto es certero. Pero si
me fallas, o si traicionas mi confianza, te arrepentirás de ello.
Los ojos de Kyre se estrecharon.
–No soportaría ver sufrir a la princesa Gamora, ni utilizada... contra nadie.
DiMag hizo un gesto afirmativo.
–Eso es lo que supuse, y por tal motivo me arriesgo a confiar en ti. ¡Ve ahora!
Dile a Vaoran que te he asignado a su destacamento.
Kyre ya se disponía a obedecer, cuando se detuvo y miró atrás.
– ¿Cómo se encuentra la princesa Simorh? –preguntó.
DiMag se encogió de hombros.
–Todo lo bien que se puede esperar. Ha tenido una recaída muy seria, pero está
debidamente atendida en su torre... Dadas las actuales circunstancias, no
podemos pedir nada más –agregó con los ojos súbitamente velados, que
contradecían el alejamiento entre él y la esposa.
Kyre no supo qué responder a eso. Se encaminó hacia la puerta, y el príncipe
regresó junto a sus consejeros.
Montar a caballo fue una nueva experiencia para Kyre, si bien le resultó
vagamente familiar. Cuando el grupo de Vaoran salió por las puertas del castillo
y se internó por las retorcidas calles de la población, él no tuvo problema para
mantenerse a lomos de su alto caballo, guiándole con un tranquilo y experto
manejo de las riendas. El maestro de armas no se molestó en disimular que la
presencia de Kyre en su grupo le resultaba enojosa y, con excepción de una
breve orden inicial para montar y ponerse en marcha, le ignoró de un modo bien
explícito.
Cabalgaron a través de Haven, no hacia el arco de arenisca, sino por unos
callejones ascendentes y cada vez más estrechos y empinados que, finalmente,
les llevaron a lo alto de los acantilados. La sensación de vacío en aquella zona
alta constituyó una sacudida, después de la cerrada y claustrofóbica
atmósfera que envolvía Haven. Un gris y seco brezal se extendía hasta
perderse en la húmeda niebla, sólo interrumpida por ocasionales matas de
aulaga azotadas por el viento y sin huellas de sendero alguno. A lo lejos, Kyre
vislumbró lo que parecía un conjunto de achaparrados edificios y, detrás, una
indefinida extensión de campos sembrados, pero la llovizna impedía distinguir
detalles. De cualquier forma, el paisaje no era seductor.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
134
Por disposición de Vaoran, los jinetes siguieron un endurecido camino que
serpenteaba junto al escabroso borde del acantilado. El maestro de armas
aguardó a que sus hombres se hallaran extendidos a lo largo de la senda para
detener a su montura de un tirón de riendas y mirar hacia atrás.
–Seguiremos hasta el otro lado de la bahía, donde termina el camino. Los cinco
primeros de la fila recorrerán el interior. El resto examinará la playa. ¡Utilizad
vuestros ojos como no lo habíais hecho nunca! Y si alguien descubre algo
sospechoso, lo que sea, debe informarme inmediatamente de ello.
Su cortante voz fue transportada en el acto por el húmedo y quieto aire, y era
evidente que la emoción se había apoderado de todos. No obstante su antipatía
hacia Vaoran, Kyre tuvo que reconocer el ahínco del soldado. Cuando el grupo
avanzó de nuevo, espoleó a su caballo y no apartó la vista de la inmensa media
luna que formaba la bahía. La marea iba en descenso, y la franja de guijarros
semejaba un reluciente ofidio, ahora que se hallaba al descubierto bajo el
plomizo cielo, mientras que las ruinas del templo quedaban reducidas a las
dimensiones de un juguete. La preocupación atenazó la garganta de Kyre
cuando pensó en Gamora y en lo que podría haberle sucedido. En todo Haven
era la única inocente, la que no merecía sufrir ningún mal, y el recuerdo de
cómo la había rechazado con tanto desdén en su último encuentro añadió un
duro remordimiento a su ansiedad. De tener Haven dioses, pensó, hubiese
elevado a ellos sus plegarias más fervientes, pidiendo que la niña apareciera
sana y salva.
Dos horas necesitaron para recorrer el tortuoso sendero que seguía el borde
del acantilado, y cuando finalmente desapareció entre islotes de pizarra y
escasa hierba, nada se había averiguado sobre el paradero de la niña. El tiempo
empeoraba; la capa de nubes se había hecho más espesa y descendía,
pareciendo tocar el suelo aquí y allá. La llovizna anterior se había convertido en
una intensa lluvia que llegaba aguijoneante desde el mar y empapó pronto a los
hombres y a sus monturas. La marea había alcanzado su punto más bajo, y
Vaoran señaló una profunda pero practicable fisura en la roca, que conducía a
la playa.
–Descenderemos a la bahía y una vez diseminados, registraremos toda la playa
mientras haya bajamar –gritó hacia atrás.
Encaminó su caballo hacia la quebrada y los hombres le siguieron de uno en uno.
Kyre, que iba en último lugar, experimentó un breve pero molesto instante de
vértigo cuando su montura empezó a resbalar quebrada abajo y el acantilado
se escindió más y más a uno y otro lado. Hizo un esfuerzo para conservar la
presencia de ánimo y procuró concentrarse en el pomo del arzón mientras los
jinetes se abrían paso, con cautela, hacia la playa.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
135
Alcanzada la zona arenosa, los hombres se desplegaron en un amplio abanico
que se extendía desde el borde del acantilado hasta el agua. Kyre se situó a
sotavento de las rocas. No estaría protegido de la lluvia, pero prefería
mantener la máxima distancia entre su persona y las inquietas aguas. Poco a
poco, la fila de jinetes empezó a moverse hacia delante, fijos todos los ojos en
el suelo que les rodeaba, atentos a la más insignificante pista. Kyre procuró
quedar algo retrasado, ansioso por examinar todos los detalles de las rocas y
de los charcos que bordeaban el pie de los acantilados, morbosamente
consciente de que, en cualquier momento, podría distinguir una maraña de
obscuros cabellos o un menudo y blanco miembro entre las algas y las piedras.
Frente al grupo de hombres, quizás a unos cuatrocientos metros de distancia,
aunque entenebrecidas por la niebla y la lluvia, se alzaban, interponiéndose
entre los buscadores y Haven, las ruinas del antiguo templo, y Kyre no pudo
evitar la sensación –tal vez intuitiva, pero no por eso menos poderosa de que la
desaparición de Gamora estaba relacionada de alguna forma con aquellos
restos. Apenas podía verlos, pero le atraían de manera misteriosa, y su
presencia era un constante y extraño aguijón.
Alguien gritó de pronto, con un sonido sorprendentemente mortecino debido a
la pesadez de la atmósfera, y uno de los jinetes abandonó la fila para
acercarse a Vaoran. Kyre tiró de las riendas de su caballo, interesado, aunque
no pudo escuchar nada de lo dicho entre los dos hombres. Vio que Vaoran
meneaba la cabeza y daba una palmada en el hombro al otro, como si le
compadeciera. Luego, el maestro de armas levantó el brazo y ordenó a todos
que siguieran adelante.
El templo quedaba ya cerca, y sus mellados pilares se asomaban al gris día
como si estuvieran colgados en el aire, sin cimientos que los sostuvieran. El
caballo de Kyre respingó nervioso ante aquella aparición, y el joven tuvo
dificultades para calmarle y evitar que piafara y se saliera de la fila.
Finalmente, decidió detenerse unos momentos, antes de proseguir. Fue
entonces, al inclinar el cuerpo para acariciar el cuello del animal, cuando creyó
distinguir, junto al acantilado, un fugaz movimiento.
De modo involuntario, sujetó las riendas con tanta fuerza, que el caballo soltó
un resoplido y por poco no se alzó sobre sus patas traseras.
El acantilado estaba lleno de cuevas, algunas de ellas estrechos resquicios en
la pared de roca. Otras, en cambio, parecían obscuras bocas de idiota, y entre
las sombras de una de las cuevas más amplias había visto moverse algo.
– ¿Quién está ahí?
ESPEJISMO LOUISE COOPER
136
Kyre hizo dar a su caballo uno o dos cautos pasos en dirección al acantilado, al
mismo tiempo que se inclinaba hacia delante y para sus adentros maldecía las
gotas que le caían del cabello a los ojos.
– ¡Sal y déjate ver! –agregó.
La respuesta consistió en un ruido ligero, como si alguien o algo trepara a
través de los montones de espesas algas que cubrían desordenadamente el
lugar. Luego vio unos ojos que le miraban luminosos desde la obscuridad, así
como un pálido brazo que se alzaba y le hacía enérgicas señales.
Kyre miró rápidamente por encima de su hombro. El resto de la patrulla seguía
despacio su camino, y nadie parecía haberse dado cuenta de que él estaba
bastante retrasado. Recordó la orden de Vaoran, y también las últimas
palabras de DiMag, por lo que acalló el grito que tenía ya en la punta de la
lengua. No necesitaba ni quería que nadie le apoyara, y menos todavía Vaoran...
Su montura se puso nerviosa al dirigirla él hacia la cueva. Agitó la cabeza y
empezó a levantar nubes de arena hasta que Kyre tuvo que apearse y llevarla
de las riendas. La mano seguía llamándole, si bien ahora ya no era visible el
brillo de los ojos... Quien fuera que se escondía en la cueva, se había retirado a
la obscuridad al aproximarse él. Kyre dijo con voz queda:
– ¡No me acercaré más! ¿Quién eres, y qué quieres?
De nuevo se produjo un pequeño ruido, y por fin emergió lentamente del fondo
de la cueva una figura que permaneció en la penumbra de la entrada. Era un ser
menudo y delgado, de piel pálida tirando a un extraño tono verde-azul que Kyre
ya había visto antes, y blancos cabellos que se arremolinaron alrededor de sus
hombros cada vez que eran azotados por una ráfaga de húmedo viento. Vestía
sólo un taparrabo, y tenía el cuerpo tan flaco que casi no se le distinguía el
sexo. En una mano llevaba un arma semejante a una lanza, igual a aquella con
que DiMag había dado muerte a su prisionero. Parecía sostenerla con cierta
negligencia, pero Kyre prefirió no exponerse. Levantó una mano con la palma
hacia arriba, confiando en que el desconocido lo interpretara como un gesto de
paz.
– ¿Sabes hablar? –Preguntó al mismo tiempo–. ¿Me entiendes?
El habitante del mar sonrió y, al hacerlo, mostró una hilera de dientes
pequeños pero terriblemente afilados. A continuación contestó con una voz de
rara modulación, como si por sus pulmones corriese agua en lugar de aire.
– ¿Lobo del Sol?
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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A Kyre se le hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo podía conocer aquel ser el nombre que le habían puesto? Tragó saliva y respondió con esfuerzo:
–Sí. Soy el llamado Kyre.
El extraño ser hizo un gesto afirmativo.
–Buscas a la pequeña princesa.
– ¡Gamora! ¿Sabes dónde está? –inquirió Kyre, con el pulso acelerado.
La criatura se echó a reír y enseñó su mano libre, que hasta entonces había
mantenido escondida. Algo parecido a un arco iris cautivo relució en su puño y
con un súbito movimiento del brazo, se lo arrojó a Kyre.
Éste se tambaleó hacia atrás y atrapó el objeto, más por instinto que por
habilidad. Era una concha, nacarada por dentro, que reflejaba todos los
colores imaginables. ¡La preciosa concha que Gamora había encontrado en la
playa, durante el paseo con Brigrandon!...
El martilleo de su sangre aumentó hasta un grado asfixiante, y Kyre alzó la
vista, llenos de ansiedad sus ojos.
– ¿Dónde está?
–Con nosotros. Sana y salva. Puedo llevarte junto a ella.
Kyre se sintió mareado y horrorizado. ¡Gamora, en manos de los peores
enemigos de su pueblo! Luchó por vencer la peligrosa combinación de furia y
miedo que amenazaba con abrumarle. Si Gamora estaba prisionera, ¿por qué
tenía esa criatura tanto interés en conducirle a su lado? La niña era un rehén
mucho más valioso de lo que podría serio él. ¿Qué querrían de su persona,
pues?
La extraña criatura interrumpió sus desordenados pensamientos.
–Puedo llevarte –repitió–. Pero sólo a ti. A nadie más.
– ¿Por qué? –Exclamó Kyre con voz ronca–. ¿Por qué a mí?
El ser se encogió de hombros.
–Ésas son las órdenes –contestó con salvaje sonrisa–. Si quieres que Gamora
viva, tienes que acompañarme.
Era un ultimátum que no podía discutir, y no dudó ni un instante de que, si no
accedía, Gamora saldría perjudicada. Deseaba formular mil preguntas, pero no
había tiempo. Tenía que decidirse en el acto.
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– ¿Y bien?
El habitante del mar irguió la cabeza con un gesto de desafío ligeramente
burlón.
Kyre miró rápidamente atrás, hacia la orilla. Los miembros de la patrulla
estaban ya muy lejos, y aún no habían notado su ausencia. Pensó en Gamora...
–De acuerdo –dijo al fin, con tono seco.
La sonrisa de la extraña criatura se ensanchó.
–Ven, entonces –contestó–. Por aquí... ¡Deprisa!
Salió de la cueva y echó acorrer en la dirección contraria a la que seguían los
hombres de Vaoran.
Desconcertado, Kyre soltó las riendas de su caballo y le siguió.
El habitante de las aguas avanzaba a un paso peculiar y saltarín, que parecía
torpe. Sin embargo, corría bastante, y resultaba difícil darle alcance en la
húmeda y fina arena. Se hallaban todavía al amparo de los acantilados y, de
momento, Kyre no oyó el ruido de cascos que se le acercaba por detrás, ya que
el martilleo de su propio pulso en los oídos apagaba cualquier otro sonido. Sólo
cuando una voz gritó algo a sus espaldas se dio cuenta, con un súbito
sobresalto, de que su desaparición había sido descubierta.
– ¡Eh, vosotros! ¿Qué creéis que estáis haciendo, en el nombre del Ojo?
La criatura marina tropezó, asustada, y emitió un silbido de alarma. Miró
rápidamente por encima del hombro, agarró a Kyre por un brazo, tiró de él y
graznó:
– ¡Corre!
Kyre casi perdió el equilibrio al verse arrastrado por su compañero en
dirección al mar, y ni siquiera tuvo ocasión de pensar en lo que hacía.
Únicamente lanzó una brevísima mirada a los jinetes que ahora galopaban hacia
ellos. Alguno debía de haberle visto con la extraña criatura... Cada vez les
tenían más cerca, con Vaoran a la cabeza, y éste les ordenaba a gritos que se
detuvieran. Kyre miró el mar con desespero, y se dijo que, antes de que
pudieran llegar a él, les habrían dado caza.
– ¡Corre! –volvió a chillar la criatura de las aguas, y Kyre no supo adivinar si
estaba más furiosa que asustada.
El joven intentó dar aún más agilidad a sus piernas, pero los músculos de las
pantorrillas le dolían terriblemente y no logró correr más aprisa.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
139
Los caballos que iban a la cabeza del grupo cambiaron de dirección,
describiendo una curva para cortar el paso a los fugitivos antes de que
alcanzaran la línea de la marea. Los animales eran mucho más veloces que ellos
y de repente, la borrosa y obscura figura del caballo de Vaoran les cortó el
camino del mar. Kyre y la criatura se desviaron de manera instintiva, aunque
sólo para retroceder de nuevo cuando otro caballo les salió al encuentro por la
izquierda. Los dos animales convergieron, cortándoles el paso, y cuando
acudieron nuevos jinetes a reforzar a su jefe, Kyre y su compañero se
detuvieron tambaleantes, rodeados y atrapados.
Vaoran clavó la vista en Kyre y pese a que la pesada figura del maestro de
armas era poco más que una silueta que destacaba contra el cielo, el joven
pudo sentir el abierto odio que irradiaba.
– ¡Caramba! ¿Qué tenemos aquí? –Exclamó Vaoran con suave perversidad–. Un
desertor y traidor, una sabandija que se une a otras sabandijas y conspira con
ellas...
El habitante del mar enseñó los dientes y gruñó. La montura de Vaoran
respingó con violencia, alarmada por el agresivo movimiento y por el
desagradable olor salobre que despedía la criatura. Vaoran tiró con fuerza de
las riendas para hacer obedecer al caballo, y sus azules ojos enfocaron al ser
de cabellos blancos. Su pecho se agitaba, como si le costara contener una
extraña emoción. Luego, de pronto, hizo un gesto a uno de sus hombres.
– ¡Mata a eso! –Dijo con indiferencia–. Al favorito de nuestro príncipe le
daremos una lección más... prolongada; pero mata a esa cosa ahora, y que las
gaviotas devoren sus entrañas.
Kyre quiso protestar, recordando a Gamora, pero la criatura marina fue más
rápida. Antes de que nadie pudiese moverse, levantó inesperadamente la lanza,
que describió una enérgica y mortal curva a través de la lluvia para ir a
hundirse en el descubierto pecho del caballo de Vaoran. El animal soltó un
relincho y se encabritó, arrojando de la silla al maestro de armas. Otros
caballos recularon espantados, y sus jinetes trataron frenéticamente de
impedir que pisotearan a su jefe caído al suelo... La criatura marina aprovechó
la confusión para recuperar y depositar en manos de Kyre la ensangrentada
lanza.
– ¡Sígueme! –susurró, y en sus enormes ojos brillaba una luz fanática. Si no
vienes, la niña morirá antes de que termine el día.
Con estas palabras se lanzó como una centella a través de la confusión de
hombres y caballos, y se precipitó en las aguas.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
140
Kyre soltó una fuerte maldición que ignoraba conocer, mientras trataba de
abrirse camino entre los piafantes caballos. Vaoran, ronco de sorpresa y de
rabia, bramó:
– ¡Detenedle!
Uno de los animales se le atravesó mientras su jinete desenvainaba la espada y
arremetía contra él. Kyre sintió que, cual poderosa ola, lo invadían el miedo, la
furia y la desesperación a la vez, todo ello hizo surgir en él un instinto
procedente de perdidos recuerdos. De pronto, la lanza que sujetaba pareció
cobrar vida; sus puños asieron el arma con una fuerza desconocida, y la temible
hoja se agitó como una serpiente de acero para frenar la espada que se le
venía encima. Los metales chocaron con una horrible y discordante nota que le
hizo rechinar los dientes a Kyre, y las chispas saltaron en medio de la lluvia. El
guerrero blasfemó, incapaz de desenredar su espada. Kyre la mantuvo presa
con su propia lanza hasta que llegó el momento justo, y entonces, con otro
experto golpe, dobló la tremenda hoja y, de un solo movimiento, desjarretó a
su asaltante.
Los gritos del hombre constituyeron un horrible contrapunto a los renovados
relinchos de los caballos, atemorizados ante el olor de la sangre, y ni las
rabiosas voces del frustrado Vaoran lograban hacerse oír en medio de la
barahúnda. Sin soltar la lanza, Kyre cargó contra el cuarto delantero del
caballo de éste; el animal saltó hacia un lado, con las patas tiesas a causa del
miedo, y el joven pudo abrirse paso entre el lío de hombres y echar acorrer
siguiendo las ligeras pisadas del ser de las profundidades. Impulsado por la
desesperación, no pensó en lo que podía esperarle en aquel mundo y sólo se
detuvo unos instantes cuando el agua de la marea creciente le envolvió los pies.
A sus espaldas oyó gritos. Miró hacia atrás y comprobó que alguien le seguía a
trompicones por la arena. Era Vaoran.
– ¡Vuelve!
El maestro de armas tenía un brillo demente en los ojos; era la suya una cólera
sin control, y Kyre sintió un azote casi físico al darse cuenta de lo que había
hecho... Había empuñado la lanza del habitante de los mares como si hubiera
nacido para eso. Quizás estuviese muerto el hombre al que desjarretara poco
antes... Había tenido que hacerlo, en bien de Gamora, pero... ¿de dónde
procedía aquella súbita y mortal habilidad?
De nuevo miró angustiado por encima del hombro. Vaoran quería matarle, y él
no podía confiar en derrotar a un guerrero tan experto. Pero tampoco estaba
dispuesto a morir, y... ¡no podía fallarle a Gamora!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
141
Se adentró en el mar hasta que el agua se arremolinó alrededor de sus
pantorrillas. No tendría ocasión de explicar nada. El maestro de armas no le
escucharía, y tal vez él hubiese hecho lo mismo, en su lugar. El mar era su única
posibilidad.
Dio un paso más y notó que el fondo empezaba a hundirse bajo sus pies. Ni
siquiera sabía si sería capaz de nadar, pero era tarde para tales
consideraciones. O aprendía, o moriría ahogado.
Vaoran se acercaba. No podía perder más tiempo. Respirando con fuerza, Kyre
gritó:
– ¡Se han apoderado de Gamora! ¡Tengo que penetrar en las aguas, o la
matarán! Decídselo a DiMag... ¡Está en poder de ellos!
No pudo saber si Vaoran le había oído o entendido. Dio media vuelta y con una
silenciosa plegaria a cualquier benevolente poder celestial que le escuchara, se
arrojó contra la primera ola que rompió delante de él.
Las verdes aguas cubrieron su cabeza, arrastrándole hacia abajo. El frío allí
reinante era terrible, y Kyre estuvo a punto de encharcarse los pulmones antes
de lograr asomar de nuevo a la superficie, pero por fortuna se halló más allá de
la traidora ola, empujado por una fuerte corriente.. El instinto le hizo agitar
las piernas, y el vaivén del mar le ayudó a liberarse de aquella corriente e
internarse en aguas más profundas. La sal le irritó los ojos, la nariz y la boca
antes de que consiguiese aprender a respirar entre una ola y otra. Agitó aún
más los brazos, tratando de acompasar su movimiento con el empuje de las
piernas y, de pronto, consiguió coordinarlos. Le había resultado fácil, y nadaba
con enérgicas brazadas.
Como si hubiese nacido para ello...
Consciente de que debía concentrarse en una supervivencia meramente física,
se forzó a apartar de sí la sensación de frío. Nadaría hasta dejar atrás la
bahía y buscaría refugio en algún lugar donde Vaoran y sus hombres no
pudiesen darle alcance. Mientras no estuviera a salvo, le era imposible pensar
en nada más.
Kyre dio un grito y tragó agua de mar cuando alguien le agarró un tobillo.
Perdió el ritmo y quiso liberarse de quien fuere, pero sucedió al revés, y el que
le apresaba tiró de él con violencia, haciéndole sumergirse entre remolinos de
burbujas y espuma. Kyre no logró desasirse pese a sus patadas, pero entonces
distinguió inesperadamente, a través de la turbia obscuridad, unos ojos
luminiscentes y una mano que agarraba su pie mientras la otra le llamaba con
lentos gestos. Le llamaba hacia la profundidad... El joven movió la cabeza de un
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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lado a otro, con desesperación, intentando hacerle comprender a aquella
criatura de los mares que necesitaba respirar aire, y no agua, pero el extraño
ser se limitó a enseñar los dientes en una salvaje sonrisa, sin dejar de llamarle
con la mano y con la cabeza, de forma que sus pálidos cabellos danzaban como
algas a su alrededor.
Tenía que saber que él no resistiría más de un minuto o dos bajo el agua... ¡Sin
duda quería ahogarle! Kyre pataleó de nuevo con todas sus fuerzas. El miedo a
verse arrastrado hacia abajo le había hecho soltar casi todo el aire
almacenado en sus pulmones. Sentía en sus oídos un terrible zumbido, y tenía
la sensación de que la cabeza y el pecho le iban a estallar. Todo lo más
dispondría de unos segundos, antes de que los reflejos musculares le obligaran
a abrir la boca en un inútil y angustioso esfuerzo por respirar.
La criatura hizo gestos más enérgicos con la cabeza, como si leyera sus
pensamientos, animándole a iniciar el terrible proceso de inmersión. El sombrío
mundo submarino pareció volverse rojo. El agua era como la sangre, su captor
se había convertido en una espantosa aparición de color escarlata, y los
tambores de sus orejas sonaban cada vez con más fuerza, más intensidad... De
repente, no pudo más. Un espasmo recorrió su garganta y su diafragma... Kyre
abrió la boca y jadeó con desespero.
Una fuente de burbujas brotó junto a su rostro, cegándole, y él notó el
punzante y abrasador ataque de la sal. Cerró los ojos, agitó los miembros,
indefenso... Y, de pronto, se debilitó el martilleo de su cabeza, y la presión que
atenazaba su pecho cedió al expandirse los pulmones con alivio. Se expandían,
se contraían, volvían a expandirse... ¡Respiraba! Alarmado y aturdido a la vez,
Kyre abrió los ojos para ver al habitante de las aguas, que todavía le sujetaba
el pie y sonreía a través de la penumbra acuática. Hizo el extraño ser un gesto
afirmativo con la cabeza y abrió una mano con la palma hacia arriba, como si
quisiera decir: « ¿Te das cuenta?».
Kyre le miró, consciente de que ambos eran transportados por la fuerte
resaca. No podía distinguir el fondo, ni le llegaba el menor resplandor desde la
superficie. Sin embargo, no le preocupó. Respiraba tan fácilmente como si lo
hiciera en tierra, a pesar de que lo que fluía por sus pulmones era agua...
Al ver que, por fin, Kyre había comprendido su nueva condición, la criatura
marina le soltó. Dio media vuelta con cierta gracia perezosa y puso las manos
en forma de aletas para nadar mejor contra la corriente. Luego señaló hacia
delante, donde no parecía haber más que una agitada obscuridad.
Desconcertado e incapaz de salir de su asombro, Kyre movió su cuerpo y dio
vueltas hasta que quedó en una postura entre horizontal y vertical. La caricia
ESPEJISMO LOUISE COOPER
143
del mar, que le sostenía y a la vez, daba fuerza y flexibilidad a sus miembros,
era relajante y confortante. Tuvo la sensación de que su vigor podría ser
infinito en aquel apacible mundo de agua.
Intentó hacer un gesto para indicar a la criatura de los mares que estaba
dispuesto a seguirla. Se lanzó suavemente hacia adelante, flexionó sus
músculos y tomó impulso para nadar detrás de ella en dirección a las
profundidades.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Capítulo 11
DiMag dijo con voz firme, sin levantar la vista de las notas que tomaba:
–Ya entiendo.
Vaoran clavó los ojos en él. En las mejillas del maestro de armas ardían dos
manchas rojas, y la cólera asomó a su voz cuando preguntó cortante:
– ¿Qué pensáis hacer al respecto, señor?
– ¿Hacer? –repitió el príncipe, volviéndose en su silla tan rápidamente que
Vaoran dio un involuntario paso atrás.
Se hallaban solos en los aposentos privados de DiMag. Los ojos del soberano
relampagueaban de aversión y disgusto, y su boca formó una línea delgada y
tensa cuando agregó con tono enérgico:
– ¿Qué sugieres tú qué debo hacer, mi buen maestro de armas?
– ¡Ese Kyre es un traidor! ¡Ha vendido a Haven! Yo, señor, creí desde el primer
momento que no se podía confiar en él, y si bien no quiero parecer mojigato,
yo...
– ¡Entonces calla! –Le cortó DiMag en tono rencoroso, al mismo tiempo que se
ponía de pie; al retirar la silla, ésta arañó el suelo con desagradable ruido–.
Según tu propio informe, perdiste de vista a Kyre cuando él se sumergió en el
mar para escapar de tu ira. Y, dado que no me parece probable que supiera
nadar, a estas horas debe de estar muerto. En tal caso, tú habrás obtenido
toda la satisfacción que puedes conseguir de tu hazaña, salvo que pretendas
que ordene rastrear todo el mar hasta que aparezca su cadáver, para que te
diviertas desmembrándolo.
Vaoran no respondió, pero DiMag percibió una contenida furia en su agitada
respiración, y esbozó una agria sonrisa. Era posible que su maestro de armas y
consejero abrigara profundos resentimientos, pero no osaría actuar... Al
menos, no de momento. Su sonrisa se borró al continuar:
–Me has prestado un mal servicio, Vaoran –dijo, mientras daba media vuelta y
se encaminaba a la ventana–. Gracias a tus prejuicios y a tu estupidez, el
agotador encantamiento que mi esposa –y remarcó esta palabra de manera
sutil pero inequívoca– realizó con gran riesgo para su persona... ha sido
destruido y ya no nos servirá de nada.
Vaoran se sonrojó.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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– ¡Esa criatura os traicionaba, príncipe DiMag!
– ¿De veras? ¿Cómo puedes estar tan seguro? –replicó el soberano entre
cerrando los ojos.
– ¡Asesinó a uno de mis hombres, por la Hechicera! A uno de mis mejores
soldados, que se desangró ante mis ojos sobre la arena.
– ¿Y no le mataría Kyre para salvar su propia vida? Quizá tú no le diste la
oportunidad de explicarse...
Vaoran le devolvió una mirada dura.
– ¿Qué tenía que explicar ese ser? ¡Estaba de acuerdo con los demonios del
mar, asociado con ellos! No voy a empezar a dudar de lo que vieron mis ojos.
–No, claro que no. En consecuencia, estabas dispuesto a matarle sin cruzar con
él ni una sola palabra.
Vaoran aspiró el aire con violencia.
– ¡Sí, lo estaba! ¡Porque mi fidelidad es para Haven, y no para las no probadas
fanfarronerías de una criatura arrancada a los infiernos!
DiMag se volvió lentamente hacia él, y sintió no tener una espada en la mano.
– ¡Aléjate de mi vista! –dijo, sin alzar la voz.
Vaoran aguantó su mirada durante unos momentos. Luego dio media vuelta con
una exclamación de disgusto y abandonó la estancia con un portazo.
Grai le aguardaba allí donde el corredor desembocaba en la escalera principal,
seguro de que en aquel lugar no podían verle ni oírle los centinelas apostados a
la entrada de los aposentos de DiMag. Salió de las sombras cuando Vaoran se
aproximaba y a juzgar por el gesto ceñudo del maestro de armas, prefirió no
pronunciar palabra mientras descendían el tramo juntos. Únicamente habló
cuando hubieron llegado al zaguán.
– ¿Qué? ¿Ha resultado como vos esperabais?
–No. Mucho peor –contestó Vaoran, con una mirada oblicua al rechoncho
consejero–. Mi demostración no ha sido suficiente para él. ¡Ha empezado a
defender a esa monstruosidad como si se tratara de su hermano!
–Hum –gruñó Grai, y se puso a chupar un mechón de su barba, vicio que irritaba
sobremanera a Vaoran, al mismo tiempo que miraba hacia un punto indefinido
ESPEJISMO LOUISE COOPER
146
mientras meditaba–. Bien, bien... –añadió, arrastrando las palabras–. Nuestro
príncipe parece mantenerse tan poco razonable como de costumbre.
–Desde luego. Casi me atrevería a decir que está a punto de perder la razón.
No es un buen augurio para el futuro de nuestra ciudad.
Grai hizo un sensato gesto de asentimiento.
–No lo es, en efecto. Sin embargo... ¿ha llegado el momento de expresar más
públicamente semejante temor?
Dejó la pregunta en el aire, y Vaoran se encogió de hombros.
–Creo que todavía no, consejero Grai. En mi opinión, ha de pasar algún tiempo
más –respondió con malhumorada sonrisa–. Si al condenado se le da una cuerda
suficientemente larga, a lo mejor evita una molesta tarea al verdugo.
El consejero soltó una risa breve y sibilante.
–Muy bien expresado. Os entiendo y estoy de acuerdo con vos. Hemos
aprendido a tener paciencia, de modo que podemos esperar un poco más. y
ahora voy a dejaros para que podáis refrescaros y tomar algo, después de tan
ardua mañana. Ah, una cosa... –agregó con aire ausente, dando una palmada en
el brazo de Vaoran cuando ya se marchaba–. Esas últimas palabras que la
criatura os gritó con respecto a la princesa Gamora... ¿Se las habéis
mencionado a DiMag?
–No. He considerado más prudente no revelárselas, de momento...
–Más prudente, sí –repitió Grai, con una sonrisa–. Más prudente. Sí. No puede
preocupar al príncipe lo que no sabe. ¡Muy inteligente por vuestra parte,
Vaoran!
Y se alejó con su maliciosa sonrisa.
-0-0-0-0-
– ¡DiMag!
El grito de Simorh hizo acudir en el acto a Thean y Falla, que encontraron a la
princesa en el suelo, entre un enredo de mantas. Agitaba las manos y el sudor
resplandecía en su rostro, mientras luchaba por apartar de sí la pesadilla.
– ¡Señora, señora...! Estáis a salvo en vuestra torre. ¡Calmaos!
Thean, que era la más fuerte de las dos, sujetó los brazos de Simorh y trató
de serenarla mientras Falla apartaba las mantas que la envolvían. Gimió y
ESPEJISMO LOUISE COOPER
147
rompió a llorar cuando sus dos iniciadas la acostaban de nuevo en el lecho del
que se había caído.
– ¡Llama al médico, Falla! –dijo Thean con urgencia.
– ¡No! –protestó Simorh, irguiendo el cuerpo a la vez que daba débiles
manotazos a quienes la atendían–. No quiero ver al médico... ¡Que venga el
príncipe! Necesito hablar con él...
–No estáis en condiciones, señora...
– ¡Oooh! –Jadeó Simorh con exasperación, y se secó la cara con la manga de su
túnica–. ¡No discutáis conmigo! ¡Tengo que ver a DiMag! ¡Haced lo que os
ordeno!
Al decir estas palabras agarró por la muñeca a Thean y le hundió las uñas en la
carne con tal fuerza, que la muchacha retrocedió asustada.
Thean y Falla intercambiaron una mirada de desasosiego. Luego, la segunda se
levantó y corrió hacia la puerta.
DiMag aún era presa del nerviosismo provocado por la entrevista con Vaoran,
cuando un criado le transmitió el mensaje de Simorh. El príncipe estuvo a
punto de despedir al hombre con una maldición, pero un extraño instinto se lo
impidió. Tenía hoy los sentidos extrañamente despiertos, y en la voz del
sirviente hubo algo que le llamó la atención. En el pasillo encontró a una Falla
muy excitada, y procuró tranquilizarla con una sonrisa.
–Bien, Falla... ¿Qué le sucede a tu señora?
La morena muchacha sacudió la cabeza.
–Lo ignoro, señor. Despertó de una pesadilla y estaba fuera de sí. Os suplica
que subáis.
–Ahora mismo. Ve tú delante.
Fueron todo lo aprisa que DiMag podía y al cabo de unos minutos, se hallaban
en la escalera que conducía a la torre de Simorh.
– ¡DiMag!
Cuando entraron en la alcoba, la princesa intentó incorporarse y empujó hacia
un lado a la ansiosa Thean.
DiMag vio la urgencia y la angustia en su rostro, y dijo a las dos jóvenes:
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–Dejadnos solos.
Aguardó a que la puerta estuviera cerrada, y entonces se arrodilló junto al
diván.
– ¿Qué ocurre? ¿Habéis tenido alguna visión?
En otras circunstancias, Simorh se hubiese sentido satisfecha de ver su
preocupación, pero ahora estaba demasiado perturbada para percibirla. Asió la
muñeca de su esposo, y las palabras brotaron caóticas de su boca.
–He visto a Gamora... En un sueño... ¡La he visto, DiMag! Yo...
El príncipe sintió que se le encogía el corazón. Conocía suficientemente a
Simorh como para dar importancia a los sueños que a veces tenía, y para creer
en su interpretación de ellos. Sus dedos estrujaron los de la mujer, y preguntó
alarmado:
– ¿Dónde está? ¿Vive?
Simorh hizo un movimiento afirmativo.
–Vive y no ha sufrido daño, pero... el lugar donde se halla... es... –jadeó
indefensa–. ¡No lo sé, DiMag! No puedo distinguirlo con claridad. Es como si
estuviera en otro mundo, en otra dimensión... –agregó con lágrimas en los ojos–.
No conozco el lugar, y no puedo establecer contacto.
El miedo puso un terrible peso en el estómago de DiMag.
–Intentad recordar, Simorh –musitó él, y con un tremendo esfuerzo preguntó
al fin–: ¿No era un lugar de muerte...?
– ¡No! –Exclamó Simorh con vehemencia–. Gamora vive. Sé que es así. Además...
¡Kyre está con ella!
– ¿Kyre?
El rostro de DiMag palideció, y sus ojos se agrandaron.
–Kyre, sí. ¿Es eso tan importante?
DiMag soltó la mano de Simorh y se puso de pie. Sin atreverse a afrontar su
frenética mirada, dijo:
–Vaoran ha venido a verme hace media hora. Traía noticias...
– ¿De Gamora? –le interrumpió Simorh con voz estridente.
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149
–No. Escuchadme. Kyre fue con la patrulla de Vaoran. Yo lo envié. Por lo visto,
encontró a una de esas criaturas del mar –explicó vacilante, después de tragar
saliva– y, según Vaoran, él y el ser de las aguas estaban a punto de escapar
cuando fueron apresados.
El rostro de Simorh había quedado inmóvil.
– ¿Qué ocurrió?
DiMag se encogió de hombros.
–Depende de lo que prefiráis creer. Según Vaoran se produjo Una pelea, en la
que murió uno de los soldados. La criatura huyó al mar, y Kyre fue detrás de
ella. Le vieron por última vez cuando nadaba en aguas profundas.
La princesa permaneció muda durante un rato. Luego, su rostro se puso tenso,
en sus ojos apareció una expresión introvertida y enajenada. Al fin dijo:
– ¿Creéis lo que Vaoran os contó?
El príncipe emitió un suspiro.
–No sé qué debo creer. Lo único que yo sé es que Kyre no ha regresado. Sin
embargo, vos lo habéis visto... –indicó, alzando la vista.
–Con Gamora, sí.
DiMag se mordió el labio.
– ¿Significa eso que los dos están muertos?
– ¡No! –Exclamó de nuevo Simorh, aunque con menos vehemencia que antes–.
Los dos viven –afirmó, convencida–. Sé, y mis sentidos no me engañan, que
están juntos. Pero no podemos alcanzarlos, se hallen donde se hallen, ni nadie
será capaz de descubrir su paradero.
DiMag respiró profundamente.
–No sé qué hacer, ni qué pensar. Si estáis en lo cierto... ¡Hay tantas
posibilidades! –Declaró con un violento movimiento de la cabeza–. ¿Por qué se
metió Kyre en el mar? ¿Cómo encontró a Gamora?
– ¡Yo lo averiguaré! –afirmó Simorh con fiereza.
DiMag la miró con pena.
–No tenéis suficiente energía.
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–Es igual. No me importa lo que tenga que hacer. ¡Descubriré lo sucedido! No
queda otra solución... –agregó con ojos febriles.
El príncipe dio varios pasos por la habitación. El cansancio hacía más evidente
que de costumbre su cojera, y Simorh tuvo que apartar la vista, porque la
torpeza de sus andares la afectaba.
– ¿Es nuestro Lobo del Sol un traidor? –Dijo despacio, hablando casi más
consigo mismo que con su esposa–. Vaoran lo cree. Yo no. Vos, que le trajisteis
a este mundo, debéis saberlo...
Simorh bajó los ojos.
–Lo sabré cuando lo tenga de nuevo en el castillo –contestó con rencor.
–Si lo recuperáis.
–Cuando lo recupere.
–Como prefiráis.
Simorh se agarró los brazos.
–Tiene que ser cuando. ¿Es que no lo entendéis? ¡Kyre es nuestra única
conexión con Gamora! –Gritó, fija la vista por unos instantes en el tenso rostro
de DiMag, y luego le volvió súbitamente la espalda–. Ahora dejadme sola y
enviad más hombres en su busca. No puedo hablar con vos... –levantó los
hombros e inspiró con dificultad, antes de continuar–: Sé lo que pensáis... Que
Kyre nos ha causado desgracia, y que yo lo traje a Haven. Es verdad: la culpa
es mía, y lo admito. Pero buscaré una solución y aunque muera en el intento, ¡la
encontraré!
La mujer lloraba, pero DiMag no se atrevió a tocarla. Ni tan sólo a acercarse a
ella. El abismo existente entre ambos era demasiado grande. En consecuencia,
dio media vuelta y se encaminó cojeando hacia la puerta. Sólo se detuvo unos
segundos al apoyar la mano en la aldaba.
–No creo que Kyre nos arrebatase a Gamora. Hay en este asunto muchas cosas
que nosotros no entendemos, y no soy tan tonto como para creerme sin más ni
más las historias de Vaoran. Vos no me conocéis muy a fondo, ¿verdad,
Simorh?
La princesa se llevó un puño a la boca, con la intención de sofocar los
silenciosos sollozos que la sacudían y que parecían recorrer todo su cuerpo,
desde el comienzo de la columna vertebral hasta los talones. Ni siquiera
percibió el leve ruido de la puerta cuando DiMag la cerró.
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151
-0-0-0-0-
El tiempo se había convertido en un concepto extraño y sin sentido. Podían
llevar una hora, un día o un año deslizándose por las aguas, a través del
sombrío y arremolinado mundo de las profundidades, un mundo de verdes y
azules y grises, siempre cambiante, siempre revelador de alguna nueva
maravilla, a medida que avanzaban nadando. Aquí había una formación de roca
cristalina, semejante a una escultura fantástica; un castillo propio de un sueño
de niños... Allí, un vasto campo de algas que movían la cabeza con lenta y
obediente gracia, como si las dirigiera una lejana mente... Más allá, bancos de
peces de centelleantes ojos, que al aproximarse ellos salían disparados hacia
un lado cual una lluvia de fragmentos de cristal. Pasaban a dos dedos de sus
cuerpos, pero jamás hubiera sido posible atraparles.
A Kyre le parecía que en él habían despertado, de manera explosiva, unos
sentidos que hasta entonces ignoraba poseer. La libertad que experimentaba al
moverse con tal rapidez y facilidad por el agua era como una droga. Había
descubierto una nueva dimensión de poder, y deseaba reír, gritar y llorar a la
vez, emocionado ante tanta exuberancia. Olvidada quedaba la lucha en la playa.
Tampoco recordaba a Gamora, ni a Haven. Sólo experimentaba ese nuevo
mundo, profundo y precioso, y ansiaba sentirlo con todas las fibras de su ser.
Pero la criatura marina que le guiaba conocía la urgencia de su misión y, aunque
le permitía con gusto alguna ávida exploración, seguía directamente hacia su
destino. Para Kyre, aquella criatura era una especie de reluciente fuego fatuo
detrás del cual iba, sin detenerse a pensar si lo que hacía era sensato o no. El
milagro le tenía demasiado subyugado para que pudiera preocuparse por nada
más. Pero al fin hubo algo que sacudió su mente. La suave marea que les
arrastraba estaba cambiando. Fuertes corrientes les azotaron, removiendo la
arena del fondo y enturbiando las aguas. y encima de su cabeza, Kyre
distinguió de pronto una débil y trémula luminosidad, y un sordo ruido lejano
pareció hallar eco en sus huesos.
Su compañero se dobló graciosamente para ayudarle cuando, repentinamente
confundido e inseguro, Kyre se retorcía en el agua. Le tomó por una muñeca y
señaló la superficie antes de emprender el ascenso con enérgicos movimientos
de las piernas. Los miembros del joven imitaron por reflejo a los del ser
marino... Enseguida, Kyre volvió a experimentar una energía, una vigorizante
capacidad para surcar las aguas y de súbito, sus cabezas asomaron al aire
cargado de sal.
El habitante del mar arrojó un chorro de agua por la nariz y, a continuación,
aspiró rápidamente varias veces seguidas, con suavidad, para introducir
oxígeno en sus pulmones. Kyre, desprevenido, se encontró atragantándose y
ESPEJISMO LOUISE COOPER
152
escupiendo en un medio que, de repente, le resultaba extraño. Sólo cuando la
criatura marina le agarró la barbilla con una mano y le golpeó el pecho con la
palma de la otra, empezó a echar agua –y notó que la garganta funcionaba de
nuevo. El cambio fue penoso: un punzante choque de sal húmeda y frío viento.
Kyre tosió de manera convulsiva y no opuso resistencia a su guía, que le llevaba
a remolque hacia lo que, para sus lacrimosos ojos, era una especie de arrecife.
Una ola les ayudó en su camino. El cuerpo de Kyre se arañó dolorosamente con
algún saliente de roca y, entonces, unas manos le asieron, tirando de él hacia
fuera. El joven luchó por desasirse, porque no deseaba salir del mar, pero sus
esfuerzos eran débiles y se vio abandonado de cualquier modo, como un pez
fuera del agua, sobre la áspera superficie del arrecife, cubierta de lapas.
Tres hombres les esperaban allí. Dos eran ya mayores. Al tercero, en cambio,
se le veía bastante más joven: una llamativa figura de cabellos negros,
veteados de plata, con una fea marca de nacimiento en la mejilla. Miró éste con
notable interés a Kyre cuando el guía trepó sin problemas a la roca y se situó
delante de quienes habían acudido a recibirles.
–He hecho lo que me ordenaron –dijo, con una breve reverencia a los allí
reunidos–. ¡Éste es el hombre!
Hodek miró a Kyre, que, todavía magullado, intentaba incorporarse, aunque sin
mucho éxito. Ignoró al guía, que esperaba un reconocimiento, y fue Akrivir
quien por fin habló.
–Has cumplido bien tu tarea –dijo con cierta frialdad– .Serás recompensado.
A continuación le despidió con un gesto de la cabeza, y el guía se encaminó
hacia una obscura celda abierta en la pared de la cueva. Cuando pasaba por
delante de él, Akrivir le detuvo. Intercambiaron unas palabras en voz baja y
luego, el guía desapareció.
El compañero mayor de Hodek se acarició pensativo la barbilla.
–Es una pena que tengamos que hacer toda esta comedia. Yo sería partidario
de eliminar en el acto a esta criatura.
Akrivir sonrió con cinismo, y Hodek se puso ceñudo.
–Toma una espada, si te place, y atraviésala –replicó ásperamente–. Pero serás
tú quien rinda cuentas a Calthar, ¡no yo!
El otro hombre se estremeció, apartándose hacia un lado, y Kyre, cuya
confusión había cedido poco a poco, pudo levantar al fin la cabeza.
– ¿Quién sois vos? –preguntó.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Tenía la voz ronca a causa de la sal, y se le quebró en la última palabra. Se
frotó los ojos en un intento de despejárselos, y al enfocar al grupo que tenía
delante, recordó finalmente por qué había sido conducido allí.
Hodek le miró con gesto hosco.
– ¿Eres tú el llamado Lobo del Sol?
La debilidad de los miembros de Kyre fue reemplazada por... una creciente
tensión.
–Gamora... –musitó, para repetir con más fuerza–: ¿Dónde está Gamora?
Hodek suspiró con un teatral gesto de paciencia.
–Yo te he formulado una pregunta correcta. ¡Haz el favor de contestar del
mismo modo!
Kyre notó que empezaba a tiritar. Una cueva, situada encima del nivel del mar...
¡Aquello era la plaza fuerte de los enemigos de Haven!
–Sí –se oyó decir a sí mismo–. Soy el llamado Kyre... –y sacudió la cabeza,
tratando de vencer los últimos restos del desconcierto y del sobresalto, para
repetir luego–: ¿Dónde está Gamora?
–La niña está bien –respondió Hodek.
– ¡Quiero verla!
Hodek carraspeó de manera expresamente cortés.
–Creo –comenzó– que, antes de proseguir, deberíamos aclarar uno o dos
detalles. Como acabo de decir, la niña está bien... de momento. Mientras tú
cooperes con nosotros y hagas la que te ordenemos, en vez de perder el
tiempo con fatigosas preguntas, Gamora continuará bien. Si, por el contrario,
tú te pones pendenciero, su salud podría empeorar de repente. Así que...
¿empezamos de nuevo? –dijo con una untuosa sonrisa.
Kyre no tuvo más remedio que asentir.
–Bien –declaró Hodek, al mismo tiempo que daba unas fuertes palmadas y Kyre
oía el crujido de sus nudillos–. Akrivir te acompañará a tu lugar de destino. No
formules preguntas, ni digas nada. Simplemente, síguele.
Dio un paso atrás e hizo señal a Akrivir, quien, sin hablar, indicó con el pulgar
la boca de un negro túnel que se abría al fondo de la cueva.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
154
Receloso pero dispuesto a no discutir, dada la clara amenaza referente a
Gamora, Kyre le siguió. A la entrada del túnel miró hacia atrás y comprobó que
Hodek le vigilaba. Su actitud distaba mucho de ser tranquilizadora, y Kyre
volvió enseguida la cabeza.
Cuando Akrivir y su rehén hubieron desaparecido de su vista, Hodek emitió un
resuello largo y sibilante. Al igual que el otro consejero, hubiese preferido no
participar en aquella ridícula comedia, pero Calthar había insistido en ello,
disponiendo hasta el más mínimo detalle y, como de costumbre, sin dignarse a
explicar sus razones.
La ya conocida mezcla de deseo, temor y aversión ardió en sus venas al pensar
en la sacerdotisa, despertando su viejo sueño de derrotar un día a Calthar en
su propio juego. Quizá fuera sólo una ilusión, pero una muy acariciada: nada
podría producir mayor satisfacción a Hodek que una inversión de sus
respectivos papeles, para ver a Calthar arrastrándose a sus pies.
Su colega tenía aún la vista fija en la boca del túnel, y su voz interrumpió los
agradables sueños de Hodek.
–No acabo de comprender por qué quiere Talliann tener aquí a semejante
criatura –comentó–. ¿Qué puede desear de ella?
– ¿Y cómo puedo yo saber qué mueve a Talliann? –Contestó Hodek–. Esa chica
está todavía más loca que Calthar. A lo mejor empieza a despertar por fin a la
llamada de la carne... –añadió con una sonrisa maliciosa y desagradable, y luego
cacareó–: Dejemos que se divierta, mientras pueda... Una vez haya hecho lo que
se espera de ella, ya no harán falta más chiquillos problemáticos ni
recalcitrantes Lobos del Sol, y Calthar sabrá exactamente qué hacer con ellos.
Ya lo veréis, amigo, ¡ya lo veréis! –dijo, dando una palmada en el brazo al
compañero.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Capítulo 12
Kyre estaba tremendamente desconcertado. Su nuevo guía le había conducido
kilómetro tras kilómetro –al menos, eso parecía– a través del obscuro túnel. No
veía nada, y sólo el sonido de las pisadas de Akrivir, que caminaba unos pasos
delante de él, le indicaba la dirección. En aquella absoluta negrura, cualquier
ruido provocaba un eco desconcertante, y Kyre había perdido todo sentido de
la orientación, por lo que le parecía que las tinieblas que tenía delante de sus
cansados ojos formaban una sólida pared contra la que, de un momento a otro,
podía chocar. Pero el temido golpe no se produjo y, al fin, logró distinguir a lo
lejos un tenue resplandor.
Emergieron tan de repente de la obscuridad, que a Kyre le dio un doloroso
vuelco el corazón. Durante mucho tiempo no había tenido a su alrededor más
que aquel túnel sin forma, con sólo una débil y nacarina mancha clara que
parecía acercarse. Después, sin otro aviso, el pasadizo trazaba un agudo ángulo
y daba paso a una sorprendente visión.
Kyre lanzó una maldición y buscó apoyo, desesperadamente, cuando el vértigo
le azotó como si hubiera chocado con una pared. Akrivir le agarró con maliciosa
sonrisa, al verle vacilar, pero Kyre únicamente era capaz de mirar,
boquiabierto, la inesperada escena.
Se hallaban en un reborde que asomaba de la elevada e imponente pared de una
enorme cueva. Ante ellos, y a cada lado, la roca caía empinada hacia un
insondable precipicio engullido por una negrura tan intensa, que Kyre tuvo la
horrible sensación de poder asir aquella tiniebla con sólo agacharse y alargar la
mano. Al otro lado del mareante abismo, una inmensa pared se alzaba hacia un
techo invisible, y el aturdido Kyre tuvo la sensación de que el lejano acantilado
que tenía delante estaba tan animado como una escena extraída de un infierno
imaginario. Lo surcaban escaleras que parecían grandes golpes de guadaña
excavados en la roca por una mano gigantesca y malhumorada, a la vez que, en
grotescos ángulos, surgían de la piedra torcidas y delgadas torres y extraños
arbotantes, y cada una de las torres parecía agujereada por relucientes
ventanas que flameaban con una luz mortecina. Y, aunque Kyre no podía fiarse
de sus maltratados y agotados sentidos, hubiese asegurado que, contra ese
monstruoso telón de fondo, se destacaban diminutas figuras, apenas
fosforescentes, como si la luz las atrajera como una llama a las polillas,
confiriendo a toda la escena un aspecto demencial y espantoso. Y en alguna
parte, tan lejos que ni se atrevía a pensarlo, Kyre percibió el sordo y airado
lamento del mar.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Akrivir le tomó del brazo, señalando con su mano libre, y habló por primera
vez.
–Por ahí –dijo brevemente.
Kyre miró de mala gana en la dirección indicada. A la derecha del saliente, un
tramo de angostas escaleras descendía en una audaz curva, ceñida a la pared
de la cueva. Los peldaños parecían terminar justamente allí donde la
obscuridad lo devoraba todo, ¿o no? El estómago de Kyre se rebeló al ver que a
la escalera se unía un frágil vano de un puente de roca que salvaba el abismo.
Desde allí parecía tan endeble e inconsistente como un hilo de telaraña, y
todos sus sentidos se resistían ante la idea de lo que Akrivir podía esperar de
él. Pero su acompañante no pensaba en darle ninguna explicación, y las
emociones habían privado a Kyre de la energía para resistirse. Como en sueños
puso el pie en el primer peldaño y luego en el segundo, iniciando el vertiginoso
descenso hacia el puente.
Akrivir iba delante. Kyre se forzó a concentrarse en el irregular colorido de
sus cabellos, para apartar de sí el temor de lo que podía haber debajo del
cortante borde exterior de la escalera y, medio hipnotizado y entumecido,
llegó al fin al punto donde el esbelto puente se lanzaba hacia el vacío.
Apenas se dio cuenta de que lo cruzaba. Ni él mismo supo de qué escondidas
reservas mentales se servía para caminar sobre el abismo. De una forma u
otra, sus pies se colocaban uno delante del otro y, poco a poco, el lejano
acantilado de absurda arquitectura se fue aproximando hasta que, mareado de
miedo y por la tensión vivida, Kyre bajó a trompicones del vibrante vano del
puente y se halló en el mismo corazón de la ciudadela de los habitantes del
mar. Sus piernas amenazaban con fallarle, en respuesta al esfuerzo realizado,
y Akrivir le miró con paciencia. Cuando, finalmente, consiguió enderezarse,
creyó descubrir en los azules ojos del hombre un destello de divertida
simpatía.
–El paso del puente requiere cierta práctica –comentó Akrivir.
–Sin duda...
Kyre reprimió el impulso de reírse, consciente de que la risa podía degenerar
en histeria, pero animado por el hecho de que su acompañante parecía
dispuesto a hablar por fin, se aventuró a preguntar:
– ¿Adónde me conducís?
Akrivir meneó la cabeza, esbozando una nueva sonrisa.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–No me preguntes, porque no te daré ninguna respuesta. Al menos, no por
ahora –agregó, después de vacilar unos momentos–. ¡Sigamos!
Tomando otra vez del brazo a Kyre, le apartó del puente para introducirle en
un túnel que podía ser gemelo del anterior. Pero ese corredor fue corto: en
menos de un minuto llegaron a un amplio pasillo iluminado por lámparas colgadas
de cadenas y con desviaciones laterales a intervalos. y en ese laberinto había
sonido de voces, de pasos y... gente. ¿Gente? Kyre se lo preguntó a sí mismo,
confundido... Oía voces, sí, risas, gritos, y todo ello formaba un coro sin orden
ni concierto, procedente de las más diversas direcciones. Akrivir condujo a
Kyre a través de unas cavernas que podrían haber sido una deliberada parodia
de los mercados de Haven. Allí había calles y plazas, carreteras y avenidas... El
acantilado entero era una especie de conejera; una ciudad dentro de una roca
situada dentro del mar. ¡Un auténtico microcosmos viviente! A medida que
penetraban más en la ciudadela, las distantes voces se hicieron más
perceptibles, y Kyre empezó a ver más y más elementos de aquel pueblo que
habitaba tan demente lugar. Salía la gente de sus casas o interrumpía sus
quehaceres para ver pasar a los dos hombres, y las impresiones grabadas en la
perpleja mente de Kyre eran tan variadas como lo hubiesen sido en cualquier
congregación de personas en Haven. Aquí había un hombre de mirada torva y
recelosa; allí, una pareja de ancianos sin dientes le señalaba, a la vez que
murmuraban algo entre sí y meneaban la cabeza... Más allá, un chiquillo
desnudo, de cabellos plateados, y tan bello que podría haber sido la
personificación de la inocencia. La madre tiró de él antes de que se acercara
demasiado al desconocido... Kyre comprendió que, allí, realmente era un
intruso. Se trataba de un mundo diferente de Haven; de un mundo poblado de
seres para los que él era un monstruo, un ser extraño. Tenía la piel de un color
distinto; el cabello, también de otro color; su rostro y sus miembros tenían que
parecerles deformes; los ojos y la boca resultaban desproporcionados para los
habitantes del mar... Si la humanidad se regía por unas normas, en aquella
ciudadela él había de ser horrible, nada humano...
Sin embargo, era capaz de respirar agua, como ellos, y sabía blandir la lanza de doble hoja como a aquellos guerreros les enseñaban.
Pese a lo azorado que estaba, lo que veía y oía, y el olor a sal de la ciudadela le
fascinaban como si estuviera bajo un hechizo, de modo que, cuando Akrivir se
detuvo sin avisarle, chocó con él.
Akrivir, que había caído de nuevo en un taciturno silencio, señaló un túnel
lateral que se apartaba de la vía pública. Los ojos de Kyre se sintieron atraídos
hacia ese túnel, y transcurrieron unos minutos antes de que su visión se
adaptara al fulgor que daba luz a sus paredes cinceladas y curvas. El pasadizo
ESPEJISMO LOUISE COOPER
158
entero debía de estar abierto a través de una veta de cuarzo puro: brillaba y
centelleaba en un arco iris de colores que cobraban sorprendente vida gracias
a una miríada de lámparas que pendían del techo, y a la vívida luz pudo
distinguir Kyre preciosas figuras de peces y conchas, y extrañas formas para
las que no tenía nombre, y que decoraban la entrada. Se internaron en el túnel
y, a medida que caminaban por él, Kyre sólo era capaz de admirar boquiabierto
la maravillosa belleza del lugar .Quien hubiera realizado aquel trabajo en la
roca viva, era un auténtico maestro.
El pasadizo era breve y terminaba en una puerta que, cosa increíble, parecía
hecha de una sola concha gigantesca, en la que las estrías verdes y de color de
coral creaban una perfecta simetría. Se abrió fácilmente, con sólo tocarla, y
Kyre pasó a través de ella para encontrarse en una sala de elevadísimo techo.
Por un instante creyó estar de nuevo en el abovedado Salón del Trono del
castillo de DiMag. La estancia era enorme, tenía una hilera de altos y
arqueados ventanales y estaba dominada por un gran estrado donde
descansaba un pesado sillón de talla. Entre los ventanales colgaban tapices
tejidos en diversos tonos azules, verdes y grises, surcados aquí y allá por hilos
de un intenso color carmesí que llamaban poderosamente la atención. Al pie del
estrado había una larga mesa y varias sillas vacías. Kyre fijó la vista en todo
ello, tratando de asimilar la conmoción que le producía aquella escena
vagamente familiar. Y entonces se dio cuenta de que las ventanas no eran
verdaderas, sino formas de puro cuarzo blanco y opaco, que daban a la nada. Y
vio, asimismo, que los cortinajes no eran de lino, ni de algodón, o lana, sino de
productos del mar: algas y sartas de coral y pieles de los más diversos e
innombrables seres marinos. La mesa y las sillas estaban hechas con piezas de
concha, exquisitamente labradas y ensambladas a cola de milano con armónicas
curvas. Y el gran sillón no era de madera, sino de una sola pieza de jade
extraída del fondo del mar.
Akrivir indicó la mesa. Cuando se acercaron, Kyre descubrió que, en ella y
delante de una de las sillas, había un servicio aguardando, como invitación a un
solo comensal. Alrededor vio fuentes llenas de algo que debía de ser comida,
pero que a Kyre le pareció extraño y dudoso. Akrivir dijo, al mismo tiempo que
le ofrecía la silla:
–Puedes sentarte y comer. Tendrás que esperar un rato.
Kyre obedeció, aún desconcertado. Tomó un cuchillo de plata artísticamente
trabajado, pero de momento no hizo más que tocarlo distraído. Al ver que no
acababa de servirse, Akrivir suspiró y, al azar, empezó a poner en su plato
diversas exquisiteces de las que había en las fuentes. Kyre apenas le hizo caso.
Estaba demasiado sorprendido por el trato que recibía de quienes, en teoría,
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eran sus enemigos mortales. No cesaba de contemplar el suntuoso salón, y sus
ojos se embebían del centelleo del cuarzo, del frío resplandor del mármol, del
fugaz chisporroteo de unas pequeñas fuentes... ¿Eran fuentes? Sí, no eran una
ilusión de la vista. Comprobó Kyre, que caían cual pequeñas cascadas a lo largo
de las paredes, para verter sus aguas en pequeñas pilas cercanas al suelo. Eso
le hizo recordar que, en el mundo donde se hallaba, el agua reinaba de manera
indiscutida.
Fue la voz de Akrivir lo que le sacó de su trance.
–Come –insistió éste–. No hay nada envenenado. Para demostrar la veracidad
de sus palabras, tomó un puñado de comida y se lo llevó a la boca sin
miramientos. Kyre bajó de las nubes y, sin importarle lo que elegía y sin
preocuparle la posibilidad que estuviese emponzoñado, pinchó algo que parecía
una pequeña fruta con espinas y la probó. La piel cedió al morderla, y un tenue
y delicioso sabor inundó su boca, hormigueándole en la lengua. Kyre alzó la
vista, sorprendido, y Akrivir contuvo una carcajada antes de verter un líquido
de pálido color dorado en la copa que Kyre tenía junto a su codo derecho.
–Prueba esto –dijo–. Verás que las dos cosas combinan bien.
También la bebida era excelente. Kyre no sabía si era fuerte o inofensiva, pero
su gusto le hizo desear más.
Fue necesario que oyera pasos para darse cuenta de que su acompañante se
había alejado de la mesa y se disponía a abandonar la estancia sin despedirse
ni pronunciar palabra alguna. Kyre se levantó rápidamente, con idea de
llamarle. Pero antes de que pudiera hablar, Akrivir se detuvo, miró hacia atrás
y meneó la cabeza, anticipándose a lo que pudiese decir Kyre. Por un breve
instante hubo algo semejante a simpatía en sus ojos. Luego, volvieron a
endurecerse y Akrivir se fue definitivamente, dejando solo en el salón a Kyre.
Éste permaneció inmóvil durante unos segundos, en una desgarbada postura,
medio de pie y medio sentado aún, sin apartar la mirada de la puerta de
concha, mientras poco a poco se hacía consciente de su soledad. Verse
abandonado en un lugar tan vasto y frío producía una sensación
desconcertante, y Kyre se dejó caer despacio en su silla. Sus anfitriones –si es
que así se les podía llamar– querían que aguardase allí, y que comiera. Muy bien:
les complacería. Consideró que tenía poco que perder. Por muy bien que le
trataran, no dejaba de ser un prisionero, un rehén del que dependía la vida de
su amiga Gamora. Esperaría, pues, a que en su momento se dignaran decirle qué
deseaban de él.
Contempló los manjares que tenía en el plato y, en un intento –aunque no del
todo afortunado– de dominar los violentos latidos de su corazón, se puso a
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comer con prudencia y decisión a la vez, como el hombre que sabe que aquello
puede ser lo último que coma en su vida.
Gamora miró con ojos muy abiertos a la mujer que tenía a su lado y dijo con
voz atemorizada:
–No creí que viniera...
Calthar la estudió con tranquilidad, divertida ante la admirativa inocencia que
revelaba la dulce cara de la niña. Luego contestó en voz alta:
–Debes aprender a confiar en mí, hija, y a entender mis palabras.
La pequeña parpadeó y miró de nuevo a través de la ventana de cuarzo que le
permitía dominar el salón donde se encontraba el solitario huésped. La ventana
era un invento de Calthar. Desde el salón tenía sólo una superficie opaca, pero
quien mirara desde el exterior veía todo el amplio aposento, aunque un poco
desdibujado, y el hecho de que algo tan simple fuese divulgado como una obra
genial por el Consejo de la ciudadela enfurecía a la bruja hasta el frenesí.
Gamora apoyaba las palmas de las manos en el cuarzo, como si quisiera fundirlo
para poder entrar en el salón. Parecía reflexionar muy en serio cuando, de
pronto, se volvió hacia Calthar e inquirió:
– ¿Por qué ha venido?
–Por ti, cariño.
Y era la pura verdad. Primero, Calthar había dudado de que el nuevo favorito
de Haven pudiera ser movido a satisfacer el deseo de Talliann mediante el
señuelo de la niña. Aunque sin decir nada de ello a Hodek y sus seguidores,
había tenido serios recelos respecto de la posibilidad de traer la criatura a la
ciudadela, y la facilidad con que todo había sucedido no dejaba de
sorprenderla.
Sin embargo, no había contado con las cualidades de Gamora...
Calthar carecía de instinto maternal y desdeñó la idea. Pero en la chiquilla que
tenía a su lado, aquella jovencísima princesa de Haven designada para regir un
día los destinos de sus enemigos jurados, Calthar había descubierto algunas de
las cualidades que, con frecuencia, motivaban la caída de otros seres menos
pragmáticos. El desafío inicial de Gamora, al despertar y encontrarse en la
ciudadela, había despertado cierto envidioso respeto en ella. La niña tenía más
valor que Hodek y todos los que la rodeaban. No había llorado ni chillado, ni se
había rebajado. Simplemente había exigido, con una imperiosa indignación,
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sorprendente para su edad, que la soltaran. A Calthar le divertía semejante
determinación. Luego, al comprender que era un rehén y que no la pondrían en
libertad, Gamora había aceptado su reclusión con una dignidad que denotaba
una asombrosa madurez. En efecto, era una niña digna de su posición. Lástima
que hubiera nacido en la escoria de Haven. En otras circunstancias, podría
haber constituido un material ideal para los planes de Calthar.
Pero los deseos de nada servían. Gamora tendría otra utilidad, y en segundo
lugar después de su importancia como cebo para Kyre figuraba su posibilidad
de proporcionar a Calthar nuevos conocimientos sobre los asuntos de Haven. La
maquinación empezaba a tener sentido.
A Calthar le divertía la ilusión que los gobernantes de Haven se hacían de
poder cambiar el curso de los acontecimientos invocando tan inútil profecía.
Estaba suficientemente enterada de la verdadera historia del Lobo del Sol
como para despreciar la idea de que cualquier ser creado según su imagen
podría resucitar la leyenda, y se dijo que, si sus enemigos estaban dispuestos a
confiar en una posibilidad tan vana, eran todavía más tontos de lo que había
imaginado. En realidad, el nuevo paladín resultaba mucho más valioso para la
ciudadela de lo que jamás llegaría a serio para sus creadores. Y ahora, con las
inocentes revelaciones de Gamora, sus planes comenzaban a salir tal como ella
había previsto.
La voz de Gamora interrumpió sus pensamientos.
–Mi madre no pudo dominar a Kyre –dijo la niña con aire sombrío–. Lo intentó,
pero...
Cuando vio la atención con que escuchaba Calthar, calló. La bruja descubrió la
duda en los ojos de Gamora y dijo con dulzura:
– ¿Pero qué, mi pequeña?
–Nada.
Gamora se encogió de hombros y dio media vuelta. Calthar, por su parte,
experimentó una singular satisfacción.
Apoyó suavemente una mano en el hombro de la chiquilla, y prosiguió:
–Nadie controla a tu Lobo del Sol, cariño. Ha venido por ti... –y se acuclilló para
que sus rostros quedaran aun mismo nivel, antes de agregar–: ¿No te he dicho
lo mucho que te quiere? ¿Me crees ahora?
–Yo... –contestó Gamora, a la vez que se mordía el labio–. Así me parecía a mí...
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–Mira –dijo la sacerdotisa, tirando de Gamora al acercarse más a la ventana de
cuarzo–. Kyre come y bebe. Te prometí que sería tratado como un huésped de
honor, y lo cumplo. ¿En Haven no cumplen las promesas que te hacen?
La expresión de Gamora se hizo inescrutable. La niña había enmudecido y no
contestaría. No importaba: su silencio era suficiente confirmación y contribuía
a debilitar cualquier hostilidad.
Calthar señaló la ventana para atraer la ansiosa mirada de la pequeña.
–Y bien... ¿No quieres entrar a saludar a tu Lobo del Sol?
Gamora la miró dudosa, y Calthar emitió una suave risa.
–Ya te he dicho que yo mantengo mis promesas. Ven, entraremos juntas.
Primero le saludas tú. Después, yo me uniré a vosotros y me presentaré
también. Me has hablado tanto de él, que ansío conocerle.
Tendió una mano a Gamora y después de una breve duda, la niña introdujo sus
dedos entre los de la sacerdotisa. Calthar sonrió mientras la conducía hacia la
puerta.
– ¡Kyre!
La familiar voz llegó de modo tan inesperado, que Kyre hizo un brusco
movimiento, volcó la copa y derramó el vino por encima de la mesa. Al mirar
hacia el otro extremo del vasto aposento vio una pequeña figura morena que
corría hacia él con los brazos extendidos y, lleno de asombro, se levantó y le
salió al encuentro a toda prisa.
– ¡Kyre!
La impulsiva carrera de la niña terminó en una colisión y, cuando él la levantó
en el aire, Gamora le rodeó el cuello con los brazos, besándole sonoramente en
ambas mejillas.
– ¡Oh, Kyre! ¡Has venido por mí! ¡Y estás aquí de veras!
– ¡Princesa!
El joven la abrazó con fuerza, mucho más emocionado de lo que hubiera podido
imaginar. Luego recordó las circunstancias que les rodeaban, depositó a la
pequeña en el suelo, la apartó un poco con el brazo y la examinó con el máximo
interés.
– ¿Estáis bien, Gamora? ¿No os han hecho ningún daño?
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– ¡No, Kyre, claro que no! –respondió Gamora, riendo ante una idea que le
parecía tan absurda–. ¡Este sitio es una preciosidad, una maravilla, y la señora
es muy buena conmigo!
– ¿La señora? –Exclamó Kyre, preocupado por algo que descubrió en la mirada
de su pequeña amiga–. ¿Qué señora?
–Me regaló esto –dijo Gamora, y se llevó una mano a los cabellos para enseñarle
un aro de piezas de nácar bellamente trabajadas que sujetaba su revoltijo de
obscuros bucles–. Y también esto –agregó, señalando un collar que hacía juego
con el adorno de la cabeza–. Y una pulsera y un anillo, y un vestido nuevo, ¿ves?
Dice que soy una princesa –continuó, después de moverse con infantil
coquetería–, y que una princesa debe tener una corona y muchas joyas y ropas
bonitas... ¿Te parezco guapa, Kyre?
– ¡Desde luego que sí! –afirmó Kyre, sabedor de que la niña necesitaba su
aprobación, aunque a él no acabara de gustarle todo aquello–. Sois una princesa
de la cabeza a los pies, Gamora. No obstante...
La chiquilla le interrumpió con un nuevo río de palabras.
–Y ella dijo que tú vendrías, si yo lo deseaba. Me lo prometió y has venido...
¡Dijo la verdad!
De tanto hablar de ella... Kyre preguntó al fin:
– ¿Quién es ella, princesita? ¿Quién es esa señora?
Finalmente, Gamora dejó de parlotear y dar vueltas.
–Se llama Calthar –explico–. Manda aquí, y todos le tienen miedo. Yo también lo
tenía, al principio, pero creo que ya no me asusta. Al menos, no mucho... ¡Es tan
amable, Kyre, y me enseña tantas cosas bonitas!
Cesó el nuevo torrente de palabras, y la niña miró fascinada a su alrededor.
–Aquí no había estado todavía. ¡Es realmente precioso!... –añadió.
De nuevo la extraña expresión... Debajo de aquella ruidosa alegría había algo, y
la sospecha de Kyre fue en aumento. Antes de que la chiquilla pudiera
proseguir, la tomó por debajo de los brazos y la sentó en la silla vacía que
había junto a la suya, atento a descubrir lo que se escondía detrás de la
aparente felicidad. Ella le miró con una radiante sonrisa, y él hizo un esfuerzo
por sonreír también.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Debéis disculparme, Gamora... –dijo–. Pero llevo aquí sólo un rato, y no acabo
de entender todo lo que me habéis contado. ¿Cómo llegasteis hasta aquí,
princesa? ¿Y por qué vinisteis? ¡Todo Haven os busca!
La mirada de Gamora se apartó de la suya, y ella hizo un mohín con los labios.
–Me escapé –confesó llanamente.
Una de sus manos vaciló encima de los platos que había en la mesa, hasta que
tomó un trozo de un manjar y se lo llevó a la boca.
– ¡Hum, qué bueno! –comentó.
Kyre insistió:
– ¿Por qué escapasteis?
Gamora se encogió de hombros, aún sin mirarle a los ojos.
–Nadie me hacía caso. Mi padre estaba muy ocupado. Mi madre se encontraba
mal. El maestro Brigrandon había vuelto a emborracharse. Y tú no tenías
tiempo para mí... –sus ojos coincidieron al fin, aunque la mirada de Gamora fue
esquiva y en ella había reproche–. Además, la concha me prometió que vería
cosas preciosas, y me fui. ¿Por qué no había de hacerlo? –dijo con otro
movimiento de hombros.
Si bien él no tenía recuerdos de su infancia, Kyre empezó a comprender lo que
había impulsado a la pobre criatura, así como la soledad y el desconsuelo que
debía de haber sentido. También él era culpable, en buena parte. Por eso
inquirió con delicadeza:
–Pero... ¿cómo llegasteis hasta aquí? ¿Quién os trajo, Gamora?
La niña, que había cogido otro bocado, detuvo la mano a medio camino.
–Fue la otra señora –explicó, y ahora hubo cierta inseguridad en su voz–. La de
los cabellos negros... Es muy extraña, Kyre –dijo, posando en él unos ojos llenos
de candidez–. Fui al templo de la playa, y la vi allí. Echó a correr y yo traté de
alcanzarla, pero, cuando la atrapé... se portó de una manera rara. Es muy
bonita, pero me parece que... está enferma. Calthar me dijo que a veces se
encuentra mal, y que no he de hacerle caso... Creo que fue ella la que me trajo,
aunque la verdad es que no lo recuerdo muy bien.
La explicación de Gamora era insólita e incongruente, pero una imagen quedó
grabada en la mente de Kyre. ¡La señora de los cabellos negros! Recordó
enseguida el irreal aspecto de la muchacha que había visto en la franja de
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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guijarros... La joven de los cabellos negros había huido de él. En cuanto a
Calthar... DiMag la había llamado «vampiro»...
–Gamora –dijo, y tomó entre las suyas las manos de la niña, consciente de que
debía romper su inocente entusiasmo, aunque eso significara destruir también
su felicidad–. Gamora... ¿No os dais cuenta de dónde estáis? ¡Estos seres son
los enemigos de Haven!
El rostro de la niña se nubló, poco convencido.
–Es lo que siempre decía todo el mundo, sí, pero...
– ¡Y es verdad! Vuestros padres están medios locos de dolor, temerosos de que
os haya sucedido algo... ¿Cómo os imagináis que se sentirían, si supieran que
precisamente os halláis en la fortaleza de sus enemigos?
– ¡No lo entiendes, Kyre! –Protestó la niña, con súbita tristeza en los ojos–.
Calthar dice...
Él la interrumpió severamente.
– ¡Calthar dice! ¿Por qué habéis de hacer caso de Calthar?
– ¡Porque es muy simpática conmigo! Hizo unas promesas, y las cumplió todas.
Cuando la conozcas, Kyre, cambiarás de parecer.
Repentinamente, Kyre supo qué había cambiado en Gamora. Su voz, su acento y
sus gestos eran los de siempre. Pero detrás del brillo de sus ojos había un
vacío, una desorientación, como si todo lo que antes había sabido, creído o
experimentado hubiese sido borrado de su mente.
Gamora estaba embrujada.
–Le he hablado mucho de ti a Calthar –continuó la niña con afán–, y espera
conocerte –de pronto torció la cabeza de un modo casi imposible y exclamó
entusiasmada–: ¡Ahí la tienes!
Kyre alzó la vista y vio una figura muy alta que había entrado en el salón y
avanzaba hacia ellos. Valiéndose de algún medio que él ignoraba, Calthar había
acertado perfectamente el momento. La precisión de su llegada hizo que
sintiera un helado estremecimiento en su interior.
Gamora se volvió hacia él con cara resplandeciente de triunfo.
– ¡Ahora verás, Kyre, ahora verás... !
Kyre se levantó mientras Calthar se acercaba. Sus movimientos fueron
inconscientes: una involuntaria combinación de cortesía con un instinto de no
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querer estar en desventaja cuando se enfrentara a ella. Le impresionaba su
estatura, porque era como él; la débil fosforescencia de su piel, el nimbo de
relucientes cabellos plateados... Su gracia, casi propia de un reptil; el delgado
pero voluptuoso cuerpo que asomaba debajo de los jirones de su vieja túnica...
Y, sobre todo, le impresionaron sus ojos. Eran fuego derretido en un rostro
que –absurda paradoja– resultaba repulsivamente hermoso. Aquellos ojos
atraían a Kyre con tanta fuerza como si, con un chasquido de los dedos,
Calthar le hubiese apresado con un encantamiento.
El hipnótico momento se rompió cuando Calthar se detuvo a dos pasos de Kyre
y extendió una mano.
– ¡Bienvenido a nuestra ciudadela, Lobo del Sol! Su voz era gutural, de
contralto, e inesperadamente cálida. Kyre unió sus dedos a los de ella y, al
establecer ese contacto, sintió algo semejante a una fría cascada de afiladas
agujas que recorriera todos los nervios de su columna vertebral. No cabía duda
de que aquella mujer tenía poder. El modo en que le miró le hizo comprender
que sus ojos penetraban mucho más que la simple superficie de su rostro.
Gamora había bajado de la silla, y dando saltitos se colocó junto a la bruja.
– ¿Verdad que es muy guapo, Calthar? ¿No es como yo te decía?
La niña miraba rápidamente de uno a otro, y al fin añadió orgullosa:
–Cuando sea mayor, me casaré con él.
Calthar miró a Kyre por encima de la cabeza de la pequeña, y en su seca
sonrisa hubo cierta diversión.
–Estoy segura de que será un digno consorte, cariño –dijo, y su empleo de tan
afectuosa expresión heló la sangre a Kyre.
Calthar retiró una silla y tomó asiento con sinuosa gracia. Sometió a estudio al
joven durante unos instantes más, y después habló así:
–Gamora me ha hablado mucho de ti, Lobo del Sol. Por lo visto, en Haven tienes
al menos una amiga fiel y verdadera...
Kyre miró de soslayo a la niña, preguntándose qué le habría contado a aquella
mujer.
–Lo sé –dijo.
–Y, de hecho –prosiguió Calthar–, sólo por ella estuviste dispuesto a venir a
nuestra ciudadela. ¿No es así?
–En efecto, sí.
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No ganaría nada escondiendo la verdad. Calthar sonrió.
–Y al demostrar tu gran lealtad a la pequeña princesa, inconscientemente me
has prestado un gran servicio a mí. Cariño –repitió, a la vez que acariciaba los
cabellos de Gamora–, necesito hablar con tu Lobo del Sol, y nuestra
conversación te aburriría. En tu habitación te espera un regalo. Un nuevo
juguete. ¿Por qué no vas a ver qué es? Luego te llevaré a Kyre.
Gamora vaciló. No sabía qué prefería. Deseaba permanecer al lado de su amigo,
pero...
– ¿Un regalo? –preguntó, dudosa–. ¿Para mí?
–Te aguarda en tu cuarto. Vea verlo.
La curiosidad pudo más que cualquier otra consideración.
–Voy, sí –dijo.
Gamora dirigió una tímida sonrisa a Kyre y corrió en dirección a la puerta. A
medio camino recordó su categoría y adoptó un paso más moderado, parándose
un instante para observarles por encima del hombro y saludar. Bastó ese abrir
y cerrar de ojos para que Kyre viera de nuevo aquel vacío en su mirada. Luego,
la puerta se cerró detrás de ella y Kyre quedó a solas con Calthar.
Y muy lejos de allí, en Haven, un sexto sentido trajo a su mente el sonido de los gritos de Simorh...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Capítulo 13
Calthar sonrió a la vez que estiraba sus largas piernas, al apoyarse en la silla
situada junto a Kyre.
–Como he dicho hace unos momentos, me has prestado un gran servicio, Lobo
del Sol.
Kyre la observaba, fascinado por su especial gracia pero demasiado cauteloso
para demostrarlo.
–Lo he hecho por Gamora –replicó brevemente.
Calthar se avino a hacer una concesión.
–Desde tu punto de vista, sí. No voy a discutirlo. Pero hay otra persona por la
que tu presencia aquí es igualmente importante. Y lo que tiene un valor para
ella, también lo tiene para mí. Has de saber, Kyre –continuó, empezando a
caminar por el salón–, que, a todos los fines y efectos, soy sólo yo quien
gobierna esta ciudadela. Pero todo cuanto hago, todo cuanto decreto y
dispongo, lo hago únicamente por Talliann.
Cabellos negros y un rostro mortalmente blanco... La .franja de guijarros y la gélida mirada de la Hechicera... Una muchacha que le resultaba familiar y a la que, sin embargo, no reconocía...
La imagen pasó fugaz por la mente de Kyre, y la impresión tuvo que asomar a su
cara, porque Calthar rió quedamente.
–Sí. Era Talliann, la que viste cerca de las ruinas del templo.
Calthar comprendió enseguida que el juego iniciado valía la pena. Le constaban
los poderes que Talliann poseía, por mucha que fuera la inocencia o la
desorientación con que los manejara. Una duda había sido la de si la influencia
de la joven sería suficiente para atrapar al paladín de Haven con tanta
facilidad como había atrapado ella a su propio pueblo. Ahora, esa duda quedaba
mitigada.
La sacerdotisa buscó, ondulante, una nueva postura en su asiento. Era evidente
que saboreaba la incapacidad de Kyre para dejar de mirarla.
–Talliann quiere volver a verte –dijo–, y mi máximo deseo es el de satisfacerla.
Por eso eres tratado como un invitado...
– ¿Un invitado? –Exclamó Kyre, arrancado de su embeleso por la evidente
contradicción, y el encanto que pudiera haber en Calthar se desvaneció al
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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interrumpirla él con enojo–. ¿Un invitado? No opino lo mismo. Vuestro emisario
dejó bien claro que la seguridad de Gamora dependía de mi sumisión... y ese
mensaje fue subrayado de manera bien grosera por otro de vuestros esbirros
cuando me sacaron del mar. ¿Es esa vuestra idea de cómo un anfitrión
complaciente debe comportarse?
– ¿Qué otro ardid podría haberte persuadido de la conveniencia de venir? La
pequeña princesa no corre peligro, Kyre. Nunca lo ha corrido. Me serví de ella
para atraerte hacia aquí, pero puedes creer que éste ha sido mi único delito.
Calthar mentía. El vacío que se abría detrás de la brillante mirada de Gamora
le revelaba la verdad. Aun así, y a pesar de lo que sabía, el interés de Kyre
aumentó de manera incontenible. El joven preguntó, sin delatar la inquietud que
le devoraba:
– ¿Por qué había de ser yo importante para Talliann?
Calthar hizo un gesto de vacilación antes de replicar:
–Porque creo que puedes ayudarla.
– ¿Ayudarla, yo? Señora –objetó con cautela–, vengo de Haven, la ciudad de
vuestros enemigos. No soy amigo vuestro, ni de Talliann. No os debo nada, ni
poseo absolutamente nada que pueda ser de interés para vos. ¿Por qué, pues,
habría de poder ayudaros en algo, aunque estuviera dispuesto a ello?
Era la reacción que esperaba Calthar, que disimuló su gozo y se inclinó hacia él.
Kyre no retrocedió, cosa que satisfizo a la sacerdotisa, pero al sentir en su
brazo la mano de largas uñas de la extraña mujer, sus músculos se encogieron.
– ¿De veras somos tus enemigos? –Preguntó con suavidad–. Desde que estás
aquí, no has sido tratado con violencia, ni con poca amabilidad. Nadie te ha
amenazado... Nada habrás podido ver que sugiera odio... –y continuó al ver una
reluctante confirmación en el rostro del hombre–. Tú puedes venir de Haven,
Kyre, pero no eres de Haven. Eso sé a través de Gamora. En consecuencia, sólo
debes lealtad a quienes han demostrado ser tus amigos, y creo que
reconocerás cómo te hemos ayudado al traerte a nuestra ciudadela.
Kyre no pudo negar que su argumento era válido. Hasta el momento sólo
conocía el punto de vista de Haven respecto del conflicto entre las dos
ciudades. Ignoraba por completo las razones o las injusticias que habían dado
pie a tan interminable guerra. Haven no le había tratado demasiado bien, hasta
entonces, y además estaba Talliann. Saboreó el nombre, que le resultaba
familiar, extrañamente familiar. Talliann...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Calthar adivinó la semilla de incertidumbre que había en su mente, y
experimentó el placer interior de la venganza. Por eso dijo, con cierta dulzura
y no sin una insinuación de aparente disgusto:
–Me aventuro a confiar en el instinto que me indica que... el primer encuentro
que tuviste con Talliann no te dejó del todo indiferente, y que su bienestar
tiene alguna importancia para ti...
A la extraña luz de la estancia, sus ojos parecían haberse encendido, y Kyre
sintió que algo se encogía y contraía en su interior. Calthar había dado de lleno
en su punto más débil. Aquel primer encuentro junto al templo, por fugaz que
fuera, le tenía embrujado. Aún recordaba todos los detalles de la impresión
sufrida al darse cuenta de que conocía a la muchacha. De algún modo, Talliann
poseía la clave de su perdida identidad, y ahora, ahora tendría ocasión de verla
de nuevo. Pese al temor de lo que pudiese ocurrirle a Gamora y el peligro que
ambos corrían, no quería dejar escapar aquella oportunidad.
Su pulso se había acelerado, y en la garganta tenía una rara sensación de ahogo
cuando dijo:
–Decís que yo puedo ayudar a Talliann. ¿Por qué habría de necesitar ella mi
ayuda?
Calthar suspiró y se contempló los desnudos pies.
–Porque, Kyre, Talliann está angustiada.
– ¿Angustiada?
–No es una palabra que me guste emplear, pero no se me ocurre ninguna mejor
–prosiguió Calthar–. Es muy... infantil. Se ve sujeta a cambios de humor y
caprichos que nadie puede comprender. Tan pronto se apodera de ella la
alegría, como la pena o la furia, llevada por unas emociones que ni yo misma
acierto a adivinar. Hay momentos en que está perfectamente lúcida, pero es
más frecuente que su cabeza sea una vorágine incontrolable para ella. Por su
propio bien, ha de ser atendida y vigilada constantemente, para que no se haga
daño de manera inconsciente. Talliann no tiene mundo, ni el menor sentido del
riesgo personal.
– ¿Intentáis decirme que ha enloquecido?
La bruja meneó la cabeza con energía.
–No. Quizás esté algo descentrada, pero no loca. Talliann es como una hija para
mí –agregó, mirando ahora a Kyre con aparente candor–. Para todos nosotros,
su bienestar y su felicidad están por encima de cualquier otra cosa. («Y eso –
ESPEJISMO LOUISE COOPER
171
pensó con interna satisfacción es la pura verdad.») Confieso, Kyre, que no
entiendo sus motivos para querer tenerte aquí. Pero le produjiste una gran
impresión y, cuando habla de ti, lo hace con más coherencia que en otros
momentos. Eso me da esperanzas. ¿Supones, acaso –dijo con una mayor acritud
en la voz– que, de no tener una poderosa razón, dejaría correr libremente por
mi ciudadela a un estimado paladín de Haven?
Ese desafío constituyó una nueva sacudida para Kyre. No podía fiarse de
Calthar; no se atrevía a fiarse de ella. Sin embargo, sus palabras tenían una
persuasiva lógica. y la fascinación, el estremecedor atractivo que Talliann
ejercía sobre él, debilitaba aún mucho más su capacidad de resolución.
Su rostro fue un libro abierto para Calthar, mientras él luchaba por reconciliar
sus pensamientos en conflicto. La sacerdotisa se acercó más a él, hasta que
sólo les separaron escasos centímetros.
–No quiero influir en ti, Kyre –dijo con dulzura–. Puedes abandonar la ciudadela
ahora mismo y regresar a Haven, si así lo deseas. Nadie te lo impedirá. Sin
embargo, ¿qué puedes perder por tener un encuentro con Talliann?
Calthar sabía que corría un riesgo, pero si él discrepaba lo suficiente para
echar por tierra su baladronada, tendría que cambiar sus planes de inmediato.
Pero casi siempre acertaba en sus juicios, y también esta vez fue así. Kyre no
halló motivos para discutir con ella. Y ansiaba ver a la muchacha.
–De acuerdo. Si eso ha de satisfacer a Talliann, la veré con gusto. y como vos
decís –añadió con una débil y torcida sonrisa–, ¿qué puedo perder?
Para indecible alivio de Kyre, el camino del sanctasanctórum de Talliann no
obligaba a pasar de nuevo el escalofriante puente sobre el abismo. Era un
recorrido corto y sencillo, cuya única anomalía consistía en la completa
ausencia de otras personas que les viesen pasar. No había curiosos rostros
asomados a las puertas, ni transeúntes que se detuviesen a cuchichear entre
sí, ni boquiabiertos niños que fueran retirados a toda prisa por sus ansiosos
padres. La noticia de la presencia del extranjero en la ciudadela tenía que
haberse esparcido ya de sobras, pero nadie se les aproximó.
Subieron escaleras, y Calthar avanzaba con tal agilidad que Kyre tenía que
esforzarse para mantener su paso. Finalmente, los peldaños terminaron ante
otra puerta en forma de concha. Cuando se abrió, Kyre tuvo la sensación de
que el estómago se le había vuelto del revés. Era la angustia de la duda y del
miedo, pero, sobre todo, de una ávida expectación. Una luz azul y fría les
recibió al otro lado de la puerta, donde unas formas se movían cual fantasmas,
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saliéndoles al encuentro. Kyre vio el resplandor de grandes ojos verdes, las
siluetas de unos cuerpos jóvenes, túnicas membranosas, pálidos y flotantes
cabellos... Luego, las cuatro muchachas que custodiaban los aposentos de
Talliann se apartaron como la marea que se retira, a la vez que se inclinaban
ante Calthar. Kyre no supo con certeza si sólo había imaginado, o era
verdadero, el flamear de un intenso terror en sus ojos, antes de que las
doncellas bajaran la mirada y desaparecieran.
La cueva que había detrás de la puerta parecía pertenecer a un raro sueño. En
las curvas paredes, las conchas reflejaban increíbles combinaciones de
imágenes, de misteriosos colores y retorcidas perspectivas. Del techo pendían
estalactitas, multiplicadas cien veces por las espejeantes superficies.
Totalmente desconcertado, Kyre permitió que Calthar le tomara de la mano
para internarle aún más en el increíble laberinto. Cuando por fin llegaron al
fondo de la cueva, algo se movió independientemente de todos los reflejos.
Se hallaba a medio camino de unos peldaños muy desiguales, allí donde el suelo
se levantaba escarpado... Cabellos negros, ojos al parecer vacíos, y un tenue
sonido semejante al tembloroso primer gemido de un niño recién nacido...
Ella les vio y bajó los peldaños tan aprisa, que poco faltó para que perdiera pie
y cayera. Su cuerpo era joven y flexible, y lo cubría una recatada prenda que le
llegaba hasta los tobillos. Por primera vez, Kyre pudo mirar largamente a la
muchacha, y de nuevo sintió que algo se encogía dentro de él, al presentir que
la conocía de antes... El pequeño y delicado rostro; los largos cabellos negros,
que caían en sedosos mechones sobre los hombros...; los enormes y profundos
ojos, tan obscuros como el pelo... No era exactamente hermosa (una Simorh
libre de amargura y enfermedad habría resultado bastante más bella), pero
Kyre la encontraba mucho más familiar que cualquiera de las demás personas o
cosas que conociera desde que fue arrancado de la nada.
Pero Talliann le ignoró. En cambio, se detuvo a cinco pasos de Calthar, toda su
frágil persona temblorosa de enojo.
– ¿Dónde habéis estado? –sonó estridente la voz de Talliann, y se retorció las
manos como si estuviera lavándoselas–. Dijisteis, prometisteis que...
Pero calló cuando Calthar señaló con silencioso gesto al hombre que tenía a su
lado.
Talliann se volvió y miró abiertamente por vez primera a Kyre. Sus ojos eran
como eclipses lunares gemelos: enormes pupilas negras, rodeadas de
relucientes coronas de plata. Durante un terrible momento, Kyre tuvo la
sensación de que esos ojos le sorbían el alma. Luego, la muchacha entreabrió
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los labios para mostrar unos dientes afilados e iguales, cuando el aliento quedó
atrapado en su garganta.
–Has vuelto...
Murmuró estas palabras como si fuesen un temible y secreto talismán y sin
dejar de mirar fijamente a Kyre, empezó a temblar de manera febril. Se llevó
luego una mano a la boca, para morderse los nudillos, y Kyre quedó aterrado al
ver la que sangre resbalaba por su muñeca...
– ¡Talliann!
Calthar habló con dureza, como si riñera a una chiquilla desobediente, pero
ante el poco caso que le hacía la muchacha lanzó una maldición y una de sus
manos de larguísimas uñas salió disparada como una serpiente y apartó
bruscamente el brazo de la boca de Talliann.
– ¡Basta! –Jadeó, pero al mirar rápidamente a Kyre, su voz cambió de tono–.
Aquí tienes a tu invitado, querida. Deseabas verle, ¿no?
Talliann frunció los labios, y sus inquietos ojos fueron de Calthar a Kyre, de
Kyre a Calthar, antes de murmurar:
–Gracias...
Hubo un incómodo silencio hasta que, al cabo de unos momentos, Calthar dijo:
– ¿No estás contenta?
Talliann la miró con expresión ausente.
–Tú deseabas ver a Kyre, hija... ¡Pues aquí está! ¿No tienes nada que decirle?
Los ojos de Talliann se posaron de lleno en Kyre, pero éste tuvo que apartar la
vista de ellos, sobrecogido, mientras la muchacha se secaba tranquilamente la
ensangrentada mano con el vestido.
–No –musitó por último.
Calthar emitió un profundo suspiro cuando la joven volvió la cabeza.
–Temía que sucediera algo así –comentó luego en voz baja–. Será mejor que nos
vayamos.
– ¡No!
La protesta fue involuntaria y no tenía nada que ver con la advertencia de la
sacerdotisa. En un solo instante, Talliann se había apoderado del alma de Kyre
para luego rechazarle, y aquella sensación de pérdida era insoportable para él.
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174
–Sí, Kyre –insistió Calthar, tirando del hombre hacia la puerta–. No puedes
hacer nada por ella, ahora. Déjala, y dentro de un rato se habrá repuesto –le
aconsejó con una mirada a la muchacha, que permanecía rígida, sin mover ni un
solo músculo, toda ella la personificación de la terquedad–. Estaba enterada de
tu llegada, pero la impresión de verte...
Calthar se encogió de hombros y dejó la frase sin terminar. Kyre no tuvo más
remedio que hacerle caso. La mujer le condujo a la puerta y, una vez allí, Kyre
vaciló y miró atrás. Talliann se había vuelto de espaldas y le observaba por
encima del hombro. Ya no había en su rostro aquella expresión vaga, sino que
ahora había sido reemplazada por una angustiosa e inteligente premura, y sus
labios pronunciaron algo que Calthar no pudo ver. Kyre frunció el entrecejo,
porque no la comprendía, y estuvo a punto de hablar. Pero ella movió la cabeza
con violencia, en una muda súplica de secreto silencio, y enseguida adoptó de
nuevo la postura anterior.
Calthar no se había percatado del súbito cambio. Cuando dio un paso atrás para
empujar a Kyre a través de la puerta, miró brevemente hacia atrás. Talliann
continuaba de espaldas con la cabeza baja, inmóvil. La bruja esbozó una sonrisa
y dejó la estancia.
Como siempre que Calthar pasaba por los corredores de la ciudadela, nadie le
salía al encuentro. Viejos y jóvenes procuraban rehuirla y se escondían en
entradas o calles laterales, y no volvían a las zonas públicas hasta que ella se
había alejado. Las voces se reducían a murmullos cuando Calthar estaba cerca,
y la gente volvía la cara... Nadie quería exponerse a ser visto, por temor a
despertar su genio voluble y brusco.
Por una vez, sin embargo, no tendrían por qué haberse preocupado, ya que
Calthar iba sumida en sus pensamientos. Había dispuesto que Kyre fuese
acompañado desde los aposentos de Talliann hasta una habitación que había
ordenado acondicionar para él. Era el antiguo alojamiento de un asesor militar
ya retirado, pero que gozaba de gran consideración, y que había muerto de
viejo poco tiempo antes. Esa pieza constituía un alojamiento ideal para un
huésped de aparente categoría.
Calthar intentaba mantener de momento su comedia, pese a las protestas de
Hodek y de algunos otros consejeros ya entrados en años. El nuevo favorito de
Haven había despertado su curiosidad, ya que el retrato que de él hiciera
Gamora no se ajustaba en nada a la realidad. Fuera lo que fuese, no era sólo un
ser creado mediante artes de brujería. De haberlo sido, Calthar se hubiese
dado cuenta enseguida. Aquel hombre poseía una voluntad y una personalidad
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que un simple cero nunca podría tener. Eso la llevaba a extraer dos posibles
conclusiones: o bien la información facilitada por Gamora era falsa, cosa que
ella no creía probable, o Kyre no se parecía en absoluto a lo que sus expertos
creadores habían esperado.
Entonces, si ese nuevo Lobo del Sol no era una copia del original, ¿qué era?
Varias posibilidades se le ocurrieron a Calthar, pero ninguna la satisfizo.
Deseaba, necesitaba, saber más. Y sospechaba que la clave estaba en Talliann.
A Calthar no la había decepcionado la actitud de la muchacha en el momento
del encuentro, pero sí, en cambio, la preocupaba el motivo que pudiera haber
tenido para portarse de aquel modo. La fascinación que sobre ella ejercía el
favorito de Haven rayaba en la obsesión. Calthar nunca la había visto
reaccionar de tal manera ante nada, y las posibles implicaciones la intrigaban.
Desde el momento de su llegada a la ciudadela, Talliann se había mostrado
rara, y ni los poderes de las Madres habían logrado aclarar el misterio de su
actitud. El alma de Talliann era la única de la ciudadela en la que Calthar no
podía leer con facilidad. Con todo, en Talliann había una fuerza de la que la
bruja había llegado a depender. Como médium, la muchacha resultaba
insuperable, y aunque Calthar pudiera influir en ella –mediante el terror, ya
que no de otra forma– y canalizar el poder a través de su persona para sus
propios fines, necesitaba la cooperación de Talliann si quería que sus artes de
magia alcanzaran todas sus dimensiones. En general, su cooperación era
bastante sencilla de conseguir, pero a veces se producía en Talliann una
rebeldía, y exigía entonces algo irracional, incomprensible, que debía ser
cumplido sin demora, si querían que volviera a mostrarse dócil. Era ese
particular rasgo lo que alimentaba los contradictorios sentimientos de Calthar
hacia la muchacha: por un lado, Talliann era un tesoro, una joya que había que
proteger y cuidar; por otro, la sacerdotisa estaba muy resentida con ella,
porque envidiaba la fundamental influencia que ejercía de forma inconsciente
sobre todos los que la rodeaban. Sin el estorbo de Talliann, Calthar podría ver
realizada su ambición de gobernar sin que nadie le disputara sus derechos.
Pero esa misma ambición se apoyaba en los poderes innatos de la joven.
Existían otros medios y otros métodos, pero eran más peligrosos, y destruir a
Talliann, cosa que en ciertos momentos anhelaba Calthar, hubiese equivalido a
destruir una de las raíces de su propia energía.
Y ahora, el nuevo paladín de Haven había aparecido en escena y hecho vibrar
una cuerda muy profunda en Talliann: tanto, que la salud y la cordura de la
muchacha parecían depender de su presencia en la ciudadela. Eso era lo que
más intrigaba a Calthar. Ni siquiera teniendo en cuenta la extraña personalidad
de Talliann era lógica su preocupación, y lo único que pudo imaginar la
hechicera, fue que en Kyre hubiese descubierto algo que hasta ahora había
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176
escapado a su propia observación. Sería inútil tratar de extraer tal
información de Talliann, ya que difícilmente podría explicar lo que ni ella misma
sabía... Calthar pensó que era preferible dejar que Kyre fuera su blanco. La
mente del hombre tampoco sería fácil de manejar, pero en Talliann y Gamora
tenía dos armas valiosísimas. Con mucho cuidado, y con la medida justa de
manipulación en el momento justo, podría obtener una ventaja que le asegurara
la caída final de sus enemigos. Y era mucho el tiempo que había esperado para
conseguirlo.
Talliann llevaba un buen rato aguardando, impaciente y nerviosa, cuando
Akrivir abrió cautelosamente la puerta de su estancia. El joven apenas había
sido capaz de creer la índole del mensaje que le había llegado a través de una
de sus siervas, y sospechaba que Calthar o Hodek, su padre, le gastaban alguna
broma. Sin embargo, a Calthar no le hacían gracia esos estúpidos juegos, y
tampoco Hodek solía perder el tiempo en pequeñas malevolencias. No; Akrivir
se dijo que la llamada tenía que ser real, y una sola mirada a la pálida cara de
Talliann se lo confirmó cuando entró en la cueva.
Pero cuando supo lo que quería de él, Akrivir sintió que se diluían las débiles
esperanzas que había abrigado. El ruego de Talliann era muy simple, pero el
hombre no deseaba acceder a ello.
Tenía a la muchacha delante mismo, tan cerca, que sólo con alargar las manos
hubiese podido tomar las suyas, pero no lo hizo. Akrivir miraba al suelo, porque
no quería que Talliann viera lo que había en sus ojos, y tuvo la sensación de que
unos dedos invisibles le agarraban los músculos del pecho y se los comprimían.
Hacer lo que le pedía Talliann significaba admitir definitivamente lo que
siempre había sabido en el fondo: que ella nunca sería, ni podía ser, para él.
Talliann esperaba una respuesta, y Akrivir comprendió, por mucho que ello le
doliera, que no debía desoír su súplica. Fuera cual fuese la consecuencia, y por
muy duro que resultara el golpe para sus sueños, Talliann le importaba
demasiado para no ayudarla en todo lo necesario.
– ¡Tengo que verle! –Dijo ella en tono desesperado–. ¡Es urgente que hable a
solas con él, sin que Calthar se entere! Y tú eres el único en quien puedo
confiar... Lo siento –agregó, dando media vuelta después de una pausa.
De modo que ella conocía sus sentimientos. Akrivir no se había dado cuenta, y
la comprobación fue un consuelo a la vez que una amarga ironía. No podía
abandonarla. Talliann estaba dispuesta a depositar en él su confianza,
sabedora del riesgo que corría, y si él no podía hacer nada más, al menos quería
que esa confianza que ella le demostraba quedara justificada.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Dio un paso adelante y, convencido de que Talliann perdonaría su atrevimiento,
apoyó ligeramente las manos en sus hombros.
–Os lo traeré, Talliann –dijo con delicadeza–. Y me encargaré de que nadie se
entere.
Ella se volvió de repente para mirarle nuevamente, y en sus obscuros ojos
había gratitud y, según Akrivir creyó ver, simpatía.
–No sé qué decir... ¡Muchas, muchas gracias! Eres un verdadero amigo –agregó,
al mismo tiempo que posaba las manos en sus brazos.
–Espero serlo siempre –contestó él con una pequeña sonrisa.
Kyre tuvo que admitir que el aposento que le había sido asignado era digno de
un huésped de categoría. No faltaba allí ninguna comodidad. El lecho estaba
generosamente cubierto de colchas tejidas a mano; la mesa y la silla parecían
ser de coral, con incrustaciones de nácar; gruesas alfombras calentaban sus
desnudos pies; las paredes aparecían revestidas de tapices; e incluso disponía
la estancia de una pequeña fuente de agua dulce que caía juguetona a una
irisada pila, aunque Kyre no se explicaba cómo obtenían agua potable en la
fortaleza submarina. Sin embargo, lo único que él deseaba era la respuesta a
varias preguntas muy preocupantes.
La última mirada que le dirigiera Talliann, así como el fallido intento de
transmitirle un mensaje, le herían la mente. Al verla por primera vez en la
playa, un hilo de su memoria en blanco había emergido de pronto a la
superficie, y la segunda confrontación confirmaba esa impresión de manera
dolorosa y enervante. Kyre sabía que Talliann también le había reconocido, y se
daba perfecta cuenta de que la muchacha no quería que Calthar se enterara.
Eso no encajaba con la imagen de protectora, amiga y mentora que la
sacerdotisa bruja reclamaba, pero sí encajaba del todo con la instintiva
desconfianza de Kyre hacia Calthar y sus obscuros motivos.
Ansiaba ver de nuevo a Talliann. Era ya más que un deseo; era una punzante
necesidad. Pero asimismo comprendía la importancia de la cautela, y una de las
barreras era, precisamente, la presencia de Gamora.
Kyre miró de soslayo a la niña, sentada a su lado mientras devoraba con
entusiasmo los restos de una bandeja de comida. Parecía que, en efecto, la
chiquilla sólo necesitaba pedir algo para que se lo concedieran. Por ejemplo,
había visto cumplido de inmediato su deseo de ver el alojamiento de Kyre y
compartir con él la cena. Y al expresar ella su disconformidad con las ropas del
amigo, que, si bien secas, estaban sucias y tiesas a causa del agua de mar,
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enseguida le habían traído prendas nuevas, confeccionadas con una fresca y
delgada tela de color azul plateado, y Gamora le había colocado en la cabeza,
con gesto triunfante, una de las delgadas coronas de retorcidos caracoles de
mar lucidas por numerosos habitantes masculinos de la ciudadela, declarando
que por fin estaba tan elegante como ella misma. Eso era una exageración, ya
que Calthar había cumplido en todos los detalles su promesa de tratarla como a
una princesa correspondía. Llevaba Gamora un vestido de color verdemar y
plata, al estilo de las damas nobles de aquel lugar, y una filigrana de hilos de
plata le había sido aplicada artísticamente entre los cabellos, de forma que los
bucles centelleaban cuando se movía. Ni siquiera sus padres, los señores de
Haven, hubiesen podido permitirle semejantes lujos, que no habrían pasado de
ser bonitos sueños infantiles.
No obstante, Kyre conocía lo suficiente a Gamora para saber que la tentación
de tales aderezos, por muy atractivos que fueran, nunca podría anular los
principios que la habían inducido a odiar a los habitantes del mar con tanta
violencia como cualquier otra persona de Haven. Su propio padre, al que
adoraba, había sido lisiado por ellos, y aunque entonces era un bebé que estaba
en la cuna, desde la más tierna infancia había oído contar la historia de la
Noche de Muerte, en la que media ciudad resultó enterrada bajo la arena de la
bahía, con todos sus habitantes. El propio Kyre había quedado horrorizado
ante el brillo de los ojos de la chiquilla cuando se enteró de la muerte del
prisionero marino a manos de DiMag... No; haría falta mucho más que un
vestido verde y plateado y que los centelleos del nácar para que Gamora
olvidase su origen.
Ahora, sin embargo, Gamora estaba convencida de que Calthar no podía hacer
nada malo, y eso hizo comprender a Kyre, con un escalofrío, la fuerza del
encantamiento que la bruja había arrojado sobre la niña.
Se imaginaba el blanco tan fácil que una criatura como Gamora representaba
para las artes hechiceras de Calthar. Él mismo había estado a punto de
sucumbir al singular encanto del lugar y de sus extraños habitantes, mientras
conversaba con la sacerdotisa en el hermoso salón, y se hacía cargo del efecto
que le habría producido a una niña tan imaginativa y que, además, se sentía
sola. Haven era, en comparación, una triste e irónica parodia; al menos, en
apariencia. El no había visto nada bello entre aquellas ruinosas paredes, ni
tampoco en la mente de sus gentes. Simorh, siempre rencorosa y amargada;
DiMag, complicado e imprevisible; Vaoran, ambicioso y poco digno de confianza;
y el viejo Brigrandon, que prefería el alivio del estupor alcohólico a la dura
realidad... El contraste con lo que veía en la ciudadela marina era enorme.
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179
Y engañoso. Un hombre en peligro de morir de sed en un desierto podía vender
el alma a cambio de la posibilidad de encontrar un oasis. Pero, con harta
frecuencia, el oasis resultaba no ser más que un espejismo.
– ¿No te parece, Kyre?
La voz de Gamora rompió la telaraña de sus pensamientos. Kyre bajó la vista y
comprobó que la niña había terminado la comida y le miraba muy interesada.
–Lo siento, princesa. ¿Qué decíais?
Gamora hizo un mohín de disgusto.
– ¿Lo ves? ¡Nadie me escucha! Calthar, en cambio, sí... Decía que el salón de
aquí es mucho más bonito que el de casa, ¿no lo crees así?
–Es muy hermoso, desde luego –asintió, esforzándose por sonreír.
– ¡Tantas fuentes, y esos ventanales que no lo son de verdad, sino de cuarzo! y
los tapices no están tan gastados como los nuestros. Cuando sea mayor, quiero
tener unos juegos de agua parecidos –dijo, a la vez que tragaba el último
bocado que había estado masticando, e hizo girar las pupilas para demostrar lo
sabroso que le parecía el manjar.
Kyre no tuvo valor para mirarla otra vez a los ojos y comprobar el vacío que
había detrás de ellos. Era preciso remediar esa ausencia, pero él no era brujo,
y nada podía hacer contra los poderes de Calthar. Tenía que haber otro
camino...
Iba a contestar a las palabras de Gamora con algún comentario banal cuando
oyó un ruido y se volvió en el acto para ver que la puerta se abría. Había
esperado que se tratara de un sirviente y se estremeció al comprobar que era
Akrivir quien aparecía en el umbral.
–Lobo del Sol –dijo éste, y dedicó una rápida sonrisa a Gamora, que le
observaba con curiosidad.
Kyre descubrió que en sus ojos había cierta cautela.
–Entrad –le saludó, preguntándose qué traería a su aposento al joven guerrero–
. Acomodaos.
–Gracias, pero no tengo tiempo –repuso Akrivir con una nueva mirada a Gamora,
y Kyre cayó entonces en la cuenta de que intentaba darle un mensaje.
Dio un paso adelante y preguntó:
– ¿Deseabais hablar conmigo?
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–Sí. No os entretendré más de unos momentos.
Gamora había empezado a perder interés en aquella conversación, y Kyre se
encaminó a la puerta. Akrivir le tomó del brazo, conduciéndole fuera, y volvió a
cerrar la puerta para que la niña no les viese. Lanzó una precavida mirada hacia
ambos lados y dijo sin más preámbulos:
–Traigo un mensaje de Talliann. Desea veros, y es vital que Calthar no lo sepa.
A Kyre se le aceleró el pulso.
– ¿Cuándo?
–Lo antes posible.
Akrivir vacilaba, y Kyre vio una extraña mezcla de resentimiento y
compañerismo en sus azules ojos.
–Yo mismo os acompañaré, pero hay un problema –añadió, señalando la
habitación con un gesto–. ¡La niña!
–Ella no... –comenzó Kyre, pero Akrivir le interrumpió, al tiempo que le
agarraba con fuerza por una manga.
–Sabéis tan bien como yo lo que Calthar ha hecho con ella –susurró, y en su voz
hubo un destello de odio, antes de que el hombre lograra controlarse de nuevo–
. No podemos fiarnos de Gamora. Sólo la Hechicera sabe que ella no tiene la
culpa, pero, si se entera de algo, podría traicionaros. Yo haría cualquier cosa
por Talliann –continuó–, pero no tengo ningún deseo de que me cueste la vida.
Kyre comprendió de pronto lo que había detrás de la mezcla de amistad y
hostilidad que veía en Akrivir, y sintió una súbita vergüenza. Akrivir
demostraba ser un fiel amigo, si estaba dispuesto a sacrificar sus propias
ilusiones en bien de Talliann, y eso significaba que era el único habitante de la
ciudadela en quien podía confiar sin reservas.
Entreabrió la puerta y atisbó hacia el interior. Gamora tenía la cabeza
inclinada sobre la mesa y bostezaba tan tranquila, al parecer sin darse cuenta
de nada. La vencía el sueño.
–Se duerme –dijo en voz baja–. Si la acuesto, no despertará en varias horas, y
yo podré ir con vos.
Akrivir no le miró durante unos segundos, pero cuando lo hizo, su mirada fue
intensa.
–Bien. Pero con una condición.
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–Decidla.
–Quiero vuestra promesa de que no haréis nada que pueda dañar o poner en
peligro a Talliann... Porque tened muy presente, Lobo del Sol, que si le causáis
algún daño, os mataré. Ésta es mi promesa –agregó con una sonrisa sin humor.
–Yo nunca le haría daño a Talliann, Akrivir. Y creo que lo sabéis, porque de otro
modo no estaríais aquí.
Akrivir continuó observándole durante unos segundos. Por fin hizo un
movimiento afirmativo, reconociendo el tácito entendimiento entre ellos.
–Debería odiaros, Kyre –dijo–. Pero si vos podéis ayudar a Talliann, no habrá
enemistad entre nosotros. Os aguardaré en el extremo del pasillo –murmuró
antes de alejarse.
Kyre regresó a su habitación tremendamente excitado. Gamora se había
dormido, en efecto. Su sueño era el de una niña felizmente exhausta, y ni
siquiera se movió cuando él la levantó de la silla para transportarla a su propia
cama. Una vez acostada, la cubrió con una manta y permaneció unos instantes
mirándola con triste afecto. De pronto, impulsado por una insospechada
emoción, no pudo contenerse y besó tiernamente a la pequeña en la frente.
–Dormid bien, princesita –murmuró–. Abriré vuestros ojos y os devolveré todo
lo que os han robado. ¡Lo juro!
Akrivir llevó a Kyre, por un complicado camino, evidentemente poco usado,
hacia el sanctasanctórum de Talliann, y a lo lejos creyó percibir el continuo
rumor de la gran conejera que era la ciudadela. Desde su llegada había perdido
todo sentido del tiempo. Sin el orden del día y la noche, le parecía que aquella
gente nunca descansaba. Todo transcurría sin detenerse, fuese mediodía o
profunda noche en el mundo exterior.
Al principio, avanzaron rápidamente y en silencio. Akrivir estaba siempre
atento a cualquier movimiento que se produjera delante o detrás de ellos, y
Kyre consideró más prudente no hablar. Sin embargo, había una cuestión que
no le dejaba tranquilo, y al fin tuvo que formularla.
–Akrivir... ¿Por qué hacéis esto?
El joven le miró por encima del hombro, sorprendido, y redujo el paso.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Lo hago por Talliann –contestó brevemente–. Porque es su deseo, y porque
tengo la esperanza de que vos podáis ayudarla donde yo he fallado.
Kyre se detuvo, con una súbita sospecha: ya había oído esas mismas palabras...
–Eso es lo que me dijo Calthar –susurró–, y ella...
Akrivir le interrumpió con una áspera risa, más bien un ladrido, que encerraba
una cínica repugnancia.
– ¡Oh, sí, claro! Estoy seguro de que lo dijo. Si vos tomáis en serio cualquier
cosa de las que Calthar diga –añadió, acercándose más a Kyre para agarrarle
por el brazo–, no tardaréis en meter la cabeza en un nudo corredizo.
Vibraba el aborrecimiento en sus ojos, y Kyre inquirió:
– ¿Tanto la odiáis?
– ¿Odiarla? –Repitió Akrivir y alzó los hombros mirando a Kyre, como si
sopesara el riesgo de revelar lo que quería decir–: ¡Si pudiese matarla, Kyre, si
pudiese erradicar su asquerosa corrupción de esta ciudadela, no dudaría ni un
instante! No es el único cáncer que yo quisiera eliminar de nuestra ciudad –
jadeó, echando a andar, pero más despacio que antes–, pero sí el más maligno
de todos. No me importa lo que me hizo a mí –añadió con furiosa emoción–.
Puedo vivir con ello, si no hay más remedio. Pero Talliann...
– ¿Qué sucede con Talliann?
– ¡No seáis tonto! –Exclamó Akrivir–. ¿Acaso no lo veis? Talliann está
prisionera. Calthar la mantiene a su lado porque le sirve para sus
maquinaciones, y miente de mala manera cuando simula que para ella Talliann es
como una hija. Calthar la utiliza, del mismo modo que utiliza a vuestra pequeña
princesa y busca utilizaros a vos. Es mucho más peligrosa de lo que podéis
imaginar, Lobo del Sol. Y en toda esta ciudadela no existe ni una sola alma que
se atreva a hablar mal de ella.
Poco a poco, las piezas del rompecabezas empezaban a encajar... Algo más
sereno, Kyre preguntó:
– ¿Y qué hay de vos, Akrivir? ¿Qué os hizo Calthar?
Éste hizo un gesto de rechazo.
–Es una historia ya vieja, que no vale la pena repetir. Además, ya no tiene
interés. Ahora sólo importa Talliann.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
183
Akrivir se detuvo de repente y miró nuevamente a Kyre. Sus azules ojos
despedían chispas, y Kyre vio temor, esperanza y una amarga e imponente
cólera en ellos.
–Sacadla de la ciudadela, Kyre –continuó en un murmullo–. Apartadla de la
influencia de Calthar antes de que la destruya. Es su única posibilidad. ¡Es la
única esperanza para todos nosotros!
Dicho esto, reemprendió el camino.
Kyre se dio prisa en seguirle, pero las palabras que tenía en la lengua quedaron
sin pronunciar. Se daba cuenta de lo que le había costado a Akrivir hacer
semejante súplica, pero el arranque de! joven guerrero confirmaba totalmente
sus sospechas. Talliann, Gamora, él mismo..., todos eran víctimas de los planes
de Calthar.
«Pero... ¿por qué? –se preguntó–. ¿Qué piensa obtener de nosotros esa bruja?»
Subieron un tramo de escaleras, y Kyre comprobó que la puerta de los
aposentos de Talliann se hallaba delante de ellos. Pero antes de llegar,
necesitaba saber más...
–Akrivir –dijo en un urgente susurro, a la vez que agarraba al compañero por el
brazo–. ¿Cuáles son los planes de Calthar?
Akrivir miró atrás.
–Preguntad a Talliann acerca de la Gran Conjunción. Y, si podéis, creedme
cuando os digo que si pudiera mataría a Calthar para impedir que lleve a cabo
sus proyectos.
Subió los últimos peldaños de dos en dos, y por fin apoyó una mano en la puerta
de concha.
–Entrad a verla, Kyre. Hablad con ella. ¡Ayudadla!
Sus ojos se encontraron brevemente. Luego, Akrivir apartó la vista.
–Os aguardo –agregó.
Una luz azul y fría bañó a Kyre cuando cruzó la puerta. Las paredes de la
caverna, semejantes a espejos, le engañaban... Al moverse él, extraños
reflejos saltaron entre las estalactitas, y Kyre se puso en tensión, esperando
un ataque. Pero nada ocurrió y, entonces, el joven se dio cuenta de que uno de
los reflejos no era lo que le había parecido.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
184
Avanzó Talliann rápidamente hacia él, muy abiertos los ojos y llenos de
agradecimiento. Pero de pronto se paró, como un asustado animalillo
sorprendido lejos de la seguridad del nido. y su voz sonó temerosa cuando dijo:
– ¿Te ha traído Akrivir?
–Sí.
Kyre la miró, presa de insólitas emociones. Ella hizo un gesto afirmativo.
– ¿Os ha visto alguien? ¿Estás seguro de que no os han seguido?
–Todo lo seguro que uno puede estar.
Cerró la puerta a sus espaldas y sintió que el pulso se le aceleraba de nuevo.
Por un momento, Talliann pareció luchar para encontrar palabras, y luego dijo
de repente:
–Es el único de quien puedo fiarme, pero temía que Calthar lo descubriera...
Necesito hablar contigo, Kyre...
Él tomó sus manos para tranquilizarla. Talliann se mostraba cauta y plenamente
consciente del riesgo que corría al fiarse de Kyre, quien no sabía cómo hacerle
comprender que compartía su angustia.
–Es posible que dispongamos de muy poco tiempo –musitó–. Calthar nunca
duerme. Puede aparecer en cualquier momento –explicó, echando una mirada a
la puerta–. A veces presiento que se acerca, pero no siempre...
–Es mucho lo que quiero preguntarte –dijo Kyre–. Desde que te vi junto a las
ruinas del templo, yo...
–Lo sé. Yo siento lo mismo –confesó, y su hambrienta mirada examinó el rostro
del hombre–. Te conozco, Kyre. Ignoro quién eres, pero te conozco... y mis
sueños...
– ¿Tus sueños?
Algo parecía sacudir sus terminaciones nerviosas.
Talliann asintió.
–Tengo los mismos sueños desde... donde alcanza mi memoria. Son como un... –
Talliann vaciló–... como un presagio... Es algo que debo explicarte, y algo que
debo hacer... Lo olvido todo enseguida, Kyre –dijo, con dolorosa candidez en los
ojos–, y tengo la mente muy confusa, pero siempre recuerdo esos sueños,
¡siempre!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
185
Los dedos de la muchacha apretaron los del hombre. Él no dijo nada, sintiendo
que Talliann ansiaba comunicarle más cosas, pero que necesitaba tiempo. Sin
embargo, ardía de excitación.
–En más de una ocasión me escapé de la ciudadela para acercarme a las ruinas
de la bahía... –susurró Talliann por fin, y las palabras parecían brotar de su
boca con más facilidad– .Vi brillar las luces de la ciudad a través de la niebla
y... ¡me hubiese gustado tanto poder llegar hasta allí! Pero nunca me atreví,
aunque sabía que era en Haven donde te encontraría, Kyre... ¡Y era tanto lo que
deseaba decirte!...
La muchacha meneó la cabeza, incapaz de continuar, y Kyre la ayudó.
– ¿Decirme qué?
–Lo que, según los sueños, debo advertirte. Es referente a Calthar. Referente
a lo que piensa hacer, a lo que hará, si no...
Talliann se interrumpió de nuevo, respiró como si sufriera y, después, pareció
calmarse, aunque no sin esfuerzo.
–Has de escapar de aquí, Kyre –dijo con un jadeo–. Has de regresar a Haven y
advertirles del peligro que corren, ayudarles... Dentro de cinco noches, a
partir de ahora –prosiguió, y se mordió el labio–, se producirá la Gran
Conjunción... ¿Sabes lo que eso significa?
Repitió lo que Akrivir había dicho; lo que éste recomendó a Kyre que le
preguntara, y Kyre recordó la Noche de Muerte de que DiMag hablara con
tanto horror.
–Es la noche en que la luna arroja un rayo de luz directamente contra las
puertas de Haven... Habrá una batalla...
– ¡No! –Replicó Talliann–. No una batalla, sino la batalla, la confrontación final.
Eso es lo que quiere Calthar. Dice que Haven es hoy tan débil, y que está tan
agobiada por los problemas internos, que nada podrá hacer contra el poder de
la Hechicera. Calthar... –continuó la muchacha, después de apretar los dientes
como si las siguientes palabras le produjesen dolor–. Calthar se propone lanzar
sus fuerzas contra Haven en la noche de la Gran Conjunción... Y yo tengo que
ser el medio del que se valdrá...
– ¿Tú? –exclamó Kyre.
–Sí –contestó ella con la mirada vacía–. ¿No lo entiendes? Calthar te dijo que
yo estoy... angustiada, ¿no? Es la expresión que suele emplear. Pero eso, esa
fuerza que de vez en cuando me domina, no es locura... Es la Hechicera, Kyre. Y
ESPEJISMO LOUISE COOPER
186
son los manejos de Calthar... Soy un títere para ella. Lo soy desde que llegué a
la ciudadela. Me mantiene prisionera mediante el poder de la Hechicera, y me
utiliza para manifestar esa fuerza. Soy la clave de su energía, Kyre...
Kyre la miró como si de pronto cobraran sentido las secretas palabras de
Akrivir. Una prisionera, una víctima involuntaria de las maquinaciones de
Calthar... Ahora comprendía la amargura de Akrivir y su insistencia en que
sacara a Talliann de la ciudadela. Rodeó a la muchacha con sus brazos,
deseando consolarla y mitigar la angustia que sus propias palabras le habían
producido. Ella se apretó contra él, rígido el cuerpo a causa de la tensión,
luchando contra las lágrimas.
– ¡No quiero que eso suceda! –sollozó desesperada, con voz entre cortada por
la emoción, y Kyre notó cómo apretaba los puños contra su pecho–. Quiero
detener esa catástrofe, pero no puedo... ¡Mi voluntad no es bastante fuerte!
Tú, en cambio... –murmuró, mirándole–, tú sí que puedes hacer frente a Calthar.
Es lo que me dicen mis sueños. ¡Tienes que regresar a Haven, Kyre, y ayudarles!
De nuevo recordó Kyre lo que Akrivir había dicho, y en aquel momento supo que
ninguna fuerza del mundo sería capaz de inducirle a abandonar la ciudadela sin
llevar consigo a Talliann. Quiso contestar, pero antes de que pudiera expresar
lo que tenía en la mente, Talliann dijo:
–Hay algo que debo hacer. Los sueños me la indicaban, y durante todo este
tiempo esperé tu llegada...
Se desasió de él, dio un paso atrás y manoseó algo que llevaba colgado del
cuello. Kyre creyó distinguir un tenue brillo plateado entre sus dedos, y luego
percibió el leve ruido de algo metálico, muy pequeño, que se partía. La
muchacha exhaló un profundo suspiro, como si se acabara de librar de un peso,
y le tendió la pieza que se había quitado.
– ¡Tómalo! –Dijo, con un cierto temblor en la voz–. Te corresponde por derecho.
Así me lo hicieron saber los sueños.
Kyre clavó la vista en la rota cadena de plata, de la que pendía un trozo de
cuarzo azul en forma de gota de agua. Un destello de memoria surcó su mente,
desconcertándole. Observó la piedra más de cerca. Incrustada en la
estructura de cristal, pudo ver la inconfundible imagen de un ojo abierto y
reluciente. El Ojo del Día, en el que tanto creía el pueblo de Haven... ¡El
símbolo del Lobo del Sol!
Miró a Talliann con ojos muy abiertos y dijo con voz insegura:
– ¿De dónde lo has sacado?
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187
–Calthar me lo dio cuando llegué a la ciudadela. El desconcierto de Kyre se
transformó en una terrible sospecha.
– ¿Cuándo llegaste aquí? –preguntó con la garganta seca–. Creía que habías
nacido en este lugar.
Talliann rió con una mezcla de amargura e ironía.
–No. ¿Te dijo eso Calthar? Yo no nací aquí, Kyre. Fui traída por medio de un
conjuro. Ella me trajo de no sé dónde. Ignoro todo lo relativo a mí hasta el
momento en que abrí los ojos para encontrarme en una gran concha... Calthar
me miraba... –explicó, y se estremeció, volviendo a apretar los dientes–. No sé
cuánto tiempo llevo aquí, ni dónde estaba antes, ni quién soy en realidad, si es
que poseo una identidad... No sé nada de nada, salvo lo que me dicen mis
sueños. ¿Significa eso que estoy loca, Kyre?
Pero ¡si parecía su propia historia! Algo se agitó muy dentro de él, despertando
extraños recuerdos.
– ¡No! –Declaró Kyre con énfasis–. No estás loca.
«Nada más lejos de eso», pensó. Sin embargo, los vagos recuerdos no se
definían. Parecían encerrados tras una puerta invisible.
La joven tocó otra vez el colgante.
–Hasta donde alcanza mi memoria, lo he llevado siempre. Pero, a pesar de lo
que afirme Calthar, sé que no me pertenece. Es tuyo, Kyre, ¡tuyo! y debes
aceptarlo. Es lo que mis sueños intentaban decirme cada vez.
Temblaba ella de confusión y angustia, y cuando sus dedos perdieron fuerza, el
colgante empezó a resbalar de su mano. Kyre cogió a tiempo la cadena y dejó
que la gota de cuarzo descansara en la palma de la suya.
Sin embargo, la impresión del contacto le hizo gritar, y la joya cayó al suelo.
Los dos la miraron fijamente. Después, Talliann se llevó un puño a la boca y
murmuró:
– ¡Por favor...!
Kyre no deseaba recogerla. Durante una fracción de segundo, al tocar el
cuarzo, había tenido una revelación que le había sacudido como un rayo en
tiempo sereno. Pero esa súbita luz voló en el acto a refugiarse de nuevo en los
rincones más obscuros de su mente. Estaba perdida, sí, pero el recuerdo de su
instantánea presencia seguía reverberando en él. Sabía que, si volvía a tocar el
cuarzo, la revelación surgiría otra vez.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
188
Y esa idea le aterrorizaba.
Entonces una voz dijo en su interior: « ¡Cobarde! Esto es lo que estabas esperando con tanta ansia desde el momento en que despertaste en el templo en ruinas y supiste que no eras el ser cero que Simorh pretendía. Por fin tienes la posibilidad de conocer la anhelada verdad y... ¿vas a echarte atrás ahora?».
Talliann le miraba con ojos extraordinariamente brillantes, y Kyre pudo
percibir su esperanza y su deseo. No podía traicionar la confianza depositada
en él.
Se detuvo con la mano encima del colgante. Durante unos segundos el espanto
le dominó cual tremendo vértigo, pero lo apartó de sí, consciente de lo que
tenía que hacer, y de que no existía para él otro camino.
Su mano se cerró alrededor del cuarzo. Y el mundo estalló en su cabeza.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
189
Capítulo 14
¡Talliann!
Su nombre era una letanía en la mente de Kyre, y despertaba en él siglos
enteros de pena de amor y añoranza, de agonía, de anhelo. Largos días bajo el
sol de Haven; frescas noches, cuando el intenso perfume de los jardines del
castillo ascendía cual fuerte vino a sus abiertas ventanas... En aquella época
Haven estaba entera, con calles y plazas que se extendían alegres a lo largo de
toda la bahía. Los mercados se hallaban repletos, y el puerto palpitaba de
actividad, cuando la flota pesquera que constituía su corazón y su vida
regresaba tranquila y cargada de los mares... De día era un dorado refugio
bañado por el Ojo del Sol. De noche resultaba velada y misteriosa; una miríada
de centelleantes puntos luminosos, mientras la vieja luna contemplaba
satisfecha la ciudad desde su obscuro trono...
De pronto, el pasado chocó con el presente. La vieja luna..., la benevolente luna,
no un maléfico objeto de aversión y temor, sino una amiga, una guía, una luz en
la negrura... Él y Talliann habían gobernado juntos Haven bajo el amparo del sol
y de la luna..., hasta que la codicia y la traición de un enemigo escondido en la
propia ciudad destrozó su idilio.
Kyre logró recordar un nombre, y con él despertó en su corazón un amargo
odio. Malhareq... Hubo miedo y sufrimiento y, finalmente, el largo y tenebroso
camino a través de la agonía, hasta llegar a la muerte. Después, siglos enteros
de una interminable nada, antes de que un viejo rito, en manos de una
desesperada hechicera que sólo quería conjurar una criatura a imagen de Kyre,
lo arrancaran del vacío...
Él era Kyre. No un cero, ni un substituto. Era el Lobo del Sol que gobernara
Haven mucho tiempo atrás. El colgante de cuarzo que ahora agarraba con tanta
fuerza había sido su propio talismán y un objeto de gran poder. Perdido
durante la noche en que la traidora le arrebatara la vida entre las arenas de la
bahía, había esperado durante siglos a que él lo reconociese, esperado el
momento en que la clave encerrada en sus cristalinas facetas descerrojase al
fin su memoria y le libertase del limbo.
¡Era tanto lo que había olvidado Haven! La comprobación fue para Kyre como
una cuchillada, y hubiese querido llorar por su ciudad y por todos los
habitantes muertos. Sabía, ahora, lo que había sabido en aquellos días tan
remotos: que no tendría que haber conflictos entre los veneradores del sol y
los veneradores de la luna; que antaño habían estado todos unidos, y que el
círculo era entonces completo. Tierra y mar en igual medida habían formado
ESPEJISMO LOUISE COOPER
190
sus dominios, antes de que la avaricia de una mujer, de una bruja, causara el
hundimiento de todos.
Kyre alzó la cabeza, poco a poco, y miró a su alrededor. No recordaba haber
caído, pero estaba de rodillas en el suelo del aposento de Talliann. Ella
permanecía como una estatua delante de él, llenos de temor e inseguridad los
inmensos y negros ojos, y Kyre sintió que el corazón se le hacía pedazos al
comprender que, si bien Talliann le conocía en sueños y tenía conciencia de que
algo les unía, nada acudía a su memoria.
«Talliann, mi amor, ¿no te acuerdas de cómo fuimos traicionados? ¿No te acuerdas de Malhareq, cuya alma sólo codiciaba el poder..., de aquella sacerdotisa que hizo bajar a la luna y convirtió en maldad su benevolencia? ¡Trata de recordar su rostro, Talliann! ¿No ves en él a la mujer que ahora utiliza contra ti el poder de la Hechicera, a la mujer que tiene engañada a Gamora, a la mujer que está dispuesta a destruir a quienes un día fueron nuestro pueblo? ¿No te das cuenta de que aquella bruja, muerta tantos años ha, se ha encarnado ahora en Calthar?
– ¡Talliann!
Kyre pronunció el nombre en voz alta, y se levantó sobre unas piernas todavía
vacilantes. Cuando se acercó a ella, la expresión de los ojos de la muchacha
cambió, y la esperanza empezó a reemplazar a la confusión. En su deteriorado
subconsciente, sabía que él había sido objeto de una revelación... Veía el
cambio en Kyre, pero no lo podía compartir. Aún quedaba lejos de su alcance la
rememoración de su propio Yo, de su pasada vida en común...
Calthar tenía que haberse valido del colgante, del talismán del Lobo del Sol,
para traer a Talliann a la ciudadela. Kyre no acertaba a imaginar cómo había
caído en sus manos el talismán, pero suponía que la bruja ignoraba su origen. Su
motivo para arrancar a Talliann de otro mundo habría sido el mismo de Simorh
para hacer lo propio con él. Y, al igual que Simorh, Calthar tampoco conocía la
verdadera identidad de su creación. Si llegaba a descubrirla –cosa que, sin
duda, tardaría poco en suceder–, Talliann correría un peligro mortal.
Kyre creyó saber, además, qué impulsaba a Calthar a destruir Haven. Era tanto
lo que se había perdido con la desaparición de la antigua lengua, que la historia
de Haven, tal como hoy la interpretaban DiMag y sus eruditos, resultaba
totalmente desfigurada. Habían convertido en leyenda las circunstancias de su
muerte, y tal leyenda era falsa. Hablaban en Haven de una remota batalla y de
la sacerdotisa vampiro, procedente del mar, que había atraído al Lobo del Sol a
su perdición. Pero mientras él vivía y reinaba en Haven, no hubo guerras. Ni
ESPEJISMO LOUISE COOPER
191
existía, tampoco, esa ciudadela de las aguas, y la enemiga causante de su caída
había surgido de su propio territorio.
Kyre recordaba el rostro de Malhareq como si lo tuviese delante: había visto el
eco de su retorcida alma en los ojos de la bruja que ahora gobernaba la
ciudadela. Y si Calthar triunfaba y Haven caía, la malvada sacerdotisa
traicionaría a los habitantes del mar de la misma manera que su paradigma de
antaño lo había hecho con Kyre.
Era preciso que regresara a Haven. Su mente trabajaba de modo incesante,
impulsada por la sacudida de su renovada memoria. Aún había en él mucha
confusión, muchas cosas que necesitaba aclarar, pero lo primero y más urgente
era sacar a Talliann y a Gamora de la ciudadela y apartarlas de la maligna
influencia de Calthar. Debía informar de la realidad a DiMag y Simorh, además,
y advertirles de la inminencia de la Noche de Muerte.
Y Talliann... La miró de nuevo, y el vacío que vio en sus ojos estuvo a punto de
partirle el corazón. Tenía que curarla, abrir su memoria como se había abierto
la suya, y sólo existía una esperanza para conseguirlo. En otro tiempo, Talliann
había llevado un talismán idéntico al suyo. Las dos piedras eran los símbolos de
la prosperidad y la gloria de Haven. Tanto separadas como juntas tenían gran
poder. y si la piedra que ahora sostenía en la mano le había devuelto la
personalidad perdida, el cuarzo gemelo seguramente curaría a Talliann.
¡Si había forma de hallarlo...!
–Talliann... –dijo Kyre estrechando sus manos, y vio la sorpresa de la muchacha
ante tal urgencia–. Este colgante... ¿te lo dio Calthar?
–Sí.
– ¿Sabes si tiene otro? ¡Trata de recordar, Talliann, por favor! ¿Hay otra
piedra como ésta?
Arrugó ella el entrecejo, confusa, y luego meneó la cabeza.
–No... Nunca la he visto. Calthar tiene esta piedra en mucha estima –agregó
mientras acariciaba distraída el cuarzo y la cadena de plata seguía enredada
entre los dedos de ambos–. Me dijo que debía llevarla siempre encima... Pero no
tiene otra...
Kyre cerró los ojos con alivio. En tal caso, la pieza gemela del talismán tenía que estar en alguna parte de Haven...
Recordó entonces la advertencia de Akrivir y volvió a abrir los ojos.
–Talliann... –preguntó–. ¿Confías en mí?
ESPEJISMO LOUISE COOPER
192
– ¿Confiar...? –Murmuró ella, a la vez que escudriñaba su cara y su mirada se
nubló, aunque sólo por un instante, antes de responder–: ¡Sí, Kyre, confío en ti!
–Entonces ¡abandona la ciudadela conmigo! No hay tiempo que perder. Tenemos
que regresar a Haven. Tú, yo y Gamora. Ahora no puedo darte más
explicaciones... «Además no las entenderías, mi amor. No de momento...» En
Haven estarás libre de la influencia de Calthar, y podremos impedir lo que ella
pretende llevar a cabo. ¡Sé que podremos!
Los ojos de Talliann se llenaron de temor.
– ¡No! –dijo–. No me atrevo a huir. Si nos encuentra juntos y adivina nuestros
planes, nos... nos...
Un estremecimiento recorrió su cuerpo, y Kyre se apresuró a preguntar:
– ¿Qué nos hará? ¿Qué?
Talliann sacudió la cabeza con violencia y emitió un sonido inarticulado y feo.
–Nos... nos conducirá ante las Madres.
– ¿Las Madres?
Una extraña sensación se apoderó de Kyre. Aquel nombre no significaba nada
para él y, sin embargo, encerraba una amenaza.
–No me preguntes lo que eso representa... –suplicó Talliann–. No puedo
explicártelo... Hay cosas en sus aposentos secretos que no debieran existir...
Cosas que ella es capaz de extraer de... ¡No quiero hablar de ello, Kyre! Me
horroriza...
–Calthar no se enterará de nuestra huida hasta que sea demasiado tarde,
Talliann. Akrivir ha prometido ayudarnos y, una vez en Haven, esa bruja ya no
tendrá poder sobre ti. Has dicho que confiabas en mí –insistió estrechando aún
más sus manos–. ¡Demuéstralo, pues!
El cuarzo que se hallaba entre las palmas de sus manos pareció latir de pronto.
Talliann dio un pequeño grito de sorpresa, como si también ella lo hubiese
notado, y cuando de nuevo miró a Kyre, en su rostro hubo un cierto resplandor
de entendimiento. Y dijo despacio, como si la asustara descubrir los propios
sentimientos:
– ¡Quiero ir contigo, sí! Tengo miedo, pero quiero ir...
–¡Ven, entonces! No tienes nada que temer.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
193
Talliann era incapaz de apartar totalmente de sí la duda, pero la urgencia del
hombre y su propio deseo le dieron ánimos.
– ¡Sí! –Volvió a decir, mirándole con trémula determinación–. ¡Voy!
Kyre ansiaba besarla, pero tal gesto hubiera sido incongruente. Talliann no
habría comprendido sus razones, y ahora resultaba demasiado peligroso perder
tiempo. La urgencia era tremenda.
Por eso sólo dijo:
–Akrivir nos aguarda fuera. Creo que podemos fiamos de él.
La muchacha asintió.
–Él... me ama –murmuró con una pequeña y triste sonrisa–. Supongo que más de
lo que se ha atrevido a demostrar hasta ahora. Es un amigo fiel, que no nos
fallará. Llámale, Kyre –añadió, tocando ligeramente el brazo del hombre.
Akrivir se había mantenido a una discreta distancia de la puerta, pero acudió
enseguida cuando Kyre le llamó en voz baja. Cuando los dos hombres se
miraron, Akrivir entrecerró los ojos. Adivinaba el cambio producido en Kyre, si
bien no sabía de qué se trataba, y a la cautela que había en su expresión se
unió un mayor entendimiento, un mayor respeto.
Kyre le expuso en breves palabras lo que pensaba hacer.
–Sí –contestó Akrivir, y miró unos segundos a Talliann con cara de pena–. Es lo
mejor. Ella estará a salvo con vos; a salvo de Calthar.
Frunció el entrecejo como si le hiriera algo que prefería no recordar, pero
luego se le despejó el rostro y agregó con brusquedad:
–La cueva que da al mar es vuestra única posibilidad de escapar, pero existen
varios caminos para llegar a ella. Toda la ciudadela está surcada de viejos
pasadizos olvidados. Os acompañaré hasta el puente. Una vez allí, Talliann ya
os sabrá guiar.
–Hemos de llevar a Gamora con nosotros –anunció Kyre.
Akrivir delató preocupación.
–No irá por su gusto. No lo esperéis, mientras se encuentre bajo el hechizo de
Calthar.
–Lo sé. Pero tiene el sueño profundo. Si logramos sacarla de la ciudadela antes
de que despierte, no se resistirá.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
194
Entonces, Kyre tuvo un pensamiento alarmante... ¿Cómo transportar a la niña a
través del mar? El había conseguido respirar agua tan fácilmente como si
fuese aire, y ahora entendía por qué. Pero el caso de Gamora era distinto.
–Talliann –dijo nervioso–. ¿Cómo llegó Gamora hasta la ciudadela?
–En una concha. Aquí hay varias –explicó, al comprender lo que Kyre pensaba–.
Son como grandes almejas, en las que una persona puede ser transportada a
través del mar sin que entre agua... –y entonces Talliann vaciló un poco, antes
de continuar–. Calthar las usa con frecuencia, para... para traer víctimas de
tierra...
La expresión de Akrivir demostró con claridad que la entendía, y Kyre apartó
de sí los pensamientos acerca de la suerte que tales víctimas podían haber
sufrido.
– ¿Podremos devolverla a Haven de la misma manera? –preguntó.
– ¡Sí! –Exclamó Talliann con entusiasmo–. ¡Yo sé cómo sellar las conchas!
Además sé dónde están guardadas.
–En tal caso, no debemos perder más tiempo. ¿Es prudente escapar ahora? –
preguntó, mirando a Akrivir.
–Voy a comprobarlo.
–Akrivir... –dijo Kyre y, cuando el joven volvió la cabeza, agregó–: Y vos, ¿qué?
Si Calthar descubre que nos habéis ayudado, os matará.
Akrivir sonrió amargamente.
–No lo descubrirá. Ya he aprendido a desviar las sospechas que Calthar pueda
abrigar respecto a mí. ¡Ocupaos sólo de cuidar bien de Talliann! –recomendó
con viva determinación en los ojos.
Y se encaminó hacia la puerta.
Llevarse a Gamora resultó asombrosamente fácil. Akrivir condujo a Kyre y a
Talliann a través de un laberinto de obscuros túneles y aguardó entre las
sombras mientras ellos se introducían por la puerta de concha para apoderarse
de la niña.
La estancia estaba escasamente iluminada. Gamora dormía profundamente en
la amplia cama. Ni siquiera se movió cuando Kyre la envolvió en una ligera
manta. Al levantarla él en sus brazos, no hizo más que suspirar y meterse un
pulgar en la boca, antes de volver a hundirse en su profundo sueño.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Talliann contempló a la pequeña.
–Si despierta... –murmuró.
–Reza para que no suceda.
Kyre trató de calmarla con una sonrisa, aunque sabía que su actitud no era
convincente. El peligro todavía les amenazaba.
Una vez fuera de la estancia, Akrivir señaló un túnel lateral que estaba a
obscuras. También él era presa de los nervios, aunque procuraba disimularlo.
–Es el camino más seguro –dijo–. Pero tened cuidado, porque el suelo es muy
desigual.
Los tres avanzaron lo más deprisa que la lobreguez y el peso que soportaba
Kyre lo permitían. Akrivir conocía a fondo aquella tortuosa conejera, y les guió
por tantos recovecos y sinuosidades, que Kyre quedó pronto totalmente
desorientado. Pero al fin, después de un rato que parecía interminable,
distinguieron a lo lejos una nebulosa mancha de luz.
–El puente está ahí enfrente –susurró Akrivir–. Yo no sigo. Os seré más útil
permaneciendo aquí para distraer a cualquiera que pudiera aparecer por estos
rincones en los próximos minutos.
Pese a las tinieblas que les envolvían, Kyre vio en su rostro la tensión que le
embargaba.
–Ahora empieza la parte más expuesta de vuestro camino. Si alguien os viese
cruzar el puente podría alertar a Calthar –continuó, y finalmente, después de
posar con delicadeza una mano en el hombro de Talliann, musitó–: ¡Tened
cuidado!
La joven apoyó una mano en la de él.
–Nunca olvidaré lo que habéis hecho, Akrivir. ¡Que la suerte os acompañe!
El guerrero se volvió para que sus compañeros no vieran la expresión de su
rostro, y se dirigió a Kyre con cierta aspereza:
–No sé qué resultará de todo esto, Lobo del Sol, pero si conseguimos
desbaratar los planes de Calthar, me consideraré satisfecho. Dentro de cinco
noches a partir de ahora sabremos la verdad –añadió, parpadeando nervioso–.
Cuando llegue el momento, es posible que tenga que enfrentarme a vosotros
como enemigo... Creedme si os aseguro que confío en que eso no suceda.
Kyre acogió sus palabras con una seria inclinación de cabeza.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Yo también lo espero –dijo–. ¡Adiós, Akrivir! Daros las gracias es insuficiente,
pero conocéis nuestros sentimientos. Akrivir esbozó una sonrisa fugaz.
Estrechó una sola vez los dedos de Talliann, y desapareció.
La muchacha esperó a que sus pasos se perdieran en el silencio, y después
murmuró:
–Bien... Ahora nos toca arrostrar lo peor.
Kyre respiró profundamente, en un esfuerzo por controlar la angustia que le
producía lo que les aguardaba. Llegaron a la boca del túnel y Talliann salió con
cuidado a la plataforma que se extendía más allá. Él la vio vacilar unos
instantes ante la misteriosa fosforescencia que se filtraba a través del
inmenso abismo, pero luego ella miró hacia atrás por encima del hombro, se
llevó un dedo a los labios y le hizo una señal para que se diera prisa.
Kyre puso un pie en un saliente que no era más que un estribo colgado sobre la
nada. A su alrededor, las vastas dimensiones de la cueva se fundían en la
obscuridad, y abajo, muy abajo, en las insondables profundidades, el mar rugía
su sorda y amenazadora canción. Delante de él se hallaba el puente, que partía
de la pared de roca para perderse en la negrura. En marcado contraste con la
absurda mezcla de torres, alminares y escaleras de la imponente fachada que
tenía encima, la lejana pared de la otra caverna se veía vacía. Una sola
luminaria, cuyo resplandor parecía el de una luciérnaga perdida, señalaba el
punto donde el puente empalmaba con el distante acantilado.
Talliann dirigió una temerosa mirada a la demencial vista que asomaba a sus
espaldas desde la escalofriante obscuridad, en busca de alguien que se moviera
por la red de subidas y bajadas. Kyre, en cambio, se sentía incapaz de recorrer
con los ojos tan vertiginoso horror. Algo calmada al comprobar que, de
momento, no había peligro por ese lado, la muchacha le hizo otra señal y subió
al puente.
Sabía Kyre que el vano era más ancho de lo que parecía. Le constaba haber
pasado ya el puente una vez, y que podría repetir la hazaña aunque llevara a
Gamora en brazos. Sin embargo, ninguna razón ni lógica fue suficiente para
desterrar el terrible miedo que se adueñó de él al apoyar el pie en el
impresionante arco de piedra. El colosal vacío de la tiniebla que les envolvía le
estrujaba las vísceras y destruía su sentido de la orientación hasta hacerle
verse como una reptante mota en medio de la infinidad de una indiferente
nada, como una minúscula araña que se balanceara pendiente de un hilo de su
tela. Luchó por olvidar el precipicio que se abría a sus pies, procurando mirar
sólo la figura de Talliann, que caminaba segura y sin detenerse por la nocturna
negrura, pero le era muy difícil, tremendamente difícil. El puente que tenía
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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debajo parecía temblar a intervalos y enviar espantosos mensajes a su
cerebro, a través de todos los nervios de su cuerpo: si hablaba o, simplemente,
si se atrevía a respirar con fuerza, el eco de los sonidos caería y caería hasta
ser engullido por la misteriosa profundidad, y eso sería interminable,
angustioso...
Kyre empezaba a temer que la pesadilla del puente no terminara jamás, cuando
vio que la luz que marcaba su final, y que había parecido tan diminuta y lejana
cuando iniciaran el cruce, brillaba a pocos pasos de él. Oyó el golpe de los
desnudos pies de Talliann cuando saltó sobre la plataforma de piedra, y siguió
con más valor, olvidando al amenazador vacío hasta que dejó el puente atrás.
Una vez superada la dura prueba intercambiaron una mirada de alivio, mucho
más expresiva que cualquier palabra, y Talliann echó una tierna mirada a la
envuelta forma que descansaba en los brazos de Kyre.
–Sigue dormida –murmuró él, e interiormente dio gracias por ello a los hados.
Si Gamora hubiese despertado mientras atravesaban el puente, probablemente
se hubiera asustado, y a esas horas estarían muertos los tres.
Talliann hizo un gesto, y continuaron su camino. Del saliente partían dos
estrechas escaleras hacia la altura, pero en vez de subir por ellas, como Kyre
supuso en un principio, Talliann eligió un tramo que descendía hacia la
obscuridad. Unos doce peldaños –que, aunque no eran nada en comparación con
el puente, resultaron también bastante exasperantes– les condujeron a un
túnel lateral que se abría en la pared de la caverna. Corrieron tanto como les
fue posible a través de la obscuridad hasta que, por fin, divisaron algo más de
luz y salieron a la cueva que daba al mar.
Una fría brisa les azotó el rostro. Kyre respiró y notó un sabor salino en la
lengua. La cueva estaba desierta, iluminada sólo por una tenue fosforescencia
procedente de las aguas que chapaleaban contra la roca, pocos palmos más
abajo. Kyre apenas podía creer en la suerte que habían tenido hasta ese
momento, pero, impulsado por la superstición, apartó de sí tal pensamiento,
forzándose a no mirar atrás, y depositó en el suelo con todo cuidado a Gamora,
cuando Talliann corrió hacia una pequeña oquedad en el otro extremo de la
cueva.
– ¡Aquí...! –jadeó, tirando de algo que las sombras impedían ver–. Las conchas...
Kyre acudió a ayudarla. En la oquedad había dos almejas gigantes, vacías desde
hacía tiempo, y cuyas superficies, ahora alisadas, resplandecían delicadamente
a la luz. El propio Kyre hubiese cabido en su interior, pues eran
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suficientemente grandes. En consecuencia, para Gamora constituirían un
refugio confortable y perfecto.
Entre los dos arrastraron al exterior una de las enormes conchas bivalvas, y
Talliann pasó las manos alrededor del borde para comprobar dónde se unían las
dos partes. Se produjo de pronto un leve sonido, como de aire que escapara, y
las dos valvas se abrieron con fuerza.
– ¡Rápido! –Dijo Talliann, cuyo rostro carecía de todo color en aquella extraña
luz–. ¡Trae a la princesita!
Kyre volvió hacia el lugar donde había dejado a Gamora, y el corazón le dio un
vuelco. La niña se había incorporado, con los ojos muy abiertos, y los
desordenados bucles le caían sobre el rostro. Recorrió la cueva con la mirada,
sorprendida, y preguntó con voz temerosa:
–Kyre... ¿Dónde estamos, Kyre? ¿Qué haces?
Talliann lanzó una pequeña exclamación y se cubrió la boca con una mano. Kyre
se apresuró a estrechar la de la chiquilla entre las suyas mientras se
arrodillaba junto a ella.
–No temáis, princesa... –murmuró, procurando dominar el temblor de su voz–.
Estáis a salvo. No ocurre nada...
– ¿A salvo? –Repitió la niña, con desconfianza–. Pero si...
Tenía que decirle la verdad. Si mentía la niña lo adivinaría en el acto. Con una
rápida mirada a Talliann, explicó:
–Regresamos a Haven, Gamora.
Durante unos segundos, la pequeña princesa quedó pasmada. Luego frunció el
entrecejo, y las comisuras de sus labios se torcieron hacia abajo en un feo
gesto.
– ¡No! –declaró.
–Gamora...
– ¡No! –Y una extraña luz empezó a centellear en los ojos de Gamora–. ¡No
quiero!
–Escuchad, princesa, ¡os lo suplico! Es peligroso seguir aquí –añadió y, sin darse
verdadera cuenta de lo que hacía, sacudió a Gamora por los hombros–. Si
Calthar...
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199
– ¡Calthar es buena conmigo! –gritó Gamora, agresiva–. ¡Es mi amiga y la quiero!
¡No pienso volver a Haven! ¡Ahora, mi hogar es éste!
No había manera de discutir con ella, ni tampoco tiempo. Además, el hechizo
de Calthar constituía una barrera imposible de vencer. Desesperado, Kyre miró
a Talliann por encima del hombro.
–Prepara la concha –dijo, y mirando a Gamora agregó–: ¡Nos vamos, princesa, y
vos venís con nosotros!
Mientras hablaba, la levantó del suelo, y a los ojos de la chiquilla asomó un alma
adulta, terrible; una mirada de astucia y odio, y Kyre no tuvo tiempo de
preguntarse por qué no se defendía la pequeña ya que, de repente, Gamora
abrió la boca y gritó como poseída por todos los demonios:
– ¡Calthar! ¡Calthar!...
– ¡Gamora!
La voz de Kyre expresó miedo y furia por igual. Agarró con fuerza a la niña y
corrió hacia donde Talliann aguardaba, junto a la concha. Gamora seguía
gritando, sin que él pudiera hacerla callar y de pronto, los ojos de Talliann
quedaron fijos y horrorizados en un punto que quedaba a espaldas de Kyre.
Una falange de hombres armados brotó de uno de los túneles, y las puntas de
sus lanzas centellearon cruelmente reflejando la luminosidad del mar.
Imposible contarlos. Podían ser diez, doce, quince, pero se movían con
entrenada precisión, tratando de formar un abanico para rodear a las tres
personas situadas en el saliente, de modo que sólo quedase un angosto e
imposible espacio entre ellos y el agua.
Por el rabillo del ojo, Kyre vio cómo los labios de Talliann formaban palabras,
como si rezara por su salvación, pero no pudo percibir ni un solo sonido. El
círculo de guerreros se cerraba. A escasos centímetros del cuerpo de Kyre
amenazaban las afiladas hojas..., hasta que un hombre, sin duda el jefe, se
adelantó y, con los pies separados y el arma en arrogante y a la vez negligente
postura, sonrió al mismo tiempo que decía:
– ¡Deja a la niña en el suelo!
El corazón le latía violentamente a Kyre cuando, despacio, puso de pie a
Gamora. Ésta se apartó en el acto de su alcance, mirándole con triunfante
desafío.
–Bien.
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200
El guerrero dio otro paso adelante y sintió satisfacción al ver que Kyre
retrocedía ante la peligrosa punta de su lanza.
– ¡Veamos, veamos de qué está hecho este perro terrestre! –dijo luego, y
blandió la hoja de manera que rozó la clavícula de Kyre, y por un pelo no le
hirió.
– ¡No! –gritó Talliann, fuera de sí.
El hombre se pasó la lengua por los labios.
– ¡Sí, señora! –contestó en un tono entre reverente y protector, aunque sin
dejar de mostrar ante ella su autoridad– .Vos habéis sido la inocente víctima
de una conspiración y mientras vuestros ojos no se abran a la realidad, debo
exigiros obediencia. ¡Haced el favor de apartaros!
– ¿Cómo te atreves? –replicó Talliann con voz tan estridente que resonó en la
cueva contra el sordo rumor del mar; sus negros ojos relampaguearon al
chillar–: ¡Deja en paz a Kyre! ¿Me oyes? ¡Déjale! ¡Obedéceme, o...!
El espanto le quebró la voz, y Kyre se dio cuenta de que sus desesperados
esfuerzos por dominar al guerrero no darían resultado. La muchacha perdía el
control de sí misma. Carecía de experiencia para hacerse obedecer. Sin
embargo, le proporcionó la ocasión que necesitaba.
El guerrero volvió la cabeza en dirección a Talliann, con la vista fija en ella... Y
Kyre le atacó.
El enemigo lanzó un grito de sorpresa cuando dos manos sujetaron el asta de
su lanza. Instintivamente giró sobre sus pies, tratando de liberar el arma, pero
Kyre hizo un movimiento brusco y le dio un puntapié. Su talón golpeó las
costillas del soldado, y su grito se estranguló en un intenso alarido de dolor.
Cayó derribando consigo a cuatro de sus soldados hasta formar una maraña de
pies y brazos, y Kyre le gritó a Talliann:
– ¡Llévate a Gamora! No esperes... ¡Llévatela! No tuvo tiempo de ver si le
obedecía, porque los guerreros se lanzaron encima de él y, de repente, se halló
en medio de un caos de entrechocantes hojas de lanza. Oyó gritar a Gamora, y
le pareció que protestaba; vio que su oponente se levantaba con el rostro
contraído por la rabia, y entonces tuvo que luchar por su vida.
Debería haber sabido que la desigualdad era demasiado grande, y que el
resultado de la pelea estaba decidido de antemano. Alguno de los soldados
había sido rápido de pensamiento, y todo camino de huida hacia el mar quedó
obstruido antes de que pudiera ocurrírsele utilizarlo. Estaba rodeado y si bien
ESPEJISMO LOUISE COOPER
201
en unos instantes mató a dos guerreros e hirió a otros tres, era imposible
vencer a tantos. Había ya en su cuerpo más heridas de las que podía contar,
aunque ninguna de ellas bastaba para dejarle fuera de combate. Pero al fin,
una punta de lanza agitada delante mismo de su cara le hizo agacharse, con lo
que perdió el equilibrio y, en sus intentos de esquivar los ataques del arma,
cayó al suelo. Algo chocó con terrible fuerza contra su sien, dejándole
atontado. Kyre quedó boca abajo sobre la roca, con la propia lanza prisionera
debajo del cuerpo. Dos guerreros le sujetaron los brazos y se arrodillaron
encima de su espalda y de sus piernas antes de que pudiera ponerse de pie.
Le pareció oír unos desesperados sollozos que llegaban desde muy lejos y
quedaban casi ahogados por el constante rumor del mar. Kyre tuvo la sensación
de que tenía el agua dentro de su cabeza, rugiéndole en los oídos. Una de sus
mejillas estaba apretada contra la húmeda y fría roca, y su confusa visión sólo
alcanzaba a un palmo del suelo. Sólo podía distinguir unos pies y el malévolo
brillo de una punta de lanza que se movía a escasos centímetros de su rostro.
Alguien le apretaba dolorosamente un riñón con el pie. Se esforzó en no
reaccionar, mientras vigilaba atentamente la lanza, que se levantó y quedó
suspendida en el aire... Pese a lo absurdo de toda esperanza, Kyre todavía
confiaba en poder adivinar el momento del inminente golpe y rodar a tiempo
hacia un lado. De pronto, una voz sorprendentemente familiar cortó la
confusión de voces y murmullos y ordenó silencio inmediato.
– ¡Basta!
La punta de la lanza rascó la roca cuando el soldado se tambaleó hacia atrás, y
una oleada de náuseas atravesó el cuerpo de Kyre al oír la infantil voz de
Gamora que, entre sollozos, gritaba con alivio:
– ¡Calthar...!
Sintió Kyre que el estrecho círculo de soldados que le rodeaba se iba
ensanchando, y en el silencio que se produjo percibió el sonido de las pisadas
de Calthar en la roca, así como el crujido de su túnica, que le crispó los nervios.
Cuando la mujer estuvo junto a él, su nariz venteó algo impuro.
– ¡Levántate, Lobo del Sol! –dijo. Kyre contuvo la respiración y no se movió.
Ella lanzó un suspiro.
–Sé que estás consciente –prosiguió ella–, y que me oyes. ¡Levántate!
Él irguió la cabeza, no sin dolor. Calthar, a dos pasos de distancia, le miraba, y
Gamora se mantenía a su lado. También la niña tenía la vista clavada en Kyre,
pero en sus ojos persistía la expresión vacía, y su sonrisa no decía nada. Poco
más allá, Talliann permanecía junto a la concha abierta. No apartaba la mirada
ESPEJISMO LOUISE COOPER
202
del suelo de roca y, aunque Kyre no pudo verle bien la cara, sintió el halo de
asustado fracaso que emanaba de su persona.
Durante unos momentos, Calthar no dijo nada, pero atravesaba a Kyre con los
ojos, como si pudiera eliminar piel, carne y huesos para leer sus más
escondidos pensamientos. Alzó luego una mano e hizo chasquear los dedos para
llamar la atención de los soldados reunidos a sus espaldas.
– ¡Marchaos!
Su tono exigía inmediata obediencia, y los hombres empezaron a retirarse.
Kyre vio cómo se alejaban y, de pronto, notó un nuevo mareo en su estómago.
Calthar descubrió en sus ojos el renovado relampagueo del temor, y sonrió.
Seguidamente, alargó la mano y dijo:
– ¡Ven aquí, Talliann, hija mía!
–N…no...
Talliann sacudió la cabeza. Todo su cuerpo se estremeció como si una garra
invisible la hubiese zarandeado. Kyre se dio cuenta de que tenía los puños
cerrados y pegados a los costados.
–No discutas conmigo, Talliann. ¡Ven aquí!
La voz de Calthar era suave, aduladora, letal.
Impulsada por una fuerza que no podía controlar, Talliann cruzó la cueva. A
Kyre le recordó la desmañada y vacilante criatura que viera en la playa de
guijarros; la extraña criatura que había llegado a ser bajo la influencia de la
Hechicera. Sin embargo, su cara no reflejaba sumisión. Cada músculo estaba
tenso a más no poder, y en sus mejillas brillaron lágrimas de amarga
impotencia. Se detuvo a unos seis pasos de Calthar, y de repente cayó de
rodillas, como si fuese incapaz de soportar por más tiempo el peso de su
cuerpo.
Calthar hizo un gesto afirmativo, evidentemente satisfecha, y volvió a mirar a
Kyre. Mientras éste observaba los movimientos de Talliann, se había dado
cuenta de que la lanza aún permanecía debajo de él, y una de sus manos avanzó
lentamente para agarrar el asta...
– ¡No, Lobo del Sol! –dijo Calthar.
Su mano no avanzó más. La sacerdotisa bruja le sonreía de nuevo, pero en su
sonrisa aleteaba la muerte. A continuación levantó una mano e hizo un gesto
descuidado, como si apartara un pequeño y molesto insecto zumbador. Kyre
perdió el equilibrio y cayó al suelo de repente, golpeándose el codo de manera
ESPEJISMO LOUISE COOPER
203
muy dolorosa contra la roca. Y antes de que pudiese hacerse a un lado, Calthar
adelantó un pie y, casi con despreocupación, arrojó la lanza lejos del alcance
del joven. Luego dio un paso hacia él.
Talliann emitió un débil sonido, algo que no llegaba a ser sollozo, y la bruja
clavó en ella unos ojos furibundos. La muchacha miró hacia atrás sin titubear,
pero en su rostro había franca desesperación.
– ¿Qué... qué vais a... hacer?
–Chiquilla... –contestó Calthar con aquella peligrosa amabilidad, aterradora
parodia de afecto–. Me has decepcionado. Los dos me habéis decepcionado. Y
ahora tendréis que pagar el precio. Tú ya sabes cuál es, Talliann...
– ¡No!
–Sí.
Calthar miró a Kyre una vez más y, con toda brusquedad, dejó caer el resto de
la máscara para revelar la verdadera naturaleza de su alma. Kyre la miró
anonadado y, en un solo instante, revivió su primer encuentro, tan lejano ya en
el tiempo, con aquella personificación del mal que le había conducido a la
destrucción.
Calthar dijo:
– ¡Vas a verte ante las Madres, Lobo del Sol!
Kyre comprendió en el acto lo que eso significaba, y el horror que experimentó
casi le hizo estallar la mente.
Fue como si una vasta y putrefacta garganta se hubiese abierto para arrojar el
hedor de la tumba a la gruta que se abría al mar. Kyre oyó el estridente
gemido de miedo de Talliann, y vio cómo se llevaba una mano a la boca, quizás
en un intento de contener el vómito. No podía ayudarla, ni pudo moverse
cuando la espantosa pestilencia le envolvió, penetrando en su nariz y en sus
pulmones. La boca se le llenó de bilis y la tragó, con los ojos
desmesuradamente abiertos al ver, sin que lograra apartar la vista, a Calthar...
O, mejor dicho, aquello en que Calthar se transformaba.
Una parte de su mente luchaba por no perder la razón e intentaba hacerle
comprender que la luz que había en la cueva no sería engullida por una
obscuridad tan negra que podía hacerle enloquecer. Pero las paredes de roca
parecían alejarse, el rugido de las aguas disminuía y Calthar, la sacerdotisa
bruja, la Madre nacida de las Madres, se metamorfoseaba. Una fría y mortal
luz nacarada manaba de su interior: la horrible fosforescencia de algo muerto
ESPEJISMO LOUISE COOPER
204
largo tiempo atrás. Su salvaje corona de cabellos se transformó hasta formar
una aureola de espeluznantes algas marinas. Los jirones de su túnica eran
ahora una extraña espuma de telaraña que cubría su reluciente cuerpo, y la
carne de su rostro se fundió hasta que el cráneo fue una flaca y hundida
escultura de piel estirada sobre los deteriorados contornos del hueso desnudo.
Sonrió Calthar y no tenía labios, encerrados los dientes en un repugnante
rictus. Echó atrás la cabeza, y el aire que aspiró produjo un estertor agónico.
Kyre entendió entonces la verdadera naturaleza de las Madres, que hasta
aquel preciso instante había permanecido oculta para él.
Habían gobernado la ciudadela del mar desde que Malhareq, su primera Madre,
huyó de Haven con sus seguidores después de que él muriera. Eran sus
fundadoras, sus creadoras, sus controladoras: cada Madre nacida, formada y
preparada para suceder a su predecesora y tomar las riendas del poder. Y
aunque no existiera brujería capaz de mantener alejada la muerte final de sus
cuerpos, se agarraban a este mundo con terrible tenacidad, resistiéndose a
privarse de las fuerzas que mantenían vivo su primer principio de profundo
odio a los habitantes de la ciudad, que habían sido sus parientes hasta la
traición que provocó la muerte al Lobo del Sol. Ya que no podían gobernar
Haven como Malhareq había proyectado, ansiaban destruir lo que no les era
dado poseer.
Pese al transcurso de los siglos, y aunque los cuerpos de las diversas Madres
habían ido muriendo, sus mentes, su voluntad y su poder seguían con vida y
volvían a la ciudadela a través de sus cadáveres en descomposición. Calthar era
cada una de ellas, y cada una de ellas era Calthar. Había formado su cubil
entre los huesos de las Madres, extraía la fuerza del polvo de sus restos
mortales y se inspiraba en su podredumbre. y cada una de esas Madres
habitaba en su cuerpo y en su alma. Al despojarse de su máscara, Calthar se
convertía en su inmediata predecesora; en un cadáver comido por los gusanos,
de cabellos desmedrados y carne que se iba pudriendo hacia la desintegración
final... Luego, hasta ese disfraz desapareció, y Calthar fue sólo un esqueleto
viviente cuyos únicos adornos eran unos colgajos de arrugada y ennegrecida
piel. Y más aún, tras los parduscos y quebradizos huesos, tras la desintegrada
médula, tras una aparición en la que las motas de polvo en descomposición
hacían burla de la forma humana, Kyre descubrió unos ojos que conocía
sobradamente..., los ojos de Malhareq, la primera de las Madres, que le había
odiado por envidiar todo lo que él era y poseía..., y que ahora le miraban cual
dos soles gemelos desde la vacía memoria de la calavera.
De pronto, como un cuchillo que atravesara el hipnotizante horror del que Kyre
era testigo, sonó el estridente grito de una criatura.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
205
¡Gamora! El nombre actuó como un talismán, arrancándole de los monstruosos
pasadizos de la memoria para situarle de nuevo en la realidad de la cueva. La
mente de Kyre se despejó, y la escena que tenía delante se disolvió en un
horripilante cuadro viviente que golpeó su cerebro. Talliann seguía de rodillas y
se cubría la cara con los brazos para protegerse de la pesadilla en que Calthar
se había transformado. La bruja, irreconocible al surgir a través de ella la
fuerza original de las Madres, que le había arrancado las galas de la vida,
aparecía reducida a huesos y piel, ya una tremolante podredumbre que la
rodeaba como una horrenda aura... extendidos los brazos para dar la
bienvenida a las muertas y saborear su monstruosa intrusión...
Y Gamora.
El embrujo se rompió. En su furia, Calthar había olvidado que apenas tenía
apresada a la niña, y el encantamiento que la mantenía encadenada se rompió.
Cayó la pequeña al suelo, y con los brazos doblados encima de la cabeza se puso
a chillar como una loca cuando vio al espantoso ser en que Calthar se había
convertido. Y sus gritos, con la compasión y cólera que despertaban,
desbarataron el hechizo que se había adueñado del cerebro de Kyre. Aquella monstruosidad que le había engañado una vez... ¡no volvería a engañarle ahora!
Se lanzó a través de la plataforma de roca y, a tientas, sus manos buscaron el
arma que Calthar había apartado de un puntapié. Cuando por fin sus dedos se
cerraron alrededor del asta, experimentó una oleada de energía..., del antiguo
poder que antaño tuviera. Levantó la lanza, sus pies encontraron apoyo cuando
la musculatura de las piernas le permitió alzarse... y, sin detenerse a pensar ni
un instante, arremetió contra la horripilante y fosforescente visión que tenía
delante.
La lanza penetró debajo mismo del corazón del espectro. Los consumidos ojos
asomaron unos momentos para esconderse luego en una deteriorada calavera
que abrió súbitamente la mandíbula y le arrojó a la cara un fétido soplo de
putrefacción. Kyre hizo girar la hoja de su lanza, mientras sus gritos se
mezclaban con los de Gamora, y la calavera crió piel, dando unos alaridos
demenciales. Después apareció carne, retorcidas guedejas de pelo querían
atraparle y de repente, la monstruosidad volvió a ser Calthar y sólo Calthar, y
la nacarina fosforescencia fue devorada por la claridad natural de la cueva.
Detrás de Kyre, el mar bramaba mientras la bruja se doblaba hacia delante,
sangrando profusamente por la herida que la lanza le había abierto entre las
costillas. Una mezcla de odio y asombro brilló en sus ojos, y toda ella se
tambaleó como si estuviese bebida, antes de caer de rodillas... Sus manos
arañaron la roca, y de su garganta brotó un estertor ahogado cuando tosió
sangre...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
206
– ¡Corre!
La voz de Kyre rugió en sus propios oídos, y creyó ver la asustada cara de
Talliann flotando borrosa. Se precipitó hacia ella y tropezó con algo tendido en
el suelo. Su atontada mente recordó entonces a Gamora... Recogió a la niña y
sin miramientos, la introdujo en la concha abierta. Talliann se lanzó también
hacia delante y al momento, las dos valvas se cerraron con fuerza. Casi antes
de que Kyre pudiera tener plena conciencia de lo que sucedía, la concha se
deslizaba hacia el borde del saliente de roca. Golpeó el agua con un fuerte
chasquido, y Talliann, dispuesta a seguirla, pareció quedar en suspenso durante
una fracción de segundo con los brazos extendidos, como una estatua al borde
del agua...
La diabólica criatura que había detrás de Kyre soltó un rugido. Era un sonido
desesperado, de derrota, pero todavía había en él una horrible y malévola
fuerza. Miró Kyre por encima del hombro y vio a Calthar acurrucada en el
suelo, doblada sobre la herida, de la que seguía brotando la roja sangre. Sólo
sus ojos tenían vida, y su expresión quemaba, quemaba...
Kyre oyó cómo se interrumpía el ritmo del mar cuando Talliann se zambulló.
Con un tremendo esfuerzo apartó su hipnotizada vista de la bruja, y dando un
vigoroso salto se arrojó al océano salvador.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
207
Capítulo 15
Una potente ola llevó a Kyre hasta la orilla y se retiró para dejarle tendido
sobre la franja de guijarros. Su mano sujetaba aún fuertemente la lanza. Un
violento acceso de tos sacudió todo su cuerpo al pasar de respirar agua a
respirar aire, pero al fin pudo alzar la cabeza y mirar a su alrededor.
– ¡Talliann! –jadeó con voz ronca, y el esfuerzo le provocó otro ataque de tos.
Penosamente trató de ponerse de pie.
– ¡Talliann...!
A cierta distancia creyó ver movimiento. Kyre se obligó a mantenerse sobre
unas piernas demasiado débiles, y entonces la vio. Talliann estaba a gatas, más
allá, y el agua le caía a chorros de los negros cabellos mientras luchaba con la
enorme concha cerrada, arrojada por las aguas cerca de ella, para colocarla en
un lugar más seguro. Kyre avanzó tambaleándose sobre los sueltos guijarros,
para ayudarla, y juntos apartaron la concha del peligro de la resaca. Luego se
incorporaron para recobrar el aliento, y Talliann buscó refugio en los brazos
de él, porque se sentía pequeña y terriblemente vulnerable. Tardaron un rato
en separarse y cuando por fin lo hicieron, ninguno de los dos habló.
Talliann volvió a caer de rodillas e introdujo los dedos entre las dos valvas de
la concha, que se abrió en el acto sin ofrecer ninguna resistencia. En el interior
apareció la encogida figura de Gamora.
–Princesa... –susurró Kyre con delicadeza, mientras sus dedos jugaban con los
obscuros bucles de la niña–. Estamos en casa, princesa.
Gamora no se movió. Tenía los ojos cerrados y parecía dormida. Kyre le tocó el
hombro, pero tampoco obtuvo respuesta.
– ¡Gamora!
Tendría que haber despertado ya... Kyre la tomó en brazos y la sacó de la
concha. Era un peso muerto, y la cabeza le caía hacia atrás en un extraño
ángulo.
– ¡No consigo despertarla! –exclamó, mirando preocupado a Talliann.
La joven se agachó a su lado, fue a tocar a Gamora y, entonces, retiró la mano
bruscamente y emitió un agudo y angustioso grito.
A Kyre le dio un vuelco el corazón.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
208
– ¿Qué pasa?
– ¡Calthar!
En la voz de Talliann había verdadero horror, sus ojos miraron instintivamente
al cielo. La niebla de la noche no permitía distinguir nada, excepto la borrosa y
semi-desmoronada silueta del templo que se alzaba a sus espaldas. Sin
embargo, Kyre sintió la presencia de la hinchada luna detrás de los grises
sudarios de bruma.
Talliann murmuró:
–Está bajo los efectos de un encantamiento, Kyre... ¿No lo ves? Calthar no ha
muerto –continuó, con los ojos desmesuradamente abiertos–. Debió de
recuperar sus fuerzas y pronunciar uno de sus hechizos... A ti y a mí no nos
pudo alcanzar, pero sí a la niña...
El desesperado deseo de que estuviera equivocada hizo protestar a Kyre:
– ¡Calthar no puede haberse recuperado! ¡No en tan poco tiempo!
–Sí que puede. Tú mismo has visto de dónde extrae sus fuerzas... –musitó
Talliann con un estremecimiento–. No podemos perder el tiempo aquí, Kyre.
¡Tenemos que transportar enseguida a la niña a Haven, antes de que Calthar
ataque de nuevo!
Al oír sus palabras, Kyre tuvo un terrible presentimiento. Involuntariamente
miró hacia el mar, y la sangre se le heló en las venas. Como una aterradora
confirmación de la prisa de Talliann, la niebla empezaba a rasgarse poco a
poco, como una fina tela que se abriera para dejar paso a un rayo que partía
del cielo convirtiendo toda la escena en un violento grabado al aguafuerte, en
negro y plata. Talliann era un espectro totalmente pálido, y el cuerpecillo de
Gamora parecía un cadáver en sus brazos, a la mortal luz de la luna.
– ¡Date prisa! –suplicó Talliann con voz entrecortada.
Kyre no necesitó que le dijera nada más. Estrechó todavía más contra su pecho
a la niña, Talliann recogió la lanza que él había soltado, y los dos echaron a
correr a través de la inestable franja de guijarros en dirección a la opaca
silueta de la media luna formada por la bahía. Al llegar a la playa de arena
pudieron acelerar el paso, y Kyre experimentó un inmenso alivio cuando, por
fin, distinguió las parpadeantes luces de las puertas de Haven, que a través de
la bruma parecían unos lejanos y salvajes ojos. No tenía ni idea de la hora que
podía ser, pero desde luego era noche cerrada. No habría nadie en las calles, y
no resultaba probable que les diesen el alto antes de llegar al castillo.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
209
Alcanzaron el arco y, una vez allí, Talliann vaciló, aún horrorizada por lo que
habían dejado atrás, pero temerosa de lo que pudiera aguardarles dentro de
las hostiles murallas de la ciudad. Pese a la carga que llevaba, Kyre alargó un
brazo y tocó su hombro para tranquilizarla. Ella respiró profundamente,
agradecida, y luego indicó, con un gesto, que estaba dispuesta a seguir
adelante. Al pasar debajo del arco, Kyre dominó el súbito deseo de mirar
atrás, por miedo a ver la agrietada superficie de la Hechicera contemplándoles
sombríamente. Por fin dejaron atrás las dos luces verdes, y Haven les acogió.
La niebla formaba pálidas e inmóviles rebalsas en las tortuosas calles, y
ahogaba incluso las quedas pisadas de sus desnudos pies contra el empedrado.
Las casas, todas cerradas, les miraban con ojos vacíos. Kyre notó el miedo de
Talliann como un aura casi palpable, mientras que él veía la ciudad con unos
sentidos de nuevo despiertos. Tan familiar y, a la vez, tan arruinada... perdidos
su esplendor y su belleza tanto tiempo atrás... A medida que avanzaban por un
complicado laberinto de callejones, en un intento de rehuir las plazas y los
lugares más públicos, los viejos recuerdos acudieron con renovada intensidad a
su memoria, hasta el punto de que Kyre casi hubiese podido sobreponer a la
actual Haven una imagen fantasmal de la Haven que él conociera en otras
épocas. La sensación era inquietante, angustiosa, y el colgante de cuarzo
pareció arder en aquel momento contra su piel, como si alguna fuerza
consciente, en él contenida, compartiese sus emociones.
Por fin asomó delante de ellos el elevado muro del castillo, en cuya pálida
arenisca destacaba como una mancha obscura la pequeña puerta. A la sombra
de la pared, Kyre dejó cuidadosamente en el suelo a Gamora, pero cuando
apoyó una mano en la aldaba, Talliann dijo en voz baja:
–Tengo miedo de entrar, Kyre...
En la negrura de !a noche, su rostro era un óvalo blanco. y sus ojos, dos huecos.
El tomó sus manos.
–No temas. Estás conmigo... Nada puede hacerte daño, Talliann, ¡nada!
–Pero... –insistió ella, después de tragar saliva–, ¿me aceptarán? Procedo de la
ciudadela, y eso, para ellos, significa que soy... mala. Y si Calthar...
–Calthar no puede alcanzarte –contestó Kyre, estrechando sus dedos con
fuerza, y la determinación que sentía dio un acento especial a sus palabras–.
¡Aquí nadie te hará daño! Estás a salvo. Los dos lo estamos. ¡Confía en mí,
Talliann!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
210
La muchacha bajó la cabeza, de modo que él no pudo ver su expresión. Pero
entonces, con un gesto rápido e impulsivo, se llevó las manos del hombre a la
cara y las besó.
–¡Sí! –murmuró–. ¡Sí, Kyre, confío en ti! ¡Ya lo sabes! –agregó al fin con voz más
firme, mientras sus miradas se encontraban.
Observó luego cómo Kyre levantaba la aldaba de la portezuela y, con suma
cautela, la abría unos cuantos centímetros. Nada se movió en la obscuridad
reinante detrás, ni se oyó voz alguna. Empujó más la hoja de la puerta, y
tampoco sucedió nada. Kyre volvió a cargar con el inerte cuerpo de Gamora y,
con Talliann pisándole los talones, se introdujeron en el húmedo y lóbrego
parque.
La sorprendente visión de aquellos jardines hizo lanzar una queda exclamación
a Talliann. La niebla se deslizaba en delgadas y lechosas espirales entre los
espesos matorrales, confiriendo a los achaparrados arbustos una extraña
apariencia de vida independiente. Las grandes flores blancas que poblaban el
jardín empezaban ya a marchitarse y llenaban el aire del olor dulzón de la
descomposición. La joven iba pegada a él y le tocaba el brazo como si
necesitara la seguridad del contacto físico, apartándose de las moribundas
flores mientras seguían los caminos cubiertos de hierba que conducían a la
terraza.
Sólo la trabajada balaustrada de piedra asomaba por encima de la capa de
niebla. La terraza parecía flotar sobre ella como un buque fantasma en un
espeso y blanco mar. Pero en una ventana situada junto al extremo superior de
la escalera brillaba una mortecina luz, y Kyre recordó que allí se hallaban los
aposentos de Brigrandon. El anciano preceptor estaba todavía despierto: él,
precisamente, era la persona indicada para ayudarles a llegar hasta DiMag.
Se volvió hacia Talliann y señaló la confusa mancha de claridad.
–Ésas son las habitaciones de Brigrandon, el preceptor de Gamora –susurró–.
Es un buen amigo, digno de toda confianza. Él nos protegerá.
La incierta mirada de Talliann le demostró que no acababa de vencer sus
temores, pero ella no dijo nada, se limitó a asentir y le siguió escaleras arriba.
Cuando estuvieron ante la puerta de Brigrandon, la muchacha se echó a
temblar y cuando Kyre golpeó la madera con un rápido pero discreto staccato, retrocedió hasta esconderse entre las sombras.
Por unos instantes, Kyre creyó que su llamada no había sido oída, y ya se
disponía a repetir, cuando la puerta giró bruscamente sobre sus goznes y se
entreabrió, de manera que un dedo de cálida luz amarilla se derramó sobre la
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211
terraza. La figura que apareció en el umbral no era más que una silueta, pero
Kyre reconoció enseguida la forma de los hombros del preceptor y sus
desordenados cabellos.
–Maestro Brigrandon... –dijo en un murmullo.
– ¿Quién es?
La puerta se abrió un poco más, pero Brigrandon era cauto. Kyre se humedeció
los secos labios.
–Soy Kyre, maestro.
Hubo una pausa y, luego, la puerta se abrió más. Los dos se miraron fijamente
durante lo que pareció una eternidad. Al fin contestó Brigrandon en tono
prudente:
–Yo... yo siempre creí que la sobriedad era una cura infalible contra las
alucinaciones. Pero, por lo visto, estaba equivocado.
Aquel acento seco y familiar, así como la calmosa resignación del anciano,
proporcionaron a Kyre una sensación de alivio que necesitaba con
desesperación.
–No soy un fantasma, maestro Brigrandon –dijo–. ¡Y preciso vuestra ayuda con
tremenda urgencia!
El preceptor dio un paso atrás y abrió la puerta del todo.
– ¡Entrad!, ¡entrad de prisa! –susurró–. ¿Dónde diablos habéis...?
Pero la voz se le cortó, y los ojos parecieron saltársele de las órbitas cuando la
luz de la habitación iluminó el cuerpecillo acurrucado en los brazos de Kyre.
– ¡Que el Ojo nos proteja! –Exclamó, y el espontáneo juramento brotó después
de una fuerte aspiración–. ¡La habéis devuelto a Haven!
Brigrandon parecía a punto de llorar.
– ¡Debo ver inmediatamente a DiMag y a Simorh! –Dijo Kyre, después de pasar
el umbral y apartar al viejo con el hombro, ya que Brigrandon parecía atontado
por la contemplación de la niña–. Gamora está embrujada... –añadió–; está en
trance, y no logro despertarla. Pero hay más, mucho más... ¡Talliann! –llamó a su
compañera en voz baja.
Emergió ella de la obscuridad y se colocó bajo el dintel, con todos los músculos
de su cuerpo en una gran tensión, como un animal salvaje dispuesto a huir a la
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212
menor señal de peligro. Brigrandon la miró desconcertado, y Kyre se apresuró
a advertir:
–No hay tiempo para grandes explicaciones, Brigrandon. Venimos de la
ciudadela de los habitantes del mar, y traemos noticias... ¡Es terriblemente
urgente!
–Embrujada... –repitió Brigrandon, en tono aturdido, y de repente meneó la
cabeza, como si quisiera despejársela–. Perdonadme, Kyre. Vuestra inesperada
presencia ha sido una sacudida para mí... Ni en sueños me había imaginado que
pudiera suceder algo semejante. Me coge desprevenido...
Enderezó la espalda, y la acostumbrada y astuta inteligencia volvió a sus ojos
cuando cruzó la estancia en dirección a una yacija próxima a un fuego cubierto
de cenizas, pero que aún despedía un agradable calor.
–Acostad aquí a la princesa, y vuestra amiga... –dijo mirando a Talliann, que no
se había movido–. ¡Entra, hija! Entra y reponte un poco. ¡Estáis los dos
empapados! ¿Decís que Gamora está embrujada? –agregó mirando a Kyre, que
había depositado a la princesa en el lecho.
Kyre dio gracias a la providencia por el pragmatismo de Brigrandon: nada de
teatralidades ni de objeciones. Hasta sus preguntas eran breves y sin rodeos.
–Es la obra de una bruja llamada Calthar –indicó.
– ¿Qué? –exclamó Brigrandon entrecerrando los ojos.
– ¿La conocéis?
–Lo suficiente. Y si en efecto es cosa de ella, sólo nos resta orar para que la
princesa Simorh pueda contrarrestar sus poderes. Hemos de hablar con ella
sin demora –dijo, echando otra mirada al inmóvil cuerpo de la pequeña–. En
cuanto al príncipe... ¿habéis intentado entrar en la residencia?
Kyre notó que Talliann se apretaba contra él. Había entrado en la habitación
porque Brigrandon se lo había pedido, pero todavía estaba nerviosa.
–No –contestó.
La boca de Brigrandon se convirtió en una línea delgada y dura.
–No importa. Tal como están las cosas, pocas probabilidades hubieseis tenido
de llegar ileso hasta él. Hay órdenes de mataros apenas os vean.
Kyre quedó aterrado. Había esperado hostilidad por parte de DiMag, pero
nada tan extremo.
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–Creo, sin embargo, que el príncipe no... –empezó a decir.
–No fue el príncipe quien dio esas órdenes –le interrumpió Brigrandon, ceñudo–
, sino Vaoran, el maestro de armas. Y cuenta con suficientes hombres
dispuestos a obedecerle más a él que al príncipe, y a hundiros un cuchillo en la
espalda antes de que podáis explicar vuestra historia.
De modo que ésa era la situación... DiMag ya había insinuado la inestabilidad de
las circunstancias en más de una ocasión, pero Kyre no podía imaginar que todo
empeorase tan rápidamente. Así pues, su misión se hacía todavía más urgente.
Brigrandon dijo, dominando su inquietud:
–Pocos son los sirvientes en los que uno puede confiar hoy día, amigo, por no
hablar ya de los soldados. Ni yo mismo estoy seguro de mis hombres. Os
conduciré personalmente ante el príncipe –añadió, después de una breve
vacilación– .Será el único medio seguro para llegar hasta él.
Miró abiertamente a Kyre, y en sus ojos había una penosa candidez.
Talliann empezó a temblar violentamente cuando el calor reinante en la
habitación chocó con el terrible frío de sus huesos. Apenas la sostenían los
pies, le costaba mantener los ojos abiertos, y Kyre dijo:
–Talliann está agotada, Brigrandon. Necesita descansar.
–Pues que se quede aquí –respondió el viejo y al mirar a la muchacha, su
expresión reveló simpatía–. En cualquier caso, será más prudente. En cambio,
tenemos que llevar con nosotros a la princesa. Si vos la lleváis, Kyre, los
seguidores de Vaoran se lo pensarán dos veces antes de atentar contra
vuestra vida. No me gusta tener que decir algo semejante –agregó con un
suspiro–, pero es la verdad.
Kyre no discutió sus palabras. Conocía lo suficiente a Brigrandon para saber
que no era amigo de exageraciones ni de engaños. Sin duda estaba al tanto de
la situación. Por eso hizo un gesto afirmativo y dijo:
–Haré lo que creáis mejor.
–Hemos de irnos, entonces. y tú, hija –agregó mirando a Talliann con una
amable sonrisa–, sécate y procura entrar en calor. En esa alcoba encontrarás
mantas. Toma tantas como te hagan falta. Dejaremos la puerta cerrada, de
manera que estarás a salvo hasta nuestro regreso.
Talliann se volvió hacia Kyre con gesto indeciso, y él le apartó de la cara los
mojados cabellos.
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–Brigrandon tiene razón. Puedes confiar en él. Trata de dormir un poco,
Talliann –dijo, besándola delicadamente en la frente, y le pareció que eso la
sosegaba– .Ya no tienes nada que temer.
Partieron al cabo de dos minutos. Brigrandon iba delante, con una linterna.
Kyre le seguía con Gamora en brazos. El joven sintió de nuevo el encontronazo
del pasado con el presente, al entrar en el vestíbulo del castillo: los
descoloridos tapices, el gastado mármol, la fría sensación de abandono, en
comparación con los recién recuperados recuerdos de la vieja prosperidad y
gloria de otros tiempos. Aquello estaba prácticamente a obscuras. Sólo la
linterna de Brigrandon mantenía alejadas las profundas sombras mientras
avanzaban hacia el arco y las escaleras que había detrás. Ni una pisada, ni una
voz les salió al encuentro mientras subían, y en escasos minutos alcanzaron el
corredor que conducía a los aposentos de DiMag.
–Probablemente, el príncipe estará despierto –murmuró Brigrandon cuando
caminaban en silencio por el pasillo–. Apenas duerme, estos días. Desde que la
princesita desapareció...
El preceptor calló bruscamente al oír ambos unos pasos a poca distancia.
El grupo que dobló un rincón del corredor estaba formado por cinco hombres,
y Vaoran iba a la cabeza. Kyre tuvo tiempo de reconocer a dos consejeros ya
mayores y a un alto oficial del ejército, antes de que el corpulento maestro de
armas se fijara en él. Durante unos segundos, Vaoran no dio crédito a sus ojos.
Luego exclamó con voz asombrada:
– ¡Tú!
– ¡No, maestro de armas! –Intervino Brigrandon, situándose delante de Kyre
cuando Vaoran sacó la espada de su vaina–. ¡Kyre viene a ver al príncipe!
Vaoran miró con desprecio al viejo preceptor.
–Apartaos de mi camino –dijo con suavidad–. Conocéis la orden que yo di
respecto de esa criatura.
Detrás de él, el oficial también empuñaba la espada. Pero Brigrandon no se
dejó intimidar.
–Yo sólo acepto órdenes del príncipe DiMag –replicó ásperamente–. Y Kyre y yo
tenemos que verle con urgencia. Os agradeceré, Vaoran, que no nos
interceptéis el paso.
Quiso dar un paso adelante, pero se detuvo al encontrarse con la punta de la
espada de Vaoran casi en su cara.
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215
– ¡Manteneos aparte! –ordenó Vaoran.
– ¡No hagáis locuras! –Protestó Brigrandon–. ¿Es que no os dais cuenta? ¡Kyre
nos ha devuelto a la princesa Gamora! –anunció, señalando con el brazo el bulto
que Kyre sostenía.
Se produjo un silencio absoluto. Pero entonces, y con tanta rapidez que el viejo
preceptor no tuvo tiempo de reaccionar, Vaoran golpeó a Brigrandon con la
parte plana de su espada, y éste se tambaleó, golpeándose la cabeza con el
soporte de una lámpara. Perdió el equilibrio y cayó, y Kyre y Vaoran se hallaron
frente afrente.
Vaoran clavó brevemente la vista en Kyre. No podía creer lo que había dicho
Brigrandon. Luego se adelantó y, con un rápido movimiento, levantó una punta
de la manta que cubría el cuerpo transportado por el joven.
Uno de los hombres que se mantenía detrás lanzó un quedo juramento al ver el
inmóvil y pálido rostro de Gamora. Los músculos de la mandíbula de Kyre se
tensaron convulsivamente. De no haber sido por la preciosa carga que tenía en
sus brazos, nada le habría costado matar a Vaoran. Ya había conocido a otros
hombres como él, tipos ambiciosos que buscaban arrancarle poder a su legítimo
señor para utilizarlo luego ellos. Y una vez había sido la víctima, al despertar
Malhareq la codicia de personas semejantes. Ahora, por lo visto, le tocaba el
turno a DiMag.
En los ojos de Vaoran descubrió la confiada satisfacción de quien está a punto
de conseguir su objetivo. El rostro del maestro de armas se había puesto rojo
de ira, y la punta de su espada oscilaba a pocos centímetros de la mejilla de
Kyre.
– ¡Deja a la niña! –exigió, pronunciando cada palabra con mortal precisión.
–Se la llevo a DiMag.
Vaoran se acercó aún más. La punta de la espada estaba ya sólo a un dedo de la
boca de Kyre.
–Contaré hasta cinco, criatura, y entonces...
– ¡Basta, Vaoran!
Brigrandon, todavía medio mareado a causa del golpe en la cabeza, avanzó con
paso inseguro., Al ver que se había recuperado, el oficial quiso detenerle. Él y
el maestro de armas intentaron agarrarle, pero su gesto acrecentó las fuerzas
del furioso Brigrandon, y Vaoran gritó:
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216
– ¡Quitad de en medio a este viejo loco! ¡Hacedlo callar aunque para ello tengáis
que atravesarle el corazón!
– ¡Vaoran, maestro de armas! –sonó una voz distinta, que cortó fieramente el
alboroto.
El oficial se apartó de Brigrandon, asustado y dolido, y Vaoran quedó
petrificado. Los demás consejeros se retiraron para dejar paso a DiMag, que
al oír el griterío había salido de sus habitaciones.
El príncipe estaba mucho más delgado, llevaba los cabellos en desorden y tenía
la cara grisácea. Sólo se veía una energía febril en sus castaños ojos. Iba
totalmente vestido (por lo visto, si descansaba algún rato, lo hacía con la ropa
puesta), y con la mano agarraba la empuñadura de su pesada espada ya fuera
de la vaina. Ignorando a Brigrandon y a los consejeros, miró a Vaoran con un
odio que no se molestó en disimular.
– ¡Baja esa espada!
–Señor, es que... –replicó Vaoran, de manera explosiva.
– ¡Digo que la bajes! –repitió DiMag con gesto pétreo–. Si no lo haces, cortaré
la mano que la sostiene.
El tono empleado no dejaba lugar a dudas: si no era obedecido, llevaría a cabo
su amenaza. Vaoran vaciló unos instantes, y sus ojos reflejaron la cólera que le
producía verse humillado delante de sus compañeros. Luego bajó la espada
poco a poco, hasta que la punta tocó el suelo.
DiMag miró entonces a Kyre. En los ojos del príncipe había duda, sospecha y,
sobre todo, un inmenso cansancio. Abrió la boca para hablar, pero antes de que
pudiera pronunciar palabra, Brigrandon se adelantó y tocó ligeramente su
brazo derecho.
–Mi señor y príncipe –dijo respetuosamente–. Kyre nos ha devuelto a la
princesa Gamora.
– ¿A Gamora?
Todo resto de color desapareció del semblante de DiMag, cuando por vez
primera se fijó en la envuelta figura que Kyre sostenía en brazos. Se llevó el
dorso de una mano a la boca y, durante una fracción de segundo, Kyre vio
auténtico horror en su mirada... Horror a despertar en cualquier momento para
encontrarse con que todo había sido un sueño. Por eso dijo:
–Es cierto, príncipe DiMag.
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217
–Señor, yo... –se atrevió a intervenir de nuevo Vaoran, incapaz de contener la
rabia, pero el príncipe se volvió en el acto hacia él.
– ¡Silencio! –rugió.
Dio un paso más, cojeando, y apartó uno de los pliegues de la manta. Contempló
largo rato la cara de su hija, luego cerró los ojos y se tambaleó. Brigrandon se
apresuró a sostenerle, ya que parecía a punto de desplomarse, pero DiMag hizo
un esfuerzo y se dominó. Dio una palmada de agradecimiento en el brazo al
viejo preceptor, y musito:
–Busca un criado, Brigrandon, y mándalo en busca de la princesa Simorh... Debe
venir enseguida a mis aposentos...
–Yo mismo iré, señor.
–No, no. Cuida tus piernas, amigo. Que vaya un criado. A ti te necesito en mis
habitaciones... ¡Que suba también la aya de Gamora! Habrá que despertarla.
–Hay algo más que debéis saber, señor –señaló Brigrandon, a la vez que miraba
indefenso a Kyre.
Este decidió que nada se ganaría escondiendo la realidad.
Por eso dijo con voz serena:
–Príncipe DiMag, vuestra hija ha sido embrujada. No logramos hacerla
reaccionar.
– ¿Embrujada? –Inquirió el príncipe con el entrecejo fruncido, y luego se
endureció su mirada–. Ya... –dijo–. Claro... Debería haber imaginado algo por el
estilo... Es lo que soñó Simorh.
– ¿Y quién la ha podido embrujar? –preguntó Vaoran.
El maestro de armas había recuperado la confianza en sí mismo, y su expresión
era peligrosa. Kyre estaba a punto de darle una respuesta mordaz, cuando
DiMag alzó una mano, impidiéndolo.
–Maestro de armas Vaoran –dijo el príncipe con voz gélida–. Por esta noche ya
te he oído bastante. ¡No quiero más acusaciones, ni odios, ni venganzas
personales! ¡Retírate a tus aposentos! –terminó, mirando duramente al soldado,
que palideció.
– ¡Esto es una injuria! ¡Esa criatura vuelve a rastras a Haven, después de
habernos traicionado a todos, y vos...!
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– ¡Me ha devuelto a mi hija! –Bramó DiMag–. ¡Y eso es mucho más de lo que tú y
tus hombres habéis conseguido!
Vaoran se contuvo, pero al fin exclamó con desprecio:
–Sí, ha devuelto a la princesa, pero... ¡a qué precio!
DiMag le dirigió una breve y fulminante mirada, y luego dijo con increíble
veneno en la voz.
–Te he ordenado marcharte. ¡Espero ser obedecido!
–Exijo, señor, que...
– ¡No estás en situación de exigir nada!
La mano del príncipe sujetó con más fuerza la empuñadura de su espada, y
Vaoran, desconcertado, dio un paso atrás.
–Retiraos todos ahora –dijo DiMag, de modo menos violento–. Mi hija me ha
sido devuelta y, por el momento, es lo único que me importa. Podéis convocar al
Consejo para mañana. Entonces tendréis un informe completo de mis propios
labios. Hasta ese momento, mataré a cualquiera que se atreva a molestarme.
Repasó una vez más el grupo con sus fatigados ojos, y por fin detuvo la vista
en Kyre.
– ¡Llévala a mis aposentos! –dijo tranquilamente.
Mientras seguía al príncipe a través del pasillo, Kyre sentía de manera casi
física el ardor del odio de Vaoran. DiMag aún poseía suficiente autoridad para
hacer callar al maestro de armas en una confrontación directa, pero resultaba
evidente que su posición se deterioraba rápidamente. Vaoran tenía amigos
influyentes entre los consejeros y en el ejército. En sólo cuestión de días,
podía sentirse lo suficientemente fuerte para intentar derrocar al príncipe. Y
DiMag lo sabía. Kyre había visto en sus ojos la inquietud, la conciencia de que
su futuro se balanceaba sobre el filo de un cuchillo. Cuando el Consejo se
reuniese a la mañana siguiente y conociera todo lo sucedido en la ciudadela del
mar, la desunión sería todavía mayor.
Los guardias apostados ante las puertas de las habitaciones de DiMag
saludaron y se apartaron para dejarles pasar. Entraron en el primer aposento –
doblemente familiar para Kyre, que ahora lo reconoció como el suyo de antaño–
y Gamora fue cariñosamente depositada sobre el diván del príncipe. DiMag se
sentó a su lado y empezó a frotar con ternura una de las manos de la niña, sin
dejar de contemplarla. Kyre permanecía cerca, procurando no estorbar, y no
ESPEJISMO LOUISE COOPER
219
habló hasta que Brigrandon volvió. DiMag alzó la vista cuando el anciano
preceptor cerró la puerta tras de sí.
–No sé qué decirte, Lobo del Sol... –dijo entonces el príncipe–. Me has devuelto
a mi hija, y eso es algo que jamás podré pagarte. Sin embargo, esto... –y señaló
el inmóvil cuerpecillo de la niña–. No sé qué hacer, Kyre, ni qué pensar...
– ¡Vive, príncipe DiMag! –Intervino Brigrandon–. Al menos podemos dar gracias
por eso. Y si la princesa Simorh puede...
–Si puede –le cortó DiMag bruscamente, y volvió a mirar a Kyre–. ¿Quién ha
hecho esto, muchacho? ¿Quién es el responsable?
–Se trata de Calthar, la bruja de los mares –contestó Kyre.
La expresión de DiMag se convirtió en una máscara de la que había
desaparecido en un instante toda reacción, toda emoción.
–Calthar... –repitió el nombre, aunque Kyre se dio cuenta de que le costaba un
gran esfuerzo pronunciarlo–. ¿De manera que aún gobierna?
Kyre asintió.
–Y ahora ha embrujado a mi hija...
El soberano se puso de pie y cruzó cojeando la estancia, en dirección a una
pequeña mesa en la que había una botella y varias copas. Cuando se sirvió vino,
la mano le temblaba.
–Debería estar muerta desde hace cincuenta años –murmuró, y su voz sonó más
grave–. Su cuerpo, comido por los gusanos, tendría que haberse podrido cuando
mi abuelo era todavía joven, y no seguir con vida hasta... hasta...
El angustiado DiMag sacudió la cabeza, incapaz de expresar lo que sentía.
–Lo sé –dijo Kyre, y algo en su voz hizo callar al príncipe.
Se encontraron sus ojos, y DiMag descubrió en el otro hombre el eco de los
horrores presenciados en la ciudadela.
–Señor... –continuó Kyre–, en Calthar hay todavía mucha más maldad de la que
os podáis imaginar. Lo que le ha hecho a Gamora es sólo el principio. Mucho
peor es lo que piensa hacer... lo que hará, si no logramos impedirlo.
DiMag estudió su rostro durante unos segundos. Luego dijo:
–Explícame lo que sepas. Cuanto antes yo...
Pero se interrumpió al abrirse la puerta.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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En el umbral estaba Simorh. Se cubría únicamente con una camisa de dormir, y
tenía los asustados ojos muy abiertos. Enfocó con su aturdida mirada a un
hombre y al otro, y después musitó con voz intranquila:
– ¿DiMag...?
El príncipe señaló el lecho sin más palabras. Simorh se volvió, descubrió a
Gamora y rompió a llorar.
Kyre y Brigrandon prefirieron apartar la vista cuando la princesa cayó de
rodillas con la cabeza inclinada sobre el cuerpo de la chiquilla, sacudida toda
ella por unos sollozos que impresionaban todavía más por ser silenciosos y
desesperadamente controlados. Kyre no conocía el aspecto maternal de
Simorh, y su pena le conmovió. Intercambió una mirada con Brigrandon, pero
ninguno pronunció palabra. El propio DiMag se hallaba de cara a la ventana,
como si contemplara un mundo sólo suyo. Cuando Simorh alzó la cabeza, tenía
el rostro lleno de lágrimas, y su voz tembló al gritar:
– ¿Quién le ha hecho eso a mi hija?
No necesitaba que le dijeran lo del encantamiento. Al igual que Talliann, lo
había visto enseguida. Kyre hubiese podido responderle, pero DiMag hizo un
gesto y le comunicó de modo casi áspero:
–Calthar.
– ¿Qué?
Los ojos de la princesa se estrecharon, y las piernas parecían no poder
sostenerla cuando se puso en pie.
–Kyre nos ha devuelto a Gamora –explicó DiMag–, y trae noticias de que...
– ¡Al diablo sus noticias! –Chilló Simorh con una voz como el filo de una navaja–.
Esa maldita bruja ha encantado a mi hija, y no estoy dispuesta a perder el
tiempo escuchando cuentos... ¡Quiero que Gamora sea trasladada de inmediato
a mi torre! –Agregó, dando media vuelta–. Si algo puede hacerse, yo...
– ¡Un momento, señora! –intervino Kyre.
Ella quedó paralizada y clavó en él unos ojos asombrados y enfurecidos.
– ¿Cómo te atreves a...?
– ¡Me atrevo porque es preciso! –La interrumpió Kyre–. Calthar ha hecho algo
peor que embrujar a Gamora. Si no me escucháis ahora, todos vuestros
esfuerzos por despertarla serán inútiles, porque... ¡dentro de cinco noches se
propone destruir Haven con todas sus almas!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
221
Simorh le miró anonadada, y DiMag añadió quedamente:
–La Noche de Muerte, ¿no?
–La Noche de Muerte, en efecto. Ellos lo llaman la Gran Conjunción. Y se
producirá dentro de cinco noches...
–Catorce –replicó Simorh con dureza, y los dos hombres se volvieron hacia
ella–. No son cinco noches, sino catorce. Nuestros astrónomos lo han calculado.
Sin embargo, en su voz no había convicción.
–Pero vuestros astrónomos están equivocados –insistió Kyre–. Los habitantes
del mar conocen exactamente el momento en que la Conjunción se producirá. Y
esta vez, Calthar se propone aniquilar Haven.
– ¿Cómo puedes saberlo? –inquirió DiMag.
–Porque he estado en la ciudadela de las aguas con Gamora. Simorh estaba a
punto de contestar furiosa, pero DiMag posó una mano en su brazo.
– ¿La seguiste hasta allí? –preguntó.
–Sí, señor.
Simorh miró encolerizada a su esposo.
– ¡No vas a creer en sus palabras, supongo! Si es cierto, si de veras estuvo
entre esos demonios... ¿cómo pudo llegar hasta su plaza fuerte? ¿Y cómo logró
rescatar a Gamora? Kyre pretende haber salvado a nuestra hija –señaló con
increíble enojo–, pero lo más probable es que esté de acuerdo con nuestros
peores enemigos... ¿Cómo podemos saber que su historia no forma parte de una
trampa?
Se produjo un penoso silencio que se prolongó durante unos momentos. Luego
dijo Kyre:
–Princesa Simorh..., yo no espero que vos confiéis en el hombre al que
arrebatasteis del limbo. ¿Estaríais dispuesta, en cambio, a creer en la palabra
de aquel cuyo nombre le pusisteis? ¿Confiaríais en el auténtico Lobo del Sol?
Brigrandon fue el primero en comprender las palabras de Kyre, y fue tal su
impresión que se dejó caer en una silla. DiMag le miró lleno sorpresa.
– ¿Qué te pasa, Brigrandon? –exclamó.
El preceptor no apartaba los ojos de Kyre y, al cabo de un instante, contestó:
ESPEJISMO LOUISE COOPER
222
–Sospecho, mi señor, que ha ocurrido algo que ninguno de nosotros podía
imaginar. ¿Estoy en lo cierto, Kyre?
–Sí, mi amigo, ¡lo estáis!
Kyre extendió el brazo para mostrar el colgante de cuarzo sujeto a su muñeca
con la cadena de plata.
–Cómo llegó a la ciudadela, es cosa que ignoro. Pero cuando Talliann lo depositó
en mi mano, algo se despejó en mi mente y pude recordar quién soy en realidad.
DiMag preguntó en tono beligerante:
– ¿Talliann?
Pero Brigrandon no le hizo caso. Contemplaba el colgante con un miedo casi
infantil y después de mirar brevemente a Kyre para pedirle permiso, alargó un
dedo para tocarlo con mucho respeto.
–Es éste –susurró al fin–. Tal como lo describen nuestros más antiguos
documentos... ¡El amuleto del verdadero Lobo del Sol!
– ¿Cómo? –Gritó Simorh, acercándose con los ojos desmesuradamente abiertos
y la emoción reflejada en su rostro–. ¡No..., no es posible!
DiMag se colocó a su lado y rodeó los hombros de su esposa con un brazo
mientras estudiaba el colgante. Kyre se preguntó si se daba cuenta de su
gesto. Cuando, finalmente, el príncipe alzó la vista, en sus ojos empezaba a
relucir la comprensión.
Kyre esbozó una torcida sonrisa.
–Príncipe DiMag... En uno de nuestros primeros encuentros, me formulasteis
una pregunta a la que no supe responder. Vuestras palabras fueron éstas: «¿Ha reinn trachan, ni brachnaea poI arcath?»
Comprobó que el rostro del príncipe palidecía ante su perfecto acento, y
repitió la pregunta en la lengua de DiMag:
–« ¿Puede volver un príncipe, si su país se ha perdido?» Ahora puedo
contestaros, señor, con esta frase: «Kena halst reinn crechen ha brachnaea voed creich».
DiMag murmuró la traducción.
–«Sólo con la muerte del último príncipe puede morir realmente un país...»
Su voz era apenas perceptible, y Kyre sonrió más abiertamente.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
223
–Incluso en mis tiempos, la antigua lengua era utilizada sólo por magos y
escribas –dijo–. No es de extrañar, pues, que hoy día haya desaparecido casi
del todo.
– ¡DiMag! –Exclamó Simorh, mirando al esposo con súbito horror–. ¡Eso no
puede ser cierto! ¡Sé lo que yo hice, y me consta qué clase de criatura traje a
este mundo! Lo que vos pensáis y decís... ¡no es posible!
–Señora –se interpuso Brigrandon, no sin todo el respeto–, vos creíais haber
creado un hombre a imagen de Kyre, pero os equivocabais.
La mirada que Simorh le dirigió era furibunda, pero aunque luchaba por
contradecirle, en sus ojos había aceptación.
Brigrandon sonrió a su soberana con infinita compasión e infinito respeto.
–Vuestros poderes llegaron más allá de lo que ninguno de nosotros hubiera
podido soñar, princesa. ¡Habéis hecho volver del reino de los muertos a
nuestro Lobo del Sol!
-0-0-0-0-
Entre varios sirvientes habían vuelto a transportar a Calthar a sus aposentos,
pero ninguno de ellos se atrevió a penetrar en su sanctasanctórum. Y así,
pulgada tras pulgada, ella tuvo que arrastrarse a través de la puerta que tanto
espanto causaba a los demás, para desaparecer en la profunda obscuridad que
reinaba al otro lado. Dejaba Calthar un rastro de sangre en el suelo, y su cara
estaba contraída por el dolor, pero también por una incontenible y loca cólera.
Lo primero pasaría. Lo segundo duraría más.
¡Tendría que haber sabido quién era él! Apretándose el pecho con una
temblorosa mano, y consciente de que la vida se le escapaba entre los abiertos
dedos, Calthar experimentó un odio como nunca lo sintiera antes. Ningún
mortal común era capaz de derramar su sangre, la de Calthar... Muchos lo
habían intentado durante su larga vida, pero el poder de las Madres la hacía
invulnerable a cualquier arma blandida por sus enemigos. Esa criatura, en
cambio, ese falso paladín de Haven, había conseguido lo que nadie lograra
antes, y eso sólo podía significar una cosa: que no era un falso paladín. Siglos
después de que Malhareq, primera y máxima Madre de todas, le enviara a la
muerte, el Lobo del Sol había vuelto.
Y ella le había dejado escapar entre los dedos, y llevarse además a Talliann...
Unos peldaños descendían en la obscuridad. Calthar encogió los pies y reptó
por encima del borde del pozo. A medio camino tuvo que hacer una pausa para
que el aire que se le escapaba volviera a sus pulmones. Su aliento le quemaba
ESPEJISMO LOUISE COOPER
224
en la garganta y en el pecho, y en la boca notó sabor a sangre. Calthar escupió,
tosió, escupió otra vez y siguió arrastrándose. Finalmente, sus manos pudieron
palpar algo blando que cedía entre sus dedos, y la bruja supo que había
alcanzado su antro.
Se detuvo jadeando como un animal exhausto, y la saliva y la sangre se
mezclaron en su barbilla mientras ponía en orden sus pensamientos. Tenía que
haber un ajuste de cuentas. Lobo de Sol o no, Kyre pagaría por lo que le había
robado, y el precio sería la destrucción de Haven. Las Madres estaban airadas
y exigían una compensación. Ella, como su avatar, sería el instrumento de su
venganza.
Calthar quería recuperar a Talliann, pero si era necesario, saldría del paso sin
ella. Pese a haber creado a la muchacha para sus fines, los defectos de
Talliann habían hecho de ella, como mucho, un canal incierto para las fuerzas
que Calthar se proponía emplear. Valía la pena pagar el precio, pero... si la
recuperación de la chica resultaba imposible, existía otro vehículo para sus
poderes: uno más obscuro, uno que había permanecido dormido y a la espera,
durante los años de su mandato. Podía ser invocado una sola vez, y únicamente
cabía desterrarlo mediante la destrucción. Pero a Calthar ya no le importaban
los riesgos. Había llegado la hora de las Madres, que resucitarían triunfales de
sus tumbas, del putrefacto polvo, y Haven moriría con todo lo que viviera
dentro de sus murallas.
La respiración de Calthar produjo un sonido sibilante en su garganta, una
demente mezcla de dolor, placer y expectación. Se acurrucó aún más entre los
despojos que cubrían el fondo del pozo, cerró los ojos y su mente se esforzó...
« ¡Curadme! –Dijo en silencio–. ¡Curadme, y sabré conseguir una venganza que supere nuestros más audaces sueños!»
No hubiese podido decir, luego, cuánto tiempo permaneció en aquel lugar antes
de experimentar en sus venas el primer cosquilleo de la fuerza que volvía a
ella. Al llegar la sensación, Calthar sonrió, y sus piernas se movieron,
torpemente primero, pero después con más seguridad cada vez, entre los
huesos y el polvo que cubrían el suelo a su alrededor.
Notó Calthar que la herida que le infligiera Kyre se iba cerrando. Apenas era
ya más que una desigual y blanca cicatriz. La sangre perdida se regeneraba en
su interior, fluyendo fresca y sana por sus arterias. Y sintió Calthar la energía,
la fuerza vital que brotaba de los restos mortales de sus predecesoras,
esparcidos por el fondo del pozo, de aquellos cuerpos descompuestos de los
que extraía sabiduría y un tremendo poder rejuvenecedor. Respiró la bruja
sacerdotisa, permitiendo que la fuerza se extendiera por todo su ser para
ESPEJISMO LOUISE COOPER
225
convertirla de nuevo en lo que era poco antes. Cuando por fin tuvo toda la
vitalidad necesaria, cerró los ojos y extendió al máximo sus miembros, atenta
a los vengativos pensamientos de las Madres entre las que yacía, y continuó allí
hasta que los incoherentes sonidos y las palabras se fundieron en su cabeza
para formar una sola idea, y ella supo ya claramente qué hacer.
Calthar se puso de pie. Tenía los cabellos y los jirones de su túnica llenos de
polvo y telarañas. Durante unos momentos permaneció inmóvil, disfrutando de
la sensación de unión con sus predecesoras muertas tantos años atrás, y de la
regeneración que ellas le habían proporcionado. Luego avanzó hacia las gradas
que conducían al exterior del pozo, y su boca se abrió en una terrible y
maliciosa sonrisa.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Capítulo 16
Simorh esperó a que se hubiesen alejado los sirvientes que habían
transportado a Gamora hasta su torre, y entonces dijo:
– ¡Que no me moleste nadie! ¡Para nada!
–He apostado unos guardias delante de la puerta exterior, y también al pie de
la escalera –señaló DiMag con una triste sonrisa–. Aún me quedan algunos
hombres dignos de confianza.
–Muy bien –asintió Simorh–. Entonces, ya podemos empezar.
Kyre notó que los dedos de Talliann buscaban nerviosamente los suyos, pero
sus pensamientos, demasiado caóticos, sólo le permitieron estrechar la mano
de la muchacha para tranquilizarla. Desde la súbita revelación habían sucedido
muchas cosas, y era mucho lo que había cambiado. Había temido que DiMag y
Simorh no admitieran la verdad, pero estaba equivocado: los dos le creían, y el
colgante había añadido suficiente combustible al fuego de su convencimiento.
Habían escuchado en silencio su relato completo: el encuentro con el
mensajero de los habitantes del mar y la lucha de la playa; las sinuosas
maquinaciones de Calthar; su secreta entrevista con Talliann y las revelaciones
del colgante y, por último, el espantoso enfrentamiento con las Madres y su
huida de la ciudadela. Y Kyre les había hecho comprender la verdad respecto
de los habitantes del mar y de su guerra con Haven: que la historia a la que
ellos se habían apegado durante tanto tiempo era un poco inexacta. La antigua
lengua, alterada por siglos enteros de cambios y abandono, les había llevado a
la falsa convicción de que el conflicto era algo interminable y sin solución; una
eterna hostilidad entre dos razas distintas, que nunca podrían llegar a un
acuerdo. Pero Kyre sabía que no tenía por qué ser así, ya que, cuando él vivía y
gobernaba en Haven, las dos razas eran una sola. Y creía que podían volver a
unirse si se liberaban de la terrible herencia de la primera bruja hambrienta
de poder, encarnada en Calthar a través de las Madres.
La verdad, según Kyre les hizo ver con prudencia, estaba en sus manuscritos.
Pero incluso en sus tiempos, la antigua lengua ya se había deteriorado y, desde
entonces, la decadencia había alcanzado tal grado, que la verdad quedaba
oculta y las leyendas resultaban tergiversadas por generaciones enteras de
mala interpretación. No podía esperar que DiMag y Simorh abandonaran las
enseñanzas de tantos antepasados y aceptasen sin reservas lo que él les decía.
Sin embargo, podía ofrecerles algo quizá más valioso que cualquier otra cosa:
la presencia del primer Kyre, del auténtico Lobo del Sol, con sus conocimientos
y sus recuerdos de un pasado perdido y ahora recuperado.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
227
Kyre hubiese querido tener ocasión de hablar a solas con DiMag, pues le
constaba que ahora, una vez revelada su identidad, el príncipe le temía. La
actitud de DiMag era una incómoda mezcla de deferencia y desconfianza, y
Kyre deseaba asegurarle que no tenía la menor intención de volver a gobernar
Haven, como lo hiciera siglos atrás. La ciudad pertenecía a DiMag por derecho
propio, y él no era un usurpador. Había regresado, sí, pero su sitio estaba al
lado de DiMag; no en el trono. No obstante, a causa del acoso de la oposición, y
puesto que era dolorosamente consciente de la inestabilidad de su gobierno,
DiMag dudaba. Hasta el momento había podido imponerse a sus contrarios,
pero aun así, Kyre ansiaba tranquilizarle en ese aspecto.
Y luego estaba Talliann...
Brigrandon la había conducido a los aposentos del príncipe, a petición de Kyre,
y el primer encuentro de DiMag con la joven que durante casi diez años fuera
la personificación de todo lo malo y corrupto, había sido duro. Talliann
ignoraba quién era en realidad, pero Simorh, por fortuna, había sabido percibir
la verdad que se escondía detrás del mito, y fue ella quien explicó a Kyre la
existencia de un segundo amuleto –el de Talliann– que, según la leyenda, se
había perdido al suicidarse la esposa del Lobo del Sol, después de la muerte de
éste. El relato hirió a Kyre como una estocada; sin embargo, le permitía
vislumbrar una esperanza. Talliann había muerto en Haven, y la clave del
paradero de su talismán tenía que hallarse en los más antiguos manuscritos.
Perdida la pieza gemela y desaparecida su legítima portadora, sin posibilidad
de que volviera, nadie se había tomado la molestia de buscarla. Ahora, en
cambio, Brigrandon, que en su calidad de tutor principesco era también el
conservador de los archivos históricos de Haven, se disponía a iniciar la
búsqueda. A Kyre sólo le restaba tener fe y rezar para que el viejo preceptor
encontrara a tiempo el segundo colgante.
Talliann tenía poco que decir, de momento. Aún la aturdía el cansancio, y la
mayor parte de lo revelado quedaba fuera de su capacidad de comprensión.
Kyre había esperado que, con su retorno a Haven, volviera a su memoria algo
de los tiempos pasados, pero no sucedía así.
Nada le resultaba familiar. Se mostraba todavía más cautelosa: notaba la
hostilidad de DiMag y en consecuencia, le temía. También con Brigrandon era
precavida, pese a la amabilidad con que éste la trataba. Para gran sorpresa de
Kyre, la única persona en la que Talliann parecía dispuesta a confiar era
Simorh y, aunque tal vez de manera un poco reacia por ambas partes,
empezaba a desarrollarse una relación especial entre ellas dos. El sexto
sentido de la maga había forzado a Simorh a superar sus prejuicios: veía y
percibía la naturaleza del poder latente en Talliann y comprendía que, si
ESPEJISMO LOUISE COOPER
228
estaba preparada para reconocer al auténtico Lobo del Sol, no tenía más
remedio que reconocer también a su cónyuge.
Un repentino obscurecimiento de la habitación rompió la cadena de sus
pensamientos, y Kyre alzó la vista entre parpadeos para comprobar que Simorh
había apagado las luces. La única claridad procedía ahora de un pequeño
brasero colocado junto a la cabecera del lecho en que descansaba Gamora, y su
desigual resplandor confería un aspecto extraño y grotesco a todo cuanto
había en el misterioso aposento sumido en las sombras.
Simorh había cambiado su camisón por la misma túnica delgada y negra que
llevaba la noche en que había arrancado a Kyre de la nada, bajo las ruinas del
templo. Sus cabellos, sueltos, relucían débilmente en la penumbra, y sus ojos
brillaron como brasas cuando, en silencio, indicó a todos que ocuparan los sitios
asignados.
Así lo hicieron. Simorh se situó delante del brasero, a la cabeza de Gamora;
DiMag, a los pies de la niña, y Kyre y Talliann a un lado y a otro de la cama,
respectivamente. Lo único que se oía en la estancia era la respiración lenta y
regular de Simorh, que se había concentrado en el encantamiento y, poco a
poco, caía en trance. Cerró los ojos y extendió los brazos con los puños
cerrados. La luz del brasero se reflejaba vivamente en su piel, y sus manos se
abrieron con un movimiento casi etéreo para dejar que dos chorros de un
obscuro polvo cayeran sobre la lumbre.
Produjo el brasero un silbido, y unas impetuosas llamas azules y verdes
envolvieron rápidamente las manos de Simorh. Esta no se acobardó, pese a que,
con la súbita intensidad de la luz, Kyre la vio apretar la mandíbula con un gesto
de dolor. A continuación, la princesa entonó un canto mientras las llamas
seguían danzando alrededor de sus dedos.
Las palabras eran una deformación de la antigua lengua, y las pocas que Kyre
logró entender le hicieron el efecto de frías garras clavadas en la espina
dorsal. La voz de Simorh no se movía de las notas más bajas que su garganta
podía producir; su tono era gutural, y las palabras parecían enroscarse y
retorcerse en su lengua. El canto se hizo más rítmico, más insistente. Las
sombras empezaron a danzar por el aposento, formando breves y extrañas
figuras que hicieron estremecer a Kyre. El ambiente se espesó hasta resultar
viscoso, y reinaba en la alcoba una asfixiante sensación de expectativa, como si
se acercara despacio algo que había acechado y aguardado más allá del límite
de los sentidos... La fuerza que emanaba de la temblorosa forma de Simorh
crecía, crecía... y ella seguía cantando para aprovechar toda la reserva de
poder que hubiera en su persona...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
229
Los ojos de Gamora se abrieron de golpe.
El ahogado grito de DiMag cesó instantáneamente cuando se apagó el brasero
y todo quedó a obscuras. Durante un momento que pareció durar una
eternidad, el silencio produjo una tensión casi inaguantable. Kyre,
desconcertado aún, se preguntó si sólo había imaginado lo que creyera ver
antes de que el brasero se extinguiera. De pronto, una nueva luz comenzó a
resplandecer en el lecho de Gamora: un frío resplandor verde y blanco,
fosforescente y enfermizo, que adquirió intensidad hasta que el cuerpo de la
niña quedó envuelto en él. Cuando Kyre miró a Gamora, sintió que el estómago
se le revolvía.
Los ojos de la pequeña princesa estaban abiertos, en efecto. Miraban
fijamente hacia delante, y en el rostro de la chiquilla había una sonrisa nunca
vista en una criatura. Detrás de ella, la expresión de Simorh era de un horror
paralizado, y cuando DiMag quiso avanzar hacia ella, la mujer levantó las
manos, con las palmas hacia delante, para advertirle que se quedara donde
estaba.
La niña empezó a incorporarse. Se movía como si unas manos invisibles la
controlaran, con la espalda rígida y los brazos colgando a los lados, y en la
aparente falta de esfuerzo con que se enderezaba había algo de repulsivo. Se
puso recta como una flecha, y su cabeza se volvió espasmódicamente hacia un
lado y, después, hacia el otro. Su mirada recorrió toda la habitación y se
detuvo en los cuatro aterrados testigos. Por fin abrió la boca, y de su garganta
salió una voz que hizo tragar negra bilis a Kyre.
Era la voz de Calthar.
– ¡Creo que me das pena, Simorh, tú que te llamas bruja!
La atrevida burla dio a las palabras un tono todavía más repugnante. DiMag
miró a su hija, desconcertado, y Simorh sólo fue capaz de emitir un débil y
angustioso sonido, que provocó la risa de Calthar.
–Tú no podrás anular el encantamiento, loca criatura. La niña duerme, y sólo yo tengo poder suficiente para hacerla despertar... si quiero. Pero tú me has encolerizado. Y has encolerizado a mis Madres. ¡Creo que mereces que alargue la mano y corte el frágil hilo de la vida de tu hija!
– ¡No!
El grito de Simorh fue de impotente furia, y Kyre sintió que el pulso le latía
con tanta rabia como, sin duda, a la angustiada princesa. Sin pensarlo se puso a
hablar, incapaz de contener las palabras:
ESPEJISMO LOUISE COOPER
230
– ¡Tendría que haber esperado a verte muerta y devuelta a la asquerosa
putrefacción de la que procedes! ¡Por el Ojo que nos protege, debería haber
desmembrado tu cuerpo en descomposición y esparcido los restos en el mar,
para que los devoraran los gusanos de las aguas!
– ¡Ah...! –replicó la horrible voz que surgía de los labios de Gamora, en un tono
de miel emponzoñada–. ¡De manera que el cachorro de Haven está entre vosotros!, ¿eh? ¡Mis saludos, Perro del Sol! Has hecho bien en huir de mí, pero tendrías que haber sabido que las Madres cuidan perfectamente de las de su sangre...
– ¡Maldita seas! –Chilló Simorh–. ¡Libera a mi hija!
La cabeza de Gamora se volvió, y después todo el cuerpecillo se giró hasta que
la niña estuvo frente a su madre. Simorh se echó a temblar con tremenda
violencia, pero se obligó a no apartar la vista.
–Me parece que hemos llegado al meollo del asunto –dijo Calthar con súbita
dulzura–. Quieres recuperar a tu hija, y yo, por mi parte, quiero algo de ti.
Se produjo un cortante silencio. Finalmente, Simorh suspiró y dijo en un
susurro:
– ¿Qué es?
Calthar rió de nuevo. El cloqueo que brotó de la garganta de la pobre niña fue
horripilante.
–Vas a enterarte ahora mismo, Simorh, tú que te llamas a ti misma bruja... Si pretendes que tu hija viva, la muchacha llamada Talliann tiene que ser conducida a las ruinas de la franja de guijarros en la noche de la Gran Conjunción. Allí me la entregaréis, y sólo entonces retiraré el encantamiento que pesa sobre la niña...
Kyre soltó una involuntaria protesta y, olvidando en su indignación que Calthar
no se hallaba físicamente presente en la habitación, avanzó hacia el lecho con
ansias asesinas en sus ojos. DiMag le agarró a tiempo por un brazo y le
murmuró con urgencia al oído:
– ¡No! ¡Déjala hablar!
– ¿Príncipe DiMag? –La cabeza de Gamora giró otra vez, y sus ojos sin vista
miraron al soberano de Haven–. Me parece que estoy entre personas muy exaltadas... Qué interesante, volver a encontrarte después de... ¿cuánto tiempo? ¿De nueve años, si no me equivoco?
La expresión de DiMag se endureció, aunque su voz sonó tranquila al contestar:
ESPEJISMO LOUISE COOPER
231
–No malgastes tu aliento burlándote de mí. Dices que romperás el
encantamiento que arrojaste sobre mi hija si te devolvemos a Talliann en la
Noche de Muerte... ¿Esperas en serio que creamos que, de cumplir nuestra
parte del acuerdo, tú ibas a mantener tu palabra?
Gamora emitió un largo y ruidoso suspiro, y la voz de Calthar respondió:
–Te haces muchas ilusiones, príncipe. No me interesáis tú, ni tu esposa bruja, ni tampoco la chiquilla, y mucho menos esa especie de perro mestizo que lleváis de una correa... Vuestra opción es simple. Haced lo que os digo, y la niña se recuperará. Si no me hacéis caso, en cambio, vuestra hija morirá cuando la Hechicera roce las puertas de Haven, y mis Madres destruirán toda la ciudad.
»Ya conoces mis condiciones, príncipe DiMag. No tengo nada más que decirte. Te quedan cinco noches para tomar una decisión. Pasado ese plazo, esperaré...
Cuando Calthar hubo pronunciado la última palabra, el frío halo que rodeaba la
frágil figura de Gamora fluctuó y se redujo. La niña puso los ojos en blanco y
sólo por unos momentos, algo semejante al terror pareció vibrar detrás de su
ceguera. Luego se desvaneció el halo y la criatura volvió a caer en silencio
sobre la yacija.
– ¡Gamora! –Chilló la madre, dando casi un traspiés en su desesperado afán por
sostener a la pequeña–. ¡Gamora! –gritó de nuevo, mientras la sacudía por los
hombros y la abrazaba.
DiMag la hizo retirarse, tierna pero implacablemente.
– ¡Es inútil, Simorh! –Murmuró, estrechándola contra sí hasta hundir el rostro
entre los cabellos de la esposa–. No lograrás despertarla..., ¡no puedes!
La princesa permaneció quieta unos instantes, y sus estremecimientos cesaron
poco a poco. Luego dijo de pronto, sometiendo su voz a un férreo pero
penosamente débil autocontrol:
–Luz... Necesito luz. Las lámparas, las cortinas..., ¡daos prisa!
Kyre se precipitó hacia donde creyó distinguir el débil contorno de una ventana
cubierta por pesados cortinajes. Apartó la tela con energía, pero poca cosa
consiguió. A través de la niebla del exterior, sólo se vislumbraba un lejano
resplandor matutino. Sin embargo, fue suficiente para que viera una lámpara y,
encima de una mesa cercana, pedernal y yesca. Encendió como pudo la luz, y
una escasa claridad amarillenta ahuyentó la peor de las sombras. Talliann se
apresuró a encender otra lámpara, al cobrar vida la llama, el denso y asfixiante
ambiente cedió un poco. Todos se miraron sin saber qué decir.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
232
Al fin fue Talliann quien interrumpió el silencio.
–Intentó... intentó tocarme... –musitó con voz casi imperceptible–. Era como...
si... si tuviera la mano de un muerto dentro de mi cabeza... Pero no ha
conseguido la que quería...
–No... –Dijo Simorh, y miró rápidamente a Kyre con el entrecejo fruncido–.
Aquí estás a salvo de ella. Ya te lo prometió Kyre. Gamora, sin embargo...
La princesa se mordió el labio.
DiMag se volvió hacia la ventana.
–Cinco noches... –el tono de su voz fue amargo cuando, después de menear la
cabeza y apretarse el puente de la nariz con el pulgar y el dedo índice, agregó–
: Debo convocar el Consejo. No hay ni un momento que perder. Tengo que
exponer la situación a mis consejeros.
Echó a andar en dirección a la puerta sin esperar la respuesta de nadie, pero
Kyre le tomó por el brazo.
–Príncipe..., supongo que no creeréis que Calthar habla en serio..., ni que piensa
cumplir su parte en cualquier trato...
– ¡Claro que no la creo! –contestó DiMag, enojado.
–Es posible que el Consejo no comparta vuestra opinión.
–Correré el riesgo. No puedo enfrentarme solo a semejante monstruosidad,
Kyre. Ninguno de nosotros puede hacerlo.
La furiosa luz que brillaba en sus ojos se debilitó, y el cansado soberano dejó
caer los hombros. Se soltó luego de la mano de Kyre y le dio una palmada en la
espalda.
–Venid conmigo al Salón del Trono. Querréis escuchar lo que dicen mis
consejeros –añadió.
–Príncipe DiMag...
Éste y Kyre miraron sorprendidos a Talliann. En los grandes ojos de la
muchacha de cabellos negros había miedo, pero su apretada mandíbula
revelaba determinación. Sin apartar la vista del príncipe, dijo:
–Regresaré.
– ¡No, Talliann! –exclamó Kyre, horrorizado.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
233
–Sí –replicó ella con terquedad, al mismo tiempo que sus ojos recorrían con
tristeza la estancia–. No debo seguir aquí. No es justo. Os pongo a todos en
peligro, y la pobre niña...
– ¡No puedes hacer eso, Talliann! –Protestó Kyre–. Si yo...
Pero DiMag levantó una mano y le interrumpió. Mirando a Talliann dijo con voz
bondadosa:
–Nada ganaríamos devolviéndoos a la ciudadela, señora. Podéis creerme si os
aseguro que si creyese que vuestro sacrificio iba a ser útil a mi hija, yo mismo
os arrastraría hasta el templo en la Noche de Muerte. Es posible que para
Kyre sea más importante vuestra salvación que la de Gamora. Para mí, no –
confesó con una tenue sonrisa–. Pero Kyre tiene razón. Calthar no cumpliría su
palabra. Y mientras os tengamos a vos, ella no se atreverá a hacerle más daño
a Gamora, por temor a perder la posibilidad de llegar a un acuerdo. En
consecuencia, debéis seguir con nosotros. Quizás encontremos la manera de
desbaratar sus planes.
DiMag miró a Simorh en busca de una confirmación, y la princesa hizo un breve
gesto afirmativo.
–Sí, Talliann, tenéis que quedaros. Sois nuestro rehén en bien de Gamora.
–Es un terrible empate –dijo DiMag, sin dirigirse a nadie en concreto–. ¡Y
disponemos de tan poco tiempo!
Simorh cruzó la habitación para colocarse a su lado. Cuando la tuvo junto así,
DiMag creyó que iba a tocarle y, quizás, a enlazar el brazo con el suyo, un
contacto que ya no recordaba pero que le hubiese confortado profundamente.
Pero ella retiró la mano que ya había empezado a extender, sólo le obsequió
con una rápida y triste sonrisa a través de la leonada cortina de su melena.
–Será mejor que aviséis a vuestros consejeros –dijo tranquilamente–. Llevaos a
Kyre. Talliann puede permanecer conmigo, por ahora. Necesito asegurarme de
que Gamora está bien protegida. Nos reuniremos con vosotros tan pronto como
sea posible.
DiMag asintió.
–Hay un par de mis consejeros que no recibirán con agrado la llamada antes del
amanecer. Pero será mejor que se acostumbren... Dudo que ninguno de
nosotros vuelva a dormir profundamente antes de que todo haya pasado.
Miró unos instantes a su esposa y después, la besó ligeramente en la frente.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Simorh permaneció muy quieta mientras DiMag y Kyre abandonaban la
habitación. No había esperado aquel beso, que por una parte la alegraba y, por
otra, le dolía. Un gesto pequeño, sin importancia aparente, y que le había
costado poco a DiMag. Pero representaba un comienzo.
Avanzaba la mañana, pero el sol seguía invisible detrás de una densa capa de
nubes cuando la reunión celebrada en el Salón del Trono llegó a un final caótico
y desagradable. Mientras los consejeros salían, con las palabras de despedida
de su soberano resonando aún en sus oídos, DiMag continuó rígido en su gran
sillón, atento a los ruidos procedentes del patio principal del castillo. Voces
distantes y estentóreas, entrechocar de metales, el seco taconeo de
incontables botas pisando las losas... El ejército de Haven se entrenaba
intensamente a las órdenes de los oficiales y sargentos, y DiMag se preguntó,
fatigado, qué sentido tenía ya todo aquello. Fuera lo que fuese lo que les
reservaba la Noche de Muerte, no sería la buena preparación de los soldados
lo que decidiera el resultado de la batalla.
Ni tampoco, pensó con tristeza, sería la sabiduría del Consejo lo que ayudara a
Haven. Había esperado cierto escepticismo ante sus argumentos; había
esperado asimismo una oposición a las determinaciones tomadas por él. Lo que
no hubiese imaginado nunca era la intensidad de tal oposición. Y comprendió
que, tal vez, había cometido un grave error.
Desde luego era Vaoran quien había llevado la voz cantante contra él. A pesar
de que el maestro de armas había procurado dar la impresión de que,
simplemente, se dejaba arrastrar por la opinión prevaleciente, DiMag
recordaba su mirada triunfante al comienzo de las discusiones. El príncipe
había expuesto al Consejo toda la verdad, revelando la identidad de Kyre y de
Talliann, sin esconder el intento hecho por Simorh para romper el
encantamiento de que era víctima su hija, y las horribles consecuencias... Y sin
callar, tampoco, el ultimátum de Calthar. Le habían escuchado en silencio,
parlamentando entre ellos mientras él, DiMag, les observaba incómodo y Kyre
permanecía sentado sobre el estrado con las piernas cruzadas, cerca del trono.
Luego habían empezado las protestas y desaprobaciones.
Los miembros del Consejo no estaban dispuestos a creer que el Lobo del Sol
hubiese regresado del mundo de los muertos. El consejero Grai, en quien
DiMag nunca había confiado, inició sus objeciones ceremoniosamente y «con
todo el respeto» diciendo que si era posible semejante milagro, se hallaría
registrado en los antiguos manuscritos de la ciudad. Pero ni siquiera los más
eruditos historiadores de tantas generaciones habían descubierto nunca ni
rastro de tal idea.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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DiMag recordó la discusión.
–Consejero –había replicado secamente–. Vos sabéis tan bien como yo que
nuestros archivos dejan mucho que desear. La antigua lengua se ha perdido en
gran parte, y no podemos estar seguros de la exactitud de nuestras
traducciones. Además, tenemos el amuleto del Lobo del Sol. ¡No creo que
podáis negar también ese hecho!
–Desde luego que no, señor –admitió Grai con una ligera reverencia–. Nadie os
discute que el cuarzo es lo que pretende ser. De eso, al menos, tenemos
prueba. Pero... si ha estado en poder de esos demonios del mar, ¿quién nos
garantiza que no pueden utilizarlo todavía para sus propios fines? –el
consejero miró a sus compañeros por encima del hombro, y más de uno hizo un
gesto de asentimiento; Grai continuó–: ¡Nadie nos confirma que ese Lobo del
Sol es un simple cero manipulado por ellos!
–O que no estuvo de acuerdo con esos seres desde el principio... –agregó
alguien, deseoso de desviar la discusión.
DiMag clavó una pétrea mirada en este segundo hombre, situado sólo a dos
pasos de Vaoran.
– ¿Osáis poner en duda la integridad de mi esposa? –protestó furioso.
El hombre se sonrojó:
–No, mi señor. Simplemente...
Vaoran intervino en tono pacificador. Era la primera vez que le hablaba
directamente al príncipe, y DiMag se dijo que era una mala señal.
–Mi compañero no ha querido restar mérito a los esfuerzos de la princesa
Simorh para ayudar a nuestra ciudad, cuando creó de la nada un paladín, señor
–fueron las palabras del maestro de armas–, pero él teme, como muchos de
nosotros, que la propia princesa sea una inconsciente víctima de la astucia de
los diablos del mar.
La insinuación era clara. DiMag se recostó en el trono.
–Entonces ¿creéis que he sido engañado? –preguntó en tono desafiante.
Vaoran inclinó la cabeza.
–No estoy en situación de juzgarlo, señor. Pero si este hombre es Kyre, el
verdadero Kyre..., ¡era lógico esperar una prueba más contundente que apoyase
sus pretensiones!
Los ojos de Kyre centellearon.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
236
–Yo nunca tuve el poder de realizar milagros, maestro de armas. Deberíais
saberlo, si alguna vez habéis leído la historia de Haven.
–En cualquier caso, príncipe, opino que tenéis que apreciar la resistencia de
este Consejo a aceptar semejante leyenda sin unas pruebas incuestionables.
Nosotros sólo queremos el bien de Haven y, si puedo decirlo sin ambages,
hemos comprobado ya con creces lo que los demonios del mar son capaces de
hacer, como para caer ahora en una trampa.
Grai volvió a dar un paso adelante, antes de que DiMag pudiese contestar.
–Mi señor... Como decano de los consejeros, permitidme daros mi opinión:
admitimos y reconocemos que nuestros astrónomos estaban equivocados en sus
cálculos, y que la Noche de Muerte puede ocurrir dentro de cinco días. A tal
efecto, el maestro de armas Vaoran ya ha dado las órdenes pertinentes, y
nuestro ejército intensificará sus esfuerzos al máximo durante el poco tiempo
que nos queda.
Vaoran bajó la vista con modestia y esbozó una pequeña sonrisa. Aunque le
disgustase, DiMag tendría que admitir que había puesto manos a la obra muy
deprisa.
–Con respecto a los demás asuntos que nos habéis expuesto, no puedo aceptar
la afirmación, y ni siquiera la posibilidad, de que el auténtico Lobo del Sol haya
vuelto a nosotros. Es más –añadió, pasándose la lengua por los labios–; en
circunstancias menos apremiantes, yo recomendaría a los miembros del
Consejo que tomaran tal afirmación como una blasfemia.
DiMag suspiró, pero no dijo nada.
–En cuanto al ultimátum de la bruja Calthar –prosiguió Grai con un movimiento
de cabeza–, la elección es clara, señor. Cierto es que no podemos fiarnos de
esos seres del mar, pero sería peor exponernos a perder esa mínima
probabilidad de ayudar a nuestra pequeña princesa. Cuando llegue la Noche de
Muerte, la muchacha tendrá que ser devuelta al lugar de donde procede. Su
retorno ha de formar parte de nuestra estrategia para derrotar a la bruja.
Kyre movió el cuerpo hacia delante, como si intentara ponerse de pie, pero
DiMag le agarró por el brazo hasta que sus dedos se clavaron dolorosamente
en el bíceps del joven.
– ¿Estrategia? –inquirió el príncipe con una entonación peligrosa–. ¿Qué
estrategia?
Grai miró a Vaoran, que carraspeó.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–De momento no puedo ser más específico, señor... No ha habido tiempo para
hacer propuestas concretas, pero eso se arreglará pronto. Si nuestros sabios
e historiadores unen sus fuerzas a las de nuestros tácticos militares,
podremos hallar el medio de vencer a Calthar, y...
Kyre fue incapaz de guardar silencio por más tiempo.
– ¿Vencer a Calthar? –Intervino de manera explosiva, y esta vez, ni la mano de
DiMag pudo evitar que se levantara de un salto–. ¿Estáis locos? ¡Si alguno de
vosotros se hubiese enfrentado una sola vez a Calthar, maestro de armas,
comprenderíais que lo que sugerís equivale a un suicidio!
Tuvo que dominarse para no saltar entre los consejeros y arrancar de un
puñetazo toda la arrogancia de la cara de Vaoran. Sólo con un tremendo
esfuerzo consiguió controlar su furia.
Vaoran se limitó a esbozar una de sus sonrisas.
–Hablamos aquí de un perfecto despliegue militar, amigo... Quizá de una
emboscada, o de algo todavía más sutil... Esa perra del mar es sólo mortal, al
fin y al cabo...
– ¡No es mortal! –Gritó Kyre, preguntándose si los consejeros habrían prestado
atención a una sola de las palabras de DiMag–. ¡No en el sentido en que vos o yo
entendemos el mundo! Según todas las leyes de la naturaleza, tendría que
estar muerta desde hace medio siglo... Sin embargo, vive, ¡y su aspecto es el
de una mujer joven! ¿Cuánto creéis que resistirían vuestras estrategias
militares frente a unos poderes que le permiten hacer eso?
Vaoran inclinó la cabeza e hizo un gesto que indicaba la impotencia de un
hombre que se enfrentaba a una sinrazón tan ciega. Cuando habló, lo hizo
mirando a DiMag.
–Señor... Yo aprecio en lo que vale el... el interés del... Lobo del Sol. No
obstante, estoy convencido de que sus argumentos están desafortunadamente
influidos por sus propias preocupaciones... Y creo que mi punto de vista
concuerda con el de la mayoría de los consejeros, ¿o no?
La pregunta produjo murmullos de asentimiento. Demasiados, en opinión de
DiMag, para derrotar la propuesta de Vaoran. Por eso invitó a Kyre a que se
sentara de nuevo, y meneó la cabeza en un gesto de repentina advertencia
cuando el aliado se disponía a hablar otra vez, y carraspeó brevemente.
–Maestro de armas Vaoran, consejero Grai, caballeros... Habéis oído cuanto yo
os he expuesto, y yo por mi parte, he prestado atención a vuestros argumentos
–comenzó, con unos ojos fríos y duros como el bronce sin pulir–. Antes de que
ESPEJISMO LOUISE COOPER
238
el consejero Grai nos obsequiara con su respetable opinión, yo ignoraba que la
cuestión de la identidad de Kyre fuese motivo de disputa. Yo tengo todas las
pruebas que necesitaba para convencerme, y lo mismo puedo afirmar de la
princesa Simorh. Asimismo, he decidido que no se establecerá ningún trato con
Calthar, ya sea con doble intención o no. Y Talliann no será utilizada en ningún
plan para engañar a esa bruja.
– ¡Señor! –Protestó Grai–. Si ignoramos el ultimátum...
–No por ignorar el ultimátum será peor nuestra situación. No, Grai. Eso queda
fuera de discusión. Talliann se halla bajo mi protección, y así continuará.
Vaoran le echó una mirada.
–Príncipe DiMag... Debo agregar mi protesta a la de Grai... Y os recuerdo que...
– ¡Basta! –le cortó el soberano, que estaba a punto de perder los estribos–.
¡Soy yo quien te recuerda, Vaoran, que el Consejo está a mi servicio, y no yo al
suyo! Talliann permanecerá en Haven, y... si ella es, en efecto, quien supongo
que es, ¡por el Ojo que me darás las gracias antes de que todo esto haya
terminado!
El rostro de Vaoran parecía de granito, pero el príncipe vio la rebelión en sus
ojos. El dominio de la situación que hasta ahora había mantenido DiMag, se
tambaleaba al borde de un abismo mortal: su decisión había añadido una buena
cantidad de combustible al fuego de quienes de manera ladina buscaban
demostrar que él ya no era la persona adecuada para gobernar. Si Vaoran
elegía ese momento para disputarle el liderazgo, sin duda sabría inclinar a su
favor a una gran mayoría de consejeros.
Vaoran dijo entonces con cautela:
–El deber me obliga a recomendaros que lo penséis de nuevo, señor.
Y sus palabras tenían, desde luego, un doble sentido.
–Tu deber –replicó DiMag enseguida– consiste en cerciorarte de que nuestras
tropas estén debidamente adiestradas e instruidas, y en mantenerme
informado de cuanto suceda. Sugiero, Vaoran, que te ocupes de eso, en vez de
meterte en asuntos que sólo conciernen a tu príncipe. ¿Me explico con
suficiente claridad?
Dicho esto sonrió, pero su expresión era fría y hostil. Hubo una larga pausa, al
cabo de la cual Vaoran contestó, con la cara roja de rabia:
– ¡Con perfecta claridad, señor!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
239
–Bien. Entonces, ¡buenos días! –Dijo DiMag, recorriendo con la vista a todos los
presentes–. ¡Buenos días a todos!
Finalmente, las grandes puertas se cerraron detrás del último de los
consejeros, dejando a DiMag y Kyre en compañía de unos cuantos criados
silenciosos.
Kyre se levantó despacio y miró al príncipe, que le ignoraba.
–Mi señor...
DiMag volvió la cabeza. Tenía el rostro rígido a causa de la enorme tensión.
–No me llaméis así –contestó–. Viniendo de vos, como poco resulta irónico.
–Sois vos quien gobierna –señaló Kyre.
– ¿De veras? –preguntó DiMag a su vez, en un tono amargo–. Empiezo a
preguntarme si realmente es así.
Y cuando vio que Kyre iba a hacer algún comentario al respecto, hizo un gesto
con la mano y prosiguió:
–No tengo ganas de discutir eso, ni tampoco otra cosa, de momento. Dejadlo
estar, Kyre. Guardad para otra ocasión lo que pensabais decir.
Se puso de pie con torpeza y, entonces, observó que se abría la pequeña puerta
situada detrás del estrado.
Entró Simorh. Tenía un aspecto fatigado, pero en su rostro había resolución.
No obstante, se detuvo sorprendida al comprobar que el salón estaba
prácticamente vacío, y dirigió una mirada interrogante a su esposo.
– ¿Ha terminado el Consejo?
–Sí –respondió DiMag, mientras bajaba con dificultad del estrado–. Os habéis
perdido algo muy divertido, Simorh.
– ¿Y cuál es el resultado?
DiMag la miró con resentimiento, aunque ese resentimiento iba dirigido contra
el mundo entero.
–El resultado que yo debiera haber supuesto –dijo, al mismo tiempo que se
encaminaba hacia la puerta.
Simorh hizo gesto de seguirle, pero el enojo que había en la cara del príncipe,
y el rechazo que leyó en sus ojos, la hicieron desistir. Aguardó a que DiMag
hubiese salido y la cortina cayese de nuevo en su sitio para mirar a Kyre.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
240
–La cosa ha ido mal –dijo, y no fue una pregunta, sino una constatación.
Kyre asintió.
–Muy mal.
En pocas palabras expuso a la princesa la opinión de los consejeros y el casi
desafío que había precedido al violento despido de Vaoran y sus hombres. Ella
le escuchaba en silencio y, cuando hubo terminado, soltó un suspiro.
–Esperaba algo semejante –comentó con un estremecimiento, a la vez que se
ceñía el cuerpo con los brazos; y luego añadió con cierto despecho en la voz–:
Nadie persuadirá a DiMag para que cambie de idea.
–No hay motivo para que lo haga.
Simorh le miró.
–Puede que sólo vos y yo pensemos así.
Aún había un ligero resentimiento en cada una de las palabras que la princesa
dirigía al joven. Desconfiaba de él... Ahora que sabía quién era, también ella se
preguntaba si no tendría ambiciones de gobernar en lugar de su esposo.
De repente dijo:
–He considerado que era mejor no traer conmigo a Talliann. Ahora duerme en
mi torre. La pobre muchacha está agotada.
– ¿Y...Gamora?
–Bien protegida, y tan a salvo como todos mis poderes puedan conseguir –
respondió Simorh, alzando nuevamente los ojos hacia Kyre, aunque no parecía
capaz de sostener su mirada abiertamente–. Todavía no os he dado las gracias
por lo que habéis hecho. De no ser por vos, habríamos perdido a Gamora para
siempre... No penséis que no me doy cuenta de lo que os debo.
–No me debéis nada, princesa –se apresuró a contestar Kyre, que sintió
compasión por Simorh–. Soy yo quien os debe la vida. ¿Lo habíais olvidado ya?
Ella hizo una mueca.
–Quizá.
– ¿Lo preferiríais, tal vez?
Simorh frunció el entrecejo.
–No os entiendo –dijo, pero su expresión era de cautela.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Movido por un impulso, Kyre avanzó hacia ella y apoyó las manos en sus
hombros. Simorh quiso retroceder, pero permaneció inmóvil, estudiándole con
cara de extrañeza.
–Princesa... Hace sólo unos momentos intenté explicárselo a DiMag, pero él no
ha querido escucharme. Pero yo necesito decirlo; es preciso que me entendáis.
–Entender ¿qué? –replicó, sin atreverse aún a mirarle.
–Que yo no represento ninguna amenaza para vuestro esposo, ni para vos. Pude
haber gobernado aquí un día, pero de eso hace ya mucho, mucho tiempo. No
tengo la menor ambición de volver a gobernar –agregó con una sonrisa–. Y
aunque la tuviese, es tanto lo que ha cambiado desde entonces en Haven, que
no sabría por dónde empezar.
Simorh se sonrojó de pronto.
–Nunca pensé que...
–Sí que lo pensabais. Y no os lo reprocho. ¡Pero debéis creer que nunca se me
ocurriría despojar a DiMag de los derechos que por ley le corresponden!
La princesa emitió una risa breve y amarga, retiró las manos y se volvió de
espaldas.
– ¡Si eso es cierto, sois uno de los pocos hombres de este castillo que no ha
abrigado tales intenciones!
–Es posible. En ese caso, deseo ayudaros a tener la certeza de que ninguna de
esas personas verá realizadas sus secretas ambiciones.
–Quisiera que pudierais.
–Espero poder. Con la ayuda de Talliann. Pero tendríamos que encontrar el
amuleto perdido.
Simorh volvió a mirarle, y era tal la desesperación que había en sus ojos, que le
oprimió el corazón y exclamó:
– ¡Princesa...! Sólo puedo pediros que confiéis en mí. Me doy cuenta de que,
incluso en medio de esta crisis, hay cuchillos dispuestos a hundirse en las
espaldas de DiMag. ¿Querréis intentar creer que mi mano no empuña ninguno
de esos cuchillos?
Simorh quedó pensativa durante un rato, y al fin hizo un gesto de afirmación.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
242
–Os entiendo, Kyre –habló–, y creo que confío en vos. ¡Quiero creer en vos! –
agregó, mirándole francamente con ojos cándidos, ahora que la barrera había
caído.
– ¿No es esto un comienzo?
–Un comienzo... ¡sí! –Respondió la princesa con una singular sonrisa en los
labios–. ¡Es un comienzo!
-0-0-0-0-
Vaoran se sintió satisfecho al comprobar que quince de los diecisiete hombres
a los que enviara su secreto mensaje estaban dispuestos a responder a su
llamada. Aunque no se podía hablar de desorden en sus habitaciones, toda esa
gente las llenaba por completo, y la mayoría tuvo que elegir entre sentarse en
el reducido antepecho de la ventana o permanecer de pie.
El maestro de armas pasó por alto los buenos modales. No ofreció vino, ni hubo
comentarios sin importancia que precedieran al asunto importante. Vaoran fue
al grano y habló claro, y los quince hombres fueron igualmente pragmáticos en
sus respuestas. Su opinión –como él había esperado aunque no se atrevía a
darlo por seguro– fue unánime.
–Así pues, está decidido –asintió satisfecho Grai, que se había nombrado a sí
mismo portavoz de los visitantes–. Actuaremos el mismo día de la Noche de
Muerte. Mi única reserva consiste en la idea de dejarlo para tan tarde –señaló,
mirando de reojo a Vaoran.
–Os comprendo –admitió el maestro de armas–, pero actuar antes significaría
correr un riesgo todavía mayor. Necesitamos asegurarnos de que todas las
personas que podrían oponerse a nuestro plan están demasiado preocupadas
con el inminente conflicto para causarnos problemas. Nuestra estrategia,
nuestra propia estrategia para enfrentarnos a los demonios del mar, no tiene
por qué alterarse, entre tanto. Puede que no controlemos abiertamente al
ejército, pero tenemos toda la influencia que en la práctica necesitamos. La
gran mayoría de nuestros soldados no tiene acceso a los asuntos internos,
desde luego. Simplemente, obedecen órdenes, y ni siquiera se les ocurre
preguntar de dónde proceden tales órdenes. Sólo es preciso tener la certeza
de que todas las personas comprometidas están bien preparadas para lo que
han de hacer en el momento determinado.
Grai sonrió satisfecho.
–En ese caso, no abrigo más temores. Y os felicito, Vaoran, por tan astuto y
completo plan.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
243
Se produjeron unos murmullos de asentimiento, a los que Vaoran correspondió
con una inclinación de cabeza.
– ¡Gracias, amigos! Pero antes de que nos separemos, quiero recordaros una vez
más que, para nosotros, lo primero debe ser siempre la seguridad de la
princesa Simorh y de su hija, la princesa Gamora. Si DiMag se empeña en
seguir su propio camino, la pobre niña nunca volverá a abrir los ojos a este
mundo.
Un capitán de baja estatura, pero corpulento, carraspeó de manera
perceptible.
–La chica llegada del mar no representará ningún problema, en ese sentido –
dijo–. Quien me preocupa un poco es... –y el hombre vaciló, indeciso ante la
necesidad de referirse a Kyre delante de Vaoran, pero al fin continuó–: Ese
que se hace llamar Lobo del Sol.
–Hum... –hizo Vaoran, acariciándose la barbilla– .Tenéis razón al preocuparos,
capitán. He estado pensando en ello, y creo que sería mejor modificar nuestro
plan inicial... Más prudente que hacerle prisionero, como teníamos previsto,
resultaría... suprimirle.
Miró a su alrededor para observar el efecto general de sus palabras. Como
nadie habló durante un minuto, más o menos, Grai tosió quedamente.
–Si se me permite unir mi voto al de Vaoran, yo estoy conforme. Esa criatura
podría causamos problemas. Más vale acabar con ella de una vez, que correr
riesgos innecesarios.
Si alguno de los hombres tuvo dudas, quedaron ahogadas por la opinión de la
mayoría. Vaoran hizo un gesto afirmativo y se puso de pie.
–Muy bien, señores. Así pues, sólo nos resta esperar que llegue el momento.
Gracias por haber venido, y os deseo toda la suerte posible. ¡Confiemos en que
esto marque un nuevo comienzo para la ciudad que tanto amamos!
Los asistentes a la reunión se fueron como habían acudido: en grupos de dos o
tres para no llamar la atención. Grai fue uno de los últimos en salir, y cuando
Vaoran le acompañó hasta la puerta, el rollizo consejero se volvió con una
sonrisa.
–Príncipe Vaoran –dijo, y miró al otro de arriba abajo–. Os sienta bien el título,
amigo. ¡Creo que vuestra dinastía será la mejor que Haven haya tenido en
muchos años!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
244
Capítulo 17
Haven se preparaba para la Noche de Muerte, y los presentimientos de Kyre
aumentaban cada día.
Reconocía que los hombres de DiMag hacían todo cuanto estaba en sus manos
para preparar el enfrentamiento con las fuerzas del mar, pero le constaba que
no era suficiente. En las raras ocasiones en que el total agotamiento le
obligaba a concederse una o dos horas de sueño, la imagen de Calthar –tal
como la viera la última vez– le estropeaba el descanso: Calthar con sus
monstruosas y putrefactas predecesoras, la ininterrumpida cadena de Madres
a lo largo de los siglos, desde aquella primera traidora que fundara la ciudadela
del mar...
Malhareq, quintaesencia de la corrupción espiritual y ruin vástago de su raza, a
la par de sus poderes mágicos había poseído un carisma, un tremendo carisma
suficiente para proporcionarle los seguidores necesarios para desafiar el
poder al Lobo del Sol y colocarla en su lugar... Con ayuda de Brigrandon, Kyre
consiguió recomponer buena parte de lo sucedido después que el intento de
levantamiento condujera a su caída. Malhareq había fracasado en su última
tentativa de adueñarse de Haven: lejos de facilitarle la victoria, la muerte de
su señor había despertado tal furia en los soldados que la combatían, que la
bruja no tuvo más remedio que huir con sus partidarios, refugiándose en las
profundidades del océano. Como bien recordaba Kyre, en su tiempo el pueblo
de Haven se había sentido a gusto en ambos elementos, y Malhareq fundó en
sus nuevos dominios una dinastía que, ahora, disponía de la fuerza necesaria
para destruir al pueblo del que se separara tantos siglos atrás...
Las dos razas podrían volver a formar una sola unidad, si se lograba extirpar el
canceroso legado de las Madres y romper su yugo. Pero ni todo el ejército de
Haven, ni toda la hechicería de Simorh tendrían ninguna posibilidad de ganar la
partida contra las inmensas fuerzas que, sin duda, Calthar desplegaría en la
Noche de Muerte. Si alguna esperanza le quedaba a la ciudad residía en el
rápido descubrimiento del amuleto perdido, idéntico al recuperado por Kyre.
A veces, cuando estaba en las habitaciones de Brigrandon, entre mareantes
montones de manuscritos, rollos de pergamino y documentos que el preceptor
había desenterrado de los archivos del castillo, Kyre se sentía próximo a la
desesperación. Aunque Brigrandon había logrado que le ayudaran todas
aquellas personas que entendían la antigua lengua, las probabilidades de
encontrar el manuscrito que les condujera al talismán eran –si es que tal
manuscrito existía– sumamente remotas, y disminuían con cada hora que
ESPEJISMO LOUISE COOPER
245
pasaba. Además, sus esfuerzos se veían obstaculizados por el hecho de que su
habilidad para traducir con exactitud la difícil lengua era, como mucho,
relativa. Kyre era el único hombre vivo capaz de leer con alguna fluidez los más
viejos documentos. Y pese a haber estudiado gran parte de la historia de
Haven posterior a su muerte, no hallaba la menor referencia a lo que con tanto
nerviosismo buscaba.
¡Si Talliann lograra recordar...!
Simorh había intentado reavivar los recuerdos dormidos en la mente de
Talliann, pero sin resultado. Y la incapacidad de la morena muchacha para
reconstruir su vida pasada significaba para Kyre otro motivo –y más personal–
de sufrimiento. Talliann había sido su amada, su consorte, su esposa: la luna
alrededor de la cual giraba su sol. Pero aunque esos recuerdos seguían vivos e
intensos en su mente, para ella no representaban nada. Había perdido el
pasado, y no había modo de que él la conmoviera ni llegara hasta ella, ni de que
le explicara lo que en otro tiempo habían sido el uno para el otro. Si hubiese
intentado conectar de nuevo el hilo de su anterior vida, Talliann no hubiera
comprendido sus motivos, y corría el riesgo de hacerla enloquecer. y cuando la
miraba y veía el vacío que se abría detrás de sus obscuros ojos, la emoción que
le embargaba era peor que la otra pérdida.
Ya por ese solo motivo, Kyre se obligaba a permanecer alejado de Talliann. Y si
a ella le extrañaba su desgana por pasar algún rato a su lado, nunca lo decía.
Simorh había ordenado prepararle una habitación en su misma torre, y la
muchacha pasaba la mayor parte del día en ella, o bien encerrada con la
princesa hechicera. Había encontrado una inesperada protectora en Simorh,
las dos se hallaban unidas por lazos muy especiales, y Kyre se preguntaba, en
ocasiones, si Simorh veía en el alejamiento entre Talliann y él un eco de su
propio alejamiento de DiMag.
En cuanto al príncipe, parecía poseído de una inagotable energía, que le
mantenía activo día y noche. No dormía nunca. Durante el día se le veía errar
por todo el castillo, discutir con sus consejeros, controlar los ejercicios de los
soldados o conferenciar con las pocas personas que aún merecían su confianza,
mientras que de noche velaba a Gamora o se reunía con los eruditos de
cansados ojos en las habitaciones de Brigrandon, para rebuscar hora tras
hora, inútilmente, en los viejos documentos. La desesperación que sentía le
devoraba en vida, y su salud se deterioraba a ojos vistas, pero nadie podía
convencerle de la necesidad de descansar.
Y con cada hora transcurrida, en la que todo manuscrito que no contuviera
nada era arrinconado, la Noche de Muerte se acercaba más y más, hasta que,
por fin, el sol se puso en medio de un rojo resplandor que arrojó siniestras y
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246
angustiosas sombras a través del creciente banco de niebla en la última noche
antes del conflicto.
Kyre tuvo la sensación de que las piernas se le doblaban cuando subió los
peldaños de su propio aposento en la Torre del Amanecer. Brigrandon le había
ordenado retirarse cuando se quedó dormido por tercera vez encima de la pila
de pergaminos que tenía delante. También el preceptor tenía los ojos
enrojecidos de cansancio, pero había ordenado al joven que reposara hasta la
mañana siguiente. Su lugar sería ocupado por otra persona, con lo que la
búsqueda no tendría que ser interrumpida. Kyre estaba demasiado atontado
para protestar. Se limitó a asentir y, poco a poco, con los miembros
entumecidos, salió de la estancia.
No había vuelto a entrar en su alcoba desde el regreso de la ciudadela del mar,
de modo que estaba húmeda y tremendamente fría, pero eso no le importó.
Cerró la puerta, se dejó caer en la cama y apenas tuvo tiempo de cubrirse de
cualquier modo con una manta, antes de quedar dormido.
Cuando abrió los ojos en la obscuridad, se dio cuenta de que no había
despertado de manera natural. Algo había interrumpido su sueño, y tan pronto
como sus ojos se acostumbraron un poco a la escasa y extraña claridad
refractada a través de la ventana por la niebla reinante en el exterior,
comprendió que en la habitación había alguien más.
Un temeroso reflejo le hizo incorporarse y alargar el brazo en busca de un
arma que no estaba allí, pero antes de que pudiera enfrentarse de forma
coherente con la forma humana que le acechaba desde la puerta, la figura se
movió y avanzó a tientas hacia su cama.
– ¡Kyre...!
La voz, dulce y temerosa, le sobrecogió. Kyre tuvo tiempo de pronunciar el
nombre de la muchacha, con asombro, antes de que Talliann llegara junto a él y
le abrazara trémula. Incapaz de hablar, Kyre la estrechó contra sí, al mismo
tiempo que besaba la coronilla de sus negros cabellos. Talliann lloraba –cosa
que él descubrió por las lágrimas que humedecían su hombro– y finalmente
susurró:
–No puedo dormir. No esta noche, sabiendo la que el día de mañana traerá...
¡Estoy tan asustada, Kyre!
Toda ella temblaba. Kyre alzó el rostro de la muchacha y la besó de nuevo.
Primero, en la frente. Luego, en la mejilla, y después, con la máxima delicadeza,
en los labios. A los ojos de Talliann asomaron grandes lágrimas.
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–No me ordenes salir de aquí, Kyre... ¡Te la suplico! No podría soportar la
soledad...
Kyre apartó la manta, y ella se acostó a su lado. Apenas había sitio para los
dos, pero ni a uno ni a otro les importaba. Talliann se acurrucó tan cerca de
Kyre como pudo, y él la rodeó con sus brazos, protector, dejando que la cabeza
de la muchacha descansara en el hueco de su hombro. El cuerpo de Talliann le
resultaba tan familiar como el suyo propio, y el contacto con ella despertó
recuerdos, insignificantes en el sentido de que sólo revivían momentos fugaces
de su anterior existencia, pero igualmente preciosos para él.
No hablaron más. Simplemente, permanecieron en aquella obscuridad sólo
atenuada por la luz de la luna. La angustia quedaba reducida al compartirla en
silencio y quietud, contentos ambos con la mutua compañía. Al cabo de un rato
dormían los dos.
En la gélida penumbra del amanecer, la ciudad aparecía silenciosa hasta un
grado desalentador. Desde su ventana, Simorh había visto colorearse
brevemente el cielo cuando salió el sol, antes de que una capa de nubes la
dejara todo gris. Había renunciado a buscar un augurio en el tiempo, ya fuese
bueno o malo, porque ya no podía fiarse de sus instintos. En lugar de corazón,
creía tener bajo las costillas una maciza pelota de plomo.
Entró Thean sin hacer ruido, con una bandeja cubierta que dejó sobre una
mesa, cerca del lecho de la princesa.
–Pan y una infusión de hierbas, como vos habéis solicitado.
Simorh volvió la cabeza y consiguió esbozar una descolorida sonrisa.
–Gracias, Thean. De momento no voy a necesitarte. ¿Por qué no intentas
dormir un poco más?
La joven movió la cabeza en sentido afirmativo y salió de la estancia tan
silenciosamente como había entrado. Simorh contempló la bandeja durante
unos segundos. Aquel día no se permitiría comer nada más que pan, pero ni
siquiera eso le apetecía. Se apartó de la ventana, descendió los peldaños y
cruzó la antesala de su sanctasanctórum, donde estuvo largo rato mirando el
cuerpecillo inmóvil de su hija, tendida en el lecho.
Las cortinas estaban corridas, y la única iluminación procedía de cuatro
pequeñas lámparas colocadas en los puntos cardinales alrededor de la cama.
Gamora yacía bajo una ligera manta, con los pies juntos y los brazos cruzados
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sobre el pecho. Su rostro reflejaba paz, y cualquiera hubiese dicho que dormía
tranquila.
O que estaba muerta. Aunque todo lo que adornaba la habitación había sido
colocado en ella para mayor protección de la niña, el cuadro trajo a la memoria
de Simorh el día en que, doce años atrás, el padre de DiMag yacía de cuerpo
presente para recibir el adiós de su afligida familia antes de ser conducido a la
pira. «Presagios», pensó otra vez, y para tranquilizarse fue hasta el lecho y
tocó con delicadeza la frente de Gamora. La temperatura normal de la pequeña
alejó el más angustioso temor de la princesa, pero no acabó de calmarla.
Simorh dio media vuelta y salió de la estancia para tropezar con DiMag, que la
esperaba.
–Thean me ha dicho que estabais despierta –se excusó en tono atormentado,
antes de mirar hacia la puerta de la alcoba interior–. ¿No hay ningún cambio?
–No –contestó Simorh con un movimiento de cabeza, mientras luchaba por
contener las lágrimas, pues no quería demostrar su debilidad en momentos tan
críticos–. Deberíais intentar dormir un poco, DiMag.
Su esposo se encogió de hombros.
–Lo haría, si pudiera. Pero ahora poco importa, ¿no creéis? Mañana, cuando
amanezca, descansaré tranquilo en mi cama, o dormiré para siempre...
Trató de sonreír, pero el intento de hablar despreocupadamente no les había
servido a ninguno de los dos. Con un suspiro se volvió hacia la ventana.
–Kyre, al menos, descansa. Brigrandon le ordenó acostarse anoche, cuando ya
no hacía más que cabecear encima de los manuscritos –comentó, para añadir un
poco más animado–: Hace poco he enviado a un sirviente a su habitación, para
ver cómo estaba, y sigue dormido... pero con Talliann a su lado.
– ¿Talliann ha subido a su cuarto?
–Eso parece. Quizás empiece a recobrar la memoria sin necesidad del amuleto.
Simorh sintió que la golpeaba una envidia muy amarga, pero se dominó.
–Ojalá fuera cierto –dijo, y preguntó a continuación–: ¿Aún no habéis
descubierto nada en los manuscritos?
–Nada –respondió DiMag, y con la punta de una bota rascó un remiendo ya muy
gastado de la alfombra–. Temo que tengamos que hacernos a la idea de
enfrentarnos al enemigo sin la ayuda que habíamos esperado... Pensando en ello
–agregó con expresión más dura y voz brusca–, he dispuesto que el pleno del
Consejo se reúna tres horas antes de la puesta del sol en el Salón del Trono.
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Habrá que decidir los últimos detalles. He pensado que era preferible que lo
supierais, por si deseáis asistir –explicó con mirada franca.
– ¡Claro que asistiré!
Aunque sólo pudiera apoyarle con su voz, lo haría. Siempre sería mejor que no
hacer nada.
El príncipe asintió.
–Ahora será mejor que baje a! patio. Nuestros soldados de infantería están a
punto de repetir la instrucción por última vez. Aunque no es mucho, a! menos,
procuraré darles mi apoyo moral.
DiMag vaciló, avanzó hacia ella y, para sorpresa de Simorh, le tomó una mano.
–Lo lamento –dijo, y en su voz hubo una fatiga y una pena terribles–. Hubiese
querido que todo fuera diferente...
Luego se llevó la mano de Simorh a los labios y besó sus dedos.
– ¡No, DiMag! –exclamó ella, violenta, y el príncipe la soltó.
–Lo sé –murmuró–. Es demasiado tarde. Lo siento de veras...
Dio media vuelta y salió cojeando de la habitación...
La ciudad de Haven estaba todo lo preparada que, dadas las circunstancias,
podía estar. Los soldados se habían entrenado por última vez. En la ciudad,
todos los hombres aptos y no pocas mujeres preparaban armas, que iban desde
bien afiladas espadas y dagas hasta cuchillos de pescador, estacas y látigos.
DiMag no había ordenado que se movilizara a los ciudadanos, pero ellos,
conscientes de lo que estaba en juego, lucharían sin necesidad de apremio,
uniéndose a las filas de los soldados ya adiestrados.
El sol pasó el meridiano, y los primeros jirones de niebla empezaron a formarse
en las calles más bajas de Haven. Cuando los consejeros fueron entrando en el
salón para su reunión final, Kyre y Brigrandon se hallaban en los aposentos del
preceptor, y los montones de documentos que tenían delante constituían ya una
pesadilla. Brigrandon había dormido un poco, en las horas precedentes al alba,
mientras su equipo seguía con el trabajo, y al regresar Kyre envió a los demás
a descansar, quedando ellos dos solos con los manuscritos y sus esperanzas
cada vez más reducidas.
Tampoco Talliann dormía. Cuando Kyre despertó, ella ya no estaba con él. Falla
le comentó, más tarde, que se hallaba de nuevo en la torre de Simorh, para
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ayudarla en los preparativos. Kyre se dijo que cuando el sol se pusiera iría a su
encuentro...
En el Salón del Trono, el Consejo estaba casi completo. Criados de librea
abrieron las grandes puertas a DiMag y a Simorh cuando llegaron juntos,
apoyada solemnemente la mano de Simorh en el brazo del príncipe. Vestía ella
su túnica negra, en vez de unas galas más propias del momento, con toda la
intención de recordar al Consejo que ella era hechicera además de princesa. Al
verla, DiMag había aceptado el gesto con una leve sonrisa, y un súbito calor
animó sus ojos. Caminaron uno aliado del otro hacia el trono, observados por
las silenciosas filas de consejeros. Juntos subieron al estrado, y DiMag tomó
asiento.
–Caballeros –dijo–. Como todos sabéis, ésta es nuestra última reunión antes de
la Noche de Muerte... Y poco objeto tendría esconder que, quizá, sea también
la última asamblea que se celebra en la corte de Haven. Os agradezco a todos
el tiempo que os habéis tomado, abandonando vuestras urgentes tareas, y os
aseguro que no os entretendré más de lo estrictamente necesario. Sólo quiero
informaros de cómo están las cosas y repetir la estrategia que pondremos en
marcha a la puesta del sol. Yo...
Pero se interrumpió, ceñudo, cuando un grupo de consejeros abrió filas de
repente y Vaoran salió de ellas para colocarse delante del estrado.
El maestro de armas alzó la vista hacia el trono Con una sonrisa en los labios.
Apoyó una mano en la empuñadura de su espada envainada y dijo con una fría
voz que recorrió enseguida todo el salón:
–Creo que no será así, señor.
Thean y Falla lucharon por detener a los seis hombres que se abrían paso hacia
la torre, diez minutos después que Simorh saliera, pero nada pudieron hacer
contra ellos. Dos de los intrusos –uno de los cuales ostentaba en la cara los
amoratados arañazos causados por Thean, que luchó para impedir que
entraran– sujetaron los brazos de las muchachas detrás de sus espaldas y las
mantuvieron bien agarradas mientras otro entraba en los aposentos privados
de Simorh y los tres restantes subían las escaleras que conducían a las
habitaciones superiores. Momentos después, las jóvenes oyeron gritos,
forcejeos, las protestas de una voz femenina... y los tres reaparecieron con
Talliann, que se resistía como un gato salvaje. Mordía, daba puntapiés, se
revolvía. Sólo se rindió cuando uno de los hombres le dio un puñetazo en la
mandíbula.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
251
La arrastraron hacia la puerta, y el sexto individuo salió del sanctasanctórum
con Gamora en los brazos.
Un achaparrado capitán del ejército entró en el cuartel, acompañado por dos
de sus más fieles sargentos. Los soldados, reunidos en el comedor, estaban
desconcertados ante la orden que les dio, pero el capitán supo calmar pronto
su extrañeza. Se trataba sólo de un pequeño cambio de estrategia; era
cuestión de minutos. Los hombres se tranquilizaron.
El pequeño destacamento apostado en el vestíbulo del castillo había recibido
instrucciones muy precisas. El hombre al que debían apresar se hallaba con el
preceptor Brigrandon, y sus órdenes eran bien claras. El anciano no tenía que
sufrir daño –al menos, no más de lo absolutamente necesario para reducirle–,
pero su compañero... Eso ya era otra cuestión. El sargento les había dicho que
hicieran lo imprescindible de manera bien rápida y limpia, trasladando luego el
cuerpo al cuartel. Los hombres aguardaron a estar congregados en su
totalidad, formaron filas y avanzaron en dirección a la terraza.
DiMag miró a Vaoran, muy pálido, y dijo con voz sacudida por la ira:
– ¡No puedo creer lo que estoy oyendo! ¿Cómo te atreves a presentarte
delante de mí y pronunciar tan traidoras palabras?
– ¡Me atrevo porque es necesario, príncipe DiMag! –Replicó Vaoran en voz
todavía más alta, para atajar las protestas del soberano–. No queda otra
solución para Haven, ya que vos habéis demostrado ser inepto para el gobierno
de la ciudad. ¡En consecuencia, vuestro gobierno debe terminar!
DiMag se puso de pie.
– ¡Guardias! –Gritó con un gesto a los hombres uniformados que estaban en fila
detrás del estrado–. ¡Arrestad al maestro de armas Vaoran! ¡Está acusado de
traición!
Pero los guardias no se movieron, permaneciendo con la mirada fija hacia
delante. Vaoran sonrió.
–Estos hombres tienen conciencia de su deber para con Haven, príncipe DiMag.
Su lealtad está por encima de todo.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
252
Al darse cuenta del alcance de la rebelión, DiMag se llevó la mano a la
empuñadura de su espada. La tenía ya medio sacada de la vaina cuando Vaoran
habló de nuevo.
–Los guardias tienen orden, también, de matar a cualquiera que atente contra
la vida de determinados consejeros –dijo, y su sonrisa se ensanchó hasta ser
sardónica–. Esta medida de legítima defensa queda sobradamente justificada.
Hizo una señal a los guardianes y, todos a una, alzaron sus espadas con gesto
amenazador contra el trono.
DiMag notó que la mano de Simorh se agarraba con fuerza a la suya, pero no
pudo responder. La sorpresa le hacía latir el pulso como si todo su cuerpo
fuese golpeado por martillos, y su único pensamiento coherente fue éste: «
¡Tendría que haberlo adivinado!... ¡Que el Ojo me ayude! ¡Tendría que haberlo
adivinado!...
–Traidor... –se le cortó la voz, y apenas pudo acabar de repetir la palabra–.
¡Traidor!...
Grai carraspeó y dio un paso adelante para situarse al lado de Vaoran. El
príncipe le dirigió una hiriente mirada de acusación, pero Grai la ignoró.
–Esto no es traición, príncipe DiMag, sino una decisión justa y necesaria de los
miembros del Consejo de Haven, debidamente elegidos –dijo–. Y como portavoz
de ese Consejo es mi obligación informaros de que la decisión de destituiros ha
sido ratificada por una mayoría suficiente para considerar absurda la palabra
«traición».
Junto a él, Vaoran recorrió con la vista a sus compañeros, deteniéndose
especulativamente en ciertos individuos de cuyo apoyo aún no estaba seguro.
Pero eso cambiaría, sin duda, en su momento.
DiMag continuó mirando a Grai durante unos segundos y después, tomó asiento
despacio, porque los últimos restos de sus fuerzas se desvanecían de manera
alarmante.
– ¡Grai! –Exclamó con desesperación–. ¿Te das cuenta de lo que semejante
locura significa? Dentro de tres horas se pondrá el sol, y nos enfrentaremos a
la peor amenaza de toda nuestra historia. Elegir este momento para satisfacer
vuestras ambiciones particulares, cuando Haven se encuentra al borde del
desastre, es... –DiMag meneó la cabeza, indefenso–. ¡Estáis todos locos!
–Los planes para atacar a los demonios del mar no serán postergados –intervino
Vaoran–. Pero no vuestros planes, príncipe, sino los nuestros.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
253
DiMag aspiró el aire con un sonido sibilante.
– ¡Habéis estado preparando este golpe desde...!
–Lo preparamos con el tiempo necesario para que nuestra ciudad tenga una
máxima posibilidad..., ¡la única posibilidad!... de sobrevivir –gritó Vaoran–.
Hemos padecido demasiado tiempo la carga de vuestras extravagancias y
obsesiones, príncipe. Podéis desvariar o enfureceros cuanto os parezca, pero
¡ya no conseguiréis detener nuestro levantamiento!
Sacudió de su brazo la mano moderadora de Grai, y prosiguió:
– ¡Estamos hartos, mi señor! ¡Tú, desarma al príncipe y arréstale! –agregó
dirigiéndose a uno de los guardias apostados detrás del trono de DiMag.
El príncipe sólo tuvo tiempo de levantarse y dar media vuelta, antes de que
unas robustas manos le agarraran los brazos y le forzaran a bajar del estrado.
Le arrancaron la espada de la vaina y se halló rodeado de hombres
fuertemente armados. No pudo reaccionar de ningún modo. El sobresalto le
tenía paralizado, y creía estar soñando.
Vaoran miró a Simorh, que aún seguía en el estrado. Parecía tan anonadada
como DiMag, y el maestro de armas le dedicó una sonrisa que pretendía ser
alentadora.
– ¿Puedo ayudaros a bajar, señora? Ella apartó bruscamente su mano, cuando
Vaoran se atrevió a ofrecerle la suya.
–Maestro de armas Vaoran –dijo con voz punzante, pero baja–. Lo que hoy os
habéis permitido, es de una perfidia que... ¡Sois una basura! –exclamó con una
mueca, luchando por no perder el control de sí misma.
El rostro de Vaoran se ensombreció.
–Me apena oír tal reprobación de vos, señora, y espero poder convenceros de
mi sinceridad cuando la actual crisis haya sido superada. No tenemos nada
contra vos: al contrario, vuestro bienestar es de suma importancia para todos
los ciudadanos leales, como lo es el de la princesa Gamora.
Simorh le dirigió una mirada de triste desprecio.
– ¡Sois un mentiroso, Vaoran!
–No lo soy, señora.
Apoyó un pie en el estrado, molesto por la forma en que ella retrocedió de
inmediato, y desenvainó rápidamente la espada para alzarla ante ella a guisa de
solemne saludo.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
254
–Princesa Simorh... A partir de ahora tendré el privilegio de ocupar el trono de
Haven como nuevo gobernador. En calidad de ello, me comprometo a honraros
como os corresponde. Y aunque no quiero parecer pretencioso, señora, es mi
más ferviente deseo que vos consintáis un día en desempeñar de nuevo vuestro
papel de consorte –añadió después de completar el saludo y, aunque su sonrisa
era sólo para ella, no pudo resistir la tentación de echar también una
subrepticia mirada a DiMag.
La princesa clavó en Vaoran unos ojos totalmente estupefactos, y DiMag hizo
un violento movimiento para soltarse de los guardias, pero fue dominado en el
acto. No habló, y Simorh luchó por encontrar palabras que expresaran con
exactitud el asco que le inspiraba aquel hombre corpulento que había tenido la
osadía de hablar de aquel modo delante de ella. Hubiera querido levantar una
mano y desintegrar allí mismo a Vaoran, pero no tenía tanto poder. Sus
encantamientos no podían compararse con los de Calthar. Sin embargo, el
maestro de armas debió adivinar el deseo en su mirada, porque dio un paso
atrás e hizo una señal al resto de los guardias.
–Acompañad a la princesa Simorh a su torre –dijo, con una reverencia a la
hechicera–. Con vuestro permiso, señora, os visitaré tan pronto como haya
concluido lo que aquí me tiene ocupado. He preparado un plan que, con suerte,
nos devolverá a la Gamora de antes, y es justo que vos conozcáis todos los
detalles.
Simorh contestó brevemente, con los labios blancos:
–Muy bien. Tenéis mi permiso.
Observó perfectamente la furiosa mirada que DiMag le lanzaba, y no se
atrevió a levantar la vista por temor a revelar sus intenciones. El instinto le
decía que de momento lo mejor era no entrar en discusiones con Vaoran, sino
hacerle creer que estaba más o menos dispuesta a satisfacer sus deseos. Si
lograba conservar parte de su libertad, quizá pudiese hallar el modo de luchar
contra el usurpador. Sólo hacía votos por que DiMag no creyera que ella iba a
traicionarle.
El príncipe la siguió con los ojos cuando la condujeron hacia su torre. Su rostro
era una máscara, y si Vaoran había esperado ver disgusto o miedo en su
mirada, estaba equivocado. En el momento que Simorh y su escolta hubieron
salido, subió al estrado y contempló primero el trono y luego, al hombre al que
acababa de derrocar.
–Llevad al ex príncipe a sus aposentos, y comprobad que esté bien vigilado –
dijo.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
255
DiMag se marchó sin poner dificultades, y Vaoran se volvió de cara al Consejo.
–Caballeros... –comenzó, al mismo tiempo que se dejaba caer lentamente sobre
el gran sillón, que nada tenía de cómodo–. ¡Pasemos a nuestros asuntos!
Brigrandon dijo con voz cauta:
–Kyre...
El joven levantó la vista, parpadeando cuando sus ojos se apartaron del
confuso escrito que había intentado descifrar, y cuando advirtió la expresión
de su amigo, el corazón le dio un vuelco. En el acto se puso de pie.
– ¿No habréis...?
–No lo sé. Gran parte de esas letras apenas son legibles, y hay algunas palabras
que no acierto a traducir. Prefiero que lo examinéis vos.
El preceptor acercó más la lámpara, cuando Kyre se inclinó sobre su hombro
para examinar el documento. Era, como Kyre vio por las primeras palabras de
la página, una descripción de la construcción de un templo en honor al héroe
muerto de Haven, y la idea de que pudiera ser el mismo edificio que ahora
estaba en ruinas, allí donde se extendía la franja de guijarros, le hizo sentir un
escalofrío muy especial.
–Aquí –señaló Brigrandon, señalando un punto con el polvoriento dedo–. Esta
frase... Dice algo referente a guardar en un relicario... ¿Qué es, exactamente?
Kyre se fijó en la línea indicada. Por unos instantes no pudo creerlo... Pero era
aquello, ¡aquello!
–Brigrandon –murmuró temeroso–. ¡Aquí lo tenemos! ¡Es lo que tanto habíamos
buscado! ¡El amuleto de Talliann está en el templo en ruinas!
«Y en la consagración de la cripta, debajo de la losa central, fue depositado el talismán de la amada consorte de nuestro Lobo del Sol... –un símbolo que, como
recordó Kyre, siempre había sido utilizado para describir el nombre de
Talliann–, que, transida de dolor por la pérdida de su esposo, se entregó en los brazos de la muerte. Este amuleto servirá de centinela entre Haven y sus enemigos hasta el día en que pueda ser unido a su pieza gemela y nos devuelva todo lo perdido...»
– ¡Kyre...! –dijo Brigrandon con su voz tremendamente fatigada–. ¡Y pensar que
casi habíamos abandonado ya toda esperanza...!
–Hay que avisar enseguida a DiMag... y a Simorh. Kyre se precipitó hacia la
puerta, pero antes de que la alcanzara fue abierta desde fuera. En el umbral
ESPEJISMO LOUISE COOPER
256
apareció Nirn, el joven sirviente de Brigrandon. Tenía la cara enrojecida y
jadeaba. Entró en la estancia dando traspiés y cerró la puerta de golpe a sus
espaldas.
–Maestro... Se acerca un destacamento de soldados...
– ¿De soldados? –exclamó Brigrandon, perplejo, y Nirn hizo un gesto de
afirmación mientras respiraba fatigosamente.
–Vienen en busca del Lobo del Sol... Para arrestarle... Ha habido un
levantamiento, maestro... El príncipe ha sido depuesto, y...
– ¿Qué? ¿DiMag, depuesto? –Repitió Brigrandon–. ¿Sabes lo que dices, Nirn?
–Un momento, Brigrandon –intervino Kyre, pidiendo con la mano al preceptor
que callara, y dirigiéndose al criado–: ¿Estás seguro, Nirn?
–Sí, señor. Ha ocurrido hace apenas veinte minutos. Ha habido una asamblea en
el Salón del Trono. La guardia personal había sido comprada, y Vaoran, el
maestro de armas...
–Vaoran... –el asombro dio paso a la comprensión en los ojos del preceptor–.
¡Vaoran, claro! Pero no creí que fuese tan estúpido como para elegir un
momento como éste.
–Al contrario. No lo pudo escoger mejor –dijo Kyre con amargura–. ¿Qué más
sabes, Nirn?
–Poca cosa, señor. Sólo que todo parece haber sucedido sin contratiempos. Se
habla de prisioneros, pero creo que no son muchos.
«¿Prisioneros? iTalliann!», pensó Kyre, alarmado.
– ¡Tengo que averiguar qué ha sucedido, Brigrandon! –exclamó en voz alta,
echando a correr hacia la puerta.
– ¡No, señor! –Chilló Nirn–. Los soldados vienen a deteneros. ¡Si salís a la
terraza, no podréis escapar!
–El muchacho tiene razón –señaló Brigrandon, nervioso–. Y con Vaoran en el
poder, podéis estar seguro de que no piensan poneros una corona de laurel en
la cabeza... ¿Os veis capaz de escapar por esa ventana? –preguntó después de
recorrer la habitación con la mirada.
–Supongo que sí –contestó Kyre.
–Escapad, pues. En el exterior hay un pequeño huerto donde plantaban hierbas,
y que ahora no se usa. No se ve desde ninguna parte, y crece en él mucha
ESPEJISMO LOUISE COOPER
257
maleza. Yo despistaré lo mejor que pueda a los soldados y, luego, trataré de
averiguar qué ocurre. Esperadme en el huerto hasta que yo mismo vaya a
buscaros.
–Brigrandon..., no hay tiempo para escondrijos. Si pudiera llegar hasta el
templo en ruinas...
–Nunca saldríais vivo del castillo, y menos aún de la ciudad. No discutamos,
Kyre. ¡Si os encuentran aquí, entre los tres no podremos con ellos!
No le quedaba otro camino... Kyre subió a una mesa y, cuando Brigrandon abrió
la ventana de un puñetazo, saltó afuera como pudo. El preceptor cerró y, en el
mismo instante, en la terraza resonaron las fuertes pisadas de los hombres.
– ¡Siéntate! –Acució el preceptor a Nirn–. Siéntate donde estaba Kyre,
extiende estos documentos a tu alrededor y simula que duermes. ¿Alguien te
ha visto venir?
–No, maestro.
–Bien.
Brigrandon vaciló. Luego agarró una jarra medio llena de cerveza, vertió una
buena cantidad en la copa que tenía junto a su propia silla y procuró derramar
bastante.
–Nos encontrarán dormidos a los dos y, a mí, además, más que un poco
borracho. Cuando nos despierten, diremos que estamos repasando manuscritos
desde la mañana. y que Kyre estuvo aquí, sí, pero que se fue después del
mediodía. Tú no sabes dónde puede estar, y yo, por mi parte, intentaré darles
unas explicaciones bien confusas –agregó– ¿Has comprendido?
–Sí, maestro.
Nirn ocupó el lugar de Kyre y, cuando los soldados golpearon la puerta, ambos
hombres tenían la cabeza apoyada en los brazos, los ojos cerrados, y
Brigrandon roncaba pacíficamente.
-0-0-0-0-
– ¿De modo que vos estáis convencido de que podéis hacer caer en una trampa
a esa bruja del mar? –preguntó Simorh con cautela.
Vaoran así lo afirmó.
–Es la mejor posibilidad que podemos ofrecerle a la pequeña princesa. Y tened
la certeza de que cada uno de mis hombres luchará con ella.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Os creo, sí. Simorh se levantó para acercarse a la ventana. Al verla cambiar
de sitio, el guardia apostado en la puerta se puso tenso, pero Vaoran le
tranquilizó con un gesto. Simorh no constituía una amenaza. Ya se había
encargado él de que todos sus instrumentos de magia fueran trasladados a un
lugar donde la princesa no pudiera alcanzarlos. Aparte de eso, no era preciso
tomar ninguna otra precaución. Además, Vaoran hacía con ella más progresos
de los que había imaginado, por la simple razón de que conocía y aprovechaba
su única debilidad: Gamora. Comprendía perfectamente la importancia de
presentarse como paladín de la niña, y si su plan se veía coronado por el éxito,
como esperaba que fuera, se habría ganado la eterna gratitud de Simorh y, a
su debido tiempo, quizás esa gratitud se convirtiera en algo más.
–La muchacha será transportada a la playa cuando el sol se ponga, como
inicialmente yo aconsejé al... al ex príncipe –explicó y mientras hablaba, no
dejaba de observar el rostro de Simorh, para ver cómo reaccionaba ante el
cambio de título dado a su esposo; pero la expresión de la soberana nada
delató–. La trampa estará a punto y, si sólo Calthar acude a la cita, no hay
motivo para creer que no morderá el anzuelo.
Simorh asintió.
– ¿Y él... y Kyre?
Los labios de Vaoran se fruncieron.
–Siento decirlo, señora, pero podría constituir un peligro para nuestros planes
y, por consiguiente, para la pequeña princesa. A mí no me cabe la menor duda
de que intentó engañarnos con su afirmación de ser el verdadero Lobo del Sol,
y sospecho que, incluso, podría estar de acuerdo con nuestros enemigos... –dijo
y, después de mirarla, decidió correr el riesgo de ser sincero–. No podíamos
arriesgarnos, señora, y... a estas horas, Kyre ya debe de estar muerto.
Con un tremendo esfuerzo, Simorh consiguió mantener la indiferencia de su
rostro, aunque en su interior creyó hundirse. ¡Muerto...! Con DiMag encerrado
en sus aposentos, Gamora trasladada a «lugar seguro» y Talliann prisionera
también, en espera de ser conducida a la playa, Kyre había constituido su
última esperanza. y ahora ya no le quedaba nada.
Miró a través de la ventana. Las nubes empezaban a retirarse, y largas saetas
de luz surcaban el panorama de la ciudad de un lado a otro. Como mucho, el sol
tardaría dos horas en ponerse...
Detrás de ella sonaron pasos, y una mano se posó ligeramente en su hombro.
Simorh se obligó a no estremecerse bajo el contacto con Vaoran, pero los
músculos de su estómago se contrajeron involuntariamente.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
259
–No desesperéis, señora –murmuró Vaoran con voz amable–. Haven triunfará.
Estoy seguro de ello.
Simorh fue incapaz de contestarle. De haberlo intentado, hubiese perdido el
control que tanto le costaba mantener, y quizá le hubiera escupido a la cara.
La mano se retiró de su hombro y, momentos después, la princesa percibió sus
duras pisadas cuando Vaoran y el soldado se retiraban, dejándola a solas con
un volcán de odio en las entrañas.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
260
Capítulo 18
Brigrandon se jactaba de conocer los pasadizos poco frecuentados de Haven
mejor que cualquier otra persona viva. Lo que nunca se había imaginado era que
ese conocimiento pudiera resultar de gran utilidad en un momento de tan
terrible urgencia.
Mientras caminaba a lo largo de la terraza hasta la entrada principal, le
constaba que podía verle cualquiera que vigilara, y por eso tuvo buen cuidado
de hablar solo y hacer eses, para cubrir las apariencias. Calculó que, para
entonces, los soldados ya habrían registrado la Torre del Amanecer y que, al
encontrarla vacía, se dispersarían por todo el castillo en busca de su presa y,
de paso, maldecirían a Brigrandon por sus incoherencias de beodo. Kyre estaría
a salvo. El dudaba seriamente que los soldados conociesen la existencia del
pequeño huerto.
Entró por la puerta principal y se demoró un poco en el gran vestíbulo, como si
hubiese olvidado adónde iba o qué pensaba hacer. Pasaron por su lado dos
sirvientes, pero ignoraron su presencia. Al nuevo señor de Haven no le
interesaba el viejo sabio borrachín y, siempre que no despertara las sospechas
de nadie, le dejarían en paz.
Los criados se alejaron y durante unos momentos, reinó la tranquilidad en el
vestíbulo, hasta que una delicada figura salió de las sombras de la escalera y le
llamó con la mano. Brigrandon miró hacia atrás por encima del hombro, para
cerciorarse de que nadie les veía, y corrió a su encuentro.
– ¿Has recibido el mensaje de Nirn, Falla? ¿Qué hay de nuevo? –preguntó en un
susurro.
La muchacha de cabellos negros se arrebujó en su capa.
–La princesa no está vigilada, maestro Brigrandon –dijo–. Puede moverse
libremente por todo el castillo. Le he dicho que necesitabais verla con
urgencia, y ahora baja para hablar con vos en vuestras habitaciones.
Brigrandon dio unas palmadas de agradecimiento en el hombro de la joven.
– ¡Bien hecho, Falla! ¿Sabéis algo del príncipe?
La chica meneó la cabeza.
–No. Mi señora ha intentado verle, pero está demasiado vigilado. Todo cuanto
sabemos es que sigue vivo.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Bien. Ahora lo más prudente será que vuelvas a vuestra torre.
–Si puedo hacer algo más...
–Te lo mandaré decir, si acaso.
Brigrandon le dio otra pequeña palmada y se alejó a toda prisa.
Cuando abrió la puerta de sus aposentos, Simorh se levantó. Había estado
acurrucada delante del hogar.
–Brigrandon... –dijo, y sólo la fuerza de la costumbre impidió que corriese a
abrazarle–. Falla me ha transmitido vuestro mensaje... ¿Es cierto que Kyre
vive?
El preceptor la tranquilizó con su sonrisa.
–Salvo que Vaoran se interese más por las hierbas medicinales de lo que yo me
imagino, sí, mi señora.
Y al ver que Simorh fruncía el entrecejo, poco convencida, cruzó la estancia y
abrió la ventana de golpe.
– ¡Kyre! –llamó, en voz muy baja, que la suave brisa se encargó de transportar–.
¡Soy Brigrandon! Ya puedes regresar.
Entre los matorrales del descuidado huerto se produjeron unos crujidos, y
apareció Kyre. Corrió agachado hacia la ventana, y Brigrandon le ayudó a subir.
– ¡Princesa...! –exclamó Kyre con sorpresa y alivio, al verse delante de Simorh.
Pero pronto se dominó y después de quitarse las hojas secas del pelo y de la
ropa, agregó:
–Al enterarme de lo sucedido, creí que...
–Y todo eso es cierto, Kyre –explicó Brigrandon–. Ahora es Vaoran quien manda
en Haven. Controla tanto el Consejo como el Ejército. El príncipe es su
prisionero, pero al menos sabemos que por ahora todavía vive.
–Y, para mí, Vaoran tiene otros proyectos –intervino Simorh con amargura,
dando a entender de sobras lo que quería decir–. Por otra parte, eso me
permite conservar de momento mi libertad –añadió con un estremecimiento.
– ¿Qué hay de Talliann? –inquirió Kyre con angustia.
Sus ojos se encontraron con los de Simorh.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
262
–La tienen prisionera, Kyre. Vaoran ya se encargó de exponerme su plan con
todo detalle, porque supone que su preocupación por Gamora me hará
inclinarme a su favor. Piensa mantener la cita con Calthar.
Kyre soltó una maldición y miró a Brigrandon.
– ¿Qué hora es?
El preceptor adivinó lo que pensaba su joven amigo, y miró hacia la ventana.
–Falta menos de una hora para la puesta del sol.
– ¿Todavía estará baja la marea?
El preceptor hizo un rápido cálculo mental y asintió.
–Sí; aún tendríais tiempo de llegar al templo.
Simorh miró nerviosa a uno y otro.
– ¿Qué significa eso? No lo entiendo.
–Princesa... –dijo Kyre–. Cuando supimos que los hombres de Vaoran querían
atraparme, Brigrandon y yo acabábamos de descubrir el paradero del perdido
talismán de Talliann. Se halla en el templo en ruinas, debajo de la losa central
del suelo de la cripta.
Simorh quedó atónita por unos instantes, pero enseguida apareció la llama de
la esperanza en sus ojos.
– ¡Por el Ojo...! ¿Estáis seguro, Kyre?
–No cabe ninguna duda.
–Entonces tenemos que recuperarlo y entregárselo a Talliann... Si las dos
piedras pueden ser unidas...
–No podemos perder tiempo, señora –la interrumpió Brigrandon–. Si Vaoran se
propone conducir a Talliann a la franja de guijarros cuando llegue el ocaso,
tendrá que salir de aquí dentro de unos tres cuartos de hora, como máximo, y
todas sus tropas irán pisándole los talones.
Tenía razón.
–Sólo nos queda una posibilidad –señaló Kyre–. Hay que interceptar el paso a
los hombres de Vaoran.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
263
– ¿Y dónde pensáis encontrar suficientes hombres de confianza para
enfrentaros a ellos y, sobre todo, en tan poco tiempo? –quiso saber
Brigrandon–. Eso es imposible. No...
– ¡Un momento!
Simorh alzó una mano. Tenía la vista fija en algo que había en un rincón de la
estancia. Era la lanza de los guerreros del mar que Kyre se había llevado de la
ciudadela de Calthar, y que estaba casi olvidada en los aposentos de
Brigrandon.
–Dicen que la manejáis como un maestro –dijo Simorh–. ¿Es eso cierto?
–Sí.
–Tomadla, pues, y los dos iremos al templo. Ahora mismo; antes de que Vaoran
y los suyos partan hacia allí.
– ¡No podemos esperar vencerles, señora!
–No necesitaremos llegar a tanto. Con el amuleto en nuestras manos antes de
que ellos aparezcan, no hará falta luchar. Existe un encantamiento –explicó,
con ojos ardientes–, pero no se puede llevar a cabo sin los dos amuletos. Si
logro recordarlo bien, y me creo capaz de ello, Vaoran no constituirá una
amenaza para nosotros. Es posible que yo no sea un guerrero –añadió con una
sonrisa astuta–, pero poseo otras habilidades igual de valiosas. Todo cuanto
necesito es que vos me protejáis mientras realizo la labor.
Kyre vaciló, pero luego devolvió la sonrisa a Simorh, una sonrisa llena de
respeto. ¡Tal vez aún existiera una posibilidad de salvación para todos ellos...!
–Señora –dijo, y besó la mano de la princesa–. ¡Todavía podemos derrotar a
Calthar!
La despedida de Brigrandon fue corta pero intensa. Kyre y el preceptor se
abrazaron con fuerza, ambos incapaces de hablar, porque se daban perfecta
cuenta de que podía ser la última vez que se veían. Luego, Simorh estrechó
contra sí a Brigrandon y le dio un sonoro beso en la mejilla.
–Volveremos –dijo con una voz a la que la resolución y la emoción conferían una
extraña dureza–. Y cuando se alce en el cielo la Hechicera, ¡estaremos
preparados para enfrentarnos a ella!
Brigrandon movió la cabeza en sentido afirmativo, y Kyre descubrió que el
pobre viejo luchaba por contener las lágrimas.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
264
–Buscaré el modo de hacérselo saber al príncipe, señora... Le explicaré lo que
habéis hecho...
Segundos después, Kyre y Simorh estaban fuera, bajo el crudo resplandor
carmesí del sol próximo a esconderse.
La ciudad tenía un aspecto fantasmal. Calles vacías, casas silenciosas; las
escasas ventanas que quedaban abiertas, convertidas en sangrientos ojos que
miraban a la luz del crepúsculo... La niebla se enroscaba a sus tobillos, a veces
les llegaba hasta las rodillas, e intensificaba poco a poco la quietud reinante. A
lo lejos percibieron el llanto de un niño... El pueblo había hecho todo lo posible,
y ahora esperaba.
Mientras avanzaban a toda prisa por la callada ciudad, Kyre miró un par de
veces a la mujer que iba a su lado. Había llegado a odiar a Simorh, pero ahora
había aprendido a respetarla, a compadecerla y de una extraña manera
fraternal, a amarla. Simorh era el auténtico paladín de la ciudad, y de su
marido y de su hija, a los que intentaba salvar, y desde luego merecía más
suerte de la que hasta ahora había tenido. Kyre pensó también en DiMag,
prisionero y amenazado de muerte. Y en Gamora, poco menos que muerta
mientras pesara sobre ella el encantamiento de Calthar... Instintivamente se
llevó una mano al amuleto colgado de la cadena ya arreglada. Una vez le había
fallado a Haven, aunque la ciudad no lo considerara así, y su fallo había tenido
unas consecuencias terribles. Si no lo impedían todas las fuerzas del mundo,
esta vez no fracasaría.
Se levantaba el viento. Cuando salieron por el arco de arenisca, les recibió con
un violento azote, apartando los cabellos de sus rostros y golpeándoles aquí y
allá, al tiempo que arremolinaba la arena, que pareció darles latigazos en la
piel. Vastas sombras se extendían desde los acantilados hasta el mar, las aguas
centelleaban ensangrentadas donde aún las iluminaba el sol, y las olas
empezaban a agitarse a medida que el vendaval se hacía más vigoroso.
Simorh agachó la cabeza y alzando la voz para que Kyre le oyese, dijo:
– ¡Esto puede resultar una ventaja para nosotros! El viento borrará nuestras
pisadas sobre la arena... De otro modo, habríamos tenido que seguir la línea de
las rocas y perder un tiempo precioso.
Era cierto, y Kyre la tomó del brazo cuando abandonaron la relativa protección
del arco. Inclinados de cara al vendaval, se abrieron paso a través de la fina
arena en dirección a la franja de guijarros. Tenían plena conciencia de que los
hombres de Vaoran podían aparecer por la puerta en cualquier momento y
descubrirles antes de que estuvieran a cubierto. La zona de guijarros relucía a
ESPEJISMO LOUISE COOPER
265
poca distancia de ellos. Una vez la alcanzaron, hicieron una pausa y miraron
hacia atrás.
La bahía estaba desierta. Pero el sol ya no era más que una cinta de furioso
brillo encima del farallón. Minutos más tarde, habría sido engullido.
–¡Esta noche no habrá niebla! –gritó Simorh, tratando de vencer el terror que
amenazaba con clavarle sus garras en lo más profundo del cuerpo–. No
debemos retrasarnos... ¡Sigamos!
Corrieron todo lo que el desigual suelo les permitía hacia la monstruosa silueta
de las ruinas que tenían delante. Simorh cayó una vez y lanzó una maldición,
pero volvió a ponerse de pie antes de que Kyre pudiera detenerse para
ayudarla. Se precipitaron nuevamente hacia las ruinas, siempre tratando de no
mirar al mar que tenían a su derecha, ni prestar atención a su creciente y
airado fragor. Los guijarros y la pizarra dejaron paso a los cascotes y a las
complicadas ruinas esparcidas por el suelo, y por fin se detuvieron casi sin
aliento, agotados, entre los elevados pilares del templo.
Permanecieron inmóviles durante unos segundos, aspirando agradecidos el aire
que calmaba el ardor de sus castigados pulmones. Kyre iba a decirle algo a la
princesa, pero... cuando abrió la boca, pareció rozarle la fría ala de una sombra.
Miró hacia el mar. El último fulgor carmesí del sol se había desvanecido, y el
mar era ahora una interminable y revuelta masa gris.
Agarró el brazo de Simorh y exclamó:
– ¡El ocaso!
Ella lo contempló brevemente y se mordió el labio inferior.
– ¡Aprisa! –dijo con voz sibilante.
Encontraron la estrecha abertura que quedaba de lo que otrora fuera la
entrada de la cripta, y se introdujeron por ella. Los peldaños que había detrás
estaban totalmente a obscuras –ni Kyre ni Simorh habían pensado en llevar
consigo una lámpara–, de modo que descendieron con el máximo cuidado hasta
el corto rellano que conducía a la cámara situada al fondo. Las fosforescentes
algas y los líquenes marinos producían allí un tenue y fantástico resplandor, y
Simorh avanzó con prudencia entre un lecho de piedras y pequeñas rocas hasta
el centro de la cripta. Se agachó allí donde suponía que debía estar la losa
central, y Kyre se reunió con ella. Cuando hubieron limpiado de escombros
aquella parte de suelo –lleno de algas, y conchas rotas, y cubierto por una
delgada capa de arena– dijo la hechicera:
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266
–Cuando el templo fue construido, se alzaba sobre un acantilado, a cincuenta
pies de altura sobre la línea de pleamar. Hace nueve años que entré por última
vez en esta cámara –comentó, y alzó un momento la vista–. Me pregunto cuál
será ahora nuestra suerte...
–Rezad para que tengamos tiempo...
Kyre apartó una capa de arena y, de pronto, sus dedos chocaron con algo que
no cedía a pesar de sus esfuerzos. Rápidamente se acurrucó más, tratando de
perforar la obscuridad con la mirada, y Simorh preguntó con ansia:
– ¿Qué es?
–No lo sé... Un dibujo, parece... Un relieve...
Ella casi le empujó con el hombro, llevada por su afán, y arrimó la cara al suelo.
–Creo... ¡Maldita sea esta negrura! Tendría que habérseme ocurrido traer una
lámpara.
Sus dedos siguieron la línea descubierta por Kyre, y entonces se puso en
cuclillas. Pese a la obscuridad, su cara parecía resplandecer por la excitación.
– ¡Sí! –Exclamó, cerrando los puños–. ¡Es esta losa! Lo recuerdo... En el centro
tiene un relieve que representa el Ojo... ¡Corred, hemos de limpiar bien la losa!
Febrilmente pusieron manos a la obra y, en menos de un minuto, apareció la
forma de la maciza piedra.
– ¿Cómo podemos levantarla? –preguntó Kyre.
Simorh se puso de pie, aunque no sin dificultad, y retrocedió un poco.
–Tomad la lanza y hundid la hoja en la grieta que separa la losa de la que hay al
lado.
Kyre no discutió, aunque la idea se le antojó ingenua. La hoja de la lanza se
partiría mucho antes de haber movido la piedra. Pero en los ojos de la princesa
había una nueva luz y, al seguir sus instrucciones, comprendió enseguida que
Simorh pensaba servirse también de otros medios.
– ¡Aquí, aguantad aquí!
Su voz había adquirido un timbre áspero, y Kyre vio que cerraba los ojos
mientras aspiraba profundamente. Luego, sus labios se movieron en silencio. Su
cuerpo se tensó y, de repente, un aura –débil pero claramente perceptible–
cobró vida a su alrededor. El salobre aire pareció temblar, y Kyre tuvo la
sensación de que una cercana tormenta eléctrica le ponía de punta los pelos de
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los brazos y penetraba hasta su cerebro. La lanza que sostenía en su mano
pareció encabritarse, y hubo una fuerte sacudida en el suelo...
La pesada losa se alzó. Se movía como si un puño inmensamente fuerte la
empujara desde abajo; se puso vertical y, después de balancearse un momento
sobre su base, cayó con sordo estruendo sobre la piedra de al lado y se agrietó
en diagonal.
Los ojos de Simorh se encontraron con los de Kyre encima del hueco que ahora
quedaba al descubierto, y él esbozó una sonrisa, súbitamente optimista a raíz
del triunfo.
–Yo nunca tuve poderes mágicos –dijo–. Eso fue siempre cosa de Talliann.
La luz se apagó en los ojos de la princesa.
–Talliann –murmuró, y miró en dirección a la escalera–. Tienen que estar en
camino, si no se han reunido ya con Calthar.
Aquello serenó en el acto a Kyre, que cayó de rodillas junto al húmedo y
mohoso hoyo. No era profundo, y a primera vista parecía contener sólo arena
empapada y cascotes de los cimientos del templo. Pero entonces distinguió un
ligero resplandor metálico...
Los siglos transcurridos no habían deteriorado el colgante de cuarzo, ni
deslustrado la cadena de plata de la que pendía. Tanto por su tamaño como por
su forma, era la pieza gemela de la que Kyre llevaba al cuello, si bien el joven
comprobó que la piedra del amuleto de Talliann tenía un intenso color rojo
anaranjado y no llevaba grabada la imagen del Ojo del Día, sino la del Ojo de la
Noche: una perla jaspeada de plata.
El puño de Kyre se cerró alrededor del amuleto cuando los viejos recuerdos
inundaron su mente. Ahora que las dos piezas de cuarzo estaban en su poder,
logró recordar también algunas de las propiedades que tenían si eran utilizadas
a la vez..., y los poderes que Talliann, con su mente adivinatoria y sus
facultades, había logrado desplegar. Movido por un repentino impulso, ofreció
el colgante a Simorh.
–Ponéoslo –suplicó–. Hacedlo por Talliann. Estáis en el lugar que ella ocupó un
día... ¡Podéis serviros de su poder!
Los ojos de la princesa se ensancharon, pero no hizo el menor gesto para
tomar la pieza de cuarzo.
–No puedo, Kyre. No sería justo.
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– ¡Es justo! Llevadlo, al menos mientras no pueda serle restituido a ella. ¡Os lo
ruego, Simorh!
La princesa vaciló todavía, pero al fin alargó la mano para que Kyre depositara
en ella la joya, y se pasó la cadena por la cabeza, de modo que la piedra quedó
entre sus manos. Kyre vio la sorpresa en los ojos de Simorh cuando sintió la
fuerza que el cuarzo le confería. Luego estrechó la mano de Kyre.
–No podemos retrasarnos más –dijo, y en su voz hubo un calor como nunca lo
notara él antes: el calor de compartir incluso el más horrible peligro con un
amigo leal–. Sea lo que fuere lo que nos espera –agregó–, tenemos que salir y
enfrentarnos a ello.
Kyre fue el primero en abrirse paso a través de la grieta que constituía la
única salida de la cripta y, apenas llegó al exterior, vio algo que le estremeció y
le hizo extender una mano para impedir que Simorh se asomara.
– ¿Qué es?
El susurro de la voz de Simorh produjo un escalofriante eco en la profundidad
que dejaban atrás, y Kyre se llevó un dedo a los labios, al tiempo que se
arrimaba todo lo posible a la pared de roca y señalaba el espacio de panorama
nocturno que se veía más allá de la entrada.
Destacado contra la última luz del cielo, un hombre permanecía alerta entre
las columnas en ruinas. Estaba de espaldas a ellos, pero Kyre vio el centelleo de
una espada desnuda y reconoció el uniforme de un guerrero de Haven.
Kyre arrimó la boca al oído de Simorh.
–Esperan a Calthar... Han preparado una emboscada.
– ¡Estúpidos!
–No veo a Vaoran... Debe de estar en la franja de guijarros... –musitó Kyre–. No
podremos ayudar a Talliann mientras estemos atrapados aquí. Pero ese
soldado...
–Esperad...
Simorh tocó su brazo, indicando la angosta salida. Miró él y vio que el soldado
se había agachado y se inclinaba, muy tenso, hacia delante. Le observaron sin
apenas atreverse a respirar. El hombre se fue desviando poco a poco hacia una
desmoronada pared que le ofrecía protección. Llegó a ella, se apostó allí, y
Simorh volvió a tocar el brazo de Kyre.
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–No podemos aguardar una ocasión mejor... ¡Tenemos que ver qué ocurre! –
susurró–. Salid y torced hacia la derecha... Encontraréis un pilar derribado que
nos dará cobijo... ¡Y cuidado con los escombros, al andar! No hagáis el menor
ruido.
Kyre asintió, y los dos iniciaron el difícil camino. El soldado les daba todavía la
espalda y no se movió cuando ellos surgieron de la grieta y avanzaron con
cautela hacia el refugio del pilar. Las sombras les engulleron, y Kyre oyó emitir
a Simorh un suspiro contenido. Volvió la cabeza para orientarse y... el corazón
le dio un vuelco.
– ¡Simorh! –susurró.
Su voz era difícilmente audible, a causa del rumor del mar y el fuerte viento,
pero ella le oyó y miró enseguida hacia donde señalaba él.
Algo se movía entre la revuelta masa de olas; una forma obscura que destacaba
contra la inquieta fosforescencia de las aguas. Mientras miraban, la forma se
acercó y... una figura de delicados miembros, coronada con un nimbo de
indómitos cabellos, emergió de los escollos. Permaneció inmóvil unos instantes,
rodeada su silueta por un resplandor frío y plateado que parecía proceder del
otro lado del mar. Luego, aquella mujer se sacudió el agua del pelo y avanzó
hacia la franja de guijarros.
Simorh miró a Kyre.
– ¿Es Calthar?
Él movió la cabeza en sentido afirmativo, muy serio.
–Calthar, sí.
Le indicó con la mano que guardara silencio y, después, se apartó de la
protección que le ofrecía la columna y corrió a esconderse al amparo de un
muro medio derruido.
Desde allí podía ver todo lo necesario. Vaoran estaba al borde mismo de la
franja de guijarros, a menos de veinte metros del templo. Detrás de él, dos
hombres sujetaban a Talliann, que se mantenía erecta y firme mirando al mar.
El viento le echaba los cabellos hacia la espalda y, en la misteriosa obscuridad
de la noche, su rostro resultaba de una blancura enfermiza. Talliann tenía el
mismo aspecto que cuando él la viera por vez primera junto a la orilla, y Kyre
tuvo que hacer un gran esfuerzo para no lanzarse hacia delante y atacar con
las manos desnudas a Vaoran y a sus dos hombres.
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Una mano se cerró alrededor de su brazo, mientras todavía luchaba consigo
mismo y estaba a punto de cometer un disparate. Era Simorh, que le dijo con
severidad:
– ¡No, Kyre! No hagáis caso... ¡Ni se os ocurra! Hay otro modo mejor. Ya os
hablé de un encantamiento, ¿no? –Agregó con una sonrisa que, en las tinieblas,
pareció una horrible mueca–. Puedo hacer cambiar la marea a nuestra
conveniencia. No creo que falle, con el amuleto en mi poder. Esperad bien
atento y, cuando llegue el momento, aprovechad la ocasión.
Calthar había salido del agua. Pisó los guijarros y observó al pequeño grupo de
Vaoran. Aunque la elevación formada por las piedras la situaba a una altura
superior a la de ellos, Vaoran tenía ventaja por pisar arena firme. Talliann
volvió la cabeza con brusquedad, cuando la bruja clavó la mirada en ella.
–Una extraña bienvenida.
La ronca voz de Calthar se deslizó con sorprendente fluidez por encima del
rugiente mar y del viento.
– ¿No han venido a recibirme el príncipe DiMag ni su pequeña esposa? Y no veo
filas de soldados que formen una guardia de honor... ¿O sois demasiado tímidos
para mostraros, hombres?
En su voz había una cortante burla, y sus ojos recorrieron las ruinas con
marcado desprecio.
Vaoran ignoró el tono insultante, y contestó a gritos:
–Hemos decidido concederos lo que pedíais, Calthar. ¡La muchacha llamada
Talliann a cambio de liberar a nuestra pequeña princesa Gamora del hechizo!
Un trato justo.
Kyre creyó ver un movimiento cerca de donde ellos dos estaban.
– ¡Agachémonos! –susurró, y empujó con la mano a Simorh, haciéndola caer con
los brazos y piernas extendidos al tiempo que él se desplomaba casi encima de
la soberana. En el otro extremo de las ruinas apareció otro guerrero que
corría encogido hacia la franja pedregosa. Kyre y Simorh contuvieron la
respiración. El soldado redujo el paso, se detuvo, quedó paralizado...
–Un trato justo –repitió Calthar, con aquella sonrisa que Kyre conocía tan bien–
. ¡Sea, pues! –dijo extendiendo una mano con gesto imperioso–. No me interesa
la mocosa de Haven. Podéis soltar a esta muchacha. No intentará huir.
Mientras hablaba, tenía la mirada fija en Talliann, y ésta, llevada por un
apremio incontenible, alzó la cabeza y posó la vista en Calthar de la manera
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271
más directa. Vaoran se hizo a un lado, y los soldados condujeron a la joven
hacia delante. Un paso, dos pasos, tres pasos... Subían ahora la suave
pendiente de la franja de guijarros, y Calthar les salió al encuentro
perezosamente. Kyre sentía una tensión horrible en los músculos del
estómago... El guerrero que se había detenido a tan escasa distancia de ellos
se puso de nuevo en marcha, con gesto furtivo...
El amuleto que Simorh llevaba colgado entre los senos quedó iluminado
súbitamente desde dentro, como si tuviera en su interior una diminuta llama.
Las manos de la princesa cubrieron enseguida la piedra, nerviosamente, pero la
luz seguía brillando a través de sus dedos, cada vez con más intensidad. El
resplandor dio vida al rostro de Simorh, que tenía los ojos cerrados y movía los
labios con rapidez, en silencio... Pronunciaba las palabras de un conjuro. Kyre
se apresuró a protegerla. En aquel momento, Calthar levantó ambos brazos en
dirección a Talliann, como si quisiera envolverla en un ofensivo abrazo. Los dos
guardias soltaron a la muchacha y la empujaron de manera que,
involuntariamente, Talliann dio unos tambaleantes pasos antes de caer al suelo
delante mismo de Calthar. Allí permaneció, acurrucada sobre los guijarros
como un animal hipnotizado, sin moverse.
Calthar miró a los soldados que habían sujetado antes a Talliann, y después se
volvió hacia Vaoran. Su boca se abrió en una sonrisa casi compasiva.
–Regresad a Haven, pequeño hombre –dijo–. Regresad y ocupaos de vuestra
ciudad en la hora de su muerte...
Hizo chasquear los dedos, y Talliann se levantó como una marioneta cuyos hilos
la hubiesen hecho cobrar vida de repente.
–Vuestra princesita despertará –añadió Calthar, dirigiéndose otra vez a
Vaoran–, porque quiero que presencie la destrucción final de lo que un día
hubiese podido constituir su heredad. Su vida, como las de todos vosotros,
será bien breve... Y vos sois un crédulo, un imbécil, amigo mío... Un crédulo muy
imbécil.
Se volvió entonces, con los jirones de su túnica revoloteando a su alrededor, y
se detuvo.
Vaoran contestó, sin alzar la voz.
–Habláis demasiado pronto, Calthar.
Los guerreros de Haven se hallaban apostados entre Calthar y el agua. Cada
cual había desenvainado su espada, y entre todos formaban una barrera, al
parecer infranqueable. Nadie se movió durante unos momentos, mientras la
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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bruja les miraba, y Kyre sintió casi lástima de Vaoran. El maestro de armas aún
creía poder vencer a aquel monstruo. ¡Era tanto lo que tenía que aprender!
– ¡Ay, pequeño hombre! –Exclamó Calthar–. ¡Qué insignificancia! ¡Con lo simple
que es esta trampa! ¿No se os ha ocurrido nada mejor?
Calthar dio media vuelta y... la espada de Vaoran se clavó en ella. La hoja
penetró hasta el corazón, y Calthar se detuvo en seco, con una expresión de
sorprendida ironía en el rostro. Luego, ese gesto se transformó en una fea y
astuta sonrisa... Poco a poco, de modo muy deliberado, Calthar agarró la
empuñadura de la espada que asomaba de su cuerpo y, con un breve y seguro
movimiento, se la arrancó.
En la hoja no había sangre. Ni la sangre brotaba, tampoco, de lo que tendría
que haber sido una herida mortal. La sonrisa de Calthar se ensanchó y,
mientras Vaoran seguía aterrado, con los ojos casi fuera de las órbitas, la
bruja del mar dio un paso hacia él.
Kyre presintió lo que iba a suceder. Vaoran estaba atónito, paralizado por
aquella inverosimilitud que su mente no era capaz de asimilar. Calthar arrojó la
espada al aire, y el arma quedó suspendida en la nada. Vaoran la contemplaba
atontado y, entonces, la bruja hizo un violento gesto con la mano.
La espada se movió en el aire, giró y flotó temblorosa antes de descender,
como el rayo, formando una curva homicida. En el último instante, antes del
golpe fatal, la inteligencia y la horrorizada lucidez volvieron a los ojos de
Vaoran. Pero era tarde. La hoja le cortó el cuello sin que el impacto redujera el
empuje del arma, y el cuerpo decapitado del maestro de armas rodó sobre la
arena.
Calthar elevó la mirada al cielo, y su escalofriante carcajada resonó en los
acantilados.
En ese momento, Simorh gritó una sola palabra al lado de Kyre. y éste sintió un
tremendo golpe cuando una ráfaga de vivo poder partió del amuleto que ella
llevaba colgado del cuello y casi le tiró al suelo. Segundos más tarde, el cielo
parecía reventar bajo la aullante llamarada de intenso color carmesí que
iluminó la escena con una claridad terrorífica. Calthar giró en redondo, y los
soldados cayeron de espaldas entre gritos de espanto...
– ¡Ahora! –chilló Simorh.
Kyre no se detuvo a pensar en lo que hacía. Hubiera sido incapaz de detenerse;
no podía controlar la fuente de furiosa y desesperada energía que manaba de
su interior. Abandonó su refugio y saltó al banco de guijarros, en dirección a
Calthar y Talliann. La bruja volvió el rostro para enfrentarse a él, rugiendo
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273
como un animal salvaje. Kyre empuñó su lanza y se dispuso a ensartarla con ella.
Calthar retrocedió y la hoja pasó a menos de una pulgada de su cráneo. La
bruja recobró enseguida el equilibrio y quiso arrojarse contra Kyre, pero
entonces se abrió el cielo de nuevo, y él sólo tuvo tiempo de agarrar a Talliann
por el brazo y arrancarla del alcance de Calthar, antes de que las manos del
diabólico ser se cerrasen alrededor del asta de la lanza.
Talliann cayó pesadamente al suelo y rodó hasta la playa de arena, pero Kyre
no pudo hacer nada para ayudarla. Por espacio de un momento que pareció
congelarles en otra dimensión, Kyre y Calthar quedaron inmóviles, cara a cara,
sin más barrera entre ellos que la endeble hoja.
A la fantasmal luz, Kyre vio sonreír a Calthar, y los enloquecidos ojos de
Malhareq, vivos incluso en la muerte, le miraron desde el contraído rostro. El
odio confirió nueva fuerza a Kyre, que se revolvió, dio un tremendo puntapié y
golpeó con su talón el esternón de Calthar, haciéndola caer hacia atrás.
– ¡Simorh!
El frenético grito de Kyre pudo más que los aullidos del viento, del mar y del
cielo. Saltó de la franja de guijarros, por poco resbaló, y vio que Simorh salía
corriendo de su escondrijo, pálida y angustiada.
– ¡El amuleto!
Kyre agarró a Talliann, que luchaba por ponerse de pie pero parecía demasiado
desconcertada para coordinar sus movimientos, y la levantó cuando Simorh
llegaba junto a ellos. La princesa intentó colgarle del cuello el amuleto, pero la
cadena se había enredado en sus cabellos. Luchó con el talismán, lanzando una
maldición tras otra, y de pronto, Talliann emitió un débil grito de miedo y
señaló la franja de guijarros.
Calthar se hallaba en lo alto, rodeada de un horrible y fosforescente halo.
Kyre creyó por un momento, que las Madres manifestaban otra vez su infernal
y monstruosa existencia a través de la carne viviente de Calthar... Pero no. El
gélido resplandor empezaba a extenderse por la franja, haciendo destacar las
piedras húmedas... y las ruinas del templo parecían un escalofriante
aguafuerte. Hasta las crestas de las olas en movimiento, al otro lado de la
elevada franja pedregosa, estaban bañadas por una luz plateada.
Salía la luna de la Noche de Muerte. Calthar abrió los brazos, y su salvaje risa
llegó al cielo desafiando al viento que adquiría la intensidad de un rugiente
temporal. Un inmenso poder emanaba de ella: como si lo atrajera, el primer
furioso borde del lívido rostro plateado de la Hechicera asomó por encima del
lejano horizonte, y un solo rayo de luz cruzó súbitamente la bahía para dar de
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lleno en las puertas de Haven. Calthar aulló como una loba, y su grito de triunfo
rebotó desde las rocas.
– ¡Llegáis tarde!
– ¡No!
La respuesta de Simorh fue un chillido de desafío. Se arrancó por fin el
amuleto, llevándose de paso un mechón de pelo, y se precipitó hacia Talliann. La
cadena resbaló por la obscura cabeza de la muchacha hasta rodear su cuello.
Talliann emitió un sonido entrecortado cuando la pieza de cuarzo tocó su piel, y
Kyre vio cómo los intensos colores del colgante adquirían repentinamente un
brillo que superaba el de la Hechicera en ascenso...
– ¡Kyre...!
Fue un sollozo y un grito de agonía, felicidad y desesperación a la vez, lo que
brotó de la garganta de Talliann cuando sus recuerdos reventaron la prisión en
que habían estado encerrados para invadir su mente ya consciente. El cuerpo
de la joven se retorció con tremenda violencia, como si una fuerza titánica lo
hubiese golpeado. Kyre corrió a cogerla, cuando Talliann se tambaleó, y los dos
retrocedieron dando tumbos. Simorh se vio apartada de un golpe, vaciló y...
luego todos los músculos de su cuerpo se tensaron cuando, detrás de la salvaje
figura de Calthar, la luz de la luna se extinguió.
Lejos, en la bahía, una negra muralla se alzaba de la superficie del mar,
cubriendo el mortal brillo de la Hechicera. La enorme ola cobró fuerza,
aumentó su velocidad, y la mente de Simorh fue arrojada nueve años atrás, a la
horripilante noche en que la marea subiera dos veces sin reflujo.
No conocía encantamiento que pudiese combatir semejante monstruosidad, ni
todos los poderes de Kyre y Talliann juntos serían suficientes para vencer a
aquellas increíbles fuerzas del mal. Calthar reunía todas las infernales
energías de las Madres, y... ¡la gigantesca marea que avanzaba con loco empuje
hacia Haven era sólo su heraldo!
Simorh tiró de la manga a Kyre, y le asombró la fuerza que aún tuvo para
hacerle volverse. Aspiró el salobre aire y le gritó con toda la voz que le
quedaba, esforzándose en poder más que el aullido de los elementos y el
todavía lejano pero ya ensordecedor rugido de la ola que se acercaba:
– ¡CORRED!
Kyre y Talliann miraron al mar, vieron la silueta de Calthar y distinguieron,
también, lo que eclipsaba a la Hechicera. Una expresión de aterrada
comprensión asomó a sus rostros; dieron media vuelta y con Simorh a su lado,
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echaron acorrer hacia la seguridad del portal. A sus espaldas, las demenciales
carcajadas de Calthar perforaban el vendaval, pero nada les importó la burla
de aquel ser satánico. Permanecer en la playa en espera de lo que se les venía
encima hubiera sido una locura. Su única esperanza de sobrevivir residía en la
huida.
Kyre se acordó de pronto de la patrulla de Vaoran, y pensó en la suerte que
aguardaba a los desdichados hombres si no intentaban ponerse a salvo.
Aminoró el paso, a punto de volver atrás. A bastante distancia, tres o cuatro
personas trataban de avanzar por la arena. Del resto no se veía nada.
– ¡No os detengáis! –Chilló Simorh–. ¡Es demasiado tarde para ayudarles!
¡Salvaos vos!
Tenía razón. Una demora significaría la muerte de todos. Los guerreros
deberían salvarse por sus propios medios. Con una última y angustiosa mirada a
aquellos hombres que corrían desesperados, Kyre reanudó la carrera.
Las luces de la entrada de Haven parpadeaban delante de ellos. Sin embargo,
parecían aún muy lejanas y, detrás, el estruendo de la monstruosa ola iba en
aumento. Vibraba la arena bajo sus pies, y los acantilados devolvían furiosos,
en un escalofriante eco, el rugido de las aguas. No llegarían a tiempo al arco...
Pero de repente pisaron arena más seca y suelta, que producía remolinos
alrededor de sus cuerpos y les obligaba a realizar un esfuerzo aún mayor. Las
verdosas lámparas danzaban alocadas, pero cada vez más cerca... El arco se
abrió ante ellos... Y cuando apenas lo habían cruzado atropelladamente, una
tremebunda convulsión de estruendos estalló en sus oídos cuando la inmensa
ola chocó contra los acantilados.
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Capítulo 19
Titánicas columnas de espuma salieron disparadas hacia el nocturno cielo,
hasta una altura de más de cien metros, y el mar irrumpió rugiente en la bahía.
Kyre se mantenía detrás de Talliann y Simorh, tratando de protegerlas
mientras corrían, pero de pronto, cuando todavía se encontraban en las calles
de la parte baja de la ciudad, sintió algo semejante a un tremendo puñetazo en
plena espalda y perdió pie. El agua le había golpeado como una pared sólida,
derribándole, y las dos mujeres se debatían bajo la superficie... Kyre tragó
agua y se vio arrastrado entre vómitos, medio ahogado. El borde de la ola se
arremolinaba alrededor de los tres, pero ya casi sin fuerza, y el agua
retrocedió tan deprisa como había llegado, dejándoles exhaustos y agotados
sobre el encharcado empedrado.
Se levantaron como pudieron, ayudándose unos a otros mientras el agua les
chorreaba de la ropa y los cabellos. Kyre fue el primero en reponerse del
susto, pero al mirar atrás tuvo la sensación de que le habían vuelto el estómago
del revés.
El arco y la muralla que protegían a Haven del mar ya no existían. La furiosa
energía del mar había convertido en escombros la piedra arenisca y, aunque la
masiva resaca retiraba ya gran parte del agua de las puertas, nada quedaba
que pudiera salvar la mitad inferior de la ciudad de una segunda embestida.
Allí donde minutos antes se extendía la fina arena de la playa, el mar bullía
como en un caldero gigantesco, convertida la superficie en un horrible remolino
de ajetreada plata cuando la Hechicera, un enorme hemisferio que seguía
ascendiendo en el cielo, contempló maliciosa la escena.
Y muy lejos, transportado por el estridente chillido del viento, se oyó algo que
hizo creer a Kyre que tenía las venas llenas de hielo. Un sonido lastimero,
aullante, como si mil voces entonaran un canto de pesadilla. O un grito de batalla.
Ya había oído en otra ocasión ese espantoso aullido y, al mirar a Talliann y a
Simorh, comprendió que también ellas lo reconocían. Lo que llegaba por encima
del mar, desafiando el valor y la decisión de toda alma viviente de Haven, era
el canto de guerra de los ejércitos de la ciudadela de las aguas.
Se hallaban todavía a considerable distancia, y exhibían sus fuerzas. En el
momento en que la malvada luna despejara el horizonte, comenzaría la batalla
de la Noche de Muerte. Y el lúgubre canto sería la señal para que los soldados
de Haven salieran de la ciudad a enfrentarse con su destino.
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¡Era necesario avisar a DiMag! La única esperanza de Haven residía en el poder
de los dos amuletos, pero Kyre no podía servirse de ellos, no se atrevía, mientras el príncipe no estuviese de nuevo en el lugar que le correspondía. Las
piezas de cuarzo abrirían súbitamente un camino entre el presente y el pasado,
se produciría una colisión de tiempo y espacio, y esa colisión podría significar
un horrible caos para el mundo. Sólo con la ayuda de DiMag y de Simorh,
legítimos herederos del trono de Haven, podrían Talliann y él controlar las
fuerzas que los amuletos desatarían.
Kyre miró angustiado a la muchacha y vio que ella compartía sus pensamientos
sin necesidad de palabras, y por encima del pandemónium del vendaval, el mar
enloquecido y el horripilante griterío que se avecinaba, gritó:
– ¡Simorh! Corred a vuestra torre... –jadeó, agarrándola por un brazo–. ¡Pronto!
Talliann irá con vos... Necesitamos nuestros poderes, y también vuestra
magia... ¡Corred!
Pero antes de que se fueran, tomó a Talliann entre sus brazos, la besó breve
pero fuertemente, y se precipitó calle arriba.
– ¡Kyre! –Chilló Simorh contra el viento–. ¿Adónde vais, Kyre?
– ¡A ver a DiMag! –contestó ya desde lejos, y desapareció.
Talliann tiró con fuerza de la muñeca de Simorh.
– ¡Aprisa! –gritó–. ¡Nos queda muy poco tiempo!
La princesa no la entendió; no entendía nada... Pero la frenética urgencia de la
voz de Talliann fue como una cuchillada que cortó su confusión. Unió sus dedos
a los de la muchacha de cabellos negros y, agarradas de la mano, echaron a
correr por las calles de Haven en pos de Kyre.
Kyre se introdujo por la poterna en los jardines del castillo. Pese al aullido del
viento, resonaban aún en sus oídos las lejanas voces de los guerreros del mar.
Avanzó a trompicones por el sendero que atravesaba los moribundos
matorrales, aguantando las náuseas que le provocaba el hedor de las flores
putrefactas, y... de pronto, un ruido procedente del edificio le hizo detenerse
de repente.
Venía del patio del cuartel, y era el estruendo de centenares de duras pisadas,
acompañado de los estentóreos gritos de los sargentos. Y por fin, como un
tremendo golpe físico en el aire, sonó el rítmico e implacable canto de guerra
de los soldados de Haven.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
279
Las tropas salían, y DiMag, que debiera haberlas conducido, seguía prisionero...
Kyre respiró a fondo aquel aire dulzón y malsano, y echó a correr hacia el
cuerpo central del castillo. Subió los peldaños de la terraza de cuatro en
cuatro, y no descansó hasta verse en el gran vestíbulo, iluminado solamente
por dos débiles lámparas. Las sombras que dominaban la amplia pieza conferían
una misteriosa irrealidad a las escenas bordadas en los raídos tapices... Cuando
Kyre se disponía a correr agachado escaleras arriba, para no ser visto, tropezó
con Brigrandon.
– ¡Kyre! –Exclamó el preceptor, pálido como la muerte–. Temí que hubieseis
muerto... ¡Gracias al Ojo por vuestro regreso, sano y salvo! Pero... ¿dónde está
la princesa Simorh?
–Ha ido a su torre con Talliann –jadeó Kyre, apoyándose en la pared para
recobrar fuerzas–. Encontramos el amuleto perdido, y Vaoran está muerto...
– ¿Muerto?
–Sí. Calthar la mató. Pero ahora no hay tiempo para explicaciones, Brigrandon...
Debo ver a DiMag... El ejército se dispone a salir, y él tiene que capitanearlo...
–Todavía le custodian –dijo Brigrandon–. Intenté hablar con él, pero...
– ¡Al diantre los guardias!
Kyre se enfureció. Le costaba dominar su indignación, y se agarró a los
hombros del amigo.
–Permaneced aquí y haced lo que podáis –murmuró–. La batalla está a punto de
empezar, y los aquí refugiados necesitarán todo vuestro apoyo y vuestros
ánimos.
Los ojos del preceptor se estrecharon con enojo.
– ¡Yo me uno a los defensores de la ciudad!
–No, Brigrandon. Cuando todo haya terminado, Haven os necesitará como
erudito vivo, ¡no como guerrero muerto! ¡Que el Ojo os proteja, amigo! –añadió,
con el pie en el primer peldaño.
Brigrandon seguía con la mirada fija en las sombras de la escalera cuando las
rápidas pisadas de Kyre se desvanecieron en lo alto.
Delante de la puerta de DiMag había dos soldados armados. Kyre se dio cuenta
de que eran casi unos chiquillos. Por lo visto, Vaoran no había estado dispuesto
a renunciar a dos hombres hechos y derechos en un momento de semejante
ESPEJISMO LOUISE COOPER
280
crisis. Kyre se colocó ante ellos, pero los guardias alzaron sus espadas con
gesto amenazador.
– ¡Dejadme pasar! –ordenó.
No sabía si le reconocían o no, pero debajo de la incertidumbre de los
muchachos adivinó miedo.
–Nadie tiene permiso para visitar al ex príncipe –declaró uno de ellos, con una
voz tan insegura que desmentía toda su actitud desafiante–. No sin la
autorización expresa del príncipe Vaoran...
– ¡El maestro de armas Vaoran ha muerto! –replicó Kyre, harto, y tuvo la acre
satisfacción de ver cómo los dos muchachos abrían los ojos, alarmados–. ¡Ha
sido asesinado por la bruja del mar hace menos de media hora, y eso significa
que el príncipe DiMag es aún vuestro soberano!
Kyre comprendió que aquellos jóvenes no eran traidores; se habían visto
envueltos en el feo asunto sin querer: simplemente por ser soldados, que no
tenían más remedio que obedecer si no querían sufrir un castigo. Más
amablemente, dijo:
–En este momento abandonan el cuartel las fuerzas de Haven. Será mejor que
os unáis a ellas.
Los soldados se miraron entre sí. Luego, el que había hablado hizo una
reverencia.
–Sí, señor... Mu... muchas gracias –agregó, después de pasarse la lengua por los
labios.
Kyre se detuvo un instante, hasta verles desaparecer. Después abrió la puerta
del aposento de DiMag.
El príncipe estaba sentado junto a la ventana. Se volvió al oír el ruido del
cerrojo, y su rostro quedó rígido de asombro.
– ¡Kyre! –exclamó, tambaleándose hacia él–. ¡Si me dijeron que habíais muerto!
Kyre esbozó una sonrisa torcida.
–Se adelantaron al daros la noticia. Vaoran ha ocupado mi puesto.
– ¿Vaoran? –Balbució DiMag, retrocediendo unos pasos–. ¡Pero si la Hechicera
ha salido y las tropas van ya a enfrentarse con el enemigo! ¿Quién las conduce?
–Sólo los capitanes. Y dudo mucho de que ni siquiera la mitad de los hombres
tenga noticia de lo ocurrido en el Salón del Trono.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
281
El príncipe hizo una pausa.
– ¿Queréis decir qué...?
Vio la confirmación en los ojos de Kyre, y no terminó la pregunta. En cambio, se
dirigió renqueando a un armario, lo abrió y empezó a rebuscar ansioso en su
interior. Momentos después sacó un pesado y acolchado jubón negro de cuero
flexible, calzones también negros, un ancho cinturón y un par de botas.
–Explicadme lo ocurrido –dijo, mientras empezaba a vestirse.
Kyre le contó brevemente el descubrimiento por Brigrandon del paradero del
amuleto, su rápida carrera con Simorh hasta el templo en ruinas; el intento de
engañar a Calthar por parte de Vaoran, que había acabado con la muerte del
maestro de armas, y la llegada de la espantosa pleamar –invisible desde la
ventana de DiMag– que rugía en toda la bahía desde que ellos se refugiaron en
Haven. Cuando hubo terminado el relato, DiMag alzó la vista. Se le veía muy
preocupado.
– ¿Y Gamora? –musitó–. ¿Qué ha sido de ella?
–Lo ignoro. No he tenido tiempo de averiguarlo. Pero creo que Calthar será lo
suficientemente perversa para llevar a cabo sus amenazas. Desea saborear su
triunfo en todas las formas posibles.
DiMag asintió muy serio.
–Sí; me lo imagino... –aspiró el aire entre los dientes y continuó–: No puedo
permitirme el lujo de indagarlo. Todo cuanto nos cabe hacer, es confiar...
Volvió a meter la mano en el armario y, no sin cierta dificultad, sacó una
maciza vaina de la que asomaba la adornada empuñadura de una gran espada.
Kyre se dijo que debía de pesar el doble que el arma que normalmente usaba el
príncipe.
–Perteneció a mi padre –indicó DiMag–. Vaoran se apoderó de mi espada, pero
no conocía la existencia de ésta... –y la sopesó, arqueando las cejas ante su
enorme solidez y sus dimensiones–. Mi padre era más alto que yo.
– ¿Podéis manejarla? –preguntó Kyre.
El soberano soltó una risa amarga.
–En mis brazos todavía queda fuerza, ya que no en mis piernas. Mientras pueda
montar a caballo, podré empuñarla con suficiente energía para causar estragos
entre nuestros enemigos –dijo, alzando la mirada–. ¿Cabalgaréis conmigo,
Kyre?
ESPEJISMO LOUISE COOPER
282
–Sí, señor.
DiMag se ajustó el cinturón.
– ¡Entonces, adelante!
Simorh subió jadeante los últimos peldaños hasta la puerta de sus aposentos, y
se alegró de no hallarla vigilada. Detrás de ella iba Talliann, que miraba
continuamente por encima del hombro para cerciorarse de que nadie las seguía.
Se introdujeron en la antesala y Simorh corrió a la ventana, desde donde
dominaba perfectamente la ciudad. Pese a que los cantos y las duras pisadas
de los hombres que iban hacia el enfrentamiento con el enemigo llegaban
transportados por el viento, aún no se veía pasar a nadie. « ¡Qué poco tiempo
nos queda!», pensó la princesa, inquieta, y se volvió hacia Talliann.
– ¡No sé qué hacer! –Exclamó, presa del pánico, ya que se sentía perdida e
impotente–. ¡Ayudadme, Talliann! ¡Decidme qué necesitáis de mí!
–Necesito vuestra mente y vuestra voluntad –contestó Talliann.
En la muchacha de cabellos negros se había operado un gran cambio. Con la
recuperación de la memoria había desaparecido todo resto de aquella azorada
y desamparada jovencita, revelándose ahora toda la formidable fuerza de su
espíritu. Su aura era casi tangible, y Simorh comprendió, impresionada, cuán
poderosa hechicera tuvo que haber sido cuando gobernaba al lado de Kyre.
–Kyre cabalga junto a DiMag –prosiguió Talliann–. Cuando lleguen a la bahía, mi
mente y la suya se fundirán, y entre los dos reavivaremos los amuletos con la
energía procedente de nuestros tiempos... Pero es peligroso, Simorh. Al
resucitar esas fuerzas, rompemos la barrera existente entre el pasado y el
presente, ya que las dos épocas no pueden existir juntas, y se producirá un
choque... Hemos de controlar tales fuerzas si no queremos que el tiempo
provoque un cataclismo, y sólo vos y DiMag podéis ayudarnos. Es preciso que
esta noche vos nos mantengáis en vuestro tiempo, y creo que podréis hacerlo,
aunque no será fácil.
Simorh la miró a los negros ojos, severos y tristes a la vez, y la entendió. El
tiempo podría sufrir un trastorno espantoso... Sólo de pensarlo, la princesa
sintió escalofríos. Sin embargo, justo era pagar un precio por servirse de unos
poderes de tantos siglos atrás... y eso constituía, además, la única esperanza
de Haven.
–No os fallaremos –dijo al fin, procurando que hubiese energía y convicción en
su voz.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
283
DiMag y Kyre surgieron de un callejón lateral y salieron al camino principal
cuando las primeras filas de los soldados de Haven se aproximaban a los restos
del arco. Habían tomado un atajo para salir al encuentro del ejército, guiando
los caballos a una velocidad peligrosa por un laberinto de callejuelas y, cuando
detuvieron a sus relinchantes y casi encabritadas monturas, los dos capitanes
de la primera columna gritaron consternados a sus hombres que se detuvieran.
Sonó una corneta, y hubo profusión de voces cuando los caballos chocaron unos
contra otros. Un portaestandarte fue casi derribado de su montura, y los
capitanes se quedaron mirando boquiabiertos a su príncipe.
En la obscuridad, rota sólo por la luz de la luna, DiMag tenía un aspecto
imponente. Su negra indumentaria de guerra convertía su cuerpo en una
sombra entre sombras, y su tenso y pálido rostro, enmarcado por los claros
cabellos revueltos por el vendaval, resultaba horrible y casi inhumano. En sus
ojos brillaba la ira acumulada durante nueve años... Pero al menos, esa ira tenía
ahora una salida, un objetivo... DiMag, de pie sobre los estribos, sin hacer caso
del intenso dolor que le azotaba la pierna, esbozó una áspera sonrisa cuando la
sorpresa de su insospechada presencia produjo, de la primera a la última fila
de hombres, un movimiento semejante al oleaje del mar. El príncipe posó la
vista en los dos capitanes. Uno de ellos, el más joven y rechoncho, había sido la
mano derecha de Vaoran. El otro, Revannic –como DiMag recordó–, había
tomado las armas como soldado de a pie en tiempos de su padre y era un
militar por encima de todo. La mirada del soberano descansó brevemente en el
capitán de más edad, y después gritó con fuerza:
– ¡Vaoran está muerto, y su intento de destronarme ha fracasado! ¡He venido
para conduciros al triunfo sobre nuestro enemigo real, y traigo conmigo al
Lobo del Sol!
En alguna parte detrás de la caballería, allí donde estaban los soldados de
infantería, se alzaron desparejas voces que daban vítores. Vaoran había tenido
muchos seguidores entre los militares de graduación, pero no gozaba de
popularidad entre los soldados rasos. DiMag sonrió de nuevo, con menos
amargura esta vez, y volvió a mirar a los dos capitanes.
–Caballeros –dijo, y su voz tuvo como escalofriante fondo los aullidos del viento
y el rugido del mar, más distante–. La decisión es simple. Me aceptáis como
legítimo jefe, y a Kyre como nuestro paladín, ¡o podéis intentar matarnos aquí
ahora mismo!
Desde la lejanía llegaba el tenebroso canto de los guerreros del mar, que iba in crescendo, ahora que se disponían a avanzar con la pleamar. El capitán joven se
movía inquieto en su silla y parecía querer hablar, pero el mayor levantó una
mano con gesto severo. La expresión de sus ojos, cuando miró al compañero de
ESPEJISMO LOUISE COOPER
284
menos edad, heló en la garganta de éste todas las palabras que hubiese
querido pronunciar. El hombre rechoncho vaciló unos instantes, y luego bajó la
vista e hizo un breve gesto de conformidad.
El capitán Revannic desenvainó la espada y saludó al príncipe con un gesto
mecánico y conciso.
–Señor –dijo con voz vigorosa, y en sus ojos se reflejaba el alivio–. No
habíamos esperado que vos pudieseis conducirnos esta noche... Vuestro padre,
el príncipe MeGran, se sentiría orgulloso de vuestro valor –agregó, sin poder
evitar una mirada significativa a la pierna lisiada de DiMag, a la par que sonreía
con admiración.
Y, sin perder más tiempo, hizo una señal al heraldo que cabalgaba a su lado.
Un prolongado y gimiente toque de corneta recorrió toda la tortuosa calle,
seguido de tres notas cortas y destacadas. DiMag devolvió el saludo y la
sonrisa a Revannic, y a continuación espoleó a su caballo y se lanzó hacia
delante. Kyre hizo lo mismo con su montura, cuando la corneta sonó otra vez,
en esta ocasión más imperiosa. Los estandartes de Haven se elevaron,
crepitando en el aire como latigazos, y el ejército avanzó hacia las murallas de
la ciudad.
La masa de hombres avanzó impetuosa, espoleada por la barahúnda de los
elementos y por el todavía más aguijoneante aullido de los enemigos que se
acercaban por el mar. Los restos de la muralla se alzaban delante de las
tropas... y el arco de arenisca y las eternas luces verdosas habían quedado
hechos añicos y resultaban imposibles de distinguir entre los escombros... Cada
vez avanzaba más deprisa...
– ¡KYRE...!
En el mismo instante en que la incorpórea voz de Talliann resonó en su cabeza,
Kyre sintió pulsar con renovada y violenta energía el cuarzo que llevaba colgado
del cuello. Sin darse cuenta lanzó un grito, cuando su conciencia se fundió con
la de ella, y con una parte periférica de su mente vio cómo DiMag miraba algo
con gran sorpresa, y después espoleaba a su caballo. Kyre no pudo ni imaginar
lo que el príncipe veía, pero su amuleto empezó a arder de pronto, y arrojó una
fría luz que iluminó el rostro del soberano y su torcida sonrisa... Había
comprendido.
Talliann entonaba una letanía en la mente de Kyre, y él unió su voz a la de la
mujer amada. Muy dentro de su alma experimentó una sensación
estremecedora, y su visión interior enfocó unas puertas, unas puertas
obscuras y gigantescas que se alzaban entre este mundo y el remoto pasado en
ESPEJISMO LOUISE COOPER
285
el que reinaran juntos... Kyre vio la cara de Talliann en esas puertas, poderosa
e inteligente como había sido; los negros ojos semi-cerrados en éxtasis, sólo
visibles dos líneas de centelleantes pupilas en la obscuridad... Y sintió otra
oleada de abrasante calor cuando el rojo resplandor del amuleto de Talliann se
mezcló con el brillo glacial del suyo, y vio la boca de ella abierta, cuando él la
abrió también, para gritar la última palabra del rito que destrozaría las
puertas para dejar paso a las antiguas fuerzas...
Cuando por fin resonó esa palabra, la Hechicera encendió el horizonte como si
se reprodujese una pesadilla del inicio del mundo, arrojando su lanza plateada
y verdosa a través de la superficie del embravecido mar, para azotar de lleno
a las primeras filas de soldados de Haven.
El misterioso canto de los guerreros de Calthar cesó tan de improviso, que
Kyre experimentó un escalofrío en todo el cuerpo, y entonces sonó la voz de
DiMag por encima de los aullidos del viento:
– ¡Ya vienen! Haven, Haven..., ¡por la victoria!
La corneta lanzó su desafío, una incitación salvaje y primitiva, y un grito de
furioso reto brotó de la masa de gargantas. El caballo de Kyre corcoveó bajo
su peso, al presentir la batalla y el terror en el vendaval desencadenado. Poco
después, las tropas de Haven salían a torrentes, como una ola viviente, por el
derruido arco de la ciudad.
Y cuando esa ola de humanidad se hubo derramado sobre la bahía, la voz y la
mente y el alma de Kyre se unieron a las de TaIliann en un terrible grito que
resonó con una intensidad sobrenatural en la noche.
–¡¡AHORA!!
Más allá de la reluciente arena, donde la gran ola se había retirado, el mar que
volvía a entrar en la bahía estalló como un volcán en erupción. Y montadas en el
remolino, subidas a la plateada lanza de luz que la malcarada luna arrojaba a
través del océano, se acercaban las ululantes huestes, transformadas por el
brutal rompiente en un ejército de espantosos fantasmas, de monstruos de
salpicante espuma, que aullaban de manera demoníaca mientras brincaban y se
sumergían en su camino hacia la orilla.
DiMag emitió un grito de guerra, y Kyre oyó su propia voz en un chillido de
cacofónica armonía. Ahora galopaban sobre sus monturas también
enloquecidas, seguidos por la riada de guerreros de Haven que bramaba a sus
espaldas. Cuando atravesaron la zona de fina arena bajo la cual había quedado
enterrada nueve años antes la mitad de la ciudad de Kyre y de DiMag, el suelo
ESPEJISMO LOUISE COOPER
286
empezó a moverse y levantarse aquí y allá, como si algo que estaba dormido en
el fondo de la bahía hubiese despertado de pronto y se abriera paso hacia la
superficie con sus garras.
En la torre de Simorh, Talliann lanzó un grito. Simorh la sujetó y trató de calmarla, pero los brazos de la muchacha se movían con una fuerza increíble, monstruosa, y la princesa se vio arrojada contra la pared. Se puso de pie como pudo, cuando la habitación empezó a oscilar de manera alarmante, y luego se precipitó hacia Talliann para sujetarla y chillarle...
Kyre presenció cómo el primero de ellos emergía de la arena, cuando los
caballos pasaban tronando por encima de sus tumbas. Tenían esos seres el
repugnante aspecto de estatuas vivientes... La carne se les había encogido,
petrificado, y los huesos y los músculos sobresalían como cuerdas debajo de
una piel horriblemente estirada... ¡Pero vivían! Los muertos de Haven, hombres,
mujeres y niños, salían de la arena que había sido su tumba y unían sus
estridentes voces a las de los guerreros enemigos. Los ojos eran amoratadas
chispas de un fuego infernal en sus calaveras con incrustaciones de arena... Y
sus anquilosados miembros hacían movimientos que los desintegrados cerebros
habían olvidado ya... Iban armados con espadas, estacas, hachas, cuchillos,
porras... –cualquier cosa utilizable para defender a Haven–, y se introdujeron
entre las filas del ejército para enfrentarse todos juntos, los vivos y los
muertos, al enemigo procedente de las aguas.
Talliann volvió a gritar mientras Simorh luchaba por reducirla y Kyre, allá en la bahía, gritó con ella...
Galopaban sin freno hacia la rompiente y hacia las criaturas que cabalgaban
sobre las olas en dirección a ellos. Cada vez estaban más cerca, más cerca del
borde, y delante, allí donde el mar se estrellaba contra la franja de guijarros,
el agua bulló de pronto hasta estallar en una montaña de espuma, y de las
gigantescas olas salió algo más negro que la noche, más negro que las
profundidades del océano... Era una concha enorme, tan voluminosa que llegó a
cubrir la luna... Y en la concha, como en un carro de guerra soñado en una
pesadilla, iban Calthar y las Madres. La bruja había practicado el último rito,
despertando de la muerte a sus horripilantes predecesoras, del mismo modo
que habían resucitado los habitantes de la parte de Haven engullida por el
mar... Cadáveres de desnuda dentadura, descompuestos, reanimados sus restos
mortales para unirse a su infernal hija en la lucha definitiva. y presidiendo
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287
todo el grupo, más perversa que nadie, más mortífera que nadie, Kyre
distinguió la putrefacta pero triunfante cara de Malhareq, la que le traicionara
a él.
Creyó haber gritado, pero nunca supo si realmente lo hizo. El mar rugía en el
momento del choque. Kyre sintió un golpe terrible cuando la ola le cayó encima
de lleno, y tiempo y espacio reventaron a su alrededor cuando el enemigo salió
de las aguas.
DiMag se descubrió gritando como un loco cuando las primeras filas de la
caballería de Haven tuvieron el primer encontronazo con las siniestras fuerzas
del mar. Su espada era sólo un acerado trazo borroso en la caótica
obscuridad... Extraños rostros surgían de la noche, y él los golpeaba, sabía que
la espada había mordido sus carnes, veía la sangre salpicar como viscosa
espuma. Su caballo retrocedía asustado, entre relinchos, y él arqueó el cuerpo
para esquivar el cortante centelleo de un arma. Despojó luego de su espada al
enemigo con un enérgico movimiento del brazo, hundió la hoja en un pálido
hombro y vio cómo el guerrero marino perdía el equilibrio y era pisoteado por
los cascos de los caballos. A su izquierda vislumbró el fuerte resplandor de los
cabellos de Kyre y el brillo de la espada en sus manos, pero entonces le
atacaron, por la derecha, unos fieros monstruos. Descendió furiosa su espada,
y el primer enemigo voló hacia atrás con un horrible grito de muerte, pero el
segundo se arrojó contra DiMag y el príncipe sintió que la sangre le resbalaba
por la pierna, cuando el guerrero hirió a su montura en el flanco. El animal
corcoveó aterrorizado y, en su lucha por calmarlo, el príncipe no pudo
defenderse debidamente de la arremetida del tercer guerrero. Durante un
angustioso momento, DiMag vio temblar la espada en el aire, encima de su
cabeza, y comprendió que no podía esquivarla... Pero entonces surgió de la nada
otro caballero, y una maciza hoja, sostenida con ambas manos, cortó la espada
por la mitad y, cuando su dueño se volvió asombrado, el desconocido blandió de
nuevo su arma y le partió en dos antes de que el ser marino supiera lo que le
pasaba.
El caballero miró a DiMag con fiera sonrisa, pese a tener el rostro
ensangrentado, y el príncipe reconoció entonces la nariz aguileña, la obscura
barba y el enjuto cuerpo de su propio padre, MeGran, un instante antes de que
caballo y jinete se esfumaran.
¡MeGran, muerto hacía ya doce años! La impresión hizo caer a DiMag sobre la
silla, cuando su montura caracoleó para lanzarse nuevamente a la batalla. Y, de
pronto, su mente y su cuerpo y el aberrante mundo que le rodeaba quedaron
fuera de control al colisionar las mareas del pasado y del presente en un
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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frenético remolino. DiMag montaba ahora un caballo negro que tenía una
cicatriz a lo largo del cuello, herida que le había causado la muerte nueve años
atrás, entre espantosos gritos y coceos..., y a su lado combatía MeGran,
mientras una frágil joven morena de cortos bucles obscuros, vestida de
guerrero y con la cara de Gamora, tocaba la corneta que animaba al ejército de
Haven, tanto a los vivos como a los muertos, a nuevas y más furiosas
embestidas. Y tomaban parte en la matanza niños de cabellos rubios y ojos
castaños, que gritaban, chillaban y blandían espadas y lanzas. El propio
Brigrandon era joven de nuevo, y peleaba junto a los demás. Y a la derecha del
príncipe, Vaoran vociferó una advertencia y lanzó su caballo hacia delante para
impedir que un guerrero de rostro lateado se arrojara contra DiMag, y entre
los dos mataron al atacante y a otros tres que llegaron detrás, y sus ojos se
encontraron, y los dos rieron juntos mientras DiMag pensaba en su hijita que
dormía en su cuna del castillo y en la esposa a la que tanto amaba y cuyos
poderes mágicos le ayudaban ahora.
Y mirara adonde mirase, veía a Kyre. A un Kyre que cabalgaba entre la turba
de guerreros enemigos y manejaba con increíble agilidad su espada, que
parecía torcerse y doblarse en sus manos... A un Kyre de pie junto a la orilla,
con el caballo muerto a su lado, después de una lucha feroz cuerpo a cuerpo
con tres guerreros de cabellos plateados... A un Kyre que dirigía una carga de
soldados de infantería, con el estandarte real de Haven ondeando encima de su
cabeza... Vio también a Calthar, sinuosa criatura de rostro marcado por la
maldad... Reconoció a diversos guerreros a los que él diera muerte nueve años
atrás..., vio a hombres muertos y a otros vivos, e incluso a hombres no nacidos
todavía, y por encima del ensordecedor estruendo de la batalla resonaba una y
otra vez el constante y pavoroso sonido de la corneta. A lo lejos, en la franja
de guijarros, el templo se transformaba sin cesar: tan pronto era una ruina
como una construcción reciente o... había desaparecido por completo. Sólo la
luna estaba constantemente en su sitio, contemplando la carnicería con su
horrible ojo: la luna y... aquella monstruosa concha negra que se alzaba entre
las olas mientras la imposible y repugnante parodia de seres humanos que
viajaba en ella reía y aullaba y animaba a sus seguidores a cometer más
salvajadas.
– ¡NO PUEDO CONTROLARLO...!
Estas palabras retumbaron en la cabeza de DiMag, pero él comprendió que no
procedían de su interior, sino de Kyre. Sus mentes se habían fundido de alguna
forma, y el príncipe notó que la desesperación del Lobo del Sol rebotaba en sus
propios huesos. La curvatura del tiempo producía una locura homicida al chocar
dos épocas y mezclarse los caóticos siglos transcurridos entre ellas, para
destrozarse entre sí.
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– ¡NO DEBERÍAMOS EXISTIR AL MISMO TIEMPO! ¡AYUDADME, DIMAG...! ¡AYUDADME, O VUESTRO MUNDO ESTARÁ PERDIDO!
El caballo de DiMag corcoveó sin dejar de relinchar y, a través de un bosque
de figuras que chocaban entre sí y se revolcaban, distinguió a Kyre. Se hallaba
al borde del agua, todavía montado, y trataba de abrirse paso hasta él.
Impulsado por una violenta intuición, DiMag espoleó a su caballo hacia la línea
de la marea... sólo para encontrar el camino bloqueado por unos veinte
combatientes. El príncipe se desvió, descubrió una brecha, espoleó los flancos
del animal y... se vio bruscamente arrojado hacia atrás cuando un guerrero del
mar salió de la obscuridad con la lanza baja, dispuesto a segar las patas del
caballo... El noble bruto soltó un chillido de agonía, DiMag cayó de la silla a la
húmeda arena con un fuerte crujido de huesos y rodó lo suficiente para que el
pesado cuerpo del animal, que cayó a escasos centímetros de su persona, no le
aplastara. Un intenso dolor recorrió la pierna enferma del príncipe cuando se
levantó, pero cinco hombres de Haven se enfrentaron a su atacante, y a éste
sólo le quedó libre el camino del revuelto mar.
– ¡DiMag!
Esta vez la voz de Kyre no sonaba sólo en su cabeza. El príncipe miró
angustiado a su alrededor y vio al Lobo del Sol que, también a pie, se le
aproximaba corriendo. Se hallaban un poco alejados del centro de la batalla, a
cierta distancia del tumulto, pero tan pronto como DiMag empezó a cojear
para reunirse con Kyre allí donde rompían las olas, un guerrero aparecido de la
nada se le plantó delante, tambaleándose. Iba desarmado, y la sangre le
resbalaba por un hombro. El príncipe vio unos extraños cabellos plateados en
los que destacaban mechones negros, y lanzó un grito a la vez que levantaba su
espada.
– ¡No, DiMag!
De repente, Kyre se colocó entre los dos hombres. Había reconocido los
sorprendentes cabellos y la fea marca de nacimiento... El guerrero de las aguas
le miró... Era evidente que le costaba respirar. Herido e inerme, había logrado
alejarse del tumulto para tropezar con una muerte prácticamente segura.
Clavó aquella criatura unos ojos vidriosos en Kyre y... entonces le reconoció.
– ¡Lobo del Sol!
Akrivir tosió y escupió agua. Actuando de manera totalmente impulsiva, Kyre le
ofreció una espada arrebatada a un soldado de Haven muerto.
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– ¡Tomadla, Akrivir! ¡Salvad la vida, si podéis! La mano del joven se cerró
alrededor de la empuñadura, y la mirada que Kyre recibió fue de profundo
agradecimiento.
– ¡Matadla, Kyre! –Dijo Akrivir–. Será el único modo de salvarnos todos...
Y antes de que el desconcertado DiMag pudiese detenerle, Akrivir ya se había
esfumado para fundirse de nuevo con la caótica obscuridad.
El príncipe DiMag agarró a Kyre por un brazo, gritándole furioso:
– ¿Qué os habéis creído? ¡Esto es...!
–No hay tiempo para explicaciones –contestó Kyre, también a gritos–. ¡No
domino los poderes! Se me escapan... ¡Es preciso que unamos nuestras mentes y
luchemos como un solo cuerpo! - El príncipe meneó la cabeza, muy confundido
pero consciente, sin embargo, de que tenía que confiar en Kyre.
– ¡No sé cómo! –replicó.
Un caballo sin jinete salió al galope del horrible tumulto, en dirección a ellos,
que se apartaron asustados, y el animal continuó su loca carrera hasta la
rompiente, donde sus cascos levantaron un surtidor de espuma que les dejó
empapados a los dos.
– ¡El amuleto! –Chilló Kyre de repente–. ¡El amuleto debe estar en vuestras
manos! Ahora sujetará vuestra mente a este mundo, ¡y yo podré controlar el
poder a través de vos!
Se quitó la cadena que llevaba colgada del cuello, y se la pasó por la cabeza a
DiMag. El príncipe experimentó una sacudida de conciencia cuando el cuarzo
rozó su piel: por unos instantes creyó que toda la bahía se alzaba, se alzaba
hacia el negro cielo como una enorme serpiente que se desenroscara, se sintió
sacudido y tuvo la sensación de que caía hacia atrás y se hundía en una negrura
sin fondo...
– ¡Sujetad el presente! –Insistió Kyre–. ¡No lo dejéis escapar!
Pero su voz fue eclipsada de pronto por un desgarrado grito de inhumano
placer y triunfo que devolvió violentamente al mundo a DiMag. Una ola rompió
contra sus muslos y, mientras el príncipe se tambaleaba a causa de la
arremetida, vio, con ojos muy abiertos, que una enorme forma negra flotaba
hacia él... ¡La concha gigante!
–iKyre! –chilló DiMag, horrorizado, cuando aquella concha empezó a producir
multitud de ondulantes formas que parecían serpientes.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
291
Bajo la luz de la luna se transformaron de repente en repugnantes cadáveres
animados, en esqueletos con jirones de piel colgándoles de los descarnados
huesos, en agusanados monstruos de cuencas vacías y quebradizos y
descoloridos cabellos que caían cual sucia escoria alrededor de la calavera...
Las Madres, las Madres muertas y resucitadas, que saltaban de su extraño
carruaje y se precipitaban hacia el príncipe... Diez Madres, quince o veinte,
inimaginables horrores que abrían sus pútridas bocas y gritaban sofocando
incluso el fragor del vendaval. y delante de ellas –DiMag se tambaleó por un
momento hacia atrás y se tapó la boca con una mano, en un desesperado
intento de no vomitar–, delante de ellas iba un esqueleto de ojos como brasas
en la descompuesta calavera... La más vieja de todas, la fundadora e
inspiradora de todo aquel horror, era... era...
Pero ese cadáver cambiaba: le nacía carne sobre los huesos; tendones y
músculos eran recubiertos por una brillante piel verdosa, al tiempo que una
indómita corona de cabellos revoloteaba alrededor de una cara cuyos ojos y
cuya sonrisa el príncipe conocía de sobra. Y a medida que se transformaba, el
resto de la infernal horda flotaba hacia ella y alrededor de ella y se introducía
en ella, hasta que quedó sola, altísima, erguida y diabólica, con la desgarrada
túnica obscenamente pegada a su cuerpo sinuoso, los ojos convertidos en dos
ranuras blancas y centelleantes, y la gigantesca lanza, el doble de larga que la
de cualquiera de sus seguidores, oscilando sin ningún esfuerzo en su mano.
Los años retrocedieron, y la batalla que bramaba en torno a él pareció recular
hacia una gran distancia cuando DiMag, solo y súbitamente frío como el hielo,
se enfrentó a Calthar por segunda, y probablemente última vez en su vida.
En la torre, Talliann gritó cuando el eco de la llamada de Kyre resonó en su mente. El aposento aún oscilaba de manera espantosa, como un barco en medio de una tempestad, y tanto ella como Simorh se apartaron de la ventana cuando las envolvió una horrible obscuridad surcada de rayos. Su visión interior les permitía presenciar la batalla y el espeluznante choque de dos épocas, y Talliann experimentó el terror de Kyre cuando el caos desatado por la fuerza del amuleto le arrolló. Le vio correr hacia DiMag y comprendió en el acto su intención...
– ¡Simorh! –jadeó, agarrada a la princesa hechicera en la mareante negrura que
parecía girar y girar cada vez más salvajemente, a medida que el enloquecido
tiempo transcurría–. ¡Simorh, el amuleto! Tenéis que ponéroslo, ¡tenéis que ser muy fuerte!
ESPEJISMO LOUISE COOPER
292
Mientras decía eso, tiraba de la cadena que llevaba colgada del cuello, y
Simorh, consciente del peligro, corrió de inmediato a ayudarla.
Y entonces, de pronto, Simorh fue Talliann y Talliann fue Simorh, y la
hechicera de cabellos claros echó la cabeza hacia atrás y levantó los brazos
hacia el cielo, a medida que el extraño poder circulaba por sus venas. Lo sentía
vibrar en torno a ella; la llamaba, la sujetaba al mundo. Y ella sorbió esa fuerza
con los puños apretados, mientras enfocaba toda su voluntad para apoyar a
DiMag y a Kyre. Por el canal abierto a través de la mente de Talliann, Simorh
vivía otras presencias: nombres de la historia, rostros de su propio pasado y
de un indefinible futuro. Su madre, la hermana de MeGran, noble y serena,
hechicera por derecho propio... Los consortes muertos de príncipes de otros
tiempos, que habían utilizado sus poderes mágicos a lo largo de los siglos en
ayuda de Haven... Gamora, crecida en belleza y poder... Thean y Falla,
envejecidas y misteriosamente hábiles... Su aya, que descansaba desde hacía
veinte años... y Talliann, la de los cabellos negros, la más destacada de todas
las hechiceras de Haven, que ahora estaba junto a ella y la sostenía como una
hermana fundía su mente con la suya, a medida que la gran rueda de los
poderes giraba cada vez más deprisa...
Calthar rió. Avanzó hacia DiMag a través de las olas, y DiMag se mantuvo
firme. En el rostro de la malvada bruja, brillando horriblemente a través de las
cuencas de sus ojos, la horripilante locura de las Madres ardía como un fuego
incandescente, y DiMag vio de nuevo, con los ojos de su propia mente, los
semblantes de las monstruosas criaturas que habían fundido sus huesos, sus
almas y sus poderes con los de Calthar.
¡No podía combatir contra semejante unión de fuerzas! Algo tan antiguo, tan corrupto... Él no era más que un simple mortal. ¿Cómo iba a triunfar sobre tan horrible maldad?
Se acercaba ella despacio, como un animal depredador que saborease de
antemano el placer de matar a una víctima paralizada e indefensa. DiMag notó
el sabor amargo de la bilis en la garganta y empuñó la espada pese a saber, a saber, que estaba perdido.
Calthar sonrió y, de repente, ya no fue Calthar. Su forma cambiaba... Grandes
trenzas de color de vino se mecían alrededor de sus hombros y le caían
espaldas abajo, y su rostro se había rejuvenecido. El pálido cuerpo de la bruja,
cubierto con una larga túnica que presentaba un corte en la falda y ceñido con
un cinturón... Y arriba, cruzada, DiMag vio la faja carmesí de un consejero de
Haven...
ESPEJISMO LOUISE COOPER
293
Súbitamente, allí donde había estado el príncipe, resplandecieron en la
obscuridad los verdes ojos y los cabellos rojos como el fuego de Kyre, que se
enfrentaba a la mujer que, tantos siglos atrás, traicionara a su ciudad ya su
pueblo, así como a su soberano, y por cuya culpa se rompió aquella gloria que
una vez había sido Haven.
Y, de pronto, ya no hubo lucha. Fue como si el resto de almas vivientes hubiese
dejado de existir, dejando sólo una obscura bahía, la arena y el mar, y arriba,
en el cielo, la vieja y agrietada luna. Sólo quedaba la entidad formada por Kyre
y DiMag, solitarias figuras frente a la criatura en que se habían convertido
Calthar y Malhareq. El viento había amainado, y la quietud era sobrecogedora.
La mujer de los cabellos escarlata alzó su lanza en un saludo sarcástico, y
Calthar sonrió. La voz de Kyre rompió el silencio.
– ¡Ah, Malhareq! ¿Vas a matarme, esta vez?
DiMag percibió las palabras en su aturdida mente y, al compartir los
pensamientos de Kyre, por fin entendió la verdad del legado que el Lobo del
Sol había dejado.
La voz de la mujer sonó cálida y poderosa cuando respondió:
–Sí, voy a hacerlo, príncipe. La mano de la Hechicera está sobre mí, y no
fallará.
–La Hechicera no es enemiga mía. Tu pueblo fue en su día el pueblo de Haven.
Antes de que tú huyeras para fundar la ciudad bajo las aguas... Y podría serio
otra vez.
Malhareq emitió una suave risa.
–No será así nunca más, Kyre. ¡No mientras viva mi hija Calthar!
– ¿Y si Calthar muriese?
–Habría otras –y de nuevo aquella sonrisa tentadora, hermosa, mortal–. Tus
tiempos pasaron para siempre, príncipe.
–Como los tuyos, bruja.
– ¡Oh, no! Yo sigo viviendo a través de las Madres.
Su silueta fluctuó, tremolante; bajo su translúcida piel empezaron a moverse
los gusanos, y la parte de su adversario que era DiMag retrocedió asqueado.
Sin embargo, sintió que la mente de Kyre le llamaba... Disminuyó su miedo y
supo lo que debía hacer.
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Aquella monstruosa criatura que continuaba con vida a través de las Madres era el corazón, la esencia de todo... Tiempo atrás, no había habido más que un pueblo: el de Haven. Pero luego había surgido esa depredadora, hambrienta de poder...
Sin Malhareq no tenía por qué haber guerra. Sin su maléfica influencia a través de los siglos, alimentándose todavía de las mentes y de la voluntad de sus descendientes, Haven y su ciudadela del mar podrían coexistir en paz. Ella era un vampiro; ella y su hija por sucesión, Calthar: lo eran las dos. Mediante la carne viva de Calthar, la muerta Malhareq adquiría poder y codicia, su sed sólo se calmaría cuando el último de los habitantes de Haven yaciera exánime entre los escombros.
Pero eso no debía suceder. Había que desafiar al tiempo, y era preciso destruir del único modo posible –en su origen– el poder que Malhareq había transmitido a toda la sarta de horribles Madres. Malhareq tenía que morir. y él –Kyre o DiMag; ya no sabía quién era, y poco importaba– era el único capaz de aniquilarla.
Alzó un arma que era a la vez lanza y espada, y en su mente, desde una gran
distancia, oyó gritar a Talliann y a Simorh cuando el poder de los amuletos le
tenía casi ahogado. El encantamiento que les había mantenido en el limbo se
rompió de pronto, y el mundo del ululante vendaval y de los guerreros en
ensordecedor combate volvió a su existencia con volcánica fuerza cuando
DiMag y Calthar, Kyre y Malhareq se embistieron mutuamente y chocaron con
una terrorífica cacofonía de aceros.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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ESPEJISMO LOUISE COOPER
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Capítulo 20
Unas manos sujetaban las muñecas de Simorh, y la voz de Talliann le chilló al
oído:
– ¡Ahora, Simorh! ¡Invocad el poder!...
La mente de Simorh pareció buscar en lo alto del cielo nocturno hasta que por
fin posó la vista, desde la elevada torre, en el tremendo tumulto de aquella
monstruosa batalla. Los hombres luchaban cual revuelta masa negra en la playa,
agitándose la marea de cuerpos de aquí para allá, según arremetía uno u otro
ejército. Y donde, en la orilla del mar, estallaba la blanca rompiente, había
otros hombres rodeados de caballos. El agua les llegaba hasta las rodillas, y
era evidente que estaban enzarzados en una lucha desesperada y atroz.
Simorh buscó a DiMag, pero no pudo hallarlo. Mientras tanto, el amuleto que
llevaba colgado del cuello pulsaba con fuerza creciente...
– ¡Allá! –Gritó Talliann, y una sorprendente energía hizo girar la incorpórea
mente de Simorh–. ¡En la franja de guijarros!
¿DiMag? Pero si los cabellos del príncipe DiMag eran rojos, y además empuñaba una lanza en lugar de la espada, cuando se arrojó contra esa reluciente criatura que brincaba y parecía ser de carne y espuma y luz y podredumbre al mismo tiempo...
– ¡La piedra! –Chilló Talliann y, en el aposento de la torre, sus manos agarraron
los hombros de Simorh y sacudieron a la princesa con una violencia tal que le
hizo entrechocar los dientes–. ¡Ahora! –insistió–. ¡Esa monstruosidad tiene que morir!
La mente de Simorh retrocedió nueve años, y ella vio cómo DiMag era
conducido a su alcoba en una camilla montada a toda prisa, con el rostro gris y
angustiado. La sangre le manaba de la profunda y peligrosa herida que le había
infligido Calthar, y le empapaba la ropa, mientras que ella, atontada por los
estragos de las propias hechicerías fracasadas, sólo era capaz de mirar y
mirar a su marido, demasiado débil incluso para llorar. Calthar había destruido
sus vidas aquella noche... Y al darse verdadera cuenta de ello, se apoderó de
Simorh, cual furioso remolino, un terrible odio acompañado de la más fiera
necesidad de venganza. Sus manos agarraron la pieza de cuarzo, que la quemó
mientras extraía del colgante, de su propia mente y de la de Talliann, los
últimos rastros de poder que tanto necesitaba, y reunió la fuerza para
arrojarla sobre negras alas hacia el lugar de la lucha mortal en la franja de
ESPEJISMO LOUISE COOPER
297
guijarros, antes de que el mundo empezara a girar locamente a su alrededor y
ella cayera al suelo sin conocimiento.
Kyre vio llegar hacia él la lanza, un momento antes de que una bola de fuego de
una cegadora luz escarlata estallara encima de su cabeza. Iluminó esa
tremenda claridad el rostro rabioso y vuelto hacia arriba de Malhareq. Su
flexible cuerpo quedó petrificado bajo el resplandor como una estatua, y Kyre
comprendió enseguida lo que habían hecho Simorh y Talliann. Gritó un nombre –
aunque no supo si era el suyo o el de DiMag– y oyó la respuesta del amuleto –un
alarido, también– cuando su conciencia se liberó de la entidad formada por él y
el príncipe y se fundió con la deslumbrante rueda de luz. El azul y el rojo se
mezclaron, Kyre sintió a Talliann en su cabeza, en su alma, y notó que el poder
de la amada se unía al suyo propio, cuando la cara de Malhareq se contrajo
presa del horror...
Y DiMag, mareado de pronto cuando la conexión con Kyre se rompió, vio que
Calthar se inclinaba sobre él. Entonces, el último dardo de poder de Simorh
despertó en su mente unas ansias de venganza todavía más intensas, y el
príncipe empuñó su poderosa espada como un leñador pudiese blandir el hacha.
Notó que la hoja mordía profundamente a la víctima, y oyó la escalofriante risa
de Calthar cuando el arma se le clavaba en la carne. ¡La endemoniada bruja no sangraba! Inmediatamente, la memoria de DiMag retrocedió nueve años. Volvió
a ver su horrendo rostro, tal como lo había visto aquella noche; vio el centelleo
de la lanza, y sintió de nuevo en la pierna el dolor de la herida que había dejado
al descubierto los músculos y el hueso, y que le quemaba terriblemente a causa
del veneno inoculado por el monstruo.
¡Nunca podría matarla! ¡Había fallado entonces, y volvería a fallar ahora!
Algo parecía agarrar su brazo libre... Levantó la mano con una involuntaria
sacudida y sintió entre los dedos el frío cuarzo del amuleto de Kyre. Y en el acto supo qué era lo que debía hacer.
Calthar retorcía su sinuoso cuerpo de manera obscena y burlona, para
deshacerse de la espada. DiMag asió con fuerza la cadena del amuleto, lo
sujetó, arremetió contra la bruja y le arrojó el colgante al corazón.
El grito de Calthar fue algo que recordaría en sus pesadillas mientras viviera.
No era humano; ni siquiera animal. Cuando la satánica mujer se dobló hacia
delante, sacudiéndose entre convulsiones, el grito ascendió por encima del
viento, por encima del estruendo de la batalla, elevándose más y más a medida
que la ira, la frustración, la incredulidad, el terror y un odio más allá de toda
comprensión brotaban de su garganta para alejarse junto con su vida y la
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monstruosa y antinatural existencia de las Madres de cuyo negro legado se
había alimentado durante tantos años. Sus manos se transformaron en garras
que arañaban sus propios cabellos, sus piernas coceaban sin control, y el aullido
continuó y continuó mientras, detrás de los ojos de Calthar, Malhareq se
retorcía de horror en la agonía, y su larga y endemoniada serie de
descendientes se crispaba y encogía, compartiendo la muerte de Calthar como
antes había compartido su vida.
La bruja rodó por el suelo y, por espacio de un instante, miró con expresión
demente a DiMag, en una última llamarada de impotente odio. El príncipe sintió
un latigazo de dolor en la pierna y también en la cabeza. Se tambaleó y, de
pronto, el mundo pareció hincharse, disminuyó y resonó en sus oídos de forma
espantosa, y DiMag cayó inconsciente al suelo cuando la última chispa de vida
huía de los ojos de Calthar.
La obscuridad reinante en la habitación de la torre aumentó hasta adquirir una
densidad asfixiante... Pero luego desapareció con un tremendo impacto. Simorh
alzó la cabeza, pero apenas veía. Se había golpeado contra una pata de la mesa,
y cualquier movimiento le producía mareo y náuseas. Sin embargo, había luz...
El tenue resplandor de una sola lámpara, y por la ventana penetraba la claridad
de la luna...
Tratando de recordar lo sucedido, Simorh se arrastró como pudo a través de
la estancia y por fin, se agarró al antepecho de la ventana para ponerse de pie.
Sentía una gran debilidad en las piernas, y el mareo era intenso. Pero la
extraña fuerza, aquella fuerza destructora, la sensación de locura había
desaparecido, y el aposento estaba en silencio.
En silencio... Simorh sacudió la cabeza, emitió un gemido de dolor, y recordó.
– ¡Talliann!
Su voz sonaba hueca en medio de la quietud, y nadie contestó. Estaba sola. No
obstante... ¡Talliann había estado con ella! Juntas habían invocado los poderes
de...
Algo se le cayó de la mano derecha, algo que ni siquiera se había dado cuenta
de que tenía entre los dedos. Una lluvia de diminutos fragmentos centelleantes
fue a parar al suelo... Parecían pequeños cristales rojizos, que la mirasen entre
parpadeos. Simorh jadeó y se dejó caer en cuclillas. Sus manos escarbaron
entre los fragmentos y, de pronto, entre los trozos de cuarzo de color rojo
anaranjado apareció una perla jaspeada de plata.
–Talliann...
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La hechicera se apretó el puño contra los labios, para contener la emoción.
Talliann se había ido... y su amuleto, su legado, yacía a los pies de Simorh,
hecho añicos.
Pero... ¿dónde podía estar?
La puerta se entreabrió de pronto, se detuvo su movimiento, se abrió un poco
más, se detuvo de nuevo...
El corazón de Simorh latía con violencia cuando murmuró:
– ¿Quién es?
–Madre...
La puerta se abrió de par en par, y en el umbral apareció Gamora. En su
menuda cara se veían las huellas del miedo, y los ojos de la niña parecían
enormes bajo los desordenados bucles obscuros.
– ¡Madre...! Se precipitó a través de la habitación y abrazó a Simorh con todas
sus fuerzas.
– ¡Estaba tan asustada! –jadeó–. Desperté en un cuarto de cortinas cerradas y
velas encendidas... Me vi sola... No encontraba a nadie, y... ¡había tenido unos
sueños tan horribles!
Simorh, de rodillas sobre la raída alfombra, estrechó a su hija contra sí. ¡Vivía, estaba salvada, y el hechizo se había roto!
– ¡Gamora..., Gamora! –exclamó una y otra vez, incapaz de decir nada más. La
angustia pasada y la súbita alegría la tenían aturdida. Por sus mejillas
resbalaban gruesas lágrimas, y la niña lloraba también. Así permanecieron largo
rato, abrazadas y sin hablar, compartiendo, en la quietud de la estancia apenas
iluminada, unos sentimientos que ni una ni otra entendían.
Fue Revannic, el capitán al que DiMag se había dirigido cuando el ejército salía
de Haven, quien por fin halló al príncipe tendido entre las ruinas del templo.
Con voz estentórea gritó hacia el confuso grupo de caballos y desconcertados
hombres, cuyos sargentos trataban de poner un poco de orden en aquel caos, y
dos soldados se apartaron de la cuadrilla más cercana, entre las diversas que
se habían formado con el ineludible objeto de separar los muertos de los
heridos de ambos bandos, acudiendo de inmediato a la zona pedregosa.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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– ¡Que el Ojo te proteja! –Exclamó uno de los hombres, sin dejar de mirar con
asombro a DiMag–. ¡Creíamos que el príncipe había muerto, señor! Hemos
recorrido casi toda la bahía y...
–Pues ¡demos las gracias de que no sea así! –Dijo Revannic, mientras examinaba
con sus manos la espalda y las piernas del soberano–. No soy médico, pero me
parece que no tiene roto ningún hueso. Además, no veo sangre.
DiMag se movió. Los hombres se apresuraron a ayudarlo, cuando al fin
parpadeó ofuscado, pero el príncipe quiso incorporarse solo sobre aquel suelo
de húmedos guijarros.
–Revannic... ¿qué...?
–La batalla ha terminado, mi señor. Haven está a salvo.
–Pero la luna sigue ahí...
DiMag veía asomar su agrietada superficie por detrás de los acantilados,
arrojando grotescas sombras negras sobre la arena y la marea menguante.
–Lo sé, y no acabo de entenderlo, señor –dijo Revannic, a la vez que se quitaba
el jubón para echárselo sobre los hombres al príncipe, que empezaba a tiritar–.
Mi destacamento estaba en lo peor de la lucha cuando oímos algo semejante a
un chillido, a un horrible lamento. Tuvo que ser una señal de retirada, porque
entonces dieron la vuelta..., me refiero a los demonios del mar, e intentaron
abrirse paso hacia el agua. Cuando comprendí lo que hacían –agregó Revannic–,
os pido perdón, señor, pero llamé a mis hombres y dejé huir al enemigo. Os
creíamos muerto, príncipe, y alguien tenía que tomar una decisión... –dijo,
ceñudo–. ¡Y habíamos perdido ya a tantos...!
DiMag asintió.
–Hiciste bien. ¡Gracias!
Ahora sabía qué era lo que había oído Revannic, y por qué se habían retirado
las monstruosas fuerzas. Todo ello tenía sentido, pero...
– ¡Kyre! –exclamó de pronto–. El Lobo del Sol... ¿Está vivo?
El rostro de Revannic, más tranquilo después de recibir la aprobación del
príncipe, se volvió a nublar.
–No ha sido hallado todavía, señor. Ni entre los muertos, ni entre los
supervivientes.
– ¿Estás seguro?
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Todo lo seguro que puedo estar, señor, porque aún falta el informe de varios
grupos.
Kyre tenía que estar ahí...
DiMag trató de levantarse, e hizo una mueca cuando la pierna herida se negó a
sostenerle. Revannic le ayudó hasta que pudo colocarse la empuñadura de la
espada bajo el brazo, como muleta provisional, y entonces el príncipe miró
pensativo las esqueléticas ruinas del templo. Ni siquiera recordaba haber
llegado allí, y sus recuerdos de lo sucedido eran, como mucho, vagos y
confusos. Todo cuanto sabía era que Kyre y él habían luchado hombro con
hombro...
–Buscad en las ruinas –dijo preocupado, haciendo votos por que no encontraran
lo que él tanto temía–. Si Kyre vive, ha de estar herido. ¡Quiero que lo
encontréis!
Los dos guerreros saludaron antes de echar a correr, y el príncipe miró a
Revannic.
– ¿Hemos sufrido muchas bajas? –preguntó en voz muy baja.
Revannic se encogió de hombros ante la agresiva y fría brisa que había
sustituido al vendaval.
–Podría haber sido peor –contestó, e hizo una pausa mientras contemplaba el
desigual suelo; luego dijo en un tono peculiar–: Señor, yo...
– ¿Qué sucede? –preguntó DiMag, aunque creyó adivinar qué era lo que
inquietaba al fiel capitán.
Éste se mordió el labio inferior y repitió:
–Señor, yo... No sé cómo explicároslo. Me tomaréis por loco. Pero... –y sus ojos
se encontraron con los de DiMag durante unos segundos, antes de que
Revannic apartara nuevamente la vista–. En lo peor de la batalla, señor, juraría
haber visto a... al príncipe MeGran. A vuestro padre, señor. Y a otros. No tengo
la certeza, pero afirmaría haber reconocido a unos cuantos amigos que
perdieron la vida en el último conflicto, hace nueve años... Y como yo conocía
tan bien a vuestro padre... ¿Me he vuelto loco, señor? –agregó, y los músculos
de su garganta se contrajeron cuando tragó saliva.
–No –dijo DiMag despacio–. No estás loco, Revannic. También yo peleé al lado
de amigos muertos. y el príncipe MeGran me salvó la vida. Si tú conocías bien a
mi padre, yo todavía lo conocía mejor, Revannic... No creo que tú ni yo estemos
equivocados.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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El capitán se estremeció y trató de abrigarse con sus propios brazos.
–Sin embargo, no lo entiendo, señor.
–Ni yo. Por lo menos, no del todo. Pero esta noche ha ocurrido aquí algo que...
DiMag se interrumpió al darse cuenta de que iba a decir «algo que cambiará el
curso de todas nuestras vidas», y de que eso habría sonado lastimosamente
trivial. Lo que hizo fue volverse hasta quedar frente al murmurante mar.
–Cuando hayamos vencido las secuelas de esta batalla habrá cambios, Revannic.
Quizá pueda explicármelo a mí mismo entonces, y también a ti.
Una voz surgió ronca de entre las obscuras sombras que dominaban las ruinas,
y los dos hombres levantaron la vista. Uno de los soldados hacía frenéticos
gestos, y DiMag corrió hacia él con toda la rapidez posible, maldiciendo su
invalidez. Confiaba en que Revannic llegara antes. Cuando al fin estuvieron allí
donde aguardaban los dos guerreros, uno señaló algo que yacía junto a una
destrozada columna, y DiMag tragó saliva con esfuerzo antes de atreverse a
mirar.
No era Kyre, sino el cuerpo de una mujer con una horrible herida –carente de
sangre– en el estómago. Estaba acurrucada, aunque con los miembros rígidos,
en una extraña postura fetal, y su piel brillaba con la tenue pero creciente
fosforescencia de la descomposición. Tenía las cuencas de los ojos vacías, y los
labios, otrora llenos, aparecían deformados en una mueca helada para siempre
en su rostro. Durante una fracción de segundo, DiMag vio alrededor de los
hombros de la muerta una nube de cabellos de color escarlata. Pero cuando
parpadeó atónito, aquella masa de pelo y el rostro de perversa belleza se
transformaron en el nimbo plateado y en el espantoso semblante de Calthar.
El príncipe observó a Revannic por el rabillo del ojo, y logró captar su mirada.
También Revannic había notado el cambio, la repentina metamorfosis de
Malhareq en el cadáver de Calthar. y ahora, al contemplarlo de nuevo,
comprobó que envejecía rápidamente y se consumía. Fue la confirmación final
de que la brujería que había permitido a Calthar vivir tantos años por encima
de lo que le correspondía, quedaba vencida al fin.
–Todo ha terminado, pues... –dijo Revannic en voz baja, con el renuente
respeto, según pensó DiMag, de un soldado hacia el enemigo odiado pero
vencido–. Sin duda lo sabían. Y al morir ella, todo su poder se ha desvanecido.
¡Por eso volvían al mar!...
–Nuestra única y verdadera enemiga era ella –indicó DiMag, sin levantar la voz.
Revannic frunció el entrecejo, sin acabar de comprender.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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– ¿Señor?...
–No importa... Habrá tiempo suficiente para explicaciones.
Algo centelleó entre los jirones de la ya casi podrida túnica de Calthar, y el
príncipe se puso en cuclillas torpemente para verlo más de cerca. Un trozo de
cristal... o de cuarzo... Eran muchos y diminutos los azules y brillantes
fragmentos, como si una alhaja se hubiese hecho añicos, desperdigándose
entre aquella tela podrida. y allí, colgada entre los inertes senos de la bruja,
brillaba una delgada cadena de plata.
DiMag supo inmediatamente por qué no había sido hallado Kyre, y en el acto se
puso de pie, mirando al mar para esconder el profundo dolor que lo agitaba.
¡Hubiese querido decirle tantas cosas! Haven debía todo cuanto ahora tenía a
Kyre y a Talliann. Y él, DiMag, en particular, debía su vida al Lobo del Sol. Él y
Talliann habían llevado la esperanza adonde antes no había más que
desesperación. Ahora existía una posibilidad de que la ciudad viviera de nuevo,
y el príncipe deseó con toda su alma haber tenido ocasión de ver por última vez
a Kyre y de hablar con él. Dar las gracias resultaba absolutamente inadecuado;
sin embargo, le habría gustado expresar su reconocimiento al extraordinario
amigo.
Pero ahora era tarde. El tiempo le había abierto en una ocasión sus negras
puertas: no lo haría una segunda vez. Y aunque se había ido, Kyre dejaba a
Haven un legado único, inestimable.
Una vez más se volvió hacia Revannic, y preguntó con tono reposado:
– ¿Hay prisioneros?
–Unos cincuenta heridos, o más.
–Bien. Encárgate de que sean transportados a la ciudad, y de que reciban la
atención debida.
Revannic era un soldado inteligente, y el anterior comentario del príncipe le
había permitido hacerse una pequeña idea acerca de la naturaleza de la
influencia que Calthar ejercía sobre sus seguidores. Detrás de la orden de
DiMag había mucho más de lo que parecía, y Revannic lo consideró un buen
presagio.
–Como ordenéis, señor –contestó con una reverencia que fue sólo una breve y
parca inclinación de cabeza. Y... ¿qué hacemos con... esto? –agregó, señalando
los restos de lo que fuera Calthar.
DiMag miró por última vez a su enemiga, y luego se volvió.
ESPEJISMO LOUISE COOPER
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–Devolvédsela al mar. Ahora ya no significa nada.
Habían regresado en pequeños grupos, a nado, hasta la cueva marina, y subido
con sus últimas fuerzas a la plataforma de roca para recorrer luego el
laberinto de túneles en busca de un sitio donde descansar. Muchos estaban
heridos, pero aún eran más los que se hallaban atónitos por el increíble suceso.
Nadie hablaba, y los presentimientos de quienes no habían tomado parte en la
batalla, pero que ahora veían surgir de las sombras a los guerreros que
regresaban, crecieron de manera alarmante.
Akrivir fue de los últimos en llegar. Tenía un brazo inmóvil a causa de una
herida en el hombro, en la que la sangre había formado una gruesa costra, y
encima del nacimiento del cabello se le veía un tremendo corte que aún
sangraba lentamente.
Hodek estaba en la cueva cuando su hijo emergió poco a poco del agua, y salió
precipitadamente del corrillo de los ansiosos consejeros ya entrados en años.
Al joven Akrivir, su padre le recordó a un huesudo pajarraco de los que se
alimentan de carroña, y en su interior volvió a sentir el ya acostumbrado odio.
Pero ahora había una diferencia...
– ¿Dónde está ella? –Gritó Hodek con voz estridente que delataba su incipiente
frustración–. ¿Dónde? ¡Contéstame!
Akrivir miró a su padre con expresión pétrea.
– ¿Dónde está quién?
En el rostro de Hodek flameó la inquietud. Nunca había visto adoptar aquella
actitud a Akrivir, y eso le preocupó. Pero no importaba... Cuando ella volviese, ya sabría cómo manejar a aquel cachorro.
– ¡Calthar! –Replicó con sequedad–. ¿Por qué se retrasa tanto? ¿Y qué
significa...?
Akrivir lo interrumpió de modo tan frío, que la ansiedad de Hodek se convirtió
de pronto en franco miedo.
–Calthar está muerta.
– ¿Qué...? –Balbució Hodek, y sus pálidos ojos parecieron salirse de las órbitas
en una mezcla de incredulidad y desvalido horror–. ¡No! –Graznó el hombre–.
¡Mientes! ¡Eres un...!
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–Calthar está muerta –repitió Akrivir, y el fantasma de una gélida sonrisa
rompió la indiferencia de su rostro cuando percibió el alcance de la desolación
del autor de sus días, y de lo que el fin de Calthar representaría, sobre todo
para el viejo.
–Calthar, y sus Madres también. Ya no existen, padre. ¡No existen!
Empuñó la espada que Kyre le había dado. Fue un movimiento lento, y Hodek ni
siquiera pareció darse cuenta. De repente, Akrivir tuvo la sensación de que el
mar fluía por sus venas y arrastraba consigo una corrupción tan antigua y
arraigada, que apenas había tenido conciencia de que existiera. Se sintió limpio
y mucho más libre que nunca antes en su vida.
La boca de Hodek se movía en horribles espasmos, incapaz de pronunciar
palabra. El sobresalto le había privado del habla, y a sus labios asomó la
espuma, que luego resbaló por su barbilla.
El puño de Akrivir asió el arma con más fuerza.
–Todo ha acabado, padre –dijo de manera casi amable, ahora que el momento
había llegado–. ¡Sois el último de esa maldita corrupción!
Y con un breve y preciso movimiento, hundió en el corazón de Hodek la hoja de
su espada.
Después dio media vuelta. A sus espaldas sentía la atónita y aterrorizada
mirada de los compañeros de su padre. Akrivir contempló unos instantes la
ensangrentada hoja, pero luego la soltó y dejó que cayera al suelo.
Los guerreros que habían logrado regresar con él por el mar se hallaban
reunidos en la boca del túnel. No era fácil leer en sus ojos, pero era evidente
que no lo temían. Tampoco tenían motivo para ello. Uno había recibido una
grave herida de sable en la pierna, y la pérdida de sangre era considerable. Un
compañero le había aplicado un torniquete al muslo, pero aun así el hombre
necesitaba urgentes cuidados. Akrivir se le acercó, llamó con un gesto a otro
soldado, y entre los dos levantaron al herido sosteniéndolo por debajo de los
brazos. Sin prestar la menor atención a los acobardados consejeros, el
reducido grupo se internó por el túnel.
Desde donde estaban, podían distinguir las obscuras figuras que se movían por
la bahía, el sereno retorno a la ciudad, después del cambio de la marea y con el
mar cubriendo de nuevo la franja de guijarros. En las calles y plazas de Haven,
así como en el castillo, cuyos tres torreones se alzaban imponentes sobre la
población, empezaron a encenderse las luces, aquí y allá primero, pero luego en
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número cada vez mayor, como diminutos farolillos dispersados en la
obscuridad. Y los pensamientos de Kyre retrocedieron, a través de los siglos,
al Haven de antaño: no los tristes restos de una ciudad al borde del desastre,
sino una urbe floreciente, de murallas y avenidas que se extendían placenteras
y triunfantes alrededor de toda la bahía. Aquellos días no podían volver nunca
más. El choque de los tiempos, producido por los amuletos, había derribado las
barreras, pero sólo brevemente: la arena cubría ahora las calles sepultadas;
los muertos habían vuelto a sus tumbas y no resucitarían de nuevo. Las puertas
del tiempo se habían cerrado para el ayer, y así debía ser.
Pero con el cierre de las puertas, ya no había sitio en este mundo para Kyre y
Talliann. Los dos habían vuelto a la ciudad que un día gobernaran y que tanto
habían amado, para cumplir la promesa del antiguo legado que entonces
dejaron. Ahora, sus nombres tenían que pasar de nuevo al recuerdo y a la
historia. En el momento de matar DiMag a Calthar –y de destruir, con ella, el
alma de Malhareq–, los amuletos habían dado todo cuanto quedaba de su poder
y, cumplida su misión, se habían hecho añicos. Al abandonar el mundo aquellos
amuletos, había partido con ellos algo de él y de su consorte, como Kyre bien
sabía. Ambos se encontraban, pues, entre dos dimensiones, contemplando el
mundo de DiMag y de Simorh a través de una especie de ventana que ya nunca
podrían volver a atravesar.
Pero Haven ya no los necesitaba. Kyre había presenciado cómo los prisioneros
procedentes del mar eran conducidos a la ciudad, y sabía que su suerte sería
muy distinta a la de los camaradas que les habían precedido. Roto por fin el
negro maleficio de Malhareq, imperaría por ambas partes una mentalidad más
prudente y amplia, que permitiría tratos y encuentros y, sobre todo, una
comprensión de las locuras del pasado. No existían ya ciegos y arrogantes
necios como Vaoran o Hodek, y sí, en cambio, hombres con suficiente valor
para admitir los propios errores y perdonar los ajenos, y conseguir una paz
duradera. Quizá llegara el venturoso día en que la Hechicera volviese a ser
amiga de Haven y los habitantes de las aguas ya no temieran al sol.
Las pequeñas manos de Talliann se posaron en sus brazos, y él se volvió hacia
ella. Las columnas del antiguo templo arrojaban extrañas y fugaces sombras
sobre el rostro de la joven, pero sus negros ojos tenían el brillo de la
serenidad, y Kyre supo que ella había leído y comprendido sus pensamientos.
–Prosperarán, Kyre –murmuró con dulzura–. Éste es su mundo, y lo harán
medrar de nuevo.
El rostro de Talliann se apartó para mirar a lo lejos, donde la obscura franja
pedregosa y el reflejo de la luna sobre el lento movimiento del mar formaban
un pacífico cuadro.
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–Aquí ya no tenemos nada que hacer, Kyre.
Kyre le acarició la cara.
– ¿Te entristeces?
–No –respondió Talliann con una sonrisa–. DiMag y Simorh son todo cuanto
Haven necesita ahora, y yo no ambiciono ocupar su puesto. Sólo anhelo la paz
contigo. ¡Hemos estado separados tanto tiempo...!
–Nunca más lo estaremos –susurró él.
–No –dijo ella, amorosa–. ¡Nunca más!
–Hay otros lugares, Talliann... No mundos como los que tú y yo conocimos sino
lugares donde el tiempo no significa nada. Donde no existen el pasado ni el
futuro.
Sus dedos se deslizaron vacilantes por la frente de su joven esposa. Luego,
Kyre se inclinó para besarla tiernamente.
–Podríamos hallar la paz...
–Paz después de tanta lucha... Y tras tantos siglos de soledad... Sí; me gustaría
–añadió por fin, volviendo a mirar al mar.
Kyre esbozó una sonrisa tranquila.
–Haven ya no nos necesita; es cierto. Podemos ser libres, Talliann.
–Libres...
Los brazos de la joven se introdujeron entre los del hombre. La piel de
Talliann estaba helada a causa del cortante viento nocturno. No tenían nada
más que decir, ni despedidas para la ciudad, el mar o el viejo templo. Sólo
miraron una vez en dirección a Haven, pero sin hablar. Luego se volvieron, dos
figuras tan tenues y difuminadas como fantasmas, o tal vez como sueños,
contra el fondo de las impresionantes ruinas, e iniciaron el lento camino hacia
el centelleante e infinito océano.
Una mota de luz danzó unos instantes sobre la superficie del mar, y después se
apagó. Y sólo la eterna rompiente, en continuo movimiento, siguió alterando la
quietud de la noche.
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Epílogo: Haven
El alba había penetrado suavemente a través de los velos de pálida y
resplandeciente bruma que ascendía del mar para suavizar los duros ángulos y
derramar una lechosa luminiscencia sobre la ciudad. Cuando la mañana se
asentó lentamente, la bruma empezó a desvanecerse, y Haven pudo gozar del
mórbido y casi melancólico calorcillo de un perfecto día de otoño.
En las plazas en las que había mercado, unos cuantos vendedores montaron sus
puestos pese a saber que, aquel día, habría más conversación que negocio. Por
las calles correteaban los niños, chillando mientras se divertían con juegos que
los mayores eran incapaces de comprender. De vez en cuando, una voz de
mujer sonaba desde una ventana, advirtiéndoles que callaran para no despertar
a los exhaustos hombres que trataban de descansar después de la batalla.
Otras personas, en grupos de dos o tres, permanecían de pie sobre los
montones de escombros de lo que había sido la muralla de la ciudad, vigilando
desde allí el oleaje de la pleamar y pensando cada cual en lo suyo.
En el cuartel del castillo reinaba la quietud. Casi todos los hombres dormían,
aunque uno o dos sargentos desvelados preferían beber sus jarras de cerveza
y no pensar en el número de literas vacías que había en los dormitorios. Y en
los elevados aposentos del castillo, de descoloridos tapices, las lámparas
habían sido apagadas cuando el sol asomó por los grandes ventanales. Los
sirvientes preparaban el Salón del Trono para la asamblea que el príncipe
DiMag había convocado para aquella misma tarde.
DiMag no había dormido. Sólo se había concedido el lujo de un baño y de un
cambio de su indumentaria de guerra por un cómodo y ancho conjunto de
camisa y calzones de lana, alivio que contrastaba notablemente con el sordo
dolor que tenía en todos sus huesos, el envaramiento del brazo con que había
sostenido la espada y las punzadas que, de manera continua, sufría en su pierna
lisiada. Se había preguntado, en algún momento, si ahora, muerta Calthar,
aquella molesta herida empezaría a cerrarse. Su arraigado escepticismo le
hacía dudar de ello, pero ya no estaba seguro de que le importara. Inválido o
sano, para sus soldados y para todo el pueblo se había convertido en un héroe.
La voz había corrido como un reguero de pólvora, y todo el mundo estaba ya
enterado de cómo había acabado con Calthar. Por mucho que el apoyo de la
ciudad de Haven desconcertara a DiMag, ni podía oponerse a él ni rehuirlo. Y,
si bien era reacio a admitirlo, le satisfacía la aprobación de su pueblo, porque
le proporcionaba la ocasión que tanto necesitaba de arreglar muchas cosas que
en los últimos nueve años habían ido mal. Ya no se hablaría más de destronarle.
Y aunque, por derecho, el manto de la heroicidad tendría que haber recaído
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sobre los hombros de Kyre, DiMag estaba seguro de que el Lobo del Sol lo
hubiera entendido y se hubiese alegrado por él.
Antes de completar sus preparativos para asistir a la asamblea en el Salón del
Trono, el príncipe realizó una visita que para él tenía la máxima importancia.
Fue a la alcoba de Gamora y contempló su tranquilo rostro mientras dormía con
el pulgar en la boca. Simorh, situada junto a él, le tomó por el brazo en un
gesto que no era casual ni mucho menos ceremonioso. La expresión de la mujer
era pensativa y un poco melancólica. Y aunque su cara reflejaba todavía la
angustia pasada, DiMag se dijo que empezaba a dulcificarse, revelando ya algo
de la belleza que había poseído antes de los amargos tiempos que tanto habían
obscurecido las vidas de ambos.
No tendría por qué haber más amargura... DiMag estrechó cariñosamente el
brazo de su esposa, y ella le miró enseguida, mientras algo parecido a una
fugaz sonrisa iluminaba sus facciones.
–Dejémosla dormir –dijo–. Sé que correrá a nuestro encuentro tan pronto como
despierte.
Simorh estuvo a punto de echarse a reír, pero se dominó por sospechar que
eso podía desembocar con demasiada facilidad en el llanto.
–Si Gamora acude al Salón del Trono, la aplaudirán todavía más que a su padre
–señaló tranquila y risueña–. Y lo merece. Hasta ahora, bien pocas alegrías ha
tenido en su vida. Lo que siento –añadió cuando ya se encaminaba hacia la
puerta–, es que añorará a Kyre. Me hubiese gustado verle por última vez con
Talliann, antes de su partida. ¡Es tanto lo que les debemos!
–Creo que ya lo saben.
Era mucho lo que los dos tendrían que contarse, respecto de Kyre y Talliann,
pero aún no había llegado el momento: lo sucedido era demasiado reciente, y
primero estaban ahora sus deseos particulares. Sin embargo, no era demasiado
pronto para poner en práctica algunas de las lecciones aprendidas. Doce años
antes, el último deseo del príncipe MeGran había sido el de que su hijo
gobernara Haven de manera justa, firme y sabia: un deber que, según creía el
propio DiMag, había descuidado penosamente. Eso cambiaría ahora, junto con
otras muchas cosas. Abandonados sus temores y recelos, se abría camino a la
esperanza.
Fuera, en el pasillo, aguardaba un criado ya mayor. Hizo una reverencia a los
soberanos, y en su rostro había una expresión que el príncipe no acertó a
interpretar.
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–Mi señor..., señora... Perdonad mi intrusión, pero ha llegado al castillo un
emisario que solicita que su presencia os sea comunicada.
DiMag frunció el entrecejo y preguntó con sorpresa:
– ¿Un emisario? ¿De dónde?
–Dice llamarse Akrivir, señor, y a falta de otro título se presenta como
Protector de la Ciudadela. Se trata, según él, de una medida provisional
mientras no se restablezca un orden verdadero. Tuvo buen cuidado de
subrayar la palabra verdadero, señor, como si tuviese una importancia especial
–concluyó el hombre.
Akrivir... El nombre le resultaba familiar y, por fin, DiMag pudo recordar un
rostro en medio de la confusión de la batalla... Un guerrero herido a quien Kyre
había entregado una espada. Y recordó, también, que Kyre le había hablado de
ese Akrivir...
–Sí –dijo pensativo–. Quizá sea... Oye, ¿viene solo?
–Totalmente solo, señor, y sin armas.
DiMag miró a Simorh con expresión interrogante.
–Podría ser un comienzo... –indicó ella, sin poder disimular el interés que
vibraba en su voz.
Y los dos intercambiaron una mirada de entendimiento. DiMag se volvió hacia el
criado.
–Conduce a nuestro bienvenido huésped al Salón del Trono –ordenó–, y hazle
saber que la princesa y yo nos reuniremos con él inmediatamente.
El hombre hizo una reverencia y se alejó a toda prisa, y DiMag ofreció el brazo
a su esposa.
– ¿Estáis preparada para saludar al Protector de la Ciudadela? –preguntó, con
ojos llenos de afecto.
Sonrió Simorh, y su rostro radiante recordó a DiMag el de diez años atrás. Su
mano se posó en la de su marido cuando respondió:
–Sí, mi señor; lo estoy.