el uso del hierro y del plomo en la arquitectura medieval

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El uso del hierro y del plomo en la arquitectura medieval valenciana Arturo Zaragozá Catalán Rafael Marín Sánchez En el imaginario colectivo, la arquitectura medieval está construida exclusivamente con piedra. Y esta, además, debe de quedar vista. Seguramente la idea parte del supuesto y equivocado carácter rústico de dicha arquitectura, una idea alimentada en el siglo XIX por la influencia de algunos pensadores como John Ruskin (1849), según el cual «la verdadera ar- quitectura no admite el hierro como material de construcción». En los últimos años el incesante descubrimiento de tirantes, grapas, cadenas, anclajes o mecanismos, tanto en la documentación de archivo como en las obras, ha hecho decaer este falso principio. El metal fue un material esencial en la construcción medieval como no lo había sido hasta entonces. De hecho, se ha llegado a hablar de la Edad Media como una nue- va «Edad de los Metales» (Bork 2005) alentando el desarrollo de un floreciente campo de investigación. Como señala dicho investigador, la metalurgia lo- gró un amplio calado en el tejido social del momento siendo utilizada para la fabricación de una inmensa gama de artefactos de todo tipo: desde los puramente utilitarios, como las herramientas, armas y armadu- ras, hasta aquellos que daban distinción social a su poseedor o subrayaban la trascendencia mística del ajuar litúrgico. Fue también en esta etapa cuando, gracias al incre- mento cualitativo y cuantitativo de la producción, los constructores comenzaron a explotar de muchas y novedosas maneras los valiosos recursos técnicos que ofrecían el plomo y el hierro. El primero se des- tinó principalmente a la fabricación de tuberías de drenaje; para el revestimiento de las techumbres de madera, el sellado de las juntas entre las piedras y la protección de las barras de metal. El segundo contri- buyó, como es sabido, a robustecer las vidrieras; a reforzar las delicadas tracerías de piedra que las en- marcaban y a coser y dar estabilidad a las delgadísi- mas piezas que componían los pináculos, cuya factu- ra resultaría imposible sin su valiosa contribución. A estas funciones, cabría añadir otras muchas como la fabricación de clavos, herrajes y accesorios de ancla- je para el montaje de las armaduras de madera, algu- nas de ellas de gran complejidad y belleza. Sin embargo, han pasado casi desapercibidas otras aplicaciones mucho más relevantes para la estabili- dad estructural de las construcciones medievales. En Francia, donde como veremos estas investigaciones parecen haber sido particularmente intensas en los últimos tiempos, Viollet-le-Duc ya enumeró en el si- glo XIX llamativos ejemplos en algunas voces de su célebre Dictionnaire como Armature, Chaînage, Construction, o Serrurerie. Esta comunicación pretende llamar la atención so- bre la presencia de elementos metálicos en las cons- trucciones tardomedievales valencianas. Aquí es más inusual porque la confianza en las fábricas parece ha- ber sido mayor. Siempre se ha preferido un contra- fuerte a un tirante. No obstante, una reciente investi- gación sobre la escalera del coro de la iglesia arciprestal de Morella permitió constatar con asom- bro la existencia de algunos refuerzos y atados metá- Actas Vol. 3.indb 1759 Actas Vol. 3.indb 1759 20/09/17 8:56 20/09/17 8:56

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El uso del hierro y del plomo en la arquitectura medieval valenciana

Arturo Zaragozá CatalánRafael Marín Sánchez

En el imaginario colectivo, la arquitectura medieval está construida exclusivamente con piedra. Y esta, además, debe de quedar vista. Seguramente la idea parte del supuesto y equivocado carácter rústico de dicha arquitectura, una idea alimentada en el siglo XIX por la influencia de algunos pensadores como John Ruskin (1849), según el cual «la verdadera ar-quitectura no admite el hierro como material de construcción».

En los últimos años el incesante descubrimiento de tirantes, grapas, cadenas, anclajes o mecanismos, tanto en la documentación de archivo como en las obras, ha hecho decaer este falso principio. El metal fue un material esencial en la construcción medieval como no lo había sido hasta entonces. De hecho, se ha llegado a hablar de la Edad Media como una nue-va «Edad de los Metales» (Bork 2005) alentando el desarrollo de un floreciente campo de investigación.

Como señala dicho investigador, la metalurgia lo-gró un amplio calado en el tejido social del momento siendo utilizada para la fabricación de una inmensa gama de artefactos de todo tipo: desde los puramente utilitarios, como las herramientas, armas y armadu-ras, hasta aquellos que daban distinción social a su poseedor o subrayaban la trascendencia mística del ajuar litúrgico.

Fue también en esta etapa cuando, gracias al incre-mento cualitativo y cuantitativo de la producción, los constructores comenzaron a explotar de muchas y novedosas maneras los valiosos recursos técnicos que ofrecían el plomo y el hierro. El primero se des-

tinó principalmente a la fabricación de tuberías de drenaje; para el revestimiento de las techumbres de madera, el sellado de las juntas entre las piedras y la protección de las barras de metal. El segundo contri-buyó, como es sabido, a robustecer las vidrieras; a reforzar las delicadas tracerías de piedra que las en-marcaban y a coser y dar estabilidad a las delgadísi-mas piezas que componían los pináculos, cuya factu-ra resultaría imposible sin su valiosa contribución. A estas funciones, cabría añadir otras muchas como la fabricación de clavos, herrajes y accesorios de ancla-je para el montaje de las armaduras de madera, algu-nas de ellas de gran complejidad y belleza.

Sin embargo, han pasado casi desapercibidas otras aplicaciones mucho más relevantes para la estabili-dad estructural de las construcciones medievales. En Francia, donde como veremos estas investigaciones parecen haber sido particularmente intensas en los últimos tiempos, Viollet-le-Duc ya enumeró en el si-glo XIX llamativos ejemplos en algunas voces de su célebre Dictionnaire como Armature, Chaînage, Construction, o Serrurerie.

Esta comunicación pretende llamar la atención so-bre la presencia de elementos metálicos en las cons-trucciones tardomedievales valencianas. Aquí es más inusual porque la confianza en las fábricas parece ha-ber sido mayor. Siempre se ha preferido un contra-fuerte a un tirante. No obstante, una reciente investi-gación sobre la escalera del coro de la iglesia arciprestal de Morella permitió constatar con asom-bro la existencia de algunos refuerzos y atados metá-

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licos que contribuyen sustancialmente a su estabili-dad. A partir de esta evidencia, se han reunido algunos de los ejemplos más relevantes ordenándolos por epígrafes en función de su participación en ele-mentos estructurales (zunchos, cadenas, grapas y montantes); decorativos (atado de tracerías); de suje-ción; y en la formación de mecanismos. Finalmente, se ofrecen algunas reflexiones sobre las diferencias entre el uso del hierro en el ámbito Mediterráneo y en el norte de Europa.

ZUNCHOS, CADENAS, GRAPAS Y MONTANTES

El zuncho de la escalera del coro de la iglesia arciprestal de Morella

Los recientes análisis mediante ensayos no destructi-vos realizados en la monumental escalera de yeso la-brado y policromado de acceso al coro alto de la iglesia arciprestal de Santa María de Morella (ca. 1426), han revelado unas conclusiones sorprendentes sobre las posibilidades de la utilización del hierro con fines estructurales (Zaragozá y Marín 2017a).

Esta escalera muestra una atrevida concepción es-pacial y técnica. Fue construida como un «caracol volado» de unos 6 metros de altura que se desarrolla

alrededor de un pilar cruciforme hasta alcanzar una rotación dextrógira completa, sin apoyo estructural alguno por su perímetro exterior. Sus peldaños, ex-cepcionalmente amplios, superan los cinco palmos de ancho (1,15 metros) en las zonas de mayor vuelo. El ámbito de circulación queda delimitado por un an-tepecho macizo de yeso endurecido que carga unos 120 kg por metro en el extremo de los peldaños.

La solución era de muy difícil o imposible cons-trucción en piedra por los evidentes problemas es-tructurales que se habrían tenido que afrontar. Los estudios realizados mediante ensayos geofísicos y termografía infrarroja acreditan la existencia en el in-terior de su sección de un armazón estructural de ma-dera muy elemental, formado por un número indeter-minado de vigas leñosas empotradas en el pilar, seguramente reforzadas con jabalcones. Como com-plemento de aquellas el antepecho oculta en su inte-rior una celosía de madera y metal que dota de esta-bilidad al conjunto.

Dicha celosía está formada por montantes metáli-cos y leñosos, trabados superior e inferiormente por cordones metálicos. Los pies derechos de acero emergen en algunos puntos del antepecho y han po-dido ser también detectados en otros lugares con ayuda de la termografía infrarroja y los ensayos geofísicos. El situado a la altura del quinto peldaño

Figura 1Arranque de la escalera del coro de la Arciprestal de More-lla. Representación del barandal metálico embebido en ella.

Figura 2Escalera del coro de la arciprestal de Morella. Hipótesis so-bre la estructura de madera y metal que la sustenta.

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tiene forma de «U» de 4 cm de lado y unos 6 cm de alma. Con ayuda de un detector de metales se ha constatado que el cordón metálico superior recorre todo el antepecho, desde el arranque hasta la corona-ción, a una distancia máxima del borde superior del barandal de unos 15 cm. Aunque no ha podido ser confirmada la existencia del cordón inferior, cabe su-ponerla en ese tramo de la sección sometido a mayo-res esfuerzos de tracción. Lo más llamativo es que esta compleja solución se emplaza en una comarca que solo había conocido anteriormente construccio-nes de piedra. Además, la utilización de uno o dos cordones de hierro para sujetar el helicoide al pilar señala una temprana aceptación de este recurso.

La cadena de la cuarta torre del Real Vell de Valencia y otros atados perimetrales

El desaparecido palacio real de Valencia (Gómez-Fe-rrer 2009) aporta una interesante noticia documental: el uso de cadenas y cinturones metálicos para conte-ner los empujes de las bóvedas tabicadas que, por esas fechas, comenzaban a tenderse en las salas de las casas nobles del reino de Valencia en lugar de los forjados de viguetas de madera con un tablero supe-rior. La función de esta interesante propuesta, que debe enmarcarse en el complejo proceso de experi-mentación vivido en ese momento, fue descrita de manera muy precisa en la capitulación de la cuarta de las torres reformadas, datada en 1428: «metre les ba-rres de ferre per encadenar la dita torre per la volta sobirana ques a ha fer per ço que no puga empenyer les parets». Es decir, poner barras de hierro para en-cadenar dicha torre por la bóveda superior que ha de hacerse para que no pueda empujar a las paredes. El asiento contable confirma la provisión de «barres de ferro o cadenes de ferro», ratificando su colocación.

Un tardío contrato1 de 1731 proporciona otra noticia similar. Este alude a la construcción de una estrecha escalera de caracol de ojo abierto, «de seis palmos de diámetro por lo interior de adentro y de porción circu-lar y por la parte de afuera de porción pentagonal», para subir a la cubierta del cimborrio de la Seo valen-tina. Se previó la colocación de cinturones metálicos para contener los empujes del helicoide, formado por un «paredado de atobas y hyeso», sobre el esbelto muro perimetral de medio pie de espesor y casi 18 me-tros de altura. Y a tal fin, se ordenó disponer «tres bar-

chillas de hyerro de a quatro dedos de anchas y un dedo de recias embebidas en la pared, y prendidas a los cabos en el pilar que se situare dicho caracol y em-breadas con pez antes de ponerlas para que el robel [robín] no las maltrate, las quales barchillas han de es-tar la una en el primer cuerpo y las otras dos repartidas a proporción en el segundo cuerpo».

Aunque dicha escalera fue desmontada en 1979, se conserva una solución de atado muy similar en el ejemplar de la casa del Arte Mayor de la Seda de la misma ciudad, construida entre 1496 y 1506 (Aleixandre 1987, 2–3). Este caracol, emplazado en la sala noble de la institución, pudo servir de acceso a la tribuna de los músicos y a las cubiertas. Para asegurar su estabilidad, en algún momento se dispu-so un cinturón metálico en su coronación que atra-viesa la decoración del antepecho.

Los montantes de la fachada del trascoro de la catedral de Valencia

Hasta el año 1941 la primera visión que se tenía del interior de la catedral entrando desde los pies era la

Figura 3Detalle del cinturón metálico de la escalera de la casa del Arte Mayor de la Seda de Valencia

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fachada del trascoro. La misma formaba una gran pantalla de alabastro que cerraba la nave. Entre 1441 y 1446 el maestro Antoni Dalmau reconstruyó la par-te arquitectónica de dicha fachada-retablo y en 1777 el cabildo acordó renovarla nuevamente, conservan-do en el mismo lugar los paneles de las escenas y trasladando la antigua estructura medieval al «Aula Grande Capitular para conservación de estas memo-rias antiguas». Eliminado definitivamente el coro del centro de la nave de la catedral en 1941, los paneles con las escenas se unieron de nuevo al marco para el que fueron construidas en la actual capilla del Santo Cáliz.

Esta fachada-retablo se ordena mediante ocho grandes pináculos, compuestos por una macla de tre-ce cañas desarrolladas conforme a las leyes de la cuadratura, que alcanzan toda la altura del retablo. Estos pináculos-pilares articulan sintácticamente, a modo de un orden gigante, el conjunto de las esce-nas. Lo novedoso del diseño obligó a sujetar con una estructura metálica la pantalla de alabastro. En las cuentas de la obra se registró la compra de «huyt ver-ges de ferre ab gafes als caps per tenir les formes de la paret del portal del cor», es decir, ocho puntales o perchas de hierro con grapas en las cabezas para su-jetar las formas de la fachada del trascoro (Gómez-Ferrer 1998).

ATADO DE TRACERÍAS

Las tracerías del coro de la iglesia arciprestal de Morella

La atrevida disposición del coro alto de la iglesia ar-ciprestal de Morella, situado en el centro de la nave, apoyado en cuatro pilares preexistentes y dispuesto sobre una compleja bóveda construida sobre arcos escarzanos, fue una obra sin precedentes. El reciente análisis de su proceso constructivo revela un riesgo mal calculado: el apresuramiento en el montaje de las trabajadas enjutas de los frentes de los arcos y de la celosía del trascoro antes del descimbrado y asien-to de la bóveda (Zaragozá y Marín 2017b). Sin duda, el montaje posterior habría evitado las deformacio-nes existentes. Si las tracerías permanecen en su lu-gar a pesar de las deformaciones es porque están su-jetas con lo que en el vocabulario de la época se cita como agulles (agujas) para unir tracerías; fils de fe-rré (hilos de herrero) para añadir decoración menu-da; y gafes (grapas) para atar piezas mayores. Todos ellos son visibles a corta distancia.

Figura 4Fachada del trascoro gótico de la catedral de Valencia en su emplazamiento actual, en la capilla del Santo Cáliz.

Figura 5Detalle del «hilo de herrero» que une las pequeñas flores de remate a la tracería del coro de Morella.

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La sujeción de las tracerías del cimborrio de la catedral de Valencia

El cimborrio de la Seo de Valencia es, en palabras de Street, uno de los mejores ejemplares que de su clase hay en España. El enorme fanal octógono se cierra con una bóveda de crucería compuesta por ocho ner-vios de piedra y plementería de ladrillo dispuesto a rosca. Tiene dos órdenes de grandes ventanales que ocupan el ancho de los paños y hacen de esta linterna una obra ligerísima, totalmente calada. Aparenta un gigantesco diseño de orfebrería al modo de las coetá-neas custodias turriformes. Las placas de alabastro que cierran los vanos están aseguradas mediante complicadas tracerías. Dichas placas sustituyen a las todavía más ligeras vidrieras emplomadas medieva-les. La diferente proporción y decoración de los dos cuerpos hacen pensar que quizás se levantó en dos etapas.

El cimborrio ha sufrido numerosos problemas de estabilidad a lo largo de su historia, algunos de ellos bien documentados. Al parecer, en el año 1431 mu-chos de sus elementos se encontraban en muy mal estado, acaso afectados en parte por el terremoto de 1397 del que consta que se tuvieron que reponer al-gunas dovelas en los arcos de la catedral (Sanchís Si-vera, 1909, 14). También son conocidos los impor-tantes daños causados en los arcos, bóvedas y arbotantes de la catedral por el terremoto de 1748, conocido como de Montesa.

Los libros de fábrica recogen dos relevantes actua-ciones de reparación. La primera de ellas fue acome-tida entre 1431 y 1433 mientras que la segunda tuvo lugar hacia 1731. En ambos casos son abundantes las anotaciones relativas al suministro de metal, plomo y piedra. El libro de obras de 1431 alude al deplorable estado del corredor interior del primer cuerpo, que «se desparedava tot», se deshacía todo. Una situación que se vio agravada en enero de 1432 tras un fuerte temporal con fuertes lluvias y vientos que, al parecer, pudo obligar a una renovación de gran calado (Mi-quel 2010b, 117). El temporal provocó el desprendi-miento de muchas piedras que, en palabras de los propios maestros de la Seo, causaron un serio riesgo de colapso del mismo de manera que el cabildo orde-nó que «fos reparada e messa a punt e totes les altres formes del cercle alt del dit cembori, e que totes se empostassen de nou», es decir, que fuera reparada y puesta a punto [igual] que todas las otras formas o

tracerías del circulo alto del citado cimborrio y que todas se entablaran de nuevo.

Parece que estos daños se concentraron principal-mente en uno de los frentes del octógono; el de le-vante. Según el libro de fábrica2 se colocaron 9,23 kg de «gaffes» o grapas engastadas con 18 kg de plomo, que se fueron incrementando entre 1432 y 1433 hasta alcanzar los 96 kg de hierro y 191 kg de plomo, aca-so dedicadas también a otros paños con daños menos significativos. A estas se sumaron finalmente 498 kg de agujas de hierro.

El empleo de esta considerable cantidad de metal, teniendo en cuanta que era para un único frente y para una reparación, obliga a reflexionar sobre la ca-pacidad mecánica aportada por este hierro a la esta-bilidad del cimborrio durante acciones extremas como los sismos. De hecho, la reciente tesis doctoral de la profesora Verónica Llopis Pulido (2014) pone en relevancia sus posibles problemas ante terremotos de cierta intensidad, cuya actividad parece haber existido.

Hoy no es posible determinar con seguridad qué elementos originales de las tracerías del siglo XV permanecen aún en su lugar. Una noticia de 1698 señala que, debido al desprendimiento de hierros y piedras del cimborrio al interior de la misma, el ca-

Figura 6El cimborrio de la catedral de Valencia con la escalera cons-truida en 1731. Imagen de Thomas (Sanchís Sivera 1909).

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bildo ordenó construir una plataforma protectora de madera (Cortés 2014, 51). Treinta años más tarde, en 1731, se contrató3 al maestro Joseph Navarro para que, entre otros trabajos, procediese a la demo-lición y sustitución mimética de las tracerías y los maineles del segundo cuerpo del cimborrio, que era el más dañado, extendiendo también dicha repara-ción a los elementos del primer cuerpo que lo nece-sitasen.

Las claraboyas del antepecho del campanario de la catedral; el apitrador del Micalet de la Seu

El remate de la torre de la catedral de Valencia tam-bién exigía unas condiciones similares de sujeción. En 1425, el maestro de obras de la catedral Martí Llobet encargó 21 arrobas (268 kg) de «gafes de fe-rre plom per licuar la dita obra», es decir, de grapas de hierro y plomo para licuar para dicha obra, como sistema de anclaje de las tracerías y claraboyas pro-yectadas como antepecho y remate de la cubierta de la torre del Miguelete (Sanchis Sivera 1909, 100; Mi-quel 2010b, 111–114). Considerando el relativamente discreto diseño del antepecho, que se conoce, cabe pensar si este hierro estaría destinado en realidad a

zunchar el primer anillo de la aguja que entonces se proyectaba como remate de la torre.

SUJECIÓN DE PIEZAS

Los escudos de la portada de la capilla real del convento de santo Domingo de Valencia

La Capilla Real del monasterio de Santo Domingo en Valencia, construida por el maestro Francesc Baldomar, es una obra capital de la arquitectura va-lenciana del cuatrocientos. La portada recayente al patio de entrada a la iglesia mayor posee tres escu-dos con restos de policromía donde hay «tres sen-yals, la hu d´Arago e l´altre de Sicilia e l´altre del realme», es decir, los escudos reales de Aragón, de Sicilia y de Nápoles (Zaragozá 1997). La detallada documentación de archivo de este edificio indica que se compraron «tres gaffes groses de ferre ab sos pius […] los quals se devien engastar en una volta del portal de la dita capella e pasar tota la pedra del dit portal». Estas piezas pesaron 63 libras (22,36 kg). La oxidación del metal ha provocado la rotura parcial los escudos, por lo que su presencia no ad-mite dudas.

Figura 7Restos del antepecho del Miguelete, según J. Cortina (1895). Archivo Municipal de Valencia

Figura 8Señales de Aragón y de Sicilia en la portada en la portada de la capilla real del monasterio de Santo Domingo de Va-lencia

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El anillado de los pilares de la sala capitular del convento de santo Domingo de Valencia

La sala capitular del convento de predicadores de Va-lencia apea sus bóvedas en unos pilares cuya asom-brosa esbeltez desafía y contradice las normas de construcción actuales. Las columnas recayentes a la entrada tienen los fustes inferiores agrietados y ani-llados. Aunque en este caso se carece de documenta-ción, los daños podrían haberse producido por un asiento diferencial en el momento del descimbrado. De hecho, el muro más débil de la sala es el que re-cae a estos pilares y se corresponde con la puerta y las ventanas. La solución de anillado, en cualquier caso, es asimilable a las otras noticias documentales aquí recogidas.

La sujeción de la clave de madera de la capilla mayor de la catedral de Valencia

Al final de la Edad Media las claves de bóveda se multiplicaron y adoptaron una disposición en pinjan-te. Una solución frecuente para los edificios existen-tes fue incorporar a la clave antigua una nueva clave de madera esculpida y/o pintada por medio de un sis-

tema de bayoneta o mediante ganchos de hierro (Za-ragoza e Iborra 2005).

La instalación de la nueva clave de bóveda, hoy desaparecida, de la capilla mayor de la catedral de Valencia, es un buen ejemplo de ello. Esta, además, cuenta con una detallada documentación en el ar-chivo de la catedral, cuya noticia debemos a Matil-de Miquel4. La obra se realizó entre febrero y agos-to de 1432. Se compraron diversas piezas de madera para labrar la clave y se unieron con 6 agu-jas de hierro grandes y gruesas. Posteriormente, se trabajó en la reclau, que parece haber sido una chambrana alrededor de la imagen. Aquí volvieron a utilizarse agujas de hierro y diversos tipos de cla-vos, algunos con la cabeza dorada. La clave se ins-taló en la bóveda mediante «hun pern gros de ferre per a la clau lo qual ab sa moleta e piu». Es decir, con un grueso perno de hierro que pesó «tres roves e VIII liures» (41,18 Kg). Una noticia curiosa, es el empleo de púas de latón para evitar que las palomas se escondiesen sobre la clave, cosa que actualmente también se utiliza. Este dato también indica el ca-rácter pinjante de la clave.

MECANISMOS

Las puertas del portal de los apóstoles de la iglesia arciprestal de Morella

El portal de los apóstoles de la iglesia arciprestal de Morella fue el primer conjunto de escultura monu-mental gótica valenciana. Parece haberse comenzado hacia 1310. Los batientes están formados por dos ho-jas de 1,88 por 5,35 m. de madera claveteada con lis-tones componiendo al exterior estrellas de ocho. Es-tas hojas cuelgan, mediante tres anillas cada una, a modo de bisagras, sobre ganchos instalados en el muro, junto a las jambas. El gancho inferior apoya en una barra de hierro de 1,30 m de altura con una pata de cabra en su base que descansa en el suelo, exi-miendo a la jamba de recibir la mayor parte de la ten-sión concentrada en dicho gancho inferior.

Además, esta original disposición acorta la dimen-sión del eje de la puerta y, en consecuencia, también el momento de vuelco y el empuje que se produciría sobre el dintel en el caso de apoyarse con el univer-sal sistema de quicialeras. Es posible que esta inge-niosa y metálica solución se haya inventado para evi-

Figura 9Solución de anillado de una de las columnas de la sala capi-tular del monasterio de Santo Domingo de Valencia

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tar esfuerzos al dintel, que está partido. Una lesión causada probablemente durante su primera entrada en carga, tras sufrir un asiento diferencial reciente-mente identificado por el arquitecto Vicente Dualde. Esta solución no hubiera sido posible sin la generosa utilización del hierro.

La grúa utilizada para la construcción de la capilla real del convento de santo Domingo de Valencia

La documentación de la capilla real del antiguo con-vento de Santo Domingo de Valencia, suministra el documento del pago por los elementos metálicos para la construcción de la novedosa grúa, necesaria para la obra de dicha capilla (Zaragozá 1997). El do-cumento está fechado el cinco de septiembre de 1448. En él se cita, entre otras cosas, «hun pern gran e gros acerat, lo qual se ha de engastar en lo arbre de la dita grua sobre lo qual lo dit arbre deu ballar», es decir, un perno grueso y grande acerado que debe en-gastarse en el árbol de dicha grúa. Sobre este perno el árbol de la grúa debe bailar o girar «hun dau gros de ferre acerat, lo qual deu ballar lo dit pern», un

dado grueso de hierro acerado en el que debe bailar o girar dicho perno.

El documento prosigue describiendo «dos altres perns o corrons grosos de ferre acerats, los quals se deven engastar en lo dit arbre on ballara la roda de la dita grua e han-se engastar en cascun cap del dit ar-bre. Item, dos lengons grosos de ferre acerats, en los quals propdits perns han de ballar», es decir, dos per-nos o cilindros gruesos de hierro acerado, los cuales se deben engastar en el árbol en el que girará la rueda de la citada grúa; Deben engastarse en cada una de las cabezas de dicho árbol. Ítem dos lengüetas grue-sas de hierro acerado, en las cuales los citados pernos han de girar.

Además, alude a unas planchas para reforzar el ár-bol de la grúa y el árbol de la rueda, a clavos y pasa-dores para construir el armazón de la grúa. Y también cita «cinch altres perns de ferre, los quals han ésser engastats en lo mig de l’arbre major de la dita grua», otros cinco pernos de hierro, los cuales deben ser en-gastados en el árbol mayor de dicha grúa. Estos últi-mos cinco pernos podrían señalar que se trata de una pluma basculante con respecto a su eje vertical y ho-rizontal. En total se emplearon en la grúa 94 kg de hierro acerado.

EL HIERRO, LA MADERA, LA CAL Y EL YESO

Los ejemplos mostrados anteriormente acreditan una significativa presencia del hierro en la construcción medieval valenciana. Lo reafirma, igualmente, el preciso vocabulario utilizado en la documentación: fil de ferre (alambre); agulles (agujas); barres (ba-rras); landes de ferre (planchas de hierro); verges de ferre (puntales o perchas de hierro); pern (perno); gafes (grapas); cercols (anillos); golfs (goznes); pues de lauto (púas de latón); etc.

Valencia se nutría mayoritariamente de «tochos y barras» de «ferro de Vizcaya», cuyo mineral era mu-cho más rico que el germano. También se recibía ma-terial de la siderurgia germánica, lombarda y ligur, que llegaba a Valencia y Barcelona a través de Pisa, Savona y Génova. A veces se importaban productos acabados: clavos de diversas tallas y formatos, cuchi-llos, piezas de armaduras, etc., conocidos como «mercie di Milano» (García e Izquierdo 2013, 179).

El dominio de la técnica de trabajo del metal resul-ta indudable, vista la presencia de talleres que reali-

Figura 10Portal principal de acceso a la arciprestal de Morella. Vista frontal y lateral de la barra de hierro que recibe la anilla in-ferior de la puerta

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zaron mobiliario y rejas de auténtica excelencia artís-tica que no han sido tratados aquí por ser ya conocidos de antiguo (Sanchís Sivera 1922; Tramo-yeres 1907). Estos trabajos eran conocidos y admira-dos en su época y algún maestro como Aloy Pont al-canzó gran celebridad. Elemental prueba de ello es el pequeño dragón realizado en 1430 por dicho maestro para el remate de una de las rejas de la biblioteca de la catedral de Valencia.

Con todo, la presencia de elementos metálicos en la arquitectura francesa parece haber sido considera-blemente mayor y más temprana, como queda paten-te en la extensa bibliografía desarrollada sobre el tema. Alain Erlande-Brandeburg (1996, 47–48), ha llegado a manifestar que el uso de elementos metáli-cos fue consustancial a la arquitectura del gótico ra-diante. Para ilustrar su afirmación estudió algunas de las obras enumeradas por Viollet-le-Duc como los complejos refuerzos metálicos de zunchado de la Santa Capilla de París (1248); los encadenados em-butidos en plomo de Notre-Dame de París (1163–1345); o el uso de codales de hierro en Saint Nazaire de Carcasona, además del refuerzo de las tracerías de la aguja de la catedral de Friburgo.

Especialmente valiosa resulta la continuación de estos trabajos por Pérouse de Montclós (1972), quien llevó a cabo un interesantísimo análisis técnico y lexicográfico de numerosos documentos medievales, identificando seis variantes de armaduras metálicas empleadas durante la edad Media: abrazaderas, so-portes, tacos, cadenas, barras de acoplamiento y gra-pas que describen con claridad su relevante función constructiva.

Más recientemente, Philippe Bernardi yPhilippe Dillmann han investigado las soluciones del Palacio Papal de Aviñón, acreditando la enorme cantidad de hierro de utilizado en la construcción de este complejo y la valiosa función que ejercen los grandes tirantes utilizados para asegurar la estabilidad general de la gran sala de audiencia y la capilla. Particularmente in-teresantes resultan los trabajos liderados por Maxime l’Héritier y Arnaud Timbert quienes, en la última déca-da, han ampliado significativamente el listado de cons-trucciones de tales características obteniendo de ellos incontables datos documentales y arqueológicos. El equipo formado por L’Héritier, Dillmann, Timbert y Bernardi (2012) a partir de la investigación documental de unas 120 referencias que abarcan desde mediados del s. XIII hasta mediados del s. XVI, han recopilado, de manera muy ilustrativa, los verbos que especifican en cada caso el uso que se pretendía dar al metal. Entre otros citan: sostener, enlazar, conectar, grapar, clavar, anclar, suspender o reafirmar. Todos ellos parecen evi-denciar una función constructiva y estructural de cierta relevancia que también confirman las obras.

Aunque en España las investigaciones sobre el uso del metal estén más atrasadas parece evidente que su empleo en época medieval fue menor, al menos en el ámbito mediterráneo. En Valencia los tirantes vistos brillan por su ausencia. Así, parece dibujarse una Eu-ropa medieval de la madera y del hierro frente a otra mediterránea de la argamasa de cal y del yeso. Esta úl-tima parece haber apostado por perfeccionar o aligerar la estructura de fábrica eludiendo la necesidad de estos suplementos metálicos, cuya introducción en dichos territorios se retrasó hasta los umbrales del siglo XV. La invención de la bóveda tabicada es un ejemplo de ello. Y también una excepción dentro de las estructu-ras de albañilería que, por sus particulares condiciones de resistencia y ejecución y sus diversos referentes tecnológicos, merecerían un capítulo aparte.

Seguramente puede repetirse la leyenda del fron-tispicio del tratado de Serlio: Roma quanta fuit ipsa

Figura 11Dragón de una reja de la biblioteca de la catedral de Valen-cia, realizado en 1430 por Aloy Pont

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ruina docet, es decir, lo que fue Roma lo revelan sus ruinas. En este caso no aplicado a la teoría de los ór-denes, o a los estilos, sino a la construcción. Allí donde quedaron restos de las fuertes argamasas y los finos estucos romanos, éstos gozaron de un aprecio que la aplicación de nuevos materiales no siempre logró. Únicamente al final de la Edad Media, con la internalización del comercio y de las formas, parecen haberse divulgado entre nosotros.

NOTAS

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ACV, Juan Pahoner. Tomo I. Sign. 377, fol. 140 [00000283.jpg] y Juan Claver. 1731, 2ª parte. Sign. 3215, fol. 693–707.

ACV, Libro de obras. Sign. 1479. Año 1431–1432. Fol. 46r–49r y año 1432–1433, fol. 34r–44r.

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