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Page 1: En El Origen de La Vanguardia _ Cultura

CULTURA

FÉLIX DE AZÚA 2 ABR 2013 - 00:11 CET 5

RESCATE DE UN CLÁSICO

En el origen de la vanguardiaSe traduce ‘El absoluto literario’, manual imprescindible para los interesados en la teoría del arte.

Clásico de la crítica, se trata de un libro sobre el origen del romanticismo, uno de los momentos más

fascinantes de la modernidad

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Durante un par de días me dediqué a constatar que en efecto esta

era la primera edición en español de El absoluto literario, de Philippe

Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, según anuncia el editor (Eterna

Cadencia, Buenos Aires). Al parecer han circulado algunas

traducciones privadas (de Emilio Bernini, por ejemplo), pero nunca

antes se había editado completo este tratado, uno de los más

influyentes en la actual filosofía del arte.

El caso es que apareció originalmente en 1978 (Seuil), hace pues

treinta y cinco años, pero todavía nadie se había atrevido con él en

España. Me parece sorprendente. Lacoue (muerto en 2007) y Nancy

pertenecían a una generación que no sólo se había alejado del aún

poderoso estructuralismo, sino que desconfiaba de los post-

estructuralistas, de modo que tomaron un camino propio a la sombra

de Heidegger. La producción de ambos filósofos ha sido abundante

y de notable interés. Sin embargo, este trabajo que ahora se edita en

español es, a mi modo de ver, su mejor contribución.

En ella analizan uno de los momentos más fascinantes de la modernidad. Como ellos mismos

dicen, se trata de un episodio efímero (pongamos que de 1798 a 1803), un grupo de gente

cambiante (aunque siempre dirigidos por los hermanos Schlegel) y una revista de la que sólo

se editaron seis números (Athenaeum). He dicho antes que es un momento de la modernidad,

aunque en todos los manuales aparece como un momento del romanticismo e incluso del

primer romanticismo (el frühromantik). Ciertamente es un prototipo de romanticismo, pero en

una acepción de la palabra que, a mi modo de ver, debería incluir un vastísimo proyecto que

sólo acaba hacia 1960. Si se acepta esta noción, el grupo aquí estudiado fue de los primeros

en poner las bases de la modernidad: “Se trata, de hecho, y no es exagerado decirlo, del

primer grupo de ‘vanguardia’ de la historia” (página 27).

El invento de este grupo, al que podemos llamar “del Athenaeum”, es nada menos que la

literatura en cuanto tal. Hasta ese momento no había tal cosa como una literatura en el sentido

de un arte absoluto de la palabra escrita. Había, eso sí, un arte de la poesía, otro del drama,

algo (poco) de la novela, y así sucesivamente. El grupo del Athenaeum unifica la totalidad del

arte de la palabra y propone una primera teoría de la literatura como absoluto.

Asombrosamente, en esa teoría la prosa toma el lugar de la más alta poesía y la literatura

queda fundida en la filosofía en tanto que dos modos (literarios) de expresar el mundo en su

verdad más recóndita. Esto es el “absoluto literario”.

Así lo expone Friedrich Schlegel en su Conversación sobre la poesía: “Todo arte y toda

ciencia que actúan mediante la palabra, cuando se ejercen como arte por sí mismas, y cuando

alcanzan su cima más alta, aparecen como poesía” (p. 380). No es sólo un ataque contra la

secular teoría de los géneros y sus forzosos parangones, es también la negación de toda la

'Autorretrato de 1810', del pintor alemán Caspar David

Friedrich, que plasmó en arte las ideas románticas.

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filología hasta ese momento y la propuesta de una historia de la literatura tan audaz que ni

siquiera es posible escribirla en nuestros días.

El grupo estaba compuesto por dos dictadores, los hermanos Schlegel, y un conjunto variable

de afiliados (Novalis, Wackenroder, Brentano, Von Arnim) que se reunían, se expulsaban, se

excluían o formaban secesiones, como es habitual en cualquier movimiento de vanguardia. En

su proximidad giraba una nube de mujeres poco típicas de su época, sexualmente

emancipadas, con una notable formación filosófica y aguda percepción artística. Son Sophie

Tieck, Bettina von Arnim, Carolina Michaelis o Dorothea Mendelssohn-Veit. Todas acabaron

casadas con alguno de los participantes del grupo.

Había también una relación externa, pero intensa, con personajes de extraordinaria importancia

como Hölderlin, Schelling, Hegel, Schleiermacher o Goethe. Este último los detestaba, pero a

él se unirían los Schlegel cuando la edad los volviera rapaces y la invasión napoleónica pusiera

en marcha el nacionalismo germano.

No sólo inventaron la literatura tal y como la entendemos ahora. También transformaron la

recepción de la herencia griega. A veces parece que la palabra “romanticismo” sólo puede

usarse para asuntos empalagosos, pero es un enorme error. El romanticismo fue un

movimiento revolucionario y salvaje que sacó de la quietud marmórea, del estatismo idealista, a

los neoclásicos y a los kantianos. La Grecia que aparece tras la crítica de los románticos del

Athenaeum ya no tiene nada que ver con “la belleza”, la “serenidad” o “la perfección”, es la

Grecia arcaica, infernal, enigmática, siniestra que años más tarde Nietzsche expondrá

magistralmente en su seminal Origen de la tragedia.

La traducción es meritoria, aunque con imperfecciones inevitables dada la oscuridad del propio

texto (téngase en cuenta que la mitad del libro es una antología de escritos de los Schlegel,

Schelling y Novalis), lo que las hace excusables. Sólo he pillado un error grave, pero que

puede corregirse con facilidad: la página 22 da como fechas del Sturm und Drang 1870-1880.

Son, evidentemente, 1770-1780. Contando con estas mínimas mancillas, el libro es

imprescindible para cualquier interesado por la teoría del arte y aun por la teoría de la teoría.

© EDICIONES EL PAÍS, S.L.