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EL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN, UN DON PARA EL ENCUENTRO CON DIOS EDWIN RUIZ MONTES, CSV PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE TEOLOGÍA BOGOTÁ, D.C. 2013

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EL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN, UN DON PARA EL ENCUENTRO

CON DIOS

EDWIN RUIZ MONTES, CSV

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE TEOLOGÍA BOGOTÁ, D.C.

2013

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EL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN, UN DON PARA EL ENCUENTRO

CON DIOS

EDWIN RUIZ MONTES, CSV

Tesis de grado para optar por el título de

Teólogo

Director, FRAY HÉCTOR EDUARDO LUGO GARCÍA, O.F.M

Doctor en teología sistemática y en Historia

comparada de las religiones

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE TEOLOGÍA BOGOTÁ, D.C.

2013

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Nota de aceptación:

__________________________________

__________________________________

__________________________________

__________________________________

__________________________________

Firma del presidente del jurado

__________________________________

Firma del jurado

__________________________________

Firma del jurado

Bogotá, D.C, Septiembre de 2013

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DEDICATORIA

Al Señor Jesús, Maestro que permanece ayer, hoy y siempre en todo mi

ser y además me amina a diario a avanzar en mi vida consagrada a dar un paso adelante en el deseo de consagrarle mi vida, al servicio de los

demás en el ministerio ordenado.

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AGRADECIMIENTOS

A Dios por haberme regalado la vida; hasta el día de hoy; por haberme llamado a la fe; por haberme mostrado el camino de la vida consagrada

en la Congregación de los Clérigos de San Viator y por hacer surgir en

mi interior el gusto por la Teología y por la docencia.

Gracias a la Congregación de los Clérigos de San Viator que me acogió en su seno, me preparó en el campo espiritual, intelectual, comunitario

y pastoral.

Igualmente agradezco a mis Padres Custodio Ruiz y Margarita Montes, quienes me educaron en la fe y en los valores de la Iglesia Católica, ya

que gracias a ellos me he formado como cristiano, hombre y religioso; también a mis hermanos, familiares y amigos que han estado siempre

apoyándome de manera incondicional y solidaria.

Gracias a la Pontificia Universidad Javeriana, y especialmente a los responsables del área de pregrados, por haberme dado la oportunidad

de presentar este proyecto de investigación, recibiendo de ellos la

aprobación y por brindarme los medios para llevarla a feliz término.

Gracias al Fray Héctor Eduardo Lugo García, o.f.m, director de esta tesis de grado, por su calidad humana, cristiana y religiosa profesional; por

sus acertadas orientaciones y sugerencias, así como por las correcciones realizadas oportunamente a la presente investigación.

Gracias, finalmente, a todas las personas que con su apoyo espiritual y

sus propuestas académicas, me fortalecieron para salir adelante con esta investigación.

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Tabla de Contenido INTRODUCCIÓN ................................................................................................................................. 10

SIGLAS................................................................................................................................................ 15

CAPÍTULO I ........................................................................................................................................ 17

LA CONVERSIÓN COMO CAMINO PARA EL ENCUENTRO CON DIOS ................................................. 17

1. CONVERSIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO ............................................................................... 17

1.1. Los profetas ................................................................................................................................ 20

1.2. Amós ........................................................................................................................................... 21

1.3. Isaías ........................................................................................................................................... 21

1.4. Jeremías ...................................................................................................................................... 22

1.5. Ezequiel ...................................................................................................................................... 22

1.6. Los salmos .................................................................................................................................. 22

2. CONVERSIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO ................................................................................... 23

2.1. Juan Bautista .............................................................................................................................. 24

2.2. Jesús y el Reino de Dios .............................................................................................................. 25

2.3. Jesús y los pecadores ................................................................................................................. 26

2.4. Los evangelios y la llamada a la conversión ............................................................................... 28

2.5. Jesús y las parábolas de la misericordia ..................................................................................... 31

2.6. La conversión en la comunidad primitiva. ................................................................................. 32

2.7. La conversión en San Pablo. ....................................................................................................... 33

3. LOS ENCUENTROS CON EL SEÑOR EN EL NUEVO TESTAMENTO .................................................. 36

3.1. La Samaritana ............................................................................................................................. 37

3.2. Zaqueo ........................................................................................................................................ 41

3.3. La mujer adúltera ....................................................................................................................... 44

3.4. El hijo pródigo ............................................................................................................................ 46

CAPÍTULO II ....................................................................................................................................... 52

EL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN EN LA EXPERIENCIA CRISTIANA ............................................ 52

1. EL DRAMA DEL PECADO EN LA HISTORIA ...................................................................................... 52

1.1. Pecado humano frente a la ley y la alianza ................................................................................ 53

2. PECADO EN EL NUEVO TESTAMENTO ........................................................................................... 56

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2.1. El Pecado humano en los Sinópticos .......................................................................................... 56

2.2. El pecado humano en el evangelio de Juan ............................................................................... 59

2.3. El Pecado en los escritos de San Pablo ....................................................................................... 60

2.4. El pecado en los Hechos de los Apóstoles.................................................................................. 62

2.5. El pecado en la Carta a los Hebreos ........................................................................................... 63

2.6. El pecado en la Carta de Santiago .............................................................................................. 63

3. EL CONCEPTO DE PECADO EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA ........................................................ 64

3.1. Concilios de Trento y Vaticano II ................................................................................................ 64

4. SÍNTESIS DE PECADO ..................................................................................................................... 66

5. EL ARREPENTIMIENTO HUMANO .................................................................................................. 68

5.1. Definición de arrepentimiento ................................................................................................... 68

5.2. Arrepentimiento en la Sagrada Escritura ................................................................................... 69

5.3. El arrepentimiento en la reflexión actual ................................................................................... 71

6. REFLEXIÓN TEOLÓGICA DEL ARREPENTIMIENTO .......................................................................... 72

6.1. La vuelta atrás ............................................................................................................................ 72

6.2. El penitente y el arrepentimiento .............................................................................................. 73

6.3. El cambio concreto de comportamiento ................................................................................... 74

6.4. Propósito y voluntad decidida de renovación ............................................................................ 75

7. SÍNTESIS DE ARREPENTIMIENTO ................................................................................................... 75

8. PERDÓN ......................................................................................................................................... 77

8.1 El Perdón de Dios ........................................................................................................................ 77

8.2. Perdón en el Antiguo Testamento ............................................................................................. 77

8.3. Perdón en el Nuevo Testamento ............................................................................................... 78

8.4. El perdón en la reflexión Teológica ............................................................................................ 80

8.5. Necesidad del perdón entre los hombres .................................................................................. 82

9. SÍNTESIS DE PERDÓN ..................................................................................................................... 83

10. GRACIA ........................................................................................................................................ 86

10.1. La gracia en las Escrituras ......................................................................................................... 86

10.2. ELEMENTOS QUE CARACTERIZAN LA GRACIA EN EL NUEVO TESTAMENTO ............................ 88

10.2.1. La Filiación Divina. ............................................................................................................. 88

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10.2.2. El don del Espíritu Santo ................................................................................................... 89

10.2.3. La orientación escatológica ............................................................................................... 89

10.3. El camino de la Iglesia .............................................................................................................. 91

10.4. El concepto de gracia en la reflexión actual ............................................................................. 92

10.5. La gracia en la Iglesia y los Sacramentos .................................................................................. 93

11. SÍNTESIS DE GRACIA .................................................................................................................... 94

12. VIVENCIA DEL PECADO ................................................................................................................ 96

13. VIVENCIA DEL ARREPENTIMIENTO ............................................................................................ 101

14. VIVENCIA DEL PERDÓN .............................................................................................................. 105

15. VIVENCIA DE LA GRACIA ............................................................................................................ 108

CAPITULO III .................................................................................................................................... 112

PECADO, ARREPENTIMIENTO, PERDÓN Y GRACIA: CATEGORÍAS DETERMINANTES DEL

SACRAMENTO DE LA CONVERSION ................................................................................................. 112

1. PECADO ....................................................................................................................................... 112

1.1. El Pecado en la Sagrada Escritura ............................................................................................ 112

1.2. El Pecado en la tradición de la comunidad cristiana ................................................................ 114

2. ARREPENTIMIENTO ..................................................................................................................... 116

2.1. El arrepentimiento como categoría bíblica .............................................................................. 117

2.2. El arrepentimiento en la tradición de la comunidad cristiana ................................................. 117

2.3. Arrepentimiento y examen de conciencia ............................................................................... 120

3. PERDÓN ....................................................................................................................................... 121

3.1. El Perdón como propuesta de Dios Padre ................................................................................ 121

3.2. El Perdón: realidad acogida por el hombre .............................................................................. 123

3.3. Perdón y Conversión: realidades inseparables ........................................................................ 124

3.4. Exigencia de la conversión ....................................................................................................... 124

4. GRACIA ........................................................................................................................................ 125

4.1. La Gracia en la Sagrada Escritura ............................................................................................. 125

4.2. La Gracia de Cristo .................................................................................................................... 126

4.3. La Gracia: regalo incondicional de Dios Padre ......................................................................... 128

4.4. La Gracia: encuentro permanente con Dios ............................................................................. 129

5. HACIA UNA VIVENCIA PERMANENTE DEL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN .......................... 129

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5.1. LA CATEQUESIS. ........................................................................................................................ 129

5.1.1. Celebrar el Encuentro con Dios Padre, en Cristo el Señor .................................................... 131

5.1.2. Celebrar el Encuentro con Cristo el Señor en nuestra Iglesia ............................................... 132

5.1.3. Celebrar el Encuentro con Cristo el Señor, desde los sacramentos ...................................... 132

6. FORMACIÓN Y CONVERSIÓN PERMANENTE DE LOS PRESBÍTEROS ............................................ 133

6.1. El confesor: Servidor de Cristo. ................................................................................................ 134

6.2. El Confesor: Mediador entre Dios y los hombres. ................................................................... 135

6.3. El Confesor hacia el encuentro misericordioso con el Penitente ............................................ 136

6.4. Virtudes del buen Confesor ..................................................................................................... 137

7. HACIA LA RENOVACIÓN PASTORAL DEL PRESBÍTERO, PARA SERVIR MEJOR EL SACRAMENTO DE

LA CONVERSIÓN .............................................................................................................................. 138

7.1. Descubrir el mensaje de Cristo a las culturas para su conversión. .......................................... 139

7.2. La evangelización como invitación a la conversión personal y social. ..................................... 140

7.3. Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America, como encuentro permanente y

conversión. ...................................................................................................................................... 140

7.4. Carta Apostólica Porta Fidei: una invitación a la conversión ................................................... 142

A MANERA DE CONCLUSIÓN ........................................................................................................... 143

BIBLIOGRAFIA .................................................................................................................................. 148

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INTRODUCCIÓN

“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Conservar el depósito de la fe, ésta es la

misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella fiel a este mandato realiza en todo tiempo. La Iglesia no sólo anuncia la conversión y el

perdón, sino que al mismo tiempo es signo portador de reconciliación con Dios y con los hermanos.

La celebración del sacramento de la conversión se inserta en el contexto

de toda la vida eclesial, sobre todo con el misterio pascual celebrado en la Eucaristía y hace referencia al bautismo vivido y a la confirmación, así

como a las exigencias del mandamiento del amor. Es siempre una celebración gozosa del amor de Dios que se da a sí mismo, perdonando

nuestro pecado cuando lo reconocemos humildemente.

Frente a los desafíos de la nueva evangelización será primordial

descubrir y valorar el sentido profundo y la necesidad de la conversión de los bautizados y el ofrecimiento a aquellos que todavía no acogen al

Señor vivo y resucitado, presente en cada ser humano, porque “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros

debamos salvarnos” (Hch 4,12), sino el nombre de Jesús.

El objetivo principal de este trabajo de investigación, es actualizar la propuesta reconciliadora de Jesús, “convertíos y creed en la Buena

Nueva” (Mc 1,15), como fundamento de una teología del encuentro, que dé sentido a las categorías (pecado, arrepentimiento, perdón y gracia),

permitiendo una mejor comprensión del sacramento de la conversión. Este trabajo se ha realizado bajo la mirada fiel de la Sagrada Escritura,

ya que en ella se encuentra el mandato que el Señor nos pide, así como

a partir de algunos documentos actuales del Magisterio de la Iglesia y de teólogos reconocidos, con el fin de destacar la importancia y la

necesidad de la conversión cristiana para ser más fieles a Cristo y a su Iglesia.

El trabajo fue desarrollado en tres capítulos utilizando el método

hermenéutico, en el marco de la Teología Sistemática que nos permite una mejor aproximación a la realidad que presenta el sacramento.

El primer capítulo: “La conversión como camino para el encuentro con

Dios”, fundamentado desde la Sagrada Escritura. Lo iniciamos investigando el sentido y el significado de la conversión, en el Antiguo

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Testamento, apoyados en algunos autores que a lo largo de la historia han profundizado sobre el tema. Desde el Antiguo Testamento se

retomaron algunos profetas tales como: Amós que entiende la conversión como la justicia. Isaías que deja ver la amargura que siente

Yahvé por la ruptura de las relaciones entre él y su pueblo escogido. Jeremías, quien llega al corazón de los seres humanos como el único

lugar donde se puede originar una trasformación de verdad. Ezequiel, para quien cada ser humano debe reconocer su propio pecado con el fin

de convertirse para vivir. Los Salmos, que ven el camino de la

conversión no en prácticas externas sino en sentirse personalmente tocados por Dios.

En el Nuevo Testamento Juan el Bautista, revive la voz de los antiguos

profetas preparando el camino para Aquel que va a venir y ya está en medio de nosotros (Mt 11, 2-5). A la vez se analizó el tema de Jesús y

el Reino de Dios, pues, en la buena noticia que el Señor proclama se encuentra ya la promesa de gracia y de perdón, ya que Jesús en

persona es el Reino de Dios y su misión es anunciar y hacerlo presente (Lc 4, 18-19).

Los Evangelios y la llamada a la conversión; ya que estos muestran a

Jesús actuando en un despliegue de amor y misericordia frente a todas las formas de miseria humana; ahora bien, para San Pablo, la expresión

morir y resucitar con Cristo, da la más densa expresión de la

conversión.

Los encuentros con el Señor en el Nuevo Testamento, han permitido descubrir y constatar lo fundamental y prioritario que fue la exigencia

pero también la misericordia de Jesús ante la necesidad humana. La samaritana: para quien ha llegado el fin del culto que discrimina y

margina personas y grupos, Zaqueo: con la llegada de Jesús a su vida empieza una trasformación interior encaminada hacia la conversión, la

mujer adúltera: aquí se muestra la maldad y la discriminación de los doctores de la ley y los fariseos, así como la oportunidad que tiene la

mujer pecadora de convertirse gracias al encuentro con Jesús y el hijo pródigo: Dios representado en el Padre, esperando siempre la vuelta de

su hijo pero también respetando su libertad. El hijo menor de la parábola reúne todo: pecado, arrepentimiento, perdón y la gracia del

Padre que lo acoge con misericordia.

El objetivo del capítulo segundo ha sido el definir los lineamientos de la

teología del sacramento de la conversión, a partir de las categorías

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teológicas (pecado, arrepentimiento, perdón y gracia), con el fin de propiciar dinámicas que reconcilien la vida cristiana hoy.

Posteriormente se hizo un recorrido a través de la historia para mirar los

alcances del sacramento de la conversión en la experiencia cristiana y para percibir cómo se ha manifestado el pecado a lo largo del tiempo,

sobre todo cuando se hace referencia al pecado humano frente a la ley y la alianza; ya que desde esta perspectiva, pecar en el Antiguo

Testamento consiste en no guardar o cumplir los mandamientos de

Dios.

El Nuevo Testamento, insiste en que el pecado se origina en la intimidad del hombre, el cual es un desconocimiento voluntario del amor de Dios,

y una negativa a acoger la invitación a la conversión. Ahora bien, en San Pablo, el pecado es una desobediencia a la voluntad de Dios y una

negación de la sabiduría divina, que lleva al hombre a alejarse de Dios. En tal sentido nos apoyamos en los Concilios de Trento y Vaticano II, en

la Constitución Gaudium et Spes para valorar el trabajo del Magisterio de la Iglesia que ilumina el caminar cristiano.

De igual manera, se abordo la categoría de arrepentimiento, ya que

quien se arrepiente, se convierte a Dios y consiguientemente, cambia de vida, con el fin de llegar a una mejor compresión del arrepentimiento,

pero también se analizó la contricción, o dolor perfecto y la atricción, o

dolor imperfecto, pues estos conceptos tienen que ver con la evolución de la conversión al interior del penitente.

Así mismo, se resaltaron varios aspectos del perdón, desde una

investigación sistemática que permitieron comprender el perdón de Dios ofrecido en Jesús que ha venido a curar y a salvar lo que estaba perdido

y a dar la vida en rescate por nosotros, pues Dios nos ofrece el perdón, y sale a nuestro encuentro dándonos la posibilidad de volver a la

amistad con Él y con los hermanos.

Igualmente tratamos el tema de la gracia con el fin de descubrir que no es primordialmente una realidad del hombre, sino una realidad de Dios:

su realidad personal, su modo de ser y de actuar, su actitud de generosidad para con el hombre y su fidelidad inquebrantable a las

promesas de la salvación. Finalmente presentamos la vivencia de cada

una de las categorías pecado, arrepentimiento, perdón y gracia, exaltando el valor, las exigencias y el sentido profundo de la renovación

interior.

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Y en el tercer capítulo se ofrecen las herramientas teológico-pastorales, iniciando por las categorías, que determinan el sacramento de la

conversión: El pecado ruptura del hombre al amor y a la amistad con Dios, el arrepentimiento como camino hacia la libertad, para nacer de

nuevo y empezar una nueva vida, el perdón como cambio de actitud para experimentar la misericordia y finalmente la gracia como un don de

Dios dada al hombre por la acción del Espíritu Santo que vive en nosotros.

Así mismo, para la vivencia permanente del sacramento de la conversión presentamos la catequesis como medio por el que la Iglesia

instruye a los fieles para que comprendan los acontecimientos de la salvación, que constituyen el centro de la vida cristiana, con el fin de

que aprecien la celebración del sacramento de la conversión, como un encuentro con Dios en Cristo que se da a través de los sacramentos que

brinda la Iglesia.

De igual manera, se ha considerado la formación y la conversión permanente del Presbítero como una realidad dinámica, que necesita ser

renovada y actualizada constantemente en su vida.

Además, el Presbítero es presentado como servidor de Cristo, por ser mediador entre Dios y los hombres, pues camina con el pueblo de Dios

en la fe, toma sobre sí toda su historia y sus sufrimientos, lo acerca al

evangelio para que se encuentre con el Señor y así transforme su vida, por eso actúa en la misma persona de Cristo cabeza, procurando que los

fieles tengan la oportunidad de encontrarse con Dios a través del sacramento de la conversión.

En el apartado final, se trabajo la renovación pastoral del Presbítero,

para servir mejor el sacramento de la conversión, para que los fieles aprecien con mayor empeño el sacramento de la conversión como medio

que la Iglesia ofrece, para el cambio interior, la reconciliación con Dios y con los hermanos. En tal sentido se analizó el valor de la conversión

relacionada con la justicia en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Vaticano II. Igualmente, se resaltaron aspectos de la conversión

desde la exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America de Juan Pablo II y la Carta Apostólica Porta Fidei de Benedicto XVI, haciendo

énfasis en la figura de Cristo como el primero y más grande

evangelizador de toda la historia, para quien la conversión es una exigencia fundamental en el anuncio de la Buena Nueva a lo largo de su

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ministerio apostólico y que la Iglesia como continuadora de este mandato anuncia con fidelidad y valentía.

Este camino está llamado a recorrérsele como un diálogo de conversión

en relación con la Palabra de Dios que está presente a lo largo de toda la celebración. “En el hoy de nuestro continente latinoamericano, se

levanta la misma pregunta llena de expectativa: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38), ¿dónde te encontramos de manera adecuada para

abrir un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad?

¿Cuáles son los lugares, las personas, los dones que nos hablan de ti, nos ponen en comunión contigo y nos permiten ser discípulos y

misioneros tuyos? Con las palabras del papa Benedicto XVI, repetimos con certeza: ¡La Iglesia es nuestra casa! ¡Esta es nuestra casa! ¡En la

Iglesia Católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo! Quien acepta a Cristo: Camino, Verdad y Vida,

en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida”1

1 DA, N° 245-246

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SIGLAS

1. DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II

AG Ad gentes. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia

DV Dei Verbum. Constitución dogmática sobre la divina revelación

GS Gaudium et spes. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el

mundo actual

LG Lumen gentium. Constitución dogmática sobre la Iglesia

PO Presbyterorum ordinis. Decreto sobre el ministerio y vida de los Presbíteros

SC Sacrosanctum Concilium. Constitución sobre la sagrada liturgia

2. OTROS DOCUMENTOS Y FUENTES

AAS Acta Apostolicae Sedis, Ciudad del Vaticano 1909ss

CCE Catecismo de la Iglesia católica, Roma 1992.

CIC Código de derecho canónico, Roma 1983.

DH Enchiridion Symborum, ed. H. Denzinger- P. Hünermann,

Barcelona 2002.

DM Juan Pablo II, Dives in misericordia, Roma 1980.

DOV Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, Roma 1986.

EA Juan Pablo II, Ecclesia in america, Roma 1999.

EN Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, Roma 1975.

EV Juan Pablo II, Evangelium Vitae, Roma 1995.

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IM Juan Pablo II, Incarnationis mysterium, Roma 1998.

MD Juan Pablo II, Misericordia Dei, Roma 2002.

NMI Juan Pablo II, Novo millenio ineunte, Roma 2001.

PDV Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, Roma 1992.

PF Benedicto XVI, Porta Fidei, Roma 2012.

RP Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, Roma 1984.

SRS Juan Pablo II, Sollicitudo rei sociales, Roma 1987.

VS Juan Pablo II, Veritatis splendor, Roma 1993.

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CAPÍTULO I

LA CONVERSIÓN COMO CAMINO PARA EL ENCUENTRO CON DIOS

1. CONVERSIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Es necesario decir, que en el Antiguo Testamento no hay indicios de estructuras penitenciales elaboradas que permitan expresar que el

Sacramento de la Conversión hunde sus raíces allí, sin embargo, por medio de los autores sagrados, se puede vislumbrar un germen

fundante de la formación doctrinal y teológica del sacramento.

El Antiguo Testamento presenta la historia de la vocación del hombre, y al mismo tiempo la historia de su conversión. Es así como desde el

principio, Dios llama al hombre a ser fiel a su amor o su enseñanza, pero el hombre duda de este plan y huye de su presencia en vez de

buscarla; a pesar de todo Dios lo llama “¿Dónde estás?” (Gn 3,9). Esta llamada es implícitamente una invitación a la vuelta, al cambio de

actitud interior, a la conversión. El hombre duda del plan de Dios, porque experimenta la muerte, el dolor y el sufrimiento,

acontecimientos que tienden a alejarlo de Él y por consiguiente, lo

llevan a sentirse abandonado del amor del Padre.

Asimismo, los escritos de las Sagradas Escrituras giran en torno a la alianza de Dios con su pueblo, la referencia a esta alianza se encuentra

en el libro del Éxodo. Esta alianza es la culminación de la intención de Dios de liberar a Israel de la opresión egipcia, liberación que había sido

prometida a Moisés en el episodio de la zarza ardiente (Ex 3), eje que atraviesa el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ahora bien, si los Israelitas

en un cambio de actitud obedecen y guardan la alianza, serán un pueblo verdaderamente peculiar, propiedad particular de Dios, una nación

consagrada a su servicio, pues la historia contempla al pueblo de Israel como pueblo elegido, aquel que más adelante será el nuevo pueblo de

Dios y Cuerpo de Cristo, lo cual se hará patente en el anuncio de que la salvación es para todos.

Israel puede ser definido como el pueblo de la alianza con Dios: "Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios" (Ez 36, 28), alianza que es

iniciativa divina y que Israel rompe en el acto de la adoración del

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“Becerro de oro”2 (Ex 32), hecho adyacente a la gran liberación de la esclavitud de Egipto en la noche pascual.

Israel, pues es infiel a la alianza de Dios y cuando toma conciencia de su

infidelidad, “patriarcas, jueces y profetas”3 recurren a “la misericordia divina”4 y descubren a Dios rico en ternura y gracia, presto a perdonar

la iniquidad, la infidelidad y el pecado, obrando de forma divina a diferencia del obrar humano; el primero no es instintivo e impetuoso en

sus relaciones contra el mal, sino paciente y justo, así como generoso

(Ex 34,6-7), mientras que en el segundo se obra más por los sentimientos que forman parte de la naturaleza humana.

“Es en esta revelación central donde el pueblo elegido y cada uno de sus

miembros encontrarán, después de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo que él había revelado de sí

mismo y para implorar el perdón”5. Israel como pueblo elegido ha confiado a pesar de su desgracia y pecado en el amor de Dios y en su

misericordia.

A lo largo de la historia de la salvación, aparece el hombre como artífice del pecado, ya que por su debilidad ha manchado toda la estirpe de la

creación quebrantando el mandato de Dios de vivir como hijos de la luz. Pero el hombre no pensó en las consecuencias de la caída, tales como

trabajo, muerte, dolor (Gn 3, 16-18), realidad que incita al hombre a

querer cambiar, y que se puede leer en el libro de los Números 15, 22- 31 y en Levítico 4, 2. 13. 22, en los que aparece el pecado de

inadvertencia contra la voluntad de Dios y las leyes del pueblo de Israel.

Estos pecados, pueden ser reparados mediante la confesión, tal como lo expresa el libro del Levítico 5, 5, “confesión realizada ante otra persona

como aflora en el segundo libro de Samuel “David dijo a Natán: he

2 “El becerro de oro, así llamado en son de burla, es en realidad la imagen de un toro joven símbolo por excelencia de la fecundidad masculina en oriente antiguo. La ausencia de Moisés provoca el vacío y el pueblo quiso tener como símbolo de la presencia de su Dios a una figura de un toro en lugar del arca de la Alianza” Biblia de América, 130. 3 Inicio de la historia de los jueces (Jc 3,7-9); la oración de Salomón en la inauguración del templo (1 R 8, 22-53); una parte de la intervención profética de Miqueas (Mi 7, 18-20); las consolaciones ofrecidas por Isaías (Is 1,18; 51,4-16); las súplicas en el exilio (Ba 2,11; 3,8); la renovación de la alianza en el retorno del exilio (Ne 9) Cfr. GUITERAS, La Penitencia como virtud y sacramento, 60. 4 “En la predicación de los profetas la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido” Cfr. DV. N° 4. 5 GUITERAS, La Penitencia como virtud y sacramento, 61.

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pecado contra Yahvé. Respondió Natán a David: “También Yahvé perdona tu pecado, no morirás” (2 Sam 12, 13)”6.

Por otra parte, el segundo libro de Samuel presenta la conversión de

David, un hombre que se ha mostrado fiel a la misión que Dios le confió, y que acaba de recibir la promesa del favor divino sobre toda su

descendencia (2 Sam 7). Pero David transgrede la ley divina tomando la mujer de otro y provocando la muerte del marido de ella, sin importarle

utilizar erróneamente el poder que le fue conferido en su misión y que le

imponía el deber de hacer reinar la justicia (2 Sam 11).

David ha hecho lo que desagrada a Dios, aun sabiendo que es un acto

reprochable ante Él, por esta razón, es preciso que la Palabra de Dios, por medio del profeta Natán le ayude a tomar conciencia de sus pecados

(2 Sam 12); ya que sus pecados han permanecido en lo secreto y no parecen haber turbado la conciencia de David y es necesario que salgan

a la luz, para ser reparados por la bondad de Dios.

Sin la iniciativa divina que mueve la conciencia de David a denunciar el pecado, él permanecería en este pecado, porque éste ciega al que lo

comete, haciéndole perder de vista a Dios. Frente a esta iniciativa, David responde: “He pecado contra Yahvé” (2 Sam 12,13). Su respuesta

subraya lo que es la esencia del pecado: David pecó porque obró contra Dios; al caer en cuenta de que se había apartado de Dios por la

ambición, la sed de poder, el adulterio, el egoísmo y la muerte de un

hombre justo (Urías), vuelve a Él, gracias a este reconocimiento; le es concedido el perdón como sello divino que garantiza la autenticidad de

esta conversión.

Los pecados en el pueblo de Israel se expiaban en una celebración litúrgica (Esd 10, 1- 6), expresados mediante obras exteriores “el saco,

y la ceniza, los ayunos y las mortificaciones”7 (Neh 1,4; Jl 2,12; Job 42, 5-6). Pero la verdadera conversión va más allá, implica la conversión del

corazón, para que las acciones realizadas no sean estériles o de apariencia, pues el cambio interior impulsa a “la expresión de signos

visibles, gestos y obras de penitencia” (CCE.1430).

6 “El pecado no es únicamente la violación de un determinado orden moral o social, sino ante todo la ruptura de una relación personal entre el hombre y Dios. Se condena el crimen de David, pero su arrepentimiento le alcanza el perdón de Dios”. Biblia de Jerusalén, 347. 7 GÜNTHER, Jesús de Nazaret, 87.

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A la par con las anteriores formas de expiación, también aparecen los holocaustos, ofrendas y sacrificios del pueblo de Israel, siendo la más

famosa el rito anual de expiación, conocido como el “Yom Kippur”8, considerado el día más sagrado para el judío (Lev 16, 20-34; Nm 29,7-

11; Ez 45,18-20). La fiesta anual de expiación o Yom Kippur era el signo máximo de reconciliación para el pueblo entero.

En cuanto a los pecados de rebelión, se encuentran la blasfemia, la

idolatría, el adulterio y el homicidio, que exigían la excomunión y el no

contacto con las otras personas, asimismo poseían sus correspondientes formas de penitencia, la lapidación (Lv 24, 16), la exterminación y la

muerte (Ex 21, 12; Nm 35, 16-18).

Las formas literarias esbozadas en los escritos veterotestamentarios, para referirse al pecado, son muy variadas e incluso contradictorias,

pues en algunas ocasiones se expresan en el lenguaje maternal de ternura, amor entrañable y compasivo (Sal 78,38, Nm 11,12, Is 46,3;

49,14-16; 66,10-13).

Desde esta perspectiva el pecado de los orígenes de Adán y Eva9 (desobediencia) asume en la Sagrada Escritura un valor alegórico, ya

que da a entender que el rechazo a Dios es simbólico al manifestar el abandono de Aquel que es el origen de todo bien, y su castigo es

ejemplar, pues según la Sagrada Escritura, sienta las bases de un mal

radical para el hombre, según el proyecto de la sociedad hebrea, ya que la voluntad de Yahvé es el fundamento de toda norma.

1.1. Los profetas Al escudriñar los escritos de los profetas, se logra percibir la constante

invitación a la conversión, tanto personal como comunitaria, porque es

todo el pueblo el que ha violado la alianza abandonando a Yahvé y despreciando al Santo de Israel (Is 1,4). Esta es una llamada de

denuncia del pecado, de la injusticia y de la falsedad ritual, pero a la vez de anuncio del perdón y la esperanza (Is 1,5-28), llamamiento que

pretende corregir lo deforme, insistiendo más en lo interior que en lo

8 “El nombre de "Yom Kippur" significa "Día del Perdón", y que más o menos explica lo que es el día de fiesta. Es un día dedicado a "afligir el alma", para expiar los pecados del año pasado” Cfr. De VAUX. R Instituciones del Antiguo Testamento, 636. 9 “Adán y Eva son frágiles ante la tentación de la serpiente y se convierten en respondones de su Creador y amigo. Muestra evidente de la flaqueza y la veleidad humana y de la necesidad de la salvación” Cfr. GUITERAS, La Penitencia como virtud y sacramento, 59.

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ritual, llevando a equilibrio lo personal y lo comunitario, el don de gracia y la respuesta de la fe (Jl 2, 12; Is 22, 12-14).

1.2. Amós

Amós, entiende la conversión como justicia. Coloca en evidencia las faltas de los pueblos, de Israel y de los individuos. De Israel denuncia

esencialmente los pecados contra la ley divina de la Alianza y contra la igualdad: venden al justo por dinero, el rico explota al pobre, acumulan

riquezas. De los individuos denuncia la corrupción, las divisiones, la explotación, el culto exterior, el orgullo. Por lo tanto convertirse es

buscar a Yahvé (Am 5,4), Amós insiste en que volver a Dios es acoger al pobre y al débil ya que “el pecado predominante en Israel es la

opresión a ellos”10. Que va contra la dignidad del hombre (Am 2,6-8), pues los fuertes y ricos abusaron de su poder y privilegio para violar los

derechos y la dignidad de los pobres y débiles. Por lo tanto, la

conversión es amparar al pobre y al humilde, como una vuelta al amor de Dios y a la alianza, haciendo a un lado los adulterios e idolatrías (Os

12, 7; 6, 1-6; 14, 2-9).

1.3. Isaías

El profeta Isaías en sus escritos deja ver la amargura que siente Yahvé por la ruptura de las relaciones entre Él y su pueblo escogido. Pues el

pueblo ha ido olvidando el verdadero sentido ético-religioso de las relaciones, cayendo en una religión meramente ritualista y sin contenido

espiritual. De ahí la invitación amorosa de Isaías a que cambie de conducta, a una renovación de la fe y mantener la confianza en el Dios

de la alianza (Is 1, 16-20), entregándose de nuevo a su Señor por una penitencia sincera y definitiva, a menos que quiera someterse a los

rigores de un juicio divino devastador, que lo purifique como el oro en el crisol en contra de su misma voluntad.

10 “El pecado de Israel es netamente social, la tremenda brecha entre pobres y ricos, oprimidos y opresores está demostrando su falta de justicia, pues ha olvidado su atención al débil y la protección al inocente. Vive en medio del derroche a costa del empobrecimiento del pueblo, perdiendo de vista que el Señor se fijó en Israel porque era un pueblo pobre y olvidado en Egipto con la intención de que ellos mantuvieran esa misma actitud respecto a los débiles. Sin embargo los israelitas han eliminado sistemáticamente a quienes les han recordado ese compromiso”. La Biblia de Nuestro Pueblo, 1219-1220.

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1.4. Jeremías Jeremías, utiliza un lenguaje rico y original queriendo llegar al corazón

de los seres humanos, el único lugar donde se puede originar una transformación de verdad, que lleve a experimentar el amor, la

misericordia y el perdón de Yavhé. De ahí que la llamada a la conversión, sea una invitación al arrepentimiento ya que Dios se

complace más en un corazón fiel y justo. Por lo tanto convertirse no es cumplir una formalidad u observar un rito, sino cambiar de manera de

pensar, de obrar, abandonando la opresión, el fraude; para volver a la gracia de Dios y practicar el derecho y la justicia (Jr 4, 1-4, 9, 25; 5, 1;

6,13). “Convertirse es a la vez gracia de Dios y respuesta del hombre, iniciativa misericordiosa y acogida confiada”11.

1.5. Ezequiel

El profeta Ezequiel, proclama la responsabilidad personal en cada época concreta, expresando que cada ser humano debe reconocer su propio

pecado con el fin de convertirse para vivir (Ez 18, 2-4.20-23), y declara que el perdón divino está disponible para el pecador arrepentido,

recordándoles que Dios es el pastor de Israel y ellos las ovejas de su pueblo; también, invitándolos a evitar los pecados que Él detesta y a

cambiar la conducta, que consiste en dejar de transgredir sus leyes y empezar a cultivar el hábito de la justicia por medio de la obediencia.

1.6. Los salmos

La expresión literaria más poética del ansia de conversión en el Antiguo Testamento, se encuentra en los Salmos, que siguen la línea espiritual

de los profetas, con los cuales concuerdan en ver el camino de la conversión no en prácticas externas, tales como sacrificios, ayunos y

formas múltiples de penitencia, sino en sentirse personalmente tocado

por Dios.

Los salmos presentan el sentido de la confesión, del arrepentimiento y de la compasión, cuyo contenido penitencial es de carácter público,

expresado en las lamentaciones y súplicas, o en otras ocasiones de carácter individual manifestado en ayunos y ceniza. Lo que se pretende

es expiar el pecado, para obtener el perdón, luego de exteriorizar el

11 BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 269.

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arrepentimiento y el dolor por los mismos, mediante la confesión de los hechos pasados.

El salmo 50 designado tradicionalmente con el nombre de Miserere,

dirigido por David al Señor y que es considerado la súplica penitencial por excelencia, sino que el hombre es consciente de su profunda miseria

(v.7) y reconoce la necesidad de un cambio interior, para no dejarse arrastrar por su tendencia al pecado (v.4). Además, de reconocer sus

faltas y de implorar el perdón divino, suplica al Señor que lo renueve

íntegramente, creando en su interior “un corazón puro” (v. 12). “El tono de la súplica es marcadamente personal y en el contenido del Salmo se

percibe la influencia de los grandes profetas, en especial de Jeremías (24,7) y Ezequiel (36 25-27). En él se encuentra, además, el germen de

la doctrina paulina acerca del “hombre nuevo” (Col 3,10; Ef 4,24)”12.

En el conjunto de la literatura hebrea aparece un concepto básico del perdón mutuo entre las naciones: es la estructura política del pecado y

por lo tanto de la reconciliación (Jr 3 6-13 y Ez 37, 5- 27), pues si Yahvé perdona, el creyente debe perdonar a su hermano, apareciendo siempre

como hombre de paz para con los suyos y para con los extranjeros, a tal punto que se recomienda amar al prójimo como a uno mismo (Mc 12,

31).

Lo único querido y esperado por Dios por parte del pecador, es el

reconocimiento de su pecado, quien con un espíritu humilde ostenta la posibilidad de acercarse al proyecto de Yahvé, que lo mueva a la

conversión. Pues la conversión es la vuelta del corazón al amor de Dios, es un cambio interior, es la invitación a tomar el camino de la vida (Sal

32, 5; 38, 19; 51, 4-5), es decir que el pecador se convierta y viva, dejando a un lado el camino de la muerte (Ez 33, 11).

2. CONVERSIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO

En la predicación de Jesús la conversión está referida al anuncio de la Buena Noticia de la presencia del Reino de Dios. Así lo enuncia Mateo

4,17, “convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado”. Por su parte

Marcos 1,15 coloca el acento en la plenitud de los tiempos: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca”, “convertíos”13 y “creed en

12 DONOSO, Caminando con Jesús, Biblia comentada, 240. 13 “La palabra metanoeite se puede traducir de dos maneras; convertíos es decir, naced de nuevo por la fe en el Dios del reino, o dejaos convertir. Dejad que el mismo Jesús, anunciador del reino, trasforme vuestra

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la Buena Nueva”14. Por tanto se puede enfatizar que la conversión va unida a la proclamación de la llegada del Reino de los Cielos, don de

Dios y no obra de los hombres (Mc 10, 29), que abre a las personas a la salvación y señala la misión de los discípulos.

La conversión en el Nuevo Testamento tiene en general las mismas

características que la conversión profética, la alianza, la influencia del Espíritu de Dios que da al hombre un corazón nuevo (Ez 36, 26-27; Sal

51,12), capaz de conocer a Dios; pero con un hecho fundamental: la

figura de Cristo. Esta novedad se manifiesta ya en el profeta Juan Bautista quien cierra el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo, pues

su mensaje de conversión sigue la línea profética: universalidad a todas las clases sociales (Lc 3,10-14), signo de la acción misericordiosa de

Dios para que todo aquel que crea en la Palabra de Dios sea salvo (Mt 3, 2,12); exigencia de cambio u obras de conversión (Mt 3, 8.10).

Igualmente lo refiere a la llegada del Reino de Dios (Mc 1, 15).

2.1. Juan Bautista Juan el Bautista, considerado como el precursor revive la voz de los

antiguos profetas preparando el camino para Aquel que va a venir y ya está en medio de nosotros (Mt 11, 2-5; Lc 4,10-16), de ahí su

predicación convertíos “metanoéite”15(Mt 3,2), y la invitación a la conversión dirigida no solo a los paganos, sino también a las personas

piadosas que piensan que no tienen necesidad de ello (Mt 3,8). En este contexto la expresión metanoéite, es presentada como cambio de

actitud que ha de llevar a los seres humanos a renunciar al pecado para volverse a Dios e iniciar una nueva vida, iluminada por el Espíritu Santo

principio de una renovación interior (Gal 4, 6; 5, 18).

Juan es el mensajero esperado (Mal 3, 23), que prepara el camino del

Señor y lo hace con “un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados” (Mc 1, 4), e invita a los hombres a renunciar al pecado y a

vida, haciendo que seáis capaces de responder a su llamada” Cfr. PIKAZA, Para vivir el Evangelio Lectura de Marcos, 36. 14 “Los hombres deben escuchar la buena nueva (el evangelio), que establece un dialogo nuevo con Dios; es un dialogo en el cual la intervención de Dios es de primera importancia; solo después viene la conversión” MORALDI, “Reconciliación”, 1594. 15 “No se trata solo de un modo distinto de pensar a nivel intelectual, sino de la revisión del propio modo de actuar a la luz de los criterios evangélicos” Cfr. EA.N° 26.

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la práctica del mal, para vivir como hijos de la luz, aceptando el Reino de Dios, que consiste en acoger a Aquel que va a venir y ya está en

medio de nosotros (Mt 11, 2-6). Quien al aceptar el Reino de Dios, como un nuevo nacimiento en agua y en Espíritu Santo (Mc 1, 8), promueve

un encuentro cercano entre Dios y los hombres; expresado en un amor sincero y en la obediencia a la Palabra de Dios. Lo que mueve al hombre

a dejar a un lado la vida pasada para vivir como una nueva creatura (Mt 3, 6), tal como habían anunciado desde antiguo los profetas (Is 11,2;

42,1; 61,1).

En este contexto, el Cántico de Zacarías coloca la figura de Juan como

aquel que va delante del Señor para preparar sus caminos (Lc 1, 76-77); el Bautista ha sido destinado para instruir al pueblo sobre el

arrepentimiento que ha de llevar a los hombres a la convicción de que la salvación consiste en el perdón de los pecados. El mensaje de Juan está

centrado en la invitación a todos los seres humanos al cambio de actitud (metanoia), es decir a una trasformación interior, que lo lleve

nuevamente al camino de Dios, mediante el bautismo de conversión o como algunos lo traducen, el bautismo de penitencia (Mc 1,4) o de agua

para volver a Dios.

2.2. Jesús y el Reino de Dios El anuncio de Jesús no abandona esta orientación más bien la

complementa, diciendo, metanoéite, “convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1, 15), enseñando que el Reino de Dios no es un lugar

sino una experiencia de vida, bajo los parámetros del proyecto divino, vida, justicia, solidaridad. El Reino era algo que el hombre

experimentaba cuando entraba en contacto con la persona de Jesús, de manera que con Jesús se da inicio a una nueva etapa en la historia de

la salvación.

Jesús quiere que todos descubran la “Buena Nueva del Reino”16, por eso

en Galilea comienza su misión predicando, enseñando sobre él, por consiguiente envía mensajeros para anunciar a los pueblos su llegada.

Comenzando por los doce discípulos (Mt 10,1; Lc 9,1), más tarde envía

16 “El anuncio de la Buena Nueva es ante todo una nueva práctica, fruto de la experiencia que Jesús tenia del Padre y que los llevaba a convivir con los marginados, a combatir las divisiones injustas, a desenmascarar la falsedad de los grandes, a combatir los males que arruinan la vida” cfr. MESTERS, “La práctica evangelizadora de Jesús revelada en los evangelios” 9.

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otros setenta y dos (Lc 10,1), quienes llevan el mismo anuncio: el Reino de Dios llegó (Lc 10,9; Mt 10,7).

En la Buena Noticia que Jesús proclama se encuentra ya la promesa de

gracia y de perdón, pues Jesús en persona es el Reino de Dios, y su misión es anunciarlo y hacerlo presente (Lc 4,18-19). Acontecimiento

que se hace visible en el Evangelio en las expresiones de ternura y misericordia de Dios a la humanidad, como se muestra en el caso del

paralítico (Mc 2,1-12), la suegra de Pedro (Lc 4, 38-39), la Magdalena

(8,1-2), el leproso (Mt 8,1-8). Dios ya está aquí en medio de nosotros buscando una vida más dichosa para todos, por lo tanto hemos de

cambiar nuestra mirada y nuestro corazón.

Jesús, por medio de las parábolas trata de llevar al pueblo a tener una mirada crítica de la realidad del país y sus actitudes. Como se lee en la

mujer pecadora (Lc 7, 36-50), Zaqueo (Lc 19, 1-10), la Samaritana (Jn 4, 1-26), los dos hijos (Mt 21,28-32), el hijo pródigo (Lc 15, 11-32). De

este modo Jesús anuncia el Reino de Dios como un encuentro entre Dios y el hombre, para salvarlo y perdonarlo, convirtiéndose el pecador en el

centro de la atención de Jesús.

2.3. Jesús y los pecadores Jesús sabe que ante las autoridades judías, los letrados y los fariseos, el

pecador era motivo de enfrentamiento y de condenación (Lc 5, 17–26), por eso cuando Jesús sana al paralítico que es introducido por el techo

de la casa y le dice “tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5), está actualizando el amor misericordioso de Dios que perdona, a la vez que

se está dando a conocer ante las autoridades judías como “el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados, una

atribución que es exclusiva de Dios según la doctrina de los fariseos y

los letrados” (Mt 9,6)”17.

El comportamiento de Jesús y su mensaje no pueden, de ninguna manera ser considerados como una inversión de todos los valores ni

como un programa revolucionario. La frase que justifica su conducta y su actividad es sencilla y válida: “No necesitan médico los sanos, sino

los que están mal, no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mc 2,17). 17 Para entender el texto de acuerdo a la siguiente nota: “Esta atribución de Jesús, es el inicio de las

confrontaciones y ataques que va a tener que enfrentar durante toda su vida pública por parte del judaísmo oficial, confrontación que terminara con la cruz.” La Biblia de Nuestro Pueblo, 1915.

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La forma de actuar de Jesús está encaminada a demostrar que lo importante estaba en el encuentro con el pecador y no en la condena.

Pues el hombre pecador por parte de los jefes políticos era mirado mal, de ahí que Jesús se aleja del juicio condenatorio de los que lo asedian e

invita a sus interlocutores a pasar de la ley que debe ser ejecutada, a la ley que debe ser interiorizada desde la propia responsabilidad; por esta

razón, se inclina o se dirige hacia aquellos que han mostrado arrepentimiento y amor, como es el caso de la mujer adúltera (Jn 8, 1-

11).

Jesús no exige confesión de los pecados en sí; lo que exige es

conversión o metanoia a la fe y al amor, por estas razones “el Señor privilegia el encuentro con los pecadores (los pobres, los inválidos, los

ciegos, los paralíticos), con quienes compartía la mesa y comía”18, hasta el punto de colocar dichas comidas como símbolo perfecto de la

Eucaristía, razón por la cual “la Eucaristía es en sí misma reconciliadora no solo símbolo de reconciliación”19.

Convertirse significa no disculparse en cualquier momento, como los

primeros invitados al banquete (Lc 14,16-24; Mt 22,1-14), sino que la conversión va de la mano con la fe e implica unas exigencias concretas

hacia Jesús: supone una respuesta total, radical, definitiva “si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”

(Mc 8,34-38), esta respuesta no sólo implica un abandono de los ídolos

o de la mala vida (Lc 19,1-10;7, 36-50), sino sobre todo una aceptación por la fe de su realidad mesiánica, de su condición de Hijo de Dios (Mc

6,14-16;8,29), más aún, han de aceptarse sin condiciones las consecuencias de esta respuesta, por encima de cualquier cosa, ya que

“el que pone la mano en el arado y vuelve la cabeza atrás, no es digno de mí” (Lc 9, 52; 14, 26-27).

“La respuesta de los seres humanos se divide en dos bloques, que

indican dos actitudes: la de aquellos que acogen la llamada y están dispuestos a seguirla (Mc 1,17-20; 4, 1-9) y la de los que oponen

resistencia y la rechazan (Mc 2, 6-7; 3, 4-5)”20. Ambas posturas aparecen descritas en diferentes parábolas: la del publicano y el fariseo

que suben al templo (Lc 18, 9-14); la de los dos hijos a quien el Padre

18 GÜNTHER, Jesús de Nazaret, 85. 19 “La Eucaristía es punto de llegada o culmen de las reconciliaciones reales de la vida y punto de partida o fuente para una nueva y más plena reconciliación y unión entre los cristianos y entre todos los seres humanos” Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 199. 20 BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 271.

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envía a trabajar (Mt 21, 28-32), también la del hijo pródigo (Lc 15, 11-32). De hecho los que se muestran más dispuestos a acoger la llamada

de Jesús son los pobres y humildes, los enfermos y marginados, los pecadores, los publicanos, los samaritanos y los niños. En cambio

quienes más se resisten a la llamada son los representantes del pueblo: doctores de la ley, fariseos y sacerdotes, poderosos de la sociedad o

ricos (Lc 1, 52-56; 6, 20-26; 1 Cor 1, 26-31).

Los primeros que atienden a la llamada del Reino, son las personas

despreciadas por la sociedad, que viven marginadas de la comunidad de los elegidos, que no tienen un puesto conquistado; indigentes a quienes

no les queda otra cosa que esperar, pero que poseen grandes cualidades: humildad, capacidad de acogida y sencillez. Aquellos que no

se encierran en las leyes establecidas por la ley y son capaces de aceptar sin reservas la novedad que se les anuncia reconociendo su

propio pecado. En el segundo “las personas”21 que lo rechazan son aquellas que se han instalado en sus seguridades doctrinales, legales o

materiales y que no ven la necesidad de cambiar de vida, para abrirse al mensaje novedoso de Dios (Mc 10,17-27).

2.4. Los evangelios y la llamada a la conversión

Los evangelios muestran a Jesús actuando en un despliegue de amor y misericordia frente a todas las formas de miseria humana, con aquellos

que física o moralmente tenían necesidad de piedad, de compresión y de perdón. Lucas despliega a lo largo de su evangelio la figura del pecador

para mostrar el amor de Jesús respecto a los pecadores.

Lucas en el capítulo 5, 8, describe cómo el apóstol Pedro le pide al Señor que se aparte de él pues es un hombre pecador, significando que

toma conciencia de ser pecador al entrar en relación con su Maestro y

descubrir lo que Jesús realmente era, mientras Simón Pedro suplica al Señor que se aleje, Jesús se le acerca y lo anima diciéndole no temas.

21 “Los otros, los de afuera, oyen, pero no entienden (Mc 11,25). Muchas veces en las discusiones con los fariseos, Jesús intentó corregir la visión que ellos tenían de Dios, de la ley y de la historia. Sin embargo, no lo consiguió. Ellos no se abrían, sino que se aferraban a la antigua lectura que hacían del Antiguo Testamento. No permitían entrar a lo nuevo” Cfr. MESTERS, “La práctica evangelizadora de Jesús revelada en los evangelios”, 17.

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Más adelante Lucas en el capítulo 19,1-10, presenta la figura de Zaqueo, quien ha oído hablar de Jesús; sabe que es un hombre

excepcional, quizá un profeta y lo quiere conocer, por lo tanto busca el medio para acercarse a él. No es fácil para un hombre de la clase de

Zaqueo, vencer el amor propio ante una situación un tanto ridícula que lo pone de cara a las miradas curiosas y burlonas de la gente. Un

hombre rico, popular subido en un árbol resulta casi irónico, inusual. A pesar de todo Jesús le ama sabe de su condición de pecador y quiere

salvarlo. Por esta razón Zaqueo, con prontitud, se despoja de lo material

para abrirse a la gracia de Dios que trasforma su interior.

Zaqueo, con la visita de Jesús, pasa de ser un pecador a un hombre converso dispuesto a iniciar un nuevo proyecto de vida enmarcado en la

justicia, la honradez y el amor, teniendo como referente a Jesús quien lo estimula a despojarse de lo material ante todos aquellos a quienes había

estafado: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más” (Lc 19, 8). Jesús en

casa de Zaqueo desea mostrar que el Hijo del hombre ha venido a salvar al que se había perdido, expresión utilizada en el capítulo 15,

donde Jesús revela la misericordia de Dios como un encuentro fraterno expresado en las parábolas de la oveja perdida, la dracma perdida y el

hijo pródigo.

El hombre, al descubrir a Jesús de Nazaret y encontrase con él,

descubre el amor misericordioso de Dios y al mismo tiempo se descubre a sí mismo y reconoce su ser de pecador; es decir, se siente un ser

separado, desviado, des- reconciliado. Cuando el hombre se encuentra con Jesús manifiesta “ser discípulo y misionero”22, para acoger como

Jesús a hombres y mujeres, pobres y ricos, a propios y extraños, justos y pecadores.

En esta perspectiva surge el llamado a la conversión con un matiz

profundamente humano, sencillo y de una cercanía conmovedora como cuando invita a ser como niños (Mt 18, 1-4), no porque éstos sean

ingenuos, “sino porque encarnan los valores fundamentales de la Buena Noticia y hacen patente la presencia de Jesús entre los más pobres y

sencillos”23. El deseo de Jesús es motivar a la conversión haciendo a un

22 “Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla, cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que solo Él nos salva (Hch 4,12) en efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” Cfr. DA.N° 146. 23 La Biblia de Nuestro Pueblo, 1872.

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lado toda presión social y el rigorismo legal implantado por los fariseos. (Mc 7,1-13).

El lenguaje de Jesús es tan humano, que hace alusión a “la alegría”24 de

Dios por un pecador que se convierte (Lc 15,7), “los fariseos y los escribas”25 murmuraban por el hecho de que “el Maestro acogiese a los

pecadores y comiese con ellos”26. Pero esto no le importaba a Jesús pues Él, recibe a los pecadores para perdonarlos, santificarlos y hacerlos

dignos de entrar en los cielos. Por esta razón no llama a los justos, sino

a los pecadores al arrepentimiento, para perdonar de todo corazón.

No hay alegría más grande en el corazón de Dios que la conversión de los pecadores, por esta razón el Padre con sus palabras y con su forma

de relacionarse con “los publicanos y con los pecadores”27 encarna el amor misericordioso de Dios, pues Jesús ve las cosas de otro modo y

sale en la búsqueda de ellos, ya que desea que vuelvan a la amistad con Dios Padre y sean felices, comprometiéndose a cambiar en la sociedad.

Igualmente en el lenguaje de Jesús aparece la invitación a los pecadores

a la confianza en expresiones como, “tu fe te ha salvado, vete en paz” (Mc 5, 34). El hombre enfermo se desmorona, es decir, se deshace,

siente que se destruye y desploma poco a poco. En el abandono cae en un estado de profunda desesperación, pero Dios posee el atributo por el

cual, así como perdona y transforma los pecados de las personas,

fortalece y levanta a los enfermos y los hace caminar nuevamente.

Así, “Tampoco yo te condeno” (Jn 8, 11), es un versículo del evangelio, que deja ver un Jesús clemente y compasivo con los pecadores, y

muestra a Jesús como alguien absolutamente misericordioso al

24 Aparecida por su parte afirma que "La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. Conocer a Jesús es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo" Cfr. DP, 29. 25 “Ambos representan un conjunto simbólico que reacciona con hostilidad al mensaje liberador y mesiánico de Jesús. El rechazo y murmuración es su forma de expresarse” Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 79. 26 “Al aceptarlos como amigos e iguales, Jesús les había liberado de su vergüenza, su humillación y su sentido de culpa. Al demostrarles que ellos le importaban como personas, les devolvió la dignidad y les liberó de su cautividad” Cfr. NOLAN, ¿Quién es este hombre? Jesús antes del cristianismo, 44. 27 “Los publicanos (recaudadores de impuestos), se encuentran entre la gente más despreciable, por eso se les enumera junto con los ladrones, bandidos, meretrices, adúlteros, asesinos. Representan a personas separadas de Dios, apegados a los bienes materiales, sin ningún miramiento con los demás. Los pecadores son aquellos cuya vida inmoral es notoria, los que ejercen una profesión deshonrosa, los usureros, los que desprecian la ley” Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 79.

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perdonar a la mujer acusada. O aquella otra frase del episodio del buen ladrón “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43); el ladrón es el

prototipo del que se convierte. Es un pecador que confiesa su pecado y acepta su castigo, de ahí que Jesús anuncia la salvación para este

hombre arrepentido que acaba de proclamar la fe en su realeza.

Es importante resaltar que Jesús predicó la conversión como camino para llegar a la salvación y entrar en el Reino. De ahí que si el hombre

se arrepiente de su pecado y lo acepta como el salvador de su alma,

podrá tener la certeza que obtendrá su misericordia, que no es otra cosa que el perdón, pues Jesús ejerce el poder de perdonar en la tierra,

aunque esto sea motivo de escándalo para los escribas y fariseos.

2.5. Jesús y las parábolas de la misericordia

Jesús centra su acción evangelizadora en la persona del pecador para

interpelarlo a la búsqueda del perdón y al regreso a la casa paterna, invitación que se puede percibir en dos parábolas la de la oveja perdida

y la parábola del Hijo pródigo, a las que podríamos llamar las parábolas de la misericordia, o del amor del Padre que se siente feliz por el retorno

del hijo.

La parábola de la oveja perdida, recoge una escena frecuente en las Sagradas Escrituras “la figura del pastor”28 quien va, busca a la oveja y

al encontrarla la pone sobre sus hombros para regresarla al rebaño, como se ve en Lucas 15, 4–6. Este evangelista resalta la alegría que

siente el pastor por el regreso de la oveja al redil, e invita a los amigos y vecinos a que se regocijen con él, pues hay gran a alegría en el cielo

cuando un pecador se convierte (cfr. Lc 15,7). De este modo Jesús anima a los pecadores a convertirse de su camino, para no alejarse del

proyecto de Dios, pues habrá gozo cuando un pecador venga a los pies

del Señor.

Al echar un vistazo a la parábola de la oveja perdida (cfr. Lc 15, 3-7), podríamos decir que se encuentran las raíces de la pastoral del

sacramento de la conversión, pues las diferentes personas que prestan un servicio en la comunidad, están llamadas a ir en busca de las

personas extraviadas e invitarlas a regresar de nuevo al camino del Señor. Por consiguiente, Lucas al presentar la parábola, no amonesta al 28 “La imagen de Dios como verdadero pastor y del pueblo de Israel como rebaño es con frecuencia recordada: Sal 22, 1; 79, 2; Is 40, 11; Ez 34, 12.23, 1 R 22,17” Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 81.

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extraviado, ni le reclama por qué se descarrió, lo que hace es suscitar en los responsables de la comunidad, la búsqueda amorosa por los

pecadores y la entrega permanente a estos para cultivar el encuentro, como una oportunidad para alcanzar la salvación.

En cuanto a la parábola del Hijo pródigo (Lc 15, 11-33), cuyo centro es

el Padre misericordioso que acoge al hijo que regresa, describe magistralmente el camino que debe seguir cada persona en su espíritu y

en su corazón para llegar a la conversión; en ella están presentes el

amor de Dios Padre, la mediación de Cristo, la misión reconciliadora de la Iglesia, la fidelidad y la infidelidad, la caída y la conversión, la

armonía y la discordia, la evocación y la fiesta de una alegría que se expresa en el banquete del Nuevo Reino. Esta parábola contrarresta

la parábola anterior pues el Padre no sale a buscar a su hijo sino que lo espera y lo aguarda sin perder la fe, por eso al ver llegar a su hijo corre

a su encuentro.

El padre recibe al hijo que vuelve sin regaños, sin reclamos, sin lágrimas, sin lamentos. Lo recibe como el hijo amado que retorna a la

casa del Padre, acontecimiento que es celebrado con una fiesta, como símbolo de acogida de nuevo en la vida familiar. Jesús con esta

parábola, manifiesta, pues, que el amor de Dios por el pecador arrepentido no tiene límite, e invita con esta actitud a los hombres a

acoger con amor y respeto a las personas alejadas del amor de Dios.

2.6. La conversión en la comunidad primitiva. Los Hechos de los Apóstoles entienden la conversión como un alejarse

del pecado, una vuelta a Dios y una trasformación de todo el hombre en la salvación de Cristo (Hch 3,19; 26,20). La conversión va unida a la

fe, pensada no como un mero cambio de creencia, sino como la

aceptación de Cristo, a quien los hombres han crucificado, pero a quien Dios ha resucitado y establecido como Señor o Mesías (Hch 2, 22-24;

34-36). La necesidad de la conversión no sólo se piensa para los paganos (Hch 17, 24-31), sino también para los judíos (Hch 3, 13-19;

5, 30-31).

El acontecimiento de la conversión, que se entiende como un don de gracia (Hch 11, 18), viene acompañado y sellado por el rito del

bautismo para el perdón de los pecados (Hch 2, 38; 8, 14-17). Los rasgos peculiares de la conversión en Hechos de los Apóstoles, por

consiguiente, son: su carácter universal, ya que el cambio de

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mentalidad ha de llevar a la comunión fraterna y a comprender que Cristo es la cabeza de la Iglesia; "Es ya hora de levantaros del sueño,

que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe" (Rm 13, 11); su centralidad pascual, que se da cuando por los

ojos de la fe reconocemos a Cristo como Redentor, que murió en la cruz para reconciliarnos con el Padre y nos permite reconocerlo como es y el

reconocimiento a Cristo (Rm 2, 11-16); su significación bautismal, el deseo sincero de Dios nos lleva a rechazar el mal y a realizar el bien.

Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de Dios, que

nos ha creado para sí y nos ha hecho hijos mediante el bautismo, de ahí que nuestra felicidad consiste en permanecer en Él (Jn 15,3). Por este

motivo, Él mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de conversión.

2.7. La conversión en San Pablo.

San Pablo no habla directamente de la conversión. Para Él, la conversión está circunscrita al proceso de la fe. “La expresión paulina morir y

resucitar con Cristo da la más densa expresión de la conversión”29. La conversión se comprende más profundamente como trasformación de la

existencia llevada hasta entonces, para dar paso a una nueva vida en el amor y en santidad, abandonando el hombre viejo para dar paso a la

nueva vida, al hombre nuevo, que se deja llevar por el Espíritu que ha recibido como don para realizar las obras nuevas (2 Cor 5,17). La nueva

vida es una creación, un nuevo nacimiento, obra de Dios, pura gracia (Rm 6, 1-11). La conversión es unirse al misterio Pascual, morir y

resucitar con Cristo. Y no es adquirir nuevas opiniones, ni apegarse a una doctrina, sino unirse a Cristo.

El apóstol Pablo no vacila en declarar que el que entra en contacto con

la salvación mediante la fe, se convierte en una criatura nueva dispuesta

a vivir no según la carne, sino según el Espíritu y la novedad que se nos ha dado por el bautismo (2 Cor 5,17; Gal 6,15), se reviste de Cristo (Gal

4,5; Rm 8,15), en un hombre nuevo (Col 3,10; Ef 4,24), y adquiere la filiación adoptiva (Rm 8,17). “El hombre que está en Cristo y confiesa su

fe en Él”30, recibe el Espíritu, que lo ayuda a liberarse interiormente de las ataduras del pecado y de la esclavitud de la ley (Gal 5,1; Rm 8, 2-3).

29 RODRÍGUEZ, La conversión en el pensamiento bíblico, 141. 30 Para entender el texto de acuerdo a la siguiente nota: “El ser humano, abandonado a sus propias fuerzas, no puede medirse con un enemigo tan poderoso como la ley del pecado. La derrota significa la muerte total, la ausencia de Dios. Pero ahora contamos con un aliado formidable: el Espíritu Santo que nos está poniendo la victoria al alcance de la mano” La Biblia de Nuestro Pueblo, 2153-2154.

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La enseñanza de la conversión en San Pablo tiene pues relación con el tema de la nueva criatura (Gal 6,15), del hombre nuevo (Ef 4,249), la

“nueva vida”31 (Col 3, 1-4). La ruptura entre el antes y después queda acentuada y con ello se ofrece al mismo tiempo una predicación de la

conversión, aunque no se trate explícitamente de la misma conversión. Percibimos así la novedad reconciliadora de Pablo, pues se trata de

iniciar una nueva vida dejando atrás todo lo antiguo y lo viejo (Rm 6, 6; Ef 4,22-24).

San Pablo, ha desarrollado progresivamente, a través de sus escritos, una síntesis teológica de la conversión cristiana, la fe, que no es tanto

una consecuencia de la penitencia-conversión, en cuanto su principio. El bautismo y el hombre nuevo como medio y resultado, pues el bautizado

debe ser un elegido, es decir, un hombre virtuoso que ha de permanecer fiel como verdadero hijo del Reino (1 Cor 5, 7–8; Fil 3, 17).

A pesar de todo lo anterior, el bautizado vive sujeto a las seducciones

del mal (2 Cor 11, 3); el bautizado debe estar alerta contra el mal, (St 1,21); el bautizado debe descubrir que en la comunidad de hermanos

hay trigo y cizaña (Gal 1, 6; 1 Tes 4,14; 2 Cor 5-11; Mt 13, 36–43); por esta razón, ha de estar preparado para perdonar al otro hasta setenta

veces siete, pues todos continuamos siendo pecadores (Mt 15, 19; 1 Jn 1,10).

Finalmente, es todo un programa de vida al que compromete la fe y el bautismo, ya que nos configura con la muerte y resurrección de Cristo,

tiene un contenido moral más concreto y exigente: uno se convierte para servir a Dios. (1 Tes 1,9-10; Rm 12, 1-2), los hombres se

comprometen por la fe y el bautismo a un género de vida que consiste en morir al hombre viejo para vivir como hombres nuevos (1 Tes 1, 9-

10; 2 Cor 4,16).

Pablo reconoce también el pecado de los miembros de la comunidad, por eso al igual que Mateo habla de la necesidad de la conversión de los

cristianos al interior de las comunidades y de las Iglesias, es decir invita a la mutua corrección, así como Jesús hace saber a sus discípulos que

en la comunidad de hermanos ha de existir ante todo el amor. Amar al

31 “La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana, ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y a la vida eterna a la que no cesa de llamarnos” Cfr. CCE. N° 1426, 370.

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hermano no sólo es acogerle en su necesidad; también, es saber decirle una palabra de corrección; como el apóstol Santiago “hay que

preocuparse de los hermanos que se desvían de la verdad para que retornen al proyecto de Dios. Quien lo haga obtendrá la vida y el perdón

de sus pecados”32 y en el 5, 19-20, que invita a preocuparse por los hermanos que pecan, ya que todos somos responsables de él, y lo

somos mucho más sí éste se ha desviado del camino de la fe y corre el peligro de perderse para siempre. No podemos ser indiferentes frente a

lo que suceda con la oveja perdida (Lc 15 4-7) de la Iglesia, pues un

verdadero seguidor de Cristo, no puede alegrarse de su propia salvación, sino que ha de ir tras el hermano perdido, para conseguir su

conversión. Siendo la oración el principal medio que hemos de utilizar para encontrar al hermano perdido.

Así pues, Pablo reconoce una competencia especial y oficial de la Iglesia

en estos casos de conversión. Ya que Pablo se dirige a toda la comunidad, pues ésta puede llegar a excomulgar (2 Tes 3,6. 14-16; 1

Cor 5, 9-11); considerándose como la forma más fuerte de amonestación (Gal 6,1). La conversión como dimensión de la fe, no es

un solo acto, sino un proceso incesante de reorientación permanente de la vida hacia Dios, que pide transformar la propia actitud hacia el

exterior. La predicación de la conversión continua de un cristiano que ha pecado aparece en Pablo, pero éste concede a la predicación penitencial

un espacio limitado. Para él, el anuncio de la salvación en Jesucristo

está en el centro de toda proclamación.

Por esta razón, los seres humanos son llamados a volver a Dios para que restablezcan la propuesta reconciliadora de Dios. Más aún, son

llamados a orientar su vida al servicio de la reconciliación; es decir, que el ministerio de la penitencia y la conversión no solo se ejercen

mediante la administración de los sacramentos, sino mediante la permanente búsqueda de la reconciliación real entre todos y a todo

nivel.

Por último, hay que notar que Pablo hace referencia a la conversión y su sentido profundo, de una manera implícita, al momento de hablar de la

fe en Cristo, del sentido del bautismo y del seguimiento de Jesús. El apóstol expresa la conversión de una forma indirecta con las

expresiones criatura nueva, hombre viejo y nuevo (Ef 4, 24; Gal 6,15; 2

Cor 5, 17; Col 3,10).

32 Biblia de Nuestro Pueblo, 2339.

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Los textos del Nuevo Testamento nos dejan ver la necesidad tanto para la comunidad en general como para cada ser humano en particular, de

vivir alerta ante el mal, continuando el esfuerzo de conversión expresado en la profesión de la fe bautismal. Por esta razón todos

somos llamados incesantemente a una permanente purificación mediante el reconocimiento de las culpas (1 Jn 1,9); mediante las obras

de caridad (1 P 4,8); mediante el cultivo de la confianza en la misericordia del Señor (Heb 4,16), mediante la oración de unos por

otros (St 1,15-16; Mt 18,19-20) y mediante la reconciliación mutua con

el perdón de las ofensas (Mc 11,25; Mt 18, 21-22).

3. LOS ENCUENTROS CON EL SEÑOR EN EL NUEVO TESTAMENTO

Si echamos un vistazo a la historia de la salvación, encontramos la palabra–encuentro-articulada con el acontecimiento de la revelación

cristiana. La elección de Israel y la alianza de Dios con su pueblo están

sostenidas por la realidad del encuentro como estructura fundamental de la revelación: Dios revela su nombre (Ex 3,13-15; 6, 2-9), deja

brillar su rostro (Nm 6,25-26), pronuncia su palabra poderosa y creadora (Dt 6,4-9; Is 55,10-11; Jr 15,16), para invitar al hombre como

ser individual y como miembro de una comunidad, al encuentro personal con él en un diálogo (Ex 33, 11), que perdona y que salva, que

mantiene la esperanza del cumplimiento de la promesa que sostiene todo el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento, los evangelios relatan numerosos encuentros

de Jesús con hombres y mujeres en situaciones muy diferentes. A veces se trata de situaciones de pecado, que dejan ver la necesidad de la

conversión y del perdón del Señor. Zaqueo (Lc 19, 1-10), el buen ladrón (Lc 23, 39-43), el Hijo pródigo (Lc 15, 11-32), la samaritana (Jn 4, 1-

42), la adúltera (Jn 8, 1-11), la mujer pecadora (Lc 7, 37-50). Una

particularidad común a todas estas perícopas es la fuerza trasformadora que tiene y manifiesta “los encuentros con Jesús”33, “ya que abren un

fidedigno proceso de conversión, comunión y solidaridad”34.

Una mención especial merecen los encuentros con Cristo resucitado narrados en el Nuevo Testamento. Gracias a su encuentro con el

33 “Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres, pobre y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores, invitándolos a todos a su seguimiento” Cfr. DA.N° 147. 34 “La conversión conduce a la comunión fraterna, porque ayuda a comprender que Cristo es la cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico; mueve a la solidaridad, porque nos hace conscientes de que lo que hacemos a los demás, especialmente a los más necesitados, se lo hacemos a Cristo” Cfr. EA, 26.

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resucitado, María Magdalena deja a un lado su desaliento y la tristeza causada por la muerte del Maestro (Jn 20, 11-18). En su nueva

dimensión pascual, Jesús la envía a anunciar a los discípulos que Él ha resucitado (Jn 20, 17). Por su parte, los discípulos de Emaús, después

de encontrar y reconocer al Señor resucitado, retornan a Jerusalén para contar a los apóstoles y a los demás discípulos lo que les había sucedido

(Lc 24, 13-35).

Entre los encuentros con el Señor resucitado, uno de los que más

influencia ha tenido en la historia del cristianismo es sin duda, la conversión de Saulo, el futuro Pablo y apóstol de los gentiles, en el

camino de Damasco, cuando Jesús se le apareció como una luz tan potente que lo dejó ciego. Y dice "Saulo, Saulo, por qué me persigues"

(Hch 9, 3-4), a partir de allí nunca más fue Saulo. Ya que el encuentro con Jesús eliminó el odio que tenía y convirtió el corazón duro de Saulo

en el corazón noble de Pablo, desde allí cambio radicalmente su vida: de perseguidor pasó a ser apóstol (Hch 9, 3-30; 22, 6-11; 26, 12-18).

El acontecimiento de Damasco marcó la vida de Saulo, pues al recuperar

la vista gracias a un miembro de la Iglesia primitiva y dejarse bautizar por él, abandona su antiguo nombre, Saulo35 (Hch 7,58; 8,1) y con él

todo su pasado de perseguidor de los cristianos y toma el nombre de Pablo, como comienzo de una nueva vida, en honor a su primer

convertido, el gobernador de Chipre, que se llamaba Sergio Pablo (Hch

13, 4-12). Para colocar desde aquel momento todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio, para anunciar las

enseñanzas de la Iglesia primitiva con el mismo fervor que había utilizado antes para destruirla. A partir de allí su existencia se convertirá

en la de un apóstol que quiere hacerse todo a todos (1 Cor 9,22).

3.1. La Samaritana El encuentro de Jesús con la samaritana (Jn 4, 5-32), es uno de los más

significativos, por consiguiente el evangelio de Juan presenta el

35 “Pablo en la carta a los Filipenses enumera todas las cosas que antes de su conversón a Cristo, en virtud de su nacimiento y de su propia decisión constituía el timbre de su gloria y aquello que más apreciaba “circuncidado el octavo día, miembro del pueblo de Israel y del linaje de Benjamín, hebreo de pura cepa, fariseo según la ley” (Flp 3,5), esa acumulación de expresiones describen, no solo su origen judío desde el punto de vista etnográfico, sino también la índole religiosa peculiar de su pueblo con respecto a los otros pueblos. Como tal ostenta Pablo el primitivo signo de la alianza, que consiste en la circuncisión y está orgulloso de proceder de una de las doce tribus, cuyo primer rey recuerda su nombre judío de Saúl (Hch 9,1.8)” Cfr. BORNKAMM, Pablo de Tarso, 33-34.

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encuentro de Jesús con la samaritana muestra que ha llegado el fin del culto que discrimina y margina personas y grupos. La samaritana no

tiene nombre y ese detalle indica que ella representa a todos los samaritanos, que van a apagar su sed en el manantial de Jacob, es

decir, en su antigua tradición; es el encuentro del Mesías con Samaría, la prostituta, la que tiene hijos bastardos (Os 1,2).

Todo sucede alrededor de un pozo, que es la figura de la ley y de las

instituciones, en el cual se creía que tenía la vida (el agua). El pozo era

símbolo de la sabiduría, sentido de la vida que todos buscan. Por eso para el pueblo escogido “el pozo era el lugar de los encuentros que

marcan para siempre la vida de las personas; fue junto a un pozo donde Isaac se enamoró de Rebeca (Gn 24; 10-27), Jacob se enamoró de

Raquel (Gn 29, 1-14) y Moisés se encontró con Séfora, su futura esposa (Ex 2, 16-22). En torno a un pozo se dirige Dios a hagar, la madre de

Ismael, prometiéndole que de su hijo nacería otro gran pueblo (Gn 16). La samaritana, por consiguiente es la esposa a quien Jesús busca. Por

esta razón el evangelio de Juan afirma: Jesús tenía que atravesar samaria (Jn 4,4) en medio de los marginados (Samaria) Jesús encuentra

a su esposa infiel y esta encuentra el sentido de su vida”36.

El encuentro inicia con una petición de Jesús: “Dame de beber”. En su humanidad Jesús siente esta necesidad y experimenta la necesidad de

todo hombre. Anhela una actitud de solidaridad en el nivel humano más

elemental, que une a los seres humanos por encima de las costumbres y de las barreras políticas y religiosas. La solidaridad con Jesús lo es

también al hombre. Es la expresión del amor fraterno; la necesidad es la ocasión de manifestarse en ayuda de los seres humanos; responder a

ella es la condición para recibir el don de Dios.

Proporcionar agua a quien tiene sed era señal de acoger a la persona en el pueblo elegido (Mt 10,42; Mc 9,41). Al pedir agua, Jesús comienza a

quebrantar los prejuicios y las discriminaciones de raza y de sexo (los hombres no conversaban públicamente con una mujer desconocida). La

mujer tiene conciencia de eso; “¿Cómo tu siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” (Jn 4, 9). Superada la

discriminación, Jesús provoca la sed de la mujer. Él es el don de Dios capaz de saciar la sed más profunda: “Si conocieras el don de Dios, y

quien es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a Él y Él te

habría dado agua viva” (Jn 4,10).

36 BORTOLINI, Cómo leer el evangelio de Juan el camino de la vida, 52.

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Desde el inicio, Jesús se muestra exento del conflicto que viven Samaría y Judea; no le presta atención a las discordias causadas por las

ideologías, en particular por la religiosa. Brinda algo que las sobrepasa, el don de Dios, que no discrepa entre unos hombres y otros, pues su

amor se dirige a la humanidad entera (Jn 3,16). El regalo de Dios a la humanidad es Jesús mismo, que trae la salvación para todos (Jn 3,16-

17). Siendo la fuente de la vida, sabe dar agua viva, corriente, y la promete a la Samaritana. Jesús está libre de toda prevención; para Él

existe sólo la relación interpersonal, expresada en el dar y recibir.

Jesús llama a la Samaritana para saciar su sed, que no era sólo

material, pues en realidad, el que pedía de beber, tenía sed de la fe de la misma mujer, al decirle “dame de beber” (Jn 4,7) y al hablarle del

agua viva, el Señor suscita en la samaritana una pregunta, casi una oración, cuyo alcance real supera lo que ella podía comprender en aquel

momento. “Señor dame de esa agua, para que no tenga más sed” (Jn 4, 15). La samaritana aunque todavía no entendía, en realidad estaba

pidiendo el agua viva de que le hablaba su divino interlocutor.

Jesús dio a conocer a la samaritana su búsqueda fundamental y ella acabó por pedir agua. Ante la petición de agua por parte de la mujer

Jesús la exhorta a tomar conciencia de que su culto está prostituido. Ya que los cinco maridos de la samaritana recuerdan los dioses extranjeros

que los samaritanos adoraron en la época en que comenzaron a existir

como pueblo (2 R 17, 24-41). El mismo Yahvé, fue trasformado en ídolo. Con el tema del marido, Jesús introduce la cuestión del culto a

Dios, enfatizando que los verdaderos adoradores adoran al Padre en Espíritu y en verdad (Jn 4,23).

La mujer revela la confusión que existía, pues los judíos suponían un

lugar determinado: la tierra prometida, el Sinaí, Sion-Jerusalén, el destierro, el regreso a la tierra, mientras que los samaritanos adoran a

Dios en el monte Garizín, pues ni judíos ni samaritanos concebían la relación con Dios fuera de un lugar especial. La mujer cree en la venida

de un profeta para resolver el callejón sin salida, a lo que Jesús le revela que la mediación de los lugares queda ahora superada, “Al Dios

de la vida, al Padre de Jesús ya no se le adora en un lugar, ahora importa el modo de encontrase con Jesús, será en el Abbá, en espíritu y

en verdad. El encuentro ya se da en las personas, en su mente y en su

corazón, en la capacidad de gastar la vida por medio del servicio, la

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bondad y la misericordia”37. Es decir Jesús mismo, es el lugar de la comunicación con Dios (Jn 1,51) y nuevo santuario (Jn 2,19-22; 1,14)

del que brota el agua del Espíritu (Jn 7,37-39).

Dios es amor expresado en la creación del hombre y sigue actuando, por lo tanto no existen en Él, limitaciones de lugar. Esa superación la trae

Jesús, quien es el que revela definitivamente el Padre y la manera de relacionarse con él. Jesús es el mediador de esa nueva relación con Dios

(1 Tim 2,5). El lugar definitivo del encuentro del hombre con Dios es la

persona de Jesús, bajo la guía del Espíritu.

Dios-amor, permite comprender los efectos del agua viva que Jesús da a tomar y que apaga la sed de los seres humanos (Jn 4,14a). Así pues

el agua que suministra Jesús, es la presencia del amor del Padre. La experiencia del amor provoca, a su vez, en cada ser humano el deseo

de amar generosamente, por el solo hecho de sentirse amado (Jn 4,14b); asimismo el hombre se transforma en espíritu (Jn 3,6)

semejante a Dios (Jn 1,16). Siendo el amor la línea que caracterice el desarrollo del hombre, hasta llevarlo cada vez más a ser semejante al

Padre (Jn 1,12).

Al revelarle Jesús su Mesianidad (Jn 4, 26), la samaritana se siente impulsada a anunciar a sus conciudadanos que ha descubierto el Mesías

(Jn 4, 28-29). Jesús ha venido a salvar: el que no le acepta, él mismo

se excluye de la vida. Esta vez, hace la revelación de su identidad con una imagen muy expresiva: “yo he venido al mundo como luz, y así el

que cree en mí no quedará en tinieblas” (Jn 12, 46).

“La samaritana abandona su cántaro”38 que era su conexión con el pozo; rompe con la Ley y en respuesta de fe al Mesías que se le ha

dado a conocer, corre al pueblo a comunicar que ha encontrado a un hombre que la conoce profundamente. Ella no dice: He encontrado a un

judío, sino: He encontrado a un hombre alguien plenamente humano, capaz de saciar la sed de toda la humanidad. La mujer insiste en que

Jesús le ha descubierto su pasado; esto supone que ella ha reconocido su adulterio. Ella se convierte así en anunciadora de lo humano

presente en Jesús y lleva a los otros con su vivencia a creer. El éxito de

37 CARDONA y OÑORO, Jesús de Nazaret en el evangelio de Juan, 88. 38 “Un detalle significativo. Por una parte, ella se va pero piensa volver, el cántaro en cierta manera la representa a ella. El segundo lugar, había venido a buscar agua natural y ya ha encontrado algo más importante: la fe en Jesús” Cfr. ORTIZ, El Evangelio de Juan, 63.

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la misión de la mujer reluce de inmediato “salieron del pueblo e iban donde Jesús” (Jn 4,30).

El anuncio de la Samaritana a los habitantes de Samaría está en

relación con la profecía de Oseas 7,1 “Cuando yo quiero sanar a Israel, se descubre el pecado de Efraím y las maldades de Samaría”. Al saber

los samaritanos que se han descubierto sus pecados, perciben que ha llegado el momento de cambiar de conducta, de ser sanadas las

heridas. De ahí la prontitud de los samaritanos en acudir a Jesús. La respuesta de los samaritanos fue unánime e inmediata. Ellos tenían

sed y van a buscar el agua nueva, Jesús, fuente de salvación, por eso como la mujer, van con prontitud, pues ellos son conscientes de que

algo esencial les falta, para alcanzar la libertad.

La actitud de la mujer es similar a la de los discípulos cuando hallaron a Jesús. Andrés fue a buscar a su hermano Simón (Jn 1,41-43); Felipe,

a Natanael (Jn 1, 45). Ella va al pueblo y a comunicar el encuentro con

Jesús.

Los discípulos quieren que Jesús se alimente. Pero el alimento de Jesús

es realizar el proyecto de libertad y vida que el Padre le ha confiado. El tema de la cosecha apunta a la misión: los campos ya están dorados

para la cosecha: la semilla es el proyecto del Padre. Jesús y los discípulos son al mismo tiempo, sembradores y segadores. El tema de

la misión resalta un contraste: Jerusalén y Judea son estériles, pues rechazan el proyecto del Padre. Samaría es fecunda y promete muchos

frutos, porque el proyecto de Dios que Jesús da a conocer encuentra un terreno favorable en medio de los marginados.

3.2. Zaqueo

El encuentro de Jesús con Zaqueo, comienza por la curiosidad que éste muestra de conocerlo, luego surge en él, el deseo de verle y quizá de

hablar con Él, ha sentido una llamada en su interior para cambiar de vida, que deja ver el anhelo por alcanzar la salvación. A la aspiración de

Zaqueo de ver a Jesús responde la mirada de éste, esa mirada que trasforma los corazones, que cambia el rumbo de la existencia.

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En Zaqueo se alcanza a descubrir un fondo de buena voluntad; como “publicano que era, estaba al servicio de los romanos,”39y al

relacionarse con muchas personas, ha llegado a sus oídos la fama de Jesús el Maestro de Nazaret, quien predica un evangelio de justicia, de

caridad y de pobreza, que no se ajustaba bien con su manera de vivir tan centrada en los bienes materiales.

Zaqueo no rechaza el encuentro con Jesús; por el contrario, lo busca

sinceramente, y pone los medios para conseguirlo; debido a ello, es

recompensado por Jesús, quien lo llama por su nombre como si se tratase de un viejo amigo, haciéndosele el encontradizo y le propone

reunirse con él en su propia casa. Va y permanece con Zaqueo, dialoga con él, haciéndolo gozar de su compañía. Por eso, al llegar a la morada

de Zaqueo donde habían prevalecido el odio y la maldición, ahora sobreabunda la bendición. Su pequeña estatura y la insignificancia de su

vida se engrandecen gracias a su encuentro con Jesús; que lo trasforma, lo renueva, y lo ayuda a recobrar el amor perdido que es la

esencia de la vida: amor a Dios y al prójimo. Zaqueo, de hombre poco honesto en sus negocios, se convierte en hombre justo y generoso,

desprendiéndose libremente de sus bienes.

Con la llegada de Jesús a la vida de Zaqueo, empieza una trasformación interior, encaminada hacia la conversión, porque el cambio no lo hace el

hombre, sino que se produce cuando se le permite a Jesucristo entrar en

nuestra vida. Por eso cuando Jesús encuentra a Zaqueo (Lc 19, 1-10), el fruto más preciado es la conversión, plasmada en el reparto de sus

bienes a los pobres y en la devolución aumentada de estos, iniciando una nueva vida llena de Dios.

Ante la acción de Zaqueo y su compromiso espontáneo de cambiar su

vida inmoral, Jesús afirma: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”40; también éste es hijo de Abraham”; (Lc 19,8-9) es decir, perteneciente al

pueblo heredero de las promesas de salvación hechas por Dios y que se han revelado de forma definitiva en Cristo. Además Zaqueo asume una

actitud de desprendimiento de las cosas materiales y de caridad hacia

39 “En la época de Cristo, la gente no tenía mucha simpatía por estos recaudadores de impuestos; por que recogían el impuesto para los ocupantes romanos, enemigos y paganos, y tenía la fama de no ser muy honrados” Cfr. GEORGE, El evangelio según San Lucas, 63. 40 “No se pronuncia la palabra perdón, sino salvación. El perdón es uno de los elementos de la salvación” Cfr. GEORGE, El evangelio según San Lucas, 64.

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los necesitados, que lo lleva a dar a los pobres la mitad de sus bienes y termina Jesús con la expresión “Porque el Hijo del hombre ha venido a

salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10).

El encuentro con Jesús fácilmente cambia el corazón de Zaqueo y lo libera de todas las ataduras con las que se encontraba prisionero y

ligado; en el acto Zaqueo expresa su promesa y su realización y va más allá de lo que la ley exigía. Él ha respondido bien a la visita de Jesús, ha

reconocido primeramente que había estado obrando mal y al

arrepentirse, quiere compensar el mal realizado con una acción justa y generosa en pro de los damnificados.

La redención y salvación de Zaqueo se da por dos razones esenciales: la

búsqueda y la conversión. Zaqueo quería encontrarse con Jesús y renunció a continuar en una vida de corrupción, de ambición y

explotación de los más pobres y eligió compartir sus bienes con los demás. Por consiguiente, su encuentro con Jesús, el Maestro o Mesías

esperado, fue un hecho de transformación interior, de restauración y liberación.

Zaqueo es el prototipo del que conociendo a Jesús, no sólo se despoja

con prontitud de lo material, sino que permite que su interior también sea trasformado por la gracia para comenzar a dar frutos concretos en

obras reales, que expresen una vida de amor y amistad con Dios y con

los hermanos, especialmente con los más necesitados de la comunidad. Dios toma la iniciativa de nuestra salvación, sale a nuestro encuentro

con su amor y perdón que nos devuelven y nos capacitan para ser mensajeros de la libertad que se obtiene viviendo en Dios. El Señor

renueva al hombre desde adentro, lo prepara para que desde esta vida, pueda ir caminando hacia la eternidad.

Zaqueo se deja transformar interiormente por la gracia divina,

convirtiéndose en un ejemplo para los seres humanos, pues en su encuentro afectuoso con Dios manifestado en Jesús, es capaz de

renovar su vida y dar signos externos de esa conversión. La fe y la vida espiritual, como expresiones del encuentro con Dios, son capaces de

hacer que los seres humanos experimenten cambios profundos, que su vida se renueve y puedan experimentar la felicidad que tanto desea el

hombre.

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3.3. La mujer adúltera Otros de los pasajes significativos que narran los evangelios es el

encuentro de Jesús con la mujer adúltera. La escena de la adúltera sorprendida en adulterio es típica de las tramas que los doctores de la

ley y los fariseos planeaban para sorprender a Jesús y tener de qué acusarlo. Según la ley de Moisés (Dt 22,22; Lv 20,10), la mujer que

fuera sorprendida en adulterio debía ser apedreada, y no solamente ella, sino también el hombre que con ella había cometido el adulterio. Allí se

muestra la maldad y la discriminación de los doctores de la ley y de los fariseos.

Los escribas y los fariseos le habían llevado a Jesús una mujer

sorprendida en adulterio y la pusieron en medio, humillándola y abochornándola hasta el extremo, sin la menor consideración. Jesús

aprovecha la maldad que hay en sus mentes para intentar que vuelva a

la vida recta una persona pecadora, como el caso de la mujer adúltera que tiene la oportunidad de convertirse gracias al encuentro con Jesús.

Los que la acusan recuerdan a Jesús que la ley de Moisés imponía para

este pecado el severo castigo de la lapidación (Dt 22,22-24), ¿Tú qué dices?, le preguntan con mala fe, para tener de qué acusarle. Jesús

queda entre la espada y la pared, y de no unirse a las leyes, dará suficientes motivos para ser señalado de actuar contra la ley de Dios. Si

Jesús aprueba el comportamiento de sus enemigos, también acepta su posición contra los pecadores; en consecuencia pondría fin a su praxis

de misericordia ante el pueblo sería un falso Maestro. Pero si Jesús no lo hace, desaprueba la ley inequívoca ante el hecho indiscutible, daría

motivos para ser acusado de falso Maestro pues aparta a la gente de la ley de Dios.

La actitud de Jesús sorprende a todos, se comporta como si estuviera solo, no dice nada, guarda silencio y continúa escribiendo con el debo en

la tierra. Mientras la mujer aterrada se mantiene allí en medio de todos, pues los escribas y fariseos insistían con sus preguntas dejando ver su

perversidad y con ello su machismo frente a la mujer; de ahí que Jesús sabía que si se ponía a favor de la ley, no tendrían de qué acusarlo.

Jesús, conociendo sus pretensiones los confronta y les hace ver, que

ellos también son pecadores Él, “se incorporó y les dijo: el que de vosotros esté sin pecado que le arroje la primera piedra. E inclinándose

de nuevo, seguía escribiendo en la tierra” (Jn 8, 7-8). Declarando que la

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mujer tiene dignidad y merece ser reivindicada; los acusadores no soportan la franqueza de su oponente. Y dejan a Jesús sólo con la

mujer; por eso cuando los que la acusaban se han marchado, el Maestro se incorpora y dice mujer “¿Ninguno te ha condenado?”. A lo que ella

contestó “nadie Señor” (Jn 8,11a) y Jesús le dijo: “tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más” (Jn 8, 11b). La alegría de

aquella mujer fue inmensa, pues se le estaba dando la oportunidad de comenzar de nuevo, al recibir el perdón de Cristo.

Jesús, percibió en el interior de la mujer adúltera que solo intentaba amar desesperadamente, y por eso había pecado, pero estaba

arrepentida, por esta razón con las palabras “vete y no peques más”, Jesús despide a aquella mujer perseguida, la deja ir, pero la amonesta

sobre la gravedad de su pecado, recordándole que debe estar vigilante para no reincidir.

Aquí aparece el perdón de Jesús, que supone la conversión, un cambio

en la vida de la pecadora y que se puede expresar desde dos realidades, un antes en ella reinaba el pecado, y un ahora ya que nace

gratuitamente el perdón misericordioso de Dios. Es justamente el perdón, el hecho trasformador, que hace posible que la mujer ya no

peque más. No es simplemente tratar de intentarlo, sino de dejar actuar la gracia de Dios que viene a nuestra vida para hacer posible el

arrepentimiento.

Esta mujer rompe con el proyecto de Dios, violando uno de los

mandamientos del Señor; además no vive en santa paz, y no confía en el Señor en las dificultades, dando a entender que se ha olvidado de

Dios. Pero el amor y la misericordia del Señor son tan grandes, que en la mujer se ha empezado a realizar un cambio tan profundo, que solo se

puede ver a la luz de la fe. Se cumplen las palabras del profeta Isaías. “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo

algo nuevo, abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo escogido, el pueblo que yo formé, para que

proclame mi alabanza” ( Is 43, 16-21).

En esta escena resplandece de una manera maravillosa la gran misericordia de Jesús. Tanto los acusadores como la mujer acusada

experimentaron el amor de Dios. Esta mujer representa a todos, los

pecadores y Dios conoce su condición, pero Jesús está dispuesto y puede librarnos de la muerte eterna, de ahí, que Él sea el camino para

alcanzar el perdón, por lo tanto estamos invitados a asumir

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responsablemente las faltas, las debilidades y el egoísmos para acércanos a Jesús y pedirle perdón por los pecados, pues por más que

se haga el esfuerzo por mejorar por sí mismos no se logrará, ya que en todo momento se necesita de su gracia y de su amor de Padre.

El Maestro quiere ir al encuentro de los que se sienten pecadores, con el

fin de que tomen conciencia de su pecado, y del mal que sus acciones equivocadas implica para ellos mismos y para la comunidad a la que

pertenecen, y los anima a sacarlos de su corazón, porque es allí, en el

corazón mismo del ser humano, y no fuera de él, donde el pecado tiene su origen y su raíz. “Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al

hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios,

avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al

hombre” (Mc 7, 21-23).

La intención de Jesús, es animar a las personas a descubrir en su corazón el amor de Dios y lo que Él quiere de ellas, pues Yahvé, por

medio del profeta Ezequiel, había dicho: “juro por mi vida que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta

y viva” (Ez 33, 11). Jesús encarna la actitud de rechazo al pecado y de amor al pecador.

Jesús, acoge a los pecadores, habla con ellos, los mira con amor, de este modo, sin ofenderlos, sin discriminarlos, ni acusarlos, ni

marginarlos, les ayuda a tomar conciencia de su situación, les hace presente y actuante el amor que Dios siente por ellos, y los motiva a

cambiar de vida, como lo vimos en la Mujer adúltera.

3.4. El hijo pródigo La parábola evangélica que mejor resume este proceso de encuentro

con la salvación del pecado es el hijo pródigo (Lc 15, 11-31), Dios representado en el Padre, espera siempre la vuelta de su hijo, pero

también respeta su libertad. El hijo menor de la parábola reúne todo, (pecado, conversión, reconciliación y perdón), parte a una tierra lejana y

allí despilfarra toda su herencia viviendo desenfrenadamente, lo que implica una separación del Padre, un abandono de la propia patria. Es

decir, vive contrario a la ley, como un pecador. Suceso que deja

entrever cómo muchas personas marchan lejos de la casa paterna y malbaratan los bienes de modo indigno de nuestra condición de hijos de

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Dios. Por tanto, “el pecado”41 aparece como insolencia, separación, desprecio del don, contrario a la ley de Dios.

Cuando el hombre peca gravemente, se pierde para Dios y también para

sí mismo, pues el pecado desorienta su camino hacia el cielo; es la mayor tragedia que puede suceder a un fiel. Su vida honrada, las

esperanzas que Dios había puesto en él; su vocación a la santidad, su pasado y su futuro se han venido abajo. Se aparta radicalmente del

principio de vida, que es Dios, por la pérdida de gracia. Pierde los

méritos adquiridos a lo largo de toda su vida y se incapacita para adquirir otros nuevos, quedando sujeto de algún modo a la esclavitud

del pecado.

El alejamiento del Padre lleva siempre consigo una gran destrucción en quien lo realiza, en quien quebranta su voluntad malgastando en sí

mismo la herencia, traspasando su propia dignidad de persona humana, y haciendo a un lado la gracia; aspectos que traen como consecuencia

la soledad y “el drama de la dignidad perdida, la conciencia de la filiación divina echada a perder” (DM.5), se tuvo que poner a guardar

cerdos, lo más deshonroso para un judío.

El hijo lejos de la casa paterna, siente hambre. Entonces, recapacitando se decidió a iniciar el camino de retorno. El regreso se produce cuando

el hijo, tras experimentar el vacío, el engaño y el sufrimiento al que le

ha llevado su alejamiento de la casa del padre, decide volver a él.

Toma conciencia reconociendo su pecado y a dónde le ha llevado su mala aventura; haciendo, un examen de conciencia, que abarca desde

que salió de la casa paterna hasta la lamentable situación en que ahora se encuentra, vuelve a su padre y le dice “Padre he pecado contra el

cielo y contra ti, no merezco ser llamado hijo tuyo” (Lc 15, 19)”42. Así comienza también toda “conversión”43, todo arrepentimiento.

41“El pecado aparece en su triple dimensión: contra Dios “he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15, 18); contra los demás, “Casa paterna, hijo mayor“(Lc 15, 28-30; contra sí mismo “hambre, necesidad” (Lc 15, 17)” Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 83. 42 “Cuando el hijo pródigo regresa arrepentido a la casa de su padre, no estaba representando una escena melodramática de quien quiere desahogarse ante sus sentimientos de culpa, sino que había sentido en lo hondo de su corazón, hasta qué abismos de miseria se puede llegar cuando se rechaza la paternidad” Cfr. MUÑOZ, Sacramentos de la vida, espiritualidad litúrgica de los siete sacramentos, 183-184. 43 “La conversión es el punto de inflexión y cambio que se produce en el hijo, resultado de la experiencia negativa y sobre todo, de un movimiento interior de cordura y lucidez” Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 84.

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En el examen de conciencia se confronta la vida con lo que Dios espera de ella. Con la ayuda de la gracia, se puede reconocer como somos

delante de Dios, pero también se descubre la negligencia en el cumplimiento de los compromisos de amor a Dios y a los hombres.

Cuando se encuentra de qué arrepentirse, no suele ser por carecer de faltas y pecados sino por cerrarnos a la luz de Dios, que indica en todo

momento la verdadera situación del alma. Hay que estar alerta para evitar caer en la soberbia como los fariseos (Mt 13,15) pues impide que

el hombre se vea tal como es.

El hijo menor continúa añorando su regreso y poco a poco cobran fuerza

otros sentimientos: el calor del hogar, el recuerdo insistente del rostro de su padre, el cariño filial, que hacen que el dolor se vuelve más noble,

y más sincera aquella frase: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus

jornaleros” (Lc 15, 18-19).

La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa del Padre. De ahí que el hombre este llamado a la santidad. Para ello

debe volver a la conversión del corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar en la vida, que ha de manifestarse

en obras de sacrificio y de entrega. Volver a la casa del Padre, es acercarse al Sacramento de la conversión con la certeza de que los

pecados son perdonados, para revestirse de Cristo, ser hermano suyo y

miembro de la familia de Dios.

Hay que acercase al sacramento con el deseo de confesar la falta, sin desfigurarla, sin justificarla, simplemente con la conciencia de que se ha

ofendido a Dios y se ha roto la amistad con el prójimo “pequé contra el cielo y contra ti” (Lc 15, 18). Con humildad, sencillez y sin rodeos. Pues

en la sinceridad se manifiesta el arrepentimiento de las faltas cometidas.

El hijo llega hambriento, sucio y lleno de harapos, el padre sale a su encuentro, corre abraza a su hijo, lo cubre de besos, no lo juzga ni le

reprocha su pecado, por eso la confesión de las faltas está impregnada de alegría y esperanza, pues Dios nos espera para ofrecer el perdón,

mediante los Presbíteros, quienes reincorporan con amor a los brazos del Padre.

Las palabras de Dios, que ha recuperado a su hijo perdido, también desbordan de alegría. “Pronto, traed la túnica más rica y ponédsela,

colocad un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un

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becerro bien cebado y matadlo y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo se había perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la

fiesta” (Lc 15, 27).

La túnica más rica lo constituye en huésped de honor; con el anillo le es devuelto el poder, la autoridad, enunciando que tiene nuevamente los

derechos; las sandalias le declararon hombre libre. El Señor nos devuelve en la confesión, lo que por nuestra culpa habíamos perdido a

causas del pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Jesús ha

establecido el sacramento de la conversión para que podamos volver siempre al hogar paterno. De ahí que la vuelta acaba siempre en una

fiesta llena de alegría (Lc 15,10). El penitente se injerta de nuevo en el misterio de la salvación y se encamina hacia los bienes futuros.

En el proceso que presenta la parábola del hijo pródigo, la teología ha

cimentado los elementos de “la confesión”44: el examen de conciencia, el dolor por el pecado y el propósito de enmienda. Ante ello, el pecador

se encuentra con una respuesta que desborda cuanto podía esperar: el padre le besa efusivamente, le restituye en su dignidad de hijo y

organiza una gran fiesta, “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 24). Esta

reacción nuestra que la conversión, aunque exija el compromiso total del hombre, representa ante todo una gracia, un don totalmente

gratuito, en el que Dios otorga aquello que no corresponde.

El encuentro con Jesús es la experiencia de la misericordia del Padre que

trasforma la vida de las personas y las abre a los valores del Reino, la verdad, la libertad, la justicia, la paz y el perdón. Por esta razón “la voz

del Señor nos sigue llamando a orientar toda nuestra vida desde la realidad trasformadora del Reino de Dios”45.

La actitud receptiva y la respuesta explícita al anuncio de la Buena

Nueva son la conversión y la fe, arrepentirse y creer, cambiar de dirección y aceptar la oferta de la salvación, con el firme propósito de

que hemos sido ya salvados en y por Jesús y que ahora la está 44 “El hombre necesita verbalizar su sentimiento interior de arrepentimiento y su voluntad de no pecar más en delante, si no quiere caer en el autoengaño” Cfr. CAÑARDO, “Un Sacramento para la curación del hombre”, 447. 45 “Señales evidentes de la presencia del Reino son: la vivencia personal y comunitaria de las bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del Padre, el martirio por la fe, el acceso de todos a los bienes de la creación, el perdón mutuo, sincero y fraterno, aceptando y respetando la riqueza de la pluralidad, y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del mal” Cfr. DA, 383.

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ofreciendo a nosotros, por eso lo debemos invitar sinceramente a que sea nuestro salvador, para adherirnos a su persona.

El don gratuito, que Dios nos hace en Cristo, espera una respuesta de

sus destinatarios, como se ve en los encuentros de Jesús con los pecadores (la samaritana, Zaqueo, la mujer adúltera y el Hijo Pródigo).

De ahí que la acogida del hombre a la invitación divina es el cambio de actitud que lo ha de llevar a la conversión, como camino para alcanzar

la salvación. Pues el hombre al abrirse a la gracia reconciliadora y

restauradora de Dios se acoge a ella.

El encuentro con Jesús, que lleva a la conversión supone un cambio radical en la orientación de la vida, en “la mentalidad”46 y también por

consiguiente en la forma de vivir; semejante al retorno del hijo pródigo, Zaqueo o cualquiera de los pecadores con los que se encontró Jesús. En

definitiva, se trata de la vuelta al amor de Dios como el verdadero principio y fin de la vida humana. De ahí nace la total trasformación del

hombre, en sus sentimientos, juicios y comportamientos.

Esta trasformación interior es personal y acontece en “la intimidad de la persona”47, en su encuentro con Dios, que no es otra cosa que la

obediencia en la fe y la confianza plena en Dios, que saca a la luz nuestras faltas y nuestros pecados, a la par que nos impulsa a Él como

el único que nos puede salvar. El anuncio y la invitación a la conversión

nos llaman a cada uno a dirigirnos gozosamente a Dios con la confianza de que en Él encontraremos el perdón y la realización de nuestra

libertad, haciéndonos hombres nuevos en Jesucristo.

Que Jesús está vivo y confesarlo como Señor es la clave de una vida cristiana auténtica y consistente. “Decía el plazo se ha cumplido. El reino

de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1, 15). “Y les dijo vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda

creatura. El que crea y se bautice, se salvará, pero el que no crea, se condenará” (Mc 16, 15-16).

“En definitiva ¿qué dice la Escritura? Que la palabra está cerca de ti; en

tu boca y en tu corazón” (Dt 30, 14), pues bien esta es la palabra de fe

46 “El cambio de mentalidad (metanoia) consiste en el esfuerzo de asimilar los valores evangélicos que contrastan con las tendencias dominantes en el mundo” Cfr. EA, 28. 47 “No cabe duda de que en el corazón del hombre existe un misterio de intimidad con Dios tanto en la falta como en el retorno, que no puede ser resuelto más que personalmente” Cfr. CAÑARDO, “Un Sacramento para la curación del hombre”,448.

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que nosotros anunciamos. “Porque si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los

muertos, te salvarás. En una palabra, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Rm 10,8-9.13).

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CAPÍTULO II

EL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN EN LA EXPERIENCIA CRISTIANA

1. EL DRAMA DEL PECADO EN LA HISTORIA La conciencia del pecado humano permite al escritor sagrado presentar

la realidad del pecado y su extensión universal, expresada en el amplio vocabulario que la Biblia hebrea utiliza para referirse a él. De este

modo, el pecado es presentado desde diferentes realidades, como:

error, maldad, falta, crimen, infidelidad, rebelión, impiedad, trasgresión, injusticia, delito, desobediencia, culpa, impureza, ofensa, ruptura.

Conceptos que dejan ver que el tema del pecado no es uniforme. En ciertos textos antiguos se aplica incluso a errores en la celebración del

culto sin ninguna implicación moral, así como a faltas involuntarias (Lv 4,2.27). Mientras que en otras ocasiones se acentúa su carácter

colectivo, de modo que la falta de un individuo es pagada por su descendencia (Gn 9.20-27).

El concepto de pecado es muy complejo; esto se evidencia al examinar

los diferentes campos en los que el ser humano se desenvuelve y construye sus relaciones. Por eso las faltas conciernen la vida del

individuo, de la nación, de la observancia de un rito o de una ley, así como el comportamiento moral, social y político. No obstante, es preciso

recordar que todas estas dimensiones, están estrechamente vinculadas

a una concepción religiosa que relaciona a los seres humanos con Dios, con el pueblo y con las instituciones. Todas las leyes,

veterotestamentarias sea cual fuere su origen, se atribuían a Moisés y a través de él a Dios.

El libro del Génesis48 2-3, evoca más las consecuencias y desdichas del

pecado de Adán y la trasmisión de ese pecado. Todo ser humano es consciente de ello, pues experimenta en sí una íntima división, por tanto

“el pecado consiste en apartarse personalmente de Dios”49, que se

48 “Los capítulos del libro del Génesis del 2-11, presentan relatos etiológicos, que intentan explicar la causa del mal que reina en el mundo. En la historia de caída de los progenitores (Gn 3,1-24) se sintetiza la experiencia general del pecado como acto individual que produce nefandas consecuencias” Cfr. VIRGULIN, “Pecado” 1431. 49 GS N° 13.

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revela a través de una orden y de una sanción divina. Asimismo, en el origen del pecado se encuentra la pérdida de toda confianza en Dios; ya

que a continuación se cae en una desobediencia (Gn 3,1-24), con la intención de apoderarse con las propias fuerzas de lo que está reservado

exclusivamente al Señor, para hacerse semejante a Él. El ser humano rompe las relaciones personales con su bienhechor, convirtiéndose Dios

para él en un extraño y en un ser temible.

Aunque nuestros ancestros no hayan querido dejarnos el sentimiento de

culpa, nos han legado la carga de una debilidad moral tal, que sólo podemos aspirar a una intervención divina que nos libre de ella. Así

pues, en algunos textos se ve aparecer la idea de una mediación de los justos a favor de los pecadores (Jb 1-3).

1.1. Pecado humano frente a la ley y la alianza

El pecado en el Antiguo Testamento debe mirarse sobre todo a partir de la alianza, por el fuerte aspecto jurídico atribuido a Dios. Por esta razón,

el concepto de pecado guarda una estrecha relación con la institución de la alianza sinaítica, considerada como el elemento fundante de la vida

religiosa de Israel. La relación con Dios está fijada tanto por la conducta social como por leyes culturales y rituales, ya que no se pueden separar,

aunque en algunos textos sagrados se acentúe cada uno de ellos de forma diferente.

Desde este punto de vista toda acción pecaminosa ha de pensarse como

una ruptura o como una negación de la relación personal con Dios. Pues es una trasgresión de la ley, que supone una confrontación negativa con

Dios, que es fiel y santo y que ha mostrado su benevolencia con el pueblo mediante la iniciativa de la alianza. Por lo tanto si el pecado es

una ofensa a la vida del pueblo y a los designios de Dios sobre él, éste

asume también una dimensión comunitaria.

El pecado contiene un plano horizontal y comunitario, puesto que, si perturba el trato con Dios es porque daña al pecador, rompe las

relaciones de amistad con el prójimo e interviene negativamente en la vida del pueblo. Así mismo se da una ruptura con el hermano, debido a

que la acción individual pone al otro en una situación, que le orienta al bien o al mal, que le comunica valores y normas o le priva de ellos. El

hombre es injusto, desleal, capaz de romper promesas, egoísta, prefiere servirse a sí mismo antes que a los demás, por consiguiente “el pecado

no solo perjudica a quien lo comete, sino también a los otros, a quienes

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está unido por un amor fraternal”50, pues, rompe las relaciones con los demás y cuando se da cuenta de ello es demasiado tarde. No en vano se

sustenta que el pecado está en la raíz de los males e infortunios que soporta Israel. De ahí se derivarán todas las calamidades personales o

colectivas (catástrofes naturales, guerras, derrotas militares, exilio, o enfermedad) como consecuencia de una falta cometida.

Desde esta perspectiva pecar en el Antiguo Testamento, consiste en no

guardar los mandamientos de Dios o en no honrarlo por sus acciones;

de ahí que el pecado puede cometerse consciente, (violar una regla) o inconscientemente, (trasgredir una norma) (Lv 4 y 5), pero incluso en el

caso de un pecado espontáneo, es necesaria una expiación.

La idea de ruptura es recalcada por los profetas que ven siempre el pecado como el rechazo a obedecer una orden o a seguir una llamada.

En Isaías, el orgullo; en Ezequiel, la rebelión declarada, en Amós es la ingratitud; en Jeremías, la falsedad oculta en el corazón. En todos los

temas la ruptura de un vínculo, la violación de la alianza, la traición de una amistad. Cada vez que uno peca repite la experiencia de Adán,

ocultándose de Dios.

Junto al tema del pecado aparece siempre en los profetas el de la conversión, Dios permanece fiel a pesar de la infidelidad del hombre y le

invita a volver mientras el hombre es capaz de hacerlo (Os 2; Ez 14,11).

Esto rebasa las posibilidades humanas, por eso la conversión es don de Dios que va en busca de la oveja perdida (Ez 34), que da al hombre un

corazón nuevo, un espíritu nuevo, su propio espíritu (Ez 36, 26-38), entonces se realizará la nueva alianza y la ley ya no estará escrita en

tablas de piedra. Sino en el corazón de los hombres (Jr 31, 31-34).

Los profetas se fijan más en la realidad actual del pecado en la historia, que en su origen; ven en el pecado la presencia activa del misterio del

mal en el corazón humano, es decir el pecado es percibido en un clima moral, por eso, la historia de una nación puede estar marcada por esto

sean cuales fueren los niveles de responsabilidad personal, todos los seres humanos viven en un clima general de impotencia moral.

50 “El hombre que se aleja de Dios y de su propia verdad se convierte fácilmente en un extraño y en un enemigo para sus hermanos; se ve llevado actuar contra ellos injusta y violentamente y no tiene reparo en violar la dignidad y los derechos humanos, ni en romper la convivencia pacífica y la relación de respeto” Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 62.

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Del mismo modo, en el Antiguo Testamento se insinúa una distinción entre los pecados graves y las faltas leves cometidas por ignorancia o

fragilidad (Sal 25,7; Job 13,26). Aunque todo pecado cometido contra el prójimo es juzgado en relación con Dios, sin embargo se distingue entre

los pecados cometidos personalmente contra Dios y los que se refieren al prójimo (2 Sam 12,13). Entre “los pecados más graves cometidos

contra Dios hay que señalar la idolatría, la magia, la blasfemia (Ex 22,19; Lv 20,2; 24,11-16), mientras que entre los cometidos contra el

prójimo se distingue la rebeldía contra los padres (Lv 20,9), el secuestro

de un hombre (Ex 21,16), el adulterio (Lv 18,6-23) y cuatro pecados que claman al cielo: el asesinato (Gn 4,10), la sodomía (Gn 18,20), la

opresión de las viudas y de los huérfanos (Ex 22, 21-23) y la negativa a pagar los salarios justos a los obreros (Lv 19,13)”51.

Estos pecados acarrean consecuencias como: contristar a Dios, irritarlo

y moverlo a la cólera (Nm 11,1; Dt 1,34; Jos 22,18; Is 57,17; Jr 36,7). El Señor oculta su rostro al pecado para no escucharlo (Is 59,2) o se

niega a responder cuando le solicitan un oráculo (1 Sam 14,37), estas expresiones ponen de relieve la referencia del pecado al Dios personal.

En el pecador la acción pecaminosa produce un sentimiento de culpa, no

como una deuda que hay que pagar al Señor, como algo que daña la conciencia del pecador. El sentimiento de culpa engendra vergüenza;

mueve a los primeros padres a esconder su rostro de Dios, en el Edén

(Gn 3,18) y le hace expresar a David, cuando se da cuenta de sus culpas: He pecado contra el Señor (2 Sam 12,13).

Los pecados manchan a los seres humanos, los hacen impuros para el

ejercicio del culto e incapaces de acercarse al Dios Santo (Sal 51, 4-6). Por lo que el pecado lleva consigo su propia sanción. Así mismo al

rechazar al Señor, el pecador hace suya la inconsistencia de las cosas, haciéndose él mismo vanidad (Jr 2,5). Pero también la actitud de

rechazo por parte del hombre endurece su corazón haciéndolo incapaz de levantarse del abismo en que ha caído. Esta situación se expresa en

las Sagradas Escrituras mediante diversas imágenes: Corazón embotellado (Is 6,10), incircunciso (Jr 4,4), corazón de piedra (Ez

36,26), oídos tapados (Zac 7,11), de dura cerviz (Jr 7,26).

El hombre semítico difícilmente distingue entre la voluntad verdadera de

Dios y la permisiva, por consiguiente endurecimiento no significa 51 ROSSI, “Pecado” 750.

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reprobación, sino expresión de un juicio sobre un estado de pecado, ya que esto produce visiblemente sus frutos. La obstinación es la

característica del pecador, que quiere permanecer separado de Dios y se niega a convertirse (Is 6,9-12).

2. PECADO EN EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento, presenta un progreso en la compresión del pecado, los textos insisten en el hecho que el lugar y la fuente del

pecado es la intimidad del hombre; el cual consiste en una falta contra la bondad de Dios. Se sondea el abismo en el que se precipita el

pecador destinado a la perdición eterna; se brinda una explicación más profunda de la situación pecaminosa que une solidariamente a todos los

hombres y se anuncia la liberación definitiva del pecado gracias a la muerte redentora de Cristo.

2.1. El Pecado humano en los Sinópticos

La persona de Jesús y su mensaje son el punto de partida de la Nueva Alianza (Mt 7, 21-23; Lc 6, 46). Su predicación pone de relieve que el

pecado conlleva la ausencia de Dios y el deseo de encontrar la propia felicidad en otro lugar, aunque, esto lleve al hombre a la desventura (Lc

15, 11-32); subraya así la naturaleza interior del pecado. Por eso el Señor no rechaza la cercanía de los pecadores, al contrario, Él ha venido

precisamente para llamarlos, acogerlos con misericordia y perdonarlos

(Mc 2, 5.16-17; Lc 7, 48; 15).

Cuando Jesús acoge a los pecadores explicita el anuncio de la redención para todos aquellos que se acercan a Dios con sincero corazón y con la

conciencia de su indignidad. Ante la experiencia de una pesca desacostumbrada, Pedro despliega su conciencia de pecado, es decir de

indignidad (Lc 5,8). Cristo llama a los pecadores a quienes salva y perdona gratuitamente. “El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que

estaba perdido” (Lc 19,10). Jesús repite una y otra vez que no ha venido a buscar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,13, Mc 2,17),

No hay mayor pecado que él no abrirse a la salvación.

Los evangelios sinópticos expresan que no existe un solo tipo de culpa. Jesús habla de una gran variedad de pecados: vanagloria, injusticia,

hipocresía, adulterio, homicidio, codicia, soberbia, orgullo, vanidad,

apego a las riquezas, explotación de los demás, mentira, robo, (Mt 23, 1-36; Mc 7, 20 -23; Lc 20, 46-47); y a la par, Jesús recuerda que el

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pecado no es tanto la mera acción exterior, cuanto la mala actitud interior de la voluntad perversa del corazón, de donde proviene esta

actitud desordenada (Mt 15, 18-19). Indudablemente el corazón, como sede de los deseos y los pensamientos, funda la espiritualidad de los

seres humanos, en la que se toman las decisiones relativas a la actividad exterior (Mc 7, 20-23).

Jesús no se detuvo a describir la naturaleza del pecado, sino que

considera a todos los seres humanos alejados de Dios, entregados a la

potestad del demonio y por tanto necesitados de conversión y de salvación (Mt 13,38; Lc 22,31).

En esta perspectiva Jesús denuncia como pecados los actos internos,

que están al inicio de las acciones públicas (Mt 5, 22.28). El pecado contra el Espíritu Santo, es decir, la negativa obstinada a creer en Jesús,

no se perdonará ni en esta vida ni en la otra, pues, la blasfemia contra el Espíritu Santo es presumir y reivindicar el derecho de perseverar en el

mal. “La blasfemia no consiste en el hecho de ofender con palabras al

Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en el rechazo de aceptar la

salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Si el hombre rechaza aquel

vencer sobre el pecado, que proviene del Espíritu Santo y tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la venida del Paráclito, aquella venida

que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad mediante la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. La blasfemia contra el Espíritu

Santo consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar esta remisión de la que el mismo Espíritu es el íntimo dispensador y que

presupone la verdadera conversión obrada por él en la conciencia. Si Jesús afirma que la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser

perdonada ni en esta vida ni en la futura, es porque esta no-remisión está unida, como causa suya, a la no-penitencia, es decir al rechazo

radical del convertirse”52. Como lo explica el Papa Juan Pablo II, el pecado contra el Espíritu Santo consiste en la resistencia y el rechazo a

la conversión. Ya que es “el Espíritu Santo”53 el que nos convence del

pecado (Jn 16, 8-9). Por lo tanto rechazar en el corazón esta realidad y obstinarnos en el mal lleva a este pecado. Esta era la actitud de los

fariseos, que se cerraron a la aceptación del plan divino para

52 DOV, Nos. 46-48, 140-149. 53 El Espíritu de Cristo resucitado es un Espíritu de reconciliación y de perdón (Jn 20, 20-23), después de la Pascua, el Espíritu Santo convence al mundo en lo referente al pecado, a saber que el mundo no ha creído en el que Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu es el consolador (Jn 15, 26) Cfr. BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 179.

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reconciliarse con los otros hermanos. De ahí que Jesús concedía mayor importancia a las exigencias de la persona que a la de las instituciones

(Lc 6, 1-11; Mc 2, 23-27).

Cristo asumió una actitud humana con los judíos, que no practicaban las prescripciones rabínicas y que eran despreciados por los fariseos y

considerados como pecadores. Proclama que ha sido enviado a llamar a la conversión no a los justos sino a los pecadores Lc 5,32; Mc 2,17).

Jesús reconoce en ellos una aptitud para oír la llamada a la conversión,

ya que los pecadores son los verdaderos receptores del Reino. Por eso no es el pecado en sí mismo lo que constituye un obstáculo para la

salvación, sino la obstinación de los seres humanos en resistir la invitación divina a la conversión y a la confianza puesta en sí mismo y

en las propias posibilidades.

La situación del pecador que va acompañada del sentimiento de la propia miseria espiritual representa un terreno favorable para la

obtención del perdón y de la salvación. Jesús anuncia su propia muerte y le arroga un valor expiatorio (Mt 26, 28; Lc 22,20). Así pues la muerte

de Jesús en la cruz, es un asumir el pecado del hombre para salvarlo. Su resurrección como victoria sobre la muerte aparece igualmente como

una aniquilación sobre el pecado y sobre las fuerzas del mal. Al acoger el anuncio del reino de Dios, se obtiene el perdón de los pecados y se

entra en una relación amorosa con el Padre, pues el pecado del hombre

queda superado por el sacrificio redentor de Cristo en la cruz.

Al escudriñar con atención, la predicación de Jesús en los sinópticos descubrimos que tiene, el mismo contexto opresivo. Los oyentes de

Jesús carecen igualmente de toda oportunidad de poder satisfacer los requisitos para expiar su culpabilidad o su impureza, por consiguiente

Jesús ofrece a estos pecadores la posibilidad del perdón si aceptan seguirle. Como el publicano. Así vemos en (Lc 18, 9-14) o Pedro (Lc

5,8). Jesús subraya la ilusión de quienes se jactan de ser justos (Jn 8, 39; Lc 18,9-14) y afirma que todos los hombres tienen necesidad de la

salvación (Mc 16, 15-16). De ahí que Jesús enseñe que del corazón humano es de donde sale todo cuanto hace impuro al hombre (Mt 15,

19-20).

La esencia del pecado, según Cristo, está en el corazón del hombre, en

un desconocimiento voluntario del amor de Dios y una negativa a acoger la invitación a la conversión, el que tiene el corazón malo es un árbol

malo, que no puede menos de dar frutos podridos (Mt 12, 33-37). La

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violación de los preceptos está en la voluntad humana, se peca por deseo e intención (Mt 5,28). El pecado trae consigo consecuencias

graves y Cristo nos pone ante los ojos la principal, apartarse de Dios, perdiendo toda cobertura espiritual, abriendo un gran portón para que el

enemigo penetre y obstaculice el seguimiento de Cristo y sus enseñanzas, pues el pecado aleja a los hombres de la intimidad y

amistad divina (Lc 15,4).

El amor que se manifiesta en la amistad entre el pecador y Jesús es el

signo del perdón (Lc 7, 47-48). Así en los evangelios, principalmente en Lucas, no es un sacrificio de reparación, ni incluso un arrepentimiento

personal, lo que triunfa en el pecador, es acercarse al proyecto de Jesús.

2.2. El pecado humano en el evangelio de Juan

Juan, presenta el pecado desde dos perspectivas; en las cartas considera el problema del pecado en la vida cristiana, mientras que su

evangelio muestra el drama del pecado en relación con Cristo. En sus cartas deja ver cómo Cristo nos purificó de todo pecado (1 Jn 1,7)

siendo él propiciación no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo. Para el cristiano purificado por el bautismo el problema del

pecado adquiere una importancia particular. Interesa pues que el bautizado, nacido de Dios, no peque (1 Jn 5, 18), porque la semilla de

Dios depositada en él es incompatible con el pecado (1 Jn 3,9) y que no ame al mundo, ni lo que hay en él. Esta actitud fundamental debe

dominar la vida cristiana, apartarse del mal, que no es otra cosa, sino obedecer los preceptos de Dios. Es necesario adoptar esta actitud para

que el pecado salga definitivamente de la existencia del hombre.

En la vida cristiana, todo gira alrededor de la opción que el hombre

toma frente a Dios, al ser Cristo la luz, vida y salvación de los hombres, cordero que quita el pecado del mundo, su sola presencia divide el

corazón humano, forzándolo a una elección: con él o contra él, fe o incredulidad (Jn 3,18), por eso para Juan, el pecado por excelencia

reside en negarse a acoger a Cristo, que es la luz del mundo (Jn 8,12); es decir, en la falta de fe frente al enviado del Padre, el Hijo unigénito

de Dios. Esta negación aflora no solo como un acto concreto, sino como una iniciativa y una actitud permanente negativa que decide toda la vida

de los seres humanos.

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Juan asimismo, habla del pecado del mundo (Jn 1,29). En el lenguaje de Juan, el término mundo, tiene un significado negativo, ya que designa a

todos los hombres judíos y paganos, que se resisten a admitir la revelación traída al mundo por el Hijo de Dios. El pecado del mundo no

significa el pecado de los hombres en general, ni la suma de los pecados individuales, sino el mal en sí mismo, en toda su extensión y en sus

consecuencias. Es una fuerza que ciega a la humanidad y se halla en la raíz de todas las tomas de posición contrarias a Dios. La negación de

Jesús como Cristo e Hijo de Dios envuelve el rechazo de la realidad

última y definitiva, ya que se cierran los ojos a la luz.

Este es el pecado típico de los judíos incrédulos, rehusar voluntariamente al que podía salvarles. El evangelio nos señala la

culpabilidad de esta incredulidad, pretender ver sin la luz de Cristo: “han visto mis obras pero me aborrecieron a mí y a mi Padre” (Jn 15,24).

Esta actitud pone de relieve la libertad humana que puede elegir o rechazar a Cristo, luz en medio de las tinieblas del mundo. Esta libre

elección es la esencia del pecado. Juan presenta este misterio del pecado teniendo ante sus ojos el testimonio vivo de los judíos que lleva

a Cristo a la muerte.

La violación de los preceptos y las transgresiones particulares de la ley, no son simplemente rasgos de la miseria humana, que Jesús quiso

transformar, como el paralítico (Jn 5) o el ciego de nacimiento (Jn 9) y

la resurrección de Lázaro (Jn 11), sino la actualización concreta de la libre decisión del hombre frente a Cristo.

2.3. El Pecado en los escritos de San Pablo San Pablo, más que cualquier otro autor del Nuevo Testamento,

desarrolla el tema del pecado, es en su corpus paulino donde se

encuentra el sentimiento más vivo de la impotencia del pecado y de la implicación de todos los seres humanos en él, es algo que habita en

nosotros; por eso, para Pablo el pecado no es una debilidad meditada de la voluntad o una mala valoración de las cosas, es lo que no le permite

obrar correctamente a la voluntad. Si el pecado lleva a la muerte, no es que Dios justo y amoroso, haga responsables de los actos que nunca

hemos elegido realizar, es que nuestra situación es tal que destruye nuestra capacidad de vivir con Dios.

De varias formas y desde diferentes puntos de vista San Pablo hace

referencia al pecado en todas sus cartas paulinas. El apóstol considera el

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pecado desde un aspecto psicológico, individual, social e histórico. En la Carta a los Romanos en el capítulo 5, Pablo hace una exposición

doctrinal, al hacer un paralelo entre Adán y Cristo. Cristo es la fuente de vida, justicia, fidelidad y obediencia al Padre, que se le opone Adán

quien ha sumergido a la humanidad en el pecado y la muerte. Cristo ha destruido el poder del pecado y se ha convertido en principio de

salvación y de vida para todos (Rm 5,12-21).Gracias a Cristo, el género humano podrá recuperar el paraíso perdido

San Pablo en sus escritos presenta de forma sistemática la realidad del pecado, cuyo principal interés es hacer brillar la obra redentora de

Cristo, sobre el fondo tenebroso de la maldad humana, “Cristo entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación”

(Rm 4,25). El apóstol considera el pecado como una desobediencia a la voluntad de Dios, como un error culpable, como una rebelión contra su

ley, como una negación de la sabiduría divina, como un alejamiento de Dios (2 Tes 2,3), como una acción injusta que se opone a la verdad,

pero sobre todo el pecado es la oposición al amor de Dios.

Los pecados contra Dios, aunque no se mencionan con frecuencia, aparecen como el origen de todos los demás (Rm 1,18-23). La idolatría

es la negativa a glorificar a Dios conocido por la razón a través de las criaturas. El pecado separa al hombre de Dios y lo reduce a una

condición de esclavitud, abandonado a sus fuerzas el hombre está

entregado al poder del pecado (Rm 7,7-14). La esclavitud del pecado es tal que los seres humanos son incapaces de realizar el bien aunque lo

quieran. Pablo manifiesta que el pecador tiene todavía la posibilidad de conocer y de anhelar el bien, e incluso de consentir interiormente la ley

del Señor; pero que por falta de fuerzas, el mal acabará dominando sobre él.

El pecado engendra la muerte, ya que Dios es la fuente de la vida y al

alejarse de él, el pecador rechaza la vida, pues alejados de Dios carecemos de vida, porque Él es quien nos permite estar llenos de vigor,

llenos de todo lo bueno que existe en este mundo, es decir que si estamos firmes en Cristo y estamos junto a Él, estaremos seguros,

tranquilos, porque la vida depende únicamente de Él y no de las circunstancias que nos rodean, porque Él es la fuente de vida y si

estamos junto a Él lo tenemos todo, porque sabemos en quién hemos

creído y confiado.

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El estrecho vínculo que existe entre la muerte y el pecado se pone de relieve especialmente en (Rm 5-8). En (1 Cor 15,56), se enseña que el

pecado es el aguijón de la muerte. La muerte se presenta también como recompensa y consumación del pecado (Rm 6,21), en el sentido de que

lleva a su término la separación de Dios. Esta muerte es ante todo la perdición eterna, la ausencia definitiva de Dios; en segundo lugar,

designa también la condición desgraciada en que se encuentra el pecador ya en esta vida, y finalmente, señala la muerte biológica,

deteriorada por la angustia y por la oscuridad producida por la ausencia

de una perspectiva radiante de futuro. San Pablo concibe la muerte como un conjunto unitario, que comprende la muerte corporal, la

espiritual y la eterna.

Del mismo modo hay pecados en los creyentes que no conducen a la muerte, es decir, pecados de fragilidad humana, que no suponen una

auténtica opción fundamental frente a Cristo (1 Jn 5, 16-17). Estos pecados se perdonan con facilidad. Los fieles han de asumir la

conciencia de ser pecadores en este sentido; no admitirlo constituiría una mentira comparable a la de los apóstatas (1 Jn 1,8). Pero los que

han nacido de Dios están en la condición de no pecar, esto es, de no apartarse de Cristo (1 Jn 3,9; 5,18). “Al haber vencido Jesús al príncipe

de este mundo (Jn 12,31; 16,33), derrotó también al pecado”54. Mientras permanezca uno unido a Cristo, interiorizando su palabra y

permaneciendo fiel a la comunión eclesial, no podrá pecar (Rm 8,14-

17), es decir no se alejara de Él.

2.4. El pecado en los Hechos de los Apóstoles

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se señalan algunas acciones pecaminosas, como la traición de Judas (Hch 1,15-20), la negativa de

los habitantes de Jerusalén a escuchar la Palabra de Dios (Hch 3,14.17),

la falsedad de Ananías y Safira, presentada como un agravio cometido hacia el Espíritu Santo. El pecado de Simón el mago residió en querer

reducir la gracia de Dios a un escenario controlable por los hombres y puesta bajo su mando (Hch 8, 18-24). El acecho a la Iglesia por parte

de Saulo antes de su conversión se debió a su persuasión de que había que continuar en el estrecho sistema de la ley mosaica, sin aceptar la

cruz de Cristo como principio de la verdadera justicia y como auspicio de una nueva norma de vida. 54 “El Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo. El pecado, ciertamente, empequeñece al hombre alejándolo de la consecuencia su propia plenitud” Cfr. GS, N°13.

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2.5. El pecado en la Carta a los Hebreos En la carta a los Hebreos, los pecados son llamados obras muertas (Hb

6,1, 9,14), porque manchan la conciencia e imposibilitan un culto agradable a Dios (Hb 6 4-6; 10,26), en el sentido de que el sacrificio

expiatorio de Cristo no puede repetirse y el pecador no puede volver a su inocencia; pero no se descarta la posibilidad de una corrección de

forma absoluta.

2.6. El pecado en la Carta de Santiago En la carta de Santiago se enseñan algunos aspectos sociales del

pecado, la riqueza puede conducir a una utilización del prójimo (St 4,5-10); el departir imprudentemente influye en la relación mutua entre los

hombres (St 3,4-8). “La envidia, la ira, las reflexiones contrarias sobre los demás proceden del egoísmo y de una falsa búsqueda de uno mismo

(St 4, 1-10)”55. Como se puede leer muchos problemas que afectan a las comunidades vienen de afuera, pero en este caso lo que le preocupa

a Santiago, son los que nacen de adentro.

En general, “el pecado parece ser congénito a los seres humanos”56, vinculado a su ser corporal, no obstante, si el hombre ante Dios

reconoce que el pecado oscurece su conciencia por la debilidad humana, lo podrá evitar con la gracia del Señor, implorando su misericordia por

las propias culpas, por esta razón no se admite la actitud de aquel que

se quiere justificar a sí mismo, sin recurrir a la misericordia de Dios, de ahí que sea necesario “reconocerse pecador y pedir la ayuda divina”57.

55 Como se ve en la siguiente nota. “La comunidad a la que se dirige Santiago parece comprometida en una situación de luchas y conflictos, de envidias y ambiciones, que la está volviendo espiritualmente estéril. La causa de tal situación está en el interior de cada uno. Cuando esto sucede hasta la oración resulta ineficaz” Biblia de América, 1843. 56 “El pecado ha roto la armonía en las relaciones del hombre con sus semejantes, e introduce las perturbaciones que agitan a la sociedad actual, la discriminación, la indiferencia y los fraudes a las normas sociales, el aborto y el infanticidio, las violaciones del derecho de gentes y los abusos del poder” Cfr. GS, Nos. 25, 27, 29, 30, 51, 75. 57 “El publicano quizá podía tener alguna justificación por los pecados cometidos, la cual disminuyera su responsabilidad. Pero su petición no se limita solamente a estas justificaciones, sino que se extiende también a su propia indignidad ante la santidad infinita de Dios: “¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador” (Lc 18, 13). En cambio, el fariseo se justifica él solo, encontrando quizá una excusa para cada una de sus faltas. Nos encontramos, pues, ante dos actitudes diferentes de la conciencia moral del hombre de todos los tiempos. El publicano nos presenta una conciencia “penitente” pues es plenamente consciente de la fragilidad de la propia naturaleza y que ve en las propias faltas, cualesquiera que sean las justificaciones subjetivas, una confirmación del propio ser necesitado de redención. El fariseo nos presenta una conciencia

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A pesar que exista en el corazón humano una profunda aversión nos reconocemos pecadores cuando nos damos cuenta de que estamos

alejados del plan de Dios.

3. EL CONCEPTO DE PECADO EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA Desde “San Agustín”58 a la Reforma, “la reflexión teológica volvió a

encontrar algo del sentimiento trágico de Pablo y consideró de nuevo el pecado como una etapa existencial o una esclavitud que nos domina”59;

ahora bien, muchos modernos vuelven a Pablo y comentan que lo primordial no es la elección personal del mal, sino un ambiente

dominante que pervierte precisamente las elecciones.

Las reflexiones teológicas, formulan que el pecado se manifiesta por doquiera, que perjudica nuestro ser moral y espiritual, que no es solo un

acto que conlleva una deuda por pagar. La absolución no es el pago de

una deuda, contribuye a una curación activa, al restablecimiento de la relación con Dios y con su pueblo.

3.1. Concilios de Trento y Vaticano II El Concilio de Trento, “retoma la enseñanza de los antiguos concilios y

reafirma, frente a los reformadores, la distinción entre codicia y pecado propiamente dicho: sólo la privación de justicia es un verdadero pecado

que borra el bautismo” (DZ 1520). El pecado no es sólo la falta de fe de

quien se aleja de Dios, es también la influencia ejercida por este acto sobre la libertad, así mismo todo pecado mortal priva de la gracia de

Cristo

Los Padres de Trento designaban el pecado como una marca en el hombre que no lo deja responder a la expectativa de Dios. Es un apego

desordenado hacia las cosas creadas, que han ofrecido materia al pecado, son inclinaciones malas, comienzos de hábitos o a veces

hábitos, si el pecado ha sido reiterado. “Incluso un solo pecado puede producir una inclinación espontánea, una debilidad que disminuye la

“satisfecha de sí misma”, la cual se cree que puede observar la ley sin la ayuda de la gracia y está convencida de no necesitar la misericordia” Cfr. VS, N°.104,157. 58 “Todos los pecados se reducen a una sola realidad, que alguien se aparta de las cosas divinas y verdaderamente estables y se vuelve a las que son mudables e inciertas” Cfr. RAMÓN, Moral Fundamental, 283. 59 VIRGULIN, “Pecado”, 930.

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resistencia al mal”60. Estas prácticas son la resistencia parcial de un desorden, que, sin duda no es actualmente voluntaria, pero que lo ha

sido anteriormente. Mientras este desorden permanezca, la persona se encuentra en estado de una división que dificulta la armoniosa

integración de sus potencias y la plena maduración de su actividad espiritual.

Así mismo el Concilio de Trento enseña que la acusación de los

pecados debe ser integral, referir todos los pecados escondidos o

evidentes de los que se sea consciente, según su número y naturaleza específica. Aun cuando no es obligatorio confesar los pecados veniales,

han de ser confesados con rectitud, sin presunción, para extraer de ello ayuda y crecimiento en la piedad. Al confesar todos los pecados, éstos

son perdonados por la misericordia de Dios. Lo que no se somete al juicio del perdón ni es curado ni sanado (cfr. DZ 1679-1681; 1706-

1708).

El Concilio Ecuménico Vaticano II, ha expuesto de forma ordenada la naturaleza del pecado especialmente en la Gaudium et Spes, N°13 y

37.Enseñando que el pecado existe en la tierra desde el inicio de la historia, por consiguiente los seres humanos están inclinados al mal, así

como todas las acciones humanas, a raíz de la soberbia y el egoísmo. Los seres humanos perciben esta realidad al examinar su corazón y

descubrir que están inmersos en muchos vicios que no pueden provenir

de su Creador que es bueno. “Ante la secularización del concepto de pecado, el Concilio afirma que este se yergue siempre contra Dios y, de

esta oposición, derivan sus otros efectos: el pecador infringe el debido orden hacia sí mismo, hacia los otros hombres y hacia todas las cosas

creadas”61. Mientras tanto, el hombre ha de esforzarse en la contienda contra el pecado, ya que “toda la vida humana, singular o colectiva,

aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas” GS.N°.37.

La Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia de Juan Pablo II,

en su segunda parte se centra en el pecado. El hombre ha de reconocer el propio pecado, no en términos ambiguos, sino precisos, y mirar a la

60 “La resistencia para transformarse verdaderamente en un hombre nuevo no proviene únicamente de las disposiciones innatas propias de la condición humana, sino que proviene también de disposiciones adquiridas que, nacidas del pecado cometido, se van consolidando a través de las culpas personales, llegando a persistir incluso después de que el pecado ha sido absuelto” Cfr. AROCENA, “El Sacramento de la Penitencia, Realidad Antropológica y Cultural”, 751. 61 GS, Nos. 13, 15, 16, 17, 37, 39, 40, 58 y 78 y LG, N°. 11.

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luz de la fe sus efectos. El pecado es el intento de ser autosuficientes sin Dios, y su particularidad más interna y más sombría es la desobediencia

a Dios y a su ley y, como consecuencia, es también una ruptura con el prójimo. El pecado, es un hecho libre de la persona que, si bien puede

estar limitada, nunca resulta estipulada por las realidades externas. No obstante, puede hablarse de pecado social, en virtud de la solidaridad

humana, en tres sentidos:”1).En virtud de una solidaridad humana el pecado de cada uno repercute en los demás, en la Iglesia y en el mundo

entero. 2) Algunos pecados constituyen por sus mismos objetos una

agresión directa contra el prójimo, y más exactamente según el lenguaje evangélico contra el hermano, que viene a ser el pecado más

grave de la ley de Cristo. Es igualmente social cuando es pecado cometido contra la justicia de las relaciones tanto interpersonales como

en las personales con la sociedad, contra los derechos de la persona humana, pecado contra la libertad ajena. 3) Cuando la relación de las

distintas comunidades humanas no están en sintonía con “el designio de Dios”62, que quiere en “el mundo justicia, libertad, paz entre los

hombres, grupos y pueblos”63. De ahí que se pueda hablar, de pecado social ante ciertas situaciones o comportamientos colectivos, sabiendo

que son el fruto y la concentración de muchos pecados personales. Así mismo la Exhortación recuerda la división del pecado en mortal y venial,

y excluye la triple división en veniales, graves y mortales, ya que enseña entre la vida y la muerte no existe un punto intermedio.

También enseña que no debe reducirse el pecado mortal a un acto de

opción fundamental dirigida directamente contra Dios.

4. SÍNTESIS DE PECADO

A través de los dos Testamentos y el Magisterio de la Iglesia se han evidenciado las líneas de fuerza que articulan la teología del pecado, en

un plano inmediato, aparece el pecado como correlativo a la ley de Dios,

pero no en un sentido puramente jurídico, sino como expresión de la voluntad del creador sobre los seres humanos, les da a conocer su fin y

el camino que conduce a Él. Así mismo el pecado es un abuso de la libertad humana. Hablar así de la ley divina, supone tener presente todo

el lenguaje analógico y simbólico respecto a Dios, que no caen en el mito ni traicionan la realidad divina, sino que por el contrario, dejan

entreverlo.

62 “Solo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente Iglesia” Cfr. CCE, N°. 387. 63 RP, N°16.

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Dios da a conocer su voluntad, primero por la misma conciencia (Rm 2, 14-15), después por la ley positiva revelada en el Primer Testamento y

finalmente por preceptos de Jesús. A través de estas etapas se perfecciona nuestro conocimiento de la voluntad divina centrada en el

mandamiento del amor. Amor que exige actitudes determinadas; hacer el bien a los demás, practicar las obras de misericordia, vivir los

sacramentos y procurar normas fijas de conducta que ayuden a una sana convivencia.

Los seres humanos, con su tendencia al mal, violan frecuentemente la ley divina grabada en su corazón, acontecimiento que el Nuevo

Testamento ha puesto en evidencia. Este misterio del mal, este peso del pecado, es mayor que el poder de los hombres, sus propias fuerzas no

bastan para vencerlo. Es preciso el sacrificio de Cristo. Es el Espíritu de Dios quien le libra del pecado, obrando en él una trasformación interior

que le permite llamarle Padre (Rm 8,14-17) y le posibilita la observancia de los preceptos (Rm 5,5).

El pecado, esencialmente es espiritual, es una opción contra Dios. Ya

desde el Antiguo Testamento se va delineando con claridad el drama de la libertad que rechaza a Dios, el caso de Adán y Eva. El pecado,

además de debilitar la voluntad, es un peso que lo inclina a decidirse contra Dios.

La lucha del hombre contra el pecado, se desarrolla en dos planos distintos. En un primer nivel el hombre se esfuerza en amar a Dios

respondiendo a sus fracasos y caídas con una confesión sincera y un deseo de conversión en continua renovación. En un segundo nivel se

destaca la opción esencial, su adhesión a Cristo y su decisión de fe.

Mientras el hombre viva en este mundo, el pecado y el Espíritu de Dios se disputan su corazón. En la existencia que Dios le da aquí, el hombre

ha de decidirse, en la penumbra de la fe, antes de la visión cara a cara definitiva donde encontrará toda su alegría.

El Magisterio de la Iglesia, presenta el pecado como un atentado a la

libertad humana, por el que el hombre se levanta contra Dios y pretende alcanzar su propio fin al margen de Dios, el Vaticano II subraya el papel

de Cristo, que libera al hombre de la esclavitud del pecado y sintetiza

los efectos de tal esclavitud en la persona humana. Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con el corazón humano

(GS 10).

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Todo pecado repercute en la comunidad eclesial, de forma que la Iglesia Santa necesita de una continua purificación (LG 8), de igual forma al

pecar el hombre rompió sus relaciones armoniosas con todas las cosas creadas (GS 13) y la misma imagen de este mundo está afectada por el

pecado.

La visión de pecado desde estas perspectivas debería suscitar una recuperación de la objetividad antropológica del mal moral, la

compresión del pecado como frustración del fenómeno humano, la

confesión de la salvación universal de Cristo redentor que salva no sólo al hombre individual, sino también a la comunidad de la familia humana

y a la creación que comparte su camino y en cierto modo su destino.

La conversión del hombre a Dios, es un proceso de toda la vida que se va evidenciando en el esfuerzo que el hombre realiza por alejarse del

pecado, a ejemplo de Dios, quien al manifestar su misericordia (Os 11, 8-9); Ez 34,6), su bondad y su disposición de perdonar al hombre frágil

y pecador, desea que éste cambie de vida, para salvarlo de todas aquellas acciones pecaminosas que lo apartan de su amor.

Dios concretizó de manera más plena y total su cercanía, su

misericordia, ofreciéndole al hombre la oportunidad de la conversión a través de su Hijo Jesucristo, para que de esa forma el hombre deje su

vida de pecado y se convierta a Dios definitivamente. Es así que se ha

podido constatar, desde el anuncio de la predicación de Jesús (Mc 1, 14), la llamada de Dios de manera constante al hombre para que

renueve su corazón.

La invitación de Cristo a la conversión, ha de ser el punto de partida para la evangelización de las personas. Pues, al hablar de conversión

se debe partir del hecho de que Dios y el hombre nunca han estado distanciados a causa del pecado, ha sido el hombre por entender mal el

sentido de la libertad o por su debilidad, quien se ha distanciado de Dios por el pecado, pero en la dinámica de Dios, Él nunca se cansa de amar y

perdonar.

5. EL ARREPENTIMIENTO HUMANO

5.1. Definición de arrepentimiento

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“El término del original griego es metanoeite, de él deriva el sustantivo metánoia, que cabe traducir por arrepentimiento, “conversión”64, dado

que quien se arrepiente, se convierte a Dios y consiguientemente, cambia de vida. Tanto el verbo como el sustantivo son términos que

impregnan la revelación cristiana. En hebreo el término usado es schub y en el arameo de la época sería tub, con el mismo significado

arrepentimiento y cambio de vida para retornar a Dios”65.

5.2. Arrepentimiento en la Sagrada Escritura En el Antiguo Testamento encontramos una llamada a los seres

humanos a volver a la relación con Dios, en términos de arrepentirse de sus acciones para participar de una nueva comunión con Él (Is 10, 21;

Jr 3, 14; Os 6, 1-3). “La llamada al arrepentimiento se hace siempre con un lenguaje vivo y brillante que los profetas presentan de manera

formidable. Primero suenan las terribles amenazas; “exterminio decidido

y rebosante de justicia” (Is 10, 22-23), así mismo será objeto de la cólera de Dios (Ez 22,31). Pero a pesar de todo los profetas hablan de

retornar a Dios como la mujer prostituta retorna a su marido (Jr 3, 1-13), pues Yahvé continuamente los llama a la conversión, para que el

pueblo se arrepienta y vuelva a Él”66.

El retorno del pueblo arrepentido está cargado de promesas: porque Yahvé lo acogerá gozoso y lo curará. Isaías se goza con los regalos con

que Dios acogerá al pueblo que vuelve arrepentido (Is 58,11), Jeremías se alegra con los lujos con que de nuevo adornará a su fiel esposa (Jr

31,4) y Ezequiel exalta las nuevas promesas de Dios (Ez 36 25-26).

En el Nuevo Testamento “la llamada al arrepentimiento se repite en la predicación de Jesús: “arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).

En este primer mensaje los dos verbos unidos se implican mutuamente,

dado que es imposible aceptar el mensaje de Jesucristo, sin antes

64 “El significado del término conversión en la predicación de Jesús y en la Iglesia primitiva se debe deducir desde el contexto judío. Al vocablo griego metanoia corresponde en hebreo y arameo un concepto que desborda la idea griega de "cambio de mentalidad" o de "penitencia". A los semitas, esta palabra les sugiere la imagen de un hombre que da media vuelta en el camino que venía recorriendo, porque advierte que es equivocado, y emprende otra dirección. Así, pues, "conversión" es: (1) una actitud total del hombre, que reclama todas sus energías; (2) una orientación total y decisiva a Dios que, que también incluye y hasta exige una nueva actitud hacia todos los hombres; (3) también una reorientación con vistas al futuro; (4) una confesión de fe; (5) una respuesta a la llamada de Dios y aceptación de su gracia” Cfr. SCHNACKENBURG, El mensaje moral del Nuevo Testamento, 47-55. 65 SCHNACKENBURG, “El Arrepentimiento”, 109 66 SCHNACKENBURG, “El Arrepentimiento”, 110

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arrepentirse y cambiar de estilo de vida”67. Esta llamada de Jesús al arrepentimiento fue precedida de la predicación de Juan el Bautista (Lc

3, 7-17).

Igualmente Jesús lo hace a los judíos (Mt 21, 32) y la describe en la parábola del Hijo Pródigo (Lc 15, 11-32), en donde actualiza el amor de

Dios al pecador arrepentido. Por lo tanto “el tema de la conversión es central en Lucas; el arrepentimiento, que define la actitud del hombre

ante Dios, no se reduce a una mera disposición individual, sino que

reviste un alcance social; con una doble connotación, en el sentido de que para Dios no cuentan los perjuicios de encasillamiento social de las

personas y en el sentido que la conversión conlleva modificaciones del propio comportamiento en el nivel de la praxis social (Lc 10, 25-37)”68.

Así mismo, en los evangelios el arrepentimiento fue un tema clave en la

predicación de Jesús, Él lo subrayó al principio de su ministerio (Mt 4, 17) y lo enfatizó cerca del final del mismo, cuando urgió a los discípulos

a que lo destacasen en su predicación (Lc 24, 46-47).

El Nuevo Testamento nos ofrece dos hechos de arrepentimiento perfecto, el primero es el apóstol Tomás, que lo manifiesta con un acto

de fe dolorida “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). El otro es Pedro, el cual al recuerdo de las tres negaciones, responde que a pesar de su

pecado, le ama. “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21,

17), pues muchas veces del arrepentimiento brota el amor.

La predicación inicial de Pedro ante los primeros oyentes del mensaje cristiano exhorta al cambio de vida: “conviértanse y háganse bautizar en

el nombre de Cristo” (Hch 2,38), de esta forma los Hechos de los apóstoles, presentan la conversión como un don de Dios, pero también

como la responsabilidad y el deber de toda persona (Hch 5,31; 11:18), así mismo, los Apóstoles invitan a los oyentes a seguir a Jesucristo, pero

antes deben arrepentirse de su mala conducta (Hch 3,19).También se repite cuando se trata de la conversión de un individuo que debe

cambiar de vida (Hch 8, 22). De la misma manera, se usa ese término cuando se refiere a cristianos que han abandonado el verdadero camino

y desean volver.

67 SCHNACKENBURG, “El Arrepentimiento”, 109. 68 RUBIO, “La virtud Cristiana del perdón”, 269.

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El arrepentimiento, exige como condición previa que el sujeto se sienta pecador, o sea que el hombre haya tomado conciencia de que ha

cometido el mal contra Dios o haya realizado un hecho contrario a su voluntad, pues no existe arrepentimiento si el hombre no se siente

pecador.

5.3. El arrepentimiento en la reflexión actual Con el fin de llegar a una mejor compresión del arrepentimiento,

indagaremos ahora sus grados y motivos. La doctrina católica distingue dos tipos de grados de dolor: la contrición, o dolor perfecto y la atrición,

o dolor imperfecto.

“La contricción sería el acto, en virtud del cual pedimos perdón a Dios, por haberle ofendido, considerándolo como amor; la disposición en que

estaría el penitente arrepentido sería la de quien se siente abrumado

por el peso mismo del amor; la atricción sería el acto de quien pide perdón, simplemente porque sus acciones han merecido los castigos de

Dios”69.

La teología actual, invita a examinar los conceptos de contricción y atricción desde la evolución de la conversión al interior del penitente y

no a querer precisar con clasificaciones abstractas donde empieza la contrición y donde da inicio la atrición, pues en el fondo son dos grados

de manifestar a Dios el dolor de los pecados: “la atricción serviría prevalentemente para indicar la situación del pecador que ha rechazado

la ley de Dios y que por ello se encuentra en una condición deficitaria, de deuda, con relación a Dios, mereciendo así, justamente, las

sanciones divinas. La contricción marcaría claramente el paso del estadio menos egoísta a un estado más auténticamente religioso: se fija

con preferencia no en la ley, que queda como en un fondo lejano,

esfumado, sino en Dios, como tal; en Dios, a quien desconsideradamente el pecador ha ultrajado; en Dios, personal, bueno,

amante”70. Así considerada la contrición, invita al penitente a dar una respuesta incondicional, radical.

Las dos formas van enlazadas y dependientes la una de la otra, la

atrición habitualmente prepara el advenimiento de la segunda, y ésta, una vez arraigada, crece y se asienta en el fondo de la persona, de 69 RP, N°16. 70 Pontificio consejo para la familia “Vademécum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal y sacramento de la penitencia”,91-92.

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manera que el penitente pueda conocer mejor su situación: crece gradualmente la confianza en Dios, perdonador y misericordioso, hasta

apreciar su acción amorosa.

“El Concilio de Trento al momento de expresar los actos que ha de hacer el penitente en su retorno a Dios define así la contrición: Es un dolor del

alma y detestación del pecado cometido con propósito de no pecar en adelante (DZ 897)”71. La contricción es ciertamente un arrepentimiento

del pecado cometido, pero envuelve también la atricción aunque es más

ardua y complicada, pues la intención de las dos es un cambio de vida apoyado en “la misericordia de Dios”72.

El Concilio de Trento, reconoce la posibilidad de un dolor imperfecto,

antes de que el penitente pueda llegar a pedir perdón en un acto de puro amor a Dios, suponiendo que tan fácilmente se pueda llegar a tal

grado de amor, nadie se haga vanas ilusiones, porque en la contricción más perfecta, persisten motivos no purificados. Por tanto la contrición y

la atrición tienen de común el hecho de que por ellas el pecador se aparta del pecado y de sus inclinaciones, para abrirse a una nueva vida,

aborreciendo los hechos pasados (vieja vida).

Por consiguiente el Concilio de Trento afirma la necesidad del arrepentimiento que ha de ser vivido interior y exteriormente, para

luego ser expresado en todas las dimensiones humanas. Es un gesto de

extrema sinceridad con el que se confía uno mismo, más allá de su propio pecado, a la misericordia de Dios, que perdona en la Iglesia. Por

eso, la acusación externa, la apertura del corazón y la admisión del pecado frente al ministro de Dios está, en primer lugar, en función de un

arrepentimiento y de una contrición que llegan hasta la expresión completa.

6. REFLEXIÓN TEOLÓGICA DEL ARREPENTIMIENTO

6.1. La vuelta atrás

71 SCHNACKENBURG, “El Arrepentimiento”, 111 72 “La misericordia es un aspecto del amor que, viendo en el prójimo la indigencia, impulsa actuar para aliviarla. En el hombre la misericordia es siempre limitada, puesto que los medios de que dispone nunca son suficientes para quitar toda la miseria de la faz de la Tierra. Jesús hizo de la misericordia un precepto positivo (Lc 6,36). La medida de su misericordia Dios la mostró de modo tangible en su Hijo” Cfr. MONLOUBOU, Leer y Predicar el Evangelio de Marcos, 152.

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El arrepentimiento implica una reflexión personal sobre la vida que se ha llevado, es decir, faltas a las que no se le presta atención, debido al

egoísmo, voluntad de dominio, desprecio a los demás o por simple omisión, y que un día irrumpen en nuestra conciencia, esta luz que

desgarra sirve de instinto para que se inicie una labor de vuelta atrás.

Es necesario por lo tanto que el hombre asuma sus faltas con libertad, ya que cuando el hombre se responsabiliza de sus actos, así como del

daño ocasionado a los demás, “reconociendo que necesita abrirse al

amor de Dios”73. Reconocer una falta entraña alcanzar el sentido de la culpa, ante uno mismo, los otros y la sociedad en general; desde este

punto comienzan a removerse la memoria, la inteligencia y la voluntad.

El hombre al escudriñar su pasado, trae a su memoria algunos comportamientos desvanecidos en el olvido o hechos que se ocultan,

pero que lo carcomen por dentro, ya sea en su vida personal, familiar, laboral, académica o social; que han de ser interiorizados por la

memoria para ser curados. Una vez efectuado el ejercicio de la memoria, la inteligencia debe discernir todo el conjunto, estudiar la

responsabilidad y adjudicársela. Reconocer lo que se ha hecho es conveniente, ya que, aunque se siga ligado a ciertas acciones, hay una

cierta tendencia a avergonzarse de ellas. Por su parte, de la voluntad depende el repudio a lo que se ha hecho, reconociendo que se obró mal

para corregirlo y así liberarse de la culpabilidad que no se había

asumido.

“Este reconocimiento entraña una apertura al prójimo, un impulso a restaurar la comunión, un deseo de reconciliación que se asienta en la

primera reconciliación, que se produce en el interior.”74 Pues el punto de partida del arrepentimiento es el reconocimiento de las malas acciones y

si esto llegara a faltar, no sería posible darle un nuevo sentido a la vida y a las relaciones con los demás.

6.2. El penitente y el arrepentimiento

Los seres humanos al reconocerse pecadores trasmiten en sus palabras, a los demás, el daño interior por las faltas cometidas, dejando ver la

necesidad de ser escuchados y dispensados. De esta manera las

73 “Todo ser humano, para ser digno de ser llamado ser humano y vivir en sociedad, ha de ser capaz de reconocer los perjuicios que ha causado” Cfr. SESBOÜE, Invitación a creer, unos sacramentos creíbles y deseables, 251 74 SESBOÜE, Invitación a creer, unos sacramentos creíbles y deseables, 252

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palabras pronunciadas por los hombres expresan el repudio por los hechos pasados y el deseo de iniciar un cambiar de actitud.

El arrepentimiento es mucho más que limitarse a reconocer que se ha

obrado mal; es un cambio en la manera de pensar y en el corazón que brinda una nueva perspectiva de Dios, de uno mismo y del mundo;

implica apartarse de las faltas y volverse a Dios para vivir sus enseñanzas. El verdadero arrepentimiento nace del amor por el Señor y

el deseo sincero de someterse a sus prescripciones, puesto que cuando

el hombre se arrepiente va caminando progresivamente en justicia y en santidad hacia el encuentro de la salvación que Jesucristo le ofrece.

“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” es la evidencia de que ha ocurrido un cambio radical en nuestra vida (Mt 3,8).

Las Sagradas Escrituras, expresan que una vez que el hombre se ha

arrepentido, debe tratar de corregir o enmendar, hasta donde sea humanamente posible, los errores que se hayan hecho. Con el

propósito de alcanzar la misericordia de Dios.

6.3. El cambio concreto de comportamiento El arrepentimiento del converso se concreta en un dolor espiritual, que

detesta el mal comportamiento, arraigado en el desorden. Por lo tanto, al rechazar los errores cometidos se está dando un paso hacia la

conversión. El querer dejar a un lado las faltas puede causar un disgusto intenso, una pesadumbre molesta, pero ha de terminar con sentimientos

de renuncia y desprendimiento asumidos con plena conciencia y como una opción de vida, radical e irrevocable (Lc 9, 62; 14,26).

El creyente pone así de manifiesto su vida ante Dios y ve toda su vida

pasada de desórdenes a la luz de Él. Por consiguiente no puede menos

de sentir reprobación por no haber respondido mejor durante la vida a aquella llamada, proveniente de un amor incompresible que siempre

quiere el bien. De esta forma nace el arrepentimiento perfecto. Un arrepentimiento que no tiene nada de airado, sino que ha sido originado

por un sentimiento, de benevolencia, de amor hacia Dios, para permanecer en la unidad a la que ha sido llamado.

El arrepentimiento es ante todo un compromiso vital, que atañe a lo

más íntimo de la persona, a lo más profundo del ser humano, al Yo, que está empeñado y comprometido en la revisión de vida. En la cual no se

excluye la vibración emocional, pero que tampoco se le puede

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considerar como parte constitutiva. Ya que la emoción externa puede permanecer extraña al arrepentimiento más sincero y verdadero, de

hecho pueden darse conversiones decisivas en condiciones inevitablemente penosas, de intenso repudio a lo pasado, pero a pesar

de todo envueltas en la más perfecta “indiferencia emocional”75 externa.

6.4. Propósito y voluntad decidida de renovación El penitente ya ha dado su primer paso, en el pesar espiritual íntimo,

por lo pasado, haciéndose un compromiso definitivo de no pecar más en lo por venir. Esta es la otra vertiente del arrepentimiento.

El hombre arrepentido desde el momento de su conversión ha de recibir

ayudas eficaces de Dios para comprometerse y empeñarse durante todos los días de su vida a dejar a un lado el pecado. Por lo tanto, no

cabe un arrepentimiento por sectores o en escaladas, limitadas por el

tiempo, a capricho, esto no tiene sentido en la concepción de la vida cristiana (Mt 13,13); pues el amor tiene una sola forma de sentir y de

expresarse, debe ser todo y para siempre.

Esto no significa que quien se proponga cambiar de vida deba sentir a nivel emocional ese gozo singular de quien emprende un camino nuevo,

en el que no ha de sentir cansancio; “la innata debilidad”76, que seguirá experimentado en su caminar, no debe ser un obstáculo para formar

propósitos y compromisos nuevos para el futuro. Al emprender su camino debe abrigar la preocupación de quien todavía no sabe lo que

puede encontrar en su itinerario, y de quien todavía no llega a comprender plenamente el alcance y el valor de aquello que está

llamado a cumplir.

7. SÍNTESIS DE ARREPENTIMIENTO La primera exigencia del ministerio público de Jesús fue Arrepiéntanse.

Esta exhortación fue hecha sin distinción a todas las personas que lo escuchaban. Fue un llamado radical al cambio interior, en las

75 “El Concilio de Trento ha demostrado una experiencia perfecta en el conocimiento del hombre, al advertir que la emoción no es necesaria para que se dé un verdadero y provechoso arrepentimiento; pero que el sentimiento tiene toda la cabida en la actuación del dolor y que en algunos casos se admite como un don sobrenatural” Cfr. MAGGIOLINI, El pecado y el perdón en la comunidad eclesial, 255 76 “La debilidad humana puede ser portadora de de toda clase de tribulaciones y sinsabores; a pesar de ello, el penitente debe mantenerse constantemente su ánimo” Cfr. MAGGIOLINI, El pecado y el perdón en la comunidad eclesial, 257

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disposiciones, percepciones y propósitos, como condiciones necesarias para llegar a conocer a Jesucristo; en otras palabras quien no se

arrepiente, por mucho que intente conocerle, no lo podrá conocer ni podrá ir al Reino de los Cielos. Jesús dijo "¡Arrepentíos, porque el reino

de los cielos se ha acercado!" (Mt 4,17). Arrepentirse es algo que sucede dentro de la persona. Con el tiempo, ese cambio produce los

frutos de una nueva conducta. Las buenas acciones no son el arrepentimiento, sino el fruto del mismo. “Por sus frutos los conoceréis”

(Mt 7,16).

El no arrepentirse, es vivir esclavizado en la mentira, y ser esclavo, es

carecer de libertad. Dios nos quiere libres y para ser libres, debemos ser consecuentes con la Palabra de Jesucristo, quien nos dijo “Ustedes

serán verdaderos discípulos míos si perseveran en mi palabra; entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31-32).

El arrepentimiento es un cambio de conducta que ha de llevar al hombre

a nuevas acciones. Jesús exige que sus seguidores, antes de obedecer, experimenten ese cambio dentro de su corazón, porque se puede

mostrar una buena conducta sin arrepentimiento, pero no puede haber arrepentimiento sin buena conducta.

La experiencia del arrepentimiento es necesaria, porque produce un

cambio en la mente y en las percepciones para ver a Dios de manera

diferente, con una mentalidad renovada. Arrepentirse significa experimentar un cambio en la manera de pensar, para contemplar al

Señor como el Dios fiel y verdadero. Cuando una persona experimenta el arrepentimiento su actitud en cuanto al Salvador cambia, Jesús se

convierte en el punto central y en el valor supremo de su vida.

No se puede anunciar el Evangelio y vivir de otro modo, quien lo haga, finge cualidades, ideas o sentimientos contrarios a los que

verdaderamente tiene. Lo peor, es que no se está siendo consecuente con la Palabra (1 Jn 1,10). Es decir, la Palabra no habita en nosotros,

no conoce nuestro corazón. Por eso los seres humanos cuando se abren al arrepentimiento, están permitiendo que el Espíritu Santo empiece su

obra en ellos para comenzar a cambiar.

Dios quiere que el hombre se arrepienta para que alcance la salvación

(1 Tim 2, 3-4). Ya que la misericordia de Dios es asombrosa y es ofrecida a todos los hombres, sin discriminación. Por eso también a los

gentiles Dios les da la oportunidad de arrepentirse (Hch 11, 17-18).

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Cuando el Señor pide el arrepentimiento, lo hace para salvarnos, para que podamos ser libres y glorifiquemos su nombre.

Pablo nos dice el arrepentimiento es un gozo. “Ahora me alegro, no

porque haberlos entristecido, sino porque esta tristeza los llevó al arrepentimiento. Como fue una tristeza querida por Dios produce un

arrepentimiento que lleva a la salvación. (2 Cor 7, 9-10).

El arrepentimiento fue una constante en la predicación de Jesús, así

como la llamada a la conversión, de esto da cuenta la predicación de Juan Bautista (Mt 3,1-2) y que Jesús retoma como requisito para la

acogida del reino de Dios (Mc 1,15). La conversión exigida a los hombres para entrar en el reino, no sólo es el arrepentimiento de los

pecados (Mt 3,10)), sino también una postura diferente del hombre ante Dios y un comprenderse a sí mismo.

Arrepentirse, supone un cambio de conducta dejando a un lado todas

aquellas acciones que nos alejan del amor misericordioso de Dios. Por eso la conversión implica la revisión de vida a la luz de las enseñanzas

de Jesús, para reorientarla hacia un nuevo encuentro con el Señor. Si el hombre aprenda a reconocer que necesita de Dios para sanar sus

heridas, apreciará más el sacramento de la conversión, como una ayuda que los ministros de la Iglesia en nombre de Dios le ofrecen

para trasformar su vida.

8. PERDÓN

8.1 El Perdón de Dios Jesús no se cansa de repetir, a lo largo de todo el evangelio, que ha

venido a curar y a salvar lo que estaba perdido, a dar su vida en rescate por nosotros, por el perdón de nuestros pecados. Este es el mensaje

corroborado por el testimonio de su propia vida, que recorre el evangelio de principio a fin.

8.2. Perdón en el Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento el perdón de las ofensas, es presentado en relación con la ley, ya que pone no solo un límite a la venganza con la

norma del talión (Ex 21,25), sino que además prohíbe el odio del hermano, la venganza y el rencor contra el prójimo (Lv 19,17-18). El

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sabio “Ben Sira”77 meditó sobre estas prescripciones; descubrió el nexo que une el perdón otorgado por el hombre a su semejante con el perdón

que él mismo pide a Dios: perdona a tu prójimo la injuria y tus pecados, y tus ruegos, serán escuchados.

8.3. Perdón en el Nuevo Testamento

Jesús como el Sirácida, enseña que Dios no puede perdonar al que no perdona, y que para implorar el perdón de Dios hay que perdonar al

propio hermano. La parábola del deudor inexorable inculca con fuerza esta verdad (Mt 18, 23-35) en la que Cristo exhorta (Mt 6, 14-15). El

perdón no es solo una condición previa de la vida nueva, sino un rasgo esencial: Jesús prescribe por tanto a Pedro que perdone siempre, al

revés del “pecador que tiende a vengarse desesperadamente (Mt 18, 21-35)”78.

Marcos inicia su narración con el anuncio gozoso de la Buena Noticia del “perdón de los pecados”79 y con la llamada a la acogida de este don por

parte de los hombres mediante una actitud de conversión o de arrepentimiento, que implica un nuevo modo de pensar y de actuar. (Mc

1,15). Los signos que suceden a este anuncio son: curaciones al endemoniado (Mc 1, 21-28), a la suegra de Pedro (Mc 1, 29-31) y al

leproso (Mc 1,40-45), entre muchos otros que conducen hacia su significado último, que no es otro, sino el perdón de los pecados, tal

como aparece en el paralítico (Mc 2, 1-12) y en la posterior comida con los pecadores en casa de Leví (Mc 2,15-17). Lucas por su parte presenta

el perdón, como una liberación a los hombres de la esclavitud del pecado. Así lo muestra la presentación de Jesús en la sinagoga de

Nazaret, donde su misión aparece como un gran jubileo, en el que llega el perdón de Dios (Lc 4, 16-22).

77 “Es probable que Ben Sira fuera un profesor que daba clases en Jerusalén; en Ecl 51, 23 invita claramente a los jóvenes a acudir a su academia. El mismo se había esforzado en el estudio de la sabiduría siendo joven aun, antes de sus viajes al extranjero (Ecl 51,13; 39,4). Como profesor combinó las funciones de sabio y escriba, instruía acerca de cómo hay que conducirse en la vida” Cfr. Biblia de América, Introducción al libro del Eclesiástico, 1338. 78 Como se ve en la siguiente nota. “La parábola describe la relación de los seres humanos con Dios y con los demás. El rey representa a Dios que ha perdonado toda nuestra deuda con su oferta de gracia. Por eso los discípulos de Jesús deben perdonar sin límites y su perdón debe alcanzar a todos. Quien ha experimentado la misericordia de Dios no puede andar calculando las fronteras del perdón y de la aceptación del hermano”. Biblia de América, 1843. 79 “El perdón del pecado es un elemento esencial de la presencia en Jesús del Reino de Dios, y este perdón esta en relación con la fe y el amor (Mc 2,5, Lc 7,48)” Cfr. LADARIA, “El Perdón de los Pecados”, 435.

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Es bueno recordar que las curaciones de Jesús se dirigen a cada persona, a cada hombre, a cada mujer, quienes para el Maestro son

únicos, e irrepetibles en el designio de Dios, pues cada uno posee sufrimientos específicos y concretos, que precisan de un proceso propio.

Es desde este contexto que se nos narran los encuentros de Jesús con personas enfermas o pecadoras, necesitadas de la salvación, en donde

Él espera una respuesta por parte de sus destinatarios.

No podría ser de otro modo, pues se trata de encuentros

interpersonales, en los que acontece una petición y una respuesta, que pasa por el arrepentimiento de la vida anterior y el deseo de un cambio

de conducta, que ahora es posible pues, ha llegado a ellos quien los puede liberar del pecado. “Jesús personaliza y hace presente a Dios, al

perdonar a las personas, cuando declara al paralítico “tus pecados te son perdonados” (Mt 9,2). No se trata de una petición aislada, sino de

un gesto reiterado, en el caso de Leví (Lc 5, 32), de Zaqueo (Lc 19,10) y de manera especial, en la mujer pecadora (Lc 7, 36-50).

La experiencia del perdón en Jesús desencadena la dinámica del proceso

de conversión, pues, cuando Jesús perdona suscita en la persona un retorno a la autenticidad en el universo relacional del hombre consigo

mismo, con los demás hombres, con el mundo y con Dios. De ahí que se insista en la urgencia de la conversión (Mt 18, 3), para el seguimiento

de Jesús”80.

La novedad más destacada de los evangelios “consiste no tanto en que

recuperen el concepto de conversión profética (encuentro con Dios más que esfuerzo moral), sino en que este encuentro se verifica en la

acogida de su misma persona. La conversión se cristologiza. Cristo viene a ser la epifanía, el lugar concreto, la personificación inmediata del

encuentro con Dios. Su llamada es inédita y única: convertirse a Dios es convertirse a su persona, escuchar la llamada de Dios es acoger la

Buena Noticia y entrar en el Reino, creer en él es creer en Dios mismo. No anuncia un Reino por llegar o fuera de él, sino un Reino que ya ha

llegado y que es Él mismo (Mc 1,15). Su mensaje de conversión es pues, una llamada y una interpelación viviente ante la que todos deben

dar una respuesta de conversión y de fe”81.

80 RUBIO, “La virtud Cristiana del Perdón”, 268-269. 81 BOROBIO, El Sacramento de la reconciliación penitencial, 270

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8.4. El perdón en la reflexión Teológica Dios nos ofrece el perdón, sale a nuestro encuentro dándonos la

posibilidad de volver a la amistad con Él y con los hermanos. Por eso, es tan conveniente que busquemos el perdón de Dios y lo obtengamos para

expresarlo a los demás. Pues nosotros mismos somos incapaces de restablecer las relaciones perturbadas entre nosotros y Dios y mucho

menos con el prójimo. Así pues, el perdón de los pecados significa también un restablecimiento desde lo interior con la comunidad de

gracia que es la Iglesia misma.

La persona ofendida ha de afrontar la conversión y el arrepentimiento. Sí no lo hace, se contagiará del mal y acabara devolviendo perjuicio por

perjuicio, aprovechando su situación ventajosa para aplastar al otro. No querer perdonar es un acto grave, de venganza y de odio, un mal

generado por un mal anterior, según una ley fatal de encadenamiento,

que se presenta como una exigencia de justicia, si bien entendida en el sentido “ojo por ojo diente por diente” (Ex 21, 24). Como recalca

“Jankélévitch puede ocurrir así mismo que el ofendido experimente en sí el contagio del arrepentimiento y actué contra su propio sentir. Vencerá,

así, su pesar, su amor propio herido, su reputación dañada, su animosidad, la agresividad espontánea que siente nacer en su ser ante

quien lo ha ofendido. El perdón es más difícil que el don, pues, a causa del mismo obstáculo que debe vencer, requiere aún más amor"82. El

perdón, tal como es presentado, no es una imposibilidad, pero tampoco es sencillo conseguirlo. Exige humildad y requiere tiempo, porque

perdonar la ofensa al momento es difícil, pero con la distancia que dan los años, es más viable el camino hacia la conversión.

El ofendido ha de dar el primer paso para propiciar que su ofensor inicie

el proceso de reconocimiento de su pecado, pues nadie se acerca a pedir

perdón si no prevé que su movimiento tendrá buena acogida, en otras palabras que tiene las puertas del perdón abiertas. Así, el hijo pródigo

no se habría marchado del país donde pasaba hambre si no hubiese estado convencido de que su Padre estaría esperándolo (Lc 15, 20),

teniendo presente que cada una de las partes implicadas debe estar dispuesta a hacer lo que le corresponda, para acceder al perdón.

“El hombre debe aprender a escuchar las diversas voces, las diversas

canciones, las diversas melodías que el hombre dice que el hombre

82 JANKÉLEVITCH, El perdón, 140.

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canta. Este saber escuchar requiere evidentemente simpatía, amor y conocimiento de lo que los otros dicen de sí”83. Ya que, no hay “perdón

sin conversión de la persona. Pues la conversión sola no suprime la culpa. Esto se sigue de la misma estructura dialogal de la culpa:

respuesta negativa al Dios vivo y personal, ante el cual toda acción humana es esencialmente respuesta a su Palabra. Cuando la criatura

responde "no", el proceso dialogal de su existencia sólo puede ser restaurado por la palabra eficaz y liberadora de Dios. Esta nueva

palabra, en cuanto ha de tener perceptibilidad intramundana, sólo puede

ser pronunciada con autoridad por el hombre enviado para servirla y darle cumplimiento. El perdón, igual que la culpa como tal, trasciende la

empeiría y por eso debe ser escuchada y aceptada por la fe”84.

El perdón es el gesto de alguien que renuncia a la pura justicia o a la ley de la venganza, recibiendo en amor al enemigo. Por eso “el Perdón

rompe la lógica de la venganza (de la acción y reacción), de esa forma libera al hombre de la violencia y hace que su vida trascienda el nivel de

la ley. El perdón es gratuidad creadora, abrir un comienzo allí donde la vida se cierra en sus contradicciones de lucha y de poder. El perdón es

don que emerge desde fuera de nosotros mismos, pero expresando al mismo tiempo, lo más hondo que somos. Así se puede afirmar, en

lenguaje religioso, que el perdón es Dios mismo”85.

El perdón es un acto de gratuidad, un exceso en el don, injustificable en

términos racionales, de ahí que el perdón no se deba confundir con sus remedios: la usura del tiempo que todo lo borra o la excusa de la

inteligencia que ve en la falta cometida una simple caída. El verdadero perdón ha de nacer de lo más profundo del hombre y ha de ocurrir en

uno u otro instante del devenir histórico, por lo tanto ha de ser una relación dialogal entre dos: ofendido y ofensor, uno de los cuales espera

algo del otro. Ya que “el perdón permite renacer y trasforma al pecador”86 de ahí que el perdón de Dios es el mayor que exista.

83 PANIKKAR, “Antropofania intercultural Identidad humana y fin del Milenio”, 19. 84 RAHNER, “Culpa y Perdón de la culpa como región fronteriza entre Teología y Psicoterapia”, 275-293. 85 PIKAZA, “Principios de Antropología Bíblica Perdonar”, 5-39. 86 “El perdón es lo que resucita a los muertos o dicho de otro modo el culpable retrocede en su nada y su interior; “este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Después de la excusa, la continuación vuelve a su curso normal, como si nada; y en efecto, nunca hubo nada, nunca ha sucedido nada. Pero el perdón anuncia un nuevo renacimiento. El hijo bala perdida de vuelta a su casa, absuelto, arrepentido, ya en gracia, nunca volverá a ser aquel que era antes de irse” Cfr. SESBOÜÉ, Invitación a creer. Unos sacramentos creíbles y deseables, 260.

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8.5. Necesidad del perdón entre los hombres En el cristianismo el perdón florece en los labios del ofendido por una

necesidad y una coherencia, puesto que en cada momento, en la intimidad de nuestro espíritu, tenemos necesidad de pedir perdón a

Dios. Sin el perdón no podría haber autentica vida cristiana ni siquiera humana, es así como el perdón establece la armonía después de un

momento de reflexión y debilidad. “El perdón supone un cambio fundamental de espíritu y de corazón, no sólo para el ofensor, sino

también para el mismo que perdona, es una oportunidad que se ofrece a la persona en orden a mirar cara a cara sus propios sentimientos

agresivos, sus expectativas, su historia pasada. Quien perdona puede de este modo intensificar su capacidad para establecer nuevas relaciones, y

ello con una convicción más firme de que es capaz de superar las ofensas recibidas e incluso crecerse a partir de ellas”87.

La necesidad del perdón está metida en la fragilidad de nuestra naturaleza humana, “perdonar es la única reacción que no se limita a

eso, a re-accionar, sino que actúa de nuevo e inesperadamente, sin dejarse condicionar por la acción que la provoca, por lo que es un gesto

capaz de liberar de sus consecuencias tanto a quien perdona como a quien es perdonado”88. La práctica demuestra que no nos podemos fiar

de nada: ni de la experiencia adquirida ni de la edad. Todos somos capaces de faltar, basta que las circunstancias adversas se alíen con un

momento de debilidad o distracción. El perdón para ser tal, tiene que ser perfecto, es decir, no debe dejar huella alguna de rencor o

resentimiento.

“El perdón humano que se origina en la experiencia del amor divino que perdona, se nutre de esa misma experiencia y crea nuevas posibilidades

para el perdón. El perdón humano es por consiguiente, una

consecuencia de que somos perdonados por Dios y una condición para que Dios nos perdone”89. Dios lo ha hecho todo en Cristo, por eso la

Palabra de Dios no nos es dada para culpabilizarnos, sino para hacer renacer en nosotros la esperanza, ante un Dios que lejos de querer la

muerte del pecador, "ha enviado su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él" (Jn 3, 17). Y de esta manera acercarse a nosotros en

nuestra impotencia, de ahí que nos invita a que le respondamos con arrepentimiento. 87 STUDZINSKI, “Recordar y Perdonar”, 189. 88 ARENDT, La Condición Humana, 241. 89 SOARES, “Así como nosotros perdonamos”, 239-240.

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El verdadero perdón es olvido total y debe ir acompañado del deseo de hacer el bien a quien nos ha ofendido, según el precepto: “haced bien a

quienes odian” (Lc 6, 27). Así el perdón recibe su plenitud concreta porque no sólo con él se olvida y se destruye la ofensa recibida, sino

que el mismo ofensor es visto y considerado como amigo. “perdonar a los demás no puede ser resultado de un esfuerzo que podríamos

emprender con la esperanza de ganarnos el perdón de Dios o por miedo a perderlo. Será siempre resultado de la experiencia del perdón libre y

gratuito de Dios90. Sólo quien ha experimentado el perdón puede

perdonar realmente, del mismo modo que sólo quien ha experimentado el amor puede amar de verdad (Lc 7, 36-50).

El amor por los enemigos es propio de la naturaleza de Dios y de sus

hijos, de modo que motiva la voluntad de perdonar y de trabajar en el proceso del perdón hasta que sea posible la verdadera conversión del

corazón, de ahí que la gracia divina pueda capacitar al amor humano, que raras veces es incondicional, para amar con las menos condiciones

posibles y para reaccionar con perdón frente a las ofensas.

La conversión del arrepentimiento y la construcción del perdón se juntan en un movimiento de reciprocidad; es el doble triunfo del amor sobre el

amor propio, de la comunión sobre el egoísmo, es un momento de gracia, un instante creador de una novedad insospechada, la hora de un

renacer, de acaecimiento de una verdad en la que, caídas ya las

máscaras, la experiencia de Dios salta a la vista de quien esté lo bastante atento. A ello se debe a que, de manera casi espontánea, la

conversión se convierta en alegría (Lc 15, 7).

9. SÍNTESIS DE PERDÓN

El perdón de Jesús es un elemento esencial de su amor mesiánico. En

nombre de Dios Jesús ha ofrecido el perdón y ha mostrado el reino a los excluidos; no sólo a aquellos incapaces de cumplir la ley por falta de

conocimiento, ni tampoco a los pobres (plano económico), denigrados (por flujos y lepra de semen o sangre), sin acceso al culto; sino también

a los pecadores, separados de la alianza de Dios por su conducta (prostitutas, publicanos). Precisamente a los pecadores Dios ha ofrecido

solidaridad y perdón. Esto significa, dentro del contexto israelita, que Jesús perdona por amor gratuito, es decir, sin pedir a los pecadores que

90 SOARES, “Así como nosotros perdonamos”, 240.

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se sometieran a la ley, como hacían los sacerdotes y los escribas para quienes el perdón estaba asociado a la ley. Jesús perdona por amor sin

fijarse en la condición de las personas: toma a pobres, impuros y pecadores como necesitados y los acoge por encima de la ley del pacto.

El perdón amoroso que Jesús ofrece ha suscitado conflictos con la Ley, pues Él, ha recibido en su mesa y a acompañado a hemorroisas,

leprosos, prostitutas (pecadores) y publicanos, lo mismo que a los pobres de la tierra ofreciéndoles su reino. Así, pone el amor sobre la ley

del templo expresando que sus purificaciones y sacrificios son

innecesarios para el perdón y pureza del pueblo.

Jesús no sostiene discusiones sobre prescripciones rituales, no ha estimado sustituir una sacralidad por otra, sino que ha promovido,

desde el centro de Israel, una comunión mesiánica. En (Hb 2, 14) se afirma que el mismo Dios ha decidido comulgar con nosotros, entrando

en relación con nuestra historia, de tal forma que participa de la carne y de la sangre de los hombres, a la vez entramos en comunión con la

naturaleza divina (cfr. 2 Pd 1, 4), fundada en el amor gratuito de Dios.

Los sacerdotes de Jerusalén perdonaban por ley y rito, según lo mandaba el sistema, para expresar su poder. Jesús en cambio en los

encuentros con las personas, lo hace por amor, como lo revelan sus gestos y parábolas, por ejemplo: el deudor inmisericorde (Mt 18, 21-

23), Leví y Zaqueo, los publicanos (Mc 2,13-17; Lc 19, 1-10), la higuera

estéril (Mc 11, 12-26), la pecadora agradecida (Lc 7, 36-50) y el hijo pródigo (Lc 15, 11-32). Pues bien, este amor que perdona es capaz de

curar a los enfermos, de manera que el paralítico de Cafarnaúm puede andar, “Jesús le dice: Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 1-

12).

Esta perícopa (Mc 2, 1-12), la ha tomado la comunidad cristiana para transmitir y demostrar el perdón amoroso de Jesús. Aunque en el fondo

persiste la disputa sobre el poder de perdonar. Unos y otros saben que Dios puede hacerlo. Pero los escribas piensan que Dios perdona por ley,

a través de su ritual sagrado. Por eso protestan, pues creen que Jesús les está quitando el privilegio de dar el perdón. Ellos piensan que se

debe controlar a los pecadores, según su propia ley, en nombre del Altísimo, a partir del monopolio del perdón que ellos ejercen para su

provecho (es decir, para provecho de la ley). Jesús, en cambio, perdona

por amor, como amigo del paralítico. Éste es su milagro de amor de perdón que no se impone sobre nadie, que no ata, ni domina. Es el

milagro de un amor que dice: “levántate, vete a casa” (Mc 2, 10-11).

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Jesús en los diferentes encuentros con los pecadores, se muestra tierno y misericordioso, en ellos ve a un hijo de Dios que se ha descarriado,

por eso, sus palabras se ablandan; su tono de voz se suaviza; va lo acoge con amor antes de que el pecador dé signos evidentes de

arrepentimiento. Esto fue lo que hizo Jesús con los pecadores (Lc 7, 22-23; Mt 15, 24; 9, 35-36; Mc 2, 17), sean ricos (publicanos) o pobres. Se

dedica a ellos con gestos muy significativos, come con ellos para acercarlos al banquete de Dios. Jesús ama primero al pecador y después

le invita a la conversión. Jesús, pues, no prefiere a unos hombres sobre

otros: Él ha venido a buscar lo que estaba perdido. Su objetivo es el hombre para salvarlo, sea quien sea (Lc 7, 50).

Para los seres humanos el perdón es principio de auténtica fraternidad

y se expresa en la comunidad de bautizados, o sea en la Iglesia, ella es expresión visible de la gratuidad y perdón de Dios, suscitando un

espacio de donación y perdón, pues ella misma es sacramento del perdón o gratuidad de Cristo, por lo tanto, debe ser expresión del amor

de Jesús que acoge (perdona).

Jesús ofrece y comparte a la Iglesia el perdón gratuito, que brota del amor de Dios y de la propia pascua de Jesús. De esa forma, ella brinda

un espacio de conversión, pues Dios ha superado en Cristo la injusticia, el juicio del talión y la venganza, mostrándose divino. Desde esta

perspectiva ha de hablarse del perdón sacramental que es signo del

amor cristiano.

La Iglesia y sus miembros como dispensadores del perdón, deberían de enfocar más su acción evangelizadora, no en las leyes y sus estructuras,

sino más bien a la gratuidad, al perdón de los pecados, para acercar a los fieles a una experiencia de comunión. La Iglesia no está en el mundo

para fijar pecados, ni para condenar a pecadores, sino todo lo contrario, para abrir un camino de gracia y ofrecer esperanza de salvación a los

que no cuentan en sociedad (pobres, prostitutas, enfermos), quienes sufren a causa del pecado. “Perdonar es, primeramente un don: el

hecho del perdón nos revela a Dios como acontecimiento de misericordia. Perdonar comporta, además, una tarea: los gestos de

perdón se actualizan y concretan en la Iglesia como testigo de perdón”91.

91 RUBIO, “La Virtud Cristina del Perdón”, 266.

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El perdonar es muy difícil, pero es posible, si nos aceptamos tal como somos, reconociendo que no somos perfectos, que tenemos

limitaciones; es la acogida del perdón la que nos da fuerzas para reconocer nuestros errores y cambiar radicalmente. Es la acogida de

Dios la que hace posible la conversión interior, pues es allí donde nos concientizamos de haber ofendido a Dios (Sal 50, 6); es necesario

querer cambiar, querer ser mejor persona y vivir de otra manera.

El perdón de Dios libera precisamente para poder acoger y perdonar a

los demás; el que ha sido perdonado se convierte en perdonador, el que se ha sentido acogido y perdonado por Dios en el sacramento de la

conversión no debe quedarse con ello, sino que debe transmitir ese amor a los demás.

El perdón no solo hace parte de la historia de la salvación, sino que

además es un elemento indispensable para establecer relaciones entre los hombres, en el espíritu del respeto a lo que es humano y a la

fraternidad mutua, es decir es conceder crédito a la libertad del otro.

10. GRACIA

10.1. La gracia en las Escrituras Al investigar sobre la categoría de gracia en el Antiguo Testamento,

encontramos múltiples aspectos y gran riqueza de vocabulario,

(benevolencia, amor, placer, promesa), pues se logra percibir que no hay un equivalente correcto de la palabra gracia. Sin embargo la palabra

que sin duda traduce mejor el efecto producido en el hombre por la generosidad de Dios es el de bendición. La bendición es más que una

protección externa, es la vida, el gozo, la plenitud de la fuerza, entre Dios y los hombres. “Se habla de Dios que se inclina al hombre con

misericordia (Nm 6,24), que es fiel y se acerca con ternura (Is 14, 1). Dios activo bendice al hombre, se complace de él, le perdona, le

concede un futuro feliz. Es así como el tema de la gracia se halla unido al tema de Dios autor de la creación y la regeneración de los

hombres”92.

Las actuaciones de Dios en el pueblo de Israel, desde la elección, la alianza y la promesa, se concretan como bendición; en dos aspectos

generales. “La benevolencia de Dios que por gracia elige a Israel y le

92 SANLÉS, “Gracia”, 581.

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ofrece salvación en su amistad y los comportamientos de Dios (Gracia), que son ante todo acciones y acontecimientos en Dios y en los

hombres”93.

El amor de Dios por su pueblo se concretó en la alianza, la cual no es contrato bilateral, sino que brota de una iniciativa misericordiosa de

Dios (Ez 16, 3-16). Es Él quien escogió como propio a un determinado pueblo (Dt 14, 12), formándolo con una elección llena de libre

benevolencia, (Dt 10, 15; Is 41, 8-10). En consecuencia el pueblo

elegido ha de aceptar su elección y al mismo tiempo adquiere la obligación de cumplir cuanto Dios le pide (Ex 19, 5; 24, 6-8), siendo su

principal obligación la de no adorar otros dioses (Ex 34, 15), y de prestar atención al decálogo (Ex 20, 1-17); (Dt 5, 1-33).

“El sentido del favor y la benevolencia divina son las primeras que

aparece en el evangelio de Lucas “Has hallado gracia delante de Dios, le dice el ángel a María” (Lc 1,30). De este favor de Dios está llena María

(Lc 1,28), también Jesús goza de él”94. Dios al enviar a su propio Hijo, dejo ver hasta dónde puede llegar la generosidad divina de su gracia

(Gal 4, 4).

La benevolencia divina está en el anuncio y en la actuación de Jesús que hace presente a un Dios de gracia, que ofrece la salvación: “el reinado

de Dios se ha acercado a vosotros” (Mc 1,15). Está proclamación se ha

hecho visible en sus gestos de compasión y misericordia para con los enfermos, pobres, pecadores y excluidos, e implica el amor y la

gratuidad de Dios hacia el hombre.

Los evangelios presentan diferentes matices, “Mateo hablará de la dicha y la bendición (Mt 5, 2-13). Este don de Dios se traduce en perfección.

Lucas, por su parte, insistirá en la misericordia como calificativo de la actuación de Dios (Lc 15) que conlleva la misma respuesta en el hombre

(Lc 6, 36). El comportamiento de Jesús para con el hombre es hoy de salvación y gracia”95. El evangelio de “Juan resalta que en la persona de

Cristo “Nos han venido la gracia y la verdad” (Jn 1,17), “la hemos visto” (Jn 1,14) y por el mismo caso, hemos conocido a Dios en su Hijo único

(Jn 1,18). Así como hemos conocido que Dios es amor (1 Jn 4, 8-10), así al ver a Jesús conocemos que su amor es gracia”96.

93 SANLÉS, “Gracia”, 581. 94 LADARIA, “El Perdón de los Pecados”, 426. 95 SANLÉS, “Gracia”, 581-582. 96 GUILLET, “Gracia”,367.

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10.2. ELEMENTOS QUE CARACTERIZAN LA GRACIA EN EL NUEVO TESTAMENTO

10.2.1. La Filiación Divina. En el cuarto evangelio, se nos conduce a la relación con el Padre y el

Hijo, a través de Jesús viene la gracia, la salvación y la vida eterna. En Juan aparece claramente una insistencia a Cristo que marca todo el

acontecer de salvación como gracia: por la fe en el Hijo acontece el

nuevo nacimiento (Jn 1,3), la vida, comunicada por el Padre, fuente de toda vida, al Hijo para que Él la transmita a los hombres (Jn 5, 21-26),

así como la vida en comunión con el Padre y el Hijo (Jn 14-16). Este acontecer de la gracia es revelación de la gloria que conduce a la fe y al

paso del mundo a Dios, a la vida eterna”97. Con el Hijo permanecemos unidos vitalmente como sarmientos a la vid (Jn 15,5) para producir

frutos abundantes. En virtud de nuestra generación divina en el Hijo, también nosotros somos hijos del Padre celestial (Jn 1, 12), realidad

sublime que hace exclamar al apóstol Juan: “Mirad qué Amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1 Jn

3,1). Arraigado todo ello en la misma filiación del Hijo que da a conocer al Padre. En Pablo, desde la experiencia evangélica el ser cristiano

aparece unido a la filiación respecto al Padre (1 Tes 3,13). Así mismo es vivir en Cristo (Rm 6,3). Pero también en la historia del hombre se

traduce como vida según el Espíritu (Rm 8), que distribuye “dones y

carismas (1 Cor 12) a los hijos”98.

“La mentalidad bíblica pone la gracia como posibilidad del encuentro entre Dios y el hombre y que abarca desde la creación hasta la

consumación. La miseria y el pecado de los hombres se pone a la luz de la actuación salvadora (Rm 1-3). Esta experiencia en la historia del

hombre aparece como trinitaria: la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo (2 Cor 13,13). Esto

mismo nos muestra el texto final en (Mt 28, 18-20)”99.

97 SANLÉS, “Gracia” 582. 98 “La unidad del cuerpo en la diversidad de los dones o carismas nos muestra que cada uno participamos a nuestro modo de la filiación divina de Jesús, insertos en su cuerpo y que nuestra respuesta personal a la llamada divina no es nunca indiferente para el bien de nuestros hermanos” Cfr. LADARIA, “El Perdón de los Pecados”, 434. 99 BAZARRA, “Reflexión inicial sobre la gracia”, 139-150.

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10.2.2. El don del Espíritu Santo La filiación, obra del Espíritu, aparece en el Nuevo Testamento como

experiencia de conformación a Cristo. “El Espíritu realiza la filiación a la luz de la memoria histórica de Jesucristo. El texto de Romanos 8, 23-35

señala que somos hijos de Dios los que son guiados por el Espíritu. Hemos recibido un Espíritu de filiación, es decir, el Espíritu Santo

infunde en nosotros las actitudes filiales de Cristo. La vida de hijos se puede vivir, por consiguiente, sólo en virtud del Espíritu, en cuanto es

Espíritu del Hijo que nos comunica la actitud de filiación”100. Esto

significa que el conformarse a Cristo tiene implicaciones no solo espirituales sino también ético-prácticas. El don del Espíritu lleva al fiel a

revestirse de Cristo, a renovarse en Él, a ser nueva criatura, a permanecer en Él.

Desde la experiencia neotestamentaria viene la perspectiva eclesial de la

certeza de la gracia de Dios en Cristo y el don del espíritu unido a la fe. Ya que este acontecer de la gracia se plasma en el bautismo y en la vida

cristiana por “la fe, la esperanza y el amor”101, tal como Pablo señala (1 Cor 13,13). El punto de partida en la gracia es la iniciativa de Dios que

asienta en el hombre el entender para contemplarle a Él. De aquí que la primera cualidad de la vida de la gracia es justamente una acción de

gracias, traducida en alabanza y alegría como dones inseparables del espíritu.

10.2.3. La orientación escatológica A la luz del capítulo 8 de Romanos, se descubre esa actuación de gracia

en su carácter escatológico, de consumación y plenitud. “Su carácter de tensión entre el ya y el pero todavía no, el fiel se experimenta hijo,

salvado, inhabitado por el Espíritu, pero su existencia todavía no es vivida en plenitud, lo cual muestra que la gracia se inserta en un

proceso de liberación o redención. Para expresar este proceso el Nuevo Testamento elaboró una clasificación alrededor de la dinámica de

aquello de lo que somos salvados y de aquello para lo que somos salvados. Algunas apuntan al horizonte (salvación y redención), los

beneficios de la redención incluyen la vida eterna (Ap 5,9-10), el perdón de los pecados (Ef 1,7), la justificación (Rm 5,17); otras al punto de

100 LADARIA, “Gracia”, 433. 101 “Las virtudes teologales en cuanto tienen a Dios como fundamento: es fe como entrega y confianza en Dios, es esperanza como mirada hacia la meta y anhelo del encuentro, es amor como deseo y gusto por Dios” Cfr. SANLÉS, “Gracia”, 583.

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partida (liberación de la esclavitud y de la opresión); libertad de la maldición de la ley (Gal 3,13), liberación de la esclavitud del pecado (Tit

2,14); otras, a la modalidad del dinamismo redentor (reconciliación, satisfacción, remisión de los pecados, justificación y santificación); paz

con Dios (Col 1,18-20), la morada permanente del Espíritu Santo (1 Cor 6,19-20); otras a los puntos de llegada (redimidos para la comunión,

liberados para el amor, la libertad, vida en plenitud y la renovación del mundo y del ser humano). Jesús pagó el precio de nuestra liberación del

pecado (Mt 20,28; 1 Tim 2:6). Su muerte fue ofrecida a cambio de

nuestra vida (Col 1,14)”102. La acción del Espíritu nos incorpora a Jesucristo, estableciendo la Iglesia, cuerpo de Cristo, símbolo

escatológico de la creación. Por lo tanto si todo cuanto existe camina hacia Cristo (Col 1,16), también hacia Él ha de caminar la acción

humana querida por Dios para llevar su obra a término.

La gracia no es primordialmente una realidad del hombre, sino una realidad de Dios: su realidad personal, su modo de ser y de actuar (Dios

gracioso), su actitud de generosidad para con el hombre, su fidelidad inquebrantable a las promesas de la salvación.

La gracia, es todo aquello que puede ser leído como manifestación del

amor de Dios a los hombres, porque en último término son expresiones de su presencia, pues la gracia es todo aquello que pide de nosotros una

respuesta amorosa a Dios y a los hermanos. “Sobre todo en la

conversión, que se realiza de forma gradual y en el cambio radical de los propios horizontes mentales y emocionales”103.

La gracia es posible descubrirla a la luz de la cruz de Cristo y de su

resurrección, pues da la posibilidad de desvelarla incluso en la desgracia, en el pecado humano, que paradójicamente son

manifestaciones del amor redentor de Dios y de nuestra identificación con Jesús en el sufrimiento. “La muerte de Cristo en la cruz condena

definitivamente el pecado, la muerte, los poderes malignos y la ley y desde entonces todo aquel que posee la gracia ha vuelto las espaldas a

un pasado imperfecto, la gracia nos ha abierto el mundo espiritual y ha establecido en el hombre la paz”104.

La vida humana como historia queda íntimamente unida con Dios; por

los hechos y procesos en los que interviene el ser humano, por la fe y la

102 MORI, “Algunos elementos para comprender hoy la Teología de la Gracia”, 297. 103 DULLES, “Conversión”, 204. 104 AVELLI, “la Teología y la Gracia según San Pablo”, 10.

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acción de Dios; pues son el acontecer de la gracia (Mt 11, 25-27; Lc 10, 21-22), como salvación que viene de Cristo y se da en Cristo. Por eso, la

gracia es el desafío histórico a que el hombre ha de hacer frente para realizar su ser de hijo de Dios, como también a aquellas acciones que

contribuyen a la mediación del amor, de la libertad y de la plenitud humana. “Como hijos colocados en el mismo plano de Aquel, quien se

ha acercado a nosotros en su humanidad para que vivamos en una comunidad total de existencia y sentimientos. El Espíritu, principio

nuevo en nuestra vida, viene en auxilio de nuestra incapacidad

fundamental y eleva al nivel del Padre las efusiones humanas de nuestro amor”105.

10.3. El camino de la Iglesia Los primeros escritores y Padres de la Iglesia viven las certezas que

nacen del Nuevo Testamento. “El misterio de la gracia es anunciado en

la predicación de los sacramentos. Esto es la estructuración de la gracia que introduce a los hombres en relación con Dios, en Cristo por el don

del Espíritu Santo y en la comunidad eclesial que vive la urgencia misionera (Didajé VII). Los testimonios de la primera Iglesia apuntan a

ese misterio dinámico y de unidad que parte de Dios hacia el hombre para hacerle partícipe de su existencia. El hombre no es Dios, pero la

llamada y la gracia realizan este cambio por Cristo y el Espíritu, así vivieron los primeros cristianos el misterio de la gracia como expansión

y cambio del hombre por la fe”106.

El trasfondo fundamental de los Padres y primeros siglos de la Iglesia es el convencimiento que el destino del hombre es Dios; en el Padre, Hijo y

Espíritu Santo encuentra el ser humano su realización y trascendencia. Precisamente este es el misterio de la gracia tanto en su carácter de don

como de regalo gratuito.

El desarrollo de la doctrina acerca de la gracia en occidente ha sido

marcado por la figura de San Agustín, quien “ve en la gracia el conjunto de los bienes salvíficos que Dios nos ofrece, siempre en relación intima

con la venida de Cristo al mundo. El hombre está llamado a participar de la misma vida de Dios, ser hijo en el Hijo, imagen y semejanza de Dios

trinitario, además Cristo le da la posibilidad al hombre de hacer el bien al liberarlo de la esclavitud del pecado. La gracia posibilita la libertad

105 AVELLI, “la Teología y la Gracia según San Pablo”, 10. 106 SANLÉS, “Gracia”, 583.

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humana, porque Dios actúa en nosotros no por un impulso físico sino por la atracción del amor que pide una respuesta”107. Así Agustín hace

valer la primacía de la gracia que suscita la respuesta en el hombre.

Avanzando un poco más en la historia, la Escolástica presenta “la gracia como el influjo de Dios en los hombres de modo que su ser y actuar es

fecundado de modo nuevo, y al mismo tiempo capacitado para actuar en el orden de la salvación. El hombre está ordenado a Dios y desde éste

se puede comprender; la acción de Dios viene al encuentro del hombre

para transformarlo y darle vida. Esta trasformación hace al hombre deiforme, que vuelve sobre su origen y hace reaparecer la imagen y

semejanza de Dios borrada por el pecado”108.

Otro autor como Santo Tomás pone de relieve, que “el hombre es, en su esencia, un animal racional, pero que el amor de Dios lo trasforma en lo

más profundo hasta hacerlo partícipe de la naturaleza divina (2 Pe 1,4), los seres humanos reciben así cierto ser sobrenatural, de manera que el

hombre, trasformado por la gracia, puede tener y ejercitarse en las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad”109. El hombre

actúa trasformado por la presencia de Dios que lo interpela a vivir en comunión fraterna con los hermanos.

10.4. El concepto de gracia en la reflexión actual

Al reflexionar sobre la gracia se habla de la cercanía o mejor del acontecimiento de Dios que se da al hombre, es decir, el hombre por un

acto de fe confiesa y reconoce a Dios como el más grande. Desde la experiencia fundante de la Escritura del Antiguo Testamento y de Jesús

confesamos que Dios es Dios de gracia, que se inclina al hombre. Se trata por tanto de partir de la fe confesada: Dios nos quiere y sale a

nuestro encuentro en su Hijo Jesús, por lo tanto quiere hacerse amigo y

compañero.

El acontecimiento de la gracia, como encuentro y comunión de Dios, es el llamado al hombre a participar de ella. En este sentido se produce un

intercambio entre Dios y el hombre, en cuanto este proceso aspira a alcanzar la plenitud del hombre en Dios, que se concreta en la medida

en que el hombre se esfuerza en ser perfecta imagen y semejanza de Dios. 107 LADARIA, “Gracia”, 428-429. 108 SANLÉS, “Gracia” 586-587. 109 LADARIA, “Gracia”, 430.

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“La santidad de Dios como intimidad de la vida divina, se expande en el hombre a través del Espíritu Santo, corona de la vida intratrinitaria, en

cuanto hace plena la relación entre el Padre y el Hijo. La plenitud de la gracia se explicita en las virtudes teologales en cuanto tiene a Dios

como fundamento: es fe como entrega y confianza en Dios, es esperanza como mirada hacia la meta y anhelo del encuentro, es amor

como deseo y gusto por Dios”110. El punto de partida en la gracia es la iniciativa de Dios que pone en el hombre el entender y el querer para

mirarle a Él o dejarse mirar por Él. De aquí que la primera actitud de la

vida de la gracia es precisamente la acción de gracias, traducida en alabanza y alegría.

10.5. La gracia en la Iglesia y los Sacramentos Enseña “el Concilio Ecuménico Vaticano II que la Iglesia es en Cristo

como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios

y de la unidad de todo el género humano (LG 1; GS 42); sacramento visible de unidad salvífica (LG 9; SC 26); sacramento universal de

salvación (SC 5; LG 48; 52; AG 5; GS 45). El mismo Concilio atestigua que Jesucristo constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como

Sacramento universal de salvación; estando sentado a la diestra del Padre, sin cesar actúa en el mundo para conducir a los hombres a su

Iglesia y por ella unirlos entre sí”111.

La figura visible de la Iglesia es por tanto un signo de la gracia, pues en ella la comunidad de bautizados participa de la celebración litúrgica, por

consiguiente, símbolo de la gracia. Por parte de la Iglesia, los sacramentos poseen una verdad infalible, porque la gracia de Dios se

manifiesta en cada celebración de cada sacramento en el cual Dios lleva a la Iglesia hacia sí. Cada celebración de un sacramento en la Iglesia es

una acción por medio de la cual el Padre incorpora a la humanidad a su

Hijo y la acerca a sí.

Los sacramentos son acciones esenciales del culto católico y actos lícitos de la Iglesia cuya veracidad garantiza la verdad de la Iglesia. En los

sacramentos en cuanto son acciones de la Iglesia celebradas en obediencia a la Palabra de Dios son en toda su extensión signo de la

gracia. De esta forma el efecto salvífico del sacramento de la conversión

110 SMULDERS, “La Estructura Eclesial de la Gracia Cristiana” 90. 111 GS. N° 42, 45; LG. N° 1, 9, 48, 52; SC. N°5, 26, AG. N° 5.

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puede describirse de la siguiente manera: por el sacramento de la conversión la Iglesia invita al hombre a cambiar interiormente aquellas

acciones pecaminosas que lo apartan de Dios, para que vuelva su rostro a Él y pueda vivir los demás sacramentos. Es decir, en la conversión la

misericordia divina toma la iniciativa y nos impulsa hacia el camino de la conversión.

Cuando el hombre se acerca al Sacramento de la conversión, deja ver la

necesidad de la gracia en su vida, pues reconoce que la práctica de este

sacramento le fortalece en la fe, en la caridad hacia Dios y a los hermanos, a la vez que le impulsa a cambiar a una vida más acorde al

Evangelio, que le permite descubrir la gran misericordia de Dios. En sí, el sacramento de la conversión es el puente para el encuentro personal

del hombre con Cristo y recibir en ese encuentro la Gracia, que lo

convierte en nueva criatura y le hace hijos de Dios en Cristo.

El encuentro con Cristo en los sacramentos es un diálogo de entrega en que “el opus operantis del fiel corresponde al opus operatum de Cristo.

Por este encuentro, Cristo se me hace más real, significa más en mi vida. Aumenta mi confianza en Él, cuento con Él; Él es el Absoluto que

jamás me pueda faltar, el horizonte eterno de todas mis seguridades. Este encuentro llena la vida de paz y alegría, como tantas veces lo

testifican los júbilos del salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta Aunque camine por un valle tenebroso, no temeré el mal, porque Tú

estás conmigo” (Sal 22, 1-4)”112 Por esto, la gracia nos introduce en la vida de Cristo y de su Iglesia. De ahí que el encuentro con Dios no sólo

comprende el corazón, sino también el entendimiento.

11. SÍNTESIS DE GRACIA El Antiguo Testamento está lleno de expresiones sorprendentes,

pero ninguna como la afirmación de que el Dios dueño del Universo se ha enamorado de Israel (Dt 10, 15), de tal manera que la Alianza

con el pueblo adquiera la forma de una declaración de amor (Dt 26, 17-19). De ese amor procede toda la conducta de Dios para con

Israel: fidelidad, gracia, salvación.

En el lenguaje de la Biblia gracia significa un don especial que, según el

Nuevo Testamento, tiene su origen en la vida Trinitaria de Dios mismo,

112 MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, 508.

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de “Dios que es amor”113(1 Jn 4, 8). Fruto de este amor es la elección, de la que habla la Carta a los Efesios. Por parte de Dios esta elección es

la eterna voluntad de salvar al hombre a través de la participación de su misma vida en Cristo (2 Pe 1, 4): es la salvación en la participación de

la vida sobrenatural.

La gracia es la entrada de Dios en la vida del hombre, para incorporarlo nuevamente en sus relaciones con Dios, con los otros hombres y con la

naturaleza. Dios mismo se dona a sí mismo a los hombres, es decir,

Dios decide hacer partícipe al hombre de su esencia íntima. De ahí que la gracia divina modela la naturaleza humana en plena conformidad con

los deseos de Dios.

La donación de Dios al hombre, lo impulsa a vivir la vida humana conforme a las enseñanzas de Cristo y su evangelio, porque lo lleva a

vivir la vida de Dios participando de su gracia. Pues desde la creación Dios nos comunica su vida, su gracia y nos bendice, para que también

nosotros seamos capaces de hacerla florecer con el testimonio de vida.

Jesús no habló mucho de la gracia, pero en sus actos revelaba de modo inconfundible el beneplácito divino hacia los afligidos, los pobres, los

marginados, los condenados por sus pecados. Así que, cuando se habla de la gracia, hay que hacer referencia también al amor de Dios, que se

desborda en misericordia a favor de los humildes.

El hombre por la fe tiene la posibilidad de creer en la gracia, que le da

vigor para emprender el camino a la casa del Padre, es creer que somos capaces de amar de nuevo a Dios con una relación íntima y filial; es

sentirse en comunión gozosa con Cristo para realizar juntos la voluntad del Padre y ser incorporado nuevamente a la comunidad. La gracia como regalo ayuda al hombre a percatarse de lo que Dios

quiere y le aconseja que realice. No sólo le enseña las prohibiciones de la vida cristiana, sino que también lo guía a las acciones del vivir para

Dios. El vivir con sobriedad apunta al dominio de sí mismo. Ese dominio propio es una disciplina interior del pensamiento y de las emociones de

modo que nuestra vida muestre la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rm 12,2). El vivir rectamente alude a una conducta que sea

justa y recta con los demás.

113 “Dios es amor, así vivir la vida de Dios es ser principio de amor, como lo es Él. Nos amó primero, antes que todo mérito nuestro. Y por ello, ese amor de Dios es gracia, es don gratis” Cfr. VALLE, “Gracia”, 35.

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La gracia de Dios se hace presente en nuestra vida en los sacramentos, ofrecidos por Cristo para nuestra salvación, por eso cuando los hombres

se dejan trasformar por Cristo interiormente y los demás hombres alrededor perciben esa transformación de Dios, descubren que es obra

de la gracia y la misericordia de Dios otorgada en los sacramentos, sobre todo en el sacramento de la conversión que lo invita cambiar de

actitud. Esto se verá reflejado en el servicio y en las obras de bondad para los demás, pues ellas son una prueba más de la obra

transformadora de Dios en la vida. Como se ve en (Ef 2,10), los

Sacramentos son, por tanto, el cauce por el que el hombre recibe y se

hace partícipe de la gracia, esa participación en la naturaleza divina. Quien ha entendido la gracia se esfuerza por no pecar. Su esfuerzo nace

del deseo de no fallar, de no defraudar a Dios, quien le ama. El pecado produce dolor en la persona que vive bajo la gracia. Sin embargo, no es

el dolor de sentirse inseguro o de haber perdido el favor de Dios. Antes

al contrario, es el dolor que produce el haber traicionado la confianza del que te ama. El no haber estado a la altura de amor y gracia. Es el dolor

que produce el ser consciente de haber devuelto mal por bien. Es el dolor de haber roto la amistad con Dios.

12. VIVENCIA DEL PECADO

“El pecado es el nombre bíblico de la falta, pues en la fe de Dios, ésta se produce bajo la mirada de Dios; no sólo descalifica al hombre, sino que

también lo hace indigno de Dios. Dios desea ofrecerse al hombre, pero solo lo consigue si éste se hace disponible a la alianza”114. La referencia

a Dios como a quien da la ley y juzga, hace que las personas experimenten una conciencia de pecado referida a lo conceptual, es

decir, a los diez mandamientos. "El Decálogo es un camino de vida, si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus

preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás (Dt 30,16). En la Nueva Ley aún más, el camino de los mandamientos ayudados por el

Espíritu Santo que nos mereció Jesucristo, es un camino de liberación de nuestro espíritu, un camino que podemos seguir y que ensancha el

corazón en la sonrisa de Dios Nuestro Padre que nos mira complacido. Además la fidelidad al Decálogo nos asegura la vida eterna, la

salvación”115. Los fieles por estar tan pegados a la parte conceptual no

experimentan la ruptura o la realidad de lo que el pecado mismo genera

114 VERGOTE, “El Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación”, 77 115 CAZELLES, “Decálogo”, 133-137

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en la relación con Dios, con el prójimo, consigo mismo y con toda la naturaleza, en otras palabras, las personas cuando se confiesan lo

hacen más a nivel teórico, se percibe que les falta, el arrepentimiento y por ende una sincera conversión.

Cuando decimos que están muy a pegados a lo teórico de la ley

prescrita, que es el examen de conciencia sobre los diez mandamientos las personas, olvidan que estos han de considerarse como “una

invitación al creyente a colaborar en la acción salvadora que el propio

Dios ha iniciado, a fin de que todos los hombres, como imagen perfecta de Dios que son, conserven sus derechos y puedan vivir como hombres

libres. Cada mandamiento del Decálogo recorre, paso a paso y de modo ejemplar, aquellos campos en los que la intención liberadora de Dios se

ve especialmente amenazada, en los que el hombre, de diversos modos, está más expuesto a retornar a la esclavitud”116, por lo tanto el hombre

no debe pretender acomodarlos a su propio sentir, a su propio conocimiento, o a su propia realidad. En otras palabras, no tienen la

conciencia para distinguir la gravedad o la levedad de la materia para poder diferenciar los grados de la falta para con Dios, con el prójimo,

consigo mismo y con la naturaleza.

El pecado más que un acto concreto, es una actitud del corazón, aunque “la mayoría de los creyentes piensan que pecados solo son todas las

cosas malas que se hacen, como robar, mentir, ofender, matar,

engañar, etc. Sin embargo, para Dios, son pecados todas las cosas malas que pensamos; pecado es todo lo malo que hay en nuestro

corazón, aunque algunos de ellos nunca los lleguemos a realizar “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios,

la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias” (Mt 15,19). Dios no mira lo que aparentamos por fuera, el

mira nuestro corazón, escudriña lo que de verdad hay allí” (Mt 23,25-28)”117.

Considerando que “el pecado es un acto voluntario carente de debida rectitud, el pecado se encuentra, en la voluntad. Cuando se comete un

pecado mortal se ofende gravemente a Dios porque Él nos ha declarado su voluntad sobre nosotros, la primera condición del pecado mortal es

que haya mandamiento o precepto grave, se ofende, pues, a Dios gravemente, como grave es el precepto que se infringe”118. Pero el

116 EXELER, Los diez mandamientos, 2. 117 HÄRING, Ley de Cristo, 362-381. 118 PUJOL. J y SANCHO. J. Curso de Catequesis, adoptado al Catecismo de la Iglesia Católica, 288.

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pecado se vuelve también contra el hombre, que pierde la vida de armonía con Dios y deja de ser su hijo. Por tanto la distinción de la

materia es importante porque puede percibirse si hubo clara conciencia moral, o simplemente se cometió una falta sin la libertad suficiente,

para saber si realmente hubo pecado grave”119.

Las personas se acercan muchas veces a confesarse, sin tener claridad de qué es el pecado, mucho menos de su gravedad, por lo cual es

necesario en algunos casos explicarles este término, pues “el pecado

consiste en la mala voluntad de un ser libre, en la aversión a los hombres y Dios en la violación de un amor personal, en un delito o falta

contra el hombre y contra Dios, en no hacer el bien que debemos al prójimo”120, consiste en romper nuestras relaciones vitales con Dios, con

el prójimo, consigo mismo y con la naturaleza. Así mismo, de las implicaciones que esto lleva, reconociendo con humildad verdadera

nuestros propios pecados y consecuencias, como una falta al amor de Dios. De ahí que para el Sacramento de la conversión es muy

importante distinguir los otros ámbitos en los cuales el pecado está enmarcado, que es precisamente la parte leve o grave, la materia leve o

grave, la advertencia, el consentimiento, estas tres palabras del catecismo, “materia, advertencia y consentimiento”121 darán las

implicaciones más profundas de lo que es el pecado.

Las personas deben tomar “conciencia de las implicaciones de sus

actos”122, pues estos no son solamente un acto individual y propio, sino

119 “La materia grave es precisada por los diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también. El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado” Cfr. CCE, N°.1858-1859. 120 BARTOLOME, Acercamiento a Jesús de Nazaret, 76 121 “Se trata, pues, de acciones que se oponen gravemente contra la voluntad de Dios, realizadas con pleno conocimiento y deliberado consentimiento” Cfr. DH, 836. 122 “La conciencia es un juicio de la razón por el que aplicamos nuestro conocimiento moral a los actos particulares; nos acompaña a lo largo de todo nuestro obrar propiamente humano. Ordinariamente actúa antes de que obremos (conciencia "antecedente") mostrándonos la bondad o malicia de los actos que se nos presentan como posibles de realizar (es decir, la moralidad de nuestros planes, proyectos, tentaciones, deseos) y consecuentemente juzga que debemos realizar tal o cual porque es obligatorio para nosotros, o que debemos abstenernos de tal otro porque pesa una prohibición sobre él, etc. Luego sigue actuando mientras obramos (conciencia "concomitante"); aquí actúa como testigo de nuestro buen o mal proceder según que estemos actuando a favor o en contra de nuestros juicios de conciencia. Finalmente la conciencia

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que ello tiene unas implicaciones sociales, y que así como nos relacionamos con los otros de distintas maneras, de igual forma las

relaciones negativas están aleccionando el cuerpo místico de Cristo o la realidad social en la que estamos insertos.

Hay que distinguir la expresión pecado social que en el catecismo de la

Iglesia católica N°1868, hace referencia a “la responsabilidad de los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos”123, esto quiere

decir, que el pecado estrictamente social no existe, por consiguiente el

pecado social está en virtud de una persona que comete una acción con implicaciones sociales y que repercute en el campo de la justicia y de lo

comunitario. “El pecado social, o sea, el comportamiento o aquellas situaciones que son producto del quehacer colectivo, o de grupos o

conjuntos de personas más o menos amplios, aunque estos grupos o conjuntos de personas no estén unidas entre sí por un elemento común,

o los cuales hasta quizás ni se conozcan, es un mal que aqueja nuestra sociedad y que afecta, de una manera u otra a todos los componentes

de nuestro entorno. Y muchas veces afecta a naciones completas o hasta un grupo de naciones. Estos pecados sociales son el fruto, la

acumulación y la concentración de muchos pecados personales”124.

Los seres humanos no están formados para hacer la reparación del pecado, a pesar de que es uno de los elementos de la conversión, pues,

una verdadera conversión es un arrepentimiento del pecado, pero

sigue actuando después de realizados los actos (conciencia "consiguiente") tranquilizándonos y aprobándonos si hemos obrado bien; reprendiéndonos si hemos actuado mal” Cfr. FUENTES, La Trampa Rota, 231-237. 123 “Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina. Las “estructuras de pecado” son expresión y efecto de los pecados personales. Es igualmente social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones tanto interpersonales como en las de la persona con la sociedad. Es social todo pecado cometido contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, sin excluir el que está por nacer o contra la integridad física de alguno. Es pecado social todo pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los derechos y deberes de los ciudadanos. Puede ser social el pecado de obra o de omisión por parte de dirigentes políticos, económicos y sindicales, que aun pudiéndolo, no se empeñan con sabiduría en el mejoramiento o en la trasformación de la sociedad, así como por parte de trabajadores que no cumplen con sus deberes de presencia y colaboración, para que las fábricas puedan seguir dando bienestar a ellos mismos, a sus familias y a toda la sociedad. Además el pecado social se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas. Estas relaciones no están siempre en sintonía con el designio de Dios, que quiere en el mundo justicia, libertad y paz entre los individuos, los grupos y los pueblos, así la lucha de clases, cualquiera que sea su responsable y a veces, quien la erige en sistema, es un mal social. Así la contra posición obstinada de los bloqueos de Naciones y de una Nación contra la otra, de unos grupos contra otros dentro de la misma Nación. Todo esto en un sentido analógico constituyen el pecado social” Cfr. RP, N°.16. 124 SRS, N° 37.

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también “una reparación de las acciones”125, que van en detrimento del prójimo y del ámbito social, comunitario.

Es importante en el campo del pecado, hacer un cambio estructural, ya

no serán los diez mandamientos simplemente de la ley, reflejados en el examen de conciencia que confrontan nuestra vida con lo que Dios

espera de ella y que en algunos casos se vuelve rutinario, sino más bien una nueva estructura, que nos lleven a revisar mi entorno, valores y

virtudes que nos permiten reconocer con mayor precisión y con mayor

hondura, los niveles del pecado en nosotros; es decir, la lección al valor o la virtud que van expresados en la vida del cristiano.

Si bien, los diez mandamientos, son una norma de vida espiritual, que

lleva a la perfección cristiana; hay que procurar enseñarlos de forma más dinámica, pues cada uno de ellos encierra un valor, para que

puedan ser más actualizados de frente a la situación particular que vive cada ser humano. Por tanto los mandamientos han de ser expuestos a

la luz de las bienaventuranzas, pues ellas enseñan una virtud u opción de vida. “Las bienaventuranzas resumen la enseñanza de Jesús y el

sermón de su vida, contrastan con los valores que están en uso en las sociedades humanas, a la vez nos descubren que en la vida de los

hombres hay un valor escondido que no puede descubrirlo el que vive únicamente para sí mismo, pues estas puntualizan las actitudes

humanas fundamentales, para construir el reino de Dios y el camino de

la nueva humanidad.”126. Esto ayudará a que las personas se confiesen un poco mejor, pues en muchos casos se confiesan como niños sin tener

en cuenta las enseñanzas de Jesús, convirtiéndose esto en un problema, pues se nota que no hay crecimiento de las personas en el

reconocimiento de los pecados a medida que se va pasando por las diferentes etapas de la vida.

Los mandamientos, considerados como instrucciones sobre cómo

conducirnos en las diferentes situaciones de la vida, están en dos líneas: una vertical que es el amor hacia Dios que se le debe en justicia y

verdad, por lo cual cuando se falta sobre esta línea, se falta a Dios en la verdad, en la justicia en el reconocimiento de Él, como la divinidad. La

125 “Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas), la simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo” Cfr. CCE, N°1459. 126 BARTOLOME, Acercamiento a Jesús de Nazaret, 11.

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otra línea es horizontal, el amor que debemos a nuestro prójimo muy bien expresado en los diez mandamientos y en el respeto, así como las

virtudes cardinales, la prudencia, la templanza, la fortaleza, están de manifiesto en la relación con los demás.

Los seres humanos no tienen conciencia de la ofensa que le hacen a las

personas, por eso los valores muchas veces son manipulados de acuerdo al interés de cada uno, esto se observa en el quebrantamiento

del amor propio, de la agresión a la vida, de la actitud de violencia al

interior de la familia, del irrespeto por los bienes, produciendo un detrimento en los valores. En este sentido la vida y el bienestar de los

demás no valen nada, dando como consecuencia la pérdida del respeto y dignidad por la persona.

13. VIVENCIA DEL ARREPENTIMIENTO

En el sacramento de la conversión, hay varios elementos que dejan ver el arrepentimiento por parte de los penitentes, expresado en la voz, en

la actitud, en el dolor por haber pecado o por la ofensa cometida a otros; ese arrepentimiento lo exteriorizan físicamente las personas que

lloran, que sienten angustia de reconocer el mal que han causado a través de sus propias acciones, pues son conscientes del daño que

hicieron, aunque algunos no lo expresan, pues son fríos o indiferentes frente a esta situación.

“El acto más central de la conversión es el arrepentimiento en sus

distintas formas, pero, además de ese acto específico, que consiste en apartarse de la culpa personal pasada y dirigirse a Dios, esta virtud en

su esencia plena comprende también todas las otras posturas (internas y externas) de comportamiento cristiano ante el pecado: la valentía

para el temor de Dios y para la verdad de la existencia propia frente a

toda represión del pasado, sino que es la manera adecuada como el hombre espiritual se enfrenta con su pasado, lo reconoce y se hace

responsable de él”127.

Los penitentes cuando son conscientes de las faltas, se arrepienten hasta de las cosas más sencillas: “no fui a la Eucaristía porque estaba

enferma”, así deja ver la experiencia de ser deshumanizada por el pecado. De ahí que “el arrepentimiento nace de la iniciativa divina, y por

eso ha de ser concebido, como una respuesta. Lo mismo que todo acto

127 RAHNER, Escritos de Teología, 256-270.

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moral de orden salvífico, el arrepentimiento en su esencia y en su realización práctica ha de tener como soporte la gracia de Dios. El

arrepentimiento no causa, pues, la voluntad salvífica de Dios, la cual en Cristo ha alcanzado su definitiva manifestación histórica, sino que la

acepta y le da una respuesta, pero teniendo conciencia a la vez de que la misma aceptación libre es también obra de la voluntad salvífica de

Dios, en último término Dios mismo obra en nuestra libertad lo que es digno de él”128.

No todos los penitentes son iguales, algunos son conscientes de sus faltas y la asumen con responsabilidad. “El no que por el

arrepentimiento se da al pasado puede ser muy diverso, pues, en conformidad con la realidad múltiple que Dios ha querido en su

variedad, hay distintos valores morales, los cuales pueden ser afirmados como inmediato fin positivo del arrepentimiento, haciendo así posible un

no a sus respectivos contrarios. Mas aquí no podemos ignorar cómo ese mundo múltiple de valores, que posibilita las distintas motivaciones del

arrepentimiento, constituye una unidad en que cada motivo particular apunta hacia el todo y está abierto a él, y cómo todos los motivos y las

respuestas a ellos sólo se consuman en Dios y en su amor”129. Otros por el contrario los evaden, de ahí la importancia de entender la parte

humana del penitente. Pues en muchos casos el penitente debe hacer “una “catarsis”130 interior”131, recorriendo su vida espiritual hasta que un

día saque de su corazón el rencor, el odio, el resentimiento y pueda

llegar a la reconciliación física con los hermanos. Por lo tanto el confesor debe entender que el penitente necesita tiempo para sanar las heridas

del alma que fueron producidas por una situación particular y sus efectos psicológicos.

El arrepentimiento sucede cuando el pecador siente intranquilidad en su

conciencia, los remordimientos lo agobian y tiene pleno convencimiento de estar obrando mal, pues, esta convicción perturba su paz y le roba la

armonía interior. Aunque algunas veces intenta ensordecer su conciencia permaneciendo en la misma postura desde la que se

cometieron los pecados, impidiendo la conversión del corazón. Por esta 128 RAHNER, Escritos de Teología, 275. 129 RAHNER, Escritos de Teología, 279. 130 “Purificación interior, eliminando actitudes o experiencias negativas que subyacen en la conciencia y condicionan el comportamiento de las personas” Cfr. BERNAYS, “Catarsis”, 207. 131 “Dios que es infinitamente sabio y misericordioso, sabía que necesitábamos de la catarsis para dejar la culpa en el momento de la confesión al decir los pecados al sacerdote y oirá las del perdón, nuestra alma no solo queda blanqueada de los pecados cometidos, sino liviana por ya no tener carga con el peso de la culpa” Cfr. CAPRIOLI, “Catarsis”, 230.

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razón el verdadero arrepentimiento cristiano tiene que ser acompañado por un afán de acudir a Dios, de postrarnos ante Él, de entregarnos a Él.

En esta conversión estamos dispuestos a tomar las riendas de nuestra vida y expiar nuestros pecados. No obstante suplicamos a Dios en el

arrepentimiento que nos perdone esperando su misericordia para encontrarnos nuevamente con Él.

“El hombre sabe ciertamente que ningún arrepentimiento puede borrar

la culpa del pecado, pero sabe también que el cordero de Dios ha

limpiado todos los pecados y que Dios todopoderoso y misericordioso absuelve toda culpa y perdona por obra de Jesucristo a cuantos le

confiesen sus pecados profundamente arrepentidos”132. De esta forma el penitente al acercarse a la confesión expresa el deseo de reanudar a

una nueva vida espiritual fortalecido, por la oración, por los sacramentos, por la Eucaristía, para iniciar un cambio de vida

verdaderamente significativo.

En ese sentido muchos penitentes que tienen ese arrepentimiento van buscando la posibilidad de restituir, con acciones nuevas el mal que han

causado por sus propios actos. De ahí que el arrepentimiento los lleva a un cambio de vida, que expresan en las acciones pastorales, caritativas

o de justicia en bien de las personas que de alguna manera se sintieron lesionadas directa o indirectamente con sus hechos.

Cuando el penitente siente la necesidad de la confesión, no por un compromiso o una circunstancia, sino porque de verdad la voz de la

conciencia interior lo mueve a confesarse está ya exteriorizando el arrepentimiento como primer paso para cambiar de vida y a la vez está

dejando ver el deseo de reparar en cuanto sea posible, el mal causado a otro. Por lo tanto, “la conversión es la vuelta al amor primero,

admitiendo que la falsa seducción del pecado es, en efecto, mentirosa. De ahí que el hombre abra su corazón a la iniciativa divina que le invita

al arrepentimiento y al perdón”133. Arrepentirse es volver al plan de Dios y seguir su llamada al Evangelio.

Así mismo la “atricción”134 y la contrición son expresiones del

arrepentimiento, ya que preparan un buen examen de conciencia, previo

132 VON HILDEBRAND, El corazón, 31-45. 133 AROCENA, “El Sacramento de la Penitencia, Realidad Antropológica y Cultural”, 755. 134 “Es un pesar de haber ofendido a Dios, no tanto por el amor que le tiene como por temor a las consecuencias de la ofensa cometida, el dolor de la atrición, es indispensable para obtener el perdón de los pecados en la confesión sacramental” Cfr. SCHNACKENBURG, “Atricción”, 121.

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a la confesión, pues ellos emiten un rechazo claro al pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo, por “el amor que se

tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento”135, que es verdadera expresión de arrepentimiento. “El hombre no puede hacer que su

historia no haya acontecido, pero sí puede retornar sobre ella, confiriéndole una nueva apreciación. En este sentido, la contrición es la

base del sacramento, el núcleo de cuya verdad depende el sacramento, la aportación humana, constitutiva y primordial del signo de la

conversión”136. Cuando las personas llevan mucho tiempo sin confesarse

estos elementos afloran en las personas, pues se nota que preparan muy bien la confesión, hasta llevan una guía escrita, aunque a veces se

corre el riesgo de ser muy minucioso por los años sin confesarse, que puede ser de alguna manera doloroso para las personas, por el hecho de

ser situaciones de pecado de varios años en donde no se tenía la conciencia de pecado que se tiene en la actualidad, pues hoy en día los

pecados son juzgados con el conocimiento y los criterios de la actualidad, según los elementos de materia, advertencia y

consentimiento (CCE.1857).

La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia el amor del Padre, por eso mediante la contrición realizamos la conversión del

corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida y que por tanto se manifiesta en las obras de sacrificio y

entrega, para revestirnos de Cristo.

El sacramento de la conversión no es un encuentro psicológico, es un

encuentro misericordioso entre el penitente y el mismo Jesús, quien procura situarse en su nivel, comprender su situación, para llevarlo con

paciencia y amabilidad a una verdadera conversión, sin rechazarlo ni ofenderle. Es así como “Jesús muchas veces da el primer paso hacia el

pecador (la samaritana, Pedro, Judas); otras veces sabe aprovechar con discreción y espontaneidad una disposición inicial buena (Zaqueo); otras

veces acoge con amor al pecador ya arrepentido (la pecadora). Apenas surge una señal de verdadero arrepentimiento, Jesús concede el perdón

(la samaritana y Pedro), a todos les pide el arrepentimiento, que es dolor del pecado cometido, animado por el amor y la esperanza del

perdón (la Pecadora y Pedro). A veces este arrepentimiento se manifiesta expresamente al reconocerse uno como pecador (hijo

135 “La contrición, entendida así, es, pues, el principio y el alma de la conversión, de la metánoia evangélica que devuelve el hombre a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el Sacramento de la Penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición” Cfr. RP, N° 31. 136 AROCENA, “El Sacramento de la Penitencia, Realidad Antropológica y Cultural”, 755.

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pródigo, el buen ladrón)”137. El confesor vicario del amor de Cristo ha de aprender de todo esto a dedicarle tiempo al penitente, tratando de

ponerse en su lugar, para que éste pueda expresar lo que siente, y a la vez el confesor pueda descubrir, el arrepentimiento en la persona y lo

oriente hacia el camino de salvación.

El penitente que se confiesa frecuentemente, ya tiene un camino recorrido en la vida cristiana y como tal una experiencia de Dios,

entonces su confesión es sobre pecados veniales, para purificar más ese

camino de vida cristiana, es decir, es una persona que participa de la Eucaristía, se acerca a los sacramentos y vive una vida de oración. En

palabras de Jesús la experiencia cristiana, es un nuevo nacimiento (Jn 1,12, Gal 3,26; Ef 2,19; 3,15; 5,1).

14. VIVENCIA DEL PERDÓN

Las personas no dudan del perdón de Dios, recibido en el Sacramento de la Conversión, ellas saben que cuando se arrepienten Dios las

perdona, “porque es la vuelta al amor de Dios, a un amor más profundo y duradero, es la expresión de todo un proceso de cambio de mentalidad

y de vida”138, por eso cuando los fieles se acercan al sacramento sienten un alivio como si les hubieran quitado un peso de encima, esto se

percibe en el rostro y en el cambio de actitud, por eso para muchos el perdón es quitarse aquello que los agobia.

Otros gestos que expresan el perdón son: la alegría y el gozo de

sentirse amado por Dios pues “el perdón es una invasión de Dios en nuestras vidas, un hecho tan nuevo y eficaz que posibilita una paz y

alegría renovada, un volver a confiar en el amor,”139 pero a la vez “la alegría es la paz de sentirse bien dentro, tocados en el corazón por un

amor que cura, que viene de arriba y nos trasforma. Pedir con

convicción el perdón, recibirlo con gratitud y darlo con generosidad es fuente de una paz impagable por ello es justo y es hermoso

confesarse”140. En otros casos se observa una actitud de gratitud por parte de las personas, para el confesor, expresado en palabras de

agradecimiento, pero como también hay otros que no lo expresan verbalmente.

137 RAMOS, el Sacramento de la Penitencia, 136. 138 BARTOLOME, Acercamiento a Jesús de Nazaret, 83. 139 BARTOLOME, Acercamiento a Jesús de Nazaret, 84. 140 FORTE, “Confesarse, ¿Por qué? La Reconciliación y la belleza de Dios”, 127.

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Las actitudes y los gestos, se observar más en las personas que por lo general llevan bastante tiempo sin acercarse a la práctica de la

confesión y por ende a la misericordia de Dios. Recordemos que “Jesús fue misericordioso con todos, curó a los enfermos física y

espiritualmente, se inclinó hacia ellos con su omnipotencia y devolvió la alegría de vivir a cuantos encontró en su camino. El Maestro se

conmueve ante la debilidad humana y concede el perdón incluso a quien no lo pide (la mujer adúltera)”141. A pesar de todo lo que Jesús le ofrece

al hombre, hay personas que se han alejado de la práctica de la

confesión, no por la falta de un proceso, sino porque inicialmente hubo una experiencia dolorosa, con el confesor; un regaño, una insinuación

que lo hicieron alejarse de la confesión.

En general la persona siente el perdón de Dios, aunque hay algunas que por los “escrúpulos”142, requieren un proceso para hacerle entender que

Dios los perdona; son aquellos que se viven confesando de lo mismo, falta en ellos el perdonarse a sí mismos, aun a pesar que en la

absolución reciben el perdón y lo siente, pero sin embargo continúan con cargos de conciencia. “El hombre debe intuir que el perdón es la

remisión de la ofensa recibida y Dios en su amor sale al encuentro del hombre para ofrecerle el perdón, a pesar de que le haya ofendido”143. El

perdón, es la experiencia de superarnos, de sentirnos capaces de asumir las limitaciones y reconocernos capaces de liberarnos en Cristo.

“El perdón de los pecados es un don de Dios, gratuito, pero los seres humanos deben esforzarse para alcanzarlo, ya que se ofrece como una

meta a conseguir. Un perdón que se va concediendo al hombre en la medida en que va recorriendo el camino de la conversión. Toda la vida

lleva el sello del perdón, pero a veces se está tan acostumbrado a él, que fácilmente las personas no se dan cuenta de qué es y significa y

corren el riesgo de perder la noción exacta de lo grave del mal”144.

A las personas les falta reconocer y asimilar sus pecados, pues en muchos casos los consideran graves y creen que eso los ha excluido de

la relación con Dios y de su misericordia, “Jesús recibió a los pecadores

141 GENNARO, “Misericordia”,601. 142 “La conciencia escrupulosa se define como aquella que por motivos leves, sin causa o fundamento razonable, a menudo teme el pecado donde de hecho no existe; esto se manifiesta tanto en el discernimiento que precede la acción como luego, en el miedo de haber cometido pecado mortal” Cfr. ROSSI, “Conciencia escrupulosa”, 703 143 CELADA, “El Perdón”, 111. 144 BARTOLOME, Acercamiento a Jesús de Nazaret, 84.

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con muchísimo cariño, Él nos reveló que Dios es un Padre amoroso y comprensivo, que siempre nos espera con alegría, cuando nos

acercamos arrepentidos para confesar nuestra culpa y pedir que nos perdone”145. De ahí la importancia que comprendan, que Dios sí perdona

el pecado, pues el pecado confesado es un pecado perdonado, en ese sentido es bueno que ellos entiendan que hay que acompañar la

experiencia del perdón, con la oración, las obras de caridad, la justicia, el amor al prójimo, pero sobretodo con el cambio de vida, pues es allí

donde la persona experimenta realmente que ha sido perdonada.

Si el penitente experimenta el perdón de Dios, como una liberación en lo

más profundo de sí mismo y con ello una recuperación de la alegría perdida en su vida, le será más fácil perdonar al prójimo, “la señal más

espontánea de que realmente hemos aceptado el perdón de Dios es nuestra capacidad de perdonar, como Dios nos ha perdonado. Solo

perdonado hago mío el perdón de Dios que yo mismo he experimentado, así doy fe de que la generosidad de Dios no conoce fronteras”146,

aunque algunas veces las personas guardan rencor y resentimiento en su corazón que no los deja perdonar, esto se aprecia en las diferentes

confesiones, ya que las personas vienen a confesarse y lo que hacen es acusarse de los pecados de los demás, no de ellos mismos. Se

comprueba que cuando el hombre no tiene una experiencia seria de Dios en su vida personal, entonces fácilmente se escuda en el pecado de los

demás.

La esperanza del perdón entre los hombres, radica en la trasformación

del corazón; “el pecador ante Dios no se siente descubierto, sino perdonado. Ante Cristo crucificado el pecador no debe sentir vergüenza

sino amor. La conversión interior es un encuentro peculiar, la miseria choca con la misericordia, el pecador y el redentor se abrazan”147, lo

cual sólo es posible, cuando el hombre viva un encuentro radical y profundo con el Señor Jesús como el hijo pródigo, Zaqueo, la mujer

adúltera. Brotará entonces algo nuevo que llene de esperanza a los que saben aguardar en Dios para que cambie sus vidas de la angustia que

causa el pecado, que hace que unos a otros se acusen y se conviertan en jueces ante el único juez fiel, que no condena ni cuestiona, que sólo

invita a no pecar más.

145 DUQUOC, “El perdón de Dios”, 208-209. 146 ELIZONDO, “Perdono pero no Olvido”, 260. 147 FORTE, “Confesarse, ¿Por qué? La Reconciliación y la belleza de Dios”, 126.

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15. VIVENCIA DE LA GRACIA Las personas desconocen, que la gracia es Dios mismo dado al hombre,

que lo protege, lo acompaña y lo llena de vida, estableciendo un contacto personal entre Dios y los hombres. Por lo tanto “la gracia de

Dios se manifestó concretamente en Jesús de Nazaret. Y porque él es el hombre y nosotros proyectos de hombre, vamos siendo también mas

participes de la vida de Dios conforme nos vamos humanizando para ser más hombres. En este sentido la gracia es don y tarea humana. Don de

Dios, de su exclusiva iniciativa, por su decisión motivada fuera de él. Tarea humana algo que tenemos que hacer los hombres en respuesta al

don de Dios, y que lo vamos haciendo nuestro por la manera como vivimos”148.

A pesar de la donación de Dios a los hombres, muchas personas no

alcanzan a comprender que es la gracia, por eso es conveniente

enseñarla en un lenguaje sencillo, asequible a su conocimiento, partiendo de expresiones como: “sabes de tu condición”, “sabes que

solo no puedes”, “que necesitas un apoyo”, para hacerles ver que cuando expresan que Dios les ayuda, esa es la gracia de Dios presente,

que les asiste para vencer las dificultades, les da fortaleza frente a los problemas y los impulsa a salir adelante para vivir una experiencia de

cambio. “El favor de Dios como impulso para el bien obrar se ha visto tradicionalmente en relación con la acción interior e invisible del Espíritu

Santo en el corazón del hombre, en el sentido de que los acontecimientos de la vida, a la luz de la fe, pueden ser considerados

don de Dios y manifestaciones concretas de su amor”149.

El acontecer de la gracia en los seres humanos es posible cuando el hombre se abre a la acción de Dios en su vida, renunciando al pecado

para vivir como hijos de Dios. “La autocomunicación de Dios aparece en

el escenario del drama de la libertad humana y muestra un rostro de perdón y de ayuda en la superación del pecado. Esa oportunidad que

Dios brinda de amor misericordioso, sobrepasa la respuesta negativa que el hombre libremente puede dar a la presencia del Misterio Sagrado.

La respuesta afirmativa y salvadora de Dios, supera la posibilidad de negativa respuesta del hombre. La esencia espiritual del hombre está

puesta de antemano en forma creadora por Dios, pues Dios quiere comunicarse a sí mismo: la acción creadora eficiente de Dios se hace

148 VALLE, “Gracia”, 35. 149 LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 279.

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operante porque Dios quiere comunicarse a sí mismo por amor”150 La gracia es la fuerza de Dios para vivir diariamente en victoria sobre el

pecado, ella nos rescata de la influencia dominante del mal “Tú, pues, hijo mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús” (2 Tim 2,1).

Sí Dios nos perdona los pecados nos hace pasar de pecadores a justos,

por consiguiente la gracia pide la respuesta del hombre, para retornar a la amistad con Dios. “La gracia es un don “sobrenatural”151 que Dios

concede al hombre y se hace visible de modo especial en la mediación

de la Iglesia y en los sacramentos; esto no quiere decir que el poder de la gracia de Dios no actué fuera de las fronteras de la Iglesia visible,

pues ella puede estar presente en el hombre antes de él acercarse a los sacramentos”152.

Mediante el sacramento de la conversión, “la Iglesia se autorrealiza

porque, en cuanto santa, se aparta del pecado, y, en cuanto portadora de la gracia de Dios (que aquí imparte a un miembro singular), se

ratifica como el sacramento permanente de la misericordia de Dios en el mundo. Porque ella imparte esta gracia irrevocable, y porque dicha

gracia tiene en la Iglesia una presencia histórica, por eso hay en la Iglesia un Sacramento de la invencible voluntad perdonadora de Dios.

De esta forma aparece la Iglesia como el signo imperecedero de la irrevocable gracia de Dios”153. Es decir, cuando el hombre realiza el

signo sacramental está acogiendo la gracia que Dios le ofrece a través

del ministro de la Iglesia.

Cada sacramento da la gracia que le es propia, por tanto, en el sacramento de la conversión, la gracia tiene una resonancia nueva,

porque la materia del sacramento son los pecados, pues cuando ellos son confesados, el penitente queda en estado de verdadera purificación

interior que llena la totalidad de su ser, haciendo del penitente templo del Espíritu Santo. “Todo lo que nos acerca a Dios y nos impulsa en el

camino hacia Él está producido en nosotros por el Espíritu Santo, que en cada momento actualiza nuestro ser de hijos de Dios y de criaturas

regeneradas, que nos impulsa a salir del pecado”154. Jesucristo nos 150 RAHNER, Curso fundamental sobre la fe, 156. 151 “En sentido estricto, lo sobrenatural no es sólo la elevación de una naturaleza sobre las posibilidades que Dios le infundió y que son inherentes a ella; es un don que trasciende todas las fuerzas, posibilidades y valores de la naturaleza, un don que Dios concede para que logremos la íntima comunidad con El mismo: su fin es la participación en la íntima vida trinitaria de Dios” Cfr. GANOCZY, “gracia”, 621. 152 LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 130. 153 RANNER, Iglesia y Sacramentos, 44-45. 154 LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 278.

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envía el Espíritu Santo, que tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados.

Gracias al don del Espíritu que infunde en nosotros el amor de Dios (Rm

5,5), “el sacramento de la conversión es fuente de vida nueva, comunión renovada con Dios y con la Iglesia de la que precisamente el

Espíritu es el alma y la fuerza que une. El Espíritu empuja al pecador perdonado a expresar en la vida la paz recibida, aceptando sobre todo

las consecuencias de la culpa cometida, además nos ayuda a madurar el

firme propósito de vivir un camino de conversión hecho de empeños concretos de caridad y de oración”155.

De esta forma “el Magisterio, siguiendo la Sagrada Escritura y la

Tradición, afirma que la gracia de este sacramento consiste en la absolución o perdón de los pecados confesados y en la reconciliación con

Dios (DH 1323; 1674). Estos efectos van acompañados en las personas devotas por la serenidad y la paz de la conciencia, y por un profundo

consuelo procedente del Espíritu. La conversión a Dios tiene como consecuencia otras reconciliaciones: con nosotros mismos, a través de

la recuperación del sentido de nuestra propia vida; con los hermanos, lesionados en cierto modo por nuestros propios pecados; por último, el

pecador se reconcilia con todo lo creado. De ahí brota además, y de una manera genuina, el sentido de la gratitud a Dios por el don de la

misericordia obtenida y la alegría que le acompaña. Por otra parte, el

Concilio de Trento afirma que la absolución sacramental perdona la culpa y las penas eternas. (DH 1543; 1580; 1689; 1715)”156.

La trasformación interior del hombre fruto de la comunicación con Dios,

no acontece sin la cooperación de la libertad humana, movida por “la gracia creada e increada”157 que santifica al hombre, porque es Dios

mismo quien obra en nosotros y nuestra trasformación no se puede mantener sin su presencia; de la misma manera, por la fragilidad de

nuestra condición proclive al pecado, pues necesitamos de su auxilio constante, para permanecer en Él (Jn 15,1-8), y fortalecer los dones

interiores que nos ponen en un verdadero camino de salvación.

155 FORTE, “Confesarse, ¿Por qué? La Reconciliación y la belleza de Dios”, 132. 156 BONORA, “gracia” 410-426. 157 “La gracia increada es Dios mismo en cuanto que se nos autocomunica por amor, y habita en nosotros como en un templo. La gracia creada, en cambio, es un don creado, físico, permanente, que Dios nos concede, y que sobrenaturaliza nuestra naturaleza humana. La gracia increada, Dios en nosotros, es siempre la fuente única de la gracia creada; y sin ésta, la inhabitación es imposible” Cfr. SANLÉS, “gracia”, 592.

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Cuando en “el penitente se da la experiencia del perdón (Tit 2, 11-14)”158 y la recta intención de cambio, empieza a experimentar la

necesidad de la gracia, pues, descubre que solo no puede, que necesita de la gracia para superar un vicio, una dificultad, algún mal

comportamiento, para no volver a caer en esas debilidades humanas que rompen la relación con Dios y con los demás. Pues si hay claridad

sobre el pecado se podrá reconocer la gracia de Dios para vivirla. Como afirma San Pablo, “donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia”

(Rm 5,20).

Jesús no quiere que pensemos tanto en el esfuerzo humano, como única

ayuda, porque nos llevarían al pesimismo, sino que nos apoyemos en los

medios sobrenaturales, es decir, que contemos con su poder para hacer las cosas. Esto implica entregarnos a su voluntad para dejarnos moldear

por Él y poder dar abundantes frutos.

La conversión es precisamente “el sacramento del encuentro con Cristo que, mediante el ministerio de la Iglesia, viene a socorrer la debilidad de

quien ha traicionado o rechazado la alianza con Dios, le reconcilia con el Padre y con la Iglesia, le recrea como criatura nueva en la fuerza del

Espíritu Santo”159.

158 Como se ve en la siguiente nota: El hombre tiene que practicar las virtudes humanas moderación, justicia, religiosidad, pero sobre todo tiene que estar apoyado en la esperanza que nos proporciona Jesucristo, Dios y salvador. Biblia de América, 1817. 159 FORTE, “Confesarse, ¿Por qué? La Reconciliación y la belleza de Dios”, 133.

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CAPITULO III

PECADO, ARREPENTIMIENTO, PERDÓN Y GRACIA: CATEGORÍAS DETERMINANTES DEL SACRAMENTO DE LA CONVERSION

1. PECADO No es posible una compresión de la categoría de pecado sin referirnos a

la enseñanza del dato revelado, ya que el pecado está en el interior mismo de la revelación sobre Dios: sobre su amor, al que se opone el

pecado. Desde esta perspectiva, el pecado no está vinculado a la materialidad de la acción, ni como una mutilación de las capacidades

propias, es decir, de los valores auténticos de la relación de sí mismo. “El pecado es esencialmente infidelidad a un amor; el hombre que

rechaza el amor de Dios, que trasgrede una ley, provocando una ruptura en su relación con Dios”160.

1.1. El Pecado en la Sagrada Escritura

La historia de la salvación sitúa la realidad del pecado dentro de la grandiosa perspectiva de la alianza de Dios con el hombre, por eso la

vida del hombre en la línea bíblica es esencialmente diálogo con Dios. Diálogo que se inicia desde el momento mismo en que Dios llama al

hombre con su palabra y él le responde, siendo consciente de que no se trata de un encuentro entre dos que están al mismo nivel; sino que se

da por puro don de Dios. Pues, el hombre ha sido creado en la Palabra y

vive en ella; por consiguiente, no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo, ya que, la Palabra de Dios revela la naturaleza filial y

relacional de nuestra vida.

A la luz de la revelación el carácter del pecado aparece de relieve, no solo cuando el hombre como ser creado abusa de la libertad de su

voluntad, sino también cuando en su conducta se levanta contra Dios, tratando de alcanzar su propio fin sin Dios. El hombre como criatura es

ser dependiente de Dios en su mismo origen; como imagen de Dios es el compañero suyo, el que pueda escuchar su palabra y responder, o sea,

entrar en una comunión vital y personal de amor con él. Por lo tanto “el

160 “El pecado recibe su plena explicación si lo vemos en la relación entre Dios y el hombre y tenemos en cuenta la santidad de Dios, su voluntad salvífica y el destino del hombre a la íntima comunión de la vida trinitaria” Cfr. MORGANTI. “Pecado”, 118.

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pecado es la repulsa de esa relación vital filial con el Dios de la creación y de la alianza”161.

Un eco de esta experiencia nos lo ofrece el pecado original, que aparece

como una autonomía moral (Gn 3,5), que expresa en la soberbia y en la rebelión a la soberanía reivindicada por Dios para sí solo. De ahí que no

consiste tanto en el acto externo cuanto en el intento de una tergiversación del orden. Más aún, el pecado aparece como una ruptura

del vínculo familiar entre el pueblo y Dios, por lo tanto va dirigido contra

Dios porque hiere directamente su amor, y al mismo tiempo es un mal para el mismo hombre. Si nos situamos no en el campo del ofensor sino

del ofendido, comprobamos que el pecado no es simplemente el mal que el hombre se hace a sí mismo, sino que hiere profundamente el rostro

del hermano.

Por eso los profetas manifiestan su rechazo al pecado en la cólera y la indignación de Dios, en su repudio, en cuanto que anuncian que el

hombre ha quedado abandonado a sí mismo en un estado de desamparo y de muerte.

El pecado es una acción humana que brota de la libre decisión que el

hombre toma en el centro de su persona, al que la Escritura llama el corazón que se abre o se cierra a la acción de Dios. Ya no será la ley,

sino la fe la que se sitúa como referente fundamental para entender lo

que significa el pecado. De ahí que el hombre en las acciones que realiza deja ver lo que guarda en el centro de su corazón. La parábola

evangélica de los dos hijos nos hace meditar sobre las funestas consecuencias del rechazo del Padre, lo cual se traduce en un desorden

en el interior del hombre y en la ruptura de la armonía entre los hombres.

Para Juan y Pablo162, el pecado no es tan solo un acto singular o la

expresión de un mal individual que brota de la libertad y la

161 “El pecado de origen, que es la causa fundamental y el paradigma de todos los demás pecados de los hombres, cosiste en que el hombre se negó a reconocer su dependencia criatural, pero sobre todo en que no aceptó la comunión de amor con el Padre. El hombre se encierra en sí mismo desconfiando de Dios con la pretensión de poder construirse solo” Cfr. ROSSI, “Pecado”, 729. 162 “Juan llama al pecado iniquidad, impiedad que pone a los hombres internamente en contraste con Dios (1 Jn 3,4). Y revela su profundidad religiosa al expresar: quien peca rechaza y desprecia su vocación de cristiano, la filiación divina, la comunión con Dios y acepta libremente el dominio del mal. San Pablo nos habla del pecado como de una personificación del mal. Es una potencia, una fuerza activa en el hombre que vino al mundo con la caída de nuestros primeros padres y desarrolla su eficacia mortal sirviéndose de la ley” Cfr. RAHNER, “Pecado”, 119.

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responsabilidad humana. Es ausencia del espíritu que provoca en el hombre la infidelidad al amor y la ruptura con el plan de Dios. Una

realidad pues que lleva al hombre a renegar de la nueva alianza, rechazar el don de gracia otorgado por la bondad del Padre, en sí, es

algo que trasforma al hombre en lo más profundo de su ser.

Así mismo, el pecado es una trasgresión del amor paterno de Dios, en contraste con la nueva imagen de ese amor paterno, que se origina de

la incorporación del hombre a Cristo por medio del don del Espíritu

Santo, de ahí que el pecado esencialmente es el intento del hombre de ser independiente de Dios.

1.2. El Pecado en la tradición de la comunidad cristiana La comunidad cristiana ha ido elaborando a lo largo de los siglos una

teología del pecado, junto a los elementos aportados por el mensaje de

Jesús. El pecado se concibe como una ofensa a Dios, como una rebelión contra Él, como una trasgresión de la ley divina. El ser humano se niega

a reconocer a Dios como su origen y fuente esencial de su vida. Por lo tanto, “el pecado hiere mortalmente la naturaleza y atenta contra la

solidaridad humana, al faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo”163.

En la concepción cristiana del pecado se fue abriendo cada vez más la

consideración de “la responsabilidad y la libertad humana”164 como las causas esenciales del mal moral. La libertad y la voluntad constituyen

las condiciones fundamentales del pecado, de ahí que el pecado no es sólo defecto de crecimiento, o error de una estructura social equivocada,

sino abuso de la libertad que Dios da a las personas.

El hombre abusa de su libertad cuando teniendo la oportunidad de elegir

el bien y de hacerlo no lo hace, sino que se deja arrastrar por la droga, el alcohol, la prostitución y la pornografía, convirtiéndose en esclavo del

pecado y de sus vicios, como dice San Pablo “no hago lo que quiero sino lo que aborrezco” (Rm 7,15), por lo tanto, cuando el hombre no

obedece a Dios y no le ama, no sólo le está negando su proyecto de

163 TAMAYO, “Pecado”, 717. 164 “La libertad es el don más grande que Dios ha hecho al hombre, pero también el más peligroso. Efectivamente en virtud de su libertad el hombre participa del misterio de Dios que es perfectamente dueño de sus propios actos; pero al mismo tiempo, debido al estado de imperfección en que vive aquí abajo, tiene la posibilidad trágica de autodestruirse, fallando en la realización de su propio destino. Su libertad es imperfecta y comprende la posibilidad del pecado” Cfr. PIANA, “Pecado”, 735.

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vida, sino que se está negando la posibilidad de encontrarse con Él y de responderle a su llamada a través del amor.

Por otra parte en la dimensión personal del pecado, interviene lo

religioso, lo social y lo eclesial, ya que el hombre está llamado a la construcción de sí mismo en la comunión con Dios y con los demás

hombres. Negándose a esta comunión renuncia a construirse y a realizar su propia misión. “El pecado es por tanto la autodestrucción que el

hombre hace de su libertad como capacidad de construirse

responsablemente a sí mismo en la apertura y en el amor a Dios y a los demás”165. El pecado origina en el hombre un dinamismo destructor de

la personalidad que interviene en sus opciones impidiéndole disponer libremente de sí; además confirma y corrobora aquellas situaciones de

injusticia que condicionan la vida de los hombres.

Desde esta consideración del pecado como algo que destruye al hombre y no lo deja avanzar libremente hacia el encuentro con Dios, se propone

en la perspectiva moral una reinterpretación de la distinción tradicional entre pecado mortal (o grave) y pecado venial (o leve). “El primero

destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios. Así mismo, provoca enemistad del hombre con Dios

porque tiene como objeto una materia grave y además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento. Mientras que los

pecados veniales no rompen nuestra amistad con Dios, por la misma

levedad de la materia o bien por la imperfección del acto, cuando la advertencia o la deliberación no fueron perfectas”166. Sin embargo el

pecado venial es una falta de delicadeza, una ingratitud momentánea, una negación a Dios que habla e impide que las virtudes en el hombre

sean perfeccionadas por el Espíritu Santo.

“Teólogos como Häring, en la actualidad intentan darle más importancia a la perspectiva intencional personalista”167, la cual nace en un contexto

165 PIANA,” Pecado”, 736. 166 RIVERA, José e IRABURU, José María, Síntesis de espiritualidad católica, 203. 167 “En una visión personalista se prefiere partir de la persona: si su decisión contraria a las exigencias del evangelio es una decisión que implica a la persona en la profundidad del corazón, entonces esa decisión es pecado mortal. Pecado mortal es una determinación libre y profundamente consciente en contra de un mandamiento de Dios; procede directamente del centro de la capacidad deliberativa del hombre, de tal modo que con esta decisión el hombre mismo se expresa y se orienta en contra de la amistad de Dios. Cuando la libertad humana queda comprometida o por un impulso de la concupiscencia o por la presión del ambiente, el pecado mortal puede ser tal sólo si llega a lo íntimo de la persona libre, es decir, si el hombre libre advierte de modo suficiente y proporcionado que se trata de una decisión que da una orientación última a su vida y, sin embargo, consiente en ella libremente. El elemento decisivo del pecado mortal es,

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de preocupación pastoral, unida a la administración del sacramento de la conversión. Esto se hace a partir de la reflexión moral de nuestros

días, de la opción fundamental que consiente verifica la radicalidad o no de la opción libre y responsable realizada por la persona.

En este contexto “el pecado mortal se identifica con la opción

fundamental negativa o contra Dios, contra el amor; opción que puede verificarse también en una materia ligera y por otra puede que no se

verifique en una materia grave, cuando la acción se lleve a cabo con

plenitud de advertencia y de consentimiento. El pecado venial se identifica con una opción categorial que no afecta a toda la persona en

su relación con Dios, aunque por lo que se refiere a la materia pueda ser considerada grave o leve”168.

Así pues la opción fundamental se concreta en unos valores particulares

y unas acciones determinadas. Por eso la intención-decisión solicita la referencia no sólo a la intención subjetiva, sino también a la acción

concreta o valor particular. En este sentido la materia no es sólo un signo o un indicio de la decisión personal, sino que expresa una llamada

de Dios en la situación y concreta la relación interpersonal entre Dios que llama y el hombre que responde. “El pecado es grave cuando

comunica una exigencia grave de Dios y por consiguiente, solicita al hombre a una toma de postura grave de su libertad frente a Él”169. Por

eso la transgresión en materia grave remite normalmente a una decisión

que afecta a la orientación fundamental del hombre hacia Dios.

En sí, el pecado constituye una reacción negativa, un rechazo. Es un no del hombre que se cierra en sí mismo cuando se espera de él una

apertura mediante la gratitud y el don de sí mismo mediante la respuesta a la llamada de Dios, por tanto, es rechazo de la gracia, falta

de amor, ausencia de vigilancia, respuesta negativa a Dios.

2. ARREPENTIMIENTO El arrepentimiento está en el corazón mismo del retorno a Dios. De ahí

que sea expresión de un sufrimiento hondo y designe el dolor por la culpa personal cuando se ha causado a otros. En el lenguaje eclesial la

pues, la proveniencia del acto del fondo del propio corazón malvado y con una medida de conocimiento y libertad tales que puede imprimir a la vida una orientación contraria a Dios” Cfr. HÄRING, La Ley de Cristo, 211. 168 ROSSI, “Pecado”,739. 169 ROSSI, “Pecado”, 740.

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idea del arrepentimiento se expresa también con el término contrición, por lo tanto, el lenguaje teológico se ha servido de los dos conceptos.

2.1. El arrepentimiento como categoría bíblica

En la visión bíblica el arrepentimiento significa ante todo que el hombre

pasa a otra manera de pensar y en un segundo momento siente dolor por lo que ha hecho, al tiempo que desearía no haberlo realizado. Así

mismo se describe la actitud con que el hombre reconoce la injusticia que ha cometido respecto del otro.

En la perspectiva neotestamentaria la idea de arrepentimiento va

relacionada a la exigencia de Jesús cuando llama a la conversión (Mc 1,15), la cual comporta el abandono del mal y del pecado, a la vez que

debe expresarse en las obras de misericordia y en el amor al prójimo (Lc 3,8). El arrepentirse requiere transformación, cambio de actitud y

humildad, que comportan la disposición a verse a sí mismo con un sentido realista, para llegar a conocer a Cristo.

El no arrepentirse, es vivir esclavizado en la mentira, y ser esclavo es

carecer de libertad, y Dios nos quiere libres y para ser libres, se debe

ser consecuente con la Palabra de Jesucristo (Jn 8, 31-32). Por esta razón Jesús, nos otorga la gracia de liberarnos de la esclavitud del

pecado, para eso debemos comenzar por el arrepentimiento como el camino hacia la libertad y dar el primer paso hacia el encuentro con el

Señor.

El arrepentimiento como camino hacia la libertad se fundamenta en que es esencial para nacer de nuevo y empezar una nueva vida. Pues, el

arrepentimiento suscita en el hombre el deseo de buscar el perdón por sus pecados, para llegar a conocer a Jesucristo y su voluntad. Pero para

vivir una vida de libertad, debe estar siempre presto para arrepentirse, ya que, Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”

(Jn 8,32). Para ser libre el hombre debe conocer la verdad y parte de esa verdad se encuentra en un verdadero arrepentimiento.

2.2. El arrepentimiento en la tradición de la comunidad cristiana

El arrepentimiento supone la libertad humana, tanto respecto de la posibilidad de pecar y hacerse culpable como por una decisión libre

pecaminosa. Como pecado y culpa supone continuamente una violación de las relaciones personales entre Dios y el hombre, no puede

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entenderse el arrepentimiento como un mero reconocimiento de la falta, sino, como un hecho por el cual no sólo se cesa una acción u omisión,

realizada con anterioridad, sino, el deseo de cambiar interiormente.

Con el acto de arrepentimiento los hombres dicen no a la banalidad moral de una acción u omisión pasada, con lo que la orientación radical

de la voluntad hacia Dios se experimenta y vive como un restablecimiento. La banalidad moral describir el mal como algo que no

nace del individuo, sino de las circunstancias. Por lo tanto, los seres

humanos tiene la capacidad de distinguir en su vida diaria entre el bien y el mal, pero a pesar de todo se dejan llevar por sus instintitos hasta el

punto de realizar acciones inhumanas. El Papa Juan Pablo II nos recuerda que el hombre “está llamado a la plenitud de la vida, que va

más allá de su existencia terrenal, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios”170.

Así el Padre, por amor al hombre, le da la capacidad de discernir sobre

el sentido moral, tanto para el crecimiento y la madurez espiritual, como para la renovación del sentimiento de compasión. De este modo, Dios

transforma nuestra propia imperfección en amor. Igualmente aflora de nuevo la decisión fundamental del hombre, que había quedado destruida

por la culpa. “En el dolor arrepentido se deja ver la reacción del pecador a las consecuencias de su caída, descubierta a la luz de la fe; esta

reacción conduce a la conversión y a un nuevo encuentro con Dios”171

La conversión sólo se efectúa cuando el arrepentimiento sincero ha

cumplido una decidida vuelta atrás, al alejamiento del pecado y al retorno a Dios, pues, se siente de veras que con el pecado se ha

ofendido a Dios, quien merece toda lealtad y todo amor. Pero también, puede suceder que exista el arrepentimiento por vergüenza, tristeza o

temor a las consecuencias del pecado. Aquí no se trata de las consecuencias humanas que acarrean las faltas, (una pena legal por un

robo o un asesinato), sino a las consecuencias sobrenaturales que el pecado conlleva: “El hombre que, conociendo la voluntad de su señor,

pero no está preparado o no hace lo que él quiere, recibirá un castigo muy severo” (Lc 12,47). Pero el acto de arrepentimiento como tal es

170 EV, N°10 171“El hombre descubre que el camino que había elegido, las ideas que defendía, las actitudes que mantenía en su vida práctica, no eran las más adecuadas para el encuentro con Dios. Por ello abandona lo anterior para pensar y comportarse de una manera diferente, porque se ha dado cuenta de que se requiere una nueva orientación, cambiar de rumbo, elegir otro sendero, para conocer a Dios y encontrarse con Él” Cfr. LÓPEZ, “Conversión”, 173.

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una decisión radical y básica, que se logra en el núcleo íntimo de la persona. De ahí que en la reflexión teológica se distinga entre

arrepentimiento perfecto y arrepentimiento imperfecto

Por arrepentimiento imperfecto se entiende aquel que deriva de un motivo que moralmente es bueno, pero que está por debajo del amor

desinteresado a Dios. Según la declaración del Concilio de Trento, “la contrición imperfecta o atrición es un don de Dios y un impulso del

Espíritu Santo, que todavía no inhabita sino que mueve solamente, y

con cuya ayuda se prepara el penitente el camino para la justicia (DH 1678)”172. Donde no se da un alejamiento claro del pecado, tampoco

existe ninguna atrición, ya que por sí sola no puede justificar al pecador, pero sí puede prepararlo para la gracia que se recibe en el

sacramento de la conversión.

Si el arrepentimiento se entiende como metanoia, ha de pensarse asociado al amor, el perdón y la permanecía en Dios. De aquí que por

“arrepentimiento perfecto se entienda aquel cuyo motivo determinante es el amor a Dios (DH 1677)”173. Así pues la distinción entre

arrepentimiento perfecto e imperfecto no está en la intensidad moral, ni en el efecto, sino en el motivo del que proviene.

“Cuando el arrepentimiento se produce como un acto salvífico, es

siempre una respuesta a la gracia de Dios y está marcado por su

carácter de respuesta a la promesa salvífica de Dios”174. Como creyente el hombre reconoce el amor participativo de Dios. En la vida

de Jesús se le hace patente la misericordia de Dios hacia el hombre, pues, los diferentes contextos y encuentros que afectan al hombre

pueden ser signos para él de la gracia en la que se obra el perdón y la sanación. De esta forma “el arrepentimiento se convierte en signo de

esperanza y conversión”175. Ya que el arrepentimiento acude a la

172 DH, N° 898.323. 173 DH, N° 898. 324. 174 “El arrepentimiento nace de la iniciativa divina y por eso ha de ser concebido, como una respuesta. Lo mismo que todo acto moral de orden salvífico, el arrepentimiento en su esencia y en su realización práctica ha de tener como soporte la gracia de Dios. El arrepentimiento no causa, pues, la voluntad salvífica de Dios, la cual en Cristo ha alcanzado su definitiva manifestación histórica, sino que la acepta y le da una respuesta, pero teniendo conciencia a la vez de que la misma aceptación libre es también obra de la voluntad salvífica de Dios. En último término Dios mismo obra en nuestra libertad lo que es digno de Él” Cfr. RAHNER, “Arrepentimiento”, 416. 175 “El arrepentimiento le es posible al pecador, porque Dios viene a su encuentro. Es un movimiento del corazón que emana del amor misericordioso de Dios, sostenida por la confianza y la bondad divina, tiende por su misma naturaleza a la caridad” Cfr. HÄRING, Pastoral del Pecado, 165.

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llamada de Dios y responde a la misma abandonándose confiadamente en Dios.

2.3. Arrepentimiento y examen de conciencia

La necesidad de aceptarse como uno es: soy pecador y reconocerlo ante Dios y ante los hermanos es una realidad que acompaña siempre

a una vida espiritual vigorosa. Aunque el hombre por lo general tiende a ocultarse en el pecado, evita examinarse a sí mismo. Echándole la

culpa de sus pecados a los otros, incluso al mismo Dios. Sin embargo dentro del proceso de la vida cristiana es fundamental afrontar la

realidad del propio pecado, como camino que lleva a experimentar el perdón y la gracia de Dios, “Si decimos que no hemos pecado, nos

engañamos y no somos sinceros. Pero si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados” (1 Jn 1,8).

El reconocimiento del pecado es un momento importante del

sacramento de la conversión, por eso el examen de conciencia, es la oportunidad para conocerse a sí mismo en referencia a Dios.

Reconocer la existencia del pecado en nuestra vida nos lleva a hacernos percibir lo que de oscuro e inaprensible se oculta en el

pecado. Al examinar su conciencia cristiana, el hombre descubre la fuerza de Dios que opera en su vida. Como dice el Papa Juan Pablo II

“el examen de conciencia es uno de los momentos más determinantes de la existencia personal, pues en él todo hombre se pone ante la

verdad de su propia vida descubriendo los actos realizados: tanto los que se acercan al ideal que se había propuesto, como los que le

separan de este ideal”176.

Vueltos al pasado y centrando, al mismo tiempo, la mirada en el presente, descubrimos la necesidad de entrar en nosotros

mismos. Esto es a lo que nos invita el proceso de conversión a tomar

conciencia de la propia realidad, para saber de qué nos debemos despojar y de qué tenemos que revestirnos. Entrar en uno mismo es

obra del Espíritu, por ello es fundamental que el examen de conciencia lo hagamos en presencia de Dios, en un clima de oración, abiertos a la

acción de su Espíritu.

El examen de conciencia ha debe llevar, al hombre a ir creciendo en el conocimiento auténtico de mismos. Ya que tiene un valor formativo, que

permite mirar la propia vida a la luz del evangelio. Como enseña el Papa

176 IM, N° 11.

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Benedicto XVI, “es un ejercicio que tiene un valor formativo importante: educa a mirar con sinceridad la propia existencia, a confrontarla con la

verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no sólo humanos, sino también tomados de la Revelación divina”177.

El examen de conciencia auténtico se hace ante el Señor y con su

ayuda. No es una ansiosa reflexión espiritual, sino la confrontación sincera con la ley moral interior. “Reconocer que hay en nosotros un

santuario interior, donde resuena la voz de Dios y se distingue el bien y

el mal es un avance para acercarnos a Dios”178, ya que, asegura la profundización de nuestra contrición.

3. PERDÓN El perdón no es un simple mecanismo para liberar de culpa a quien le

ofendió, por el contrario es el punto de partida para ser libre de la

aflicción que dejó esa acción en el corazón. Perdonar por tanto, es sentirse libre en el interior, para experimentar la gracia y el amor

misericordioso de Dios que sale al encuentro del hombre.

3.1. El Perdón como propuesta de Dios Padre

El hombre sabe que su vida está llena de esperanza cuando se abre a la experiencia del perdón. Perdonar significa en este contexto renunciar

libre y gratuitamente a castigar un delito o una ofensa, a cobrar una

deuda o exigir una equivalencia. En todo caso perdonar tiene múltiples repercusiones, con hondo significado humano y religioso.

En perspectiva antropológica, la actitud de perdonar y estar necesitado

del perdón pertenece a nuestra esencia humana. Querer perdonar y estar dispuestos a recibir el perdón es contar con la posibilidad de

enmendar la vida, de reconstruir la propia historia, de cambiar la dinámica de las relaciones humanas; por eso mismo, el perdón es

también posibilidad humana de realización. “La capacidad de perdonar y recibir perdón supone, una personalidad madura, que se ha ido

177 Benedicto XVI. “Discurso del santo padre a los penitenciarios de las cuatro basílicas papales, Sala Clementina, lunes 19 de febrero de 2007.” www.Vatican.va 178 “Dios es omnisciente, conoce nuestro ser y obra, conoce nuestros más íntimos pensamientos y sentimientos. Pero desea conocernos de otra forma, como amigo. Desea que nosotros mismos con toda libertad le abramos nuestra conciencia, nuestro interior, que le llevemos de la mano y le indiquemos los lugares oscuros que descubrimos en nosotros, ayudados por su gracia. Para entrar en nuestro interior y restablecer lo deteriorado” Cfr. ARIAS, “El examen de conciencia”, 429.

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formando a lo largo de sucesivas experiencias de perdón, de solicitud por los demás, de reconocimiento por las propias imperfecciones, de

sintonía con los sentimientos de los demás”179.

En el campo social, la falta de perdón afecta de forma decisiva las relaciones familiares, sociales y políticas, así como la posibilidad de

convivencia y de realización colectiva de un proyecto de vida. De la misma manera que el pecado, la injusticia, el desorden, tienen una

dimensión social, porque conmueven negativamente la vida comunitaria

y social en todos sus aspectos. “El pecado destruye moralmente al pecador, a la vez que introduce innumerables males en la realidad, en el

propio pecador en el ofendido y en la sociedad en general. Esos males deben ser también enfrentados según la fe, y por ello hay que hablar de

sanar la realidad. El cristiano por tanto debe estar dispuesto a perdonar al pecador y a perdonar la realidad, a liberar al pecador de su culpa y a

sanar la realidad de miseria que introduce el pecado”180.

Desde la perspectiva bíblico-teológica, el perdón adquiere toda su profundidad y sentido desde la revelación y acción de Jesucristo. El

perdón pone de manifiesto que el acto del perdonar es un acto de misericordia de Dios, que borra los pecados. Así mismo el pecado se

entiende como una obra de Dios frente al obrar del pecador, fundamentada en Cristo, que no sólo predica, sino que realiza el perdón

(Lc 1, 77).

Sanar las heridas que hay en el corazón y perdonar a los demás las

ofensas que nos han hecho, son signos para volver aceptar y acoger el plan de Dios en nuestra vida, a ejemplo de Jesús, quien no sólo predicó

el perdón sino que lo ofreció numerosas veces. En su vida descubrimos abundantes hechos que plasman su facilidad para perdonar, lo cual es

probablemente la nota que mejor expresa el amor que hay en su corazón. “Mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer

sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le aconseja que no peque más (Jn 8, 3-11); cuando le llevan a un paralítico en una camilla para

que lo cure, antes le perdona sus pecados (Mc 2, 5); cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de la advertencia, Jesús lo mira, lo hace

reaccionar (Lc 22, 56-60) y no solamente lo perdona, sino que le devuelve toda la confianza, dejándolo al frente de la Iglesia. Y el

momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la Cruz, cuando

eleva su oración por aquellos que lo están martirizando: "Padre, 179 PETERS, “Fundación del perdón en las relaciones sociales”, 172-174. 180 SOBRINO, “América Latina: Lugar de Pecado, Lugar de Perdón”, 219.

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perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34)”181. De ahí que, para perdonar radicalmente, se necesite el auxilio de Dios. Perdonar es

la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano.

“El perdón es, pues, un acto gratuito y eficaz de Dios, realizado por la

cruz de Cristo, que olvida y borra, absuelve y libera. Además de la mediación de Cristo, se destaca la iniciativa misericordiosa y el amor

paterno, la fidelidad y la justicia, el poder y magnanimidad de Dios

perdonador”182. Aunque se habla de perdón al hermano como condición para el perdón de Dios, ha de entenderse más como una consecuencia

del perdón gratuito de Dios, que nos pide no ponerle condiciones a quienes nos ofenden, ni aunque sean enemigos. Ya que el perdón entre

los hombres es renovar la concordia entre quienes se sienten ofendidos por un agravio.

Jesús en el Nuevo Testamento es presentado, como “el cordero de Dios

que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), consiguiendo con el sacrificio de su vida el perdón de todos los pecados de la humanidad, pues el

mundo ha sido infiel al amor de Dios, es decir, por la voluntad del hombre, que ha desobedecido a la voluntad de Dios y ha rechazado su

oferta de amor.

3.2. El Perdón: realidad acogida por el hombre El hombre a causa del sufrimiento y el dolor por la enemistad con los

otros hombres, experimenta en su interior el anhelo de restaurar las relaciones con los demás. Por lo tanto, el perdón es esencial, no

solamente en la relación de Dios con los hombres, sino también para las relaciones mutuas entre los hombres. “El mundo de los hombres puede

hacerse cada vez más humano, solamente si en las relaciones recíprocas

que plasman su rostro moral, introducimos el momento del perdón. “El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor que es más

fuerte que el pecado”183. Un mundo, del que se eliminase el perdón, sería solamente un mundo de justicia fría e irrespetuosa, en nombre de

la cual cada uno reivindicaría sus propios derechos respecto al otro”184.

181 BOROBIO, “Perdón”, 1025 182 GUERIN, El credo hoy, 148 183 “El amor por los hermanos es propio de la naturaleza de Dios y de sus hijos, de modo que motiva la voluntad de perdonar y de trabajar en el proceso del perdón hasta que sea posible un verdadero cambio de mentalidad” Cfr. AUGSBURGER, “Perdón”, 896. 184 DM, N° 14.

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El perdón es conceder crédito a la libertad del otro, rechazando el mal y la venganza, por eso, el perdón requiere un esfuerzo de más amor. Es

un acto que aspira por su propia naturaleza a la conversión y al cambio del otro. Con el perdón se pone de manifiesto la caridad de Dios y su

justicia misericordiosa para el hombre.

3.3. Perdón y Conversión: realidades inseparables El perdón por parte de Dios busca que el hombre se aparte

radicalmente del pecado que ha cometido. De un lado, es Dios mismo quien hace viable la conversión, estableciendo por tanto el requisito

indispensable para el perdón, por otro lado, lo hace sin atropellar la libertad del hombre que ha de acoger la gracia mediante su

arrepentimiento y el cambio de actitud. Si el hombre está dispuesto a convertirse, es decir, volver al proyecto de Dios en Jesucristo, Dios le

perdona todos los pecados, sin excepción.

El perdón y la conversión no son sólo un don; son también una tarea,

como aparece en el Padre Nuestro (Mt 6,9-15). Ello supone que ambas actitudes y realidades deben ser una constante en la vida diaria, pues

la misericordia de Dios, ya adquirió rostro humano en Cristo, por eso debe morar permanentemente en los fieles, rompiendo el circulo

ofensa-deuda según la ley, para instaurar una nueva relación de justicia, amor y misericordia. Por eso no podemos olvidar que “la

virtud cristiana del perdón se actualiza en la Iglesia”185.

3.4. Exigencia de la conversión El perdón implica un cambio de actitud, un diálogo, un compromiso,

tanto por parte del que lo da, como por parte del que lo recibe. El perdón sacramental reclama este cambio, no en quien concede el

perdón, sino en el que lo recibe. El perdón sacramental sólo puede llegar a realizarse en el pecador cuando está dispuesto a reconocer el

pecado y acoger el perdón por la conversión. La conversión supone el aborrecimiento del pecado, la aceptación de la nueva vida evangélica,

la renovación de las relaciones con Dios y con la Iglesia, la muestra

185 “El perdón como praxis cristiana acontece referido a la Iglesia. Perdonar pertenece a su misión. Por ella el creyente se sabe perdonado y da testimonio profético de perdón. Consecuente con la lógica de Jesús, que la Iglesia proclama y trasmite. La virtud del perdón tiene, pues un ámbito de actualización eclesial. El don y la tarea de la reconciliación, significan participación en el modo de actuar de Dios que se manifiesta como misericordia” Cfr. RUBIO, “La Virtud Cristina del Perdón”, 276.

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externa en signos de autenticidad (obras) y en signos eclesiales (confesión de los pecados).

Cuando el hombre busca el perdón sacramental, ya desde antes ha

iniciado en él, un proceso de cambio interior y de renovación de la relación, es decir, la conversión y la fe que renuevan la gracia, por las

que se reorientan eficazmente la voluntad, dejando de insistir en el pecado para comenzar a existir en Dios.

Dios no perdona a medias, sino totalmente. “Su perdón no se ata a los signos sacramentales, ni siquiera al sacramento de la conversión. Sin

embargo, es en este sacramento donde tal perdón aparece y se significa en toda su eficacia, porque es en él donde el perdón

concedido y vivido se certifica eclesialmente, se garantiza en el compromiso absoluto de la Iglesia, por medio de la acogida en la

caridad eclesial y la proclamación absolutoria del mismo perdón”186.

La invitación de la Iglesia es a vivir la práctica sacramental, basada en la experiencia de ser perdonados por Dios, perdonarnos a nosotros mismos

y así poder perdonar a los demás, pues, sólo podemos recibir perdón si estamos dispuestos a darlo, y sólo podemos dar perdón si lo hemos

recibido (Mt 18,21-35).

4. GRACIA La compresión adecuada de la palabra gracia es indispensable, para

percibir, todo lo que viene dado gratuitamente por Dios para ayudar a los seres humanos a obtener la salvación.

4.1. La Gracia en la Sagrada Escritura

La Sagrada Escritura para referirse a la gracia utiliza una gran variedad de palabras que expresan la relación de amor de Dios al

hombre, amor gratuito, salvador, auxiliador. Que tiene por contenido los dones y gracias de Dios que surgen de aquella relación

fundamental, que va desde el perdón de una falta, la compasión frente al enemigo, hasta la bendición y la acción salvadora de Dios en la

creación y en la historia. Así el evangelio expresa que la gracia es la acción salvadora de Dios en la vida, cruz y resurrección de Cristo.

186 RAHNER, “Verdades Olvidadas del sacramento de la penitencia”, 148.

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Desde este contexto; “gracia es la vuelta inmerecida, inexpresada, incomprensible del amor de Dios al hombre que conduce a éste a la

salvación en la comunidad de vida con Dios”187. Esto deja ver que la gracia está asociada al mensaje de la fe cristiana contenida en el

evangelio, pues la gracia manifiesta lo que significa creer en Dios.

La gracia pues, es necesaria como lo afirma el Concilio Vaticano II, en su Constitución Dei Verbum, para confesar la fe. “Para profesar esta fe

es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios

internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar

y creer la verdad. Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe

por medio de sus dones”188.

4.2. La Gracia de Cristo La gracia es el dinamismo de Dios, es decir, sus acciones y

acontecimientos, ofrecidos a lo largo de la historia de la salvación, ordenados a producir en los seres humanos la apertura a la acción

salvadora de Dios en la vida histórica del hombre, ya que la salvación que Dios nos da en Jesucristo es gratuita y proviene de su bondad

misericordiosa y no de nuestras virtudes.

La gracia es, por consiguiente, la manera como Dios escoge comunicarle su esencia íntima al hombre. Para ello la gracia forma la

naturaleza humana con el asentimiento de Dios. Por eso Dios se dona a sí mismo a los hombres para que vivamos su misma vida, para que

participemos de lo que Él es, pero también, nos ayuda para que en el proceso de nuestras vidas nos vayamos apropiando y haciendo nuestro

ese primer don de Dios que es su vida misma por la acción del Espíritu

Santo que vive en nosotros.

En los Escritos Paulinos la gracia, es considerada como un regalo que se da sin merecerlo y sin pedir nada a cambio. Pues, “La gracia es el

regalo inmerecido de Dios dado al hombre. Es el don ofrecido no en virtud de mérito alguno, sino en virtud del carácter de quien lo ofrece.

No es por el merecimiento de quien lo recibe sino por la generosidad de quien lo da”189. La gracia es la mano extendida de Dios hacia el hombre 187 PESCH, “Gracia”, 462. 188 DV, N°5. 189 ROSSANO, “Pablo”, 1151.

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para bendecirlo. Mientras que la fe, es la mano del hombre extendida hacia Dios para recibirla.

San Pablo relaciona la gracia con el concepto de salvación, pues para él

la gracia es la salvación operada en Cristo. Así lo deja ver en la carta a los Efesios en el gran himno cristológico (Ef 1, 3-10), en donde Pablo

bendice a Dios por haber desbordado sobre nosotros las riquezas de su gracia. En la carta a los Romanos en los capítulos 3 y 5 la gracia va a

ser un término con el que Pablo va a expresar la salvación. Desde esta

visión la gracia es el don de Dios de donde nacen todos los demás: la redención y el perdón de los pecados, la justificación, que es gracia de

Dios precisamente por ser regalo suyo. “Aquí reside para Pablo el punto central de su evangelio: que el perdón de los pecados es algo que el

hombre no ha merecido ni conseguido sino que únicamente la misericordia de Dios le ha regalado (Rm 3,24)”190.

Además, “Pablo enseña que la gracia es una de las mayores muestras

del desborde de la misericordia divina, es decir, nos sobrepasa porque va más allá de nuestra comprensión y capacidades. Y en relación con

la temática del pecado el desborde de la gracia es más sobresaliente aún por cuanto se entiende como superación del mal (Rm 5, 12-21).

Pues, la gracia es superación del pecado”191.

Pablo está convencido que cuando el hombre se acerca a Cristo

comienza en él una trasformación por la gracia y que sus obras de hombre nuevo no brotan mandadas o forzadas desde fuera, es decir,

por la ley, sino generadas desde su nuevo corazón renovado por la gracia de Dios (Rm 6,2-11), puesto que, en Cristo Jesús solo tiene valor

la fe que se muestra activa mediante la caridad (Gal 5,6).

De ahí que Pablo sienta la gracia vinculada a la misión, pues la gracia es un regalo para ser regalado. Lo cual es posible por el Espíritu que se

nos ha dado y que nos transforma en hijos (Gal 4,6). De ahí que en nuestras acciones debemos trasparentar a Jesús, pues Él es el modelo

de nuestro comportamiento respecto a los demás.”Por medio de Jesucristo nuestro Señor recibimos la gracia del apostolado para

predicar la obediencia de la fe” (Rm 1,5). Ahora bien, la actuación del Espíritu se manifiesta en pluralidad de dones. Por tanto, podemos

hablar no sólo de regalo de Dios sino también de regalos que se nos

190 VALLE, “Gracia”, 36. 191 ROSSANO, “Pablo”, 1156.

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conceden con la gracia, pero que a pesar de ser distintos nos lleva a todos por el mismo camino.

4.3. La Gracia: regalo incondicional de Dios Padre

Lo primero que la gracia nos permite es conocer a Dios como “el Dios de toda gracia” (1 Pe 5,10). Dios se revela a sí mismo en su gracia, por

medio de Jesucristo. En Cristo, Dios nos reveló completamente su forma de ser. El Señor Jesús dijo: "El que me ha visto a mí ha visto al

Padre" (Jn 14, 9), y también: " el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Jn 1, 18), y: "la gracia y la verdad

vinieron por medio de Jesucristo" (Jn 1, 17)”192. De manera que ahora, por medio de Jesucristo, conocemos al Dios de gracia.

La gracia se refiere, entonces, al carácter inherente de Dios. Porque

Dios, por causa de su grandeza y de su plenitud, no necesita de nadie ni

de nada; Él se complace, en cambio, en dar. Cuando nosotros damos algo, estamos expresando el carácter de Dios; cuando recibimos algo,

estamos demostrando el carácter y la forma de ser normal de un hombre. Porque Dios da y el hombre recibe. Por eso el Señor dijo: "Más

bienaventurado es dar que recibir" (Hch 20, 35). La gracia muestra, entonces, lo que Dios es, su grandeza.

La gracia de Cristo es la vida en nosotros. Por eso como expresa esta

misma palabra, es un don de Dios, totalmente gratuito y libre dado al hombre. Y constituye un don, no sólo en relación con el hombre

pecador, que se cierra negligentemente a la oferta que Dios hace de sí mismo y a su voluntad expresada en toda la realidad humana. La gracia

de Dios se recibe según lo expresa Romanos 5, 17, pero, para ello es necesario reconocer nuestra incapacidad. De ahí, que la escucha atenta

de la Palabra de Dios nos va trasformando interiormente para acoger su

gracia. “A fin de que la caridad crezca en el corazón de los hombres como una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír

atentamente la palabra de Dios y cumplir con las obras su voluntad con la ayuda de su gracia y participar frecuentemente en los

sacramentos”193.

192 BUSTO, La Experiencia de la gracia, 347. 193 LG, N°42.

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4.4. La Gracia: encuentro permanente con Dios Por la Revelación, Dios sale al encuentro de los hombres, les habla y

los invita a participar de su naturaleza divina y a ser amigos e hijos suyos. El encuentro con Dios se manifiesta radicalmente en la vida de

gracia. Por ella los seres humanos se transforman y adquieren una nueva relación con Dios, que vive en su interior. Esta relación personal

con Dios es la gracia santificante o habitual que trasforma interiormente al hombre y que brota de las virtudes y de “los dones

del Espíritu Santo”194. El hombre, sostenido por la gracia divina, responde a la Revelación de Dios con la obediencia de la fe, que

consiste en fiarse plenamente de Dios y acoger su verdad, en cuanto garantizada por Él, que es la verdad misma.

Fue así, como Pablo aprendió desde su primer encuentro con Cristo en

el camino de Damasco, a reconocer el poder de Dios y de su gracia en

la capacidad de ésta para transformar al hombre como él lo experimentó. Luego fue percibiendo su fuerza en la efectividad de su

caminar apostólico (1 Cor 15,10). Sin embargo, Pablo requería, ser enseñado a reconocer el poder y la actuación de Dios, es decir, su

gracia y sus dones, como el mismo lo atestigua (Fil 3, 8-9). De ahí que la gracia se pueda entender como “la presencia del provenir que

renueva el ser y el actuar del hombre”195, de manera, más puntual es la justificación del hombre que conlleva la liberación de sí mismo.

5. HACIA UNA VIVENCIA PERMANENTE DEL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN

5.1. LA CATEQUESIS.

194 “El Espíritu Santo reparte entre los fieles gracias de todo género, además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Cor 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Cor 12,7)” LG, N° 12. 195 “Como presencia del porvenir, el, mensaje cristiano es buena nueva, es decir, apertura hacia un porvenir, hacia una historia, no se trata de una pura promesa de una vida futura, ofrece un objetivo y un contenido aquí en la tierra, en este sentido renueva el ser y el actuar del hombre” Cfr. COMBLIN, “gracia”, 81.

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En la celebración litúrgica del sacramento de la conversión, “la catequesis”196 juega un papel muy importante, ya que es el medio por el

que la Iglesia instruye a los fieles para comprender los acontecimientos de la salvación, que constituyen el centro de la vida cristiana.

En la catequesis se realiza una exposición doctrinal, litúrgica, espiritual y

pastoral, enfocada a llevar a los hombres a vivir más plenamente el misterio cristiano, por consiguiente, la catequesis es clave para mostrar

cuales son las virtudes del sacramento y al mismo tiempo exponer por

que la Iglesia ha insistido a lo largo de estos años en proponer el

sacramento de la conversión. Ya el Papa Juan Pablo II, lo decía: “Deseo

pedir, además, una renovada valentía pastoral para que la pedagogía

cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convincente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación. Más

aún, invitaba a hacer descubrir a Cristo como mysterium pietatis, en el

que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo”197.

Con el fin de mostrar que la conversión es la fuerza para reconocer el

paso de Dios en la vida y al mismos tiempo descubrir las limitaciones ante su presencia, es oportuno realizar una catequesis integral y clara

según las enseñanzas de la Iglesia. De este modo los fieles deberán comprender entre otras cosas, cuál es el significado del nombre de este

sacramento; el porqué de un sacramento de la conversión después del bautismo; qué es el pecado; qué es el arrepentimiento; qué es el

perdón; qué es la gracia; cuál es la importancia del sacramento en el proceso de conversión y santificación; cómo éste sacramento nos sana

de las rupturas fruto del pecado; cuáles son los actos del penitente para una correcta confesión; cómo hacer un buen examen de conciencia;

quién es el ministro del sacramento y por qué; cuáles son los efectos del

sacramento y cuál es su forma correcta de celebración. No nos olvidemos que “una catequesis bien hecha”198, conducirá a nuestros

196 “Se entiende por catequesis la acción compleja por lo que, desde la vida, el evangelio y la celebración, se ayuda a descubrir los fundamentos de la fe, en una tarea de educación y crecimiento realizada por la mediación de la Iglesia y a través de los ministros de la Iglesia, en orden a una autenticidad de la vida cristiana” Cfr. BOROBIO, “Penitencia, reconciliación”, 15. 197 NMI, N° 52. 198 “La catequesis es la actividad constantemente necesaria para difundir viva y activamente la Palabra de Dios y ahondar en el conocimiento de la Persona y del mensaje salvador de Nuestro Señor Jesucristo; la educación que consiste en la educación ordenada y progresiva de la fe y que está ligada estrechamente al

permanente proceso de la maduración de la misma fe” Cfr. Congregación para el Clero, Directorio general

para la catequesis, 66.

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fieles no sólo a conocer la confesión, sino también a amarla y luego a practicarla.

Ahora bien, la formación de la conciencia en la época actual es

imprescindible ya que, vivimos sometidos a influencias negativas y somos tentados a preferir nuestro propio juicio al Proyecto de Dios y a la

ley moral que es la vía de nuestra libertad y de nuestra evolución como seres humanos. Así pues, para recuperar la confesión sacramental, es

importante que comprendamos que la dinámica del sacramento de la

misericordia es un encuentro interpersonal y que así debemos vivir y hacer vivir a los penitentes este sacramento. Sin olvidar también que el

sacramento reconcilia al penitente con Dios y con la Iglesia.

El sacramento de la conversión responde a la necesidad que tiene el corazón humano de una relación interpersonal, y esto lo hace poniendo

al penitente en relación con el corazón misericordioso de Dios, a través de la voz, el rostro, y los gestos de un hermano, el confesor, quien a

través de su obrar ministerial hace presente al Señor Jesús, la misericordia divina encarnada.

5.1.1. Celebrar el Encuentro con Dios Padre, en Cristo el Señor

De la vida de fe se desprende la relación del hombre con Dios, una relación de persona a persona, un encuentro personal, una comunión

del hombre con Dios. Contando con la iniciativa gratuita por parte de Dios; el hombre creyente se pone en relación viva con Él,

convirtiéndose mediante esa relación para nosotros en el Dios vivo. Por el pecado el hombre pierde esta relación viva con Dios, esta relación de

hijo a Padre, y no la puede recuperar por sí mismo, sino en el encuentro con Cristo (Mt 11, 27).

Jesús es destinado por el Padre a ser en su humanidad el camino único al misterio de Dios. “Él es el único mediador, el sacramento

original del encuentro del hombre con Dios”199. “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo

Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Tim 2,5-6).

199 “Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón( Lc 4,18), como médico corporal y espiritual, mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5). En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino” Cfr. SC. N° 5.

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5.1.2. Celebrar el Encuentro con Cristo el Señor en nuestra Iglesia La Iglesia es signo visible de la presencia invisible de Jesús entre los

hombres. Nos encontramos con Cristo en la Iglesia. Por medio de “la predicación de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos

y de la caridad fraterna, Cristo actúa en la Iglesia y, en virtud de la acción oculta del Espíritu, se comunica a los hombres. Por su unión con

Cristo, mediante el Espíritu, la Iglesia es sacramento universal de salvación, sacramento de Cristo (AG 1; GS 45). Es, pues, como dice

San Pablo, "el cuerpo de Cristo". 0 como dice el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios "constituido por Cristo para ser una comunión de vida,

caridad y verdad, es asumido por Él como instrumento de redención universal" (LG 9)”200.

5.1.3. Celebrar el Encuentro con Cristo el Señor, desde los sacramentos

En el contexto del misterio de la Iglesia como sacramento universal de salvación, los sacramentos son actos personales del mismo Cristo que

significan y realizan la Salvación de Dios en el plano de actos personales de la Iglesia. La Iglesia, bajo la acción del Espíritu, celebra la presencia

de Cristo en cada uno de los sacramentos. Como dice el Concilio Vaticano II: "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en

las acciones litúrgicas. Está presente con su fuerza en los sacramentos de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo mismo quien bautiza"201.

De ahí que los sacramentos, son un encuentro entre Dios y los hombres, pues Cristo en el ejercicio de su sacerdocio eterno, se nos

hace patente en los sacramentos y se convierte "para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Hb 5, 9).

Los sacramentos son signos de vida por los que Cristo desea unirse a

nosotros. Es así como en el sacramento de la conversión Cristo sale a

nuestro encuentro, como el Padre misericordioso, para adentrarnos e invitarnos a profundizar en el misterio de la salvación. Por el don del

Espíritu Santo, acción que es actualizada hoy en la Iglesia a través del encuentro personal entre el confesor y el penitente. Los sacramentos

son, pues, las acciones de la Iglesia en los que se hace presente el misterio pascual de Cristo y los misterios de su vida, por consiguiente,

los encuentros del Señor con nosotros se concretan en acciones y

200 ALDAZÁBAL, “La formación litúrgica. Tarea inacabada de la reforma del Vaticano II”, 57-77. 201 SC, N° 7.

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gestos elementales de nuestra vida: salir del agua, comer el pan, beber el vino, ungir con óleo, imponer las manos, pronunciar un sí, confesar la

propia culpa.

6. FORMACIÓN Y CONVERSIÓN PERMANENTE DE LOS PRESBÍTEROS La vida sacerdotal, como una realidad dinámica, comprende la madurez

humana, intelectual, espiritual y pastoral, que llevan a entender que en el día a día se requiere una constante actualización y renovación en

cada una de las áreas. Dicho en otras palabras: “es la formación permanente del sacerdote”202.

El sacerdote es el hombre que en el día a día, mediante un proceso vivo,

dinámico e integral, va madurando para un ejercicio actualizado, integrador y de plenitud hacia la misión de ser pastor de la Iglesia. El

sacerdote sabe que por la Ordenación, la fuerza del sacramento lo

trasforma en otro Cristo. Ahora bien, como cualquier otro mortal, debe ir haciendo realidad, en la cotidianidad de la vida, la faceta sacramental.

De aquí la necesidad vital de la formación permanente.

La formación permanente está enfocada a la renovación de la mente y el corazón sacerdotal; proceso de conversión al amor de Dios y a los

hombres; camino de conocimiento personal que lleva a la plenitud en la vivencia del sacerdocio de Cristo; búsqueda de la autenticidad en la

experiencia del ministerio sacerdotal; renovación de la propia identidad sacerdotal para ser reflejo de Cristo Buen Pastor.

“Los tiempos modernos por los que atraviesa la sociedad, deben hacer

sentir al sacerdote, la urgencia de la actualización y la renovación, si se quiere estar a la altura de las exigencias y necesidades del pueblo de

Dios”203. Ningún profesional se mantiene competitivo en su ramo, sin

una constante actualización; aunque el sacerdocio es más que una

202 “Ciertamente no faltan también razones simplemente humanas que han de impulsar al sacerdote a la formación permanente. Ello es una exigencia de la realización personal progresiva, pues toda vida es un camino incesante hacia la madurez, y ésta exige la formación continua. Es también una exigencia del ministerio sacerdotal, visto incluso bajo su naturaleza genérica y común a las demás profesiones, y por tanto como servicio hecho a los demás; porque no hay profesión, cargo o trabajo que no exija una continua actualización, si se quiere estar al día y ser eficaz. La necesidad de "mantener el paso" con la marcha de la historia es otra razón humana que justifica la formación permanente” Cfr. PDV, N°70. 203 “La formación permanente es necesaria no sólo por los rápidos cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y los pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por aquella “nueva evangelización”, tarea esencial de la Iglesia” Cfr. PDV, N°70.

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profesión, es una vocación de amor y servicio a los demás, por lo tanto, no se concibe en crecimiento sin la actualización.

Recordemos lo que nos dice la Pastores Dabo Vobis, “Te recomiendo que

reavives el carisma de Dios que está en ti” (2 Tm 1, 6). Las palabras del Apóstol al obispo Timoteo se pueden aplicar legítimamente a la

formación permanente, a la que están llamados todos los sacerdotes en razón del don de Dios que han recibido con la ordenación sagrada. Ellas

nos ayudan a entender el contenido real y la originalidad inconfundible

de la formación permanente de los presbítero”204. La formación permanente está ligada a la fidelidad del sacerdote a la misión

entregada por Dios, a sí mismo en su identidad sacerdotal y al pueblo de Dios para ser verdadera luz y sal de la tierra, para llevar la Palabra

de salvación a todos los hombres

6.1. El confesor: Servidor de Cristo. El confesor es ministro elegido por el Señor en la Última Cena (Jn 13, 1-

34), para hacer cercana la presencia de Dios a los hombres, a él queda confiada la responsabilidad de perdonar o retener los pecados (Jn 20,

23). Ya que, el mismo Jesús antes de ascender a la gloria del Padre, le confió a su Iglesia, en la persona de sus apóstoles, el ministerio de

reconciliar al mundo con Dios (2 Cor 5,18).

Su función corresponde a la de unos hombres autorizados por “el carácter sacramental”205 para continuar la misión de predicar a todas las

naciones la conversión para la remisión de los pecados (Lc 24-47); de esta forma el confesor apacienta al pueblo de Dios y vivencia la misión

salvífica del Señor.

Por esta razón, todo penitente está invitado a recibir la gracia

sacramental, a fin de que confesados los pecados, reciba la penitencia y la absolución, con la firme intención de no volver a recaer más. Por

consiguiente, “los sacramentos como momentos privilegiados de la comunicación de la vida divina al hombre, ocupan el centro del

204 PDV, N° 70. 205 “La configuración con Cristo mediante la consagración sacramental sitúa al sacerdote en el seno del pueblo de Dios, haciéndole participar de un modo especifico y en conformidad con la estructura orgánica de la comunidad eclesial in persona Christi” Cfr. PDV, N°40.

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ministerio de los sacerdotes, por lo que son instrumentos vivos de Cristo Sacerdote”206.

6.2. El Confesor: Mediador entre Dios y los hombres.

Los encuentros con los demás nos crean expectativas, nos cambian la

vida y son capaces de trasformar la vida. Esta es, de manera especial, la reacción que causa el encuentro con Jesucristo; cuando nos acércanos al

Evangelio percibimos que todo el que tuvo una experiencia personal con el Maestro no partió de allí siendo el mismo sino que por el contrario su

vida se trasformó (Jn 5, 1-9; Lc 18, 35-43).

Encontrarse con el Maestro es más que toparse con otro hermano; Jesús con solo mirar a los ojos a los hombres sabía que había en su corazón,

por lo que su mirada compasiva y sus palabras asertivas llegaban a causar en sus seguidores el deseo de dejar el pasado y comenzar junto

a Él un nuevo camino. Hoy el confesor verdaderamente configurado con Jesús sumo y eterno sacerdote, llega con sus gestos y sus palabras a

amar al que necesita ser sacado de la tribulación y el pecado por medio de una escucha atenta y sin precipitación.

Por consiguiente, “Los confesores han de estar disponibles a celebrar el sacramento cada vez que los hermanos en la fe lo pidan de manera

razonable”207. Ellos están invitados a poner en práctica el llamado del Santo Padre cuando nos dice: "todos los sacerdotes que tienen la

facultad de administrar el sacramento de la Penitencia, muéstrense siempre y totalmente dispuestos a administrarlo a los fieles. La falta de

disponibilidad para acoger a las ovejas descarriadas, e incluso para ir en su búsqueda y poder devolverlas al redil, sería un signo doloroso de

falta de sentido pastoral en quien, por la ordenación sacerdotal, tiene que llevar en sí la imagen del Buen Pastor”208.

No olvidemos que cuando el confesor celebra el sacramento de la

penitencia, él ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que

206 Congregación para el clero, El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano, 39-40. 207“Por tanto, todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están encomendados y que lo pidan razonablemente; y que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles” Cfr. MD, N° 12. 208 MD, N°12.

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espera al Hijo Pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En

una palabra, el confesor es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.

6.3. El Confesor hacia el encuentro misericordioso con el Penitente

El sacramento de la conversión, promueve el restablecimiento de las relaciones que se habían roto con Dios y con los demás. Es aquí en

donde todo esfuerzo es válido ya que el estar de tú a tú con el Señor por mediación del ministro cualificado trae consigo el restablecimiento

de la gracia. Es así como el encuentro de Jesús, con la samaritana (Jn 4, 1-42) y la mujer adúltera (Jn 8, 1-11), edifican al confesor para que

cultive en los fieles especialmente en los penitentes aquella sensibilidad del corazón a querer abrirse a la acción misericordiosa de Dios. Puesto

que a veces la compasión es la única manifestación de amor y

solidaridad hacia el desvalido.

El confesor a ejemplo de Cristo debe seguir las palabras del profeta “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me

envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los

prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor” (Is 61,1-2). Por lo tanto, el encuentro del confesor con el penitente, debe reflejar “la acción

misericordiosa de Dios que sale a su encuentro y le ayuda a sobrellevar el sufrimiento humano”209.

El confesor, como buen pastor debe invitar constantemente a los fieles a

vivir el sacramento de la conversión, ya que, “es un signo eficaz de la presencia, de la palabra y de la acción salvífica de Cristo redentor. En él,

el mismo Señor prolonga sus palabras de perdón en las palabras de su

ministro mientras, al mismo tiempo, transforma y eleva la actitud del penitente que se reconoce pecador y pide perdón con el propósito de

expiación y corrección. En él se actualiza la sorpresa del hijo pródigo en el encuentro con el Padre que perdona y hace fiesta por el regreso del

209 “Redescubrir el Sacramento de la Reconciliación, como penitentes y como ministros, es la medida de la auténtica fe en la acción salvífica de Dios, que se manifiesta con más eficacia en el poder de la gracia que en las estrategias humanas organizadoras de iniciativas, incluidas las pastorales, que a veces olvidan lo esencial” Cfr. Congregación para el clero, El Sacerdote Confesor y Director Espiritual Ministro de la Misericordia Divina. Bogotá. Ediciones, Paulinas. 2012, 6.

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hijo amado (Lc 15,22)”210. De ahí que el confesor debe ser el icono de Jesucristo misericordioso.

6.4. Virtudes del buen Confesor

El confesor que sigue los pasos del Maestro es aquel que antes de encontrase con el penitente para la confesión, se dispone con la oración,

buscando en ella al Espíritu Santo para adquirir de Él la sabiduría y el don del discernimiento de espíritus, para saber aconsejar diligentemente

al penitente. “El ministro, por el hecho de actuar en nombre de Cristo Buen Pastor, tiene la urgencia de conocer y discernir las enfermedades

espirituales y de ser fiel a la enseñanza del Magisterio sobre la moral y la perfección cristiana, de vivir una auténtica vida de oración, de

adoptar una actitud prudente en la escucha, de estar disponible a quien pide el sacramento, de seguir las mociones del Espíritu Santo"211. Así

mismo debe “prepararse constantemente para su misión para

estudiando convenientemente lo que el Derecho Canónico y el Magisterio moral de la Iglesia pide a los Presbíteros confesores”212.

El buen confesor aprende a descubrir el dolor del corazón, para curarlo.

Sabe instruir al penitente en sus combates y problemas a lo largo de su vida espiritual abriéndole un horizonte de esperanza que se funda en la

misericordia de Dios que es más grande que nuestros pecados. Sabe cultivar en la fe y formar la conciencia de los hombres para que vivan

conforme al evangelio y al amor de Dios. El buen confesor no falta nunca a la verdad ni cede a la tentación de manifestar en el momento

de la confesión valoraciones personales que no son conformes con lo que la Iglesia enseña, sino que más bien orienta y aconseja conforme al

210 Congregación para el clero, El Sacerdote Confesor y Director Espiritual Ministro de la Misericordia Divina, 24. 211 Congregación para el clero, El Sacerdote Confesor y Director Espiritual Ministro de la Misericordia Divina, 55. 212 “El sacerdote debe estudiar, consciente de que hoy nos encontramos con nuevos y no fáciles problemas sobre la antropología sexual, el matrimonio, el respeto y cuidado de la vida, la justicia social, la colaboración al mal. Por tanto el ejercicio responsable del ministerio de la reconciliación exige, el estudio y la formación permanente, los cuales son parte integrante de la caridad pastoral. Para cumplir con el ministerio lo menos indignamente posible, hemos de hacer que penetre en nosotros el mensaje de salvación del Señor, transformándonos profundamente. No se puede predicar el perdón y la conversión a los demás, si no estamos personalmente penetrados de ese perdón” Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el Ministerio y la vida de los Presbíteros, 69.

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Magisterio, ya que, “él sabe que cuando confiesa actúa en nombre de Cristo y de la Iglesia”213.

“El buen confesor inspira confianza al escuchar las confesiones de los

penitentes, es prudente en el trato con ellos, escucha con interés, y sabe adaptarse a la edad, sexo, y cultura del penitente”214. Además no

hace acepción de personas, ni genera dependencia a los penitentes, aconseja como padre, sana como médico, y consuela y alienta como

amigo. No se prolonga innecesariamente en los consejos. Y lo que es

más importante, el buen confesor vive la humildad cuando confiesa, sabe que él, en ese momento es un instrumento activo de la gracia

divina y no protagonista del sacramento. En otras palabras Dios cuenta con la disponibilidad y fidelidad, del confesor para hacer prodigios en los

corazones de los hombres.

7. HACIA LA RENOVACIÓN PASTORAL DEL PRESBÍTERO, PARA SERVIR MEJOR EL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN

Para que los fieles aprecien con mayor empeño el sacramento de la conversión como medio que la Iglesia ofrece, para el cambio interior, la

reconciliación con Dios y con los hermanos. El presbítero debe procurar:

Mostrarse penitente con los penitentes, hermano entre los hermanos, pecador entre pecadores, en todo momento de la vida ministerial, pero,

especialmente en las celebraciones comunitarias, pues en la medida en

que él mismo es penitente, podrá presidir la celebración y ser testimonio para otros.

213 “Dios, que es el solo Santo y Santificador, quiso tener a los hombres como socios y colaboradores suyos, a fin de que le sirvan humildemente en la obra de la santificación. Por esto congrega Dios a los presbíteros, por ministerio de los obispos, para que, participando de una forma especial del Sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de Quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia. Por el Bautismo introducen a los hombres en el pueblo de Dios; por el Sacramento de la Penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia; con la unción alivian a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la misa ofrecen sacramentalmente el Sacrificio de Cristo” Cfr. PO, N°.5. 214 “Entre las virtudes necesarias para un fructuoso ejercicio del ministerio de la conversión es fundamental la prudencia pastoral. Su tarea consiste en poner al penitente de cara a Cristo, secundando con extrema delicadeza, el encuentro misericordioso. El diálogo penitencial debe estar siempre lleno de aquella comprensión que sabe conducir a los hombres gradualmente por el camino de la conversión” Cfr. Congregación para el Clero, El presbítero maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano, 52.

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El presbítero necesita comprometerse más con la confesión, esto le implica flexibilidad y adaptación, pues, solo cuando se sabe interpretar

el rito, sin desnaturalizarlo, a tenor de las circunstancias y edades, llenándolo de vida, solo entonces es posible que el sacramento pueda

ser, no algo extraño y aséptico, sino algo cercano y gozoso, para el penitente.

El presbítero también requiere constancia y paciencia, debe tener claro

que la conciencia de los hombres, así como su formación, han ido

cambiando con el paso de los años, por eso para el hombre de hoy no es fácil abrirse a la acción penitencial, requiere un proceso de

acompañamiento, para vivir el sacramento.

El presbítero en el ejercicio de su ministerio, ha de aprender a dedicarle tiempo al penitente, debe tener claro que la persona que se acerca al

sacramento, llega con una problemática y una situación particular que necesita ser orientada según el Magisterio de la Iglesia y su Doctrina.

Esto le implica al presbítero una disponibilidad total en el momento de disponerse para la confesión.

El presbítero como dispensador de la gracia, debe procurar que el fiel al

salir de la confesión sienta, que Dios como un Padre misericordioso, de la misma manera en que salió al encuentro del hijo pródigo para

acogerlo y devolverlo a la vida, así también Dios por medio del él sale a

su encuentro y lo perdona.

El presbítero debe esmerarse por acoger al penitente, pues, vivimos en una cultura de lo visual, en la que el hombre como penitente quiere

mirar a los ojos al presbítero, que le imponga las manos, que le dé un abrazo como el Padre misericordioso al hijo pródigo, es decir, el hombre

quiere sentir al presbítero cercano, por eso, el confesor debe procurar que el momento de la confesión sea significativo para el hombre.

7.1. Descubrir el mensaje de Cristo a las culturas para su conversión.

La Gaudium et Spes, al abordar el anuncio del mensaje de Cristo y las

distintas culturas del mundo, destaca el cambio, la purificación, el alejamiento del mal, la renovación de la vida y la cultura como fruto del

maravilloso mensaje de nuestro Señor Jesucristo. “El evangelio de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído; combate

y aleja los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado, purifica y eleva incesantemente la moralidad de los pueblos.

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Con las riquezas de lo alto fecunda desde dentro las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad; las

fortifica, las perfecciona y las restaura en Cristo”215.

7.2. La evangelización como invitación a la conversión personal y social.

La misión de la Iglesia es anunciar la Buena Nueva en todos los

contextos en los que se mueve el hombre, y con su predicación transformar desde dentro, para renovar a la misma humanidad. Esto,

debido a que no hay humanidad nueva si en primer lugar, no hay hombres nuevos con la novedad del bautismo (Rm 6,4) y de la vida

según el Evangelio (Ef 4,23-24). “La finalidad de la evangelización es

por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la

sola fuerza divina del Mensaje que proclama (Rm 1,16), trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los

hombres, y la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos”216.

7.3. Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America, como encuentro permanente y conversión. La exhortación al analizar el encuentro de Jesús con algunos hombres y

mujeres, resalta la conversión de dichos hombres como fruto de ese encuentro. De ahí que se ponderen algunos encuentros de Jesús: con la

mujer samaritana, Zaqueo, la Magdalena, los discípulos de Emaús y, finalmente, el encuentro de Jesús con Pablo. “Estos encuentros, que se

realizan en momentos especiales con esas personas y que transforman

sus vidas, son todos ellos encuentros que llevan a la conversión, a la comunión y la solidaridad”217.

Jesús, en su encuentro con algunas personas, les tocó las fibras más

íntimas de su ser y por ello se transformaron. Así, “el encuentro con la mujer Samaritana que está buscando agua y a quien Jesús le ofrece

agua viva que calma su sed para siempre. Es un encuentro que la lleva a anunciar la mesianidad de Jesús; el encuentro con un hombre que

215 GS, N° 58. 216 EN, N °18. 217 CADAVID, “Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America. Un comentario interpretativo”, 364-365.

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hace esfuerzos por ver a Jesús y encontrarse con él y a quien Jesús le propone otro encuentro más profundo: ir a cenar a su casa, encuentro

que lo transforma y lo lleva a dar a los pobres la mitad de los bienes; el encuentro con dos discípulos que caminan desilusionados y a quienes

Jesús les devuelve la calidez de su presencia; el encuentro con Pablo que de perseguidor de los cristianos lo transforma en testigo de Jesús

resucitado”218.

De igual forma el documento nos introduce en la importancia y la

necesidad de comprender y vivir la conversión tomando en cuenta las palabras de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el reino está cerca,

conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15)”219. Al hablar de la conversión y su sentido profundo, clarifica a partir del Nuevo

Testamento, y señala que ella no sólo es el cambio de mentalidad en el nivel intelectual, sino que se trata de revisar el modo de actuar a la luz

de los criterios evangélicos. Por una parte, dice que la conversión conduce a la comunión fraterna, ayuda a comprender lo que es la

Iglesia, asimismo, ello mueve a la solidaridad y así favorece una vida nueva en la que no hay separación entre la fe y las obras. Se trata pues

de un cambio de mentalidad que toca no sólo el modo de pensar intelectual, sino también el propio modo de actuar para adecuarlo a los

criterios evangélicos.

La exhortación, al referirse a la conversión permanente expresa, que

ella nunca es una meta plenamente alcanzada, sino que la conversión es un empeño que abarca toda la vida. Por ello, mientras estamos en este

mundo, nuestra conversión se ve amenazada por las tentaciones, (Mt 6,24). El cambio de mentalidad (metanoia) consiste en el esfuerzo de

asimilar los valores evangélicos, para contrarrestar las tendencias que ofrece el mundo. Es necesario, pues, renovar continuamente el

encuentro con Jesucristo vivo. En relación al sentido y exigencias de la conversión los Padres sinodales formularon: “Esta conversión exige

especialmente de nosotros Obispos una auténtica identificación con el estilo personal de Jesucristo que nos lleva a la sencillez, a la pobreza, y

a la cercanía, para ser pastores según el corazón de Dios (Jr 3,15)220.

Finalmente, la conversión cristiana (metanoia) implica aceptar la propuesta del Evangelio, es decir el abandono del modo de pensar y

actuar del mundo. Por tanto, como recuerda la Sagrada Escritura, será

218 CADAVID, “Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America. Un comentario interpretativo”, 365 219 EA N°26. 220 EA N° 28.

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necesario que muera el hombre viejo y nazca el hombre nuevo, es decir, que el hombre se renueve constantemente (Col 3, 10).

7.4. Carta Apostólica Porta Fidei: una invitación a la conversión

Al promulgar el año de la fe el Papa Benedicto lo considera como “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único

Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la

conversión de vida mediante la remisión de los pecados (Hch 5, 31)”221. Esta conversión debe manifestarse en una confesión más convencida y

esperanzada, en una celebración más intensa de la fe en la liturgia, particularmente en la Eucaristía, y en un testimonio cada vez más

creíble de aquello que profesamos (Mt 17,20).

Precisamente el Concilio, Vaticano II en la Constitución Dogmática

Lumen Gentium, afirmaba: “Mientras que Cristo, Santo, inocente, sin mancha (Hb 7, 26), no conoció el pecado (2 Cor 5, 21), sino que vino

solamente a expiar los pecados del pueblo (Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre

necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación”222.

En el año de la fe, el Papa nos invitó a renovar el camino de la

conversión para superar la tendencia a encerrarnos en nosotros mismos, para abrir espacios a Dios mirando con sus ojos la realidad cotidiana. De

ahí, que sea una llamada a cada uno de nosotros para que tomemos conciencia viva de la fe, procuremos conocerla mejor y ponerla

verdaderamente en práctica y, al mismo tiempo, nos empeñemos en propagarla, comunicando su contenido con el testimonio del ejemplo y

de la palabra a las innumerables personas que no conocen a Jesucristo.

Por eso, la fe es una realidad viva que es necesario descubrir y profundizar sin cesar, para que pueda crecer.

221 PF N° 6. 222 LG N°.8.

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A MANERA DE CONCLUSIÓN

Al final de esta investigación se pudo verificar la hipótesis planteada al inicio: actualizar la propuesta reconciliadora de Jesús, “convertíos y

creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15), como fundamento de una teología del encuentro, que dé sentido a las categorías teológicas (pecado,

arrepentimiento, perdón y gracia), permitiendo una mejor compresión del sacramento de la Conversión. Es decir, en la Sagrada Escritura, en la

predicación de Jesús y en los Documentos de la Iglesia universal, se evidencia que la conversión es tarea, exigencia y fin de la Nueva

Evangelización.

En esta investigación el sacramento, fue abordado desde la expresión conversión, ya que ésta señala la trasformación interna lograda por la

gracia y el esfuerzo por rechazar el pecado, que implica una

reorientación de las actitudes, un cambio o regreso al ideal del evangelio (fe) y a la vida bautismal. Se trata de unir lo separado, de relacionar lo

dividido. Es un acto interpersonal en el que el acento se pone en el encuentro, la comunicación, la amistad, la paz. De todas formas

conversión y reconciliación se complementan

En el Antiguo Testamento, la conversión gira en torno a la Alianza de Dios con su pueblo. Por eso, lo único querido y esperado por Dios por

parte del pecador es el reconocimiento de su pecado para volver al proyecto de Yahvé, que lo mueve a la conversión. Por lo tanto, la

conversión es la vuelta del corazón al amor de Dios, es un cambio interior, es la invitación a tomar el camino de la vida (Sal 32,5; 38,19;

51,4-5), es decir, que el pecador se convierta y viva.

Jesús en él Nuevo Testamento centra su acción evangelizadora en la

persona del pecador para invitarlo a la búsqueda del perdón y al regreso a la casa paterna (Mt 4,17; 18,3), y por otro lado anuncia la conversión,

diciendo “Metanoeíte” “convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15), enseñando que el Reino de Dios no es un lugar, sino una experiencia de

vida, que los hombres experimentaban cuando entraban en contacto con la persona de Jesús.

Los encuentros de Jesús con las diferentes personas a lo largo de su

ministerio, dejan ver el amor misericordioso de Dios hacia los hombres, pues al acogerlas Jesús revela a qué ha venido y cómo debe realizarse

el anuncio del Reino de Dios. Por consiguiente, la acogida del hombre a

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la invitación divina es el cambio de actitud que lo ha de llevar a la conversión, como camino para alcanzar la salvación.

La conversión no es simplemente un cambio de mentalidad, sino que el

encuentro con Jesús afecta la vida en su totalidad, hace descubrir lo que está equivocado en nosotros y a nuestro alrededor y anima para la

lucha, a fin de colocar todo en su debido lugar, para conducir al hombre a la comunión fraterna, a la solidaridad y a una vida nueva.

Jesús al dirigirse a sus oyentes no se conformó simplemente con el anuncio de la Buena Nueva, sino que su preocupación fue que los

hombres volvieran, a Dios (Mt 4,17; 18,3). La conversión predicada por Jesús, exigía una nueva actitud ante la vida, un nuevo nacimiento (Jn

3,2) para constituir criaturas nuevas, por eso, Jesús con su testimonio de vida, propuso que los hombres se convirtieran a Él.

El hombre esta llamado a la conversión del corazón que supone el deseo

de cambiar sus actitudes, para volver a la casa del Padre y acercarse al Sacramento de la conversión con la certeza de que sus pecados son

perdonados y así revestirse de Cristo, ser hermano suyo y miembro de la familia de Dios.

En el capítulo segundo, al rastrear el tema del sacramento de la

conversión en la experiencia cristiana, se percibe la invitación de Cristo

a la conversión, como punto de partida para la evangelización de los hombres. Al hablar de conversión se debe partir del hecho de que Dios y

el hombre nunca han estado distanciados a causa del pecado, ha sido el hombre por entender mal el sentido de la libertad o por su debilidad,

quien se ha distanciado de Dios por el pecado, pero en la dinámica de Dios, Él nunca se cansa de amar y perdonar.

El pecado más que un acto concreto (robar, mentir), es una actitud del

corazón, sin embargo el pecado para Dios está inscrito en el corazón del hombre. “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los

homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias” (Mt 15,19).

Jesús en su predicación llama al hombre al arrepentimiento, ya que

arrepentirse es cambiar de actitud, lo cual consiste en apartarse de la

culpa personal pasada, tanto interna como externa para dirigirse a Dios, por lo tanto, el arrepentimiento es la manera adecuada como el hombre

se enfrenta con su pasado, lo reconoce y se hace responsable de él.

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La experiencia del perdón en Jesús conlleva a un proceso de conversión, pues cuando Jesús perdona suscita en el interior de la persona el deseo

de retornar a la autenticidad en el universo relacional del hombre consigo mismo, con los demás hombres, con el mundo y con Dios. Pues

Dios misericordioso sale al encuentro del hombre para ofrecerle el perdón y liberarlo de todas aquellas cosas que lo esclavizan.

La experiencia de la gracia radica en la cercanía, en el acontecer de Dios

que se da al hombre, es decir, no es una realidad del hombre, sino una

realidad de Dios: es Dios mismo quien se dona al hombre en la persona de su Hijo Jesucristo, su realidad personal, su modo de ser y de actuar,

su actitud de generosidad para con el hombre, su fidelidad inquebrantable a las promesas de la salvación. Por lo tanto, el hombre

está invitado a abrirse a la gracia de Dios, renunciando al pecado y arrepintiéndose de sus acciones para vivir como hijo de Dios.

En el tercer capítulo, se revisó el tema de las categorías como

elementos determinantes del sacramento de la conversión, así mismo se plantearon algunos postulados para una vivencia permanente del

mismo.

Al rastrear el pecado en la Sagrada Escritura se pudo constatar que el hombre a causa de él, rompe el vínculo familiar entre el pueblo y Dios,

por lo tanto, va dirigido contra Dios porque hiere directamente su amor,

y al mismo tiempo es un mal para el mismo hombre, de ahí que el pecado no es solamente la herida que el hombre se hace a sí mismo,

sino que hiere profundamente el rostro del hermano.

De igual manera, al escudriñar el arrepentimiento como camino hacia la libertad se pudo descubrir que el arrepentimiento es esencial para nacer

de nuevo y empezar una nueva vida, pues el arrepentimiento suscita en el hombre el deseo de buscar el perdón por sus pecados, para llegar a

conocer a Jesucristo y su voluntad.

El perdón por parte de Dios busca que el hombre se aparte radicalmente del pecado que ha cometido. De un lado, es Dios mismo quien hace

viable la conversión, estableciendo por tanto el requisito indispensable para el perdón y por otro lado, lo hace sin atropellar la libertad del

hombre que ha de acoger la gracia mediante su arrepentimiento y el

cambio de actitud.

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La gracia, es todo aquello que puede ser leído como manifestación del amor de Dios a los hombres, porque es expresión de su presencia, sin

duda la gracia es todo aquello que pide de nosotros una respuesta amorosa a Dios y a los hermanos, sobre todo en la conversión, que se

realiza de forma gradual y en el cambio radical de los propios horizontes mentales y emocionales.

En la parte final del tercer capítulo, hacia una vivencia permanente del

sacramento de la conversión, se pudo verificar que la catequesis es

clave para mostrar cuales son las virtudes del sacramento y exponer por qué la Iglesia ha insistido a lo largo de estos años en proponer el

sacramento de la conversión. Ya el Papa Juan Pablo II, lo decía: “Deseo

pedir, además, una renovada valentía pastoral para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera

convincente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación”223 .

El presbítero como mediador entre Dios y los hombres, quien actúa en la

persona de Jesucristo, es quien puede ayudar al penitente a un encuentro profundamente renovador con el Padre. Y es el penitente

quien interpelado desde la fe y la misericordia de Dios, se abre a la gracia para recrear las actitudes del hijo pródigo, que vuelve a la casa

del Padre.

El pecador necesita de alguien que le visibilice el perdón, que le haga sentir la misma experiencia que tuvieron quienes se acercaron a Jesús

en busca del perdón. La presencia del ministro es sacramental, pero el pecador ha de encontrar siempre en él a quien busca: a Dios que se ha

hecho hermano del hombre y ha dado la vida por él: al buen pastor que busca la oveja perdida; al buen samaritano, que cura nuestras heridas;

al padre del hijo pródigo, que espera la vuelta del hijo y que lo recibe

con inmenso gozo; al juez justo, que no hace acepción de personas y que juzga según la verdad y no según las aparecías; al maestro, que

enseña la verdad de Dios y los caminos que conducen a ella. Pero ante todo el presbítero ha de ser, el médico que nos cura el mal, pues actúa

como instrumento del amor misericordioso de Dios para con el pecador.

Al profundizar en la conversión en el Vaticano II (GS 58), verifícanos su necesidad y la urgencia del cambio personal para lograr la justicia y la

equidad social. Pues el mensaje de Cristo tiene como fin, renovar la vida y la cultura.

223 NMI N°52.

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En la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America, fue interesante descubrir la importancia y los alcances de la conversión a

partir de la trasformación que suscitó Jesús en su encuentro con los hombres. En ese marco comprendimos que la conversión no es

simplemente un cambio de mentalidad, sino que afecta toda la vida del hombre y que conduce a la comunión fraterna, a la solidaridad y a una

vida nueva. Además la conversión es un empeño permanente, ya que ella nunca acaba y por ello la necesidad de renovar permanentemente el

encuentro con Jesús vivo (EA 28).

El papa Benedicto XVI, en su Carta Apostólica “Porta Fidei”, nos invita a

una autentica y renovada conversión, la cual debe manifestarse en una confesión más convencida y esperanzada, en una celebración más

intensa de la fe en la liturgia, particularmente en la Eucaristía, y en un testimonio cada vez más creíble de aquello que profesamos (Mt 17,20).

Por tanto, querer renovar el camino de la conversión es superar la tendencia a encerrarnos en nosotros mismos, para abrir espacios a Dios

mirando con sus ojos la realidad cotidiana.

Por todo lo que se ha señalado en la investigación, el sacramento de la conversión, pide un cambio de actitud, para nacer de nuevo y caminar

cada día en el Espíritu de Jesús. La conversión interior es favorecida por el confesor que ayuda al penitente al restablecimiento de las relaciones

que se habían roto con Dios y con los demás. Por ello, la necesidad de

valorar el encuentro con Jesús en el sacramento, que ofrece la Iglesia de Cristo, con el fin de que todo cristiano viva siempre renovándose en

Cristo cada día.

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1987): AAS 80 (1988), pp. 513-586.

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(25 marzo 1992): AAS 84 (1993), pp. 657-804.

Juan Pablo II, Carta encíclica Veritatis Splendor (6 agosto 1993): AAS

85 (1993), pp. 1133-1228.

Juan Pablo II, Carta encíclica Evangelium Vitae (25 marzo 1995): AAS

87 (1995), pp. 401-522.

Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America (22

enero 1999): AAS 91 (1999), pp. 800-815.

Juan Pablo II, Incarnationis Mysterium. Bula de convocación del Gran Jubileo del 2000 (30 noviembre 1998): AAS 91 (1999), pp. 129-143.

Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte (6 enero 2001):

AAS 93 (2001), pp. 308- 413.

Juan Pablo II, Carta Apostólica Misericordia Dei (7 abril 2002): AAS 94

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