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UN MARIDO IDEAL OSCAR WILDE

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Libros Tauro

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PERSONAJES

CONDE DE CAVERSHAM, Caballero de laJarreteraVIZCONDE GORING, su hijo.SIR ROBERT CHILTERN, barón, subsecretariode Asuntos Extranjeros.VICOMTE DE NANJAC, agregado a la embajadafrancesa de Londres.EL SEÑOR MONTFORD MASON, mayordomode Sir Robert Chiltern.PHIPPS, criado de Lord Goring.JAMES y HAROLD, lacayos.LADY CHILTERNLADY MARKBYCONDESA DE BASILDONSRA. MARCHMONTMABEL CHILTERN, hermana de Sir RobertChiltern.SRA. CHEVELEY

ESCENARIOS DE LA COMEDIA

ACTO I.- La sala octogonal de la casa de Sir RobertChiltern, en Grosvenor Square.ACTO II. - Sala de recibo matinal de la casa de SirRobert Chiltern.

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ACTO III. - Biblioteca de la casa de Lord Goring,en la calle Curzon.ACTO IV. -- El mismo del acto IIEPOCA: Actual.LUGAR: Londres.

La acción de la comedia se desarrolla en eltranscurso de veinticuatro horas.

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TEATRO ROYAL, HAYMARKETEmpresario único: Sr. Herbert Beerbohm TreeDirectores. Sr. Lewis Waller y Sr. H. H. Morell

Enero 3 de 1895

REPARTO

CONDE DE CAVERSHAMSr. Alfred BishopVIZCONDE GORINGSr. Charles H. HawtreySIR ROBERT CHILTERNSr. Lewis WallerVICOMTE DE NANJACSr. Cosmo StuartSR. MONTFORDSr. Harry StanfordPHIPPSSr. C. H. BrookfieldMASONSr. H. DeaneJAMES (lacayo)Sr. Charles MeyrickHAROLD (lacayo)Sr. GoodhartLADY CHILTERNSrta. Julia Nelson

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LADY MARKBYSrta. Fanny BroughCONDESA DE BASELDONSrta. Vane FeatherstonSRA. MARCHMONTSrta. Helen ForsythMABEL CHILTERNSrta. Maud MillettSRA. CHFVELEYSrta. Florence West

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ACTO I

La sala octagonal de la casa de Sir Robert Chiltern, enGrosvenor Square. El aposento está brillantemente

iluminado y lleno de huéspedes.

En el remate de la escalera está parada Lady Chiltern, unamujer de grave belleza griega de unos veintisiete años de edad.Recibe a los invitados a medida que suben. Sobre cl pozo de

la escalera pende una gran araña con luces de cera, queiluminan un enorme tapiz francés del siglo dieciocho, donde se

representa el Triunfo del Amor, de un dibujo de Boucher,desplegado sobre la pared de la escalera. A la derecha está la

entrada al salón de música. Se oye apenas el rumor de uncuarteto de cuerdas. La entrada de izquierda conduce o otros

salones de recepción. La señora Marchmant y LadyBasildon, dos mujeres muy hermosas, están sentadas sobre un

sofá Luis XVI. Son tipos de exquisita fragilidad. Sus

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afectados modales poseen un delicado encanto. A Watteau lehabría gustado pintarlas.

SEÑORA MARCHMONT. - ¿Va esta noche a casade los Hartlock, Margaret?LADY BASILDON. - Seguramente. ¿Y usted?SEÑORA MARCHMONT.- Sí. Sus fiestas sonespantosamente aburridas..., ¿verdad?LADY BASILDON.- Espantosamente aburridas!Nunca se por qué voy. Nunca sé por qué voy atodas partes.SEÑORA MARCHMONT. -Vengo aquí en buscade ilustración.LADY BASILDOX. - ¡Ah! ¡Detesto la ilustración!SEÑORA MARCHMONT. - Lo mismo yo. Eso laubica a una casi al mismo nivel de las clasescomerciales..., ¿verdad? Pero nuestra queridaGertrudis Chiltern me dice siempre que yo debieratener en mi vida algún objetivo serio. De modo quevengo aquí para tratar de encontrarlo.LADY BASILDON. - (Mirando a través de sus imper-tinentes.) Esta noche no veo a una sola persona quepueda ser considerada un objetivo serio. El hombre

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que me acompañó a la mesa para cenar no hizo sinohablarme de su esposa.SEÑORA MARCHMONT. Qué actitud trivial!LADY BASILDON. - ¡Terriblemente trivial! ¿Dequé habló su caballero?SEÑORA MARCHMONT. De Mí.LADY BASILDON. - (Lánguidamente.) ¿Y leinteresó la conversación?SEÑORA MARCHMONT. - (Meneando la cabeza.)Ni en lo más mínimo.LADY BASILDON. - ¡Qué mártires somos,Margaret!SEÑORA MARCHMONT. - (Levantándose.) ¡Ycómo nos sienta eso, Olivia!(Ambas se levantan y van hacia el salón de música. ElVicomte de Nanjac, un joven attaché conocido por suscorbatas y su anglomanía, se acerca inclinándose pro-fundamente e interviene en la conversación.)MASON. - (Anunciando a los invitados desde el remate dela escalera.) El señor y la señora Jane Barford. LordCaversham.(Entra Lord Caversham, un viejo caballero de setenta años,que luce la banda, y la estrella de la Jarretera. Un hermosotipo de whig. Se parece bastante a un retrato de Lawrence.)

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LORD CAVERSHAM. - ¡Buenas noches, LadyChiltern! ¿Ha estado aquí el inútil de mi hijo?LADY CHILTERN. -(Sonriendo.) No creo que LordGoring haya llegado aún.MABEL CHILTERN. (Acercándose a Lord Caversham-) ¿Por qué llama usted inútil a Lord Goring?(Mabel Chiltem es un perfecto ejemplar del tipo inglés debelleza, el tipo del manzano en flor. Tiene toda la fragancia yexuberancia de la flor. En sus cabellos juegan repetidas veceslos rayos solares, y su pequeña boca, de labios entreabiertos,es expectante, como la boca de una niña. Posee la fascinadoratiranía de la juventud y el sorprendente valor de la inocencia.A la gente cuerda no le evoca obra alguna de arte. Peroparece en realidad una estatuita de Tanagra y le fastidiaríabastante si se lo dijeran.)LORD CAVERSHAM. - A causa de la vida ociosaque lleva.MABEL. - ¿Cómo puede usted decir semejantecosa? Su hijo pasea a caballo por el Row a las diezde la mañana, va a la ópera tres veces por semana,cambia de ropa cuando menos cinco veces diarias ycena fuera todas las noches de la temporada. Ustedno llamará a eso una vida ociosa.. ., ¿verdad?

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LORD CAVERSHAM. - (Contemplándola con unbondadoso fulgor en los ojos.) Es usted una jovensumamente encantadora!MABEL. Qué amable es usted al decir eso, LordCaversham! Venga a visitarnos con mayor frecuen-cia. ¡Usted sabe que recibimos siempre losmiércoles, y usted tiene tan buen aspecto con suestrella!LORD CAVERSHAM. - Actualmente no hagovisitas. Estoy cansado de la sociedad londinense.No me importaría que me presentaran a mi sastre:éste siempre vota como es debido. Pero me opongoenérgicamente a que me envíen a cenar con lamodista de mi mujer. Nunca he podido aceptar lossombreros de Lady Caversham.MABEL. - ¡Oh! ¡La sociedad londinense me gusta!Creo que ha mejorado muchísimo. Está formada ensu totalidad, ahora, por hermosos idiotas brillanteslocos. Precisamente como debe estarlo la sociedad.LORD CAVERSHAM- Hum! ¿A qué categoríapertenece Goring? ¿A la de los hermosos idiotas o ala otra?MABEL. - (Con gravedad.) Me he visto obligada, porel momento, a clasificar a Lord Goring en una

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categoría aparte. Pero está evolucionando de unmodo encantador.LORD CAVERSHAM. - ¿Para convertirse en qué?MABEL. - (Con leve reverencia.) Confío en poderdecírselo muy pronto, Lord Caversham.MASON. - (Anunciando a invitados.) Lady Markby, laseñora Cheveley.(Entran Lady Markby y la señora Cheveley. Lady Markbyes una mujer agradable, bondadosa, democrática, de cabellogris a la marquise y fino encaje. La señora Cheveley, que laacompaña, es alta y bastante delgada. Sus labios, muy finos ypintados, dibujan una línea escarlata sobre un rostro pálido.El cabello de un rojo veneciano, la nariz aguileña y lagarganta larga. El colorete acentúa la palidez natural de sucutis. Sus ojos verde-grises se mueven incesantemente. Visteun traje color heliotropo, con diamantes. Se parece bastante auna orquídea y excita no poco la curiosidad. En todos susmovimientos acusa mucha gracia. En total, es mi obra dearte, pero que revela la influencia de demasiadas escuelas)LADY MARKBY. - ¡Buenas noches, queridaGertrudis! ¡Cuán amable ha sido usted al permitirmetraer a mi amiga, la señora Cheveley! ¡Dos mujerestan encantadoras deben conocerse!LADY CHILTERN. - (Avanza hacia la señora Cheve-ley, con dulce sonrisa. Luego, se detiene bruscamente y se

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inclina, con cierta reserva.) Creo que la señora Cheveleyy yo ya nos hemos conocido en otra oportunidad.Ignoraba que había vuelto a casarse.LADY MARKBY. - (Con amabilidad.) Oh... Actual-mente, la gente se casa con toda la frecuenciaposible... ¿verdad? Eso está muy en boga. (A laduquesa de Maryborough.) ¿Cómo está el duque,querida duquesa? Débil aun del cerebro, supongo...¿no es así? Después de todo, era de esperarse. . .,¿no le parece? Su buen padre era igual. Nada comola estirpe..., ¿verdad?SEÑORA CHEVELEY. - (Jugando con su abanico.)Pero..., ¿nos hemos conocido verdaderamente enotra oportunidad, Lady Chiltern? No logro recordardónde, He estado ausente de Inglaterra durantetanto, tiempo...LADY CHILTERN. - Hemos estado juntas en laescuela, señora Cheveley.SEÑORA CHEVELEY. -(Con arrogancia.) ¿Deveras? He olvidado completamente mis tiempos ,!ecolegiala. Tengo la vaga impresión de que fuerondetestables.LADY CHILTERN. - (Con frialdad.) ¡No mesorprende!

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SEÑORA CHEVELEY. - (Con su mayor dulzura)¿Sabe que estoy realmente ansiosa por conocer a suinteligente marido, Lady Chiltern? Desde que haactuado en la Cancillería, se ha hablado tanto de élen Viena... Actualmente, han logrado ya escribircorrectamente su nombre en los periódicos. Eso,por sí solo, significa ya la fama en el continente.LADY CHILTERN. - ¡No creo que haya en comúnentre usted y mi marido, señora Cheveley! (Se aleja.)VICOMTE DE NANJAC. - Ah, chére Medame, quellesurprise ¡No la he vuelto a ver a usted desde Berlín!SEÑORA CHEVELEY. - Sí. Desde Berlín,Vicomte. ¡Hace cinco años!VICOMTE DE NANJAC. - Y está más joven ymás bella que nunca. ¿Cómo se las compone?SEÑORA CHEVELEY. - Imponiéndome la normade hablar solamente con gente absolutamenteencantadora, como usted.VICOMTE DE NANJA.C. - ¡Oh! ¡Usted mehalaga! ¡Me adula, como dicen aquí!SEÑORA CHEVELEY. ¿Dicen eso? ¡Quécostumbre espantosa!VICOMTE DE NANJAC. - Si, tienen un lenguajemaravilloso. Debiera estar más difundido.

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(Entra Sir Robert Chiltern. Un hombre de cuarenta años,pero que representa algo menos. Afeitado con pulcritud, defacciones hermosamente delineadas, cabello y ojos obscuros.Una personalidad de nota. No es popular: pocaspersonalidades lo son. Pero es admirado intensamente porunos pocos y profundamente respetado por muchos. Lopeculiar en su porte es una distinción perfecta, con, un levetoque de altanería. Se lo advierte consciente de su éxito en lavida. Un temperamento nervioso, de aire fatigado. La boca,firmemente cincelada, y el mentón, contrastan de un modollamativo con la expresión romántica de los ojos hundidos. Elcontraste sugiere una separación casi absoluta de pasión eintelecto, como si el pensamiento y la emoción estuviesenaislados, cada cual en su esfera, por algún violento esfuerzodel poder de la voluntad. Hay nerviosidad en las aletas de sunariz y en las manos pálidas y afinadas. Sería inexactocalificarlo de pintoresco. El pintoresquismo no puedesobrevivir a la Cámara de los Comunes. Pero a Van Dyckle habría gustado pintar su cabeza.)SIR ROBERT. - Buenas noches, Lady Markby. ¿Su-pongo que habrá traído usted a Sir John?LADY MARKBY. - Oh... He traído a una personamucho más encantadora que Sir John. El carácterde Sir John, desde que se ha consagrado seriamentea la política, se ha vuelto insoportable. A decir

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verdad, ahora que la Cámara de los Comunes estátratando de, ser útil, hace muchísimo daño.SIR ROBERT. - Confío en que no suceda eso, LadyMarkby. Sea como fuere, estamos haciendo todo loposible por derrochar el tiempo público.. . ¿no esasí? Pero. . . ¿quién es esa persona encantadora queusted, ha tenido la amabilidad de traernos?LADY MARKBY. - ¡Se llama la señora Cheveley!Pertenece, supongo, a la rama de los Cheveley delDorsetshire. Pero, en rigor, no estoy muy segura.Las familias están tan mezcladas, hoy... En realidad,por regla general, todos resultan en definitiva otrapersona.SIR ROBERT. - ¿La señora Cheveley? Me parecerecordar el apellido.LADY MARKBY. - Acaba de llegar de Viena.SIR ROBERT. Ah, sí! Creo saber a quién se refiere.LADY MARKBY. - La señora Cheveley va allí a to-das partes y sus amistades se ven envueltas enescándalos tan agradables. . . Verdaderamente,tendré que ir a Viena en el invierno próximo.Supongo que habrá un buen chef en la embajada.SIR ROBERT. - Si así no fuera, el embajadordebería ser retirado de allí ciertamente. Sírvaseseñalarme a la señora Cheveley. Me gustaría verla.

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LADY MARKBY. - Permítame que lo presente. (Ala señora Chevelby.) ¡Querida, Sir Robert Chilteun seestá muriendo por conocerla!SIR ROBERT. - (Inclinándose.) Todos se están mu-riendo por conocer a la brillante señora Cheveley.Nuestros agregados de Viena no escriben sobre otracosa.SEÑINORA, CHEVELEY. - Gracias, Sir Robert.Una relación iniciada con un cumplido tiene todaslas probabilidades de transformarse en una auténticaamistad. Esta, comienza bien. Y acabo de descubrirque ya conozco a Lady Chiltern.SIR ROBERT. - ¿De veras?SESTORA, CHEVELEY. - Sí. Lady Chiltern acabade recordarme que hemos sido compañeras decolegio. Evoco eso perfectamente, ahora. Ellaobtenía siempre e premio a la buena conducta.¡Conservo el más nítido recuerdo de que LadyChiltern obtenía siempre el premio a la buenaconducta!SIR ROBERT. - (Sonriendo.) ¿Y qué premios obteníausted, señora Cheveley?SEÑORA CHEVELEY. Mis premios llegaron enuna etapa posterior de mi vida. Creo que ninguno

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de ellos fue por mi buena conducta. ¡He olvidado yaeso!SIR ROBERT. - ¡Estoy seguro de que fueron poralgo delicioso!SEÑORA CHEVELEY. - No sé si a las mujeres selas recompensa siempre por ser deliciosas. ¡Creoque, habitualmente, se las castiga por ello! ¡Lo ciertoes que muchas mujeres envejecen hoy, más quenada, a causa de la fidelidad de sus admiradores! ¡Almenos, ésa es la única explicación con que, justificoel aterrador aspecto ojeroso y macilento de lamayoría de las mujeres bellas de Londres!SIR ROBERT. - ¡Qué filosofía espantosa! ¡Tratar declasificarla a usted, señora Cheveley, sería unaimpertinencia. Pero permítame la pregunta. .. En elfondo ¿es usted optimista o pesimista? Ésas parecenlas dos únicas religiones elegantes que nos quedanhoy.SEÑORA CHEVELEY. - Oh... Ni lo uno ni lootro. El optimismo empieza con una ancha sonrisay el pesimismo termina con unos anteojos azules.Además, ambos son meras poses.SIR ROBERT. - ¿Prefiere usted ser natural?SEÑORA CHEVELEY. - A veces. Pero ésa es unapose tan difícil de mantener...

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SIR ROBERT. - ¿Qué dirían de semejante teoríaesos novelistas modernos de quienes tanto se oyehablar?SEÑORA CHEVELEY. - Oh.. . La fuerza de lasmujeres proviene del hecho de que la psicología nopuede explicarnos. Los hombres pueden seranalizados, los mujeres.. . solamente adoradas,SIR ROBERT. - ¿Cree usted que la ciencia nopuede habérselas con el problema de las mujeres?SIAORA CHEVELEY. - La ciencia nunca puedehabérselas con lo irracional. Por eso, no tieneporvenir en este mundo.SIR ROBERT. - Y las mujeres representan lo irra-cional.SEÑORA CHEVELEY. - Las mujeres que vistenbien, sí.SIR ROBERT. - (Inclinándose, cortésmente.) Temo quedifícilmente podría estar de acuerdo con usted, enese sentido. Pero, siéntese.. . Y dígame, ahora. . .¿Qué le hace abandonar su brillante Viena pornuestro sombrío Londres?. . . Salvo que la preguntasea indiscreta.SEÑORA CHEVELEY. - Las preguntas jamás sonindiscretas. Las respuestas, cuelen serlo.

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SIR ROBERT. - En cualquier caso... ¿podría sabersi se trata de política o de placer?SEÑORA CHEVELEY. - La política es mi únicoplacer. Como usted comprenderá, hoy no es debuen tono flirtear hasta los cuarenta años omostrarse romántica hasta los cuarenta y cinco, demodo que a nosotras, las pobres mujeres quetenemos menos de treinta y cinco añoso que así lodecimos, sólo nos queda la política o la filantropía.Y la filantropía, a mi parecer, se ha convertidosimplemente en el refugio de la gente que quierefastidiar a sus prójimos. Prefiero la política. Creoque. . . ¡nos sienta mejor!SIR ROBERT. - ¡Una vida política es una carreranoble!SEÑORA CHEVELEY. - A veces. Y otras veces,un juego hábil, Sir Robert. Y en ocasiones, algo muyengorroso.SIR ROBERT. - Y para usted... ¿qué es?SEÑORA CHEVELEY. - Una combinación de lastres cosas. (Deja caer su abanico.)SIR ROBERT. (Recogiéndolo.) ¡Permítame!SEÑORA CHEVELEY. Gracias.

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SIR ROBERT. - Pero usted no me ha dicho aúnqué le hace honrar tan repentinamente a Londres.Nuestra temporada ha terminado, o poco menos.SEÑORA CHEVELEY. - ¡Oh! ¡La temporada deLondres no me importa! Es demasiado matrimonial.La gente se dedica a cazar maridos o a ocultarse deellos.Yo quería conocerlo a usted. Es la pura verdad.Usted sabe cómo es la curiosidad de la mujer. ¡Casitan grande como la del hombre! Yo sentía inmensosdeseos de conocerlo y... de pedirle que hiciera algopor mí.SIR ROBERT. - Confío en que no se tratará dealguna pequeñez, señora Cheveley. Las pequeñeces,he podido comprobarlo, son tan difíciles.. .SEÑORA CHEVELEY. - (Después de reflexionar unmomento.) No. No creo que se trate de unapequeñez.SIR ROBERT. - ¡Cuánto me alegro! Dígame de quése trata.SEÑORA CHEVELEY. - Más tarde. (Se levanta.) Y,ahora... ¿podría recorrer su hermosa casa? He oídodecir que sus cuadros son seductores. El pobrebarón Arnheim. . . -¿recuerda al barón?- solía

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decirme que usted poseía algunos Corotsmaravillosos.SIR ROBERT. - (Con un sobresalto casi imperceptible.)¿Conoció usted bien al barón Arnheim?SEÑORA CHEVELEY. - (Sonriendo.) Intimamente.¿Y usted?SIR ROBERT. - En otros tiempos.SEÑORA CHEVELEY. - Era un hombremaravilloso... ¿verdad?SIR ROBERT. - (Después de una pausa.) Un hombrenotable en muchos sentidos.SEÑORA CHEVELEY. - A menudo, me parecelamentable que el barón Arnheim no haya escritosus memorias. Hubieran sido muy interesantes.SIR ROBERT. - Si; el barón conocía bien a loshombres y las ciudades, como los antiguos griegos.SEÑORA CHEVELEY. - Sin la terrible desventajade que una Penélope lo esperara en su casa.MASON. - Lord Goring.(Entra Lord Goring. Treinta y cuatro años, pero siempredice ser más joven. Un rostro inexpresivo y de buena estirpe.Es inteligente, pero no le gustaría que lo creyeran así.Petimetre impecable, lo fastidiaría el que lo consideraranromántico. Juega con la vida V está en buenísimas relaciones

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con el mundo. Le agrada ser un incomprendido. Ello le sirvede cómoda base estratégica.)SIR ROBERT. - ¡Buenas noches, mi queridoArturo! Señora Cheveley, permítame que le presentea Lord Goring, el hombre más perezoso deLondres.SEÑORA CHEVELEY. - Ya nos conocemos conLord Goring.LORD GORING. - (Inclinándose.) No creí queusted me recordara, señora Cheveley.SEÑORA CITEVELEY. - Fiscalizoadmirablemente mi memoria. ¿Sigue usted siendosoltero?LORD GORING. - YO... así lo creo.SEÑORA CHEVELFY. - ¡Qué romántico es eso!LORD GORING. - Oh... Nada tengo deromántico.No soy lo bastante viejo para eso, Les dejo elromance a mis mayores.SIR ROBERT. - Lord Goring es el producto delBoodle's Club, señora Cheveley.SEÑORA CHEVELEY. - Honra realmente a esainstitución.LORD GORING. - ¿Puedo preguntarle si tiene elpropósito ele quedarse largo tiempo en Londres?

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SEÑORA CHEVELEY. - Eso depende en partedel tiempo, en parte de la cocina y en parte de SirRobert.SIR ROBERT. - Supongo que no pensará lanzarnosa una guerra europea.SEÑORA CHEVELEY. - ¡No hay peligro, porahora! (Se despide de Lord Goring, meneando la cabeza ycon aire divertido, y sale con Sir Robert. Lord Goring seacerca lentamente a Mabel.)MABEL. Ha llegado usted muy tarde!LORD GORING. - ¿Ale ha echado de menos?MABEL. - ¡Terriblemente!LORD GORING. - Entonces, lamento no haberestado ausente durante algún tiempo más. Esperoque me echen de menos.MABEL. - ¡Qué egoísmo!LORD GORING- Soy muy egoístaMABEL. - Usted me habla de sus defectos, LordGoring.LORD GORING. - Hasta ahora, apenas si lo heenumerado la mitad de ellos, Miss Mabel!MABEL. - ¿Son muy graves los demás?LORD GORING. - ¡Es espantoso! Pienso en ellosde noche, me quedo dormido en forma instantánea.

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MABEL. - La verdad es que sus defectos me en-cantan. No me gustaría que perdiese uno solo deellos.LORD GORING. - ¡Qué amabilidad de su parte!Pero, por lo demás, usted siempre es amable. Entreparéntesis, quiero formularle una pregunta, MissMabel. ¿Quién trajo aquí a la señora Cheveley? ¿Esamujer de vestido color heliotropo, que ha sido delsalón con su hermano?MABEL. - He visto que Ir traía aquí Lady Markby.¿Por qué me lo pregunta?LORD GORING. - Hace años que no la veo. E, soes todo.MABEL. - ¡Qué razón absurda!LORD GORING. Todas las razones son absurdas.MABEL. - ¿Qué clase de mujer es la señoraCheveley?LORD GORING- Oh! ¡Un genio de día y unabeldad de noche! MABEL. - Me inspira ya aversión.LORD GORING. - Eso revela su admirable buengusto.VICONDE NANJAC. - (Acercándose.) Ah... Lajoven inglesa es el dragón del buen gusto... ¿verdad?Todo un dragón del buen gusto.

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LORD GORING. - Así nos lo dicen siempre losperiódicos.VICOMTE. - Leo sus periódicos ingleses. Meparecen entretenidos.LORD GORING. - Entonces, mi querido Nanjaces indudable que usted debe leer entre líneas.VICOMTE. - Me gustaría hacerlo, pero miprofesión me pone reparos. (A Mabel.) ¿Podría tenerel placer de al salón de música, mademoiselle?MABEL- (Con aire muy decepcionado.) ¡Encantada,Vicomte! ¡Completamente encantada! (Voliéndosehacia Lord Goring.) ¿No viene usted al salón demúsica?GORING. - No haré tal cosa, si ejecutan músicaallí, miss Mabel.MABEL- (Serenamente.) La música está en alemán.Usted no la comprendería.(Sale con el Vicomte de Nanjac. Lord Caversham se acercaa su hijo.)LORD CAVERSHAM. - ¡Y bien, caballero! ¿Quéhace usted aquí? ¡Despilfarra su vida, como decostumbre! Usted debiera estar en cama, caballero.¡Se acuesta muy tarde! ¡He oído decir que bailónoches asadas hasta las cuatro de la mañana en lafiesta Lady Rufford!

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LORD GORING. Solamente hasta las cuatromenos cuarto.LORD CAVERSHAM. No comprendo cómopuede usted soportar a la sociedad londinense. Estáconvertida en una verdadera ruina, en un grupo denulidades que hablan de nada.LORD GORING. - Me gusta hablar de nada, papá.Es el único tema del cual sé algo.LORD CAVERSHAM. - Me parece que está ustedviviendo para el placer.LORD GORING. - ¿Para qué otra cosa se puedevivir papá? Nada madura tanto como la dicha.LORD CAVERSHAM. - Es usted un hombre sincorazón, caballero. Le falta corazón en absoluto.LORD GORING. - Espero que no, papá. ¡Buenasnoches, Lady Basildon!LADY BASILDON. - (Arqueando dos bellas cejas.)¿Usted aquí? No creí que asistiera a las fiestaspolíticas.LORD GORING. Adoro las fiestas políticas. Es elúnico lugar donde la gente no habla aún de política.LADY BASILDON. - Me encanta hablar depolítica. Hablo de ella durante todo el día. Pero meresulta insoportable escuchar lo que dicen de ella losdemás. No sé cómo pueden aguantar esos largos

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debates los infortunados miembros de la Cámara delos Comunes.LORD GORING. - No escuchando.LADY BASILDON. - ¿De veras?LORD GORING. - (Con el aire más serio del mundo.)Naturalmente. Verá usted... Es muy peligroso escu-char cuando se habla de política. Escuchando, exposibilidad de convencerse: y el hombre que se dejaconvencer por un argumento, es una personaabsolutamente irrazonable.LADY BASILDON. - ¡Ah! ¡Eso explica tantascosas que nunca he comprendido en los hombres ytantas cosas que los maridos nunca aprecian en lasmujeres!SEÑORA MARCHMONT. - (Con un suspiro.)Nuestros maridos jamás aprecian nada en nosotras.¡Tenemos que buscar a otros que lo hagan!LADY BASILDON. - (Enfáticamente.) Sí. Siempre aotros..., ¿verdad?LORD GORING. - (Sonriendo.) Y ésa es la opiniónde las dos damas cuyos maridos tienen fama de serlos más admirables de Londres.SEÑORA MARCHMONT. - Esa es, precisamente,lo que no podemos soportar. Mi Reginaldo es tanimpecable que no me deja la menor esperanza. ¡Por

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momentos, basta suele ser insufriblementeimpecable! El conocerlo no causa la menoremoción.LORD GORING. - ¡Qué cosa terrible! ¡A decir ver-dad, eso debiera estar más difundido!LADY BASILDON. - Basildon es igualmentelamentable: es tan doméstico como si fuese soltero.SEÑORA MARCHMONT. - (Oprimiendo la mano deLady Basildon.) ¡Mi pobre Olivia! Nos hemos casadocon maridos perfectos y nos vemos bien castigadaspor ello.LORD GORING. - Yo creía que los castigadoseran los maridos.SEÑORA MARCHMONT. (Irguiéndose.) ¡Oh! No,por cierto! ¡Son todo lo felices que se puede ser! ¡Yen cuanto a su confianza en nosotras, es trágica porlo absoluta!LADY BASILDON. - ¡Perfectamente trágica!LORD GORING. - ¡O cómica, Lady Basildon!LADY BASILDON. - Cómica no, por cierto, LordGoring. ¡Qué perverso es usted al sugerir semejan, ecosa!SEÑORA MARCHMONT. - Terno que LordGoring esté en el bando enemigo, como siempre.

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Lo he visto conversar con esa señora Cheveley alentrar.LORD GORING. - ¡Hermosa mujer la señoraCheveley!LADY BASILDON. (Ceremoniosa.) Le ruego que noelogie a otras mujeres en nuestra presencia. ¡Bienpodría esperar a que lo hiciéramos nosotras!LORD GORING. - Esperé.SEÑORA MARCHMONT. - Pues no pensamosponderarla. He oído decir que la señora Cheveleyestuvo el a noche en la ópera y le dijo a TommyRufford en la cena de medianoche que, a juzgar porlo que podía apreciar, la sociedad londinense estabaformada exclusivamente por maritornes ypetimetres.LORD GORING. - Tiene razón. ¿Acaso todos loshombres no son maritornes y todas las mujerespetimetres?SEÑORA MARCHMONT. - (Después de una pausa.)¡Oh! ¿Cree usted, realmente, que fue eso lo quequiso decir la señora Cheveley?LORD GORING. - Naturalmente. Y fue unaobservación muy razonable de la señora Cheveley,por cierto.(Entra Mabel y se acerca al grupo.)

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MABEL. - ¿Por qué hablan ustedes de la señoraCheveley? ¡Todos están hablando de la señora Che-veley! Lord Goring, dice... ¿Qué dijo usted de laseñora Cheveley, Lord Goring? Ah... Ya recuerdo.Dijo que era un genio de día y una beldad de noche.LADY BASILDON. - ¡Qué horrible combinación!¡Cuán poco natural!SEÑORA MARCHMONT. - (Con su aire mássoñador) ¡Me gusta mirar a los genios y escuchar a lagente hermosa!LORD GORING. - ¡Ésa es una actitud morbosa desu parte, señora MarchmontlSEÑORA MARCHMONT. - (El rostro iluminado poruna expresión de auténtico placer.) Cuánto me alegraoírle decir eso... Marchiliont y yo estamos casadosdesde hace siete años y nunca me dijo que yo eramorbosa... Los hombres son tan dolorosamentepoco observadores...LADY BASILDON. (Volviéndose hacia ella.) siempreoí decir, querida Margaret, que usted es la personamás morbosa de Londres.SEÑORA MARCHMONT. - ¡Oh! Pero ustedsiempre fue muy comprensiva, Olivia.

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MABEL. - ¿Es morboso el querer comer? Siento ungran deseo de comer. Lord Goring..., ¿me serviráusted un poco de cena?LORD GORING. - Con sumo placer, Miss Mabel.(Se aleja con ella.)MABEL - ¡Cuán espantosamente se ha portado us-ted! ¡No me ha dirigido la palabra en toda la noche!LORD GORING. - ¿Cómo hubiera podidohacerlo? Usted se marchó con ese niño diplomático.MABEL. - Habría podido usted seguirnos. Lapersecución hubiera sido simplemente cortés. ¡Meparece que esta noche no me gusta usted enabsoluto!LORD GORING. - Usted me gusta inmensamente.MABEL - ¡Pues querría que lo revelar, usted enforma Más acentuada! (Van escaleras abajo.)SEÑORA MARCHMONT. - Olivia, siento unaextraña languidez, Crea que me gustaría muchocome, algo. Sé que me gustaría comer algo.LADY BASILDON. - ¡Yo, me estoy muriendopositivamente por cenar, Margaret!SEÑORA MARCHMONT. - ¡Los hombres son deun egoísmo horrible! Nunca piensan en esas cosas.LADY BASILDON. - ¡Los hombres sontorpemente materialistas, torpemente materialistas!

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(El Vicomte de Nanjac viene del salón del salón de músicacon varios otros invitados. Después de haber examinadocuidadosamente a todos los presentes, se acerca a LadyBasildon.)VICOMTE, - ¿Puedo tener el honor deacompañarla a la cena, condesa?LADY BASILDON. (Con frialdad.) Nunca ceno,gracias, Vicomte. (El Vicomte se dispone a retirarse.Lady Basildon, al -verlo, se levanta de inmediato y lo tomadel brazo.) Pero bajaré en su compañía con placer.VICOMTE.-í Me gusta tanto comer! Soy completa-mente inglés en mis gustos.LADY BASILDON. - Tiene usted un aspectocompletamente inglés, Vicomte, completamenteinglés.(Salen. El señor Montford, un joven petimetre acicalado enforma perfecta, se acerca a la señora Marchmont.)SEÑOR MONTFORD. ¿Quiere usted cenar,señora Marchmont?SEÑORA MARCHMONT. - (Lánguidamente.)Gracias, señor Montford. Nunca toco la cena. (Selevanta de manera precipitada y lo toma del brazo.) Perome sentaré a su lado y lo miraré comer.SEÑOR MONTFORD. - ¡No sé si me gustará queme miren mientras estoy comiendo!

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SEÑORA MARCHMONT. - Entonces, miraré aalgún otro.SEÑOR MONTFORD. - Tampoco sé si megustará eso.SEÑORA MARCHMONT. - (Severamente.) ¡Leruego, señor Montford, que no me haga esaspenosas escenas de celos en público!(Van escaleras abajo con los demás invitados, cruzándose conSir Robert y la señora Cheveley, que entran.)SIR ROBERT. - ¿Y usted irá a alguna de nuestrascasas de campo antes de abandonar Inglaterra,señora Cheveley?SEÑORA CHEVELEY. Oh, no! No puedosoportar esas invitaciones a pasar unos días, tanusuales aquí. En Inglaterra, la gente trata realmentede mostrarse ingeniosa a la hora del desayuno. ¡Esalgo horrible. Sólo la gente torpe es ingeniosa a lahora del desayuno. Y, además, el más flaco de lafamilia no hace más que rezar sus plegarias. Miestada en Inglaterra depende en realidad de usted,Sir Robert. (Se sienta en el sofá.)SIR ROBERT. - (Sentándose a su lado.) ¿Habla usteden serio?SEÑORA CHEVELEY. - Muy en serio. Enrealidad, quiero hablarle a usted de un gran proyecto

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político y financiero, relativo a esa Compañía delCanal Argentino.SIR ROBERT. - ¡Qué tema aburrido y práctico paraser abordado por usted, señora Cheveley!SEÑORA CHEVELEY. - Oh... Me gustan lostemas aburridos y prácticos. Lo que no me gusta, esla gente aburrida y práctica. Hay una grandiferencia, Además, a usted le interesan, lo sé, losplanes de canales internacionales. Usted erasecretario de Lord Radley cuando el gobiernocompró las acciones del Canal de Suez... ¿no es así?SIR ROBERT. - Sí. Pero el Canal de Suez era unaempresa espléndida y de grandes proporciones. Nosproporcionó nuestra ruta directa a la India. Tenla unvalor imperial. Era necesario que tuviéramos sufiscalización. Ese plan del Canal Argentino es unavulgar estafa de la Bolsa.SEÑORA CHEVELEY. - ¡Una especulación, SirRobert Una especulación brillante y audaz.SIR ROBERT. - Créame, señora Cheveley, que setrata de una estafa. Llamemos las cosas por sunombre. Eso las simplifica. Tenemos toda lainformación necesaria al respecto en el ForeignOffice. A decir verdad, he enviado una comisiónespecial para que investigue el asunto en forma

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privada, y esa comisión me ha informado que lasobras apenas si están iniciadas, y en cuanto al dineroya suscrito nadie parece saber qué ha sido de él.Todo ese asunto es un segundo Panamá y no tienesiquiera la cuarta parte de las probabilidades deéxito que tuvo aquel lamentable asunto. Supongoque usted no habrá invertido dinero en eso. Estoyseguro de que es demasiado inteligente para haberlohecho.SEÑORA CHEVELEY. - He invertido muchodinero en esa empresa.SIR ROBERT. - ¿Quién ha podido aconsejarle quecon esa semejante tontería?SEÑORA CHEVELEY. - Un viejo amigo suyo... ymío.SIR ROBERT. - ¿Quién?SEÑORA CHEVELEY. - El barón Arnheim.SIR ROBERT. - (Frunciendo el ceño.) Ah . . . Sí. Redohaber oído decir, al tiempo de la muerte del baqueéste había estado mezclado en ese asunto.SEÑORA CHEVELEY. - Fue su último romance.Su último romance, para ser justos con él.SIR ROBERT. - (Poniéndose de pie.) Pero no havisto d aun a Miss Corots. Están en el salón de

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música. Corots parecen armonizar con la música....¿verdad?permite mostrárselos?SEÑORA CHEVELEY. - (Meneando la cabeza.) Estanoche no tengo humor para crepúsculos argénteosni albas rosadas. Quiero hablar de negocios. (Leindica con el abanico que se siente a su lado.)SIR ROBERT. - Temo no poder darle consejoalguno, señora Cheveley, salvo el de que se interesepor algo menos peligroso. El éxito del Canaldepende, naturalmente, de la actitud de Inglaterra, ymañana por la noche voy a presentar el informe dela comisión a la Cámara de los Comunes.SEÑORA CHEVELEY.- Usted no debe hacer eso.En su propio interés, Sir Robert, para no hablar delmío, no debe hacer eso.SIR ROBERT. - (Mirándola, asombrado.) ¿En mi pro-pio interés? ¿Qué quiere usted decir, mi queridaseñora Cheveley?SEÑORA CHEVELEY. Sir Robert, le hablaré contoda franqueza. Quiero que usted retire el informeque se propone presentarle a la Cámara, fundado enque tiene motivos para creer que los miembros de lacomisión han sido mal informados o víctimas deprejuicios o algo así. Además, quiero que diga unas

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cuantas palabras en el sentido de que el gobierno vaa reconsiderar el asunto y que usted tiene motivospara creer que el Canal, si es terminado, adquirirá ungran valor internacional. Usted sabe qué cosas dicenlos ministerios en esos casos. Bastarán unas cuantasvulgaridades corrientes. En la vida moderna nadaproduce tanto efecto como una buena vulgaridad.Eso emparenta a todo el mundo.SIR ROBERT- ¡Señora Cheveley, es imposible queusted hable seriamente al hacerme semejanteproposición!SEÑORA CUEVELEY. - Hablo con toda seriedad.SIR ROBERT. - (Con frialdad.) Permítame por favor,que no lo crea.SEÑORA CHEVELEY. - (Hablando con granintención y énfasis.) Pero si le digo que hablo en serio...Y si hace lo que le pido, yo... ¡se lo pagaré de unmodo espléndido!SIR ROBERT. ¡Pagarme!SEÑORA CHEVELEY. - Sí.Sin ROBERT. - Temo no comprender en absolutolo que me dice.SEÑORA CHEVELEY. - (Reclinándose sobre elrespaldo del sofá y mirándolo.) ¡Cuán decepcionante eseso! Y yo que he hecho todo ese largo viaje desde

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Viena para que usted me comprendieraperfectamente...SIR ROBERT. - Temo no comprender.SEÑORA CHEVELEY. - (Con el aire más negligentedel mundo.) Mi querido Sir Robert... Usted es unhombre de mundo y supongo que tiene su precio.Todos lo tienen, actualmente. La dificultad consisteen que la mayor parte de la gente es costosísima. Séque yo lo soy. Confío en que usted sea másrazonable en sus condiciones.SIR ROBERT. - (Levantándose, indignado.) Permítameque llame su coche, señora Cheveley. Ha vividousted tanto tiempo en el extranjero que pareceincapaz de comprender que está hablando con unacaballero inglésSEÑORA CHEVELEY. (Lo detiene tocándole el brazocon el abanico y haciéndolo permanecer allí -mientras habla.)Comprendo que hablo con un hombre que echó loscimientos de su fortuna vendiéndole un secreto degabinete a un especulador de la Bolsa.SIR ROBERT. - (Mordiéndose el labio.) ¿Qué quiereusted decir?SEÑORA CHEVELEY. -(Poniéndose de pie y enfren-tándolo.) Quiero decir que conozco el verdadero

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origen de su fortuna y su carrera, Sir Robert, y quetambién está en mi poder su carta.Sir ROBERT. - ¿Qué carta?SEÑORA CHEVELEY. - (Desdeñosamente.) La cartaque usted le escribió al barón Arnheini, siendosecretario de Lord Radley, y en que le aconsejabacomprar acciones del Canal de Suez: una cartaescrita tres días antes de que el gobierno anunciarasu propia compra.SIR ROBERT. - (Con voz ronca.) Eso no es cierto.SEÑORA CHEVELEY. -Usted creyó que la cartahabía sido destruida. ¡Qué tontería de su parte! Estáen mi poder.SIR ROBERT. - El asunto a que alude no era másque una especulación. La Cámara de los Comunesno había aprobado aún el proyecto de ley: éstepodía haber sido rechazado.SEÑORA CHEVELEY. - Eso fue una estafa, SirRobert. Llamemos las cosas por su nombre. Eso lassimplifica. Y ahora voy a venderle esa carta, y elprecio que pido por ella es su apoyo público alCanal Argentino. Usted hizo su fortuna con uncanal. ¡Debe ayudarnos, a mí que hagamos fortunacon otro!y a mis amigos, a que hagamos fortuna con otros.

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SIR ROBERT. - ¡Lo que usted me propone esinfame ¡Infame!SEÑORA CHEVEIEY. ¡Oh, no! ¡Es el juego de lavida, tal como debemos jugarlo todos tarde otemprano, Sir Robert!SIR ROBERT. -No puedo hacer lo que me pide.SEÑORA CHEVELEY. - Querrá usted decir queno puede dejar de hacerlo. Sabe que está al bordedel precipicio. Y no es usted quien puede imponercondiciones. Debe aceptarlas. En el caso de que seniegue.SIR ROBERT. - ¿Qué pasará?SEÑORA CHEVELEY. - ¿Qué pasará, querido SirRobert? ¡Que usted quedará arruinado, eso es todo!Recuerde la situación a que los ha llevado a todosustedes el puritanismo en Inglaterra. Antaño, nadiepretendía ser algo mejor que sus vecinos. Enrealidad, el ser algo excesivamente mejor quenuestro vecino era considerado vulgar y propio dela clase media. Hoy, con nuestra moderna manía dela moral, todos tienen que parecer dechados depureza, de incorruptibilidad y las otras siete virtudescapitales... ¿Y cuál es el resultado? Que todos sederrumban como los palos de un juego de bolos: eluno después del otro. En Inglaterra no transcurre

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un solo año sin que alguien desaparezca. Antaño losescándalos solían prestarle seducción -o al menosinterés a un hombre; hoy, lo aplastan. Y suescándalo, Sir Robert, sería muy desagradable.Usted no podría sobrevivir a él. Si se llega a saberque, siendo joven y secretario de un ministro grandee importante, vendió un secreto de gabinete por unaimportante suma de dinero, usted desaparecerá porcompleto. Y, después de todo, Sir Robert. - ¿porqué habría de sacrificar usted todo su porvenir antesque tratar diplomáticamente con su enemigo? Por elmomento yo soy su enemigo. ¡Lo reconozco! Y soymucho más fuerte que usted. Los batallones másnutridos están en mi bando. Usted tiene unamagnífica posición, pero es esa magnífica posiciónla que lo hace tan vulnerable. ¡No puede defenderla!Y yo me he lanzado al ataque. Desde luego, no le hehablado de moral. Reconocerá usted, lealmente, quele he ahorrado eso. Hace años cometió usted unacto hábil e inescrupuloso: ese acto dio porresultado un gran éxito. Usted le debe su fortuna ysu posición. Y ahora tiene que pagarlo. Tarde otemprano tenemos que pagar todo lo que hacemos.Usted debe pagar ahora. Antes de despedirnos estanoche debe prometerme que suprimirá su informe y

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hablará en la Cámara de los Comunes en favor delproyecto del Canal Argentino.SIR ROBERT. - Lo que me pide es imposible.SEÑORA CHEVELEY. - Usted debe hacerloposible. Usted lo hará posible. Sir Robert, ustedsabe cómo son sus periódicos ingleses. ¡Imagíneseque, al salir de esta casa, yo vaya a la redacción dealgunos de esos periódicos y les dé ése escándalo ysus pruebas! Piense en la repulsiva alegría de esagente, en el deleite que sentirán al derribarlo en elfango y el lodo por el cual lo arrastrarán. Piense enel hipócrita de grasienta sonrisa al pergeñar suartículo central y al presentar esa inmundicia a lavista del público.SIR ROBERT. - ¡Un momento! ¿Usted quiere queyo retire el informe y pronuncie un breve discursoafirmando que a mi entender hay posibilidades enese proyecto ?SEÑORA CHEVELEY. - (Sentada en el sofá.) Ésasson mis condiciones.SIR ROBERT. - (En voz baja.) Le daré a usted lasuma de dinero que fije.SEÑORA CHEVELEY. - Ni aun usted es lobastante rico para comprar su pasado, Sir Robert.Ningún hombre lo es.

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SIR ROBERT. - No haré lo que me pide. No loharé.SEÑORA CHEVELEY. - Tiene que hacerlo. Si nolo hace... (Se levanta.)SIR ROBERT. - (Perplejo y abatido.) ¡Espere un mo-mento! ¿Qué me propuso? ¿Dijo usted que medevolvería esa carta, no es así?SEÑORA CHEVELEY. - Sí. Queda convenido.Estará en a de las damas, mañana por la noche, a lasonce y media. Si a esa hora -y a usted le habránsobrado oportunidades de hacerlo - ha formuladoante en la Cámara de los Comunes la declaraciónque deseo, le devolveré su carta con mi más amableexpresión de gratitud y con el mejor de loscumplidos -o al menos el más adecuado - que se meocurra. Me propongo hacer juego limpio con usted.Siempre se debe jugar limpio.. cuando se tienen enla mano, los triunfos. El barón me ha enseñadoeso... entre otras cosas.SIR ROBERT. - Es necesario que me dé tiempopara meditar sobre su proposición.SEÑORA CHEVELEY -¡No! ¡Debe resolverseahora!SIR ROBERT. - ¡Deme una semana! ¡Tres días!

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SEÑORA CHEVELEY. - ¡Imposible! ¡Esta nochetengo que telegrafiar a Viena!SIR ROBERT. - ¡Dios mío! ¿Qué la ha traído austed a mi vida?SEÑORA CHEVELEY. - Las circunstancias. (Sedirige hacia la puerta.)SIR ROBERT. - No se vaya. Acepto. El informeserá retirado. Concertaré que se me formule unainterpelación sobre ese punto.SEÑORA CHEVELEY. - Gracias. Sabía quellegaríamos a un acuerdo amistoso. Comprendí sutemperamento desde un principio. Lo analicé,aunque usted no me adoraba. Y ahora puede ustedllamar a mi coche, Sir Rebert. Veo que la gentevuelve de la cena, y los ingleses románticos despuésde una comida, se tornan siempre 1 lo cual meaburre espantosamente. (Sale Sir Robert. Entraninvitados; Lady Chiltern, Lady Markby, Lord Caversham,Lady Basilden, la señora Marchmont, el vicomte de Nanjac,el señor Montford)LADY MARKBY. - Bueno, querida señoraCheveley...Supongo que se habrá divertido. Sir Robert es unhombre muy entretenido..., ¿verdad? ¡Muchísimo!Mi conversación

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SEÑORA CHEVELEY- ¡Muchísimo Miconversación con él me ha proporcionado uninmenso placer.LADY MARKBY. -Sir Robert ha tenido unacarrera brillante e interesantísima. Y se ha casadocon la más admirable de las mujeres. Lady Chilternes una mujer de principios muy elevados, mecomplazco en decirlo. En lo que a mí respecta, soyahora un poco vieja para molestarme en ofrecer unbuen ejemplo, pero admiro siempre a la gente quelo hace. Y Lady Chiltern. Causa un efecto muyennoblecedor sobre la vida, aunque sus fiestas seanen ocasiones bastante aburridas. Pero no se puedetener todo. . ., ¿verdad? Y ahora, debo irme,querida. ¿Quiere que pase a buscarla mañana?SEÑORA CHEVELEY. - Gracias.LADY MARKBY. - Podríamos dar un paseo encoche por el parque a las cinco. ¡Todo tiene unaspecto tan fresco en el parque ahora!SEÑORA CHEVELEY. - ¡Menos la gente¡LADY MARKBY. - Quizá la gente esté algoagotada. He observado con frecuencia que, amedida que avanza la temporada, se produce en ellaalgo así como un reblandecimiento cerebral. Sinembargo, cualquier cosa me ce preferible a la alta

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presión intelectual. Esto es lo más indecoroso quehay. Agranda tanto las narices de las muchachas ...Y nada es más difícil de casar que una nariz grande:a los hombres eso no les gusta. ¡Buenas noches,querida! (A Lady Chiltern.) ¡Buenas noches,Gertrudis! (Sale del brazo de Lord Caversham.)SEÑORA CHEMEY. Qué encantadora casa lasuya, Lady Chiltern! He pasado una velada deliciosa.Me ha interesado tanto conocer a su marido...LADY CHILTERN. - ¿Por qué quería ustedconocer a mi marido, señora Cheveley?SEÑORA CHEVELEY. - Oh ... Le diré. Queríainteresarlo en ese proyecto del Canal Argentino, delcual -me atrevo a suponerlo - usted habrá oídohablar. Y su marido ha resultado muy susceptible. .., susceptible a -las razones, quiero decir. Cosa raraen un hombre. Lo convertí en diez minutos.Mañana por la noche hablará en la Cámara de losComunes en favor de esa idea. ¡Debemos ir a lagradería de las damas y escucharlo! ¡Será unmomento memorable!LADY CHILTERN. -Debe haber algún error. Esimposible que ese proyecto cuente con el apoyo demi marido.

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SEÑORA CHEVELEY. - Oh... Le aseguro quetodo está arreglado. No lamento ya mi aburridoviaje desde Viena. Ha sido un gran éxito. Pero,desde luego, durante las próximas veinticuatrohoras el asunto debe ser un riguroso secreto.LADY CHILTERN. (Con suavidad.) ¿Un secreto?¿Entre quiénes?SEÑORA CHEVELEY. - (Con un divertido fulgor enlos ojos.) Entre su marido y yo.SIR ROBERT. - (Entrando.) ¡Su coche está ya aquí,señora Cheveley!SEÑORA CHEVELEY.- ¡Gracias! ¡Buenas noches,Lady Chiltern! ¡Buenas noches, Lord Goring! Paroen el Claridge's. ¿No cree usted que podrá dejarmeuna tarjeta?LORD GORING. - ¡Si así lo desea, señoraCheveley!SEÑORA CHEVELEY Oh, no lo diga con tonosolemne, o me veré obligada a dejarle una tarjeta austed. En Inglaterra, supongo, eso difícilmente seconsideraría en regle. En el extranjero somos máscivilizados. ¿Me acompaña al coche, Sir Robert?¡Ahora que ambos tenemos los mismos intereses enel fondo, confío en que seremos buenos amigos!

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(Sale del brazo de Sir Robert. Lady Chiltern va hasta elremate de la escalera y los sigue con la mirada mientrasbajan. Se advierte que está turbada. A poco se lo unen variosinvitados y Lady Chiltern pasa con ellos a otro salón derecepción.)MABEL. - ¡Qué mujer horrible!LORD GORING. - Debiera usted irse a la cama,miss Mabel.MABEL. - ¡Lord Goring!LORD GORING. - Mi padre me dijo que me fueraa la cama hace una hora. No sé por qué no habríade darle a usted el mismo consejo. Siempre difundo,los buenos consejos. Es lo único que puede hacerse.A nosotros nunca nos sirven de nada.MABEL. -Lord Goring, usted no hace sinoecharme continuamente del salón. Su actitud meparece muy valerosa. Sobre todo, si se tiene encuenta que no pienso ir a la cama por espacio dehoras (Se acerca al sofá) Puede usted sentarse aquí yhablar de todo, salvo de la Real Academia, señoraCheveley o de las novelas en dialecto. No se trata detemas muy provechosos. (Advierte algo sobre el sofá,semioculto por el almohadón.) ¿Qué es eso? ¡A alguiense le ha caído un broche de diamantes. Muyhermoso ¿verdad? (Se lo muestra.) Ojalá fuese mío...

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Pero Gertrudis no me quiere dejar usar sino perlas yyo estoy absolutamente cansada de las perlas. Danun aspecto tan vulgar, bondadoso e intelectual. . .Me pregunto a quién le pertenecerá el broche ...LORD GORING. - Yo se a quien se le habrá caído.MABEL.- Es un hermoso broche.LORD GORING. - Es un bello brazalete.MABEL. - No es un brazalete. Es un broche.LORD GORING. Puede ser usado como brazalete.(Lo toma de manos de Mabel y, sacando una cartera verde,guarda en él cuidadosamente la joya y vuelve a colocarse lacartera en su bolsillo interior con la más perfecta sangre fría.)MABEL. - ¿Qué hace usted?LORD GORING. - Miss Mabel, voy a formularleun pedido bastante extraño.MABEL. - (Ansiosamente.) ¡Oh, hágalo, por favor! Loestoy esperando desde el principio de la velada.LORD GORING. - (Algo tomado de sorpresa, se reco-bra.) No le mencione a persona alguna que me haencargado de este broche. Si alguien escribe y loreclama, avíseme de inmediato.MABEL -Extraño pedido.LORD GORING. - Le diré... Yo le regalé estebroche hace años.¿De veras?

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LORD GORING. - Sí. (Lady Chiltern entra en la sala.Los demás se han ido.) Le daré ciertamente las buenas¡Buenas noches, Gertrudís! (Mutis.)LADY CHILTERN- ¡Buenas noches, querida! (ALord Goring) ¿Vio usted a quién trajo Lady Markbyesta noche?LORD GORING. - Sí. Fue una desagradablesorpresa. ¿A qué vino aquí?LADY CHILTERN- Según parece, para inducir aRobert a apoyar un proyecto fraudulento en queestá interesada. El Canal Argentino, para ser másconcretos.LORD GORING- He elegido al hombre menosindicado..., ¿verdad?LADY CHILTERN.- Es incapaz de comprenderun temperamento íntegro como el de mi marido!LORD GORING. - Sí. Supongo que debe haberfracasado al tratar de apresar en sus redes a Robert.Pasma ver los sorprendentes errores que suelenconocer las mujeres inteligentes.LADY CHILTUN. - Yo no llamo inteligentes lasmujeres de esa clase. ¡Las llamo estúpidas!LORD GORING. - Lo cual es lo mismo, amenudo. ¡Buenas noches, Lady ChiItern!

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LADY CHILTERN. - ¡Buenas noches! (Entra SirRobert.)SIR ROBERT. - ¿No pensarás irte, querido Arturo?¡Quédate un rato!LORD GORING. - Temo no poder hacerlo,gracias. He prometido asomarme a la fiesta de losHartlock. Creo que tienen una orquesta húngara,color malva, que toca música húngara malva.Volveremos a vernos pronto. ¡Adiós! (Sale.)SIR ROBERT. - ¡Qué hermosa estás hoy,Gertrudis!LADY CHILTERN. -Roberto... Eso no es cierto¿verdad? Tú no piensas prestarle tu apoyo a esaespeculación del Canal Argentino... ¡Eso no seríaposible!SIR ROBERT. - (Sobresaltado.) ¿Quién te dijo que yotenía semejante intención?LADY CHILTERN. - Esa mujer que acaba de salir,la señora Cheveley, según prefiere llamarse ahora así misma. Al parecer, quiso insultarmediciéndomelo. Robert, yo conozco a esa mujer. Tú,no. Hemos estado en el colegio juntas. Eramentirosa, deshonesta y ejercía una mala influenciasobre todos aquellos cuya confianza o amistadpodía obtener. Yo la odiaba, la despreciaba. Robaba

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cosas, era una ladrona. La expulsaron por ladrona.¿Por qué le permites que ejerza influencia sobre ti?SIR ROBERT. - Gertrudis, eso que me dices quizásea cierto, pero ha ocurrido hace muchos años.¡Más vale olvidarlo! La señora Cheveley puedehaber cambiado a partir de entonces. Nadie debeser juzgado exclusivamente por su pasado.LADY CRILTERN. - (Con tristeza.) Nuestro pasadoes lo que somos. Es la única forma como debieraser juzgada la gente.SIR ROBERT. - ¡Ésa es una frase despiadada, Ger-trudis!LADY CHILTERN. - Es una frase verídica,Robert. ¿Y qué quiso decir esa mujer al jactarse deque había conseguido tu apoyo, tu nombre, paraalgo que, según te he oído decir, es la trama másdeshonesta y fraudulenta - que jamás se hayapresentado en la vida política?SIR ROBERT. - (Mordiéndose el labio.) Mi punto devista era erróneo. Todos podemos cometer errores.LADY CHILTERN.- Pero ayer me dijiste quehabías recibido el informe de la comisión y que eseinforme condenaba el proyecto.SIR ROBERT. - (Paseándose.) Tengo motivos, ahora,para creer que la comisión ha tenido sus prejuicios,

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o que, en cualquier caso, ha sido mal informada.Además, Gertrudis, la vida pública y la privada soncosas diferentes. Ambas son regidas por leyesdistintas y se mueven siguiendo líneas distintas.LADY CHILTERN. - Ambas deben representar alhombre en su aspecto culminante. No veodiferencia alguna entre ellas.SIR ROBERT. -(Deteniéndose.) En este caso, en unasunto de política práctica, he cambiado de opinión.Eso es todo.LADY CHILTERN. - ¿Todo?SIR ROBERT. - (Severamente.) ¡Sí!LADY CHILTERN. - (Después de una pausa.)¡Robert! Oh... Es horrible el que yo deba formulartesemejante pregunta... Robert... ¿Me estás diciendotoda la verdad?SIR ROBERT. - ¿Por qué me preguntas eso?LADY CHILTERN. - (Después de una pausa.)¿Porqué no contestas a mi pregunta?SIR ROBERT. - (Sentándose.) Gertrudis, la verdad escosa muy compleja y la política algo muy complejo.Hay engranajes dentro de los engranajes. Podemostener contraídas ciertas deudas y tener que pagarlas.Tarde o temprano, en la vida política hay quetransar. Todos lo hacen.

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LADY CHILTERN. - ¿Transar? ¿Por qué mehablas esta noche de un modo tan distinto al desiempre, Robert? ¿Por qué has cambiado?SIR ROBERT. - No he cambiado, Pero lascircunstancias alteran las cosas.LADY CHILTERN. -Las circunstancias nuncadeben alterar los principios.SIR ROBERT. - Pero Si yo te dijera ...LADY CHILTERN. - ¿Qué?SIR ROBERT. -¿Qué eso era necesario, vitalmentenecesario?LADY CHILTERN. -Nunca puede ser necesariohacerlo que no es honroso o, si fuese necesario...,¿qué he amado yo hasta ahora? Pero no lo es,Robert: dime que no lo es. ¿Por qué habría de serlo?¿Qué ganarías con ello? ¿Dinero? ¡No lonecesitamos! Y e1 dinero que proviene de un origensucio es una degradación. ¿Poder? Pero el poder, ensí mismo, nada significa. Es el poder de hacer elbien el que es bello..., eso y nada más que eso. ¿Quéganarías, pues? ¡Robert, dime por qué vas acometerese acto deshonroso!SIR ROBERT. - Gertrudis, no tienes derecho a usaresa palabra. Te dije que todo se reducía a una tran-sacción razonable. Nada más que eso.

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LADY CHILTERN.- Robert, todo eso les cuadramuy bien a otros hombres, a los hombres queconsideran la vida una mezquina especulación; perono a ti, Robert, no a ti. Tú eres distinto. Durantetoda la vida has ocupado un lugar aparte de losdemás. Jamás te has dejado mancillar por el mundo.Para éste, como para mí misma, has sido siempre unideal. ¡Oh! Sigue siendo ese ideal. No aniquiles esagran herencia, no destruyas esa torre de marfil.Robert, los hombres son capaces de amarlo que estápor debajo de ellos, las cosas indignas, mancilladas,deshonradas. Nosotras, las mujeres veneramos alamar; y cuando perdemos nuestra veneraciónperdemos todo. Oh ... ¡No mates ese amor por ti!¡No ates!ROBERT. - ¡GertrudislLADY CHILTREN. - Sé que hay hombres conhorribles secretos en sus vidas, hombres que hancometido algún acto vergonzoso y que, en unmomento crítico, tienen que pagarlo ejecutandoalgún otro acto vergonzoso... ¡Oh! ¡No me digasque eres igual a esos hombres! Robert... ¿hay algunadeshonra o vergüenza secreta en tu vida? Dímelo,dímelo inmediatamente, para que...SIR ROBERT. - ¿Para qué?

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LADY CRILTERN. - (Hablando muy lentamente.)Para que nuestras vidas puedan derivar cada cualper su lado.STa ROBERT. - ¿Derivar cada cual por su lado?LADY CHILTERN. - Para que puedan separasepor completo. Será mejor para ambos.SIR ROBERT. - Gertrudis, nada hay en mi pasadoque tú no puedas saber.LADY CHILTERN- Estaba segura de ellos,Robert. Estaba segura de ello. Pero... ¿por qué hasdicho esas cosas terribles, esas cosas tan impropiasde tu verdadero yo? No volvamos a hablar de esetema. Le escribirás a la señora Cheveley, diciéndoleque no puedes apoyar ese proyecto suyo... ¿verdad?¡Si se lo has prometido debes retirar tu promesa¡Eso todo!ROBERT.- ¿Debo escribir y decirle eso?LADY CHILTERN.- ¡Claro, Robert! ¿Qué otracosa puede hacerse?SIR ROBERT. - Podría hablar con ellapersonalmente. Eso sería mejor.LADY CHILTERN.- No debes volver a ver a,Robert. Esa mujer no merece que le dirijas lapalabra. No es digna de hablar con un hombrecomo tú. No !Debes escribirle inmediatamente,

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ahora, en este mismo, momento, y que tu carta ledemuestre cuán irrevocable es tu decisión!SIR ROBERT -¿Escribirle ahora mismo?LADY CHILTERN. - Sí.SIR ROBERT. - Pero es tan tarde... Van a dar lasdoce.LADY CHILTERN. - No importa. Esa mujer debesaber de inmediato que se ha equivocado contigo. .y que tú eres un hombre incapaz de cometer unacto vil o clandestino o deshonroso. Escribe aquí,Robert. Escribe que rehusas apoyar ese proyecto,por considerarlo una maquinación deshonesta. Sí:escribe la palabra deshonesta. Ella sabe qué significaeso. (Sir Robert Chiltern, se sienta y escribe una carta. Suesposa la toma y la lee.) Sí: esto basta. (Toca el timbre.) Yahora el sobre. (Sir Robert escribe lentamente la direcciónen el sobre. Entra Mason.) Haga enviar de inmediatoesta carta al hoteles. No tiene contestación. (Masonsale. Lady Clarid Chiltern se arrodilla junto a su marido ylo rodea con sus brazos.) Robert, el amor nos da uninstinto de las cosas. Esta noche adivino que te hesalvado de algo que pudo ser un peligro para ti, dealgo que pudo haber obligado a los hombres arespetarte menos de lo que te respetan. No creo quecomprendas suficientemente, Robert, que has traído

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a la vida política de nuestro tiempo una atmósferamás noble, una actitud más bella frente a la vida, unambiente más libre, de objetivos más puros e idealesmás elevados. Yo lo sé: y por eso te amo, Robert.SIR ROBERT. - ¡Oh! ¡Ámame siempre, Gertrudis!¡Ámame siempre!LADY CHILTERN. - Te amaré siempre, porquesiempre serás digno de ser amado. ¡Debemos amarnecesariamente lo que está más alto, cuando lovemos! (Lo besa, se levanta y sale.)(Sir Robert se pasea durante unos instantes; luego, se sienta yoeulta el rostro entre sus manos. El criado entra y comienzaa apagar las luces. Sir Robert alza los ojos.SIR ROBERT. - ¡Apague las luces, Mason! ¡Apaguelas luces!(El criado apaga las luces. El salón queda casi sumido en laobscuridad. La única luz que resta, llega de la gran arañaque pende sobre la escalera e ilumina el tapiz de "El Triunfodel Amor".)

TELON

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ACTO II

(ESCENARIO: Sala de recibo matinal, en casa de SirRobert Chiltern. Lord Goring, vestido con el máximo de

elegancia posible, está repantigado en una butaca. Sir Robert,de pie ante la chimenea. Evidentemente, lo domina una gran

excitación mental y angustia. Durante el desarrollo de laescena, se pasea nerviosamente por el aposento.)

LORD GORING. - Mi querido Robert, el asuntoes muy espinoso, sumamente espinoso. Debistedecírselo todo a tu esposa. Los secretos que seocultan a las e posas de los demás constituyen unlujo necesario en la vida moderna. Así me lo dice, almenos, en el club, gente lo bastante calva parasaberlo. Pero nadie debe ocultarle un secreto a supropia esposa. Ésta lo descubre invariablemente.Las mujeres poseen un instinto maravilloso para

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esas cosas. Son capaces de descubrirlo todo, menoslo evidente.SIR ROBERT. - Arturo, yo no podía decírselo a miesposa. ¿Cuándo pude haberlo hecho? Esta nocheno, en todo caso. Eso habría creado un abismo paratoda la vida entre nosotros y yo hubiera perdido elamor de la única mujer del mundo que adoro, de laúnica mujer que suscitó amor en mí. Anoche, ellohabría sido absolutamente imposible. Gertrudis sehubiera apartado de mí horrorizada..., horrorizada ydespreciativa.LORD GORING. - ¿Tan perfecta es Lady Chiltern?SIR ROBERT. - Sí; tan perfecta es mi esposa.LORD GORING. - (Quitándose el guante de la manoizquierda.) ¡Qué lástima! Perdona, querido amigo, Nohe querido decir precisamente eso. Pero si lo queme manifiestas es cierto, me gustaría sostener unaseria plática sobre la vida con Lady Chiltern.SIR ROBERT. - Eso sería completamente inútil.LORD GORING. - ¿Podría intentarlo?SIR ROBERT. - Sí; pero nada podría inducirla aalterar sus puntos de vista.LORD GORING. - Bueno. En el peor de los casos,eso será simplemente un experimento psicológico.

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SIR ROBERT. - Todos esos experimentos sonterriblemente peligrosos.LORD GORING - Todo es querido amigo. De serasí, la vida no valdría la pena de ser vivida.Ciertamente, me veo obligado a decirte que, en miopinión, debiste decírselo hace años.SIR ROBERT.- ¿Cuando? ¿Durante nuestronoviazgo? ¿Crees que Gertrudis se hubiera casadoconmigo al enterarse de que el origen de mi fortunaes ése, de que la base de mi carrera es ésa, de que hecometido un acto que la mayoría de los hombresconsiderarían vergonzoso y deshonroso?LORD GORING. - Sí; la mayoría de los hombresle aplicarían feos epítetos, No cabe duda.SIR ROBERT. - (Con amargura) Hombres que, a dia-rio, hacen por su parte algo semejante. Hombresque ocultan secretos peores en propias vidas.LORD GORING. - Es por eso que les gusta tantodescubrir los secretos de los demás. Ello distrae laatención pública de los suyos.SIR ROBERT. - Y, después de todo. . ¿a quién per-judiqué con lo que hice? A nadie.LORD GORING. - (Mirándolo fijamente.) Salvo a timismo, Robert.

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SIR ROBERT. - (Después de una pausa.) Desde luego,yo poseía una información confidencial sobre ciertonegocio proyectado por el gobierno del momento yobré sobre esa base. La información confidencialconstituye, prácticamente, el origen de todas lasgrandes fortunas modernas.LORD GORING. - (Golpeándose el botín con el bastónde caña.) Y el escándalo público, su invariable resul-tado.Sin ROBERT. - (Pasándose.) Arturo... ¿Crees justoque un acto realizado hace cerca de dieciocho añossea esgrimido ahora contra mí? ¿Crees justo quetoda la carrera de un hombre se vea arruinada poruna falta cometida casi en la niñez? Yo contabaentonces veintidós años y padecía el dobleinfortunio de ser de buena familia y pobre, doscosas hoy imperdonable,. ¿Es justo que un desatino,un pecado de juventud, que los hombres prefierenllamarlo un pecado, destruya una vida como la mía,me ponga en la picota, aniquilando aquello por locual he trabajado, todo lo que he construido? ¿Eseso justo, Arturo?LORD GORING. - La vida nunca es justa, Robert.Y quizás nos beneficie, a la mayoría de nosotros, elque no lo sea.

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SIR ROBERT. - Todo hombre ambicioso debecombatir a su siglo con sus propias almas. Lo queadora el siglo, es la riqueza. El Dios de este siglo, esla riqueza. Para triunfar, se la debe poseer. Se ladebe poseer a toda costa.LORD GORING.- Te subestimas, Robert. Sin lariqueza, créenle, habrías triunfado lo mismo.SIR ROBERT. - Ya viejo, quizás. Perdida ya mipasión de poder, o cuando no pudiera usarla,Estando ya cansado, exhausto, desengañado. Yoquería mi éxito siendo joven. La juventud es la horadel éxito. No podía esperar.LORD GORING. - Ciertamente, has logrado tuéxito siendo joven aun. Nadie ha logrado un éxitomás brillante en nuestra época. Subsecretario deRelaciones Exteriores a los cuarenta años de edad:creo que eso podría satisfacer a cualquiera.SIR ROBERT. - ¿Y si ahora me lo arrebatan todo?¿Si lo pierdo todo en un escándalo horrible? ¿Si meveo expulsado de la vida pública?LORD GORING. - ¿Cómo pudiste venderte pordinero, Robert?SIR ROBERT. - (Con excitación.) Yo no me vendípor dinero. Compré el éxito a un alto precio. Eso estodo.

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LORD GORING. - (Con gravedad.) Sí; es indudableque pagaste un alto precio por él; pero. . ., ¿qué teindujo al principio a pensar en semejante acto?SIR ROBERT. - El barón Arnheim.LORD GORING. - ¡Maldito bribón!SIR ROBERT. - No; era un hombre de un intelectomuy sutil y refinado. Un hombre dotado de cultura,encanto y distinción. Uno de los hombres másinteligentes que he conocido.LORD GORING. - Oh... Prefiero a un caballerescoestúpido en todo momento. Puede decirse en favorde la estupidez más de lo que supone la gente.Personalmente, siento una gran admiración por laestupidez. Supongo que debe impulsarme algo asícomo un sentimiento de camaradería. Pero ¿cómolo hizo el barón Arnheim? Cuéntamelo todo.SIR ROBERT. - (Dejándose caer en una butaca, junto alescritorio.) Cierta noche, después de una cena en casade Lord Radley, el barón comenzó a hablar del éxitoen la vida moderna, diciendo que se podía reducir auna ciencia absolutamente definida. Con aquella vezsuya dotada de maravillosa fascinación, nos expusola más terrible de todas las filosofías: la filosofía delpoder; nos predicó el más maravilloso de todos losevangelios, el evangelio del oro. Creo que adivinó el

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efecto causado en mí por sus palabras, porquealgunos días después me escribió, invitándome avisitarlo. El barón Arnheim entonces en Park Lane,en la casa que posee ahora Lord Woolcomb.Recuerdo perfectamente cómo, con una extrañasonrisa sobre sus labios pálidos y curvos, mecondujo por entre su maravillosa colección decuadros, me mostró sus tapices, sus esmaltes, susjoyas, sus marfiles tallados, me asombró con laextraña belleza del lujo en que vivía; y luego, me fijoque el lujo sólo era una atmósfera, una escenografíapintada para una comedia y que el poder, el podersobre los demás hombres, el poder sobre el mundo,era lo único que valía la pena poseer, el único goceque jamás cansaba y que a nuestro siglo sólo losricos lo poseían.LORD GORING. - (Con gran intención.) Un credocompletamente superficial.SIR ROBERT. - (Levantándose.) Yo no lo creí asíentonces. Tampoco lo creo ahora. La riqueza me hadado un poder enorme. Me ha dado libertad desdelos albores mismos de mi vida y la libertad lo estodo. Tú única has sido pobre e ignoras qué es laambición. No puedes comprender qué maravillosa

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oportunidad me dio el barón. Una oportunidad deesas que pocos hombres encuentran.LORD GORING. - Afortunadamente para ellos, ajuzgar por los resultados. Pero cuéntame en formaconcreta... ¿Cómo te persuadió, por fin, el barón a...bueno, a hacer lo que hiciste?SIR ROBERT. - Cuando me mareaba, me dije que,si en alguna oportunidad yo podía proporcionarleuna información confidencial de verdadero valor,hacía de mí un hombre muy rico. Me sentí aturdidoante la perspectiva que me exhibió y mi ambición ydeseo de poder eran entonces ilimitados. Seissemanas después, ciertos documentosconfidenciales pasaron por mis manos.LORD GORING. - (Los ojos tenazmente fijos en la al-fombra.) ¿Documentos del Estado?SIR ROBERT. - Sí. (Lord Goring suspira, se pasa lamano por la frente y lo mira.)LORD GORING. - Nunca hubiera creído que tú,nada menos que tú, podías ser tan débil como paraceder a la tentación que te presentó el barónArnbeim, Robert.SIR ROBERT. - ¿Débil? Oh . . . Estoy cansado deoír esa frase. Cansado de usarla con referencia aotros. ¿Débil? ¿Crees realmente que es la debilidad

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quien cede a la tentación? Te digo que haytentaciones terribles, tan terribles que para ceder aellas se requiere fuerza, fuerza y valor. Jugarse lavida en un solo momento, arriesgarlo todo en unajugada, ya sea nuestro premio el poder o el placer,tanto da, en eso no hay debilidad. Hay un valor, unhorrible valor. Yo tuve ese valor. Me senté esamisma tarde y le escribí al barón Arnheim la cartaque está ahora en manos de esa mujer. El barónganó con el negocio tres cuartos de millón.LORD GORING.- ¿Y tú?SIR ROBERT. Recibí del barón ciento diez mil li-bras.LORD GORING. - Valías más, Robert.SIR ROBERT. - No; ese dinero me dioexactamente lo que necesitaba, el poder sobre losdemás. De inmediato, ingresé en la Cámara de losComunes. El barón me aconsejó en materia definanzas, de tiempo en tiempo. Antes de habertranscurrido cinco años, yo había triplicado mifortuna o poco menos. A partir de entonces, todolo he tocado ha sido un éxito. En todas las cosasvinculadas con el dinero, he tenido una suerte tanextraordinaria, que por momentos casi he sentidomiedo. Recuerdo haber leído en alguna parte, en

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algún libro extraño, que cuando los dioses quierencastigarnos satisfacen nuestras plegarias.LORD GORING. - Pero, dime, Robert... ¿Nolamentaste en alguna oportunidad lo que habíashecho?SIR ROBERT. - No. Tuve la sensación de habercombatido al siglo con sus propias armas y de habervencido.LORD GORING. - (Tristemente.) Creíste haber ven-cido.SIR ROBERT. Así lo creí. (Después de una largapausa.) Arturo... ¿Me desprecias a causa de lo que tehe dicho?LORD GORING. - (Con profunda emoción en la voz.)Lo siento mucho por ti, Robert. Muchísimo.SIR ROBERT. - No diré que sentí remordimiento.Nada de eso. Nada de remordimiento en el sentidoordinario, más bien tonto, de la palabra. Pero hegastado mi dinero en buenas obras, en muchasoportunidades. Tuve la loca esperanza de dejar sinarmas al destino. Desde entonces, he distribuido eldoble de la suma que me dio el barón Arnheim enobras de caridad pública.

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LORD GORING.- (Mirándolo.) ¿De caridadpública? ¡Caramba! ¡Cuánto daño debes habercausado, RobertSIR ROBERT. - ¡Oh! ¡No digas eso, Arturo! ¡Nohables así!LORD GORING. - ¡No hagas caso de mispalabras, Robert! í Siempre digo lo que no debodecir. De hecho, digo por lo general lo qLlf- piensorealmente. Un gran error, en nuestros días. Eso nosexpone tanto a vernos comprendidos... En cuantoconcierne a ese terrible asunto, te ayudaré en todolo que pueda. Desde luego, bien lo sabes.SIR ROBERT. - Gracias, Arturo. Gracias. Pero...¿qué puede hacerse? ¿Qué puede hacerse?LORD GORING. - (Echándose hacia atrás... con lasmanos en los bolsillos.) Te diré... A los ingleses lesresulta insoportable el hombre que afirma siempretener razón, pero les gusta mucho el hombre quereconoce haberse equivocado. Es uno de losmejores rasgos de los ingleses. Con todo, en tu caso,Robert, una confesión de nada serviría. El dinero, sime permites la expresión, es algo engorroso.Además, si confiesas sin ambajes todo el asunto,nunca podrás volver a hablar de moral. Y, enInglaterra, el hombre que no puede hablar de moral

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dos veces por semana ante un auditorio vasto,popular e inmoral, está completamente acabadocomo político serio. No le quedaría más profesiónque la botánica o la Iglesia. Una confesión seríainútil. Sería tu ruina.SIR ROBERT. - Sería mi ruina. Arturo, lo únicoque puede hacer ahora es luchar.LORD GORENG. - (Levantándose.) Esperaba esaspalabras tuyas, Robert; es lo único que puedeshacer. Y debes empezar por contarle a tu esposatoda la verdad.SIR ROBERT. - No haré tal cosa.LORD GORING. - Robert, obras mal, créenle.SIR ROBERT. - No podría hacerlo. Eso mataría suamor por mí. Y, ahora, en cuanto concierne a esamujer esa señora Cheveley. . . ¿Cómo podríadefenderme de ella? Según parece, tú la conocisteantes, Arturo.LORD GORING. - Sí.SIR ROBERT. - ¿La conociste bien?LORD GORING. - (Arreglándose la corbata.) Tan po-co, que me comprometí para casarme con ella encierta oportunidad, cuando pasaba unos días en lacasa de los Tenby. El asunto duró tres días...aproximadamente.

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SIR ROBERT. - ¿Por qué se rompió elcompromiso?LORD GORING. - (Negligentemente.) Oh... Lo he ol-vidado. Al menos, eso no importa. A propósito...¿La has tentado con dinero? Antaño, se moría porel dinero.SIR ROBERT. - Le ofrecí la suma que quisiera.Rehusó.LORD GORING. - Eso significa que elmaravilloso evangelio del oro suele fracasar. El rico,a fin de cuentas, no puede obtener todo lo que se leantoje.SIR ROBERT. - Todo, no. Supongo que tienesrazón. Arturo, presiento que me espera unadeshonra pública. Estoy seguro de ello. Hasta ahora,nunca supe qué es el terror. Ahora lo sé. Es como sinos pusieran una mano de hielo sobre el corazón.Es como si nuestro corazón latieradesesperadamente con ritmo de muerte en algúnrincón vacío.LORD GORING. - (Descargando un golpe sobre la me-sa.) Robert, debes luchar contra ella. Debes lucharcontra ella.SIR ROBERT. - Pero... ¿como?

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LORD GORING. - No puedo decírtelo ahora. Notengo la menor idea. Pero todos poseen algún puntodébil. Todos acusamos alguna flaqueza. (Va hacia lachimenea y se mira en el espejo.) Mi padre dice que hastayo tengo defectos. Quizás sea así. No lo sé.SIR ROBERT. - Al defenderme de la señoraChieveley, tengo derecho a usar cualquier arma quepueda encontrar... ¿No es así?LORD GORING. - (Mirándose aún en el espejo.) En tulugar, creo que yo no sentiría el menor escrúpulo enhacerlo. La señora Cheveley es perfectamente capazde defenderse sola.SIR ROBERT. - (Se sienta ante la mesa y toma unapluma) Entonces enviaré un telegrama cifrado de laembajada de Viena, para preguntar si se sabe allíalgo contra el. Quizás exista algún escándalo secretocuya divulgación tema.LORD GORING. - (Arreglándose la flor de la solapa.)Oh... Creo que la señora Cheveley es, precisamente,una de esas mujeres modernas que consideran a unnuevo escándalo tan tentador como un sombreronuevo y ostentan ambos en el parque, todas lastardes, a las cinco y media. Estoy seguro de que leencantan los escándalos y de que su mayor pena,

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actualmente, es no poderlos conseguir en cantidadsuficiente.SIR ROBERT. - (Escribiendo.) ¿Por qué dices eso?LORD GORING. - (Volviéndose.) Porque anochelucía demasiado colorete y demasiado poca ropa.Eso revela siempre desesperación en una mujer.SIR ROBERT. - (Haciendo sonar una campanilla.) Perovale la pena de que yo telegrafíe a Viena... ¿verdad?LORD GORING. - Siempre vale la pena formularun pregunta, aunque no siempre vale la penacontestar la. (Entra Mason.)SIR ROBERT. - ¿Está el señor Trafford en suhabitación?MASON. - Sí, Sir Robert.SIR ROBERT. - (Pone lo escrito en, un sobre, que cierracuidadosamente.) Dígale que mande esto en claveinmediatamente. Sin la menor demora.MASON. - Sí, Sir Robert.SIR ROBERT. - Ah... Devuélvame eso por unmomento. (Escribe algo en el sobre. Mason sale con lacarta.) La señora Cheveley debió ejercer ciertaextraña influencia sobre el barón Arnheim. Mepregunto en qué habrá consistido esa influencia.LORD GORING. - (Sonriendo.) También yo me lopregunto.

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SIR ROBERT. - Libraré con ella un duelo a muerte,con tal de que mi esposa nada sepa.LORD GORING. - (Con vehemencia) Oh. . .Combátela de todos modos. . ., de todos modos.SIR ROBERT. - (Con un gesto de desesperación.) Si miesposa lo descubriera, me quedaría poco motivo pa-ra seguir luchando. Apenas reciba noticias de Viena,te comunicaré el resultado. Es una posibilidad, nadamás que una posibilidad; pero tengo fe en ella. Y asícomo combatí a la época con sus propias armas,también la combatiré a ella con sus propias armas.Es simplemente justo y ella tiene todo el aspecto deuna mujer con un pasado... ¿Verdad?LORD GORING. - Otro tanto ocurre con lamayoría de las mujeres hermosas. Pero, en materiade pasados, hay una moda, como en materia devestidos. Quizás el de la señora Cheveley sea tansólo un pasado ligeramente décolleté y los décolletés sonpopularísimos en la actualidad. Además, queridoRobert, yo no fincaría muchas esperanzas en laposibilidad de asustar a la señora Cheveley. No creoque la señora Cheveley sea de las que se asustanfácilmente. Ha sobrevivido a todos sus acreedores, ymuestra una admirable presencia de ánimo.

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SIR ROBERT. - Oh... Ahora vivo de esperanzas.Me aferro a cualquier posibilidad. Tengo lasensación de estar a bordo de un barco que sehunde. Mis pies están rodeados por el agua y hastael aire está henchido de tempestades. ¡Silencio! Oigola voz de mi esposa. (Entra Lady Chiltern en traje decalle.)LADY CHILTERN. - Buenas tardes, Lord Goring.LORD GORING. - ¡Buenas tardes, Lady Chiltern!¿Ha estado usted en el parque?LADY CHILTERN. - No; vengo de la AsociaciónLiberal de Mujeres, donde, por lo demás, Robert, tunombre fue acogido con estruendosos aplausos, yahora quiero tomar mi té. (A Lord Goring.) Esperaráusted y tomará el té. . ., ¿verdad?LORD GORING. - Esperaré un poco, gracias.LADY CHILTERN. -Volveré dentro de unmomento. Sólo voy a quitarme el sombrero.LORD GORING. - (Con su máxima seriedad.) ¡Oh! ...Le ruego que no lo haga. Es tan lindo.. . Uno de lossombreros más lindos que he visto. Confío en quela Asociación Liberal de Mujeres lo habrá acogidocon estruendosos aplausos.

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LADY CHILTERN. -(Con una sonrisa.) Tenemos en-tre manos cosas mucho más importantes, quemirarnos mutuamente los sombreros, Lord Goring.LORD GORING. - ¿De veras? ¿Qué clase decosas?LADY CHILTERN. - Bah ... Cosas aburridas,útiles, deliciosas, leyes de fábricas, inspectoresfemeninos, el proyecto de ley de las ocho horas, elprivilegio parlamentario. . . En realidad, todas lascosas que a usted le parecerían totalmente carentesde interés.LORD GORING. ¿Y nada de sombreros?LADY CHILTERN. - (Con fingida indignación.) Ja-más, jamás. (Lady Chiltern sale por la puerta que lleva asu boudoir.)SIR ROBERT. - (Tomándole la mano a Lord Goring.)Has sido un buen amigo para mi, Arturo; un amigorealmente bueno.LORD GORING. - Que yo sepa, hasta ahora no hepodido hacer gran cosa en tu favor, Robert. Enrealidad, no he podido hacer lo más mínimo, por lovisto. Estoy absolutamente decepcionado conmigomismo.

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SIR ROBERT. - Me has permitido que te dijera laverdad. Ya es algo. La verdad me ha causadosiempre una sensación de ahogo.LORD CORING. - ¡Ah! La verdad es algo de queintento liberarme lo antes posible. Una malacostumbre, por lo demás. Me hace muy impopularen el club..., entre los demás socios. Dicen que esoes engreimiento.Quizás lo sea.SIR ROBERT. - Ojalá pudiese decir la verdad...vivir la verdad. ¡Ah! Eso es lo mejor que hay en lavida:(Suspira y va hacia la puerta) Volveré a verte pronto,Arturo. . ., ¿verdad?LORD GORING. - Ciertamente. Cuando quieras.Esta noche concurriré al Baile de los Solteros, amenos que encuentre algo mejor. Pero vendré aquímañana por la mañana. Si me necesitas esta noche,envíame unas líneas a la calle Curzon.SIR R(BERT. - Gracias. (Cuando va a franquear elumbral, Lady Chiltern vuelve de su boudoir.)LADY CHILTERN. - ¿No vienes, Robert?SIR ROBERT. - Tengo que escribir unas cartas,querida.

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LADY CHILTERN. - (Yendo hacia él.) Trabajasdemasiado, Robert. Nunca pareces pensar en timismo y tu aspecto revela tanta fatiga...SIR ROBERT. - No tiene importancia, querida. Notiene, importancia. (La besa y sale)LADY CHILTERN. - (A Lord Goring.) Siéntese.Cuánto me alegro de que nos haya hecho unavisita... Quiero hablar con usted de... Bueno, no desombreros ni de la Asociación Liberal de Mujeres.Se toma usted demasiado interés por el primero deesos temas y harto poco por el segundo.LORD GORING. - ¿Quería usted hablarme de laseñora Cheveley?LADY CHILTERN. - Sí. Lo ha adivinado. Cuandose fue usted anoche, comprobé que lo dicho por esamujer era realmente cierto. Desde luego, le hiceescribir una carta a Robert de inmediato, retirandosu promesa.LORD GORING- Así me lo hizo comprenderRobert.LADY CHILTERN. - Su cumplimiento habría sidola primera mancha de tina carrera hasta ahorainmaculada. Robert debe estar por encima de todacensura. No es como los demás hombres. No puedepermitirse hacer lo que harían los demás. (Mira a

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Lord Goring, que guarda silencio) ¿No está de acuerdoconmigo? Usted es el mejor amigo de Robert, LordGoring. Nadie, con mi sola excepción conoce tanbien a Robert, mi marido no tiene para mí y no creoque los tenga para usted.LORD GORING- Ciertamente, Robert no tienesecretos para mi. Al menos, así lo creo.LADY CHILTERN -Entonces... ¿No tengo razón,acaso, al valuarlo así? Sé que tengo razón. Perohábleme con franqueza.LORD GORING. - (Mirándola en los ojos.) ¿Conabsoluta franqueza?LADY CHILTERN. - Claro. Nada tiene usted queocultarme... ¿No es así?LORD GORING. -Nada. Pero, mi querida LadyChiltern... Yo creo, si me permite la expresión, queen la vida práctica...LADY CHILTERN. - (Sonriendo.) De la cual ustedsabe tan poco, Lord Goring...LORD GORING. -De la cual nada sé porexperiencia, aunque sí un poco por observación.Creo que, en la vida práctica, hay siempre algo deinescrupuloso en el éxito, en el verdadero éxito, yalgo de inescrupuloso en la ambición. Cuando unhombre se ha propuesto en cuerpo y alma llegar a

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cierta posición, trepa al cerro, si necesita hacerlo. . .,y si tiene que caminar por el fango. . .LADY CHILTERN. - ¿En ese caso? ...LORD GORING. - Camina por el fango. Desdeluego, solo hablo en términos generales,refiriéndome a la vida.LADY CHILTERN. - (Con gravedad.) Así lo espero.¿Por qué me mira usted de un modo tan extraño,Lord Goring?LORD GORING. - Lady Chiltern, he pensado aveces en que. . ., quizás usted sea un pocointransigente en algunos de sus puntos de vistasobre la vida. Creo que a veces usted no hacesuficientes concesiones. En todo temperamento hayelementos de debilidad, o de algo peor quedebilidad. Supongamos, por ejemplo, que... que unhombre público, mi padre o Lord Merton o Robert,le hubiese escrito hace años una carta estúpida aalguien...LADY CHILTERN, - ¿Qué entiende usted porcarta estúpida?LORD GORING. - Una carta que comprometegravemente nuestra posición. Sólo planteo un casoimaginario.

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LADY CHILTERN. - Robert es tan incapaz decometer un acto estúpido como lo es de cometer unerror.LORD GORING. - (Después de una larga pausa.) Na-die es incapaz de realizar un acto estúpido. Nadie esincapaz de cometer un error.LADY CHILTERN. - ¿Es usted pesimista? ¿Quédirán los demás elegantes de Londres? Todostendrán que guardar luto.LORD GORING. (Poniéndose de pie.) No, LadyChitern. No soy pesimista. En realidad, no estoy nuy seguro de saber qué significa en realidad elpesimismo. Todo lo que sé es que la vida no puedeser comprendida sin mucha caridad, no puede servivida sin mucha caridad. Es el amor y no lafilosofía alemana lo que Ja la explicación auténticade este mundo, sea cual fuere la explicación delotro. Y si se ve algún día en apuros, Lady Chiltern,confíe absolutamente en mí y le ayudaré en todas lasformas posibles. Si me necesita algún día, pídamemi ayuda y la tendrá. Acuda a mí de inmediato.LADY CHILTERN. - (Mirándolo, sorprendida.) LordGoring, habla usted con toda seriedad. No creohaberlo oído hablar con seriedad jamás.

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LORD GORING. - (Riendo.) Debe usteddisculparme, Lady Chiltern. Eso no volverá aocurrir, si puedo evitarlo.LADY CHILTERN. - Pero es que me agrada verloserio.(Entra Mabel Chiltern, luciendo un vestido deslumbrante.)MABEL. - Querida Gertrudis, no digas algo tan es-pantoso sobre Lord Goring. La seriedad le sentaríamuy mal. ¡Buenas tardes, Lord Goring! Le ruegoque sea todo lo trivial posible.LORD GORING. - Me agradaría serlo, MissMabel, pero temo esta un poco falto deadiestramiento esta mañana. Y, además, tengo quemarcharme.MABEL. -¿Cuando acabo de entrar? ¡Que pésimaconducta la suya, Lord Goring! Estoy seguro de queusted ha sido muy mal educado.LORD GORING. -Así es.MABEL- ¡Ojalá hubiese podido educarlo yo!LORD GORING. - Lamento que no haya ocurridoeso.MABEL. - Supongo que ahora es demasiadotarde...¿verdad ?LORD GORING. - (Sonriendo.) No estoy tanseguro.

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MABEL. ¿Vendrá a dar su paseo a caballo mañanapor la mañana?LORD GORING. Sí, a las diez.MABEL. -No lo olvide.LORD GORING. - Claro está que no lo olvidaré.A propósito, Lady Chiltern... En el «Morníng Post»de hoy no figura la lista de sus invitados. Al parecer,esa información ha quedado fuera de sus columnaspor culpa del Consejo del Distrito o de laConferencia de Lambeth o de algo igualmenteaburrido. ¿Podría usted proporcionarme una lista?Tengo un motivo especial para pedírselo.LADY CHILTERN. Tengo la seguridad de que elseñor Trafford podrá proporcionarle una.LORD GORING -Muchas gracias.MABEL. - Tommy es la persona más útil deLondres.LORD GORING.- (Volviéndose hacia ella.) ¿Y quiénes la más decorativa?MABEL. - (Triunfalmente.) Yo.LORD GORING. - Cuán inteligente de su parte esel haberlo adivinado! (Toma su sombrero y bastón.)¡Adiós, Lady Chiltern! Recordará usted lo que ledije..., ¿verdad ?

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LADY CHILTERN. Pero no sé por qué me lo hadicho.LORD GORING. -Apenas si lo sé yo mismo.¡Adiós, Miss Mabel!MABEL - (Con leve mueca de decepción.) Preferiría queusted se quedase. Esta mañana he tenido cuatroaventuras maravillosas: cuatro y media, en realidad.Usted podría quedarse y escuchar mi relato sobrealgunas de ellas.LORD GORING. - ¡Qué egoísmo de su parte elhaber tenido cuatro aventuras y media! No habráquedado lo más mínimo para mí.MABEL. - No quiero que las tenga. No le haríanbien.LORD GORING. Es la primera vez que me diceusted algo cruel. ¡Cuán deliciosamente lo ha dicho!Mañana a las diez.MABEL. -En punto.LORD GORING. - Absolutamente en punto. Perono traiga al señor Trafford.MABEL. - (Meneando apenas la cabeza.) Desde luego,no traeré a Tommy Trafford. Tommy Trafford estáen desgracia.LORD GORING. - Me encanta saberlo. (Se inclina ysale.)

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MABEL. - Gertrudis, querría que hablaras conTommy Trafford.LADY CHILTERN.- ¿Qué ha hecho esta vez elseñor Trafford? Robert dice que es el mejor de lossecretarios que nunca haya tenido.MABEL. -El caso es que Tommy volvió, a declarár-seme. En realidad, no hace más que proponermematrimonio continuamente. Lo hizo anoche en elsalón de Música, cuando yo carecía por completo deprotección, ya que estaban ejecutando un refinadotrío. Demás está decir que no me atreví a darle lamás leve réplica. De haberlo hecho, la música habríacesado de inmediato. La gente del reino de lamúsica es tan absurdamente irrazonable... Quierensiempre que estemos absolutamente mudos en elpreciso momento en que ansiamos estarabsolutamente sordos. Luego. Tommy me propusomatrimonio esta mañana, a plena luz del día, delantede esa espantosa estatua de Aquiles. Realmente, lascosas que ocurren delante de esa obra de arte sonaterradoras. La policía debiera intervenir, A la horade almorzar adiviné en el fulgor de sus ojos que ibaa hablarme de matrimonio nuevamente y a duraspenas pude contenerlo a tiempo, asegurándole queyo era bimetalista. Afortunadamente, ignoro qué es

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el bimetalismo. Y creo que nadie lo sabe, por lodemás. Pero la observación dejó ano nadado aTommy durante diez minutos. Parecía muyimpresionado. Y, además, Tommy es tan fastidiosoen su manera de proponer matrimonio... Si lohiciera con toda su voz no me importaría tanto.Ello podría producir algún efecto en el público.Pero lo hace en forma espantosamente confidencial.Cuando Tommy quiere ser romántico le habla a unacomo un médico. Siento mucho afecto por Tommy,pero sus métodos para proponer matrimonio soncompletamente anticuados. Me agradaría que lehablaras, Gertrudis, para decirle que bastaperfectamente con que lo haga una vez por semanay que debe hacerlo de modo que llame un poco laatención.LADY CHILTERN. - Querida Mabel, no hables asíAdemás, Robert tiene muy alta opinión del señorTrafford. Cree que le espera un brillante porvenir,MABEL. - Oh... Yo no me casaría con un hombrede porvenir por nada del mundo.LADY CHILTERN. - Mabel!MABEL. - Ya lo sé, querida. Tú te casaste con unhombre de porvenir. . ., ¿verdad? Pero Robert eraun genio y tú tenías un carácter noble y abnegado.

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Tú puedes soportar a los genios. Yo no tengocarácter, y Robert es el único genio a quien podríasoportar. Por regla general, me parecen seresabsolutamente inaguantables. Los genios hablantanto. . ., ¿no es así? ¡Qué mala costumbre! Ysiempre piensan en sí mismos, cuando lo que yodeseo es que piensen en mí. Ahora debo ir al ensayoen casa de Lady Basildon. Como recordarás, ten-dremos cuadros vivos. j El Triunfo de algo, no sé dequé. Confío en que será mi propio triunfo. El únicotriunfo que me interesa de veras actualmente. (Besa aLady Chiltern y sale; luego vuelve corriendo.) Oh,Gertrudis... ¿Sabes quién viene a verte? ¡Esa terribleseñora Cheveley, con un vestido muy bonito! ¿Lahas invitado?LADY CHILTERN. - (Poniéndose de pie.) ¡La señoray! ¿Viene a verme? ¡Imposible!MABEL - Te aseguro que está subiendo la escalerasderrochando encantos como la vida misma y ni porasomo tan natural.LADY CHILTERN.- No debes demorar aquí,Mabel. Recuerda que Lady Basildon te espera.MABEL. - Tengo que estrecharle la mano a LadyMarkby. Es deliciosa. Me gusta que me regañe.(Entra Mason.)

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MASON. - Lady Markby, la señora Cheveley.(Entran Lady Markby y la señora Cheveley.)LADY CHILTERN. - (Avanzando al encuentro de am-bas.) ¡Cuán gentil ha sido usted al visitarme, queridaLady Markby! (Le estrecha la mano y saluda inclinándosecon cierta altanería a la señora Cheveley.) ¿Quiere ustedsentarse, señora Cheveley?SEÑORA CHEVELEY. - Gracias. ¿No es ésa missChiltern? Me agradaría tanto conocerlaLADY CHILTERN. - Mabel, la señora Cheveleydesea conocerte. (Mabel Chiltern saluda con un ligeromovimiento de cabeza.)SEÑORA CHEVELEY. - (Sentándose.) Su vestidome pareció tan encantador anoche, señoritaChiltern. Tan sencillo y... adecuado.MABEL. - ¿De veras? Se lo diré a mi modista. Serátina sorpresa para ella. ¡Adiós, Lady Markby!LADY MARKBY.- ¿Se va ya?MABEL. - Lo siento mucho, pero debo hacerlo.Precisamente, me disponía a concurrir a un ensayo.Tendré que estar cabeza abajo en unos cuadrosvivos.LADY MARKBY. - ¿Cabeza abajo, hija mía? Oh...¡Espero que no tenga que hacerlo! Eso me parece

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perjudicial para la salud. (Se sienta en el sofá, junto a laseñora Cheveley.)MABEL. - Pero es para unas excelentes obras decaridad, en beneficio de los Indignos, la única genteque me interesa actualmente. Yo soy la secretaria yTommy Trafford el tesorero.SEÑORA CHEVELEY. ¿Y qué es Lord Goring?MABEL. - ¡Oh! Lord Goring es el presidente.SEÑORA CHEVELEY. - El cargo le cuadra a lasmil maravillas, a menos que se haya echado a perderúltimamente.LADY MARKBY. - (Reflexionando.) Es usted suma-mente moderna, quizás. Nada es tan peligrosocomo ser demasiado modernos. Corremos el riesgode tornarnos anticuados en forma repentina. Heconocido muchos ejemplos.MABEL. - Qué espantosa perspectiva!LADY MARKBY. - ¡Oh, querida mía! No tiene porqué ponerse nerviosa. Usted será siempre todo lolinda que se puede ser. Ésa es la mejor de las modasque existen y la única que Inglaterra ha logradoimponer.MABEL. - (Con una reverencia.) Muchísimas gracias,Lady Markby, por Inglaterra ... y por mi. (Sale.)

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LADY MARKBY. - (Volviéndose hacia Lady Chiltern..)Querida Gertrudis, sólo le hemos hecho esta visitapara saber si se ha encontrado el broche dediamantes de la señora Cheveley.LADY CHILTERN. - ¿Aquí?SEÑORA CHEVELEY.- Sí. Lo eché de menos alvolver al Claridge's y pensé que quizá se me hubiesecaído aquí.LADY CHILTERN. - Nada he oído decir alrespecto. Pero mandaré por el mayordomo y se lopreguntaré.(Toca el timbre.)SEÑORA CHEVELEY. - Oh, no se moleste, porfavor, Lady Chiltern. Supongo que lo habré perdidoen la ópera, antes de venir aquí.LADY MARKBY. - Oh, sí Supongo que debió seren la ópera. La verdad es que nos empujamos yatropellamos tanto actualmente, que asombra el quenos quede algo encima al terminar una velada. Yomisma sé que, cuando vuelvo de un salón, tengo lasensación de que no quedado una sola hebra sobremí, salvo alguna fina hebra de reputación honesta, laestrictamente indispensable para impedir que lasclases bajas hagan observaciones penosas por lasventanillas del coche. El caso es que nuestra

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sociedad está terriblemente superpoblada. Enverdad, alguien debiera concertar un plan adecuadode emigración con ayuda oficial. Eso haríamuchísimo bien.SEÑORA CHEVELEY. - Estoy completamente deacuerdo con usted, Lady Markby. Hace casi seisaños que no paso la temporada en Londres y deboconfesar que, desde m¡ última visita, la sociedadacusa una mezcla espantosa. En todas partes se vela gente más tara.LADY MARKBY. - Muy cierto, querida. Pero no esforzoso conocerla. Estoy segura de no conocer n lamitad de la gente que viene a mi casa. En realidad, ajuzgar por lo que oigo decir, no me habría gustadoconocerla.(Entra, Mason.)LADY CHILTERN. -¿Qué clase de broche perdióusted, señora Cheveley?SEÑORA CHEVELEY.- Un broche de diamantesen forma de serpiente, con un rubí, un rubí bastantegrande.LADY MARKBY. - Creí haberle oído decir que, ensu parte central, había un zafiro.SEÑORA CHEVELEY. - (Sonriendo.) No, LadyMarkby ... Un rubí.

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LADY CHILTERN. - ¿Se ha encontrado un brochede rubí y diamantes en alguna de las habitacionesesta mañana, Jason?JASON. - No, milady.SEÑORA CHEVELEY. - Verdaderamente, notiene importancia, Lady Chiltern. Cuánto lamentohaberle causado esta molestiaLADY CHILTERN. - (Con frialdad.) Oh... Yo haytal molestia. Nada más, Mason, Puede traer el té.(Mason sale.)LADY MARKBY. - Francamente, resulta muyfastidioso perder algo. Recuerdo que, hace años, enBath, se me perdió en el salón de las duchas unhermosísimo brazalete de camafeos que me habíaregalado Sir John. Creo que, a partir de entonces,Sir John no me ha regalado lo más mínimo. A decirverdad, esa horrible Cámara de los Comunesestropea por completo a nuestros maridos. LaCámara Baja me parece, con mucho, el peor de losgolpes asestados a la vida conyugal feliz desde la in-vención de esa cosa terrible que se llama laEducación Superior de las Mujeres.LADY CHILTERN. - Oh. Es una herejía decir esoen esta casa, Lady Markby. Robert es un gran cam-

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peón de la Educación Superior de las Mujeres. Ytemo que yo también.SEÑORA CHEVELEY. - Lo que me agradaría veres la educación superior de los hombres. Lanecesitan tantoLADY MARKBY. -Efectivamente, querida. Perotemo que semejante plan sería muy poco práctico.No creo que el hombre tenga capacidad alguna deevolución. Ha llegado lo más lejos que podía y esono ha sido mucho..., ¿verdad? En cuanto conciernea las mujeres, querida Gertrudis, usted pertenece ala generación joven y estoy segura de que eso debeser perfectamente aceptable si usted lo aprueba. Enmis tiempos, desde luego, se nos enseñaba a nocomprender lo más mínimo. Ése era el viejo sistemay resultaba maravillosamente interesante. Le aseguroque la cantidad de cosas que nos enseñaron a nocomprender a mí y a mi pobre hermana, fue real-mente extraordinaria. Pero las mujeres modernas locomprenden todo, según he oído decir.SEÑORA CHEVELEY. -Salvo a sus maridos. Esoes lo único que nunca comprende la mujermoderna.LADY MARKBY. - Y es una suerte, por cierto,querida. Me atrevería a afirmarlo. Muchos hogares

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felices podrían quedar destruídos si así no fuese.Demás está decir que no me refiero al suyo,Gertrudis. Se ha casado usted con un maridomodelo. Yo querría poder decir otro tanto. Perodesde que Sir John se ha habituado a concurrir conregularidad a los debates, cosa que nunca hacía enlos buenos tiempos de antaño, su lenguaje se havuelto completamente insufrible. Parece creersiempre que está pronunciando un discurso ante laCámara, y, por lo tanto, siempre que analiza elestado de! obrero agrícola o la Iglesia Galense ocualquiera otra cosa impropia de esa clase, me veoobligada a dejar a los criados de la habitación. No esgrato ver a nuestro mayordomo, que nos sirve yadesde hace veintitrés años, sonrojándose junto alaparador, y a los lacayos haciendo contorsiones enlos rincones, como gente de circo. Le aseguro austed que mi vida quedará en ruinas si no envían deinmediato a John a la Cámara Alta. Desde entonces,ya no se interesará para nada por la política..., ¿no locree usted así? La Cámara de los Lores es tanrazonable... Es una asamblea de caballeros. Pero ensu estado actual John me pone realmente a prueba.Esta mañana, sin ir más lejos, antes de promediar eldesayuno, se paró sobre la alfombra de la chimenea,

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se metió las manos en los bolsillos y exhortó al paísa voz en cuello. Abandoné la mesa aperas hubetomado mi segunda taza de té, demás está decir.¡Pero su violento lenguaje pudo oírse en toda lacasa. Confío en que Sir Robert no será así. . .,¿verdad, Gertrudis?LADY CHILTERN. - Pero la política me interesamucho, Lady Markby, Me gusta oírle hablar delasunto a Robert.LADY MARKBY. - Espero que no sea tan devoto,de los Libros Azules como Sir John. No creo queesos documentos constituyan una lecturaprovechosa para nadie.SEÑORA CHEVELEY. - (Lánguidamente.) Jamás heleído un Libro Azul. Prefiero los libros de tapaamarilla.LADY MARKBY. - (Amablemente inconsciente.) Elamarillo es un color más alegre..., ¿verdad? Yo usé amenudo el amarillo en mis tiempos y haría otrotanto ahora si Sir John no fuese tan penosamentepersonal en sus observaciones, y el hombre quehabla de vestidos siempre hace el ridículo ¿no esasí?

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SEÑORA CHEVELEY ¡Oh, no! Creo que loshombres son la única autoridad en materia devestidos.LADY MARKBY. ¿De veras? ¡Quién lo diría, conel tipo de sombreros que usan! ¿Verdad? (Entra elmayordomo, seguido por el lacayo. El té es servido sobre unamesita próxima a Lady Chiltern.)LADY CHILTERN. -¿Me permite ofrecerle unpoco de té, señora Cheveley?SEÑORA CHEVELEY. - Gracias. (El mayordomo letiende a la señora, Cheveley una taza de té sobre unabandeja.)LADY CHILTERN. - ¿Un poco de té, LadyMarkby?LADY MARKBY. - No, gracias, querida. (Loscriados salen.) El caso Es que he prometido hacer unaescapada de diez minutos para visitar a la pobreLady Brancaster, que está en muy grandes apuros.Su hija, una muchacha espléndidamente educada, seha comprometido en serio para casarse con un curadel Shropshire. Es algo muy triste, muy triste, porcierto. No puedo comprender esta manía modernade los curas. En mis tiempos, las muchachas losveíamos correr por el pueblo, naturalmente, comoconejos. Pero nunca nos fijábamos en ellos para

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nada, como es de suponer. Sin embargo, me dicenque en la actualidad la sociedad rural está repleta decuras. Eso me parece algo muy irreligioso. Y,además, el hijo mayor de Lady Brancaster ha reñidocon su padre y se dice que, cuando ambos seencuentran en el club, Lord Brancaster se ocultasiempre detrás del artículo financiero del «Times».Con todo, creo que el suceso es muy común enestos tiempos y que debe haber ejemplares extrasdel «Times, en todos los clubs de la calle de SanJaime; tantos son los hijos que no quieren tener quever con sus padres y tantos los padres que noquieren hablarles a sus hijos. Personalmente, eso meparece muy lamentable.SEÑORA CHEVELEY. - También a mi. Lospadres podrían aprender tanto de sus hijos, hoy...LADY MARKBY. - ¿De veras, querida? ¿El qué?SEÑORA CHEVELEY. - El arte de vivir. La únicade las bellas artes auténticas que hemos creado enlos tiempos modernos.LADY MARKBY. -(Agitando la mano.) Ah... Temoque Lord Brancaster sabía mucho de eso. Más de loque supo nunca su pobre esposa. (Volviéndose haciaLady Chiltern.) Usted conoce a Lady Brancaster...,¿verdad, querida?

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LADY CHILTERN. - Muy superficialmente. LadyBrancaster pasaba unos días en Langton, en otoñodel año pasado, cuando estábamos allí.LADY MARKBY. - Pues bien... Como todas lasmujeres gordas, Lady Brancaster parece la imagenmisma de la felicidad, como sin duda usted lo habránotado. Pero en su familia hay muchas tragedias,aparte de esa tragedia del cura. Su propia hermana laseñora Jekyll, ha tenido una vida muy desdichada:sin culpa alguna de su parte, lamento decirlo.últimamente estaba tan descorazonada, que ingresóen un convento o en el teatro lírico, no recuerdobien ya en dónde. No:crea que se dedicó a aprender el bordado para artesdecorativas. Sé que había perdido todo el placer devivir. (Levantándose.) Y ahora, Gertrudis, si me lopermite, dejaré a su cargo a la señora Cheveley yvolveré a buscarla dentro de un cuarto de hora oquizás, querida señora Cheveley, a usted no leimporte esperarme en el coche mientras saludo aLady Brancaster. Como me propongo hacer unavisita de pésame, no demorará mucho tiempo.SEÑORA CHEVELEY. - (Levantándose.) No meimporta esperar en el coche, siempre que haya quienla mire a una.

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LADY MARKBY. - A decir verdad, me han dichoque el cura ronda siempre los alrededores de la casa.SEÑORA CHEVELEY. - Temo que no meagraden los afectos a las muchachas.LADY CHILTERN. (Poniéndose de pie.) Confío enque la señora Cheveley se quedará un poco. Me gus-taría conversar con ella algunos minutos.SEÑORA CHEVELEY - ¡Qué amable es Usted,Lady Chiltern! Créame que nada podríaproporcionarme mayor placer.LADY MARKBY - No dudo de que ustedestendrán muchos gratos recuerdos de colegio queevocar. ¡Adiós, querida Gertrudis! ¿La veré estanoche en casa de Lady Bonar? Lady Bonar acaba dedescubrir a un nuevo genio maravilloso. Éste hace...nada, según creo. Eso es un gran consuelo...¿verdad?LADY CHILTERN. - Robert y yo cenamos solosen casa esta noche y no tengo el propósito de salir,luego. Robert, naturalmente, tendrá que ir a laCámara. Pero nada habrá de interesante.LADY MARKBY - ¿Cenar en casa solos? ¿Será esoprudente? Ah... Olvidaba que su marido es una ex-cepción. El mío, es la regla general y nada envejece

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con más rapidez a una mujer que el haberse casadocon la regla general. (Sale.)SEÑORA CHEVELEY. - Lady Markby es unamujer maravillosa. ¿verdad? Habla más y dicemenos que cualquier otra de las personas queconozco. Ha nacido para pronunciar discursos.Mucho más que su marido, a pesar de ser éste uninglés típico, siempre aburrido, a menudo violento.LADY CHILTERN. - (No contesta, permaneciendo depie. Pausa. Los ojos de ambas mujeres se encuentran. LadyChiltern está severa y pálida. La señora Cheveley, parece másbien divertida.) Señora Cheveley, creo convenientedecirle con toda franqueza que, de haber sabidorealmente quién era usted, no la habría invitado a micasa anoche.SEÑORA CHEVELEY. - (Con impertinente sonrisa.)¿De veras?LADY CHILTERN. No habría podido hacerlo.SEÑORA CHEVELEY. Veo que usted no hacambiado a pesar de los años transcurridos,Gertrudis.LADY CHILTERN. - Yo nunca cambio.SEÑORA CHEVELEY. - (Enarcando las cejas.) ¿Demodo que la vida nada le ha enseñado?

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LADY CHILTERN. - Me ha enseñado que quienha cometido en determinada ocasión un actodeshonesto y deshonroso, puede volver a cometerloy debe ser rehuido.SEÑORA CHEVELEY. - ¿Le aplicaría usted esaregla a todos?LADY CHILTERN. - Sí. A todos, sin excepción.SEÑORA CHEVELEY. - Entonces, lo siento porusted, Gertrudis. Lo siento mucho.LADY CHILTERN. - Usted comprenderá, sinduda, que por muchas razones es enteramenteimposible toda relación ulterior entre nosotrasdurante su permanencia en Londres.SEÑORA CHEVELEY. - (Echándose atrás en elsillón.)¿Sabe una cosa, Gertrudis? No me importaque usted hable un rato de moral. La moral es,simplemente, la actitud que adoptamos conrespecto a las personas que nos desagradanpersonalmente. Yo le desagrado. Estoy segurísimade ello. Por mi parte, la he detestado siempre austed. Y, sin embargo, he venido a prestarle unservicio.LADY CHILTERN. - (Desdeñosamente.) Como elservicio que quería prestarle anoche a mi marido,supongo.

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A Dios gracias, le he ahorrado eso.SEÑORA CHEVELEY. - (Poniéndose de pie.) ¿Fueusted quien le hizo escribirme esa insolente carta?¿Fue usted quien lo obligó a desdecirse de supromesa?LADY CHILTERN. SiSEÑORA CHEVELEY. - Entonces debe ustedhacer que la cumpla. Le doy plazo hasta mañana porla mañana. . no más. Si para entonces su marido nose ha comprometido solemnemente a ayudarme enel gran proyecto en que estoy interesada...LADY CHILTERN. - Esa especulaciónfraudulenta...SEÑORA CHEVELEY. - Llámela como quiera.Tengo a su marido en mi poder y si es ustedprudente, lo inducirá a hacer lo que le he dicho.LADY CHILTERN. - (Levantándose y yendo hacia ella.)Es usted impertinente. ¿Qué tiene de común mimarido con usted? ¿Con un., mujer como usted?SEÑORA CHEVELEY. - (Con amarga risa) En estemundo, cada cual se encuentra con un semejante. Sihacemos tan buena pareja con su marido, ello sedebe a que también él es tramposo y deshonesto.Entre usted y él. hay abismos. Él y yo, estamos más

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próximos que si fuéramos amigos. Somos enemigosligados el uno al otro. Nos liga el mismo pecado.LADY CHILTERN. - ¿Cómo se atreve a clasificara mi marido en la misma categoría que usted?¿Cómo se atreve a amenazarlo o amenazarme?Retírese de mi casa. Es usted indigna de entrar enella.(Sir Robert entra sin ser visto. Oye las últimas palabras desu esposa y ve a quien están dirigidas. Se torna moralmentepálido)SEÑORA CHILTERN - ¡Su casa! Una casacomprada con el precio de la deshonra. Una casacuyo contenido ha sido pagado por la estafa. (Sevuelve y ve a Sir Robert,) ¡Pregúntele usted su maridocuál es el origen de su fortuna! Haga que le cuentecómo le vendió a un corredor de bolsa un secretode gabinete. Sepa de sus labios a qué debe usted suposición.LADY CHILTERN. - ¡Eso no es cierto! ¡Robert!¡Eso no es cierto!SEÑORA CHEVELEY. - (Señalando a Sir Robert conel dedo extendido.) ¡Mírelo! ¿Puede él negarlo? ¿Seatreve a hacerlo?SIR ROBERT. - ¡Váyase! ¡Salga ahora mismo deaquí! Ya ha hecho todo el mal que podía hacer.

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SEÑORA CHEVELEY. - ¿Todo el mal? Noterminado aún con ustedes, con ninguno de los dos.Les doy plazo hasta mañana al mediodía. Si,entonces, no se ha hecho lo que exijo, el mundoentero sabrá el origen de Robert Chiltern. (Sir Robertagita una campanilla. Entra Mason.)SIR ROBERT. - Acompañe a la puerta a la señoraCheveley.(La señora Cheveley se sobresalta: luego, se inclina concortesía algo exagerada ante Lady Chiltern, que no da señalde responder. Citando pasa junto a Sir Robert, parado cercade la puerta, hace un alto y lo -,Jira en los ojos. Luego, sale,seguida por el criado, que cierra la puerta en pos de sí.Quedan a solas marido y esposa. Lady Chiltern, inmóvil,parece sumida en espantoso sueño. Luego, se vuelve y mira asu marido. Lo mira con ojos extraños, como si lo viera porprimera vez.)LADY CHILTERN. - ¡Has vendido por dinero unsecreto de gabinete! ¡Comenzaste tu vida con unades deshonra! ¡Edificaste tu carrera sobre ladeshonra ¡Dime que eso no es cierto! ¡Miénteme!¡Miénteme! ¡Dime que eso no es cierto!SIR ROBERT. - Lo que dijo esa mujer esabsolutamente cierto. Pero escúchame, Gertrudis.

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Tú no sabes como fui tentado. Permíteme que te locuente todo. (Va hacia, ella.)LADY CHILTERN. No te acerques a mí. No metoques. Tengo la sensación de que me hubierasmancillado para siempre. ¡Oh! ¡Qué máscara hasestado usando durante todos estos años! ¡Unahorrible máscara pintada! Te vendiste por dinero.¡Oh! ¡Un vulgar ladrón habría sido preferible! Tepusiste en venta al mejor postor! Te compraron enel mercado. Le mentiste al mundo entero. Y, contodo, no quieres mentirme a mí.SIR ROBERT. (Abalanzándose hacia ella.) ¡Gertrudis!¡Gertrudis!LADY CHILTERN. - (Repeliéndolo, con las manos ten-didas.) ¡No, no hables! ¡No digas nada! Tu voz des-pierta terribles recuerdos, recuerdos de cosas queme hicieron amarte, recuerdos de palabras que mehicieron amarte, recuerdos que son horribles ahorapara mí. ¡Y cómo te he adorado! Eras para mi algodistinto de la vida corriente, una cosa pura, noble,honesta, sin mácula. El mundo me parecía máshermoso porque tú estabas en él y la bondad parecíaalgo concreto porque tú vivías. Y ahora... ¡Oh!¡Cuando pienso que hice de un hombre como tú miideal, el ideal de mi vida!

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SIR ROBERT. - Ésa fue tu equivocación. Ése fuetu error. El error que cometen todas las mujeres.¿Por qué no podrán amarnos ustedes las mujerescon nuestros defectos y todo lo demás? ¿Por quénos colocan en monstruosos pedestales? Todostenemos pies de arcilla, tanto las mujeres como loshombres; pero cuando los hombres amamos a lasmujeres, las amamos conociendo sus debilidades,sus desatinos, sus imperfecciones; las amamos tantomás, quizás, por ese motivo. No es lo perfecto, sinolo imperfecto lo que tiene necesidad de amor. Elamor debe venir a curarnos cuando nos hierennuestras propias manos o las manos de los demás...De no ser así... ¿de qué serviría el amor? El amordebe perdonar todos los pecados, salvo un pecadocontra él mismo. El verdadero amor debe perdonartodas las vidas, salvo las vidas sin amor. Así es elamor de un hombre. Es más amplio, más grande,más humano que el de una mujer. Las mujerescreen convertir a los hombres en ideales. Lo quehacen es, simplemente, convertirlos en ídolos. Túhiciste de mí un falso ídolo y yo no tuve el valor dedescender del pedestal, de mostrarte mis heridas, dedecirte mis debilidades. Temía perder tu amor,corno lo he perdido ahora. ¡Y, por eso, anoche

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arruinaste mi vida, sí, la arruinaste! Lo que me pedíaesa mujer, nada era comparado -con lo que meofrecía. Me ofrecía la seguridad, la paz, laestabilidad. El pecado de mi juventud, que yo creíasepultado, resurgía ante mí, repulsivo, horrible,aferrándome la garganta con sus manos. Yo podíahaberlo matado para siempre, podía haberloenviado de regreso a la tumba, destruido su prueba,quemado el único testigo existente contra mí. Túme lo impediste. Nadie sino tú, bien lo sabes. Y,ahora. ¿qué me espera, sino la ignominia pública, laruina, una tremenda vergüenza, el escarnio delmundo, una vida solitaria y deshonrosa, una muertesolitaria y deshonrosa, quizás, algún día? ¡Ojalá lasmujeres no conviertan más en ideales a loshombres! ¡Ojalá no los pongan sobre altares ni seinclinen ante ellos... o destruirán sus vidas tancompletamente como has destruído la mía tú, tú, aquien he amado con tanto frenesí!(Sale de la habitación. Lady Chiltern se precipita hacia él,pero la puerta ha sido cerrada ya cuando llega a ella. Pálidade angustia, desorientado, impotente, Lady Chiltern desfallececomo una planto en el agua. Sus manos tendidas parecentemblar en el aire, como las flores recién brotadas al viento.

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Luego se echa de junto al sofá y (culta el rostro. Sus sollozosparecen los de una niña.)

TELÓN

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ACTO III

ESCENARIO: La biblioteca de la casa de Lord Goring.Un aposento Adam. A la derecha, puerta que da al hall. A

la izquierda, la puerta del salón de fumar. Unas puertasplegadizas de foro se abren, sobre la sala de recibo. El fuego

está encendido. Philips, el mayordomo, coloca algunosperiódicos sobre el escritorio. La característica de Philipps es

su impasibilidad. Los entusiastas lo han apodado elMayordomo ideal. La Esfinge no es tan hermética como él.Es una máscara con buenos modales. Nada sabe la historiade su vida intelectual o emotiva. Representa el dominio de la

forma.Entra Lord Goring, en traje de noche, con una flor en el ojal.

Está tocado de un. sombrero de copa y viste una capaInverness. De guantes blancos, lleva un bastón Luis XVI.Tiene todos los delicados amaneramientos de la elegancia. Seadvierte que está en contacto directo con la vida moderna, la

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comprende y por lo tanto la domina. Es el primer filósofobien vestido da la historia del pensamiento.

LORD GORING. - ¿Me has preparado la segundaflor para el ojal, Phipps?PHIPPS. - Sí, milord. (Toma el sombrero, el bastón y lacapa de Lord Goring y le presenta una nueva flor en unabandeja.)LORD GORING. - Cosa bastante notable, Phipps.Soy la única persona de importancia mínima deLondres que luce una flor en el ojal.PHIPPS- Sí, milord. Lo he notado.LORD GORING. - (Sacando la flor anterior.) La ele-gancia, Phipps, es lo que usa uno mismo. Lo noelegante es lo que usan los demás.PHIPPS - Si, milord.LORD GORING. - Así como la vulgaridad es,simplemente, la conducta de los demás.PHIPPS - Sí, milord.LORD GORING. - (Poniéndose la nueva flor en el ojal.)Y las mentiras, son las verdades de los demás.PHIPPS. - Sí, milord.LORD GORING. - Los demás son algo realmenteespantoso. La única compañía posible es unomismo.

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PHIPPS. - Sí, milord.LORD GORING. - Amarse a sí mismo es elprincipio de un romance susceptible de durar todala vida, Phipps.PHIPPS. - Sí, milord.LORD GORING. - (Mirándose en el espejo.) No creasque esta flor me gusta mucho, Phipps. Me vuelveun poco demasiado viejo. Con ella, se diría queestoy en la plenitud de la vida... ¿eh, Phípps?PHIPPS- No observo alteración alguna en la apa-riencia de Su Señoría.LORD GORING. - ¿De veras, Phipps?PHIPPS - No, milord.LORD GORING. - No estoy tan seguro. Enadelante, prepárame una flor más trivial para losjueves por la noche, Phipps.PHIPPS - Se lo diré a la florista, milord. Ha sufridoúltimamente una pérdida en su familia, lo cual quizáexplique la falta de trivialidad de que se queja SuSeñoría.LORD GORING. - ¡Que peculiaridadextraordinaria en las clases bajas de Inglaterra!Pierden constantemente a sus parientes.PHIPPS. Sí, milord! Son sumamente afortunadas enese sentido.

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LORD GORING. - (Se vuelve y lo mira. Phipps sigueimpasible.) ¡Hum! ¿Hay cartas, Phipps?PHIPPS - Tres, milord. (Se las tiende sobre unabandeja.)LORD GORING. (Toma las cartas.) Quiero mi ca-brioló dentro de veinte minutos.PHIPPS. - Sí, milord. (Va hacia la puerta.)LORD GORING. - (Saca la carta que viene en un sobrerosa.) Hum... ¿Cuándo llegó esta carta, Phipps?PHIPPS - Fue traída por un mensajero momentosdespués de haberse marchado al club su Señoría.LORD GORING. - Está bien. (Phipps sale.) La letrade Lady Chiltern, sobre el papel de escribir colorrosa de Lady Chiltern. Esto es bastante curioso.Creí quesería Robert. ¿Qué querrá decirme LadyChiltern? (Se sienta ante un secreter y abre la carta y la lee)«Confío en usted. Lo necesito. Iré en su busca.Gertrudis.» (Deja la carta con aire perplejo. Luego, vuelvea mirarla y la relee lentamente.) «Confío en usted. Lonecesito. Iré en su busca ¡De modo que ya lo sabetodo! ¡Pobre mujer! ¡Pobre mujer! (Saca el reloj y lomira.) Pero... ¡Qué hora para una visita! ¡Las diez!Tendré que renunciar a mi visita a los Berkshires.Con todo, siempre es agradable ser esperado, no Enel Baile de los Solteros no me esperan, de modo que

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iré allí, ciertamente. Haré que Gertrudis apoye -, sumarido. Es lo único que puede hacer toda mujer¡-.Es el desarrollo del sentido moral en la mujer lo quehace del matrimonio una institución tanirremediable y unilateral. Las diez. Lady Chiltern notardará en llegar. Debo decirle a Phipps que sóloestoy en casa para ella.(Va hacia la campanilla.)PHIPPS - (Entrando.) Lord Caversham.LORD GORING. - Oh ... ¿Por qué han deaparecer ¡siempre los padres en el momento menosoportuno? Supongo que se tratará de algúnextraordinario error de la naturaleza. (Entra LordCaversham.) Encantado de verte, querido papá. (Va asu encuentro.)LORD CAVERSHAM. - Quíteme usted la capa.LORD GORING. - ¿Vale la pena, papá?LORD CAVERSHAM. - Naturalmente que sí,caballero. ¿Cuál es la butaca más cómoda?LORD GORING. - Ésa, papá. Es la que yo usocuando tengo gente de visita.LORD CAVERSHAM. - Supongo que en estahabitación habrá corrientes de aire. . ., ¿verdad?LORD GORING. - No, papá.

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LORD CAVERSHAM. - (Sentándose.) Me alegro desaberlo. No puedo soportar las corrientes de aire.En casa, no hay corrientes.LORD GORING. - Hay bastantes brisas, papá.LORD CAVERSHAM. - ¿Eh? No, entiendo quéquiere decir. Deseo sostener una conversación seriacon usted, caballero.LORD GORING. - ¡Querido papá! ¿A esta hora?LORD CAVERSHAM. - Pues sólo son las diez.¿Qué objeción puede usted formularle a la hora?¡Creo que la hora es admirable!LORD GORING. - El caso es, papá, que éste no esmi día para conversaciones serias. Lo sientomuchísimo, pero no es mi día.LORD CAVERSHAM. - ¿Qué quiere usted decir,caballero?LORD GORING. - Durante la temporada, papá,sólo hablo seriamente el primer martes de cada mes,de cuatro a siete.LORD CAVERSHAM. - Pues supongamos quehoy e martes, caballero. Supongamos que es martes.LORD GORING. - Pero son las siete pasadas,papá, mi médico dice que no debo sostenerconversaciones serias después de las siete. Eso, mehace hablar en sueños.

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LORD CAVERSHAM. - ¿Hablar en sueños,caballero? ¿Qué importa eso? Usted no es casado.LORD GORING. NO, papá. No soy casado.LORD CAVERSHAM. - ¡Hum! De eso venía ahablarle precisamente, caballero. Usted debe casarsey de inmediato. A su edad, caballero, yo era viudoinconsolable desde hacía tres meses y galanteaba yaa su admirable madre. ¡Caramba, caballero! Su deberes casarse. Usted no puede seguir viviendoeternamente para el placer. Todos los hombres deposición se casan en estos tiempos. Los solteros yahan pasado de moda. Son gente con averías. Se sabedemasiado sobre ellos. Es necesario que se consigausted una esposa, caballero. Mire hasta dónde hallegado su amigo Robert Chiltern merced a suprobidad, a su duro trabajo y a un matrimoniorazonable con una buena mujer. ¿Por qué no imitausted, caballero? ¿Por qué no lo torna por modelo?LORD GORING. - Creo que lo haré, papá.LORD CAVERSHAM. - Ojalá lo haga usted.Entonces, seré feliz. Actualmente, la vida de sumadre es una perpetua congoja por culpa suya. Esusted cruel, caballero, sumamente cruel.LORD GORING. - Espero que no, papá.

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LORD CAVERSHAM. - Y es hora ya de que scase. Tiene usted treinta y cuatro años, caballero.LORD GORING. - Sí, papá. Pero sólo confiesotreinta y dos treinta y uno y medio cuando tengo enel ojal una flor realmente hermosa. Esta flor no es...lo bastante trivial.LORD CAVERSHAM. - Le digo que tiene ustedtreinta y cuatro, caballero. Y, además, en suhabitación hay una corriente de aire, lo cualempeora su conducta. ¿Por qué me dijo usted queno había corriente, caballero? Siento una corriente,la siento perfectamente.

LORD GORING. También yo papá. Es unacorriente espantosa. Te haré una visita mañana.Podremos hablar de todo lo que quieras. Permítemeque te ayude a ponerte la capa, papá.LORD CAVERSHAM. -No, caballero. Lo hevisitado esta noche con un fin definido y llegaré a élcueste lo que cueste, tanto a mi salud corno a lasuya. Deje mi capa.LORD GORING. - Ciertamente, papá. Perovámonos a otra habitación. (Tira de la campanilla.)Hay aquí aire es una corriente de espantosa. (Entra

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Phipps.) Phipps... ¿Hay encendido un buen fuego enel salón de fumar?PHIPPS - Sí, milord.LORD GORING - Entra ahí, papá. Tusestornudos desgarran el corazón.LORD CAVERSHAM. - ¿Supongo, caballero, quetengo derecho a estornudar cuando se me antoja?LORD GORING. - (Con tono de excusa.) Ni más nimenos, papá. Yo estaba expresándole simplementemi condolencia.LORD CAVERSHAM. - ¡Al diablo con lacondolencia! Hoy, eso se está usando ya demasiado.LORD GORING. - Estoy completamente deacuerdo contigo, papá. Sí hubiese menoscondolencia en el mundo, habría menosdificultades.LORD CAVERSHAM. - (Yendo hacía el salón defumar) Eso es una paradoja, caballero. Odio lasparadojas.LORD GORING. - También yo las odio, papá.Todas las personas con quienes nos encontramoshoy, son una paradoja. Eso resulta muy fastidioso,La gente de sociedad resulta así tan trasparente...

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LORD CAVERSHAM. - (Volviéndose y mirando a suhijo por debajo de sus tupidas cejas.) ¿Entiende ustedrealmente siempre lo que dice, caballero?LORD GORING. - (Después de alguna vacilación.) Sí,papá, si escucho atentamente.LORD CAVERSHAM. - (Indignado.) ¡Si escuchaatentamente! ... ¡Cachorro engreído! (Se va gruñendo alsalón de fumar. Entra Phipps.)LORD GORING. - Phipps, una dama vendrá avisitarme esta noche por un asunto privado. Hazlapasar a la sala de recibo cuando llegue. ¿Entiendes ?PHIPPS - Sí, milord.LORD GORING. - Es un asunto de la mayorimportancia, Philipps.PHIPPS - Comprendo, milord.LORD GORING. - No debes dejar entrar aninguna otra persona, en ningún caso.PHIPPS - Comprendo, milord. (Suena la campanilla.)LORD GORING. - ¡Ah! Es probable que sea es, adama. La haré pasar yo mismo.(En el preciso momento en que se dirige hacía la puerta,Lord Caversham sale del salón de fumar.)LORD CAVERSHAM. - Y bien, caballero...¿Tengo que hacer antesala para que me atienda?

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LORD GORING. - (Sumamente perplejo.) Iré dentrode un momento, papá. Excúsame. (Lord Cavershamvuelve al salón de fumar.) Bueno. Recuerda mis ins-trucciones, Phipps ... Hazla pasar a esa habitación.PHIPPS - Sí, milord.(Lord Goring entra en el salón de fumar. Harold, el lacayo,hace pasar a la señora Cheveley. Como una lamia, estárecubierta de verde y plata. La envuelve una capa de rasonegro, con forro de seda del color de la hoja de rosa marchita.)HAROLD. - ¿Su nombre, señora?SEÑORA CHEVELEY. - (A Phipps, que avanzahacia ella.) ¿No está Lord Goring? Me habían dichoque se hallaba en casa.PHIPPS. - Su Señoría está conversando en estosmomentos con Lord Caversham, señora. (Mira conojos fríos y vidriosos a Harold, que se retira de inmediato.)SEÑORA CHEVELEY. - (Para sí.) ¡Quésentimientos filiales!PHIPPS. - Su Señoría me dijo que la invitara a espe-rarlo en la sala de recibo. Tenga usted la bondad depasar. Su Señoría vendrá a verla allí.SEÑORA CHEVELEY. - (Con aire de sorpresa.)¿Lord Goring me espera?PHIPPS- Sí, señora,

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SEÑORA CHEVELEY.- ¿Está absolutamenteseguro?PHIPPS. - Su Señoría me dijo que si venía unadama, yo debía hacerla esperar en la sala de recibo.(Va hacia la puerta de la sala de recibo y la abre.) Lasinstrucciones de Su Señoría, en este sentido, flansido muy precisas.SEÑORA CHEVELEY.- (Para Sí.) ¡Qué previsor!Esperar lo inesperado revela un intelectoacabadamente moderno. (Va hacia la sala de recibo ymira su interior.) ¡Oh! ¡Qué triste aspecto tienesiempre la sala de recibo de un soltero! Tendré quealterar todo esto. (Phipps trae la lámpara del secreter.)No. No le gusta esa lámpara. Su luz es demasiadoviva. Encienda unas velas.PHIPPS - (Restituyendo la lámpara a su sitio.) Muybien, señora.SEÑORA CHEVELEY. Confío en que las velastendrán pantallas decorosas.PHIPPS - Por el momento, señora, no hemostenido quejas al respecto.(Entra en la sala de recibo y comienza a encender las velas.)SEÑORA CHEVELEY - (Para sí.) Me pregunto aqué mujer espera Lord Goring esta noche. Serádelicioso sorprenderlo. Los hombres tienen siempre

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un aspecto tan estúpido cuando son sorprendidos...Y lo son siempre. (Mira a su alrededor y se acerca alsecreter.)¡Qué habitación interesante! ¡Qué cuadrointeresante! Me pregunto cómo será sucorrespondencia. (Toma las cartas.) ¡Oh! ¡Quécorrespondencia carente de interés! ¡Cuentas ytarjetas, deudas y viudas! ¿Quién demonios leescribe en papel rosa? ¡Qué tonto es escribir enpapel rosa! Eso parece el principio de un romancede ase media. Un romance nunca debieracomenzarla el, con un sentimiento. Debieracomenzar con ciencia y terminar con tina dote.(Deja la carta; luego, la retoma.) Es la de GertrudisChiltern. La recuerdo perfectamente. Los diezmandamientos en cada rasgo de la pluma y la leymoral en toda la página. ¿Sobre qué le escribiráGertrudis? Alguna cosa horrible sobre mí, supongo.¡Cómo detesto a esa mujer! (La lee) "Confío en usted.Lo necesito. Iré en su busca. Gertrudis." "Confío en usted.Lo necesito. Iré en su busca. Gertrudis".(En el semblante de la señora Cheveley aparece una miradade triunfo. Se dispone a robar la carta, cuando entra Phipps.)PHIPPS. - Las velas de la sala de recibo están en-cendidas como me indicó, señora.

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SEÑORA CHEVELEY. - Gracias. (Se levantapresurosamente y desliza la carta debajo de un gran. secadorde plata que se halla sobre la mesa.)PHIPPS. - Espero que las pantallas serán de suseñora. Son las más decorosas que tenemos, las queusa Su Señoría personalmente cuando se viste parala cena.SEÑORA CHEVELEY, (Con una sonrisa) Entoncesestoy segura de que deben ser perfectamenteadecuadas.PHIPPS. - (Con gravedad.) Gracias, señora.(La señora Cheveley entra en la sala de recibo. Phipps cierrala puerta y se retira. La puerta se abre con lentitud y laseñora Cheveley sale y se desliza furtivamente hacia elsecreter. De pronto, se oyen voces que llegan desde el salón defumar. La señora Cheveley palidece y se detiene. Las voces seoyen con más fuerza y la señora Cheveley vuelve a entrar enla sala de recibo, mordiéndose el labio. Entran Lord Goringy Lord Caversham.)LORD GORING. - (En plena discusión.) Querido pa-dre... Si he de casarme, sin duda dejarás que yo elijael tiempo, el lugar y la persona. Particularmente lapersona.LORD CAVERSHAM. - (Con tono impertinente.) Esoes cosa mía, caballero. Usted, probablemente,

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elegirla muy mal. Soy yo quien debe ser consultado,no usted. Hay bienes en juego. No es cuestión deafectos. El afecto llega más tarde, en la vidaconyugal.LORD GORING. - Sí. En la vida conyugal, elafecto aparece cuando se siente una absolutaaversión mutua..., ¿verdad? (Le pone la capa a LordCaversham.)LORD CAVERSHAM. - Ciertamente, caballero.Quiero decir... ciertamente que no, caballero. Estanoche, dice usted verdaderas tonterías. Lo queafirmo es que el matrimonio es cuestión de sentidocomún.LORD GORING. - Pero las mujeres con sentidocomún son tan extrañamente feas... ¿verdad? Desdeluego, sólo hablo de oídas.LORD CAVERSHAM. - Ninguna mujer, fea obonita, tiene sentido común, caballero. El sentidocomún es el privilegio de nuestro sexo.LORD GORING. - Precisamente. Y los hombressomos tan abnegados que nunca lo usamos. . .,¿verdad, papá?LORD CAVERSHAM. Yo lo uso, caballero. Nouso otra cosa.LORD GORING. - Así me lo dice mi madre.

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LORD CAVERSHAM. - Ése es el secreto de lafelicidad de su madre. Es usted muy despiadado,caballero, muy despiadado.LORD GORING. - Espero que no, papá.(Sale por un momento. Luego, vuelve, con aire bastanteconfuso, con Sir Robert Chiltern.)SIR ROBERT. - ¡Qué suerte he tenido alencontrarte en el umbral, mi querido Arturo! Tucriado acababa de decirme que no estabas en casa.¡Qué extraordinario es esto!LORD GORING. - El caso es que esta noche estoyespantosamente ocupado, Robert, y di ordenes deque no estaba para nadie. Hasta mi padre tuvo unaacogida relativamente fría. Se estuvo quejando sincesar de una corriente de aire.SIR ROBERT. Oh! Para mí, tú debes estar en casa,Arturo. Eres mi mejor amigo. Mañana, quizás seasmi único amigo. Mi esposa lo ha descubierto todo.LORD GORING. Ah! ¡Lo había adivinado!SIR ROBERT. - (Mirándolo.) ¿De veras? ¿Cómo?LORD GORING. - (Después de alguna vacilación.)Oh... Simplemente, por algo que advertí en la expre-sión de tu rostro al verte entrar. ¿Quién se lo dijo?SIR ROBERT. - La propia señora Cheveley. Y lamujer que amo sabe que he empezado mi carrera

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con un acto de vil deshonestidad, que he edificadomi vida sobre las arenas de la vergüenza, que hevendido, como un vulgar buhonero, el secreto queme confiaran como hombre de honor. Le agradezcoal cielo el que el pobre Lord Radley haya muerto sinsaber que o he traicionado. Ojalá hubiese muerto yoantes de irme tan horriblemente tentado o de habercaído tan bajo. (Oculta su rostro entre sus manos.)LORD GORING. (Después de una pausa.) ¿No hassabido nada de Viena, aun, en respuesta a tutelegrama?SIR ROBERT. - (Alzando los ojos.) Sí. He recibido untelegrama del primer secretario esta noche a lasocho.LORD GORING. ¿Y bien?SIR ROBERT. - Nada hay, en absoluto, contra ella.Por el contrario, ocupa una posición social bastanteelevada. Es secreto a voces que el barón Arnheini ledejó la mayor parte de su inmensa fortuna. Es todolo que he podido saber.LORD GORING. - ¿De modo que no ha resultadoser una espía, verdad?SIR ROBERT. - ¡Oh! Los espías están demás,actualmente. Su profesión es cosa acabada. Losperiódicos los substituyen.

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LORD GORING. Y lo hacen magníficamente, porcierto.SIR ROBERT. - Arturo, tengo la garganta reseca.¿Podría llamar para pedirlo? ¿Un poco de vino delRin con soda?LORD GORING. - Naturalmente. Permíteme quellame yo. (Tira de la campanilla.)SIR ROBERT. - Gracias! No sé qué hacer, Arturo.No sé qué hacer y tú eres mi único amigo. Pero ...¡Qué amigo! El único en quien puedo confiar.Puedo confiar en ti absolutamente. . ., ¿no es así?(Entra Phipps.)LORD GORING. - Desde luego, mi queridoRobert. (A Phipps.) Traiga un poco de vino del Rincon soda.PHIPPS. - Sí, milord.LORD GORING. - ¡Phipps!PHIPPS. - Sí, milord.LORD GORING. - ¿Me perdonas un momento,Robert? Tengo que darle unas instrucciones a micriado.SIR ROBERT. - Naturalmente.LORD GORING, - Cuando venga esa dama, dileque esta noche no me esperan en casa. Dile que me

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han llamado repentinamente afuera de la ciudad.¿Entiendes?PHIPPS. - La dama está en ese cuarto, milord.Usted me dijo que la hiciera pasar a ese cuarto,milord.LORD GORING. - Has hecho muy bien. (SalePh¡pps.) ¡Qué situación la mía! Espero poder salirairosamente de ella. Le echaré un sermón aGertrudis a través de la puerta. De todos modos, elasunto es embarazoso.SIR ROBERT. - Arturo, dime qué debo hacer. Mivida parece haberse desmoronado a mi alrededor.Soy un barco sin timón en una noche sin estrellasLORD GORING. - Tú amas a tu esposa, Robert...,¿no es así?SIR ROBERT. - La amo por encima de todo.Antaño, creía que la ambición era lo más grande quehabía. No lo es. El amor es lo más grande que hayen el mundo. No existe más que el amor y yo laamo. Pero estoy deshonrado a sus ojos. Soy un serinnoble a sus ojos. Entre nosotros, hay un anchoabismo. Gertrudis lo sabe todo, Arturo. Lo sabetodo.

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LORD GORING. - ¿No ha cometido alguna vez tuesposa alguna locura, alguna indiscreción. . ., paraque no pueda perdonarte tu pecado?SIR ROBERT. - ¿Mi esposa? ¡Jamás! Ignora qué esla debilidad o la tentación. Yo soy de arcilla, comolos demás hombres. Ella está en un lugar aparte,como lo están las mujeres buenas, despiadada en superfección, fría y severa y sin misericordia. Pero yola amo, Arturo. No tenemos hijos y no tengo otroser a quién amar, otro ser que me ame. Si Dios noshubiese enviado hijos, ella quizás habría sido másbondadosa conmigo. Pero Dios nos ha, dado unacasa solitaria. Y ella me ha partido el corazón. Nohablemos de ello. He sido ella, esta tarde. Perosupongo que cuando los pecadores hablan con lossantos, son siempre brutales. Lo dije cosashorriblemente ciertas, por mi parte, desde mi puntode vista, desde el punto de vista de los hombres.Pero no hablemos de eso.LORD GORING. - Tu esposa te perdonará,Robert. Quizá te está perdonando en estemomento. Te ama, Robert. ¿Por qué no habría deperdonarte?SIR ROBERT. - ¡Dios lo quiera! ¡Dios lo quiera!(Oculta el rostro entre sus manos.) Pero tengo que

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decirte algo más, Arturo. (Entra Phipps con lasbebidas.)PHIPPS. - (Tendiéndole el vino y la soda a Sir Robert.) Elvino del Rin y la soda, señor.SIR IROBERT. - Gracias.LORD GORING. - ¿Está aquí tu coche, Robert?SIR ROBERT. -No. He venido a pie del club.LORD GORING. - Sir Robert usará mi cabriolé,Phipps.PHILIPPS. - Sí, milord. (Sale.)LORD GORING. - ¿Te molestaría si te pidiese queme dejaras solo, Robert?SIR ROBERT. - Arturo, debes dejarme permaneceraquí cinco minutos. He resuelto qué haré esta nocheen la Cámara. El debate sobre el Canal Argentinoempezará a las once. (Cae una silla en la sala de recibo.)¿Qué es eso?LORD GORING. - Nada.SIR ROBERT. -He oído caer una silla en el cuartocontiguo. Alguien ha estado escuchando.LORD GORING. - No, no. Allí no hay personaalguna.SIR ROBERT. - Hay alguien hay luces en lahabitación y la puerta está enteramente abierta.

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Alguien ha estado escuchando todos los secretos demi vida. ¿Qué significa eso, Arturo?LORD GORINTG. - Robert, estás excitado,nervioso. Te digo que ahí no hay persona alguna.Siéntate, Robert.SIR ROBERT. - ¿Me das tu palabra de que nadie haentrado allí?LORD GORING. - Sí.SIR ROBERT. - ¿Tu palabra de honor? (Se sienta.)LORD GORING. No, noSIR ROBERT. - (Levantándose.) Arturo, déjame cer-ciorarme.LORD GORING. -No, no.ROBERT. - Si nadie ha entrado ahí -, ¿por qué nohe de mirar el interior de esa habitación? Arturo,debes dejarme entrar en esa casa y darme esasatisfacción. Permíteme convercerme de que ningúnfisgón ha sabido el secreto de mi vida. Arturo, tú nodas cuenta de lo que estoy sufriendo.LORD GORING. - Robert, esto debe terminar. Tehe dicho ya que ahí no hay persona alguna: eso debebastarte.SIR ROBERT. - (Se precipita hacia la puerta de la sala.)No basta. Insisto en entrar ahí. Ya me has dicho

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que ahí no ha entrado nadie y por lo tanto. . ., ¿quémotivo puedes tener para impedirme ver?LORD GORING - Por amor de Dios, no lo hagas!Ahí hay alguien. Alguien a quien no debes ver,SIR ROBERT. - ¡Ah! ¡Me lo imaginaba!LORD GORING - Te prohibo que entres en esahabitación.SIR ROBERT. - Apártate. Mi vida está en juego. Yno me importa quién puede estar ahí. Quiero sabera quién le he contado mi secreto y mi vergüenza.(Entra en la sala de recibo.)LORD GORING. - ¡Cielo santo? ¡Su propiaesposa!(Vuelve Sir Robert, con un aire de desdén e ira en elsemblante.)SIR ROBERT. - ¿Qué explicación puedes, darmede la presencia de esa mujer aquí?LORD GORING. - Robert, te juro por mi honorque esa dama es un ser inmaculado y que no esculpable de agravio alguno contra ti.SIR ROBERT. - ¡Es un ser vil e infame!LORD GORING. - ¡No digas eso, Robert! Vinopor tu bien. Vino para tratar de salvarte. Te ama a tiy a nadie más.

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SIR ROBERT. -Estás loco. ¿Qué tengo de comúncon sus intrigas contigo? ¡Que siga siendo tuamante! Ambos se merecen perfectamente. Ellacorrompida y desvergonzada, tú, falso como amigo,traicionero hasta como enemigo.LORD GORING. - Eso no es verdad, Robert.Ante el cielo te juro que eso no es verdad. En supresencia y en la tuya lo explicaré todo.SIR ROBERT. -Déjeme pasar, caballero. Me hamentido usted bastante después de darme supalabra de honor.(Sir Robert sale. Lord Goring se precipita hacia la puerta dela sala de recibo y la señora Chevelcy sale, con aire radiante ymuy divertido.)SEÑORA CHEVELEY.- (Con burlona reverencia.)¡Buenas noches, Lord Goring!LORD GORING. - ¡La señora Cheveley! ¡Cielosanto! ¿Podría saber qué hacía usted en mi sala derecibo?SEÑORA CHEVELEY. - Escuchaba,simplemente. Tengo verdadera pasión por escuchara través de las cerraduras. Siempre se oyen así cosastan maravillosas...LORD GORING. - ¿No equivaldría eso a tentar ala Providencia?

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SEÑORA CHEVELEY. - Oh Seguramente, laProvidencia podrá resistir a la tentación esta vez. (Lehace seña de que le quite la capa, cosa que él hace.)LORD GORING. - Me alegra de que me hayahecho esta visita. Voy a darle un buen consejo.SEÑORA CHEVELEY. - Oh. . . No lo haga, porfavor.Nunca debe dársele a una mujer algo que no puedausar de noche.LORD GORING. - Veo que sigue siendo usted tanobstinada como antes.SEÑORA CHEVELEY. Michísimo más! Hemejorado grandemente. He acumulado másexperiencia.LORD GORING. - Demasiada experiencia es algopeligroso. Sírvase un cigarrillo. La mitad de lasmujeres bonitas de Londres fuman cigarrillos.Personalmente a la otra mitad.SEÑORA CHEVELEY. -Gracias. No fumo. Mimodista no lo aprobaría y el primer deber de unamujer es complacer a su modista..., ¿verdad? Encuanto al segundo, nadie lo ha descubierto aún.LORD GORING. Ha venido usted a venderme lacarta de Robert Chiltern. . ., ¿no es así?

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SEÑORA CHEVELEY. -A ofrecérsela en ciertascondiciones. ¿Cómo lo adivinó?LORD GORING. - Porque usted no mencionó elasunto. ¿La trae consigo?SEÑORA CHEVELEY. - (Sentándose.) ¡Oh, no! Unvestido bien hecho no tiene bolsillos.LORD GORING. - ¿Cuál es su precio por ella?SEÑORA CHEVELEY. - Cuán absurdamenteinglés es Usted! Los ingleses creen que una libretade cheques resuelve todos los problemas de la vida.Pero, mi querido Arturo.. . Tenga en cuenta queposee mucho más dinero que usted y tanto comoRobert Chiltern. No es dinero lo que deseo.LORD GORING. - ¿Qué decía usted, pues, señoraCheveley ?SEÑORA CHEVELEY. - ¿Por qué no me llamaLaura?LORD GORING. -No me gusta el nombre.SEÑORA CHEVELEY. - Antaño usted loadoraba.LORD GORING. - Sí. Por eso mismo. (La señoraCheveley le indica que se siente a su lado. Él sonríey así lo hace.)SEÑORA CHEVELEY - Arturo, usted me amó enun tiempo.

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LORD GORING. - Sí.SEÑORA CHEVELEY. - Y me pidió que fuera suesposa.LORD GORING.- Eso fue el resultado natural demi amor por usted.SEÑORA CHEVELEY. -Y me repudió por habervisto o por haber creído ver que el pobre LordMortlake trataba de flirtear violentamente conmigoen el invernáculo de Tenby.LORD GORING. - Tengo la impresión de que miabogado solucionó ese asunto con usted en ciertascondiciones... impuestas por usted.SEÑORA CHEVELEY. - En esa época yo erapobre: usted, rico.LORD GORING. - Así es. Fue por eso que fingióusted amarme.SEÑORA CHEVELEY. - (Encogiéndose de hombros.)¡Pobre y viejo Lord Mortlake, que sólo tenía dostemas de conversación, su gota y su esposa! Nuncapude distinguir del todo a cuál de los dos se refería.Usaba el más horrible de los lenguajes al hablar deambos. Lo cierto es que se portó usted como untonto, Arturo. Lord Mortlake nunca fue para mímás que un pasatiempo. Uno de esos pasatiemposabsolutamente aburridos que sólo se encuentran en

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una casa de campo inglesa, un domingo rural inglés.No creo que un hombre o una mujer puedan sermoralmente responsables de lo que hacen en unacasa de campo inglesa.LORD GORING. - Sí. Sé de muchísima gente quepiensa eso.SEÑORA CHEVELEY. - Yo lo amaba a usted,Arturo.LORD GORING. - Mi querida señora Cheveley,usted ha sido siempre demasiado inteligente parasaber algo sobre el amor.SEÑORA CHEVELEY. - Yo lo amaba a usted,Arturo. Y usted me amaba. Usted sabe que meamaba; y el amor es algo realmente maravilloso.Supongo que cuando un hombre ha amado antañoa una mujer, es capaz de hacer por ella cualquiercosa, menos seguir amándola..., ¿no es así? (Pone sumano sobre la de él.)LORD GORING. - (Retirando su mano tranquilamen-te.) Sí. Menos eso.SEÑORA CHEVELEY. - (Después de una pausa.)Estoy cansada de vivir en el extranjero. Quierovolver a Londres. Quiero instalar aquí una casaencantadora. Quiero tener un salón. Si le pudieraenseñar a hablar a los ingleses y a escuchar a los

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irlandeses, la alta sociedad sería aquí absolutamentecivilizada. Además, he llegado a la etapa romántica.Al verlo a usted anoche en la casa de los Chiltern,comprendí que usted es la única persona a quienquise, si es que quise alguien, Arturo. De modo que,en la mañana del día en que se case usted conmigo,le daré la carta de Robert Chiltern. Ésa es mi oferta.Se la daré a usted ahora si promete casarse conmigo.LORD GORING. - ¿Ahora?SEÑORA CHEVELEY. - (Sonriendo.) Mañana.LORD GORING. - ¿Habla usted en serio?SEÑORA CHEVELEY,- Con la mayor seriedad.LORD GORING. - Yo sería muy mal marido parausted.SEÑORA CHEVELEY. - No me importan losmalos maridos. He tenido dos. Me divirtieroninmensamente.LORD GORING. - Querrá decir que fue ustedquien se divirtió inmensamente.. ., ¿verdad?SEÑORA CHEVELEY. - ¿Qué sabe usted de mivida de casada?LORD GORING. - Nada; pero puedo leer en ellacomo en un libro.SEÑORA CHEVELEY. - ¿Qué libro?

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LORD GORING. - (Levantándose.) El Libro de losNúmeros.SEÑORA CHEVELEY. - ¿Le parece muyencantador de su parte mostrarse grosero con unamujer en su propia casa?LORD GORING. - En el caso de las mujeres muyfascinadoras, el sexo es un desafío, no una defensa.SEÑORA CHEVELEY. - Supongo que ha dichousted eso a manera de cumplido. Mi queridoArturo, a las mujeres nunca las dejan sin armas loscumplidos. A los hombres, siempre. Ésa es ladiferencia entre ambos sexos.LORD GORING. - Las mujeres, que yo sepa,nunca se quedan sin armas por ningún motivo.SEÑORA CHEVELEY. - (Después de una pausa.) Demodo que piensa usted dejar que la vida de suamigo Robert Chiltern quede destruida antes quecasarse con una mujer a la cual le quedan aúnconsiderables seducciones... Creí que usted seelevaría a las grandes cumbres de la abnegación,Arturo. Y podría pasar el resto de su vida entregadoa la contemplación de sus perfecciones.LORD GORING. Oh! Ya lo hago actualmente. Yla abnegación es algo que debiera ser penado por la

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ley. Es tan desmoralizadora para la gente por quiensacrificarnos... Siempre toma por mal camino.SEÑORA CHEVELEY. - ¡Cómo si algo pudiesedesmoralizar a Robert Chiltern! Parece usted olvidarque conozco su verdadero carácter.LORD GORING. - Lo que conoce usted, no es suverdadero carácter. Aquello fue un acto de locuracometido en su juventud, deshonroso, lo reconozca,vergonzoso lo reconozco, indigno de él, loreconozco, y que por eso mismo... no revela suverdadero carácter.SEÑORA CHEVELEY. Cómo se defienden entresí ustedes los hombres!LORD GORING. - ¡Cómo se hacen la guerraustedes las mujeres!SEÑORA CHEVELEY. - (Con encono.) Sólo le hagola guerra a una mujer, a Gertrudis Chiltern. La odio.La odio ahora más que nunca.LORD GORING. - Supongo que será por habertraído a su vida una verdadera tragedia.SEÑORA CHEVELEY. - (Con sarcasmo.) Oh.. .Sólo hay una verdadera tragedia en la vida de lamujer. El hecho de que su pasado es siempre suamante y suturo invariablemente su marido.

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LORD GORING. - Lady Chiltern nada sabe delgénero de vida a que usted alude.SEÑORA CHEVELEY. - Una mujer que usaguantes número siete y tres cuartos nunca sabe grancosa de nada. ¿Sabe usted que Gertrudis ha usadosiempre el siete y tres cuartos? Ese es uno de losmotivos por los cuales nunca hubo afinidad moralentre nosotras Bueno, Arturo. Supongo que estaentrevista romántica debe darse por terminada.Reconocerá usted que ha sido romántica. . .,¿verdad? Por el privilegio de ser su esposa, yoestaba pronta a pagar un alto precio, la culminaciónde mi carrera ¿diplomática. Usted rehusa.Perfectamente. Si Sir Robert no apoya mi proyectodel Canal Argentino, lo dejo en descubierto. Voilatout.LORD GORING. - Usted no debe hacer ese. Seríavil, horrible, infame.SEÑORA CHEVELLY. - (Encogiéndose dehombros.)¡Oh! No use grandes palabras. Significanpoca cosa. . . Se trata de una transacción comercial.Eso es todo. Es inútil mezclar el sentimentalismocon ella. He ofrecido venderle algo a RobertChillern. Si no quiere pagarme mi precio, tendrá que

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pagarle al mundo un precio mayor. No hay más quedecir. -Debo irme.Adiós. ¿No me estrechará usted la mano?LORD GORING. - ¿A usted? No. Su transaccióncon Robert Chiltern podría disculparse aún, comorepulsiva transacción comercial de una repulsivaedad comercial; pero parece haber olvidado queusted, que vine aquí esta noche a hablar de amor,usted, cuyos labios profanaron la palabra amor,usted, para quien el amor un libro cerrado y sellado,fue esta tarde a la casa de una de las mujeres másnobles y dulces del mundo para degradar a sumarido ante sus ojos, para tratar de matar su amorpor él, para verter veneno en su corazón y amarguraen su vida, para destruir su ídolo y quizás estropearsu alma. Eso no puedo perdonárselo. Ha sido algohorrible. Para eso, no puede haber perdón.SEÑORA CHEVELEY. Arturo, es usted injustoconmigo. Completamente injusto. Créame. Yo nofui a agraviar a Gertrudis. En absoluto. No tenía laintención de hacerlo cuando entré. Hice una visitacon Lady Markby simplemente para preguntar sihabían encontrado en casa de los Chiltern unadorno, una joya que se me había perdido en algunaparte la noche anterior. Si no me cree, pregúnteselo

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a Lady Markby. Ella le dirá que es cierto. La escenaque ocurrió allí, tuvo lugar cuando Lady Markby sehubo marchado y me fue prácticamente impuestapor la grosería y las burlas de Gertrudis. Hice lavisita, es cierto -con un poco de malicia si le parece- pero realmente para preguntar si hablan hallado unbroche de diamantes de mi propiedad. Eso fue elorigen de todo.LORD GORING. - ¿Un broche de diamantes enforma de serpiente, con un rubí?SEÑORA CHEVELEY. - Sí. ¿Cómo lo sabe?LORD GORING. - Porque el broche fueencontrado. A decir verdad, lo encontré yo mismo yolvidé estúpidamente decírselo al mayordomo almarcharme. (Va hacia el secreter y tira, de las gavetas.)Está en esta gaveta. No, en esta otra. Éste es elbroche... ¿no es así? (Se lo muestra.)SEÑORA CHEVELEY. - Sí. Cuánto me alegrarecuperarlo... Es... un regalo.LORD GORING. - ¿Quiere usted ponérselo?SEÑORA CHEVELEY. - Ciertamente, si usted melo abrocha. (Lord Goring se lo sujeta bruscamente sobre elbrazo.) ¿Por qué me lo ha puesto como brazalete?Nunca supe que pudiera usarse como brazalete.LORD GORING. - ¿De veras?

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SEÑORA CHEVELEY. - (Estirando su hermosobrazo.) No tiene muy buen aspecto como brazalete..., ¿no le parece?LORD GORING. Sí. Mucho mejor que cuando lovi última vez.SEÑORA CHEVELEY. ¿Cuándo lo vio usted porúltima vez?LORD GORING. - (Tranquilamente.) Hace diezaños, en el brazo de Lady Berkshire, a quien ustedme lo robó.SEÑORA CHEVELEY. - (Sobresaltada.) ¿Quéquiere usted decir?LORD GORING. - Quiero decir que usted le robóeste adorno a mi prima Mary Berkshire, a quien selo regalé cuando se casó. Las sospechas recayeronsobre una infeliz sirvienta, que fue despedida deinmediato, llena de vergüenza. Yo lo reconocíanoche. Resolví no hablar de él mientras no hubiesehallado al ladrón. Lo he hallado ahora y he oído supropia confesión.SEÑORA CHEVELEY. - (Meneando la cabeza.) Noes cierto.LORD GORING. - Usted sabe que sí. El robo estáescrito en su rostro en este preciso momento.

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SEÑORA CHEVELEY. - La negaré todo delprincipio al fin. Diré que jamás he visto eselamentable objeto, que Jamás ha estado en mipoder. (La señora Cheveley intenta quitarse el brazalete,pero no lo consigue. Lord Goring mira, divertido. Los finosdedos de la señora Cheveley tiran de la joya inútilmente. Unablasfemia se escapa, de sus labios.)LORD GORING. - La dificultad existente cuandose roba un objeto, señora Cheveley, consiste en quenunca se sabe cuan maravilloso es el objeto que seroba. Usted no podrá quitarse ese brazalete, amenos que sepa dónde está el resorte. Y ya veo queno lo sabe. E, bastante difícil de encontrar.SEÑORA CHEVELEY. - ¡Bruto! ¡Cobarde! (Tratanuevamente de sacarse el brazalete, sin lograrlo.)LORD GORING. - Oh... No use grandes palabras.Significan tan poca cosa.SEÑORA CHEVELEY. - (Vuelve a tirar del brazalete,en un paroxismo de ira, emitiendo sonidos. Luego, cesa ensus esfuerzos mira a Lord Goring.) ¿Qué piensa hacer?LORD GORING. - Voy a llamar a mi criado. Esun criado admirable. Siempre acude apenas lollaman. Cuando venga, le diré que vaya en busca dela policía.

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SEÑORA CHEVELEY. - (Temblando.) ¿La policía?¿Para qué?LORD GORING.- Mañana, los Berkshire laacusarán a usted criminalmente. Para esa está lapolicía,SEÑORA CHEVELEY. - (Es torturada ahora por unterror físico. Su rostro está desfigurarlo, su boca, torcida. Desu rostro se ha desprendido una máscara. En ese momento,su aspecto es horrible.) No haga eso. Haré lo que ustedquiera. Todo lo que quiera.LORD GORING. - Deme la carta de RobertChiltern.SEÑORA CHEVELEY. - ¡Espere! Espere! Demetiempo para pensarlo.LORD GORING. - Deme la carta de RobertChiltern.SEÑORA CHEVELEY. - No la tengo aquí. Se ladaré mañana.LORD GORING. - Usted sabe que está mintiendo.Démela inmediatamente. (La señora Cheveley saca lacarta y se la tiende. Su palidez es espantosa.) ¿Es ésta?SEÑORA CHEVELEY. - (Con voz ronca.) Sí.LORD GORING. - (Toma la carta, la examina,suspira, y la quema sobre la lámpara.) Para ser usted una

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mujer tan elegante, señora Cheveley, tienemomentos de admirable sentido común. La felicito.SEÑORA CHEVELEY. - (Advierte la carta de LadyGhiltern, cuyo sobre asoma por debajo del secador.) Porfavor, deme un vaso de agua.LORD GORING, - Cómo no. (Va hacia un rincón ysirve un vaso de agua. Mientras está de espaldas, la señoraCheveley roba la carta de Lady Chiltern, cuando LordGoring vuelve con el vaso, ella lo rechaza con un gesto.)SEÑORA CHEVELEY. - Gracias. ¿Me ayuda aponerme la capa?LORD GORING. - Con mucho gusto. (Le pone lacapa.)SEÑORA CHEVELEY. - Gracias. Jamás trataré yade dañar a Robert Chiltern.LORD GORING. - Afortunadamente, no tieneusted la posibilidad de hacerlo, señora Cheveley.SEÑORA CHEVELEY. - Aunque tuviera algún díaesa posibilidad, no lo haría. Por el contrario. Voy aprestarle un gran servicio.LORD GORING. - Encantado de saberlo. Eso,equivale a una reforma.SEÑORA CHEVELEY. - Sí. No puedo permitirque un caballero inglés tan honesto, tan honorable,sea engañado tan vergonzosamente y tan ...

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LORD GORING. - ¿Y bien?SEÑORA CHEVELEY. - He advertido que, no secómo, las últimas palabras y confesión de GertrudisChiltern han ido a parar a mi bolsillo.LORD GORING. - ¿A qué se refiere?SEÑORA CHEVELEY. - (Con áspera nota de triunfoen la voz.) Quiero decir que le enviaré a Robert Chil-tern la carta de amor que le escribió a usted suesposa, esta noche.LORD GORING. - ¿La carta de amor?SEÑORA CHEVELEY. - (Riendo.) "Confío en usted.Lo necesito. Iré en su busca. Gertrudis".(Lord Goring se lanza hacia el secreter y toma el sobre, lohalla vacío y se vuelve.)LORD GORING. - ¡Vil mujer! ¿Ha de robar ustedconstantemente? Devuélvame esa carta. Se laquitaré por la fuerza. Usted no abandonará mihabitación mientras no me la haya devuelto.(Se abalanza sobre ella, pero la señora Cheveley apoya lamano de inmediato sobre el timbre eléctrico que está sobre lamesa. La campanilla despierta penetrantes ecos y Phippsentra.)SEÑORA CHEVELEY. - (Después de una pausa.)Lord Goring llamó, simplemente, para que me

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acompañara usted a la puerta. ¡Buenas noches, LordGoring!(Sale, seguida por Phipps. Su rostro está iluminado por unperverso triunfo. Hay alegría en sus ojos. La juventud parecehaber vuelto a ella. Su última mirada, semeja un velozdardo. Lord Goring se muerde el labio y enciende uncigarrillo.)

TELON

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ACTO IV

ESCENARIO: El mismo del acto II Lord Goring estáparado junto a la chimenea, con las manos en los bolsillos.Parece bastante aburrido.LORD GORING. - (Saca el reloj, lo inspecciona y toca eltimbre.) ¡Qué fastidio! No encuentro con quiénhablar en esta casa. Y estoy repleto de informacio-nes de interés. Me siento como si fuese la últimaedición de tal o cual órgano. (Entra un criado.)JAMES. - Sir Robert está aún en el Foreign Office,milord.LORD GORING. - ¿Lady Chiltern no ha bajadotodavía ?JAMES. - Su Señoría no ha salido aún de mi habi-tación. Miss Mabel acaba de volver de un paseo acaballo.LORD GORING. - (Para sí.) ¡Ah! Eso, ya es algo.

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JAMES. - Lord Caversham ha estado esperando du-rante algún tiempo en la biblioteca a Sir Robert. Ladije que Su Señoría estaba aquí.LORD GORING. - Gracias. ¿Quiere hacer el favorde decirlo que me he marchado?JAMES. - (Inclinándose.) Así lo haré, milord. (Sale.)LORD GORING. - Verdaderamente, no quieroencontrarme con mi padre durante tres díasconsecutivos. Eso significa demasiada excitaciónpara cualquier hijo. Confío en que no subirá. Lospadres no debieran ser vistos ni oídos. Ésa es laúnica base adecuada para la vida familiar. Lasmadres son distintas. Las madres son deliciosas. (Sedeja caer en un sillón, toma un periódico y empieza a leerlo.Entra Lord Caversham.)LORD CAVERSHAM. ¿Y bien, caballero? ... ¿Quéhace usted aquí? Pierde el tiempo como decostumbre..., ¿verdad?LORD GORING. - (Tira el periódico y se levanta.) Miquerido padre: Cuando se hace una visita, es con elpropósito de hacerles perder el tiempo a los demás,no con el de perderlo uno.LORD CAVERSHAM. ¿Ha meditado usted en loque le dije anoche?LORD GORING. - No he pensado en otra cosa.

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LORD CAVERSHAM. - ¿Se ha comprometidopara casarse, ya?LORD GORING. - (Amablemente.) Todavía no;pero confío en estarlo antes de la hora del almuerzo.LORD CAVERSHAM. - (Cáusticamente.) Puedeusted tomarse el tiempo que falta hasta la hora de lacena, si ello le sirve de algo.LORD GORING. - Muchísimas gracias, pero meparece más probable que esté comprometido antesdel almuerzo.LORD CAVERSHAM ¡Hum! Nunca sé cuándohabla usted en serio o no.LORD GORING. - Tampoco yo, papá. (Pausa.)LORD CAVERSHAM. - ¿Supongo que habrá leídoel «Times> esta mañana?LORD GORING. - (Con negligencia) ¿El «Times»?No, por cierto. Sólo he leído el «Morning Post».Todo lo que hay que saber sobre la vida modernaestá donde figuran las duquesas: todo lo demás escompletamente desmoralizador.LORD CAVERSHAM. ¿,Quiere usted decir que noha leído el editorial del sobre la carrera de RobertChiltern?LORD GORING. - ¡Santo cielo! No. ¿Qué dice eseeditorial?

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LORD CAVERSHAM. ¿Qué podría decir,caballero? Una serie de cosas lisonjeras, desdeluego. El discurso pronunciado anoche por Chilternsobre el proyecto del Canal Argentino. Fue una delas más hermosas piezas oratorias jamáspronunciadas en la Cámara de los Comunes desdelos tiempos de Calining.LORD GORING. Ah! Nunca escuché a Canning.Nunca quise escucharlo. Y... ¿apoyó Chiltern elproyecto?LORD CAVERSHAM. - ¿Apoyarlo, caballero?¡Cuán poco lo conoce usted! Lo atacó en formafranca y con él atacó a todo el sistema de lasfinanzas políticas modernas. Ese discurso haconstituido el mérito culminante de su carrera,como lo ha señalado el «Times». Debiera usted leereste artículo, caballero. (Abre «The Times».) «SirRobert Chiltern, el más prominente de nuestrosestadistas jóvenes... brillante orador... Carrera sinmácula Bien conocida integridad de carácter...Representa lo que hay de mejor en la vida públicainglesa ... Noble contraste con la relajada moral tancomún entre los políticos extranjeros. Jamás diránotro tanto de usted, caballero.

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LORD GORING. - Así lo espero sinceramente,papá. Con todo, me encanta lo que me dice usted deRobert: me encanta de veras. Eso revela que tienecoraje.LORD CAVERSHAM. - Tiene algo más quecoraje, caballero: tiene genio.LORD GORING. ¡Oh! Prefiero el coraje. Hoy noes tan común como el genio.LORD CAVERSHAM. - Querría verlo a usted enel Parlamento.LORD GORING. - Querido padre, sólo la gente deaspecto aburrido llega a la Cámara de los Comunesy sólo la gente que es aburrida triunfa en ella.LORD CAVERSHAM. - ¿Por qué no trata usted dehacer algo útil en la vida?LORD GORING. Soy demasiado joven.LORD CAVERSHAM. (Con impertinencia.) Detestoesa afectación de juventud. Está difundidaactualmente en forma excesiva.LORD GORING. - La juventud no es unaafectación.b La juventud es un arte.LORD CAVERSHAM. - ¿Por qué no le proponematrimonio a esa linda miss Chiltern?

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LORD GORING. - Soy de un temperamentonervioso, sobre todo esta mañana.LORD CAVERSHAM. - No creo que exista lamenor probabilidad de que ella lo acepte.LORD GORING. - Ignoro cómo están hoy lasapuestas.LORD CAVERSHAM. - Si ella lo aceptara, sería latonta más linda de Inglaterra.LORD GORING. Es precisamente el tipo de mujercon quien me agradaría casarme. Una mujercompletamente razonable me reducirla a un estadode absoluta idiotez en menos de seis meses..LORD CAVERSHAM. - Usted no se la merece,caballero.LORD GORING. - Mi querido padre, si loshombres nos casáramos con las mujeres que nosmerecemos, lo pasaríamos muy mal. (Entra MabelChiltern.)MABEL. Oh!... ¿Cómo está usted, LordCaversham? ¿Supongo que Lady Caversham estaráperfectamente?LORD CAVERSHAM. - Lady Caversham estácomo siempre.. ., como siempre.LORD GORING. - ¡Buenos días, miss Mabel

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MABEL. - (Sin fijarse para nada en Lord Goring ydirigiéndose exclusivamente a Lord, Caversham.) ¿Y lossombreros de Lady Caversham... han mejoradoalgo?LORD CAVERSHAM. - Han sufrido, lamentodecirlo, una seria recaída.LORD GORING. - Buenos días, miss Mabel.MABEL. - (A Lord Caversham.) Confío en que nofalta una operación.LORD CAVERSHAM. (Sonriendo ante el descaro deMabel.) Si hace falta, tendremos que darle unnarcótico a Lady Caversham. De otro modo, ellanunca consentiría en que le tocaran una pluma.LORD GORING. - (Con mayor énfasis.) ¡Buenosdías, miss Mabel!MABEL. - (Volviéndose con fingida sorpresa) ¡Ah!¿Estaba usted aquí? Naturalmente, ustedcomprenderá que después de haber faltado a su citajamás volveré a dirigirle la palabra.LORD GORING. - Oh ... Por favor, no diga eso.Es usted la única persona de Londres por quien megusta ser escuchado.MABEL. - Lord Goring, jamás creo una solapalabra de lo que usted y yo nos decimosmutuamente.

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LORD CAVERSHAM. - Tiene usted mucha razón,querida; mucha razón en cuanto concierne a élquiero decir.MABEL. - ¿Cree usted poder inducir a su hija aportarse un poco mejor de vez en cuando? Nadamás que por variar.LORD CAVERSHAM. - Lamento decirle, missChiltern, que no tengo la menor influencia sobre mihijo. Ojalá la tuviese. Si así fuera, ya sé qué le haríahacer.MABEL. - Temo que Lord Goring tiene uno deesos temperamentos espantosamente débiles sobreles cuales es imposible ejercer influencia.LORD CAVERSHAM. Es muy despiadado, muydespiadado.LORD GORING. Me parece que estoy estorbandoun poco aquíMABEL. Le conviene mucho estorbar y enterarsede lo que dice de usted la gente a sus espaldas.LORD GORING. No me gusta, en absoluto,enterarme que dice de mí la gente a mis espaldas.Eso me vuelve demasiado engreído.LORD CAVERSHAM. - Después de esto, queridamía, tengo que despedirme de usted, realmente.

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MABEL- ¡Oh! Supongo que no pensará dejarmeLord Goring. Sobre todo a una hora tan tempranaLORD CAVERSHAM. - Temo no poderllevármelo a Downing Street. Hoy no es el día enque el primer ministro pasa revista a losdesocupados. (Le estrecha Mabel, toma su sombrero y subastón y sale después a dirigirle una última mirada de cólerae indignación a Lord Goring.)MABEL- (Comienza a arreglar unas rosas en un florero dela mesa.) La gente que no cumple con suscompromisos en el parque, me parece horrible.LORD GORING. - Detestable.MABEL- Me alegro de que lo reconozca. Pero megustaría que no pareciera usted tan satisfecho deello.LORD GORING. - No puedo remediarlo. Siempretengo un aire satisfecho cuando estoy con usted.MABEL (Con tristeza.) ¿De modo que, a lo quedeber es quedarme en su compañía?LORD GORING. – NaturalmenteMABEL - A decir verdad, el deber es algo quenunca hago, por principio. Me deprime siempre.Por lo tanto, temo tener que abandonarlo.LORD GORING. - Le ruego que no lo haga, missMabel. Tengo algo muy privado que decirle.

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MABEL (Extática.) ¡Oh! ¿Se tratará de unaproposición matrimonial?LORD GORING. (Algo tomado de sorpresa.) Este... ade eso. Me veo obligado a decirlo.MABEL (Con un suspiro de placer.) ¡Cuánto me alegro,es la segunda de hoy.LORD GORING. (Indignado.) ¿La segunda de hoy?¿Qué asno presuntuoso ha tenido la impertinenciade le matrimonio antes de que se lo propusiera yo?MABEL. -Tommy Trafford, desde luego. Es uno delos días en que Tommy acostumbra a proponermematrimonio. Siempre lo hace los martes y jueves,durante la temporada.LORD GORING. - Supongo que usted no lo habráaceptado. . ., ¿verdad?MABEL. -Me he impuesto la norma de no aceptarjamás a Tommy. Es por eso que me sigueproponiendo matrimonio. Naturalmente, comousted no vino esta mañana, poco faltó para decirleque sí. Eso habría sido una buena lección para él ypara usted. Les habría enseñado a ambos a portarsemejor.LORD GORING. - Oh... Ese engorro de TommyTrafford ... Tommy es un joven asno. Yo la amo,Mabel.

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MABEL. - Lo sé. Y creo que pudo haberlo dichoantes. Estoy segura de haberle dado muchísimasoportunidades.LORD GORING. - Mabel, sea usted seria. Leruego que sea seria.MABEL. Oh! Eso es lo que le dice siempre unhombre a una muchacha antes de casarse con ella.Luego, jamás se lo vuelve a decir.LORD GORING. - (Tomándole la mano.) Mabel, lehe dicho que la amo. ¿No puede usted amarme unpoco, a cambio de eso?MABEL. Tonto! Si usted supiera algo de algo, cosaque ignora, sabría que yo lo adoro. Todos lo sabenen Londres, menos usted. El modo cómo yo loadoro es un escándalo público. Durante estosúltimos seis meses le he estado contando a todo elmundo en nuestra sociedad cómo lo adoro. No sé siusted se dignará decirme algo. A mí no me queda yacarácter en absoluto. Al menos, me siento tan felizque estoy completamente segura de no tener yacarácter.LORD GORING. (La toma en sus brazos y la besa.Hay una pausa de bienaventuranza.) ¡Querida! ¿Sabesque yo sentía muchísimo miedo de que me dijerasque no?

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MABEL. - (Mirándolo.) Pero a ti nadie te ha dichoaún que no. .., ¿verdad, Arturo? No puedoimaginarme a una mujer que te rechace.LORD GORING. - (Después de volver a besarla.)Desde luego, Mabel, no soy ni aunaproximadamente lo bastante bueno para ti.MABEL. - (Acurrucándose contra él.) Cuánto me ale-gro, querido... Temí que lo fueras.LORD GORING. - (Después de cierta vacilación.) Ytengo... algo más de treinta años.MABEL. - Querido, pareces tener algunas semanasmenos.LORD GORING. - (Con entusiasmo.) ¡Cuán amableeres al decirlo! ... Y será simplemente justo decirte,con franqueza, que soy espantosamenteextravagante.MABEL. - Pero si también yo lo soy, Arturo. Demodo que armonizaremos, sin la menor duda. Yahora tengo que ir a ver a Gertrudis.LORD GORING. - ¿Es forzoso que lo hagas? (Labesa.)MABEL. - Sí.LORD GORING. - Entonces, dile que necesitohablarle en privado. Me he pasado la mañana aquí,esperándola a ella o a Robert.

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MABEL. - ¿Quieres decir que no viniste aquí expre-samente para proponerme matrimonio?LORD GORING. - (Triunfalmente) No: eso fue unrasgo de genio.MABEL. - El primero que has tenido.LORD GORING. - (Con decisión.) El último.MABEL. -Me encanta saberlo. Ahora no te muevas.Volveré dentro de cinco minutos. Y no caigas ententaciones de ninguna especie durante mi ausencia.LORD GORING. - Querida Mabel, cuando estásausente, no las hay. Eso me hace dependerhorriblemente de ti. (Entra Lady Chiltern.)LADY CHILTERN. - ¡Buenos días, querida! ¡Quélinda estás!MABEL. - ¡Qué pálida te veo, Gertrudis! ¨¡Te sientamuy bien!LADY CHILTERN. - ¡Buenos días, Lord GoringLORD GORING. - (Inclinándose.) ¡Buenos días,Lady ChilternMABEL. - (Aparte, a Lord Goring.) Estaré en el in-vernáculo, bajo la segunda palma de la izquierda.LORD GORING. - ¿La segunda de la izquierda?MABEL. - (Con mirada de fingida sorpresa.) Sí. La desiempre. (Le manda un beso, sin ser vista por LadyChiltern, y sale.)

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LORD GORING. - Lady Chiltern, tengo ciertacantidad de buenas noticias que darle. La señoraCheveley me entregó anoche la carta de Robert y lahe quemado. Robert está a salvo.LADY CHILTERN. - (Dejándose mecer en el sofá.) ¡Asalvo! ¡Oh! ¡Cuánto me alegro de saberlo! Qué buenamigo es usted para él.. ., para nosotros!LORD GORING. - Sólo queda ahora una personade quien se pueda decir que corre cierto peligro.LADY CHILTERN. -¿Quién?LORD GORING. - (Sentándose junto a ella.) Usted.LADY CHILTERN. - ¡Yo! ¿En peligro? ¿Quéquiere usted decir?LORD GORING. - Peligro es una palabrademasiado fuerte. No debí usarla. Pero reconozcoque debo decirle algo susceptible de afligirla, queme aflige muchísimo a mí mismo. En la tarde deayer escribió usted una carta muy hermosa,femenina, pidiendo mi ayuda. Me la escribió como auno de sus más viejos amigos, como a uno de losmás viejos amigos de su marido. La señora Che-veley robó esa carta de mis habitaciones.LADY CHILTERN. Y bien ... ¿De qué le servirá?¿Por qué no habría de tenerla?

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LORD GORING. - (Poniéndose de pie.) LadyChiltern, le hablaré con toda franqueza. La señoraCheveley le da cierta interpretación a esa carta y sepropone enviársela a su marido.LADY CHILTERN. -Pero... ¿qué interpretaciónpodría darle. ? ¡Oh! ¡Eso, no! ¡Eso, no! Si yo en... enapuros y necesitando su ayuda, confiando en usted,me propongo ir a verlo... para que usted puedaaconsejarme... ayudarme ... ¡Oh! ¿Existen mujerestan horribles...? Y se propone enviarle la carta a mimarido? Cuénteme qué ha pasado. Cuénteme todolo que ha pasado.LORD GORING. - La señora Cheveley estabaoculta en un aposento contiguo a mi biblioteca, sinmi conocimiento. Creí que quien me esperaba allíera usted. Robert llegó inesperadamente. En elaposento cayó una silla o algo así. Robert penetróallí por la fuerza y la descubrió. Tuvimos una escenaterrible. Yo seguía creyendo que quien estaba en lahabitación era usted. Robert se fue, furiosoconmigo. Finalmente, la señora Cheveley entró enposesión de la carta escrita por usted. . ., la robó: nosé cuándo ni cómo.LADY CHILTERN. - ¿A qué hora sucedió eso?

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LORD GORING. - A las diez y media. Y ahorapropongo que se lo digamos todo a Robert.LADY CHILTERN. - (Mirándolo con una sorpresa quees casi terror.) ¿Quiero usted quo yo le diga a Robertque la mujer esperada por usted no era la señoraCheveley, sino yo? ¿Que era yo a quien creía ustedencerrada en un aposento de su casa, a las diez ymedia de la noche? ¿Quiere usted que yo le digaeso?LORD GORING. -Creo preferible que Robert sepala verdad exacta.LADY CHILTERN. - ¡Oh! ¡Yo no podría! ¡Nopodría!LORD GORING ¿Puedo hacerlo yo?LADY CHILTERN -No.LORD GORING. (Con gravedad.) Obra ustedequivocadamente, Lady Chiltern.LADY CHILTERN. - No. La carta debe serinterceptada. Eso es todo. Pero... ¿cómo hacerlo?Las cartas llegan a poder de Robert en cualquiermomento del día. Sus secretarios las abren y se lasdan. No me atrevo a pedirle a los criados que metraigan las cartas de Robert. Eso sería imposible.¡Oh... ! ¿Por qué no me dice usted qué puedo hacer?

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LORD GORING. -Le ruego que se calme, LadyChiltern, y que responda a las preguntas que le voya formular. Dijo usted que los secretarios de Robertabren Sus cartas.LADY CHILTERN. - Sí.LORD GORING. - ¿Quién está con él hoy? Elseñor Trafford..., ¿no es así?LADY CHILTERN. - No. El señor Montford, meparece.LORD GORING. - ¿Puede usted confiar en él?LADY CHILTERN. - (Con gesto de desesperación.)¡Oh! ¿Cómo podría saberlo?LORD GORING. - Montford haría lo que usted lepidiera. . ., ¿verdad?LADY CHILTERN. - Así lo creo.LORD GORING. - Su carta estaba en papel rosa.Montford podría reconocerla sin haberla leído. .¿verdad? Por el color...LADY CHILTERN. Supongo que sí.LORD GORING. - ¿Está Montford en la casaahora?LADY CHILTERN. - Sí.LORD GORING. - Entonces iré a verlo yo mismoy le diré que le será remitida hoy a Robert ciertacarta escrita en papel rosa y que esa carta no debe

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llegar a su poder de ninguna manera. (Va hacia lapuerta y la abre.) ¡Oh! Robert sube por la escalera conla carta en la mano. Ha llegado ya a su poder.LADY CHILTERN. (Con un grito de dolor.) ¡Oh! Leha salvado usted la vida. ¿Qué ha hecho usted de lamía? (Entra Sir Robert. Tiene la carta en la mano y la estáleyendo. Va hacia su esposa, sin advertir la presencia deLord Goring.)SIR ROBERT. - «Confío en ti. Te necesito. Iré entu busca. Gertrudis» 1¡Oh, amor mío! ¿Es verdadesto? ¿Confías realmente en mí y me necesitas? Si esasí, soy yo quien debe ir en tu busca y no tú en lamía. Esta carta tuya, Gertrudis, me hace sentir quenada de lo que pueda hacerme el mundo es capazde herirme. Tú me necesitas, Gertrudis. (LordGoring, no visto por Sir Robert, le hace un gesto de súplica aLady Chiltern, pidiéndole que acepte la situación y el error deSir Robert.) ¿Confías en mí, Gertrudis?LADY CHILTERN. - Sí.SIR ROBERT. - ¡Ah! ¿Por qué no añadiste que meamabas? 1 Desde luego, el equívoco sólo tiene verdadera fuerza en Inglés dondeel pronombre you significa tanto tú como usted según los casos. SirRobert lee la carta, naturalmente, en la forma que más le conviene asus sentimientos. (N. del T.)

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LADY CHILTERN. - (Tomando su mano.) Porque teamaba. (Lord Goring entra en el invernáculo.)SIR ROBERT. - (Besando a su esposa.) Gertrudis, túno sabes qué siento. Cuando Montford me tendiótu carta por encima de la mesa -la abrió por error,supongo, sin mirar la escritura del sobre y yo la leí...¡Oh! Ya no me importó la ignominia o el castigoque me esperaban, sólo pensé que me amabas aún.LADY CHILTERN. - No te espera ignominia nivergüenza pública alguna. La señora Cheveley leentregó a Lord Goring el documento que tenía ensu poder y él lo destruyó.SIR ROBERT. - ¿Estás segura de eso, Gertrudis?LADY CHILTERN. - Sí. Lord Goring acaba dedecírmelo.SIR ROBERT. Entonces, estoy a salvo! ¡Oh! ¡Quécosa maravillosa es sentirse a salvo! Por espacio dedos días he vivido presa de terror. Ahora estoy asalvo. ¿Cómo destruyó Arturo mi carta? Dímelo.LADY CHILTERN. - La quemó.SIR ROBERT. - Me hubiera gustado ver ese únicopecado de mi juventud al arder, hasta convertirse encenizas. ¡Cuántos hombres de la vida modernaquerrían ver su pasado convertido en blancascenizas en su presencia! ¿Está aún aquí Arturo?

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LADY CHILTERN. -En el invernáculo.SIR ROBERT. - ¡Cuánto me alegro de haberpronunciado anoche ese discurso en la Cámara!Cuánto me alegro! Lo hice pensando que lavergüenza pública podía ser la consecuencia. Perono ha sido así.LADY CHILTERN. - El resultado ha sido el honorpúblico.SIR ROBERT. - Así lo creo. Casi lo temo. Porque,aunque estoy a salvo de toda inculpación, aunquetoda prueba en mi contra está destruida, supongo,Gertrudis. .supongo que debo retirarme de la vida pública...,¿no es así? (Mira ansiosamente a su esposa.)LADY CHILTERN. - (Con vehemencia.) ¡Oh! Sí, Ro-bert. Debes hacerlo. Es tu deber.SIR ROBERT. - Es sacrificar mucho.LADY CHILTERN. -No: significará ganar mucho.(Sir Robert se pasea por el aposento con aire turbado. Luegose acerca a su esposa y le pone la mano en el hombro.)SIR ROBERT. - ¿Y tú serías feliz viviendo solaconmigo en alguna parte, en el extranjero, quizás, oen el campo, lejos de Londres, lejos de la vidapública? ¿No sentirías nostalgia?LADY CHILTERN. -Ninguna, Robert.

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SIR ROBERT. (Tristemente.) ¿Y tu ambición? Solíasser ambiciosa al pensar en mi.LADY CHILTERN. ¡Oh! ¡Mi ambición! Nada mequeda ya ahora, salvo la de poder armarnos. Fue tuambición lo que te extravió. No hablemos deambición. (Lord Goring vuelve del invernáculo, al parecermuy satisfecho de sí mismo y con una flor completamentenueva, que alguien le ha colocado en la solapa.)SIR ROBERT. - (Yendo hacia él.) Arturo, tengo queagradecerte lo que has hecho por mí. No sé cómopodría pagártelo. (Le estrecha la mano.)LORD GORING. - Te lo diré de inmediato,querido amigo. En este preciso momento, debajo dela palma de siempre... hablo del invernáculo... (EntraMason.)MASON. -Lord Caversham.LORD GORING. - Mi admirable padre hacontraído realmente la costumbre de aparecer en elmomento menos indicado. Es una actitud muydespiadada de su parte, muy despiadada. (Entra LordCaversham. Mason sale.)LORD CAVERSHAM. - ¡Buenos días, LadyChiltern! Mis más calurosas congratulaciones,Chiltern, por su brillante discurso de anoche. Acabo

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de separarme del primer ministro y usted ocupará lacartera vacante del gabinete.SIR ROBERT. - (Con aire de alegría y de triunfo.) ¿Unacartera ministerial?LORD CAVERSHAM, - Sí. Aquí tiene usted lacarta del primer ministro. (Le tiende la carta.)SIR ROBERT. - (Toma la carta y la lee.) ¡Una carteraministerial!LORD CAVERSHAM. - Ciertamente, y bien que sela merece, por lo demás. Usted posee lo que tantonecesitamos hoy en la vida política: mucho carácter,alto nivel moral, elevados principios. (A Lord Goring)Todo lo que usted no tiene, caballero, y que nuncatendrá.LORD GORING. - No me gustan los principios,papá. Prefiero, los prejuicios. (Sir Robert está a un paso de aceptar la oferta del primerministro, cuando advierte que su esposa lo mira con sus ojosclaros y francos. Entonces comprende que eso es imposible.)SIR ROBERT. - No puedo aceptar esta oferta,Lord Caversham. He resuelto rehusar.LORD CAVERSHAM. -¡Rehusar, caballero!SIR ROBERT. - Mi intención es retirarme de inme-diato de la vida pública.

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LORD CAVERSHAM. -(Irritado.) ¿Rehusar una car-tera ministerial y retirarse de la vida pública? Nuncaoí estupidez parecida en toda mi vida. Le ruego queme perdone, Lady Chiltern. Chiltern, excúsemeusted. (A Lord Goring.) No sonría usted así,caballero.LORD GORING. -No, papá.LORD CAVERSHAM. - Lady Chiltern, es usteduna mujer razonable, la mujer más razonable daLondres, la mujer más razonable que conozco.¿Tendrá usted la bondad de impedir que su maridohaga semejante...digo semejantes... ? ¿Tendrá ustedla bondad de hacerlo, Lady Chiltern?LADY CHILTERN. - Creo que mi marido hatomado una decisión acertada, Lord Caversham. Laapruebo.LORD CAVERSHAM. - ¿La aprueba usted? ¡Santocielo!LADY CHILTERN. - (Tomando la mano de sumarido.)Lo admiro por haberla tomado. Lo admiroinmensamente. Jamás lo he admirado tanto hastaahora. Es mejor aún de lo que yo había supuesto.(A Sir Lobert.) Irás a escribirle tu carta al primerministro ahora mismo. .¿verdad? No vaciles, Robert.

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SIR ROBERT. - (Con un dejo de amargura.) Supongoque más vale hacerlo inmediatamente. Estas ofertasno se repiten. Le ruego me excuse por unmomento, Lord Caversham.LADY CHILTERN. - ¿Puedo acompañarte o no,Robert?SIR ROBERT. Si, Gertrudis. (Lady Chiltern se va conél.)LORD CAVERSHAM. - ¿Qué sucede con estafamilia? Hay algo que no marcha bien aquí, ¿verdad?(Dándose unos golpecitos en la frente.) ¿Idiotez?Hereditaria, supongo. Ambos están afectados. Laesposa lo mismo que el marido. Es algo muy triste.¡Tristísimo, a decir verdad! Y no se trata de unafamilia antigua. LORD GORING. - No es idiotez, padre. Te loaseguro.LORD CAVERSHAM. - ¿Qué es, entonces,caballero?LORD GORING. - (Después de una leve vacilación.)Bueno. Se trata de lo que llaman hoy alto nivelmoral. Eso es todo.LORD CAVERSHAM. - Odio esos nombresflamantes. Es lo mismo que acostumbrábamos a

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llamar idiotez hace cincuenta años. No me quedarémás tiempo en esta casa.LORD GORING. - (Tomándolo del brazo.) Ven aquíadentro por un instante, papá. Tercera palma a laizquierda, la palma de siempre.LORD CAVERSHAM. - ¿Qué, caballero?LORD GORING. - Perdona, papá. Me habíaolvidado, El invernáculo, papá, el invernáculo... Hayallí alguien con quien quiero que hables.LORD CAVERSHAM. - ¿De qué, caballero?LORD GORING. - De mí, papá.LORD CAVERSHAM. - (Ceñudo.) No es tema quepermita derrochar mucha elocuencia.LORD GORING. - No, papá; pero la dama se meparece.No le interesa gran cosa la elocuencia en los demás.Le parece algo estrepitosa.(Lord Caversham entra en el invernáculo. Aparece LadyChiltern.)LORD GORING. - ¿Por qué juega usted con losnaipes, señora Cheveley ?LADY CHILTERN. (Sobresaltada.) No lo entiendo austed, Lord Goring.LORD GORING. - La señora Cheveley hizo unatentativa de arruinar a su marido, Lady Chiltern. De

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expulsarlo de la vida pública o de inducirlo a asumiruna actitud deshonrosa. Usted lo salvó de estaúltima tragedia. Ahora lo impulsa a la primera. ¿Porqué habría de hacerle usted el mal que intentó hacerla señora Cheveley, fracasando en su intento?LADY CHILTERN. - ¡Lord Goring!LORD GORING. - (Recobrándose con un gran esfuerzoy mostrando al filósofo que subyace en el dandy.) LadyChiltern, permítame. Anoche me escribió usted unacarta en que manifestaba confiar en mí y quería miayuda. Este es el momento en que usted necesitarealmente mi ayuda; éste es el momento en quedebe confiar en mí, confiar en mi consejo y criterio.Usted ama a Robert. ¿Quiere usted matar su amorpor usted? ¿Qué clase de vida le quedará a Robert siusted ¡o priva de los frutos de su ambición, si ustedlo arranca de los esplendores de una gran carrerapolítica, si le cierra las puertas de la vida pública, silo condena a un estéril fracaso, a él, hecho para eltriunfo y el éxito? Las mujeres no han nacido parajuzgarnos, sino para perdonarnos cuando ne-cesitamos perdón. Su misión es el perdón, no elcastigo. ¿Por qué habría de flagelar usted a Robertpor un pecado cometido en su juventud, antes deque la conociera a usted, antes de que se conociera a

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si mismo? La vida de un hombre vale más que la deuna mujer. Tiene problemas más grandes, mayoralcance, mayores ambiciones. La vida de una mujergira sobre curvas de emociones. La vida de unhombre avanza sobre líneas de intelecto. Nocometa usted un error terrible, Lady Chiltern. Unamujer que es capaz de retener el amor de un hom-bre y de amarlo a su vez, ha hecho todo cuanto lesexige el mundo a las mujeres o cuanto debieraexigirles.LADY CHILTERN. - (Turbada y vacilante.) Pero esmi propio marido quien quiere retirarse de la vidapública. Lo considera su deber. Fue el primero endecirlo.LORD GORING. - Antes que perder su amor,Lady Chiltern, Robert haría cualquier cosa,destruiría toda su carrera como se dispone a hacerloahora. Va a hacer por usted un sacrificio terrible.Siga mi consejo, Lady Chiltern, y no acepte tangrande sacrificio. Si lo hace, se arrepentiráamargamente toda su vida. Los hombres y mujeresno estamos hechos para aceptar tan grandessacrificios los unos de los otros. No somos dignosde ellos. Además, Robert ha sido suficientementecastigado.

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LADY CHILTERN. - Ambos hemos sidocastigados. Yo había puesto a Robert demasiadoalto.LORD GORING. - (Con profunda emoción en la voz.)Por lo mismo, no lo ponga ahora demasiado bajo.Si Robert ha caído de su altar, no lo arroje al cieno.El fracaso seria para Robert el cieno mismo de laverguenza. El poder es su pasión. Lo perdería todo,hasta su capacidad de sentir el amor. La vida de suesposo está en este momento en sus manos, el amorde su esposo está en sus manos. No le estropeeambas. (Entra Sir Robiert.)SIR ROBERT. - Gertrudis ... He aquí el borradorde carta. ¿Quieres que te lo lea?LADY CHILTERN. - Déjame verla. (Sir Robert se latiende. Ella la lee y luego, en un arrebato, la rompe.)SIR ROBERT. - ¿Qué estás haciendo?LADY CHILTERN. - La vida de un hombre valemás que la de una mujer. Tiene problemas másgrandes, mayor alcance, mayores ambiciones.Nuestras vidas giran en curva de emociones. La vidade un hombre avanza sobre las líneas del intelecto.Acabo de saber esto y mucho más, de Lord Goring,¡Y yo no arruinaré vida, ni te veré inutilizarla como

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un sacrificio hecho por mí, como un sacrificioinútil!ROBERT. - ¡Gertrudis! ¡Gertrudis!LADY CHILTERN .Tú puedes olvidar. Loshombres olvidan fácilmente. Y yo, perdono. Es asícómo ayudan al mundo las mujeres. Ahora locomprendo.SIR ROBERT. - (Dominado por una profunda emoción laabraza.) ¡Esposa mía! ¡Esposa mía! (A Lord Goring.)Arturo, por lo visto, tendré que estar en deudacontigo.LORD GORING. - Oh... No hay tal cosa, Robert.¡Con quien estás en deuda es con Lady Chiltern, noconmigoSIR ROBERT. - Te debo mucho. Y, ahora, dimequé ibas a preguntarme hace un momento, cuandoentró Lord Caversham.LORD GORING. - Robert, eres el tutor de tuhermana y quiero tu consentimiento para casarmecon ella. Eso es todo.LADY CHILTERN. - ¡Oh! ¡Cuánto me alegro!¡Cuánto me alegro! (Le estrecha la mano a Lord Goring.)LORD GORING. - Gracias, Lady Chiltern.SIR ROBERT. - (Con aire turbado.) ¿Que mí her-mana sea tu esposa?

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LORD GORING. - Sí.SIR ROBERT. - (Hablando con gran firmeza.) Arturo,lo siento mucho, pero eso no puede discutirse,siquiera. Tengo que pensar en la dicha futura deMabel. No creo que su felicidad pueda estar a salvoen tus manos. ¡Y no puedo sacrificarla!LORD GORING. - ¡Sacrificarla!SIR ROBERT. - Sí. Sacrificarla por completo. Losmatrimonios sin amor son horribles. Pero hay algopeor que un matrimonio absolutamente sin amor.Un matrimonio en que hay amor, pero de una solade las partes; fe, pero de una sola de las partes;devoción, pero de una sola de las partes, y en que,de los dos corazones, puede tenerse la seguridad deque uno de ellos se destrozará.LORD GORING. - Pero yo amo a Mabel, Ningunaotra mujer ocupa sitio alguno en mi vida.LADY CHILTERN. Robert... Si ambos se aman...,¿Por qué no habrían de casarse?SIR ROBERT. - Arturo no puede darle a Mabel elamor que ella merece.LORD GORING. - ¿Qué motivos tienes para decireso?SIR ROBERT. - (Después de una pausa.) ¿Me exigerealmente que te lo diga?

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LORD GORING. - Ciertamente.SIR ROBERT. - Como quieras. Al visitarte ayer porla noche, encontré a la señora Cheveley oculta entus habitaciones. Era entre las diez y las once de lanoche. No quiero decir más. Tus relaciones con laseñora Cheveley, como te lo dije anoche, nadatienen que ver conmigo. Sé que estuvistecomprometido para casarte con ella en otrostiempos. La fascinación que ella ejerciera sobre ti,parece haber vuelto. Al hablarme de ella anoche, lacalificaste de mujer pura e inmaculada, de mujer aquien respetabas y honrabas. Puede que así sea.Pero no puedo entregar la vida de mi hermana entus manos. Eso estaría muy mal de mi parte. Seríainjusto, infamante, injusto para con ella.LORD GORING. - No tengo más que decir.LADY CHILTERN. - Robert, la mujer a quienesperaba anoche Lord Goring no era la señoraCheveley.SIR ROBERT. - ¡Que no era la señora Cheveley!¿Quién era, entonces?LORD GORING. - Lady Chiltern.LADY CHILTERN. - Era tu propia esposa.Robert, ayer por la tarde, Lord Goring me dijo quesi yo estaba alguna vez en dificultades acudiera a él

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en busca de ayuda, siendo como era nuestro másviejo y mejor o. Más tarde, después de aquellaterrible escena ¡da en este aposento, le escribídiciéndole que confiaba en él, que tenía necesidadde él, que iba en su para pedirle ayuda y consejo.(Sir Robert saca la carta de su bolsillo.) Sí. Esa carta.Finalmente, no fui a casa de Lord Goring. Sentí quela ayuda debía provenir de nosotros mismos. Elorgullo me hizo pensar así. La señora Cheveley fue.Robó mi carta y te la envió en forma anónima estamañana, para que tú creyeras ... ¡Oh, Robert! NoPuedo decirte qué se propuso hacerte creer esamujerSIR ROBERT. - Qué! ¿Había caído yo tan bajo atus ojos que pudiste creer, por un instante siquiera,que podía poner en duda tu virtud? Gertrudis,Gertrudis, tú eres para mí la blanca imagen de todaslas cosas buenas y el pecado jamás puede rozarte.¡Arturo, puedes ir hacia Mabel y llévate mis mejoresaugurios! ¡Ah!Espera un momento. En el encabezamiento de lacarta, no figura nombre alguno. La brillante señoraCheveley no parece haber advertido esto. Debierafigurar un nombre.

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LADY CHILTERN. - Déjame escribir el tuyo. Esen, ti en quien confío, a ti a quien necesito. A ti yno, a otro.LORD GORING. - Verdaderamente, LadyChiltern, creo que se me debiera devolver mi carta.LADY CHILTERN. - (Sonriendo.) No. Usted tendrála de Mabel. (Toma la carta y escribe en ella el nombre desu marido.)LORD GIORING. - Confío en que Mabel nohabrá cambiado de idea. Ya han pasado casi veinteminutos desde7que la vi por última vez.(Entran Mabel Chiltern y Lord Caversham.)MABEL. - Lord Goring, creo que la conversaciónde su padre es mucho más útil que la suya. Sólohablaré en el futuro con Lord Caversham y lo harébajo la calma de siempre.LORD GORING. - ¡Querida! (La besa)LORD CAVERSHAM. - (Considerablemente tomado desorpresa.) ¿Qué significa esto, caballero? ¿No querráusted decir que esta encantadora e inteligente jovenha cometido la tontería de aceptarlo?LoRD GORING. - ¡Ciertamente, papá! Y Chilternha sido lo bastante inteligente para aceptar elasiento en el gabinete.

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LORD CAVERSHAM. - Me alegro muchísimo deoír eso, Chiltern ... Lo felicito, caballero. Si el paísno se va al diablo o a manos de los extremistas, loveremos a usted algún día primer ministro. (EntraMason.)MASON. - El almuerzo está servido, milady. (Masonsale.)MABEL. - Se quedará usted a almorzar, Lord Ca-versham... ¿Verdad?LORD CAVERSHAM. - Con mucho gusto. Y lollevaré luego en mi coche a Downing Street,Chiltern. Lo espera a usted un gran porvenir, ungran porvenir. Ojalá pudiera yo decir otro tanto deusted, caballero. (A Lord Goring.) Pero su carrerahabrá de ser totalmente doméstica.LORD GORING. - Sí, padre. La prefierodoméstica.IARD CAVERSHAM. - Y si no es usted un maridoideal para esta joven, lo desheredo, legándole unsolo penique.MABEL. - ¡Un marido ideal! Oh ... No creo que meguste eso. Parece algo propio del otro inundo.LORD CAVERSHAM. - ¿Cómo quiere usted quesea Lord Goring, pues, querida?

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MABEL. - Puede ser lo que quiera. Todo lo que yoquiero, es ser... ser..., ¡ah, sí! . . ., una verdadera es-posa para él.LORD CAVERSHAM. - Palabra de honor que haymucho sentido común en eso, Lady Chiltern.(Todos ellos salen, con excepción de Sir Robert. Éste gisqueda hundido en un sillón y sumido en sus pensamientos. Apoco, Lady Chiltern vuelve en su busca.)LADY CHILTERN. (Inclinándose por sobre el respaldodel sillón) ¿No vienes, Robert?SIR ROBERT. - (Tomándole la mano.) Dime,Gertrudis... ¿Es amor lo que sientes por mí, o merapiedad?LADY CHILTERN. - (Besándolo.) Es amor, Robert.Amor y nada más que amor. Para nosotros dos,empieza ahora una nueva vida.

FIN.