el maestro

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EL MAESTRO COMO PROPUESTA POLITICO-IDEOLOGICA EN LA CONSTRUCCION DE NACIÓN. Nelson Enrique Larrota Medrano Historiador UIS, Candidato Comité Ejecutivo SES [email protected] En alguna ocasión, se observa con atención una gran reflexión escrita en esos espacios urbanos transgredidos por aquellos sectores que, en el sano sentido de la palabra, podríamos denominar “inconformes”. La pared en cuestión resaltaba, con grandes letras negras y sobre un fondo impecablemente blanco, la siguiente frase: <El país se derrumba y los estudiantes de rumba>. El cuestionamiento, intencionalmente colocado en las afueras de la Universidad pública de Bucaramanga, intentaba, sin duda, sensibilizar a los miles de estudiantes que por allí pasan a diario. Sensibilización que consiste, principalmente, en dirigir su atención hacia una realidad que no nos puede ser indiferente: Nuestros destinos colectivos. Al respecto surgen los siguientes interrogante:¿Por qué tratar de sensibilizar a estudiantes de la Universidad?, ¿Acaso no establece la educación formal desde sus primeros niveles, como objetivos de prioridad, ayudar a los educandos a comprender la realidad Nacional permitiendo, además, como un ejercicio cívico en aras de la formación del ciudadano, la participación de estos en dicha realidad? 1 Más grave aun, considero, resulta observar como hoy, el Ministerio de Educación Nacional insiste por diversos medios, en la formación de una cultura política para la convivencia pacífica, a veinte años de haberse planteado ya la cuestión en la ley marco para la educación (Véase la cartilla) 2 . Como docentes, queda cuestionarnos en qué estamos fallando: ¿Qué hacer? Nuestra función en el aula debe ser legitimada e impulsada desde todos los ángulos informativos y formativos como una propuesta político-ideológica, es decir, desde la perspectiva reflexiva de nuestro quehacer responder a cuestiones impostergables en materia de formación y, en lo que tiene que ver 1 Al respecto véase los objetivos generales y específicos de los niveles educativos, así como los objetivos comunes a estos, propuestos en la Ley General de Educación Titulo II, capítulos I y II. 2 De acuerdo con la Constitución Política Nacional de 1991, los fines de la educación (art. 5) de la Ley General son una lección de cultura política democrática en sus más sobresalientes valores, tales como la tolerancia, la justicia, la paz, etc. Ver Competencias para la formación ciudadana. MEN. Bogotá, 2003

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Page 1: El Maestro

EL MAESTRO COMO PROPUESTA POLITICO-IDEOLOGICA EN LA

CONSTRUCCION DE NACIÓN.

Nelson Enrique Larrota Medrano

Historiador UIS, Candidato Comité Ejecutivo SES

[email protected]

En alguna ocasión, se observa con atención una gran reflexión escrita en esos

espacios urbanos transgredidos por aquellos sectores que, en el sano sentido

de la palabra, podríamos denominar “inconformes”. La pared en cuestión

resaltaba, con grandes letras negras y sobre un fondo impecablemente blanco,

la siguiente frase: <El país se derrumba y los estudiantes de rumba>. El

cuestionamiento, intencionalmente colocado en las afueras de la Universidad

pública de Bucaramanga, intentaba, sin duda, sensibilizar a los miles de

estudiantes que por allí pasan a diario. Sensibilización que consiste,

principalmente, en dirigir su atención hacia una realidad que no nos puede ser

indiferente: Nuestros destinos colectivos. Al respecto surgen los siguientes

interrogante:¿Por qué tratar de sensibilizar a estudiantes de la Universidad?,

¿Acaso no establece la educación formal desde sus primeros niveles, como

objetivos de prioridad, ayudar a los educandos a comprender la realidad

Nacional permitiendo, además, como un ejercicio cívico en aras de la

formación del ciudadano, la participación de estos en dicha realidad?1 Más

grave aun, considero, resulta observar como hoy, el Ministerio de Educación

Nacional insiste por diversos medios, en la formación de una cultura política

para la convivencia pacífica, a veinte años de haberse planteado ya la cuestión

en la ley marco para la educación (Véase la cartilla)2. Como docentes, queda

cuestionarnos en qué estamos fallando: ¿Qué hacer?

Nuestra función en el aula debe ser legitimada e impulsada desde todos los

ángulos informativos y formativos como una propuesta político-ideológica, es

decir, desde la perspectiva reflexiva de nuestro quehacer responder a

cuestiones impostergables en materia de formación y, en lo que tiene que ver

1 Al respecto véase los objetivos generales y específicos de los niveles educativos, así como

los objetivos comunes a estos, propuestos en la Ley General de Educación Titulo II, capítulos I y II. 2 De acuerdo con la Constitución Política Nacional de 1991, los fines de la educación (art. 5) de

la Ley General son una lección de cultura política democrática en sus más sobresalientes valores, tales como la tolerancia, la justicia, la paz, etc. Ver Competencias para la formación ciudadana. MEN. Bogotá, 2003

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con educación para la justicia, la paz, la democracia y en general la formación

de los valores humanos. Ahora bien, ¿por qué educar en valores políticos

democráticos? ¿Por qué insistir en cuestiones como la convivencia, la

tolerancia y otras tantas utopías de la, siempre en construcción, cultura política

democrática? Al parecer, y según los balances de los estudiosos de los

sistemas democráticos, existen básicamente dos proyectos de urgente

realización para la continuidad, en el fondo, de la coexistencia pacífica en los

regímenes democráticos. Fernando Savater, en sus elecciones recomendadas,

analiza la necesidad de formar para la ciudadanía como propuesta urgente de

aquellos seres humanos que han tomado la opción de elegir la política -en el

sentido de la búsqueda del bien colectivo. Por lo tanto, si hoy debiésemos, nos

dice Savater, condensar en una sola palabra el proyecto político más digno de

ser atendido yo elegiría esta: Ciudadanía. O sea la forma de integración social

participativa basada en compartir los mismos derechos3. En segundo lugar, y

siguiendo este autor, educar ciudadanos4 debe también comprenderse dentro

de una idea mas vasta de educación que no consista en la instrucción básica ni

en la sola preparación para desempeñar tareas laborales de cualquier tipo

-aunque, esto, por supuesto, sea imprescindible-. Educar ciudadanos debe

hacerse, pues, en sentido primordialmente cívico, en tanto que esta

característica nos faculta para vivir políticamente con los demás en la ciudad

democrática; de esta manera educar ciudadanos dentro de una socialización

en la civilidad debe, y este es el segundo proyecto inaplazable, tener como

primera asignatura la enseñanza de la deliberación. Preparar en este tópico,

nos recuerda Savater, consiste en ayudar a formar caracteres humanos

susceptibles de persuasión, es decir, capaces de persuadir y dispuestos a ser

persuadidos. Ambas cosas continúa Savater, son imprescindibles para

erradicar la violencia civil, que siempre proviene de quienes son incapaces de

articular convincentemente demandas sociales o de comprometer la fuerza

argumental de las que se les proponen u oponen.5 Tal forma de educar,

incluyendo su programa fundamental, debe, pues, intentar la promoción de

ciudadanos susceptibles de sentir y apreciar la fuerza de las razones y no las

razones de la fuerza.

3 Véase SAVATER, Fernando. El Valor de Elegir. Barcelona: Ariel; 2003. Especialmente

capitulo 9, “Elegir la Política” 4 Es de resaltar también que uno de los autores imprescindibles para el análisis de lo

democrático, el fallecido Norberto Bobbio, considera la educación del ciudadano como base fundamental para la permanencia de los Regímenes democráticos. Ver BOBBIO, Norberto. El futuro de la democracia. México: FCE; 1996. Principalmente el capitulo I “El Futuro de la democracia” 5 Savater, Op. Cit. p. 156

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Finalmente, Educar en valores políticos democráticos debe conducirnos hacia

la realidad de la tolerancia. Es decir educar ciudadanos en un ambiente cívico

por medio de un programa que nos enseñe a deliberar debe proponer, como fin

último, acercarnos a esa idea política, por años esquiva6, que nos garantice la

convivencia pacífica. Sin embargo tolerarnos no es soportarnos de una manera

relativista, sino más bien aprender a respetar nuestras diferencias y a vivir con

ellas. Ser tolerante es, en el fondo, convivir con lo que uno desaprueba y con

quienes lo desaprueban a uno. Así pues, a sabiendas de que nuestros

procesos culturales, que incluyen lo educacional, son nuestra segunda

naturaleza a falta de una dotación “providencial” que nos obligase a vivir por

instinto, decidir ser y ayudar a decidir ser (en sentido social) depende de

nuestras opciones políticas, como nos recuerda Savater, a propósito de una

cita de Stanislaw J Lec: “De que estas formado depende de la genética; en qué

te convertirás, depende de la política”. El futuro social parece pues, estar,

inevitablemente en nuestras manos. Aportar y ayudar a elegir lo humano, es

sin duda el aporte más urgente desde nuestras aulas, aquellas

microsociedades en las que se puede construir un verdadero proyecto Estado-

Nación.

“A la tarea de recomponer esta ciencia critica, de devolver alguna

esperanza y de reanimar la capacidad de acción colectiva, hemos

de contribuir todos. Quienes nos dedicamos a la enseñanza, y en

especial a la de las ciencias sociales, tenemos en ella una función

esencial. Por desconcertados que nos sintamos, sabemos que

nuestra obligación es ayudar a que se mantenga viva la capacidad

de las nuevas generaciones para razonar, preguntar y criticar,

mientras, entre todos, reconstruimos los programas para una

nueva esperanza”.7

6 Para una reflexión sobre nuestra intolerancia histórica véase los ensayos filosóficos de

JARAMILLO VELEZ,. Colombia la modernidad postergada. Gerardo Rivas Moreno; 1998. 7 FONTANA, Joseph, la Historia después del fin de la historia. Barcelona: critica, 1992, p. 144