el sendero americano

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20 SOCIEDAD POR: DANIELA ROSSI (DESDE COLOMBIA) – FOTOS: ÁNGEL COLINA / RUTA QUETZAL BBVA Durante más de un mes, 234 chicos de 51 países formaron parte de la Ruta Quetzal BBVA por Colombia. 7 DÍAS participó de esta aventura, a través de selvas, ríos, montañas y pueblos cargados de historia y cultura. EL SENDERO

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Durante más de un mes, 234 chicos de 51 países formaron parte de la Ruta Quetzal BBVA por Colombia. Cronica de la aventura a través de selvas, ríos, montañas y pueblos cargados de historia y cultura.

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sociedad

Por: Daniela rossi (DesDe Colombia) – Fotos: Ángel Colina / ruta Quetzal bbVa

Durante más de un mes, 234 chicos de 51 países formaron parte de la Ruta Quetzal BBVA por Colombia. 7 DÍAS participó de esta aventura, a través de selvas, ríos, montañas y pueblos cargados de historia y cultura.

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Vamos, con esperanza, con ilusión de un nuevo día”. La voz del jefe de cam-pamento sale del megá-fono con el cielo apenas

amanecido. Los cierres de las carpas se abren, las piernas se estiran. La noche de Barranquilla se pasó adentro de una bolsa de dormir, suspendidos en una hamaca, en medio de un bosque. Con la luna de guar-diana, como en todas las otras. Hace quince días que 234 chicos de 51 países dejaron la comodidad de su habitación para cambiar-la por esta pequeña ciudad itinerante, la Ruta Quetzal BBVA, que este año llegó por primera vez a Colombia tras los pasos del botánico José Celestino Mutis, como parte de “La Real Expedición Botánica del Nue-vo Reyno de Granada”, y que desde su co-mienzo en 1979 recorrió casi todos los paí-ses de América. Los chicos, de 16 y 17 años,

cambiaron una clase en un aula por una en la selva, la comida casera por una vianda, cama por bolsa de dormir. Cambiaron la rutina por 36 días de aventuras.

La tarde cae en el Parque Nacional Ta-yrona, ese extremo de continente en el que la selva se asoma al océano. El ritmo de la caminata divide a los chicos en quetzales, águilas y yaguares. Los más lentos salen primero, y llegarán casi al mismo tiempo que los últimos. Mover los pies durante 20 kilómetros sobre piedras, lianas y la arena del mar Caribe no es fácil. Pero la voluntad y las ganas de acercarse a la cultura kogui los empujan. Cargados con sus mochilas, exhaustos después de haber subido a Pue-blito, dos chicos discuten respecto de Fe-derico García Lorca. Hablan de su niñez, su obra, su legado. Llevan varios pasos así y seguirán otro rato. Tienen 17 años pero el conocimiento de muchos más. Iria, na-

cida en León, España, está parada en uno de los patios de la Quinta San Pedro Ale-jandrino, donde Bolívar vivió sus últimos días, en las afueras de Santa Marta. Con una mano sostiene su cuaderno, con la otra acompaña el lápiz: se propuso retratar a cada una de sus compañeras de grupo. La sesión de dibujo la irrumpe Gonzalo con un pedido. Su madre cumple años al día siguiente y le gustaría grabar en grupo su tema preferido de The Police para que la sorprenda en su casa de Valencia. Los días -y las noches- en la ruta trascurren entre las tertulias literarias que coordina Zoilo, los ensayos del coro que comanda Borja, la dulzaina y el redoblante que hacen sonar Tonet y Salvador, las eternas charlas que envuelven a un irlandés con una paname-ña, una china de perfecto español con una costarricense. Todos tienen algo que con-tarse. Y algo que escuchar.

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el camino colombiano empezó por cali, siguió en el triángulo cafetero y desembocó en el valle del rio magdalena. aracataca, el caribe y bogotá cerraron la travesía en la que participaron siete argentinos.

COMPARTIR. “Conocés muchas cul-turas juntas, aprendés palabras nuevas, costumbres, hacés amigos”. A la vera del río Magdalena los siete argentinos que viajaron a la expedición conversan de sus días en el calor colombiano, intentan pasar a palabras lo que viven cada día. Tomás Ca-brera, Ian Enríquez, María Sol Kindt, Nora Mastrobono, María Belén Morán, Lucía Manassero y Rodrigo Rubio se reunieron primero en Buenos Aires; de ahí viajaron a España, en donde se sumaron al resto de los expedicionarios, y volaron a Cali, el pri-mer destino de la aventura. Nacieron entre 1994 y 1995 y sus proyectos fueron elegidos por un jurado integrado por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, la Embajada de España y BBVA Francés, que apoya esta propuesta en línea con su Programa Becas de Integración. El resto de los chicos los cargan, cuentan los argentinos, porque a pesar de estar en dife-

las caminatas son parte de la

tradición rutera de esfuerzo, aprendizaje y

solidaridad de grupo.

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rentes grupos, aprovechan cada momento que pueden para armar una reunión albi-celeste. El mate lo trajeron pero aún no lo presentaron en sociedad: es difícil coor-dinar un rato libre con disponibilidad de agua caliente, termo y yerba.

“Me encantó el mar. Abrías la carpa y tenías cangrejos, iguanas”, cuenta Rodri-go Rubio, tucumano, emocionado por un paisaje tan diferente al que está acostum-brado, cuando el campamento se recostó sobre la arena blanca del Caribe. Para él, la vegetación frondosa no fue llamativa, pero sí la zona costera. El camino colom-biano empezó en el sur, con visitas a Cali, Rancho California e Ibagué. Después llegó el turno del triángulo cafetero, en los culti-vos de Salento, La Tebaida y Montenegro, las haciendas de Tolima y el bosque de canelos de San Sebastián de Mariquita. El camino por el valle del Magdalena, el cur-so de agua que atraviesa de sur a norte al país, terminó en Aracataca, el Macondo de Gabriel García Márquez. La bolivariana Santa Marta impregnó de historia la para-

da: Samuth Duarte Alves Pereira, brasile-ño de Goiás, no conocía tantos detalles del libertador. Después de una conferencia los comparte con dos europeos, mientras aporta una cuota de datos históricos de su país. “De cada uno de nosotros aprende-mos algo”, cuenta, y dice que lo que más aprendió fueron “palabras nuevas, para poder comunicarme sin problemas con todos”. Todos en la ruta deben hablar en español, y con los días las barreras idio-máticas se superan.

EXPERIENCIAS. “Lo más duro fue poder terminar las caminatas cuando el agua de las cantimploras ya se había terminado”, cuentan Ian y Tomás. “Las picaduras en Santa Ana y el Río Magdalena fueron dolorosas”, dicen las chicas. “Comer, dormir, bañarme en mi ducha, comer comida casera”. En ese orden ubican los argentinos las prioridades cuando pasen la puerta de su casa, dejen las mochilas, se saquen los borcegos y vuelvan a su vida “normal”. Sueñan, en unos años, con

convertirse en monitores, esos líderes de grupo que los acompañan todo el día. En su mayoría esos jóvenes -todos españoles- fueron “ruteros” en su momento y soñaron lo mismo. Incluso, el jefe de campamento empezó su camino como monitor: a los 23 años, fue el responsable del grupo 14 en la travesía por la selva del Orinoco, en Venezuela. “Me fascinó América, Miguel nos inoculó este cariño por el continente. La ruta une lazos, hace convivir a diferentes pueblos, se conocen experiencias y vidas. Tengo la misma ilusión que cuando comencé: poder aportar algo a la vida de los jóvenes que en unos años tendrán el poder de hacer algo positivo por los demás”, cuenta Jesús Luna, jefe del campamento.

Miguel de la Quadra-Salcedo Gayarre fue quien ideó cada una de las 26 rutas anteriores, que comenzaron al navegar en Amazonas y que pasaron por la Argen-tina en 1994, como parte de la expedición al mundo guaraní. “Van a vivir una expe-riencia única que supondrá un antes y un después en vuestras vidas y que nunca

las bases para participar de la

edición 2013 de ruta Quetzal bbVa se

publicarán en www.oficinacultural.

org.ar

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podrán olvidar”, es el mensaje que repite ante cada contingente juvenil que parte a su viaje “iniciático”.

La colonial Cartagena de Indias ofreció sus cuentos de fuertes, invasiones y resis-tencia, y en uno de sus patios sonaron las anécdotas familiares de “Gabo” de boca de su hermano Jaime. San Basilio de Palen-que, pueblo fundado a algunos kilómetros por los esclavos que lograban huir de esa ciudad mostró su cultura africana, ha-bló su lengua palenquera e hizo sonar los tambores para bailar el mapalé, elementos que la convirtieron en 2008 en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Bo-gotá, verde y agitada, compartió su centro histórico, su museo del oro y su jardín bo-tánico, que lleva el nombre de Mutis. Los 234 chicos partieron desde allí, la capital colombiana, hacia España, para completar el camino, del que volverán a sus países, sus pueblos, sus casas, con ciento de histo-rias del mundo para contar y la certeza de que toda la vida se es “rutero”.

miguel de la quadra-salcedo gayarre ideó cada una de las 26 rutas anteriores, que comenzaron al navegar el amazonas y que pasaron por la argentina en 1994.

en los más de 2 mil kilómetros Que la ruta recorrió

en colombia se combinaron

naturaleza, historia y cultura.