el sueño - august strindberg

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8/12/2019 El Sueño - August Strindberg http://slidepdf.com/reader/full/el-sueno-august-strindberg 1/70 Comedia onírica Ett drómspel) AUGUST STRINDBERG [APOSTILLA DEL AUTOR] El autor ha intentado en esta comedia onírica, como hizo en la ante- rior  Hacia Damasco,  imitar la forma incoherente aunque aparentemen- te lógica de los sueños. Todo puede ocurrir, todo es posible y verosímil. Tiempo y espacio no existen: sobre una insignificante base de realidad, la imaginación hila y teje nuevos dibujos: mezcla de recuerdos, viven- cias, puras invenciones, absurdos e improvisaciones. Los personajes se escinden, se multiplican, se doblan, se desdoblan, se evaporan, se condensan, desaparecen, se reúnen. Pero sobre todos ellos, hay una conciencia, la del soñador; para él no hay secretos, incon- secuencias, ni escrúpulos ni ley. El no condena, ni absuelve, simplemente narra, y como generalmente en los sueños hay más dolor que alegría, recorre la vacilante narración un aire de melancolía y de compasión con todo lo vivo. El sueño, el libertador, se comporta a menudo como ver- dugo, pero cuando más fuerte es la tortura, se presenta el despertar y reconcilia al sufriente con la realidad que, por muy siniestra que pueda ser, sin embargo, en ese instante, es un placer comparada con los dolo- rosos sueños.

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Com edia onírica

Ett dróm spel)

A U G U S T S T R I N D B E R G

[ A P O S T I L L A D E L A U T O R ]

El autor ha intentado en esta comedia onírica, como hizo en la ante-

rior  Hacia Damasco,  imitar la forma incoh erente aunque aparentem en-

te lógica de los sueños. Todo puede ocurrir, todo es posible y verosímil.

Tiempo y espacio no existen: sobre una insignificante base de realidad,

la imaginación hila y teje nuevos dibujos: mezcla de recuerdos, viven-cias, puras invenciones, absurdos e improvisaciones.

Los personajes se escinden, se multiplican, se doblan, se desdoblan,

se evaporan, se condensan, desaparecen, se reúnen. Pero sobre todos

ellos, hay una c o nc ien cia , la del soñador; para él no h ay secretos, inco n-

secuencias, n i escrúpulos ni ley. El no con de na , ni absuelve, simp lemen te

narra, y como generalmente en los sueños hay más dolor que alegría,

recorre la va cila nt e narración un aire de m elanc olía y de com pasión co n

todo lo vivo. El sueño, el l ibertador, se comporta a menudo como ver-

dugo, pero cuando más fuerte es la tortura, se presenta el despertar y

reconcilia al sufriente con la realidad que, por muy siniestra que pueda

ser, sin embargo, en ese instante, es un placer comparada con los dolo-rosos sueños.

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El telón del foro representa un bosque de gigantescas malvarrosas conflores de color blanco , rosa, púrpu ra, ro jo, am arillo azufre, azul, vio'leta, sobre las que se dibuja el tejado dorado de un castillo en el que

destaca el capullo de una flor con forma de corona. Al pie de  los murosdel castillo han extendido paja para cubrir el estiércol sacado de lascaballerizas.Los decorados laterales, que no cambian en toda la pieza, son  esriíi-zadas pinturas, a un tiempo espacio, arquitectura y paisaje.

La hija  y el Cristalero  entran en el escenario.

LA HIJA .—El castillo sigue crec ien d o de la tierra.. . ¿Ves lo mu cho que h acrecido desde el año pasado?

EL CRISTALERO   para sus adentros.—Yo no he visto nu nc a ese ca sti l lo. . .jamás he oído que un castillo crezca... pero -a   la  HIJA  con firme  con-vicción- sí , habrá crecido un par de metros, pero es porque lo hanabonado... y si te fi jas bien verás que le ha crecido un ala en el ladodel sol.

LA HIJA .—¿No debería florecer pronto? Ya hemos pasado San Juan...EL CRISTALERO . — ¿ N o  ves las flores allá arriba?LA HIJA .—¡Las veo, las ve o -A p l a u d e -. D im e, padre, ¿por qué

crecen las flores mejor en el estiércol?EL CRISTALERO   apaciblemente.— ¡Como no se en cu en tran a gusto en la su-

ciedad, se apresuran a dejarla para salir a la luz, florecer y morirLA HIJA .—¿Sabes quién vive en el castillo?EL CRISTALERO . — L o  he sabido, pero no me acuerdo.LA HIJA .—Creo que allí hay un preso... y seguramente espera que vaya

a liberarlo.EL CRISTALERO .— Y   ¿a qué precio?

LA HIJA .—No se regatea cuando debes hacer algo. ¡Vamos a entrar alcastillo

EL CR ISTALERO . — ¡ E n t r e m o s

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2

V an  hacia el foro donde el telón se abre lentamente hacia los lados.La escena es ahora una sencilla y desnuda habitación con una mesa yvarias sillas. En una de ellas está sentado un oficial que lleva un uni-

forme contemporáneo, aunque mu y extraño.Se   balancea en la silla golpeando a la vez la mesa con el sable.

L A H I J A  va hasta el  O F I C I A L  y le quita suavemente el sable de la mano.—¡No,así n o ¡As í no

EL OFICIAL.—Por favor, Agnes querida, ¡no me quites el sable

LA HIJA .—Sí, ¡vas a romper la mesa -Al padre-.  V ete al cu arto de losarreos y pon el cristal . ¡Luego nos verem osE L C R I S T A L E R O  sale.

LA HIJA .—Estás preso en tus habitaciones. ¡Yo he venido a l iberarteEL OFICIAL.—He esperado este momento, pero no estaba seguro de que

quisieras hacerlo.LA HIJA .—El castillo es muy sólido, tiene siete muros, pero — ¡lo con-

segu iré T ú quieres ser liberado ¿o no ?

EL OFICIAL.—Pues francamente, no lo sé, porque en cualquier caso mereportará algún mal. Todo placer en la vida hay que pagarlo con eldoble de dolor. Aquí donde estoy ahora lo paso mal, pero si comprola dulce libertad seguro que sufriré el doble. — Agnes, prefiero so-portar esto, ¡siempre que pueda verte

LA H I JA . — ¿ Q u é v e s e n m í ?

EL OFICIAL.—La belleza, que es la armonía en el universo — Hay líneasen tu figura que yo sólo encuentro en las órbitas del sistema solar,en el hermoso sonido de la música de cuerda, en las vibraciones dela luz — Tú eres una criatura del cielo.. .

LA HIJA .—¡También tú lo eresEL OFICIAL.—¿Por qué tengo entonces que cuidar caballos? ¿Atender la

cuadra y sacar el estiércol?

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LA HIJA .—¡Para que sientas el deseo de dejarloEL OFICIAL .—Eso es lo que siento, pero ¡es tan com plicad o salir de e stoLA HIJA .—¡Es un deber buscar la libertad en la luzEL OFICIAL.—¿Deber? ¡Jamás ha reconocido la vida que tenía deber al-

guno para conmigo

LA HIJA .—¿Te sientes maltratado por la vida?EL OFICIAL .—¡Sí H a sido injusta con m igo.. .

3

Ahora se o?en voces detrás  del biombo que es  retirado poco después.El oficial  y  la Hija  miran hacia allí, quedando como petrificados engesto y expresión.

Junto a una mesa está sentada  la Madre  , de aspecto enfermizo. An teella hay una vela que despabila con ayuda de unas despabiladeras.Sobre la mesa hay unos montones de camisas nuevas a las que está po-niendo una marca de tinta con una pluma de ganso.A   la izquierda un armario ropero marrón.El padre  le trae un mantón de seda.

E L P ADRE . — ¿ N o l o q u i e r e s ?

LA MADRE.—Un mantón de seda, cariño, ¡de qué me sirve si me voy amorir dentro de cuatro días

EL PADRE.—¿No crees lo que dice el médico?LA MADRE.—Creo lo que dice, pero sobre todo creo la voz que llevo aquí

dentro.E L P A D R E  en tono triste.— Entonces ¿es grave? — ¡Y tú piensas ún i-

camente en tus hi josLA MADRE.—¡Son mi vida M i jus tifica ció n... m i alegría y m i pe na ...

EL PADRE.—Kristina, perdóname... ¡todoLA MADRE.—¿Qué? Perdóname tú a mí, amor mío; nos hemos torturado

m utua m ente; ¿por qué? ¡N o lo sabem os ¡N o podíamos ha cer otracosa Bu eno , en todo caso, aqu í t ien es la ropa interior

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nueva de los niños. . . Ocúpate de que se cambien dos veces por se-m ana , m iércoles y dom ingo, y que Lov isa los lave bien por

tod o el cue rpo ¿Vas a salir?. EL PADRE .—¡Tenemos reunión de directiva a las onceLA MADRE.—Antes de marcharte dile a Alfred que venga.

E L P A D R E  señalando al  O F I C I A L . — ¡ P o r  Dios, si está aquí, queridaLA MADRE.—Hasta empiezo a ver mal.. . sí, está oscureciendo...  'despabi-la la vela-,  ¡Al fred ¡Acércate

El padre  sale a través de la pared haciendo inclinaciones d e cabeza.

El oficial

  va hasta  LA M A D R E .

L A M A D R E  refiriéndose a  Agries.—¿Quién es esa chica?E L O F I C I A L  en voz baja.—¡Es AgnesLA MADRE.—A h, ¿es A gn es? ¿Sabes lo que dicen ? Q ue es la h ija del

dios Indra venida a la tierra para enterarse de la verdadera situaciónde los ho m bres Pero ¡tú n o digas nad a

EL OFICIAL.—¡Es una hi ja de DiosL A M A D R E  ya en tono normal.— Alfred querido, den tro de muy po co os

dejaré a ti y a tus hermanos... ¡Permíteme que te diga unas palabrassobre la vida

EL OF IC IA L . — ¡ D i m e , m a d r e

LA MADRE.—Sólo unas palabras: ¡no te pelees nunca con DiosEL OFICIAL.—¿Qué quieres decir, madre?LA MADRE.—Que no debes considerarte maltratado por la vida.EL OFICIAL.—Pero cuando se me trata injustamente. . .LA MADRE.—¿Te refieres a aquella vez en que fuiste castigado injusta-

mente por haber cogido una moneda que luego apareció?E L  O F I C I A L . — A   eso, sí, y esa inju stic ia me desvió del buen cam ino , le dio

un a dirección torcida a m i vida. . .

LA MADRE.—¿Ah, sí? Pues ahora vete hasta aquel armario...E L O F I C I A L  avergonzado.— En ton ces ¡ lo sabes E s. ..LA MADRE.—El  Robinson Crusoe...  Que. .EL OFICIAL.—¡No digas más ...

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LA MADRE.—¡El libro que tú rompiste y ocultaste... por lo que fue casti-gado tu h erm ano

E L  OF IC IAL .— Y   pensar que ese armario lleva veinte años con nosotros.. .Y eso que nos hemos mudado tantas veces, y mi madre murió hacediez años.

LA MADRE.—¿Y qué importa? ¡Pero tú tienes que andar preguntandotodo y de esa m anera estropeas lo bu eno que te puede dar la vida —— ¡Mira, ahí viene Lina

L I N A  entrando.— M uchísimas gracias, señora, pero n o pued o ir al bau ti-

zo...LA MADRE.—¿Por qué, hija mía?LINA .—¡Porque no tengo nada que ponermeLA MADRE.—No te preocupes, ¡te prestaré mi mantónLINA .—Oh, no, señora, ¡eso es imposibleLA MADRE.—¡No te entie nd o Yo ya n o voy a asistir a nin gu na fiesta...EL OFICIAL.—¿Qué va a decir mi padre? Es un regalo suyo...L A M A D R E . — ¡ Q u é m e z q u i n d a d

E L P A D R E  asomando la cabeza.— ¿Vas a prestarle mi regalo a un a criada?LA MADRE.—No digas eso... recuerda que yo también fui sirvienta... ¿por

qué tienes que herir a una inocente?EL PADRE.—Y tú, ¿por qué tienes que ofenderme a mí, tu marido?LA MADRE.—¡Uf, qué vida Cu and o tienes un bello gesto y actúas gene -

rosamente, siempre hay alguien que lo encuentra feo... si le haces unbien a alguien, le ha ces un m al a otro . ¡U f, qué vida D espabila la velay la apaga. El escenario queda a oscuras y colocan el biombo.

LA HIJA .—¡Triste destino el de los hom bres ¡Qué pena me d anEL OFICIAL . — ¿ E s o c r e e s ?

LA HIJA .—Sí, la vida es dura, pero ¡el amor todo lo pued e ¡V en a ver

Se dirigen al foro.

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Nu evo decorado: un mu ro divisorio viejo y sucio. En mitad del m uro

hay una verja que da a un callejón que desemboca en una plaza verde,

donde se vislumbra un colosal acónito azul.

A la izquierda de la verja está sentada la portera, ¡a cabeza y los hom -bros cubiertos con un chai; está tejiendo una colcha a ganch illo.

A la derecha hay un tablón para pegar carteles que el cartelero esta

limpiando; a su lado hay un salobre con el man go verde.

M ás allá, también a la derecha, hay una puerta con una hendidura

de ventilación perforada en forma de trébol de cuatro hojas.

A la izquierda, un pequeñ o tilo, delgado, con el tronco negro como elcarbón y alguna hoja de color verde claro. Al lado, el tragaluz de un

sótano.

L A H I J A  va hasta  LA  P O R T E R A . — ¿ A ú n  no ha terminado la colcha de gan-

chi l lo?

LA PORTERA .—No, amiga mía: ¡veintiséis años no es nada para una obra

s e m e j a n t e

LA HIJA .—¿Y el novio no volvió?

LA PORTERA .—No, pero no fue culpa suya. Tuvo que escaparse.. . el pobre:

¡hac e ya t re i n ta años

L A H I J A  al  C A R T E L E R O . — E l l a  bai laba en la Opera, ¿verdad?

EL CARTELERO .—Era la número uno,  prima ballerina assoluta...  pero cuan-

d o él  se largó fue c o m o si le hub iese ro bad o su dan za.. . y ya no le die-

ron más papeles. . .

LA HIJA .—Todos se quejan, al menos con los o jos y de palabra. . .

E L  C A R T E L E R O . — N o  soy de los que más se qu eja n.. . ¡sobre to do n o aho ra,

que he conseguido mi salabre y mi nasa verde

L A  H I J A . —   ¿Y eso le hace feliz?

EL CARTELERO .—Sí, feliz, muy feliz... era el sueñ o de m i ju ve nt u d... y aho ra

se h a he c h o real idad, c laro que ya he cum plido los c incu en ta. . .

LA HIJA .—Cincuenta años para un salabre y una nasa. . .

EL CARTELERO .—Una nasa verde...  u na  verde...

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L A H I J A  a la  P O R T E R A . — ¡ D e m e  aho ra el cha i, quiero ocup ar su sitio y oíra los hi jo s de los ho m bres ¡Per o usted se quedará aquí detrás paraapuntarme

Se  echa el chai sobre los hombros y se sienta junto a la verja.LA PORTERA.—Hoy es el último día, luego se cierra la Ópera... es ahora

cuand o van a saber si los han con tratad o.. .LA HI JA . — ¿ Y l o s q u e n o s o n c o n t r a t a d o s ?

LA PORTERA .—¡Esos, Dios mío ¡Es duro de ve r . . . Yo m e ech o el ch aisobre la cara...

LA HIJA .—¡Pobre genteLA PORTERA .—¡Ahí vien e un a ¡N o está en tre los elegidos

Mire cómo llora. . .La cantante  entra desde la derecha corriendo y cruza la verja con elpañuelo en los ojos. S e para u n momen to en el callejón apoy ando lacabeza en la pared; luego sale deprisa.

LA HIJA .— ¡Triste destino el de los ho m bres ¡Qu é pena me danLA PORTERA.—Pero, mire, ¡mire ahí y verá un hombre feliz

El oficial  viene por el callejón de levita y sombrero de copa con unramo de rosas en la mano. Deslumbrante, alegre.

LA PORTERA.—¡Se va a casar co n la seño rita V ictoria , —E L O F I C I A L  en el proscenio, mira hacia arriba y dice cantando.— ¡Victor iaLA PORTERA.—¡La señorita baja enseguidaE L O F I C I A L . — ¡Muy b ien La calesa n os espera, la m esa está puesta, el

cha m pá n en el hie lo... S eño ras, ¿puedo darles un abrazo? Abraza a LAH I J A  y a  LA P O R T E R A .  Canta.  ¡Victor ia

U N A V O Z F E M E N I N A D E S D E A R R I B A  cantando.—¡Estoy aquíE L O F I C I A L . — ¡ B u e n o ¡ T e e s p e r o

LA H I JA . — ¿ M e c o n o c e s ?

EL OFICIAL.—No, yo sólo con oz co a una mujer. .. ¡V ictor ia Llev o sieteaños viniendo aquí a esperarla. . . al mediodía cuando el sol alcanza

las chimeneas y por las tardes cuando cae la oscuridad sobre la ciu-dad... ¡Mire, mire bien el asfalto y verá las huellas del amante fiel¡Es m ía -Can ta- . ¡Victo ria -No   obtiene respuesta-. B ue no , ¡se estávis t iendo -Ai  C A R T E L E R O - .  ¡Ahí veo un salabre Todos los de la

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Ó pe ra sueñan co n un salabre . . .¡m ejor dich o co n los peces Losmudos peces, porque no pueden cantar . . . ¿Cuánto vale un chismeasí?

E L  CA RTELERO .—   ¡Es bastante caro

E L O F I C I A L  cantando.—¡Victoria Sacude el tilo-,  ¡Vuelve a ver-

dear ¡Por octa va vez -Canta- . ¡Victo ria ¡Aho ra se estarápe ina nd o el flequillo -A   LA   H I JA - .  Oiga, señora, ¡déjeme subir a bus-car a mi novia

LA PORTERA .—¡No puede pasar nad ie al esc en ario ¡Está prohibid oEL OFICIAL .— ¡Llevo siete años vin ien d o aqu í ¡Si et e vece s trescientos

sesenta y c in co días son dos m i l qu inien tos c in cu en ta y c in co Se

detiene y señala la puerta del trébol de cuatro hojas.  Y estapuerta. . . ¡ la he visto dos mil quinientas cincuenta y cinco veces sinpo de r en tera rm e de adonde l lev a Y este trébol , cuya fun ción esdejar pasar la luz... ¿para quién la deja pasar? ¿Hay alguien ahí den-tro? ¿Vive alguien ahí?

LA PORTERA.—¡No lo sé ¡Nu nca la h e visto ab ierta

EL OFICIAL.—Parece la puerta de una despensa que vi cuando tenía cua-tro años y la criada me l levó con ella un domingo por la tarde queiba a ver a otras criadas. Fuimos a la casa donde trabajaban, pero yonunca salí de la cocina y me pasé el día ¡sentado entre la cuba delagua y el gran salero Así es que he visto mu cha c oc in a en m i vida ylas despensas tienen en la puerta varios agujeros de ventilación re-dondo s y un o en forma de trébol Pero en la Ó pera no puede

ha be r despensa porque, que yo sepa ¡no hay co cin a -Can ta- . ¡Vic-tor ia

EL OFICIAL .— Señora, ¿no hay ningú n otro ca m ino por el que pueda salir?LA PORTERA.—¡No hay ningún otro caminoEL OFICIAL.—En ese caso, ¡me encontraré con ella

Gentes de teatro  salen bajo la vigilante mirada del  Oficial .

EL OFICIAL.—¡Ya tien e que salir pro nto Se ño ra, ¡ese ac ón itoazul de ah í fuera Lo llevo vie nd o ah í desde que era n iño ... ¿Será elm ism o? M e acuerdo de un día, cuand o ten ía siete años, en

el jard ín de la casa de un cura.. . tam bién hab ía un ac ón ito. . . y aque-

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lia vez vi que se había metido una abeja en el cáliz.. . entonces pensé«¡Ya te tengo ». Y cerré el cáliz. Pero la abeja me picó a través delos pétalo s y me ech é a llorar.. . E n to nc es llegó la esposa del pastor yme puso barro en la picadura.. . Luego ¡me dieron fresas con leche

para ce na r ¡Parece que va oscu reciend o -AI  C A R T E L E R O -

¿Adonde va usted?E L CARTE LE RO . — ¡ M e v o y a c a s a a c e n a r

E L O F I C I A L  llevándose la mano a los ojos.—¿A cen ar?¿A estas horas? —¡Oiga A   LA H I J A  ¿Puedo entrar un momento? ¡Tengo quetelefonear al «Casti l lo que crece»

LA HIJA .—¡No tienes nada que hacer all íEL OFICIAL

.—Sí, tengo que decirle al cristalero que ponga cristales do-bles porque pronto llegará el invierno y yo me hielo allí dentro.Entra en la portería.

LA HIJA .—¿Quién es la señorita Victoria?LA PORTERA . — ¡ E s s u a m a d a

LA HIJA .— ¡Bu ena respuesta ¡Lo que es para no sotro s y los demás, a élno le im po rta ¡Ella  es  sólo lo que es para  élOscurece rápidamente.

L A P O R T E R A  encendiendo el farol.— ¡Hoy oscu rece deprisaLA HIJA .—¡Para los dioses un añ o es com o un m inu toLA PORTERA.—¡Y para los hombres un minuto puede ser tan largo como

un añoE L O F I C I A L  vuelve a entrar, aspecto ajado, las rosas se han marchitado.—

¿No ha salido todavía?

LA P ORTE RA . — ¡ N o

E L O F I C I A L . —  ¡Saldrá,  seguro ¡Ella  saldrá -Pasea yendo y vi-niendo'.  Po r otra parte es cie rto , creo que será sen sato anu lar la re-

serva de la com ida ... en fin ¡ya es de n o c h e ¡Sí , sí, voy ahacer loVa a telefonear.

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L A P O R T E R A  a  LA  H I J A . — ¿ M e  devuelve ya el chai?LA HIJA .—N o, am iga mía, estás libre: voy a ha ce r tu traba jo porque q uie-

ro conocer a los hombres y la vida, averiguar si es tan dura comodicen.

LA PORTERA.—Pero n o pued e dormirse en su puesto, n o dormirse nu n ca ,ni de noche ni de día. . .LA HIJA .—¿No dormir por la noche?

LA PORTERA .—Bueno, si usted puede hacerlo con la cuerda de la cam-pa nilla atada al brazo porque hay vigilantes no ctu rno s querecorren el escenario y se relevan cada tres horas. . .

LA H I JA . — E s u n a t o r t u r a . . .LA PORTERA.—Eso es lo que usted cree, pero nosotros estamos encanta-

dos con un puesto así. Si usted supiera lo que me envidian...LA HIJA .—¿Que la envidian? ¿Se envidia ahora a los torturados?LA PORTERA.—¡Pues, sí M ire, má s duro que la vig ilia y el ca n -

san cio, qu e las corrien tes y el frío y la humedad es lo que h e tenid o

que aguantar: oír las confidencias de todos los desgraciados de ahíarriba ... Todos v ie n en a mí, ¿por qué? Porque tal vez lean en las arru-gas de mi cara las runas que escribe el sufrimiento y que, probable-mente, les invitan a hablar. ¡En ese chai, querida amiga, se escondentreinta años de penas propias y ajenas

LA HIJA .—También es pesado... y quema como las ortigas.. . .LA PORTERA .—Llévelo si así lo desea... cuando se le haga demasiado pe-

sado, ¡ l lámeme, que vendré a relevarlaLA HIJA .— ¡Ad iós ¡Lo que usted aguante, también lo puedo aguantar yoLA PORTERA.—¡Ya verem os Pero sea buen a co n m is amigos y

no se canse cuando le cuenten sus penas.—Desaparece por el callejón.Se hace el oscuro en el escenario. Cam bia el decorado. Cuando vuel-ve la luz vemos que ya se le han caído las hojas al tilo, el acónito azulse ha march itado y está negro; y lo que estaba verde en la perspectivadel callejón se ve del color marrón del otoño.

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E L O F I C I A L  sale cuando aclara. Ahora tiene el pelo  gris y la barba gris La ropa

deteriorada, el cuello duro sucio y desm adejado, al marchito ramo de rosas

se le han caído los pétalos y sólo le quedan los tallos. Pasea.— A juzgar

por todos los signos h a pasado ya el ve ran o — y se ace rca el o to ñ o — .

¡Lo veo en el t i lo y en el ac ón ito -Sig ue dando vueltas en su paseo-.

Pero e l otoño es  mi  primav era ¡porqu e se vu elve a abrir el tea tro Yen ton ces ¡el la t ien e que sal ir Se ño ra , ¿puedo sen tarm e en esta sil la

mientras espero?

LA HIJA .—¡Siéntese, amigo, yo puedo estar de pie

E L O F I C I A L  se sienta.—¡Si pudiese dorm ir un po co, m e bas taría para sen-

t i rme mejor . . .

Se queda dorm ido un instante pero, de repente, se levanta de un saltoy comienza a pasear; se para delante de la puerta del trébol y apunta

hacia ella.

Esta puerta que no me deja tranquilo un minuto. . . ¿qué hay detrás de

el la? ¡Algo t iene que haber

Se oye una suave música de ballet que viene de   lo  alto.

¡Ya han empezado los ensayos -La escena se ilumina discontinua-

mente, a golpes, como por un faro interm itente-,  ¿Qu é es esto? -L l e -

vando el compás de la luz-.  ¿Luz y som bra , luz y som bra?

L A H I J A  imitándolo.—¡Día y no che ; d ía y n o ch e ¡U n a miser icor-

diosa Pro vide ncia quiere acortar tu espera ¡Por eso vu elan los días

perseguidos por las noches

La luz se estabiliza en el escenario. Entra  E L C A R T E L E R O  con el salobre

y los útiles necesarios para pegar carteles.

EL OFICIAL .—Hombre, aquí está e l carte lero con su salabre . ¿Buena

pesca?

EL CARTELERO .— ¡Muy bu ena H em os ten i d o un ve ran o c a l uroso y

largo. . . y el salabre es bueno, ¡aunque no tanto como me había ima-

ginado

E L O F I C I A L  recalcando mucho lo que dice.—¡No  tanto  c o m o m e h a b í ai m agi nad o ¡Muy b i en d i c ho Na da es c o m o un o se ha

imag inado . .. porque e l pen sam iento va más le jos que la acc ió n —

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es superior al objeto. . .  Sigue su incesante caminar y sacude el ramo derosas en la pared de manera que caen los últimos pétalos.

E L C A R T E L E R O . — ¿ A ú n n o h a b a j a d o ?

EL OFICIAL.— No, aún no , pero ¡pro nto ba jará ¿Sab e usted lo

que hay detrás de esta puerta?

EL CARTELERO .—No, yo esa puerta no la he visto nunca abierta.EL OFICIAL.—¡Voy a telefonear a un cerrajero para que venga a abrirlaVa al teléfono.

El cartelero  pega un cartel y se dirige a la derecha.LA HIJA .—¿Qué tiene de malo su salabre?

EL CARTELERO .—¿De m alo?N ada, absolutamente nad a.. . pero no es co m o

me lo había imaginado y por eso la alegría no ha sido   tan  grande...LA HIJA .—¿Y cómo se había imaginado el salabre?EL CARTELERO .—¿Cómo? N o sé cóm o exp licárselo. . .LA HIJA .— ¡D éjem e que se lo diga ¡Se lo ha bía imaginado  exac-

tamente  co m o no era ¡Quería que fuese verde, pero n o de ese  verdeEL CARTELERO .—¡Usted sí que sabe, señ ora U sted lo sabe todo — ¡por

eso vie n en todo s a usted co n sus cuitas Si algún día quisiera escu-charme a mí también. . .

LA HIJA .— Co n m u ch o gusto... Veng a aquí y desahogue su corazón.. .Entra a su cuarto.

El cartelero  va a la ventana y le habla desde allí.

Se hace de nuevo el oscuro; luego vuelve paulatinamente la luz y ahoravuelve a verdecer el tilo y el acónito está en flor; el sol luce en la verdeperspectiva del callejón de la verja.Entra  el Oficial  , ahora viejo y con el pelo blanco, ropa y zapatos gas-tados; lleva en la mano los restos del ramo de rosas. Da vueltas por elescenario caminando como un viejo. Lee el cartel.

Una  Bailarina  entra por la derecha.

EL OFICIAL.—¿Se ha ido la señorita Victoria?

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U N A B A I L A R I N A . — N o , n o s e h a i d o .

EL OFICIAL.—Entonces ¡espero — ¿Saldrá pronto?U N A B A I L A R I N A ,  seria.—¡SeguroEL OFICIAL.—No se vaya. Si se queda podrá ver lo que hay detrás de esa

puerta. ¡He mandado venir a un cerrajeroUNA BAILARINA

.—Será realmente interesante ver abrir esa puerta. Esapuerta y el castillo que crece, ¿ha oído hablar del Castillo que crece?EL OFICIAL.—¡Que si h e oíd o ¡H e estado preso allíU N A  B A I L A R I N A . — A h  ¿era usted el preso? Pero ¿por qué había tantos ca-

ballos?EL OFICIAL.—Porque era un castillo-caballeriza, obvio.U N A B A I L A R I N A ,  contrariada.—¡Qué estúpida soy ¿Có m o no se m e ocu-

rriría pensarlo?En tra por ía  derecha un  M I E M B R O D E L C O R O .

EL OFICIAL.—¿Se ha ido la señorita Victoria?M I E M B R O DE L C O R O ,  serio.—N o, n o se ha ido. ¡Ella n o se va nu nc aEL OFICIAL.—Es porque m e am a N o se vaya hasta que ven ga el

cerrajero que va a abrir esta puerta.M I E M B R O D EL  C O R O . — O h ,  ¿van a abrir la puerta? ¡Q ué bien ¡S ó lo voy

a preguntarle una cosa a la porteraEl apuntador  entra por la derecha.

EL OFICIAL.—¿Se ha ido la señorita Victoria?E L A P U N T A D O R . — ¡ N o , q u e y o s e p a

EL OFICIAL.—¿Ven? ¿No les de cía qu e m e está esperando? — N o se vaya

porque se va a abrir la puerta.E L A P U N T A D O R . — ¿ Q u é p u e r t a ?

EL OF IC IAL . — ¿ H a y m á s d e u n a p u e r t a ?

EL APUNTADOR.—Ah, ya caigo, ¡la del trébol de cuatro hojas

En tonces m e quedo, claro. — ¡Só lo voy a hablar un mom ento co n la

portera

L A B A I L A R I N A , EL M I E M B R O D E L C O R O   y  E L A P U N T A D O R   se unen alC A R T E L E R O  junto a la ventana de  L A P O R T E R A ;  y hablan, por tumo,con  L A H I J A .

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El cristalero  viene por el callejón y entra por la verja.E L O F I C I A L . — ¿ E s u s t e d e l c e r r a j e r o ?

E L C R I S T A L E R O . — N o ,  el cerrajero tenía visita, y para esto da igual uncristalero.

EL OFICIAL.—Sí, claro, claro ev ide nte . . . pero traerá el diaman -te, ¿no?

E L C R I S T A L E R O . —   ¡N atu ralm ente ¿Dó nde ha visto usted un cristalerosin diamante?

EL OFICIAL.—No, nunca. En ningún sitio. — Y ahora ¡manos a la obraDa unas palmadas.

Todos se reúnen forman do un círculo en tomo a la puerta.Miembros del coro, vestidos como los  M aestros cantores;  y comparsas,como las bailarinas de  Aida, entran  por la derecha y se unen al grupo.

EL OFICIAL .—¡Cerrajero — o cristalero — cumpla con su deber

El cristalero  se adelanta con el diamante.EL OFICIAL .—Un momento como este no ocurre muchas veces en la vida

de un hombre, por tanto, amigos míos, os pido que. . . ref lexionéisseriamente sobre. . .

EL POLICÍA .—¡En nombre de la ley prohibo la apertura de esa puertaEL OFICIAL .—¡Oh, Dios mío, que follón se arma siempre que alguien

quiere ha cer algo nuev o y grand e Pero esto n o quedará así.¡ Iniciarem os un proceso ¡Todos al abogado ¡Vamos a ver sien e ste país las leyes sirven para algo ¡A l abog ado

5

El escenario se transforma, a telón abierto, en un bufete de abogado,de esta manera: la verja se queda donde está, sirviendo como barandillade separación de la sala de espera y la oficina. La habitación

de la portera permanece  en  su lugar, abierta hada delante, comodespacho del  ABOGADO.  El tilo, deshojado, es un perchero para sombre-ros y abrigos. El tablón donde se fijaban bs carteles está ahora cubierto

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de ordenanzas y sentencias de juicios. La puerta del trébol es ahora la

puerta de un armario-archivo.

EL BOG DO ,  de frac y bufanda de seda blanca, está pues a la izquier-

da, en él interior de la verja, sentado ante una mesa llena de papeles. Sus

rasgos denotan grandes sufrimientos: blanco com o el yeso, surcado de

arrugas y con ojeras violeta; es feo y  su rostro  refleja todo el tipo de de-litos y vicios con los que se ve obligado a rozarse por su profesión.

De sus dos escribanos, uno es manco y el otro, tuerto.

La gente reunida para presenciar la «apertura de la puerta» permane-

ce en su sitio, pero ahora como esperando que los reciba  EL A B O G A -

DO  y dando la impresión de que han estado siempre allí.

La hija  (con el chai) y  el Oficial  en primer término.

E L A B O G A D O   va hasta  L A  H I J A . — E s c ú c h a m e ,  hermana, ¿por qué no me

das ese cha i? L o voy a colgar aqu í de ntr o hasta que en -

cienda la estufa; entonces lo quemaré con todas las penas y miserias

que l leva

LA HIJA .— A ún no , herm ano, an tes q ui ero l l enar l o b i en y sobre todo

deseo recoger todos tus dolores, todas las confidencias que te han

hecho sobre del i tos , v ic ios , encarcelamientos in justos , ca lumnias ,

insultos. . .

EL ABOGADO .—Mi querida amiga, en ton ces ¡no bastará tu ch ai ¡M ira

estas paredes ; ¿no es como si en su empapelado estuvieran grabados

todos los pecados?; observa estos papeles do nd e r ed acto las historias d e

del i tos; mírame a mí. . . Aquí no viene nunca nadie con la sonrisa enlos labios, s ino con maldad en la mirada, enseñando los dientes, los

puños cerrados. Todos escupiendo sobre mí su maldad, su envidia, sus

desconfianzas. . . Mira, tengo negras las manos y nunca me las podré

lavar, m ira lo sucias y agrietadas que está n... n o pu edo llevar la m ism a

ropa más que unos días, porque enseguida hiede a del i tos a jenos. . .

A veces trato de desinfectarla quemando azufre aquí dentro, peron o arregla nada: duermo ahí al lado y n o sueñ o m ás que con crímen es

En la actualidad l levo un caso de asesinato en la audiencia

Todo eso, aunque es duro, puede pasar, pero ¿sabes qué es lo

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peor de todo? ¡Separar m atrimo nios Es com o si se alzase un

grito en la tierra y llegase hasta el cielo.. . un grito de traición contralas fuerzas primigen ias, co ntr a las fuentes del bien, co ntr a el am or... Ycuando estas resmas de papel están abarrotadas de quejas y acusacio-nes mutuas, aparece un buen día un hombre bueno y l lama aparte a

uno de los cónyuges y tirándole cariñosamente de la oreja le pregun-ta sen cillam en te: en realidad ¿qué tiene usted con tra su marido — o suesposa— ? En ton ces é l — o ella—- se queda sin contestación ¡no sabencu ál es la causa U n a vez — bu eno , el m otiv o era una lechuga, otrasu na palabra: la m ayoría de las vece s ¡nad a Pero ¡el sufrimiento, la

ang ustia ¡Eso teng o que soportarlo yo M ira qué cara teng o.¿Crees que podría conqu istar el am or de una m ujer co n este asp ecto dedelincuente? ¿Y crees que alguien puede querer ser mi amigo, si soy el

. enca rgad o del co br o ejecu tivo de todas las deudas de la ciudad? ¡U npuro lamento, eso es lo que es ser hombre

LA HIJA .—¡Triste de stino el de los hom bres ¡Q ué pena danEL ABOGADO .— ¡Así es Y ¿de qué viven ? ¡E so sí que es un m isterio p ara

m í S e casan co n unos ingresos de dos m il, cuando nece sitan cuatrom il y pide n préstamos, claro, y se em pe ña n,¡tod os se em-p eñ an y así van , a trancas y barrancas, hasta la mu erte en -to nc es la he ren cia ¡no son más que deudas Y finalm ente ¿quién laspaga?, sí, ¡dígamelo

LA HIJA .—¡El que da de comer a las aves del cieloEL ABOGADO .— ¡Sí Pe ro si aquel que da de co m er a las aves qu isiese des-

cender a su tierra para ver con sus propios ojos cómo viven los po-bres hijos de los hombres, tal vez sintiese compasión...

LA HIJA .—¡Triste des tino el de los hom bres ¡Qu é pena dan

E L  A B O G A D O . — S í ,  ¡esa es la pura verdad -A i O FICIAL -  Y usted ¿qué quie-re?

E L  OFICIAL . — Yo sólo quería preguntar si se ha bía ido la señorita V icto ria...

EL ABOGADO .—No, no se ha ido. Puede estar completamente tranquilo¿Qué hace usted toqueteando mi armario?

EL OFICIAL.—Es que pensaba que la puerta es tan parecida...E L A B O G A D O . — ¡ N o , n o , p o r f a v o r

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Se oye el tañido de campanas.EL OFICIAL.—¿Hay algún entierro en la ciudad?EL ABOGADO .—No, anuncian la ceremonia de entrega de los títulos de

doctor. ¡Y yo iré para ser promovido a doc tor en D er ec ho ¿No le ape-tecería a usted que lo promov ieran a doctor y lo coron ase n de laurel?

EL OFICIAL.—Bueno, ¿por qué no? Siem pre será una p equeña distracción ...EL ABOGADO .—¿Quizá deberíamos partir inmediatamente y con pasomajestuoso al solemne acto? ¡Anda, vete deprisa a cambiarte

6

Sale  el Oficial  .  Vu elve a hacerse el oscuro en el escenario donde seproducen las siguientes transformaciones — La barandilla sigue en susitio pero haciendo ahora de balaustrada del coro en una iglesia; el ta-blón de anuncios se transforma en la pizarra donde se pone el númerodel salmo que se va a cantar; el tilo-perchero se ha convertido en uncandelabro; el pupitre del abogado en la cátedra del Rector, encarga-do de la ceremonia.La puerta del trébol da ahora a la sacristía.

Los miembros del coro de Los maestros can tores se transforman enHeraldos con cetro; y las Com parsas llevarán en la mano las coronasde laurel.El resto de la Gente perm anece como espectadores.Se levanta el telón de fondo dejando ver otro que representa un enor-me órgano con   un gran espejo encima del teclado.¡Se oye mú sica A ambos lados las cuatro facultades: Teología, Filo-sofía, Medicina y Derecho.El escenario queda un instante vacío.Los Heraldos entran por la derecha.

Y las Com parsas los siguen, llevando las coronas de laurel.Tres  Promovendi  entran, uno detrás de otro, por la izquierda y son co-ronados por las Com parsas, tras lo cual éstas se retiran por la derecha.

El abogado  se adelanta para recibir la corona.

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Las Com parsas se dan la vuelta, negándose a coronarlo y salen.El abogado,  muy afectado, se apoya en una columna.Salen todos.

El abogado  solo en el escenario.

L A H I J A  entra cubriéndose cabeza y hombros con un velo blanco.— M ira, yahe lavado el chai . . . Pero ¿qué haces aquí? ¿No te impusieron la co-rona?

E L A B O G A D O . — N o , n o l e s p a r e c í d i g n o .

LA HIJA .—¿Por qué? Porque has abrazado la causa de los pobres, has de-

fendido c o n tus palabras al de lincu ente , has aliviado la carga al cul-pable , has conseguido un aplazamiento para e l condenado. . . ¿poreso? ¡Pobres hombres . . . no son ángeles, pero ¡me dan pena

EL ABOGADO .—¡No hables mal de los hombres, yo he asumido su de-fensa

L A H I J A  apoyada en el órgano.— ¿Por qué golpean a sus am igos en la cara?

EL ABOGADO .—¡Porque no saben hacer otra cosaLA HIJA .—Pues ¡vam os a enseñarles ¿Quieres? ¿Co nm igo?EL ABOGADO .—¡No son receptivos a enseñanzas O h , si nuestro lam en-

to llegase a los dioses del cielo ...LA HIJA .—¡Llegará al tro no —   Se coloca ante el órgano.  ¿Sabes lo

que veo en este espejo? ¡El mundo del derecho . . . Sí , como está delrevés, en el espejo lo veo del derecho.

EL ABOGADO.—¿Y cómo llegó a ponerse del revés?LA HIJA .—Al hacer la copia. . .EL ABOGADO .—¡Tú lo has dicho La copia, claro... siem pre h e tenido la

intuición de que era una m ala copia. .. y cuando em pecé a acordarmede las imágenes originales, me desagradaba todo lo que me rodeaba...Entonces los hombres me l lamaban cascarrabias, e l eterno descon-te n to y de cían que e l diablo m e hac ía ver tod o feo... y otras lindezas...

LA HIJA .— ¡Todo está fuera de qu icio ¡N o tienes más que ver las cuatrofacultades El G obiern o, que sólo piensa en conservar la so-ciedad tal como está, las subvenciona a las cuatro: la de Teología,

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la ciencia de Dios, siempre atacada y ridiculizada por la de Filosofía¡que se considera la sabiduría por ex cele nc ia Y la de M ed icina , quesiempre desacredita a la Filosofía y que no c ue nta a la Teo logía en trelas ciencias sino que la llama superstición... Y allí están en el mismoclaustro que debe enseñ ar a los alumnos respeto — ¡por la U niv er-

sidad ¡Es un m an ico m io ¡Y ay del que primero se vuelva cue rdoEL ABOGADO.—Los primeros que se enteran son los teólogos. En el cursopreparatorio estudian Filosofía, que les enseña que la Teología es unabsurdo; después, en los cursos superiores de Teología, aprenden quela Filosofía es un absurdo. De locos, ¿no te parece?

LA HIJA .—Y luego está el Derecho, el servidor de todos, ¡menos de los

siervosEL ABOGADO .—¡La justicia, que cuando quiere ser justa es causa de lamuerte del que la defiend e ¡El D erech o, que tan a m enud oactúa torcido

LA HIJA .—¡Buena la habéis h ec ho , hi jos del ho m bre ¡H i jo — ¡Ven ,que te voy a poner una coro na que te irá m uc ho m ejor - Le colocaen la cabeza una corona de espinas-. ¡A ho ra voy a toc ar algo para tiSe sienta al órgano e interpreta un   Kyrie  pero en lugar de sonidos de ór-gano se oyen voces hum anas.

V O C E S D E  N I Ñ O S . — ¡ E t e r n o ¡Eterno La última nota sostenida.

V O C E S D E  M U J E R E S . — ¡ T e n   piedad de nosotros La última nota sostenida.

V O C E S DE H O M B R E S ,  tenores.— ¡Redímenos, por tu infinita m isericordiaV O C E S DE H O M B R E S ,  bajos.— ¡Perdona a tus hijo s, Se ño r, y n o lan ces tu

ira contra nosotros

TODOS.—¡Ten piedad de tus h i jo s ¡Escúch ano s T en com pasión de losm ortales Et ern o, ¿por qué estás tan lejos? Desde las pro -fundidades te suplicamos: ¡Clem en cia, Etern o ¡N o acre ciente s lacarga de tus hi jo s ¡Escú chan os ¡Escúch ano s

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7

Se  hace el oscuro en el escenario.  LA HIJA se levanta y se acerca al ABO

GADO.  El órgano, por medio de un cambio de luces, se transforma en

la gruta de Fingal. Las olas del mar penetran en la gruta por entre co-

lumnas de basalto, creando un conjunto sonoro de viento y oleaje.

EL ABOGADO .—¿Dónde estamos, hermana?

LA H I JA . — ¿ Q u é o y e s ?

E L A B O G A DO . — O i g o q u e c a e n g o t a s

LA HIJA .—Son lágrimas: cuando los hombres l loran. . . ¿Qué más oyes?

EL ABOGADO .—Suspiros.. . quejidos.. . gemidos.. .LA HIJA .—Hasta aquí han l legado las quejas de los mortales. . . no más

le jos. Pero ¿por qué esta eterna queja? ¿Es que la vida no t iene nada

que os alegre?

EL ABOGADO .— Sí, lo m ás dulce, que es lo m ás am argo, ¡el am or ¡Espo-

sa y hogar, lo más excelso y lo más bajo

LA HIJA .—¡Querr ía probarloE L A B O G A D O . — ¿ C o n m i g o ?

LA HIJA .— ¡C on t igo T ú cono ces los esco l los y arrec ifes, ¡as í podremos

evi tar l os

E L A B O G A DO . — ¡ S o y p o b r e

LA HIJA .—Y eso qué importa s i nos amamos. ¡Un poco de bel leza no

c ues ta nada

EL ABOGADO .—Tengo antipatías que quizá sean tus simpatías. . .

LA HIJA .—¡Habrá que transigir

EL ABOGADO . — ¿ Y s i n o s a b u r r i m o s ?

LA HIJA .— ¡En ton ces llegará el h i jo que nos traerá entretenim ientos sin f in

EL ABOGADO .—Tú, ¿ tú me quieres pobre y feo, despreciado, a mí, un

paria?

L A  H I J A . — ¡ S Í   ¡Unamos nuestros dest inos

EL  A B O G A D O .—   ¡Así sea

TELÓN

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LA HIJA .—¡Y yo com eré co l aunque sea un sufrimiento

EL ABOGADO .—¡Es decir, un a vida com ún en el do lor ¡El place r de uno,es la tortura del otro

LA HIJA .—¡Triste destino el de los hom bres ¡Q ué pena d anEL ABOGADO . — ¿ Y a l o h a s e n t e n d i d o ?

LA HIJA . — ¡S í Pero , por el amor de Dios, ¡evitem os los escollos ah oraque tan bien los conocemos

EL ABOGADO .—De acuerdo, vamos a hacerlo. ¡Somos personas razona-ble s e ilustradas ¡Podemos ser tolera ntes e ind ulge ntes

LA HIJA .—¡Podemos reírnos de las pequeñecesEL ABOGADO .—¡Nosotros, sólo nosotros pod em os h ac er lo Sa be s,

esta mañana leí en el periódico... por cierto ¿dónde está el periódico?LA HIJA  desconcertada.—¿Qué periódico?EL ABOGADO   con  dureza.—¿Com pro yo acaso más de un periódico?LA HIJA .— A hora ríete y n o m e hables con esa dureza.. . He usado tu pe-

riódico para hacer fuego.. .EL ABOGADO   violento.—¡Por todos los dem on iosLA HIJA .— ¡R íet e Lo quemé porque se burlaba de lo que es sagra-

do para mí. . .EL ABOGADO .—¡Y para m í, superstición ¡B ie n Da unas palmadas,

fuera de sí.  Me reiré, me reiré a carcajadas hasta que se me vean lasmuelas del juicio. . . seré humano y ocultaré lo que pienso y diré atodo que sí, y seré un hipócrita. ¿Así es que has quemado mi perió-dico? Pues, ¡muy bien -Coloca  las  cortinas-. Ahora me voy a poner

a h ac er l imp ieza para fastidiarte A gn es, esto no func iona,¡es completamente imposible

LA H I JA . — ¡ C l a r o q u e l o e s

EL ABOGADO.—Y  sin embargo tenemos que aguantar juntos, no por laspromesas sino ¡por el niño

LA HIJA .—¡Es verdad ¡Por e l niño ¡ O h — ¡O h tenemos que

aguantarEL ABOGADO .— Y   a ho ra ¡teng o que salir a ver a mis clie nt es Escú chalos,

escucha ese murmullo de impaciencia, ya no pueden esperar más

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para despedazarse mu tua m ente , p ara lograr que mu lten a sus ene m i-gos y los metan en la cárcel... espíritus perversos...

LA HIJA .—¡Pobres, pobres gen tes ¡Y ésta co n su eterno pego teo Inclinala cabeza hacia el pecho en muda desesperación.

K R I S T I N . — ¡ Y o p e g o , y o p e g o

El abogado  está en la puerta manipulando la cerradura, nervioso.LA HIJA .—¡O h, cóm o chirría la cerradura Es com o si me apretases los

muelles del corazón.E L AB OGADO . — Y o a p r i e t o , y o a p r i e t o . . .

LA H I JA . — ¡ N o l o h a g a s

E L AB OGADO . — Y o a p r i e t o . . .

L A H I J A . — ¡ N O

E L AB OGADO . — Y o . . .

E L  o F I c I A L  desde el interior del despacho agarra también la cerradura.— ¡ Per-mítame

E L A B O G A D O   suelta el pestillo de la cerradura.—¡Pase, pase C om o ustedha sido nom brado doctor. . .

EL OFICIAL .—¡Ahora la vida es m ía Te ng o todos los cam inos abiertos

ante mí, he entrado en el parnaso, he consiguido los laureles, la in-mortalidad, el honor, ¡todo es mío

E L AB OGADO . — ¿ Y d e q u é v a a v i v i r ?

EL OF IC IAL . — ¿ D e q u é v o y a v i v i r ?

EL ABOGADO .—Tendrá que tener vivienda, ropa, comida ¿no?EL OFICIAL.—Eso siempre se consigue, con tal de que haya alguien que te

quiera...EL ABOGADO .—¿Esocree? ¡Esp os ible ¡Pega, Kristin, ha sta

que no puedan respirar Sale andando de espaldas haciendo reverencias.KRISTIN .—¡Yo pego, yo pego, hasta que no puedan respirarEL OF IC IAL . — ¿ V i e n e s c o n m i g o ?

LA HIJA .—¡Ahora mismo Pero ¿adonde?

EL OFICIAL.—¡A B ah ía Be lla ¡A llí es ve ran o, bril la el sol , hay juv en -tud, niño s y flores, can cio ne s y ba ile, fiesta y alegría

LA HIJA .—¡Pues allí quiero irE L OF IC IAL . — ¡ V e n

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E L A B O G A D O   vuelve a entrar.— Ahora — vuelvo a mi primer infierno —

este era el segundo ¡y el más gran de El más delicioso estam bién el más grande Vaya, ya ha vuelto a dejar horqui-llas por el suelo...  Las recoge.

EL OFICIAL.—¡Y ahora también ha descubierto las horquillas. . .EL ABOGADO .—¿También? ¡M ira ésta ¡So n dos puntas pero

una ho rqu illa ¡Do s y sin embargo un a ¡S i la enderezo es una solapieza ¡S i la do blo son dos sin d eja r de ser u na ¡Eso significa: lasdos son un a Pero si la rompo, así, en to n ce s ¡las dos son dos Tira lostrozos de la horquilla rota.

EL OFICIAL.—Todo es to ha v isto... Per o a nte s de poder rom perla las pun -tas ¡deb en divergir ¡S i conv ergen, agua ntan

E L A B O G A D O . — Y  s i son paralelas — no se encuentran nunca — Niaguanta ni se rompe.

EL OFICIAL.—¡La ho rqu illa es la más pe rfecta de las cosas creadas ¡U n alínea recta que es igual a dos paralelas

EL ABOGADO .—¡Una cerradura que cierra cuando está abierta

EL OFICIAL .—Abierta, cierra una trenza que sigue estando abierta cuan-do se cierra.. .

EL ABOGADO .—Com o esta puerta: al cerrarla, la abro para ti , A gn es. ¡Tedejo camino l ibreSe  retira, cerrando la puerta.

LA  H I J A . —   ¿Y ahora?

9

Cam bio de escenario: la cama con dosel se transforma  en  una tiendade campaña, la estufa perm anece en su sitio; en el nuevo telón de

fondo se ven, a la derecha, en primer plano, montes calcinados cu-biertos de brezo rojo y  tocones blancos y negros como después de un in-cendio; cobertizos y pocilgas pintados de rojo. A l pie: una instalaciónde gimnasia al aire libre, donde hay hombres haciendo ejercicios de re-

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habilitación en aparatos que más parecen instrumentos de tortura.

A la izquierda, en primer término, una parte del edificio de la cuaren-

tena con sus hornos, estufas y tuberías.

En el término m edio hay un estrecho.

Al fondo hay un embarcadero. En el telón del fondo, una hermosa ri-

bera arbolada con embarcaderos adornados con banderas, donde hayatracados yates blancos, algunos con las velas izadas. Se ven peque-

ños chalés, quioscos, estatuas de mármol entre los árboles de la playa.

El jefe de la cuarentena  pasea por la playa disfrazado de negro.

E L O F I C I A L  se dirige a  ÉL .—Perdone, ¿no es usted e l señor Ordstróm?

-Signo de asentimiento y entonces lo saluda dándole la mano-.  ¡T ú poraqu í ¡Q u é sorpresa ¿C óm o has ve nid o a parar a este lugar?

EL J EFE DE LA  C U A R E N T E N A . — ¡ Y a  ves, aquí me t ienes

EL OFICIAL.—¿Es esto Bahía Bella?

EL J EFE DE LA   C U A R E N T E N A . — N o ,  es lo de al l í enfrente; ¡esto es Estrecho

de la Vergüenza

EL OFICIAL .—¿Entonces nos hemos equivocado?EL J EFE DE LA  C U A R E N T E N A . — ¿ N o s ?  ¿Y no me vas a presentar?

EL OFICIAL .—¡No, no sería propio -E n  vo? baja-  ¡Es la mismísima hi ja de

Indra

E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — ¿ D e  Indra? ¡Yo cre ía que era Waruna en

person a ¿No te h a sorprendido verm e co n la cara negra?

EL OFICIAL .—¡Hijo mío, he cumplido los cincuenta y a estas alturas no

m e sorprend e na da — ¡Sup on go que vas a ir al ba ile de disfraces de

esta tarde

EL J EFE DE LA   C U A R E N T E N A . — ¡ P u e s ,  s í ¡ Y e s p e r o q u e v e n g á i s c o n m i -

go

EL OFICIAL .—Seguro: porque aquí . . . por lo que he visto. . . de diversio-

nes. . . ¿Qué clase de gente vive aquí?

EL J EFE DE LA  C U A R E N T E N A . — ¡ A q u í  viven los enfermos; al l í , los sanos

EL OFICIAL .—Entonces aquí ¿sólo habrá pobres?

E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — N o ,  h i jo m ío , ¡aqu í está n los r i cos Por

ejem plo, m ira a ese que está en el ba n co de tortura. H a com ido tan to

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hígado de pato trufado y ha bebido tanto borgoña que se le han de-formado los pies

E L O F I C I A L . — ¿ D e f o r m a d o l o s p i e s ?

EL J E FE DE LA  C U A R E N T E N A . — ¡ M o n s t r u o s a m e n t e ,  por la go ta Y ese otroque está en esa especie de guillotina ha bebido tanto coñac que hay

que enderezarle el espinazoEL OFICIAL .—¡Nunca está bien Ni tanto ni tan calvo.

EL J E FE DE LA  C U A R E N T E N A . — ¡ A d e m á s  por aquí andan todos los que tie-n e n alguna m iseria que ocu ltar ¡M ira ese que vien e por al l í, pore j e m p l o

Un viejo petimetre entra en silla de ruedas, empujado por una CO

queta de unos sesenta años, delgada, vestida a la última moda y alaque acompaña y corteja «el amigo», un hom bre de unos cuarentaaños.

EL OFICIAL.—¡Es el com an da nte ¿Nuestro com pañ ero de escuela?E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — ¡ D o n j u á n Ahí ves, aún sigue enamorado

de la Momia que l leva a su lado. ¡No ve que ha envejecido, que es

fea, infiel , cruelEL OFICIAL.— ¡Eso sí qu e es amor ¡N un ca hu biese im aginad o que nues-tro vo luble c om pa ñe ro fuera capaz de un am or tan profundo y serio

EL J E F E D E LA  C U A R E N T E N A . — ¡ U n   bello punto de vista, pensándolo bienEL OFICIAL.—Yo ta m bié n he am ado ... a V icto ria sí, aún reco-

rro el callejón esperándolaEL J E FE DE LA  C U A R E N T E N A . — ¿ E r e s  tú el que anda por el callejón?

EL OF I C I A L . — ¡ Y o s o y

EL J E FE DE LA  C U A R E N T E N A . — O y e ,  ¿habéis logrado abrir la puerta?EL OFICIAL.—N o, tod av ía andamos en pleitos El cartelero anda

pescando con su salabre, claro, y se retrasan los testimonios... Mien-tras tanto el cristalero ha puesto cristales en el Castillo que, por cier-to, h a crecido m edio piso... U n añ o excepcion al. . . ¡Cálido y húm edo

EL J EFE DE LA  C U A RENTENA . — P e r o  ¡no habréis tenido tan to calor com o yoEL OFICIAL.—¿A qué temperatura estáis en los hornos?E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — C u a n d o  desinfectamo s a los sospechosos de

cólera, a unos sesenta grados.

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EL OFICIAL.—¿Hay otra vez epidemia de cólera?EL J E FE DE LA CUARENTENA . — ¿ N o  lo sabías?EL OFICIAL.—¡Claro que lo sabía, pero ahora se me suele olvidar lo que séEL JEFE DE LA CUARENTENA . — A   mí me gustaría olvidar, sobre todo a mí

m ismo. ¡Por eso busco los bailes de disfraces, el carnav al, el te atr o de

aficionadosE L O F I C I A L . — ¿ Q u é t e h a p a s a d o ?

EL JEFE DE LA CUARENTENA . — ¡ S i  hablo dicen que presumo y si callo mellaman hipócri ta

EL OFICIAL.—¿Por eso te pintas la cara de negro?EL JEFE DE LA CUARENTENA . — ¡S í ¡Só lo un poco m ás negro de lo que soyEL OFICIAL.—¿Quién viene por ahí?E L J E F E D E L A C U A R E N T E N A . — ¡ U n  po eta ¡V ien e a darse su ba ñ o de

barroEntra  el Poeta  mirando al cielo y con un pozal lleno de barro en lamano.

EL OFICIAL.—¡Dios m ío ¡A un poeta tal vez le vendrían m ejor baños deluz y de aire

EL JEFE DE LA CUARENTENA . — N o  creas. Este anda siempre por las alturascelestiales, así es que só lo tie n e ganas de revolcarse en el ba rro... esode revolcarse en el barro le endurece la piel hasta dejársela como lade un cerdo. ¡Así no siente los picotazos de los tábanos

EL OFICIAL.—¡Qué extraño mundo de contradiccionesEL POETA,  extático.— El dios Pyah creó al hom bre de barro en el to rn o

del alfarero  -escépticO'  ¡o sobre cualquier otra cos a extáti-co- De barro crea el escultor su más o menos inmortal obra maestra'escépticO'  ¡que suele ser un a birria -extático - De barro se fabricanesas vasijas tan indispensables para la cocina, a las que se les da losnom bres de cántaros, platos  -escéptico-  ¡y a m í qué me imp orta có m ose l lam an -extát i co -  ¡Es to es barro C ua nd o el barro es fluido se

llama cieno — ¡Y yo de esto entiendo Llama .  ¡LinaEntra  Lina  con un cubo.

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EL POETA .—Lina, ven para que te vea la señori ta Agnes. Te conocióhace diez años cuando eras joven, alegre y, en dos palabras, unachica guapa. . . -A   la Hija .  ¡Mire la .pinta que t iene ahora C in coh ijo s, los queh acere s diarios, los llantos, el ha m bre , las palizas. ¡C on -temple bien cómo se ha marchitado la belleza, cómo ha desapareci-

do la alegría A niqu iladas ambas por el cu m plim ien to de los deberes,ese cumplimiento que debería, dicen, haber proporcionado una sa-tisfacción interior que se expresaría en las armónicas líneas del ros-tro y el fuego sereno de la mirada...

E L J E F E DE L A C U A R E N T E N A  tapándole la boca con la mano.— ¡Cal la ¡Cie-rra el pico

EL POETA .—¡Eso dic en todos ¡Y si te callas te dice n: Ha bla ¡Q ué gentetan incomprensible

L A H I J A  va hasta  L I N A . —   ¡Cuéntame tus quejasLINA .—No me atrevo, porque me costará caro.

LA HIJA .—¿Quién es tan cruel?LINA .—¡No me atrevo a decirlo porque entonces me pegaráEL POETA .— ¡Puede ser Pero hablaré yo, ¡au nq ue el N egro m e rompa los

d ien tes ¡Te voy a decir a ti , A gn es, h i ja de un dios, que, ave ce s, las cosas son injustas ¿Oy es la m úsica y la alegría delba ile allá arriba? — ¿ S í? Pues es para cele bra r que la her-mana de Lina ha vuelto de la ciudad donde anduvo un poco perdi-da, ya me entiendes. . . Ahora se sacri f ica la ternera mejor cebada,pero Lina que se quedó en casa ¡ t iene que ir con el cubo a dar decomer a los cerdos

LA HIJA .—¡Hay alegría en esa casa porque el descarriado vuelve a lasenda del bie n y n o porque vuelva al ho ga r ¡N o es lo mismo

EL POETA.—Muy bien, pues entonces que organicen una cena con bailetodas las noches en honor a esta intachable trabajadora que nunca

ha anda do por e l mal cam ino, ¡que lo ha ga n Pero no lo

h a ce n , sino que cuan do Lina está l ibre la man dan a la iglesia ¡dondese le rep roc ha qu e n o es pe rfecta ¿Es esto ju sticia?

LA HIJA .—Sus preguntas son tan difíciles de contestar.. . quizá no esténbien formuladas. Hay tantos casos tan diferentes, imprevistos.. .

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EL POETA.—¡Eso mismo pensaba tam bién el califa Harum al Ra shid —El estaba tan tranqu ilo en su elevado tron o sin ver desde arriba có m ovivían sus subditos, allá abajo. Hasta que un día las quejas llegarona sus excelsos oídos. Y un buen día descendió de las alturas, se dis-frazó y se mezcló anón im am en te co n su pueblo para ver cóm o anda-

ba la justicia.LA HIJA .—¿No creerá usted que soy Harum el Justo?

OFICIAL.—¡Cambiemos de tem a ¡A h í viene gente de fueraUn a embarcación blanca, con forma de barco v ikingo, con una velade seda de color azul celeste, un mástil dorado con un gallardete rojo,entra deslizándose en el estrecho por la izquierda.

Al timón, abrazados por la cintura,  Él

  y  E l l a .

EL OFICIAL .  —¡Mire, ahí t iene la perfecta fel icidad, la dicha i l imitada,el júb ilo puro del amor ju ve nilSe ilumina el escenario con mayor intensidad.

ÉL se pone de pie en la barca y canta.—Te saludo, bella bahía,aquí conoció mi juventud la primavera,aquí soñé mis primeros sueños color de rosa,aquí me tienes de nuevopero ¡no sólo como entoncesBosq ues y playas,cie lo y mar,¡saludadla¡Saludad a mi amor, mi esposa¡Sol mío, vida mía

Las  banderas y gallardetes del embarcadero de Bahía Bella la salu-dan, en las ventanas de los chalés se agitan pañuelos blancos y un

acorde de arpas y violines resuena en el estrecho.EL POETA .—¡Mire cóm o resplande cen de felicidad ¡Escu che esa mú sica

que resuena en el mar — ¡ErosEL OFICIAL . — ¡ E s V i c t o r i a

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E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — Y   eso ¿qué?

EL OFICIAL.—Es  su  Vic tor ia , ¡yo tengo  la mía  para m í ¡Y a la  mía  no la

puede ver na die ¡Iza ya la ban dera de la cua ren ten a y te los

traeré a la playa

El jefe de la cuarentena  hace señales con una bandera amarilla.

E L O F I C I A L  tira de un cable, de forma que la barca se acerca a la playa.—¡A gárrense b i en

Él  y  E l l a  se dan cuenta del horroroso paisaje al que han llegado y

muestran su miedo.

E L J E F E D E L A   C U A R E N T E N A . — S í ,  ya sé que es duro. Pero todos tienen que

pasar por aquí, ¡ todos los que vienen de zonas infectadas

EL POETA .—¡Es increíble cómo puede hablar así , cómo puede hacer esascosas, cuan do ve a dos personas unidas por el am or ¡N o los toqu e

¡No roce s iquiera a l Amor: es un cr imen de lesa majestad

¡Po br es de no so tro s ¡T od o lo be l lo caerá y será arrastrado por e l

b a r r o

Él  y  Ella  desem barcan tristes y avergonzados.

ÉL.— ¡Pobres de nosot ros ¿Q ué hem os hec h o?E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — ¡ N o  se necesi ta haber hecho nada para su-

frir las pequeñas contrariedades de la vida

ELLA .—¡Qué breves son la alegría y la fel icidad

ÉL .—¿Cuánto tendremos que quedarnos aquí?

E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — C u a r e n t a  d ías y cuarenta noches .

ELLA .—¡Entonces preferimos el mar

— ¿ i v i r   aquí entre montañas quemadas y poci lgas?

EL POETA .—El am or tod o lo pued e. ¡Puede ha sta co n e l hu m o del azufre

y e l f en o l

E L J E F E D E L A C U A R E N T E N A   enciende la estufa de la que se elevan llamas azu-

les.— ¡A ho ra en c ien do e l azufre ¡Por favor, pasen

ELLA .—¡Oh, mi vest ido azul perderá su color

E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — ¡ Y  se pondrá b l a nc o ¡Tam bi én tus rosas

ro jas se pondrán blancas

ÉL .— ¡Ta m bién tus m ej il las E n cuar enta días .. .

E L L A  al oficial.— ¡Y esto a t i te alegrará, cla ro

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EL OFICIAL.—¡No, ni mu cho menos O bv iam en te tu felicidad hasido la causa de mis males, pero n o importa — me ha n con -cedido el título de doctor y tengo un buen p uesto de preceptor al otrolado del estrec ho ... pues, ¡sí, sí y en el o to ñ o m e darán un puesto enuna escuela... para enseñar a unos niños las mismas lecciones que es-

tudié en mi infancia, en mi niñez, en mi juventud, durante toda laedad adulta y finalm ente toda mi vejez, siempre lo m ismo ¿cuántas sondos por dos? ¿Cuántas son exactamente cuatro dividido por dos?. . .H asta que m e l legue la jub ilación y reciba m i pensión , y me pase eltiempo sin h ac er nada, esperando las comidas y los periódicos — hastaque me lleven al crem atorio y me qu em en... ¿No hay ningú n jubilado

por aquí? Lo peor que hay después de ese maldito dos por dos es vol-ver a la escuela cuand o uno no sólo ha sido aprobado, sino promovi-do doctor, ha cer las mismas preguntas hasta la m u e r t e -Pasa  un anciano con las manos a la espalda.Mire, ahí tiene un jubilado esperando a que la vida lo abandone; se-guro que es un capitán que no l legó a com an da nte o un juez que n o

asce nd ió a m agistrado m uch os son los l lamad os y pocos loselegidos... Ahí está paseando en espera del desayuno...EL JUBILADO .—¡No, del periódico ¡De l periódico de la m añ an aE L  O F I C I A L . — Y  sólo tiene cincuenta y cuatro años, puede pasar veinti-

cinco años esperando el periódico y las comidas... ¿No es atroz?EL JUBILADO .—¿Hay algo que no sea atroz? Pues dígamelo, diga, diga,

¡digaEL OFICIAL.—¡Que se lo diga el que lo sepa A h or a ten go qu e enseñar a

niños: ¡dos por dos son cuatro ¿Cuántas son ex ac ta m en te cuatro di-vidido por dos?

Se  lleva las manos a la cabeza desesperado.Y Victoria a la que amaba tanto y a la que, por eso mismo, le desea-ba toda la felicidad aquí en la tierra... Ah or a qu e es feliz, mu cho másde lo que ella podía imaginar, yo sufro... ¡sufro, sufro

ELLA .—¿Tú crees que yo puedo ser feliz viéndote sufrir? ¿Cómo puedespensarlo? ¿Quizá alivie tu dolor saber que tengo que estar aquí presacuarenta días y cuarenta noches? Dime, ¿alivia eso tu dolor?

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EL OFICIAL.— ¡Sí y n o ¡Yo n o puedo disfrutar cuan do tú sufres ¡O hÉL .—¿Y crees que puedo construir mi felicidad sobre tu sufrimiento?EL OFICIAL.—¡Qué pena damos... todos

T O D O S  levantan las manos hacia el cielo lanzando un doloroso grito parecido

a un acorde disonante.— ¡Piedad

L A H I J A . — ¡Et ern o, escúch alos ¡Te n piedad ¡La vida es dura ¡Tristedestino el de los hom bres ¡Qué pen a dan

T O D O S  como antes.— ¡Piedad

1

Se  hace la oscuridad en el escenario un instante durante el que todoslos que estaban allí se retiran o cambian de lugar. Cuando el escena-rio se vuelve a iluminar se ve, al fondo, la playa del Estrecho de la Ver-güenza, pero a la sombra. El estrecho ocupa la parte media del esce-nario y Bahía Bella está en primer término, ambas fuertemente

iluminadas.A la derecha se ve una esquina del casino con las ventanas abiertas: den-tro se ven parejas que bailan. Sobre un cajón vacío hay tres criadas, sos-teniéndose por la cintura, mirando el baile. En la escalinata del edificiohay un banco donde está sentada la Edith «la fea», triste, sin sombre-ro, revuelta la abundan te cabellera. Delante de ella, un piano abierto.

A la izquierda, una casa de madera amarilla.Dos niños vestidos con ropa de verano juegan fuera a la pelota.En segundo término un embarcadero con veleros blancos, mástiles conbanderas.— E n  el estrecho, anclado, un barco de guerra con portaspara cañones.

Pero es un paisaje invernal, el suelo y los árboles sin hojas están cu-

biertos de nieve.Entran  La hija  y  El oficial.

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LA HIJA .—¡Aq uí reinan la paz y la felicidad de las va cac ione s N ad ie tra-baja, hay fiestas todos los días, la gente va endomingada; hay músi-ca y baile ya por la mañana. A   las criadas  ¿Por qué no entráis a bai-lar vosotras?

LA CRIADA . — ¿ N o s o t r a s ?

EL OFICIAL. — ¡ S i s o n c r i a d a sLA HIJA .— ¡Es verdad Pero ¿qué ha ce Ed ith ah í sentada en vez de ir a

bailar?Edith  se tapa la cara con las  manos.

E L O F I C I A L . — ¡N o le preguntes nada Lleva ahí tres horas esperando ynadie la ha sacado a bailar  Entra en la casa amarilla de la iz-quierda.

LA HIJA .—¡Qué diversión tan cruelL A M A D R E D E E D I T H  entra,  va muy escotada.— ¿Por qué no entras y ha ces

lo que te he dicho?E D I T H  .— Po rqu e... porque ¡n o querrás que m e saque yo a bailar So y fea ,

lo sé; y por eso nadie qu iere bailar con m igo, pero ¿por qué tien es qu eestar recordándomelo siempre? ¡Podrías ahorrárteloSe pone a tocar al piano la Tocata y fuga número 10 de Johann Se-bastian   B  ach.Desde dentro de la sala llega el suave sonido de un vals cuyo volumenva incrementándose como si luchase con la Tocata de Bach. Sin em -bargo  Edith  consigue acallarlo. En la puerta se ven parejas de vera-neantes, que han salido de la sala de baile, escuchando su interpreta-

ción; todos en el escenario están escuchando respetuosamente.U N O F I C I A L D E M A R I N A  coge por la cintura a Alice, una de las ch icasque hay en el baile, y se la lleva hacia el embarcadero.— ¡Vam os¡DeprisaEdith  interrumpe su interpretación al piano, se pone de pie y los miradesesperada. Se queda de pie como petrificada.

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Retiran la pared de la casa Amarilla y al hacerlo se ven tres pupitres enlos que hay sentados unos niños y entre ellos está  el Oficial  que pa-rece intranquilo y preocupado.  El Maestro,  que lleva gafas y, en la

. man o, tiza y un puntero, está delante de ellos.

E L M A E S T R O  al  O F I C I A L . — A   ver, tú chico, ¿puedes decirme cuántas sondos por dos?El oficial  permanece sentado en su pupitre como buscando una res-puesta que no encuentra.

EL MAESTRO.—Ponte de pie cuando te pregunte.E L O F I C I A L ,  atormentado, se levanta.— Dos — v ec es dos Vamos a

ver.. . ¡son dos dosEL MAESTRO .—¿Ah, sí? ¡Tú no has estudiado la lección

E L O F I C I A L  avergonzado.— La he estudiado y m e la sé.. . pero ¡no sé cóm odecir la

E L M A E S T R O .  — ¡Excu sas Así es que te la sabes pero no puedes d ecirla.¡Tal vez pueda ayudarte yo Le tira del pelo.

EL OFICIAL.—¡Es terrible, terribleEL MAESTRO .—Sí, lo terrible es que un chico tan mayor no tenga la

menor ambición. . .

EL OFICIAL.—Un chico  mayor,  sí, yo soy un chico mayor, mucho mayorque éstos: soy un adulto, he terminado la escuela hace muchosaños . . . - como despertando-  me ha n h e c h o do ctor. . . ¿Por qué estoyaquí? ¿Acaso no soy doctor?

EL MAESTRO .—Sí, claro, claro, pero tienes que estar aquí para ver si ma-duras, ¿sabes? ¡T ien es que madurar ¿No es cierto ?

E L O F I C I A L  llevándose las manos ala frente.—Sí, es cier to, teng o que ma-durar. . . Dos veces dos. . . son dos, y se lo voy a demostrar con la

prueba de la analogía que es la prueba más i rrefutable de todaslas prueb as ¡Escu che U n a vez un o es un o, luego dos veces dosso n dos do s ¡Porqu e lo que se ap l ica a un a deb e apl icarse a lao t r a

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EL MAESTRO.—La dem ostración es to talm en te corre cta según las leyes dela lógica, sin embargo la respuesta es inco rrec ta.

EL OFICIAL.—¡Lo que es co nfo rm e a las leyes de la lógica n o puede ser in-correc to ¡D éjem e dem ostrárselo ¡U n o dividido por uno es uno ,luego dos dividido por dos ¡son dos

EL MAESTRO .—Correctísimo según la prueba de la analogía. Pero enton-ces ¿cuántas son uno por tres?E L OF IC IAL . — ¡ S o n t r e s

EL MAESTRO.—Por consiguiente ¡dos por tres también son tresE L O F I C I A L  pensativo.— No, eso no puede ser co rre cto ... n o puede ser.. . o

también... -se  sienta, desesperado- . .. n o, ¡todav ía n o estoy m aduroEL MAESTRO

.—No, y aún te queda bastante para estarlo.. .EL OFICIAL .—Entonces ¿cuánto tiempo tengo que quedarme aquí?EL MAESTRO .—¿Cuánto tiempo... aquí? ¿Crees, pues, que el tiempo y el

espacio existen.. .? Supon que el tiempo existe, entonces podrás de-cirme qué es el tiempo. ¿Qué es el tiempo?

EL OFICIAL.—¿El tiemp o?...  -piensa-.  N o se lo puedo explicar, ¡pero yo sélo que es Por tan to puedo saber cu án tas son dos por dos ¡aunq uen o sepa dec irlo — ¿Puede usted dec ir lo que es el tiem po?

E L M A E S T R O . — ¡ C l a r o q u e p u e d o

T O D O S L O S  N I Ñ O S . — ¡ Q u e  lo digaEL MAESTRO.—¿El tiem po ? V am os a ver...  -de pie, inmóvil, apo-

yando un dedo en la nariz--  Mientras hablo corre el tiempo. Es decir¡el tiempo es algo que corre mientras hablo

U N N I Ñ O  se  levanta.— Ahora está ha blan do usted, m ientras usted ha blayo me voy corriendo . ¡Luego yo soy el tiem po Sale corriendo.

EL MAESTRO .—¡Totalmente correcto según las leyes de la lógicaEL OFICIAL.—Entonces las leyes de la lógica están locas porque Nils, el

que salió corriendo, no puede ser el tiempo.EL MAESTRO .—También completamente correcto según las leyes de la

lógica, aunque sea un despropósito.EL OFICIAL.—En tal caso, ¡la lógica es un despropósitoE L M A E S T R O  .— ¡ A sí pa rece Pero si la lógica es un despropósito, el mundo

está loco.. . y entonces ¡qué demonios hago yo aquí enseñándoles a

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ustedes locuras — S i hay alguien que inv ite a una cop a de aguar-diente, ¡podríamos ir después a bañarnos

EL OFICIAL.—¡Esto es un «posterius prius» o el mundo al revés, porque loque se suele hacer es bañarse primero y tomarse la copa después¡Vie jo ceporro

EL MAESTRO .—Usted, por muy doctor que sea, no debe ser tan inso-l e n t eEL OFICIAL.—Oficial, por favor. Soy oficial y no entiendo por qué razón

estoy aquí entre escolares y encima sufriendo sus castigos...

E L M A E S T R O  levanta el dedo.—¡Hay que madurarE L J E F E D E L A C U A R E N T E N A  entrando.— ¡Comienza la cuarentenaEL OFICIAL .—¡Ah, estás aquí ¿Puedes cree que ese m am arracho de ah í

me obliga a estar entre los alumnos de la escuela aunque soy doctor?

E L J E F E D E LA  C U A R E N T E N A . — E n t o n c e s   ¿por qué no te vas?EL OFICIAL.—¡Qué fácil es decirlo — ¿Marcharm e? ¡N o es tan fácilEL MAESTRO .—¡Eso digo yo — ¡In té n ta loE L O F I C I A L  al  J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — ¡ S á l v a m e ¡Líbrame de su mira-

d aE L J E F E D E L A   C U A R E N T E N A . — ¡ A n d a ,  ven y dé jate de tonter ías

¡Ven a bailar con nosotros. . . hay que divertirse antes de que se de-clare la peste ¡Vam os a bailar

EL OFICIAL.—¿Va a partir el bergantín?E L J E F E D E L A  C U A R E N T E N A . — S í ,  an tes zarpará el be rga ntín ¡Y,

claro, habrá sus lagrimitasEL OFICIAL .— Siempre lágrimas: ¡cua nd o l lega y cua nd o se va ¡V ám o-

n o sSalen.  El Maestro  sigue su lección en silencio.

Las criadas que estaban asomadas a la ventana del baile se retiran tris-

tes hacia el embarcadero. Después  E D I T H  que ha estado inmóvil pe-gada al piano, las sigue.

L A H I J A  ai O F I C I A L . — ¿ E s que no hay ni una persona feliz en este paraíso?EL OFICIAL.— ¡Sí, esos recién casado s ¡Esc úc ha los

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Entran los recién casados.EL ESPOSO   a  LA ESPOSA . — M i  felicidad es tan inmensa que desearía mo-

rirme...

LA E SPOSA . — M o r i r t e ¿ p o r q u é ?

EL ESPOSO .—Porque en la felicidad siempre crece la semilla de la des-

gracia. La fel icidad se consume a s í misma como la l lama — nopuede arder eternamente sino que se apaga y esta premonición delinevitable final aniquila la felicidad en su cénit.

LA ESPOSA .—Muramos, pues, los dos juntos ¡ahora mismoEL ESPOSO .—¿Morir? ¡Sí, mi vid a ¡Porqu e me da m ied o la felicidad , esa

pérfida

Van hacia el mar.

LA HIJA   ai O F I C I A L . —   ¡Q ué cruel es la vida ¡Triste de stino el de los ho m -bres ¡Qu é pena me dan

EL OFICIAL .— ¡Mira a ese que vie ne por ah í ¡Es el más env idiado detodos los mo rtales en esta localidad -EL CIEGO   entra  conducido por unlazarillo'.  Es prop ietario de estos cie n ch alés , de todas estas bah ías,playas, bosques; también son suyos los peces del agua, los pájaros delaire y la caza del bosque. Estas m il personas so n sus inquilino s y el solsale de sus mares y se pon e en sus tierras...

LA HIJA .—Bueno, ¿y él también se queja?EL OF IC IAL . — ¡ Y c o n r a z ó n , p o r q u e n o v e

EL JEFE DE LA CUARENTENA . — ¡ E s  c iegoLA HIJA .—¡C iego ¡El más envidiado de todosEL OFICIAL .—¡Viene a ver partir el bergantín en el que va su hijoEL CIEGO.—Yo no veo pero ¡oigo O igo có m o la zarpa del anc la desgarra

el barro del fond o co m o cuand o se saca un anzuelo por la bo ca del pez

¡con el corazón prendido M i hijo , mi ún ico h ijo parte a paí-ses lejanos por el ancho mar y yo sólo puedo seguirlo con mis pensa-m ientos oigo ahora chirriar la cad en a y — hay algoque ond ea y restalla com o la colada en un tend edero tal vez

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pa ñu elos hú m ed os de lágrimas y oigo sollozos y suspiros, pa rece

gente que l lora. . . me pregunto si serán las pequeñas olas que chapo-

tean contra el casco del barco o los sollozos de las chicas de la ribera

las ab an do na da s. . . las desconsoladas Preg un té un a vez a

un niño por qué era el mar salado y el niño, que tenía a su padre en

un bar co por alta mar, me di jo que porque los m arineros lloran m u ch o— ¿Y por qué lloran t an to los ma rineros? — Pues, me co nt es tó , por-

que siempre tie n en que marcharse de via je ¡Y por eso secan

siemp re los pa ñu elos en los m ásti les ¿Por qué l loran los ho m -

bres cuando están tristes?, le pregunté después — Porque a veces, me

contestó, hay que lavarse los ojos para ver con más claridad.

El bergantín ha izado las velas y se aleja deslizándose majestuosam en-te; las chicas qu e h ay en la orilla se despiden agitando los mismos pa-

ñuelos con que se secan las lágrimas. Ahora en el palo de señales se iza

la bandera del «sí», una bola roja sobre fondo blanco. Alice contesta

jubilosa agitando el pañuelo.

L A H I J A  al  O F I C I A L . — ¿ Q u é   significa esa bandera?

EL OFICIAL.—Signi f i ca «Sí» . ¡Es e l «s í» del teniente en ro jo , como lasangre roja que sale del corazón, dibujado sobre el l ienzo azul del

c i e l o

LA HIJA .—¿Y cómo es e l «No»?

EL OFICIAL .—Es azul como la sangre impura que corre por las venas. . .

¿ves lo contenta que está Al ice?

LA HIJA .—¡Y lo tr iste que está Ed ith ¡C ó m o l lora

EL CIEGO .— ¡Enc o ntrarse y separarse — ¡Separarse y en c on trars e —

¡Es la vida — ¡U n día m e en co nt ré co n su mad re ¡Y luego se fue

— M e quedó e l h i jo ; ¡ahora se va

LA HIJA .—¡Seguro que volverá

EL CIEGO .—¿Quién me habla? Yo he oído antes esta voz, en sueños, en

mi juventud, cuando empezaban las vacac iones de verano, los días

de recién casado, cuando nació mi hi jo : cada vez que la vida me son-

reía oía esa voz, como el susurro del viento del sur, como un acorde

de arpas de lo alto, tal como me imagino el coro de los ángeles en la

noc he de Navi dad . . .

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El abogado  entra, va hasta  el ciego  y le susurra algo al oído.EL C IEGO . — ¿ A h , s í ? ¡ V a y a

E L  A B O G A D O . — P u e s  ¡así es Va hasta   LA  H I JA . Ya has visto casi todo , p eroaún no has probado lo peor.

LA HIJA .—¿Y eso qué puede ser?

EL ABOGADO .—¡Las rep eticion es ¡La reitera ción ¡Volveratrás ¡Re pe tir una asignatura suspendida ¡Vu elve

LA H I JA . — ¿ A d o n d e ?

E L A B O G A D O . — ¡ A t u s d e b e r e s

LA HI JA . — Y e s o ¿ q u é e s ?

EL ABOGADO .—¡Todo lo que te horroriza To do lo que n o quieres ha cer,

pero estás obligada a hacer. Es renunciar, sacrificarse, privarse,aguantar.. . es todo lo desagradable, repelente, doloroso... .LA HIJA.—.Y ¿no hay deberes agradables?EL ABOGADO.—Se vuelven agradables una vez cumplidos...LA HIJA .—C uando ya no ex isten ¡D ebe r es, pues, lo desagra-

dable Entonces ¿qué es lo agradable?

EL ABOGADO . — L o a g r a d a b l e e s p e c a d o .LA HI JA . — ¿ P e c a d o ?

EL ABOGADO .—¡Que será castigado, sí S i he pasado un día y una n o c h eagradables, al día siguiente tengo unos remordimientos infernales ymala conciencia.

LA H I JA . — ¡ Q u é e x t r a ñ o

EL ABOGADO.—Sí, me despierto por la m añan a co n dolor de cabeza y en -tonces comienza la recapitulación, la perversa recapitulación. Demanera que todo lo que anoche era hermoso, agradable, ingeniosohoy por la mañana aparece feo, repugnante, estúpido en el recuerdo.El placer se pudre y la alegría se desmorona. Lo que los hombres lla-man éxito es siempre causa del subsiguiente fracaso. Los éxitos quecoseché en mi vida fueron mi perdición. Los hombres tienen un ho-rror instintiv o al bien estar de los otros. Les parece injusto que el des-tino te favorezca y por ta n to , para restablecer e l equilibrio, se en ca r-gan de ponerte piedras en el camino. Tener talento es peligrosísimo,porque lo más fáci l es ¡que te mueras de ha m bre S in em bargo

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EL ABOGADO .—¡Porque hoy aquí bri l la el sol , porque aquí suena la mú-

sica y hay bai le y juve ntu d ¡En to nc es siente n sus sufrimientos c o n

mayor intensidad

LA HIJA .—¡Tenemos que l iberarlos

EL ABO GADO .—¡Inténtalo ¡U n a vez vin o un l ibertador y lo crucificaron

LA HIJA .—¿Quiénes?

EL ABOGADO .—¡Todos los biempensantes

LA HIJA .—¿Y quiénes son esos biempensantes?

EL ABOGADO .—¿No sabes quiénes son los biempensantes? ¡No te preo-

cupes, los conocerás

LA HIJA .—¿Son los que te negaron el doctorado?

EL ABOGADO .—¡Sí

LA HIJA .—¡Entonces ya los conozco

1 2

Una playa en el M editerráneo. En primer término, a la izquierda, se

ve un mu ro blanco por encima del cual asoman naranjos, cargados defrutos. En el fondo, chalés y un casino con terraza. A la derecha, un

gran montón de carbón y dos carretillas. Al fondo a la derecha, se vis-

lumbra un trozo de mar azul.

Dos  Carboneros,  torso desnudo, cara,  manos y todas las partes des-

cubiertas del cuerpo negras, están sentados cada uno en su carretilla,

desesperados.La hija  y  el Abogado  en el fondo.

LA HIJA .—¡Esto es el paraíso

C A R B O N E R O  1 O .—¡Esto es el inf ierno

C A R B O N E R O  2 ° .—¡Cuarenta y ocho grados a la sombra

C A R B O N E R O  1O .— ¿Vamos a bañarnos?CARBONERO .2 o.—Nos cogerá la pol ic ía . ¡No podemos bañarnos aquí

C A R B O N E R O  1O .—¿Tampoco se puede coger fruta del árbol?

C A R B O N E R O  2 O .—¡No, te detendrá la pol i c ía

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C A R B O N E R O 1  Pues yo n o puedo trab ajar co n este calo r; ah í se queda

todo. ¡Me voy

C A R B O N E R O   2°.—¡Entonces viene la p ol i cía y te d et ien e

Pausa.  Y además te quedas sin com er. . .

C A R B O N E R O 1  — ¿S in com er? N osotros, que somos los que más

trabajamos, somos los que menos comemos; y los ricos, que no hacen

nad a, ah í los t ien es empap uzándose. ¿No crees que se po-

dría afirma r — sin faltar a la verdad — que esto es injusto ? ¿Qué dice

a esto la hija de los dioses?

LA HIJA .— ¡No ten go respuesta Pero dime, ¿qué has h ec h o

para estar tan negro y tener un destino tan duro?

C A R B O N E R O  2 O . — ¿ Q u e  qué hemos hecho? Pues haber nacido de padres

pobres y relat iv am en te malos. Ta l vez conden ados un par de veces.

L A H I J A . — ¿ C o n d e n a d o s ?

C A R B O N E R O  2 O . — S í ,  los que no han sido condenados están al l í arr iba

en e l Cas ino d i s f rut ando de cenas de ocho p la t os con buen v ino .

L A H I J A  ai A B O G A D O . — ¿ E s  esto verdad?

E L A B O G A D O . — E n l í n e a s g e n e r a l e s , s í .

LA HIJA .—¿Quieres decir que todos los hombres han merecido a lgunavez la cárcel?

E L A B O G A D O . — ¡ S í

L A H I J A . — ¿ T ú t a m b i é n ?

E L A B O G A D O . — ¡ S í

LA HIJA .—¿Y es verdad que estos desgraciados n o se pueden bañ ar aquí,

en el mar?EL ABOGADO .—Sí, ni siquiera con la ropa puesta. Sólo los que tienen la

intención de suicidarse se l ibran de la multa. Pero parece que una

vez reanimados les sacuden en la comisaría.

LA HIJA .— ¿Y n o p ued en salir y bañarse fuera del pueblo?

EL ABOGADO .—No hay una playa libre, todo está vallado.

LA HIJA .—Me refiero al mar l ibre. . .EL ABOGADO .—No hay mar ni nada l ibre, los capitalistas se lo han re-

partido.

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LA HIJA.— Hasta el mar, el inmenso mar. . .

EL ABOGADO.— ¡Todo N o puedes siquiera ir co n u n barco por el m ar y

atracar e n el s i tio más recón dito, s in que te a pu nten en un registro y

te pongan una multa. Bonito ¿verdad?

L A H I J A . — ¡ Es to n o es el paraíso

E L A B O G A D O . — ¡ Y a  lo puedes jurar

LA HIJA.— ¿Por qué no hacen nada los hombres para mejorar su s i tua-

c ión?

E L A B O G A D O . — L o  inten tan , s í, pero todos los reformad ores term inan en

la cárcel o en el manicomio. . .

LA HIJA.— ¿Quién los mete en la cárcel?

E L A B O G A D O . — L o s  biempensantes, todas las personas honradas. . .

LA HIJA .—¿Quién los m ete en e l m an icom io ?

EL A B O G A D O . — ¡ S u  propia desesperación al ver lo inútil de sus esfuerzos

L A H I J A . — ¿ Y  a nadie se le ha ocurrido pensar que, por motivos desco-

nocidos o secretos, las cosas están bien como están?

E L A B O G A D O . — ¡ S í ,  los que están en buena posic ión piensan s iempre

así

LA HIJA .—¿Que todo está bien tal com o está ?C A R B O N E R O  1 — Y sin emb argo somos noso tros los c im iento s de la so-

ciedad: si no les trajésemos carbón se apagaría la lumbre de la coci-

na, la chimenea del salón, se pararían las máquinas de las fábricas: se

apagaría la luz de las calles, la de las tiendas, la de los hogares: la os-

curidad y el frío se abatirían sobre ustedes, por eso sudamos co m o de-

m on ios para traerles el negro ca rbó n.. . ¿Y qué nos d an ustedes a cam -bio?

EL ABOGADO  a  LA   H I JA .— ¡ A y ú d a l o s —   Pausa-.  En t iendo que no

pueda haber una igualdad total para todos: pero que tenga que haber

tanta desigualdad.. .

Marido  y  Esposa  cruzan paseando el escenario.

ESPOSA.— ¿Vienes a jugar una partida?M A R I D O . — N o ,  tengo que andar un poco para ver si abro el apeti to y

puedo cenar.

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C A R B O N E R O 1  — ¿H as oído? «A bri r e l ap et i to . . .»

C A R B O N E R O   2 O . — P a r a  « p o d e r » c e n a r -

Entran  los Niños:  gritan horrorizados al ver a  ios Trabajadores Negros.

C A R B O N E R O  1 O . — ¡ G r i t a n   a l vernos G ri tan . . .

C A R B O N E R O  2 O . — ¡ J o d e r Vamos a tener que sacar los patíbu-

los y operar este cuerpo podrido.. .

C A R B O N E R O  1 O . — ¡ Joder , d igo yo tam bién ¡ Joder

E L A B O G A D O  a  LA  H I J A . — ¡ T o d o  es tá patas arr iba ¡Es una locu ra Los

hombres no son tan malos . . . s ino . . .

LA HI JA . — ¿ S i n o . . . ?

EL ABOG ADO .—Sino el s i s tema. . .

L A H I J A  sede cubriéndose la cara.— ¡Esto n o es el Pa raíso

Los  C A R B O N E R O S . — N o ,  es el infierno. ¡Esto es el infierno

13

La gruta de Fingal. Largas y lentas olas verdes baten la gruta.

En primer término, una boya de sirena pintada de rojo se balancea en

las olas aunque no producirá sonido alguno hasta que se advierta en

acotación.

Músi c a  de  los  vientos.

M úsica de las olas.

EL POETA .—¿Adónde me has traído?LA HIJA .— Lejos d el ruido y los lam en tos de los h i jos del ho m br e , a l

punto más le jano de los océanos , a esta gruta a la que l lamamos la

O re ja d e Indra, po rque se dice que aquí el señor de los c ielos escu cha

las quejas de los mortales.

EL POETA .—¿Cómo? ¿Aquí?

LA HIJA .—¿N o ves qu e esta gruta t ien e forma de caraco la? ¡C laro que love s ¿N o sabes que tu ore ja t i en e la form a de car aco la? ¡Lo sabes ,

pero n u nc a has pensado en e llo - C o g e una caracola de la playa-.  ¿No

te has l levad o de n iñ o una carac ola a la or e ja y has oído . . . e l susurro

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no alas para volarSi caminan polvorientos¿es cu lpa de elloso Tuya?

EL POETA .—Una vez oí algo así...LA HIJA .— ¡Ca lla Los vien tos siguen can tand o.

¡Nosotros, los vientos, los hijos del aire,

l levam os las quejas de los ho m bres¿Nos oías en las noches de otoño

en el cañón de la chimenea,en las portezuelas de la estufa de cerámica,en la rendija de la ventana,cuando la lluvia lloraba sobre los tejados?¿O en noches de inviernoen un pinar nevado?En el tempestuoso mar¿oías tú los lamentos y quejasen velas y jarcias?Somos nosotros, los vientos,los hijos del airelos que al atravesar el pecho del hombreaprendimos los gritos de su dolor...E n h ospitales, cam pos de batalla,y sobre todo en los cuartos de niñosdonde los recién nacidos lloran,gri tan y gimenpo r el dolo r de existir.

Somos nosotros, los vientos,

los que silbamos y gemimos.¡Ay, ay, qué desgracia ¡Pobres de no sotr os

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EL POETA.—Me parece que yo antes una vez...LA HIJA .—¡Calla ¡C an tan las olas

¡Nosotras, nosotras, las olasque acunamos a los vientos

llevándolos al descansoCunas verdes, somos nosotras, las olas,húm edas somos y saladas,nos parecemos a las llamas del fuegosomos llamas húmedas,apagando lo que arde,lavando, bañando,creando, procreando.Nosotras, nosotras, las olasque llevamos los vientos al descanso

acunándolos.

LA HIJA .—¡Olas falsas e infieles To do lo que n o se quem a en la tierra loahogan — las olas — Mira.  -Señala un montón de pecios-.  Esto es loque el mar ha robad o y destrozado lo ún ico que queda de losbarcos hund idos son los m ascaron es de proa y los nom bresJusticia, A mistad, Paz dorada, Esperanza   eso es todo lo qu equeda del Esperanza,  ¡ la pérfida esperanza ¡Bich ero s, es-cálam os, ach icad ore s Y m ira: el salvavidas ¡se salvó él ,

pero dejó que se hundiera el náufragoE L P O E T A  buscando en el montón de pecios.— Aquí está la placa co n el

nom bre del barco Justicia.  ¡Es el bar co que zarpó de B ah ía Be lla co nel h i jo del ciego ¡Se ha ido a pique ¡Y en él iba el no vio de Ali ce ,el amor sin esperanza de Edith

LA HIJA .—¿El ciego? ¿Bahía Bella? ¡Lo he tenido que soñar Y el no vio

de Alic e, la fea Ed ith, Ba hía Be lla y el Estrech o de la Vergüenza, azu-fre y fenol, la ceremonia del doctorado en la iglesia, el despacho delabogado, el cal le jón y Victoria, e l Casti l lo que crece y el of icial . . .todo eso lo he soñado...

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EL POETA .—¡Una vez escribí un poema sobre eso

LA HIJA .—Entonces sabes lo que es poesía.. .EL POETA.—Sé lo qu e son sueños... ¿qué es poesía?

LA HIJA .—No realidad, sino más que realidad.. . No soñar, sino soñardespierto.

EL POETA.—Y los hijos del hombre creen que nosotros, los poetas, sim-plemente jugamos. . . ¡ inventamos y fabulamosLA HIJA .—Y eso está muy bien, amigo mío, porque de lo contrario el

m un do , a falta de estímulo, se quedaría desierto. Todo s se tum baríana la bartola, a mirar el cielo; ¡nadie trabajaría con arado o pala,hacha o p ico

EL POETA.—Y eso lo dices tú, la hija de Indra, cuya mitad pertenece almundo de allá arribaLA HIJA .—Tienes razón en reprochármelo: he pasado demasiado tiempo

aquí abajo y me he bañado en barro tanto como tú. . . Mis pensa-mientos ya no pueden volar: barro en las alas.. . tierra en los pies.. . yyo. . .  -levanta los brazos'  me hundo, me hundo. . . ¡Ayúdame, padre,D ios de los cielos -Silencio-. ¡Ya n o oig o sus respuestas El éte r no

traslada el son ido de sus labios a la car ac ola de m i oído seh a roto el hilo de plata.. . ¡ Ay de m í, estoy atada a la tierra

EL POETA .—¿Piensas ascender... pronto?LA HIJA .—Tan pronto como haya quemado la materia. . . ¡ya que el agua

de los oc éa no s no quiere pu rificarm e ¿Por qué m e lo preguntas?

EL POETA .—Porque... tengo una oración... una súplica...LA HIJA .—Qué clase de súplica...EL POETA .—¡Una súplica de la hu m anida d al Se ño r del mundo redacta-

da por un Soña dorLA HI JA . — P a r a q u e l a p r e s e n t e . . .

EL POETA . — L a h i j a d e I n d r a . . .

LA HIJA .—¿Puedes recitar tu poema?EL POETA . — ¡ S í , c l a r o

LA HI JA . — ¡ P u e s e m p i e z a

EL POETA . — ¡ M e j o r , t ú

LA HIJA .—¿Dónde lo leo?

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EL POETA.—¡En mis pensa m ientos ¡O aquí Le da un rollo de papel.L A H I J A  coge el papel, pero recita de memoria.— Bien, lo recitaré:

«¿Por qué naces co n dolorpor qué afliges a tu madre,hijo del hombre, al regalarle

las delicias de la maternidad,la delicia de todas las delicias?¿Por qué despiertas a la vida,por qué saludas a la luzcon un grito de maldad y dolor?¿Por qué no sonríes a la vida,hi jo del hombre, cuando el don de la vidadebe ser la alegría misma?¿Por qué nacemos como los animalesnosotros de estirpe divina y humana?¡El espíritu exige otra vestimentaque esta de sangre y suciedad¿Debe cambiar los dientes la imagen de Dios?...»

Al poeta:— ¡C a lla . . . presuntuoso ¡La obra no puede criticar al m aestro

¡Aún no ha descubierto nadie el enigma de la vidaSigue  recitando.

«Y entonces comienza el largo peregrinarsobre espinas, cardos, piedras;

si alguna vez encuentras un camino de rosaste dicen inmediatamente que está prohibido;si coges una flor, ¡zasenseguida te dicen que pertenece a otro;si te cierra el camino un campo sembradoy tienes que seguir tu m arch a,

y pisas entonces el sembrado de otro,pronto habrá alguien que pisotee el tuyo¡para que así no haya difere nciaCada placer que disfrutas

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provoca pena en todos los demás,

pero tu pena no hace feliz a nadie¡porque es pena sumada a penaY así sigue el camino hasta tu muerte

¡que desgraciadamente será de otro la suerte ».

A i  poeta:

—¿Así piensas, hi jo del barro, acercarte al Altís imo?EL POETA .—¿Cómo va a encontrar, el hijo del barro, palabras tan lumi-

nosas, puras y ligeras, que puedan ascender desde la tierra...? Hija delos dioses, ¿quieres traducir nuestra queja al idioma que mejor en-

tiendan los Inmortales?LA HI JA . — ¡ S í , l o h a r é

E L P O E T A  señalando la boya.— ¿Q ué es eso que flota allí? ¿Un a boya?LA HI JA . — ¡ S í

EL POETA .—¡Parece un pulmón con una laringeLA HIJA .—Es el vigi lante del mar: cuando hay un pel igro inminente,

canta .E L P O E T A . — A  m í m e parece qu e el mar está subiend o y las olas arre-cian. . .

LA HIJA .—¡N o pienso yo otra cosaEL POETA .—¡Horror ¿Qu é veo all í? — ¡U n barc o.. . ju n to a los arreci-

fesLA HIJA .—¿Qué barco puede ser?EL POETA .—Creo que es el barco Fantasma.LA HIJA .—¿Qué barco es ese?EL POETA . — E l d e l H o l a n d é s e r r a n t e .

LA HIJA .—¿Ése? ¿Por qué se le cas tiga c o n tan ta dureza y por qué no de-sembarca?

EL POETA .—¡Porque tuvo siete esposas infielesLA HIJA . — ¿ P o r e s o h a y q u e c a s t i g a r l o ?

EL POETA.—¡ S í Tod os los bienp ensan tes lo co nd en aron .. .LA HIJA .— ¡Extrañ o m und o ¿C óm o puede ser l iberado de esa

condena?

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EL POETA .— ¡Ahora gritan porque va n a m orir ¡G ritan cuan do na ce n ygri tan cuando mueren

Las olas siguen subiendo y amenazan ahogarlos en la gruta.LA HIJA .—Si estuviera segura de que es un barco...EL POETA.—En verdad... no creo que sea un barco... es una casa de dos

pisos, rodeada de árboles. . . y la torre del teléfono.. . una torre quellega hasta las nu bes . . . Es la moderna torre de Bab el que en vía m en-sajes ha cia lo alto — para com un icar a las Altura s. . .

LA HIJA .—El pensamiento humano no necesita hilos de metal para tras-ladarse la voz del piadoso atraviesa los m un do s... D ecid i-damente no es la torre de Babel , porque si quieres asaltar el c ielo

¡hazlo con tus plegariasEL POETA.—No, no es una casa... ni una torre de teléfonos... ¿no lo ves?

LA H I JA . — ¿ Q u é v e s t ú ?

EL POETA.—Veo un campo cubierto de nieve, un campo de maniobrasel sol invernal brilla detrás de la iglesia que hay en una colina

y la torre pr oy ecta su larga somb ra sobre la niev e U n pe lotó nde soldados viene desfilando por la llanura; marchan sobre la torre,llegan a la aguja y ahora están pisando la cruz y yo me imagino que elprimero que pise el gallo morirá... se están acercando... el cabo que vaen cabeza... Oh, una nube cruza el cielo, tapa el sol... y todo se desva-n ec e ... ¡el agua de la nube apagó el fuego del sol — La luz del sol creóla oscura imag en de la torre y la oscuridad de las nubes a niq uiló la os-cura imagen de la torre

Durante el parlamento precedente el escenario se ha transforma en el

callejón del teatro.

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L A H I J A . — ¡O los sueñ os

E L P O E T A . — ¡ O l a p o e s í a

Entran   E L R E C T O R D E L A U N I V E R S I D A D  y  L O S D E C A N O S .DE LA S F A C U L -

T A D E S DE T E O L O G Í A , F IL O S O F Í A , M E D I C I N A Y D E R E C H O .

EL R E C T O R DE LA U N I V E R S I D A D . — L o  que nos trae aquí es el asunto de lapuerta, claro. ¿Qué opina el decano de la facultad de Teología?

D E C A N O D E T E O L O G Í A . — Y o  no opino, yo creo... Credo...D E C A N O DE F I L O S O F Í A . — Y o  considero...D E C A N O DE M E D I C I N A . — Y o s é . . .

D E C A N O DE D E R E C H O . — Y o ,  mientras no tenga pruebas y testigos, dudo.

E L. R E C T O R ,  aparte.—¡Ahora éstos van a volve r a pelearse Enprimer lugar ¿qué piensa el teólogo?

D E C A N O DE T E O L O G Í A . — Y o  creo que esta puerta no debe abrirse ya queoculta verdades peligrosas...

D E C A N O DE F I L O S O F Í A . — L a  verdad nunca es peligrosa.D E C A N O DE M E D I C I N A . — ¿ Q u é  es la Verdad?D E C A N O DE D E R E C H O . — L O   que se puede probar con dos testigos.D E C A N O DE T E O L O G Í A . — ¡ C o n  dos falsos-testigos, un abogado sin escrú-

pulos puede probar— todo

D E C A N O DE F I L O S O F Í A . — L a  verdad es sabidu ría y la sabiduría es la e sen-ci a m ism a de la filosofía.. . La filosofía es la cien cia de las cien cias, elsaber del saber, ¡y todas las demás ciencias son servidoras de la filo-

sofíaD E C A N O DE M E D I C I N A . — L a  única ciencia son las ciencias naturales. ¡La

fi loso fía no es cie nc ia ¡Son puras elucu bracion es vacíasD E C A N O DE T E O L O G Í A . — ¡ B r a v o

D E C A N O D E F I L O S O F Í A  aldeTeobgía.— ¿Tú dices Bravo? ¡No sabes lo quedices ¡Tú , el enem igo jurado de toda cie nc ia T ú, la antino m ia del

saber, tú no eres más que ignorancia y tinieblas.. .D E C A N O DE M E D I C I N A . — ¡ B r a v o

D E C A N O D E T E O L O G Í A   ai de M edicina.— ¿Tú .dices Bravo? Tú , que n o vesm ás allá de tus na rice s y eso co n lupa ¡T ú , que sólo crees en tus

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LA HIJA .—¡Pobre juventud

DECANO DE DERECHO . — ¡ C o m p a d e c e  a la juventud, eso es acusarnos anoso tros R ec to r M agnífico ¡ tom e medidas legales con tra ella

LA HIJA .— ¡Sí, os acuso a todos, a todos en gen eral, de sembrar la duda yla discordia en la mente de los jóvenes

DECANO DE DERECHO . — ¡ E s c u c h e n  bien, es ella la que siembra entre losjóvenes dudas sobre nuestra autoridad y luego ¡nos acusa a nosotrosde sembrar la duda Yo preg un to a los bien pe nsa nte s, a todo s losbienpensantes, ¿no es esto una acción criminal?

TODOS LOS BIENPENSANTES .—¡Es  una acción cr iminalDECANO DE DERECHO . — ¡ L a s  personas b ienpensantes te han condena-

do — ¡Ve te en paz co n tus gan ancias En otro caso...LA HIJA .— ¿Mis ganancias? — ¿En otro caso? E n otro caso, ¿qué?DECANO DE DERECHO . — ¡ S e r á s  lapidadaEL POETA . — ¡ O c r u c i f i c a d a

LA HIJA .—¡M e voy ¡Ven conm igo y te diré el enigm aEL POETA . — ¿ Q u é e n i g m a ?

LA HIJA .—¿Qué quería decir aquél con lo de «mis ganancias»  ?EL POETA .—Seguramente nada. Es lo que l lamamos hablar por no ca-

llar. Vacuidad.LA HIJA .— ¡Pues a m í me ofendió profundam ente

EL POETA . — ¡Para eso lo di jo ¡A sí son los hom bres

•  •

TODOS LOS BIENPENSANTES . — ¡ V i v a ¡Han abierto la puertaEL RECTOR.—¿Qué se ocultaba detrás de la puerta?EL CRISTALERO . — Y o  no veo nada.EL RECTOR.— E l  no ve nada, claro, ¡no me extraña — •— ¡Decanos

¿Qué se ocultaba detrás de la puerta?DECANO DE TEOLOG ÍA . — ¡ N a d a Esa es la solución al enigma del

m un do En el princ ipio D ios cre ó el c ie lo y la t ierra-dela nada.

DECANO DE F ILOSOFÍA . — D e  la nada sale la nada.DECANO DE MEDICINA . — ¡ F i l f a ¡Es.la nada

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DECANO DE DERECHO . — ¡ Y o  dudo . . . Aquí se ha producido una estafa.¡Les pido a tod os los bienp ensa ntes..' . .

LA HIJA  ai  P O E T A . — ¿ Y  quiénes son esos bienpensantes?EL POETÁ .—Buena pregunta, que la conteste quien lo sepa. General-

mente todos los bienpensantes son ,una sola persona. Hoy somos yo

y los míos, m añ an a tú y los tuyos. Es com o un títu lo qu e se da o, m ásbien, somos nosotros los que nos damos el nombre.TODOS LOS BIENPENSANTES . — ¡ N o s   han engañadoE L RE CTOR . — ¿ Q u i é n l o s h a e n g a ñ a d o ?

TODOS LOS BIENPENSANTES . — L a  hija de Indra.EL RECTOR .—¿Tiene la hija de Indra la amabilidad de explicarnos qué

pretendía con la apertura de esta puerta?LA HIJA . — ¡N o, am igos m íos ¡Si lo dijese, no me ibais a cre erDECANO DE MEDICINA . — ¡ A h í  no hay nadaLA HIJA .—¡Tú lo has dich o ¡Pero n o lo has enten did oDECANO DE MEDICINA . — ¡ L o  que dice son tonteríasT O D O S . —   ¡FilfaLA HIJA  al  P O E T A . — ¡ Q u e  pena me dan los hombresEL POETA.—¿Lo dices en serio?LA HIJA .—¡Siempre hablo en serioEL POETA .—¿También te dan pena los bienpensantes?LA HI JA . — T a l v e z l o s q u e m á s .

EL POETA.—¿Y los decanos de las cuatro facultades?LA HIJA .—También, y ellos en particular. Cuatro cabezas, cuatro senti-

dos, en un solo cuerpo. ¿Quién ha creado ese monstruo?T O D O S . — ¡ N o c o n t e s t a

E L R E C T O R . — E n t o n c e s ¡ p e g a d l e

LA H I JA . — ¡ H e c o n t e s t a d o

EL RECTOR.—¿Habéis oído? ¡Ha contestado

TODOS.—¡Pegadle ¡Ha con testado

LA H I JA . — D a  igual, con teste o n o con teste, ¡pegadle A POETA

V en , Visiona rio, ven conm igo — lejos de aquí — te revelaré el enig-ma — pero en el desierto, al l í donde no nos oiga nadie, donde nonos vea nad ie. Porque -

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LA HI JA . — ¿ C ó m o e s e s o ?

EL POETA.—Tuve un padre que había depositado en mí, su único hi jo,todas sus esperanzas para que con tinu ase sus ne go cios. . . M e esc ap éde la escuela de co m er cio . . . M i padre mu rió del disgusto. M i m adrequería que fuese rel igioso. . . yo no tenía vocación para serlo. . . Me

repudió. . . Tenía un amigo que me apoyó en los duros t iempos denecesidad. . . Este amigo se comportaba como un t irano con aque-llos de los que yo ha bla ba b ien y apreciaba. ¡A sí es que tuve qu e re-chazar a mi amigo y be ne fac tor para salvar mi alma A p artir de e n-tonces ya no he tenido paz: la gente me l lama infame y canal la yno me s irve de nada que la co nc ien cia me diga «Has he ch o bie n» ,

porque un m om en to después me dice «Has h ec h o ma l» ¡A sí es lavidaLA HIJA .—¡Ven conmigo al DesiertoEL ABOGADO . — ¡ T u h i j o

L A H I J A  refiriéndose a todos los presentes.—¡He aqu í a mis hi jo s D e un oen uno son buenos, pero cuando se juntan comienzan a pelearse yse conv ierten en dem onios ¡Adiós

15

Delante del Castillo; el mismo decorado que en la primera escena.Pero ahora, delante del Castillo, la tierra está cubierta de flores azu-

les de acónito. En el tejado del Castilb, cerca de la claraboya, se ve elcapullo de un crisantemo a punto de abrirse. L as ventanas del.Casti-llo están iluminadas desde el interior, por velas.

LA HIJA .—Nó está le jos el momento en que, con la ayuda del fuego,vuelva" a ascend er al éter .. . Es lo que llam áis m orir y que v eis ace r-carse con miedo.

EL POETA.—¡El miedo a lo desconocidoLA HI JA . — ¡ Q u e c o n o c é i s

EL POETA . — ¿ Q u i é n l o c o n o c e ?

LA HIJA .—¡Tod os ¿Por qué no creéis en vuestros profetas?

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pensamiento aéreo y luminoso, preso en esos laberintos de grasa. Tú

has visto u n cere bro ¿verdad? ., qué c ircun vo lucion es. . . qué send eros

tan tortuosos. . .

EL POETA .—Sí , ¡por eso los bienpensantes piensan siempre torc ido

LA HIJA .—Qué malvado, s iempre igual de malo , pero ¡as í so is todos

EL POETA .—¿Es que se puede ser otra cosa?

LA HIJA .—Ahora me qui to pr imero e l polvo de los p ies . . . l a t i erra , e l

barro. . .  Se quita los zapatos y los echa al fuego.

L A P O R T E R A  entra y echa su chai al fuego.—¿Tal vez pueda quem ar yo tam -

b i én m i c ha i ?  Sale.

E L O F I C I A L  entra.—Y yo mis rosas, a las qu e ya n o les que dan más queespinas.  Sale.

E L C A R T E L E R O   entra .—Puedo echar los carte les , pero e l sa labre , ¡eso

n u n c a Sale.

E L C R I S T A L E R O   entra.—¿El diam an te co n e l que abrí la puerta? A d iós .

Sale.

E L A B O G A D O   entr a.— La s actas de l gran proceso que tuvo co m o asunto elsexo de los ángeles o la disminución de caudal de las fuentes del

G a n g e s .  Sale.

E L J E F E D E LA C U A R E N T E N A  en t ra .— Mi peq ueña c ontr i buc i ón : es ta m ás-

cara que me convirt ió en negro contra mi voluntad.  Sale.

V I C T O R I A  entra.—¡Mi bel leza, mi pe na Sale.

E D I T H

  en t ra .— ¡M i fea ldad , m i pe na Sale.E L C I E G O  entra y pone la man o en el fuego.—¡Doy la m an o por m i o jo

Sale.

Don juan  entra en silla de ruedas, emp ujada por  Ella  y el  Amigo.

DON JUAN .—¡Deprisa, deprisa, que la vida es breve Sale con los otros.

EL POETA .—He leído que cuando la vida se acerca a su f in, todo y todos

pasan como en un desfi le. . . ¿Es este el f in?

LA HI JA . — S í , ¡ e l m í o ¡ A d i ó s

EL POETA .—¡Dime alguna palabra de despedida

LA HIJA .— ¡No , n o pue do ¿Crees qu e vuestras palabras pueden expresar

nuestros pensamientos?

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E L T E Ó L O G O  entra furioso.—  Dios me ha desautorizado, los hom bres mepersiguen, el gob ierno m e ha aban don ado y m is colegas se burlan de

m í. ¿Có m o voy a creer cuand o no cree nadie? ¿Cóm o voya defender a un Dios que no defiende a los suyos? ¡Filfa Arroja unlibro al fuego y sale.

E L P O E T A  sacando  el libro del fuego.—   ¿Sabes lo que es? — U n Martirolo-gio, un calendario con un mártir para cada día del año.

LA H I JA : — ¿ U n m á r t i r ?

EL POETA.—Sí, uno que se deja torturar y matar por su fe. ¡Ya me diráspor qué

LA HIJA .—¿Crees que todos los que son torturados sufren y todos a los

que m atan sien ten d olor? El sufrimiento es red en ció n y la muerte, li-beración.

K R I S T I N  entra  con unas tiras de papel engomado.— Yo pego y pego y sigopegando hasta que no quede nada por pegar...

EL POETA.—Y si se abriera el cielo tratarías de pegar la grieta...KRISTIN .—¿No hay ventanas interiores en el castillo?

E L P OE TA . — ¡ N o , n o l a s h a yK R I S T I N . — P u e s e n t o n c e s ¡ m e v o y

L A H I J A . —

Se acerca el final, se aproxima la hora de la despedida¡Ad iós ¡H ijo del hom bre, soñador,tú, poeta, que entiendes la vida mejor que nadie,

vuelas con tus alas sobre el mundoa veces desciendes hasta la tierrapara rozarla no para quedar atrapado en ella

Ahora que me voy.. . en este momento del adiósal tener que separarnos de un amigo, de un lugar¡cómo se intensifica la nostalgia por lo que se ha amado...y el arrepe ntim iento por los daños causado s...Oh, ahora siento todo el dolor de la existencia,

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esto es, pues, ser ho m bre —

Uno echa en fal ta hasta lo que no apreciaba

Uno se arrepiente hasta de faltas no cometidasUno quiere marcharse y sin embargo quedarse

El corazón se escinde en dos mitadesque se ven arrastradas en direcciones contrarias,los sentimientos son desgarrados como entre dos caballosque tiran en direcciones opuestaspor contradicciones, conflictos, indecisiones.

¡A dió s D i a tus herm anos que los recordaréall í don de vaya y que, en tu nom bre,llevaré sus quejas hasta el trono.Porque

¡qué triste destino el de los hom bres ¡Qu é pena d an¡Adiós

Entra en el castillo. Se oye música. El castillo arde y su resplandormu estra sobre el fondo una pared con rostros hum anos perplejos, tris-tes ,  desesperados... Cuando el castillo arde el capulb de la flor que

hay en el tejado estalla en un inmenso crisantemo.

T LÓN

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[Prólogo de 1 9 6 ]

El telón de fondo representa unas formaciones de nubes que parecenmontes pizarrosos con castillos y fortificaciones en ruinas.Se ven las constelaciones Leo, Virgo y Libra y entre ellas brilla es-

plendoroso el planeta Júpiter.La hija de Indra  está de.pie en la nube más alta.

L A V O Z D E I N D R A  desde arriba.— ¿Dónde estás, h i ja m ía, dónde?L A H I J A D E  I N D R A . — ¡ A q u í ,  padre, aquíLA   voz.—Te has perdido, hi ja mía,

ten cuidado, te estás hundiendo...¿Cómo has ido a parar ahí?LA HIJA .—Seguí la estela del relámpago en el alto Eter

y me de jé llevar por una n u b e -Pero la nube descendió y ahora sigue su descenso...Dime, excelso padre, Indra, ¿a qué regioneshe venido a parar? ¿Por qué es tan difícil respiraren esta atmósfera sofocante?

LA   voz.—Has dejado el segundo mundo y has entrado en el tercero.Te has alejado de Cukra, la estrella de la mañana,y te.  vas acercando a la atmósfera de la Tierra.Toma como referencia la séptima morada del Sol , se l lama Libra,allí está la estrella del día en el equinocio de otoñocuand o el día y la n o ch e pesan lo m ismo...

LA HIJA .—H as me nc ion ad o la Tierra, ¿es ese mundooscuro y pesado iluminado por la luna?

LA  v oz.— Es la más densa y pesadade las esferas que vagan por el espacio.

LA HIJA .—Dime, ¿allí nunca luce el sol?

LA   voz.—Claro que luce, pero no siempre.. .LA HIJA .—Se está abriendo la nube

y ahora veo ha sta allá a bajo . . .LA   voz.—¿Qué ves, hi ja mía?

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LA HIJA .—Veo. . . que todo es hermoso. . . verdes bosques,

aguas azules, blancas montañas y campos amarillos. . .

LA   voz . —Sí , e s muy hermoso , "

como todo lo creado por Brahma. . .

Pero antes fue mucho más hermoso,

en el inicio de los t iempos; pero algo pasó,una modificación en la órbita; quizá otra cosa,

una revuelta, seguida de crímenes, que tuvo que ser aplastada. . .

LA HIJA .—Y oigo sonidos que vienen de allá abajo. . .

¿Qué clase de seres viven allá?

LA   voz.—Baja y verás . . . no quiero

calumniar a los hi jos del Creador,pero lo que oyes desde aquí es su idioma.

LA. HI JA .—Suena como. . . no suena muy alegre.

LA VOZ .—¡Así es Su idioma

se l lam a Qu eja . ¡S í , s í Los que hab itan la Tierr a son

unas gen tes insatisfec has y desagradecidas. ..

LA H IJA.— ¡N o digas eso A ho ra oigo gritos de júb ilo,disparos y estrue nd o, ve o el resplandor de relámpag os,

doblan las campanas, se encienden fuegos

y miles y miles de voces cantan su alabanza y agradecimiento al

cielo. . .

Los juzgas con demasiada dureza, oh padre.. .

LA VOZ .—D esciende, observa y escuch a.

Ya me dirás cuando regreses si sus quejas y llantos

están justificados. . .

LA HIJA .—Lo haré, padre, pero ¡ven conmigo

LA  voz.—No, yo no puedo respirar al lá abajo.

LA HIJA .—La nube se hunde, hace un calor sofocante, me ahogo. . .

No es aire lo que respiro, sino humo y agua.. .

Es tan pesado, me arrastra hacia abajo, hacia abajo

y ahora noto c laramente su bamboleo,

el tercer mundo no es, pues, el mejor. . .

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LA VOZ .—Desde luego no es el mejor, pero tampoco el peor.Se l lama Polvo, gira como todos los otrosy por esos sus gen tes a veces and an mareadasen ese territorio impreciso entre locura y desvarío —.Ten valor, hija mía, es sólo una prueba.

LA HI JA  de rodillas, cuando la nube se hunde.—¡Me hundo

2 0 0 5 © D e l a t r a d u c c i ó n a l c a s t e l l a n o

F r a n c i s c o J . U r i z