el olivar, el viÑedo y las tierras regadas i. el olivar · carolinas de la sierra morena en jaén....

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EL OLIVAR, EL VIÑEDO Y LAS TIERRAS REGADAS I. EL OLIVAR El mapa del olivar Desde un punto de vista geográfico-histórico, el estudio del olivar andaluz presenta la grave dificultad de que faltan trabajos sobre el olivar jiennense, siendo muy difícil llenar este vacio con los existentes -por lo demás parciales- sobre Córdoba, Sevilla y comarcas de otras provincias. Pero no obstante, es obvio que el olivar prácticamente ha colonizado terrazgos en toda la Andalucía cultivada, aunque con muy diferente intensi- dad, significado e idoneidad. En síntesis, conviene diseñar gro.r.ro modo el mapa de este cultivo, distinguiendo en él las grandes zonas de cultivo y los conjuntos espaciales donde es más es- caso. Respecto a lo primero se pueden delimitar tres grandes unidades: 1.° Olivar de Sierra Morena. Casi sin solución de continui- dad, se extiende desde le Andévalo de Huelva a las poblaciones carolinas de la Sierra Morena en Jaén. Pero la intensidad del cultivo es distinta según subsectores: notoria, casi de monocul- tivo, por ejemplo, en Constantina (Sevilla), el norte de Montoro y en general, en el Valle de los Pedroches en Ĉórdoba, en vastos parajes de los citados términos carolinos de Jaén. Tám- bién Huelva ŭ ene sus más de 30.000 hectáreas de olivar en Sierra Morena. Pero, por el contrario, otras •comarcas serranas, como la «penillanura mariánica» cordobesa presentan una baja densidad olivarera. 51

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EL OLIVAR, EL VIÑEDO Y LAS TIERRASREGADAS

I. EL OLIVAR

El mapa del olivar

Desde un punto de vista geográfico-histórico, el estudio delolivar andaluz presenta la grave dificultad de que faltan trabajossobre el olivar jiennense, siendo muy difícil llenar este vaciocon los existentes -por lo demás parciales- sobre Córdoba,Sevilla y comarcas de otras provincias. Pero no obstante, esobvio que el olivar prácticamente ha colonizado terrazgos entoda la Andalucía cultivada, aunque con muy diferente intensi-dad, significado e idoneidad. En síntesis, conviene diseñar gro.r.romodo el mapa de este cultivo, distinguiendo en él las grandeszonas de cultivo y los conjuntos espaciales donde es más es-caso. Respecto a lo primero se pueden delimitar tres grandesunidades:

1.° Olivar de Sierra Morena. Casi sin solución de continui-dad, se extiende desde le Andévalo de Huelva a las poblacionescarolinas de la Sierra Morena en Jaén. Pero la intensidad delcultivo es distinta según subsectores: notoria, casi de monocul-tivo, por ejemplo, en Constantina (Sevilla), el norte de Montoroy en general, en el Valle de los Pedroches en Ĉórdoba, envastos parajes de los citados términos carolinos de Jaén. Tám-bién Huelva ŭene sus más de 30.000 hectáreas de olivar enSierra Morena. Pero, por el contrario, otras •comarcas serranas,como la «penillanura mariánica» cordobesa presentan una bajadensidad olivarera.

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2.° Olivar de la Depre.rión o campiñé.r. En general mientrasque el Valle Bético presenta una amplitud aceptable -provin-cias de Sevilla y Córdoba- el olivar ocupa de forma más omenos continua tres medios edáficos y morfológicos bien defi-nidos: a) Sectores de suelos pedregosos y menos productivossobre terrazas cuaternarias y mantos coluviales. Es el caso delos olivares de las Nuevas Poblaciones carolinas cordobesas-Fuenre Palmera y La Carlota- y términos aledaños. b) Secto-res de suelos sobre caliza del Mioceno terminal. En general, tales el caso del olivar de los alrededores de Sevilla en un radiode 25 kilómetros, «el que se ve desde la Giralda» (Aljarafe,Dos Hermanas, Alcalá de Guadaira y N. de Utrera) o demulri'tud de ruedos de pueblos cerealistas emplazados en pro-montorios, cuyo exiguo olivar obedece tanto a razones edáficascomo a los imperativos tradicionales de una economía comple-mentaria. c) Borde meridional campiñés, con enormes y sinuo-sas glacis, con profundos entrantes y formas, en general, másenérgicas que las pandas lomas del centro de la Depresión.Edáfcamente hay un predominio de rendzinas y suelos rojosmediterráneos. Aquí el olivar es mucho más denso y en ampliaszonas es auténtico monocultivo. En Sevilla ejemplifican estesubconjunto los olivares de Marchena-Arahal-Morón, Estepa ysur de los términos de Ecija-Osuna-Carmona y en Córdoba elantiguo Señorío. de Aguilar y sur de Castro del Río-Baena.

A1 estrecharse la Depresión y arriscarse sus lomas -provin-cia de Jaén- se solapan los olivares de Sierra Morena, Valle ySubbéticas, constituyéndose el inmenso mar de olivos jiennense,hasta que en la comarca del Alto Guadalquivir (Cazorla, San-tiago de la Espada) lo aclara la altitud y la sierra. Pero encualquier caso, la solana olivarera constituida por Bujalance -Porcuna - Lopera - Arjona - Ubeda - Baeza pertenece en granmedida a la unidad geomorfológica de la Depresión y puedeconnotarse como olivar campiñés.

3.° Olivar Subbético. Aunque sin solución de continuidadcon el olivar del borde meridional campiñés, aquél se compactay se hace monocultivo casi absoluto en la comarca de Bosquedenomina «Los Montes», a caballo entre el sureste de Cór-doba (Lucena-Cabra-Priego), suroeste de la de Jaén (Torredon-jimeno-Martos-Alcaudete) y noreste de la de Granada (pro-

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fundo borde septentrional de la Depresión de Granada). NóobsĈante este conjunto se continúa al oeste por el excelenteolivar del norte del término de Antequera, norte de la Serraníade Ronda y noreste de la provincia de Cádiz.

Pero, junto a estos conjuntos mayores y más densos delolivar andaluz, interesa también reseñar donde el olivar esescaso, aunque siempre esté presente, para después poder vis-lumbrar, por contraste, los condicionamientos ecológicos delcultivo. Estos espacios de débil densidad olivarera son:

a) Toda la periferia costera desde la Tierra Llana deHuelva a la Costa del Sol malagueña-granadina-almeriense pa-"sando por las Marismas y Campiña de Jerez. Con frecuencia elolivar aquí existente se enmarca en un policultivo eomplejojunto con cereales, vid. y almendro.

b) Zonas con frío invernal del este, muy áridas unas (inte-rior de la provincia de Almería y altiplanicies granadinas) yIluviosas otras (Alto Guadalquivir). Las 10.000 hectáreas deolivar de la provincia de Almería y las 4.000 de la comarca deBaza, por ejemplo, confirman la exigiiidad del cultivo, pero ellomismo junto con su ubicación a veces en regadíos eventuales,sugiere, también, su necesidad en la economía tradicional pesea la adversidad del medio.

c) Fondo de las grandes depresiones regadas con los ejem-plos significativos de la Vega de Granada y Antequera, en lasque no obstante la generalización del olivar en los bordes de ladepresión ilustran, igualmente, sobre la tradicional complemen-tariedad con el regadío y la omnipresente necesidad del olivo.

d) Centro de la Depresión del Guadalquivir tanto en elValle aluvial estricto con suelos de vega, frecuentemente enregadío, como en los secanos de suelos más profundos (bujeosy margosos béticos) sobre margas miocenas. Los ejemplos másclaros son aquí el secano centro-cerealista de la Campiña deCórdoba, nucleado en torno a la capital y los términos de Ecijay Carmona. Pero iqcluso aquí es muy difícil que falte el olivaren extensas áreas, ya que aparece de forma dispersa en lascúspides de lomas con suelos más sueltos y endebles.

Aspectos a resaltar a la vista de este mapa de localizacióndel olivar andaluz son los siguientes:

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- No es planta ausente de ninguna comarca lo que de-muestra que es un cultivo de ecología ampliamente tolerantey/o que el aceite ha ^sido básico en la dieta alimenticia delandaluz y por doquier se ha estimulado su implantación comocomponente de la autarquía campesina.

-- No obstante está débilmente repre^entado en muchossectores lo cual tiene que ser o por constricciones ecológicas oporque estos espacios se prestan a otros aprovechamientos másrentables o por ambas causas conjuntamente.

-- Y a la inversa, en otras comarcas presenta el carácter demónocultivo luego aparte de la idoneidad del medio físico; elloha debido obedecer a la implantación de una agricultura comer-cializada y a la dificultad en este contexto de aprovechamientosalternativos.

La imbricación, pues, de medio físico y de la evoluciónhisrórica del cultivo y comercialización de sus frutos serán losque podrán dar cuenta de la distribución geográfica del mismoy de su problemática actuales.

Condicionantes ecológicos de la distribución

Si climáticamente el olivo tiene su óptimo en^ambos hemis-ferios entre los paralelos 45° v 30°, es evidente que Andalucíaentre los 36° y 38° norte se encuentra de lleno en el espacinagroclimático más idóneo para este cultivo y de ahí su presenciageneralizada en la regián. Pero más en concreto, a la planta lepueden afectar desfavorablemente cres rasgos climáticos: so-porta temperaturas de hasta -8° C, pero siempre que éstas nosean frecuentes ni continuas; exige un régimen térmico contras-tado con fríos invernales que no desciendan por debajo delextremo aludido, pero suficientes, pues de lo contrario el olivotiene un gran desarrollo vegetativo pero no fructifica, y porúltimo la pluviosidad exigida tiene un mínimo de 200 mm/año--por ejemplo, olivar tunecino- con el que ya sólo es viableen plantaciones de marco muy amplio y óptimos suelos.

La constricción de las bajas temperaturas debe incidir, almenos parcialmente, en la escasez de olivar en altiplanicies y

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altas sierras orientales así como en los fondos de depresión porinversión térmica. Aunque en el primer caso esta constricciónpuede ser concomitance con débil pluviosidad, cuya media rozael mínimo aludido, y cuya distribución interanual es altamenteirregular. Por otra parte, la baja densidad olivarera de toda lacosta, aparte razones económicas, encuentra explicación en unrégimen térmico poco contrastado, típico de toda ella y enespecial del litoral más resguardado del oriente, de rasgos casitropicales. _

En el aspecto edáfico el olivo es igualmente de proverbialadaptación y por ello está presente en Andalucía en todo tipode suelos. Pero parece que un condicionamiento importante essu adecuación a suelos francos, así como su preferencia porsuelos calizos. Lo primero explica su casi exclusión de lossuelos arcillosos fuertes del centro de la Depresión Bética,Marismas, Vegas, etc., y lo segundo, ayuda a entender que losmonocultivos.olivareros andaluces, no sin excepciones, se hanconsumado en sectores calizos y que el olivar campiñés es unmosaico discontinuo, sobre todo en el;centro, buscando estetipo de suelos (Ortega Alba, 1975).

Pero la tolerancia ecológica del olivo no acaba aquí, pueshay una última adaptación de la planta primordial: la topografía.De modo que dada su sobriedad, casi todas las tierras cultivadasde abruptas pendientes han sido ocupadas en Andalucía por elolivo. En las fragosidades de todas las sierras y en los vericuetosde todas las lomas, allí está el olivo, que para subsistir y ofreceruna parca cosecha «vecera» sólo requiere algún que otro ari-cado y una tala de vez en cuando.

La débil exigencia ecológica del olivo ha permitido en lossiglos XIX y XX la. subsistencia en muchos espacios andalucespoco productivos, de altas densidades de población, pero espo-leada aquélla por una economía agraria comercial desaforada hacontribuido a liquidar la ganadería de muchas zonas, a desenca-denar una erosión antrópica «paroxismal» en pendientes abrup-tas cuyo alcance desconocemos y sobre todo, a generalizar unaagricultura marginal, cuya reconversión es sin duda uno de losproblemas mayores de Andalucía. Lo que la historia ha su-puesto en este proceso es lo que pasamos a analizar.

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La evolución del cultivo

La distribución provincial del olivar en Andalucía en 1970 y

1976 es como aparece en la tabla siguiente:

CUADRO 2

Ahectáreat

en 1970

B"herrárear

en 1976

Creclmiento Btobre A.

Valor 100en 1970

Almería 10.874 10.375 95,4Granada 97.760 118.014 120,7Jaén 400.496 446.305 111,4Málaga 119.280 113.528 95,2

Andalucía oriental 628.410 688.222 109,5

Cádiz 31.191 25.632 82,2Córdoba 277.989 290.862 104,6Huelva 37.310 33.729 90,4Sevilla 295.000 230.000 78,0

Andalucía occidental 641.490 580.223 90,4

Andalucía 1.269.900 1.268.445 99,9

Este ingente capitál productivo -^1 menos superficial-mente- es fruto de una larga y compleja evolución que se.pierde en la oscuridad de la.historia. Una abundante bibliogra-fía, la cerámica y las excavaciones arqueológicas prueban, feha-cientemente, que la Bética romana fue una de las primerasprovincias exportadoras de aceite del Imperio Romano, hastatal punto que, probablemente, hubo extensas zonas de mono-cultivo olivarero. Este comercio, al menos en ^las proximidadesde centros urbanos con fácil salida al exterior, por ejemploSevilla, no debió desaparecer en época árabe (exportaciones aOriente y al Maghreb) ni en la Edad Media cristiana (a juzgar,por la gran productividad de los olivares cercanos a Sevilla,

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según Collantes de Terán), ni en los siglos XVI y XVII (pordemanda para la exportación americana). Por tanto cuandonuestros campesinos protagonicen el «boom» olivarero del si-glo XIX y XX y cuando resistan a su abandono en el mo-mento actual consiente q y disienten, respectivamente, nadamenos que con toda su historia agraria, lo cual es difícilmentecuantificable pero sin duda real.

Pero es a partir de mediados del siglo XVIII cuando losdatos históricos, sin duda muy parciales (piénsese en la omisiónjiennense), nos permitirán fijar los hitos de la expansión oliva-rera andaluza y su conexión con la evolución reciente.

Según los datos del Catastro de Ensenada (1752) en laCampiña y Subbéticas cordobesas había ya entonces en torno aun 18 por 100 de la SAU de olivar y en la provincia de Sevillaunas 80.000 hectáreas. Pero además, de la reseña unánime enlos interrogatorios de «estacas y plantones que aún no produ-cen» en los puntos más diversos de Andalucía se puede deduciruna moderada expansión dieciochesca que a falta de otras expli-caciones habrá que atribuir al aumento demográfico y de con-sumo aceitero.

Pero la primera gran expansión cuando se constata es com-

parando la superficie olivarera de mediados del siglo XVIII con

la de 1870, frecuentemente, duplicada o incluso más. Se ha

consumado ya en esta última fecha la tendencia al mpnocultivo

en las zonas más productivas. Las causas que se han^ dado de

esta expansión son varias, complejas y de .desigual importancia

y podemos resumirlas así:

1.° Con la desaparición del régimen señorial en él sigloXIX se abolió el monopolio de molienda que a veces detenta-ban los señores, por ejemplo en Baéna, y que había dificultadola progresión del olivo.

2.° Hacia 1870 se había realizado la desamortización ecle-siástica y gran pane de la civil. Ella en muchos casos.supuso ladesaparición de arrendamientos, que era la forma normal deexplotación para las tierras amortizadas y que impedían lasplantaciones ya que «a los arrendatarios anteriores no les con-venía plantai ni recriar árboles de ninguna clase que les ocasio-nen gastos o les perjudiquen en sus aprovechamientos, porquesi bien éstos aumentarían dentro de algunos años los productos,

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éstos no serían en beneficio suyo, sino del propietario». Comopor otra pane, en algunas zonas la desamortización conlleva unaconcentración de propiedad en manos de «nuevos ricos» ellospueden plantar olivos ya que su capacidad económica les per-mite prescindir por unos años de parte de las cosechas cerealis-tas, posibilidad velada de momento para míseros «pelentrines»que si plantan olivos no recogen trigo para comer, ni tampococebada para alimentar el ganado de labor.

3.° Además, en la segunda mitad del siglo XIX toda laagricultura española y también la andaluza, entran en un pe-ríodo de comercialización exterior, que para el olivar se veespecialmente favorecida por el trazado ferroviario (para Seví-Ila, Drain ha probado el sincronismo entre apertura de líneas yexpansión olivatera) y la concentración en exportaciones masi-vas de aceire para engrasamiento de máquinas y alumbrado,anres que para éste uso fuese desplazado por derivados delpetróleo. Por esta fecha es también cuando potentes casas ex-portadoras se instalan en Andalucía, por ejemplo en Málaga.

Es probable que el crecimiento olivarero experimentase al-gún retroceso coyuntural a final del siglo XIX y principios delXX -«crisis agrícola y pecuaria»- pero enlazando estadísrica-mente la anterior expansión con los años treinta de nuestrosiglo, se pasa casi sin solución de continuidad de aquélla a la«época de oro del olivo español» (1913-1933) con generalizadoaumento del olivar; inducido por el gran incremento de expor-taciones de aceite y aceitunas a estables mercados internaciona-les. Como en igual época la política triguera es inestable eimprecisa es perfectamente coherente que el olivar campiñésalcance su cénit hacia 1930 y que le arrebate al cereal tierrasinmejorables.

Evolución reciente y situación actual

De 1930 a 1970 todas las provincias andaluzas, exceptoÁlmería, han incrF-mentado de nuevo sus superficies olivareras,pero los incrementos no son homogéneos: Granada, 77 por100; Jaén, 33 por 100, y por el concrario Córdoba, 15 por 100(pese al mucho más alto de su zona subbética) y Sevilla, 19 por

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100. Esto quiere decir que el olivar campiñés ha descendido yque el de los Montes y en general, el de comarcas de mayormonocultivo sigue éreciendo vigorosamente ^Por qué esta evo-lución selectiva? Por incidencia de factores de virtualidad dis-tinta, según uno y otro medio, según que haya posibilidad o node aprovechamientos alternativos, pero que en conjunto deno-tan que las dificultades han aparecido seriamente. Ellas son decarácter comercial unas y estimulantes para la cerealicultura ycorrelativamente de signo negativo para el olivar campiñés,otras.

Entre las primeras se encuentran las pérdidas de mercadosinternacionales (americanos por crisis de 1929, europeos porconstitución de CEE, que pasa a abastecer Italia); la fijación delprecio del aceite por parte del Estado en la posguerra a nivelesmás bajos que los precios del mercado internacional con elconsiguiente beneficio para exportadores y ninguno para losolivareros; y en igual período generalización del gusto -oindiferencia- por el aceite de semillas para el conjunto de losconsumidores españoles a causa del racionamiento. Respecto alos incentivos de la cerealicultura basta citar la implantación delproteccionismo triguero del SNT coetáneo con la desaparicióndel cultivo al tercio y consiguiente expansión de productivosbarbechos de oleaginosas. Todo esto explica, a nivel general, elcomienzo de la crisis olivarera y en concreto, el retroceso delolivar campiñés en Córdoba a favor de la cerealicultura o rega-dío y la nueva orientáción productiva de parte significativa delsevillano para las aceitunas de mesa.

Pero no hay que olvidar que junto a las dificultades vistassiguen actuando en el período otras causas que fomentan laexpansión: aumento de consumo interior por crecimiento de lapoblación, aumento del consumo de, aceite per cápita, jornalesbaratos hasta los años sesenta y máximo histórico de nuestrapoblación agraria hacia 1950. Todo ello es lo que origina que elincremento de superficie olivarera en 1930-70 sea muy fuerte enzonas marginales (por ejemplo Cádiz y Huelva y probablementeen muchas comarcas para las que es difícil allegar datos estadísti-cos) y sobre todo en el monocultivo subbético donde en exten-sas áreas también el olivar es cultivo marginal (alúsimos porcen-tajes vistos de Jaén, Málaga y Subbéticas cordobesas). Aunque en

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el último caso no hay que descanar que la rutina y el contagioculrural hayan llevado el olivar, presente ya la crisis, a tierras quenunca debían haber sido colonizadas por esca planta: excelentesllanadas de secano e incluso regadío, donde el olivar, según datosdel Censo Agrario de 1972, es casi tan importante regional-mente como los frutales, con 48.000 ha de las que 28.650corresponden a Jaén.. Pero lo insólito aunque explicable es que en la década de lossetenta, 1970-76, el olivar andaluz en conjunto persista en susuperficie como puede observarse en el Cuadro que inicia elepígrafe. Insólito por cuanto la mayoría de las causas que habíanfomentado la expansión han cambiado de signo (encarecimientode los jornales, descompresión demográfica por causa emigrato-ria, envejecimiento notable de un olivar decimonónico o deprincipios de siglo, etc.) pero explicable real y estadísticamentepor la inercia de una expansión secular periclitada y por ladificulrad de consignación estadística de olivares abandonadospero sin reconvertir, ya que el cambio en amplios espacios nicuenta con alternativa viable ni se ha planificado ni incentivado.Por todo ello el claroscuro de este corto período a nivelesprovinciales: primeros retrocesos históricos en tres siglos de ex-pansión olivarera en cinco de las ocho provincias, pero perma-nencia del bastión subbético -Granada, Jaén, Córdoba- que nosólo mantiene sus superficies sino que acusa incrementos increí-ble s.

En cualquier caso, la reconversión del olivar --como hemosdicho- es uno de los problemas más pavorosos que ziene plan-teado la agricultura andaluza, entre otras razones por las implica-ciones sociales que conlleva, originadas no sólo por el grannúmero de olivareros a que afecta, sino por el predominio enaquén de la pequeña y media propiedad, por la mutación que yaestá engendrando en un poblamiento disperso y/o intercalar queél ha facultado en el siglo XIX y primera mitad del XX en laszonas de monocultivo (y que va a pasar a la historia sin merecersiquiera un estudio de su significado y conveniencia) y por ladificultad de la reconversión desde un punto de vista rentabilista,ya que se rrara de tierras mayoritariamente marginales e Ĉonómi-came n te.

Esta es la tragedia de una alternativa difícil causada por la

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ecología adaptátiva del olivo y la presión demográfica excesivapara comarcas pobres y exclusivamente agrarias, así como por latradición olivarera secular de Andalucía y la comercializacióngalopante de los dos úl Ĉmos siglos, brillante aparentemenie perovulnerable y sin perspec Ĉva siempre, tan irracional comb codos

los monocul Ĉvos de todos los países subdesarrollados.

II. EL VIlCIEDO

Distribución espacial y los condicionantes del medio

No es acertado creer que el viñedo es actualmente en Anda-lucía un aprovechamiento «residual» (J. Bosque Maurel, 1978).Si se comparan las cifras aportadas recientemente por el Ministe-rio de Agriculrura, con las que para 1899 recoge el Mapa de lainvatión filoxérica en E.rpaña, la superficie total cultivada resultaasombrosamente coincidente, incluso es ligeramente superior eldato actual.

CUADRO 3

Distribución provincial del viñedo andaluz

Provrnciar 1899 ' 1978

Almería 14.911 10.205Cádiz 22.100 20.915

Córdoba 6.796 28.938Granada 8..537 9.840Huelva `* 10.188 20.609Jaén 10.689 3.900Málaga 19.993 6.292Sevilla 11.965 5.071

Tocal 105.119 105.768

• Viñedo sano, invadido y fdoxerado.•' F. Fourneau, 1976. (EI mapa no incluye Huelva, provincia aún no filozerada en

1899. )

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Aunque la invasión filoxérica supuso una etapa de crisis conimportantes repercusiones en todos los viñedos, y por tanto enlos andaluces, su incidencia no se produce en el único sentido dereducir la superficie plantada de cepas; de forma que, para expli-car la configuración del actual mapa del viñedo andaluz hay querecurrir además a otros factore Ĉ .

Los datos provinciales del cuadro anterior revelan importan-tes cambios de distribución entre ambas fechas; en particular sondestacables las reducciones experimentádas por el cultivo enMálaga, Jaén y Sevilla, y los importantes incrementos de Cór-doba y Huelva. No puede decirse que la vid sea hoy un cultivorestringido a las provincias occidentales andaluzas, aunque seaahora mayor su peso en este sentido, la reducción del viñedosevillano impide presentar los cambios producidos como un fe-nómeno inteligible desde la falsá perspectiva de «las dos Anda-lucías» .

No obstante, la cifra global, sólo ligeramente superior alcentenar de miles de hectáreas (lo que significa algo menos del 6por 100 de la SAU andaluza), resulta baja en comparación conla resonancia que este cultivo tiene y con las posibilidades quepara su expansión puede encontrar en el territorio andaluz.

EI análisis municipal del viñedo nos muestra que las cepas sehallan muy repartidas; así por ejemplo, la baja cifra global delviñedo sevillano no es óbice para que se encuentren viñas enmás de la mitad de los terrazgos municipales de esra provincia(M. F. Pita López, 1977), y en terrenos de muy diferentescaracterísticas topográficas, geológicas y edáficas. En el extensoterritorio andaluz aparecen majuelos en zonas de gran pen-diente, caso del viñedo alpujarreño (E. García Manrique,1973), o en las tierras sin horizontes, próximas a las marismasdel Guadalquivir, de Los Palácios; viñedos sobre viejos mareria-les paleozoicos en las zonas serranas mariánicas, o en las forma-ciones arenosas litorales cuaternarias, como es el caso de los dela costa gaditana; viñedos sobre suelos formados sobre rocas demuy diverso tipo; la diversidad del substrato material del viñedoandaluz se manifiesta incluso en las áreas donde se impone comocultivo principal o al menos importante; en los tres principalesámbitos vitivinícolas andaluces (Condado de Huelva, zona deMontilla-Moriles en Córdoba y marco de Jerez en la provincia

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de Cádiz) se han distinguido tradiĈ ionalmente los majuelos de«arenas», «barros» y terrenos «albarizos»; las plantaciones en losdos primeros tipos se caracterizan por sus elevados rendimientoscuantitativos en uva y vino, aunque éste es de baja calidad, lasviñas de albarizas producen siempre los mejores caldos pero sonmás parcas en sus rendimientos.

Desde el punto de vista climático hay que señalar que unaespecie vegetal con tanto pasado agrícola como la viti.r vinifera haconseguido tener una amplitud ecológica sorprendente que la haIlevado a posiciones inverosímiles en todo el mundo; en laluminosidad, la insolación y las altas temperaturas andaluzas en-cuentra condiciones óptimas para su desarrollo; menos favora-bles le son los datos hídricos, de ahí que el arbusto haya prefe-rido los suelos sueltos que retienen agua en profundidades acce-sibles a sus largas raíces; casi en su totalidad, el viñedo andaluz esun aprovéchamiento de secano, exceptuándose de esta cirĈuns-

tancia las plantaciones almerienses donde, de antiguo, viñas yparrales se han beneficiado del riego (J. L. Martín Galindo,

1975).

La significáción del viñedo andaluz,

En las aparentemente contradictorias impresiones que se tie-nen sobre la baja superficie ocupada por las cepas y la resonanciade este aprovechamiento agrario, así como éntre la dispersióndel cultivo, apreciable por no faltar pagos de viña en ningunacomarca andaluza, y la con Ĉentración hasta el monocultivo enunas pocas, en estas observaciones aparentemente contradicto-rias, se puede y se debe -a nuestro juicio- buscar la significa-ción del viñedo ep los ámbitos rurales andaluces.

ŭi, como parece por las cifras antes dadas, el viñedo no haalcanzado nunca en Andalucía proporciones muy amplias, ^porqué ese centenar de miles de hectáreas actual parece un totalpoco importante? El viñedo forma parte de la ya tópica «trilogíamediterránea», pero probablemente^en el tipo de organizaciónagraria en que se hace válida esa expresión, en la agriculturatradicional, pocas veces alcanza un tercio de la superficie culti-vada. Hasta visualmente es obvia la mayor necesidad de ‚errasde pan Ilevar que de viñas, y también resulta ampliamente mino-

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ritario el viñedo en comparación con el olivar andaluz. Son, sinduda, las características del producto final, del vino, las queconfieren al viñedo la resonancia que tiene como aprovecha-miento agrario.

Esta puede ser entendida como una circunstancia, en pazte,general al mundo mediterráneo, que tradicionalmente ha dado aeste producto en manifestaciones lúdicas, sociales, religiosas, et-cétera, un valor simbólico único, valor de mayor significado sise tiene en cuenta que no se trata de un producto de primeranecesidad. La viticultura andaluza une a esa circunstanciageneral otras específicas que contribuyen a realzar el papel de lavid. En particular la de ser base de un antiguo y prestigiosocomercio; en el mismo sentido opera la tradicional vinculación .de este aprovechamiento a la pequeña propiedad campesina, porello, la práctica vitícola es en Andalucía sinónimo de buen cul-tivo, de «menestralia agrícola» y«democracia rural» (J. Caran-dell, 1924).

Tras estas formas de valoración hay un largo proceso histó-rico muy difícil de reconstruir, especialmente por la escasez deinvestigaciones detalladas hasta ahora realizadas; se puede inten-tar, no obstante, resumir algunos de sus rasgos.

Textos de hiscoriadores y viajeros, monedas con racimos y

pámpanos troquelados y restos arqueológicos, marcan una activi-

dad vitivinícola bien distribuida por la Bética romana (R.

Etienne, 1978). Lo mismo indican los textos de la época musul-

mana; no sabemos en qué medida las prohibiciones coránicas

limitaron el cultivo, pero Abu Zacariah, en su Libro de agricul-tura, habla de vides plantadas entre higueras «en cerrenos de

buena calidad, en nuestros campos vecinos ál Gran Río» y en el

Aljarafe, q describe las labores y técnicas de cultivo como las decualquier otro aprovechamienro.

Por otra parte, hay que señalar que en cierto modo la vid hasido un cultivo especial, un aprovechamiento colonizador. Enalgunas cartas pueblas bajo medievaleĈ se señala a quienes recibentierras, la obligación de plantarlas en pazte de vid, como garantíade su permanencia y estabilidad en PI lugaz que se les ha dadopara poblar (A. Collantes de Terán, 1977); la misma intención deligar al campesino a la tierra por medio de la presencia de las

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cepas, se advierte en los repartimientos de tierras efecruados enel Condado de Huelva durante los siglos XVIII y XIX, e inclusoen el siglo XX en tierras de Sanlúcar de Barrameda, en lacolonización hecha de la Algaida por la Junta de Colonización yRepoblación Interior durante los primeros años de nuestra cen-turia (A. Torrejón y Boneta, 1916).

Aparte de esta función colonizadora de la vid -hasta ahoranunca expresamente estudiada-, las cepas se unen a la pequeñapropiedad por otras circunstancias. En las cerradas economías demuchos núcleos rurales andaluces, hasta casi el siglo XX, lasviñas son un «aprovechamiento «de ruedo», de la primera y máspróxima orla de cultivos que rodea al pueblo. Esto se apreciaperfectamente en documentos gráficos antiguos como los planosdel viñedo de Jerez, de J. Suter y de A. López Cepero, o encatastros parcelarios actuales (J. F. Ojeda Rivera, 1977). Entodos los estudios geográficos realizados sobre municipios sevi-llanos y onubenses destaca el hecho de que la parcela media deviñedo sea claramente inferior a la media general y a la de otrosaprovechamientos, si se exceptúan las huertás. En la etapa de laagricultura tradicional, la productividad, la necesidad de mano deobra y la capitalización que las cepas representan en una pequeñaparcela, han debido concribuir a la unión de este cultivo con elpequeño campesino hasta el punto de que cuando éste es viticul-tor recibe el nombre específico de mayeto.

La ligazón de la vid.al pequeño cultivador ñb significa que lagran propiedad esté desvinculada de ella; lós dueños de losgrandes predios rústicos tuvieron siempre en ellos parcelas dédi-cadas a la vid con el fin de abastecer Ĉus bodegas privadas, .peroesta relación no es apenas relevante. La presencia significativa dela gran propiedad en el cultivo se realiza a través de la transfor-mación y comercialización; lo mismo sucede, lógicamente, con laaparición y consolidación del monocultivo.

La evolución histórica del viñedo andaluz

Hay constancia de un antiquísimo comercio de los vinosbéticos, pero cuando éste comienza a repercutir en las estructu-ras económicas actuales es a comienzos de la Modernidad. EI

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comercio de los vinos de Jerez con Flandes e Inglaterra estádocumentado desde finales del XV, y aun hoy, buena parce delsherry ^sigue teniendo el mismo destino. El gran impulso comer-cial para los caldos andaluces vino de la demanda que de elloshicieron las colonias americanas; en conjunción con este hechoresulta también decisivo la situación de los lugares de produc-ción respecto a las principales vías de salida, eñ un territoriodonde hasta el siglo XX la mayoría de las rutas seguidas por elcomercio han sido meros caminos de herradura (P. Ponsot,1976). Los vinos del Aljarafe encontraban con facilidad el Gua-dalquivir, vía principal del comercio con América, los del Con-dado bajaban por las marismas de Hinojos hasta encontrar elBrazo de la Torre, saliendo por él a Sanlúcar de Barrameda, obien desde el vado de María Suárez por el Tinto hasta llegar aMoguer, embarcando allí hasta Cádiz o definitivamenre; Jereztuvo en El Portal, en aguas del Guadalete, su pueno propio.

Más tarde, durante la segunda mitad del siglo XX, etapa enla que se produce priméro la gran expansión de muchos viñe-dos andaluces y luego su posterior decadencia por la filoxera, lapresencia del ferrocarril fue decisiva en el primer sentido y enlas posteriores posibilidades de reconstrucción; el caso delCondado resulta clarificador a este respecto. Moguer, apartadóde la linea férrea y con su puerto inutilizado por el aterra-miento de la ría del Tinto, no se recupera y deja de ser elprincipal lugar vitivinícola de esta zona andaluza; el corazón delCondado pasará a estar en Bollullos y La Palma que dispondránde conexiones ferroviarias.

En el siglo XVIII comienza el proceso cuyos resultados danlas' actuales características estructurales más importantes del ne-gocio vinatero de Jerez, y con él, en buena medida, de lasorientaciones seguidas por la mayor parte del viñedo andaluz.Los vinos de Jerez son embarcados en Cádiz y enviados aEuropa tras la intervención de exportadore.r, generalmente ex-tranjeros radicados en la última ciudad y formadores en ella deuna gruesa coionia. Esta figura del exportador controlará pro-gresivamente la economía del jerez; en Cádiz su papel se hacecada vez más importante y de allí saltan a Jerez para convenirseprimero en almaceniatat, luego en criadorer y, finalmente, en

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cultivadore.r, propietarios de laĈ viñas y, por tanto, en co.recheror.

La unión en las mismas manos de estas funciones, la concentra-ción de inreréses que pasó por la abolición del «gremio de lavinatería», impulsó la producción y comercialización del vinode Jerez. Durante cl siglo XIX. se forman o consolidan las firmas

jerezanas más prestigiosas, se construyen la mayoría de lasbodegas de Jerez y El Puerto de Santa María, empieza laconcentración de la propiedad de los mejores viñedos.

CUADRO 4

Distribución de la propiedad del viñedo de Jerez de laFrontera, según los tipos de terreno, en 1877

Tipot Superjicie Número Superficie

de en de media

terreno aranzada.r • propietariot propietario

Albarizas 11.417 311 36,6Barros 1.827 207 8,7Arenas 2.889 452 6,2

Totales 16.143 969 16,8

' Una aranzada = 0,48 ha

Durante las dos últimas décadas del siglo pasado tienenlugar dos conjuntos de acontecimientos de singular trascenden-cia para los viñedos andaluces. La filoxeración de los viñedosfranceses en los años sesenta, provocó una enorme demanda enEspaña por parte de los bodegueros del país vecino, pero gene-ralmente de caldos baratos y de escasa calidad. En la zona deMontilla-Moriles el viñedo no experimentó transformacionesimportantes (A. López Ontiveros; 1973); en el marco de Jerezhizo crecer de foi•ma particular el viñedo de grandes produc-ciones, pero de peor calidad, el plantado sobre barros y arenas(F. Zoido Naranjo, 1978, b.; en el Condado la-superficie culti-

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vada se duplicó a costa de terrenos de «olivares, pinares, pastosy eriales» (F. Fourneau, 1976).

La invasión por la filoxera de los propios viñedos andaluceses el segundo de los sucesos aludidos. E1 insecto penetró enAndalucía por Málaga en 1878, el mismo año pasó a Almería;en 1882 estaba en Granada, en 1888 en Córdoba, Sevilla yJaén, seis años más tarde en Cádiz y, finalmente, Ilega a Huelvael primer año del nuevo siglo. Analizando los efectos de estaplaga se obtiene la siĈuiente conclusión principal: desrruyó casitodos los viñedos, pero mientras los que estaban incluidos enlos nuevos canales de comercialización sobrevivieron en su ma-yoría, las áreas vitícolas de autoconsumo rural sucumbieron. Laforma secuencial en que se produce la crisis en Andalucíafavorece este hecho; á lo largo de dos décadas van cayendolentamente, uno tras otro, los principales viñedos andaluces;simultáneamente se produce la desaparición del mercado fran-cés, y la paulatina destrucción de las cepas permite a los máspotentes negociantes jugar su papel de compradores de tierrasen las economías locales o de abastecerse fuera sin demasiadosproblemas. En Málaga o en Moguer la crisis significó la desapa-rición del viñedo y la ruina de las empresas exportadoras fami-liares, pero en Jerez la crisis supuso la consolidación del pro-ceso que antes mencionábamos; las grandes casas dispusieronde medios para reconstruir las viñas perdidas, el sistema decrianza en soleras y las compras de caldos foráneos (rechazadosya por el merŭado francés) permitieron la continuidad de lasexportaciones (F. Zoido Naranjo, 1978, b.); el viñedo que nose reconstruye fue el menos invadido por estar sobre are-nas, el más repartido y con' vinos de peores calidades. En de-fitiitiva, la crisis reafirmó las estructuras capitalistas del negociovinatero jerezano. AI mismo tiempo desaparecieron los vi-ñedos serranos de las provincias de Cádiz y Córdoba (M. LomaRubio, 1978).

Con posterioridad, la organización jurídica de los aspectosvitivinícolas ha venido a consolidar los intereses de los máspotentes. La creación del Consejo Regulador del Jerez estuvoimpulsada por las principales casas extractoras y su reglamentoes una prueba patente de las limitaciones impuestas al pequeñocultivador. La continuidad de las exportaciones, el paso a la

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fabricación de destilados y licores, el embotellado y la tipifica-ción, la difusión en casi todo el mundo del jerez, han hechogirar a todo el viñedo bajoandaluz alrededor de él.

Todo ésre proceso puede ser entendido como la entrada delos intereses industriales en la producción agrícola. Durantetodo el siglo actual el viñedo andaluz, en su conjunto, no hacesado de crecer en superficie y de integrarse verticalmente conlas industrias vinícolas. D^ una parte el oligopolio, normal-mente encubierto, en torno al jerez; de otra, ya en la posgue-rra, la proliferación de viñedos con caldos de baja calidad,plantados inicialmente por la demanda francesa y posterior-mente reconstruidos, han surtido el mercado interior de vinosde pasto, primero a granel, posteriormente en garrafas y, final-mente, embotellados bajo los auspicios de nuevos oligopolios,incluso de compañías multinacionales.

En definitiva, el monocultivo se ha afianzado en unas pocascomarcas, que pese a la creación en ellas de consejos regulado-res de denominaciones de origen, funcionan principalmentecomo satélites del gran negocio vinatero del sur, el de Jerez.Las áreas vitícolas menores o bien mantienen un viñedo vincu-lado exclusivamente al consumo local, o bien embotellan vinopropio o no importa de qué origen, con destino al Ĉonsumobarato de diario.

III. LAS TIERRAS REGADAS

Introducción

E1 carácter negativo del balance hídrico y la irregularidad enla distribución intraanual de las pcecipitaciones son las causasprimarias de que el regadío haya tenido siempre en la agricul-tura andaluza un importante papel; papel jugado no sólo en loconcreto y directamente real -por ejemplo, influyendo sobrela producción cuantitativa o cualitativamente-, sino también enla argumentación: el tema del regadío ha estado implícito en eldiscurso político que, en torno a la función social del agro,constituye una de las principales constantes ideológicas en lahisroria reciente de Andalucía.

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Fuentes arqueológicas y escritas dan fe de un uso agrícolaanciguo en toda la región de aguas rodadas, elevadas o, incluso,reteñidas en pequeños embalses. Perviven, además, técnicas dedistribución y modos de organización social de su reparto entrelos campesinos andaluces que, asimismo, revelan el largo pa-sado que aquí tienen los riegos. Sin embargo, hoy no resultafácil generalizar sobre los regadíos andaluces.

Hay lugares, incluso zonas o comarcas, donde la disponibili-dad de aguas para regar da lugar a usos diferentes del sueloagrícola, afianza el minifundismo y, con él, aparece una organi-zación específica del territorio en la que, morfológicamente,trascienden el mosaico de aprovechamientos, la dispersión delhabitat y la alta densidad de la red viaria. En otras partes deAndalucía el regadío no ha supuesto cambios relevantes en lautilización de los terrazgos, persiste la gran propiedad casi sinatenuación y, en conjunto, se reproducen las fisonomías pre-vias de los secanos.

Estas últimas situaciones podrían inclinarnos a pensar queno resulta útil tomar el regadío como punto de vista desde elque diferenciar ámbitos rurales andaluces. Ello sería quizácierro si aquí nos limitásemos a presentar los aspectos formalesde dichos paisajes rurales, si no quisiéramos más que describir-los, pero es nuesrro propósito intentar su explicación y, si esnecesario entender por qué en determinadas ocasiones uso in-tensivo del suelo y riegos coinciden, de la misma manera espreciso razonar sobre las causas que potencian la . siruacióncontraria, ninguna de ellas es evidente; a este respecto recorda-remos que tan tópica puede ser la imagen del vergel andaluzcomo la del latifundio, de.ambas se suele hacer uso demagó-gico.

La superficie regada y su evolución

Según un reciente informe (MOPU, 1978) en Andalucía se`riegan más de medio millón de hectáreas que significan aproxi-madamente el 13 por 100 de la superficie labrada total; estaproporción es sólo ligeramente inferior a la media nacional(14 por 100).

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CUADRO 5

Distribución provincial del regadío andaluz en 1978

Provrnciar

Superfrcie

regada

% .robretuperfi^cie

% entotal

(milet ha) labrada regada

Almería 63,1 23,2 11,6

Cádiz 30,6 9,6 5,6

Córdoba 62,2 7,9 11,5

Granada 108,7 18,0 20,0

Huelva 6,2 3,0 1,1

Jaén 72,8 10,0 13,4

Málaga 44,5 11,9 8,2

Sevilla 154,6 18,2 28,5

Totales 542,7 13,1 100,0

Fuente: MOPU, 1978.

Las cifras anteriores están lejos de marcar el límiie de ex-tensión de los regadíos andaluces; solamente la regulación yaprevista del Guadalquivir puede dar en el futuro una superficietotal regable próxima al medio millón de hectáreas (448.077según R. Grande Covian, 1973 ); es preciso añadir, que a la cifraglobal actual la cuenca del río Grande sólo aporta el 65 por 100.

Los historiadores han especulado ampliamente sobre la ex-tensión de lo Ĉ regadíos andaluces en época altomedieval, pe-ríodo en el que, al parecer, alcanzan su máxima difusión histó-rica, excepción hecha de las etapas más recientes; crónicas,relatos de viajeros y textos diversos afirman su existencia portoda la región, pero ni ellos ni la escasez de restos arqueológi-cos permiten hacer precisiones. Entre los estudiosos de esaetapa del pasado se ha generalizado también la idea de que apartir del siglo XiII, durante todo el proceso de cambio político,cultural y económico que englobamos bajo el término de recon-quiata, se produjo una verdadera reordenación^del territorio quetuvo entre otras consecuencias la de la práctica desaparición delregadío en el occidente andaluz. Pese a que esta última generali-

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zación debe ser tomada con reservas, yá en las fuenres escritascorrespondientes a la Modernidad apenas si se mencionan rega-díos en Andalucía, aunque siguen siendo abundantes las alusio-nes a la feracidad de sus tierras, y a partir del siglo XVIII y,sobre todo, durante el XIX el beneficio del riego es reclamadopor los escritores y los políticos como una posibilidad perdida.Con todo, lo cierto es que a principios de la actual centuria lamay_oría de las tierras regadas andaluzas se situaban en las pro-vincias orientales. ^

CUADRO 6

Distribución provincial del regadío andaluz en 1904

ProvinciatSuperjicie

regsda% eutota!

(mrler ha) mgada

Almería 15,0 7,8Cád iz 6, 3 3, 3Córdoba 5,9 3,0Granada 106,4 5 5,1Huelva 1,7 0,9Málaga 2 7, 2 14,1Jaén 26,1 13, 5Sevilla 4,5 2,3

Totales 193,1 100,0

Fuente: Junra Consultiva Agronómica, 1904.

En términos cuantitativos aparece, pues, cierta correlaciónentre regadío tradicional y oriente andaluz de una parte, y entrenuevos regadíos y provincias occidentales. Sería, sin embargo,excesivamente simplista querer entender los regadíos andalucesa panir de la oposición entre lo moderno y lo tradicional, ysería cuanto menos falso presentarlos dicotomizando entre lasIlamadas «Andalucía Oriental» y«Andalucía Occidental», comosi estas denominaciones (de dudosos límites y de uso frecuen-

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temente más interesado que objetivo) explicaran por sí y notuvieran que ser explicadas a su vez. Es nuestro propósitoabordar las tierras regadas andaluzas en tres epígrafes generales,las huercas tradicionales, las hoyas y vegas orientales de regadíotradicional y los nuevos regadíos béticos, tratando de matizardentro de ellos; pero antes de pasar a esto nos parece oportunoinsistir brevemente en la correlación mencionada.

En la mitad oriental de Andalucía (esencialmente en las

provincias de Málaga, Granada y Almería) los superiores riesgos

de la agricultura de secano, la mayor facilidad para manipular

los caudales de agua y el mantenimiento multisecular del rega-

dío han creado en los campesinos una mentalidad en la que elagua se valora como recurso prioritario. En la Depresión, terri-

torio que en conjunto goza de mayor pluviometría y hacia el

que fluye la escorrentía de la mayor parte de Andalucía, el

regadío con base en la tradición es, por el contrario, múy

escaso y resultado de planes recientes que han aportado simul-

táneamente agua a grandes extensiones; en muchas explotacio-

nes del territorio bajo andaluz el agua es valorada sólo como

una forma de asegurar la cosecha, como un medio más de

producción. En definitiva se trata de dos procesos con duracio-

nes muy diferentes, que han dado lugar a distintas mentalidades

en torno al agua de riego, dato que no debe ser olvidado.

Las huertas tradicionales

La.r cau.ra.r de .ru ubicación

Es raro el pueblo andaluz que carece de un pago de este

tipo, ya que con frecuencia los núcleos de asentamiento se han

emplazado junto a los veneros, arroyos y ríos que pueden

engendrarlos. En las huertas tradicionales se recurre, indistinta-

mente a caudales de dichos orígenes.

El riegó con aguas subálveas presenta gran variabilidad decaudales, según sectores geológicos. Así en Sierra Morena losacuíferos no suelen tener gran dimensión, en especial en laspizarras impermeables; más frecuentes y abundantes pueden seren otros materiales. La escasez es también norma en la Depre-

" sión del Guadalquivir, dado el predominio de margas miocéni-cas impermeables; aquí los escasos niveles freáticos coinciden

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con los terrenos permeables de la base (gravas o arenas) y laterminación, tales como las calizas y arenas del mismo Mioceno,o con series de depósitos coluviales y terrazas cuaternarias. Enlos arenales del litoral, a caudales medios o abundantes hay queañadir lo bonancible del factor térmico, para entender especia-lidades productivas huertanas. Las montañas béticas presentanmás diversidad respecto a las aguas subterráneas; hay importan-tes acuíferos en sectores calizos y en los bordes de las depre-siones interiores, pequeñas reservas en mantos coluviales ycerrazas fluviales y ausencia casi total de agua en los sectores demateriales impermeables (margas, flysch y rocas metamórficas).Los regadíos con aguas subterráneas predominan, pues, en losámbitos calizos subbéticos y prebéticos y en los arenales coste-ros; escasean, sin embargo, en la Depresión y en Sierra Morena.

A las huertas con origen en aguas subterráneas hay que unir

las formadas en las llanuras aluviales a partir del riego con aguas

elevadas o desviadas de arroyos y ríos. Por razones topográfcasen los parajes serranos son como estrechas «cintas» y más

amplias en los valles de la Depresión, aunque las formas aloma-

das de los terrenos miocenos tampoco han facilitado el desarro-llo espacial de estas huertas.

Si se exceptúan las vegas y hoyas orientales (incluidas en elparágrafo siguiente) los rasgos predominantes del regadío tradi-cional son su exigĈidad y su ubicuidad. El raquitismo de estashuertas es especialmente chocante a lo largo de los grandes ríos(Guadalquivir, Genil, Guadajoz, Guadalete), donde a la pre-sencia del agua se une la existencia de los fértiles terrenosaluviales de las vegas; su explicación está principalmente enhechos humanos, concretamente; en la permanencia de la granpropiedad que ha usado las tierras feraces de la misma maneraque los terrenos mediocres o de baja calidad.

A la presencia regular, relativamente, en el territorio regio-nal de estos pequeños conjuntos regados hay que buscarleexplicación en otras dos causas: la aspiración al autoabasteci-miento de productos alimenticios de lugares mal comunicados,y el esfuerzo de los pequeños cultivadores por orientar sustierras hacia la obtención de producciones finales de alto valory, en definitiva, por crear explotaciones autárquicas en las qúeemplear al máximo la fuerza de trabájo familiar. Estas razones

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hacen comprensible, por otra parte, que en un medio físico másadverso -como en general es el del interior de las Ĉerrasorientales andaluzas-, con agua a veces muy escasa, peoressuelos, mayor aridez y temperaturas más bajas (amén de fre-cuentes inversiones térmicas en vegas y fondos de valle) hayapervivido la tradición huertana morisca.

Lo.r aprovechamiento.r tradicionale.r

La inercia cultural de estas huertas, en gran medida relacio-nada con su orientación secular al autoabastecimiento campe-sino, no permite vislumbrar en ellas los cidos de aprovecha-miento que aparecen en las grandes vegas como la granadina;pero tampoco se puede hablar aquí dé inmovilismo ni de fun-cionalidades siempre idénticas. Muchas de ellas de origen árabe,en especial en el ámbito morisco, debieron sufrir probable-mente la cerealización que impusieron los repobladores cristia-nos; y todas ellas, según noticias parciales del catastro de Ense-nada, presentan en el siglo XVIII una gran variédad de cultivoy desorganización en sus rotaciones, dentro de las cuales cabe .descubrir unas constantes y distintos supuestos según la especia-lización de los secanos en torno a sus condicionamientos ecoló-gicos, sobre todo climáticos.

A todas las huertas se les demanda producciones que com-pletan la autarquía campesina y que los secanos no puedenofrecer, a saber hortalizas y frutales, textiles (lino, cáñamo ymoreras) y maderas de construcción y carpintería (álarnos. blan-cos y negros). Pero, además, si los secanos circundantes sonmuy endebles, la huerta tiene que subvenir a las necesidades dela básica trilogía mediterránea, olivo-vid-trigo, y,. a veces, al-mendros, tal es el caso de la de Zujar (G. Cano García, 1971).En otros casos es bien visible la constante del trigo en larotación, porque en la comarca no es suficiente el del secano 0porque las temperaturas apenas si facultan los productos horto-frutícolas (caso de huertas de pequeños valles serranos); frentea ellos es ostensible la ausencia casi co^tal de cereales en lashuertas de la Depresión con entorno de secano cerealista.

Durante el siglo XIX y el primér tercio del XX se repitecasi sin variación la situación precedente; las fuentes insisten en

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que los genuinos aprovechamientos huertanos son «hortalizas,frutales e hilazás», en forma pionera y selectiva van apareciendoalgunos cultivos nuevos como remolacha y cítricos. En esteperíodo los textiles se irán extinguiendo; la desaparición de lanavegación a vela produce el hundimiento del cáñamo; el algo_dón apenas ha entrado en los regadíos andaluĈes aunque su

fibra ya se ha generalizado en los tejidos. Pero, exceptuandoestos hechos, hasta la actual y total desorganización del sistemahuertano, todo seguirá igual.

Antes de abordar la situación acrual conviene precisar cómose comercializaban los productos específicos de estas huertas ycuál era su significado en la dieta del pueblo andaluz. Es posibledistinguir varias situaciones en relación con el destino de losproductos huertanos.

Existía, en primer lugar, el autoconsumo familiar o corti-jero; en momentos muy determinados del año, y no todos losaños, el excedente del consumo familiar era vendido en lapropia casa del agricultor. Podían aparecer, además, unos pocospequeños cultivadores forzados a especializarse por la exig ŭ idadde sus predios en este tipo de producción; eran también ven-dedores de sus cosechas en sus casas, en el mercado local y porlas calles del pueblo, o de los núcleos próximos. Es ésta la

figura singular y tradicional del hortalano quien, diversificando eintensificando al máximo el uso del suelo de su pequeña huerta,consigue tener productos que vender durante todo el año. Enestos dos primeros caso‚ nunca prosperó una organización co-mercial distinta a la de los cultivadores, ya que no cabe tildarde tal a los reUendedore.r y carguero.r que podían desplazar losproductos a los pueblos algo más alejados.

En otras partes se aprecia más especialización y difusióncomercial. Ello se relaciona siempre con una oferta mayor,hecho que a su vez se explica o por mejores posibilidadesnaturales para el riego (es el caso de una huerta de grantradición como la de Castro del Río que en el siglo XVIIImedía 300 fanegas, del membrillar de Puente Genil y delnaranjal de Palma del Río), o por proximidad a núcleos urbanosimportantes, como sucede en las colinas del Aljarafe y losAlcores que flanquean Sevilla o en las huertas litorales de labahía de Cádiz. Esteban Boutelou, en su Di.rcurro .robre la agri-

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cultura andaluza (1859), dice que en los navazos de Sanlúcar deBarrameda «se surten de legumbres y hortalizas tempranas ytardías los principales mercados de Sevilla y Cádiz», posible-mente la rapidez de la navegación a vapor remontando el Gua-dalquivir y el cabotaje por los núcleos de la bahía explican esteprecedente temprano de una agricultura especulativa que hoyalcanza una extensión muy superior a las 300 aranzadas señala-das por Antoine de Latour en 1858. -

Por otra parte, el significado alimentario de estas huenas esmuy superior a su importancia cuantitativa que raramente supe-raba el 1 por 100 de la superficie agraria útil. En efecto, lainsuficiente dieta alimenticia del pueblo andaluz sólo se diversi-fiĈaba durante «la época de la fruta», aunque ésta tambiénimplicase la aparición de enfermedades gastrointestinales y elrecrudecimiento de las crónicas enfermedades oftálmicas. Elpueblo, mal nutrido siempre, concedía gran importancia al acon-^tecimiento, que hasta marcaba una fase en los ciclos lúdicos delos niños, puesto que, por algún tiempo, se interrumpía ymejoraba la dieta de siempre.

La crisis actual

La irrupción de una economía generalizada de cambio (lafase avanzada del capitalismo) propiciada por el desarrollo delos transportes; junto con un aumento del nivel de vida, hapermitido que los productos hortícolas de otras regiones espa-ñolas o de los grandes regadíos andaluces, Ileguen a todos losnúcleos de la región a precios similares o más baratos, duranteperíodos estacionales más amplios y, a veces, con mejores cali-dades. Ante esto, la rutina de los honelanos en sus formasculturales y, sobre todo, la ausencia de estructura comercial seha desencadenado la crisis de las huertas tradicionales.

Dicha crisis ha dado lugar a diversas reacciones. Una ha sidoel abandono puro y simple de muchos regadíos minúsculos porlas causas generales indicadas más otras específicas: especial.incidencia de la emigración; imposibilidad de encontrar medieroso de pagar un hortelano; ocupación del espacio huertano de losruedos, fondos de valle y litoral por las edificaciones, etc. Enotros casos (huertas medias) se sigue cultivando y regando, pero lacerealización o progresión de los culrivos de secano es la norma.

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En las mayores de estas huertas tradicionales, donde apare-cía socialmente definido el grupo de los hortelanos o donde lascondiciones naturales y la proximidad de los mercados urbanosapoyaron, la resistencia a desaparecer ha sido mayor, se hamantenido una agricultura muy productiva o, incluso, se hatransformado la parte huertana del terrazgo ampliándose e in-tensificándose. Ejemplos de esta última situación son los naran-jales de La Algaba y Palma del Río que han conectado con laexportación, los membrillares de Puente Genil que han logradodifundir ampliamente un producto elaborado y envasado, lashuertas de Cabra y Chipiona orientadas a la producción dehortalizas. El caso concreto de Chipiona es muy interesante;con sólo un pequeño paraje huertano a principios de siglo loschipioneros, rradicionalmente dedicados a la vid de vinificacióny dé mesa, han puesto en regadío en las últimas décadas unas700 hectáreas (25 por 100 de la superficie municipal) sin másayuda que la que normalmerite pueda alcanzar un pequeñoagricultor, desde 1962 han abierto un centenar y medio denuevos pozos con los que consiguen los caudales para regar susplanteles de hortalizas, en especial de zanahoria, producto en elque el pequeño pueblo de Chipiona obtiene la décima parte deltotal nacional (F. Zoido et altri, 1979). ^

Valorando en conjunto las observaciones hechas sobre las

huertas tradicionales se pone en evidencia el olvido en que

comúnmente ha caído este regadío, quizá por el deslumbra-

miento producido por las grandes transformaciones y coloniza-

ciones. Pero' los resulrados que éstas ofrecen (entraremos en

ello más adelante) no invalidan los argumentos que tradicional-

mente han venido dándose en defensa del pequeño regadío

(C. Rodríguez, 1903; P. Carrión, 1931) por su significación

productiva y social, especialmenre en regiones cuyo estanca-

miento económico conlleva un desempleo crónico. Con todo,

sin exagerar sus potencialidades, hay que convenir que consti-

tuyen un patrimonio que no se debe dilapidar y que debería ser

justamente valorado, aunque ello requeriría un inventar.io de

sus localizaciones y cabidas, el análisis detallado de su situación

cultural y de sus estructuras, así como de^ las reconversionesque reclaman.

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Los regadíos de las vegas y hoyas orientales

La.r cau.ra,r de .tu carácter genuino

Aunque en determiiiados aspectos las tierras que incluimosen este epígrafe den manifestaciones similares a las señaladaspara las huertas tradicionales y teniendo siempre en cuenta quela práctica del riego difícilmente se disocia en forma absoluta dela agricultura de secano, la mayor significación superficial de lasáreas regadas y, sobre todo, su trascendencia económica y socialrevelan ámbitos rurales específicos, distintos también, por sularga trayectoria histórica y por los resultados en que ésta semuestra hoy, de las áreas recientemente transformadas.

La mayor importancia superficial que alcanza aquí el regadíopuede ser relacionada con las dificultades impuestas por otrosaspectos del medio físico a las prácticas agrícolas. Hacia el estese extreman en Andalucía las condiciones generales de aridez;la posición retrasa'da respecto a las direcciones dominantes delos flujos de masas de aire húmedo e inestable y el efecto debarrera de la topografía son causas principales de ello junto alsostenimiento de temperaturas que durante la mayor parte delaño rebasan los 15° C de media mensual. Por otra parte, unrelieve joven de formas abruptas, que contiene grandes exten-siones de pendientes fuertes en las que con frecuencia aflora laroca madre casi sin alteración, aparece como factor negativopara la agricultura; también puede entenderse en este sentidosu elevación ya que la altitud impone series de aprovechamien-tos de productividad decreciente.

Sin embargo, los mismos hechos repercuten también favo-rablemente, en especial en lo que al regadío se refiere. Laaltitud provoca la retención nival de las precipitaciones y conella una escorrentía más regular; su topografía abrupta, su com-plejidad tectónica y la abundancia de materiales permeables hanfacilitado, además de otras formas naturales de retención de lasaguas, las artificiales y en general la manipulación sencilla de loscaudales, dato imprescindible para comprender la presencia ydifusión del regadío en un estadio tecnológico menos desarro-llado que el actual. Hay que acudir también al relieve paraentender el aislamiento de las costas orientales, solanas res-guardadas de los vientos septentrionales y beneficiadas ademáspor el influjo de las aguas marítimas mediterráneas, de tempe-

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raturas altas y constantes, y por una insolación anual superioren muchos puntos a 3.000 horas.

Frente a los aspectos narurales que limitan las prácticasagrícolas reunir las aguas, de surgencias en albercas y balsas,perforar pozos y galerías, desviar los cursos ocasionales y apro-vechar las curbias como riego y fertilización, abancarlas, etc.,han sido las más constantes e importantes formas de hacer aptoy de capitalizar un agro pobre, durante la larga etapa de laagricultura tradicional.

En las zonas donde las condiciones de aridez se extreman laagriculrura de regadío es la única posible y en el pasado sólo leacompañaron la cogida de algunas plantas y frutos silvestres,una mínima cabaña caprina y la apicultura (j. L. Martín Galindo,1975). En los lugares donde ni la disponibilidad de agua ni desuelo cultivable permiten un amplio desarrollo de la agriculturade regadío, se . reproducen las condiciones de las pequeñashuertas ya estudiadas; así sucede, por ejemplo, en el municipiode Bayarque, en Almería (M.P. Torres Luna, 1972). Aparecencircunstancias especiales cuando, por el contrario, concurrencaudales importantes con mayores superficies cultivables, casode las vegas de Granada y Loja, de las hoyas interiores deGuadix y Baza, del valle de Lecrín y de los valles que conectancon el Mediterráneo como los de los ríos Guadalhorce, Guadal-feo, Añdarax y Almanzora, y de los deltas, hoyas y llamadaslitorales en que éstoĈ terminan en Málaga, Motril, Adra, etc.

Este amplio pero fragmentado conjunto puede ser subdivi-dido en dos subtipos que hoy se distinguen claramente porpresentar orientaciones productivas distintas. De una pane losregadíos de vegas y hoyas interiores manifiestan una clara ten-dencia al policultivo y a la integración vertical o por contrato delas producciones, de otras, las zonas regadas de la costa y losvalles mencionados se inclinan al monocultivo y se vinculan a laespeculación con productos exóticos o extraestacionales de altoprecio. Sus distintas posibilidades ecológicas y los diferentesprocesos seguidos aconsejas también hacer esta separación.

Lar tierra,r regada.r del interior: el ejemplo de la Vega de Granada

En las tierras regadas del interior, entre las que tomamoscomo ejemplo de mayor significación la Vega de Granada, si-

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guiendo en ello á M. C. Ocaña, 1974, el agua ha contribuidodesde tiempos remotos a la producción, el paisaje agrario «haidQ^ surgiendo a consecuencia del regadío» y éste que práctica-mente «no ha salido de los límites que ruviera en época musul-mana», ocupa actualmente el 50 por 100 de la superficie culti-vada.

Durante la mayor parte de su historia estos terrazgos hansido cultivados por pequeños agricultores. La distribución detierra en lotes pequeños o medianos, creada por los repartimien-tos cristianos, se alteró posteriormente en lo que a propiedad serefiere, pero las desamortizaciones y el éxito económico quedurante el último cambio de siglo permitió a los cultivadores deremolacha azucarera comprar las tierras que explotaban, hanvenido a corregir esa tendencia inclinándola a favor de la reduc-ción de la propiedad media y a hacer coincidir de nuevo propie-dad y explotación.

La disponibilidad de abonos y las dificultades de desagĈenatural en las zonas más bajas fueron las limitaciones más impor-tantes que tuvo la agricultura tradicional de regadío en la Vega.Ello explica que aún en el siglo XVIII se den en ella el barbechoblanco y la práctica de unas rígidas y medidas rotaciones; noobscante, estas tierras se mantuvieron en un largo y fructíferoequilibrio que posibilitó el logro de altas densidades de pobla-ción en aumento continuo, tanto por crecimiento vegetativocomo por inmigración. Los cereales, en especial el trigo, estuvie-ron en la base de una agricultura que tuvo como objetivo princi-pal la subsistencia y el abastecimiento de la ciudad; hacia el sigloXVIII se habían extendido en la Vega los primeros cultivos«industriales», particularmente el cáñamo, aprovechamiento queentra en decadencia en el último tercio del siglo pasado y viene aser sustituido por la remolacha azucarera, premonitoriamenteintroduŭ ida por la Sociedad Económica de Amigos del País,antes de la pérdida de las últimas colonias.

EI cultivo de la remolacha azucarera en la Vega no tienesolamente la significación de haber dado a esta zona su mejoretapa económica, simultáneamente introduce una agricultura másmodema, intensiva y dinámica, que incorpora los abonos minera-les y en la que los caudales disponibles llegan a ser insuficientes,pero también será una agricultura más dependiente de intereses

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extraagrarios. A1 éxito de la remolacha le sucederán los deltabaco, la patata, el lino..., coyunturas comerciales sucesivas dé-ciden estas alternancias que producen además la introducción deaprovechamientos aún preseníes en estas tierras y que significanla eliminación del estatismo de las alternativas de la agriculturatradicional. Según M. C. Ocaña, desde 1950, la Vega «pasa poruna etapa de desorientación» en la que vuelven a pesar fuerte-mente los cereales (55 por 100 de la supe^cie regada), bajan losculcivos industriales (remolacha y tabaco, 12 por 100), se extie^-den más que nunca los aprovechamientos verdaderamente.inten-sivos (hortalizas, patatas y praderas, 24 por 100) y, sin embargo,las choperas alcanzan una décima parte del total regado.

Se trata quizá de la evolución lógica espérable, el resultadode la diversidad de reacciones habidas en un área en la queprevalece la exploración familiar minifundista, las cuales se hanadaptado a la nueva situación económica de manera muy flexible,aplicando a sus tierras la fuerza de trabajo intensamente a vecesy en otras ocasiones empleándola fuera de la explotación, mo-delo casi general en la pequeña agriculrura actual. La nuevaorientación ha dado lugar a que se inicie un giro funcional muysignificativo, secularmenté la Vega había sido un área inmigrato-ria, hóy se. apunta una situación nueva en la que aparece laemigración, aunque por ahora sólo con carácter estacional.

Por extensión superficial, potencialidad derivada de suelos yclimatología, proximidad y centralidad de un núcleo urbano im-portante, la Vega de Granada puede ser considerada como elámbito regado con más y mejores posibilidade Ĉ ; todas las otraszonas que pueden ser incluidas en este tipo de regadío hantenido evoluciones menos dinámicas, en ellas han permanecido

^ más tiempo las formas culturales de la agricultura tradicio^al yen todas ellas el impacto de la nueva racionalidad económica seha manifestado con el desencadenamiento de la emigración. Enla comarca de Baza, donde el regadío supera las 10.000 ha.,aunque no llega a cubrir el 10 por 100 de la superficie labrada;se ha producido una importantísima pérdida de efectivos huma-nos, entre 1950 y 1970, la emigración neta équivalió a la mitadde la población existente en la fecha inicial (G. Cano García,1974).

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Las tierras regadas del litoral

Comparando las tierras regadas del litoral con las del interior,se aprecian mayores similitudes en las formas tradicionales devaloración que en las actuales. El conjunto es más fragmentario y.más discontinuo y no sólo por las interrupciones físicas queimpone la naturaleza abrupta del relieve, también porque láevolución reciente de estas,zonas regadas las han llevado a situa-ciones de monocultivos diferentes.

Generalmente se ha utilizado el dato del aislamiento, másexactamente de la dificultad de comunicaciones con el interior,para explicar la otra característica principal de la producciónagraria de estas tierras: su vocación comercial; pero posiblé-mente éste es un hecho reciente, salvo para algunos artículosconcretos. Se hanpodido reconocer situaciones, por ejemplo enépoca morisca, en las que las zonas regadas de los valles y dellitoral se comportaron como intensos policultivos, única formade lograr los niveles de subsistencia (J. L. Martín Gálindo, 1975).La expulsión de esta etnia y la inseguridad de las costas medite-rráneas en el siglo xvl, se unieron a la decadencia en que entróel cultivo de la caña, a causa de su expansión en Indias, para daruna etapa de semiabandono en estas tierras (A. DomínguezOrtiz-B. Vincent, 1978).

La caña azucarera es el aprovechamiento que más largamenteha simbolizado las excepcionales condiciones climáticas de estesector de la costa andaluza. De amplia difusión desde la étapamusulmana hasta el siglo xvI, llegará casi a desaparecer en lasdos centurias siguientes, hasta que a mediados del xIx vuelva aexpandirse tras la introducción de nuevas variedades y de técni-cas industriales que permitieron a los ingenios azucareros espa-ñoles fabricar un producto competitivo (E. García Manrique,1972); las nuevas iniciativas industriales adquiéren formas neta-mente capitalistas al intentar dominar y racionalizar el cido com-pleto de la producción; los industriales compran tierras, las pre-

paran para el regadío, haciendo costosas inversiones, realizan unaagricultura más moderna que importa el guano peruano comoabono, etc. No obstante, la caña, que en su nuevo impulso vino asustituir un efímero resurgimiento del también tradicional cultivodel algodonero, no ha salido nunca del rnarco de la pequeña

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explotación y si acrualmente el cultivo subsiste se debe a ella.Las propias características de este aprovechamiento, .tales

como la fuerte exigencia en mano de obra y el relativamentebajo valor de la producción.bruta, y también la competencia quepor su espacio físico han establecido los frutales subtropicales,han dado lugar a una neta regresión de la caña, y a que hoy sólo.tenga como seguras para sus plantaciones las zonas bajas y en-charcadizas. Su mayor persistencia en la zona de Motril se ex-plica por razones de índole social, concretamente la existencia deun numeroso grupo de pequeños arrendatarios ligados al Ĉultivo.

Entre los frutales exóticos o subtropicales, el chirimoyo y elaguacate son cultivados desde antiguo; se incorporan desdeAmérica y su adaptación está documentada desde el siglo xvtlt,pero durante mucho tiempo no pasaron de ser unos pocos árbo-les dispersos útiles sólo en el autoconsumo familiar; el nísperodel Japón Ileva poco tiempo en la zona. En conjunto ocupan hoypoco más de 600 hecráreas (E. García Manrique, 1978), con-centradas principalmenre en el valle del río Verde, en las cerca-nías de Almuñécar.

Las frutas tradicionales de la costa mediterránea han sidonaranjas y uvas; estos aprovechamientos ocupan más de 12.000 y6.000 has., respectivamente. Los naranjos se expanden desde elnone, ocupando generalmente las tierras bajas, como en ei vallede Lecrín (F. Villegas Molina, 1972); los parrales son exclusiva-mente almerienses. Ambos productos se unen al minifundio ygozan de un pasado exportador; en la mencionada Memoria de1904 de la Junta Consultiva Agronómica se señala orgullosa-mente que de la famosa uva de embarque «se envían todas lasmejores clases a Liverpool, Londres, New York, Hamburgo, Co-penhague, Marsella y otros puntos del extranjero».

Esra modalidad especulativa de la agricultura del litoral orien-tal andaluz ha hecho eclosión con los cultivos enarenados exten-didos hoy desde Motril hasta el Campo de Nijar. Este esmeradoconjunto de técnicas que se vincula a la producción de hortalizasextraestacionales es de implantación reciente (J. Bosque Maurel,1964), podrían por tanto ser entendidos los ámbitos en que seimplantan como parte de los nuevos regadíos andaluces, pero suéxito se ha debido en parte a la previa existencia de los riegos;en conjunto, como veremos, hay muchas razones pata no asimi-

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larlos a ese otro tipo que trataremos en el parágrafo siguiente.Su rápida difusión da hoy una superficie total imponante,

casi 20.000 has., la mayor parte de dicha cifra se sitúa en elCampo de Dalías. La comarca con sus 14.000 has. de .enarenadoses hoy núcleo y símbolo de esta agricultura especulativa y alta-mente capitalizada. Durante los años 40 y los primeros de ladécada siguiente el agua aportada por pozos de escasa profundi-dad y por una galería excavada en el siglo XIX, permitía cultivarunos centenares de hectáreas en Aguadulce, El Egido y GuardiasViejas, dedicadas principalmente a la producción de trigo ycebada, prácticamente el 95 por 100 de la superficie del Campode Dalías quedaba sin utilidad agrícola (C. Mignon, 1974). En1940, la zona fue declarada «de interés nacional», se empieza labúsqueda de aguas subterráneas y comienza la actuación del INCpara la compra, transformación y distribución de tierras; entredicha fecha y 1956, los cambios son mínimos, pero con posterio-ridad se desencadena una verdadera fiebre especuladora con lastierras y el agua; la inversión privada ha acudido ampliamente ala zona no reparando en el alto coste de la transformación(millón y medio de ptas./ha., en 1978, según E. García Manri-q ue ).

Entre 1950 y 1970, el Campo de Dalías ha quinruplicado su

población, gracias a la masiva incorporación de inmigrantes

atraídos por la oferta de, trabajo que los enarenados generan.

Este ámbito rural,al que, antes el regadío daba sólo la posibilidad

mínima de la subsistencia ha entrado de lleno en los mecanisrrmos

de una agricultura nueva e intensiva, y lo ha hecho tan rápida-

mente que hoy muestra un paisaje fuertemetite contrastado,

donde junto a las deficiencias generales de equipamiento que el

rápido crecimiento demográfico y la no muy rápida actuación

gubernativa han posibilitado, aparecen tres tipos diferentes de

fisonomías: la tradicional de las tierras baldías, la pulida fachada

de los sectores de colonización oficial y la correspondiente a las

zonas de implantaciones espontáneas donde viviendas elementa-

les de autoconstrucción, instaladas a lo largo de las carreteras, en

la periferia de los núcleos y diseminadas por los campos, dan una

imagen dominante de désorganización, de gestión caótica (C.

Mignon, 1974).

Un último elemento debe ser tomado en consideración para

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enrender las formas hoy predominantes en un territorio queantes fuera valorizado casi exclusivamente por la presencia de laagriculrura de regadío; se trata del turismo, un fenómeno socialque se aprovecha de las mismas circunstancias climáticas quedieron a los regadíos de la costa la posibilidad de especular conproductos exóticos o tempranos.

Las actividades balnearias pueden ser entendidas en teoría

como una interesante fuente de ingresos para las economías

rurales del litoral andaluz; es evidente que este mecanismo ha

funcionado a ciértos efectos, pero en la Costa del Sol las incom-

patibilidades entre turismo y agriculrura se han resuelto mayori-

tariamente en contra de la segunda; rurismo y agricultura han

competidó por el agua, los capitales, la fuerza de trabajo y hasta

el mero espacio físico. EI turismo, que apareció inicialmente en

la costa andaluza como el milagroso motor de un rápido despe-

gue económico, que deslumbró a todos con su fachada moderna

y consumista, no genera por sí una situación coherente y estable

de desarrollo social.

Pese a la existencia de ciertos trabajos (C. Mignon, 1979)está aún por hacer la evaluación exhaustiva de las interferenciashabidas entre agricultura y turismo en la Costa del Sol, pero noqueda duda alguna de la aplicación de la lógica económica impe-rante, la del beneficio inmediato, según la cual los recursoser.istentes han sido puestos a disposición de la actividad másespeculativa, sin que importe el coyunturalismo de muchos as-pectos de ésta. -

Los nuevos regadíos béticos

La falacia de ru ju.rtificación .rocial

Aunque las transformaciones recientes de tierras de secanoen regadío han recaído en distintos lugares y comarcas de todáAndalucía y se han realizado a panir de caudales de muy distintoorigen, en el conjunro de los nuevos regadíos andaluces destacanlos que se vinculan a la escorrentía de la cuenca del Guadalquiviry a las tierras de su valle; a estos regadíos nos referimos princi=palmente en las páginas que siguen. •

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En las primeras páginas de este capítulo se ha señalado elhecho de que la superficie acrualmente regada en Andalúcíatriplica la existente a principios de siglo; la mayoría de estosnuevos regadíos son tan recientes que corresponden a aeruacio-nes de los últimos treinta años, no obstante para entenderlos espreciĈo retroceder algo más en el tiempo.

En 1859, Esteban Boutelou señalaba en su Di.rcurco .robre laagricultura andaluza que «nada contribuye más al aumento decosechas y de población que las acequias» y pedía para la regiónel desarrollo del regadío. En torno a dicha fecha empiezan aproliferar los reconocimientos del río y los proyectos de navega-ción, aparecen las primeras iniciativas de recuperación de tierrasmarismeñas y de regadíos por construcción de grandes embalses.Estas propuestas tan diversas, aunque en su mayoría no rebasaronnunca el carácter de proyecto, tuvieron repercusiones importan-tes; señalaron los lugares idóneos de cerrramientos, embalses yriegos, aportaron los conocimientos de base imprescindibles(aforos, datos geológicos y climáticos, etc.), pero, sobre todo,sirvieron para que más tarde, entrado ya el siglo actual, seŭomprendiera que el conjunto de la cuenca tenía que ser tra-tado como un todo.

En los estudios de la División de Trabajos Hidráulicos en1900, de la Comisión de 1906, en el Plan de aprovechámientointegral de la.r agua,r del Guadalquivir de 1928, se proyecta yasobre el conjunto de la cuenca; se prevé la articulación deembalses desde cabecera, las construcción de una única presa deimponancia sobre el río principal en el Tranco, se aprecia SierraMorena como un «vivero de pantanos» por la facilidad de en-contrar lugares de fácil cerrramiento, la impermeabilidad de los.vasos y la limpidez de las aguas, etc. Se intuyó además que, peseal propósito de aportar las aguas a tierras especialmente biendistribuidas, separadas entre sí, serán los terrenos de vegas opróximos a ellas los que acaben dibujando una larga bandaparalela al cauce del río; es preciso tener en cuenta este áspectode la concentración del regadío bajoandaluz pues, sin duda,contribuye de forma importante a explicar su funcionalidad pro-ductiva

Simultáneamente, pero fuera de Andalucía, se está produ-ciendo la incansable actividad de Joaquín Costa, apologeta e

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ideólogo del regadío, hasta el punto de afirmar que «la condiciónfundamenral del progreso agrícola y social de España estriba enlos alumbramientos y depósitos de aguas corrientes y pluviales».Sus ideas pusieron en marcha la Ilamada Política Hidráulica,conjunto de_ ideas y medidas de actuación que encontró susprimeras expresiones en los Planes Generales de Obras Hidráu-licas de 1902 y 1933 y que fueron sustancialmente efecruadasdurante la larga etapa de la dictadura franquista.

A lo largo del proceso descrito, a la vez que se formulanpropuestas de carácter técnico o se hacen discursos y mítinespidiendo la traída de aguas a las tierras de secano, se vanconsolidando planteamientos con un fondo productivista, so-cialmente engañosos. Para este enfoque el regadío supondría nosólo la disminución del riesgo en las cosechas y el incremento dela producción agraria, también el aumento del empleo, de lariqueza en general, y hasta la redistribución automática de lapropiedad y la tenenĈia de la tierra. Con base en estos argu-mentos, el regadío aparecía como una fuente de equilibrio ypaz social, y, en consecuencia, su costo debía ŭer sufragado porel Estado.

En el pretendido automatismo de la consecución de la justi-cia social esraba la falacia y en el pago por los presupuestospúblicos de las grándes . obras hidráulicas el interés de estaforma de argumentar. No hay en ella ninguna propuesta socialmás que la de la continuidad de lo existente, así se aprecia

^ claramente en la siguienre afirmación de Joaquín Costa: «el, díaque todas las aguas (...) se queden prisioneras en el Ilano (...)habrá para todos, renta y lujo para el rico, independencia ymesa prevista para el pobré, jornales altos .y continuos para eltrabajador, limosnas cuantiosas para el desvaliado...» Sin em-bargo, Ia proposición de que el Estado sufragara estas obras eranueva; en las primeras iniciativas de transformación (de Anto-nio de Mesa en los riegos de las Lomas de Ubeda en 1850, deJacobo Zobel Zangroniz para las marismas de Lebrija en 1870,del Ayuntamiento de Jerez para los riegos del Guadalcacín en1901, de Macario Golferich Losada para las tierras de Baza en1909, etc.), la empresa privada carga con los costos, si bieñexige a los propietarios de las tierras la contrapartida de entre-gar pane de éstas a cambio del beneficio del riego.

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Es imprescindible retener varios hechos principales produ-cidos en el proceso que se describe: las transformaciones reali-zadas se hicieron a partir de la inversión pública y ésta se hahecho prácticamente a fondo perdido y no ha generado expro-piaciones significativas. En el caso de Andalucía, en particularen la Depresión del Guadalquivir donde principalménte se hanubicado los nuevos regadíos, por las peculiares característicasdel régimen de apropiación de la tierra, la transformación habeneficiado ampliamente a grandes propietarios. Estos apoyaronlos planes de regadío en sus primeras fases con los tópicos aluso (creación de riqueza y de puestos de trabajo por la implan-tación de cultivos intensivos, etc.), posteriormente, ante la de-magogia fascista de los planes de posguerra, temieron las ex-propiaciones pero no sólo lograron eludirlas sino que consi-guieron convertir al Estado en el seguro comprador que adqui-rió parte de las tierras que se habíari transformado con "lospresupuestos públicos, pero que habían acumulado importantesplusvalías para el beneficio privado. Finalmente, a la hora deexplotar las tierras regadas los propietarios han acudido a lalógica económica del beneficio privado, desentendiéndose decualquier responsabilidad social específica y usando el suelo eñfunción de la rentabilidad de los cultivos.

El .rignificado productivo del regadío bético

Cuanto se acaba de señalar constituye, a nuestro juicio, elhilo principal del razonamiento preciso para entender los paisa-jes rurales de los nuevos regadíos bajoandaluces, no obstante es"preciso matizar algunas situaciones diferenciadas principales.

La primera gran obra hidráulica con repercusiones en laDepresión no recoge aguas del Guadalquivir, se trata de lapresa del Guadalcacín en la cuenca del Guadalete, cuya cons-trucción se terminó en la segunda década del siglo; son tambiénanteriores a la última guerra civil los embalses de Guadalme-llato, Jándula, Encinarejo, La Bréña, Cala y otros, pero la mayo-ría de estas construcciones fueron inoperantes de cara al rega-dío durante un largo período; antes de 1936 sólo aparecénsuperficies regadas significativas en las marismas, con aguasbombeadas, y con aguas de nuevos embalses en los riegos delGuadalcacín y del Valle Inferior del Guadalquivir; en éstos

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últimos se regaban en 1932 más de 11.000 hectáreas. Según J.Bosque Maurel ( 1978) al inicio de la guerra, el agua llegabaa unas 70.000 hectáreas de la cuenca, 25 años después la cifra seelevó a más de 163.000 y a principios de los 70 se rebasaronlas 200.000 hectáreas.

Las tierras regadas del valle no tienen todas la misma cali-dad; a las zonas de vega aluvial, óptimas topográfica y edáfica-mence, le siguen las más pedregosas de las terrazas diluviales,las alomadas margas miocénicas, los puntos de baja costa consubsuelos gleyficados y las casi estérilés zonas salinas mari Ĉme-ñas; salvo en estas últimas, en la mayoría de las tierras regablesbéticas se puede prácticar una variada gama de cultivos. Lascaracterísticas climáticas tambiéri aportan matices; la suavidadtérmica invernal del valle es casi general dada la penetraciónprofunda en él del influjo marítimo, en el curso inferior elriesgo de heladas es muy bajo, inferior incluso al de las costaslevantinas, sin embargo dicho riesgo aumenta valle arriba conrapidez, ya en Córdoba se producen heladas tardías 8 de cada10 años (C. Lovera, 1977). Aún así el largo cuarto de millón dehectáreas que se riegan en la Depresión constituyen uno de losconjuntos rerriroriales de mayor potencialidad productiva agra-ria de la Península y de Europa; es el aporte artificial de agua loque lo convierte en tal al eliminar el principal riesgo de laagricultura tradicional del área.

Desde un punto de vista global y sintético que incorporediferencias ecológicas e liistóricas relevantes pero que mantenga^la posibilidad de generalizar se podrían diferenciar en los nue-vos regadíos béticos tres situaciones principales: los arrozalesmarismeños, las grandes explotaciones regadas de las campiñasy las tierras de colonizáción.

El arrozal marirmeño

Entre los nuevos regadíos béticos los arrozales marismeñosconstituyen el conjunto más nítidamente diferenciado; este he-cho es resultado de la confluencia de circunstancias muy diver-sas. La marisma es un fenómeno reciente producido tras ^lacolmatación de un profundo pero somero entrante marino que

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en época hispanorromana se llamó Lacus Ligustinus. El medio

palustre posterior rriuy insalubre y poco útil es por tanto, unlugar prácticamente desierto; duranté siglos no tuvo otro usoque el de proporcionar unos aguanosos pastos invernales a lasvacadas que los ocupaban muy poco densamente. Hoy sin em-bargo, los arrozales cubren una superficie importante, en ellosse obtienen rendimientos que están a la cabeza de todos losmundiales y, por tanto, producciones de valor considerable.

Desde el repartimiento medieval los pastos marismeños fue-ron tierras del común de los vecinos de Sevilla, Coria y Puebladel Río; a comienzos de siglo pasado, bajo compromiso de sutransformación y puesta en cultivo, las tierras fiieron transferi-das por la Corona a la propiedad privada. E1 cambio de uso nose produjo en toda la centuria, pero la apropiación privada yano desapareció pese a la existencia de un litigio de medio siglode duración.

En 1870 se insistió, aunque sin éxito, en la posibilidad deun aprovechamiento más intenso. A partir de dicha fecha proli-feran las iniciativas de este signo, pero para que empiecen arealizarse cambios efectivos hay que esperar a la tercera décadadel siglo actual. En la transformación de las tierras marismeñasno hay una unión inmediata entre cultivo y arrozal, las primerasexperiencias no valoran el carácter salino de los suelos; otrosfracasos se debieron a la mera gestión empresarial y, por todoello, resulta excesivo atribuir -^omo comúnmente se hace- ala conflictividad social del primer tercio de siglo la falta deéxito de las primeras colonizaciones marismeñas. Las 22.000hectáreas actualmente cultivadas señalan que la actuación no hasido banal y que el sentido en que se ha hecho (dedicación alarrozal) es original y creador de un ámbito rural específico enel teriitorio andaluz (F. Zoido, 1973).

EI total superficial regado obtiene los abundantes eáudalesnecesarios directamente del río, por elevación eti varias estácio-nes de bombeo aguas abajo de Puebla, la última de las cualesse sitúa hacia el centro de Isla Mayor, ya muy próxima a lasaguas agrícolamente inutilizables del llamado «tapón salino» dela ría del Guadalquivir. La mayoría de estos arrozales se sitúanen el término municipal de Puebla del Río y quienes a ellos sevinculan habitan, principalmente, en tres núcleos (Alfonso XIII,

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Queipo de Llano y Villafranco) cuyos nombres revelan el mo-mento de los cambios más relevantes habidos en este sector dela misma.

Uno de los principales motivos de interés en la. compren-sión de los arrozales marismeños estriba en el hecho de que sutransformación se ha realizado por iniciativa de lá empresa pri-vada. ^Qué razones pueden explicar que no haya habido inter-vención estatal en este caso? Durante la guerra civil las autori-dades militares impulsaron el cultivo del arroz aquí, con élpropósito de abastecer de este producto de primera necesidadla zona adscrita al Gobierno de Burgos, pero la transformaciónreal se produjo después. Fue una operación de especulación contierras en un momento en que la ausencia de toda infraestruc-tura y el carácter insalubre de la• zona la convirtieron en unrefúgio para personas que no querían ser encontradas y que porello aceptaron pésimas condiciones laborales (A. Sánchez Ló-pez, 1979).

A la expansión del arrozal le correspondieron intensas mi-graciones estacionales, desde lugares muy diferentes y distantes,de todo el sur y la incorporación como pequeños y medianoscultivadores de un numenoso grupo de valencianos; los núcleosmarismeños apenas si alteraron su inorgánica fisonomía y, aconsecuencia del loteo en pequeñas parcelas, apareció un habi-tat diseminado de alta densidad, inhabitual en los campos delValle Bético.

Más recientemente, en las dos íiltimas décadas, se han pro-ducido en la marisma arrocera otro cambio de interés, el de la meca-nización total del cultivo. El consumo de arroz por persona dis-minuye al aumentar el nivel de vida y en España la producciónarrocera se convirtió por ello en excedentaria. Se ha contigen-tado la producción de arroz acotando las superficies cultivadas yse han asignado precios de protección bajos al arroz cáscara.Todo ello, junto a los cambios estructurales producidos en laeconomía española, ha forzado la mecanización. Con su implan-ración han desaparecido las migraciones estacionales, ha perdidofuncionalidad el hábitat diseminado -hoy mayoritariamenteruinoso- y hasta ha cambiado la ubicación temporal del ciclovegetativo de la planta que ha pasado a efecruarse en verano yotóño, .frente a su tradicional desarrollo en primavera y verano.

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EI número de jornadas de trabajo por unidad de superficie haquedado reducido al 20 por 100.

Como se ve una variación que primariamente pudiéramosvincular al plano de la tecnología del cultivo arrocero trasciendea otros aspectos fisonómicos y funcionales de las tierras maris-meñas. Michel Drain (op. cit., 1977) señala, que entre los cam-bios producidos entre 1961 y 1973 se aprecia además la caídade las rentas de la explotaciones arroceras; para mantener ren-tas brutas de niveles similares en uná y otra fecha (con pesetasconstantes, naturalmente) se necesitaba quintuplicar el tamañode la explotación; como es lógico el número de cultivadorescomienza a disminuir.

La.r grande.r explotacione.r regada.r de la.r campiña.r

En el conjunto de los nuevos regadíos son mayoritarios losque se realizan con aguas embalsadas, son los regadíos resultán-tes de la mencionada «Politica Hidráulica»; éstos han recaídoen un 80.por 100 de la superficie regable en propiedadesprivadas y ello ha supuesto un importante reforzamiento eco-nómico de muchos grandes terratenientes. Drain (op. cit., 1977)señala la presencia aĈtual en la provincia de Sevilla de dosexplotaciones de regadío con más de 3.000 hectáreas, y una conmás de 2.000.

Como anteriormente se apuntaba, disponer del agua suponíauna inmediata plusvalía de las tierras pero no un cambio en elmismo plazo de las orientaciones productivas; se pueden distin-guir varias etapas en el incumplimiento de las argumentacionespreviamente hechas en pro de la intensificación del uso de latierra. En las realizaciones hidráulicas más antiguas, mediannormalmente varias décadas enrre la construcción de la presa yla de las acequias, es el plazo en el que los propietarios Ĉonven-cen a la administración de que debe cargar no sólo con el costede los embalses, sino también con los de los canáles de deriva-ción y de las acequias. Cuando las acequias están hechas searguyen problemas técnicos, inexperiencia en los nuevos culti-vos propuestos, o falta de capital para realizar las inversionesnecesarias en regueras, utillaje, etc., o bien se argumenta con eltemor a una gestión compleja de las explotaciones que precisa-ban la inclusión de colonos o aparceros.

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En las transformaciones más tardías el riego ha sido más fácilen especial a panir de los años 60, rras la generalización de losaspersores. Con rodo la llegada del agua no supuso cambiosradicales en el uso de la SAU de las grandes explotaciones delvalle del Guadalquivir; la agricultura practicada siguió teniendocomo base a los cereales, al rrigo principalmente, y ha sido laalternariva a esre aprovechamienro la que ha cambiado. El algo-dón fue la gran novedad, reclamado por los reóricos de laPolítica Hidráulica no pasó, sin embargo, de ser el sucesor delas leguminosas de las rotaciones rradicionales; para M. Drain,el éxito de esre cultivo conrribuyó, paradójicamenre, a poten-ciar el paro estacional más que a resolverlo, pues precisaba másmano de obra en la cosecha que en el resto de tareas y laboresnecesarias. -

En realidad era el bajo nivel de los salarios el que permiríala exisrencia del llamado «cultivo social»; el regadío por sí noera considerado «más que como un complemento precioso,pero evenrual, para el culrivo de los cereales, como máximouna mejora aportada a los cultivos de secano, pero en ningúncaso como un cambio radical en la elección de los cultivos y enla forma de realizarlos» (M. Drain, op. cit. ). A1 final de los años60 la subida de los salarios erradicó el algodón de las grandesexploraciones; la remolacha azucarera, el maíz, el girasol le han'sustituido en un regadío que se extensiviza progresivamente, enpane gracias al apoyo que le presran en nuévas politicas deprecios, sin las contraparridas sociales reclamadas por sindicaroshasra ahora inexistentes.

Desde el momento en que los costes de la mano de obra sedisparan, algunas grandes empresas agrarias andaluzas cambianla estrategia; abandonan la secular inversión de los beneficiosen la adquisición de nuevas tierras y reinvienen los beneficiosen la propia explotación. Cesan así la «geofagia» de los grandesculrivadores, iniciada en las desamortizaciones, y la descapitali-zación. Esras empresas se han arriesgado a practicar cultivosante desconocidos, especularivos y atentos a la calidad y a losprecios. Han conseguido rerener parte del valor añadido en lapreparación y comercialización de los productos, y pese a supo-ner un intenso uso de las posibilidades productivas de la tierray a incorporar un nivel alto de empleo, han logrado inantener

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la panicipación relativa de los gastos de mano de obra en loscostes de producción ( B. Roux, I. Vázquez, 1975). Los ejem-plos de este ripo son, sin embargo, puntuales.

La.r tierrar de . colonización

Antes de que terminara la gúerra civil el Gobierno de Burgoshabía creado la instirución que revisaba las actuaciones delrepublicano Instituto de Reforma Agraria y cualquier otra ini-ciativa popular para alterar el tradicional esquema de reparto dela propiedad de la tierra. En 1939 el Instituto Nacional deColonización adoptaba la filosofía de la Junta Central de Colo-nización y Repoblación Interior para realizar un tipo de re-forma agraria que los teóricos de este hecho no han dudado encalificar de Ĉontrarreforma.

En Andalucía, como en otras partes del territorio español,las actuaciones de colonización no han Ílegado a cubrir más queuna pequeña parte de las áreas transformadas. Sirvan de ejem-plo las cifras de las cuatro provincias occidentales que en con-junto suponen menos de 4.000 colonos asentados sobre unasuperficie inferior a las 24.000 hectáreas. Su labor no puedeentenderse, pues, como una corrección importante del extre-moso régimen de propiedad.

En las memoria.r premiadas en el concurso que el Instituto deReformas Sociales organizó sobre «el problema agrario del surde España» y en las pocas actuaciones de la Junta de Coloniza-ción estáñ los precedentes de una política de cortas miras,fuertemente conservadora, pero disfrazada de acción sociali-zante por la fráseología nacional-sindicalista como la creacióti deuna clase campesina intermedia, equilibradora de la dicotomi-zada estructura social del agro andaluz. A la vista de los resul-tados de las colonizaciones cábe preguntarse sí este apoyo a laexploración familiar fue parte de una política agraria demasiadointuitiva aunque bienintencionada o una mera actuación dema-gógica con un estudiado propósito de mantener inalterables losprincipales elementos de la estructura agraria.

Actualmente, en las explotaciones de colonización en. elValle Bético predominan los mismos cultivos extensivos que seencuenrran en el regadío latifundiario, y aún en el secano del

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mismo carácter, con la excepción de la mayor pervivencia delalgodón; la mayoría de las explotaciones han abandonado suanterior vinculación al ganado. Puede decirse, pues, que elcolono andaluz no ha hecho suya la propuesta prodúctivista delos cécnicos e ideólogos de la colonización.

Puesto el acento del planificador sobre la familia y sobre lacreación del aparato externo de una comunidad, no se impulsóel sentido de lo comunitario, ni se favoreció la áutonomía delos nuevos colectivos con nada, ni siquiera con la mínima capa-cidad administrativa del hecho municipal. En consecuencia, traspasar un rígido período de tutela, el colono y su familia hacenel uso lógico, en cada caso, de las posibilidades de su situación.Detentadores (la mayoría aún en precario) de unas parcelasexiguas en las que predominan las tierras mediocres o malaĈ delas que se desprendieron sus anteriores propietarios, y condisponibilidad muy distinta de fuerza de trabajo familiar, apli-can ésta según sus características compositivas, alli donde seobtienen rentas más altas, dentro o fuera de la explotación esoes secundario; difícilmente reconocen posibilidades económicasa azarosas y voluntaristas émpresas comunitarias, ni aprecianseñas de identidad propia en núcleos de población que hanrecibido enteramente hechos y cuyo funcionamiento estaba mi-nuciosamente reglamentado con anterioridad a su ocupación.

E1 colono y su familia no desdeñan el trabajo a jornal fuerade la explotaŭión y se constituyen con ello en reserva o incre-mento de la mano de obra menos valorada; por otra parte, lamayoría de los pueblos de colonización se hallan en una situa-ción de estancamiento o incluso de retroceso demográfico, nohan .superado el marco que les fue diseñado, ni han podidoretener el crécimiento natural de sus poblaciones iniciales (J. J.Romero y F. Zoido, 1977).

Estos hechos pueden ser entendidos como el devenir de unaplanificación insuficiente, pero también pueden servit paracuestionar la más mínima intención reformadora. Los costos alos que se ha realizado la tansformación en regadío y la coloni-zación indican que el gasto rotal en el primer aspecto -reali-zado mayoritariamente en beneficio privado- es superior alsegundo y, al precio unitario resultante, una reforma verdade-ramente ámplia y significativa sería inabordable.

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Naturalmente Ĉiempre puede argumentarse a favor de lofiecho con los beneficios derivados para la colectividad de as-pectos de la transformación tales como la disminución delriesgo de inundaciones derivado de la construcción de embal-ses, o de la utilidad púbíica de los nuevos caminos y carrete-ras, etc., pero este tipo de consecuencias tienen necesariamenteque producirse si se efectúan obras como las señaladas. Plantearcorrectamente el problema de la reforma agraria en Andalucíaes buscar la forma concreta de influir sobre las estructurasagrarias en tal medida que se impida el fortalecimienro de lasestrategias de los grandes terratenientes y que el antiguo dua-li^mo social se aminore, haciendo más semejantes las posibili-dades de poder de las clases extremas; desde luego no lo eshacer jugar al grupo sacial de los colonos, respecto de la granpropiedad del regadío, el papel del pelentrín del secano, variasdécadas después de que éste haya desaparecido.

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