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La Poniatowska en escena y esencia

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Antes que nada… pues no hay nada. Es un halago compartir la palabra con los asis-tentes a esta tertulia y con el Grupo de los Doce, como el número de los meses del año, como las horas, como los apóstoles, como la medida de la venta de tortillas a mano: la docena, y como la unidad que permite ganarme el sustento, lavando y planchando ajeno: también cobro por docena. Pero eso nada más sábados y domingos. Este último después de ir a misa y comprar mi recaudo para la semana. Ah, y por echarle la mano a Jesusa Palancares.

(“Las manos se inflaman, van y vienen, calladas; los dedos chatos, las uñas en la pie-dra, duras como huesos, eternas como conchas de mar. Enrojecidas de agua, las ma-nos se inclinan como si fueran a dormirse, a caer sobre la funda de la almohada. Pero no.”) Aquí espero, sé que De noche vienes, Elena.

Es hora de traer a escena la esencia de Elena. Sólo lo podemos hacer con este arte efí-mero, pero que recuerda las emociones, imaginándonos estar en los ya casi extintos palcos, plateas y gayola.

Al llegar a México se involucró en el teatro, en aquel grupo Cuit Poulet, que fuera fun-dado en julio de 1944, inspirado en las propuestas de Jules Romains y Louis Jouvet. Este grupo teatral presentaba comedias, cuya recaudación económica era destinada a obras sociales o de beneficencia. El Cuit Poulet tuvo sus antecedentes en el Théâtre des folies diplomatiques que en 1891 se constituyó en México con fines iguales.

En este grupo Elena Poniatowska intervino en las obras Te volví a ver, del pintor y dramaturgo Roberto Montenegro, estrenada en 1945, dirigida por Carlos León. Dos años después, con el mismo director, presentó en el Teatro de Bellas Artes, la tempo-rada Revista Cuit Polet, que el día de ayer cumplió sesenta y siete años. Siguió ese año, con el mismo director, Las Jerónimas, de Rafael Bernal, en el Teatro Ideal, aquel in-mueble demolido en 1954. Este recinto fue un edificio de tres pisos que se llamó Fes-

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tival Palace, con linternas mágicas, además de otros juegos y diversiones. En la planta baja estaba la sala teatral que fue inaugurada el 26 de octubre de 1913, con la opereta Eva, de Lehár, protagonizada por “La reina de la opereta”, Esperanza Iris, aquella gran intérprete de La viuda alegre, aquella gloria que deambulaba por las calles cercanas a su teatro (el hoy Teatro de la Ciudad Esperanza Iris), enloquecida a causa del encarce-lamiento de su marido, el tenor Paco Sierra.

Disculpen la chimoleada argüendera, pero con esto de ser lavandero de ropa ajena, no puedo dejar fuera mi deformación oficiosa.

En 1950, para ser exactos, el 20 de diciembre se estrenó El campo ennegrece, envilece y embrutece, de García Pimentel de Riba, dirigida por Víctor Moya, también en el Ideal. En esta obra actuó su hermana Kitzia.

En el Cuit Poulet participaron Adela F. de Obregón Santacilia, Cristina Azcárraga, Columba Romero de Terreros, Guillermo Cañedo y Enrique Olavarría y Ferrari ju-nior, entre otros integrantes, pero que estos apellidos nos son familiares.

La querida Elena fue abrazada por Les comédiens de France. Este grupo estaba inte-grado por miembros de la colonia francesa y por refugiados españoles que se educa-ron en escuelas o liceos en Francia y Marruecos antes del exilio en México y por ac-tores que no quisieron seguir a Louis Jouvet a la Francia ocupada. Este grupo mucho debe a Alfonso Reyes y Jules Romains.

Ahora sí discúlpenme, este no fue chisme, sólo un pequeño resbalón histórico por la espuma del fab, y lo hago, porque como le he dicho en ocasiones anteriores, la gran mayoría de las generaciones jóvenes de teatreros, inmerecederos de ser llamados tea-tristas, creen que el arte de la representación nació con ellos. La plaga ágrafa invade su desconocido foso escénico y el lugar destinado al consueta. Explico, la concha del apuntador; para mayor claridad, el lugar de la persona que llevaba el libreto para apuntarles en las funciones a los actores que tuvieran cualquier olvido o desconcen-tración.

En los comediantes de Francia, para que vean que sí sé traducir, intervino en algunas obras como Le paquebot tenacity, de Vildrac y Un client sérieux, de Courteline, es-trenadas en 1949 nada menos que en el Teatro Blanquito. Sí, en el teatro de las Bellas

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Artes, dirigida por aquel genio que, no conforme con hacer escuela en México, fue invitado por la Universidad Autónoma de El Salvador para fundar el Teatro Universi-tario y después la Escuela de Teatro de la Universidad de Costa Rica. Cómo no recor-dar que su libro Entre bastidores fue fundamental para los actores de los años sesenta del siglo pasado y sigue siendo una joya para los estudiosos del teatro. Sí, del maestro André Moraeu. Y qué decir de este grupo de otros grandes actores que se integraron e hicieron carrera en el país: la actriz y vestuarista Lucille Donnay, Xavier Masse, An-tonio Passy, Marilú Elízaga, Víctor Tardán y Fernasio de Bernal.

En 1952, la Poniatowska se presentó con Shangai, San Francisco, del olvidado Julio Alejandro, en el Teatro Colón. Otro edificio desparecido, que antes se había conver-tido en cine y que retomó su vocación y hace seis décadas se atentó contra este bello recinto tras la última obra montada ahí, como si fuera algo premonitorio: Atentado al pudor.

Le siguió Le Rendez-vous de Senlis, de Anouilh, en 1958, bajo la dirección de Krem-per, en el Teatro Caballito, que fue inaugurado en 1950. El Orfeo Catalá abrió la Sala Guimerá y después cambió de nombre, hasta ser demolido por “necesidades urba-nísticas”, a favor del Paseo de la Reforma. ¿Y qué fue del mural de Juan Soriano, en la parte superior de la platea? A propósito de Juan Soriano. Niño de mil años. Y Paseo de la Reforma. Dos de los títulos de Elena evocaron este recuerdo.

Después incursionó en la dramaturgia con Melés y Teleo. Apuntes para una comedia, publicada en la Revista Panoramas en 1956. Este texto es una sátira a los intelectua-les, con ciento sesenta y tres escenas y acotaciones que van más a lo literario que a la mise en scène. El título no alude a personajes griegos que nos sean desconocidos, sino a la advertencia, a ese “Lo hago, con tal de que tú hagas esto”. Síntesis: Me lees y ya como correspondencia, te leo. Es una farsa que, con gran desparpajo, exhibe a los grupúsculos intelectuales que han existido en todas las épocas. Alude a personajes de la primera mitad del siglo XX, juguetea con los nombres que le da la autora y con las posturas de ellos, mediante la sátira. El tono periodístico está implícito. El hecho de no representarla tal vez sea por el antecedente de la obra de Fernando Benítez, a la que el propio periodista dijera de ella: “El fracaso teatral más grave que recuerda la historia de este arte en México. Pero qué digo fracaso, me salvé de ser linchado y de que se incendiara el Teatro de Bellas Artes, porque todos dormían profundamente las cuatro horas de la representación”. La obra es Cristóbal Colón, Misterio en un

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prólogo y cinco escenas, estrenada en 1951. Elena se excedió con ciento cincuenta y ocho. Posteriormente, al comentario de Benítez, Vicente Leñero expresó: “En vengan-za prácticamente borró el tema teatro de los suplementos culturales que se dedicó a dirigir después”.

Después vino Una edad feliz (Lilus Kikus), dirigida en 1967 por Virgilio Mariel, otro personaje que a pesar de sus contribuciones a favor del teatro, ha sido olvidado. La obra se estrenó en el teatro Casa de la Paz, del Organismo para la Promoción Interna-cional de Cultura (OPIC), antes Teatro Ariel, actualmente pertenece a la Universidad Autónoma de Metropolitana, institución que concedió a nuestra protagonista en el año 2000 el Doctor honoris causa.

En 1977 se presentó nuevamente Una edad feliz (Lilus Kikus), bajo la dirección de Agustín Chávez.

El espíritu de las musas del teatro llevó otra vez a escena Una edad feliz, como el refres-cante pozol tabasqueño, con niños oxolotecas, en la versión de María Alicia Martínez Medrano, quien dirigió el Laboratorio de Teatro Indígena y Campesino, de Tabasco, en el periodo de gobierno de Enrique González Pedrero. María Alicia, multiparidora de estos laboratorios en el país. Cómo no evocar esa época con las obstinadas visiona-rias, como Las siete cabritas: Julieta Campos, Elena Poniatowska y Martínez Medrano, sólo tres, pero bien caprinas, como uno de los símbolos del teatro, legado de Pablo Picasso, vía Héctor Azar, compañero de Elena en el Centro Mexicano de Escritores.

Y ya que estamos en esta obra, la más reciente reposición fue el cinco de diciembre (nombre de un teatro que cayó en la inactividad), nuevamente con el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, de Tabasco, con dos funciones: la primera en el Ejido La Península, Cárdenas, en la Escuela Primaria Leodegario Ricárdez R, y la segunda a las 12:00 horas, en la Ranchería Los Naranjos, Huimanguillo, en la Escuela Primaria Soledad G. Cruz Hernández, dirigida por el retoño escénico de María Alicia; es decir, María Francisca García Pérez, con la participación de más de cien niños en escena.

En 1988, se estrenó la versión que escribió el gran dramaturgo y quien fuera Presi-dente de la Sogem, Víctor Hugo Rascón Banda de Querido Diego, te abraza Quiela, dirigida por el fundador de la efímera escuela, que dejó un hueco de especialización y que se requiere, por la falta de esta formación y rama, reaparezca, Escenotecnia,

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Arturo Sastré, con la que se inauguró el Museo Estudio Diego Rivera (como espacio teatral), que luego pasó al Teatro Santa Catarina.

Nada difícil hacer esta adaptación, debido al monólogo interno existente y conflicto que genera Poniatowska en este género epistolar, donde no existe respuesta del pintor. Atmósfera, sicología, rasgos de carácter y estados anímicos son grandes aportaciones para el trabajo dramatúrgico que hizo Víctor Hugo. Otra obra de su autoría, pero inédita, que reconoce nuestra autora es Interwied, en la que se auto satiriza.

Se le atribuye Compresencias, estrenada en 1994, en el TEC de Monterrey.Elena, con esa presencia, manejo de energía, sensibilidad, lenguaje gestual y corporal es actriz innata.

Por sus acotaciones, movimientos de personajes y visión es directora.Por su literatura que fluye con libertad, porque desarrolla los conflictos, crea atmósfe-ras y personajes, es dramaturga.

Y por toda su literatura: taumaturga. Gracias, gran prodigiosa. Esto sucede en La no-che de Cacalomacán, Elenísima, La piel del cielo.

Pero Fuerte es el silencio. Y ya terminé de hablar y pues ni modo, se despide El burro que metió la pata.

Texto leído el 31 de enero de 2014Casa de Cultura de Cacalomacán