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47 CUADERNOS DE CC.EE. y EE., Nº 63, 2012, pp. 47-70 EL ROSTRO HUMANO DE LA CRISIS. DIAGNÓSTICO ÉTICO Y REFLEXIÓN EXISTENCIAL Alfonso Crespo Hidalgo RESUMEN: Hay un consenso general, en el pensamiento libre, en reivindicar la necesaria e intrínseca relación entre ética y economía. Actividad económica y comportamiento ético se compenetran íntimamente. Caritas Nacional señala que: «la pobreza en España es ahora más extensa, más intensa y más crónica». La distancia que separa a ricos y pobres en España es hoy más grande que nunca. Cuando Europa recupere su alma, recuperará su riqueza. Pero antes debe recordar que la humanidad no fue creada para servir a los mercados. Los mercados fueron creados para servir a la humanidad. Debemos volver a la centralidad del hombre, a una visión más ética de la actividad y de las relaciones humanas, sin el temor de perder algo. PALABRAS CLAVE: crisis, ética, moral, rearme ético y moral CóDIGOS JEL: A13 ABSTRACT: There is a general consensus in free thought, in claiming the necessary and inherent relationship between ethics and economics. Economic activity and ethical behavior closely interpenetrate. National Caritas says that “poverty in Spain is now more extensive, more intense and more chronic.” The gap between rich and poor in Spain is now bigger than ever. When Europe recovers its soul, will recover its wealth. But you must remember that humanity was not created to serve markets. Markets were created to serve humankind. We must return to the centrality of man, to a more ethical and activity of human relationships without the fear of losing something. KEY WORDS: crises, ethics, moral, moral rearmament, reset ethical. La crisis que vivimos no es sólo una crisis económica o una quiebra de los mercados. La crisis, que tiene más adjetivos y raíces más profundas, amenaza no sólo con una gran depresión económica sino con la entrada en un proceso de deshumanización en el que se arriesgan dos mil años de cultura occidental, de raíces cristianas, que ha proporcionado al entramado social valores como el (*) Profesor titular de Teología Moral en el Seminario y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas, en Málaga.

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EL ROSTRO HUMANO DE LA CRISIS. DIAGNÓSTICO ÉTICO y REFLEXIÓN EXISTENCIAL

Alfonso Crespo Hidalgo∗

RESUMEN:Hay un consenso general, en el pensamiento libre, en reivindicar la necesaria

e intrínseca relación entre ética y economía. Actividad económica y comportamiento ético se compenetran íntimamente. Caritas Nacional señala que: «la pobreza en España es ahora más extensa, más intensa y más crónica». La distancia que separa a ricos y pobres en España es hoy más grande que nunca. Cuando Europa recupere su alma, recuperará su riqueza. Pero antes debe recordar que la humanidad no fue creada para servir a los mercados. Los mercados fueron creados para servir a la humanidad. debemos volver a la centralidad del hombre, a una visión más ética de la actividad y de las relaciones humanas, sin el temor de perder algo.

PALABRAS CLAVE: crisis, ética, moral, rearme ético y moral

CódigoS JEL: A13

ABSTRACT:There is a general consensus in free thought, in claiming the necessary and

inherent relationship between ethics and economics. Economic activity and ethical behavior closely interpenetrate. National Caritas says that “poverty in Spain is now more extensive, more intense and more chronic.” The gap between rich and poor in Spain is now bigger than ever. When Europe recovers its soul, will recover its wealth. But you must remember that humanity was not created to serve markets. Markets were created to serve humankind. We must return to the centrality of man, to a more ethical and activity of human relationships without the fear of losing something.

KEY WoRdS: crises, ethics, moral, moral rearmament, reset ethical.

La crisis que vivimos no es sólo una crisis económica o una quiebra de los mercados. La crisis, que tiene más adjetivos y raíces más profundas, amenaza no sólo con una gran depresión económica sino con la entrada en un proceso de deshumanización en el que se arriesgan dos mil años de cultura occidental, de raíces cristianas, que ha proporcionado al entramado social valores como el

(*) Profesor titular de Teología Moral en el Seminario y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas, en Málaga.

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concepto de dignidad de la persona, el ideal de fraternidad y la conquista de una libertad personal respaldada por la libertad de todos.

La corrupción que contemplamos, no es sólo haber sido cogido en la infracción de unas reglas sino el fruto de algo que sale de dentro: el individualismo insolida-rio, la cultura de la satisfacción y del consumo, y la pérdida de valores y virtudes como la responsabilidad, el compromiso y la honestidad. Lo que se manifiesta exteriormente, sale del corazón del hombre. Actividad económica y convicciones éticas se compenetran íntimamente.

Afirma Benedicto XVI que el «sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente» (Benedicto XVI 2009, Caritas in veritate, n. 36). El objetivo de la economía es la formación y el incremento de la riqueza, en términos no sólo cuantitativos sino cualitativos: todo lo cual es moral o éticamente correcto si está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja. Subraya el Papa emérito, en su encíclica más social, que «la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona» (Caritas in veritate, n. 45). Se impone, pues, recuperar una base ética de la economía.

La crisis tiene que ser abordada, principalmente, desde sus causas y víctimas, y desde un juicio moral que nos permita encontrar el camino adecuado para su solución. La raíz de nuestros problemas no está sólo, ni principalmente, en las dificultades económicas para seguir manteniendo un crecimiento y bienestar en un mundo sometido a crisis periódicas: el primer capital a salvar y valorar es el hombre, la persona, en su integridad. Porque “la cuestión social se ha convertido en una cuestión antropológica” (Caritas in veritate, n. 75).

Para llevar esto adelante, señala Benedicto XVI que «el desarrollo, es imposi-ble sin hombres rectos, sin operadores económicos y hombres políticos que vivan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común» (Caritas in veritate, n. 71). Se trata de promover un rearme ético, que tenga en cuenta las raíces culturales de Europa, su honda filosofía ética y moral y que nos permitan mirar el futuro con más perspectiva. Pensemos, como un compromiso solidario, en la herencia que queremos dejar a las nuevas generaciones.

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1. un prImer analISIS

¿Desde qué perspectiva abordamos nuestra reflexión? No pretendemos realizar ningún análisis científico ni aportar soluciones técnicas o políticas. No es nuestra misión. Nuestro deseo es comprender los hechos de manera adecuada, leerlos con especial hincapié en las dimensiones ética y cultural de la crisis y sacar las debidas consecuencias de conversión y compromiso.

Crisis es la palabra que envuelve tantos y tan variados problemas carac-terísticos de la situación económica y social de estos últimos años. La crisis se hace presente en nuestra vida cotidiana como una niebla baja y persistente que lo invade y envuelve prácticamente todo. Se hace presente en noticias y comentarios informativos, en las reflexiones editoriales y en las tertulias y debates, que llegan hasta nuestros hogares por radio, prensa o televisión. La crisis en sus diversas dimensiones y con todas sus consecuencias llena desde hace tiempo la preocu-pación y las agendas de los gobernantes, los partidos políticos, las organizaciones sindicales, empresariales y profesionales. La crisis afecta de una manera u otra a la industria, al comercio, a los servicios y al sector público.

Pero la crisis cuando se hace cercana, afectando a personas concretas de nuestro entorno o a nosotros mismos, se convierte con frecuencia en un drama con tintes de tragedia. La gente de a pie la siente como una amenaza que pende sobre la estabilidad de los puestos de trabajo, así como en los recortes salariales, los expe-dientes de regulación de empleo o el paro. La vemos y padecemos en la regulación de las pensiones y el recorte o desaparición de ayudas sociales. Muchos empresarios, grandes y pequeños, la sufren en las restricciones crediticias y en la disminución, a veces voluminosa, de su carga de trabajo. Se perciben sus consecuencias al solicitar créditos e hipotecas, al tratar de adquirir una vivienda, al buscar un primer empleo.

La crisis que padecemos no puede ser interpretada como si en los años anteriores no hubieran existido situaciones graves de pobreza y exclusión social entre nosotros. Estas situaciones son de hecho estructurales y no coyunturales, van desde la total exclusión social a la parcial, y manifiestan las carencias de fondo de nuestro modelo económico y social. Un dato muy preocupante es que, en la década anterior a la crisis, en los años finales del siglo anterior y en los albores del presente, el deterioro en la calidad de los empleos hizo que el nivel de pobreza entre la población asalariada fuera el mayor de las últimas décadas. Así lo constata el Informe FoESSA de 2008, encargado por Cáritas española.

Los hechos son realmente graves e interpelantes. Aunque las noticias, úl-timamente, hablen, con eufemismos, de “luz al final del túnel”, “detención de la

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caída” o incluso “comienzo de un repunte”, no se puede ya esconder la cabeza frente a lo que está ocurriendo, ni, mucho menos, mirar para otro lado frente al sufrimiento de tantas personas.

En esta crisis no se permite ser un puro espectador, porque a mí no me afecte o me afecte menos. Cada uno, apelando a sus propios principios, debe reflexionar sobre la situación presente, tratar de entenderla y enjuiciarla en sus justos términos, y participar desde su responsabilidad para cambiar lo que sea necesario y, sobre todo, ejercitar la solidaridad dentro de sus posibilidades con quienes sufren las consecuencias de la crisis.

Una entrevista a la experiencia

Hace unos años, 14 de febrero de 2008, se publicaba una entrevista a Michel Camdessus, (ex-Director General del Fondo Monetario Internacional, 1996-2000, y Presidente de la SFEF, Societé de Financement de L’Economie Française):

«- ¿De quién es la culpa de esta crisis? De todos. ¡Todos hemos buscado maximizar beneficios a corto plazo!

- Habrá algunos más culpables que yo... ¿verdad? Bancos centrales, gobiernos, instituciones financieras... Pero también usted perseguía maximizar sus beneficios, ¿verdad?

- Sí. ¿Acaso no consiste el capitalismo en buscar el máximo beneficio individual? No. Si vuelve la vista a los fundadores del libremercado, como Adam Smith, verá lo que dicen: la libre iniciativa y el libre comercio tienen como fin... ¡el bien común! ¡Y eso es lo que hemos olvidado! La crisis actual es hija de este olvido suicida.

- ¿En qué momento olvidamos el límite? En los años 90 se creó el mercado financiero mundial y desde el FMI propuse reglas, un control; pero los gobiernos nos negaron esa potestad. Y se impusieron los pícaros.

- ¿Los pícaros? Imagine una aldea: la gestiona un consejo de ancianos; la guardia civil detiene al que incumple; el cura y el maestro instruyen en principios éticos... ¿qué pasará si el consejo se desocupa, la guardia civil se inhibe y el cura y el maestro se pelean? ¡que se impondrán los pícaros! Y la picaresca será ley.

- ¿Y eso es lo que ha pasado? Sí. Mi frustración al frente del FMI fue no lograr convencer a los gobiernos de que convenía regular. Ellos prefirieron desregular. No se me hizo caso... ¡y aquí estamos!

- ¿Para qué debería estar el FMI? Para hacer de guardia civil del sistema finan-ciero, para que los ricos no abusen y provoquen que los pobres sean más pobres.

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- No debía de verlo así quien le estampó a usted aquel pastel en la cara. El pastel era de crema: no sabía mal. Trabajé siempre en el FMI con vocación de servicio. Y si no avanzamos más fue porque los gobiernos no le dieron poder..., y encima le han echado luego las culpas, convirtiéndolo en chivo expiatorio. ¡Esto me duele!

- ¿Qué propone para el futuro? Tres patas a la vez: regulación, vigilancia y ética. ¡Lo propongo desde hace diez años!

- ¿Qué conviene regular? Todo lo que haga falta para garantizar transpa-rencia: los paraísos fiscales, los fondos especulativos y las agencias de notación.

- Y el FMI, vigilando que se cumpla. Exacto, y para eso necesita autoridad: que sus dirigentes sean democráticamente elegidos y con poder real para vigilar toda la esfera financiera, no sólo la monetaria.

- Nos queda la tercera pata: la ética. La que propuso Adam Smith: que los actores del mercado libre contengan su codicia para preocuparse de sus convecinos.

- Yo no confiaría mucho en el autocontrol en lo que a la codicia respecta... De acuerdo, ¡pero ojalá esta crisis nos ayude a cambiar! ¿No hemos aprendido que si no nos moderamos, nos perjudicamos? No hay mal que por bien no venga: tengo esa esperanza. Porque si fallan las reglas, la vigilancia o la ética..., se nos hunde el sistema (Candessus (2009), Contres publicades a la Vanguardia)».

La actual crisis económica comenzó a manifestarse con fuerza a mediados de 2007 y produjo una rapidísima reacción en cadena que llevó a una situación de emergencia global. Aunque su origen fue financiero y, en principio, localizado en USA, la sacudida que produjo se transmitió rápidamente en dos direcciones: geográficamente, a todos los países; y, en el terreno económico, del ámbito finan-ciero al de la economía real.

globalización del estado de emergencia: “basura y burbujas”

La profundidad y persistencia de la crisis queda reflejada en la afirmación del Fondo Monetario Internacional: «Cuatro años después del estallido de la crisis financiera más grande desde la Gran Depresión, la estabilidad financiera mundial aún no está asegurada y quedan por superar retos significativos para la política económica». En un importante documento de noviembre de 2008, la Santa Sede no dudaba en afirmar que «La situación actual es de emergencia, porque se ha evitado afrontar algunas cuestiones importantes». Entre ellas, señalaba la falta de control de los movimientos y de los nuevos instrumentos financieros, la ausencia

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de una adecuada valoración del riesgo, y la búsqueda de beneficios a corto plazo basados en una industria financiera sobredimensionada.

Parece existir un gran consenso: la actual crisis está directamente relacio-nada con «la tendencia, predominante hasta un pasado reciente, de confiar el funcionamiento del mercado financiero a su capacidad de autorregulación». Esta tendencia, condujo a la desregulación, privatización y liberalización de los mercados financieros. En tal situación de pura autorregulación, los mercados financieros más desarrollados han tenido graves fallos, que evidencian una profunda quiebra ética, y han producido la mayor crisis desde la Gran Depresión de 1929. En términos coloquiales, se podría decir que el resultado final de la autorregulación del mercado ha sido la producción de «basura y de burbujas» que han acabado por contaminar y reventar todo el sistema, «produciendo por primera vez en la historia una recesión global y altamente sincrónica».

La crisis ha demostrado que el mercado, dejado a sí mismo, no solamente puede resultar ineficiente, sino acabar promoviendo prácticas inmorales y generar un desastre global. No se trata de ningún modo de negar lo que de beneficioso y necesario tiene el mercado; sin embargo, no es cierto que lo mejor para el bien común sea dejar que el mecanismo del mercado obre con entera libertad sin ninguna interferencia de ningún tipo.

Nunca ha existido ningún mercado tan libre ni perfecto, ni podrá existir, por la sencilla razón de que los mercados están operados por personas y grupos, sujetos a sus propias debilidades e intereses. Aunque sólo fuera por esto, el recto juego del mercado debe ser garantizado por los poderes públicos, que deben impedir toda práctica dañina para el bien común.

Curiosamente, para salir de la crisis los Gobiernos han tenido que rescatar a los mercados e instituciones financieras de su auto-debacle, mediante una ingente inyección de dinero público. De la noche a la mañana, el principio “cuanto menos Gobierno, mejor” fue sustituido por “los Gobiernos deben actuar urgente y deci-sivamente para evitar un desastre”. Como señala J. Habermas: «Es obvio que las cuestiones que tal paradoja plantea son de profundo calado financiero, económico, político y ético (Habermas, 2010, p. 27)». El desafío al que nos enfrentamos no es, simplemente, salir de la crisis. Como afirma el citado documento de la Santa Sede «es necesario refundar el sistema financiero internacional sobre nuevas bases».

entre la «ingeniería financiera» y la economía real: un salto al vacío

La Doctrina Social de la Iglesia advierte sobre el fenómeno de la importan-cia creciente del sector financiero en el conjunto de la economía, en los últimos

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veinticinco años: en tamaño, número y tipo de operaciones y beneficios. Si bien el sistema financiero juega un papel clave e insustituible, su crecimiento exagerado no ha guardado relación con el conjunto de la economía. Esta creciente separación entre industria financiera y economía real ha de ser profundamente examinada y evaluada a la luz de la crisis.

La innovación financiera ha colaborado a la mejora de la economía; sin em-bargo, hay que distinguir con claridad este factor positivo de los perniciosos efectos causados por ciertas prácticas de «ingeniería financiera» sin las que probablemente la crisis, de producirse, habría sido mucho menos virulenta. La complejidad de las operaciones y la proliferación de los llamados «productos financieros derivados» han conducido a que las propias instituciones financieras e inversoras acabaran por no conocer ni la base real ni la naturaleza de los productos con los que operaban: el mercado acabó por volverse opaco. Se operaba con productos supuestamente de probada calidad, pero que, en realidad, carecían de base, y originaron ingentes pérdidas y acabaron por colapsar el mercado financiero y causar un gravísimo daño al conjunto de la economía. Se trata de un tipo de estafa de guante blanco.

También, la experiencia de las sucesivas crisis financieras ha llevado a una práctica generalizada por la que, para evitar graves males sociales y proteger a los ahorradores, en caso de quiebra bancaria se garantizan los depósitos. Esta garantía ha dado lugar a lo que los teóricos llaman «riesgo moral». Consiste en que la existencia de la garantía puede convertirse en incentivo para adoptar prácticas financieras cada vez más arriesgadas, dado que el sistema acudirá al rescate en caso de quiebra: «si sale cara, gano yo; si sale cruz, pagas tú». La crisis financiera ha demostrado que este «riesgo moral», lejos de ser teórico, es una realidad. Lo que ha ocurrido, si cabe, es una exacerbación de dicho riesgo, porque, tal como afirma la Santa Sede, en el documento “Un nuevo pacto para refundar el sistema financiero internacional”, esta crisis «también es el resultado de una praxis errónea por la que se presta con más facilidad a quien es ‘demasiado grande para quebrar’ que a quien asume el riesgo de crear ocasiones reales de desarrollo (Santa Sede, 2008, n.3c)».

La crisis, pues, ha evidenciado el progresivo distanciamiento entre la llamada «economía financiera» y la denominada «economía real». Sus consecuencias han resultado desastrosas al haberse desencadenado una espiral de causas y efectos, que hace muy difícil salir de la crisis: colapso financiero, parón industrial e inmobi-liario, sequía de inversiones en bienes y equipos, rápido incremento del desempleo, fuerte contracción del consumo, brusca caída de los ingresos fiscales, déficits presupuestarios inasumibles y, como consecuencia, una diferencia creciente entre los recursos disponibles y las medidas necesarias de protección social.

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Esta cadena, aparentemente técnica, tiene, sin embargo un final claramente identificable: la tragedia de muchas personas y familias que han perdido su trabajo y sus ingresos, ven con angustia la disminución e incluso desaparición de las ayudas sociales, resultan expulsadas del sistema económico y corren el riesgo de serlo del sistema social, incrementándose el número de pobres del mundo. En un comunicado del 15 de febrero de 2011, el Banco Mundial advertía que el aumento de los precios ya está arrastrando a la pobreza a millones de personas y representa una enorme carga para los sectores más vulnerables, que gastan más de la mitad de sus ingresos en alimentos”. Nuestro propio país, que hasta hace unos años cabalgaba en la utopía del pleno empleo y predicaba un paraíso de bienestar, se ha visto de pronto abatido con alarmantes números que denuncian el incremento de las familias que viven al borde de la pobreza.

La Santa Sede, en el documento anteriormente citado, afirma: «se ha llegado a la emergencia financiera tras un largo periodo en el cual, presionados por el objetivo inmediato de perseguir resultados a corto plazo, se han dejado de lado las dimensiones propias de las finanzas: su `verdadera´ naturaleza, en efecto, consiste en favorecer el empleo de los recursos ahorrados allí donde favorecen la economía real, el bienestar, el desarrollo de todo hombre y de todos los hombres (Santa Sede, 2008, n.2)».

de la euforia al pánico: la miseria del hombre, el afán de lucro

Los expertos coinciden en que la economía global ha vivido un período de notable crecimiento en las últimas décadas, debido especialmente al fuerte impulso de las economías emergentes. Idéntica coincidencia existe en que, especial pero no exclusivamente, en Estados Unidos, fueron creciendo y entrelazándose dos burbujas íntimamente unidas: la financiera y la inmobiliaria. También en algunos países euro-peos, y entre ellos España, una parte anómalamente elevada de su crecimiento se ha debido a una situación de dinero fácil y de boom inmobiliario. Aunque el sentido común hacía ver que tal situación era insostenible, se creó un estado psicológico de euforia que impulsó una «huida hacia adelante». Con igual coincidencia se señala que a tal situación de euforia injustificada siguió de modo repentino una, igualmente injustificada, situación de pánico, que hizo que en la segunda mitad de 2007 se «secaran» los mercados financiero e inmobiliario, con gravísimas consecuencias para la economía real. Una confianza casi ciega en el mercado fue sustituida por una desconfianza radical, que costará tiempo erradicar.

Más de un experto ha calificado la inexplicable «huida hacia adelante» como una respuesta al miedo a quedarse atrás: «si todo el mundo gana, ¿por qué no yo?». Ello ha producido una aceleración de la espiral de endeudamiento y de ries-

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go. La emulación, la competitividad, la quiebra de la austeridad, la apariencia y la avaricia han tomado carta de naturaleza camufladas en una elegante educación y buen trato: el avaro no es ya la emblemática figura encorvada de Moliere, que merecía la antipatía y un duro juicio ético sino el «mediático y correcto hombre de negocios», que entiende por negocio lo que le proporciona «ya y a cualquier precio un beneficio deslumbrante».

Ya Keynes dijo que el gran problema ético de su tiempo era el afán de lucro. El afán de lucro es el espíritu del capitalismo. La maximización del lucro como motor de la economía, reducir al hombre al valor de «un animal que hace dinero» es una perversión de valores que conviene tener en cuenta para cualquier pro-puesta de soluciones. Cuando el capital corre hacia el máximo beneficio, más allá del beneficio suficiente, los beneficios han dejado de ser un objetivo instrumental para convertirse en la finalidad fundamental. El mismo concilio Vaticano II condenó esa inversión de prioridades: «La finalidad fundamental de la producción no es el beneficio, sino el servicio del hombre, del hombre integral (Concilio Vaticano II, 1993, Gaudium et Spes, n. 64)».

No son, pues, razones exclusivamente económicas las causas y los efectos de esta crisis. Advierte G. de la Dehesa: «Es verdad que tanto la codicia como la corrupción están en el origen de la crisis; la fragilidad humana, expresada por su racionalidad limitada y por su falta de autocontrol, ha desempeñado un papel desencadenante fundamental (G. de la Dehesa, 2009, p. 83)».

2. apunteS para un dIagnóStIco

Lo que comenzó manifestándose como una crisis financiera y causó graves problemas en el conjunto de la economía, está siendo objeto de innumerables análisis acerca de su verdadera naturaleza y alcance. Muchos de ellos señalan las implicaciones éticas, antropológicas y culturales de la crisis. En su Carta de Cua-resma de 2011, titulada “Una economía al servicio de las personas”, los obispos de Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, apuntaban, razonadamente, a una crisis del modelo de economía, de crecimiento, y de gobierno, de ámbito global. De todo, hay. Incluso, podemos preguntarnos si estamos a las puertas de una posible quiebra del mismo sistema económico.

¿la caída de un sistema económico?

Desde que comenzó el capitalismo en el siglo XVIII se han sucedido tres modelos diferentes, aunque sus fronteras no son netas y se superponen unos con otros. Siguiendo a González-Carvajal, en su publicación “El hombre roto por los

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demonios de la economía” (2010), podemos plantear de forma sucinta tres etapas en el capitalismo, de uno u otro cuño: primero, el «capitalismo liberal», que tuvo su origen en la revolución industrial y que tuvo en Adam Smith su mentor, que tras años de florecimiento desembocó en la Gran Depresión.

Tomó su relevo «la economía social de mercado», o también capitalismo key-nesiano, bajo la batuta de John Neville Keynes; se consiguió poner freno a la crisis y comenzar una etapa de ilusión, con una mayor intervención del estado, dando origen a unos excelentes resultados económicos (los años 50 y 60 del pasado siglo fueron los de más crecimiento de la historia) y sociales (la creación del Estado del bienestar, auténtica edad de oro para la clase trabajadora).

El tercer momento, viene marcado por la crisis económica que se originó en 1973-74. Se intentó aplicar la receta de Keynes, sin tener en cuenta que la situación económica era distinta. La escuela de Chicago, con Milton Friedman a la cabeza, criticó duramente la economía social de mercado y sus efectos y dio el paso a un capitalismo neoliberal, que se reforzó con la caída de las economías comunistas del Este de Europa (1989). Ya en este año advirtió Juan Pablo II, que el riesgo era «la difusión de una ideología radical de tipo capitalista (Juan Pablo II, Centesimus annus, n. 42)». Hay tres medidas neoliberales en las que coinciden todos: restringir el «Estado impositivo» (disminuyendo los impuestos); adelgazar el «Estado del Bienestar» (reduciendo los gastos sociales) y acabar con el «Estado regulador» (eliminando los controles y la legislación laboral). La actual crisis nos debe hacer pensar sobre la eficacia de estas medidas.

Conviene preguntarnos si la grave crisis financiera que estalló en Estados Unidos en 2007 (que quizás no se habría producido sin la fiebre desreguladora y la alergia a los controles de las últimas administraciones públicas) y que se extendió al resto de mundo, provocando una crisis que se manifiesta cada vez más difícil de atajar, no es fruto de la quiebra del mismo sistema neoliberal. Ya se habla de una «refundación del capitalismo», en las reuniones del G-20 en Washington (2008) y Davor (2009), pero la urgencia de medidas concretas ha aparcado el debate.

En concreto: ¿simplemente se trata de una crisis cíclica más o de la quiebra de un sistema económico, el capitalismo neoliberal, que está reclamando una nueva formulación del sistema y quizás anda falto de un nuevo profeta, al estilo de Smith, Keynes o Friedman, que lo oriente? Y ¿en esta refundación no es necesario acudir a la ética como una vena que injerte vida y creatividad humana a las frías leyes de la economía?

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dos carencias básicas y una quiebra ética

Existe un amplio consenso al afirmar que esta crisis se ha producido por una combinación de desenfoques teóricos, errores técnicos y faltas éticas. Ello ha puesto de manifiesto dos carencias básicas, que están en el origen de la misma: primero, la falta de reglas adecuadas para regir el mercado global, es-pecialmente el financiero; segundo, la carencia de instituciones con capacidad suficiente para garantizar su buen funcionamiento. Ambas, sustentadas en una quiebra ética generalizada, como un feedback negativo, sin la que esta crisis no se habría producido del modo como lo ha hecho.

Coinciden los teóricos de la economía que una práctica excesivamente permi-siva con los mecanismos propios del mercado ha favorecido un relajamiento de las más elementales normas técnicas que guían la asunción y evaluación de riesgos. Pero habría que afirmar, desde otra perspectiva, que esa relajación no ha sido exclusivamente técnica, sino también propiciada por una serie de comportamientos que manifiestan graves fallos éticos y morales. En este sentido, son altamente expresivas las palabras de Michel Camdessus: «esta crisis financiera es realmente también... y posiblemente ante todo, un desastre ético (Elkargi, 2009, p. 67)».

Señalemos, también, que hay que evitar una mirada miope a esta crisis, tan sólo desde la exclusiva frialdad de los números. Esta crisis tiene raíces culturales; entre ellas, la misma concepción de desarrollo, que es preciso reorientar. La Doctrina Social de la Iglesia señala unas claves que deben poner medida y orientación al auténtico desarrollo: para ser auténtico, debe tener en cuenta y abarcar todas las dimensiones de la persona; debe alcanzar a todas las personas; ha de ser soste-nible y capaz de fundar y promover la fraternidad sobre la base de la solidaridad. Progresar «no es sólo ir hacia adelante, se trata de avanzar con un sentido».

Esta perspectiva ética es también necesaria para superar otros males de nuestra cultura: el individualismo insolidario, la «cultura de la satisfacción» y del consumo, y la pérdida de valores y virtudes como la responsabilidad, el compromiso y la honestidad.

la estrecha relación entre ética y economía

Hay un consenso general, en el pensamiento libre, en reivindicar la ne-cesaria e intrínseca relación entre ética y economía. Actividad económica y comportamiento ético se compenetran íntimamente. La necesaria distinción entre ética y economía no comporta una separación entre los dos ámbitos, sino al con-trario, una reciprocidad importante. La Doctrina Social de la Iglesia reclama, en concreto: «dar el justo y debido peso a las razones propias de orden metaeconómico,

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precisamente porque el fin de la economía no está en la economía misma, sino en su destinación humana y social. A la economía, en efecto, tanto en el ámbito científico, como en el nivel práctico, no se le confía el fin de la realización del hombre y de la buena convivencia humana, sino una tarea parcial: la producción, la distribución y el consumo de bienes materiales y de servicios (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2005), n. 331)». El Papa Benedicto XVI, en su encíclica más social afirma con rotundidad: «La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona (Caritas in veritate, (2009) n. 45)».

Recientemente, en una Carta dirigida por el Papa Francisco a Davis Cameron (15 de junio de 2013), con motivo de la próxima cumbre del G-8, señalaba el Pontífice: «Tanto las medidas que pretenden asegurar la legalidad en las acciones económicas, como las medidas para resolver la crisis económica mundial deben ser guiadas por la ética de la verdad, que incluye, sobre todo, el respeto de la verdad sobre el hombre, el cual no es un factor económico más, o un bien que se pueda excluir, sino algo con una naturaleza y una dignidad no reducible a simples cálculos económicos». Y subraya que los desafíos económicos y políticos del mundo actual necesitan un valiente cambio de actitud que dé al fin y a los medios su puesto preciso. El dinero y los otros medios políticos y económicos, ha subrayado el Papa, deben servir y no gobernar. El Papa Francisco recuerda la importancia primordial de poner al hombre, cada hombre y mujer, al centro de toda la actividad política y económica nacional e internacional. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de bienes y servicios. Debe estar orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja.

todos estamos implicados en esta crisis

Pretendida y, sobre todo, modestamente, invito al amable lector a ampliar el punto de mira de su reflexión al campo de la dimensión ética y a interpelar la propia responsabilidad en estos momentos. Todos estamos implicados.

Recientemente escribía el profesor García de Cortázar: «No es esta una crisis a la que asistimos sólo como espectadores. Se trata de una crisis que vivimos y en la que nuestra existencia cobra una forma concreta y nos devuelve nuestra propia imagen, deformada por el estupor, por la irritación, por el desafío a nuestras esperanzas. Cuando nos enfrentamos al riesgo de una quiebra de civilización, la realidad no acepta cómodos observatorios que la describan…». Continúa diciendo F. García de Cortázar: «Hoy, igual que en aquel momento crítico de la segunda gran posguerra, el intelectual que se precisa no debe refugiarse en su propia

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contemplación, investido de un pretencioso relativismo en cuyos juegos compen-satorios se destruye el juicio moral. El hombre está sufriendo de una forma que no solo exige trámites de urgencia a cualquier análisis, sino que demanda la toma de una posición clara de quien observa e informa. Más que eso: no se le pide al intelectual que `tome´ una posición: se le exige que la “tenga” (García de Cortazar, 2012, p. 50)».

Conviene, pues, que todos ampliemos el punto de mira. No se trata sólo de una crisis económica o de una quiebra de mercados. La crisis tiene más adjetivos y es fruto de más padres. Esta crisis, con raíces más profundas en el tiempo y en sus gestores ideológicos, amenaza no sólo con una posible gran depresión económica sino con la entrada en un proceso de deshumanización en el que se arriesgan dos mil años de todo aquello que la cultura occidental, de raíces cris-tianas, ha proporcionado incluso a los no creyentes: la dignidad universal de los hombres, la fraternidad entre todas las criaturas, la irrenunciable esfera de una libertad personal que solo se sostiene sobre la libertad de todos.

El auténtico peligro, hoy, es el riesgo de renunciar a una tradición sin la que el hombre puede llegar a ser prescindible. En su lugar, nacerá la normalización del mal social y una concepción del ser humano que ya no se guiará por la esperanza en su redención y por la ética que inspira su conducta, sino por el cinismo de un mundo en el que la salvación de cada uno podrá soportar la condena de todos los demás.

3. el roSto oculto de la crISIS

Más allá de los números, la crisis tiene rostros concretos. No podemos reducir al hombre a un anónimo código de barras. La fuerza de las palabras se debilita cuando la oímos con reiterada frecuencia: podemos habituarnos a oír el número de parados, el montante de la prima de riesgo, jugar a intentar entender los vai-venes de la bolsa, quedarnos en las grandes cifras y oír a los grandes gurús, que siempre vaticinan, y a los que nadie reclama sus fracasos proféticos. La crisis tiene sus rostros ocultos, la parte humana y existencial que se esconden tras la cifras, pero que nos despierta de nuestra indolencia cuando el parado es de la familia, el joven sin perspectivas el propio hijo, o la quiebra económica la del amigo que pide ayuda a un, medianamente consistente, sueldo de funcionario.

Detrás de las cifras hay personas concretas, con historias de angustias y tragedias. Benedicto XVI se refiere así a las graves consecuencias del paro: «El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia

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pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual» (Caritas in veritate, n. 25). Nos detenemos en dos perfiles significativos: quien se acerca a Cáritas y el joven que busca trabajo.

caritas: una pobreza «más extensa, más intensa y más crónica»

El Informe Foessa de 2012, encargado por Caritas Nacional señala que: «la pobreza en España es ahora más extensa, más intensa y más crónica». La distancia que separa a ricos y pobres en España es hoy más grande que nunca, siendo el país de la Unión Europea donde más se han incrementado las desigualdades desde el comienzo de la crisis. El informe de Cáritas, alerta de la existencia de once millones de personas en riesgo de caer en esta situación: se estima que el 22% de los hogares está por debajo del umbral de pobreza (cálculo que se hace en base a la renta media del país), afectando especialmente a aquellos sustentados por jóvenes y en los que habitan menores. Es más, los datos arrojan que en 2011, 580.000 familias no tuvieron ningún tipo de ingreso económico. España es, de hecho, uno de los países europeos con mayor tasa de pobreza situada en el 21,8%, frente al 16,4% de media de la Unión Europea, solo superado por Rumanía y Letonia.

El estudio de Cáritas también determina una merma del nivel de renta media española en los últimos años, con un fuerte descenso. De ahí que un tercio de los hogares reconozca tener «dificultades serias» para llegar a fin de mes. El descenso de los sueldos y el crecimiento de los precios agudizan todavía más este problema. Todo ello desemboca en el empeoramiento de las condiciones de bienestar básicas. Estas diferencias económicas no solo se producen entre las personas, sino también entre las Comunidades Autónomas. La pobreza se concentra en el suroeste de la península, con Extremadura a la cabeza (38,2%), seguido de Canarias (31,1%) y Andalucía (30,1). Datos que contrastan con las tasas de Navarra (7,3%), País Vasco (11,6%) y Asturias (12,3%)1.

El perfil del pobre que se acerca a cualquier Caritas Parroquial ha cambiado radicalmente: no es ya sólo el emigrante o el parado, o la madre o esposa con dificultades para llegar a final de mes, reclamando el pago puntual de un recibo de la luz o demandando una bolsa de alimentos; se está dando una mayor presencia de hombres, pidiendo ayuda para poder pagar la hipoteca o el IBI; para evitar el corte de la luz o poder poner en el colegio a niños a los que les falta no el uniforme sino un vestido digno. Por otra parte, el desborde de casos que experimenta cualquier

(1) Cf. CARITAS NACIONAL ESPAÑOLA, Informe FOESSA 2012, Análisis y perspectivas sobre exclusión y desarrollo social en España.

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Parroquia agudiza la impotencia a la hora de resolver situaciones. Se ha tenido que reforzar el apoyo sicológico al mismo voluntariado para que la impotencia que se experimenta en la actual situación no termine minando los ánimos. La atención personalizada, hace que quien se acerca a Caritas no sea un simple código de barras o un número de una estadística, sino un rostro humano que esconde el dolor de un drama personal o familiar. Conviene resaltar que, en estos momentos de crisis, la mujer suele manifestar una entereza y valentía notables.

Sabemos que quien acude a Caritas puede terminar siendo un cliente, ya que es difícil encontrar soluciones pues la mayoría pasan por un puesto de trabajo. Pero la misma escucha es ya una antesala de ayuda, aunque simplemente sea un compartir solidariamente las carencias y angustias ante un futuro alarmante: la Memoria 2011 de Caritas Diocesana de Málaga, señalaba como principales demandas la alimentación y el empleo. Y las principales respuestas: escucha y asesoramiento, ayudas para alimentación y búsqueda de empleo2.

Como señala el Informe Foessa «si los muros de contención social desapare-cen se disparará la pobreza», en referencia a las políticas de recortes en inversión social por parte del Estado. Y si se dispara la pobreza, aún más, las consecuencias pueden ser incalculables en mismo orden de la convivencia social, alentando la marginalidad y pudiendo provocar reacciones incontroladas de indignación.

el drama juvenil: la epopeya del trabajo

Para las generaciones más jóvenes de muchos países de Europa, en concreto del área mediterránea, y en especial de nuestros jóvenes universitarios, “bien pre-parados y capacitados”, incluso exhibiendo expedientes brillantes, la búsqueda de empleo se ha convertido en una auténtica epopeya a la altura de reeditar los trabajos de Hércules o en un drama con tintes de tragedia al verse abocados a vivir, como Sísifo, en la condena de un inframundo laboral. Las cotas de paro juvenil arrojan estas cifras, en el primer trimestre de 2013: en España, la tasa de desempleo entre menores de 25 años alcanza el 56,4% (en 2008 era del 18,1). A España le sigue a cierta distancia Italia, con una tasa de paro entre el colectivo del 40,5%. Francia, por su parte, tiene unos niveles de paro juvenil del 26,5% y Alemania un 7,5% de jóvenes desempleados. Las cifras globales evidencian que uno de cada cuatro parados menores de 25 años en la zona euro es español. Recientemente (15 de junio de 2013), el Papa Francisco alertaba sobre las consecuencias gravísimas de la crisis económica en la ocupación juvenil y las repercusiones negativas sobre la

(2) Cf. CARITAS DIOCESANA DE MÁLAGA, Memoria 2011. Señala el informe que las principales demandas han sido: Ali-mentación (82%); Empleo (38%). Y las principales respuestas: Escucha y asesoramiento (95%); Ayudas para alimentación (82%); Búsqueda de empleo (13,94)

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vida de las familias, durante la audiencia privada en El Vaticano con el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso.

En nuestro país, la emigración juvenil se está convirtiendo en un éxodo invo-luntario, no exento de grandes riesgos: por lo pronto, el coste de inversión en la preparación de tantos expedientes académicos no revierte en la misma economía nacional; otros países, más desarrollados y más ajenos a la crisis, se benefician de la capacitación de nuestras jóvenes generaciones, sin haber invertido en su proceso; a la vez, la condición de emigrante siempre gestiona un empleo precario y, a veces, una explotación camuflada. “Menos es nada”, se convierte en un slogan resignado y con tintes fatalistas.

El desarraigo que provoca toda emigración forzada, puede tener hondas consecuencias para estas generaciones. Los planes de construir un hogar se ven continuamente postergados; a veces, las parejas separadas por el trabajo viven una convivencia más virtual que presencial, favoreciendo la conjunción de dos solterías que se aúnan sin el realismo educativo de la convivencia: se retrasa la fecha del compromiso, la separación y la distancia provoca inestabilidad e infidelidad; y el proyecto de recibir el don de los hijos es continuamente aplazado para una ocasión más propicia. También, el cultivo y crecimiento de la propia fe, que en esta etapa de entrada en la madurez debe de adquirir la fortaleza de la propia decisión, se ve amenazada por el desarraigo y la falta de una comunidad de referencia. La familia cambiará sustancialmente su configuración, aún más, en las próximas décadas.

4. leccIoneS y propueStaS

Albert Camus indicaba que, «en las condiciones de pobreza y desolación de la posguerra, surgía la oportunidad de hallar el camino de la verdad, porque no teníamos nada con que sobornarla (citado por García de Cortazar 2012, p. 50)». quizás esta crisis pueda ser una honda cura de humildad. En el ámbito político internacional, y en concreto en el nacional, hemos visto el fracaso de los sucesivos gobiernos, tanto en la previsión como en la recta orientación de la búsqueda de salidas. Todos los plazos han fallado.

La caída de gobiernos y la alternancia política en diversos estados miembros de la Unión Europea, no han tenido la fuerza ideológica de un cambio de programas sino simplemente el castigo al gobierno de turno, que me ha rebajado el sueldo o ha puesto en riesgo mis ahorros y mis vacaciones. Si hablásemos en clave acadé-mica, podemos asistir a un suspenso general de la clase política y a una pérdida creciente de la credibilidad en los gurús financieros. Incluso, lamentablemente,

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los diversos estamentos públicos han empleado más tiempo en excusarse y en disimular la debacle que en buscar las soluciones adecuadas.

El ciudadano medio asiste con perplejidad a este escenario y quizás ha apren-dido algo de economía, incorporando al coloquio familiar la famosa, y misteriosa, prima de riesgo. Pero de la perplejidad siempre se puede subir a un escalón superior, que se salta con el estado de ánimo de la indignación y desemboca en reacciones fanáticas. Todavía, la reacción popular es una reacción controlada… porque las instituciones solidarias están tapando el hambre. No son momentos para quejas fáciles, se reclaman propuestas valientes: la posible salida a la crisis no será indicada solo por el juego del mercado, es necesaria una reflexión interdisciplinar.

más allá de la idolatría del desarrollo

El afán de superación es una de las mayores y más específicas cualidades del ser humano, siendo expresión de su anhelo de felicidad. Está en la base de lo que llamamos progreso y desarrollo. Es clara la bondad del progreso del conocimiento y de las formas de organización social, que permiten responder mejor a nuestras necesidades y afianzar la libertad, la justicia, la paz y la solidaridad. Es evidente, también, el valor positivo del desarrollo, entendido como despliegue progresivo de todas las capacidades que encierran la dignidad y la naturaleza del ser humano.

Como indica el documento de los obispos de Pamplona, Bilbao, San Sebas-tián y Vitoria, “Una economía al servicio de las personas” (2011), es imprescindible reflexionar sobre la noción misma de progreso y desarrollo para evaluar su práctica actual y reorientarla de manera positiva. Para ello, es necesario enraizar dicha nociones en la base misma del ser humano, para evitar así que se conviertan en una ideología a idolatrar. El desarrollo y el progreso deben ser entendidos como vocación, que abarque a toda la persona y a todas las personas, aspirando a ser sostenible y solidario. El desarrollo y progreso positivos pueden estar contaminados por sutiles virus. Señalamos algunos, iluminados por el citado documento.

El individualismo. Uno de los logros personales y sociales más importante de la modernidad ha sido el de la progresiva afirmación y autonomía de la persona. La cultura anterior era más grupal, de mayor control social y, en ella, el destino personal estaba muy ligado a la condición social de procedencia. La cultura mo-derna ha dotado a las personas de un grado mayor de libertad y de capacidad de avance social, a través de la educación, la promoción de la igualdad de opor-tunidades y los avances del conocimiento y de la técnica. Este rasgo positivo de individuación encuentra su lado oscuro en el avance también progresivo de una cultura individualista, en la que cada persona se erige en centro de la realidad y tiende a convertirse en la referencia clave de su propia existencia.

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El individualismo tiene importantes consecuencias en el campo ético. Una de ellas es la distorsión de la relación entre libertad y responsabilidad. En términos muy simples se podría expresar como «nadie puede decirme lo que debo hacer» y «yo no soy responsable de los efectos de mis actos». El filósofo Paul Ricoeur pone en alerta sobre ello, al apuntar «la dificultad que tienen nuestros contemporáneos para reconocerse no sólo como autores de sus actos, sino como responsables de las consecuencias de esos actos, en particular cuando han perjudicado a otro; es decir, cuando en última instancia han añadido algo al sufrimiento del mundo (Ricoeur 1999, p. 129)». Esta deficiente ética individualista está en la base de muchas de las graves faltas éticas de la presente crisis, así como de la pérdida de perspectiva que hizo posible que se produjeran desviaciones teóricas y flagrantes errores técnicos.

La cultura de la satisfacción. otra de las cuestiones que preocupa desde hace tiempo a pensadores y educadores es lo que se ha dado en llamar la «cultura de la satisfacción». El prestigioso economista y pensador Galbraith, que acuñó el término, ya señaló hace casi veinte años que tal cultura de la satisfacción era una «licencia para la devastación financiera»3.

El autor indicaba que tal devastación ya se estaba produciendo entonces y resulta impactante comprobar ahora que sus reflexiones y análisis de las causas de tal situación pueden aplicarse casi literalmente a la crisis actual. El fondo del problema estriba en que tal cultura socava las bases mismas del bien común y de la solidaridad, y fomenta un modo de comportamiento nefasto a medio plazo; quienes estamos satisfechos, porque nos va bien, buscamos mantener y mejorar nuestra situación, con poco miramiento por los que viven social y económicamente descolgados.

Hemos de preguntarnos muy seriamente acerca de nuestra participación en esta cultura, que está íntimamente unida al individualismo. En estas circunstancias, hemos de evitar dos peligros: la autocomplacencia y el permanecer impasibles frente a los que más sufren. Ambos peligros están íntimamente unidos. La autocompla-cencia nos conduciría a no reconocer nuestros propios errores y a no cambiar lo que debe ser cambiado. Permanecer impasibles ante el sufrimiento nos guiaría a nuestra propia degradación personal y a una quiebra profunda de la justicia y de la paz social.

Una cultura líquida, un pensamiento débil. Un último aspecto de nuestra cultura a considerar es su carácter cada vez más cambiante y contingente. No cabe

(3) Cf. GALBRAITH, J. K. (1992): La cultura de la satisfacción. Ariel, Barcelona.

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la menor duda de que la llamada «sociedad del conocimiento» tiene la virtualidad de hacer que la persona use cada vez más su capacidad de pensar y de crear, liberándose de labores puramente físicas o mecánicas. La creciente importancia de esta nueva cultura del conocimiento como herramienta personal y social ha hecho de la innovación un modo cultural, con las consecuencias positivas que se pueden derivar de ello.

Además de que el acceso a esta nueva y dinámica sociedad está reservado a los países más desarrollados, con lo que ello supone de aumentar la brecha global entre personas y entre países, hay otra cuestión que afecta gravemente a nuestro comportamiento personal y social: el vivir en el cambio constante está debilitando las bases y la densidad de nuestra cultura y nuestra ética. Algunos pensadores consideran que esta nueva cultura puede calificarse de «líquida» y que en ella el pensamiento se convierte en «débil»4. No es de extrañar que, en esta nueva cultura, los compromisos sean cada vez más precarios y a menor plazo, y las creencias y pensamientos de carácter recio, universal y unificador del ser humano y de su actuar tengan una menor vigencia práctica.

Recientemente, en un discurso del papa Francisco a la Fundación Centesimus annus pro Pontifice, con motivo del Congreso internacional de la Fundación, en mayo de 2013, el Papa ofrecía esta reflexión: «La crisis actual no es sólo económica y financiera, sino que hunde las raíces en una crisis ética y antropológica. Seguir los ídolos del poder, del beneficio, del dinero, por encima del valor de la persona humana, se ha convertido en norma fundamental de funcionamiento y criterio decisivo de organización».

De ahí la importancia de redescubrir y fortalecer los principios y valores de la vida social: la verdad, la libertad, la responsabilidad, la honestidad, la partici-pación, la justicia, el bien común, la solidaridad y la paz. Tales principios y valores ni pueden dejar de ser sólidos ni reducirse a meros ideales teóricos que no se traducen en virtudes prácticas de comportamiento individual y social (Cf. Benedicto XVI 2009, Caritas in veritate, nn. 1-9).

repensar nuestras raíces culturales: la civilización que pierde su fe, pierde su futro

Conviene, resaltar que «la salida de la crisis exige un profundo cambio cultural y de perspectiva». Como dice Benedicto XVI, no se puede abordar ninguna cuestión social si no la relacionamos íntimamente con la cuestión antropológica, es decir,

(4) Los términos han sido acuñados por Zygmunt BAUMAN (Modernidad líquida; Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias… ) y Gianni VATTIMO (El pensamiento débil; El fin de la modernidad… ).

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con todas las implicaciones que se derivan de la misma naturaleza y dignidad humanas (Cf. Caritas in veritate, n. 75). En esto, un amplio rango de pensadores coincide con el mensaje del Papa. Ante las ruinas dejadas por una cultura y un sistema económico que sólo consideraban al hombre como productor, consumidor o ahorrador, sólo hay una salida sostenible de la crisis: generar una nueva «cultura del ser» que suplante el ansia desbocada de «tener-poseer y consumir».

Si la crisis ha sido resultado de una combinación de desenfoques teóricos, errores técnicos y graves fallos éticos, es preciso analizar la relación entre estos factores y la cultura actual. El sentimiento generalizado de que «las cosas no pueden seguir como hasta ahora» y de que «hay que hacer cambios importantes» abarca también a la cultura. El enraizamiento cultural de la crisis ha sido apuntado por instituciones y por expertos del mundo económico. Las siguientes palabras de M. Camdessus (Raíces culturales de la crisis y búsqueda de un nuevo paradigma. Conferencia pronunciada en la Fundación Rafael del Pino. Madrid, febrero 2010) son buena muestra de ello: «¿Cómo fue esto posible? ¿Cómo? He pensado mucho al respecto y sólo encuentro una respuesta básica: lo ocurrido se puede explicar solamente si tales comportamientos se reconocen como arraigados en un contexto cultural en el cual la seducción del dinero era de tal magnitud que produjera ceguera colectiva y desarmara toda vigilancia (…) El ser humano se había reducido, degra-dado, a su función exclusivamente económica. El consumo se había transformado en destino. La codicia, de manera subrepticia, se hacía políticamente correcta, se apoderaba de nuestra cultura colectiva. Todos, de alguna manera, nos sometimos a esta cultura en la cual nuestros países se habían dejado sumergir».

El pasado diciembre, me remitía un condiscípulo una Conferencia pronunciada en la Universidad Gregoriana de Roma, que se abría con una frase rotunda, pero perteneciente a la mejor tradición: «La humanidad no fue creada para servir a los mercados. Los mercados fueron creados para servir a la humanidad». Pero sí me sorprendió la personalidad de quien la pronunciaba: lord Jonathan Sacks, rabino jefe de las Congregaciones judías unidas de la Commonwealth. Sacks explicó que el sistema de libre mercado y de la economía capitalista fue generado por la cultura judeocristiana, por este motivo el futuro económico, político y cultural de Europa dependerá de la atención a la propia alma y a las propias raíces religiosas. Afirmaba que Europa está perdiendo sus raíces judeocristianas, con consecuencias inimaginables en la literatura, arte, música, educación y política.

Enfatizó: «Por el bien de nuestros hijos y de sus hijos no nacidos todavía –añadió– nosotros, judíos y cristianos, juntos, debemos renovar nuestra fe y su voz profética. Debemos ayudar a Europa a encontrar su alma». Sugirió: «El José

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de la Biblia podría haber sido el primer economista del mundo, descubriendo la teoría de los ciclos comerciales: siete años de abundancia, seguidos de siete años de vacas flacas. Y el estado financiero de Europa --añadió- sería mejor hoy si se fortalecieran valores fundamentales de la tradición judeocristiana como el profundo respeto por la dignidad humana, el respeto por la propiedad privada y el aprecio por el trabajo. En este contexto, la creación de puestos de trabajo es la forma de caridad más alta». El rabino jefe concluyó afirmando: «Ha llegado el momento de recuperar una ética de la dignidad humana hecha a imagen de Dios. Cuando Europa recupere su alma, recuperará su riqueza. Pero antes debe recordar que la humanidad no fue creada para servir a los mercados. Los mercados fueron creados para servir a la humanidad».

En esta misma línea insistía, hace más de treinta años, Juan Pablo II en el Discurso inaugural de la III Asamblea del CELAM (Puebla, 28 de enero de 1979): «La Iglesia conoce, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre. Esta con-siste en una antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar. La afirmación primordial de esta antropología es que el hombre es imagen de Dios, que es irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana… Esta verdad sobre el ser humano constituye el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, así como la base de la verdadera liberación. A la luz de esta verdad, no el hombre un ser que pueda subordinarse a los procesos económicos o políticos, sino que esos procesos están ordenados al hombre y sometidos a él».

Se impone, pues, recuperar una base ética de la economía. Conviene reafirmar en estos momentos que no puede haber una economía auténticamente humana, sin que esté éticamente orientada. Como afirma Benedicto XVI, el «sector econó-mico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente» (Caritas in veritate, n. 36).

En el discurso a la Fundación Centesimus annus pro Pontifice (25 de mayo de 2013), con motivo de un Congreso, bajo el título de «repensar la solidaridad para el empleo», el Papa Francisco reflexionaba: «se ha olvidado y se olvida aún hoy que por encima de los asuntos de la lógica y de los parámetros de mercado está el ser humano, y hay algo que se debe al hombre en cuanto hombre, en virtud de su dignidad profunda: ofrecerle la posibilidad de vivir dignamente y participar acti-vamente en el bien común. Benedicto XVI nos recordó que toda actividad humana, incluso aquella económica, precisamente porque es humana, debe estar articulada e institucionalizada éticamente (Cf. Caritas in veritate, 36). Debemos volver a la

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centralidad del hombre, a una visión más ética de la actividad y de las relaciones humanas, sin el temor de perder algo».

epIlogo

un slogan con trampa: ¡más europa!

Permitidme una digresión final con un tanto de exageración pero con una pizca de humor, placebo necesario para los tiempos que corren. Cuando oigo decir en diversos estamentos y a voces autorizadas, que la salida a la crisis es “más Europa”, no puedo evitar evocar la famosa frase de los hermanos Marx: ¡Más madera!

¿qué significa más Europa? ¿Se trata simplemente de corregir las deviaciones de un gran mercado que ha roto sus propias reglas y de quemar el poco combustible que queda, consumiendo la madera de los propios vagones, cargados de afán de lucro y de egoísmo, en los que nos movemos? ¿o acaso se trata de iniciar una autocrítica seria, denunciando que la idea de Europa tuvo otros orígenes y otros fundamentos (¡admiremos la galería de los retratos de los padres de Europa, en el Parlamento de Estrasburgo!), que han sido reducidos a un gran bazar, ahora a la intemperie y asaltado por las desconfianzas milenarias de la frialdad del norte y la picaresca del sur?

¿Sobre qué parámetros vamos a hacer la revisión necesaria? ¿Podemos afir-mar, sin que se disimule una media sonrisa, que son necesarios otros fundamentos más allá de los meramente económicos, para que la crisis no se lleve para delante muchas biografías rotas y se convierta, dentro de otras décadas, en una nueva amenaza para nuestros nietos? La corrección de estas carencias, aunque suene a utopía, debe tener como centro la dignidad inviolable de la persona y la igualdad radical entre todas las personas. Dicha corrección debe estar guiada por los prin-cipios del bien común, del destino universal de los bienes y de la solidaridad. Sin ello, no sería posible una auténtica reconstrucción.

¿Es viable, en una mentalidad contradictoria, donde cada país o región quiere adquirir cada vez más autonomía, caminar hacia una unidad no sólo económica, permitiendo la presencia activa de una autoridad supranacional que regule algo más que un mercado? Habermas, expresa este deseo: «Con un poco de nervio político, la crisis de la moneda común puede acabar produciendo aquello que algunos esperaron, en tiempos de la política exterior común europea: la conciencia, por encima de las fronteras nacionales, de compartir un destino europeo común».

Me viene a la memoria un episodio de las aventuras del barón de Müchhausen, que montando a caballo cayó en una ciénaga y pretendió salir de ella tirándose

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de sus propios pelos. La economía necesita una fuerza externa, que la eleve y la reoriente.

Hemos señalado, siguiendo el consenso de los expertos, tres causas del origen de la crisis: la falta de reglas adecuadas para regir el mercado global, es-pecialmente el financiero; la carencia de instituciones con capacidad suficiente para garantizar su buen funcionamiento y, finalmente, la quiebra ética, sin la que esta crisis no se habría producido del modo como lo ha hecho. Siendo consecuentes con la exposición, hablar de «más Europa» conllevaría fortalecer las tres patas sobre las que poner en pie, más robusto, el edificio europeo. Por tanto, también y sobre todo, la ética.

Se trata de promover un rearme ético, que tenga en cuenta las raíces culturales de Europa y que nos permitan mirar el futuro con más perspectiva. Pensemos, como un compromiso solidario, en la herencia que queremos dejar a las nuevas generaciones.

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