el estado, la administración nacional de medicamentos...
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Pablo BAZERQUE
El Estado, la Administración Nacional de
Medicamentos, Alimentos y Tecnología
Médica (ANMAT), y la ética pública
Pablo Bazerque. Profesor Emérito de la UBA, Doctor Honoris Causa de la UN de Rosario, Miembro de la Carrera del Investigador Científico del
CONICET (1961-1989), Director Nacional Organizador de la ANMAT
(1992-2000), Decano de la Facultad de Odontología de la UBA (1986-1990), Miembro de Comités de Expertos de la OMS (1992-2001),
Presidente de la Comisión de la Farmacopea Nacional Argentina (1998-
2001), Presidente de la Fundación Ética y Calidad en Investigación Clínica
en Latino América (FECICLA) (desde 2005). Director de la Maestría en
Investigación Clínica Farmacológica de la Universidad Abierta
Interamericana (desde 2002). Correo electrónico: [email protected]
Este es un relato personal. Tiene el interés de una visión
de la administración pública desde una formación académica y
de investigación científica, y por otro lado un enfoque
descarnado, científico y especialmente ético de la repercusión
pública de las acciones del gobierno, en el área de la salud. Es
una visión del aparato burocrático de la administración pública,
tomando como ejemplo la historia particular, desde el comienzo,
de un organismo del estado: la Administración Nacional de
Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT).
También es el juicio de un viejo, jubilado, con un permanente
amor por su país, que, como cuando era muy joven y estudiante,
no tiene miedos o compromisos económicos, ideológicos,
religiosos, ni emocionales que le limiten la opinión.
Esta historia comenzó a principios del año 1992; venía
de ser docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) por
casi 40 años e investigador del CONICET durante 30. Fui
profesor de farmacología en las facultades de Medicina y de
Odontología de la UBA, y fui el primer Decano después de
reinstaurada la democracia, de esa última facultad, elegido por
unanimidad de los tres claustros. Terminada esa función
académica y administrativa, y un poco desilusionado de la
capacidad de la política universitaria para hacer las reformas
necesarias, me sorprendió un llamado de la Secretaría de Salud,
del ministerio correspondiente de la Nación.
El subsecretario adjunto del área, Julio A. Calcagno, y
luego el Secretario Alberto J. Mazza, creían falsamente, que era
el farmacólogo más importante del país y me ofrecieron
organizar el área del control de medicamentos que era caótico.
Aclaro que, a mi juicio, había otros farmacólogos más
importantes, que nombré, que no tenía filiación política y que en
todo caso mi pensamiento no coincidía con el del gobierno, pero
estaba dispuesto a trabajar por mi país, y reiterado el
ofrecimiento, pregunté las condiciones. No estaba dispuesto a
solamente emitir gratuitamente opiniones; ya había tenido
experiencias poco felices en ese ministerio, en comisiones
asesoras, que nunca fueron escuchadas. Tampoco estaba
dispuesto a hacer concesiones a nadie. Me ofrecieron un cargo
rentado, el de Director de Medicamentos y Alimentos, un área
que era manejada directamente por el Director Nacional del
sector. Mi tarea sería programar y organizar. Acepté porque me
parecía que había criticado mucho el funcionamiento del control
de medicamentos, y que no era ético rehusarme para seguir
criticando. Que había llegado el momento de asumir
responsabilidades, de ensuciarme las manos, pensando que
siempre podía renunciar y que eso sucedería a lo sumo en un par
de meses.
Tuve el apoyo pleno y leal del Subsecretario y del
Secretario. Este último un hombre muy inteligente y culto con
una visión lúcida de lo que había que hacer. Era un destacado
médico sanitarista, que tenía una experiencia previa como dueño
de una empresa próspera de prepago de salud, que había vendido
cuando lo nombraron Secretario, para no tener conflicto de
intereses. Tenía una posición económica holgada y su acción fue
importante y decisiva. Consiguió que viniera al país, para hacer
un diagnóstico y dar su opinión, Gerald Meyer, Director de la
Food and Drug Administration (FDA) de los EEUU, la entidad
más antigua, prestigiosa y eficiente de todo el mundo en el área
de control de productos para la salud. También consiguió
asesoría en informática del país que parecía avanzado en ese
tema en el área de salud de España; y el representante de la
Oficina Panamericana de la Salud (OPS) -regional de la
Organización Mundial de la Salud (OMS)-, director del área de
medicamentos Enrique Fefer, que ejercía con idoneidad su
función, un colombiano residente en EEUU, casado con una
norteamericana.
Me fue asignada una pequeña oficina, sin muebles y sin
personal auxiliar especialmente designado, situada en el anterior
edificio del ministerio de Salud, que compartía con el Banco
Hipotecario Nacional, frente a la Plaza de Mayo, que hoy
pertenece al Ministerio de Economía. Conseguí un escritorio y
un sillón desvencijado, cuyo apoyabrazos destripado disimulé
con una funda que hicieron en mi casa. Desde allí pude observar
y sufrir el funcionamiento de nuestra burocracia.
La primera impresión que tuve, fue que esto era como
un pantano con una superficie tranquila. Que si uno se metía allí,
de a poco se lo tragaba. Y si quería modificarlo, las aguas se
agitaban por un tiempo pero, finalmente, volvían a su placidez.
Si se profundizaba un poco el diagnóstico, se podían distinguir
dos niveles. El político, de ministros, secretarios y
subsecretarios, que son nombrados por cada presidente que
llegan y se van con él. Son los encargados de dirigir y orientar la
ejecución de las políticas del presidente, último responsable de
ellas. El otro es el del personal que debería ser permanente,
desde Director Nacional, Director, Jefe de Departamento y
demás empleados. Para las buenas administraciones (la francesa
ha sido un ejemplo) constituyen una preciosa herramienta que
debe cuidarse y perfeccionarse. Es la que debe saber y ejecutar,
es la base necesaria para el buen gerenciamiento y la eficacia de
la administración pública.
En el nivel de dirigencia política, que debe ejercer el
liderazgo de más alta jerarquía, es muy importante la idoneidad,
la experiencia y especialmente la honestidad de los funcionarios
políticos nombrados. Pero, eso depende de cada presidente y
especialmente del partido político que lo sostiene. Por ejemplo,
en el área de salud es fundamental que sea ministro alguien con
experiencia médica y con formación como especialista en salud
pública, es decir, con manejo público de los problemas de la
salud. En nuestro país, con insólita frecuencia, esto no ha sido
así. Seguramente, los mecanismos del partido político para
elegir candidatos, en el que suele existir un juego de favores
mutuos y las estructuras con que se maneja el poder en el comité
y en las jurisdicciones, especialmente en las intendencias, -en las
que se terminan de formar y promover los políticos en nuestro
país-, no han ayudado a tener los mejores funcionarios en la
dirección de los ministerios. En nuestro medio, con alguna
frecuencia, los cargos especialmente los más altos, pueden ser
ocupados por los amigos del poder, asegurando lealtades y
devolviendo favores; o por los representantes del partido
gobernante que a veces, deben recaudar, ilegalmente, para
financiar al partido, al grupo, o al propio bolsillo. Esto,
demasiadas veces, se refleja en el nombramiento de
correligionarios en cargos del cuerpo permanente, remplazando
a los funcionarios de carrera. Llevan adelante así, una política
poco inteligente, porque están perturbando la herramienta
necesaria e indispensable, para llevar a cabo las acciones del
gobierno. Es el ejercicio de la viveza criolla, que como se sabe
termina matando a la inteligencia.
Ese cuerpo supuestamente permanente de la
administración pública tiene un funcionamiento peculiar y
naturalmente adaptado a las circunstancias. Debería ser motivo
de la mayor preocupación, porque de él depende el ejercicio
eficiente y transparente, -de nuestra burocracia-, en la
administración del poder. Pero ¿cómo funciona realmente? Lo
que sigue es lo que pude apreciar, una opinión personal.
La primera impresión es la de un cuerpo estabilizado en
ciertas actitudes y prácticas. En principio lo que llama la
atención es que está compuesto en general, de gente con buena
voluntad e idónea. Que lo que falta son buenos liderazgos, es
decir, aquellos capaces de hacer surgir lo mejor de cada uno.
Dejado a su libre funcionar, se ve como un cuerpo que mira para
adentro, cuando en realidad, su función y la justificación de su
existir está en solucionar los problemas de la gente, regular para
bien fiscalizar. Pero sus acciones se dirigen a la comodidad y la
permanencia de sus propios miembros. Los que perduran, los
más viejos funcionarios suelen ser los que evitan riesgos, son
maestros en evitarlos. Funciona la selección natural de los que
sobreviven. Sin embargo, la estabilidad está más que
garantizada. Los despidos son casi inexistentes y los castigos se
limitan a la no promoción, a la postergación, al quite de
funciones y a lo sumo, al traslado. Pero esos funcionarios
idóneos, llenos de experiencia, son duchos en no realizar
acciones por las que puedan ser cuestionados. Se los traga el
pantano. La innovación y la creación constituyen un riesgo no
admisible. Todo es para adentro, para la comodidad y
especialmente la estabilidad de sus miembros. Hace falta un
liderazgo que los anime y los respalde, que saque lo mejor de
ellos, de sus sueños e ideales; que cree un clima en que los
buenos funcionarios, los honestos, se sientan cómodos, y los
astutos, los “vivos”, aprovechadores, maestros del “zarpazo”, se
sientan incómodos y se vayan.
Acompañé al director de la FDA, Gerald Meyer, para
hacer su diagnóstico y recomendaciones. Me fue útil para la
relación y el idioma los dos años que pasé en USA con una beca
de investigador y como docente de la Universidad de Rochester
en Nueva York. Gerald era el funcionario prototípico
norteamericano, idóneo, honesto y pragmático. Primero
visitamos los institutos del área, el de Medicamentos y el de
Alimentos.
El Instituto Nacional de Medicamentos había sido un
modelo de trabajo profesional y de eficiencia, organizado
después de la muy buena ley de medicamentos del gobierno del
Dr. Illia. Su dirección y organización estuvo a cargo de un
excelente bioquímico, el Dr. Marcelo Vernengo, que se rodeó de
buenos profesionales, en un instituto de alto nivel que funcionó
eficientemente con buenos equipos.
Con el advenimiento de las dictaduras militares y del
manejo político de las instituciones remplazaron a Vernengo y
politizaron el instituto, que se deslizó en una lenta decadencia.
Cuando lo visitamos con Gerald Meyer me dio vergüenza ajena
los sillones desvencijados de la sala de espera del director.
Conservaba muchos de los buenos profesionales idóneos en las
distintas áreas. Pero, el equipamiento estaba completamente
desactualizado y funcionaba “atado con alambres”, gracias a los
esfuerzos del personal. Los profesionales veían su trabajo
perturbado y su tiempo arrasado por la cantidad de expedientes
cuyos contenidos debían evaluar. La infraestructura, eléctrica y
de servicios del edificio, tampoco daba para sostener un
equipamiento moderno.
El Instituto Nacional de Alimentos cumplía con sus
funciones de registrar los alimentos, condición inexistente en los
países técnicamente avanzados y con pocas verificaciones de
laboratorio. Funcionaba en un edificio que había sido vendido a
una universidad privada y pronto tendría que desalojar.
Gerald Meyer, para redondear su diagnóstico, pidió
visitar la industria farmacéutica instalada en nuestro país, una
empresa internacional y otra nacional. Elegimos como nacional
a Biosidus, una empresa de Sidus que estaba invirtiendo para
innovar, creando un área importante de desarrollo en
biotecnología. Había contratado investigadores científicos
argentinos para llevar adelante su proyecto. Como internacional
se eligió a Roche, una empresa suiza, que en ese momento tenía
una planta modelo de producción de medicamentos en nuestro
país. Desafortunadamente esta empresa, dejó esta actividad, que
para Latinoamérica funcionó principalmente en Brasil. La planta
fue comprada por una empresa argentina, Roemmers.
Hecho su diagnóstico y explicando cómo funcionaba la
FDA, Gerald Meyer recomendó crear un instituto autárquico que
abarcara a los dos existentes y que quedara en mis manos. Así
comenzó el proyecto de la creación de la ANMAT que llevó
adelante el Dr. Mazza y que traté de ayudar con opiniones
sinceras. El proyecto estaba terminado cuando estalló el
escándalo y la desgracia del propóleo que, -contaminado con
dietilenglicol-, ocasionó más de veinte muertes. Esto aceleró la
aprobación del Decreto Nacional 1490 del Poder Ejecutivo del
20 de agosto de 1992 que lo creaba y establecía sus funciones.
La ANMAT comenzó a funcionar efectivamente el 24 de
febrero de 1993 con mi dirección interina, que luego, -con el
correspondiente concurso público-, se formalizó. Dependía
técnica y científicamente de las normas y directivas que le
impartía la Secretaría de Política y Regulación de Salud del
Ministerio, con un régimen de autarquía económica y financiera
y con una jurisdicción que abarcaba todo el territorio nacional,
de la manera graficada en la figura 1.
El objetivo de ANMAT, siguiendo las recomendaciones
de Gerald Meyer, estaba dirigido a los productos que afectaran
directamente la salud humana, -medicamentos, alimentos y
dispositivos de uso médico-, no al ejercicio profesional o a otros
aspectos de la política de abastecimiento y consumo de los
mismos, que quedaban bajo la responsabilidad de otras
dependencias del estado. Era una tarea de regulación y
fiscalización técnica altamente compleja, en la que se requiere
especialistas expertos en el área y una infraestructura de
laboratorios modernos bien equipados y eficientes dirigidos y
administrados por el estado.
Figura 1
ANMAT tenía una estructura cuya primera apertura se
muestra en la siguiente figura
Figura 2
Mientras tanto en el mundo se tomaba conciencia de la
necesidad de este tipo de organismo que garantizara la calidad,
la seguridad y la eficacia de los productos relacionados con la
salud humana. La FDA había sido la pionera, ese organismo
federal, estatal, del área de salud, había ido perfeccionando la
garantía de la bondad de esos productos desde la década del
1930.
En los últimos veinte años se fueron creando esos
organismos idóneos reorganizando las áreas correspondientes en
los países más avanzados. Argentina ha sido privilegiada en
esto, lo hizo en 1992; Francia en 1993, la Unión Europea y
Brasil en 1997, España en 1999.
En 1993, renunciado el Ministro de Salud, fue nombrado
en su remplazo el Secretario de Salud, Alberto J. Mazza, el
impulsor de ANMAT. El Ministerio de Salud se acababa de
mudar al edificio que había sido del Ministerio de Obras
Públicas en la Avenida 9 de julio. Se le asignó a ANMAT un
generoso presupuesto y un buen espacio, la mitad del piso 7º,
que, -de cualquier manera-, le fue evidentemente insuficiente.
Tuvimos conocimiento por casualidad, de la existencia de un
edificio del estado, situado en Av. de Mayo 875, de once pisos,
ocupado por un organismo regulador de las cooperativas en
donde, en el primer piso funcionaba la guardería del ministerio.
Primitivamente había pertenecido a una entidad de caridad de la
iglesia católica, que luego había sido la primera sede de la
fundación Eva Perón, “la Casa de la Empleada”.
En 1993 el edificio estaba en proceso de renovación y
reciclado, pero la falta de presupuesto tenía las obras casi
detenidas y solamente funcionaban dos pisos. Pedimos entonces,
ocupar tres pisos, haciéndonos cargo de las reformas. Lo
conseguimos con el aval del ministro de salud y en febrero de
1993, ANMAT comenzó a funcionar en esa sede. Usamos el
procedimiento lamentable, pero eficiente de los ingleses,
ocupando los espacios y después de a poco, reciclando, hasta
ocupar casi todo el edificio, excepto tres pisos. Se logró una
sede central de ANMAT funcional, moderna, cómoda, sin lujos
pero bien equipada. Pensada desde la eficiencia y con la
informática en su corazón. El INAME pudo equiparse
modernamente tres años después. Llegó a ser el laboratorio de
control de medicamentos mejor provisto del país, incluyendo a
toda la industria farmacéutica privada. El INAL pudo mudarse a
un edificio adecuado, -alquilado a la Marina-, que lo había
usado para el control de materiales. Finalmente, la Dirección de
Tecnología Médica, funcionó en el edificio central de ANMAT.
ANMAT se rigió desde sus inicios, por tres principios,
indispensables en ese tipo de organismo: transparencia,
eficiencia y predictibilidad. La transparencia se lograba con la
honestidad y la visibilidad directa en todos los procedimientos.
La eficiencia con la idoneidad y experiencia de los funcionarios
respaldados por el debido equipamiento, y la predictibilidad, con
procedimientos operativos por escrito y públicos. En todos los
casos la informática era una herramienta nueva que podía
proporcionar una ayuda extraordinaria, especialmente para la
transparencia y la eficiencia. Al comienzo, el área tenía un gran
desorden, los expedientes atrasados se acumulaban por todos
lados. Estaban apilados sobre amplias mesas, incluso llenaban
algunos baños y su ubicación podía determinarse solamente con
la experiencia, buena memoria y voluntad de algunos
funcionarios expertos.
La manera de conseguir esos objetivos era introducir la
informática en su corazón. Esa disciplina recién despegaba, pero
era la solución para ordenar, hacer más eficiente y vigilar los
procedimientos. Los datos de expedientes habían sido
ingresados a una vieja computadora que desde el tiempo del
Prode funcionaba en el ministerio. Pero, se podía acceder a ellos
solamente mediante el número de expediente, lo que la tornaba
inútil a los fines prácticos.
Figura 3
La informatización de los trámites se llevó a cabo en
cuatro etapas. La primera, fue escribir los procedimientos
operativos de cada uno, tipificando y clasificándolos. Era un
primer paso de transparencia, haciendo públicos los
procedimientos, pero muy importante, porque hacía posible la
informatización de los mismos, llevándose a cabo en las etapas
siguientes. La primera fue informatización interna de cada
departamento, que se terminó el 1 de enero de 1994; la segunda
etapa fue la entrada en red de todos los expedientes que estuvo
en vigencia a partir del 4 de julio de 1994: finalmente, la tercera
fue el sistema de gestión electrónica con documentos
digitalizados, en la cual se hizo un ensayo piloto desde el 15 de
marzo de 1995 y entró en vigor, desde 19 noviembre de 1996
(figura 4).
Ese fue el primer avance importante para la ética del
funcionamiento de las oficinas públicas, que se completó con un
sistema (Bulletin Board) que permitía no solamente el control
interno del movimiento de expedientes, sino que mediante una
conexión de las empresas, les permitía acceder con una clave
personalizada solamente a los expedientes que habían
presentado. Como las largas colas en las ventanillas de
ANMAT, estaban formadas por empleados de los laboratorios
que iban a indagar acerca del trámite de sus expedientes, se
achicaron hasta casi desaparecer. Esto se hizo previsible a través
de la crecida cantidad de consultas en red: 26.000 en los años
del 1996 a 1999.
Figura 4
La informatización de los procedimientos no solamente
permitió un manejo ético, transparente, de los trámites para el
registro de medicamentos sino que contribuyó drásticamente a
su eficiencia, -que también hace a la ética-.Esto se verificó en el
acortamiento de la mediana del tiempo transcurrido desde que se
presentaba el pedido hasta que era firmada la autorización. Una
encuesta realizada por una de las cámaras mostraba que su valor
en 1990 era de 1570 días de gestión, es decir, cuatro años y
cuatro meses. Ese tiempo se había reducido en 1997 a 152 días.
Figura 5
La ANMAT funcionó con eficiencia técnica y
administrativamente innovadora, llegando a constituir un
ejemplo en toda América Latina, que en algunos casos, -como
Brasil y Perú-, imitaron su experiencia. Fue auditada por la
Organización Mundial de la Salud, a través del secretario de
relaciones internacionales de la FDA en 1995 y como resultado
de la misma, la experiencia argentina, fue recomendada como
modelo latinoamericano por la OMS, siendo nuevamente
auditada en el año 1999, por el Dr. Antezana, ex director de
medicamentos de la OMS. En 1998 ANMAT, fue elegida por el
ministerio de economía como una de las cuatro instituciones
modelo para la implementación de reformas financieras.
En el año 2000 fue distinguida nuevamente, como una
de las instituciones modelo para la implementación de la
Reforma Administrativa. Se presentó en el año 1999 al premio
de calidad total y ocupó por decisión unánime del jurado
reunido en el año 2000, el primer puesto de su categoría.
Figura 6
Su contribución a la ética pública tiene dos aspectos. El
primero fue el de proporcionar un instrumento para hacer
transparente, eficiente y ética, la fiscalización por parte del
estado. Con un control de su propia transparencia, y haciéndola
cumplir por parte de los que fabrican y manejan los productos
que hacen a la salud humana.
El segundo aspecto se refiere a la ética en el área de la
salud humana, al cumplimiento dentro de las ciencias de la
salud, de esa necesidad de las sociedades humanas de respetar
los valores, no sólo para sobrevivir, sino fundamentalmente para
vivir bien, con justicia, con equidad y sin exclusiones. Y la
investigación clínica ha hecho importantes contribuciones no
solamente a la ética médica sino también a la ética en general.
Han sido los logros del necesario pragmatismo al buscar el
respeto por cada persona en la realización concreta de la
experimentación científica en sujetos humanos.
Este accionar ha llevado a la formulación de sus normas
fundamentales de respeto de los derechos humanos de libertad
(principio de autonomía), fraternidad o solidaridad (principios
de no-maleficencia y de beneficencia), y de igualdad (principio
de justicia), para con los participantes de los ensayos clínicos.
En los que tuvieron un papel principal los comités de ética en el
área de salud, los cuales, casi no existían en la Argentina antes
del año 1997. Funcionaban en los hospitales los comités de
docencia e investigación formados solamente por profesionales
de la salud. Los verdaderos comités de ética con distintos
representantes de la comunidad nacieron recién en ese año por la
disposición 5330 de la ANMAT, que disponía su composición y
su funcionamiento, y obligaba a que los protocolos de
investigación clínica fueran aprobados por un comité de ética
independiente previamente a su presentación en la ANMAT.
Esos comités se multiplicaron en todo el país y fueron
perfeccionando su funcionamiento. Fue otra contribución
importante del Estado a la ética pública.