el fuego del cielo - cesar vidal

Upload: leonel21

Post on 14-Apr-2018

267 views

Category:

Documents


10 download

TRANSCRIPT

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    1/49

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    2/49

    Vidal Cesar - El Fuego Del CieloEL FUEGO DEL CIELO(PREMIO DE NOVELA HISTORICA ALFONSO X EL SABIO 2006)Vidal Cesar - El Fuego Del Cielo

    Csar VidalEL FUEGO DEL CIELOPrimera edicin: marzo de 2006Segunda impresin: abril de 2006

    Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn lectrnico, qumico, ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Todos los derechos reservados.2006, Csar Vidal 2006, Ediciones Martnez Roca, S.A.Paseo de Recoletos, 4. 28001 Madridwww.mrediciones.comISBN: 84-270-32.38-2Depsito legal: M. 15.942-2006Fotocomposicin: EFCA, S.A.Impresin: Brosnac, S. L.Impreso en Espaa-Printed in Spain

    EL FUEGO DEL CIELO

    (PREMIO DE NOVELA HISTORICA ALFONSO X EL SABIO 2006)

    EDICIONES MARTINEZ ROCA, S.A.Lengua: CASTELLANOEncuadernacin: CartoneISBN: 8427032382(15.5x23.5 cm)

    L D (EFE)El premio, convocado por Caja Castilla-La Mancha (CCM) y MR Ediciones (Grupo Planeta), fue fallado en el curso de una cena celebre de este viernes en la Iglesia Paraninfo San Pedro Mrtir de Toledo, a la que asistieron numerosas personalidades del mundo de la cultura y destacadoso el ministro de Defensa, Jos Bono, y el presidente del Congreso de los Diputados, Manuel Marn.

    La novela finalista de esta edicin fueLa sombra del anarquista, del bilbano Francisco de Ass Lazcano, quien tras la deliberacin del jurado, integr

    por Ana Mara Matute, Soledad Purtolas, Fernando Delgado y Eugenia Rico, compareci en rueda de prensa junto al ganador.

    Csar Vidal explic queEl fuego del cielo recrea la poca del emperador filsofo Marco Aurelio a travs de cuatro protagonistas Cornelio, un ncias que consigue el mando de una legin; Valerio, un veterano de guerra convertido al cristianismo; la prostituta Rode y el mago egipcio Arnufis, cuyostretejen hasta que un suceso prodigioso cambia el rumbo de la historia: el fuego del cielo.

    Vidal, que rehus desvelar el significado del ttulo, afirm que es la clave de la compresin de esta novela, en la que se descubre el sub-mundo de la deloma por la noche, que las decisiones polticas se tomaban en las comidas y en los baos, que al igual que en la actualidad haba preocupacin por la segonteras, por el papel de la mujer y por la dignidad humana. En definitiva, "nos descubre que somos ms romanos de lo que pensamos, ya que aunque actunemos juegos de circos, nos gusta el ftbol y ahora no se reparte pan, pero se dan pensiones", afirm Vidal, quien expres su conviccin de que "tenemosen comn con gente que vivi hace miles de aos" y que "la historia no se repite, pero las pasiones siempre son las mismas".

    El jurado eligiEl fuego del cielo yLa sombra del anarquista (finalista) entre las seis obras que estaban seleccionadas para optar a este premio, do00 euros para el ganador y 12.000 para el finalista. A la sexta edicin del Premio de Novela Histrica "Alfonso X el Sabio", han concurrido 249 obrasde Espaa, 22 de Latinoamrica y 19 de Europa.

    Los premios fueron entregados por el presidente de Castilla-La Mancha, Jos Mara Barreda, quien antes de darse a conocer los ganadores hizo na al ministro de Defensa, Jos Bono, y al cardenal electo y arzobispo de Toledo, Antonio Caizares, que despus posaron en una foto de familia judores y los integrantes del jurado. A la gala, conducida por la periodista Olga Viza, asistieron numerosos representantes del mbito periodstico y literadel Pozo, Leopoldo Alas, Juan Adriansens y Angeles Caso. El objetivo de este certamen que en su quinta edicin gan la escritora Angeles Iri

    velaRomance de ciego es promover la creacin y divulgacin de novelas que ayuden al lector en el conocimiento de la historia.

    Csar Vidal

    Biografa:

    CSAR VIDAL (1958) es doctor en Historia (premio extraordinario de fin de carrera), en Teologa y en Filosofa, y licenciado en Derecho. Ha ejncia en distintas universidades de Europa y Amrica. En la actualidad, dirige los programasLa Linterna de la Cope por el que ha recibido entre mios Antena de oro 2005, Micrfono de plata 2005 y Hazte or 2005 y Camino del Surde Cadena-100, y colabora en medios comoLa Razn,

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    3/49

    tal,Antena 3 o Muy interesante. Defensor infatigable de los derechos humanos, ha sido distinguido con el Premio Humanismo de la Fundacin Hebrairecibido el reconocimiento de organizaciones como Yad-Vashem, Supervivientes del Holocausto (Venezuela), ORT (Mxico) o Jvenes Contra la Intol

    e otros premios literarios ha recibido el de la Crtica a la mejor novela histrica (2000) porLa mandrgora de las doce lunas, el Premio Las Luces de 2) porLincoln, el Premio de Espiritualidad 2004 porEl testamento del pescador, el Premio Jan de Literatura Juvenil 2004 y el del CCEI 2004 porEa Zrich y el Premio de Novela Ciudad de Torrevieja 2005 porLos hijos de la luz. Entre sus ltimas obras destacanEspaa frente al islam

    acuellos-Katyn" (2005),Los masones (2005),El mdico del sultn (2005),Bienvenidos a la Linterna (2005) yJess y los documentos del ma6).

    "EL FUEGO DEL CIELO"Csar VidalColeccin: MR Novela Histrica376 pginas

    ISBN: 978-84-270-3238-5Tapa dura 15.5x23.5 cmMarzo 2006La gran novela sobre RomaSinopsis: Ao 173 d.C. El Imperio romano, regido por el emperador Marco Aurelio, se enfrenta con desafos de una relevancia desconocida hasta e

    ntras, por un lado, intenta asegurar las fronteras frente a las acometidas de los brbaros; por otro, procura establecer el orden en una capital llena de oporigros, con una inmigracin creciente y un deseo insaciable de disfrute. Cornelio, un muchacho provinciano que espera un destino en el campo de batallaenturin veterano de la guerra de Partia; Rode, una esclava dedicada por su amo a la prostitucin, y Arnufis, un mago egipcio que ansa triunfar, cona, donde sus destinos se irn entrelazando hasta culminar en un campamento militar situado a orillas del Danubio. All, la existencia de los cuatro se ver soprueba que escapa a la comprensin humana.El fuego del cielo es una apasionante y documentada narracin sobre el amor y la muerte, la guerra y la dignidad, la compasin y la lealtad. Csar Vidautores de novela histrica ms prestigiosos de nuestro pas, nos adentra en la Roma de finales del siglo II para descubrirnos que el respeto por la dignidaano, el papel de la mujer, el enfrentamiento de civilizaciones, la lucha por el poder, el ansia de seguridad o la bsqueda de un sentido en la vida no

    festaciones milenarias de nuestra especie.La novela definitiva para descubrir un episodio crucial del gran Imperio romano.

    I

    IMPERIUM1CORNELIOEl muchacho observ el chivo blanco, inmaculado, sereno. En otras circunstancias, hubiera sonredo satisfecho e incluso se hubiera permitido palmot

    mado. Sin embargo, la ocasin no le permita com portarse de esa manera. A decir verdad, la solemnidad resultaba tan obvia, pesada y tangible que por do resultaba tolerable una mueca, una sonrisa o el menor gesto. Y, sin embargo, todo transcurra como para merecer las ms calurosas felicitaciones. Desdlmente hubiera podido encontrarse una vctima ms adecuada, ni tampoco un flautista que pudiera arrancar notas ms delicadas a aquel conjunto de caa

    una cinta de color rojo.El animal era macho, tal y como corresponda al sacrificio dedicado a una divinidad masculina como Jpiter, y nadie hubiera dudado de que se trataba perfecta, sin el menor defecto o tacha. Pero -y ste constitua el detalle que ms le conmova- su pelaje era blanco, es decir, tena el color apropiadoma dedicada a una divinidad benvola como el dios ptimo y mximo. No pudo reprimir un estremecimiento al llegar sus pensamientos a ese recodo de la o atribuirlo al fro y dirigi instintivamente la mano hacia la parte superior de su capa para subrsela en torno al cuello. Sin embargo, la verdad era que lo qocado su trmulo respingo haba sido el simple recuerdo de las deidades malvolas, aquellas que se complacan en beber la sangre caliente de bestias dea, que moraban entre las tinieblas de los infiernos y que descargaban el mal sobre los hombres que previamente no lo haban aplacado. Mejor era no p

    El animal no era muy grande, pero pareca estar dotado de una especial serenidad. Haba avanzado hasta ahora con un suave movimiento de sus albo si se dirigiera hacia unos pastos verdes, jugosos y tiernos. Casi hubiera podido decirse que las cintas multicolores que llevaba atadas a los cuernos an siguiendo el ritmo cadencioso de sus pasos menudos. Desde luego, cualquiera saba que un comportamiento as por parte de la vctima constitua unente. Se trataba de una seal indiscutible de que la tranquila bestezuela blanca estaba encantada de derramar su sangre para complacer al dios.Doblaron la esquina siguiente y se encaminaron hacia el templo. No tard en distinguir el pequeo altar, forjado en pulido metal y situado ante sus pu

    era. Al lado esperaban dos personas ataviadas con hbitos talares. A la ms baja y rechoncha ya la conoca. Era el viejo Mximo, un pontifex amigo de sue lo flanqueaba deba de ser su asistente, un cultrarius. Dirigi la vista hacia el chivo, pero de manera discreta, por el rabillo del ojo. Con espanto, contempstia sacuda la testuz con un gesto rpido de su robusto pescuezo. Slo cuando se percat de que nicamente intentaba sacudirse una de las cintas quee los ojos respir tranquilo. Y estuvo a punto de que la alegra le empujara el corazn fuera de la boca cuando vio cmo el animal tiraba de la cuerdaba para llegar cuanto antes al altar.La distancia era ciertamente escasa, pero le result eterna. Tema que el chivo se arrepintiera, que se asustara, que diera la espantada. No lo hizo. Ig a un trotecillo alegre hasta alcanzar el ara.-Magnfico -dijo el pontifex a travs de una mueca que no desmereca de su solemnidad.El muchacho reprimi una sonrisa de gozo al escuchar la evaluacin que haba hecho del chivo y, acto seguido, dirigi la mirada hacia su padre. Tambin

    fecho, pero apretaba los labios para que su orgullo no brotara inoportunamente. Con gesto tranquilo, quiz por lo repetido a lo largo de los aos, su padreda que rodeaba el pescuezo del chivo al hombre que estaba al lado del pontifex. Luego gir el cuello hacia el muchacho y le hizo una sea con el mentn.Saba sobradamente lo que le estaba indicando su padre. Reprimiendo la emocin, subi los escasos escalones que elevaban el templo sobre el nivel deen l. Embargado por un sentimiento de responsabilidad que lo envolva como un pesado manto, se dispuso a cumplir con la parte siguiente de la trasc

    monia. Cruz la escasa distancia que mediaba entre las puertas y la cella y penetr en sta.Se trataba de una habitacin oblonga y tabicada en cuyo interior la atmsfera estaba poderosamente impregnada del aroma dulzn del incienso. En su

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    4/49

    a una imagen dorada de Jpiter adornada con joyas. El joven se detuvo, respir hondo y clav la mirada en la estatua. No es que esperara que se mue le haban contado que, en ocasiones, los dioses se manifestaban de esas maneras y de otras an ms prodigiosas-, pero no pudo evitar que le embarmoda sensacin de frialdad. Parpade buscando despejarse, volvi a respirar hondo y ech mano de la bolsa de cuero que colgaba de su cuello. No scar mucho para dar con una tablilla de cera. Intent releerla, pero la luz era escasa y en buena medida la lectura que realiz se apoy ms en la memoria El contenido era un voto, una promesa vinculada a una peticin, la que motivaba toda aquella ceremonia.Con temor y devocin, extendi la mano derecha hacia la imagen y colg de ella la tablilla de cera. Ah deba permanecer para que el dios no pasara p

    deseaba e imploraba. A continuacin, toc con reverencia el glido metal y, acto seguido, retrocedi unos pasos. Entonces clav la mirada en los ojos inmagen, extendi las manos en un humilde gesto de splica e impetr la poderosa gracia del dios. No habl mucho tiempo. Tan slo el suficiente para qu

    era or que iba a sacrificar un chivo en su honor, que contaba con l para que le acompaara en el viaje que iba a emprender al da siguiente y, sobre toe protegiera durante los prximos meses mientras durara su misin. Si el dios le escuchaba -y confiaba en su benevolencia para creer que as resultar

    uesto a ofrecerle an ms dones como el que, humildemente, le iba a entregar enseguida. Saba sobradamente que Jpiter -bueno, no slo Jpiter, todos lvolos- daba siempre en la medida que reciba. l dara para recibir. Lo hara, por tanto, si regresaba con bien de su misin. Inclin finalmente la cabeza

    la caminando hacia atrs.El fro que sinti al encontrarse nuevamente en el exterior le result agradable. Como si le permitiera despejarse de la atmsfera cargada de incienso de la, su padre frunci los labios en un gesto de respaldo casi inadvertido, pero seguro. Tambin capt su presencia el pontifex rechoncho que lanz una mbre que estaba a su lado. No necesit ms para que le acercara una jarrita de oro y vertiera agua en sus manos extendidas. Contempl cmo el pontifeel lquido purificador se extendiera para, acto seguido, frotarse las palmas y los dedos. Uno por uno. Finalmente, extendi la diestra y tom un pao de line ofreca su asistente. Se sec las manos meticulosamente, devolvi la tela al otro pontifex y extendi los dedos separados para examinarlos. Al muccieron extraordinariamente limpios, casi traslcidos, como si estuvieran modelados en alguna clase de alabastro claro.Un silencio -tan slo araado por el taido agudo de la flauta de caa- se extendi por todo el lugar como si el dios contemplara complacido la

    monia. Con temor reverencial, el asistente quit de los grises cuernos del chivo las cintas de colores. Luego recorri con la punta de un afilado cuchillo emediaba entre la nuca del animal y la rabadilla. Fue entonces cuando el pontifex se gir hacia el templo. Lo hizo con destreza, con habilidad, incluso con constitua un excelente presagio. Y entonces, una vez frente al santuario, comenz a recitar la oracin.A pesar de la buena disposicin del animal que sera objeto del sacrificio, a pesar de que el muchacho haba cumplido correctamente con su cometor de la cella, a pesar de todo lo realizado meticulosamente hasta ese momento, el xito de toda la ceremonia penda ahora de que el pontifex recitara la

    manera apropiada. No se trataba de que mostrara entusiasmo, alegra, ni siquiera devocin. Era una cuestin de escrupulosa exactitud. Las frmulas pronxactitud garantizaban la benevolencia del dios. Un error, una palabra mal dicha, un trmino pasado por alto invalidaban el ritual y obligaban a repetir todoipio. Pero no sucedi. El pontifex cumpli con su cometido con admirable correccin y, acto seguido, mir al muchacho.-Agone?*-pregunt solicitando la aquiescencia del oferente.-Agi * *-respondi el joven.El pontifex tendi la mano hacia el asistente, que deposit en ella un martillo de medianas dimensiones. De manera rpida, segura, experimentada, des

    e seco y contundente sobre la cabeza del chivo. Las rodillas del animal se doblaron, pero sin que se produjera su cada. En realidad, hubirase dicho que , que no padeca, que la bestezuela tan slo se entregaba a una suave genuflexin en honor del poderoso dios.El cultrarius alz con gesto firme la cabeza del cuadrpedo como corresponda a una vctima ofrecida a un dios que moraba en el cielo. Luego, con miento, degoll el chivo. La sangre, tan caliente que de ella se desprenda vaho, cay sobre un lebrillo limpio, mientras el animalillo cerraba los ojos co

    po se viera posedo no por la muerte, sino por una dulce somnolencia. Fueron precisos tres recipientes como aqul para contener el lquido rojizo que bra del cuello seccionado del chivo.El muchacho dirigi la mirada hacia su padre. Sin duda, estaba satisfecho. Un animal que se hubiera resistido, que hubiera sangrado escasamente, que hu

    en morir habra significado un psimo presagio. Nada de aquello haba sucedido. Como si fuera un odre de vino medio vaco o una almohada liviana, el por las patas el exange chivo. Fue un movimiento rpido, preciso, seguramente ejecutado docenas, incluso centenares de veces. El animalillo quednte suspendido en el vaco -como si lo sujetara un invisible inmortal o las notas que brotaban del instrumento del flautista- y, finalmente, fue a dar sobre el aLuego, el cultrarius traz un corte desde el pescuezo hasta la ingle de la bestia. Acto seguido, hundi la diestra en el vientre del sacrificio y dej al descu

    do. Un gesto de aprobacin apareci de manera inmediata y paralela en los rostros del pontifex y del padre. S, la vscera presentaba un magnfico aspa herido, ni lesionado, ni enfermo. Su color era ptimo. Con ese presagio, nadie poda dudar de que la misin del muchacho, de Cornelio, transcurrirares auspicios.El pontifex realiz con la cabeza un gesto, cargado de autoridad, y el cultrarius procedi a despellejar el albo y desnudo chivo con una magistral celenuacin, le bast una sucesin rpida de cortes para descuartizarlo y colocar los pedazos sobre el fuego del altar. En escasos momentos, todos los prefex, el cultrarius, el flautista, el joven y su padre- comenzaran a comer la carne del sacrificio. As, participaran de las bendiciones anticipadas de .Jpiter.

    2ARNUFISE1 pasajero reprimi a duras penas una sensacin de asco que le descendi pesada desde las ventanas de la nariz hasta la boca del estmago. Desde luegangible del puerto de Ostia difcilmente poda resultar ms ftido. Los cuerpos sudorosos, hacinados y sucios, que se arremolinaban en el muelle como si

    n hormiguero humano, despedan los hedores ms diversos. A cual ms repugnante, por supuesto.-Por Isis! -escuch que musitaba su criado-. Qu peste! Habr que hacer algo para remediarlo.S, se dijo el pasajero, algo haba que hacer si no quera morir por aquel tufo asfixiante.-Y a qu esperas? -exclam con tono desabrido.El sirviente dio un respingo como si hubiera visto un spid letal surcando su camino.-S, mi seor Arnufis -balbuci mientras sacaba de su bolsa un pequeo incensario de metal y proceda a encenderlo-. Inmediatamente, mi seor, inmediatPor un instante, no pareci que se produjera ningn cambio. Pero entonces el siervo agit el incensario y una nube gris esparci un olor dulzn y penetran-Dejad paso a mi seor Arnufis -enton con una voz bronca y solemne el siervo-. Dejad paso.Gritaba en griego y a buen seguro que se trataba de una lengua ignorada por la mayora, pero la manera en que la pronunciaba resultaba convincente. Te

    e convincente. A pesar de todo, no fue la advertencia enrgica, sino el movimiento pendular del incensario arrojando humo y algunas chispas el que consansentes se apartaran ante el esclavo y su amo. A fin de cuentas, y por mucho que fuera ataviado con un impecable lino blanco y precedido por un cerevo, el anunciado Arnufis no pasaba de ser un extranjero. En suma, se trataba de un tipo de semoviente que no escaseaba en Roma. El egipcio sonri al p

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    5/49

    ircunstancia. Desde luego, en otra poca las calles de Roma haban sido slo romanas. Incluso la gente de la pennsula italiana haba tenido problemder a aquellas colinas y quedarse, ms o menos oculta, en alguna de sus oscuras callejuelas. Claro que de eso haca mucho tiempo. Todo haba empezadcon el gran Csar -Cayo Julio Csar-, el que haba dado su nombre a la dinasta que ahora reinaba en Roma. Arnufis reprimi una sonrisa amarga.Reinn los romanos, no reinaba. Ellos -decan rebosantes de soberbia- no tenan reyes. Tenan una repblica. Ganas de engaarse. La repblica haba muertde que Julio Csar cayera acribillado a pualadas. Y lo que ahora tenan... era puro despotismo. La prueba era que los csares eran dioses. Bueno, e

    en Roma tardaban un tiempo en convertirse en tales, pero en Oriente, en su Egipto, eran desde el momento mismo de la coronacin dioses y faraones. Npara alguien que, supuestamente, no era ni rey.El criado apart de un manotazo a un transente de piel oscura. Bien hecho. En esta vida -y nadie poda asegurar que existiera otra- haba que ir apartae interponan con energa, con seguridad y, sobre antes. Siquiera porque mientras discuta la tarifa haba dejado de agitar el incensario y aquella agobiana haba vuelto a sofocarlo.El esclavo desanduvo la distancia que lo separaba de su seor de una carrerita.-Kyrie, he llegado a un acuerdo -dijo ocultando apenas una sonrisa-. El mejor. El mejor, no me cabe duda.

    Arnufis no dijo nada. Se limit a alzar todava ms el empinado mentn y a encaminarse hacia la litera. Se acomod en el vehculo como pudo. Era ao que los que podan encontrarse en las calles de Helipolis o de Alejandra, eso era cierto. Sin embargo... Ah! Vaya tirn para comenzar a caminar.Los esclavos que llevaban el vehculo demostraron una prodigiosa habilidad para moverse en medio de la muchedumbre. Fue as como lograron desplazpuerto hasta salir a una calzada. Haba odo hablar de ese tipo de camino, pero no pudo evitar la sorpresa al contemplarlo con sus propios ojos. Con unaia -verdaderamente extraordinaria- anchura y una slida base de piedras cortadas y encajadas como si fueran las teselas de un mosaico, la calzada atrapl egipcio. Ms incluso que los rboles y los matorrales y el verdor que se alzaban a los lados del camino. Todo pareca muy... muy bien cuidado.El estupor de Arnufis aument al contemplar la seguridad del trayecto. Los guardias no estorbaban a los viajeros, pero dejaban ver con claridad que

    quier eventualidad que se pudiera presentar. Desde luego, haba que ser muy audaz o estar muy desesperado para intentar realizar un asalto por aquelloun vistazo a Demetrio. El esclavo griego tambin estaba admirado de lo que contemplaba. Bueno, era igual. A fin de cuentas, no pasaba de ser un esclavUna sensacin de malestar indefinido, extrao, no experimentado antes, se fue apoderando del corazn de Arnufis a medida que iba discurriendo el

    era sabido explicarse la causa de su desazn, pero naca directamente del desconcierto ante algo que lo sobrepasaba y que, por encima de todo, no termcarse. Porque por mucho que le daba vueltas no consegua responderse a una pregunta cada vez ms angustiosa.Cmo haban logrado aquellos salvajes sin depilar levantar aquellos caminos?

    3VALERIOValerio no pudo reprimir un gesto de desagrado al ver cmo el legionario se despojaba del casco de metal para, acto seguido, pasarse por la frente el dorsrugosa mano.-Marco, cbrete -dijo con un tono de voz que no admita discusin alguna.Los ojos hundidos del soldado se endurecieron al escuchar aquellas palabras, pero no replic. Se limit a calarse el yelmo sin abrir los labios.-Ya s que hace mucho calor -grit Valerio-, pero es mejor tener la cabeza con sudor que partida por un pedrusco. No os descubris.Un ligero murmullo, casi imperceptible, se extendi por las filas, pero en eso qued todo. Se encontraban en territorio hostil y tenan la suficiente experiensaber que su vida penda de un hilo sutil y quebradizo conocido bajo el nombre de disciplina. Si conseguan mantenerla, avanzaran en la larga carrera deque les permitira licenciarse y convertirse en ciudadanos con algn peculio. Si en algn momento se quebraba, el prolongado camino hacia el retiro poecho, ahogado en su propia sangre.

    Valerio se detuvo para comprobar la buena marcha de su centuria. Tena motivos para sentirse satisfecho. Sus ochenta hombres marchaban a buen ritmoeso del equipo. Sus caligas levantaban una nubecilla de polvo, pero ni siquiera aquella molesta circunstancia velaba el brillo que el sol arrancaba de los escelmos y de los pila, las temibles e incomparables jabalinas romanas.-Todo en orden?Valerio se volvi al lugar del que proceda la voz y contempl el rostro de Grato, el centurin. Una cicatriz -que adquira un tono prpura cuando se irr

    aba el rostro desde la frente al mentn partiendo en dos una barba entrecana e hirsuta. Se la deba a la espada de un brbaro de origen germano. Pero, todecirlo, el brbaro haba quedado peor. l mismo haba sido testigo de cmo, sin limpiarse la sangre que, como si fuera un torrente rojo, le sala de la h

    ensartado con el pilum valindose de un golpe oblicuo y certero.-Los hombres se resienten del calor -respondi Valerio.-Cuando no hay calor, se quejan del fro -dijo el centurin sonriendo-. El caso es protestar.-Se portan bien -defendi a sus hombres Valerio.El centurin no dijo nada. Le constaba que era as. Y adems en aquel caso tena ms mrito. Se movan por territorio hostil y, para remate, desconocunas semanas antes, estaban concentrados en una ciudad del imperio, dedicados a tareas propias de la paz, rodeados quiz de sus seres queridos. Entondo la noticia. Deban partir a la guerra. La nueva haba provocado una verdadera conmocin. Combatir significaba abandonar a la familia, significaba regrrezas de los castra, significaba arriesgar la vida, significaba quiz no regresar y acabar yaciendo bajo suelo extrao. Slo el sistema de las vexillationes sua

    aquellos dramas. Gracias a l, una parte de los legionarios parta a luchar, mientras que otra se quedaba en la base. La legin era trasladada, s, per. Se exima, primero, a los ms viejos, a los veteranos, a los que tenan alguna hernia o huellas de heridas que no haban sido superadas con el paso do venan -si resultaba posible, pero no siempre lo era- los que, de manera bastante irregular, haban contrado matrimonio y quiz hasta tenan hijos. De hs de sus hombres haban dejado en la ciudad a algn pequeo, a una esposa, a una concubina. l, desde luego, no se haba librado. Demasiado joven, subina siquiera. Era consciente de que si haba guerra, sera siempre de los primeros en ser enviado. Y ahora... ahora tenan que enfrentarse con lones eran aquellos partos? Brbaros, s, pero qu clase de brbaros? Eran como los mauri que moraban cerca de las arenas de frica y que ahoraados pisos en Roma? Eran como los germanos, altos y de largos cabellos, que se resistan a aceptar el imperium de Roma? Se parecan a tantos pueblos, griegos- que haban terminado aceptando que no poda existir nada mejor que ser gobernados por el emperador? Lo ignoraba y, en cualquier cartaba?-Optio, no te distraigas.

    Observ al tribuno laticlavio que acababa de dirigirle la palabra. Qu edad poda tener? Veinte? Veintin aos? Con seguridad, no haba cumpicinco. se era justo el tipo de oficial que ms le costaba soportar. No proceda del ejrcito ni sola tener experiencia castrense. Se trataba nicamente dijos de la clase senatorial. Cuando los dems romanos estaban ya hartos de pasar penas, ellos salan de sus villas, abandonaban sus baos lujosos, renun

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    6/49

    o menos en parte- a sus platillos exquisitos y reciban un cargo de tribuno sin mover un dedo. Al final, nunca se quedaban en las legiones. Pasaban por elor rapidez posible y, acto seguido, se presentaban a alguna de las elecciones que se celebraban en Roma. Presuman de la defensa que haban realizado du fervor por la patria, de su lealtad al emperador. La verdad, sin embargo, era que no recordaban a ninguno de sus antiguos compaeros de armas. Tan dispuestos a echarles una mano para un traslado de destino o para que se les otorgara alguna ms que merecida recompensa. No. Para ellos slo haaos sobre los que trepar en su ascenso hacia el poder. Y ste no era de los peores...-Vigilaba a los hombres, domine -respondi Valerio con una voz impregnada del respeto obligado aunque no sentido.-Como es tu obligacin, optio -dijo con displicencia el tribuno laticlavio-. Cobras paga y media.No esper respuesta. Clav los talones en los ijares del caballo y se separ con un trote suave de Valerio.Paga y media. S, era cierto. Si los legionarios perciban trescientos denarios de plata al ao distribuidos en cuatro pagos, a l, un optio, el hombre que ma

    n en las filas, el que se vala de un bastn para golpearlos si rompan el orden en medio de la batalla, el que sustitua al cinturn caso de caer, le corresocientos cincuenta. El hecho de que hubiera recibido ya una mencin honorfica no le aada un denario de paga. Y no estaba del todo mal si llegaba a cue no siempre suceda. Y todava le quedaban dos dcadas largas para poder retirarse...

    Meditaba en su licencia cuando los vio. No eran como los mauri, aunque su piel distaba mucho de ser clara. Tampoco se parecan a los germanos. Vees vivos y montaban en unos corceles de aspecto envidiable. Por lo que se refera a los arcos que sujetaban, eran extraos, s, extraos era la palabra exirlos.-Centurin! -grit Valerio mientras corra hacia su superior inmediato.-Los he visto. Di a los hombres que se preparen. No sabemos si son hostiles.-Llevan arcos -coment Valerio sin apartar la vista de los jinetes y procurando que sus palabras no sonaran irrespetuosas.-S, eso salta a la vista, optio. Pero no hay que precipitarse.-Sabemos dnde andan los exploradores? -se permiti indagar Valerio.El centurin torci el gesto. S, resultaba extrao que no les hubieran alertado de aquella presencia. A fin de cuentas no eran buhoneros ni prostitubres armados y a caballo.-Voy a informar al legado. T sigue atento, optio.Fueron sus ltimas palabras. Justo las que pronunci antes de que una flecha parta se hundiera en su garganta arrancndolo del mundo de los mortales.

    4

    RODEEl carro se detuvo con un brusco frenazo y el cuerpo de Rode se vio empujado hacia delante, casi provocando su cada.-Ten ms cuidado! -chill una prostituta gorda que estaba sentada detrs de Rode-. No vas a dejarnos un hueso sano.-A ti seguro que no se te quiebran -respondi el conductor-. Bien envueltos los llevas en tocino.-Ser perro... -exclam la mujer-. No ser que me confundes con tu madre?El conductor volvi el rostro hacia la ramera. A juz gar por su expresin, no le haba gustado la referencia a la mujer que le haba dado el ser.-Mira por dnde, me parece que tienes razn y que vas a llegar al castra con algn hueso roto... -mastic la palabra.-Ah, s? -respondi la prostituta llevndose las manos a las caderas con gesto desafiante-. Y quin me los va a romper? T, so eunuco?-Te vas a enterar, lupa -grit el hombre mientras saltaba del pescante.-Vamos, vamos... no te pongas as. Es como es. Pero te vas a enfadar con una vieja? -gritaron alarmadas las mujeres que iban en el carro.

    -A quin llamas t vieja, asquerosa? -pregunt la prostituta con las venas del cuello hinchadas por la clera. -Oye, asquerosa lo ser...-Basta!La escueta orden son como un trallazo en medio de la algaraba desatada por las mujeres.-Aqu -continu la misma voz- habis venido a servir. Os enteris? A servir!El silencio, verdaderamente sepulcral, se extendi con la rapidez del aceite por el lino nada ms sonar aquellas frases salidas de la boca de un l

    espado por la misin que le haban encomendado. Nada ms y nada menos que la de custodiar a las lupae que deban atender los burdeles de los castraa servido bajo el glorioso Trajano, bajo el prudente Adriano, se vea ahora reducido a la tarea de acompaar a aquellas mujerzuelas. Se trataba -quindo negarlo?- de una mercanca necesaria, casi incluso indispensable, pero demasiado perecedera. El trigo, el vino, incluso el aceite aguantaban bien un vl, pero las rameras... enfermaban, vomitaban, necesitaban orinar a cada paso, se contagiaban, moran por nada y cmo sustituirlas? No sera haciesa...De sus primeros aos Rode no saba nada. Imaginaba que, seguramente, haba sido abandonada por una madre que no deseaba tener ms hijos, quizva que prefera exponer a su criatura a la muerte que a un yugo perpetuo. Ese espacio negro de los primeros tiempos comenzaba a aclararse cuando llegacercana a los seis o siete aos. De su corazn suban entonces unas imgenes desvadas en las que se reconoca comiendo con otras nias en torno a u

    n. No haban faltado -estaba segura de ello- los pescozones, las patadas, los gritos, las bofetadas en aquellas remembranzas. Sin embargo, eran lerdos que encendan en su corazn una dbil llamita de nostalgia. No saba Rode lo que era la felicidad, pero si hubiera tenido que encontrar en su vi

    mento que se le acercara, sin duda, hubiera estado conectado con aquellas comidas en comn.No debieron de durar mucho y ah s que su memoria era ms exacta. Qu edad poda tener? No lo saba con exactitud, pero andara por los once o decho, haba tenido su primera menstruacin pocos meses antes. Entonces Marcela, la vieja que les haba dado de comer durante los aos anteriores,e despus de la comida.Le habl de que pronto conocera a los hombres, de que deba ser amable con ellos, de que al principio era difcil, pero luego resultaba muy sentido. Todo se lo dijo mientras la baaba, la peinaba y le pintaba -por primera vez en su vida- los labios y los ojos. Hubiera deseado que fuera diferente, l entonces, no entendi nada. Absolutamente nada.Aquella noche, Marcela la condujo, entre sombras sin luna, a una domus situada fuera de Roma. Las recibi un esclavo enjuto al que le faltaban buenaientes de la quijada superior. Aquello la amedren t, pero slo por unos instantes. El sentimiento se vio muy pronto sumergido por otras sensaciones. El cido de flores nunca vistas, el sonido de una fuente distinta de los pilones sucios de donde sacaba agua cada da, la anchura de un patio extenso jams

    o, la amplitud de unos pasillos como nunca los haba visto... Alzaba la mirada hacia las paredes cuando de un tirn, enrgico y recio, recondujeron sulos hacia una luz situada al final del corredor.Durante unos instantes, qued deslumbrada por el paso brusco de la semipenumbra a una habitacin iluminada con ms lmparas de las que Rode ha

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    7/49

    s. An estaba distrada con aquel cambio, cuando sinti el aliento de Marcela acercndose a su odo.-Recuerda todo lo que te he dicho.Hubiera deseado preguntarle en ese momento a qu se refera, hubiera deseado pedir explicaciones, hubiera deseado -eso ms que nada- salir de aquel lpente, le pareci preado de peligros desconocidos y, por desconocidos, ms terribles. No tuvo ocasin. Un hombre, vestido con una tnica impecable,limpia y bien ceida, se alz del triclinio en el que estaba recostado y avanz unos pasos hacia ella.-sta es la muchacha de la que me hablaste, Marcela? -pregunt sin apartar la mirada de Rode.-As es, domine -respondi la vieja con un cierto tono de temor en la voz-. Se llama Rode y...El hombre hizo un gesto con la mano y Marcela guard silencio. Luego movi suavemente los dedos y Rode pudo escuchar cmo la anciana y edonaban la estancia. Intent volver la cabeza e incluso abri la boca para decir algo, algo que ahora mismo no recordaba. No lo consigui. Unos dedos reos le agarraron el mentn y le volvieron la mirada.-As que Rode, eh? -indag de manera formularia.Haba asentido con la cabeza a la pregunta, mientras el hombre daba unos pasos hacia atrs y la miraba de arriba abajo. No supo entonces por qu, p

    le produjo una insoportable turbacin. Se trat de un azoramiento acompaado por un calor repentino en las orejas, por un temblor incmodo chocar sus rodillas y por un peso punzante en la boca del estmago.-Bien -dijo el hombre mientras echaba mano de un racimo de uvas gordas y rojas que reposaba en una fuente-. Bien. Un poquito flaca, pero bien.Sin apartar de ella esa mirada que tanto nerviosismo le inyectaba, se introdujo una de las uvas en la boca y la mastic pausadamente.-Bueno, no perdamos ms tiempo, Rode -dijo con la boca medio llena-. Qutate la ropa.Fue escuchar aquellas palabras y el sofoco que colgaba de sus pulpejos se extendi como una mancha de aceite por todo su cuerpo. Qu era lo que ndo aquel hombre? Qu... qu pretenda?-Vamos, ya me has odo, Rode. Desndate... no puedo estar esperando toda la noche.Esperando... esperando, qu esperaba aquel hombre? Nadie respondi aquella pregunta que le martilleaba el alma con tanta fuerza como el corazaba contra la tabla del pecho.-Bueno, ya est bien -dijo el hombre mientras surcaba de una zancada la distancia que mediaba entre ellos.Rode not cmo el desconocido la agarraba por la mueca, tiraba de ella y la arrojaba de un empujn sobre el triclinio. Antes de que pudiera darse cueque estaba sucediendo, sinti cmo las manos del hombre descendan sobre sus muslos y comenzaban a levantarle la ropa. Ignoraba lo que pretenda, p

    or se despert un instinto primario, elemental, no aprendido, que le avis de un peligro por el que no haba pasado jams. Forceje, patale, pero no leAquellas manos, ms fuertes que ninguna que hubiera sentido antes, comenzaron a desgarrarle la vestimenta, una vestimenta que, como si tuviera vid

    ez a subirse por encima de las rodillas, de los muslos, de las caderas.-No, no, no, nooooo...No logr decir ms. Colocado a horcajadas sobre ella, el hombre le asest una bofetada, y otra y otra ms. Luego, cuando la nia dej de moverse,a sobre la cara y, con un gesto irresistible y doloroso, le meti una parte de la ropa en la boca. Hubiera querido chillar, gritar, morder cuando sinti quen las piernas, pero la tnica se haba convertido en una mordaza que la asfixiaba. Luego todo discurri con rapidez, aunque a ella le pareci eterno. El do, feroz, incontenible, en el vientre; las lgrimas que descendan, calientes y copiosas, sobre su rostro; los jadeos del hombre a la vez que le propinaba d

    ellones en la pelvis; y la sensacin de que se haba orinado porque un lquido caliente haba comenzado a escurrirse por sus ingles llegando a las nalgas.Cuando se apart de encima de ella, escuch algo relacionado con el hecho de que Marcela no haba mentido. Pero ni entendi a qu se refera ni le impntrario, sin atreverse a realizar el menor movimiento, comenz a sollozar, primero, de manera callada y suave, luego ms continuada y ya incontenible. Peasi paralizada, sin atreverse a realizar el menor movimiento hasta que escuch lo que le pareci un gruido. Dej de respirar, temerosa de un nuevo ataqronquidos suaves, acompasados, satisfechos le avisaron de que, al menos de momento, no deba temer.

    Con manos temblorosas, se quit de la cara los restos de la tnica e intent incorporarse. Un dolor agudo volvi a aparecerle en la pelvis a la vez que sedad, ahora pegajosa, en los muslos y las nalgas. Sinti una nusea que le suba desde la boca del estmago al ver la mancha roja que empapaba toda la pel triclinio. Apoy las dos manos en los bordes del mueble para evitar desplomarse y luego, procurando no hacer el menor ruido, movi los pies para sal revoltijo de telas sucias. Los pos en un suelo que le pareci extraordinariamente fro, pero no pudo dar un paso ms. Cay de hinojos y, sin lograrenz a vomitar.

    5CORNELIORoma produjo una impresin incontrolable en el alma juvenil de Cornelio. Durante sus dos dcadas de vida no haba abandonado apenas la villa de su pade repente, de manera inesperada, sin tramo intermedio, se vio inmerso en la ciudad ms importante del orbe. Las calles se le antojaron inmensas daban ms a las calzadas que surcaban el territorio del imperio que a las de su pueblo. Sin embargo, a diferencia de aqullas, las vas romanas estabanrradas de gente, de la gente ms diversa que se pudiera imaginar. Se agolpaban en ellas hombres altos de cabellos dorados, mujeres pequeas de piel e hirsuto, nios de cabello crespo incapaces de pronunciar una sola palabra en latn. Se trataba de una muchedumbre abigarrada que se daba codazopaba a gritos y que haca todo lo posible para no verse arrollada por los carros que, a toda la velocidad posible, circulaban por las noches. S, sa era utersticas de Roma que le resultaban ms insoportables. Para no hacer ms intransitables las calles, desde la poca de Julio Csar estaba prohibida la ciehculos durante el da. La consecuencia directa era que los comercios, las tiendas, los almacenes, las casas particulares eran abastecidas por las nosamente cuando se acercaba el amanecer, los conductores de los carros se esforzaban en apurar los ltimos instantes de oscuridad sabedores de que s

    os sorprenda desplazndose, su vehculo quedara inmovilizado y adems tendran que abonar una cuantiosa multa.Acostumbrado a dormir sin escuchar ms ruidos que algn pjaro o algn grillo, Cornelio descubri que Roma era una ciudad invadida por el bullic

    enzaba el sol a ocultarse y que, precisamente por ello, resultaba invivible. Hubiera deseado conciliar el sueo, pero se encontr con que se lo impedan liciones de los conductores, el incansable traqueteo de los carros sobre las piedras de la calzada y toda una gama insoportable de sonidos que iban del graves a los cascos de las caballeras. Los romanos -eso era cierto- parecan acostumbrados a aquella suma insoportable de estruendos, y Cornelimente adquirir ese mismo hbito. No lo consigui.Al cabo de unos das, la llegada de la noche slo le provocaba una desagradable ansiedad. Se tenda en el lecho sabedor de que pronto comenzara a da

    ue sudara, de que se irritara, de que tendra que echar mano de todo su temple para no maldecir y de que, al fin y a la postre, no dormira. A decir verdo comenzaban a salir los primeros rayos del sol cesaba el ruido intolerable de los transportes y Cornelio, agotado de la inacabable noche, lograba doba, pero poco, porque casi de inmediato la hiriente claridad del da se dejaba caer sobre sus prpados rasgando su sueo, y los gritos de los habitantes de

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    8/49

    nos o no- le golpeaban los odos como si se tratara de despiadados pgiles.Una de aquellas noches insoportables, Cornelio no pudo aguantar ms el tormento nocturno y decidi salir a la calle a entretener su forzado insomniostas escaleras que llevaban desde su piso, el cuarto, hasta la calle procurando no tropezar. Las teas colocadas en las paredes despedan un humo que se nariz y arrancaba lgrimas, pero su luz era demasiado dbil como para saber con seguridad dnde se colocaban los pies. Y haba que dar gracias de quena luz. A partir de su piso, a medida que se ascenda hacia las viviendas superiores, las pobladas por gente que proceda del norte de frica, las teas desara porque se apoderaban de ellas los inquilinos para alumbrarse. La situacin de incmoda penumbra experimentaba un cambio notable al acercarse a laa. Como era habitual en las casas romanas, estaba ocupada por gente pudiente que deseaba encontrarse cerca de la calle y no tener que ir subiendo yeras. Por eso, en lugar de teas raquticas haba lmparas de aceite, protegidas, eso s, por un par de esclavos quiz no muy fuertes, pero s dotados de ucter.Cornelio se detuvo precisamente al llegar al primer piso y, por un instante, disfrut de aquella rara luminosidad que le pareca casi divina. No se recre m

    mparas porque la mirada que le lanz uno de los dos esclavos que las custodiaban pareca decir que como despertara sus sospechas no dudara en pza.

    Sali a la calle y descubri al instante que la noche resultaba desagradablemente destemplada. No llova, no nevaba, eso s era verdad, pero, de repenteacin de que lo mejor sera regresar al lecho. A buen seguro lo hubiera hecho de no ser porque los gritos de unos conductores le recordaron que no tena lbilidad de conciliar el sueo. S, lo mejor era caminar, caminar hasta que Morfeo aceptara tomarle en sus brazos y otorgarle el descanso que le vena negaaca varias jornadas.Emprendi su camino nocturno sin rumbo fijo aunque procurando en todo momento no perderse por ninguna de las calles perpendiculares. Un descuidosu piso poda convertirse en una dificultad insalvable. Durante un buen rato consigui pasear sin extraviarse y aquella circunstancia le caus tanta al

    di cruzar a la acera de enfrente. Esper para hacerlo a llegar a la fila de piedras altas que surcaba la va y que, en caso de lluvia, permita colocarse por endel suelo y evitar empaparse los pies.Llegar al otro lado de la va provoc en Cornelio una inmensa alegra. Lo haba conseguido. Sin compaa, sin gua y, para remate, de noche. Cuando hacia la casa en la que viva y descubri que la vea an mejor, su gozo estuvo a punto de salirle por los poros de la piel. Estaba tan eufrico que no repara de hombres que vena de frente hasta que se detuvieron a unos pasos de l.-Puedes prestarnos alguna moneda, muchacho?La peticin cogi a Cornelio por sorpresa. No se trataba tanto de que quisiera su dinero, sino de que aquel sujeto se haba dirigido a l con un acento

    a arrastrado las palabras oscurecindolas, como si tuviera la boca llena. De dnde vendran? Seran macedonios? Quiz mauri? No pudo pensarlopaero del desconocido que se haba dirigido a l se haba pegado al muro cortndole el paso.-Ests sordo, muchacho?No, no lo estaba. En aquellos momentos escuchaba y vea mejor que nunca. Tanto que no se le escap el movimiento del sujeto que le hablaba. Fue rp

    oso y, sobre todo, prctico porque al extremo de la mano apareci una hoja de metal ancha y corta. O mucho se equivocaba o de un momento a otro anzurrarlo para desvalijarlo a continuacin.-Venga. Dame lo que lleves encima.Cornelio no abri los labios. Jams en su vida se haba visto en una situacin parecida. Sin embargo, algo en su interior le deca que era ms que posiblera a repetirse porque aqulla resultara la primera y la ltima.Guiado por un instinto superior a cualquier advertencia que hubiera escuchado de su padre o de su pedagogo, Cornelio fingi rebuscar en los pliegues dsto arranc una sonrisa, amarilla y mellada, del hombre de la daga. Fue justo antes de que Cornelio le asestara un puetazo en la boca del estmago, flancuaz con una finta inesperada y echara a correr.Mientras escuchaba los gritos de sus asaltantes, el joven tuvo la sensacin de que no era l quien se diriga hacia un lugar, sino ms bien de que las pu

    mnas, las baldosas avanzaban hacia l de una manera vertiginosa, como si, aterradas, salieran a su encuentro. Uno de aquellos objetos empeados en acfue un muro. No era muy alto ni tampoco su construccin resultaba muy slida, pero si Cornelio no hubiera reparado en l unos pasos antes de alca

    e lo hubiera lanzado al suelo convirtindolo en una presa inerme.Arrancando un chirrido a la va, torci hacia la derecha en busca de un refugio, pero, para angustiar ms su acelerado corazn, lo que descubri fue unnada que pareca desplomarse hacia el mismo Hades. En otras circunstancias, hubiera pensado en la prudencia de bajarla o no. Ahora no poda permComenz el descenso sintiendo cmo los pies se le llenaban de piedrecillas y se le araaban las piernas en unos inoportunos matorrales. Estaba a punto dede la loma cuando escuch un golpe, un alarido y el roce de algo slido contra la cuesta. Ni dej de correr ni volvi la vista atrs, pero qued convencidde sus perseguidores se haba cado. Era alentador, pero insuficiente y ni por un instante se permiti dejar de correr.Lo que se extendi ahora ante sus ojos no era precisamente para sentirse animado. En lugar de encontrarse con ms calles, con ms casas, con ms lugar

    poder esconderse, avist un descampado pespunteado de elevaciones chatas. Sin duda, aquello deban de ser los arrabales de Roma, pero nada haca pedieran ofrecer algn cobijo.Trep ahora con dificultad una loma ancha y baja deseando con todas sus fuerzas que al otro lado hubiera un bosque, una calle, quiz un templo donde o

    haba coronado el ascenso cuando un hedor penetrante y salino le invadi las fosas nasales. Se trataba de una mezcla de putrefaccin aosa, deracional, de corrupcin casi inconcebible. La sensacin, envolvente como si hubiera entrado en una humareda, se hizo punto menos que insoportablenz a descender. Fue entonces cuando experiment una sensacin glida en torno a los tobillos.Se trataba de agua. S, eso deba de ser porque percibi un lquido que golpeaba la parte baja de sus pantorrillas. No se trataba de un fluido limpio. Dnotar cmo algunos objetos indefinidos, viscosos e inidentificables chocaban contra l e incluso se le quedaban adheridos. Ahog como pudo una

    enz a adentrarse en una corriente que fue empapando sus rodillas y sus muslos hasta alcanzarle la cintura. Slo sinti inquietud cuando se percat de quehundan en el fondo. Aquello no deba de ser un riachuelo. S, casi con total seguridad se trataba del ro Tber. El Tber! Saba de sobra lo que era un restar advertido del riesgo que suponan una hoya o un remolino. Un mal paso y, desde luego, se librara de sus perseguidores, pero slo para morir ahogaSuavemente, se dio media vuelta y clav los talones en el fondo. Luego, despacio, prudentemente, se agach hasta que el agua le lleg a la barbilla. No

    ubrir a los ladrones nocturnos. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, captaron dos siluetas que movan las cabezas a derecha e izquierda. S, de momen.Con los ojos y la nariz apenas sobresaliendo del agua observ cmo sobre la maloliente superficie flotaban los objetos ms inesperados. Ramas desg

    n arbolillo, una fruta mordisqueada, un pez panza arriba... Reprimi un gesto de repugnancia al comprobar el cuerpo yerto y rgido de una rata.

    ntrarse cerca de una cloaca. Pero eso de momento careca de importancia si lograba escapar de aquellos hombres. Durante un rato discutieron en una leelio desconoca -con seguridad no era latn, pero tampoco griego-, al final, dieron media vuelta y desanduvieron el camino que llevaba hasta la loma.Cornelio no sac el cuerpo de aquella agua repugnante hasta que los ladrones desaparecieron al otro lado del cerro. Aun entonces cont hasta doscien

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    9/49

    menzar el camino hacia la orilla. La alcanz tiritando y despidiendo una fetidez que le llen de vergenza, como si se debiera a su propia desidia y falta deir hondo intentando que el aire que entraba en sus pulmones le pudiera devolver un nimo que haba perdido totalmente. Y ahora, cmo iba a regresao haber estado empapado y despidiendo aquella peste, hubiera esperado a que saliera el sol, pero ahora la sola idea de que pudieran verle en esas coas calles cercanas a la suya le provoc un insoportable calor en las orejas.-No hueles a perfume...Dio un respingo al escuchar la voz, pero cuando vio al sujeto que hablaba se sinti ms tranquilo. Se trataba de un anciano escuchimizado, calvo,

    hones de cabellos ralos y sucios pegados a las sienes. Se apoyaba en un bastn, pero difcilmente se le hubiera podido considerar peligroso.-El ro... -intent justificarse Cornelio.-El camino a la cloaca, querrs decir -le corrigi el recin llegado-. Por qu te has metido ah? De quin huas?-De unos ladrones -respondi el joven intentando contener los escalofros.-S, claro -coment con un movimiento comprensivo de cabeza-. Si no, es imposible entenderlo.Cornelio se llev las manos a los brazos y comenz a frotrselos. La sensacin de fro haba pasado de ser desapacible a resultar punto menos que inso

    era preferido no tener delante a aquel incmodo testigo de su lamentable estado, pero la situacin era la que era.-Necesito volver a casa... -dijo Cornelio con un hilo de voz.-Desde luego -reconoci el vejete-. Dnde vives?-Cerca del templo de Flora...-Por la calle de los Barberos? -indag el anciano. Cornelio asinti con la cabeza.-Pues ya te has dado un buen paseo, ya... exclam el hombrecillo mientras agitaba la diestra-. Y desde all te has venido corriendo?Cornelio volvi a responder afirmativamente.-Desde luego, lo que es la juventud... Vamos, intento yo darme esa carrera y me queman en la pira funeraria ese mismo da.-Te dara un par de sextercios si me ayudas a regresar a casa -dijo el joven cada vez ms aterido.-Cinco -respondi con inesperada energa su interlocutor.-Tres -tartamude un helado Cornelio.-Adis, hijo -respondi el anciano dndose la vuelta.-Quo vadis?* -grit-.Espera! Espera! Te dar los cinco sextercios.

    Las palabras de Cornelio fueron acogidas por una sonrisa desdentada y curtida en luchas cotidianas que se haban dilatado durante dcadas.-Venga. No perdamos ms tiempo.

    6ARNUFISDurante los tiempos siguientes, Arnufis recordara lo decepcionante que haba sido su encuentro con la ciudad de Roma. A decir verdad, cuando el carro

    Demetrio entr en la urbe, no tena una idea exacta de lo que poda encontrarse. Sin embargo, aunque fuera de una forma difusa, esperaba que la crio superara a Alejandra, a Antioqua o a feso, tres ciudades donde haba pasado algunos aos.La desilusin se haba apoderado de l casi desde el primer momento. De entrada, Roma le haba parecido una urbe desagradablemente atestada de no upuesto, los extranjeros no resultaban extraos en otras ciudades, pero se trataba de gente bien distinta. En Efeso, haba algn romano encargado de man, griegos procedentes de otras poleis, una riada continua de peregrinos que venan a adorar a Artemisa, la diosa de docenas de pechos, virgen y madre r supuesto, algunos judos velludos y desagradables como sola ser la gente de su raza. Sin embargo, a eso se reduca todo. Al fin y a la postre, se tratab

    d griega encajada en el omnipresente orden romano. Lo mismo, con ligersimas variaciones, poda decirse de Alejandra y de Antioqua. A fin de cuentasan naturales del lugar resultaban gente que acuda temporalmente a comerciar o dejar dinero, o pequeas colonias que vivan en barrios especficos sin mnadie ni, como deba exigirse, ocasionar molestias. Pero Roma... ah, Roma! En Roma no exista separacin alguna. Uno poda encontrarse por todaslla gentuza. S, gentuza. No exageraba un pice.La chusma que deambulaba por las calles de Roma, mezclada en repulsiva cercana, no haba acudido para comerciar y marcharse, o para que

    clarse. Algunos haba, claro, pero se trataba de los menos. La aplastante, la inmensa, la agobiante mayora haba llegado hasta las orillas del Tber para echir a expensas del imperio. Y cmo se multiplicaban! Como ratas! Estaban por todas partes! Por arriba, por abajo, a la izquierda, a la derecha...No haba nada ms que echar un vistazo a la insula, la casa de pisos, en la que viva. Era cara. Enorme, imposible, intolerablemente cara. Si no le falos, enslo un par de meses sus ahorros se habran esfumado si no encontraba alguna fuente de ingresos. Y qu se pagaba con tan elevado

    modidad? No. Limpieza? Por Isis, desde luego que tampoco. Iban repletos de unas pelambreras que se llenaban de piojos y liendres con la misma rape vaca una copa puesta boca abajo. Tranquilidad? Ja, los romanos no tenan la menor idea de lo que poda significar esa palabra. No, no y mil vece

    o que se consegua por una cantidad que constitua un autntico robo era un cubculo en el interior de la ciudad. Pero qu interior... por Osiris, qu interiorLos romanos -hasta donde l haba podido ver- desconocan lo que era una vivienda en condiciones. Se apiaban, por el contrario, en edificios de varias ue iban aadiendo ms y ms cada ao. l mismo tan slo haba encontrado una vivienda algo menos asquerosa en un cuarto, frente a un muchacho de ppecto pueblerino, y con otros dos pisos encima llenos de africanos ruidosos, molestos y de mirada desafiante. Siglos atrs esos pueblos haban sido trataderecan por los antiguos monarcas de Egipto, pero desde entonces haba pasado mucho tiempo. A decir verdad, los reyes del Nilo se haban extinguido yaros haban continuado multiplicndose y multiplicndose y multiplicndose.La primera noche la pas Arnufis sumido en terribles pesadillas. Fueron sueos en los que contemplaba cmo un ejrcito de mauri caa sobre sedente de los pisos superiores. Al final, su peso acumulado -un peso compuesto a partes iguales de miseria y carne- horadaba los suelos y lo aplaert boqueando con angustia para dormirse al poco rato y volver a emerger del sueo con el corazn latindole como si deseara salirse del pecho. As hs. Jams haba sufrido cosa semejante.Y luego estaba la cuestin de la comunicacin. Arnufis conoca como su lengua materna el egipcio, pero su dominio del griego era absoluto. A decir v

    a utilizado desde la infancia. Tampoco era malo su latn. Le pareca una lengua brbara, de sonido spero y de estructura enrevesada, una estructura que amiento de inferioridad que -estaba seguro- albergaban los romanos en su miserable interior. Sin embargo, a pesar de todo, no poda cerrar los ojos anteue conocerlo revesta una inmensa utilidad. Lo haba aprendido e incluso se haba permitido leer a algunos de sus escritores para dominarlo. Pues bien, nin

    conocimientos le haba servido de mucho en Roma. Los extraos hablaban en sus respectivas lenguas con un desparpajo deplorable, como si no vieran ad en aprender la lengua del imperio, al menos en su parte occidental. Por lo que se refera a los romanos... qu hablaban exactamente los romanos? Leque fuera latn. No respetaban las declinaciones, conjugaban los verbos de maneras que no consegua comprender y, sobre todo, utilizaban un vocabular

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    10/49

    casa medida no lograba identificar.El problema no tena escasa relevancia. Si su ocupacin hubiera consistido en vender naranjas, le habra bastado con sealar la mercanca y hacer aspavide regatear; si se hubiera dedicado a comerciar con carne, le habra sobrado una docena de palabras que vocear, pero cmo se anuncia un mago? a que se poseen los arcanos ms ignotos del universo? Cmo se indica con gestos que entre las manos se alberga la capacidad de curar las enfermedales y letales? Cmo se muestra que se cuenta con el poder para detener las tempestades, acabar con la peste o dominar a los daimones perversos? N

    era sin recurrir a las palabras y si no se tenan las palabras no acuda nadie y si nadie acuda, el resultado era una bolsa cada vez ms mermada y la tpectiva del hambre y del desahucio. Al cabo de una semana, la situacin comenz a presentar un aspecto verdaderamente inquietante; tras dos, se percaprudente eliminar el consumo de algunos productos relativamente costosos; en un mes, se dijo que quiz no haba sido muy sensato el venir a Romcin de labrarse una fortuna.Y entonces, de manera inesperada, una maana Demetrio, el esclavo griego, le anunci que un grupo de personas esperaba que lo recibiera. Por unos ifis temi lo peor. Pens que un arrendador irritado, un tendero al que se le deban cuentas desde haca semanas o incluso un agente del orden venan aa la pared y causarle una humillacin mayor que las que no dejaba de sentir desde su llegada al puerto de Ostia. Su sorpresa fue mayscula cuando quien

    su presencia fue un hombre alto y de abundante pelo negro.Se expresaba con un extrao acento -no era, desde luego, un romano culto-, pero pudo entender su latn. As se enter de que tena problemas de imponales, segn l-, de que abrigaba dudas de que su hijo lo fuera en realidad y de que, por encima de todo, deseaba saber si su mujer le era infiel. Arnufis d

    nces ante el visitante un ritual entreverado de palabras pronunciadas en egipcio, de gestos solemnes realizados con sus manos largas y estilizadas, demado y aventado por la sala. Como colofn a la ceremonia, dej caer una yema de huevo en un tazn lleno de agua. A esas alturas, Arnufis estaba ms

    do de que el hombre en cuestin tena dificultades en el lecho porque se prodigaba demasiado ms all de los lmites del matrimonio, de que su hijo eray de que su mujer le era infiel, lo que, dicho sea de paso, le pareca comprensible porque se trataba de un engredo estpido. Por todo ello, le dijo que

    mar su semilla en mujeres que no merecieran su pujante virilidad, que su esposa le era rigurosamente fiel porque lo adoraba y que nadie pondra en dudde su hijo. La sonrisa de necia arrogancia con la que el fulano recibi aquellas palabras llev a Arnufis a sospechar que no regateara en la tarifa. Efectivamo.Aquel da, Arnufis tuvo oportunidad de atender a una mujer estril -a la que asegur que parira un hijo varn al ao siguiente-, a una matrona convencidcina le haba arrojado el mal de ojo -a la que liber de tan molesto como falso peligro- y a media docena ms de personas inquietas por problemas ms sreales. Chapurreaban psimamente la lengua de Virgilio y Csar, pero nadie hubiera podido negarles que lo hacan con tal entusiasmo que resultaba

    nderlos.Les serviran de algo sus remedios? No. Arnufis no perteneca al gnero de los magos que se engaaba. No, rotundamente no, salvo error, casualidadlamaran? Tampoco. La experiencia le deca que por autoengao o ignorancia era altamente improbable que uno solo de aquellos memos apareciendose. A quin le agrada reconocer que es un tonto ideal para convertirse en vctima de un estafador? A nadie. Quin tiene el valor para permitiros lo sepan? Alguno, sin duda, pero en un nmero tan nfimo que casi no llegaban a alcanzar la categora de riesgo.Cuando las sombras se volvieron ms largas y Demetrio comenz a encender las lmparas de aceite en el interior del piso, Arnufis haba recogido unadespreciable de dinero. Se senta algo cansado, era verdad, pero con esa fatiga agradable que casi alcanza la categora de placentera cuando va segui

    so. Slo entonces el mago egipcio cay en la cuenta de que ignoraba a qu se deba su repentino cambio de fortuna. An segua reflexionando sobre elloetrio le trajo una copa rebosante de vino, de ese vino spero que, por lo visto, tanto gustaba a los romanos. Claro que, comparado con aquella porquaban garum y que echaban a todas las comidas -absolutamente a todas-, casi poda resultar tolerable. Sabore la bebida mientras el esclavo le masajdiable destreza los pies. Cerr los ojos, recost la cabeza contra el muro y por unos instantes sinti la corriente de alivio que le suba por los tobillos, las

    muslos hasta posarse sobre su vientre. Y entonces...-Demetrio, sabes a qu se han debido nuestras visitas de hoy? -dijo sin abrir los ojos.

    El esclavo continu su labor con la misma meticulosidad que en los instantes previos, pero no dej de responder a su amo.-Kyrie, un mago siempre atrae a la gente.-S que un mago atrae a la gente, pero cmo se enteraron de que era un mago?Realiz una pausa y aadi:-Se lo has hecho saber de alguna manera?Demetrio comenz a masajear ahora los msculos de las pantorrillas. Conoca a la perfeccin la tcnica y Arnufis movi su columna vertebral como si asido de sensaciones placenteras que procedan de la parte inferior de su cuerpo.-Kyrie, coloqu un cartel en nuestra ventana. Arnufis abri los ojos. Su mirada choc con la cabeza inclinada del esclavo, nada dispuesto a que un interrtrajera de su obligacin inmediata.-Un cartel? En qu idioma?-En ninguno, kyrie -respondi una voz procedente de algn punto situado bajo la inclinada testuz de Demetrio.-No me hagas perder tiempo y explcate mejor -orden incmodo el mago.-Kyrie -comenz a decir Demetrio-. Algunas veces la gente que viene a veros me entrega algn dinero. Es poco y me lo guardo porque me das perm

    -Conozco de sobra lo que me ests contando -le interrumpi bruscamente el egipcio-. No te entretengas y responde.-Pues bien, kyrie, en ocasiones, en pocas, pero alguna, he empleado ese dinero en tener comercio carnal con mujeres.Molesto, Arnufis se pas la mano derecha por el mentn. Lo ltimo que deseaba escuchar a esas horas eran las aventuras de su esclavo con furcias.-En los lupanares las muchachas no siempre conocen el griego o el latn. Muchas veces son esclavas de guerra o incluso mudas que no entienden a losolucionar ese problema...-... recurren a los dibujos de las paredes -dijo Arnufis, que comenzaba a comprender.-S, kyrie -coment con entusiasmo Demetrio-. Basta con sealar un grabado y la lupa sabe lo que tiene que hacer.-Ests dicindome que t dibujaste en el cartel lo que poda hacer?-S, kyrie. Eso hice -respondi Demetrio entregado a relajar los msculos de los muslos de Arnufis. -Tremelo. Quiero verlo.El esclavo no discuti la orden. Se puso en pie con rapidez y abandon la estancia. Apenas tard unos instantes en regresar con un cartel que sujetaba co

    os.

    -Dmelo -dijo el egipcio acompaando su deseo con un gesto imperioso de la mano.Arnufis clav la mirada en la obra de Demetrio. Sin duda, era tosca, burda, incluso de dudoso gusto, y sin embargo... sin embargo, de aquellos dibujos inta negra se desprenda una fuerza primaria y tan vigorosa como el mordisco desesperado de un animal hambriento. Apegotonadas, ante sus ojos apar

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    11/49

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    12/49

    o en peores condiciones. Desparramadas sobre aquella elevacin, las distintas secciones haban perdido su flexibilidad habitual y aparecan quebradas, ras. Si tan slo consiguieran mantener la cohesin...-Domine, la tortuga -insisti Grato.-La tortuga... -balbuci el legado como si no supiera a lo que se refera el centurin.-Formad la tortuga! -grit Valerio antes de recibir la orden. Pero no lo hizo impulsado por el pnico ni movido por el deseo de insubordinarse. Se tratente de un impulso nacido de la experiencia.Los hombres comenzaron a constituir aquella peculiar formacin que haba hecho famosas a las legiones. Como accionados por un resorte, los escudos dgaron formando una muralla de metal. Al mismo tiempo, las filas que aparecan a continuacin alzaron tambin los escudos formando un techo de metal cos y las flechas. No pudieron hacerlo en mejor momento. Sobre las protecciones de los legionarios cay la primera lluvia de flechas y Valerio capt algundos. Eran los primeros heridos, los peores, los que causaban mayor desmoralizacin.-Mantened las filas! Mantened las filas! -gritaron a la vez el optio y el centurin. Ambos saban que si lograban conservar la calma ahora, la batalla estarda. Una vez que hubieran trabado combate con el enemigo, nadie pensara en las bajas ni en su miedo. Se encontraran demasiado ocupados en salvar la

    se arrastrar por esas reflexiones.Sin embargo, los partos no tenan la menor intencin de enfrentarse en un cuerpo a cuerpo con la cohorte. Un coro de alaridos advirti a Valerio de queaba de consumarse. Lo haban logrado. Bueno, slo quedaba resistir. Resistir, s, resistir hasta que se agotaran y entonces... entonces destrozarlos a golpe-Nos han rodeado... -escuch la desmayada voz del legado-. Vamos a morir todos.Por primera vez desde que haban visto a los jinetes,Valerio sinti inquietud. La experiencia le deca que si el caudillo aguantaba, las tropas resistiran, pero que si perda la calma...-Centurin, ordena la retirada!Grato parpade sorprendido al escuchar la orden del legado. Qu estaba diciendo aquel jovenzuelo? Haba perdido la razn?-Domine, no es posible. Hacia dnde?No obtuvo respuesta. En realidad, no poda ser de otra manera. El legado pareca clavado sobre la silla como si en algn lugar perdido, un sitio que slombrar, un dios lejano le estuviera dirigiendo palabras inefables. De repente, movi la cabeza como si una abeja le hubiera picado en el cuello. Parpade coque si necesitara aclararse la vista, y abri la boca. Pero no sali una sola palabra. Volvi a repetir el movimiento de los labios y sigui mudo. Entonces, drancando de algn lugar perdido en lo ms hondo de su alma, brot un grito primario, desesperado, casi animal.

    -Retirada! Retirada!La orden del legado actu sobre los corazones de sus hombres como el conjuro poderoso de un mago per verso. Uno tras otro, los legionarios arrojaronscudos para poder correr con ms facilidad. Salieron as despavoridos a la busca de una vida que sentan en peligro.Se encontraron con algo bien diferente. An estaban a unas docenas de pasos de la llanura cuando un enjambre de proyectiles cay sobre ellos. Se hunuellos, en las piernas, en los rostros. Eran disparos certeros realizados por los arqueros ms diestros del orbe. Los muertos se sumaban ya por docenasados por el desorden y el pnico, decidieron dar marcha atrs y emprender una nueva retirada esta vez hacia la cima de la loma.-No os movis! No os movis! -gritaba Valerio logrando a duras penas mantener en cuadro a unas docenas de legionarios-. Aguantad! Al que dlo mato yo mismo!Valerio y Grato acompaaban sus rdenes con bastonazos que descargaban con furia sobre sus hombres. No actuaban con rigor feroz porque la ira lodo. Por el contrario, se movan impulsados por la certeza de que slo la disciplina podra proporcionarles una oportunidad de salvarse de aquel desastre.-T, no te muevas... no te muevas, te digo -grit el optio blandiendo el bastn-. T, ah, s, qudate ah.-Cuntos hombres nos quedan? -pregunt Grato sin dejar de mirar a los compaeros que caan atravesados por los proyectiles partos a tan slo unos

    -Unos treinta -respondi Valerio a la vez que propinaba un empujn a uno de los legionarios para situarle en su puesto.Grato reprimi un gesto de contrariedad. Eran demasiado pocos, sin duda.-Formad la tortuga -dijo con un tono de voz firme, pero sereno, como si buscara infundir en sus hombres la tranquilidad indispensable para sobrevivi

    mo.Qued constituida justo cuando los jinetes partos, ahtos de matar legionarios, llegaron a su altura. Con un dominio absoluto de sus caballos y de sus aaros volvieron a disparar. Sin embargo, esta vez lo que encontraron no fue un rebao atemorizado al que exterminar. Por el contrario, sus proyectiles choperiencia decantada de infinidad de combates.-No os movis -dijo el optio-. Ni un paso, ni un paso.-Mi pie! Mi pie! -grit un legionario alcanzado por una flecha.-De rodillas! Poneos de rodillas y tapaos los pies! Los hombres obedecieron sin rechistar mientras las flechas seguan lloviendo de todas partes.-Aguantad! Pasad la orden!Aguantaron. Una, dos, tres, cuatro bandadas de proyectiles cayeron sobre ellos sin ocasionarles una sola baja.-No pueden con nosotros... -musit un hombre arrodillado al lado de Grato.-Por supuesto -dijo el centurin-. Por supuesto.Durante unos instantes, descendi sobre los legionarios un silencio tan slo rasgado por algn relincho ocasional.-Qu pretendern estos brbaros? -son la voz de otro hombre.Valerio mir al legionario que acababa de hablar. Era joven, muy joven. Quiz incluso ms que el legado... el legado, pobre novato. Qu majadero habrlla costumbre de nombrar para estos cargos a nios de buena familia que nunca haban entrado en combate? S, era cierto que algunos daban buen resulta. Qu le habra pasado? Jpiter lo saba, pero lo ms seguro es que yaciera muerto al pie de la colina. Mal destino para el hijo de un senador. Si todoo bien -si no hubiera perdido la cabeza-, habra regresado a Roma cubierto de gloria, de tanta como para presentarse a algunas de las mltiples eleccionraban en la capital. Edil, cuestor, censor, cnsul... todo eso hubiera podido ser. Todo, sin duda, pero ahora, posiblemente, haba quedado reducido a la codver y su espritu andara cruzando el ro Estigio en la barca de Caronte. Si los dioses no lo remediaban tambin ellos cenaran esa noche en el Hades.-LoquerisnelinguaLatina?*-escuch una voz teida de un acento pesado al otro lado de la muralla metlica formada por los escudos.Un murmullo de estupor se extendi entre los hombres que formaban la tortuga. Quin se diriga a ellos en la lengua del imperio?-Scisne Latine?* *-insisti el extranjero.

    -Haud... haud multum scio...* ** -respondi uno de los legionarios, un sirio alistado unos meses atrs atrado por la promesa de la paga.-Quin es ese idiota? -pregunt Grato-. Quin te ha dicho a ti que hables con el enemigo?Sobre el rostro atezado y sudoroso del centurin se haba dibujado un gesto de sorpresa. Qu pretenda aquel brbaro que se diriga a ellos en un latn

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    13/49

    -Pauciestis* *** -prosigui la voz.-Menuda novedad -mascull otro legionario-. Como que si furamos muchos, bamos a estar aqu de rodillas, brbaro.El parto sigui dirigindose a los hombres de Grato. Hablaba en un latn claro, casi correcto, como si lo hubiera aprendido con un rector. Pero lo impo

    a profundidad de sus conocimientos gramaticales, sino su mensaje. Les dijo que no quedaba ni uno solo de sus compaeros, que todos haban muerencia era intil, que, a fin de cuentas, lo ms prudente era rendirse.-Nunca, brbaro, nunca! -grit uno de los legionarios.Pero el parto no pareci impresionado por aquella respuesta. Continu refirindose a la falta de agua, a la escasez de alimentos, a la imposibilidad

    ando, a la sensatez de entregarse. Si lo hacan, acabaran sus tribulaciones; si lo hacan, se negociara su rescate; si lo hacan, a fin de cuentas, salvaran la vGrato busc con la mirada a Valerio. Ignoraba si el parto les deca la verdad o slo intentaba engaarlos. Le constaba, sin embargo, que su capacencia era mnima. Podran mantenerse de rodillas unas horas, quiz incluso un da, pero, poco a poco, los hombres se desplomaran bajo aquel sol, ahogor, sedientos y en el momento en que la tortuga se cuarteara... entonces, lo saba de sobra, los asaetearan hasta que no quedara uno solo alentando.-Qu te parece, optio? -pregunt Grato.

    Valerio no dijo una sola palabra, pero en sus ojos, castaos y serenos, Grato pudo leer con nitidez un eco exacto de sus propios pensamientos.-Voy a salir -grit el centurin.Las escamas metlicas de la tortuga se abrieron lo indispensable para que Grato pudiera aparecer sin que recibieran dao alguno los legionarios. Sinti eernas ahora estiradas y se vio obligado a realizar un poderoso esfuerzo para que no se le doblaran mientras se encaminaba hacia el brbaro. Era un hom

    arbay bigote cuidados, de mirada altivay profunda.Valerio contempl cmo hablaban. Hablaban y hablaban sin que el aire le trajera una sola de sus palabras. Al final, desanduvo la escasa distancia queel jinete y la tortuga y desapareci en su interior.-Qu te ha dicho? -indag Valerio.-Son muchos y... no... no creo que siga vivo ni uno de los nuestros...Un nuevo murmullo recorri la tortuga.-Qu vamos a hacer? -indag con un hilo de voz el legionario joven.-Lo que diga el centurin -cort Valerio.-S, claro, optio -musit el muchacho con tono atemorizado.

    -El centurin -comenz a decir Grato con amargura- cree que lo mejor es deponer las armas.Los legionarios contuvieron el aliento. Saban que de lo que dispusiera aquel hombre -el nico mando vivo- dependa su futuro.-No podemos seguir resistiendo -continu Grato-. No es seguro que nos respeten. No quiero engaaros. Pero... pero tenemos una oportunidad.-Y el honor del senado y el pueblo de Roma?Era el legionario) oven el que haba formulado la pregunta.Grato se mantuvo un instante en silencio. Luego clav la mirada en el muchacho y respondi.-Muerto no sers de ninguna utilidad al senado y al pueblo de Roma.Luego mir a un lado y a otro, y aadi:-Poneos en pie y arrojad las armas.

    8

    RODE

    Aquella noche de golpes y violacin fue el umbral que, una vez cruzado, convirti a una nia abandonada en una meretrix. Rode haba dejado de ser una mgnoraba lo que poda depararle el porvenir, para transformarse en una joven que conoca de sobra lo que tena ante s. Vendida a un leno, se la cata pultubculos diminutos donde deba entregarse a hombres de vil condicin a cambio de una cifra que perciba su nuevo dueo. Se trataba de una insula situanas del Circo Mximo. Trabaj all noche y da porque los hombres que salan de contemplar los juegos eran presa de la excitacin ms animal. Al pan de la sangre y de la muerte los empujaba a realizar aquel acto con el que la Natura haba decidido perpetuar la especie.Pero la vida de Rode no se detuvo en aquellas habitaciones en las que una pintura obscena colocada en el dintel sealaba lo que cada cliente poda esptrix. Por el contrario, a medida que iba creciendo y con los aos desapareca la juventud y se sumaban las arrugas, sus dueos sucesivos la fueron vendiedeshacindose de ella- para ocuparse de otros menesteres. Si Rode hubiera contado con alguna instruccin, si se hubiera tratado de una actriz o de una dluso hubiera sido una mujer libre, con el paso del tiempo habra acumulado un peculio para retirarse algn da. Lo mismo poda decirse de las prostitutas qen tabernas, mesones o panaderas. Algunas -pocas, pero algunas- llegaban a convertirse en las amantes de dueos viejos y necesitados de un cuerpo clie y una administracin slida por el da. Hasta las bustuariae que se colocaban cerca de las tumbas en busca de clientes o las ambulatrices que recorran n alguna posibilidad, por escasa que fuera, de salir de aquella srdida servidumbre. No era el caso de Rode, que ni saba hacer nada aparte de permitbres la usaran ni era libre. As, en el curso de los aos siguientes, fue recorriendo distintos lupanaria y fornices en los que, ms de forma experimental que e adaptando a las servidumbres de su ocupacin.Nunca aprendi a leer, pero saba cmo acelerar la consumacin del deseo de sus clientes. Jams supo escribir ni siquiera su nombre, pero consiguiear la tarifa y los pluses con una habilidad no pequea. Todo aquello sucedi a la vez que se haca con los rudimentos del arte de la defensa propia. Se logionario viejo al que cambi el relato de sus experiencias por algunos coitos gratuitos. El hombre -al que la edad tampoco le permiti aprovechar demo- le indic los puntos neurlgicos en el cuerpo de un varn. As, Rode aprendi dnde golpear si la sujetaban, dnde clavar el estilete que siempre llevabamenazaban e incluso dnde provocar un enorme dolor sin dejar luego una huella que pudiera hacerla acreedora a la flagelacin u otra pena peor. No erbre aquel militar veterano. Incluso le habl de comprarla y de convertirla en su concubina. No pudo ser. Los hijos eran demasiado codiciosos y no deseastra, tanto si era virgen como meretrix, joven o vieja.A esas alturas, Rode era una mujer adiestrada pasablemente en su oficio. Nunca llegara a hacerse famosa por su dominio del ars amatoria, pero sus clienar satisfechos. Saba cundo tena que escucharlos, cundo deba cortar su verborrea y cundo lo ms prudente era que llamara al encargado para evitarara a golpes. Quiz por eso, logr pasar los aos con slo un par de palizas -una se la dio un verdulero borracho y la otra un matn procedente del norte

    una cicatriz que apenas se vea cuando la luz era escasa.Cuando cruz la lnea que sealaba las dos dcadas de existencia, Rode saba que cada nueva jornada en la que contemplaba la luz del sol al amanecer ctocado de manera extraordinaria por algn dios. El saber de qu divinidad se trataba constitua un asunto ya ms arduo. Al carecer de familia, Rode no p

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    14/49

    s manes, lares y penates que eran objeto de culto en cada hogar romano. Ni conoca a sus antepasados ni tampoco posea un lugar que necesitara pcial de los dioses. Sus amos, por supuesto, s contaban con esos lares, pero, pensaba ella, seguramente ya tenan bastante con dispensarles proteccin y narse de ninguna de sus meretrices. Por lo que se refera a sus compaeras, todas ellas eran mujeres que crean en algn dios o diosa que pudiera presernfermedades o las palizas, que fuera capaz de evitar sus embarazos, y que incluso, en una extraordinaria muestra de favor, poder y gracia, lograra arranla existencia.Rode lo ignoraba, pero, en otra poca, Genita Mana, Acca Larentia o Carna hubieran sido divinidades que se habran ofrecido como opciones atractarla a enfrentarse con el miedo a la enfermedad, la desgracia o la miseria. Ahora sus adoradores eran muy escasos y Demter, Dionisos, Hcate oban de ms devotos. Sin embargo, no se inclin por ninguna de ellas. El objeto de su eleccin acab determinndolo un episodio peculiar.Una maana en que el nmero de clientes era bajo y dispona de algo de tiempo libre, se acerc al cubculo cercano para charlar con Albina, una escl

    or que ella. Para sorpresa suya, la encontr lavndose con notable dedicacin, como si fuera a acicalarse. No es que fuera extrao que una prostituta s por regla general, esperaban a terminar la jornada de trabajo para hacerlo. Adems, qu sentido hubiera tenido limpiar algo que iba a volver a ensucia

    unos instantes?

    -Ya has terminado? -haba preguntado sorprendida Rode.Albina se haba vuelto hacia la puerta y haba sonredo. Sin duda, su sonrisa hubiera resultado hermosa de no faltarle un par de dientes de la mandbula su-No -respondi con un tono alegre en la voz-. Es que viene a verme Julio.Rode tena una vaga idea de la persona a la que se refera su compaera.-Y qu tiene de especial? -indag mientras sealaba con la mirada la jofaina que Albina utilizaba para asearse.-Ah, Rode, Rode -fingi protestar la meretrix-. Julio tiene de especial que es un regalo de Glykon.-De quin? -pregunt sorprendida Rode.Albina dej en el suelo el pao con el que se estaba secando, apart el lebrillo y salv la escasa distancia que la separaba de una cestilla colocada en

    usc en ella y, finalmente, extrajo algo que mostr con una expresin radiante.Rode se esforz por captar lo que le enseaba su compaera, pero la luz era tan mala y el objeto tan pequeo que no lo consigui.-No lo veo, Albina. Como no me lo acerques...-S, claro, claro, tienes razn -dijo la meretrix mientras se acercaba a la puerta-. Aqu est.Rode contempl lo que Albina sujetaba en la diestra.

    Era una figurilla pequea, pero bien hecha. Deba de estar confeccionada en piedra y su forma resultaba, sin ningn gnero de dudas, peculiar. Se tratabente cuya cabeza apareca erguida, mientras que la mayor parte del cuerpo se entrecruzaba en un ovillo. Sin embargo... sin embargo, se trataba de un animus ojos parecan casi humanos, aunque desprovistos de pupilas y ocupados en contemplar algo a lo lejos. Adems tena orejas como las de los hombre

    ho ms grandes, tanto que le descendan sobre el inicio del cuello, igual que suceda con unos cabellos largos semejantes a los de una mujer. Qu era aqu-Es un genius? -pregunt Rode.-Nongenius,sed deus* -respondi con tono solemne Albina.-Un... un dios?-S, Rode, y qu dios... no puedes ni imaginarlo. Ha cuidado de m durante aos. A l le debo no haber enfermado nunca. Se llama Glykon.-Glykon... -repiti Rode.-No muchos lo conocen, pero nunca me ha fallado -insisti Albina-. Hace un par de meses, le dije que le estaba muy agradecida por lo que hace porbueno, que estaba cansada de tanto tumbarme con cerdos. Quiero salir de aqu.Rode mir sorprendida a su compaera. Nunca se le hubiera ocurrido que los dioses pudieran escuchar aquel tipo de peticiones.-Bueno -respondi Albina-. Los dioses son como los hombres. Si t les das, te dan, que no les ofreces nada, pues no puedes esperar nada a cambio.

    -Qu le ofreciste? -pregunt Rode profundamente interesada.-Mira, tienes que tener una cosa bien presente. Si la entiendes, est todo claro. Todos los dioses, sobre poco ms o menos, quieren lo mismo -respondiudicin Albina-. En primer lugar, les agrada ser adorados. Por supuesto, puedes ir a sus templos, pero eso... bueno, ya lo sabes t bien, no siempre es fes ir tan a menudo como desearas, lo mejor es tener una imagen en casa. As, puedes hablar con el dios siempre que quieras, le puedes pedir cosas...-Es lo que t haces con...?-Con Glykon? Claro que s. En segundo lugar, tienes que saber el dios que escoges. No todos sirven para lo mismo. Yo con tener salud... por eso on, porque se ocupa mucho de sus devotos.-Ya...-Y lo ms importante -continu con su leccin de religin Albina- es saber lo que le agrada. Yo le he pro metido los sacrificios de animales que le gusta

    nada baratos, eh?), las oraciones que le complacen y algn dolor propio...-Qu quieres decir con eso del dolor propio? -pregunt Rode un tanto confusa.-Bueno, por supuesto, a los dioses les agrada que les sacrifiquen animales. Unos prefieren los perros, otros las cabras... Cada uno tiene sus preferenc

    ms es bueno prometerles algo que nos cueste por nosotros mismos. Por ejemplo, no comer tortas de miel para complacer al dios o caminar de rodillas hasantuario o no ayuntarse con mujer por algunos das. Privarse de algo que nos gusta complace mucho a los dioses.Rode no comprendi todo lo que acababa de escuchar, pero se dijo que no tena mayor relevancia. Lo que resultaba verdaderamente importante era si a contando su amiga Albina se corresponda con la verdad, si, efectivamente, los dioses podan intervenir incluso en la vida de una esclava dedicitucin. Sali de dudas apenas un mes despus, cuando el tal julio se llev a Albina.-En cuanto puedas, Rode -le dijo Albina al despedirse de ella-, consigue que alguien te haga o te regale una imagen de Glykon. Ese dios es muy pode

    eger.A conseguirlo se aplic Rode con verdadera diligencia. Al final, fue un imaginero el que le prometi labrarle un templete del dios de cuerpo de serpiente

    anas a cambio de algunos servicios especiales.-No quiero un templete, Cayo -respondi la esclava-. En realidad, lo que me hace ilusin es una imagen pequea, que la pueda llevar siempre conmigo...-S, claro, para poder rezarle en todo momento dijo el imaginero, aunque Rode no capt la irona oculta en sus palabras-. No te preocupes. La tendrs.La pag por adelantado, con cierta desconfianza, por si aquel hombre -como tantos otros- se aprovechaba de ella sin entregar a cambio lo pactado. Sin eaginero no se burl de ella y cumpli lo prometido. Le entreg la imagencilla justo el da antes de que Rode partiera a su nuevo destino, un lupanar castre

    n el limes.Las otras meretrices lloraron al despedirse de ella, en parte, porque se teman lo peor en aquel nuevo destino; en parte, porque vean en Rode un reflia vida y, al derramar lgrimas por su compaera, las vertan por s mismas. A pesar de todo, aquel lugar dist de ser desafortunado. Rode capt enseg

  • 7/30/2019 El Fuego Del Cielo - Cesar Vidal

    15/49

    oldados eran fciles de atender. En realidad, solos y aislados en un punto lejano del imperio, solan mostrarse ms atentos -o menos brutales- que los habiudad de Roma. Cualquier mujer les gustaba, con cualquier cosa estaban contentos y no faltaban ocasiones en que intentaban ganarse los favores de alguitutas llevndole vino, comida e incluso dulces. An ms. No resultaba extrao que, llegado el caso, los ms acaudalados acabaran por tomar concubinares que vendan su cuerpo si no eran esclavas o lograban emanciparse. Era cierto que nadie saba lo que podra durar aquel contubernium, pero no faltabaa acababan retirndose para ser matronas en algn municipio levantado en torno al viejo campamento de una legin.No lleg a conocer Rode a ningn hombre as. Quiz no era suficientemente hermosa para poder aspirar a ello o, ms probablemente, ninguno considera el dinero de su libertad. A pesar de todo, no estaba quejosa. Todos los das al levantarse y todas las noches al acostarse, elevaba una plegaria senndida a Glykon. Le peda que nadie la golpeara, que no le hurtaran el dinero de su trabajo, que su amo no la humillara, y, sobre todo, que ninguna enfra sobre ella. Tema especialmente esto ltimo porque haba podido ver en varias ocasiones cmo una meretrix que padeca alguna dolencia era desprecerta en un objeto que todos pensaban que podan maltratar.Aquel castra no fue, ni lejanamente, la peor experiencia de Rode. Todo lo contrario. A pesar del ardor de los legionarios, trabajaba mucho menos que enUna buena parte de los contingentes estaba siempre entregado a las tareas de la guarnicin, a la vigilancia o incluso al combate. Sometidos a una d

    osa, las mujeres formaban parte escasa de su vivencia cotidiana.Fue precisamente en aquellas tierras donde Rode conoci a la nica persona con la que trab algo parecido a la amistad. Se llamaba Plcida y era una mn que ella, aunque de aspecto muy poco atractivo. No siempre haba sido as. Cuando an poda desviar las miradas de los hombres, un cliente le haba stro. Quiz no deseaba hacerlo, quiz slo estaba un tanto bebido, pero fuera como fuese, su aspecto qued horriblemente deformado. La ley lo castigcompensacin al dueo de Plcida. A fin de cuentas, haba daado una propiedad que poda darle sus buenos sextercios. Su amo pens que no se rho los beneficios si bajaba algo la tarifa. Ganara menos por cpula, pero ms en su conjunto. La mujer -era obvio- tendra que esforzarse un poco ms, pos poda esperarse de ella con esa cara monstruosa? Sin embargo, los clculos de su dueo no salieron bien. Era ms barata, s, pero los hombres sentsin ante aquel cuerpo joven coronado por un rostro retorcido y animal. Al final, su propietario lleg a la conclusin de que nicamente la desearan homudieran saciarse con otras mujeres. Y as, Plcida termin en un lupanar para legionarios, el mismo donde la conoci Rode.La experiencia de Plcida era escasa y agradeci los consejos que Rode le daba. En su desgracia, haba llegado a pensar que el simple hecho de sab

    placer a un legionario le dotaba de un valor especial y que, por lo tanto, poda sentir un cierto orgullo absolutamente perdido desde el da en que un boirti en un ser deformado. Durante los tres aos siguientes, recorrieron un par de castra. Se dirigan ahora hacia el tercero. La nica diferencia era que dn dicho que haca mucho fro.

    9CORNELIONo te lo crees?Cornelio no respondi. En realidad, ni lo crea ni lo dejaba de creer. Simplemente, le resultaba chocante.-Pues es la pura verdad, muchachito, la pura verdad -continu el vejete sin dejar de caminar-. Se atascan por eso y luego la peste... puafff, menuda pestEl joven guard silencio. Tena que reconocer que Roma no se corresponda mucho con las ideas, bien confusas por otra parte, que tena formadas sobrin embargo, tampoco poda decirse que su concepto de lo que podan ser las diferencias hubiera transitado por aquellos terrenos. Era cierto que espers que en su pueblo, pero no pudo jams imaginar aquellas casas de hasta cinco y seis pisos, llenas de gente ruidosa, que hablaba en otras lenguas. Era veaba hecho a la idea de vas ms anchas que los caminos de cabras que conoca, pero no hubiera pensado nunca que estuvieran atestadas de comecoches, de olores completamente ignotos. Era real que haba imaginado que en aquella urbe inmensa podan existir ladrones, asaltantes e incluso homicintentaran asaltarlo en plena noche, que se salvara de la muerte hundindose en una cloaca y que pudiera ver lo que haba contemplado... no, eso no.

    Y es que lo que acababa de ofrecerse a sus ojos le haba llamado la atencin de un