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Cuando los Oulhamr pierden el fu
que conservaban en tres jaulas y alimentaban día y noche, desesperación se abate sobre el
Y es que la maravillosa llama lesdado toda la comodidad y seguriposibles en aquella época: alejaba
oso, al lobo, al león, al tigre, yresto de depredadores; permcocinar los alimentos; y les d
calor en las épocas frías y luz ennoche.
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Los valientes guerreros, Naóh, Ny Gaw, recorrerán las llanu
europeas para devolver el fuego atribu. Tendrán que robar, cambiarconseguir por el procedimiento
sea el tan preciado elemento, llama de la vida.
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J. H. Rosny
En Busca del Fuego
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ePUB v1.0
Ptmas 20.03.12
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Titulo original: La Guerre du Feu
© por la traducción: A. Ruiz Pablo© 2004, RBA Coleccionables, S. A., paraesta edición
Traducción cedida por Valdemar [EnokiaS.L.]
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PRIMERA PARTE
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1LA MUERTE DEL
FUEGO
os Ulhamr huían de la noespantosa. Enloquecidos los padecimientos y
cansancio, todo les parecía inante la calamidad suprema: el Fuhabía muerto. Lo habían criado en
interior de tres jaulas, desde origen de la Horda; cuatro mujeredos guerreros lo alimentaban dí
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noche, y aun en los tiempos mduros, recibía el alimento que
daba la vida. Al abrigo de la lluvde las tempestades y de inundación, había franqueado río
pantanos, azulándose al despertaraurora y ensangrentándose anochecer. Su faz poderosa alej
al León Negro y al León AmarilloOso de las Cavernas y al Oso Gal Mamut, al Tigre, al Leopardo;
rojos dientes protegían al homcontra el vasto mundo. A su lahabitaba la alegría. Sacaba de
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manjares aromas sabrosos, endurela punta de los venablos, ha
estallar la piedra; daba a miembros un vigoroso bienestaaseguraba contra todo peligro a
Horda en el corazón de los bosqpoblados de rumores, en el párasin fin y en el fondo de las cavern
Era el Padre, el Guardián, Salvador; y si se escapaba de aula y devoraba los árboles, era m
feroz y temible que el mismo Mam¡Y había muerto! El enemdestruyó dos de las jaulas; encerr
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en la otra, durante la fuga, se le havisto desfallecer, palideciendo
menguando. Tan débil estaba, quepodía morder las hierbas pantano; palpitaba como un anim
enfermo, y al fin llegó a ser comoinsecto rojizo que las ráfagas viento abatían sin cesar… y
desvaneció. Los Ulhamr hudesamparados en medio de tinieblas de la noche otoñal.
No lucía en lo alto ni estrella. El cielo aplastaba densidad de las aguas. Las plan
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acuáticas tendían sus fibras heladse oía el chapotear de los repti
hombres, mujeres y niños se hundtragados por el fango, en oscuridad; y en cuanto era posib
orientados por la voz de los gulos Ulhamr seguían una faja de tiemás elevada y más firme, tan pro
con agua hasta el pecho, cosaltando sobre hileras de isloTres generaciones habían franquea
aquel camino; pero, para seguahora, habría sido precisa la claride los astros. Hacia el amanecer,
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acercaron a la sabana, al inmearenal.
Una turbia claridad se filtró enlas nubes de yeso y esquisto. viento rodaba sobre las aguas den
y bituminosas; las algas se hinchacomo pústulas; los saurentumecidos, vagaban arrastránd
entre ninfeas y sagitarias. Una gase elevó sobre un árbol cenicientola sabana apareció con sus plan
temblorosas de frío, sumida enrojiza niebla, hasta perderse de viLos hombres, sobreponiéndose
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cansancio, se animaron, atravesalos cañaverales e irrumpieron en
la hierba, sobre la tierra firme.Entonces, vencida la fiemortal, muchos se convirtieron
bestias inertes: se tendieron ensuelo y se hundieron en el repoLas mujeres resistían mejor que
hombres; las que habían perdalgún hijo en el pantano aullacomo lobas; todas ellas presentían
decadencia de la raza y los dsombríos; algunas, que habsalvado a sus pequeñuelos,
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levantaban en brazos hacia las nubFaúhm, a la claridad del nu
día, con ayuda de los dedos ramas, enumeró la tribu. Cada rarepresentaba los dedos de
manos. Contaba mal; pero, aun vio que le restaban cuatro ramasguerreros, más de seis ramas
mujeres, cerca de tres ramas de niy algunos ancianos.Y el viejo Goún, que cont
mejor que ningún nacido, dijo quequedaban de cada cinco hombres mque uno, de cada tres mujeres una
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un niño por cada rama. Entonces, que velaban sintieron la inmensi
del desastre. Supieron que descendencia estaba amenazada sus raíces y que las fuerzas malig
del mundo se habían vuelto mformidables. En adelante, estarcondenados a vagar, desnudos
miserables, sobre la Tierra.A despecho de su fuerza, Faúperdió la esperanza. No confiaba
en su estatura ni en sus enormbrazos; su ancho rostro, donde arremolinaba el pelo hirsuto, y
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ojos amarillos como los leopardo, mostraban un cansan
abrumador; examinaba las herique habían abierto en su carnelanza y las flechas enemigas, y de
en cuando se chupaba la sangre todavía manaba de su antebrazo.Como todos los vencid
evocaba el instante en que estuvpunto de vencer. Los Ulhamr precipitaban a la matanza; él, Faú
aplastaba cabezas bajo su maEstaba a punto de aniquilar a hombres, arrebatar a las muje
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matar el Fuego del enemigo, y caen nuevas llanuras y abundan
selvas. Pero, ¿qué había ocurri¿Por qué los Ulhamr pasaron furor al espanto? ¿Cómo fue que
huesos fueron los que se quebrarsus cuerpos los que perdieron entrañas, sus pechos los
roncaron de agonía, mientras enemigo, invadiendo el campamenesparcía por el suelo los Fue
Sagrados? Así se interrogaba el alde Faúhm, lenta y espeencarnizándose en este recue
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como la hiena en los muertos, queriendo declararse vencida,
menos enérgica, ni menos valeroni menos feroz.La luz se levantó en todo
poder, invadiendo el páramrevolviendo el limo y secandosabana. La alegría matutina, la pul
la carne fresca de las planaparecía con ella. El agua paremás ligera, menos pérfida y turb
La luz movía argentinos desteentre las islas de un verde grisáclanzaba largos temblores
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malaquita y perlas, desplegpálidos azufres y escamas de mic
su olor era más grato a través de sauces y los alisos. Según el juegolas adaptaciones y las circunstanc
triunfaban las algas, relucía el lde los estanques o el nenúamarillo, surgían el iris acuático,
euforbias palustres, los lisímaclas sagitarias; se desplegaban matas de ranúnculos con sus hojas
acónito, los meandros de telefio,linarias; de epílobes rosados, mastuerzo amargo, de rosolis,
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cañaverales, de mimbreras donpululaban las pollas acuáticas,
piendilla negra, las cercetas, chorlito real, el ave fría de reflede jade, y la pesada avutar
Algunas garzas acechaban al bode las pequeñas ensenadas rojizlas grullas se abatían ruidosame
sobre un promontorio; el lubarbado se precipitaba sobre tencas, y las últimas libélu
volaban trazando líneas de fuverde, relámpagos de lapislázuli.Faúhm contemplaba a su tribu
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desastre había dejado sus huellaslos fugitivos, semejantes a u
carnada de reptiles: amarillos fango, rojos de sangre, verdes de algas adheridas, exhalaban olor
fiebre y de carne enfermiza. Udormían hechos un ovillo, cograndes culebras, otros estira
como saurios, y algunos, en estertor de la agonía, se estamuriendo. Las heridas se volv
negras y horrorosas en el vientremás aún en la cabeza, donde ensanchaba la esponja enrojecida
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los cabellos. Casi todos debsanar, pues los peor heridos hab
sucumbido ya en la otra orilla ohabían hundido al atravesar pantano.
Faúhm, apartando sus ojos de que dormían, contempló a los experimentaban más amargamente
derrota que el cansancio. Muchosellos atestiguaban la hermestructura de los Ulhamr: rost
macizos, cráneos aplastadmandíbulas violentas. Eran de pleonada, no negra; casi to
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velludos de pies a cabeza. La finde sus sentidos se extendía al olf
que podía competir con el de bestias. La belleza de sus granojos, a menudo feroces, otras ve
huraños, se revelaba viva y enteralos niños y en algunas muchachLas tribus paleolíticas vivían en u
atmósfera densa; sus carnes estadotadas de una juventud que volverá nunca más, flor de u
existencia cuya energía y cvehemencia sólo mimperfectamente podem
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imaginarnos.Faúhm levantó los brazos al S
lanzando un largo alarido. —¿Qué harán los Ulhamr sinFuego? —gritó—. ¿Cómo vivirán
la sabana y en la selva? ¿Quién defenderá contra las tinieblas yviento invernal? Tendrán que com
la carne cruda y la hierba amarga;podrán volver a calentar miembros, y la punta de sus venab
no se endurecerá. El León, la Besde-los-Dientes-Desgarradores, Oso, el Tigre, la Gran Hiena,
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devorarán durante la noche. ¿Quvolverá a traernos el Fuego? El
lo haga será hermano de Faúhtendrá tres partes en la caza, cuapartes en el botín; recibirá co
recompensa a Gamla, hija de hermana; y si yo muero, empuñarácayado de mando.
Entonces Naóh, Hijo Leopardo, se puso en pie y dijo: —Dadme dos guerreros
piernas veloces y yo iré a cogerFuego de los Hijos del Mamut o encampamento de los Devoradores
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Hombres, que cazan a orillas del Doble.
La mirada de Faúhm no le favorable. Naóh, por su estatura, el más grande de los Ulhamr, y
hombros se ensanchaban aún mNingún guerrero podía competir él en agilidad, ni era más resiste
en la carrera. Naóh había derribadMoúh, Hijo del Uro, cuyas fuerzasacercaban a las de Faúhm. P
Faúhm le temía, y le encomendtareas ingratas, le alejaba de la trile exponía a la muerte.
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Naóh no quería a su jefe, peroexaltaba a la vista de aquella Gam
esbelta, flexible y misteriosa, cucabellera parecía un follaje. haberla tenido por mujer, la hab
tratado sin rudeza, porque no amigo de ver agrandarse en rostros el temor que los h
enemigos.En otros tiempos, Faúhm habacogido mal las palabras de Na
Pero estaba hundido en la derrotaquizá la alianza con el Hijo Leopardo le sería ventajosa; en c
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contrario, bien sabría condenarlmuerte. Así, volviéndose al joven
dijo: —Faúhm sólo tiene una lengSi tú nos traes el Fuego, tendrá
Gamla y serás el hijo de Faúhm.Hablaba lentamente, levantanla mano, con rudeza y desdén. Lu
hizo una seña a Gamla, que avatemblorosa, levantando los ojos pupilas cambiantes, llenos
húmedo fulgor de los ríos.La ruda mano de Faúhm csobre el hombro de la jov
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mientras su voz gritaba con salvorgullo:
—¿Dónde hay una mujer coésta entre las hijas de los hombrPuede cargar una cierva sobre
espaldas, andar sin desfallecer deel Sol de la mañana al Sol denoche, soportar el hambre y la s
curtir la piel de las bestiasatravesar un lago a nado: sus hserán indestructibles. ¡Si N
vuelve con el Fuego, podrá tomasin dar por ella ni hachas, ni cuernni conchas, ni pieles!…
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Entonces Aghoo, Hijo Auroch, el más velludo de
Ulhamr, avanzó lleno de codicia: —Aghoo quiere conquistar Fuego. Irá con sus hermanos
acechar al enemigo más allá del y morirá bajo el hacha, la lanzadiente del Tigre y la zarpa del L
Gigante, o devolverá a los UlhamFuego, sin el cual son tan débcomo el saiga o el ciervo.
Del rostro de Aghoo no percibía otra cosa que una bocalabios carnosos y un mirar homici
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Su cuerpo achaparrado hacía pareaún más largos los brazos y m
enormes los hombros; todo su demostraba un vigor áspeinagotable y feroz. Se ignoraba ha
dónde podían llegar sus fuerzas, pno las había ejercitado ni conFaúhm, ni contra Moúh ni con
Naóh; pero se sabía que edescomunales. Jamás las pusoprueba en luchas pacíficas; y cuan
se habían interpuesto en su camsucumbieron, ya sea que Aghoolimitara a mutilarlos, ya que
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exterminara para unir un cráneo ma sus trofeos. Vivía a cierta distan
de los demás Ulhamr, con sus hermanos, velludos como él, y varmujeres, reducidas a una esclavi
espantosa. Y aunque los Ulhapracticasen naturalmente la durconsigo mismos y la ferocidad
los demás, veían en los Hijos Auroch el exceso de tales virtudUna reprobación latente se elev
contra ellos, primera alianza grupo contra la inseguridad excesiUn grupo de Ulhamr
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estrechaba alrededor de Naóhquien la mayoría reprochaba cie
falta de aspereza en la venganPero este vicio, por encontrarseun guerrero tan temible, complací
los que no recibieron en suertemúsculos duros ni miembros velocFaúhm no detestaba menos
Aghoo que al Hijo del Leopardoaún le temía más. La fuerza velludtaimada de los tres hermanos pare
invulnerable. Si uno de ellos quela muerte de un hombre, la querlos tres; quien les declaraba la gue
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debía perecer o exterminarlos.El jefe procuraba atraérse
pero ellos se le escurrparapetados en su desconfianincapaces de creer ni en la palabra
en los actos ajenos, llenos irritación ante la benevolencia y comprender más halago que el s
terror. Faúhm, tan desconfiado y entrañas como ellos, tenía, obstante, cualidades de jefe,
comportaba la indulgencia con adeptos, la necesidad de elogcierta sociabilidad estrecha, ra
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exclusiva y tenaz.Así, respondió con bru
deferencia: —Si el Hijo del Aurdevuelve el Fuego a los Ulha
podrá tomar a Gamla sin ofrerescate, y será el segundo en la tria quien todos los guerre
obedecerán en ausencia del jefe.Aghoo escuchaba en actibrutal. Volviendo el rostro vellu
hacia Gamla, la contemcodiciosamente, y sus redondos ose endurecieron, amenazadores.
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—La Hija del Pantano —dijopertenecerá al Hijo del Auro
cualquier otro hombre que pongamano sobre ella será destruido.Estas palabras irritaron a Na
Y aceptando violentamente el regritó estas palabras: —¡Gamla pertenecerá a qu
traiga el Fuego! —¡Aghoo lo traerá!Los dos se miraban. Hasta aq
instante no había existido entre emotivo alguno de lucha. Consciende su mutua fuerza, sin gus
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comunes ni rivalidad inmediata, se encontraban jamás, nunca caza
untos. El discurso de Faúhm hasembrado entre ellos el odio.Aghoo, que hasta aquel día
siquiera se había fijado en Gamcuando ésta pasaba furtivamente la sabana, en un instante conden
muerte a todo rival que pretendidisputársela. Ni siquiera tuvo tomar una resolución; su resoluc
anidaba en cada una de sus fibras. Naóh lo sabía; apretó el hachala mano izquierda y el venablo en
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diestra. Los hermanos de Aghsurgieron en silencio, taimados
formidables. Se le parecextrañamente, más leonados aún, grandes mechones de pelo rojiz
los ojos veteados como los élitdel cárabo. Su agilidad era inquietante como su fuerza misma.
Los tres, prestos a la matanacechaban a Naóh. Pero entre guerreros se levantó un g
murmullo; aun aquellos censuraban en Naóh la debilidadsus odios, no querían verle pere
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después de la destrucción de tanvigorosos Ulhamr, y menos
cuando prometía llevarles el FueSe sabía que era fértil estratagemas, infatigable, hábil
entretener las más débiles llamahacerlas renacer de entre las cenizy muchos creían en su buena estrel
Como Aghoo poseía tambiénpaciencia y la astucia que llevabuen término las empresas,
Ulhamr, confiando en la utilidad qofrecía aquella doble tentativa, levantaron en tumulto. Y
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partidarios de Naóh, envalentonaal oír los clamores, se alinea
preparados para el combate.Aunque extraño al miedo, el Hde Auroch no despreciaba
prudencia y dejó la disputa pluego. Entonces Goún, el de Huesos Secos, resumió las brumo
ideas de la multitud: —¿Quieren los Ulhadesaparecer del mundo? ¿Olvi
que los enemigos y las aguas destruido ya tantos guerreros quecada cuatro sólo queda uno? To
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los que pueden manejar el hachavenablo o la maza deben vivir. N
y Aghoo son fuertes entre hombres que cazan en la selva y ensabana; si uno de ellos muere,
Ulhamr serán más débiles quepereciesen cuatro de los demás…Hija del Pantano servirá a aquel
nos traiga el Fuego. ¡La Hordaquiere así! —¡Que sea así! —afirma
ásperas voces.Y las mujeres, temibles pornúmero, por su fuerza casi intact
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por la unanimidad de sentimientos, clamaron:
—¡Gamla pertenecerá al que traiga el Fuego!Aghoo levantó los vellu
hombros y execró a la multitud; pno creyó conveniente desafiaSeguro de adelantarse a Naóh,
reservó el recurso de combatir arival y hacerle desaparecer cuandoconviniese. Y su pecho se hinchó
confianza.
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2UN COMBATE
COLOSAL
abía aparecido el alba día siguiente. El viento dealturas empujaba las nub
mientras que a ras de tierra y agua el aire denso era torpe, cálidoloroso. El cielo entero vibr
como un lago, agitando algas, ninfy pálidos cañaverales. La aurora hrodar sobre él sus espum
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extendiéndose, desbordando lagunas azufranadas, en golfos
esmeraldas y en ríos de nárosado.Los Ulhamr, vuelto el ros
hacia aquel fuego inmenso, sentíanel fondo del alma agrandarse aque era casi un culto y que hench
también las pequeñas gaitas de pájaros, entre la hierba de la saby las mimbreras del pantano. P
unos heridos gimieron, pidienagua, y el cadáver de un guerrextendía los miembros lívidos:
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animal nocturno le había comidorostro.
Goún balbuceó vagas quecasi rítmicas, como ruegos fúneby Faúhm mandó echar a las agua
cadáver.Después, la atención de la trse fijó en los conquistadores
Fuego; Aghoo y Naóh, dispuestospara partir. Los velludos ibarmados de maza, hacha, venabl
azagaya de punta de sílex o nefrita. Naóh, que confiaba más enastucia que en la fuerza, ha
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preferido, en vez de guerrevigorosos, llevar consigo
óvenes ágiles y capaces de una lacarrera. Cada uno de ellos armado con hacha, venablo
azagayas. Naóh añadía a estas armsu maza de roble, un arma apedesbastada y endurecida al fue
Prefería esta arma a todas las demy combatía con ella hasta a grandes carnívoros.
Faúhm se dirigió en primer lual Auroch: —Aghoo vino a la luz antes
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el Hijo del Leopardo, y por taescogerá su ruta. Si Aghoo
encamina a los DosRíos, Nrodeará los pantanos, hacia el poniente; y si Aghoo rodea
pantanos, Naóh irá hacia los DRíos. —¡Aghoo no conoce todavía
ruta! —protestó el Velludo—. Vabusca del Fuego; puede ir pormañana hacia el río, y por la ta
hacia el pantano. El cazador persigue al jabalí, ¿sabe acaso dólo matará?
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—Aghoo cambiará de ruta mtarde —intervino Goún, apoyado
los murmullos de la Horda—. puede partir a la vez para el poniente y para los DosRíos. ¡Q
escoja!En la oscuridad de entendimiento, el Hijo del Aur
comprendió que no le convenía, ya desafiar al jefe, sino despertadesconfianza de Naóh; y dirigien
su mirada de lobo a la multiexclamó: —Aghoo partirá hacia el
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poniente.Y haciendo una brusca seña a
hermanos, se puso en camino alargo de las aguas pantanosas. Naóh no se decidió tan pron
Deseaba sentir todavía en el fonde sus ojos la imagen de Gamla, estaba sentada bajo un fresno, det
del grupo formado por el jefe, Gy otros ancianos. Naóh avanzó; la inmóvil, vuelto el rostro hacia
sabana. Había entrelazado en cabellos flores de sagitaria y uninfea de color de luna; de su p
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parecía salir una claridad más vque la de los frescos ríos y de
verde carne de las plantas. Naóh respiró el ansia de vivirinquieto e inextinguible deseo,
arrollador anhelo que renueva bestias y las plantas. Su corazónensanchó de tal manera que pare
ahogarle, lleno de ternura y cólera; todos los que le separabanGamla le resultaban tan odio
como los Hijos del Mamut y Devoradores de Hombres.Levantó el brazo armado con
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hacha y gritó: —Hija del Pantano, Naóh
volverá; desaparecerá de la tierralas aguas, en el vientre de las hieno devolverá el Fuego a los Ulham
traerá a Gamla conchas, piedazules, dientes de leopardo y cuerde auroch.
Al oír estas palabras, Gamposó en el guerrero una mirpalpitante de alegría infantil. P
Faúhm, agitándose con impacienexclamó: —Los Hijos del Auroch
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desaparecido ya detrás de álamos.
Entonces Naóh se dirigió haciSur.
Naóh, Gau y Nam anduvietodo el día por la sabana, queencontraba todavía en pleno vigLas hierbas seguían a las hierbcomo las olas se siguen unas a oten el mar. La llanura se doblegabasoplo de la brisa, crujía bajo el Ssembraba en el espacio el alinnumerable de los aromas;
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amenazadora y fecunda, monótonasu conjunto, variada en los detalle
producía tantos animales coflores, tantos huevos como semilEntre las florestas de césped,
islas de retama y las penínsulasbrezo, se deslizaban el llantén,corazoncillo, la salvia,
ranúnculos, los milenrama, mastuerzos y las siléneas. A trechla tierra desnuda vivía la lenta v
mineral, superficie árida dondeplanta no había podido fijar incansables columnas. Luego volv
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las malvas y el gavanzo, la centauel trébol rojo y los matorra
floridos.Aquí se elevaba una colina, se abría un valle; una charca
estancaba, pululante de reptilesinsectos; y algún peñasco errátlevantaba su perfil de mastodonte.
veía correr a los antílopes, liebresaigaes; surgir lobos o perrlevantarse avutardas o perdic
cernerse palomas torcaces, grullacuervos; galopar en manacaballos, hemíonos y alces. Un
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gris, con movimiento a la vez mono y de rinoceronte, más fue
que el tigre y casi tan temible coel león gigante, parecía ir rodansobre el verdor de la tierra. Algun
aurochs aparecieron en el horizont Naóh, Nam y Gau acamparonanochecer al pie de un cerro; ape
habían recorrido la décima partela llanura, y no divisaban otra cque el despliegue incesante de
olas de hierba. La tierra era llauniforme y melancólica. Todos aspectos del mundo se formaban y
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deshacían en las inmensas nubes crepúsculo. Ante aquellos fue
innúmeros, Naóh pensaba en pequeña llama que iba a conquisSe diría que no había más que tre
a una colina y tender una ramapino para coger una chispa de braseros que devoraban
Occidente.Las nubes se ennegrecieron. abismo de púrpura permaneció la
rato en el fondo del espacio; piedrecitas brillantes de las estresurgían una tras otra; el aliento de
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noche sopló. Naóh, acostumbrado a la hogu
de las veladas, clara barrera puedelante del mar de las tiniebsintió su propia pequeñez. Pod
presentarse el oso gris, el leoparel tigre, el león, aunque rara penetrasen en la sabana; un reb
de aurochs podía hundir bajo olas de carne la fragilidad humananúmero daba a las manadas de lo
el poder de las grandes fieras, yhambre les infundía valor.Los tres guerreros se alimenta
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de carne cruda. Fue una comtriste, pues gustaban del sabor y
aroma de la carne asada. DespuNaóh se dispuso a velar. Todo su aspiraba la noche como una for
maravillosa en la cual penetraban influjos sutiles del Universo. Convista recogía las fosforescencias,
siluetas pálidas, los desplazamiende las sombras y se remontaba halos astros. Con el oído conocía
voces de la brisa, el crujir de vegetales, el vuelo de los insectode las aves de rapiña, el paso y
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arrastrarse de las bestias; distinga lo lejos el gruñido del chacal
risa de la hiena, el aullido del loel grito del quebrantahuesos, chirriar de la langosta. Por su n
penetraba el aromoso soplo de flores, la grata fragancia de hierbas, el hedor de las fieras,
olor soso o almizclado de reptiles. Estremecían su epidermlas mil tenues variaciones del frí
el calor, la humedad y la sequedadtodos los matices de la brisa. Avivía de todo lo que llenaba
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Espacio y el Tiempo.Su existencia no era ciertame
fácil, sino dura y siempre amenazaTodo lo que la formaba potambién destruirla, y no persistía s
a costa de vigilancia, de fuerza,astucia, y de un combate incesacontra las cosas.
Naóh acechaba en las tinieblos dientes que cortan, las uñas desgarran, el ojo de fuego de
comedores de carne. Muchos ellos consideraban a los hombcomo bestias poderosas y no se
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acercaban siquiera. Pasaron hiede mandíbulas más terribles que
de los leones; pero no gustaban dlucha y preferían la carne ya muePasó una manada de lobos y
detuvieron: conocedores del podel número, se consideraban casi fuertes como los tres Ulhamr.
embargo, no siendo su hamexcesiva, prefirieron seguir el rasde los antílopes. Pasaron perr
comparables a los lobos, y aullalargo rato alrededor del cerro. Tpronto amenazaban; tan pronto, un
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otro, taimadamente, se acercapero nunca embestían gustosos a
bestia vertical. En otro tiempo habacampado en gran número cercala Horda; devoraban los restos de
comida y tomaban parte en la caGoún hizo alianza con dos perrolos cuales abandonaba tripas
huesos; pero habían perecido en ucacería de jabalíes. Y la alianza clos demás se hizo imposible, por
Faúhm, al tomar el mando deHorda, mandó hacer entre ellos ugran matanza.
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Aquella alianza atraía a Naporque en ella adivinaba una nu
fuerza, un acrecentamiento seguridad y poder. Pero en la sabasolo con dos guerreros, más b
concebía el peligro que semejaalianza representaría. La habintentado con unos pocos perr
pero no con toda una manada.Sin embargo, los perestrechaban el círculo; sus alari
se volvían más escasos y respiración más viva. Naóh impresionó. Cogió un puñado
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tierra y la lanzó sobre el más audgritando:
—¡Tenemos venablos y maque destruyen al Oso, al Auroch yLeón!…
El perro, alcanzado en garganta y sorprendido por inflexiones de la palabra, huyó. L
demás se agruparon y pareció deliberaban. Naóh les echó opuñado de tierra:
—Sois demasiado débiles pcombatir con los Ulhamr. Id en bude los saigaes y exterminad a
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lobos. El Perro que se atrevaacercarse verá esparcidas
entrañas.Despertados por la voz de NaNam y Gau se pusieron en p
aquellas inesperadas figudeterminaron la retirada de perros.
Naóh anduvo siete días evitantoda clase de peligros y acechanzque aumentaban a medida que iacercándose al bosque. Aunqueselva se hallaba aún a var
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ornadas de distancia, se anunciya gracias a los islotes de árboles
la aparición de grandes fieras. LUlhamr vieron al tigre y a la pantgigante. Las noches se hicie
penosas: mucho antes del crepúsclos tres hombres trabajaban ahínco para rodearse de obstácu
buscaban las grietas de montículos, las rocas, las espesupero huían de los árboles. El
octavo y noveno padecieron sed. tierra no ofrecía fuentes ni lagunasdesierto de las hierbas amarillea
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secos reptiles relucían entre piedras; los insectos esparcían en
llanura una palpitación inquietanvolando en espirales de cobre, ade y de nácar; se abalanza
sobre la piel de los guerreros y asestaban las acres picadas de trompas minúsculas.
Cuando la sombra del noveno se alargó, la tierra se presentó tiey jugosa. Un olor de agua bajaba
las colinas, y vieron dirigirse hael Sur una manada de aurocEntonces Naóh dijo a
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compañeros: —¡Beberemos antes de que
ponga el Sol!… Los aurochs vanabrevadero. Nam, Hijo del ÁlamoGau, Hijo del Saiga, enderezaron
cuerpos desecados. Eran hombágiles e indecisos. Había infundirles el ánimo, la resignaci
la resistencia al dolor, la confianEn cambio, ofrecían su docilidmaleables como la arcilla, inclina
al entusiasmo, prontos a olvidarpadecimiento y a gustar la alegríapor la misma razón que en solita
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se desconcertaban enseguida antedureza de la tierra y la ferocidad
los animales, se plegaban mejor aasociación; de manera que Nsentía en ellos como u
prolongaciones de su propia enerSus manos eran diestras, sus pligeros, sus ojos tenían largo alca
y sus oídos eran sutiles. Un buen jpodía obtener de ambos seguservicios, pues les bastaba cono
la voluntad de aquél y su valor. Auna vez puestos en camino, corazones se adhirieron a Na
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Naóh era la encarnación de la rael poder humano que se enfrenta
misterio cruel del Universo, refugio que les ampararía mientellos lanzasen el arpón o descarga
el hacha. Y alguna vez, cuando Nacaminaba delante de ellos, enembriaguez de la mañana, gozoso
su alta estatura y su ancho pecho, dos jóvenes se estremecían con uexaltación feroz y casi tier
dilatado todo su instinto hacia el jcomo el haya hacia la luz. Naóh lo sentía mejor que
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comprendía, y acrecentaba su ser aquellos dos hombres ligados a
suerte en una individualimúltiple, más complicada, msegura del triunfo y de salvar
peligros.Largas sombras se destacabanla base de los árboles; las hier
rebosaban de savia abundante, ySol, más amarillento y más grandmedida que resbalaba hacia
abismo, hacía brillar el rebaño aurochs como un río de agleonadas.
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Las últimas dudas de Naóhdisiparon: más allá de la cortad
que separaba las colinas, debía hallarse el abrevadero; su instintolo aseguraba, así como el número
bestias furtivas que seguían la rutalos aurochs. Nam y Gau lo habadivinado también, con
ventanillas de la nariz dilatadas afrescas emanaciones del crepúscu —Es necesario adelantarnos
los aurochs —dijo Naóh.Temía que el abrevadero fuestrecho y que los colo
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obstruyeran las orillas. Y a fin llegar antes que las bestias
estrecho paso, aceleraron la marcA causa de su número, de prudencia de los toros viejos y
cansancio de los más jóvenes, aurochs avanzaban lentamente. LUlhamr ganaron terreno. Ot
animales seguían la misma tácticaasí vieron desfilar ligeros saigacabras silvestres, carne
montaraces, hemíonos transversalmente, un tropel caballos. Varios de el
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franqueaban ya el desfiladero. Naóh y los suyos se adelanta
considerablemente a los aurochs ppoder beber sin prisa. Y cuando hombres llegaron al pie de la col
más alta, los grandes mamífeestaban todavía cuatrocientos metatrás.
Apresuraron aún más la carrespoleados por la sed, que cada era más viva. Rodearon la colina
metieron por la cortadura, y entonapareció a su vista el agua, mafecunda, más bienhechora que
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mismo fuego, y menos cruel. Era cun lago, extendido al pie de u
cadena de rocas, cortado estrechas penínsulas, alimentado aderecha por el canal de un río
despeñándose en un precipicio aizquierda. Se podía llegar al lago tres caminos: por el río mismo,
la cortadura que habían franquelos Ulhamr y por otro paso abieentre las rocas y una de las colin
el resto estaba cerrado por pebasálticas.
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Los guerreros aclamaron el agAnaranjada por el Sol moribun
apaciguaba la sed de los delgasaigaes, de los caballiachaparrados, de los onagros
finos cascos, de los carnemontaraces de faz barbuda, algunos corzos más furtivos que
cuernos de un viejo anta cuya freparecía soportar un árbol. Un jabhosco, pendenciero y brutal, era
único que bebía sin miedo. Ldemás animales, con la oreja inquy las pupilas azoradas, inicia
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continuos movimientos de fugarevelaban la ley de la vida,
interminable estado de alerta de débiles. De repente, todas las orese enderezaron y las mira
escrutaron lo desconocido. Fue impulso rápido, exacto, apariencia de desorden: cabal
onagros, saigaes, carnemontaraces, corzos y cierescapaban por el paso de Ponien
bajo la inundación escarlata de rayos solares. Sólo el jabpermaneció en su sitio, con
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ensangrentados ojillos rodando enlas sedosas pestañas. Y aparecie
lobos de raza corpulenta, lobos bosque y a la vez de sabana, de apatas, sólido cuello, juntos los oj
cuyas pupilas amarillas en lugardesplegarse como las de herbívoros convergían hacia
presa. Naóh, Nam y Gau aprestavenablos y azagayas, mientras abalí levantaba sus torci
colmillos y resoplformidablemente. Con sus ojos llede astucia y sus inteligentes naric
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los lobos midieron el enemiuzgándole temible, y emprendie
la caza de los que huían.Su partida produjo una gcalma, y los Ulhamr, apaciguada
sed, deliberaron. El crepúsculoacercaba; el Sol se hundía detráslas rocas; era demasiado tarde p
proseguir la ruta. ¿Dónde escogerabrigo? —¡Los aurochs se acercan!
dijo Naóh.Pero, en el mismo instanvolvió la vista hacia el paso
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Oeste; los tres guerreros escuchartendiéndose en el suelo.
—¡Los que vienen por allí no aurochs! —murmuró Gau.Y afirmó Naóh:
—¡Son mamuts!Examinaron apresuradamentesitio: el río surgía entre la col
basáltica y un muro de pórfido rodonde había un saliente capaz de paso a cualquier cuadrúp
corpulento. Los Ulhamr lo escalarPor la gola que formaba precipicio, el agua caía en la som
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y la penumbra eternas; árboderribados por los derrumbamien
o desgajados por su propio pesotendían horizontalmente sobre abismo; otros se levantaban de
profundidad, delgadosextraordinariamente altos, puetoda su energía en izar un ramo
hojas hacia la región de las páliclaridades; y todos ellos devorapor el musgo, espeso como el pel
del oso, estrangulados por bejucos, podridos por los hongdesplegando la indestructi
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paciencia de los vencidos. Nam fue el primero
descubrió una caverna baja, pprofunda y de hueco irregular. LUlhamr no penetraron en
enseguida, sino después examinarla cuidadosamente convista. Después, Naóh se adelant
sus compañeros, baja la cabezadilatadas las narices: había esqueletos con fragmentos de p
cuernos, enramadas de anmandíbulas. El huésped debía de un cazador poderoso y temible; N
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no cesaba de olfatear sus efluvios. —Es la caverna del Oso Gris
exclamó—. Está vacía desde hmás de una luna. Nam y Gau conocían sólo
oídas a la formidable fiera, pues Ulhamr merodeaban por regiofrecuentadas por el tigre, el león
auroch, el mamut mismo, pero doel oso gris rara vez se mostraNaóh lo había encontrado en
expediciones lejanas y conocía ferocidad, ciega como la rinoceronte, su fuerza casi igual a
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del león gigante, y su furiosoinextinguible valor.
La caverna estaba abandonaya porque el oso hubiera preferotra, ya por haberse alejado de aq
paraje durante algunas semanas o toda la estación, o bien porquehubiese ahogado al atravesar el
Persuadido de que la fiera volvería aquella noche, Naóh decidió a ocupar la morada. Mient
lo declaraba así a sus compañerun inmenso rumor sonó a lo largolas rocas y del río: los auro
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habían llegado, y sus mugidpoderosos como el rugir del le
chocaban con todos los ecos extraño paraje. No sin inquietud escuchaba N
el rumor de aquellas bescolosales, pues los hombres solían cazar el uro ni el auro
Aquellos toros alcanzaban entonuna talla, una fuerza y una agilique habían de ser desconocidas p
sus descendientes; sus pulmoneshenchían de un oxígeno más rico; instintos eran, si no más sutiles,
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lo menos más lúcidos y más vivconocía su propia importancia y s
temían a las grandes fieras por el mque podían causar a los débiles, a rezagados o a los que se aventura
solos por la llanura.Los tres Ulhamr salieron decaverna y sus pechos
estremecieron a la vista del gespectáculo, pues sus corazosentían hondamente aquel salv
esplendor; su oscura mentalihallaba en él, sin necesidad palabras ni ideas, la enérgica bell
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que se agitaba en el fondo depropio ser. Y barruntaban el temb
trágico de donde había de sadespués de siglos y siglos, la poede los grandes bárbaros.
Apenas hubieron salido depenumbra, oyeron elevarse un nuclamor que traspasó el bramar de
aurochs como el filo del hahiende la carne de un antílope. Eragrito membranoso, menos gra
menos rítmico, más débil que ellos aurochs; y sin embaranunciaba la presencia de la m
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fuerte de las criaturas que pisabanfaz de la Tierra. En aquel tiempo
mamut pasaba por todas partes coun ser invencible. Su sola estatalejaba al tigre y al león,
amedrentaba al oso gris; el homno intentó medirse con él sinocabo de largo tiempo, y únicame
el rinoceronte, ciego y estúpiosaba atacarle. Era ligero, rápiinfatigable, apto para subir a
montañas, reflexivo y de memotenaz; cogía, trabajaba y medíamateria con su trompa, surcaba
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tierra con sus enormes colmilllevaba a cabo con prudencia
expediciones y se daba cuenta desupremacía. La vida para él bella; su sangre circulaba con vig
y es indudable que su instinto más lúcido y su sentido de las comás sutil que en los elefan
actuales, envilecidos por una lavictoria del hombre.Ocurrió que los jefes de am
rebaños, de aurochs y mamuts,acercaron a un mismo tiempo borde de las aguas. Los mam
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según su costumbre, pretendiepasar los primeros, pues esta re
no encontraba jamás ni.la oposicde los uros ni la de los aurochs. embargo, algunos de éstos
irritaban, acostumbrados a que aellos cediesen todos los demconocían mal al mamut.
Los ocho que guiaban la maneran gigantescos —el maalcanzaba la corpulencia
rinoceronte—; su paciencia escasa y su sed ardiente. Y vienque los mamuts iban a pasar an
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lanzaron su amplio grito de guelevantando el belfo y con la garga
hinchada a guisa de cornamusa.Los mamuts barritaron. Ecinco viejos machos; sus tor
parecían montículos, sus patroncos de árboles; mostraban ucolmillos de cuatro metros
longitud, capaces de traspaencinas; sus trompas parecmonstruosas serpientes negras,
cabezas semejaban rocas, y movían dentro de una piel grucomo la corteza de los olm
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centenarios. Detrás de ellos seguílargo rebaño de color de arcilla…
Mientras tanto, fijos los viojillos en los toros, los viemamuts cerraban el paso, pacífic
imperturbables y meditabundos. Locho aurochs de pesadas pupilas,dorso abombado, crespa y barbud
cabeza, los cuernos curvosdivergentes, sacudieron sus crigrasas, espesas y enlodadas: en
fondo de su instinto se daban cuedel poder de los enemigos, pero mugidos de su propio rebaño
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envolvían en una vibración belicoÉl más fuerte, el jefe de los gu
bajó la densa frente de brillancuernos, se lanzó como un vaproyectil y rebotó contra el ma
más cercano. Tocado en el hombroaunque amortiguado el golpe conlatigazo de su trompa, el col
dobló las rodillas. El aurprosiguió el combate con tenacidad de su raza. La ventaja
suya: su acerado cuerno redoblóataque, mientras el mamut sólo poservirse, muy imperfectamente, de
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trompa. En aquella gran lucha músculos, el auroch representaba
furor arriesgado y los tempestuoinstintos, puestos en evidencia los grandes ojos turbios, la cer
palpitante, el belfo cargado espuma y los movimientos segucerteros, veloces, pero monóton
Si lograba derribar al adversariabrirle el vientre, donde la piel menos gruesa y la carne m
sensible, podría vencer del todo; ypeligro le dalia serenidad. Un sesfuerzo lo habría bastado p
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incorporarse, mas para ello preciso que el auroch redujese
rapidez de sus embestidas.Al principio, el combsorprendió a los demás guías. L
cuatro mamuts y los siete torosmantenían frente a frente, en espera formidable. Pero ninguno
ellos dio señales de interveporque todos se sentían amenazaen sí mismos. Los mamuts dieron
primeros signos de impaciencia.más alto lanzó un resoplido, agitómembranosas orejas, semejantes
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gigantescos murciélagos, y avanCasi en el mismo instante, el
combatía con el toro asestó violento trompazo a las piernas deenemigo; al vacilar éste, el mamu
incorporó. Los colosales brutosencontraron frente a frente. El fuse arremolinaba en el cráneo
mamut. Lanzando un barrmetálico, levantó la trompa y empel ataque. Los curvos colmi
arrojaron al aire al aurohaciéndole crujir los huesdespués, cargando de sosla
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descargó la trompa. Con rabia cvez mayor, abrió el vientre de
adversarios, pateó sus entrañas roto el costillaje, bañó en sangre patas monstruosas. La horri
agonía se perdió en un inmeclamoreo: la batalla entre grandes machos había comenza
Los siete aurochs y los cuamamuts se empeñaban en un combciego, presas de uno de esos páni
en que las bestias pierden el domide sí mismas. El vértigo se apodde ambos rebaños; el profun
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bramido de los aurochs chocaba el estridente barrito de los mam
el odio levantaba amplias oleadascuerpos y torrentes de cabezcuernos, colmillos y trompas.
Los grandes machos habempeñado todo su ser en el combsus formas se mezclaban en
hervidero informe, en una inmemolienda de carnes amasadas dolor y de rabia. Al primer choq
la inferioridad del número hadado la desventaja a los mamuts. Ude ellos fue derribado por tres tor
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otro quedó inmovilizado a defensiva; pero los dos restan
consiguieron una rápida victoria.precipitaron en bloque sobre adversarios y los traspasaron,
asfixiaron y lo» dislocarPerdieron más tiempo en patear a víctimas que el que hab
necesitado para vencerlas. Despudándose cuenta del peligro corrían sus compañeros, acometie
a sus contrarios: los tres aurocencarnizándose en el colderribado, fueron cogidos
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sorpresa y rodaron por el suelo couna sola masa; dos fueron hec
papilla bajo las enormes patas;otro pudo escapar. Su fuga arrastróde los toros que todavía luchaban
los aurochs conocieron el inmecontagio del terror. Primero fue malestar tempestuoso, un silen
una inmovilidad extraña, que parepropagarse a través de la multitdespués una vacilación en los oj
que miraban vagamente, un patasemejante a la caída de un chaparry al fin, la fuga torrencial, una hu
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que se convertía en batalla al lleal paso, demasiado estrecho, de
colinas; cada uno de los brutoshabía transformado en enerescapada, en proyectil de páni
vencidos los débiles por los fuertelos veloces saltando por encimalos más pesados, mientras los hue
crujían como las ramas de árboles derribados por el huracánLos mamuts no pensaron siqui
en la persecución: una vez mhabían dado la medida de su fueruna vez más se veían dueños de
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tierra. Y la columna de los gigande color de arcilla y de pelos y ru
melenas se alineó junto a la orilla abrevadero y se puso a beber formidablemente que el agua bajó
nivel en las ensenadas.En los flancos de las colinas uoleada de ligeros brutos, toda
horrorizados de la lucha, miracómo abrevaban los mamuts. LUlhamr los contemplaban tamb
invadidos por el estupor de unolos grandes episodios de naturaleza. Y Naóh, al compara
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las bestias soberanas con NamGau; los brazos delgados, las pier
largas, descarnadas, y los torestrechos, con las patas rudas y acomo encinas, y los cuerpos enorm
como cerros, concebía la pequeñela fragilidad humana, la humiexistencia errante que represent
el hombre sobre la faz de sabanas. Pensaba igualmente en leones amarillentos, en los leo
gigantes y en los tigres encontrarían él y sus compañerosla cercana selva, y bajo cuya zarp
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hombre y el ciervo eran tan débcomo la paloma torcaz entre
garras del águila.
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3EN LA CAVERNA
ba a finalizar el primer terde la noche. Una luna blan
como la flor del albohderivaba a lo largo de una nuvertiendo su claridad sobre el rílas rocas taciturnas, y disipando, utras otra, las sombras abrevadero. Los mamuts se habalejado; de cuando en cuando se valgún animal rastrero o algún ant
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volando con sus silenciosas alasGau, que se había encargado de
guardia, vigilaba la entrada decaverna. Estaba cansado; pensamiento, escaso y fugitivo, no
despertaba sino para atender a ruidos repentinos, a los oloaumentados o nuevos, a las caída
a las ráfagas del viento. Estinvadido de una somnolencia queembotaba totalmente, salvo el sent
del peligro y de la necesidad.La brusca huida de un antílophizo levantar la cabeza. Enton
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entrevió, al otro lado del río, sola cima abrupta de una colina, u
silueta maciza que avanzoscilando. Los miembros pesadoligeros a la vez; la cabeza grand
fuerte, de afilado hocico, y cieextraña apariencia humadescubrían en aquel ser viviente
oso. Gau conocía al oso de cavernas, coloso de frente abombque vivía pacíficamente en
refugios y en sus tierras de paplantívoro al cual el hamúnicamente inducía alguna vez
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buscar la carne. El que Gau vavanzar no parecía de esta clase
estuvo seguro de ello cuando el brdestacó su silueta al claro de lutenía el cráneo aplastado y el p
grisáceo; en sus movimienreconoció el aplomo, la amenazla ferocidad de las bes
carnívoras: el oso gris, rival de grandes felinos.Gau se acordó de las leyen
contadas en el seno de la tribu los que habían viajado por las tieraltas. El oso gris derriba al auroc
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al auro y los arrastra más fácilmeque el leopardo al antílope.
zarpas pueden abrir en canal, desolo golpe, el pecho y el vientreun hombre; ahoga al caballo entre
brazos; desafía al tigre y al lamarillento; y según creía el viGoún, no cede más que al l
gigante, al mamut y al rinoceronte.El Hijo del Saiga no sintiósúbito miedo que hab
experimentado ante el tigre, pueshaber encontrado una vez al osolas cavernas, le había parec
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indiferente y benévolo. Este recuele tranquilizó enseguida; pero
andar de la fiera le pareció mequívoco a medida que se precissu silueta, de tal modo que el jo
acudió a su jefe. No tuvo más que tocarle la mael alto cuerpo se levantó en
sombra. —¿Qué quiere Gau? —preguNaóh saliendo a la boca de
caverna.El joven nómada tendió la mhacia la cumbre de la colina, y en
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rostro del jefe se pintó consternación.
—¡El Oso Gris!Volvió la vista a la caverHabía tenido cuidado en reu
grandes piedras y ramaje; a mhabía algunos bloques que podhacer muy difícil la entrada. P
Naóh pensaba en huir, y no posible sino hacia el lado abrevadero. Si el animal, vel
infatigable y tozudo, se decidía la persecución, alcanzaría casi seguridad a los fugitivos. El ún
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recurso consistía en trepar a árbol, pues el oso gris no
trepador; pero, en cambio, era cade esperar a su presa por tiemindefinido, y además sólo había
las inmediaciones árboles delgadas ramas.¿Es que la fiera había visto a G
agachado, confundido con pedruscos, atento a no hacer ninmovimiento inútil? ¿O bien era
habitante de la caverna, de vueltella tras un largo viaje? MientNaóh pensaba en esto, la be
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comenzó a descender la ráppendiente. Apenas hubo llegado a
terreno menos incómodo, levantócabeza, olfateó la húmeda atmósfy tomó el trote. Por un instante,
de Ulhamr creyeron que se alejapero se detuvo en el sitio por doel saliente era accesible: así
retirada de los hombres se haimpracticable. Hacia arriba, aquespecie de cornisa se interrump
cortada a pico como estaba la rohacia abajo, habría sido preciso hante las miradas del oso, el c
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tendría tiempo de pasar el estrerío y cerrar el paso a los fugitiv
No había más remedio que aguarla partida del oso o el ataque acaverna.
Naóh despertó a Nam y los tse pusieron a acercar bloques aentrada de la cueva.
Después de vacilar un pocooso se decidió a pasar el río. Llcalmosamente a la orilla opuest
trepó a la cornisa. A medida queacercaba, los Ulhamr vieron mejormusculosa estructura, y sus dien
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que relucían a la luz de la Luna. Ny Gau tiritaban. El amor a la v
hinchaba su pecho; el instinto dedebilidad humana oprimía su aliensu juventud palpitó, como palpita
el temeroso corazón de los pájarNi Naóh mismo estaba tranquConocía al adversario y sabía que
necesitaría mucho tiempo para muerte a tres hombres. Y su grupiel, sus huesos de granito, eran c
invulnerables a la azagaya, al hachal venablo.Entretanto, los nómadas acaba
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de acarrear los bloques y enseguia la entrada de la cueva sólo qu
un agujero, a la derecha y a la altde un hombre. Cuando el oso estucerca, sacudió la cabeza gruñend
miró asombrado: había olido a hombres y oyó el rumor de su tarpero no había pensado encon
obstruido el refugio donde hapasado tantas estaciones; una oscasociación se hizo en su cere
entre el cierre de la guarida y los la ocupaban. Por otra parte, coreconocía el olor de anima
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débiles, con los cuales contsaciarse, no mostró la me
prudencia. Pero estaba perplejo.Si se desperezaba a la luz deluna, cómodamente abrigado en
piel, mostrando el pecho argentadbalanceando sus cónicas faucDespués se irritó repentinamen
porque era de humor huraño y brucasi del todo ajeno a la alegríalanzó roncos gruñidos. Entonc
lleno de impaciencia, se levasobre sus patas traseras y parecióhombre inmenso y velludo,
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piernas excesivamente cortas y torso desmesurado. Y se incl
hacia el agujero que permaneabierto.En la penumbra, Gau y N
tenían preparadas las hachas; el Hdel Leopardo levantaba la maesperando que la fiera meti
adentro las patas, pdestrozárselas. Pero lo que asofue el cráneo enorme, la fre
forrada, el hocico baboso y dientes como puntas de arpón. hachas se abatieron, la maza vol
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imponente, a causa de los cantosla abertura; el oso, rugien
retrocedió. No estaba herininguna traza de sangre enrojecíacuello; sólo la agitación de
mandíbulas y la fosforescencia sus pupilas anunciaban indignación de la fuerza ofendida.
Sin embargo, no desdeñó lección y cambió de táctica. Animescarbador, dotado de un afina
sentido de los obstáculos, sabía a veces es mejor derribarlos afrontar un pasaje peligroso. Tentó
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parapeto, lo empujó y vio vibraba en sus encontronazos.
La fiera, aumentando su esfuey empleando las patas, el hombrel cráneo, tan pronto embestía con
la barrera como tiraba de las piedcon las zarpas. Así consigdescubrir un punto flaco
parapeto, y lo hizo oscilar. Entonse encarnizó en el mismo sitio, mfavorable para él cuanto que
brazos de los hombres edemasiado cortos para alcanzaPor su parte, los nómadas no
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entretuvieron en esfuerzos inútiGau y Naóh, apuntalando con
cuerpos la peña, consiguiecontener su oscilación, mienNam, asomándose por la abertu
acechaba el ojo de la fiera, intención de clavarle la azagaya.Muy pronto se dio cuenta
asaltante de que el punto débil inconmovible. Este caminesperado, que contradecía
comprensión y su experiencia, dejó estupefacto y le exasperó. detuvo, sentado sobre sus pa
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traseras, examino In pared, la olisacudió la cabeza con aire
incredulidad. Al fin, pensó si habría engañado, volvió obstáculo, dio un zarpazo, emp
con el hombro y comprobó queresistencia persistía, perdió tprudencia y se abandonó a su natu
brutalidad.La abertura libre le hipnotizóparecía la única vía franqueable y
lanzó a ella enloquecido. Uazagaya, silbando, le hirió juntopárpado; pero no logró aflojar
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embestida, que fue irresistible. Tola impetuosa máquina, la masa
carne donde la sangre circultorrencialmente, concentró energías y el parapeto se derrumbó
Naóh y Gau habían saltado hael fondo de la caverna. Nam, queencontró entre las monstruosas pa
ni siquiera pensó en defenderse;quedó como el antílope alcanzpor la gran pantera, como el caba
derribado por el león: los bratendidos, la boca entreabieesperando la muerte en una crisis
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embotamiento. Pero Nasorprendido al primer instan
recobró el ardor combativo distingue a los jefes y sostieneraza. De igual manera que Nam
abandonó a sí mismo en resignación, él se abandonó enlucha. Tiró el hacha, que juzg
inútil, y empuñó a dos manos la mde encina, erizada de nudos.La fiera vio cómo se acercaba
aplazando el aniquilamiento dedébil presa que palpitaba a plantas, alzó toda su fuerza contra
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adversario, garras y dientes en rismientras el Ulhamr descargaba
terrible maza. El arma dio primechocando contra la mandíbula oso, y uno de los nudos le tocó
hocico. El golpe, dado de travépoco eficaz, fue tan doloroso quefiera se dobló sobre sí misma.
segundo mazazo del nómada rebsobre un cráneo indestructible. Yel coloso gris se revolvía y
abalanzaba frenético, cuando Ulhamr corrió a refugiarse enoscuridad, en un saliente de la ro
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Al ver la embestida del oso, esquel cuerpo y el bruto dio furiosame
contra el granito. Mientras caíasuelo, Naóh, ebrio de coraje, aplasucesivamente el hocico, las pata
las mandíbulas del oso, mienNam y Gau le abrían a hachazosvientre.
Cuando al fin la enorme mcesó de resollar, los nómadas miraron en silencio. Fue aquel
momento prodigioso. Naóh apareante sus compañeros como el mtemible de los Ulhamr, pues
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Faúhm ni Noo, Hijo del Tigre,ninguno de los misteriosos guerre
cuyas hazañas recordaba Goún, ellos Huesos Secos, habían derribal oso gris, a mazazos. Y la leyen
se grabó en el cráneo de los jóvepara transmitirse a las generacioneagrandar sus esperanzas, si N
Gau y Naóh no perecían en conquista del Fuego.
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4LA NOCHE EN LA
SELVA
na luna había transcurriDesde muchos días at Naóh y sus compañer
avanzando siempre hacia el Shabían llegado al confín de la saby atravesaban la selva, que pare
interminable, cortada por islas hierbas y piedras, lagos, pantanohondonadas. La selva descen
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lentamente, con inesperarepechos, de manera que produ
plantas de toda especie y todas variedades de animales. Podencontrarse en ella el tigre, el l
amarillo, el leopardo; el chimpagigante, que vivía solitario algunas hembras y cuya fue
sobrepasaba a la del homordinario; la hiena, el jabalí, el loel gamo, el ciervo, el corzo y
carnero montaraz. El rinoceropaseaba por ella su espesa corazaincluso, tal vez, se mostraría el l
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gigante, ya raro, pues su extinchabía comenzado desde centena
de siglos atrás.Se encontraba también allí mamut, devastador de bosqu
triturador de ramas y desenterrade raíces, cuyo paso era masolador que los ciclones y tromba
En aquel temible paraje, nómadas hallaron comida abundancia; pero ellos mismos
consideraban una presa para comedores de carne. Avanzabprudentemente, en triángulo,
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manera que abarcaran el maespacio posible. Sus afina
sentidos podían, durante el dpreservarles de emboscadas, ya sus peores enemigos no solían ca
más que de noche. Los granfelinos, en efecto, no tenían a la del sol la vista tan rápida como
hombres, y su olfato tampoco comparable con el de los lobÉstos habrían sido más difíciles
despistar; pero en el corazón bosque no se atrevían a acosar a useres tan amenazadores como
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Ulhamr. El más potente entre osos, el coloso de las cavernas,
cazaba nunca, a menos que lo forzel hambre, ya que en el boshallaba pacíficamente las plan
necesarias para satisfacer voracidad. Y en cuanto al oso gque no merodeaba s
accidentalmente fuera de los parahúmedos, se descubría a distancia No obstante, los días esta
cargados de alarmas y las noceran aterradoras. Los Ulhaescogían cuidadosamente los sit
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de refugio, haciendo alto mucho ande anochecer. Con frecuencia
refugiaban en algún hoyo o cueotras veces se encaramaban a cercado formado por ellos mism
con grandes pedruscos; o bmetidos en algún profundo matorsembraban de obstáculos
cercanías y alguna vez escogíanespeso grupo de árboles donfortificarse.
Pero lo que más les hapadecer era la ausencia del fuego.llegar las noches sin Luna,
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parecía entrar para siempre en tinieblas: esas tinieblas que pesa
sobre sus hombros y les engullTodas las noches acechaban matorrales, como si fueran a
centellear y agrandarse la perdllama de su jaula; pero sdistinguían las altas y lejanas chis
de las estrellas o los ojos de ufiera. Hundidos en la crinmensidad, su propia flaqueza
abrumaba. Quizá habrían padecmenos en la Horda, sintiendo multitud de los suyos en torno; en
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interminable soledad, se les oprimel pecho.
La selva se abrió. En tanto qu
país de los árboles continullenando el Poniente, hacia Levase extendió la llanura, parte saban
parte maleza, con algunos disperislotes de árboles. La hiedefendía sus dominios contra
grandes vegetales, ayudada por uros, los aurochs, los ciervos, saigaes, tos hemíonos y los cabal
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todos los cuales ramoneaban tiernos brotes. Rodeado de álam
negros, de cenicientos sauces, álamos temblones, de alisos, uncos y cañas, un río se desliz
hacia Oriente. Algunas piederráticas se destacaban en marojizas; y aunque todavía estaban
pleno día, las largas sombdominaban los rayos del Sol. Lnómadas contemplaron con recelo
paisaje: debían pasar por allí mucfieras, a la hora en que se extinguluz. Por lo tanto, se apresuraron
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beber, y luego exploraron el terreComo la mayoría de las pied
erráticas eran solitarias, no podservirles; otras, en grupos, exigíanlargo trabajo de fortificación. Y
se descorazonaban, dispuestosvolver al bosque, cuando Nam divunos bloques enormes, muy jun
dos de los cuales, juntándose enalto, formaban una cavidad cuatro aberturas. Tres de e
permitían la entrada a animales mpequeños que el hombre: lobperros, panteras. La otra sólo po
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dar paso a un guerrero de fuecontextura, a condición de
entrara arrastrándose, pecho a tieera sin duda impracticable para ostigres y leones.
A la seña que les hizo compañero, acudieron Gau y NaAl principio dudaron de que é
pudiera deslizarse en el refugio, su mayor corpulencia; pero Natendiéndose en el suelo y ladeando
cabeza, entró sin dificultad y saluego de la misma manera: de sueque se encontraron en un cobijo m
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seguro que todos los que habtenido hasta entonces, pues
piedras eran tan grandes y estatan firmemente empotradas que nirebaño de mamuts habría pod
apartarlas. Tampoco faltaba espacpues habrían cabido en cómodamente, diez hombres.
La perspectiva de una notranquila regocijó a los nómadas. primera vez desde su partida pod
reírse de todos los carnívoros deselva. Comieron la carne cruda decervatillo, acompañada de nue
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que habían cogido en el bosqueluego fueron a examinar el terre
Algún ciervo, algún cordesfilaban en busca del agua; ucuervos alzaron el vuelo lanzan
gritos de guerra; un águila se ceren las nubes. Luego, un lince diosalto, persiguiendo a una cerceta
un leopardo se deslizó furtivameentre los sauces.La sombra se alargaba todaví
muy pronto cubrió la sabana; el caía detrás de los árboles, comoinmenso brasero esférico; y
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acercó la hora en que la vida de carnívoros iba a dominar la soled
Nada la anunciaba aún; sólo se un cálido aleteo de gorriones, cuales, solitarios o en den
bandadas, Lanzaban al Sol su himrápido, himno de pena y de temante la gran noche siniestra.
Entonces salió de la selva un u¿De dónde venía? ¿Qué aventuratenía aislado de sus compañer
¿Se habría rezagado? ¿Habría, pocontrario, avanzado en excesoamenazado luego por los meteoro
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los enemigos, había huido al azLos nómadas no le pregunta
siquiera, asaltados únicamente popasión de la presa; pues si cazadores de su tribu no atacaba
los grandes herbívoros cuando ien manadas, en cambio acechabalos solitarios, sobre todo a
débiles y a los heridos. La bravurla tenacidad del uro se encuentrala raza de los toros actuales, pero
cabeza del uro era más inteligenLa especie se hallaba en su apogÁgiles, con una respiración viva,
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claro sentido del peligro y umaravillosa astucia, esos fuer
organismos circulamagníficamente por el planeta. Naóh lanzó un sordo alarido y
puso en pie. Después de la victosobre una fiera, nada más glorique derribar a un gran herbívoro.
Ulhamr sintió en su corazón instinto que sostiene todo lo que necesario para el desenvolvimie
del hombre; y su ardor aumentabmedida que veía acercarse el anpecho y los relucientes cuernos. P
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a la vez sentía la voz de otro instinno destruir en vano la carne que si
para el alimento. Ya que tenía cafresca, pues la caza abundaba, acordó de su triunfo contra el os
uzgó menos meritorio derribar uro. Bajó la azagaya que iba a lany renunció a una caza en la c
podía estropear sus armas, mientel uro, avanzando lentamente, dirigía hacia el río.
De pronto, los tres homblevantaron la cabeza, dilatados sentidos por la inminencia
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peligro. La duda fue corta: NamGau, a una seña del jefe,
deslizaron bajo las piedras de refugio. Y él mismo les segucuando un megaceros salió de
selva. Todo el animal era un vértde fuga. La cabeza echada haatrás, vertiendo por las lan
espuma teñida de sangre, y con patas rebotando como ramas de ártronchadas por el huracán, ha
dado cosa de treinta saltos, cuandsu vez apareció su enemigo. Eratigre de miembros achaparrados y
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elásticas vértebras, cuyo cuerpocada empuje franqueaba cua
metros de distancia. Al ver flexibles saltos, se habría dicho se deslizaba por el aire; y cada
que tocaba el suelo hacía una pabreve, como una reconcentraciónenergía.
El megaceros no se para punto; cada salto era la continuacacelerada del salto precedente.
aquel instante perdía terreno, ppara el tigre la carrera sólo acabde empezar, mientras que
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perseguido la había iniciado demuy lejos.
—¡El Tigre alcanzará al GCiervo! —dijo Nam con temblorosa.
Naóh, que contemplapasionadamente aquella carespondió:
—¡El Gran Ciervo es infatigab No lejos del río, la ventaja llevaba el megaceros quedó reduc
a la mitad, y en una tensión supreaumentó su empuje. Los dos cuerse proyectaron con una rapidez igu
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pues los saltos del tigre se hiciemás cortos. Y sin duda éste hab
renunciado a la persecución de haber estado tan cerca el río, donesperaba ganar terreno a nado,
que su largo y sinuoso cueaventajaban en el agua a cualquotro animal. Al llegar el tigre a
orilla, se deslizó con extraordinavelocidad en la corriente; peroperseguido, que avanzaba no me
rápidamente, se hallaba a unos veimetros de distancia. Fue aquél momento crítico entre la vida y
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muerte. Como el río no era mancho, el megaceros debía llegar
otra orilla guardando alguna ventsi vacilaba tentando el terrenosalir del agua estaría perdido. É
sabía e incluso arriesgó un ropara escoger el punto de abordajepequeño promontorio guijarroso
suave pendiente. Pero, aunhubiese calculado con exactitudsalida del río, tuvo el gran ciervo u
vacilación, durante la cual el tigrele acercó Finalmente, el herbívoroalzó fuera del agua. Estaba a u
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ocho metros tierra adentro cuandotigre llegó llegó a la orilla y dio
primer salto, que fue corto y torpefelino se enredó en sus propias patropezó y rodó por el suelo;
megaceros había ganado la partidebía abandonarse la persecucióntigre lo comprendió así,
acordándose de una alta siluentrevista durante la carrera, apresuró a volver atrás, cruzand
nado el río. EI uro estaba aún avista…Al paso del tigre y el megace
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había retrocedido hasta el bosqLuego demostró una incertidum
que fue aumentando i medida quegran felino se alejaba, y sobre tocuando desapareció entre las cañ
El uro, no obstante, se decidía poretirada cuando un olor temible fudar en sus narices. Alargó el cue
y convencido del peligro, sin dubuscó por dónde escapar. Así lleno lejos de las piedras erráticas
ocultaban a Naóh y sus compañerdonde el efluvio humano le recoun ataque en que le había herido
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proyectil cuando era joven y débilotra vez se desvió.
Emprendió el trote e iba yadesaparecer en los matorracuando se detuvo en seco: el ti
llegaba con paso rápido. No teméste que el uro, como el megacerse le escapase a la carrera; pero
fracaso le tenía impaciente. A vista de la fiera, el toro salió deincertidumbre, y como no ignor
que no podía esperar salvaciónlas piernas, hizo frente al peligBaja la cabeza, escarbando la tie
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se mostró, con su ancho pecho rojy sus encendidos ojos violáceos,
hermoso guerrero de la selva y dellanura; una rabia sombría aventó temores; la sangre que se agolpab
pecho era la sangre del combateinstinto de conservación transformó en bravura.
El tigre, reconociendo la valíasu adversario, no le atbruscamente, antes vol
sinuosidades de reptil, en espera movimiento precipitado desconcertado que le permiti
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cabalgar a la grupa del tororomperle las vértebras o la yugu
Pero el uro, atento siempre a evoluciones del agresor, presentcada vi, la maciza frente y
cuernos agudos…De repente, el carnívoro quedo inmóvil. Con las patas rígid
fijos y como huraños los grandeamarillos ojos, miraba avanzar bruto monstruoso. Parecía un tig
pero su talla era más alta y compay recordaba también al león pormelena, su profundo pecho y
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gravedad de su apostura. Aunqavanzaba sin detenerse, con
sensación de su supremamostraba la incertidumbre del animque no está en su propio cazade
¡El tigre, en cambio, se hallaba encasa! Desde hacía diez estaciodominaba el paraje; y las ot
fieras, como el leopardo, la panterla hiena, vivían a su sombra. Topresa era suya desde el momento
que él la había escogido; ningucriatura se levantaba ante él cuanal azar de los encuentros, degoll
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al ciervo, al gamo, al megacerosuro, al auroch o al antílope. El
gris pasó, quizá en la estación fpor sus reales dominios; otros tigvivían al Norte, y los leones en
inmediaciones del río. Pero ninguse había presentado a poner a prusu poder, y él sólo había deb
apartarse al paso del invulnerarinoceronte o del mamut de macipatas, estimando demasiado ruda
tarea de combatirlos. Adesconocía la extraña forma acababa de aparecer, y sus senti
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abandonar por ello su expresiónamenaza. Cuando la distancia en
ambos fue lo bastante corta, el letigre, hinchando el vasto pecrugió; y luego, alargando el cue
hasta rozar la tierra con el viendio su primer salto de ataque, salto de más de diez metros. El ti
retrocedió; y al segundo salto coloso, se volvió para retirarse. embargo, este movimiento apenas
apuntado, porque el furor le hafirmarse en su punto; sus amariojos verdearon; aceptaba el comb
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Y era que no estaba ya solo. hembra acababa de saltar sobre
hierba y acudía brillante, impetuosmagnífica en socorro de su macholeón gigante vacilo otra vez, dudan
de su fuerza. Quizá en aqmomento se habría retirado, dejanlibre el campo a los tigres, si
adversario, sobreexcitado por maullidos de la cercana hembra,hubiese demostrado el intento
tomar la ofensiva. El enorme felpodía resignarse a ceder el terrepero su terrible musculatura,
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del enemigo, y poco le faltó plograrlo. Pero unas sacudi
bruscas, precisas, le rechazaron;encontró derribado bajo una psoberana, y el león gigante empez
abrirle el vientre. Sus azulaentrañas saltaron, la sangre tillóescarlata las hierbas, un espant
clamor hizo temblar la sabana, yleón-tigre empezaba a quebrantar huesos de su víctima, cuando
hembra se acercó, vacilante, olfala carne caliente, la derrota demacho, y lanzó un maull
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llamándole.A este grito, el tigre se incorp
y una suprema onda belicosa atravesó el cráneo; pero, al primpaso, sus propias entrañas
detuvieron y se quedó inmódesfallecidos los miembros y ojos aún llenos de vida. La hem
midió instintivamente lo que energía restaba al que durante latiempo había compartido con ella
palpitantes presas, velado sobre crías y defendido la especie conlos innumerables peligros. U
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misteriosa ternura sacudió sus runervios; recordó, de golpe,
comunidad de sus luchas, gocepadecimientos. Y luego la ley denaturaleza la ablandó: se dio cue
de que una fuerza más terrible qude los tigres se levantaba frentella; y, estremecida por la necesid
de vivir, lanzando una sorda quejuna larga mirada a sus espaldas, ha esconderse en el matorral. El l
gigante no quiso seguirla. Saborela supremacía de sus múscuaspiraba la atmósfera del anochec
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esa atmósfera de aventura y de caEl tigre no le inquietaba ya;
espiaba, no obstante, vacilando exterminarle por completo, porera prudente y, una vez venced
tenía miedo a las heridas inútiles…La hora roja había llegadeslizándose por la profundidad
los bosques, lenta, variable insidiosa. Las bestias diurcallaron. Se oían a intervalos
aullidos de los lobos, el ladridolos perros, la risa de la hiena,suspiro de un ave de rapiña, el cr
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de las ranas, o el leve chirriar algún tardío saltamontes. Mientra
Sol moría detrás de un océano frondas, la Luna inmensa se vioOriente.
No se veían más animales quedos fieras: el uro había desaparecdurante la lucha; ocultos en
penumbra, mil hocicos sutolfateaban la terrible presencia. león gigante sentía una vez más
debilidad de su poder. Presas número palpitaban en el fondo deespesura y en los claros de la sel
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y, sin embargo, cada día le acechel hambre. Su propia aureola
traicionaba más infaliblemente su propia apostura, que el crujir dtierra, de las hierbas, hojas y rama
su paso. Este ambiente se extenacre y feroz, y se hacía palpablelas tinieblas y hasta sobre
superficie de las aguconstituyendo el terror y salvaguardia de los débi
Entonces, todo huía, ocultándosdesvaneciéndose. La tierra queddesierta; no había ya vida; no ha
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caza. Y el gran felino parecía soloel mundo.
Mientras cerraba la noche, coloso tenía hambre. Arrojado deterritorio por un cataclismo, ha
pasado grandes y pequeños ríovagado por desconocidos horizonY ahora, en un aire nue
conquistado por la derrota del tigaguzaba el olfato y buscaba enbrisa el olor de carnes vivien
Todas las presas le parecielejanas; percibía apenas el rocelos animalitos ocultos entre la hier
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algunos nidos de pájaros, dos garposadas en la horquilla de un ála
negro, cuya vigilancia no se habdejado sorprender, aun cuando felino habría podido trepar al árb
Pero ni aun esto podía, pues deque alcanzó toda su corpulenciano alcanzaba sino troncos bajos
lo sumo llegaba a las ramas mgruesas.El hambre le hizo volverse ha
aquella onda tibia que emanaba las entrañas del vencido. Se acercella y la olfateó; pero le repugn
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como un veneno. Entoncimpaciente, salto sobre el tigre,
rompió las vertebras, y luego se pa merodear. El perfil de las piederráticas llamó su atención. Co
estaban contra viento y su olfatoera tan sutil como el de los lobos,se había dado cuenta de la presen
de hombres. Al acercarse, adivque la presa estaba allí; y esperanza aceleró su aliento.
Los Ulhamr, con el corapalpitante, contemplaban la elev
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silueta del carnívoro. Desde la hude los megaceros, toda la sinie
leyenda, todo lo que hace temblalos vivientes, había pasado ante ojos. A la cárdena claridad
crepúsculo veían al león-tigre vueltas en torno de su refugio;hocico hozaba los intersticios;
ojos lanzaban fulgores de estreverdes; todo su ser respiraba impaciencia y el hambre.
Al llegar delante del orificio donde se habían deslizado hombres, se estiró, intentan
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introducir la cabeza y los hombrLos nómadas llegaron a dudar de
estabilidad de las piedras: a condulación del gran cuerpo, NamGau se encogían con un suspiro
horror. La rabia animaba a Narabia de presa codiciada, inteligencia nueva contra el antig
instinto y su poder excesivo. Ecólera aumentó cuando la fierapuso a escarbar en la tierra. Aun
el león gigante no fuese un animcavador, sabía ensanchar una salo derribar un obstáculo. Su tentat
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consternó a los hombres; tanto Naóh, agachándose, asestó
arponazo al león. La fiera, heridala cabeza, lanzó un gruñido ferocesó de escarbar. Sus fosforescen
ojos registraban la penumbnictálope, distinguía claramente tres siluetas, más irritantes cua
más cercanas.Se puso a dar vueltas al acectanteando las aberturas; y cada
volvía a la mayor, por la cual habentrado los hombres. Se puso ovez a escarbar el suelo; y otra
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venablo interrumpió su trabajo yobligo a retroceder, pero con men
sorpresa. En su opaco cereconcibió que la entrada en aqrefugio era imposible; mas
abandonaba la presa, con esperanza de que no podría escaal estar tan cerca. Después de
último olfato y una mirada, hcomo si olvidara la existencia aquellos hombres, y se dirigió a
selva.Los tres nómadas exultaalegría: el refugio les pareció m
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seguro, y más deliciosa la noche. Funo de aquellos instantes en que
nervios se afinan y los múscurebosan alegría. Un tropel sentimientos agitaba sus alm
indecisas, evocándoles la bellprimordial. Amaban la vida y lo la rodeaba, gustaban un raro pla
compuesto de todas las cosas, ufelicidad creada fuera y por encide la acción inmediata. Y como
podían comunicarse tal impresiónsiquiera pensar en comunicárselamiraban uno a otro riendo, con
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alegría contagiosa que sresplandece en el rostro del homb
Sin duda esperaban que el lgigante volviera; pero, no tenienuna noción precisa del tiempo —
les habría sido funesta—, gozabanpresente en su plenitud. La duracque separaba el crepúsculo de
noche del crepúsculo matutino parecía inagotable.
Según su costumbre, Naóh había encargado de la primguardia. No tenía sueño. Excit
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por la batalla entre el tigre y el lgigante, en cuanto Gau y Nam
hubieron acostado en el suelo, sinagitarse las nociones que la tradicy la experiencia habían acumulado
su intelecto. Extinguidas en su mede salvaje las luces de la revelacprimitiva, estas nociones se liga
de manera confusa, formando leyenda del Mundo; y ya el munera vasto en la inteligencia de
Ulhamr. Conocían el camino del y de la Luna; el ciclo de las tiniebque siguen a la luz, y de la luz
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sigue a las tinieblas; el de la estacfría alternando con la cálida; el cu
de los pequeños y grandes ríos;nacimiento, la vejez y la muertelos hombres; la forma, los hábito
la fuerza de los innumerables brutel crecimiento de hierbas y árboel arte de fabricas el venablo,
hacha, la maza, el rascador, el arpy el de servirse de ellos; el curso viento y de las nubes; el capricho
la lluvia y la ferocidad del raFinalmente conocían el fuego —más terrible y la más suave de
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cosas creadas—, bastante fuerte pdestruir toda una sabana y toda
selva, con sus mamuts, rinocerontes, sus leones, tigresosos, sus aurochs y sus uros.
La vida del Fuego hafascinado siempre a Naóh. Como animales, el fuego necesita u
presa: se alimenta de ramas, hiersecas y grasa; crece; cada fuego nde otro fuego, y calla luego pu
morir. Pero el tamaño de todo fuees ilimitado y, por otra parte, permser dividido sin limitación; c
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pedazo puede vivir de por Disminuye cuando se le priva
alimento; entonces se empequeñhasta ser como una abeja, como umosca; y ello no obstante, po
renacer a lo largo de una briznahierba y hacerse grande como pantano. Es una bestia y no lo es.
tiene patas, ni cuerpo rastrero; y embargo, cuando corre deja atrálos mismos antílopes. Carece de a
y vuela por las nubes; no tigarganta y sopla, ronca y ruge; manos ni garras, se apodera de t
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basálticas, Naóh, lleno de un sudeseo, veía el hogar del campame
y los fulgores que rozaban semblante de Gamla. La Lascendente le recordaba la rem
llama. ¿De qué lugar de la tiesalía la Luna, y por qué, como el mismo, no se extinguía? Mengua
es verdad; noches había en que era más que un fuego ruin, comoque corre a lo largo de una ramita
después se reanimaba. Sin duHombres-Ocultos debían de cuiday alimentarla según las época
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después un ciervo de cien cuerpasa a contraluz, como una flec
Naóh distingue sus secas piernascuerpo de color de tierra y de ency la cornamenta doblada sobre
pescuezo. Pasa y desaparece. Lueunos lobos muestran el redoncráneo, los finos hocicos, las pa
firmes y vivas; tienen pálido vientre, rojizos los flancos y dorso, y una banda negruzca que
dibuja el espinazo. Fuertes múscuhinchan su pescuezo; toda su apostrevela algo taimado, juicioso
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complejo, subrayado además poroblicua mirada. Ventean el cier
pero éste también, en la humedadlas penumbras, ha descubierto a enemigos y ha tomado un ava
considerable. Los inteligentes olfadistinguen el decrecimiento continde los efluvios: los lobos saben
el herbívoro gana terreno. embargo, atraviesan la sabana hael bosque, donde los más velo
penetran. La persecución parinútil. Vuelven todos lentamendesilusionados; algunos aúllan
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gimen. Después, los olfatos vuela explorar el aire. No descub
cercano sino el cadáver del tigrlos hombres escondidos entre piedras; es decir, una c
demasiado temible y una comida qa despecho de su glotonería, lobos encuentran repugnante.
Sin embargo, se acercan cadáver del tigre, después de hapasado rozando el escondr
humano.
Al principio, los lobos rodea
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Un gran clamor aumentó incertidumbre: eran quejas, aullid
risotadas burlonas. Y seis hiesurgieron al claro de LuAvanzaban con paso equívoco, a
el robusto cuarto delantero, y el torebajado y estrecho hasta acabarunas frágiles patas. Zambas,
corta mandíbula capaz de triturar huesos leoninos, con la puptriangular, la oreja puntiaguda
áspera la melena, las hienas revolvían, soslayaban o brincacomo saltamontes. Los lo
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sintieron aumentar el espanthedor que despiden sus glándulas.
Las hienas eran merodeadorasgran tamaño, que por la fueenorme de sus mandíbulas habr
podido hacer frente al iir.ie mismPero no se batían jamás, sinoverse acorraladas; esto ocurría po
veces, pues ningún vagabuncazador apreciaba su carne fétidalos demás comedores de carro
eran más débiles que ellas. A pede conocer su superioridad sobre lobos, vacilaban, daban vue
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sobre la luz lunar, acerándoseretrocediendo, lanzando a interva
desgarradores quejidos. Al entraron al asalto las seis a la vez. No intentaron los lo
resistencia alguna; pero, segurossu superior agilidad, permaneciea corta distancia. Por lo mismo
se les iba de las manos, echaronmenos la presa desdeñada; y davueltas en torno a las hien
lanzando repentinos aullidos, escarceos de ataque y maliciogestos, contentos de inquietar
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ellos a sus enemigos.Las hienas, gruñen
sombríamente, se cebaban en cadáver del tigre. Lo habrpreferido putrefacto y cubierto
gusanos; pero sus últimas comihabían sido escasas y la presencia1os lobos excitaba su voracid
Saborearon en primer lugar entrañas; después de triturar costillas con sus indestructib
dientes, extirparon el corazón, pulmones, el hígado, la lenrasposa, que la agonía había sac
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afuera, gozando la voluptuosidad rehacer la carne viva con la ca
muerta, y el placer de hartarse lugar de ir a merodeo, con el vienvacío e inquieta la vista. Los lob
que desde el crepúsculo perseguen vano las emanaciones esparcipor el suelo y el aire, sentían ham
y envidia. Enfurecidosdesengañados, varios de ellos fuea olfatear las piedras erráticas, y u
metió la cabeza por una abertuNaóh, desdeñosamente, le asestópuntazo con el venablo. Alcanzada
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el hombro, la bestia se puso a brincon sólo tres patas, lanzando
lastimero aullido. Entonces aullatodos a la vez, escandalosafuertemente; pero su amenaza no
más que un simulacro. Sus cuerrojizos oscilaban a la luz de la Lusus ojos relucían con el ardor y
temor de vivir, sus dientes lanzabfulgores de espuma, mientras finas patas sacudían el suelo con
leve ruido tembloroso o envaraban en la rigidez de la espeEl deseo de comer se les ha
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insoportable. Pero sabiendo detrás de las rocas se ocultaban u
seres fuertes y astutos, únicamente por sorpresa podrsucumbir, cesaron sus rondas y
aglomeraron en consejo de cacambiando gestos y gruñidos; unsentados sobre el cuarto trasero,
fauces alerta; otros, agitadfrotándose mutuamente los espinazLos viejos se destacaban, sobre to
uno grande, de pelaje pálidoamarillos dientes; los demás escuchaban, le contemplaban,
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olían con deferencia. No dudaba Naóh de que
lobos debían de tener un lengupues se entienden para organizar emboscadas, cercar la caza, eleva
durante la persecución y repartirbotín; y los contemplaba con intercomo habría hecho ante un grupo
hombres, procurando adivinar proyectos.Un grupo pasó el río a nado,
restantes lobos se desparramabajo la espesura, y no se oyó más a las hienas encarnizadas en
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restos del tigre.La Luna, menos ancha y m
luminosa, amortiguaba la luz de estrellas; las más débpermanecían invisibles, las m
brillantes parecían mal encendidacomo anegadas bajo una oluminosa. Una somnolencia equív
cubría el bosque y la sabana.veces, una lechuza surcaba atmósfera azul, con el extraordina
silencio de sus alas fofas; a racroaban coros de ranas, posasobre las hojas de ninfeas o izadas
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lo alto de un junco. Las noctuelaslanzaban a sus temblorosas carre
chocando con algún murciélago brujuleaba a través de las sombrasAl fin sonaron aullidos que
respondían a lo largo del río y enprofundidades del matorral: Nadivinó que los lobos habían cerc
una presa, y no tuvo que espemucho para cerciorarse de ello. animal salió al llano; un anim
semejante a un caballo, de tóestrecho; su espinazo estseñalado por una raya oscura. Co
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grisáceo. El acosado hemioescogió aquel camino. El viejo lo
le dejó adelantarse; y cuando animal perseguido estuvo cerca ydisponía ya a dar un rodeo, el lo
lanzó un grave aullido. Y entoncsobre un montículo, otros tres loaparecieron. El hemiono se detuvo
arrojó un largo gemido al sentirtorno a él el dolor y la muerte. llanura, donde su ágil cuerpo ha
sabido frustrar tantas codicestaba cerrada; su astucia, sus pligeros, su fuerza, todo, a la v
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Entonces, en un sobresarecurriendo una vez más a
libertadoras piernas, el vencanimal se lanzó ciegamente a romel cerco y traspasarlo. Derribó
primer lobo, hizo rodar al segunel embriagador espacio se abdelante él. Otro lobo, saliendo
improviso, saltó sobre el costado fugitivo; otros hundieron en él afilados dientes. Desesperadame
el hemiono empezó a cocear; lobo, rota la mandíbula, rodó pohierba; pero la garganta
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lobo viejo volvía con inquietudcabeza hacia el grupo de las hien
Éstas habrían preferido aquella camás tierna y menos ponzoñosa; pno ignoraban que los anima
tímidos se vuelven fieros cuandotrata de defender lo que ganaron su esfuerzo, y ellas hab
presenciado la persecución hemiono y la victoria de los lobAsí, se resignaron a seguir royen
el duro esqueleto del tigre.La Luna estaba a medio camdel cénit. Naóh sintió sueño y Nam
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reveló en la guardia. Se entrevconfusamente el río deslizándose
el vasto silencio. Pero volvió espanto: los oquedales rugieron,troncharon los arbustos, lobos
hienas levantaron, todos a la vez, ensangrentados hocicos; y Galargando el cuello en la sombra
las piedras, aguzó el oído, la vistel olfato… Resonó un grito agonía, tras un breve gruñi
después, las ramas se apartaronleón gigante salió del bosllevando un gamo entre los dien
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Junto a él, humilde todavía, perofamiliar, la hembra del tigre
deslizaba como un reptil gigantesLos dos avanzaron hacia el refude los hombres.
Lleno de temor, Gau tocó hombro de Naóh, y ambos espialargo tiempo a las dos fieras: el l
desgarraba su presa, movimientos amplios y continuoshembra, presa de incertidumbre
bruscos sobresaltos, miraba soslayo al que había vencido amacho. Y Naóh sintió que una hon
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aprensión le oprimía el pecho ycortaba el aliento.
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5EN LA PRADERA
uando la aurora huasomado sobre la tierra,
león gigante y la hembra tigre continuaban junto al esqueldel gamo, dormitando a la pálida del Sol naciente. Los tres hombenterrados en su pétreo refugio, podían apartar los ojos de aquelespantosos vecinos.Una clara alegría palpitaba sobre
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sabana, el bosque y el río. Las garconducían sus garcetas a la pesca
relámpago de nácar precedía zambullida de los somorgujos; todos los matojos y sobre las ram
merodeaban los pajarillos. Ubrusca reverberación señalaba martín pescador; el arrend
desplegaba sus alas azules, plateay rojas; y de cuando en cuandoburlona urraca, chillando desde
horquilla de una rama, balanceabacola, de la cual parecían saalternativamente la luz y la somb
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Entretanto, grajos y cornegraznaban sobre los esqueletos
tigre y el hemíono y, contrariaante aquellas osamentas donde quedaba una hilada de carne, part
en vuelo oblicuo hacia los restos gamo.Allí, dos grandes buit
cenicientos cerraban el paso. Esaves de calvo cuello y ojos de apantanosa no se atrevían a tocar
caza de los felinos. Daban vueltasponían de lado, blandían el picohediondas narices y lo retiraban,
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un contoneo estúpido o danbruscos vuelos. Luego se queda
inmóviles, como sumergidos en sueño, inopinadamente roto por sobresalto. Salvo la mancha rojiz
móvil de una ardilla escondida enlas hojas no se entreveía mamífalguno: el olor de los dos gran
felinos los mantenía en la penumo agazapados en el fondo de madrigueras.
Naóh creía que el recuerdo los pinchazos recibidos había hevolver al león gigante y lamentaba
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inútil acción, pues no dudaba Ulhamr que las dos fieras sabr
entenderse y velarían por turno jua las piedras protectoras. Por cerebro rodaban los relatos en que
demostraba el rencor y la tenacide las fieras ofendidas por hombre. Unas veces, el furor
hinchaba el pecho y se levantblandiendo la maza o el hacha, pesta cólera se apaciguaba pron
pues a despecho de su victoria soel oso gris, Naóh considerabahombre inferior a los gran
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carnívoros. La astucia, que le havalido en la penumbra de la caver
no tendría éxito con la hembra tigre ni con el león gigante. embargo, no veía otro recurso que
combate; y tendría que resignarsmorir de hambre entre las piedraaprovechar el momento en que
hembra estuviese sola. ¿Podcontar con sus jóvenes compañeroSe sacudió como si estuviese
y vio fijos en él los ojos de GaNam. Su fuerza experimentó necesidad de animarlos:
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—Nam y Gau han escapado los dientes del Oso. ¡Tamb
escaparán a las garras del LGigante!Los jóvenes Ulhamr volvieron
cara hacia la espantosa pardormida. Naóh respondió a
pensamientos: —El León Gigante y la hemno estarán siempre juntos. El ham
los separará. Cuando el León estéla selva, nosotros pelearemos; pNam y Gau obedecerán a
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mandatos.La palabra del jefe hinchó
esperanza el pecho de los óvenes; y la muerte mismcombatiendo con Naóh, les pare
menos temible.El Hijo del Álamo, más rápen la expresión, exclamó:
—¡Nam obedecerá hasta muerte.El otro levantó los brazos:
—¡Gau no teme nada al ladoNaóh!El jefe les miraba con dulzu
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aquello fue como si toda la enerdel mundo descendiera a sus pec
en innumerables sensaciones, ningde las cuales hallaba palabras que expresarse; y, lanzando el g
de guerra, Nam y Gau blandieronhachas.Al oír el grito, los felinos
sobresaltaron; los nómadas, en sede desafío, redoblaron sus alaridy entonces las fieras lanza
resoplidos de cólera… Todo vola calmarse. La luz dio la vuelta soel bosque; el sueño de los feli
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tranquilizaba a los ágiles brutos, pasaban furtivamente a lo largo
río; los buitres, a largos intervapillaban algunas tiras de carne gamo muerto; la corola de las flo
se levantaba hacia el Sol; la vidaexhalaba tan densa y tenaz parecía tener que apoderarse
firmamento.Los tres hombres esperaban la misma paciencia que los anima
Nam y Gau se adormecían a raNaóh, hilvanaba y deshilvanaba enmente proyectos fugaces
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monótonos, como los que habhecho un mamut, un lobo o un pe
Les quedaba aún carne para ucomida, pero la sed empezabaatormentarles, aunque no se ha
insoportable, seguramente, svarios días después.Hacia el crepúsculo, el l
gigante se incorporó. Lanzando mirada de fuego sobre las piederráticas, se aseguró de la presen
de los enemigos. No tenía realidad un recuerdo exacto de acontecimientos, pero su instinto
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venganza volvía a encenderse yaumentaba al olor de los Ulha
resopló de cólera e hizo su ronante los intersticios del refugAcordándose al fin de que e
inabordables y lanzaban dardos, cde rondar y se detuvo junto a restos del gamo, de donde los buit
no habían sacado gran cosa. hembra ya estaba allí. No tardamucho en devorar lo que queda
después, el gran león volvió haciapareja la rojiza testa. Ella huretozando alegremente a la luz
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crepúsculo como una llama danzay desapareció en la espesura de
bosquecillo de fresnos. El gran lla siguió lentamente. Nam, al ver que las fieras hab
desaparecido, exclamó: —¡Se han marchado!… ¡Hay pasar el río!
—¿Es que Nam no tiene ya oíni olfato? —replicó Naóh—. ¿Accree poder saltar más rápidame
que el León Gigante? Nam inclinó la cabeza: resoplido cavernoso se levantaba
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entre los fresnos, dando a palabras del jefe un signific
evidente. El joven guerrreconoció que el peligro estaba próximo como antes, cuando
carnívoros dormitaban junto a piedras basálticas.Sin embargo, alguna espera
había en el corazón de los Ulhamrleón-tigre y su hemexperimentaron forzosamente
necesidad de una guarida, pues grandes fieras duermen rara sobre el suelo, al aire libre, y me
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en la estación de las lluvias.Cuando los tres hombres vie
la hoguera del Sol descen>der halas tinieblas experimentaron misma secreta angustia que agita
aquellas horas a los herbívoros envasto país de los árboles y hierbas. Esta angustia aumentó al
que los enemigos regresabanvolvían a olfatear la presencia de hombres, en el momento en que
hundía el astro rojo y un inmeescalofrío de voces hambrientaselevaba sobre la llanura. Las fau
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monstruosas pasaban una y otra delante de los Ulhamr y los o
verdes danzaban como fuegos fatsobre un pantano. Finalmente, león-tigre se agachó, mientras
compañera se deslizaba entre hierbas para acechar la caza ocuentre los matorrales, a la orilla
agua.Grandes estrellas se encendieen las aguas del firmamen
Después, en el espacio entero temla palpitación de aquellas luinmutables, y el archipiélago de
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vía láctea mostró sus golfos, estrechos y sus claras islas.
Gau y Nam no solían contemplos astros, pero Naóh no insensible a ellos. Su alma conf
sacaba de las estrellas un sentmás penetrante espacio. Creía quemayor parte aparecían solame
como polvo de hoguera, variabtodas las noches, pero que alguvolvían con persistencia.
inactividad en que vivían desdevíspera infiltraba en su alma ciepérdida de energía, que le ha
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soñar ante la negra masa de árboles y las finas luces del cielo
dentro de su corazón se exaltaba aextraño que la unía mestrechamente a la tierra.
La Luna se filtró por enramada, iluminando al lgigante, agazapado entre las a
hierbas, y a la hembra, la cvagando de la sabana al bosqprocuraba cobrar alguna pieza. E
maniobra inquietaba a Naóh.Sin embargo, la hembra acpor meterse tan adentro en
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espesura que se habría podcombatir a su compañero. Si
fuerzas de Nam y Gau hubieran scomparables a las suyas, Naóh quse habría arriesgado a la empre
Padecía de sed, y Nam más todavtanto que a pesar de no habellegado aún su turno de guardia,
podía dormir. El joven Ulhamabría en la penumbra sus ofebriles y el mismo Naóh est
triste; jamás había sentido tan grala distancia que le deparaba dehorda, de aquella pequeña isla
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seres, fuera de la cual se perdía encruel inmensidad.
En medio de sus pensamientos
quedó adormecido, con ese sueñovela que el más leve roce disipa.tiempo pasaba debajo de
estrellas, y Naóh sólo se despertóregresar la hembra de caza. No trpieza alguna y parecía cansa
Levantándose, el león-tigre olfaprofundamente y se fue de caza avez, siguiendo también la orilla
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río, agazapándose en los matorray prolongando su camino hasta
bosque. Naóh les espiávidamente. Muchas veces estuvpunto de despertar a sus compañer
pues Nam había sucumbido aj suepero un seguro instinto le adveque la bestia se hallaba
demasiado cerca. Al fin, se decidtocó ligeramente en el hombro de compañeros y, cuando estuvieron
pie murmuro: —Nam y Gau ¿están decididocombatir?
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Ellos respondieron: —El Hijo del Saiga seguirá
Naóh. —Nam combatirá con el arpócon el venablo.
Los jóvenes guerrecontemplaron a la hembra. Aunqestuviera acostada a alguna distan
no dormía, sino que acechaba, vueel dorso a las piedras basálticDurante la guardia, Naóh ha
desembarazado silenciosamente salida. Si la atención de la fieradespertaba enseguida, uno solo
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ellos, a lo más dos, tendría tiemposalir del refugio. Habien
examinado las armas, Naóh emppor sacar afuera su arpón y su may después se arrastró él, con infin
prudencia. La suerte le favorecaullidos de lobos y gritos de antapagaron el ligero rumor de
cuerpo rozando la tierra. ApeNaóh estuvo en la pradera, yacabeza de Gau salía del escondr
el joven guerrero sacó todo el cuecon un brusco impulso. La fivolvió la cabeza y miró fijament
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los nómadas. Sorprendida, no atinmediatamente, dando tiempo a N
para salir a su vez. Sólo entoncesfelino dio un salto y un gran maullde alerta; después, sig
acercándose a los hombres, sin prsegura de que no podían escapársEllos, entretanto, habían levant
sus azagayas. Nam debía lanzarsuya primero, después Gau, y los apuntando a las patas. El Hijo
Álamo aprovechó un momefavorable. El arma silbó, pero hblanco demasiado alto, cerca
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precipitó su embestida.La fiera cayó aplomada sobre
tres hombres. Gau fue abatido enacto por un zarpazo en el pecho, pla pesada maza de Naóh ha
entrado en combate y la fiera aullarota una de sus patas, mientras Nla atacaba con la azagaya. Onduló
animal con prodigiosa rapidaplastó a Nam contra la tierra yenderezó sobre el cuarto trasero p
coger a Naóh. Las monstruofauces se abrieron sobre él consoplo abrasado y fétido; una zarp
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alcanzó… La maza se desplonuevamente. Aullando de dolor,
fiera tuvo un vértigo que permitiónómada deshacerse de elladislocarle otra pata. El animal
una vuelta sobre sí mismo, buscanuna posición de equilibriodesgarrando el aire con la zar
mientras la maza iba cayendo descanso sobre sus miembros. fiera se desplomó, abatida, y N
habría podido exterminarla, pero heridas de sus compañeros inquietaron. Encontró a Gau en p
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rojo el cuerpo de la sangre manaba de su pecho por tres lar
heridas que rayaban la carne. Nparecía aturdido, aunque sus herieran ligeras; pero yacía aplast
por un profundo dolor que abrigaba el pecho y los riñones, ypodía levantarse. A las preguntas
efe, respondió como si estuviatontado.Entonces Naóh preguntó:
—¿Puede venir Gau hasta el rí —Gau irá hasta el río —murmel joven Ulhamr.
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Naóh se echó al suelo, aplicótierra la oreja y aspiró lar
gamente el aire… Nada revella vuelta del león gigante; y comtras la fiebre de la lucha, la sed
les hacía ya intolerable, Náóh tomNam en los brazos y le transpohasta el borde del agua. Una vez a
ayudó a Gau a saciar la sed, bebiómismo largamente y abrevó a Nvertiéndole en la boca el agua
recogía en el hueco de la manoenseguida regresó a su refugio, Nam abrazado contra el pecho
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sosteniendo a Gau, que tropezaba.Los Ulhamr no sabían gran c
de curar heridas, y sólo las cubrcon algunas hojas que su instinmás que su experiencia y reflexi
les hacía escoger entre aromáticas. Naóh volvió a salir pbuscar hojas de menta y sauce
después de machacarlas, las aplsobre el pecho de Gau. La sanmanaba débilmente y nada adve
que las heridas debieran mortales. Nam iba saliendo de estupor, aunque sus miembros y
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especial las piernas permanecinertes. Y Naóh prodigaba palab
sagaces: —Nam y Gau han combatcomo valientes… Los hijos de
Ulhamr proclamarán su valor.Las mejillas de los jóvenesanimaron, con el gozo de ver, una
más, victorioso a su jefe. —¡Naóh ha aterrado al Tigremurmuró el Hijo del Saiga, con
profunda—, tal como haderribado al Oso Gris! —¡No hay guerrero tan fue
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como Naóh! —gemía Nam.Entonces, el Hijo del Leopa
repitió las palabras de esperanza tal fuerza que los heridos saboreala dulzura del porvenir.
—¡Nosotros conquistaremos Fuego!Y añadió:
—El León Gigante está letodavía… Naóh va a cazar.El nómada exploraba la llanu
sin alejarse del río. Alguna vezdetenía delante de la fiera mutilaEstaba viva, y bajo la ca
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ensangrentada los ojos brillabintactos, acechando al poder
guerrero que se movía a alrededor. Las heridas del costaddel dorso eran ligeras, pero las pa
no podrían herir sino al cabo mucho tiempo. Naóh se paraba junto a la fi
vencida, y como le atribimpresiones semejantes a las hombre, exclamaba:
—Naóh ha roto las patas demujer del León gigante… Y la dejado más débil que una loba.
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Al acercarse el guerrero, ellaincorporaba, lanzando un gruñido
cólera y miedo. Naóh levantabamaza: —¡Naóh puede matar a la mu
del León Gigante… y ella no pulevantar una sola de sus garras conNaóh!
Se oyó un rumor confuso; Nse agachó, arrastrándose entre altas hierbas, y aparecieron u
ciervas, huyendo de perinvisibles, pero cuyos ladriresonaban lejos. Apenas percibie
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el olor de la fiera herida y hombre se echaron al agua, p
silbó el dardo de Naóh, y una de ciervas, herida en un costado, qua merced de la corriente. En u
brazadas el guerrero la alcanzó,mató de un mazazo, la cargó en espaldas y se la llevó al refugio
paso ligero, pues olía el pelicercano… Mientras se deslizentre las piedras, el león giga
brotó de la selva.
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6LA FUGA
eis días habían pasado deel combate de los nóma
con la fiera. Las heridasGau cicatrizaban, pero aún no hapodido recuperar la fuerza perdcon la sangre. Nam no padecía pero una de sus piernas le pesabaexceso. Naóh se consumía impaciencia e inquietud. Todas noches el león gigante se ausent
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más lejos, pues la caza conocía cvez mejor su presencia, que satur
las penumbras del bosque y llende horror las orillas del río. Coera voraz y continuaba alimentand
la hembra inválida, su tarea era ruMuchos días uno y otro pasahambre y su vida era más miserab
inquieta que la de los mismos loboLa hembra iba sanando, peroarrastraba sobre la sabana con ta
lentitud y con las patas tan torpque Naóh apenas tenía que alejapara recordarle su derrota. No que
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matarla, porque el cuidado de daalimento fatigaba al león gigant
prolongaba sus ausencias.Entre el hombre y la fimutilada se iba estableciendo u
especie de hábito. Al principio, imágenes del combate le hinchade cólera y miedo el pecho
escuchaba con rabia la voz articuldel hombre, aquella voz irregulavariable, tan distinta de las vo
que roncan, aúllan o rugen. La fialzaba su achaparrada cabezaenseñaba las formidables armas
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sus mandíbulas. Naóh, haciendomolinete con la maza o levantando
hacha, repetía: —¿Qué valen esas garras? Npuede romperte los dientes con
maza o abrirte el vientre con venablo, ¡La hembra del Tigcomparada con Naóh, puede tan p
como el Saiga o el Gamo!La bestia se acostumbraba a esdiscursos y al blandir de las arma
fijaba la luz verde de sus ojos, abiertos del todo, sobre la singusilueta vertical. Aunque se acord
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de los terribles mazazos, no temotros, pues todos los brutos s
creen en la persistencia de lo que renovarse. Como cada vez Nlevantaba la maza sin abatirla,
confiaba en que no volveríadescargarla nunca; y como, por oparte, había comprendido que
hombre era temible, tampoco consideraba ya como una presa, sque se acostumbraba a su presen
según esa familiaridad sin objeto constituye para todos los animauna especie de simpatía. N
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encontraba un cierto placer perdonarle la vida, pues así
victoria era más continua y cierta. suerte que también llegó a sentir ella una confusa inclinación.
Llegó un día en que, duranteausencia del león gigante, Naóh fue ya solo al río, sino que Gau
penosamente con él. Y cuando habbebido, ambos llevaban agua pNam en el hueco de una corteza. U
noche, la fiera mutilaarrastrándose con ayuda de su cuemás bien que con las patas, llegó
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orilla del agua y bebía penosamenpues las márgenes eran har
inclinadas. Naóh y Gau se echaroreír.El Hijo del Leopardo decía:
—Una Hiena es ahora más fueque la hembra del Tigre… ¡Llobos la matarían!
Después, una vez llena la cortese complació en la jactancia ponerla delante de la fiera, la cu
gimiendo suavemente, bebió. Estodivertía tanto que Naóh volvióofrecerle agua y a exclam
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burlonamente: —¡La mujer del León Gigante
sabe ya beber en el río!Y se alegraba de su propoder.
Al octavo día Nam y Gau consideraron con bastantes fuerpara atravesar la llanura; y N
preparó la fuga para la noche, cerró húmeda y densa. El rojcrepúsculo, color de arcilla,
arrastró largo tiempo en el fondo cielo. Las hierbas y los árbolesdoblaban bajo las lloviznas; ca
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las hojas con ruido de alas frágilerumor de insectos. De
profundi>dad de la espesura y de temblorosos matorrales se elevaestruendosos lamentos, porque
fieras estaban tristes y las que tenían hambre se enterraban en hondas guaridas.
Toda la tarde el león gigahabía mostrado un gran malesDespertó de su su
estremeciéndose: la imagen de cómodo refugio, como la cavedonde había vivido antes
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terremoto, atravesaba su memoHabía escogido un hoyo en la sab
y lo había preparado para sí mismpara su nueva hembra. Pero moraba allí a su gusto y N
pensaba que aquella noche, al mistiempo que partiría para la cabuscaría el león algún cobijo men
Así, su ausencia sería larga, y Ulhamr tendrían tiempo de atraveel río. La llovizna favorecería
retirada, pues al mojar la tieborraría el olor de las huellas yleón gigante era poco experto
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seguirlas.Poco antes del crepúsculo
felino empezó a merodear. principio exploró las inmediacionse convenció de que no había c
alguna cercana, y después, cotodas las noches, se hundió enselva. Naóh aguardó, dudando, p
el olor demasiado húmedo de vegetales no dejaba traspafácilmente el de las fieras, y el ru
de las hojas y de la lluvia distraíaoído. Al fin, dio la señal y se pusla cabeza de la expedición, mient
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Nam y Gau le seguían a derechizquierda. Esta táctica perm
prever mejor los encuentros y hamás circunspectos a los nómadas.Ante todo era necesa
franquear el río. Naóh, en sus diarsalidas, había descubierto un puvadeable hasta la mitad de
corriente. Luego sería preciso nahasta una roca, donde recomenzel vado. Antes de emprender el p
del río, los guerreros embrollasus huellas, dando algunos rodunto a la orilla, en direccio
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contrarias, deteniéndose y fijandoplanta de manera que se reforzara
impresión de sus pasos. No convetampoco dirigirse en línea rectavado, y lo hicieron echándose al a
en otro sitio para alcanzarlo luegnado.Una vez en la orilla opue
volvieron a confundir sus pasdescribiendo largas crucescaprichosas curvas, y luego
alejaron andando por encima brazadas de hierba arrancada ensabana: ponían los haces de dos
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dos, pasaban, y entonces retiraban para ponerlos de nuevo m
adelante. Era ésta una estrata>gecon la cual el hombre sobrepasabaingenio del ciervo y la astucia
lobo. Cuando hubieron salvado unos ciento veinte o ciento sesemetros, creyeron haber hecho
suficiente para despistar tpersecución y continuaron su viajelínea recta.
Avanzaron un rato en silencDe pronto, Gau y Nam se mirarmientras Naóh aguzaba el oído. A
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lejos había sonado un gruñido ronque se repitió tres veces, seguido
un largo maullido. Nam exclamó: —¡Es el León Gigante!
—¡Caminemos más deprisa! murmuró Naóh.Anduvieron un centenar de pa
más, sin que se turbase la quietudlas tinieblas; luego, el rugido somás cercano.
—¡El León Gigante está a orilla del río!Apresuraron aún más su carr
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Los rugidos seguían bruscestridentes, llenos de cólera y
impaciencia. Supieron los nómaque la fiera corría, siguiendo embrolladas huellas de los homb
y su corazón les golpeaba el pecomo el hacha al chocar contracorteza de un árbol, porque
consideraban desnudos y débilesmedio de la densa penumbra. Pésta, por otra parte, les tranquiliza
ocultándoles a la vista de animales nocturnos. El león gigano podía seguirles sino pisando
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huellas; y si se llegaba a atravesarío, se encontraría con la estratage
de los hombres, ignorando por dónhabían andado. Un rugido formidarasgó el espacio; Nam y Gau
acercaron a Naóh: —¡El Gran León ha pasadorío! —murmuró Gau.
—¡Seguid! —responimperiosamente el jefe, mientrasse detenía y echaba al suelo para
mejor las vibraciones de la tieUno tras otro, sonaron otros rugido Naóh se levantó y exclamó:
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—¡El Gran León está todavíala otra orilla!
La voz rugiente se debilitabafiera abandonaba la persecución yiba retirando hacia el Norte.
poco probable que otro gran felirrumpiera en aquellos parajes, ycuanto al oso gris, raro ya en el s
donde Naóh lo había combatidebía de ser casi imposible hallatan lejos, en dirección Sur. Y sien
tres, no temían ni al leopardo ni agran pantera.Anduvieron largo tiem
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Aunque la llovizna hubiese cesalas tinieblas eran profundas. U
espesa muralla de nubes cubría estrellas y sólo se percibían eligeras fosforescencias que
escapan de las plantas o se posobre las aguas. Alguna beresollaba en el silencio, o se oía
roce de sus patas; sordos gruñirodaban sobre la mojada hieralgunas fieras, cazando, aullab
gruñían, ladraban.Los Ulhamr se detuvieron precoger los ruidos y los olores,
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constituyen algo así como el meroaéreo de los animales. Finalmen
Nam y Gau comenzaron a cansarNam sentía una cierta debilialrededor de sus huesos; las heri
de Gau estaban más ardientes; habpues, que buscar un abrigo. Ptodavía salvaron otros cuatro
seiscientos metros: el aire se volmás húmedo, el soplo del espaciohinchó; y así adivinaron que
hallaban cerca de una gran masaagua. Muy pronto se cercioraronello.
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Todo parecía tranquilo. Apealgún que otro rumor furt
anunciaba la fuga de una bestezuo algún bulto aparecía de un rápsalto. Naóh acabó por escoger
inmenso álamo negro. El árbol podía ofrecer defensa alguna conlas fieras, pero en las tinieb
¿cómo hallar un refugio seguro o no estuviera ya ocupado? El muestaba mojado y el tiempo era fres
Mas eso poco importaba a Ulhamr, cuya piel era tan resistentla inclemencia como la del oso o
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del jabalí. Nam y Gau, tendidos ensuelo, se sumieron al instante en
profundo sueño. Naóh velaba: sentía cansancio, pues hareposado largamente junto a
piedras basálticas. Y bien preparapara las caminatas, los trabajos y combates, decidió prolongar
guarida, a fin de que Nam y Grecuperaran del todo sus fuerzas.
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SEGUNDA PARTE
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1LAS CENIZAS
argo tiempo estuvo sumen aquella oscuridad
astros. Después, una clarise filtró por Oriente. Suavemeextendida por la espuma de las nufue descendiendo como un tapizperlas. Entonces Naóh vio cerraba el camino del Sur un lago grande que sus ojos no adivinabanfinal. El lago vibraba lentamente, y
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nómada se preguntó si convendcontornearlo hacia el Este, donde
distinguía una serie de colinashacia el Oeste, pálido y llaentrecortado de árboles. La luz
débil todavía y la brisa se deslizdelicadamente desde la tierra solas aguas; en las altas regiones
levantó un fuerte viento empujaba y agujereaba las nubes.Luna, en su último cuarto, acabó
dibujarse entre las hilacvaporosas, y muy pronto su imaapareció reflejada en la gran ciste
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azul. A la penetrante vista de Nael paraje se abrió hasta las mism
fronteras del horizonte: haLevante distinguía el Ulhamr costalíneas arborescentes, esfumadas
contraluz, que indicaban la ruta viaje; al Sur y hacia el Oeste, el lse extendía sin límites.
Reinaba un silencio que pareesparcirse desde el agua hastaargentina mitad de la Luna; la b
se volvió tan débil que apearrancaba a intervalos un suspirohojas.
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Cansado de su inmovilidimpaciente por precisar su visi
salió el nómada de la sombra álamo y registró el paraje,a lo largo de la orilla. Según
disposición del terreno y de vegetales, el lugar se abanchamente, y las fronteras orienta
del lago parecían más rotundNumerosas huellas descubrían paso de fieras y manadas.
De pronto, con un fuestremecimiento, el nómada detuvo; sus ojos y narices
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dilataron; su corazón palpitó ansiedad y de extraño arrebato;
recuerdos se levantaron tan enérgique creyó ver el campamento de Ulhamr, el hogar humeante y
flexible figura de Gamla. Y era qen medio de la verde hierba, se abun claro con brasas apagadas y ram
a medio consumir. El viento no hadispersado aún el polvo blanquecde las cenizas.
Naóh imaginó la quietud decampamento, el aroma de la caasada, el dulce calor y los ro
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saltos de la llama; pesimultáneamente, presentía
enemigo.Lleno de temor y de prudenciaarrodilló para examinar la me
huella de los formidabmerodeadores. Muy pronto averigque se trataba al menos de tres ve
tantos guerreros como dedos tensus dos manos, y nada de mujeresde viejos y niños. Era una de e
expediciones de caza y descubieque las hordas enviaban a vecegrandes distancias. El estado de
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huesos y las fibras de caconcordaban con las indicacio
que le daba la hierba.Importaba mucho a Naóh sade dónde venían los cazadores y
dónde habían pasado. Temió qpertenecieran a la raza de Devoradores de Hombres, quie
desde la juventud de Goún ocupalos territorios meridionales, a dos lados del Gran Río.
corpulencia de esta raza era maque la de los Ulhamr y la de todasrazas conocidas por los jefes
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ancianos. Eran los únicos en comla carne de sus semejantes,
preferirla, no obstante, a la de grandes ciervos, los jabalíes, gamos, los corzos, los caballos y
hemíonos. Su número no pareconsiderable: sólo se hablaba de thordas, puesto que Uag, Hijo
Lince, el más grande merodeanacido entre los Ulhamr, haencontrado en todas partes hor
que no comían carne humana.Mientras estos recuerdos asaltaban, Naóh no cesaba de seg
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las huellas impresas en el sueentre las plantas. La tarea era fá
pues los errantes, confiados ennúmero, habían desdeñado disimusu paso. Habían costeado el l
hacia Oriente y se encaminaban duda a las riberas del Gran Río.Dos planes se presentaron
nómada: alcanzar a expedicionarios antes de llegaran a sus tierras de caza
robarles el Fuego por medio deastucia, o bien adelantarse, lleantes que ellos a la Horda, priv
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entonces de sus mejores guerreroacechar el momento favorable.
A fin de no tomar una requivocada, era necesario seguirla pista. Y la salvaje imaginación
cesaba de ver, a través de las agulas colinas y las estepas, a vagabundos que llevaban consigo
fuerza soberana de los hombres.ensueño de Naóh tenía la precisde las realidades; estaba lleno
actos, lleno de energías, lleno actitudes eficaces. Largo tiempoabandonó a ellas, mientras la brisa
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ablandaba, se ocultaba, desvanecía de hoja en hoja y de ta
en tallo.
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2AL ACECHO
res días habían transcurrdesde que los Ulha
seguían la pista de Devoradores de HombAnduvieron al principio a lo ladel lago, hasta el pie de las colindespués entraron en un territodonde los árboles alternaban con praderas. Su tarea fue descansapues los vagabundos avanzaban
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la menor precaución y encendgrandes hogueras para asar la caz
combatir el frío de las nocbrumosas.Naóh, al contrario, us
continuamente de la astucia pengañar a los que pudieran seguirEscogía el suelo duro y las hier
flexibles, que se enderezaban pronaprovechaba los lechos de arroyos, pasaba vadeando o a n
ciertos recodos del lago, y a veentremezclaba las huellas. obstante estas precauciones, gan
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terreno. Al final del tercer día esttan cerca de los Devoradores
Hombres que creyó poalcanzarles caminando durante noche.
—Nam y Gau deben preparar armas y su valor —les dijo—. Enoche volverán a ver el Fuego.
Los jóvenes guerreros, al soen la alegría de ver saltar las llamrespiraban más fuerte; pero su alie
disminuía al pensar en la fuerza enemigo. —Empecemos por descansar
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prosiguió el Hijo del LeopardoNos acercaremos a los Devorado
de Hombres mientras duermen; veremos cómo engañar a los velen.
Nam y Gau concibieron proximidad de un peligro mayor los que habían corrido ha
entonces. La leyenda de Devoradores de Hombres espantosa: sus fuerzas, su audaci
su ferocidad sobrepasaban a lastodas las hordas conocidas. Alguveces, los Ulhamr hab
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sorprendido y exterminado grupoco numerosos de esos hombres
más frecuentemente, habían sido Ulhamr los que perecieron al filosus hachas y al golpe de sus mazas
roble.Según el viejo Goún, aquehombres se parecían al oso gris;
brazos eran más largos que los de demás hombres; sus cuerpos velludos como el de Aghoo y
hermanos; y, por lo mismo qdevoraban los cadáveres de enemigos, llevaban el espanto a
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hordas cobardes.Cuando el Hijo del Leopa
hubo hablado, Nam y Gtemblando, inclinaron la cabezatomaron después el necesario rep
hasta mediada la noche.Se levantaron antes de que
creciente lunar hubiese blanqueel fondo del cielo. Habienreconocido a Naóh con antelaciónpista, empezaron a andar en tinieblas. Al salir la Ludescubrieron que se habían desvia
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luego volvieron a encontrar la ruSucesivamente, atravesaron
matorral, anduvieron a lo largo tierras pantanosas y pasaron pequeño río.
Finalmente, desde la cima demontículo, ocultos entre tupihierbas y sacudidos por una emoc
terrible, divisaron el Fuego. Nam y Gau daban diente diente; Naóh permanecía inmó
rotos los jarretes y ronca respiración. Tras tantas nocpasadas en medio del frío, la lluvi
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las tinieblas; después de tanluchas —el hambre, la sed, el
gris, la hembra del tigre y el lgigante— se le aparecía al finSigno deslumbrador de los Hombr
En un llano cruzado por hilede terebintos y sicómoros, no lede una charca, había una hoguera
semicírculo cuyas llamlanguidecían alrededor de tizones, lanzando un fulgor
crepúsculo que embebía, bañabvivificaba la estructura de las cosaLangostas rojas, luciérnagas
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rubí, de carbunclo y topaagonizaban en la brisa; a
escarlatinas crujían al dilatarse; ubrusca humareda subía en espirase aplastaba luego en el claro
luna; estas llamas se enderezacomo víboras, otras palpitaban coondas, otras eran imprecisas co
nubes.Los hombres dormían cubierde pieles de ciervo gigante, de lo
de carnero montaraz, con el paplicado al cuerpo. Las hachas, mazas y los dardos esta
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esparcidos por el sueño; guerreros velaban. Uno, sent
sobre la provisión de leña secabrigados los hombros por una pde macho cabrío, tenía en la mano
venablo. Un rayo como de cohería su rostro, recubierto hasta ojos por un vello semejante al p
de la zorra. Su cuero vellurecordaba el de los carnemontaraces; abultaban su boca u
labios enormes bajo una naplastada, de ventanillas circulatenía pendientes unos brazos lar
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como los del chimpancé, miensus piernas se doblaban, cor
gruesas y arqueadas.El otro centinela andfurtivamente alrededor del hogar.
detenía a intervalos, aguzaba el oísus narices interrogaban el ahúmedo que volvía a caer sobre
llanura a medida que se elevaban vapores recalentados. De uestatura igual a la de Naóh, tenía
cráneo enorme, con orejas de lopuntiagudas y retráctiles; cabellos y la barba crecían
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matojos separados por islotes de pazafranada; sus ojos, fosforescen
en la penumbra, se ensangrentabanreflejo de la llama; tenía pectorales levantados en cono,
vientre plano, el muslo triangulartibia como filo de hacha; y sus phubieran sido pequeños de no ha
tenido los dedos tan largos. Todocuerpo, pesado y macizo como ellos búfalos, denotaba una fue
inmensa; pero era menos apto parcarrera que el de los Ulhamr.El centinela había interrump
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su paseo y alargaba el cuello hacicolina. Sin duda le inquietaba algu
vaga emoción, en que no reconocíael olor de las bestias ni de la gede su
Horda, mientras que el ovigilante, dotado de olfato mesutil, dormitaba.
—¡Estamos demasiado cerca los Devoradores de Hombres! —hnotar Gau en voz baja—. El vie
les lleva nuestra pista. Naóh movió la cabeza, ptemía mucho más al olfato
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enemigo que a su vista o su oído. —¡Tenemos que ponernos
contra viento! —añadió Nam. —El viento sigue la ruta de Devoradores de Hombres
respondió Naóh—. Si nosotros ponemos delante, serán ellos los vendrán detrás de nosotros.
No tenía necesidad de explisus palabras: Nam y Gau sabcomo lo saben las fieras,
necesidad de seguir y no de precea la caza, a no ser que se quipreparar un lazo.
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Entretanto, el vigilante dirigiópalabra a su compañero, el cual h
un gesto negativo. Pareció que ibsentarse a su vez; pero mudó propósito y se encaminó hacia
colina. —Hay que retroceder —dNaóh.
Buscó con la mirada un refuque pudiese atenuar las emanacionUn espeso matorral crecía junto a
cúspide de la colina; los Ulhapenetraron en él y como la brisa suave, se perdía en la espesu
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llevándose un efluvio demasidébil para el olfato de un homb
Poco después el vigilante se detuy después de hacer algunas profunaspiraciones, volvió al campamen
Los Ulhamr permanecieron latiempo inmóviles. El Hijo Leopardo imaginaba estratagem
vueltos los ojos al apagresplandor de la hoguera; pero daba con algo factible, pues si b
el menor obstáculo engaña una vpenetrante, ya es posible andar bastante suavidad por la estepa, p
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engañar al antílope o al hemíonoolor, en cambio, se esparce al pa
y se conserva en la pista: únicamela distancia y el viento contrarioesconden…
El gañido de un chacal hlevantar la cabeza al vigornómada. Escuchó en silencio y lu
se rió ligeramente. —Estamos en el país de chacales —dijo—. Nam y Gau irá
matar uno.Sus compañeros se volvieronmirarle, atónitos, y él prosiguió:
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—Naóh se quedará avigilando… El chacal es tan ast
como el lobo; jamás ha podacercársele ningún hombre; psiempre está hambriento. Nam y G
dejarán en tierra un trozo de carnaguardarán a poca distancia. chacal acudirá; se acercará y
alejará; después se acercará y alejará otra vez; luego os rodearvosotros y a la carne. Si no
movéis para nada, si vuestra caby vuestras manos son como la piedpasado un rato se echará sobre
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carne. Llegará y habrá partido Vuestra azagaya debe ser más lig
que él. Nam y Gau partieron en buscalos chacales. No es difícil seguir
pues su voz los denuncia, y saben ningún animal los busca papresarlos. Los dos Ulhamr
encontraron junto a un grupo terebintos. Eran cuatro, encarnizaen unos huesos cuyas hilachas hab
ya roído. No huyeron al ver a hombres; sólo tenían fijos en elas vigilantes pupilas, y gañeron
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lo bajo, prontos a escapar en cuase juzgaron demasiado cerca de
que llegaban. Nam y Gau hicieron lo que haindicado Naóh. Pusieron en el su
un pedazo de ciervo, y habiéndalejado, se quedaron tan inmóvcomo el tronco de los terebintos. L
chacales comenzaron a merodearpaso corto, sobre la hierba. temores se debilitaban al olorcillo
la carne. Aunque hubiesen hallamuchas veces en su camino abestia vertical, los chacales
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conocían su astucia. Sin embaruzgándola más fuerte que ellos, n
seguían sino a distancia; y porqueinteligencia era fina, porque sabque el peligro siempre existe,
mismo en plena luz que en mediolas tinieblas, se comportaban desconfianza. Así pues, largo tiem
estuvieron dando vueltas cerca deUlhamr, trazando muchos círcuescondiéndose en los bosques
terebintos, saliendo de ellosrodeando frecuentemente inmóviles cuerpos. La media luna
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enrojeció en Oriente antes de terminaran sus dudas y su pacienc
Sin embargo, cada vez acercaban con más osadía; llegahasta ocho metros del cebo y
detenían un rato, rezonganFinalmente, su codicia se exasperóentonces se decidier
precipitándose todos a la vez, pno dejar ninguna ventaja a los otrEsto sucedió tan rápido como ha
dicho Naóh; pero las azagayas fuemás rápidas todavía y atravesalos flancos de dos chacales, mient
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los demás se llevaban la preLuego las hachas segaron lo que
vida quedaba a los animales heridCuando Nam y Gau llevaron despojos a Naóh, éste se echó a
y les dijo: —Ahora podremos engañar a Devoradores de Hombres, pues
olor de los chacales es mucho mfuerte que el de los Ulhamr.
El Fuego se había despertanutrido de ramas secas, y llevaba llamas humeantes y devoradoras
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su resplandor se veía más claramea los dormidos, echados en el sue
con sus armas y provisiones; otdos centinelas habían revelado a anteriores, sentados los dos, baja
cabeza y sin sospechar el peligro. —Ésos —dijo Naóh, despuéshaberlos contemplado con atenc
son más fáciles de sorprendeNam y Gau han cazado los chacael Hijo del Leopardo va a cazar a
vez.Descendió del montecillevando la piel de uno de
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chacales, y desapareció en la malque se extendía hacia Poniente.
principio se alejó de Devoradores de Hombres, a fin dedescubrirse. Atravesó la maleza,
arrastró por en medio de las hieraltas, rodeó una charca sombreadamimbreras y cañaverales, dio
vuelta a unos tilos, y por fin encontró a unos ciento sesenta metdel fuego, dentro de un matorral.
Los vigilantes no se habmovido. Apenas uno de elpercibió el olor de la piel de cha
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que no podía inspirarle inquiealguna. Y Naóh logró así llenarse
ojos de todos los pormenores campamento. Midió en primer luel número y la contextura de
guerreros. Casi todos tenían musculatura imponente; con buscorpulentos, servidos por bra
largos y piernas cortas. El Ulhapensó que ninguno de ellos adelantaría en la carrera. Lu
examinó la configuración del terreun espacio desnudo, completameraso, le separaba a la derecha de
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pequeño montículo; después haalgunos arbustos, y más allá
bancal de hierbas altas que dabavuelta hacia la izquierda. Esta hiese alargaba formando una especie
promontorio hasta llegar a unos dotres metros del Fuego. Naóh no estuvo largo tiem
indeciso. Como los vigilantes volvían la espalda, se arrastró hael montículo. No podía apresura
A cada movimiento de los centinese detenía y se pegaba al suelo coun reptil. Sentía sobre sí mismo
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doble resplandor de la hoguera yla Luna. Finalmente se encontró en
sitio que le ocultaba; y deslizánddetrás de los arbustos, atravesófaja de hierba y llegó junto al Fueg
Los dormidos guerreros casirodeaban, y la mayoría de elloshallaba a tiro de azagaya. Si
centinelas daban la voz de alarmamenor falso movimiento, Naóh vería cogido. Sin embargo había p
él una circunstancia favorable:viento soplaba en su direccillevando a la vez y ahogando en
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humo de la hoguera su propio oloel de la piel del chacal. Además,
vigilantes parecían camodorrados; apenas sus cabezasalzaban de tarde en tarde…
Naóh apareció a plena luz, diosalto de leopardo, tendió la mancogió un tizón. Volvía ya hacia
faja de hierba cuando resonó aullido, mientras uno de centinelas acudía y el otro lanzaba
azagaya. Casi al mismo tiempo dbultos se enderezaron.Antes que ningún Devorador
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Hombres hubiera echado a corNaóh había traspasado ya la lí
por donde podían cortarle retirada. Y lanzando su grito guerra, volaba en línea recta hacia
montéenlo donde le aguardaban Ny Gau.Los Kzams le segu
desparramados, lanzando salvagruñidos. A pesar de sus corpiernas, eran ágiles, pero no
bastante para alcanzar a Naóh, qublandiendo el tizón, saltaba delade ellos como un gamo. Cuando ll
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al montecillo, llevaba doscienmetros de ventaja. Nam y G
estaban de pie, aguardándole. —¡Huid! ¡Adelante! —les gel jefe.
Sus esbeltas siluetas partieroncarrera tan rápida como la de Naquien se regocijó entonces de ha
preferido aquellos hombres flexiba los guerreros más madurosvigorosos. Al huir de los Kzams,
dos jóvenes les ganaban casi metro sobre cada diez saltos. El Hdel Leopardo les seguía sin esfuer
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deteniéndose de vez en cuando pexaminar el tizón. Sus ansias
repartían entre la inquietud de la fuy el deseo de no perder centelleante pavesa por la cual ha
realizado tan duros esfuerzos. llama se había extinguido y squedaba un fulgor rojo que
subiendo muy despacio hacia la pahúmeda de la rama. Sin embaraquel fulgor era bastante vivo p
que Naóh esperara, al primdescanso, reanimarlo y hacecrecer.
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Cuando la Luna estuvo en tercio de su carrera, los Ulhamr
hallaron ante una red de charcEsta circunstancia no desfavorable; recorrían un send
ya conocido, el mismo que les hadescubierto la presencia de Kzams, estrecho y sinuoso, p
seguro y asentado sobre pórfido.metieron en él sin vacilaciónhicieron alto.
Apenas dos hombres podavanzar juntos por aquella calzasobre todo si querían combatir.
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como los Kzams tendrían que cogran riesgo o rodear la posición
los Ulhamr les sería fácil dejaratrás. Naóh calculaba estas ventacon su doble instinto de animal y
hombre, y vio que tenía tiempoalimentar el Fuego. La brasa se havuelto más pequeña: se oscurecía
debilitaba por momentos.Los nómadas buscaron hierbleña seca. Las cañas ajadas, la gra
amarillenta, las ramas muertas sauce abundaban; pero toda aquvegetación estaba húme
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Arrancaron algunas ramitas afiladde hojas y briznas muy finas.
La brasa, casi extinta, se avivapenas al soplo del jefe. Varveces las puntas de las hojas
animaron con un fulgor ligero crecía un instante, se deteníavacilaba, al borde de la brizna, p
siempre decrecía y moría, vencpor la humedad. Entonces Npensó en el pelo de chacal. Arran
de la piel varios puñados e inteobtener una llama. Algunos pelargos enrojecieron; la alegría y
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temor oprimieron a los Ulhamr; cvez, no obstante, a pesar de
infinitas precauciones, la delgpalpitación del fuego se detuvo yextinguió… ¡Ya no había esperan
La ceniza sólo proyectaba un brdébil; la última partícula escariba decreciendo, al principio
tamaño de una avispa, después couna mosca, luego como esos insecminúsculos que flotan en
superficie de las charcas. Al fin, tose extinguió, y una tristeza inmeheló el alma de los Ulhamr y la d
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vacía…El débil resplandor había sido
magnífica realidad del mundo; ibcrecer, iba a tomar duraciónpoderío; iba a alimentar las hogue
del campamento, espantar al lgigante, al tigre, al oso gris, comblas tinieblas y dar a la carne un sa
delicioso. Ellos la llevarresplandeciente a la Horda, yHorda reconocería su fuerza… M
he aquí que, apenas conquistahabía muerto; y los Ulhamr, despde los peligros de la tierra, de
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aguas y de las fieras, iban a conolas acechanzas de los hombres.
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3A ORILLAS DEL
GRAN RÍO
aóh seguía corriendo delade los Kzams. Duraba ocho días la persecuci
ardiente, continua, llena de añagazLos Devoradores de Hombres, ya por miedo del porvenir —pues
Ulhamr podían ser los exploradode una horda—, o bien por instiexterminador y por odio a
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extraños, desplegaban una furienergía. La resistencia de
fugitivos no cedía a su velocidhabrían podido, cada día, ganar udos kilómetros y medio. Pero N
se encarnizaba en la conquista Fuego. Todas las noches, despuéshaber asegurado a Nam y Gau
avance conveniente, iba a merodalrededor del campamento enemiDormía poco, pero dorm
profundamente.Como las peripecias de epersecución exigían numero
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rodeos, el Hijo del Leopardo se constreñido a deri
considerablemente hacia el Orientanto, que al octavo día divisóGran Río. Fue desde la cima de u
colina cónica, vaciada de pórfidola cual las inundaciones, las lluvialos vegetales habían roído los can
abierto alfoces y arrancando rocpero que aún resistiría duramilenios a la taimada paciencia
los brutales golpes de los elementEl Gran Río se deslizaba toda su fuerza. A través de mil paí
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de piedra, de hierbas y árbohabía bebido las fuentes, engull
los riachuelos, devorado los rPor él los ventisqueros acumulaban en los melancóli
pliegues de la montaña, manantiales se filtraban en cavernas; los torrentes arrancaban
granito, el asperón o las calcárelas nubes exprimían sus inmensaligeras esponjas, y las on
acuáticas se precipitaban sobre lechos de arcilla. Fresco, espumy rápido, al verse dominado por
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orillas se ensanchaba en lagos solas tierras llanas, o destil
pantanos; se bifurcaba alrededorlas islas; rugía en las cataratasollozaba en los rápidos. Lleno
vida, fecundaba la vida inagotabDesde las regiones tibias a regiones frescas, desde los terre
de aluvión, nutridos de milenarfuerzas, hasta los terrenos pobhacía surgir los espesos pueblos
árboles; las hordas de higueras,olivos, de pinos, de terebintos, carrascas; las tribus de sicómor
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de plátanos, de castaños, de arceshayas y de encinas; los rebaños
nogales, de abetos, de fresnos, abedules; las hileras de álamblancos, de álamos negros,
álamos grises, de álamos argentady los clanes de alisos, de saublancos, de sauces purpúreos,
sauces amarillos y de saullorones.En sus profundidades se agit
la muda multitud de los moluscescondidos en sus moradas de canácar; crustáceos de articul
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armadura; peces de carrera, quienes bastaba una sola flexión p
lanzarse a través del agua densa, rápidamente como vuela rabihorcado bajo las nubes; pe
flojos que chapotean lentamente enfango; reptiles ligeros como cañaásperos, opacos y densos. Según
estaciones, el azar de la tempestde los cataclismos o de la guerraabatían en él las masas triangula
de las grullas, las gordas tropasgansos, las compañías de pasilvestres, de cercetas, de negre
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de chorlitos reales y de garzas; bandadas de golondrinas, de gavio
y de chorlitos; las avutardas, cigüeñas, los cisnes, los flamenclos zarapitos, los rascones, el ma
pescador y la mucheduminagotable de los gorriones. Buitcuervos y cornejas se gozaban en
abundantes carroñas; las águvelaban desde el borde de las nublos halcones se cernían con
plumas cortantes; los gavilanes o cernícalos traspasaban como fleclas más altas cumbres; los mila
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surgían furtivos, inesperadoscobardes; y el búho y la lech
hendían las tinieblas con silenciosas alas.Al mismo tiempo, se disting
algún hipopótamo oscilante comotronco de arce, martas que deslizaban taimadamente entre
mimbreras, y ratas acuáticas cráneo de conejo mientras acudtemerosas bandadas de gran
ciervos, de gamos, de corzos, megaceros, tropas ligeras de saigade hemíonos, y caballos, y tupi
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ejércitos de uros, aurochs y mamUn rinoceronte hundía su gru
coraza opaca en una ensenada; abalí destrozaba los viejos saucel oso de las cavernas, pacífico
formidable, hacía rodar su moscura; el lince, la pantera, leopardo, el oso gris, el tigre, el l
amarillo y el león negro emboscaban hambrientos desgarraban la presa todavía tibia
hedor denunciaba a la zorra, ahiena y al chacal; las bandadas perros y lobos desplegaban con
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los animales indefensos, heridomuertos de fatiga, su cautela y
saña. Por todas partes pululabanmenuda población de liebres, conejos, los musgaños,
comadrejas y los lirones; sapranas, lagartos, víboras y culebgusanos, larvas, orugas; saltamon
hormigas, cárabos; gorgojlibélulas, nemoceros; abejorrosavispas, abejas, zánganos y mosc
vanesas y esfinges, mariponoctuelas, grillos, luciérnagascucarachas…
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La corriente arrastramezclados, árboles podridos, are
y arcillas, esqueletos, hojas, talraíces.Y Naóh amó las formidab
ondas.Las contemplaba bajar, henchipor su fiebre de otoño, en un éxo
inagotable. Chocaban con las islarefluían en las riberas, formanlocas caídas de espuma, largas ma
planas y casi lacustres, torbellinosesquistos y de malaquita, láminasnácar y remolinos de hum
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espumosas corrientes, largos rumode juventud, exaltación y energía.
Así como el Fuego, el Agparecía también al Ulhamr un inmenso; como el Fuego, decre
aumenta, sale de lo invisible, precipita a través del espacdevora bestias y hombres; cae
cielo y llena la tierra; incansabdesgasta las rocas, arrastra piedras, la arena y la arcilla; ning
planta ni animal alguno puede vsin ella; silba, clama, ruge, canta,y solloza; pasa por donde no pu
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pasar ni el más pequeño insectola oye bajo tierra; es pequeñita en
fuente y crece en el arroyo. El ríomás fuerte que el mamut; el Gran es tan vasto como la selva. El a
duerme en el pantano, reposa enlago y camina a grandes pasos dendel río; se precipita en el torrent
da saltos de tigre o de carnmontaraz, en los rápidos.Así pensaba Naóh ante el cau
inagotable. Pero era necesario busun refugio. Allí estaban las isrefugios contra las fieras human
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Estorbarían los movimientos, harcasi imposible la conquista
Fuego y les expondrían a toda clde emboscadas. Naóh prefirió ribera. Se instaló sobre una roca
esquisto, que dominaba ligerameel paraje. Los flancos de la roca eabruptos y la parte superior form
una meseta donde podrían tendediez hombres.Los preparativos del campame
terminaron al llegar el crepúsculohabía entre los Ulhamr y perseguidores la suficiente distan
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para no abrigar temor alguno durala primera media noche.
El tiempo era fresco. Escanubes se arrastraban por el Ponieescarlata. Al paso que devoraban
cena de carne cruda, nueces y selos Ulhamr observaban la tierra, se iba ennegreciendo. La clari
permitía distinguir aún las isaunque no la otra parte del Pasaron unos asnos silvestres;
tropel de caballos descendió hastaorilla: eran animales achaparradcuya cabeza parecía enorme a ca
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de las enmarañadas crines. Habíagran hechizo en sus movimientos;
ojos, grandes y muy abierlanzaban un fulgor azulado; inquietud rompía y precipitaba
empuje; inclinados sobre el agpermanecían temblorosos, venteanel espacio, llenos de desconfian
Bebieron deprisa y escaparon. Ynoche desplegó sus alas de cencubría ya todo el Oriente, y
Occidente quedaba todamanchado de púrpura fina. Un rugtronó sobre la llanura.
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—¡El León! —dijo Gau. —La ribera está llena de caza
respondió el jefe—. El León prudente; atacará antes al antílopal ciervo que a los hombres.
Los rugidos se alejaron; uchacales gañeron, y a lo lelosvieron ondular sus ligeras silue
Los Ulhamr se entregaron al supor turno hasta el amanecer;después de despertar bajaron a
orilla del Gran Río. Unos mamutsdetuvieron. La manada cubría anchura de cuatrocientos metro
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una longitud tres veces mayor. Lcolosos pastaban, arrancando
plantas tiernas y desenterranraíces; y su existencia pareció a tres hombres dichosa, segu
magnífica. Alguna vez los colososregocijaban en su enorme fuerpersiguiéndose sobre la blanda tie
o golpeándose suavemente con velludas trompas. Bajo aqueinmensas patas, el león gigante
sería más que un puñado de arciLos colmillos del mamdesarraigaban el roble, y su cab
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de granito era capaz de troncharloconsiderando la ligereza de
trompa, Naóh no pudo menos exclamar: —¡El mamut es el dueño de to
lo que vive sobre la tierra!Sin embargo, Naóh no los temporque no ignoraba que los mam
no atacan jamás si no se importuna. Y añadió: —Aúm, Hijo del Cuervo, ha
hecho alianzas con los mamuts. —¿Por qué no habíamos hacerlo nosotros como Aúm?
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preguntó Gau. —Aúm entendía el lenguaje
Mamut —objetó Naóh—; nosotroslo comprendemos. No obstante, la pregunta
oven le había interesado; e pensando en ella mientras rodeabadistancia la gigantesca manada.
traduciendo su sentir en alta vprosiguió: —Los mamuts no tienen palab
como los hombres. Ellos comprenden unos a otros y conoel grito de sus jefes. Goún dice
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se colocan en el sitio que se manda, y que antes de partir para
nuevo país tienen consejo… nosotros adivinásemos sus signharíamos alianza con ellos.
Naóh vio un mamut colosal los miraba pasar. Separado de demás, a un nivel más bajo que
ribera, entre unos álamos jóvenpacía los brotes tiernos. Naóh había visto en su vida un ejemp
tan enorme. Su altura se elevabcinco metros. De su cerviz salía umelena tan espesa como la del le
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su vellosa trompa semejaba un aparte, que tenía algo de árbol y a
de serpiente.La vista de los tres hombpareció interesarle, pues no ca
suponer que le inquietara. Y le grNaóh: —¡Los mamuts son fuertes!
Gran Mamut es más fuerte que tolos demás: aplastaría al Tigre yLeón como gusanos, y tumbaría d
aurochs con un sólo empujón depecho… ¡Naóh, Nam y Gau amigos del Gran Mamut!
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El enorme animal enderezabamembranosas orejas. Escuchó
sonidos articulados por la bevertical, y sacudiendo lentamentecabeza, barritó.
—¡El Mamut me comprendido! —exclamó el nómcon alegría—. Sabe que los Ulha
reconocen su poder.Y volvió a gritar: —¡Si el Hijo del Leopardo,
Hijo del Saiga y el del Álaencuentran el Fuego, asarán castay bellotas para hacer un presente
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Gran Mamut!Mientras hablaba fijó la vista
una charca, en la cual crecnenúfares orientales. No ignorNaóh que el mamut gustaba de
tallos subterráneos, e hizo seña a compañeros para que fueran arrancar las largas y rojizas plan
Una vez hubieron cogido un gmontón de ellas las lavaron cuidado y las llevaron hacia
coloso. Cuando estuvieron a uveinte metros de él, Naóh les hade nuevo:
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—¡Toma! —dijo—. Hemarrancado estas plantas para
puedas pacerlas. Así verás que Ulhamr son amigos del Mamut.Y se retiró.
Lleno de curiosidad, el giganteacercó a las raíces. Las conocía by le gustaban mucho. Mientras
comiéndolas, sin prisa y con larpausas, observaba a los thombres. De cuando en cuan
levantaba la trompa, con objeto olerlos, y después la balanceabaactitud pacífica.
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Entonces Naóh se fue acercaninsensiblemente a la bestia.
encontrarse ante aquellas colosapatas, bajo aquella trompa arrancaba los árboles de cuajo
aquellos colmillos, más largos todo el cuerpo de un toro, consideró a sí mismo como
musgaño delante de una pantera. Cun solo movimiento, el tremenanimal podía hacerle añicos. Pe
vibrando todo su ser con fe creadoNaóh se estremeció lleno esperanza y de inspiración…
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trompa le rozó, pasando por encide su cuerpo y olfateándolo. Na
sin aliento, puso a su vez la msobre el velludo apéndice. Luarrancó hierbas y tiernos brotes,
ofreció al mamut en señal de alianSabía Naóh que estaba haciendo aprofundo y extraordinario, y
entusiasmo henchía su corazón.
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4LA ALIANZA
uando Nam y Gau vieronmamut junto a su jefe,
dieron cuenta de la pequedel hombre; después, cuando trompa se posó encima de Namurmuraron:
—¡Naóh va a ser aplastadoNam y Gau se encontrarán a socon los Kzams, las fieras y las agu
En aquel instante vieron
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Naóh acariciaba a la bestia, yalma de los dos jóvenes se llenó
orgullo y de alegría: —¡Naóh ha hecho alianza conMamut! —murmuró Nam—. Naóh
el más poderoso de los hombres.Entretanto, el Hijo del Leopagritó:
—Nam y Gau han de acercarde la misma manera que lo ha heNaóh… Arrancarán brotes y hier
y los ofrecerán al Mamut.Los jóvenes escucharon, ardieel pecho y transportados de fe
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avanzaron con la lentitud con quehabía hecho su jefe, arrancando a
paso hierba verde y raíces tiernasUna vez cerca, tendieron presente; y como Naóh lo ofrecía
mismo tiempo que ellos, el mamfue a devorarlo.Así quedó anudada la alianza
los Ulhamr con el mamut.La Luna nueva había crecidose acercaba la noche en que
levantaría tan grande como el SUna tarde, los Kzams y los Ulhaacampaban a ocho kilómetros
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distancia unos de otros, todavía alargo del río. Los Kzams ocupa
una faja de tierra completameseca, se calentaban junto enrojecido fuego y comían gran
cuartos de asado, pues la caza hasido abundante; mientras, los Ulhase repartían en silencio, en la som
húmeda y fría, algunas raíces ycarne de una paloma torcaz.A unos cuatro kilómetros de
orilla, los mamuts dormían entre sicómoros. Durante el día soportala presencia de los nómadas; p
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por la noche mostraban un humor msombrío, ya fuera porque conocie
sus peligros, ya porque les molesten su reposo la presencia de uextraños a su raza. Así, al anochec
los Ulhamr se alejaban más allá término donde sus emanaciopudieran ser inoportunas.
Aquella noche, Naóh preguntsus compañeros: —¿Nam y Gau están prepara
para la fatiga? ¿Están ágiles piernas, su pecho tiene aliento?El Hijo del Álamo respondió:
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—Nam ha dormido parte del d¿Por qué no ha de estar dispue
para el combate?Y Gau manifestó a su vez: —El Hijo del Saiga puede sal
de una carrera la distancia quesepara de los Kzams. —¡Está bien! Naóh y sus jóve
compañeros irán en busca de Kzams. Toda la noche tendrán qluchar para conquistar el Fuego.
Nam y Gau se pusieron en pieun salto y siguieron a su jefe. había que contar con las tinieb
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para sorprender al enemigo: la Lcasi llena se levantaba en la o
parte del Gran Río, apareciendo pronto ancha y roja al nivel de aguas, como rota por alguna hilera
altos álamos, a través de los cuase desparramaba en lúnulas. Mlejos se hundía en las oscuras agu
donde su imagen vacilante recorda veces las resplandecientes nude verano, y a veces se arrastr
como una gran serpiente cobriza oalargaba como un cisne; una hode escamas y micas brillan
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brotaba de su redonda imagen yensanchaba oblicuamente desde un
otra orilla.Los Ulhamr al princiaceleraron la marcha, escogien
terrenos cuya vegetación fuescasa. A medida que se acercabal campamento de los Kza
acortaban el paso. Caminaparalelamente unos a otrseparados por espac
considerables, a fin de vigilarmayor extensión posible y no vecercados. De pronto, al volver
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mimbreral, vieron resplandecer llamas, todavía lejanas y páli
bajo la luz de la Luna.Los Kzams dormían; tres de eentretenían la hoguera y vigilab
Los Ulhamr, ocultos en la espesuespiaban el campamento con rabicodicia. ¡Ah, si ellos pudieran ro
solamente una chispa de aquhoguera! Tenían preparadas brizsecas y ramas finamente cortadas;
volvería a extinguirse el Fuego sus manos antes de que lo hubieaprisionado en la jaula de corte
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forrada interiormente de piedplanas. Pero, ¿cómo acercarse a
llama? ¿Cómo distraer la atenciónlos Kzams, sobreexcitada desdenoche en que el Hijo del Leopa
había aparecido en su campamen… Naóh dijo a sus compañeros:
—Escuchad: mientras Nremonta el Gran Río, Nam y Gvagarán por la llanura, alrededor
campamento de los DevoradoresHombres. Tan pronto se ocultacomo se mostrarán. Cuando
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enemigos se lancen sobre sus huelecharán a correr, pero no a to
velocidad, pues es conveniente los Kzams crean que han de cogery que los persigan mucho tiem
Nam y Gau han de mostrar su vaen no correr demasiado… Aarrastrarán a los Kzams hasta ce
de la Piedra Roja. Si Naóh no eallí, pasarán entre los mamuts yGran Río. Naóh sabrá hallar su pis
Los dos jóvenes estremecieron; les era muy dverse alejados de Naóh ante
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formidables Devoradores Hombres. Pero, con la ma
docilidad, se deslizaron entre vegetales mientras el Hijo Leopardo se dirigía a la ribera. P
el tiempo… De repente, Nam mostró al pie de un árboldesapareció; enseguida la silueta
Gau se dibujó furtiva entre hierbas. Los centinelas dieron grito de alarma y los Kzams
levantaron en desorden, lanzanfuertes aullidos, y se reuniealrededor de su jefe, un guerrero
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mediana estatura, corpulento comooso de las cavernas. Levantó
veces la maza, profirió ronamenazas y dio la señal.Los Kzams formaron seis gru
desparramados en semicírcuNaóh, lleno de dudas e inquietudles vio desaparecer; después s
pensó en apoderarse del Fuego.Lo custodiaban cuatro hombescogidos entre los más robus
Uno de ellos, sobre todo, pareformidable. Tan grueso y musculcomo el jefe, era de más
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estatura, y el tamaño de su mdemostraba su fuerza. Est
colocado a plena luz, y Ndistinguía la mandíbula enorme, ojos ensombrecidos por sus vellu
arcadas, las piernas cortriangulares y macizas. Mefornidos los otros tres, mostrab
sin embargo, anchos torsos y larbrazos de acerados músculos.La posición de Naóh
favorable: la brisa, ligera ppersistente, soplaba hacia llevándose sus emanaciones lejos
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los centinelas; los chacales merodeaban por la llanura exhala
un olor penetrante, y además, Nllevaba consigo una de las piecazadas. Estas circunstancias
permitieron acercarse a uveinticinco metros del fuego. Estulargo tiempo al acecho. La Luna
había elevado sobre las copas de álamos cuando Naóh se enderelanzando su grito de guerra.
Sorprendidos por la bruaparición, los Kzams le miraestupefactos; pero su estupor d
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poco, y aullando todos a la vlevantaron el hacha de piedra,
maza o la azagaya. Naóh gritaba: —El Hijo del Leopardo
venido, recorriendo las sabanas, selvas, las montañas y las ribeporque su tribu ha perdido
Fuego… Si los Kzams le dejan tomalgunos tizones de su hoguera, retirará sin combatir.
Los Kzams desconocían espalabras de una lengua extraña, igque si se hubiera tratado de
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aullidos de un lobo; y al ver a Nno pensaron en otra cosa que
aplastarle. El Ulhamr retrocedió, la esperanza de que se dispersarapoder atraerles lejos del Fuego; p
se lanzaron hacia él formando grupo compacto. En cuanto estuvtiro, el más corpulento arrojó u
azagaya de punta de sílex, lanzcon gran fuerza y habilidad. El arrozó el hombro del guerrero y c
sobre la tierra húmeda. El Ulhaque prefería economizar sus proparmas, recogió la azagaya y la lan
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a su vez. El arma salió silbantrazó una curva y atravesó el cue
de un Kzam, que vaciló y cayósuelo. Sus compañeros, lanzanclamores, que más parecían
perros que de hombres, contestatodos a la vez. Naóh apenas tutiempo de echarse de bruces p
evitar las agudas armas, y Devoradores de Hombuzgándole herido, se precipita
hacia él para rematarle. Pero Naóh se había puesto en pie desalto y contestaba. Un Kzam, her
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en el vientre, dejó de perseguimientras los dos restantes lanzab
uno tras otro, sus azagayas: del mude Naóh brotó la sangre; mas sabiendo que la herida no
profunda, se puso a dar vuealrededor de sus adversarios, pya no temía verse rodeado.
alejaba y volvía, de modo que alse encontró entre el Fuego y enemigos.
—¡Naóh es más veloz que Kzams! —gritó—. ¡Tomará el Fuey los Kzams habrán perdido
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hombres!Saltó otra vez y se acercó
brasero. Y ya tendía las manos pcoger los tizones, cuando notó espanto que todos los del bo
estaban casi consumidos. Rodeóancha hoguera con la esperanza hallar un tizón manejable: su bu
fue inútil.¡Y los dos Kzams llegaban!Quiso huir; pero tropezó en
tronco de árbol y cayó, de suerte sus antagonistas consiguiecerrarle el paso, acorralánd
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contra el Fuego. Aunque el brasocupaba un área considerable y
muy alto en el centro, habría podfranquearlo. Una desesperacinfinita llenó su pecho; la idea
volver vencido, escapando mercela oscuridad de la noche, le insoportable. Levantando a la vez
hacha y la maza, aceptó el combat
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5EL FUEGO
os dos Kzams no habdejado de acercarse, aun
acortando el paso. El mfuerte, blandiendo su última azagala lanzó casi a bocajarro. La apaNaóh de un revés, con el hacha, ylargo proyectil se perdió entre llamas. Instantáneamente, las mazas voltearon.La de Naóh chocó simultáneame
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con las otras dos y el choque romel arrojo de sus adversarios.
menos fuerte de éstos había vacilaNaóh se dio cuenta de ello; precipitó sobre él y de un maz
enorme le rompió la nuca. Ptambién él fue herido: un nudo demaza enemiga le desgarró durame
el hombro izquierdo, y apenas puevitar un golpe en pleno cránJadeando, se echó atrás para pone
en guardia; y luego, con la mazaalto, aguardó.Aunque sólo tuviese que vérse
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con un adversario, fue aquél momento espantoso, pues ape
podía mover el brazo izquiermientras el Kzam se erguterriblemente armado, en la pleni
de sus fuerzas. Era aquel guerreroalta estatura, de ancho torsocostillar ceñido, más parecido al
auroch que al humano, y cuyos braeran tan largos que sobrepasabanun tercio la longitud de los
Ulhamr. Sus piernas encorvaddemasiado cortas para la carreradaban un poderoso equilibrio.
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Antes del ataque decisiexaminó taimadamente al g
Ulhamr. Juzgando que aseguramejor su superioridad si golpeabdos manos, se quedó solo con
maza. Después tomó la ofensiva.Las dos mazas, casi igualespeso, de duro roble, entrechocar
El golpe del Kzam fue más fuerte el de Naóh, quien no podía emplla mano izquierda; pero el Hijo
Leopardo lo había parado con movimiento transversal. CuandoKzam renovó el ataque, encontró
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vacío; Naóh había hurtado el cuerEntonces fue él quien tomó
ofensiva: a la tercera embestida,maza se desplomó como un peñasy habría hundido la cabeza
adversario si sus largos y fibrobrazos no hubieran sabido levantaa tiempo. Otra vez los nudos de ro
chocaron. El Kzam retrocedreplicando con un mazazo frenétque casi arrebató el arma de
enemigo; y antes que Naóh se hubirecobrado, los brazos del Devorade Hombres se alzaron y abatie
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de nuevo. Naóh pudo amortigpero no detener el golpe: alcanz
el pleno cráneo, sus rodillas doblaron y vio dar vueltas a la tielos árboles y el fuego. Pero en aq
segundo mortal no le abandonóinstinto; una energía suprema elevó del fondo de su ser; y de rev
antes de que el enemigo pudievitarlo, descargó la maza. Crujiehuesos, el Kzam rodó, y su alarido
deshizo en la muerte.Entonces el júbilo del Ulharugió como un torrente mien
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contemplaba, lanzando una rocarcajada, la hoguera donde salta
las llamas. Bajo los astprofundos, junto al rumor del ríoligero murmullo de la br
interrumpido por el gañir de chacales y por el rugir de un lperdido en la otra orilla, Naóh po
apenas concebir su triunfo; y gritcon voz jadeante: —¡Naóh es dueño del Fue
¡Naóh es dueño del Fuego!El Fuego le parecía la vsoberana del mundo. And
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lentamente alrededor de la beroja, alargaba la mano hacia ell
exponía el pecho a aquella caridesde tanto tiempo ansiada. Y vola murmurar, en el arrebato y
éxtasis: —¡Naóh es dueño del Fuego!Al fin, la fiebre de su dicha
apaciguó. Y entonces comenzótemer el retorno de los Kzams; preciso llevarse cuanto antes
conquista. Sacando las delgapiedras que llevaba consigo desdepartida del Gran Pantano, se disp
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a reunirías con tallos, cortezascañas. Mientras huroneaba alrede
del campamento, tuvo una nualegría: en un repliegue del terracababa de percibir la jaula don
los Devoradores de Hombconservaban el Fuego.Era una especie de nido
corteza, guarnecido de piedplanas y dispuestas con arte grosepaciente y sólido, donde una llam
centelleaba aún. A pesar de qNaóh sabía construir las jaulas pfuego mejor que ningún hombre de
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Horda, difícil le habría sido haotra tan perfecta. Para ello
necesario mucho tiempo, una ateelección de las piedras y mucretoques y arreglos. La caja de
Kzams estaba compuesta de un trilecho de láminas de esquisostenidas exteriormente por
corteza de encina verde y atadas flexibles tallos. Una grieta manteun ligero tiro de aire.
No ignoraba Naóh ninguno de ritos transmitidos por antepasados. Reanimó ligeramente
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Fuego, empapó el exterior de la ccon agua de una charca vecina
examinó la grieta y el estado de láminas de esquisto. Antes de huirapoderó de las hachas y azaga
esparcidas por el suelo y echó umirada sobre el campamento yllano.
Dos de los cuatro centinevolvían hacia las estrellas el rígrostro; los dos restantes, a pesar
sus padecimientos, se manteninmóviles para dar a entender habían muerto. La prudencia y la
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de los hombres exigían que fuerematados.
Naóh se acercó al que estherido en el muslo; y ya blandíaazagaya cuando una extr
repugnancia le acometió. El gozoprivaba de toda su saña y no puresignarse a extinguir más vidas.
Por otra parte, lo urgente apagar el fuego. Desparramó tizones, y con una de las ma
abandonadas por los vencidredujo las brasas en fragmentos menudos que no pudieran durar ha
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el regreso de los guerreros. Desputrabando a los heridos con caña
ramas, gritó: —¡Los Kzams no han querido una brasa al Hijo del Leopardo
ahora los Kzams no tendrán Fue¡Vagarán en las tinieblas, acosadpor el frío, hasta que se ha
reunido a su Horda!… ¡Así Ulhamr son más fuertes que Kzams!…
Naóh no encontró a nadie al del montecillo donde Nam y Gdebían reunirse con él. No
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extrañó: los jóvenes guerrehabrían tenido que dar vastos rode
huyendo de sus perseguidores.Después de haber cubierto herida con hojas de sauce, Naóh
sentó junto a la ligera llama donardía su destino.El tiempo se deslizó con
aguas del Gran Río y los rayos deLuna ascendente. Cuando el allegó a su cénit, Naóh levantó
cabeza. Entre los mil esparcirumores, reconoció un ritmo singuque era el paso del hombre. Era
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paso rápido, pero menos complicque el de los animales de cua
patas. Casi imperceptible principio, se fue acentuando. soplo más fuerte de la brisa le ll
una emanación, y entonces el Ulhase dijo: —Aquí está el Hijo del Álam
que ha burlado a sus enemigos.Pensó así porque ningún indide persecución se descubría en
llanura.Muy pronto una flexible siluse dibujó entre dos sicómoros.
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Hijo del Leopardo vio que nohabía engañado: era Nam,
avanzaba hacia la luz argentina deLuna y no tardó en llegar al pie montecillo.
El jefe le preguntó: —¿Los Kzams han perdidotraza de Nam?
—Nam los ha arrastrado mlejos al Norte; luego les adelantado y ha corrido mu
tiempo por la ribera. Después sedetenido, y no ha visto ni oído málos Devoradores de Hombres.
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—¡Está bien! —respondió Npasándole la mano por el cuello
Nam ha sido ágil y astuto; pero ¿ha sido de Gau? —Al Hijo del Saiga le
perseguido otro grupo de KzaNam no ha encontrado su huella. —Esperaremos a Gau. Y aho
¡mira, Nam! Naóh se llevó a su compañeEn un recodo del montecillo, met
en una grieta, Nam vio lucir ullamita cálida y palpitante. —Aquí lo tienes —d
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sencillamente el jefe—. Naóh conquistado el Fuego.
El joven lanzó un gran grito; ojos se abrieron como deslumbrady en un arrebato de entusiasmo
prosternó ante el Hijo del Leoparmurmurando: —¡Naóh es tan astuto como t
una horda de hombres!… Serágran jefe de los Ulhamr y noresistirá enemigo alguno.
Se sentaron delante de la déllama, y fue para ellos como sigran hoguera nocturna les protegi
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al borde de las cavernas natabajo las frías estrellas y ante
fuegos fatuos del Gran Pantano. les era ya penosa la idea del laretorno. Cuando hubieran salido
las tierras del Gran Río, los Kzano les perseguirían ya, y atravesarparajes donde únicamente las fie
vagabundeaban en las soledades.Soñaron largo tiempo; porvenir brillaba sobre ellos y p
ellos, lleno de promesas. Pcuando la Luna empezó a hinchasobre el cielo de Occidente,
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inquietud les acometió. —¿Dónde estará Gau?
murmuró el jefe—. ¿No habrá sabdespistar a los enemigos? ¿Le hadetenido algún pantano o cayó en
emboscada?La sabana estaba muda; bestias callaban; la brisa mis
acababa de languidecer sobre el rídesvanecerse en los álamtemblones. Sólo se oía
ensordecido rumor de las agu¿Habría que aguardar hasta el albir a buscar al ausente? A Naóh
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repugnaba hondamente dejar Fuego a la custodia de Nam. Por o
parte, la imagen del joven guerrperseguido por los Devoradores Hombres le sobreexcitaba. Si aten
al Fuego, debía abandonar a Gau asuerte. Pero sentía por compañeros una salvaje ternu
ellos formaban parte de su misser; sus peligros le intimidaban tacomo los suyos propios, y más a
pues sabía que estaban doblemeexpuestos que él a las acechanzala amenaza de los seres y de
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elementos. —¡Naóh va a buscar las hue
de Gau! —exclamó al fin—. Dejal Hijo del Álamo que vele porFuego. Nam no tendrá reposo; moj
la corteza de la caja cuando edemasiado caliente, y no se alejde aquí más que el tiempo necesa
para ir a la orilla del río y volver. —Nam velará por el Fuego copor su propia vida —respondió
vehemencia el joven nómada. Luañadió con orgullo. —¡Nam sabe mantener la llam
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Su madre le enseñó a hacerlo cuanera tan pequeño como un lobato.
—¡Está bien! Si Naóh no vuelto cuando el Sol haya llegadla altura de los álamos, Nam
refugiará cerca de los mamuts; yNaóh no ha vuelto antes de que acel día, Nam escapará solo hacia
tierra de los Ulhamr.Diciendo esto, se alejó; todacarne vibraba de angustia, y muc
veces volvió la cabeza hacia silueta declinante de Nam, y haciadiminuta jaula del Fuego, cuya dé
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luz imaginaba distinguir todavcuando estaba ya diluida a lo lejos
el claro de Luna.
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6EN BUSCA DE GAU
ara encontrar la pista de Gera preciso volver
campamento de Devoradores de Hombres. Navanzaba lentamente. Le ardía herida del hombro, debajo de hojas de sauce que se había aplicala cabeza le zumbaba, dolorida ensitio donde le había alcanzadomaza enemiga, y experimentaba
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gran melancolía al ver que a pesarhaber conquistado el Fuego su ta
continuaba siendo tan ruda e inciecomo antes. Así llegó al recodo demisma fresneda desde la cual,
sus jóvenes compañeros, hadivisado el campamento de Kzams. Antes, una gran hoguera r
extinguía la claridad de la Luascendente. Ahora, el campameestaba sombrío; las bra
dispersadas por Naóh, se habapagado, y la claridad del astro dnoche se posaba sobre
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inmovilidad de los seres y de cosas. Sólo se oía la qu
intermitente de un herido.Consultando cada uno de sentidos, Naóh tuvo la certeza de
los perseguidores no habían vueltse acercó al campamento. Las quedel herido cesaron; parecía no ha
allí más que cadáveres. Naóh nodetuvo; caminó en la dirección donde Gau había emprendido la f
y encontró su pista. Fácil de seguiprincipio, acompañada como estpor las trazas de los Kzams
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desarrollándose casi en línea reluego se curvaba, rodeando u
oteros, volvía sobre sí mismatravesaba unos matorralesaparecía cortada bruscamente
una gran charca. Naóh no puvolver a dar con ella sino dandovuelta a la orilla, y la halló moja
como si Gau y los que le perseguse hubiesen metido en el agua.Delante de un bosque
sicómoros, los Kzams habían tenque dividirse en varios grupos. embargo, el Ulhamr consig
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distinguir la dirección convenientanduvo un kilómetro y medio, m
allá del cual tuvo que deteneGrandes nubes engullían la Luna yalba no se mostraba aún. El Hijo
Leopardo se sentó al pie de sicómoro que se alzaba desde hadiez generaciones de hombres.
fieras habían terminado sus cacery los animales diurnos no se movaún, ocultos en las madrigueras,
matorrales, los huecos de los árboo entre las ramas. Naóh descansó un rato. Algu
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gotas del tiempo se deslizarontravés de la fugitiva existencia
bosque. Después, un frío alcomenzó a extenderse de altura altura. El alba de otoño, densa
muerta, rozaba las débiles hojas y nidos abandonados, empujandelante de ella una brisa tan dé
que parecía el suspiro de sicómoros. Naóh, de pie ante la lpálida todavía como las blan
cenizas de un hogar, comió un pedde carne seca, se inclinó haciasuelo y se puso a seguir la pista
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ésta le guió durante varkilómetros. Al salir del bosq
siempre en pos de las huelatravesó un llano arenoso dondehierba era rara y los arbustos ruin
dio la vuelta por tierras en que cañas secas se pudrían al bordelas charcas; subió por una colina
internó entre unos cerros, y se detual fin a la orilla de un río que Gsin duda, había vadeado. Lo franqu
Naóh a su vez, y después de larinvestigaciones descubrió dos rastde Kzams que convergían. ¡G
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podía encontrarse cercado!Entonces pensó el jefe en
conveniencia de abandonar a suerte al fugitivo, a fin de arriesgar por una sola existencia
vida, la de Nam y la del Fuego. Pla persecución le exasperaba, fiebre le batía las sienes,
esperanza se obstinaba en él,despecho de todo, y se veía tambarrastrado por el mero interés de
empresa.Además de las dos bandas Kzams, cuya estratagema acababa
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observar Naóh, había que tenercuenta a la que iba directamente
persecución de Nam y que, tras tanvueltas y revueltas, tenía tiempohaber tomado una posición ventaj
si es que no se había dividido avez en pequeños grupos envolvenConfiando en la gran velocidad
sus piernas y en su astucia, el Hdel Leopardo siguió sin vacilarmisma pista de Gau, deteniénd
apenas para examinar la llanura.El suelo se hizo duro; el granaparecía debajo de una mezqu
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cuatrocientos metros, hombres grandes torsos y de piernas cor
avanzaban dispersos, mientras poNorte aparecía un nuevo grupo. embargo, a pesar de la la
persecución, el Hijo del Saiga parecía estar agotado, y los Kzademostraban un cansancio, al men
igual al suyo. Durante la interminanoche Gau sólo había corrido pevitar las emboscadas y p
inquietar a los enemigos. Pero, desgracia, las maniobras de Kzams le habían extraviado; y ah
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corría a la ventura, sin saber ya shallaba al Oeste o al Sur de la r
donde debía reunirse con su jefe. Naóh pudo seguir las peripecde la caza. Gau se dirigió hacia
pinar situado al Nordeste. El primgrupo de Kzams le seguía formanuna línea que le cortaba la retir
en un frente de más de cuatrocienmetros. El segundo grupo, desbordaba por el Norte, comenz
a desviarse con objeto de llegarbosque al mismo tiempo que fugitivo; pero mientras éste entra
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en él por Occidente, ellos debhacerlo por Levante. Esta situac
no era desesperada, ni siquiera mdesfavorable, con tal de que fugitivo torciera hacia el Noroe
en cuanto le ocultaran los árboVeloz como era, le sería fácil tomuna considerable ventaja; y si N
lograba reunírsele, ambos podrhuir en dirección al Gran Río.De una sola ojeada, el j
reconoció el camino favorable: una extensión sembrada matorrales, que le ocultarían ha
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que llegase a la altura del bosque Poniente del mismo. Se disponí
descender de la colina, cuando unueva peripecia, la más temibletodas, le hizo estremecer: otro gru
de perseguidores apareció, esta al Noroeste. Gau sólo podía evitarel cerco de los Kzams huyendo ha
Poniente, a toda velocidad; peroparecía tener conciencia del peliy seguía en línea recta.
Otra vez luchó Naóh entrenecesidad de salvar el Fuego, a Ny a sí mismo, y la tentación
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socorrer a Gau; y otra vez cedió amisteriosa fuerza que empuja
hombre y a las fieras a continuarobra comenzada. El Hijo Leopardo, después de una la
mirada al paraje, cuparticularidades quedaron fijadassus ojos, descendió de la colina.
Echó a correr a lo largo matorral, agachado a su borde; luego un rodeo a través de unas a
hierbas azules y rojizas; y comovelocidad era mucho mayor que lalos Kzams y de Gau, quie
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economizaban su aliento, llegó cedel bosque antes de que el fugit
hubiese entrado en él.Le faltaba entonces dar a conosu presencia. Imitó tres veces
bramido del gran ciervo, que eraseñal familiar a los de su tribu. Pla distancia era demasiado gran
Gau le habría oído, quizá, en ocasnormal; pero cansando como estabpuesta toda su atención en los que
perseguían, la llamada le pinadvertida.Entonces Naóh se decidió
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descubrirse, y abandonando hierbas que le ocultaban se decidi
descubrirse, surgió delante de enemigos y lanzó su grito de gueUn largo aullido, repetido por to
los grupos de Kzams que llegabanaquel instante al oeste y al este bosque, repercutió en el espac
Gau se detuvo, temblándole rodillas de gozo y de asombrolanzándose a toda velocidad, cor
hacia el Hijo del Leopardo. Ya ésseguro de ser perseguido, hsiguiendo la línea practicable. P
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el tercer grupo de Kzaadvirtiéndolo, había cambi
también de ruta y se precipitabcortar la retirada, mientras primeros perseguidores corrían
dirección casi paralela a la de fugitivos. Estas maniobras lograsu objeto: la vía del Oeste qu
bloqueada a la vez por los Kzampor una masa rocosa, cinaccesible, y era inútil torcer ha
el Sudoeste, donde los guerreformaban un gran semicírculo.Como Naóh guiaba a G
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directamente hacia la roca, Kzams, cerrando su cerco, lanza
un grito de triunfo; algunos llegaroveinte metros de los Ulhamr y arrojaron azagayas, pero Na
atravesando una cortina matorrales, arrastraba a compañero a través de un desfilad
que había divisado desde lo altola colina.Los Kzams aullaban; algu
corrieron a su vez hacia desfiladero, y los otros rodearonobstáculo.
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Entretanto, Naóh y Gau huíatoda velocidad y habrían tomado u
ventaja considerable si el terrenohubiese sido tan rudo, tan desiguamovedizo. Cuando salieron al o
extremo de la masa rocosa, Kzams desembocaban por el Nocortando la retirada. Naóh po
doblar al Mediodía, pero hacia resonaba el ruido creciente depersecución, de suerte que por aq
lado también iban a salirle al pasocualquier vacilación era mortal.Se lanzó en línea recta contra
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recién aparecidos, la maza en umano y el hacha en la otra, en ta
que Gau empuñaba su arpTemiendo que se escapasen Ulhamr, los tres Kzams se hab
dispersado. Naóh se abalanzó desalto sobre el que estaba a izquierda. Era un guerrero m
oven, ágil y flexible, que levantóhacha para parar el golpe. Un mazle arrancó el arma de la mano y o
mazazo le derribó.Los dos restantes Devoradode Hombres se habían precipit
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contra Gau, contando derribaenseguida y luego reunir sus fuer
contra Naóh. El joven Ulhaarrojando una azagaya, había heriaunque débilmente, a uno de
agresores; pero antes de que pudihacer uso del venablo fue alcanzen el pecho. Un rápido retroceso y
salto de través le permitieponerse en guardia. Mientras unolos Kzams le atacaba de frente,
gran rapidez, el otro trataba herirle por la espalda. Gau ibasucumbir, cuando llegó su jefe.
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enorme maza se desplomó comoárbol al ser derribado; uno de
Kzams cayó al suelo sin vida, yotro se batió en retirada hacia grupo de guerreros que venía
Norte y avanzaba a todo correr.Era demasiado tarde. Los Ulhaescapaban al cerco, huían hacia
Oeste, a lo largo de una lídesembarazada de enemigos; ycada salto aumentaba su avance.
Corrieron largo tiempo, pronto sobre la tierra resonante cosobre el sordo fango o entre
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hierbas que silban como reptiles; pronto en plena espesura como
través de una turbera, subienpendientes o corriendo cuesta abasin tino. Antes que el Sol hubi
llegado a la mitad del firmamellevaban ya dos kilómetros y mede ventaja. Algunas veces llegaro
suponer que el enemigo cesaría enpersecución; pero cuando llegabauna altura y volvían la vista at
divisaban siempre, a lo lejos,encarnizada jauría de Devoradores de Hombres.
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Gau iba perdiendo fuerzas, psu herida no había cesado de ma
sangre. A veces no era más que hilillo insignificante, ya que, a pede la furiosa carrera, la herida no
había abierto; pero después, alguesfuerzos más bruscos o un pasofalso, en un bache, hacían que el r
líquido volviera a brotar. Habienhallado al paso algunos álamóvenes, Naóh le había aplicado u
compresa de hojas. No obstanteherida continuaba sangrando bajovendaje, y poco a poco, la veloci
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de Gau se hizo igual, e inferior luea la de los Kzams. Entonces, c
vez que los fugitivos volvían cabeza, veían que la vanguardiasus enemigos había ganado terre
Y el Hijo del Leopardo, profunda rabia, pensaba que si Gno recuperaba sus fuerzas
perseguidores lo alcanzarían antesque hubiera podido llegar a donacampaba el rebaño de los mam
Y Gau no mejoraba; se presentó ucolina y la subió penosamente; pal llegar a la cima, temblorosas
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piernas, el rostro triste como ceniza, el corazón extenuado, vac
Y Naóh, vuelto hacia la tropa feque comenzaba a trepar por pendiente, vio cuánto ha
disminuido ya la distancia. —Si Gau no puede correr másdijo con voz entrecortada—,
Devoradores de Hombres nos habalcanzado antes que lleguemos avista del río.
—Los ojos de Gau no ven y orejas silban como grillos balbuceó el joven guerrero—. S
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su camino el Hijo del Leopardo; Gmorirá por el Fuego y por el jefe.
¡Gau no morirá aún!Volviéndose hacia los KzamNaóh hizo resonar un trinoso grito
guerra, y echándose a Gau al homrecomenzó la carrera. Al principsu gran valor y su formida
musculatura le permitieron conserla ventaja. Sobre el suelo en declsaltaba arrastrado por el propio p
que llevaba. Flexibles como ramde fresno, sus corvas sostenaquella incesante tensión; pero
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llegar al pie de la colina, su aliese aceleró y sus pies
entorpecieron. Sin su herida queabrasaba sordamente, sin el mazque había recibido en la cabeza y
le hacía zumbar aún los oídos hablogrado, aun con Gau a cuestas, deatrás a los Devoradores de Homb
cuyas piernas eran cortas y estafatigadas por tan larga carrera. Phabía ido más allá de lo
permitían sus fuerzas; ningún oanimal habría podido llevar a casobre la estepa o entre
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matorrales, un esfuerzo tan rudoabrumador… Entretanto, la distan
que le separaba de sus enemidecrecía. Oía sus pasos que rozala tierra, rebotando sobre ella
Naóh se daba cuenta, a cada instade la ventaja que iban consiguienEstuvieron a doscientos metr
luego a ciento cincuenta, luegoochenta. Entonces, el Hijo Leopardo puso a Gau en el suelo
con los ojos como atontados, tuuna vacilación suprema. —¡Gau, Hijo del Saiga!
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exclamó al fin—. ¡Naóh no pulibrarte ya de los Devoradores
Hombres!Gau se había puesto en piecontestó:
—¡Naóh debe abandonar a Gasalvar el Fuego!Entumecido aún, pues no obsta
las sacudidas se había dormido solos hombros del jefe, Gau se estirtendió los brazos, mientras
Kzams, a una distancia de veinticimetros, levantaban las azagayas prenovar la lucha. Naóh, decidid
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no huir hasta el último instante, hizo frente. Zumbaron los prime
proyectiles; pero, arrojados dedemasiado lejos, caían al suelo alcanzar a los Ulhamr. Sólo una ro
una pierna de Gau y le causó uherida tan ligera como la que habpodido hacerle una espina de ro
silvestre. Naóh respondió alcanzancon su maza al más cercano de atacantes, y enseguida traspasó
vientre de otro guerrero que acudgrandes saltos. La doble hazintrodujo el trastorno entre los
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iban a la vanguardia de los KzaLanzaron un clamor espantoso, p
se detuvieron, esperando el refuerEsta pausa favoreció a Ulhamr. La puntada en la pierna tu
la virtud de despertar a Gau. Cmano débil aún, cogió un arpón yblandió, en espera de que
enemigos se pusieran a tiro. Naóhver su actitud, le dijo: —¿Es que Gau ha recuperado
fuerzas? ¡Huya, pues!… Nretrasará la persecución…El joven guerrero vacilaba; p
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el jefe le gritó secamente: —¡Vete!
Gau emprendió la huida, pesy vacilante al principio, pafirmándose poco a poco. N
retrocedía, lento y formidable, uazagaya en cada mano; y los Kzano se atrevían a acometerle. Al
su jefe ordenó el ataque. Los darsilbaron, saltaron los hombres. Ndetuvo a dos guerreros en su carr
y luego emprendió la suya.Y la persecución recomensobre la tierra inmensa. Gau, a ra
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ágil, a ratos languidecienaflojados los músculos, extenua
corría impelido por la mano Naóh. Pero no por esto lograventaja sobre los Kzams, quienes
seguían a trote sostenido, apresurarse, fiados en su maresistencia. Pero Naóh no po
sostener más a su compañero. gran fatiga y la fiebre le hacinsufrible su herida del hombro;
cráneo se llenaba de ruidos y, añadidura, había tropezado con uroca lastimándose un pie.
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—¡Gau tiene que morir! repetía el joven guerrero—. ¡N
dirá a los Ulhamr que ha combatcomo un buen guerrero! Naóh, sombrío, no contesta
atento únicamente al trote de enemigos. Otra vez llegaron ochenta metros, luego a cuarenta
los fugitivos, mientras subían abrupta ladera. Entonces, el Hijo Leopardo, reuniendo sus energ
más hondas, mantuvo el avance halo alto de la colina. Y una vez aechando una intensa mirada ha
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Occidente, el pecho palpitante avez de cansancio y esperanza, grit
—¡El Gran Río!… ¡Los mamuEl vasto caudal corría areverberando entre los álamos,
sauces, los fresnos y los alisos;gran rebaño estaba también allíkilómetro y medio, paciendo
raíces y los brotes tiernos de árboles. Naóh, arrastrando a Gaulanzó con un impulso que les h
ganar una ventaja de más de cuaremetros. ¡Éste era el último esfuerPorque muy pronto perdieron e
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pequeña ventaja, palmo a palmo. Kzams lanzaron su grito de guerra
Cuando los Ulhamr hubiellegado a unos ochocientos metmás allá de la colina, los Kzams
tenían casi a su alcance. Corréstos con su paso cortoacompasado, tanto más seguros
coger a los Ulhamr, cuanto que ésse encontrarían cerrado el paso el colosal rebaño, y sabían
aquellos gigantes, a despecho depacífica indiferencia, no querían nadie se mezclara con ellos. Y
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rechazarían a los fugitivos. No obstante, los Kzams
descuidaban la persecución. NaóGau oían ya un resuello; ¡y falttodavía por salvar más
ochocientos metros!… EntonNaóh lanzó un agudo grito de quDe un bosquecillo de plátanos se
salir un hombre. Un instante despuuna de las enormes bestias levantótrompa soltando un barrito estriden
Y se lanzó, seguido de otros tres,línea recta, hacia el Hijo Leopardo. Los Kzams, aterrado
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contentos a la vez, se detuvieron:había más que hacer, sino esperar
retorno de los Ulhamr, cercarloaniquilarlos.Sin embargo, Naóh y G
siguieron corriendo unos cuaremetros; después, volviendo hacia Kzams su rostro demacrado por
fatiga y sus ojos centelleantes pogozo del triunfo, el Hijo Leopardo gritó:
—¡Los Ulhamr han hecho aliacon los mamuts! ¡Naóh se ríe de Devoradores de Hombres!
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Mientras hablaba así, los mamllegaron; y ante el infinito estupor
los Kzams, la más colosal de bestias puso la trompa sobre hombro del Ulhamr. Y Na
proseguía: —¡Naóh ha tomado el Fuego!dado muerte a los Kzams en
campamento y ha asustado a otmás numerosos que le perseguían…Los Kzams contestaron
aullidos de rabia. Pero al ver que mamuts seguían avanzanretrocedieron a toda prisa, aterrad
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puesto que ellos, al igual que Ulhamr, jamás habrían imagin
que el hombre pudiese combatir aquellas hordas titánicas.
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7LA VIDA ENTRE LO
MAMUTS
am había conservado bienFuego. Brillaba claro y pdentro de su jaula cuan
Naóh volvió a verlo. Y aunque fatiga fuese extrema, aunque herida le mordiese la carne como
lobo y en su cabeza zumbarafiebre, el Hijo del Leopardo tuvogran momento de felicidad. En
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ancho pecho palpitaba toda esperanza humana, más bella
desde que, sin ignorarla, no pensen la muerte. La juventud vivía eny, para su corta previsión, e
significaba la Eternidad. Le parever el pantano en primavera, cuanlos cañaverales lanzan al aire
tiernas flechas; cuando los álamlos alisos y los sauces se reviscon sus hojas verdes y blanc
cuando las cercetas, las garzas y palomas torcaces dialomusicalmente; cuando la lluvia
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tan alegre que es como si la vmisma cayese sobre la tierra. Y a
las aguas, y sobre las hierbas y enlos árboles, la faz de la posteridera la faz de Gamla.
Cuando Naóh hubo soñdelante del Fuego, cogió unas raíy plantas tiernas para ren
homenaje al jefe de los mamuts, ppensaba que la alianza, para duradera, debía ser renov
diariamente. Sólo entonces, dejana Nam la custodia del Fuego, fubuscar un abrigo en el centro del g
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rebaño y allí se tendió sobretierra.
—Si los mamuts dejan espastos —dijo Nam—, yo despertal Hijo del Leopardo.
—El pasto es aquí abundanterespondió Naóh—: los mampacerán hasta la noche.
Y se hundió en un sueño profuncomo la muerte.Al despertar, el Sol se inclin
sobre la sabana. Nubes de coesquisto se amontonabanlentamente envolvían el disco de o
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semejante entonces a la enorme del nenúfar. Naóh sintió en
unturas de brazos y piernas un docomo si se las hubieran roto;fiebre corría a través de su cráne
su espinazo, pero el molesto zumbse debilitaba en sus oídos y el dodel hombro menguaba.
Se levantó, contempló en primlugar el Fuego, y después preguntsu joven compañero:
—¿Han vuelto los Kzams? —No se han alejado todavíAguardan al borde del río, delante
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la isla de los álamos altos. —Está bien —respondió el H
del Leopardo—. Les faltará el fudurante las noches húmedperderán el valor y volverán a
horda. Duerma Nam, a su vez.Mientras Nam se acostaba solas hojas y el liquen, Naóh examin
Gau, que se agitaba en sueños.oven estaba débil, su piel ardía, yrespiración era fatigosa; pero
sangre no manaba ya de su pecNaóh, pensando que Gau no entraaún en las raíces de la profun
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tierra, se inclinó sobre el Fuego un gran deseo de verle crecer en u
fogata de ramas secas.Pero rechazó este placdejándolo para los días siguien
pues lo primero era lograr que el jde los mamuts permitiera a Ulhamr pasar la noche en
campamento. Naóh le buscó conmirada. Le vio solitario, segúncostumbre, para velar mejor por
rebaño y escrutar más ampliamela llanura, paciendo arbolillos apenas brotaban del suelo. El H
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del Leopardo cogió raíces helécho, buscó también ha
panosas, y con todo ello se dirihacia el mamut. La bestia, acercarse el hombre, dejó de pas
movió suavemente la velluda tromy dio algunos pasos a su encuenViéndole los brazos cargados
comida, mostró su contento y afecto hacia el hombre. El nómtendió la provisión que estrech
contra el pecho y murmuró: —Jefe de los mamuts, los Kzano han abandonado aún el río. L
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Ulhamr son más fuertes que elpero sólo son tres, mientras ellos
más de tres veces dos manos, y matarán si nos alejamos de mamuts.
El coloso, harto de una jornentera de pacer, comía lentamenteraíces y las habas. Cuando hu
acabado, miró al Sol ponientedespués se acostó en el sumientras su trompa rodeaba el cue
del hombre. Naóh dedujo de eactitud que la alianza era completque podía esperar su curación y la
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Gau en el campamento de los mamsin temor a los Kzams, al león
tigre y al oso gris. Quizá le setambién concedido encender Fuego devorador y gustar la dulz
de las raíces, las castañas y carnes asadas.El Sol se ensangrentó en el va
Occidente e iluminó magníficelajes. Fue un anochecer rojo cola flor de cañacoro, amarillo co
una pradera de ranúnculos, liliácomo los colquios en una riberaotoño; y sus resplandores registra
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la profundidad del río. Fue unolos más bellos crepúsculos de
tierra mortal. No excavó en el ciperspectivas inconmensurabcomo los crepúsculos de estío; p
tuvo lagos, islas y cavernas saturadel fulgor de las magnolias, ácoro bastardo y del rosal silves
cuyo brillo arrebataba el alprimitiva de Naóh. Y éste preguntaba quién podía ilumi
aquellos espacios inmensos, hombres y qué bestias vivían dede la montaña del cielo…
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Tres días hacía que Naóh, GaNam moraban en el campamento
los mamuts. Los vengativos Kzacontinuaban merodeando a la ordel Gran Río con la esperanza
capturar y devorar a los hombres habían burlado su astucia, desafisu fuerza y tomado su fuego.
Naóh no los temía ya; su aliacon los mamuts se había hecompleta y todas las mañanas
vigor personal se afirmaba. Ya nozumbaba el cráneo; la herida hombro, poco profunda, se cerr
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rápidamente, y la fiebre hacesado. Gau se restablecía tambi
Frecuentemente, los tres Ulhadesde lo alto de un montecidesafiaban a sus adversarios.
Naóh les decía a gritos: —¿Por qué vagabundealrededor de los mamuts y de
Ulhamr? Para los mamuts sois colos chacales ante el Gran Oso. ¡Nmaza ni el hacha de ningún Kz
pueden resistir a la maza ni al hade Naóh! Si no regresáis havuestros cazaderos, os pondrem
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celadas y moriréis a nuestras mano Nam y Gau lanzaban el grito
guerra y blandían las azagayas; plos Kzams merodeaban en matorrales, entre las cañas, en
sabana o bajo los arces, sicómoros, los fresnos y los álamDe repente, se distinguía un vellu
torso, una cabeza coronada de larcabellos, o bien, en la penumbradeslizaban confusas siluetas.
aunque no la temiesen, los Ulhadetestaban su presencia, que impedía alejarse para reconocer
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terreno y constituía una amenaza pel futuro, pues sería necesario m
pronto abandonar a los mamuts pvolver hacia el Norte. El Hijo Leopardo pensaba en los medios
alejar al enemigo.Continuaba con sus homenajeefe de los mamuts. Tres veces al
recogía para él tiernas raícespasaba largos ratos a su lado, a de comprender su lenguaje y hace
entender el suyo. El mamescuchaba gustoso la palahumana, sacudía la cabeza y pare
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pensativo; a veces un fulgor lucíasus oscuros ojos, o sus párpados
fruncían como si viera. EntonNaóh pensaba: —El Gran Mamut comprend
Naóh; pero Naóh no le comprendél.Sin embargo, uno y otro hac
gestos y movimientos cuyo sentidoera dudoso y que se referían acomida. Cuando el nómada grita
«¡Aquí está!», el mamut se acercenseguida, aun cuando Nestuviese escondido, pues sabía
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iba a hallar raíces, frescos tallofrutos. Poco a poco aprendieron
llamarse, incluso sin objeto. mamut lanzaba un barrito suaveNaóh articulaba una o dos sílab
Estaban contentos de hallarse uunto al otro. El hombre se sentabael suelo; el mamut daba vueltas a
alrededor y, alguna vez, como vía de juego, le levantdelicadamente en su trom
arrollada.Para llegar a su objetivo, Nhabía ordenado a sus compañe
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que rindieran homenaje a otros mamuts, que eran jefes después
coloso. Al familiarizarse con nómadas, les daban el afecto ellos les habían pedido. Luego N
enseñó a los dos jóvenes la formaacostumbrar a los gigantes a su vode tal manera lo hicieron que
quinto día los mamuts acudían allamada de Nam y Gau.Los Ulhamr tuvieron una g
dicha. Un anochecer, antes finalizar el crepúsculo, habienacumulado ramas y hierbas sec
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Naóh se atrevió a encender fogata. El aire era fresco, basta
seco, y la brisa soplaba apenas. llama creció al principio negra pohumo, y luego pura, rugiente y
color de la aurora.Los mamuts acudieron de topartes. Se veía avanzar sus gran
cabezas, y en sus ojos brillabainquietud. Los más nerviobarritaban, porque conocían
Fuego. Lo habían encontrvagando por la sabana y la seldespués de caer el rayo, y hasta
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había perseguido con espantocrujidos; su aliento les roía el cue
y sus dientes les traspasaban invulnerable piel. Los mamancianos se acordaban
compañeros que fueron rodeados aquella cosa terrible y no habvuelto jamás. Así, contemplaban
temor e irritación la llama junto acual se sentaban las bestezueverticales.
Naóh, advirtiendo el desagrde los titanes, se acercó al gmamut y le dijo:
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—El fuego de los Ulhamr puede escaparse, no puede cre
entre las plantas ni puede lanzasobre los mamuts, porque Naóh lohecho prisionero en un terreno do
carecerá de alimento.El coloso, conducido a dpasos de la llama, la contemplaba
más animoso que sus semejanpenetrado de una oscura confianzaver a sus débiles amigos tan seren
se tranquilizó. Como su inquietusu sosiego regían desde hacía laraños, los del rebaño, poco a po
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dejaron de temer al fuego inmóvillos Ulhamr como temían al fu
formidable que galopa sobre estepa.Así Naóh pudo alimentar la lla
y rechazar las tinieblas. Y aquenoche gustó la carne, las raíces, hongos asados, y se regaló con ell
Al sexto día, la presencia de Kzams se hizo más insoportabNaóh había recuperado ya todas fuerzas; la inacción le pesaba yespacio le atraía hacia el No
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Habiendo visto algunos torvelludos asomar entre los plátan
le acometió la cólera y exclamó: —¡Los Kzams no se alimentacon la carne de Naóh, de Gau ni
Nam!Después reunió a sus compañey les dijo:
—Vosotros llamaréis a mamuts con los cuales habéis healianza y yo haré que me siga el G
Jefe. Así podremos combatir con Devoradores de Hombres.Habiendo ocultado el Fuego
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lugar seguro, los Ulhamr se pusieen camino. A medida que se alejab
del campo ofrecían alimento a mamuts, y Naóh, de cuando cuando, les hablaba con sua
voces. Sin embargo, al llegar a ciedistancia, los colosos vacilarporque el sentimiento de
responsabilidad con el rebaumentaba a cada zancada y les hadetenerse y volver la cabeza ha
Occidente. Por fin se pararon seco; y cuando Naóh lanzó el gritollamada, el jefe de los mam
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respondió llamándole a su vez. Hijo del Leopardo volvió sobre
pasos, pasó la mano por la trompasu aliado y le dijo: —Los Kzams están escondi
entre los arbustos. Si los mamuts ayudaran a combatirlos, ellos noatreverían a vagabundear en torno
campamento.El jefe de los mamuts permaneimpasible y no cesaba de mirar at
hacia el lejano rebaño cudesignios regía. Sabiendo Naóh los Kzams estaban ocultos a u
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pocos tiros de azagaya, no puresolverse a abandonar el ataque y
deslizó, seguido de Nam y Gautravés de la espesura. Los darsilbaron; varios Kzams se irguie
entre los matorrales para apunmejor al enemigo, y Naóh lanzólargo y estridente grito.
Entonces, el jefe de los mampareció comprender. Lanzó barrito formidable que reunía
manada y se precipitó, seguido de otros dos machos, contra Devoradores de Hombres. Na
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blandiendo la maza, y Nam y Gcon el hacha en la mano izquierd
un dardo en la diestra, atacaclamando belicosamenEspantados, los Kzams
dispersaron a través de matorrales; pero el furor se haapoderado de los mamuts y carga
sobre los fugitivos como habrcargado contra los rinoceronmientras que desde la orilla del G
Río se veía al rebaño entacudiendo en grupos enfurecidTodo crujía al paso de
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formidables bestias; los animaocultos, lobos, chacales, corz
ciervos, caballos, saigaes y jabase levantaban de la tierra y hucomo ante la proximidad de
huracán.El gran mamut fue el primero alcanzó a un enemigo. El Kzam
echó al suelo, aullando de terpero la musculosa trompa se doblpara cogerlo, le arrojó verticalme
a cuatro metros de altura, y al cauna de las enormes patas le aplacomo un insecto.
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El rebaño llegaba, y su fltemible anegó el matorral. U
oleada de músculos cubrió la llanutoda la tierra palpitaba como pecho; y cuantos Kzams se halla
al paso, desde el Gran Río hasta cerros y hasta la fresneda, quedaconvertidos en barro sangrien
Únicamente entonces el furor de mamuts se apaciguó. El jdeteniéndose al pie de una coli
dio la señal de paz; y se detuvietodos, centelleantes todavía los ojsacudidos los flancos por
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estremecimientos de la cólera.Los Kzams que pudieron esca
al desastre huían desatinadamehacia el Mediodía. No había temer ya sus emboscad
Renunciaban para siempre a matalos Ulhamr y devorarlos; y llevaa su horda la asombrosa noticia d
alianza de los Hombres del Nocon los mamuts, cuya leyenda perpetuaría en el curso de los sig
y de incontables generaciones…Durante diez días los mamdescendieron hacia las tierras baj
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a lo largo de la ribera. Su vida bella. Perfectamente adaptados a
praderas, la fuerza llenaba pesados flancos; un alimeabundante se les ofrecía a c
recodo del río, en los barrizapalustres, sobre el humus de llanos y entre los viejos oquedales
Ninguna bestia turbaba camino. Soberanos de la tiedueños de caminar y detenerse a
gusto, sus antepasados les habasegurado la victoperfeccionando el instinto de la ra
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endulzando sus costumbregulando sus jornadas, su táct
sus campamentos y su jerarquproveyendo a la defensa de débiles y a la inteligencia entre
poderosos. La estructura de cerebro era delicada y estprovista de sutiles sentidos: ten
una visión exacta, y no la pupinquieta del caballo o del uro;olfato fino, el tacto seguro y m
vivo el oído.Enormes y al mismo tiemflexibles; gruesos pero ági
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exploraban las aguas y la tiepalpaban los obstáculos, olfateab
cogían, arrancaban o amasaban, aquella trompa de nervios finos se arrollaba como una serpien
estrechaba como un oso y trabajcomo la mano del hombre. colmillos excavaban el suelo; de u
pisada de sus redondas paaplastaban al león. Nada ponía límites a la victo
de su raza. Les pertenecía tantotiempo como el espacio. ¿Quhabría podido turbar su reposo; qu
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les impediría perpetuarse generaciones tan numerosas co
aquéllas de las cuales descendían?Así soñaba Naóh, mientras acompañando a aquel pueblo
colosos. Escuchaba con placer cócrujía la tierra a su paso,contemplaba orgullosamente
anchas y pacíficas hileescalonadas delante del río o blas enramadas de otoño. Todos
animales se apartaban a proximidad; y los pájaros, pverlos, descendían de lo alto o
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elevaban por encima de cañaverales. Fueron aquellos d
tan dulces en su seguridadabundancia que, sin el recuerdo Gamla, Naóh no habría deseado
fin, pues ahora que conocía a mamuts los hallaba menos rudmenos inseguros. Su jefe no
como Faúhm, temible aun para propios amigos, sino que conducíamanada sin amenazas ni perfidia.
había un solo mamut que tuvieragenio feroz de Agooh y hermanos…
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Al romper el alba, cuando el discurría hacia Oriente, los mam
se levantaban de la húmeda tierraFuego chisporroteaba, ahíto de po sicómoro, de álamo o de tilo; y
la profundidad silvestre, sobreorilla brumosa, las bestias sabque la vida del mundo había vuelt
aparecer.Esta aparición se ensanchabalas nubes, inscribiendo en ellas
símbolo de todo lo que la luz habrotar de las tinieblas, donde, ella, los pórfidos, los cuarzos,
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gneis, la mica, los minerales, gemas y los mármoles dormir
incoloros y glaciales; símbtambién de cuantas formas y colocrea la vida al agitar el m
tumultuoso y volatilizarlo en espacio, y al unirse al agua para telas plantas y amasar la carne de
bestias.Cuando la vida llenaba el pescielo de otoño, barritaban
mamuts, levantando sus trompasempezando a gozar de esa juvenque trae la mañana y hace olvida
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noche. Se perseguían en sinuosidades de las ensenadas
hasta el extremo de los promontorse reunían en grupos, llenos emoción, ante el simple y profun
placer de reconocerse con la misestructura, los mismos instintos, mismos movimientos que la vísp
Después, sin prisa ni pedesenterraban las raíces, arrancalos frascos tallos, pacían la hier
trituraban las castañas y las bellopaladeaban toda especie de setahongos, y saboreaban la tru
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Gustaban de bajar todos juntosabrevarse; y entonces su pue
parecía más numeroso, su masa mimponente. Naóh subía a algún cerro
escalaba una roca para verlos bahacia la orilla.Sus dorsos se sucedían como
aludes de una avenida torrencial, anchos pies abrían hoyos en arcilla, sus orejas parec
gigantescos murciélagos prontostomar el vuelo; agitaban las tromcomo troncos de cítiso cubiertos
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musgo fangoso, y los colmilloscentenares, alargaban sus venab
lisos, relucientes y curvos…Volvía la puesta del Sol, y ovez las nubes reasumían el esplen
de las cosas. La carnívora noche ccomo una neblina violácea, y Fuego empezaba a crecer. L
Ulhamr le servían una comcopiosa; y él devoraba glotonamela leña de pino y las hierbas sec
adeaba al roer el sauce, y su aliese volvía acre al atravesar los taly las hierbas húmedas. A medida q
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se agrandaba, su cuerpo se volmás claro y su voz más ronca; sec
la tierra fría y rechazaba las tiniebhasta unos cuatrocientos metrCuando añadía a la carne, a
castañas y a las raíces un sapenetrante, el gran mamut ibacontemplarlo. Se acostumbraba a
se gozaba en su caricia y en resplandor, fijaba en él sus opensativos y seguía las acciones
Naóh, Nam y Gau al echar ramajtroncos o hierbas secas en las faude escarlata. Quizá entre
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vagamente que la raza de los mamsería más fuerte aún si pudi
servirse del fuego.Un anochecer se acercó más los otros días, alargando la tromp
olfateando los soplos que levantaban de aquella bestia formas variables. El gran mam
estaba tan inmóvil que parecía uroca de granito; después, cogienuna gruesa rama, la tuvo un insta
suspendida y la echó en medio dellamas. La rama hizo brotar ubandada de chispas, crujió, sil
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humeó y se inflamó por fin. Entoncsacudiendo la cabeza con aire
contento, el coloso fue a ponertrompa sobre el hombro de Naquien no había hecho el me
movimiento. Sobrecogido de estuy admiración, creyó que los mamsabían cuidar el Fuego como
hombres; y se preguntó por pasaban las noches en medio del y la humedad de las tinieblas.
contestación era obvia, pero mentalidad de salvaje no acertóformularla: los mamuts no sab
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hacer fuego, ni construir armdefensivas porque carecían
inteligencia.A partir de entonces, el gmamut se encariñó más todavía
los nómadas. Ayudaba a recoleña, alimentaba el fuego, prudencia y sagacidad, y pare
soñar envuelto en la claribronceada, purpúrea o carmesí despedía la llama. En su enor
cráneo parecían agrandarse nuenociones, estableciendo un lmental entre él y los Ulha
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Comprendía varias palabrasmuchos ademanes, y él mismo sa
darse a entender. En aquel tiempotribus desprendidas y alejadas centro de civilización inic
descendieron rápidamente a un grde embrutecimiento que los habnivelado con las bestias, de
poseer el atributo innato de inteligencia, facultad que les enegada a los irracionales. L
mamuts conocían instintivametodo lo necesario para conservación y propagación. Así,
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efe regulaba con alguna anticipacla partida de la manada; cuan
había que penetrar en territorsospechosos o enigmáticos, se hapreceder de escuchas o avanzad
en su experiencia, guiada por memoria tenaz, había variedadfirmeza. Aunque con menos precis
que Naóh, no le cedía en cuantciertas apreciaciones sensitisobre las aguas, las plantas y
animales; entreveía la sucesión los períodos áridos y de los períofértiles del año, y discer
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groseramente el curso del Sol, confundirlo con el de la Luna. Por
si los hombres, desde hacía millade años, iban acrecentandoafinando su entendimiento por me
de todo lo que habían palpadotransformado sus manos, los mamen cambio, con ayuda de su ingeni
trompa desenvolvían multitud percepciones que permanecignoradas para aquellos.
embargo, reducido a alguentonaciones y a pocos signos,lenguaje de los colosos s
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expresaba sensaciones y estapasionales o instintivos; ning
percepción suya podía combinacon otra o ensancharse por medioese gran río de la tradición oral, q
entre los hombres, causaba, reunvariaba inagotablemente experiencia, la invención y
imágenes… Si el instinto hereditade los mamuts se limitaba a imitación de actos y ges
milenarios, a la transmisión añagazas y tácticas, a una someducación sobre el uso de los obje
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o las relaciones con la comunidalos individuos, tenían la ventaja
un instinto social más antiguo quede los hombres, y de una longevique favorecía la experien
individual. El hombre no estconformado para vivir tanestaciones como el mamut, y se v
mucho más sujeto a perecer accidente. No podía tampoco concon una protección muy eficaz;
odio de sus semejantes le amenazno solamente fuera, sino en el sde la Horda misma. Así, exist
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menos hombres que mamuts hubiesen recibido de la vida u
lección a la vez copiosa y duradeY Naóh veía en su colocompañero —en quien una la
existencia dejaba intactos el vigoragilidad y la memoria, y cuyos ojoídos y olfato conservaban
uventud—, un instinto que él juzgsuperior a la inteligencia del viGoún, cuyos recuerdos eran vas
pero cuyas articulaciones se volvrígidas, los movimientos perezosoindecisos, el oído duro y turbia
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vista…
Entretanto, los mamcontinuaban descendiendo el cudel Gran Río; y ya su ruta se alejde la que debía llevar a los Ulhahacia la Horda, pues el río, queprincipio seguía la dirección Noluego se desviaba al Oriente e muy pronto a descender hacia el SNaóh se inquietaba. A menos querebaño no consintiese en abandola vecindad de las orillas, iba a preciso separarse de él. ¡Y era
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grata la costumbre de vivir enaquellos compañeros enormes
benévolos! Tras tanta seguridad, soledades iban a parecer mferoces. Allá, bajo el lluvioso oto
en la selva llena de fieras, sobreinmensa pradera en fermentacivendrían día y noche la emboscad
el acecho, la brutalidad de elementos y la perfidia del felino.Una mañana, Naóh se detuvo a
el jefe de los mamuts y le dijo: —El Hijo del Leopardo ha healianza con la Horda de los mam
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Su corazón está contento a su laLes seguiría durante estaciones
cuento; pero debe volver a veGamla, a orillas del Gran PantaSu ruta es al Norte y ha
Occidente. ¿Por qué no dejan mamuts las orillas del río?Se había apoyado contra uno
los colmillos del mamut; la bespresintiendo por la expresión Naóh la gravedad de sus design
le escuchaba inmóvil.Después osciló lentamente pesada cabeza y reanudó el cami
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para guiar el rebaño, que continusiguiendo la orilla. Naóh pensó
era aquélla la respuesta del colosose dijo: —Los mamuts tienen necesi
de las aguas… También los Ulhapreferirían seguir el curso del río…La necesidad le salía al pa
Exhaló un hondo suspiro y llamsus compañeros. Después, habienvisto desaparecer la retaguardia
rebaño, subió a un montecillocontempló, a lo lejos, al jefe quehabía acogido y salvado de
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garras de los Kzams. El pecho sellenaba de dolor y de miedo.
volviendo los ojos NorteOccidente, sobre la estepa ymaleza de otoño, sintió su debili
de hombre; y su corazón voló, llde ternura, hacia los mamuts yfuerza inagotable.
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TERCERA PARTE
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1LOS ENANOS ROJO
iguieron grandes lluv Naóh, Nam y Gau
encenagaron en las tierinundadas, erraron bajo enramapodridas, franquearon montesdescansaron al abrigo de espefrondas, en las oquedades de rocas o en las grietas del terreno. el tiempo de las setas. Sabían son pérfidas y pueden matar
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hombre, como el veneno de serpientes, y ninguno de ellos com
sino las que los ancianos les habseñalado como buenas, según forma y color, y las distingu
también con el olfato. Cuando faltla carne, iban, según los lugarealturas, en busca de las var
especies de setas comestiblesinofensivas. Las buscaban a sombra de los húmedos oqueda
entre las chorreantes encinas, olmos devorados por el musgo, herrumbrosos sicómoros, o sobre
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plantas viscosas, en el letargo de hondonadas, bajo los saledizos
los esquistos, los gneis y pórfidos.Esta vez, con el fu
conquistado, podían cocerensartadas en ramitas o expuessobre piedras planas y aun sobre
arcilla. También asaban belloraíces y a veces castañas; tostaayucos y nueces, y extraían dul
savias de los acres.El fuego constituía su gozo ypena. Lo defendían con astucia
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encarnizamiento, contra el huracálas lluvias torrenciales. Algu
veces, cuando el agua cdemasiado espesa y demasiinsistente, se hacía necesa
abrigarlo; si no hallaban el refugiolas rocas, en los árboles o ensuelo, era necesario abri
construirlo, en lo cual perdían larornadas. Las perdían también rodear los obstáculos: por ha
querido atajar por el camino mrecto, quizá habían alargado su vipero ellos lo ignoraban, y se dirig
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hacia el país de los Ulhaguiándose por su instinto
remitiéndose al Sol, que dindicaciones vagas, pero incesanteLlegaron al borde de una tie
arenosa, salpicada por masas granito y basalto. Esta tierra parecerrar todo el Noroeste, y era blan
miserable y amenazadora. De treen trecho producía un poco de hiedura; algunos pinos extraían de
dunas una vida penosa; los líquemordían la piedra y colgaban pálidos vellones. Alguna lie
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febril, algún atemorizado antílpasaban a veces, flanqueando
colinas o metiéndose en los pasoslos cerros. La lluvia se hacía mrara; erraban fláccidas nubes al
de las grullas, los gansos y chochas. Naóh vacilaba en internarse
aquel terreno lamentable. El día declinando; una claridad terrosadeslizaba sobre la llanura; el vie
corría sordo y lúgubre.Los tres Ulhamr, vuelto el roshacia las arenas y las rocas, sintie
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en la nuca el escalofrío del desiepero como tenían carne
abundancia y la llama lucía claralas jaulas, echaron a andar aaventura.
Cinco días pasaron sin ver eldel llano y de las dunas desierTenían hambre, porque las best
ágiles y veloces, escapaban a celadas. Tenían sed, pues la lluhabía disminuido aún más y la ar
sorbía el agua. Y más de una llegaron a temer la muerte del FueAl sexto día, la hierba se mostró m
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abundante y menos dura; a los pisucedieron los sicómoros,
plátanos y los álamos, y las charse multiplicaron. Luego la tierraoscureció, el cielo se hizo más ba
lleno de opacas nubes, que extendían sin fin. Los Ulhapasaron la noche bajo un álam
después de haber encendido montón de leña y hojas, que gembajo el chaparrón y esparcía
humareda sofocante. Naóh hizo la primera veladespués de él veló Nam. El jo
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Ulhamr caminaba alrededor dehoguera, atento a reanimarlo
ayuda de una vara y a secar las ramantes de darlas al fuego coalimento. Un pesado resplandor
arrastraba a través de los vaporela humedad; se extendía sobrebarro; se deslizaba entre los arbus
y enrojecía tristemente las frondEn torno, rondaban las tinieblas, lo llenaban todo. Entre el rumor
agua, parecían como un fluformidable y viscoso. Nam agachaba para secarse las mano
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los brazos; después, aguzaba el oíEn el fondo de las tinieblas estaba
peligro, un peligro informe, podía desgarrar con la zarpa o conmandíbula, aplastar bajo los cas
de la manada, deslizar la fría mueentre los anillos de la serpienromper los huesos con el hacha
traspasar el pecho con el arpón…El guerrero experimentó brusco estremecimiento: sus senti
y su instinto se alarmaron; supo algo vivo merodeaba alrededor fuego, y tocó suavemente al jefe.
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Naóh se puso de pie de un saexplorando a su vez la oscuri
nocturna, y vio que Nam no se haengañado. Vagaban seres cuefluvio se disipaba entre la hume
y el humo; a pesar de ello, el Hdel Leopardo adivinó la presenhumana. Dio tres fuertes golpes
venablo, en lo más abrasado dehoguera; saltaron las llammezcladas de azufre y escarlata,
lo lejos unas siluetas se ocultaron.Enseguida despertó el jefe compañero dormido:
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—¡Los hombres están ahí! murmuró.
Uno al lado del otro, duralargo rato, procuraron penetraroscuridad. Nada volvió a ve
Ningún ruido extraño turbaba chapoteo de la lluvia; ningún efluevocador se descubría en los sop
del viento. ¿Dónde estaba, puespeligro? ¿Era una horda o alguhombres que habitaban en
soledad? ¿Qué camino debía tomapara luchar o para huir? —¡Custodiad el Fuego! —dijo
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fin el jefe.Sus compañeros vieron que
cuerpo de Naóh disminuía. Despde dar un rodeo, el Ulhamr se oriehacia los matorrales donde ha
visto ocultarse las siluetas humanEl Fuego le guiaba, pues aunfuese invisible, esparcía
resplandor de crepúsculo. Naóhdetenía continuamente, empuñandohacha y la maza; a veces pegaba
oído al suelo, y siempre pocuidado en avanzar trazando curvano en línea recta. Merced a
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blandura de la tierra y a precaución, ni el oído del lobo m
fino hubiera podido oír su paso.Antes de llegar a los matorrase detuvo. Dejó pasar algún tiem
sin que oyera ni percibiera otra cque la caída de las gotas de lluviasusurro de los vegetales o la huida
un animal asustado. .Entonces tomó un rumbo oblictraspasó los matorrales y vol
sobre sus pasos: no descubría rasalguno.Pero no se extrañó por esto, p
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su instinto se lo había anunciado y se alejó en dirección a un cerro q
había divisado antes, al anochecCuando llegó a la cima, despuésescalarla con tiento y rode
descubrió abajo, a lo lejos, en uhondonada y a través de la brumaresplandor que indicaba otra hogu
humana. La distancia era tan grandtan opaca la atmósfera, que apepudo discernir algunas deform
siluetas; pero no cabía duda acede su naturaleza. El escalofrío qusacudió al borde del lago
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acometió nuevamente. Y el peligesta vez, era peor, porque
desconocidos habían detectado presencia de los Ulhamr, antes de descubiertos ellos mismos.
Naóh, muy despacio al principy más rápidamente cuando el Fufue visible, regresó a su campamen
—¡Los hombres están allí! murmuró.Tendía la mano hacia el E
seguro de su orientación; y añaddespués de una corta pausa: —Hay que reanimar el Fuego
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las jaulas.Confió esta operación a Nam
Gau, mientras él mismo echbrazadas de ramaje alrededor defogata, para formar una suerte
barrera luminosa. Así, los que acercaran podrían distinguir resplandor de las llamas, pero no
había centinelas. Cuando las jauestuvieron listas y repartidas provisiones, Naóh dispuso la parti
La lluvia se hacía más fina ysoplaba un hálito de aire. Si enemigos no cerraban el camino o
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descubrían inmediatamente la furodearían la hoguera que ardía en
soledad, y, juzgándola defendida,atacarían sino después de hamultiplicado las tretas y
precauciones. Así, Naóh y los supodían tomar una consideraventaja.
Hacia el amanecer cesó la lluvUna triste claridad subió de abismos, y la aurora se arras
miserablemente detrás de las nubDesde hacía rato, los Ulhamr estasubiendo una suave pendien
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Cuando llegaron a lo más alto repecho, sólo vieron, al principio
sabana, la maleza y los bosqucolor de ocre o de pizarra, con isazules y claros rojizos.
—Los hombres han perdnuestra huella —murmuró Nam.Pero Naóh le respondió:
—¡Los hombres nos persiguenEn efecto, dos siluetas surgieren la bifurcación de un río, segui
de otras treinta. A pesar de distancia, Naóh juzgó a esos hombcomo de estatura extraordinariame
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baja; de sus armas nada podecirse, puesto que no era posi
distinguirlas. Y como no veían a Ulhamr, que andaban ocultos por árboles, sus seguidores se deten
de cuando en cuando, para examilas huellas. Su número aumentando y el Hijo del Leopa
los evaluó en más de cincuenta. embargo, no parecían poseer igagilidad que los fugitivos.
Salvo que volvieran atrás, Ulhamr debían atravesar zonas cestériles o sembradas de co
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hierba. Lo mejor era avanzar rodeos, contando con la fatiga
enemigo. Como la pendiedescendía, los nómadas anduvielargo tiempo sin cansarse. Y cuan
al volver la cabeza, vieron a perseguidores que gesticulaban sola cima, la ventaja había aumentad
Poco a poco, el terreno se hamás áspero. Encontraron una llande greda, como convulsa e hincha
luego unas laudas donde abundaciertas plantas duras y estaban llede celadas, de charcas ocultas,
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no se veían enseguida y era preccontornear.
Cuando se había evitado unapresentaban otras, de suerte que nómadas no avanzaron gran cosa.
fin las salvaron; y entonces presentó una tierra rojiza, algunos pinos muy altos y m
enclenques, rodeada de turbalesya volvían a divisar la sabanaNaóh se regocijaba por ello, cuan
asomó por la izquierda un grupohombres. Enseguida reconoció estructura.
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¿Eran los mismos que pormañana y, conocedores del terre
habían seguido una vía más corta los fugitivos? ¿O bien era ocuadrilla de la misma raza? Esta
bastante cerca para que se pudiapreciar con exactitud la exigüide su estatura: la frente del más a
llegaría, apenas, al pecho de NaTenían la cabeza cónica, el rostriangular, el color de la piel co
ocre rojo, y, aunque delgadparecían pertenecer, por movimientos y la viveza de
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mirada, a una raza llena de enerA la vista de los Ulhamr, lanzaron
clamor semejante al graznido de cuervos, y blandieron venablosazagayas.
El Hijo del Leopardo contemplaba con estupor. Sin vello de las mejillas, que les cre
en pequeñas guedejas, sin el sellola vejez impreso en algunos de elsin sus armas, y a pesar de la anch
de sus pechos, les hubiera tompor chiquillos.Al principio no concebía N
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que se arriesgaran a entabcombate; y, en realidad, vacilab
Cuando los Ulhamr levantaron may arpones, cuando resonó en llanura la voz de Naóh —
acallaba las suyas como el trueno león acalla los gritos de las corne, los pigmeos se ocultaron. P
debían de ser belicosos, porque gritos, lanzados a la vez, comocoro, volvieron a levantarse en
de amenaza. Luego se dispersaronsemicírculo, con lo ccomprendieron los nómadas
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trataban de cercarles. Temiendoastucia más que su fuerza, Naóh
la orden de partida. Del primimpulso, y sin ningún esfuerzo, grandes nómadas se distanciaron
sus perseguidores, menos veloaún que los Devoradores Hombres. Si no se presenta
obstáculos, los fugitivos, a pesar cargamento que llevaban (las jaudel Fuego, provisiones y leña se
no podían ser alcanzados.Pero Naóh desconfiaba de asechanzas de los hombres y de
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celadas de la tierra. Ordenó a guerreros que continuaran su carr
y luego, dejando en el suelo la cen que llevaba su tesoro, el Fuegopuso a observar a los enemigos.
el ardor de la carrera se habdiseminado. Tres o cuatro, sin dulos más ágiles, se habían adelant
mucho al grueso de la falange. Hijo de Leopardo no perdió tiempo. Recogió algunas piedras,
añadió al arsenal de sus armasechó a correr como un rayo hacia Enanos Rojos. Aquella acción
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llenó de estupor y temieron estratagema. Uno de ellos,
parecía el jefe, lanzó un gestridente y se detuvieron todos. PNaóh tenía a tiro al que que
alcanzar y gritó: —Naóh, Hijo del Leopardo, quiere mal a ningún hombre, y
atacará si los Hombres Rojos dede perseguirle.Todos escuchaban sin mover
solo músculo del rostro. Viendo qel Ulhamr no avanzaba, reanudasu movimiento envolvente. Entonc
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Naóh, agitando el puño en el ctenía una piedra, volvió a gritar:
—¡El Hijo del Leopardo herirlos Enanos Rojos!Tres o cuatro azagayas partie
contra él, al descubrir los Enanopiedra con que les amenazaba; pel alcance de aquellas armas era m
inferior al que podía lograr nómada. Lanzó éste la piedalcanzó al Enano al que ha
apuntado, y le derriInmediatamente lanzó otra piedque erró el blanco; después otra,
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hizo sonar el pecho de un guerrehizo un gesto de burla, enseñando
la mano otra piedra, y después, actitud terrible, blandió una azagayPero los Enanos Ro
comprendían mejor los signos los Ulhamr y los Devoradores Hombres, pues se servían menos
lenguaje articulado. Comprendieque la azagaya sería más peligrque las piedras; los más avanza
se replegaron sobre el gruprincipal, y el Hijo del Leopardoretiró lentamente. Los perseguido
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le seguían a distancia; y cada vez uno u otro se adelantaba a
compañeros, Naóh lanzaba un rugy blandía el arma. Así se diecuenta de que había más peligro
desperdigarse que en permanereunidos, y Naóh, habiendo logrsu objetivo, reanudó la carrera.
Los Ulhamr corrieron durantemayor parte del día. Cuando detuvieran, hacía ya mucho tiem
que los Enanos Rojos habdesaparecido. Las nubes se habdesgajado; el Sol, a través de u
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ancha grieta azul, vertía sus rahasta el fondo de las laudas.
tierra, al principio llana y dura,había vuelto difícil de transiocultando fangales que agarraban
pies y los hundían hacia el abismPor las crestas de los promontortrepaban grandes reptiles; serpien
acuáticas, de cuerpo verdosorojizo, brillaban entre las aguas; ranas saltaban lanzando un g
gangoso; los pájaros desaparecfurtivamente, dando zancadas con largas patas, o hendían el aire
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vuelo tembloroso como las hojas álamo.
Los nómadas corrieapresuradamente. Temiendo peligros ocultos de aquella comar
se esforzaban por descubrir usalida. A veces creyeron habeconseguido. El suelo se afirma
hayas, sicómoros, helechos suceda los sauces, a los álamos y a hierbas palustres. Pero muy pronto
agua calenturienta volvía a aparecse abrían taimadamente las charcahabía que perder pasos y esfuerzo
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La noche se acercaba. El Sol,color de la sangre fresca,
desplomó sobre el Poniente anegen turbales, y se encenagó en charcas.
No ignoraban los Ulhamr sólo podían contar con su valor yvigilancia. Mientras hubo claridad
el firmamento, siguieron avanzany luego hicieron alto frente a estepa, dejando a sus espaldas
terreno caótico, en el cual percibalternativamente vagas claridadehoyos de tinieblas. Desgaja
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ramas, hicieron rodar granpedruscos, y, ligándolo todo
ayuda de mimbres y bejucos, encontraron al abrigo de tsorpresa. Pero se guardaron
encender fuego: únicamente diealimento a los pequeños hogamedio escondidos bajo tierra,
esperaron las cosas inciertas que pronto amenazan como salvan la vde los hombres.
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2LA ARISTAGRANÍTICA
asó la noche. Bajo oscilante fulgor de estrellas, ni Nam, ni Gau
el jefe vieron bultos humanos, oyeron u olieron otra cosa que soplos del húmedo viento, bestias
pantano o aves de rapiña de blanalas. Cuando la mañana se esparcomo un vapor de plata, la est
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mostró su faz melancólica, segude una ilimitada superficie de ag
sembrada de islas fangosas.Si se alejaban de las orilencontrarían sin duda a los Ena
Rojos. Era preciso seguir confines de la estepa y el pantanobusca de una salida; y como n
indicaba la dirección adecuatomaron la que desde luego pareció menos propicia a
emboscadas. Al principio, esta rfue buena. En el suelo, bastafirme, interrumpido apenas
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algunas charcas, crecían plancortas, salvo en la misma orilla
pantano. Al mediar el día, las may los arbustos se multiplicaronhubo que acechar continuame
pues el horizonte se haestrechado. Sin embargo, Naóh creía que los Enanos Ro
estuviesen cerca. En caso de quehubiesen abandonado la persecuciestarían siguiendo las huellas de
Ulhamr, pero con un retrconsiderable.La provisión de carne se ha
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agotado. Los nómadas se acercarola ribera, donde abundaba la caza.
les escapó una avutarda, que refugió en una isla; Gau capturó,la embocadura de un riachuelo, u
pequeña brema; Naóh atravesó su arpón una polla de agua, y Npescó varias anguilas. Enton
encendieron una hoguera de hierbramas secas, gozosos de sentirolor de las carnes asadas. Enton
se les tornó grata la vida; la juvense llenaba de fuerza. Y ya confiaben haber cansado a los Ena
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Rojos, mientras acababan de roer huesos de la polla de agua, cuan
de los matorrales salieron varbestias. Naóh reconoció, enseguique huían de algún enem
considerable. Se levantó y tutiempo de ver, por entre las ramuna forma furtiva.
—¡Los Enanos Rojos han vueexclamó.El peligro era mayor que an
pues los Enanos podían seguircubierto a los Ulhamr y cortarlescamino por medio de emboscadas
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Una faja de terreno se alargacasi desnuda y favorable a la hui
entre el pantano y la maleza. LUlhamr se apresuraron a cargar las cajas del Fuego, las armas y
restos de la caza. Nada se oponísu partida. Si el enemigo les segentre los matorrales, perde
terreno, porque era más lento ellos y las plantas le dificultabanpaso.
La árida estepa se ensanchóprincipio, luego comenzó estrecharse entre árboles, arbusto
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altas hierbas. Sin embargo, el sucontinuaba siendo firme y N
estaba seguro de haberse distancide los Enanos Rojos. Mientras nopresentaran obstáculos, los Ulha
conservarían la ventaja.Pero los obstáculos presentaron. El pantano avanzó
tentáculos sobre la llanura: profunensenadas, charcas, canarebosantes de plantas viscosas… L
fugitivos veían sin cesar obstruidaruta; tenían que dar rodeos, torcehasta desandar lo andado. Al fin,
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encontraron metidos en un pestrecho y granítico, limitado a
derecha por el agua sin fin, y aizquierda por terrenos inundados las crecidas otoñales. Enfrente,
franja granítica se hundía en el agLos Ulhamr se encontraron cercapor tres lados: era preciso, o vol
atrás, o aguardar el destino.Fue aquél un momento terriblelos Enanos Rojos estaban ya a
entrada de la faja de tierra que Ulhamr habían recorrido, la retirera imposible; y Naóh, abatida
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cabeza ante todo un mundo hostillamentó amargamente de ha
abandonado a los mamuts. Su enercedió, le asaltaron descorazonamiento y la angus
Pero pronto sintió la reacción, urgencia y rudeza; la angustia pacomo pasa un latido, y para Naóh
no hubo más que el momepresente, el cual exigía la tensióntodo su ser y la viveza de todos
sentidos.Los nómadas reconocierápidamente el terreno. A lo lejos
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levantaba una masa rojiza, que poser una isla o quizá la continuac
de la faja granítica. Nam y Gbuscaron un vado; pero sencontraron aguas profundas o
traición de los hoyos y el fango.Así pues, el último recurso escape estaba en el retroceso.
decidieron bruscamente y lo llevaa cabo a toda prisa. Recorrieron uochocientos metros y se encontra
fuera del pantano, ante vegetación tupida, apeinterrumpida por islotes de hie
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rasa. Nam, que iba delante, se pen seco y dijo:
—Los Enanos Rojos están aqu Naóh no lo dudaba; pero pasegurarse mejor cogió unas pied
y las arrojó rápidamente a espesura que Nam señalaba: un lrumor de huida delató a
enemigos.La retirada era imposible; haque prepararse para el combate. P
el sitio donde se encontraban no sno les ofrecía ventaja alguna, sque daba a los Enanos Rojos
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facilidad para envolverles. Mvalía establecerse en la arista
granito. Protegidos por el resplande la hoguera, allí estarían libressorpresas.
Naóh, Nam y Gau lanzarongrito de guerra; y mientras blandsus armas, Naóh gritaba:
—Los Enanos Rojos se engaal perseguir a los Ulhamr, que tan fuertes como el oso y ágiles co
el Saiga. ¡Si atacan, los EnaRojos morirán en gran númeroNaóh solo derribará a diez… Nam
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Gau matarán también a much¿Quieren los Enanos Rojos
mueran quince guerreros suyos pdestruir a tres Ulhamr?De los matorrales y las a
hierbas se levantaron agudos griEl Hijo del Leopardo comprenque los Enanos Rojos querían
guerra y la muerte; pero no asombraba por ello. ¿Acaso Ulhamr no habían dado muerte,
todo tiempo, a los extranjerosquienes habían sorprendido en inmediaciones de la Horda? Y Na
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comprendía muy bien que los EnaRojos quisiesen hacer lo mismo.
Su enorme pecho se llenabacólera; provocó a sus enemigoavanzó rugiendo hacia
matorrales. Delgadas azagasilbaron, de las cuales ninguna llhasta él. Y Naóh lanzó una fe
carcajada: —¡Los brazos de los EnaRojos son débiles! ¡Son brazos
niño!… A cada golpe, Naderribará a un Enano, con la mazcon el hacha…
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Apareció una cabeza entre uvides silvestres, confundiéndose
el color de los pámpanos enrojecipor el otoño; pero Naóh había vbrillar los ojos. Una vez más qu
mostrar sus fuerzas sin emplearazagaya; la piedra que arrojó htemblar la hojarasca, y un agudo g
rasgó el aire. —¡Ahí lo tenéis! Ésta es la fuede Naóh… Con la afilada azag
hubiera atravesado al Enano RojoY únicamente entonces se retirando en medio de los gañidos
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sus adversarios. Prefirió ir hastaextremo mismo de la arista, pues
había sitio para algunos hombreslos Enanos Rojos sólo podratacarlos de frente y en línea re
Por el lado del agua, y a causa deplantas traidoras, no podía avanninguna almadía, ni hombre algu
osaría acercarse a nado.Tampoco era posible llegar aislote escarpado, que se levantab
unos veinticinco metros de la calzgranítica.Tras acumular cañas secas p
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el fuego de la noche, los Ulhamrtuvieron que hacer otra cosa
esperar. De todas sus velas, aquéfue la más terrible. Cuando fuesorprendidos por el oso gris, ten
la esperanza de aniquilarlo medio de algunos golpes basestados. Cuando estuvie
aprisionados entre las piedbasálticas, no ignoraban que el ltigre había de alejarse para busca
caza; y los Devoradores de Hombno les habían cercado.Pero ahora era imposi
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aniquilar a una Horda que acorralaba por la astucia y
número. Los días seguirían a días, sin que el enemigo dejasevigilar en el pantano. Y en caso
ataque, ¿cómo iban a resistir thombres solos?Así Naóh se encontraba atrap
por la fuerza de sus semejantes; y,embargo, aquellos semejantes ede los más débiles; ninguno de e
podía estrangular a un lobo; jamsus ligeras azagayas penetrarhasta las entrañas del león; pero
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venablos, impotentes para herirauroch, eran capaces de traspasa
corazón de un hombre…El Hijo del Leopardo sintió ohacia el poderío de su raza, m
implacable, más cruel, mdestructora que los felinos, serpientes y los lobos. Y,
acordarse de la bondad de mamuts, su pecho se estremeció;cavernoso suspiro le desgarraba
alma; y Naóh volvió hacia aquecolosos pacíficos aquella radoración que germinaba en el fon
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de su alma, tan fuerte como adoración al Fuego, pero más tie
y más dulce…Mientras tanto, el Sol y el Agmezclaban su brillante existencia
Agua era inmensa: no se veía su y el Sol no era otra cosa que un futan grande como la hoja de u
ninfea. Pero la luz del Sol es mgrande que el Agua misma, puesextiende sobre el pantano y ll
todo el cielo, que por sí solo, domtoda la faz de la tierra.En su fiebre, Naóh, sin olvida
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los Enanos Rojos, la lucha, emboscadas y la liberación,
asombró de que una luz tan vaproviniera de un fuego tan pequeUn peso terrible aplastaba
hombros; su corazón latía como upantera, y lo sentía chocar contra huesos…
De cuando en cuando el nómse ponía en pie y levantaba la maEl anhelo de lucha llenaba todo
ser y sus brazos se impacientapor no poder golpear a los insultaban su fuerza. Pero lu
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recobraba Naóh la prudencia yastucia, sin las cuales ningún hom
viviría una sola estación. Su promuerte sería demasiado hermpara el adversario, si iba a busca
él mismo. Era necesario fatigar a Enanos Rojos, espantarlos, matamuchos. Desde luego, él, Naóh,
quería morir; quería ver otra veGamla. Y aunque no sabía cóengañar a la Horda enemiga,
ardiente vida conservaba esperanza, no concibiendo pudiera desaparecer, puesto que
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extiende tan lejos como la luz y aguas.
Al principio, los Enanos Rono se habían mostrado, por mieduna añagaza o porque esperaban uimprudencia de los UlhaAparecieron al atardecer. Se les vsalir de sus escondites y avanhasta la entrada de la arista granítcon una mezcla singular resbalones y saltos. Después detenían a examinar el pantaAlguno que otro lanzaba un gr
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pero los jefes guardaban atenciósilencio. Al llegar el crepúsculo
Horda Roja parecía un hormiguese hubiera dicho, a la cenicieclaridad de la hora, que se trataba
unos extraños chacales levantasobre las patas traseras. Vino noche. El fuego de los Ulha
extendió sobre las aguas una clarisangrienta. Detrás de los matorrael fuego de los sitiadores enroje
las tinieblas. Bultos de centinelasperfilaban y desaparecían. A pede los simulacros de ataque,
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agresores se mantuvieron fuera tiro.
El día siguiente insoportablemente largo. Los EnaRojos se movían sin cesar, tan pro
formando pequeños grupos comomasa. Sus anchas mandíbuexpresaban una tenacidad invencib
Se veía que meditaban sin descala muerte de los extranjeros; erainstinto desarrollado en ellos a
largo de centenares de generaciony sin el cual hubieran sucumbidoante las razas de hombres más fue
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y menos unidos.Durante la segunda noche,
iniciaron ningún ataque: guardaun profundo silencio y no descubrían en lo más mínimo.
propias hogueras, ya porque no hubiesen encendido, o bien haberlas preparado muy lej
permanecían invisibles. Hacia alba, se levantó un repentino rumose hubiera dicho que los matorra
avanzaban como seres vivos. apuntar el día, vio Naóh que montón de ramajes obstruía
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entrada de la arista granítica. LEnanos Rojos lanzaron clamo
bélicos, y el nómada comprendió iban a avanzar tras de aqparapeto. Así podrían arrojar
azagayas sin descubrirse, o sbruscamente, en gran número, paraataque decisivo.
La situación de los Ulhamragravaba por momentos. Agotadaprovisión, habían echado mano los recursos del pantano; perolugar no era favorable. Difícilme
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capturaban alguna anguila o algbrema, y aunque unieran a ellas
batracios que podían coger, corpulentos organismos y su juvenpadecían tal penuria. Nam y G
apenas adultos y en plcrecimiento, se consumían. Al terdía, sentados los tres junto al fue
Naóh fue acometido por una inteinquietud. Había fortificado refugio, pero sabía que dentro
pocos días, si la caza continuescaseando, sus compañeros sertan débiles como los Enanos Rojo
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aun él mismo, ¿arrojaría con igvigor la azagaya? ¿Su maza se
acaso tan mortífera como antes?El instinto le aconsejaba la huamparándose en las tinieblas; p
era necesario sorprender a Enanos Rojos y forzar el paso,cual sería, probablemen
imposible. Echó una mirada haciaOeste. La Luna creciente hacobrado brillantez y sus cuernos
redondeaban. El astro iba declinanacompañado de una gran estrazul, que titilaba en la humedad
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aire. Los batracios se llamaban ua otros, con sus voces viejas
tristes; un murciélago erraba ennoctuelas; un búho enorme pvolando con sus pálidas a
brillaron bruscamente las escamasun reptil. Era una de aquellas nocfamiliares a la Horda, cuan
acampaba junto a las aguas, bajoclaro cielo. Las antiguas imágellenaron la mente de Naóh con u
especie de zumbido. Una escena, le entretenía como a un niño, destacó entre las demás. La Ho
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acampaba junto al Fuego; el viGoún soltaba la rienda de
recuerdos, que instruían a hombres; un olor de carne asflotaba en la brisa; y detrás de
cañaverales, se divisaba el anreflejo del pantano, bajo la luz deLuna.
Tres muchachas se levantaronentre el grupo de las mujeres, ypusieron a corretear entre
esparcidas hogueras, gastanalegremente el ardor vital que un de cansancio no había podido ago
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Pasaron junto a Naóh, con extrañas risas y la locura de
uventud. El viento se levantó repente; una cabellera azotó el rosdel joven Ulhamr: la cabellera
Gamla. Y el joven sintió como latigazo en la faz, que resonó coun choque en el fondo del pecho. T
lejos de la tribu, entre las asechande los hombres y la aspereza mundo, aquella imagen constituía
cosa más profunda de la vida… imagen se desvaneció.Sacudiendo la cabeza, N
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volvió a pensar en su salvamento.fiebre se apoderó de él;
incorporó, y rodeando la hogueradirigió hacia los Enanos Rojos.Sus dientes rechinaron:
parapeto de ramaje se haacercado más; quizá a la nosiguiente el enemigo emprendería
ataque.De repente, un agudo grito rael espacio, y un bulto, al princi
confuso, salió del agua. Luego Nreconoció una forma humana, quearrastraba, derramando sangre
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uno de sus muslos: era de extrcomplexión, casi sin hombros y
la cabeza muy estrecha. Primpareció que los Enanos Rojos nohubiesen visto; pero después
elevó un gran clamor, y las azagay los venablos rasgaron el aEntonces, Naóh se sintió impel
por un oscuro instinto. Olvidó aquel hombre debía de ser tambun enemigo suyo, y sintiendo que
desencadenaba todo su furor conlos Enanos Rojos, corrió haciaherido, como hubiera corrido
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socorro de Nam y Gau. Una azaghirió a Naóh en el hombro, pero no
detuvo. Lanzó un grito de guerraprecipitó sobre el herido, lo levade un solo esfuerzo y se batió
retirada. Una piedra le dio encráneo, otra azagaya le rozó omóplato…
Pero ya estaba fuera de tiroaquella noche los Enanos Rojos se atrevieron aún a arriesgar la g
batalla.
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3LA NOCHE EN EL
PANTANO
uando el Hijo del Leopahubo llegado junto al Fue puso al desconocido so
las hierbas secas y le contempló sorpresa y desconfianza. Era un del todo diferente a los Ulhamr, a
Kzams y a los Enanos Rojos. cráneo, extraordinariamente largmuy estrecho, mostraba un pelo r
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y escaso; los ojos, más altos anchos, oscuros, apagados, tris
parecían sin luz; y las mejillashundían sobre unas débmandíbulas, de las cuales la infer
se retraía como la de las ratas. Plo que más sorprendió al jefe aquel tronco cilíndrico, donde c
no se distinguían los hombros, suerte que los brazos parecían sdel cuerpo como las patas de
cocodrilos. La piel era seca y áspecomo cubierta de escamas, y formgrandes pliegues. El Hijo
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Leopardo pensó a la vez en serpiente y el lagarto.
Desde que Naóh le hudepositado sobre las hierbas secel hombre no se movió. A veces
párpados se levantaban lentamentsus ojos oscuros miraban a nómadas. Respiraba ruidosamen
con una especie de ronquido quizá era un lamento. A Nam y Gaquel ser les inspiraba tan v
repugnancia, que gustosamente hubieran arrojado al pantano. cambio, Naóh se interesaba por
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no sólo porque le había salvadolos enemigos, sino porque era mu
más curioso que sus compañerosse preguntaba quién era, de dóvendría, cómo era que se hallaba
el pantano y por qué le habherido. Intentó hablarle por señdarle a entender que ellos no
matarían, y después le enseñóparapeto de los Enanos Rojhaciendo un gesto que qu
significar que de allí vendría muerte. Y como el Hombre Pantano, volviendo el rostro ha
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Naóh, lanzó un grito sordo y gutuel nómada creyó que le ha
comprendido.La Luna creciente tocaba límite del firmamento; la g
estrella azul había desaparecido.extraño, incorporado a medaplicaba hierbas a su herida, y
veces se descubría un pálcentelleo en sus ojos opacos.Cuando la Luna se hundió,
estrellas extendieron sus fulgosobre las aguas y se oyó trabajalos Enanos Rojos. Pasaron toda
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noche acarreando ramajeavanzando su atrincheramien
Varias veces Naóh se dispuso parcombate; pero luego se daba cuedel número de sus enemigos, de
vigilancia y astucia. Comprendía cualquier movimiento suyo o de compañeros sería advertido, y
resignó, confiando en el azar delucha.Pasó la noche. Por la mañana,
Enanos Rojos lanzaron alguazagayas, que fueron a caer cerca refugio de los nómadas, y grita
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para demostrar su alegría y triunfo.
Aquél era el último día. Pornoche, los Enanos Rojos acabarde avanzar su parapeto; el ata
empezaría antes de ponerse Luna… y los Ulhamr escudriñabanagua verdosa, con cólera y angus
mientras el hambre les roía entrañas.A la luz de la mañana, el her
les pareció más raro aún. Sus oeran semejantes al jade; su lacuerpo cilíndrico se retorcía
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fácilmente como el de un gusanomano, delgada y blanca, se curv
caprichosamente hacia atrás…De repente, cogió un arpón yclavó en una hoja de nenú
Burbujeó el agua, relució una forcobriza, y el hombre, retiranrápidamente el arma, sacó una ca
colosal. Nam y Gau lanzaron un gde alegría; el pescado sesuficiente para la comida de var
hombres, y los compañeros de Nno sintieron ya que su jefe hubisalvado la vida de aqu
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inquietante criatura. Y menos sintieron cuando hubo captur
otros peces, pues tenía extraordinario instinto para la pesLa energía renació en el pecho
los Ulhamr. Al comprobar una más que la acción del jefe había sbienhechora, Nam y Gau
exaltaron. Como el calor circulotra vez por su cuerpo, no creyeya que pudiesen morir: Naóh sab
tender una celada a los EnaRojos, para hacerlos perecer en gnúmero e infundirles espanto.
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El Hijo del Leopardo compartía aquella esperanza.
atinaba con medio alguno de escaa la ferocidad de los Enanos Rojocuanto más reflexionaba, me
concebía la utilidad de estratagemas. A fuerza de repasaren su imaginación, parecía que
algún modo se gastaban, y acabpor no contar con otra cosa que la fuerza de su brazo y con
fortuna en la cual los hombres y animales que se han salvado grandes peligros, ponen su confian
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El Sol llegaba casi a su puecuando el horizonte se llenó de
nube temblorosa, que se deshaconstantemente, y en la cual Ulhamr reconocieron una extr
migración de pájaros. Con un rude viento y de ola, las ronbandadas de cuervos precedían a
grullas de patas colgantes; luseguían los ánades, balanceando testas versicolores, los gansos
pesados odres, y los estornilanzados como negros guijarros. confundidos unos con otros, aflu
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los tordos, las urracas, los pavos,avutardas, las garzas,
chotacabras, los chorlitos realelas chochas.Sin duda, allá lejos, detrás
horizonte, alguna tremenda catástrlos había espantado, echándohacia nuevas tierras.
Al llegar el crepúsculo, bestias de pelo aparecieron en de los pájaros. Los ciervos gigan
galopaban veloces, junto con vertiginosos caballos, los bronmegaceros y los saigaes de fi
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patas; las hordas de lobos y perpasaban como una tromba; un g
león amarillento y su hembra dasaltos de seis metros al frente declan de chacales. Muchos
detuvieron a la orilla del pantanabrevaron.Entonces, la guerra eter
suspendida por el pánico, reanudó: un leopardo saltó a la grude un caballo y empezó a devora
el cuello; unos lobos embistierouna horda de saigaes; un águilallevaba una garza hacia las nube
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el león, con un largo rugiacechaba a las presas fugitivas.
vio salir a una bestia de cortas pacasi tan macizas como las del mamy cuya piel formaba una cort
gruesa y arrugada, como la de encinas viejas. Quizá el león conocía a aquel animal, pues so
otro rugido, con la amenaza deformidable cabeza, de sus dientesgranito y de su erizada melena.
rinoceronte, molesto por aquel rude trueno, levantó el cornudo hocy arremetió furiosamente contra
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felino. No hubo lucha siquiera. altivo cuerpo rojizo dio una vuelt
rodó sobre sí mismo, mientrasmasa rugosa continuaba su cicarrera, habiendo vencido casi
darse cuenta. Una queja profunda,dolor y rabia, brotó de los flandel león. El estupor de haber sent
su fuerza tan vana como la de chacal oprimía su oscuro instinto. Naóh había esperado febrilme
que la invasión de las bestias echde allí a los Enanos Rojos; peroesperanza se vio frustrada. El éxo
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bestial apenas rozó el área campamento humano, y cuando
noche aventó las cenizas crepúsculo, se encendieron hogueen la llanura y se oyeron ri
feroces. Después, todo quedó silencio. Apenas batía las alas alginquieto zarapito, apenas zumbaba
las mimbreras algún estorninoagitaba las ninfeas el nadar de alsaurio. Sin embargo, unas singula
criaturas aparecieron al ras del agy se dirigieron al islote vecino dearista donde estaban los Ulha
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stos distinguían la maniobra por remolinos del agua y por
emergencia de unas caberedondas, cubiertas de algas… Hacinco o seis; Naóh y el Hombre
Pantano los observaron desconfianza. Finalmente, vieron saltaban al islote, se situaban en
saliente rocoso y luego levantalas voces, con ferocidad y sarcasmNaóh, atónito, reconoció que e
hombres; de haberlo dudado, clamores que les contestaron alargo de la orilla, habrían disip
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su incertidumbre… Los EnaRojos, aprovechando el éxodo de
bestias, acababan de vencer vigilancia de los Ulhamr. P¿cómo se habían abierto paso?
En ello pensaba Naenfurecido, cuando vio que Hombre del Pantano indic
persistentemente, con el brazo, dirección que, partiendo de la orillegaba al islote. Después señaló
arista de granito, y el Hijo Leopardo adivinó que, entre el isly la pantanosa ribera, debía de ha
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otra arista, que se extendía ocucasi a flor de agua. Entretanto,
enemigo estaba allí, en el flancolos Ulhamr, lleno de acechanzas…era preciso echarse al suelo, det
de los salientes, para evitar piedras y azagayas.
El silencio volvió a invadirpantano; Naóh continuaba velanbajo el centelleo de constelaciones.
El matorral de los Enanos Roavanzaba lentamente; antes de med
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la noche, tocaría casi la hogueralos nómadas, y entonces empezarí
ataque. Éste iba a ser difícil: Enanos Rojos tendrían que salvarllamas, que ocupaban toda la anch
de la arista y tenían más de un mede espesor.Mientras Naóh, puesto en tens
todo su instinto, meditaba escosas, una piedra salida del islcayó entre las llamas. Silbó el Fu
y se lanzó una leve columna vapor, desvaneciéndose en el aCon el corazón oprimido, N
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adivinó la táctica del enemigo, por medio de guijarros, envueltos
la hierba mojada, intentaba extingel Fuego o amortiguarlo lo bastapara facilitar el paso a
atacantes… ¿Qué hacer? Para poalcanzar a los que ocupaban el islono sólo sería necesario que el
mismos se descubriesen, sino además los Ulhamr deberexponerse a sus golpes.
Mientras el Hijo del Leopardsus compañeros se agriafuriosamente, las piedras se suced
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sin parar: una continua nube de vasubía de entre las llamas, y
matorral de los Enanos Roavanzaba sin descanso. Los nómay el Hombre del Pantano tirita
con la fiebre de las besacorraladas.Muy pronto, toda una parte de
hoguera comenzó a apagarse. —¿Estáis preparados, NamGau? —preguntó el jefe. Y
aguardar su respuesta, lanzó su gde combate. Era un clamor angustia y rabia, en el cual
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hallaron los dos jóvenes la ruconfianza habitual en su j
Resignados, esperaban la sesuprema. Pero una vacilacpareció apoderarse de Naóh.
ojos parpadearon; una carcajestridente brotó de su pecho, yesperanza dilató su rostro. Naóh
dio una recia y alegre palmada enfrente y gritó: —¡Cuatro días hace que
parapeto de los Enanos Rojos esecándose al sol!Se echó enseguida al suelo,
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arrastró hacia la hoguera, cogiótizón y lo lanzó con todas sus fuer
hacia el matorral móvil. El heriNam y Gau se unieron a él, y cuatro se pusieron a arro
furiosamente tizones ardientes.Sorprendido por tan singumaniobra, el enemigo había lanz
al azar algunas azagayas. Pecuando al fin comprendió la tácde los Ulhamr, las hojas secas y
tallos del atrincheramiento ardíacentenares; una llama enorbramaba alrededor del matorra
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empezaba a penetrarlo. Por seguvez Naóh lanzaba su grito de gue
un grito de muerte y esperanza, henchía el corazón de compañeros.
—¡Los Ulhamr han vencido a Devoradores de Hombres! ¿Cómohan de aplastar a los peque
Chacales Rojos?El fuego continuaba devorandomatorral, un largo resplandor r
escarlata se extendía sobre pantano y atraía a los peces, saurios y los insectos; los pájaros
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elevaban sobre los cañaverales, gran ruido de alas, y los lo
mezclaban sus aullidos a sarcásticas risas de las hienas.De repente, el Hombre
Pantano se puso en pie, lanzando uespecie de mugido. Sus planos ocentelleaban, su brazo tend
señalaba al Occidente.Y Naóh, volviendo la cabedivisó en las lejanas colinas
un fuego parecido al fulgor deLuna naciente.
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4EL COMBATE
or la mañana, los EnaRojos se mostraron
insistencia. El odio harechinar sus gruesas mandíbulabrillar sus ojos triangularEnseñaban a distancia sus azagayasus venablos, y hacían gestos comtraspasaran a sus enemigos, y derribaran, les rompieran el cráneles abrieran el pecho. Y, tras reu
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un nuevo montón de ramaje, quecuando en cuando mojaban,
avanzaban otra vez hacia la argranítica. El Sol había llegado calo más alto del firmamento, cuando
Hombre del Pantano lanzó un agualarido, levantándose y agitanambos brazos. Un grito semejante
suyo hendió el espacio y parerebotar sobre el agua. Entonces, jua la orilla, a gran distancia,
nómadas divisaron un homexactamente igual al que habrecogido. Estaba de pie al extre
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de un cañaveral y blandía un ardesconocida. También los Ena
Rojos lo habían advertido, inmediatamente un grupo de elloslanzó a perseguirle. Pero el hom
había desaparecido detrás de cañaverales. Naóh continuaba escrutando
espacio, sacudido por impresiovivas, confusas e impetuoDurante algún tiempo, se vio corre
los Enanos Rojos por la llanuluego volvieron a reinar la calma ysilencio. Más tarde, dos de
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perseguidores regresaron, y mpronto otro grupo de Enanos Ro
se puso en camino. Naóh presenalgún suceso extraordinario. herido lo presentía también y
más motivo. A pesar de la herida muslo, estaba de pie; sus opacos ose iluminaban con cambian
fulgores y lanzaba de vez en cuanroncas exclamaciones de belacustre.
Los misteriosos acontecimiense multiplicaron. Otras cuaexpediciones de Enanos Ro
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costearon el pantanodesaparecieron. Finalmente, en
sauces y mangles apareció utreintena de hombres y mujeres larga cabeza, torsos redondos
singularmente alargados, mienque por otros tres flancos destacaron grupos de Enanos Roj
Había empezado un combate.
Rodeados por sus enemigos, Hombres del Pantano lanzaazagayas, pero no con la mano, scon ayuda de un instrumento que
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Ulhamr no habían visto jamás y cual no tenían la menor idea. Era u
vara gruesa, de madera o de aterminada en gancho; y epropulsor daba a las azagayas
alcance mucho mayor que arrojarlas con la mano.En aquel primer momento
Enanos Rojos se llevaron la pparte: varios de ellos yacían sobrehierba; pero los refuerzos
llegaban sin cesar. Los rosttriangulares salían de todos ladincluso del parapeto colocado fre
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a Naóh y sus compañeros. Un fufrenético agitaba a los Enan
Corrían en línea recta a la luclanzando fuertes aullidos; y todaprudencia que habían mostrado a
los Ulhamr había desapareciquizá porque los Hombres Pantano les eran conocidos y
temían la lucha cuerpo a cuerpo ellos, quizá también porque un oantiguo les sobreexcitaba.
Naóh dejaba que poco a pocodesguarneciera el atrincheramiedel enemigo. Su resolución est
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tomada desde el principio combate, y ni siquiera tuvo
meditarla, pues desde lo más honde su alma se sentía impelido porencor, el disgusto de una la
inacción y sobre todo por convencimiento de que el triunfolos Enanos Rojos significaría
propia perdición. No tuvo más que una svacilación: ¿tendrían que abando
el Fuego? Las jaulas en que conservaban estorbarían para combate y en su transcurso
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romperían sin duda alguna. Por oparte, después de la victoria
faltaría el fuego, y en caso derrota, sólo se podía pensar enmuerte.
Cuando juzgó favorable momento, Naóh dio sus órdenes rapidez; y los Ulhamr salieron de
refugio a la carrera, aullando su gde combate. Algunas azagayas rozaron, pero ya estaban saltando
encima del parapeto de adversarios. Fue una embestrápida y feroz. Había allí una doc
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de combatientes, apretados ucontra otros y lanzando sus venab
Naóh les tiró su azagaya y su arpóluego dio un salto haciendo volteamaza. Tres Enanos Ro
sucumbieron en el instante en Nam y Gau entraban en la pelea. venablos zumbaban por todas par
Cada uno de los Ulhamr recibió uherida, aunque ligera, pues golpes eran débiles y lanzados de
lejos. Pero tres mazas contestarola vez. Y, al ver cómo caían mguerreros, y que también surgía
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hombre salvado por Naóh, Enanos huyeron. Naóh derr
todavía a dos Enanos más. Lsupervivientes consiguiedeslizarse entre las cañas, y
nómada no perdió tiempo perseguirles, impaciente por unirslos Hombres del Pantano.
Entre los sauces, el combcuerpo a cuerpo había empezaSolamente algunos de los guerrearmados de propulsores habconseguido refugiarse en una char
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desde donde hostigaban a los EnaRojos. Pero éstos tenían la vent
del número y de su encarnizlucha. Su victoria parecía segura:era posible arrancársela salvo
una intervención aplastante. NamGau lo comprendían tan bien comoefe, y corrían dando saltos, a t
velocidad. Al llegar cerca del sdonde se combatía, doce EnaRojos y diez Hombres y Mujeres
Pantano yacían en el suelo.La voz de Naóh, elevándcomo la del león, se desplomó so
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sus enemigos. Todo su cuerpo erapuro furor. La enorme m
aplastaba cráneos y vértebras,hundía los aterrorizados pechAunque de antemano temían la fue
del coloso, los Enanos Rojos nohabían imaginado tan formidableantes de que hubiesen pod
recobrarse, Nam y Gau precipitaron al combate, mientras Hombres del Pantano, algo distan
del enemigo, lanzaban sus azagayaEl desorden cundió. El pánhizo huir del campo de batalla
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algunos Enanos Rojos; pero, a gritos de su jefe, se juntaron en
sola masa erizada de venablos. Huentonces una especie de tregua.Un instinto contrario al de
Enanos dispersaba a los Hombdel Pantano. Como éstos manejacon preferencia el arma arrojad
hallaban más ventajoso lucseparados; y así vagaban a distanlentos y tristes.
De nuevo silbaron las azagaylos que carecían de municionrecogían delgadas piedras y
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adaptaban a sus propulsores. Naque veía acertada esta táctica, lan
también sus azagayas y su arpón, había recogido después del primataque, y a continuación se sirvió
piedras. Los Enanos Roconsideraron que su derrota segura si no volvían al cuerpo
cuerpo, y precipitaron la carga. Pno encontraron al enemigo. LHombres del Pantano hab
reaparecido sobre los flanenemigos, mientras Naóh, NamGau, mucho más ágiles, alcanzaba
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los rezagados y a los heridoshacían en ellos gran matanza.
Si sus aliados hubiesen sido rápidos en la carrera como Ulhamr, el contacto hubiera s
imposible; pero las largas zancade los Hombres del Pantano einciertas y tardas. En cuanto
Enanos Rojos se decidieron perseguirlos individualmente, ventaja fue suya. Por un momento
temió el desastre. De todas parllovían los venablos y se hundíanlas entrañas de los Hombres
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Pantano. Entonces Naóh dirigió amplia mirada sobre el campo
batalla, y divisó al Enano cuya guiaba a los suyos: un homachaparrado, de pelo canoso
dientes enormes. Era preciso llegaél, a pesar de los quince pechos le rodeaban… Un furor más terri
que la muerte irguió la gran estatde Naóh, y lanzando un bramidoauroch, se lanzó a la carrera. Todo
desplomaba bajo su maza. Perotorno al anciano jefe se erizaron venablos, cerrando el paso
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hiriendo al coloso en sus flancLos arrolló a todos y acudieron m
Enanos. Entonces, Naóh llamó a compañeros, derribó con un esfuesupremo la barrera de torsos y
armas y aplastó como una cascaradura testa del jefe.En ese mismo instante, Nam
Gau saltaban en ayuda de Naóh.Entonces cundió el pánico. LEnanos Rojos se sintieron domina
por una energía nefasta, y así cohubieran peleado hasta morir todsiguiendo la voz de su jefe,
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consideraron perdidos cuando caquella voz, y huyeron
desbandada, sin volver la vista athacia las tierras natales, hacia lagos y riberas, hacia las Hordas
donde sacaban su valor y a las regresaban para recobrarlo.
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5UNA RAZA QUE
MUERE
reinta hombres y dmujeres yacían sobre tierra. La mayoría no ha
muerto. Corría la sangre a granoleadas; había muchos miembrotos y muchos cráneos abier
Algunos heridos acabarían de mdurante la noche; otros podrían vaún varios días, muchos
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recuperarían. Pero los Enanos Rodebían sufrir la ley de la gue
Naóh mismo, que tantas veces hainfringido la ley, la recononecesaria con aquellos implacab
enemigos.Dejó que sus compañeros y Hombres del Pantano acabaran
obra. La matanza fue rápida: NamGau se apresuraban; los demobraban según milenarios métod
despacio, casi sin ferocidad.Después hubo una pausa modorra y silencio. Los Hombres
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Pantano curaban a sus heridos; yhacían de una manera más minuci
y segura que los Ulhamr. Naóh tela impresión de que conocían mcosas que los de su tribu, pero que
existencia debía de ser miserabSus movimientos eran flexiblestardos; se necesitaban dos y a ve
tres de aquellos hombres plevantar a un herido. A intervalcomo acometidos de una extr
somnolencia, permanecían con ojos fijos y los brazos caídos coramas muertas.
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Hasta las mujeres se mostramenos lentas. Parecían también m
diestras y desplegaban más recursIncluso Naóh advirtió, al cabo algún tiempo, que una de ellas era
que mandaba la tribu. Sin embartenían los mismos ojos oscuros los hombres, el mismo sembla
triste, y su cabellera era pobplantada en matojos, como islosobre la piel escamosa. El Hijo
Leopardo recordó las abundancabelleras de las mujeres de su rala hierba magnífica que centelle
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sobre la cabeza de Gamla… Algude aquellas tristes mujeres fuero
examinar, acompañadas de hombres, las heridas de los UlhaUna tranquila dulzura emanaba de
movimientos. Limpiaban la sancon hojas aromáticas, cubrían llagas con hierbas machacadas, y
mantenían sujetas con ligaduras unco.Estos cuidados constituyeron
signo definitivo de la alianza. Npensaba que los Hombres Pantano eran bastante menos ru
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que sus hermanos los Ulhamr, queDevoradores de Hombres y que
Enanos Rojos; y en esto su instintole engañaba, como no le engañtampoco acerca de la debilidad
sus nuevos aliados.Los antepasados de éstos tallala piedra y la madera antes que
demás tribus salvajes. Duramilenios, los Wah ocupanumerosas llanuras y selvas. Eran
más fuertes; sus armas causaheridas profundas; conocían secretos del fuego, y en sus choq
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con las débiles hordas errantes o familias solitarias, consegu
fácilmente la victoria. Entoncescomplexión era poderosa, músculos rudos e infatigables;
servían de un lenguaje meimperfecto que el de sus congéney sus generaciones aumenta
incomparablemente sobre la faz dtierra. Después, sin que hubiepadecido más calamidades que
demás hombres, su crecimiento detuvo. Pero no se habían dcuenta de ello, como no se die
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cuenta de su degeneración.Los mismos ambientes
habían favorecido desenvolvimiento, lo dificultarLos cuerpos se volvieron m
delgados y lentos; su lenguaje dde enriquecerse, y después empobreció; sus estratagemas
hicieron más groseras y mevariadas; no manejaban ya conmismo vigor ni con la mis
destreza sus armas, peor construique las de sus antecesores. Perosigno más evidente de su decaden
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fue el retraso continuo de pensamiento y de sus ademanes.
cansaban enseguida, comían pocdormían mucho. En invierno ocurría que se amodorraban a ve
como los osos.De generación en generacidecrecía su número. Sin embargo,
mujeres manifestaban una vitalisuperior a la de los varones, tambmás resistencia, y sus múscu
habían sufrido menos la decadenPoco a poco, sus actividades fuelas mismas que las de los guerrer
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cazaban, pescaban, tallaban armaherramientas, combatían por
familia o por la Horda. En sumadiferencia de los sexos casi hadesaparecido.
Y la raza entera se vio, pocpoco, rechazada hacia el Sudoepor rivales más activos, m
numerosos y más rudos.Los Enanos Rojos habaniquilado hordas enteras
Hombres del Pantano; Devoradores de Hombres les habcausado grandes matanzas. Y el
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vagaban como en un ensueño, convestigios de una industria m
desarrollada que la de sus rivacon los restos de una inteligenmenos sumaria. Se habían adaptad
las tierras donde desbordaban ríos, donde se acumulaban turbales y los pantanos, entre
grandes lagos y también en alguparajes subterráneos.En las vastas cavernas abier
por las aguas y unidas unas a otpor medio de sinuosas garganhallaban admirablemente su ruta
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sabían abrirse salidas. Aunque tuviesen ninguna idea precisa so
su decadencia, se reconocían lendébiles, pronto agobiados por fatiga, y se valían de toda suerte
estratagemas para evitar la lucha.escondían en la tierra con uhabilidad capaz de desconcertar
olfato de los perros y los lobos, no hablar del más grosero de hombres. No había bestia alguna
borrase mejor sus huellas.Aquellos tímidos seres, sólouna cosa se mostraban imprudente
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aun temerarios: lo arriesgaban topara salvar a uno de los suyos
estuviese preso, cercado o hubicaído en una celada. Esolidaridad, semejante a la de
saínos, y que antes había aumentinmensamente su poder, los condua veces a siniestras aventuras, y
lo que les había arrastrado a socoral hombre recogido por Naóh. Colos Enanos velaban y ellos hab
tenido que recorrer terrenos áridlos Wah se habían dejado descubraun sorprender. Sin la intervenc
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de los nómadas, hubieran sucumben la lucha, aunque también
presencia había salvado a los tUlhamr.Entretanto, Naóh después de
cura de sus heridas, volvió a la argranítica con objeto de llevarse aulas del Fuego. Las halló intac
los pequeños braseros estaban roaún. Al verlos, su victoria le paremás completa y más dulce, no por
temiese la carencia del fuego, plos Hombres del Pantano se habrían dado indudablemente, s
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porque una oscura supersticiónguiaba: se sentía personalme
ligado a aquellas tres llamconquistadas, y el porvenir hubiera parecido amenazador,
haberlas hallado muertas. La llgloriosamente al campamento de Wah.
Estos le observaban curiosidad, y una mujer, la qguiaba la Horda, meneó la cabeza
gran nómada quiso darles a entendpor medio de signos y ademanes, los suyos habían perdido el fueg
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que él había sabido conquistaNadie pareció comprenderle, y N
se preguntaba, indeciso, si se tratade alguna de las miserables razas no saben calentarse en los días fr
ni alejar la noche, ni cocer alimentos. Y Naóh, compadeciiba a enseñarles a los Hombres
Pantano la manera de avivar llama, cuando advirtió entre sauces a una mujer que golpeaba
piedras, una con otra. Del chosaltaban chispas casi continudespués, un puntito rojo bailó a
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largo de una hierba muy fina y mseca; ardieron otras briznas que
mujer mantenía encendidas soplansuavemente, y el fuego se pusodevorar hojas y tallos.
El Hijo del Leopardo permaneinmóvil. Y pensó, víctima de inmenso asombro:
—¡Los Hombres del Pantocultan el fuego en las piedras!Se acercó a la mujer y quiso
lo que hacía, pero ella hizo un gede instintiva desconfianza. Lueacordándose de que aquel hom
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los había salvado, le acercó piedras. Naóh las exam
ávidamente; y no pudiendo descuben ella grieta alguna, su sorpresa aún mayor. Entonces las palpó y
que estaban frías; y se preguntó inquietud: —¿Cómo ha entrado el fuego
estas piedras… y no las calentado?Y devolvió las piedras, con
temor y la desconfianza que misterios inspiran a los hombres.
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6POR EL PAÍS DE LA
AGUAS
os Wah y los Ulhaatravesaban el País de Aguas. Estas se extendían
sabanas estancadas y llenas de algninfeas, nenúfares, sagitarlisimaquias, lentejas, juncos y cañ
formando espantosos y temibturbales; seguían luego ríoscanales, separados por fajas
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piedra, arena o arcilla, que acabaconvirtiéndose en lagos; brotaban
suelo o surgían en las pendienteslas colinas, y a veces, las quebrase tragaban las aguas, que se perd
en el fondo de parajes subterráneLos Wah comprendieron que Nquería seguir una ruta entre el No
y el Occidente, y le abreviabanviaje, guiándole hasta que hubillegado al extremo de las tier
húmedas. Sus recursos parecinagotables. Tan pronto descubrsenderos, como construían balsa
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echaban un tronco de áratravesado sobre el abismo y un
las dos orillas con ayuda de bejucNadaban con habilidad, aunlentamente, salvo que descubrie
en las aguas ciertas hierbas que inspiraban un temor supersticioso.Sus actos parecían llenos
incertidumbre; a menudo obracomo criaturas que luchan contrasueño o salen de una pesadilla; y,
embargo, casi nunca se equivocabAbundaban los víveres. Los Wconocían gran número de raí
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comestibles, y su maestría demostraba sobre todo en la pes
Sabían ensartar los peces conarpón, cogerlos con las manenredarlos con hierbas lige
atraerlos por la noche, con antorchy orientar bancos enteros de pehacia las ensenadas. Al comenzar
noche, cuando el fuego resplandesobre un promontorio, en una islen una ribera, saboreaban
bienestar dulce y taciturno. Gustade sentarse en grupos, apretados ucontra otros, como si
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individualidades debilitadas fortalecieran con el sentimiento d
raza, mientras los Ulhamr separaban entre sí, y especialmeNaóh, que desde hacía largos ra
gozaba de la soledad. A menudo Wah cantaban una melopea mmonótona, que repetían hasta
infinito, celebrando antiguos hechcuyo recuerdo ninguno de econservaba y que debían de refer
a generaciones desde largo tiemdesaparecidas. Nada de esto interesaba al H
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del Leopardo, a quien causaba cierto malestar y aun repugnan
pero observaba con vehemecuriosidad sus ardides en la cazala pesca, en la orientación, en
trabajo, y particularmente la manen que los Hombres del Pantanoservían del propulsor y sacaban
fuego de las piedras.Pronto se inició en el manejo propulsor. Como Naóh inspiraba
sus aliados una creciente simpano le ocultaron ningún secreto: pumanejar sus armas y herramienta
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aprender el arte de repararlashabiéndose perdido en el comb
algunos propulsores, vio cóconstruían otros. La propia muguía le dio uno, del cual se sirvió
la misma facilidad y mucha mfuerza que los Hombres del PantanTardó bastante más
comprender el misterio del fueporque seguía temiéndoObservaba cómo saltaban
chispas, a distancia, y las pregunque acerca de ello se hacía dejaban perplejo. Sin embargo, c
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vez se tranquilizaba un poco máslenguaje articulado y el de
ademanes le ayudaban lentamepues empezaba a comprender mejolos Wah, desde que había aprend
el significado de diez o dpalabras y una treintena de sigpeculiares de la raza. Empezó
sospechar que los Wah encerraban el fuego en las piedsino que el fuego estaba naturalme
escondido en ellas, y brotaba lupor efecto del choque, lanzándcontra las briznas de hierba se
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pero como este fuego era muy déno se apoderaba por entero de
presa. Naóh estuvo más seguro haber acertado, cuando vio sachispas de guijarros que encontra
al paso. Desde que llegó convencimiento de que el secrestaba en las cosas, más que en
poder de los Wah, desapareciesus últimas desconfianzas. Sutambién que era necesario serv
de dos piedras diferentes: la piede sílex y la marcasita; y despuéshacer saltar él mismo las chisp
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trató de encender fuego. La fuerzla rapidez de sus manos ayudaro
su inexperiencia. Producía un intechisporroteo; pero después muchos ensayos no consiguió
ardiera ni la más débil brizna hierba.
Un día la Horda hizo alto andel crepúsculo. En el extremo delago de verdes aguas, sobre utierra arenosa y con un tiemextraordinariamente seco. Cruzabafirmamento una bandada de grul
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las cercetas huían entre las cañaslo lejos rugía un león. Los W
encendieron grandes fogatas. Nreunió briznas de hierba mdelgadas y casi hechas yesca, y
puso a golpear las piedras una conotra. El poderoso Ulhamr dedicaba a su tarea apasionadame
Pero, como no obtenía resultado, mpronto le asaltaron las dudas, y Nse dijo que los Wah ocultab
todavía algún secreto. A punto dejar la faena, dio unos golpes fuertes que una de las piedras
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partió. El pecho del Ulhamr se dilde asombro y sus brazos se queda
yertos: un débil fulgor lucía enextremo de una de las delgabriznas. Entonces, soplando
prudencia, Naóh hizo aumentar llama, que devoró la brizna y propagó a las otras hierbas…
Y Naóh, inmóvil, jadeante, los ojos desorbitados, experimeuna alegría más honda aún
cuando venció a la hembra del tigo cuando robó el Fuego a los Kzao hizo alianza con el gran mamu
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cuando derribó al jefe de los EnaRojos. Porque se daba cuenta de
acababa de conquistar un posobre las cosas que no había poseninguno de sus antepasados, y sen
que nadie podría ya volver nuncmatar el Fuego entre los hombressu raza.
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7LOS «HOMBRES DE
PELO AZUL»
os valles continua bajando. Atravesaregiones donde el otoño
casi tan tibio como el veradespués apareció una selva temibprofunda. Una muralla de bejuc
espinas y arbustos la cerraba, y Wah debieron abrirse paso cayuda de sus puñales de sílex
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ágata. La mujer guía dio a entendeNaóh que los Wah s
acompañarían a los Ulhamr hasta volvieran a salir a campo abiepues desconocían la tierra que
abría más allá de la selva. Sabúnicamente que había una llanuraal fondo de ella una montaña part
en dos por un largo desfiladero. mujer jefe creía que ni en la llanni en la montaña había hombres; p
la selva alimentaba algunas horde chimpancés gigantescos. Ella describía como muy poderosos
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la anchura del pecho y la longitudlos brazos, y dio a entender a N
que aquellos seres llamados «Hombres de Pelo Azul», conocían el Fuego ni se servían
lenguaje articulado, ni practicabanguerra y la caza. Sólo eran ferocese les atacaba, si se les cerraba
paso o si temían ser víctimas de agresión.Después de una mañana
esfuerzos, la selva se presentó mesalvaje. Las garras y los dienteslas plantas disminuían; aparecie
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senderos trazados por los animaentre los árboles milenarios; la ve
penumbra se aclaró. Pero muchedumbre de los pájacontinuaba llenando el país de
árboles; se sentía la presencia fieras, reptiles e insectos, y advertía una palpitación inagotab
una lucha inmensa, paciente, taimadonde la carne de animales y planno cesaba de sucumbir y de crecer
Un día, la mujer jefe señalómaleza con expresión enigmát
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Entre las hojas de una higuacababa de aparecer un bu
azulado, y Naóh creyó que era hombre. El Ulhamr se acordó de Enanos Rojos, y tembló de rabia y
ansiedad. El bulto desapareció yhizo un gran silencio. Los Walarmados, se detuvieron y
acercaron más unos a otros.Entonces, el más viejo deHorda habló.
Describió la fuerza del «Homde Pelo Azul» y su cólera espantoaseguró que por encima de to
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había que evitar pasar por su pasatravesar su campamento; añadió
tales seres detestaban los gritogestos. —Los padres de nuestros pad
acabó diciendo— vivieron en con ellos. Les cedían el camdentro de la selva y los «Hombres
Pelo Azul» a su vez, se apartabanlos Wah en la llanura y sobre aguas.
La mujer jefe asintió a ediscurso y levantó su vara de manLa Horda emprendió un nu
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rumbo, se deslizó por un oquedalsicómoros y acabó por desembo
en un gran calvero del bosque: obra del rayo y todavía se veramas y troncos de árbo
calcinados. Apenas habían entraen él los Wah y los Ulhamr, cuanNaóh distinguió otra vez, hacia
derecha, un cuerpo azulsemejante al que había visto entrehojas de la higuera. A continuac
otros dos bultos se destacaron enverdosa penumbra.Las ramas se abrieron
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estrépito y surgió una criatura ágpoderosa. Nadie habría podido de
si había salido a cuatro patas, colas bestias de pelo y los reptiles, dos patas, como las aves y
hombres. Parecía agachada, con miembros posteriores meapoyados en el suelo y los anterio
encogidos, descansando sobre ugruesa raíz. El rostro era enorme, mandíbulas de hiena, ojos redond
rápidos y llenos de fuego, el crálargo y aplastado, el torso vigorcomo el del león, pero más ancho
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cada uno de sus miembros terminen una mano. El pelo, oscuro,
reflejos azules y leonados, le cubtodo el cuerpo. A juzgar por el pecy los hombros, a Naóh le pareció
se trataba de un hombre, aunque cuatro manos harían de él verdadero cuadrumano y la cab
recordaba al búfalo, al oso yperro. Después de haber vueltotodas partes una mirada recelos
colérica, el «Hombre de Pelo Azse irguió sobre las piernas y lanzógruñido cavernoso.
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Entonces salieron de la espesuen desorden, otros seres semejan
Había tres machos, una docena hembras y algunos pequeños, queocultaban a medias entre las hier
y las raíces. Uno de los machos colosal; con sus brazos rugosos coel tronco de los plátanos y el pe
dos veces más ancho que el de Napodía derribar a un auroch o ahogaun tigre. No llevaba arma alguna
entre sus compañeros, dos o ttenían en las manos ramas todavíadeshojadas, con las cuales hurga
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la tierra.El gigante avanzó hacia los W
y los Ulhamr, mientras los demgruñían todos a la vez. Se golpeel pecho, y entre sus gruesos lab
temblorosos se veía brillar la mblanca de los dientes.Los Wah, a una señal de la mu
guía, se retiraron despacio; obedeciendo a una antigua tradicise abstuvieron del menor ademá
de toda palabra. Naóh se dispusimitarles, confiando en aquella añexperiencia; pero Nam y Gau,
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seguían a la Horda, se quedaroninstante indecisos. Cuando quisie
imitar al jefe, hallaron cerradopaso: los «Hombres de Pelo Azse habían desplegado por el calve
Entonces Gau se lanzó a la espesumientras Nam intentaba franquearpaso libre. Se deslizó tan liger
furtivo, que estuvo a punto lograrlo; pero, de un salto, uhembra se irguió delante de él. N
esquivó el cuerpo, pero acudiedos machos; y, al tratar de evitarencuentro, el Ulhamr tropezó.
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Unos brazos enormes cogieron: se hallaba en poder
gigante. No había tenido tiempo ni levantar sus armas; una pres
irresistible paralizaba sus hombrose sentía tan indefenso como un sabajo el cuerpo de un tigre. Entonc
al ver la distancia que le separabaNaóh, se quedó atontado, con músculos inmóviles y las pup
violáceas, sintiendo que su juvendesfallecía ante la certidumbre demuerte.
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Naóh no pudo sufrir en pazsacrificio de su compañero; y
avanzaba blandiendo una azagaysu enorme maza, cuando la mujer jle detuvo.
—¡No le hieras! —gritó.Y dio a entender que, al primgolpe que asestara, Nam moriría
el acto. Temblando ante vehemencia que le empujabacombatir y el miedo de ver destro
al Hijo del Álamo, Naóh lanzóronco suspiro y miró. El «HombrePelo Azul» había levantado en alto
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nómada, rechinando los dientesbalanceándolo, dispuesto a aplasta
contra el tronco de un árbol… repente, se detuvo. Miró el cueinerte, luego el rostro; y al adve
que no ofrecía resistencia alguna, feroces mandíbulas se distendieruna vaga dulzura pasó por sus o
leonados, y depositó a Nam ensuelo.Si el joven hubiera hecho un s
movimiento de defensa o inclusoespanto, la terrible mano hubivuelto a agarrarle. Nam tuvo
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instinto de ello, y permaneinmóvil…
La Horda entera, machhembras y pequeñuelos, haacudido. Todos reconoc
confusamente en Nam una estructanáloga a la suya. Para los EnaRojos o para los Ulhamr, e
hubiera constituido un motañadido para matarle. Pero el alde los «Hombres de Pelo Azul»
oscurísima. No conocían la gueno comían carne y vivían tradiciones. El instinto les irrit
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contra las fieras que se llevan a óvenes o devoran a los herid
pero jamás mataban a los animaque se alimentaban de hierbas.Ante el joven nómada
quedaron llenos de incertidumbre.inmovilidad de aquél y el repentcambio del gran macho
apaciguaba a todos, pues éste eraefe a quien los otros macobedecían, el que les guiaba a tra
de la selva escogiendo los pasolos descansos y haciendo retrocea los leones.
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Como él no había mordido ani golpeado, todos se sentían me
capaces de hacerlo. Muy prontoimagen del combate se desvaneciósus cerebros, y la vida de Nam
salvó: nadie era capaz amenazarle, a no ser que el misNam hiciera un movimiento
ataque o defensa.Así como había sentido el sode la destrucción, Nam cono
también que el peligro había pasae incorporándose lentamente, espeLe observaron con fijeza,
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desconfiar demasiado. Luego, hembra, tentada por un tierno br
sólo pensó en devorarlo, y un mase puso a desenterrar raíces. Pocpoco todos obedecieron a
profunda necesidad de la comiComo sacaban toda su fuerza de vegetales y su elección era m
restringida que la de los granciervos o los aurochs, la tarea larga, minuciosa y continua.
El joven nómada quedó libre.reunió con Naóh, que había avanzhacia la calvera, y los dos
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quedaron mirando a los «HombresPelo Azul», que vagab
tranquilamente por la selva. Npalpitante aún a causa de la terriaventura, hubiera querido matar
pero Naóh no aborrecía a aquelseres extraños: admiraba su fuercomparable a la de los osos
pensaba que, si ellos quisieraniquilarían a los Wah, a los EnanRojos, a los Devoradores
Hombres y a los Ulhamr.
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8EN EL DESFILADER
acía mucho tiempo que Nse había separado de
Wah, después de atravesaselva de los «Hombres de PAzul». Y, a través de las quebradde las montañas, había llegado a mesetas. El otoño era allí más fresLas nubes se extendían por el cicomo si no tuvieran fin, el vieaullaba días enteros, hierbas y ho
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fermentaban sobre la mísera tierrel frío aniquilaba a los innumerab
insectos bajo las cortezas, entre tallos oscilantes, las raíces marchy los frutos podridos, en las grie
de la piedra y las hendiduras dearcilla.Cuando la nube se desgarra
las estrellas parecían helar tinieblas. Por la noche, los loaullaban sin descanso; los per
lanzaban insoportables gemidos;oía el grito agónico de algún ciersaiga o caballo, el maullido del ti
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o el rugido del león. Y los Ulhadivisaban flexibles perfiles
fosforescentes ojos, apareciendorepente en el círculo que envolvíafuego.
La vida se hacía más terrible.aproximarse el invierno, la carnelas plantas comenzaba a escase
Los herbívoros la buscadesesperadamente, al ras del sueescarbaban hasta las raíces
arrancaban los brotes y las cortezLos que se alimentaban de frumerodeaban por el ramaje,
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roedores afirmaban sus madriguelos carnívoros acecha
infatigablemente los pastos, emboscaban en los abrevaderexploraban la sombra de
espesuras y se ocultaban en huecos y grietas de las rocas.Salvo las bestias que inverna
o las que acumulaban provisionessus refugios, todos los setrabajaban duramente, vien
aumentadas sus necesidadesdisminuidos sus recursos. Naóh, Gau y Nam ape
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padecieron hambre. El viaje y aventuras habían perfeccionado
instinto, su destreza y su sagacidDescubrían a mayor distancia antes la presa o el enemigo
presentían mucho mejor el vientolluvia y la inundación. Cada unasus acciones se adapt
diestramente al objeto perseguideconomizaba la energía. De ojeada discernían el camino m
favorable para protegerse, la csegura, el buen terreno de combSe orientaban con una certeza par
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a la de las aves migratorias. A pede las montañas, los lagos, las ag
estancadas, los bosques y crecidas que cambian la fisonomde los lugares, se habían
acercando día a día al país de Ulhamr, y antes de que transcurrila mitad de una luna, espera
reunirse con la Horda.Un día llegaron a una regiónaltas colinas. Bajo un cielo pesad
amarillento, las nubes llenabanespacio y se abalanzaban unas sootras, color de ocre, de arcilla o
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hoja marchita, entre abismos blanque descubrían su inmensid
Parecían estar cobijando la tierra.Entre tantas rutas, Naóh haescogido un largo desfiladero que
era conocido por haberlo pasadooven, durante una partida de caTan pronto excavado en terre
calcáreos como abriéndose barranco, terminaba en una angostrápida pendiente, donde a menu
había que trepar por rodesmoronadas.Los nómadas lo recorrieron
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percance alguno hasta los dos tercde su longitud. Al mediar el día,
sentaron para comer. Estaban dende un semicirco, encrucijada grietas y cavernas, desde el que
oía el bramido de un torresubterráneo y su caída en precipicio; dos agujeros oscuros
abrían en la roca, donde aparecíahuella de cataclismos más antigque todas las generaciones de se
vivientes.Cuando Naóh hubo tomado parte de alimento, se dirigió a una
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las cavernas y la examinó largo raSe acordaba de que allí Faúhm ha
enseñado a sus guerreros una salpor la cual se hallaba el sendero mcorto para alcanzar la llanura.
angosta pendiente, sembrada piedras movedizas, no recomendable para un gru
numeroso; pero, como resultaba mpracticable para tres hombres ágiNaóh tuvo deseos de emprenderla
Fue hasta el fondo de la caverreconoció la grieta y se aventuró ella, hasta que una débil claridad
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anunció una próxima salida. volver, encontró a Nam, que le dij
—¡El Oso Gigante está endesfiladero!Un grito gutural le interrump
Naóh se metió en la entrada decaverna y vio que Gau se ocultentre los pedruscos, en actitud
acecho. El jefe experimentó un honescalofrío.Afuera, en el circo de rocas,
veían dos bestias monstruosas. pelo extraordinariamente tupicolor de encina, las defendía con
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el crudo invierno, la dureza de piedras y los aguijones de
plantas. Una de las bestias teníacorpulencia del auroch, con las pamás cortas, más musculosas
flexibles, y la frente abombada, cola piedra comida por el liquen. vastas fauces podían abarcar
cabeza entera de un hombretriturarla de una sola dentellada. Éera el macho. La hembra tenía
cráneo aplastado, la mandíbula mcorta, el andar de través. Y por movimientos y su tórax, tenían cie
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semejanza con los «Hombres de PAzul».
—Sí —murmuró Naóh—; osos gigantes.Estos osos no temían a ning
criatura; pero no eran peligrosos mque cuando se enfurecían o cuanles impulsaba con exceso el hamb
pues gustaban muy poco de la carLa pareja gruñó. El macho, levantóhocico y balanceó la cabeza de
modo violento. —Está herido —murmuró NamLa sangre manaba entre el pel
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y los nómadas temieron que hubirecibido la herida de ma
humanas, pues en tal caso, la beprocuraría vengarse. En cuahubiese empezado el ataque, no
abandonaría nunca, porque ninser viviente era más obstinadotenaz que él. Con su espeso pelaj
su piel resistente, podía desafiarmaza, la azagaya y el hacha. capaz de despanzurrar a un hom
de un solo zarpazo, ahogarle deapretón y triturarle a bocados. —¿Cómo han venido?
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preguntó al jefe. —Entre esos árboles
respondió Gau, mostrando un grude abetos que salían de entre duras rocas—. El macho ha baj
por la derecha, y la hembra porizquierda.Fuese casualidad o táct
habían conseguido cerrar las saliexteriores del desfiladero, y ataque parecía inminente. Se adve
en el gruñido más ronco del macen la actitud encogida y taimada dhembra. Si vacilaban todavía,
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debía a que eran duros de mollersu instinto quería asegurar
olfateaban, lanzando larresoplidos cavernosos, para memejor la distancia que los separ
de los enemigos ocultos entre grandes piedras. Naóh dio sus órde
bruscamente. Cuando los oarremetieron, los Ulhamr se hallaya en el fondo de la caver
metiéndose por la angosta grieta.Hijo del Leopardo se hizo precepor sus compañeros, y los tres
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apresuraron tanto como lo permitel suelo erizado de piedras y
tortuosos recodos.Al encontrarse vacía la caverlos gigantescos osos perdie
tiempo en rastrear la pista de Ulhamr, pues si bien no temíanfuerza de ningún otro ser vivie
tenían una gran prudencia natural yconfuso temor de lo desconociConocían la inseguridad de las roc
de la caverna y de los precipiciostenaz memoria conservaba la imade los bloques que se hienden y
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hunden, del suelo que se abre, abismo abierto en el fondo de
tinieblas, del alud, y de las aguas agrietan las duras peñas. En su larga existencia, ni el mamut ni
león ni el tigre les habían amenazapero las oscuras energías levantaban a menudo contra el
Conservaban en su cuerpo las agumarcas de la piedra; habdesaparecido, casi enterrados bajo
nieve; se habían visto arrastrados los deshielos de la primaverahabían quedado cautivos bajo
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tierra desmoronada.Pero, en la mañana de aquel d
unos seres vivientes los habatacado por primera vez. Fue delo alto de una elevada roca,
únicamente los lagartos y insectos podían escalar. Tres besterguidas estaban en la cima, y a
vista de los osos gigantes lanzagrandes clamores y arrojaazagayas. Una de ellas había her
al macho. Entonces, trastornado el dolor y desorientado por la rabperdió la claridad del instinto
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intentó llegar directamente a la cimRenunció pronto a ello, y, seguido
su compañera, buscó el roaccesible.Mientras andaba, se arrancó
saeta y la olió: entonces surgiesus recuerdos. No había encontrmuchas veces a los hombres, y
aspecto no le asombraba más quede los lobos o las hienas. Como else apartaban siempre de su cami
no conocían sus estratagemas ni celadas, y no les inquietaban pocomucho. Así, la acción había sido m
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imprevista y más desconcertanAquel incidente le trastornaba
oscura concepción de las cosasrevelaba una amenaza insólita. Yoso de las cavernas vagaba a tra
de las grietas, palpaba las pendieny aspiraba con detenimiento olores esparcidos. Pasado un rato
cansó. De no ser por la herida, hubiera conservado del suceso orecuerdo que aquella vaga memo
dormida en el fondo de la carnque sólo se despierta atizada otras circunstancias semejantes. P
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las punzadas del dolor le sugeríanintervalos, la imagen de
hombres, de pie sobre la cumbre, yde la aguda azagaya. Entoncempezó a lamerse y a gruñi
Luego, el dolor mismo dejó de serrecuerdo. La bestia gigante ya pensaba en otra cosa que en la ar
rebusca de su sustento, cuanpercibió de nuevo el olor hombre. La cólera llenó su pec
Avisó a su hembra, que haseguido otra ruta, pues no podhallar alimentos para ambos, cuan
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el tiempo era frío, en parademasiado cercanos. Y después
haberse asegurado de la situación enemigo y de su distancia, se hablanzado al ataque.
En el interior de la grtenebrosa, Naóh no tuvo al princila impresión de ninguna o
presencia que la de sus compañerDespués, el fuerte paso de los bruempezó a dejarse oír. Sona
poderosos resoplidos: los oganaban terreno a los hombTenían sobre éstos la ventaja
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equilibrio, de poder apoyar cuatro miembros en el suelo y
llevar el hocico casi rozando rastro… A cada instante, alguno los nómadas tropezaba en una pied
caía en un hoyo o chocaba consaliente de la peña, pues era precllevar las armas, las provisione
aquellas jaulas protectoras del fuque Naóh no podía abandonar. Colas llamas eran tan pequeñas,
alumbraban la ruta: su débil fulrojizo se perdía hacia lo altoapenas mostraba las inflexiones d
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bóveda y los muros. En cambdestacaban confusamente las silue
fugitivas… —¡Deprisa, deprisa! —gritóefe.
Nam y Gau no podían emprenla carrera, y las bestias gigantesacercaban. A cada paso, se perci
más claramente su aliento; y comofuror aumentaba a medida que senmás cerca al enemigo, tanto la
como la otra lanzaban sorgruñidos y sus tremendas vorepercutían en las rocas. Al oír
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Naóh se daba más clara cuenta deenormidad de los brutos, de
formidable abrazo, del crujirresistible de sus mandíbulas…Muy pronto los osos estuvie
tan sólo a unos pasos. El suvibraba bajo las plantas de Naóh;peso imponderable iba a caer so
sus vértebras.Entonces, hizo cara a la mueInclinó bruscamente la jaula
llevaba y dirigió el débil resplansobre una masa oscilante. El osoparó en seco. Cualquier sorpr
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despertaba enseguida su prudenContempló la pequeña llama
tembló sobre sus patas, llamando sordo gruñido a su hembra. Despuarrebatado de furor, se abalan
sobre el hombre. Naóh haretrocedido, y arrojó con todas fuerzas la jaula contra la fi
Alcanzado en la nariz y abrasado ude sus párpados, el oso lanzó doloroso rugido; y mientras
palpaba lleno de rabia, el nómganaba terreno.Una gris claridad se filtraba
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las galerías. Los Ulhamr vieentonces el suelo donde ponían
pies: ya no tropezaban y podcorrer velozmente. Pero persecución proseguía, las fie
redoblaban también su velocidaden tanto que la luz aumentaba, el Hdel Leopardo pensó que una vez
aire libre, el peligro sería aún mayEl oso gigante le estalcanzando de nuevo. El inte
dolor del párpado redoblaba su había abandonado toda prudenciacegado en sangre, nada podía
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detener su arrebato. Naóh lo adiven el aliento más cavernoso, en
breves y roncos bramidos.Iba a volverse hacia el oso, pcombatir, cuando Nam lanzó un gr
llamándole. El jefe vio que un asaliente rocoso estrechaba aún mel pasadizo subterráneo. Nam ha
pasado el obstáculo y Gau contorneaba. Las fauces del roncaban a tres pasos, cuando Na
a su vez, se deslizó por la estreabertura, ladeando los hombrArrastrado por su ímpetu, el br
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embistió, y sólo el inmenso crápudo pasar por la rendija, con
boca abierta, mostrando las muelasierras de sus mandíbulas y lanzangrandes y siniestros bramidos. P
Naóh no le temía ya; en un abricerrar de ojos se había colocaduna distancia infranqueable; y
piedra, más poderosa que cmamuts, más duradera que la vidamil generaciones, retenía al oso
tanta firmeza como la muerte mismEl nómada se rió burlonamente —Naóh es ahora más fuerte
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el Gran Oso —gritó—, pues tiuna maza, un hacha y azagayas. Pu
herir al Oso, y el Oso no pudevolverle ninguno de sus golpes.Ya había levantado la ma
cuando el oso, adivinando peligros de la roca, contra los luchaba desde su infancia, retirab
cabeza antes de que el hombrehiriera, y se ocultaba detrás saliente. Su cólera aumenta
atormentaba su pecho y le batígrandes golpes las sienimpulsándole a una embest
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impetuosa. Sin embargo, no se darrastrar por la ira, pues le guiaba
sagaz instinto de lo peligroso e inúDesde aquella mañana, por veces, había aprendido que
hombre sabía causar el dolor, medio de extraños golpes,comenzaba a aceptar el hecho.
experiencia le llevaría, en adelantconsiderar al ser erguido entre cosas dañinas: le odiaría
tenacidad, se encarnizaría en destrucción, pero no desplegasolamente contra él la fuerza y
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prudencia, sino que además acecharía, le pondría trampas
recurriría a la sorpresa pcombatirle.La hembra gruñía, me
instruida por el acontecimiento, que ninguna herida había venidoaumentar su sagacidad. Pero como
grito del macho la invitabaproceder con cautela, abandonópersecución, suponiendo que
piedra en sí misma encerraba engaño, pues no podía imaginar sobreviniese ningún peligro de
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débiles criaturas escondidas detde la peña.
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9LA ROCA
urante un buen rato, Nestuvo deseando herir a
fieras. El rencor agitabacorazón, y, penetrando con la miren la penumbra, blandía una agazagaya. Después, viendo que el gigante permanecía invisible yhembra alejada, se apacigpensando que el día avanzaba y era preciso llegar a la llanu
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Entonces, no se disgustó, camhacia la luz, que aumentaba a
paso. La galería se ensanchó y nómadas lanzaron un grito al ver grandes nubes de otoño acumula
en el firmamento, la ladera áspeerizada, llena de obstáculos, ytierra sin límites.
Fue un grito de júbilo, poraquel territorio les era ya familDesde su infancia habían recorr
aquellos bosques, aquellas sabanaquellas colinas, franqueanaquellos pantanos, y acampando
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borde de aquel río o al pie aquellas quebradas. Dos días más
camino, y llegarían al Gran Pantadonde los Ulhamr se reunían al fide sus grandes excursiones de gue
y de caza, y al que la oscura leyenvinculaba sus remotos orígenes. Nam se echó a reír como un ni
Gau tendía los brazos en un impude alegría, y Naóh, inmóvil, sinrevivir tal abundancia de cosas,
él sólo parecía encarnar varios se —¡Volveremos a ver a la Horgritó.
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Y ya los tres percibían presencia. La Horda, invisi
todavía, andaba como mezclada afrondas de otoño, se reflejaba en aguas y transformaba los vas
celajes. Cada uno de los aspectos panorama era extrañamente distide los lugares que había dejado a
detrás de las montañas, en el inmeOriente Meridional. No se acordaya más que de los días felices. Na
Gau, que tantas veces habexperimentado la rudeza de hombres maduros, los puños
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Faúhm, el de gesto feroz, sentahora una seguridad sin lími
Miraban con orgullo las pequellamas que habían conservado medio de tantas luchas, fatigas
dolores. Naóh sentía el haber tenque sacrificar la que él llevaba, y uvaga superstición se arrastraba en
fondo de su cerebro. Pero ¿acasotraía consigo las piedras encierran el fuego, con el secreto
hacerlo brotar? ¡No importaba! hubiera querido conservar, como compañeros, un poco de aquella v
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centelleante que había conquistadlos Kzams…
El descenso fue áspero y durootoño había multiplicado desmoronamientos y las grietas
tuvieron que ayudarse con el hachel arpón. Al poner el pie en llanura, el último obstáculo qued
salvado; sólo les faltaba segsendas abiertas y muy conocidEbrios de esperanza, sus senti
olvidaban los incontabacontecimientos que envuelvenacechan a los vivientes.
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Anduvieron hasta el crepúscuNaóh buscaba una curva del
donde quería establecer campamento. El día mupesadamente en el fondo de
celajes, arrastrando un fulgor rojsiniestro, acompañado del aullidolobos y el largo lamento de
perros, que pasaban en manafurtivas o acechaban desde linderos de los matorrales y bosqu
Había tantos, que su número teatónitos a los nómadas. Sin dualgún éxodo de herbívoros les ha
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echado de las vecinas tierrasreunido en aquel suelo lleno de ca
Pero debían de haberla agotaporque sus clamores indicabanescasez y sus movimientos una fe
actividad. No ignoraba Naóh cuáhay que temerles cuando se reúnengran número; por eso apresuraba
camino. Pasado un tiempo, se habformado dos grandes hordas: aderecha iban los perros y a
izquierda los lobos; y como amseguían el mismo rastro, se detenen ocasiones para amenazarse. L
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lobos eran más corpulentos, de any musculosa nuca, pero los per
eran más numerosos. A medida qlas tinieblas se tragaban crepúsculo, los ojos de aquel
animales empezaban a briardientemente en la oscuridad. NGau y Naóh divisaban multitud
pequeños fuegos verdes cambiaban de sitio, coluciérnagas. Frecuentemente,
nómadas respondían a los aullidlanzando un largo grito de guerraentonces se veían refluir to
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aquellas fosforescencias.Al principio, las bestias
mantuvieron a distancia de vartiros de arpón; pero al aumentar tinieblas se acercaron y se oía m
claramente el blando ruido de pisadas. Los perros eran los matrevidos. Algunos se hab
adelantado a los hombres. De pronse detenían y saltaban, lanzanagudos ladridos, o bien
arrastraban taimadamente en sombra. Entonces los lobinquietos al verse rezagad
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llegaban todos en tropelamenazaban con sus desgarrado
aullidos. A punto estuvieron trabar combate. Los perrapretados unos contra otr
conscientes del poder de su númerexaltados por el sentimiento deavance, se volvían de repente a
la cara. Una furiosa impacienretorcía las entrañas de los lobosa la última y cenicienta
crepuscular, ambas hordas oscilaben oleadas de carnes palpitantelargas ráfagas de clamores.
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Pero no llegaron a enzarzaAlgunos de ellos, m
independientes, continuaron cazandispersos; y su ejemplo se impuLas hileras de perros y lo
hambrientos continuaron avanzanparalelamente, y su tenaz proximiacabó inquietando a los homb
Ante un poniente casi en tinieblaentre tantos taimados sepresentían la muerte al acecho.
Un grupo de perros se adelantGau, que iba a la izquierda. Unoellos, corpulento como un lobo,
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detuvo, enseñó los dientes brillany dio un salto. El joven, asustado
arrojó el arpón. El arma se hundióel costado de la bestia, y ésta se pa girar lanzando un largo aulli
Gau la remató de un mazazo.Al grito de agonía, afluyeron perros. Una solidaridad más fue
que la de los lobos les unía, y cuanuno estaba en peligro, llegaincluso a desafiar a los gran
carnívoros. Naóh, temiendo el atade la manada entera, llamó a NamGau, a fin de intimidar a las best
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Apretados unos contra otros, nómadas formaban una masa. L
perros, atónitos, se agruparon aalrededor. Si uno solo se atrevílanzarse, le seguirían todos, y
huesos de los tres hombres acabarblanqueando en la llanura.De pronto Naóh arrojó
azagaya y un perro se revolcó ensuelo, con el pecho atravesado.efe le cogió por las pa
posteriores y lo arrojó entre un grude lobos. Exasperada su hambre la fácil presa y el olor de la sang
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las fieras se pusieron a devorarcarne viva. Entonces los per
olvidaron a los hombres y precipitaron todos a la vez sobre lobos.
Mientras la lucha se encarnizalos nómadas echaron a correr. bruma anunciaba la cercanía del
y Naóh, a ratos, distinguía su pálreverberación. Dos o tres vecesdetuvo para orientarse. Al
señalando una masa grisácea dominaba el río, exclamó: —Naóh, Gau y Nam se reirán
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los perros y los lobos.Era un gran peñasco que form
casi un cubo, tan alto como civeces la estatura de un hombre y sera accesible por un lado. Naóh
escaló rápidamente, pues lo conodesde hacía muchas estaciones. siguieron Nam y Gau, y se halla
en una superficie llana, cubiertamaleza, y con un abeto en meddonde podían acampar cómodame
treinta hombres.A lo lejos, en la ceniciellanura, lobos y perros peleaban
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furor. Y mientras se enroscaban enaire húmedo feroces rumores
largos lamentos, los nómasaboreaban el placer de la seguridGimió la leña, el fuego leva
sus rojas lenguas y sus humareleonadas, y un vasto resplandoresparció sobre las aguas. Desde
solitaria roca se divisaban áridos segmentos de orilla. Lsauces, los álamos y las ca
crecían a cierta distancia, de moque podían distinguirse todas cosas a veinte tiros de arpón.
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Mientras tanto, unos animahuían de la súbita claridad y
ocultaban, o bien acudían fascinapor ella. Dos lechuzas surgieronun álamo, lanzando un grito fúneb
una nube de murciélagos orejurevoloteó sobre ellos; una bandde ánades, irritados por la l
abandonó su escondite y se apresa refugiarse en la sombra; larpeces surgían del abismo, co
vapores argentinos, flechas de náy hélices doradas. Y el rojresplandor descubrió también
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achaparrado jabalí, enfurecidogruñendo, un gran ciervo asusta
con sus inmensas astas echadas haatrás, y la ladina cabeza de un linde orejas triangulares y ojos cobri
y feroces, acechando entre dos ramde fresno.Los hombres tenían conciencia
su propia fuerza, y comían silencio la carne asada, gozososvivir junto a la caricia y el calor
fuego. ¡La Horda estaba cerca! Ande dos noches volverían contemplar las aguas del G
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Pantano. Nam y Gau serían recibicomo guerreros. Los Ulha
reconocerían su valor, su astucia ylarga paciencia y les temerían.Naóh tendría a Gamla en premio
mandaría después de Faúhm…La sangre de los tres hombparecía hervir de esperanza.
prodigioso instinto se llenaba imágenes profundas y claras. Erauventud de un mundo que no volv
amás. Todo era vasto y nuevo pellos. La muerte misma les pareuna espantosa fábula, más que
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realidad. La temían de pronto, en momentos terribles, pero después
alejaba, se disipaba y perahogada por sus energías. Si fatalidades eran formidables, si
abatían sobre ellos encarnadas entierra, cuando pasaban ya no temían. Con tal de que tuvie
seguros el abrigo y el alimentovida era para ellos fresca, ligeralegre como el ancho río…
Un rugido rasgó las tinieblas.abalí corrió hacia el camino, el gciervo dio un brinco, más inclina
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aún sobre la cerviz las ramas de cuernos, y cien organismos vivien
palpitaron en secreto. Al principunto a la arboleda, no se vio mque una forma nebulosa; después, u
silueta movediza, cuyo poder percibía en cada movimiento. Y uvez más Naóh pudo ver al l
gigante. Todo había huido. soledad no tenía límites. El colofelino avanzaba con precauci
porque conocía la ligereza, vigilancia, el agudo olfato, prudencia, los innumerables recur
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de los animales que acecha. El lestaba triste. Su tierra de origen
tierra de la cual casi hadesaparecido su raza, era más cály más rica que aquélla, donde viv
costa de grandes esfuerzos. Y hambre roía continuamente estómago. El león vagaba solo,
medio de la soledad. Las comardonde había suficiente caza para pareja se iban haciendo más rar
incluso allá lejos, hacia el Sol, olos cálidos valles. Y superviviente que merodeaba por
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país del Gran Pantano, no dejadescendencia.
A pesar de la altura y escarpado de la roca, Naóh sintióhorror en sus entrañas. Y, t
asegurarse de que el fuego defenel estrecho acceso, empuñó la mazel venablo. Nam y Gau esta
preparados también para combalos tres, agazapados en la roca, einvisibles.
El león gigante se detuvo. Tosu cuerpo descansaba sobre musculosas patas mien
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contemplaba aquella alta clarique turbaba las tinieblas como
rojo crepúsculo. Pero no confundía con el resplandor diurnomenos aún con aquella luz fría qu
veces le delataba por la noche en emboscadas. Confusamecomprendió que eran llamas
aquellas que devoran la llanuquizá un árbol encendido por el rao incluso los fuegos del hombre,
a veces divisó a lo lejos, hacía latiempo, en los territorios de donddesterraron sucesivamente el hamb
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las crecidas de las aguas o asoladora sequía. Vacilan
gruñendo, se azotó furiosamente costados con la cola. Luego avanzventeó los efluvios. Eran débi
pues suelen elevarse y dividirselugar de descender, y la ligera brlos llevaba hacia el río. Ape
percibía el olor del humo, menos el de la carne asada, y nada absoluto el de los hombres. No v
más que aquellos altos fulgocuyos relámpagos rojos y amaricrecían, decrecían, se desplegab
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corrían y se evaporaban en repentina sombra de la humareda.
asociaba a este espectáculo memoria de ninguna presa ni algún incidente de combate, y
fiera, acometida de un temmelancólico, abrió las inmenfauces, la caverna mortal do
ronca el rugido… Y Naóh alejarse al león gigante hacia tinieblas, en busca de un par
donde preparar su celada. —¡Ningún animal puede atacarnos! —exclamó el jefe riend
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La risa, fuerte y alegre, teníaacento de una provocación.
Al poco rato, Nam se estremecVuelto de espaldas al fuego, segcon la mirada, en la otra orilla,reflejo que palpitaba sobre el agusurgía entre los sauces y sicómoros. Y con el brazo tendimurmuró:
—¡Hijo del Leopardo, allí
hombres!Un peso oprimió el pecho Naóh, y los tres aunaron sus sentid
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Pero las orillas estaban desiertasno oyeron otra cosa que el so
rumor de las aguas, ni distinguiemás que animales, hierbas y árbol —¿Se ha equivocado Nam?
interrogó Naóh.El joven estaba seguro de lo había visto.
—Nam no se ha equivocado contestó—: ha visto cuerpos hombres entre las ramas de
sauces… Eran dos.El jefe no dudó ya. Su corazónretorcía entre la angustia y
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esperanza. Y en voz muy bañadió:
—Éste es el país de los UlhaLo que tú has visto son cazadoreexploradores enviados por Faúhm
Naóh se incorporó enseguiirguiéndose en toda su elevestatura, pues de nada serv
ocultarse: amigos o enemigos, hombres conocían de sobra significación del Fuego. Por eso
efe gritó con todas sus fuerzas: —Yo soy Naóh, Hijo Leopardo, que ha conquistado
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Fuego para los Ulha¡Descúbranse los enviados
Faúhm!La soledad permaneimpenetrable. La misma brisa y
rumor de las fieras se haadormecido; únicamente parecaumentar el rugido del fuego y la
fresca del río. —¡Descúbranse los enviadosFaúhm! —repitió el jefe—. Si mir
reconocerán a Naóh, Nam y G¡Desde ahora les digo que sebienvenidos!
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Los tres, de pie delante del fuemostraban sus siluetas tan visib
como en pleno día y lanzaban el gde alerta de los Ulhamr.Esperaron. La angustia mordía
corazón de los tres compañeros, el presentimiento de todas las coterribles. Por fin, a Naóh no le qu
más remedio que exclamar: —¡Son enemigos! Nam y Gau lo sabían, y e
certeza ahogó su dicha. El peliera tanto más cruel cuanto que vea amenazarles precisamente aqu
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noche en que la llegada a la Hoparecía tan próxima. Y era más gra
también, porque procedía de hombres. En aquel suelo lindante el Gran Pantano, no pod
explicarse ninguna otra presenhumana que la de su Horda. ¿Aclos vencedores de Faúhm hab
vuelto a atacarle? ¿Quizás habrdesaparecido ya de la faz de la tietodos los Ulhamr?
Naóh imaginó a Gamla apreso muerta. Los dientes del jrechinaron y su maza amenazó la o
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orilla. Después, abrumado, se agaunto a la hoguera y se puso
meditar, al acecho…El cielo se resquebrajó porOriente: la Luna, en su último cua
erraba hacia el fondo de la sabaEra roja y difusa, enorme. resplandor, con ser muy dé
bastaba para iluminar profundidades del paraje. La fque meditaba el jefe se haría c
imposible si los hombres escondieran muchos y habían preparemboscadas.
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Mientras pensaba en esto, sacudió un profun
estremecimiento. Acababa de divirío abajo un bulto achaparrado. Ypesar de que desapareció velozme
entre los cañaverales, la certtraspasó el corazón del jefe, comopunta de un venablo. Los que
ocultaban eran, realmente, UlhaNaóh hubiera preferido que fueDevoradores de Hombres o Ena
Rojos, pues acababa de reconocelo lejos, la sombra de Aghoo Velludo.
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10EL SUPREMO
COMBATE
l Hijo del Leopardo volvivivir entonces, por uinstantes, la escena en
Aghoo y sus hermanos se hablevantado, en presencia de Faúhmhabían prometido conquistar
Fuego. La amenaza llameaba en redondos ojos, la fuerza y ferocidad se traslucían en
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ademanes, y la Horda les escuchtemblando. Cualquiera de los
habría hecho frente al gran FaúhCon sus torsos tan velludos como del oso gris, sus enormes manos,
brazos duros como ramas de encvalían por diez guerreros. Y, pensar en todos aquellos a quie
los Velludos habían dado muertemutilado, un odio sin límites contrlos músculos de Naóh.
¿Cómo vencerlos? Él, el Hijo Leopardo, se consideraba iguaAghoo: después de tantas victor
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su confianza en sí mismo haaumentado. Pero Nam y Gau ¡ser
como lobos delante de leones!La sorpresa y las mil impresioque se agitaban en su entendimie
no habían retrasado, sin embargoresolución de Naóh, que fue rápida como un salto de cie
sorprendido en su yacija. —Nam se irá enseguida ordenó—; y después Gau.
llevarán las azagayas y los arponYo les echaré las mazas cuando esabajo. Yo sólo llevaré el Fuego.
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No se podía resignar, a pesarlas misteriosas piedras de los Wah
abandonar la llama conquistada. Nam y Gau comprendieron era necesario vencer por medio d
carrera a Aghoo y sus hermanos,solamente en el curso de aqumisma noche, sino hasta llegar a
Horda. A toda prisa recogieron armas arrojadizas, y Nam empezódescenso de la peña, seguido, a
alturas de hombre, por Gau. Su taera más ardua y penosa de lo que en la subida, a causa de
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engañosos resplandores y las brussombras y también porque deb
tantear en el vacío, descubrir grietas invisibles y pegaestrechamente a la roca.
Cuando Nam estaba casi a pude tocar el suelo, un grito de lechsurgió en la orilla del río, luego
oyó un bramido y después el mugdel alcaraván. Naóh, inclinadoborde mismo de la roca, vio sali
Aghoo de entre los juncos, vecomo un rayo. Instantes despsalían sus hermanos, el uno por
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Sur y el otro por el Levante. Nam acababa de saltar al llano
Entonces, Naóh sintió que corazón se le llenaba de dudas. sabía si echarle a Nam la maz
llamarle. El joven era más ágil los Hijos del Auroch; pero como tres corrían hacia la roca, N
tendría que pasar a tiro de azagayarpón… La incertidumbre del jfue brevísima. Enseguida gritó:
—¡No echaré la maza a Namporque sin ella correrá mejor! ¡HNam y vaya a advertir a los Ulha
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que nosotros le aguardamos aquí, el Fuego!
Obedeció Nam temblando, pse sentía demasiado débil ante tres formidables hermanos a quie
su corta pausa había permitido gaterreno. Después de algunos salNam tropezó y tuvo que reempren
la carrera. Y Naóh, viendo qaumentaba el peligro, le llaenseguida.
Los Velludos estaban ya cerEl más ágil lanzó una azagayaatravesó el brazo de Nam, en
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instante en que éste empezabaescalar nuevamente la roca. El o
dando un grito de muerte, arremecontra él para aplastarle. Nvigilaba. Su brazo terrible arrojó u
gran piedra. El proyectil trazó arco en la penumbra y quebrófémur del Velludo, que cayó al sue
Y, antes de que el Hijo del Leoparhubiese cogido otro pedrusco, herido, rugiendo de rab
desapareció detrás de un matorralDespués se hizo un gran silenAghoo había acudido al sitio don
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estaba su hermano y le examinabaherida. Gau ayudaba a Nam a subi
meseta, y Naóh, de pie a la doble de la Luna y de la hoguera, sostecon las dos manos un bloque
pórfido, dispuesto a lapidar a agresores. Su voz fue la primera rompió el silencio:
—¿No son ya de la misma Hoque Nao, Gau y Nam los Hijos Auroch? ¿Por qué nos atacan co
enemigos?Aghoo el Velludo se irguió avez, y lanzando su grito de gue
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respondió: —Aghoo os tratará como ami
si queréis darle parte en el Fuegocomo siervos si se la negáis.Una espantosa risa burlona dil
sus mandíbulas. Su pecho era ancho, que hubiera podido acostaen él una pantera.
El Hijo del Leopardo gritó: —Naóh ha conquistado el Fuequitándoselo a los Devoradores
Hombres, y lo repartirá cuando hllegado a la Horda. —Nosotros lo queremos ahor
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Aghoo tendrá a Gamla, y Nrecibirá doble parte en la caza y
botín.El furor hizo temblar al Hijo Leopardo:
—¿Por qué Aghoo ha de teneGamla, si no ha sabido conquistaFuego? ¡Las hordas se han burl
de él!… —Aghoo es más fuerte que NaAbrirá vuestras entrañas con el arp
y os romperá los huesos con la ma —Naóh ha matado al Oso Gria la Hembra del Tigre. Ha derriba
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a diez Devoradores de Hombres veinte Enanos Rojos. ¡Naóh es qu
matará a Aghoo! —¡Baje al llano Naóh! —Si Aghoo viniera solo, N
habría ido ya a combatirle.La carcajada de Aghoo estavasta como un rugido:
—¡Ninguno de vosotros volva ver el Gran Pantano!Callaron los dos. N
comparaba, estremeciéndose, delgados torsos de Nam y Gau las espantosas complexiones de
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Hijos del Auroch. Sin embargo, ¿contaban ya con cierta venta
Porque, aunque Nam estaba heriuno de los tres hermanos estincapacitado para perseguir a
enemigo.La sangre manaba del brazoNam. El jefe le aplicó ceniza calie
y la recubrió con hierbas. Despumientras vigilaba, se preguntó cóiba a combatir. No podían espe
sorprender la vigilancia de Aghosus hermanos, cuyos sentidos eperfectos y sus cuerpos infatigab
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Tenían fuerza, astucia, destrezaagilidad, y, aunque eran me
veloces que Nam y Gau, aventajaban en aliento. Sólo él,Hijo del Leopardo, era más ráp
que ellos y les igualaba resistencia. Naóh se represent
fragmentariamente los diveraspectos de la situación; peuniéndolos unos con otros, su insti
les daba coherencia. Así, imaginaba las peripecias de la fugdel combate, y era ya todo acc
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mientras permanecía agachadoenvuelto en el resplandor cobrizo
la hoguera. Por fin, se levantó. Usonrisa astuta vagó por sus labmientras escarbaba la tierra con
pie, como la pezuña de un toro. más urgente era apagar la hoguerfin de que, en el caso de vencer,
Hijos del Auroch no pudiesen logni a Gamla ni el rescate. Naóh arral río los tizones más grandes
ayudado por sus compañeros, matóFuego con piedras y arcilla. conservó con vida más que la dé
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llama de una de las jaulas, y luvolvió a organizar el descenso. E
vez, Gau debía abrir la marcha. encontrarse a dos alturas del hombantes de saltar al llano, se detend
sobre un saliente de la roca bastaancho para mantener el equilibripoder desde allí arrojar azagayas.
El joven Ulhamr obederápidamente.Al llegar al punto designa
lanzó un ligero grito, para advertiefe. Los Hijos del Auroch se habdesplegado ya para la batalla. Agh
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hacía frente a la roca, empuñandovenablo; el que había sido herido,
pie, y apoyado en un arbusto, telistas las armas, y el otro hermaRukh, el de los Brazos Rojos, situ
un poco más lejos, daba vuealrededor de la peña. Erguido enalto de ella, Naóh, tan pronto
inclinaba para escudriñar la llanucomo blandía el venablo. De repenaprovechó el momento en que R
estaba más cerca, para lanzar uazagaya. El arma franqueó distancia que asombró al Hijo
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Auroch, pues faltaron cinco tallashombres para alcanzarle. N
arrojó enseguida una piedra, cayó a menor distancia todavía. Rlanzó una exclamación de sarcasm
—¡El Hijo del Leopardo estúpido y ciego!Y lleno de desdén, se acercó m
aún, levantando el brazo derearmado con la maza. Entonces Nafurtivamente, cogió un ar
preparada de antemano: uno de propulsores cuyo manejo haaprendido en la Horda de los W
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Le imprimió una rápida rotaciónRukh, seguro de que se trataba de
simple ademán amenazador, sigavanzando y riendo burlonameComo andaba pegado al peñasco y
claridad era incierta, no vio llegaproyectil. Cuando lo advirtió demasiado tarde: un golpe se
formidable, le rompió la mano ensitio donde el pulgar se arraiga los otros dedos. Rukh lanzó un g
de dolor y tuvo que soltar la mazaAghoo y sus hermanos quedaron mudos de asombro.
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distancia alcanzada por Nsobrepasaba con mucho la que e
habían previsto para ponerse fude tiro. Y, al sentir disminuida fuerza ante un artificio misterio
retrocedieron los tres. Rukh spodía emplear la maza con la mizquierda.
Entretanto, Naóh aprovechabasorpresa para ayudar a descendeNam, y en un instante los s
hombres se hallaron en la llanuacechándose llenos de rabInmediatamente, el Hijo
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Leopardo corrió hacia la derecpor donde el paso que dejaban
tres hermanos era más anchoseguro. Aghoo le salió al encuenSus redondos ojos observaban c
ademán de Naóh. Como maravillosamente hábil en esquila azagaya y el arpón, avanzaba
la esperanza de que los adversaragotarían contra él sus proyectimientras Rukh llegaba a t
velocidad. Pero Naóh retroceddando un brusco rodeo, y amenazóotro hermano herido, que aguard
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apoyado en su arpón. Emovimiento forzó a Rukh y a Agho
desviarse hacia la izquierda. espacio que guardaban se ensanmás, y por él se precipitaron Na
Gau y Naóh, que ahora podían hsin temor de verse cercados. —¡Los Hijos del Auroch
conseguirán ya el Fuego! —gritóefe con voz atronadora—. ¡Y Ntomará a Gamla!
Los tres huían por la abiellanura, y quizá hubieran podllegar a la tribu, sin combatir. P
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Naóh comprendía que aquella noera preciso arriesgar la vida p
salvar la vida. Dos de los Velludestaban heridos, y rehuir la lucha darles tiempo para sanar y hacer
el peligro renaciera luego, mterrible.En esta primera fase de
persecución, Nam mismo, a pesarsu herida, sacó ventaja. Los tcompañeros adelantaron a
enemigos más de mil pasos. EntonNaóh se detuvo, entregó a Gauaula del Fuego, y le dijo:
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—¡Corred sin deteneros haPoniente… hasta que yo os alcanc
Gau y Nam obedeciermanteniendo su velocidad, mienel jefe les seguía lentamente.
pronto, se volvió, haciendo frentlos dos Velludos que le perseguíanamenazándoles con el propuls
Cuando les juzgó bastante cerca, un rodeo hacia el Norte y se dirigitoda velocidad hacia el río… Agh
adivinó sus intenciones, penseguida lanzó un rugido espanty retrocedió con Rukh en ayuda de
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hermano herido. En desesperación, Aghoo alcanzó u
velocidad igual a la de Naóh; pesta velocidad era excesiva paraestructura. El Hijo del Leopar
mejor conformado para la carrvolvió a adelantarle. Llegó junto aroca, con trescientos pasos
ventaja, y se encontró cara a cara el otro Velludo, el de la pierna rotÉste le aguardaba con adem
amenazador. Lanzó una azagapero, mal aplomado sobre plantas, falló el blanco, y ya N
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arremetía contra él. La fuerza ydestreza del Velludo eran tales, qu
pesar de su pierna entumecida habdado cuenta de Nam y Gau. Pepara combatir al gran Naóh, no de
exagerar tanto su empuje. El mazque descargó fue tan terrible habría necesitado las dos pier
para soportar el impulso. Al esquiNaóh el golpe, su fuerza misma ydebilidad de una pierna le hicie
vacilar. Entonces, la maza de adversario le golpeó en plpescuezo y le derribó como
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tronco. Otro mazazo hizo crujir vértebras.
Aghoo sólo estaba a cien pade distancia. Rukh, debilitado posangre que manaba de su mano
menos ágil, estaba otros cien metmás atrás. Los dos corrían en uacometida semejante a la
rinoceronte, arrastrados por profundo instinto de raza que habllegado a olvidar la astucia.
Con un pie sobre el vencido yterrible maza en alto, el Hijo Leopardo les aguardaba. Cuan
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Aghoo estuvo a tres pasos de él, un salto para el ataque… Pero N
ya no estaba allí, sino que cohacia Rukh con la velocidad gamo. De un golpe supremo, asest
con ambas manos, apartó el arma Rukh levantaba, falto de destrecon la izquierda, y golpeándole lu
en el cráneo, tendió en el suelosegundo enemigo.Después, rehuyendo todavía
combate con Aghoo, le gritaba: —¿Dónde están tus hermanHijo del Auroch? ¿No los
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derribado como lo hice con el OGris, con la Hembra del Tigre y
Devoradores de Hombres? Y ahomírame; soy más libre que el vien¡Mis pies son más ligeros que
tuyos, mi aliento es tan largo comodel megaceros!Cuando hubo adquirido nu
ventaja, se detuvo, vio acercarsAghoo y volvió a hablarle: —Naóh no quiere huir más. E
misma noche tomará tu vidaperderá la suya…Y apuntaba al Hijo del Auro
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Pero éste había recobrado ya astucia. Redujo la carrera y p
toda su atención en el adversario.azagaya de Naóh hendió el aAghoo se había agachado y el ar
pasó silbando. —¡Es Naóh el que va a morir!aulló.
No se apresuraba ya. Como saque el adversario era libre aceptar o rehusar la lucha, su p
era furtivo y temible. Cada uno sus movimientos descubría a bestia de combate; llevaba la mue
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en el arpón o en la maza. A pesarla derrota de sus hermanos, no tem
al alto y flexible guerrero de braágiles y rudos hombros, pues él más fuerte que sus hermanos y
conocía la derrota. Ningún hombrebestia alguna habían resistido amaza.
Cuando estuvo a tiro, arrojóarpón contra su adversario. Lo hporque había de hacerlo; pero no
sorprendió ver a Naóh zafar cuerpo. Él había evitado tambiénarma de su rival.
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Sólo quedaban las mazas. dos se levantaron a la vez. Eran
roble, y la de Aghoo tenía tres nudEstaba pulida por el uso, y relucíla luz de la Luna. La de Naóh era m
redonda, menos vieja y más clara.Aghoo dio el primer golpe, psin emplear todo su vigor, pues sa
que no había de hallar desprevenal Hijo del Leopardo. Así, Npudo zafarse sin esfuerzo y pegó
través. La maza enemiga salió aencuentro, y los dos troncos de rochocaron con estrépito. Entonc
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Aghoo, dando un salto hacia derecha y atacando por el costa
descargó el inmenso mazazo había roto tantos cráneos de homby fieras. Pero golpeó en el vac
mientras la maza de Naóh rebatíasuya. El choque fue tan fuerte Faúhm mismo habría vacilado, p
los pies de Aghoo se asentaban ensuelo como raíces. Fallado el golpudo echarse hacia atrás.
Volvieron a encontrarse de nuecara a cara, sin herida alguna, coantes de empezar el combate. ¡P
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ellos habían puesto todas habilidades en la lucha! Cada u
conocía ya mejor la formidacriatura que tenía enfrente; los sabían que el que desfalleciera s
el tiempo necesario para abrircerrar los ojos caería muerto, una muerte más deshonrosa que
fuese provocada por el tigre, el osel león, pues ambos, movidos poroscuro instinto, combatían para ha
triunfar, a través de innumerabsiglos, una raza nacida de Gamla.Aghoo reanudó el comb
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lanzando un ronco aullido; todafuerza de su ser se concentró en
brazo, y descargó la porra artificio alguno, recta y vertiresuelta a aplastarlo todo. N
retrocedió y opuso al choque su arterrible; pero, aunque desvió golpe, no pudo evitar que uno de
nudos abriera en su hombro un ansurco del que brotó la sangenrojeciendo el brazo del guerre
Aghoo, seguro entonces de destuna vida que él había condenavolvió a levantar la maza y
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descargó espantosamente.El rival no había aguardado
golpe, cuyo ímpetu supremo, al hallar resistencia, hizo vacilar Hijo del Auroch. Entonces Na
lanzando un grito siniesrespondió. El cráneo del Velluresonó como un tronco de encina
su cuerpo se tambaleaba, cuando ogolpe le derribó en el suelo. —¡Tú no tendrás a Gamla!
bramó el vencedor—. ¡No volveráver la Horda, ni el Pantano; yFuego que yo he conquistado
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volverá a calentar tu cuerpo! Aghse enderezó. Su duro cráneo est
rojo de sangre, su brazo derependía como una rama desgajada tronco, sus piernas carecían de vig
pero el obstinado instinto relucíasus ojos y volvió a coger el mazo la mano izquierda. La blandió
última vez. Pero, antes de pudiera abatirla, Naóh la lanzó a dpasos de distancia.
Aghoo esperó la muerte. Peromuerte estaba ya en él, y aun asícomprendía la derrota. Se aco
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con orgullo de todo cuanto haderribado y dado muerte entre
criaturas, antes de sucumbir también. —¡Aghoo ha aplastado la cab
y el corazón de sus enemigos! murmuró—. Jamás ha dejado vida a los que le han disputado
presa o el botín. Todos los Ulhatemblaban delante de él.Éste era el grito de su osc
inteligencia. Y si hubiera podregocijarse, en medio de su derrotambién se habría regocijado. Por
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menos sentía el orgullo de no haperdonado jamás, de ha
aniquilado siempre el peligro permanece con el rencor del venciAsí sus días le parec
impecables… Y cuando el primgolpe de muerte resonó sobre cráneo, no dejó escapar ni una qu
No exhaló ninguna, hasta qdesvanecido ya su pensamiento, quedó de él ya más que la car
cuyos últimos estremecimientos extinguiendo la maza de Naóh.Después, el vencedor fue
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rematar a los demás Velludos.Le pareció que todo el poder
los Hijos del Auroch había entraen él. Y se volvió hacia el rmientras escuchaba el rugido de
corazón… El tiempo era suyo psiempre.
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11EN LA NOCHE DE
LAS EDADES
odos los días, al declinartarde, los Ulhamr esperacon angustia la puesta
Sol. Cuando las estrellas quedasolas en el firmamento, o la Lunaenvolvía en las nubes, se sent
extrañamente débiles y miserabAmontonados en la oscuridad de caverna o debajo de un acantila
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ante el frío y las tinieblas, pensaen el Fuego que los alimentaba
su calor y ahuyentaba a las fieLos centinelas no soltaban las armLa vigilancia y el temor abruma
sus cuerpos: sabían que podían vecogidos de improviso, antes de podefenderse. El oso había devorad
un guerrero y a dos mujeres, lobos y los leopardos les habarrebatado algunos niños y muc
hombres ostentaban las cicatricescombates nocturnos.El invierno se acercaba.
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viento del Norte lanzaba azagayas. En los días de ci
sereno, el hielo mordía con agudientes, y una noche Fahúm, el jen lucha con el león, perdió el uso
su brazo derecho. Entonces, se qudemasiado débil para imponer mando y el desorden aumentó en
Horda. Noúm no quiso obedecer máMoúh pretendió ser el primero en
los Ulhamr. Ambos tenían partidarios, mientras un pequgrupo permanecía fiel a Faúhm.
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embargo, no hubo lucha violeporque todos estaban exhaustos.
viejo Goún les hablaba de debilidad y del peligro representa para la Horda mata
unos a otros. Y lo comprendían mbien: a la hora de las tiniebechaban amargamente de menos a
guerreros desaparecidos.Desesperaban, pasaban ya tanlunas, de volver a ver a Naóh, Ga
Nam o a los Hijos del AuroVarias veces enviaron exploradorpero todos volvían sin ha
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descubierto rastro alguno. Entonel desaliento abrumó a la Horda. L
seis guerreros habrían perecido bla garra de las fieras, bajo las hacde los hombres o a manos
hambre. ¡Los Ulhamr no volveríaver el Fuego bienhechor!A pesar de sus padecimient
más intensos que los de los varonsolamente las mujeres conservauna vaga esperanza. La pacie
resistencia, que salva las razsubsistía en ellas, y entre las menérgicas figuraba Gamla. Ni el
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ni el hambre habían menoscabadouventud. El invierno hacía crecer
cabellera, que flotaba sobre hombros como la melena del leGamla tenía un profundo instinto p
los vegetales. En la pradera o enla maleza, en el oquedal o entre cañas sabía descubrir la raíz,
fruto, el hongo comestible. Sin eel corpulento Faúhm hubiperecido durante el tiempo que
herida le tuvo postrado en el fonde una caverna, agotado por pérdida de sangre…
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Así llegó una noche mpavorosa que las otras. El viehabía barrido las nubes, y pasaba encima de las hierbas marchitasobre los negros árboles, lanzanlargos aullidos. Un sol rojo, ancho como la colina que levantaba a Poniente, alumbrtodavía el paisaje. A la luz crepúsculo que iba a perderse enfondo de los tiempos insondablesHorda se había reunido, temblanEra débil y estaba triste. ¡Cuán
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volverían los días en que la llarugía al devorar el ramaje! Entonc
un olor de carne asada ascendía enaire del crepúsculo, una cálalegría penetraba en los pechos,
lobos merodeaban lamentándose, yoso, el león y el leopardo se alejade aquel fulgor palpitante.
El Sol se hundió. En el árOccidente la luz murió, apagadalas bestias que viven en las somb
comenzaron a vagar sobre la tierraEl anciano Goún, envejecido más por la miseria, lanzó un sinies
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gemido: —Goún ha visto a sus hijos
los hijos de sus hijos, y jamásFuego estuvo ausente de los UlhaHe aquí que ya no hay Fuego y G
morirá sin volver a verlo.El hueco del peñasco dondealbergaba la tribu era casi u
caverna. En el buen tiempo hubisido un excelente refugio, pero ahel cierzo flagelaba las carnes.
Goún añadió: —Los lobos y los perros secada noche más atrevidos.
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Dijo esto mientras señalaba la mano las furtivas siluetas que
multiplicaban a medida que tinieblas caían. Los aullidos volvían más largos y amenazado
y la noche empujaba sin cesar famélicas bestias. Sólo los últimresplandores crepusculares
mantenían aún alejadas. Lcentinelas, inquietos, paseaazotados por el viento, bajo las fr
estrellas…De pronto, uno de ellos se detuy alargó el cuello. Otros dos
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imitaron.Luego, el primero declaró:
—¡Hay hombres en la llanura!Un vasto estremecimiento agitla Horda. En unos dominaba
temor, y en otros la esperanAcordándose de que todavía eraefe, Faúhm se levantó de la gr
donde descansaba: —¡Preparen sus armas guerreros! —ordenó.
En aquella hora equívoca, Ulhamr obedecieron silenciosamey el jefe añadió:
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—Noúm cogerá tres jóvenes ea espiar a los que se acercan.
Noúm vaciló, contrariado recibir órdenes de un hombre había perdido la fuerza de su bra
Pero el viejo Goún intervino: —Noúm tiene los ojos Leopardo, la oreja del Lobo y
olfato del Perro. Él sabrá si los qvienen son amigos o enemigos de Ulhamr.
Entonces Noúm y tres jóvenespusieron en camino. A medida qavanzaban, las fieras se reunían
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seguían sus huellas.Se perdieron de vista, y la Ho
esperó largo tiempo. Al fin, un aguclamor hendió las tinieblas.Faúhm saltó fuera de la cuev
exclamó: —¡Los que vienen son UlhamrUna emoción terrible invadió
corazones, y hasta los niños levantaron. Goún expresó pensamiento y el de los demás:
—¿Son Aghoo y sus hermanoo Naóh, Nam y Gau? Nuevos gritos se oyeron bajo
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estrellas. —¡Es el Hijo del Leopardo!
murmuró Faúhm, con disimulalegría, pues temía en secretoferocidad de Aghoo.
Pero la mayoría sólo pensabael Fuego. Si Naóh lo traía, todosinclinarían ante él; si no lo traía
odio y el desprecio se levantarcontra su fracaso.Entretanto, una manada de lo
se dirigía hacia la Horda. crepúsculo había muerto. El últirastro rojo acababa de extinguirse
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el cielo, las estrellas centelleabanun firmamento de hielo. ¡Ah,
crecer la ardiente bestia roja, sentpalpitar sobre el pecho y miembros!
Finalmente, Naóh se dejó vLlegaba como una sombra negdestacándose sobre la llanura gris
Faúhm aullaba: —¡El Fuego!… ¡Naóh nos traeFuego!
Fue aquello un inmenso trastorAlgunos se detuvieron, como heripor un hachazo. Otros saltar
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rugiendo frenéticamente… Y Fuego llegó al fin.
El Hijo del Leopardo mostraba, encerrado en su jaula piedras. Era un pequeño fulgor ro
una vida humilde, que un niño habpodido aplastar de una pedrada, ptodos sabían la fue
inconmensurable que iba a brotaraquella cosa tan débil. Jadeanmudos, temerosos de ve
extinguirse, saciaban las pupilas su imagen…Después, se produjo un clam
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tan alto que los lobos y los perrosespantaron. Toda la Horda
apretaba alrededor de Naóh, ademanes de humildad, de adoracy de convulsivo gozo.
—¡No matéis el Fuego! —gritel viejo Goún, cuando se apaciguóarrebato.
Todos se apartaron. NaFaúhm, Gamla, Nam, Gau y el viGoún, formando una pina dentro
la multitud, se dirigieron al cobdel peñasco. La Horda acumulhierbas, hojarasca y ramas sec
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Cuando la pira estuvo preparadaHijo del Leopardo acercó a ella
débil llama. Al principio se apodde algunas briznas. Silbansuavemente, se puso luego a mor
tallos y hojas. Y después, gruñencomenzó a devorar las rammientras que al borde de
ahuyentadas tinieblas los lobos y perros retrocedían dominados pormisterioso temor.
Entonces, Naóh, dirigiéndosecorpulento Faúhm, le dijo: —El Hijo del Leopardo
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cumplido su promesa. ¿Cumplirásuya el jefe de los Ulhamr?
Dijo esto señalando a Gamla, estaba de pie, alumbrada de llpor la roja claridad, y que al oí
Naóh, sacudió su densa cabellePalpitante de orgullo, se senarrebatada por la admiración en
cual toda la Horda envolvía a Naó —Gamla será tu mujer, como prometido —respondió c
humildemente Faúhm. —¡Y Naóh mandará la Horda!declaró atrevidamente Goún, el
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los Huesos Secos.Con ello no preten
menospreciar al gran Faúhm, sdestruir las rivalidades que juzgpeligrosas. En aquel momento en
el Fuego acababa de renacer, naosaría contradecirle.Una aprobación exultante ag
las manos y las cabezas. Pero Nsólo veía a Gamla: su gran cabellela vida de sus frescos ojos habla
el lenguaje de la raza. Uindulgencia profunda se elevó encorazón, por el hombre que ib
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entregarle la doncella. Pcomprendiendo que un jefe débil
podía mandar solo a los Ulhaexclamó: —¡Naóh y Faúhm dirigirán
Horda!Todos callaron sorprendidmientras por primera vez, Faúhm
hombre feroz, sentía que le invauna confusa ternura hacia ohombre.
Entretanto, el viejo Gomuchísimo más curioso que todosUlhamr juntos, deseaba conocer
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aventuras de los tres guerrerAquellas aventuras palpitaban en
cerebro de Naóh, tan recientes, cosi todas las hubiera llevado a cabovíspera. En aquel tiempo,
palabras eran escasas, débiles ligazones, su fuerza de evocaccorta, brusca e intensa. El membru
nómada habló del oso gris, del lgigante y de la hembra del tigre,los Devoradores de Hombres, de
mamuts, de los Enanos Rojos, de Hombres del Pantano, de «Hombres de Pelo Azul» y el oso
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las cavernas. Sin embargo, ompor desconfianza y por estrate
revelar el secreto de las piedrasfuego que le habían enseñado Wah.
El rugido de las llamas aprobel relato; Nam y Gau, por mediorudos ademanes, subrayaban c
episodio. Y como se trataba vencedor, sus palabras emocionabhondamente y hacían jadear
pechos.Y Goún exclamó: —¡No hay un guerr
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comparable a Naóh entre nuestpadres… y no lo habrá entre nuest
hijos ni entre los hijos de nuesthijos!Al fin, Naóh pronunció el nom
de Aghoo. Un escalofrío estremelos torsos, como los árboles entempestad, pues todos temían al H
del Auroch. —¿Cuándo ha vuelto a verHijo del Leopardo a Aghoo?
interrumpió Faúhm, lanzando mirada de desconfianza hacia tinieblas.
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—Una noche y una noche pasado —respondió el guerrero
Los Hijos del Auroch atravesaronrío, y se precipitaron delante deroca donde acampaban Naóh, Nam
Gau… ¡Naóh combatió con ellos!Entonces se hizo un silencio enque hasta la respiración dejó
oírse. No se oía más que el Fuegocierzo y el lejano grito de una fier —¡Y Naóh los ha destruido!
declaró orgullosamente el nómadaHombres y mujeres se mirarEl entusiasmo y la duda luchaban
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el fondo de sus corazones. Mexpresó el oscuro sentir de la Ho
y preguntó: —¿Naóh los ha matado a tres?
El Hijo del Leopardo contestó. Hundió la mano en bolsa de la piel de oso que