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193 El tal de Shaibedraaʻ (Quijote I, 40) 1 Luce López-Baralt Universidad de Puerto Rico “De cuyo nombre no quiero acordarme…” (Quijote I, 1) A mi colega Ahmad Abi Ayad, que puso en mis manos el dato intrigante que detonó estas páginas, con la gratitud que él bien sabe. I. Las aventurillas de los nombres cervantinos C omo observó Pedro Salinas, el nombre que impone Cervantes a sus personajes suele constituir una auténtica “aventurilla”. Los apelativos cervantinos, en “buscada convivencia de opuestos”, libran una “breve gue- rra civil” (Salinas, 1952, 4 y 3) en el apretado espacio de su enunciación y dictan su propia historia. Pero hay otra “aventurilla” –más bien, aventura de enormes proporciones– detrás del nombre icónico que Cervantes se adjunta tras su cautiverio en Argel: Saavedra. O, como veremos, Shaibedraaʻ, pues el apellido gallego tiene una crucial contrapartida en el árabe dialectal de Argel. El novel apellido, que el novelista impone a todos los alter-egos de sus ficciones de tema argelino, delata la “guerra civil” que libra en su propio ser, fronterizo ya entre las culturas enfrentadas del cristianismo y el Islam. A decodificar el sentido secreto de este apelativo, que celebra unas extrañas nupcias de contrarios, van dedicadas estas páginas. Las travesuras verbales del cristianar cervantino son palmarias. Resulta imposible congelar al hidalgo manchego –Quijano, Quesada, Quijada– en una identidad estable, y hasta el apelativo de Don Quijote constituye una paradoja bicultural. Quixote es la pieza de la armadura que cubre los muslos, pero la voz alude simultáneamente al sayo de tela veraniega bordado al gusto morisco, como recuerda Carroll Johnson (2004). El nombre “Ricote” que ostenta el morisco que regresa clandestinamente a España (II, 54) encierra 1 La versión completa de este ensayo vio la luz en la revista virtual eHumanista/Cervantes vol. 2 (2013), dentro del monográfico “Cervantes y el Mediterráneo” editado por Stephen Hutchinson y Antonio Corjo Ocaña (mi trabajo en pp. 407-426). El texto se reproduce parcialmente aquí con la autorización expresa de la revista.

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El tal de Shaibedraaʻ(Quijote I, 40)1

Luce López-BaraltUniversidad de Puerto Rico

“De cuyo nombre no quiero acordarme…”(Quijote I, 1)

A mi colega Ahmad Abi Ayad,que puso en mis manos

el dato intrigante que detonó estas páginas,con la gratitud que él bien sabe.

I. Las aventurillas de los nombres cervantinos

Como observó Pedro Salinas, el nombre que impone Cervantes a sus personajes suele constituir una auténtica “aventurilla”. Los apelativos

cervantinos, en “buscada convivencia de opuestos”, libran una “breve gue-rra civil” (Salinas, 1952, 4 y 3) en el apretado espacio de su enunciación y dictan su propia historia. Pero hay otra “aventurilla” –más bien, aventura de enormes proporciones– detrás del nombre icónico que Cervantes se adjunta tras su cautiverio en Argel: Saavedra. O, como veremos, Shaibedraaʻ, pues el apellido gallego tiene una crucial contrapartida en el árabe dialectal de Argel. El novel apellido, que el novelista impone a todos los alter-egos de sus ficciones de tema argelino, delata la “guerra civil” que libra en su propio ser, fronterizo ya entre las culturas enfrentadas del cristianismo y el Islam. A decodificar el sentido secreto de este apelativo, que celebra unas extrañas nupcias de contrarios, van dedicadas estas páginas.

Las travesuras verbales del cristianar cervantino son palmarias. Resulta imposible congelar al hidalgo manchego –Quijano, Quesada, Quijada– en una identidad estable, y hasta el apelativo de Don Quijote constituye una paradoja bicultural. Quixote es la pieza de la armadura que cubre los muslos, pero la voz alude simultáneamente al sayo de tela veraniega bordado al gusto morisco, como recuerda Carroll Johnson (2004). El nombre “Ricote” que ostenta el morisco que regresa clandestinamente a España (II, 54) encierra

1 LaversióncompletadeesteensayoviolaluzenlarevistavirtualeHumanista/Cervantesvol.2(2013),dentrodelmonográfico“CervantesyelMediterráneo”editadoporStephenHutchinsonyAntonioCortijoOcaña(mitrabajoenpp.407-426).Eltextosereproduceparcialmenteaquíconlaautorizaciónexpresadelarevista.

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otra contradicción silenciosa. Se asocia con el aumentativo de “rico” –“rica-cho”– con lo que Cervantes apunta al prejuicio de los cristiano-viejos que acusaban a los moriscos de amasar riquezas excesivas, tal los dos mil escudos del tesoro que Ricote viene a recatar. Pero el apelativo evoca también el Valle de Ricote en Murcia, lugar de origen de moriscos ya asimilados tras siglos de convivencia pacífica con los cristianos. “Ricote era lo mismo que decir toda la crueldad inútil de la expulsión de unos españoles por otros españoles…” (Márquez Villanueva, 1975, 256). Estamos ante una nomenclatura baciyél-mica: la burla y la defensa de la casta morisca se da de manera simultánea. En las comedias argelinas los nombres se canjean vertiginosamente y son heraldos de una identidad en peligro de perderse. La mora Zoraida asume en el Quijote el nombre cristiano de Marién, mientras el cautivo Francisquito protesta en Los baños de Argel que no quiere que le cambien el nombre, símbolo de su fe: “Padre, Francisco me llamo,/ no Hazán, Alí ni Jaer” (p. 295).2 Pero es obvio que la tentación de apostatar al Islam estaba servida. La Sultana Doña Catalina de Oviedo rehúsa llamarse Zoraida, pero el título bimembre con el que protagoniza la comedia La gran sultana doña Catalina de Oviedo es un contrasentido más en la paradojal nomenclatura cervantina. Recordemos que el cambio de nombre de los renegados o “cristianos de Alá” implicaba una decisión traumática en Berbería: además del atribulado Hazén de Los baños de Argel, que osciló entre las dos religiones antes de ser empalado, cabe evocar a Uchalí (Aluj Ali) y a Morat Arráez Maltrapillo, a quien Cervantes, compasivo, llama “muy grande amigo mío” y “nuestro renegado” en la Historia del cautivo. Cuando en La gran Sultana Roberto ve que el renegado Salec –agnóstico, por cierto, como el morisco Ricote–se ha cambiado el nombre, le pregunta “¿cómo te has olvidado/ de quien eres?” (p. 368). La identidad era quebradiza en el cautiverio, como el alucinante baile de apelativos demuestra.

Ya con tintes más humorísticos, la sin par Dulcinea ostenta un almiba-rado nombre caballeresco, pero procede del Toboso, población conocida en la época por su notoria población morisca (Américo Castro, 1925/1972 y 1966; Gil Benumeya Grimau, 2006, 199; Carrasco Urgoiti, 2006, 125 y 126; Viñas y Paz (1963, 581); Stoll, 2006, 311-312). Su apelativo bicultural traduciría como “Dulcinea de la morería”. Alifanfarón aglutina a su vez fac-tores culturales opuestos: “Ali”, nombre árabe común, se une irónicamente con “fanfarrón” porque sus enemigos en la fe veían al guerrero moro como un tonto vanaglorioso.

La palabra “baciyelmo” que Sancho acuña para obligar a convivir los conceptos antitéticos de la bacía de barbero y el yelmo de Mambrino es

2 AdviertoquecitarétodaslascomediascervantinasporlaedicióndelasobrascompletasdeÁngelValbuenaPrat,elPersilesporlaedicióndeCarlosRomeroMuñoz,lasNovelas ejemplaresporlaedicióndeHarrySieberyelQuijoteporlaedicióndeLuisAndrésMurillo.

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el botón de muestra más representativo de cómo Cervantes bautizaba el mundo. Pero el novelista alcalaíno no se limita a estas curiosas “células de lo paródico” (Salinas, 1952, 3), sino que hace que el apicarado Pedro de Urdemalas se adjunte un nuevo apellido en la comedia que lleva su nombre:

Es Pedro de Urde mi nombremas un cierto Malgesimirándome un día las rayasde la mano, dijo así:“Añadióle Pedro al Urdeun malas: pero advertid,hijo, que habéis de ser rey,fraile y papa y matachín…………………………pasareis por mil oficiostrabajosos; pero al fintendréis uno do seáistodo cuanto he dicho aquí” (pp. 508-509).

Las identidades contradictorias que, según el gitano quiromántico, habrá de adquirir Pedro de Urdemalas se deben a la condición de “farsante” o actor que habría de asumir, pero es obvio que el nuevo sobrenombre “Malas” implica la fragmentación del propio ser. Tomemos nota de ello.

Los nombres cervantinos, monedas onomásticas de doble cara, no anclan sino que desestabilizan las identidades de los personajes. Apuntan a un trauma ontológico, sobre todo cuando se dan en el espacio argelino. Cervantes, como veremos, no estuvo ajeno a estas encrucijadas en el orden del ser.

II. El “tal de Saavedra” (Quijote I, 40)

Antes de preguntarnos por qué Cervantes elige para sí el sobrenombre de Saavedra, cabe recordar que el novelista puebla de “Saavedras” el espacio ficcionalizado de Argel. Todos son su alter-ego.

Ahí está el valeroso “soldado español llamado tal de Saavedra” de la historia del cautivo del Quijote (I, 40), que se salvó inexplicablemente de la horca. En El gallardo español, obra que evoca el ataque al presidio his-pano de Orán (1563) por los turcos, don Fernando, una vez más, “tiene por sobrenombre Saavedra”. Es apostrofado como “aquel de Saavedra” (p. 186) y desdobla su identidad cuando alude a Saavedra como “su otro yo” y a don Fernando como “mi amigo” (p. 196). Todo esto, mientras los niños de Orán proclaman que se ha tornado moro. La escisión de la personalidad, vivida bajo el apellido Saavedra, queda dotada de una inquietante impronta islámica.

El otro personaje “Saavedra” es un soldado cautivo que implora de rodi-llas al Rey Filipo lo salve del cautiverio en El trato de Argel. No tiene nombre

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propio y ostenta el apellido a secas, como si fuera innecesario añadir nada más al escueto Saavedra que lo define rotundamente.

Advirtamos la indeterminación del nombre Saavedra: “el tal”; “tiene por sobrenombre”; “aquel de Saavedra”; o bien “Saavedra” a solas. Tanta insistencia onomástica en Saavedra es sospechosa, máxime cuando los per-sonajes llevan el apelativo a manera de etiqueta impuesta o bien aislado. Algo muy íntimo nos está insinuando Cervantes: cuando de Argel se trata, con llamarse Saavedra todo queda dicho.

El alcalaíno adjunta el inesperado “Saavedra” a su apellido familiar a par-tir de su prisión en Berbería, como recuerda María Antonia Garcés (Garcés, 2003). Conviene examinar las razones que tendría para hacerlo, ya que el nuevo nombre compuesto parecería nacido de la configuración de un trauma: el cautiverio de Argel. El fundador de la novela moderna salió de Berbería con una visión de mundo tan fronteriza y tan llena de polaridades irresueltas como la de los hijos de ficción con quienes compartió su nuevo apellido.

III. El cautiverio de Argel y la crisis de identidad de Cervantes

La angustia de su condición como prisionero de rescate no inhibiría el asombro de Cervantes ante el espectáculo de la ciudad portuaria de Argel. En el estudio etnográfico que constituye la Topografía de Argel, Antonio de Sosa insiste en el clima cosmopolita que la conflagración de culturas –cautivos, comerciantes, renegados, turcos, judíos, moriscos y morabutos– otorgaba a la ciudad berberisca. Esta urbe políglota, que observaba la libertad de culto religioso, se le antojaría a Cervantes no sólo un mundo distinto al suyo, “sino en muchos aspectos […] antípoda” de la España inquisitorial (Márquez Villanueva, 2010, 29).

Al ser un valioso “cautivo de rescate” el autor del Quijote tuvo “la ciudad por cárcel” (Márquez Villanueva, 2010, 31), salvo unos breves cinco meses de reclusión tras su cuarto intento de fuga. Esto lo llevó a conocer de cerca el ambiente abigarrado de la ciudad multicultural: “Argel es, según barrunto /Arca de Noé abreviada”, dirá en Los baños de Argel (p. 301).

La crisis psíquica, propia de todo cautivo, habría de dejar a Cervantes oscilando entre dos espacios enfrentados: su cultura occidental y el mundo islámico. Juan Goytisolo sostiene que Argel fue “ese vacío-hueco, vórtice, remolino-en el núcleo central de la gran invención literaria” del novelista (Goytisolo, 1982, 60). Pero Argel no le fue del todo antagónico, como recuerda Ahmed Abi Ayad “…mucho se ha escrito sobre el cautiverio cer-vantino en Argel pero nunca se ha hablado de la influencia positiva y del enorme impacto que ejerció en él nuestra tierra” (2000, 15). Vivió en carne propia la diversidad cultural, como afirma a su vez Evangelia Rodríguez: “la

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diversidad de visiones y culturas está en la base del mejor Cervantes […] en Argel, aprende a […] a comprender lenguas y gentes” (apud Abi Ayad, 2000, 16). Garcés observa que lo mismo ocurre en el caso de Antonio de Sosa, el compañero de penas de Cervantes: “…in spite of his vicisitudes as a captive in Algiers, Sosa’s Topography reveals a tacit love affair with the multicultural metropolis, the real protagonist of his works” (Garcés, 2011, 20). El autor del Quijote expresa la crisis de su llegada como cautivo a Berbería a través de su alter-ego, el Saavedra de El trato de Argel: “Cuando llegué cautivo y vi esta tierra […] a pesar mío, /sin saber lo que era /me vi el marchito rostro de agua lleno (p. 117). Garcés (2002, 29) sospecha que los versos reflejan el trauma psíquico de Cervantes: la identidad se desdobla ante la crisis del cautiverio y el alter-ego cervantino observa pasivamente que sólo una parte de su ser cede al llanto (Garcés, 2002, 175). “Como ilustra Sándor Ferenczi (1982), la escisión del yo en el trauma mide […] la […] importancia del daño” (cf. Garcés, 2003, 368). Observa a su vez Donald W. Winnicott (1989)3 que el trauma del cautiverio forzado, que asoma al sujeto a las puertas de la muerte día tras día, no sólo promueve una escisión de la personalidad, sino una ruptura violenta en el hilo de la vida, un cambio radical en el orden del ser.

IV. ¿Por qué Saavedra? Los posibles antecedentes españoles del apellido que asume Cervantes

La adopción del nuevo apellido Saavedra por parte de Cervantes parece pues la clave cifrada del nacimiento de un nuevo yo. Garcés (Garcés, 2003) propone que varios personajes asociados a la vida fronteriza podrían haber inspirado el novel apellido que Cervantes se adjunta de manera tan abrup-ta.4 Un pariente lejano, Gonzalo Cervantes Saavedra, soldado en Lepanto que luego marcha a Indias y que Cervantes evoca como poeta en el “Canto de Calíope” de La Galatea (1585), pudo haber detonado la adopción del nombre.5 El novelista, de otra parte, también pudo asumir el apellido del antiguo cautivo Juan de Sayavedra, héroe del Romancero que Ginés Pérez de Hita destaca en las Guerras civiles de Granada. Los moros granadinos que lo capturan piden por él un alto rescate, como ocurrió con Cervantes en Argel. Este Sayavedra, por más, tuvo la angustiosa tentación de apostatar al Islam y de pasarse al lado enemigo: igual que Cervantes, era un fronterizo que se movía en los márgenes indecisos de dos culturas.

3 Garcéssesirvedeestepsicoanalista,quetantoiluminalosalcancesdeltraumacervantino,enelcapítuloV,“Anudadoesterotohilo”,desucitadoestudioCervantes in Algiers(2002).

4 Paralasdiferenciasentrenombre,patronímicoyapellido,cf.Garcés,2003,361.5 RecordemosqueCervantessiempreaspiróaserungranpoeta,“graciaquenoquisodarleelcielo”.

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Pese las resonancias fronterizas del apellido Saavedra, hay que admitir que, por su rancio origen gallego, era asociable también con la estirpe goda que la casta de los cristianos viejos esgrimía como antídoto a la temida sangre “conversa”. El apellido Saavedra procede del topónimo Saavedra, población de la provincia gallega de Orense (Tibón, 1995, 215). Etimológicamente deriva del bajo latín sala vetera, que deriva en gallego en Saa (sala, solar, caserío, quinta) vedra (antigua) (Tibón, 1995, 215; Faure et al., 2001, 667). En su Diccionario heráldico y genealógico Alberto y Arturo García Carrafa elogian las ilustres ramas de la familia Saavedra, “pródigas en eminentes varones: grandes de España, famosos capitanes, prelados, caballeros de Órdenes Militares y Reales Maestranzas, poseedores de títulos del Reino” (García Carrafa, 1958, 11). Nada más del gusto de Cervantes, tan proclive a la paradoja, que ostentar un apellido “fronterizo” que a la vez fuese una ilustre garantía de la sangre “limpia” de su usuario.

V. El tal de Shaibedraaʻ

Pero el apelativo Saavedra constituye una “aventura” onomástica aun más compleja, y la decodificación de su oscuro acertijo nos devuelve preci-samente a Argel. Es que el apellido hispano Saavedra que adopta Cervantes consuena demasiado de cerca con el antiguo apellido argelino Šayb aḏ-ḏirāʻ (también transliterado como Šaīb al-dirāʻ), pronunciado “Shaibedraaʻ” en árabe dialectal magrebí. La pista me la ofreció el hispanista de Orán Ahmad Abi Ayed,6 precisamente en Argelia, y puedo decir que el patronímico está muy bien documentado: Ouakil Sebbana me informa a su vez que Shaibedraaʻ “se localiza solamente en el norte de África, especialmente en Argelia”,7 dato que corroboran el hispanista tunecino Mohamed Aouini8 y el islamólogo argelino Hamidi Khemisi.9 Mohamed Meouak, profesor de la Universidad de Cádiz y experto en árabe dialectal argelino,10 explica que existen en Argelia no sólo familias sino pueblos e incluso aduares con el antropónimo Šayb aḏ-ḏirāʻ.11

Pero no es sólo que exista en Argel un apellido árabe que consuene fonéticamente con el apellido español Saavedra: es que a Cervantes, tullido

6 InformacióncompartidaenTlemcen,Argelia,25deoctubrede2011,enocasióndelCongresoInternacionalTlemcen, terre d’acueill après la chute de l’Andalousie.Unavezmás,vamigratitudmásprofundaalamigohispanista,aquientantodebo.

7 Comunicaciónelectrónicadel21demayode2012.8 Comunicaciónelectrónicadel20demayode2012.9 Comunicaciónelectrónicadel18denoviembrede2011.10 AgradezcovivamenteaMercedesGarcíaArenal(CSIC)yaSergioCarroMartín(CentrodeCiencias

HumanasySociales(CCHS-CSIC),InstitutodeLenguasyCulturasdelMediterráneoyOrientePróximo)quemepusieranencontactoconelarabistaMeouak(JerezdelaFrontera).

11 Comunicaciónelectrónicadel9deabrilde2012.

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de un brazo en la alta ocasión de Lepanto, le pudieron poner el sobrenom-bre Shaibedraaʻ durante su cautiverio. La voz “shaibedraaʻ” significa nada menos que “brazo defectuoso” o “tullido”. Šayb aḏ-ḏirāʻ proviene de la voz “brazo” (aḏ-ḏirāʻ, Cowan, 1994, 356) y del verbo šūb o šiāb, que significa “alterar, falsear, encanecer” (Julio Cortés, 1996, 601; J. M. Cowan (1994, 574), y Federico Corriente (1970, 77). De este verbo procede la voz šāiʼba, que significa, según Cowan (1994, 574) “defecto, falta, mancha1212”; y, según Cortés (1996, 601), “defecto, tara, daño”. Lo mismo vale para el árabe dialectal que Cervantes escucharía en Argel: así lo corrobora el Dictionnaire pratique arabe-français de Marcelin Beaussier, elaborado en base a materia-les dialectales de Argelia y Túnez: “šāyba” significa “défaut, vice” (Beaus-sier, 1958, 547). El Supplément au Dictionnaire pratique arabe-français de Marcelin Beaussier de Albert Lentin (Lentin, 1959, 165) corrobora asimismo el sentido de “defectuoso”, añadiendo la variante de “canoso” como defecto del cabello oscuro, como muchos de mis colegas me informaron de viva voz más de una vez en Argel.

Shaibedraaʻ es pues un epíteto –un “mal nombre”– que se lanza con sorna a un tullido del brazo. Así lo asegura Muhamed Aouini13, y añade por su parte el arabista Pablo Beneito: “Durante su estancia en Argelia, Cervantes pudo ser apodado Saavedra, lesionado/herido en un/el brazo [el epíteto] podría muy bien haberse usado para dirigirse al autor, como vocativo sin partícula, para decir ¡(eh, tú) manco!”14 En Argelia, insiste Mohammed Meouak, “es efectivamente muy común llamar a alguien por algún defecto físico o mental”15. El vicio es tan común que el Corán lo reprende en la azora 49:11: “¡No os adjudiquéis apodos malintencionados!”16.

No es raro que a Cervantes le tildaran de “brazo defectuoso” o “estro-peado” por la lesión recibida en Lepanto, que le dificultaría hacer labores forzosas como prisionero. Incluso Antonio de Sosa hubo de trabajar en las canteras de Argel pese a su condición de sacerdote. Pero lo más importante aquí es que tenemos documentado el hecho de que Cervantes fue, en efecto, señalizado con el epíteto, pues nada menos que su último amo, el “Rey de Argel”, Hasán Pachá el Veneciano, lo llamaba “El estropeado español”. Así lo atestigua Sosa en su Diálogo de los mártires de Argel (Sosa, 1990, 181). El renegado veneciano, a quien Cervantes ficcionaliza en su propia obra como Azán Agá, “el más cruel renegado que jamás se ha visto” (Quijote I,

12 Comovemos,unodelossentidosdelavozárabešāiʼbaes“mancha”,yeldatoexigeunestudiomásafondodelapelativo,puespodríasugerirqueCervantesasociasupropionombreconeldesuprotagonista,donQuijotedelaMancha.

13 Comunicaciónelectrónicadel20demayode2012.14 Comunicaciónelectrónicadel11dejuniode2012.15 Comunicacióndel9deabrilde2012.16 CitoelCoránporlatraducciónespañoladeJuanVernet(Barcelona:Planeta1093,p.547.

200 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR

485) bautizaría a Cervantes como “manco” o “brazo estropeado” bien en árabe dialectal o en italiano, pues apenas hablaba el turco, como me verifican Garcés y Emilio Sola17. Si Hasan Pachá apostrofó a su cautivo estropeado en árabe dialectal, moneda común de todos en la “babélica” Argel, lo llamaría Shaibedraaʻ. “Manco de la mano izquierda” lo llama su madre Leonor de Cortinas cuando pide su rescate (Canavaggio, 1987:106); “estropeado de el braço y mano izquierda”, reza el acta de rescate de Fray Juan Gil de 158018; manco a secas lo llamaría años más tarde Avellaneda, y no es de extrañar que así también lo llamaran sus carceleros en árabe dialectal. La de Cervantes era una manquedad notoria, que serviría para identificarlo entre los demás cautivos. Sería, eso sí, una tara baciyélmica para Cervantes, pues la burla al defecto de su brazo y la gloria militar ganada en Lepanto que lo ocasionó quedaron unidas para siempre en el apretado espacio de la voz shaibedraaʻ.

¿Entendería Cervantes el epíteto shaibedraaʻ? Sabemos que callejeó Argel con tornadizos, apóstatas al Islam, moros y espías, y que se sirvió de ellos en sus intentos de fuga hasta el punto de que en la Información de Argel ha de defenderse de la acusación de “tratar con moros y renegados” (Cervantes, 2007, 14). Junto a ellos, el escritor experimentaría una “inmer-sión completa” en la lengua dialectal berberisca: algo tenía que entender del dialecto árabe del país de sus captores, incluso para sobrevivir. El propio Cervantes alude al mundo babélico que vivió tan de cerca: “Aquí todo es confusión, / y todos nos entendemos, / en una lengua mezclada / que igno-ramos y sabemos” (La gran Sultana, p. 368). Pero no sólo se trataba de la lengua franca, mezclada de lenguas románicas que fue moneda común en Berbería, y que Sosa llama “jerigonza” en el capítulo XXIX de su Topo-grafía19. Es que, como otrora el fronterizo Arcipreste de Hita en el episodio de la mora (Libro de buen Amor, versos 1508-1512), el autor del Quijote se jacta de sus conocimientos del habla morisca local. En la “Historia del cau-tivo” (Quijote I, 39, 40, 41, 42) traduce voces árabes como jumá (viernes); ¿Ámexi? (¿vaste?); nizarani (cristiano o extranjero); zalemas (cortesías), “sí, sí, María; Zoraida macange” (mā kān xai = de ningún modo)20 entre otras. En El Gallardo español aclara otro sentido arábigo: “[su criado], que en arábigo quiere decir lacayo o mozo de caballos” (p. 188).

Sus conocimientos del árabe dialectal son aún más patentes en El trato de Argel. Allí, dos alárabes capturan a un cristiano que huía a Orán y le informan al Rey: “Alicum çalema çultan adareimi guarahan çal çul” (El trato

17 Comunicaciónelectrónicadel24deabrilde2012.18 Madrid,ArchivoHistóricoNacional,Librodelaredempçion…,fols.157-v-158v.ApudGarcés,1998,528).19 Sobreestalenguafranca,cf.losimportantesestudiosdeJocélyneDakhlia,Lingua franca. Histoire

d’une langue métisse en Méditerranée,Aix:ActesSud,2008yEpalza(2006).20 Paralosdejosturcosdelafrase,cf.Epalza,2006,101.

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de Argel, p. 142). La frase no es un galimatías21, pues Emilio Sola y Mojtar Abdelouaret (Sola y Abdelouaret, 1985) la decodifican como: “La paz sea contigo, Sultán, este cristiano [adereimi o “hada rumi”] huía hacia Uaharan [Orán]”. Concluye Sola que “Cervantes estaba al tanto del árabe magrebí”22.

Un chiste cervantino, que he explorado en otro lugar (López-Baralt, 2009), respalda la hipótesis de Sola. Sancho equivoca “Benengeli” por “Berenjena” (II, 2) porque el apelativo del historiador arábigo le recuerda fonéticamente la “berenjena,” hortaliza predilecta de los moriscos. Pero Benengeli y “berenjena” no consuenan tan de cerca: algo más permite gemi-nar fonéticamente ambas voces. Y es que berenjena en árabe clásico se pronuncia badanŷān o badinŷān, pero en la variante dialectal magrebí es badinŷāl, que se pronuncia casi como “badinŷel”. “Badinŷeli,” con la “i” final del genitivo, significaría entonces “relativo a” la berenjena: “aberen-jenado” o “berenjenero”. Benengeli y Badinŷeli sí consuenan casi perfec-tamente: ahora es que el chiste retoma su gracia intencionada y funciona de veras. Cervantes inventa nombres que están en estrecha dependencia con su modulación acústica en árabe dialectal argelino. Son chistes, claro está, para fronterizos como él.

Había pues muchas razones para que el cautivo adoptara, consciente o inconscientemente, el sobrenombre “Saavedra” o Shaibedraaʻ a partir de Argel. Y apunto a la posibilidad de que lo hiciera de manera inconsciente a la luz de las frecuentes amnesias, algunas volitivas y otras no, de las que hace gala el novelista, que comienza el Quijote olvidando precisamente un apelativo: “de cuyo nombre no quiero acordarme…”. El nuevo apellido Shaibedraaʻ, de una polivalencia extraordinaria, apunta, en primer lugar, a la configuración de un trauma y al nacimiento de un nuevo yo fronterizo tras el cautiverio en tierras del Islam: el antes y el después de Argel. Como recuerda Garcés, el Saavedra “funciona como un clamor o grito de guerra”, que “aclama los hechos heroicos de Lepanto y Argel”, […] pero “también atestigua y lamenta simultáneamente la experiencia traumática del cauti-verio argelino” (Garcés, 2003, 364). Ahora vemos que el “grito de guerra” Shaibedraaʻ, aun más que el simple Saavedra, conjuga en sí mismo todas estas experiencias identitarias encontradas. Por más, es nombre godo (por su origen gallego) y a la vez árabe (por su origen argelino): Cervantes, no cabe duda, se ha bautizado con un perfecto baciyelmo.

El nuevo apellido también le evocaría a Cervantes la burla lanzada contra su brazo dañado (shaibedraaʻ) pero también le resultaría heroico, porque como soldado ganó el defecto físico en Lepanto. En Lepanto y en Orán luchó contra el Islam, pero conoció al enemigo demasiado de cerca en Argel, y

21 Citosuspalabras:“elrestoesungalimatías,delquepuedeserresponsableelcopistadelmanus-crito”(Ynduráin,1962,xxiv).

22 Comunicaciónelectrónicadel24deabrilde2012.

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ya le sería imposible no sentir una inconfesada admiración por su apertura cosmopolita, de la que tanto aprendería. El nuevo apellido constituye pues la síntesis de un conflicto emocional nunca resuelto del todo.

Importa tener presente que la fórmula onomástica “Cervantes Saavedra” (o Shaibedraa’), de desinencias tan encontradas, obedece perfectamente a la manera que tiene Cervantes de “cristianar” a sus personajes. El apelativo del morisco “Ricote” es una bandera bifronte que enuncia el desprecio por el morisco “ricachón” y a la vez lo defiende como asimilado inofensivo oriundo del Valle de Ricote. Otro tanto el irónico nombre caballeresco “Quijote”, que aúna la viril armadura de guerra con la delicada tela morisca. “Una parte de la palabra sabotea el propósito de la otra”, como apunta Pedro Salinas. (Salinas, 1952, 3). Igual que Pedro de Urde, que se adjunta un ominoso “Malas” como apellido para retratar su nuevo estado psíquico, tan voluble, Cervantes también parecería declarar al mundo el nacimiento de un nuevo yo a través de su apelativo adoptado Saavedra. Es el mismo que ostentan, como vimos, todos los héroes que le sirvieron de alter-ego en Argel, desde el gallardo español don Fernando hasta el Saavedra que implora su rescate de rodillas y que con un desnudo “Saavedra” proclama su desgracia de cautivo al mundo. En trance de poeta, Cervantes se ha bautizado a sí mismo para anunciar su crisis identitaria, ya irremediablemente fronteriza. Concluyo haciendo mía la observación de Pedro Salinas: “Cervantes casi siempre dice las cosas con segunda: pero la segunda que hay que encontrarle, es de primera” (Salinas, 1952, 5). Éste ha sido precisamente el extraño caso del nombre Saavedra/Shaibedraaʻ, que con su sola enunciación estremecida abrevia para la posteridad la traumática historia vital del padre del Quijote.

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