el espiritu santo y su tarea

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Page 1: El Espiritu Santo y Su Tarea
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Este libro magistral del autorde La fe explicada facilita lacomprensión del papel del Espí-ritu Santo en la vida del cristianoy de la Iglesia; alienta al lectora intensificar el trato con laTercera Persona de la SantísimaTrinidad, y le orienta con suge-rencias llenas -de sentido comúny sobrenatural.

Trese dedica particular aten-ción a la Gracia y a las Virtudes,y explica, con su famosa capa-cidad para hacerse entender, laincidencia que tienen en nuestravida.

Asimismo, adquiere notabledesarrollo -casi la mitad dellibro- su exposición sobre elinflujo del Espíritu Santo en laIglesia, repasando conceptosclaros e incisivos sobre la vidacristiana.

EL ESPÍRITU SANTOY SU TAREA

Page 3: El Espiritu Santo y Su Tarea

LEO J. TRESE

"EL ESPIRITU SANTOy SU TAREA

EDICIONES RIALP, S. A.MADRID

Page 4: El Espiritu Santo y Su Tarea

© LEO J. 'fRESE© 1998 de esta edición by EDICIONES RIALP, S. A.,

Alcalá, 290, 28027 Madrid.

ÍNDICE

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tra~a-miento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquiermedio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otrosmétodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares delCopyright, El editor está a disposición de los titulares de derechos deautor con los que no haya podido ponerse en contacto.

1. El desconocido .II. ¿Qué es la gracia? .III. La gracia que viene y se va .IV. Fuentes de vida .

••v. Q' ,.?. ¿ ue es mento. . .VI. ¿Qué es virtud? .VII. Esperanza y Amor .VIII. Maravillas dentro de nosotros .IX. Las virtudes morales .,X. El Espíritu Santo y la Iglesia .XI. Nosotros somos la Iglesia .XII. ¿Dónde la encontramos? .XIII. Santa y católica .XIV. Razón y fe y yo mismo .XV. El final del camino .XVI. El fm del mundo .

Cubierta: Retablo de Pentecostés (detalle), Serra,Museo de Arte de Cataluña

Fotocomposición: M. T., S. L.ISBN: 84-321-3192-XDepósito Legal: M. 13.845-1998

Impreso en España Printed in Spain

Anzos, S. L., Fuenlabrada (Madrid)

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l. EL DESCONOCIDO

En la Sagrada Biblia, en los Hechos de losApóstoles (19, 2), leemos que San Pablo fue ala ciudad de Efeso, en Asia. Allí se encontrócon un pequeño grupo de personas que yacreían en la doctrina de Jesús, Pablo les pre-guntó: «¿Recibisteis al Espíritu Santo cuandoos convertisteis al Cristianismo?» Su respuestafue: «Nunca hemos oído hablar de la existenciadel Espíritu Santo».

Cierto es que ninguno de nosotros hoy en díadesconoce quién es el Espíritu Santo. Sabemosque es una de las tres Personas Divinas que, conel Padre y el Hijo, forman la Santísima Trini-dad. Asimismo sabemos que es llamado el Pa-ráclito (palabra griega que significa «Consola-dor»), el Abogado (que defiende la causa deDios con la humanidad), el Espíritu de la Ver-

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dad, el Espíritu de Dios y el Espíritu del Amor.También sabemos que viene a nosotros cuandosomos bautizados, y que continúa morandodentro de nosotros mientras no le expulsemoscon el pecado. , .

Esto constituye para muchos catohcos la t~-talidad de sus conocimientos respecto al Espí-ritu Santo. Sin embargo, poco podemos enten-der de la labor de santificación que se verificaen nuestras almas si no conocemos el lugar delEspíritu Santo en la disposición divina de lascosas.

La existencia del Espíritu Santo -la doc-trina de la Santísima Trinidad, en suma- eradesconocida hasta que Jesucristo nos reveló laverdad. En los tiempos' del Antiguo Testa-mento, el pueblo judío estaba rod.ea~o por.gen-tes idólatras. Más de una vez los JUdlOSdejaronde adorar al Dios único que les había hecho supueblo elegido para adorar a ~uchos dioses,como era la práctica de sus vecinos, C~m~~:sultado, Dios, a través de sus Profetas, insístioen la idea de la unidad de Dios. Para no com-plicar las ideas, no reveló al hombre de la épocaanterior a Cristo que hay Tres Personas enDios. Dejó que Jesucristo nos diese a c~n~eresta maravillosa visión de la naturaleza Intimade la Deidad.

Convendrá recordar aquí, sumariamente, la

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esencia de la naturaleza divina, en cuanto a no-sotros nos es dable comprenderla. Sabemosque el conocimiento que Dios tiene de Símismo es infinitamente perfecto. Es decir, queel retrato que Dios tiene de Sí mismo en su di-vina inteligencia, es una representación abso-lutamente perfecta de Sí mismo. Pero esa re-presentación no podría ser «perfecta», a menosque fuese una representación «viva». Vivir,existir, pertenece a la propia naturaleza deDios. Una imagen mental de Dios que no fueseuna imagen viviente, no sería una representa-ción perfecta.

A esta, imagen viva de Sí mismo que Diostiene en su mente, a esa idea de Sí mismo queDios ha estado engendrando o dando naci ..miento en su inteligencia divina desde la eter-nidad, a esto es-á lo que llamamos Dios Hijo.Dios Padre podríamos decir que es Dios en elacto eterno de pensar en.Sí mismo. Dios Hijoes el «pensamiento» vivo (y eterno) que resultade tal pensamiento. Tanto el Pensador como elPensado, están, desde luego, dentro de lamisma y única naturaleza divina; solamentehay un Dios, pero son dos las Personas.

Pero esto no termina aquí. Dios Padre y DiosHijo tienen cada uno de ellos la capacidad infi-nita de amar al otro. Y de esta forma hay unacorriente de amor divino entre estas dos Perso-

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nas Divinas. Es un amor tan perfecto, de tan in-finito ardor, que es un amor «vivo», y a esteAmor lo llamamos el Espíritu Santo, la TerceraPersona de la Santísima Trinidad. Como dosvolcanes que intercambian una misma=t=de fuego, el.Padre y el Hijo se dan con recipro-cidad esta llama Viva de Amor. De ahí que enel Credo Niceno digamos que el Espíritu Santoprocede del Padre y del Hijo.

Así, pues, ésta es la vida interna de la Santí-sima Trinidad: el Dios que conoce, el Dios co-nocido, y el Dios que ama y es amado. TresPersonas Divinas, cada cual distinta en su rela-ción con cada una de las otras, y; sin embargo,poseyendo lamisma úniea naturalezadivin.a y,además, en absoluta unidad. No haysubordma"CIDn de uno al otro' puesto que poseen igual .•mente la naturaleza divina. Dios Padre no esmás sabio que Dios Hijo. Dios Hijo no es máspoderoso que Dios Espíritu Santo;:Debemos abstenernos asimismo. de pensar en

la Santísima Trinidad en términos de tiempo.Dios Padre no. vino. primero, ni Dios Hijo. unpoco. después, ni tampoco. Dios Espíritu Santo.el último. Bsteproceso deconocer y amar queco.nstituyelavidaíntimade la Santísima Trini-dad, ha existido. toda la eternidad; no. tuvo. co-mienzo.

Otro. extremo. interesante, antes de pasar a

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hablar del Espíritu Santo.en particular, es el he-cho de quejas Tres Personas Divinas no sola-mente están unidas en una sola naturaleza di-vina, sino. que también están unidas entre sí.Cada una de ellas está en cada una de las otrasen .una unidad inseparable; algo. así COmo.lostres colores primarios del espectro (por natura-Ieza), que están unidos. en una radiación inco-lora que llamamos luz. Desde luego, es posibleseparar un rayo de luz pormediosartificialestales como un prisma, para hacer un arco iris.Pero si al rayo de luz se le deja, no se le separa,el rojo está en el azul y el azul está en el amari ..110 y el rojo en ambos; y no hay más que unrayo de luz.

Naturalmente, no.existe un ejemplo. perfectocuando. lo aplicamos a.Dios, Pero por analogíapodernos decir que, así como los tres coloresdel espectro están presentes e inseparables cadauno en el otro, también en la Santísima. Trini-dad el Padre está en el Hijo. y el Hijo en el Pa-dre y el Espíritu Santo en ambos. Donde estáuno están todos. Esta unidad inseparable de lasTres Personas Divinas; en el lenguaje teoló-gico, se llama «circumincesíán».

Cuando Ibamos a laescuela, la mayoría denosotros .estudiábamos Fisiología o.Biología.De ahí que tengamos una idea bastante apro-ximada de lo que ocurre dentro de nuestro

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cuerpo. Pero pocos de nosotros tenemos unaidea precisa de lo que ocurre dentro de nuestraalma. Hablamos con relativa ligereza de lagra-cia -gracia actual y gracia santificante-, dela vida sobrenatural y del aumento de santidad;la cuestión está en lo que significan estas pala-bras.

Para "contestar con propiedad necesitamoscomprender primeramente la parte que juega elEspíritu Santo en la santificación del alma hu-maná. Sabemos que el Espíritu Santo es elAmor infinito que se intercambia entre DiosPadre YDios Hijo. Es el amor personificado,un amor «vivo». Puestoque es el amor de Dioshacia nosotros lo que le ha conducido a hacer-nos participes de su propia vida divina, es natu-ral que asignemos al Espíritu Santo --elEspí-ritu del Amor-las acciones de la gracia ennuestras almas.

Sin embargo, debemos recordar que las TresPersonas Divinas son inseparables.

En lenguaje humano (y por tanto no teológi-camente exacto) podríamos decir que ningunade las Tres Personas Divinas hace algo separa-damente o por sí sola, fuera de la naturaleza di-vina.Dentro de la.naturaleza divina, dentro deDios, cada persona tiene su propia actividadparticular, su propia relación particular una conotra. Dios Padrees Dios conociéndose a Sí

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mismo, Dios «viéndose»; Dios Hijo es la ima-gen viva de Sí mismo; y Dios Espíritu Santo esel amor de Dios por Sí mismo.

Pero fuera de Sí mismo (si podemos hablarcon tanta ligereza) Dios actúa únicamente ensu perfecta unidad; ninguna de las Personas Di-vinas hace nada por Sí misma. Lo que una Per-sona Divina hace lo hacen las Tres. Fuera de lanaturaleza divina es la Santísima Trinidad laque actúa. Usando un ejemplo vulgar y hastacierto punto inadecuado, diría que el único lu-garen el que mi cerebro, mi corazón Ymis pul-mones hacen algo por sí mismos es dentro demí; cada uno de ellos ejecuta su propia funciónpara el bien de los demás. Pero fuera de mí, elcerebro, el corazón y los pulmones actúan inse-parablemente' juntos. Donde quiera que yovaya, haga 10 que haga, cerebro, corazón y pul-mones intervienen como una unidad. Ningunode ellos interviene en una actividad aislada-mente por sí mismo.

Pero a menudo hablamos como si así fuera.Decimos que un hombre tiene buenos pulmo-nes, como si fueran solamente sus pulmones losque hablasen. Decimos que un hombre tiene uncorazón de león, como si la valentía dependieseexclusivamente del corazón. Decimos que unhombre es inteligente como si su inteligenciapudiese obrar sin sangre ni oxígeno. Asigna-

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mos a un órgano particular un trabajo en el quetodos los órganos trabajan juntos.

Ahora demos un salto tremendo desde nues-tras limitadas posibilidades físicas hasta lasTres Personas vivas que constituyen la Santí-sima Trinidad. Entonces quizá podamos enten-der un poco mejor por qué la labor de santifica-ción de las almas está asignada al EspírituSanto.

Puesto que Dios. Padre es el origen o princi-pio de la actividad divina que tiene lugar dentrode la Santísima TrinidadIla acción de conocery amar), se le considera a Él como el princiJiode todo. Esta es larazón por la que «atribuimos»al Padre la labor de la creación. Realmente,desde luego, quien crea 'es la Santísima Trini-dad, bien sea el universo o un alma ..'Lo que haceuna Persona Divina lo hacen' las Tres. Pero«asignamos» al Padre el acto de la creación.Considerando su relación.con las otras dosPer-sonas, «asignarle» al Padre, la acción de Crea-dor es lo que nos parece más. indicado.

Por tanto, puesto que fue a través de la Se-guada.Persona.Díos Hijo, como Dios unió unanaturaleza humana a Sí mismo en la Persona deJesucristo, «atribuimos» la redención a DiosHijo, la sabiduría viva de Dios Padre. El PoderInfinito (el Padre), decidió la redención; la Sa-biduría Infinita (el Hijo), ejecuta la decisión.

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Sin embargo, cuando hablamos de Dios Hijocomo del Redentor, somos conscientes del he-cho.de que Dios Padre y Dios Espíritu Santoestaban inseparablemente presentes en Jesu-cristo. Hablando en. términos absolutos, fue laSantísima Trinidad .quien. nos redimió. Pero«atribuimos» al Hijo el acto de la redención.

Finalmente, dado que la tarea de la santifica-ción de las almas es una labor eminentementede amor divino (distinta de una labor de fuerzao de una labor de sabiduría), la «atribuimos» alEspíritu Santo. Él es, después de todo el amordivino personificado. Indudableme~te es laSantísima Trinidad quien nos santifica. EsDios-Santísima Trinidad quien mora en el almalibre de pecado. Pero «asignamos» la acción dela gracia al Espíritu Santo. .

En los párrafos que preceden he hecho hin-capié en las palabras «asignar» y «atribuir». Lohe hecho así porque son las palabras utilizadasen la Ciencia de la Teología. Son palabras usa-das para definir esta forma de «dividir» el tra-bajo de la Santísima Trinidad entre las tres Per-sonas Divinas. Lo que hace una Persona lohacen todas. Y, sin embargo, ciertas activida-des parecen más lógicas de una Persona que deot~a.Consecuentemente, los teólogos dicen queDIOSPadre es el Creador, por «atribución»:Dios Hijo esel Redentor por «atribución», ;

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Dios Espíritu Santo es el Santificador, tambiénpor «atribución».

Cuanto antecede pudiera parecer innecesa .•riamente técnico al lector. Y,sin embargo,puede ayudar a comprender 10 que quiere indi-carse cuando en el catecismo se dice, por ejem-plo, «el Espíritu Santo habita en la Iglesia comola fuente de su vida y santifica las almas con eldon de la gracia». El amor de Dios está ac-tuando, pero su sabiduría y poder están tambiénallí.

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11.¿QUÉ ES LA GRACIA?

La palabra gracia tiene varios significados.Puede indicar «atractivo», como cuando deci-mos: «Cruzó la habitación con gracia». Puedeindicar benevolencia, cuando decimos: «Bus ...qué sus buenos oficios (gracias) en el asunto».Puede significar «acción de gracias», cuandohablamos de «dar gracias después de las comi-das». Cualquiera de nosotros puede encontrarprobablemente otra media docena de. frases enlas que .la palabra «gracia» se usa corriente-mente.

En Teología, sin embargo, la palabra «gra ..cia» tiene un significado definido y restringido.En primer lugar, significa un don del Señor. Noes que sea cualquier clase de don; al contrario,es una clase muy especial de don. La vidamisma es un regalo de Dios. Bajo ningún con-cepto estaba Dios obligado a crear la raza hu-

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mana, y mucho menos a hacemos a ti y ~mí enparticular. Todo lo que acompaña a la vl~a hu-mana es, de igual forma, un regalo deDios, ~lsentido de la vista y de la palabra; la salud fi-sica; las cualidades que podamos poseer ---can-tar, dibujar o hacer un pastel-, todos esos sonregalos de Dios. Pero tales regalos los llama-mos dones naturales. Son parte de nuestra na-turaleza de seres humanos. Existe una serie decosas que necesariamente acompañan a lascriaturas humanas de la forma en que Dios ideóla naturaleza humana. A estos dones de Dios nopodemos llamarles adecuadamente «gracias»:

La palabra «grada» se reserva en Teologíapara designar aquellos regalos a los que .elhOm,-bre notiene ni remotamente derecho, ni aun SI-quiera por su condición de ser h~~ano. La pa-labra «gracia» se usa para especificar aquellosregalos que están por enci~a de la naturalezahumana. Y por eso·nos. servimos de la pa~abralatina super, que significa elevado, y deClt~lOSque la gracia es un don sobrenatural d~ DIOS.Sin embargo, la defmición está todavía mcom-pleta.Hay dones de Dios que son sobren.a~-les, pero que no pueden ser nama~os, estricta-mente hablando, «gracias». Por ejemplo, unapersona con un cáncer incurable puede ser cu-rada milagrosamente en Lourdes. En tal caso,la salud de esa persona sería un don sobrenatu-

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ral recibido a través de medios que están porencima y fuera de la naturaleza. Si queremosser absolutamente precisos, no llamamos a estacuración una-gracia. Hay además otros regalosque son sobrenaturales en sus orígenes, peroque no puede ser calificados de «gracias». LaSagrada Biblia, por ejemplo, es un regalo so-brenatural de Dios, igual que lo son la Iglesia ylos sacramentos.

Dádivas COmO éstas, aunque sean sobrenatu-rales, actúan fuera de nosotros. No dejaría deser correcto llamarlas «gracias externas». Lapalabra «gracia», sin embargo, cuando se usallanamente y por sí sola, se refiere a aquellosdones o-dádivas «invisibles» que residen en elalma, o bien operan en el alma. De esta formaconstruimos un poco más sólidamente nuestradefinición de gracia diciendo que es: un don so-brenatural e.«interior» de Dios.

Cuanto antecede suscita otra .cuestión. .Enciertas ocasiones, Dios da a ciertas almas elegi-.das el poder de vislumbrar el futuro. Esta es unagracia interna sobrenatural. A. este poder deprofecía, ¿podemos acaso llamarlo gracia?Igualmente, un sacerdote tiene el poder de con-vertir ({lpan y el vino en el cuerpo y la sangrede Cristo, y de perdonar los. pecados. Cierta-mente que estos son dones sobrenaturales in-ternos. Pero, ¿son acaso gracias? La respuesta

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a esta pregunta es: no. Facultades tales comolas mencionadas, aunque son dones internos ysobrenaturales, se otorgan en beneficio de otraspersonas, no para beneficio de aquel a quien seconfieren. El poder de un sacerdote de oficiarla Misa, no es para su propio bien, sino para elbien del Cuerpo Místico de Cristo. Un sacer-dote podría estar en estado de pecado mortal, y,sin embargo, su Misa sería una Misa verdaderay merecería gracia para otros. Podría tener pe-cado en su propia alma, y, sin embargo, sus pa-labras de absolución perdonarían los pecadosde otros. Esto nos lleva a otra consideraciónque habremos de añadir a nuestra definición degracia: La gracia es un don sobrenatural inte-rior de Dios que se nos confiere para nuestrapropia salvación.

Una última pregunta: Si la gracia es un donde Dios al cual no tenemos ni la más remotasombra de derecho o exigencia, ¿cómo es quese nos ha dado la gracia? Los primeros seres(que nosotros sepamos) a quienes se leseonce-dió la gracia, fueron los ángeles y Adán Y Eva.Quizá no sea sorprendente, considerando labondad infinita de Dios, que a los ángeles y anuestros primeros padres se les concediera lagracia. Bien es verdad que ellos no la merecían;pero aunque no tenianderecho a la gracia, cier-tamente no eran indignos de tal don.

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Sin embargo, cuando Adán y Eva pecaron,ellos (y nosotros sus descendientes) eran no sola-mente desmerecedores de la gracia, sino verda •.deramente indignos de cualquier cosa más alláde los dones naturales ordinarios de la naturalezahumana. ¿Cómo pudo la justicia infmita de Dios,infringida por el pecado original, quedar satisfe-cha de forma que Su bondad infmita pudiera ac-tuar de nuevo en beneficio de la Humanidad?

La respuesta a esta pregunta redondea, anuestro juicio, la definición de gracia. Sabemosque fue Jesucristo, con su vida y su muerte,quien satisfizo a la Justicia divina por el pecadode la Humanidad. Fue Jesucristo quien hizoméritos por nosotros y ganó para nosotros lagracia que Adán había perdido. Y de esta suertecompletamos nuestra definición diciendo: «Lagracia es un don sobrenatural e interior de Dios,otorgado' a nosotros para nuestra salvación porlos méritos de la Redención de nuestro SeñorJesucristo». ¿Quién diría que tan pocas pala-bras pueden contener tan gran significado?

Cuando nacimos, nuestras almas estaban, es-piritualmente hablando, oscuras y vacías --es-piritualmente muertas-. No existía un mediode unión entre nuestra alma y Dios. No habíacomunicación entre nuestra alma y Dios. Si, sinser bautizados, alcanzarnos el uso de la razón ymorirnos sin cometer ningún pecado (una hipó-

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tesis puramente imaginaria y verdaderamenteimposible), no iríamos al cielo. Habríamos en-trado en un estado de felicidad natural que, afalta de un término más apropiado, llamamoslimbo. Pero nunca habríamos visto a Dios caraa cara y tal como es.

Es un pensamiento que merece la pena repe-tir el de que, en nuestra condición de seres hu-manos, no tenemos ningún derecho en absolutoa esa visión directa de Dios que constituye lafelicidad esencial del cielo.

Tampoco Adán Y Eva, antes de su caída, te-nían ningún «derecho» al cielo. De hecho,elalma humana, en lo que podríamos llamar suestado natural puro, tampoco tiene el poder dever a Dios; no tiene capacidad para una íntimay personal unión con Dios.

Pero Dios no dejó al hombre en este estadonetamente natural. Cuando creó a Adán, Diosle dio todo 10 que le correspondía como ser hu-mano. Dios fue más lejos; concedió al alma deAdán cierta facultad o poder que le haría capazde vivir en estrecha (aunque invisible) unióncon El en esta vida. Como esta facultad espe-cial del alma -este poder de unión y comuni-cación con Dios- estaba completamente porencima de las fuerzas naturales del alma, la lla-mamos una facultad sobrenatural del alma, undon sobrenatural.

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Dios otorgó esta facultad especial o poder alalma de Adán morando Él mismo en el alma deAdán. De una forma maravillosa, que seguirásiendo un misterio para nosotros hasta el Díadel Juicio, Dios «se instaló en el alma deAdán». Y de.la misma forma en que el sol en elcielo derrama luz y calor a la atmósfera que lerodea, así derramó Dios en el alma de Adánesta facultad sobrenatural: nada menos quecompartir, hasta cierto punto, la propia vida deDios. La luz delsol no es el sol; pero viene delsol; es el resultado de la presencia del.sol, Asítambién, esta facultad sobrenatural del alma dela que hablamos es distinta de.Dios, pero, sinembargo, viene de Él y es efecto de su presen-cia.en el alma.

"Esta facultad sobrenatural del alma tiene otroefecto. No solamente nos capacita para vivir enestrecha unión y comunicación con Dios enesta vida, sino que también nos prepara el almapara otro don que Dios nos hará después de lamuerte. Este don será el de una visión sobrena-tural, el poder de ver a Dios cara a cara tal ycomo es.

El lector habrá advertido ya que esta facul-tad sobrenatural del alma de la que he venidohablando es el don de Dios al que los teólogoshan dado el nombre de gracia santificante. Lahe descrito antes de nombrarla en la confianza

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de que el nombre pudiera significar más cuandollegásemos a él. Y el don añadido de una visiónsobrenatural después de la muerte, es lo que losteólogos llaman en latín el Lumen Gloriae,«Luz de la Gloria». La gracia santificante esuna preparación necesaria, un requisito previopara la Luz de la Gloria. De la forma en que unalámpara eléctrica es inservible sin un enchufedonde aplicarla, de igual forma la Luz de laGloria no encontraría lugar en un alma que noestuviese poseída de gracia santificante.

He hablado de gracia santificante refirién-dome a Adán. En el mismo acto de. crear aAdán, Dios le elevópor encimade un nivel me-ramente natural a un destino sobrenatural, con-firiéndole la gracia santificante. Por el pecadooriginal, Adán perdió esa gracia para él y paranosotros. Jesucristo borró la culpa que separabaal hombre de Dios mediante su muerte en lacruz. El destino sobrenatural del hombre es re ..conquistado. A cada hombre individualmentese le confiere la gracia santificante en el sacra- .mento del Bautismo.

Cuando somos bautizados recibimos por pri-mera vez lagracia santificante. Dios (el Espí-ritu Santo por atribución) empieza a residirdentro de nosotros. Mediante su presencia con-fiere a nuestra alma la facultad sobrenatural quehace posible que Dios, de una forma grandiosa

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y misteriosa a la vez, se vea a Sí mismo en no-sotros y, en consecuencia, nos ame. Y comoconsecuencia de esta facultad sobrenatural delalma, de esta gracia santificante que fue adqui-rida para nosotros por Jesucristo, estamos uni-dos por ella a Cristo, la compartimos con Cristo-y, consecuentemente, Dios nos ve a nosotroscomo Él ve a su Hijo- y nos transformamos,cada uno de nosotros, en un hijo de Dios.

Algunas veces se le llama a la gracia santifi-cante gracia habitual, porque se pretende quesea el estado permanente o habitual del alma.Una vez que nos unimos a Dios por el Bau-tismo, se pretende que quedemos unidos a Élpara siempre, invisiblemente aquí y después vi-siblemente.

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111.LA GRACIA QUE VIENEYSEVA

Dios nos hizo para la visión beatífica, para launión personal con Él que es la felicidad delcielo. Para que seamos capaces de tal visión di-recta de Dios, Élnos dará un poder sobrenatu-ral que llamamos Luz de.Gloria. Sin embargo,la Luz de Gloria sólo puede ser conferida a unalma que ya estánnidaa Dios por medio de esedon anterior que llamamos gracia santificante.Si vamos a la eternidad desprovistos de graciasantificante, entonces habremos perdido a Diospara SIempre.

Una vez que hemos recibido la gracia santi-ficante en el Bautismo, el que conservemos estedon sobrenatural hasta el mismísimo final seconvierte en un asunto de .importancia vital. Ysi por una catástrofe que nosotros mismos bus-camos en la forma de pecado mortal, nos aban-dona, entonces es de suma urgencia que reco-

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bremos ese precioso don que nuestro pecado haperdido, la vida espiritual de la gracia santifi-cante que hemos extinguido en nuestra alma.

También es importante que aumentemos lagracia santificante en nuestra alma. Y «es» ca-paz de aumentar. Cuanto más purificada está unalma, mejor responde a la acción de Dios.Cuando disminuye, la gracia santificante tam-bién disminuye. y es el grado de gracia santifi-cante lo que determinará el grado de nuestra fe-licidad en el cielo. Dos hombres que miren labóveda de la Capilla Sixtina encontrarán am-bos un gozo completo a la vista de la obra dearte de Miguel Ángel, pero el hombre de mentecultivada experimentará mayor goce en elloque el otro, cuyo gusto artístico es inferior. Elhombre con poca sensibilidad artística quedarácompletamente satisfecho; no se dará cuenta deque está dejando de apreciar algo, pero cierta-mente es así. De forma similar, todos seremoscompletamente felices en el cielo. Pero el gradode nuestra felicidad dependerá de la agudezaespiritual de nuestra visión. Y esto, a su vez,dependerá del grado en que la gracia santifi-cante haya calado en nuestra alma.

Estas son, pues, nuestras tres necesidadespor 10 que respecta a la gracia santificante: pri-mero, que la preservemos permanentemente yhasta el [m; segundo, que la recobremos inme-

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diatamente si la hemos perdido por el pecadomortal; tercero,que tratemos de crecer en gra-cia santificante con un ansia que ve el cielocomo límite.

Ahora bien, ninguna. de estas tres cosas es fá-cil de hacer. De hecho, con nuestra inteligenciahumana y fortaleza corporal únicamente, nin-guna de estastr~~s es incluso posible.Como una víctim~-dé tm bombardeo, dandotumbos, ciega y debilitada, saliendo de lasrui-nas, así es como la naturaleza humana ha avan-zadopenosamente a través de los siglos desdela rebelión del pecado original, con el criteriopermanentemente desequilibrado y la voluntaddebilitada. Es tan difícil reconocer el peligro. atiempo; tan duro afrontar con honradez las co-

. ~sas buenas que han de hacerse; tan difícil apar-tar nuestra mirada del atractivo hipnótico delpecado.

He ahí por qué la gracia santificante, comoun rey rodeado por una corte de servidores, vaprecedida y acompañada de un equipo completode ayudas especiales de Dios. A estas ayudasespeciales las llamamos gracias actuales. Unagracia actuales un impulso momentáneo y pa-sajero,un brote de energía espiritual con el cualDios llama a nuestra alma, algo así como lamano del mecánico que toca una rueda en mo-vimiento para hacer que continúe moviéndose.

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La gracia actual puede actuar bien sobre lainteligencia o bien sobre la voluntad; normal-mente sobre ambas. Dios da la gracia actual in-variablemente por una de las tres razones men-cionadas anteriormente: Bien .para preparar elcamino para la primera infusión de gracia san ...tificante (o bien para devolverla cuando sepierde); para conservar la gracia santificante enel alma; y para aumentarla. La acción de la gra-cia actualpuede ser comprendida mejor si ima-ginamos sulaboren una persona que ha per-dido la-gracia santificante por el pecado mortal.

Primero, Dios ilumina la inteligencia del pe-cador de forma que pueda ver el mal que ha he...cho.Si el pecador acepta esta gracia admitiráinteriormente: «he ofendido a Dios grave-mente; he, cometido un pecado mortal». Puedeque el pecador, desde luego, rechaceestapri-mera gracia; puede decir: «lo que he hecho noera tan horriblemente malo; mucha gente hacecosas peores». Si realmente rechaza esta pri-mera gracia, probablemente no haya una se-gunda. En el curso normal de la providencia deDios, una gracia prepara otra. Este es elsignífi-cado de las palabras de Cristo cuando dice: «Aquien tiene se le.dará, y, tendrá en abundancia,pero a quien no tiene, aun aquello que le parecetener le será arrebatado» (Mateo 25, 29).

Pero suponiendo que el pecador haya acep-

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tado la primera, gracia, entonces sigue la se-gunda. Esta vez es un fortalecimiento de la vo-luntad que capacita al pecador para hacer unacto de contricción: «Dios mío, exclama inte-riormente, si muero así perderé el cielo e iré alinfierno, y.Te he tratado de forma indigna,en .compensación de todo lo que Tú me amas.¡DIOSmío, no lo haré de uevo!». Si el dolordel pecador es perfecto (brotando principal-~ente d~ .su amor hacia Dios), entonces la gra-CIasantificante le es devuelta inmediatamente~ su alma; inmediatamente Dios une su alma aEl-Siel dolor es.imperfecto, basado principal-mente en el temor a la justicia de Dios, enton-ces habrá otro impulso de gracia. Con su inteli-gencia más clara, el pecador dirá: «Deboconfesarme». Con su voluntad fortalecida, to-mará la resolución: «Iré a confesarme». Y en els~cram~n.todelaPenitencia se restaura la gra-CIasantificante en su alma. Este es un ejemploconcreto de cómo actúa la gracia actual.

Sin la ayuda de Dios no podernos ir al cielo.Esta ayuda es ni más ni menos la .gracia, Sin lagracia santificante no somos capaces de la vi-sión beatífica. Sin la gracia actual no somos ca-paces de recibir la gracia santificante (una vezq~e hemos llegado al uso de razón). Sin la gra-CIaac~al no somos capaces de permanecer porlargo tiempo en estado de gracia santificante.

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Sin la gracia actual no podemos recuperar lagracia santificante si la hubiésemos perdido.

En vista de la absoluta necesidad de la gra-cia, es confortante recordar otra verdad que asi-mismo es un artículo de fe, algo en lo que de-bemos creer. Es el hecho de que Dios da a cadaalma que crea, gracia suficiente para lograr elcielo. Nadie perderá en ningún caso el cielomás que por su propia culpa, por no saber utili-zar la gracia de Dios.·Porque,desde luego, es posible rechazar la

gracia. La gracia de Dios actúa en y a través dela voluntad humana. La gracia de Dios no des-truye nuestra voluntad de elección. Cierto esque la gracia hace la f!1ayor parte del trabajo,pero Dios nos pide nuestra colaboración.Cuando menos, nuestra tarea es no poner obs-táculos a la acción de la gracia en nuestra alma.

Bstamoshablando principalmente de graciasactuales, esos impulsos divinos que nos mue-ven a juzgar lo que es bueno y a hacer lo que esbueno. Quizá nos ayude un ejemplo a ilustrarla actuación de la gracia respecto a la libre vo-luntad.

Supongamos que hemos sufrido una largaenfermedad. Ahora estoy convaleciente, ytengo que aprender a andar de nuevo. Si intentoandar solo, me caeré de bruces. De forma queun buen amigo se compromete a ayudarme.

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Pone su brazo alrededor de mi cintura y yo meinclino pesadamente sobre su hombro. Me haceavanzar cuidadosamente sobre el suelo; ¡andode nuevo! Realmente,cuando ando, mi amigoestá haciendo la.mayor parte, pero hay algo quemi amigo no puede hacer por mí; no puede le-

v~tar mis pies. Si ni s.iquiera in~... t.opo...ne.r unpie delante del otro; si únicame te m dejo sos-tener, un peso muerto, colgand de . amigo,entonces la ayuda de mi amigo esínütíl. A pe-sarde él, no andaré.En casi idéntica forma podemos permitir que

la gracia de Dios quede sinefecto. Por nuestrapropia indiferencia --o aún peor; por nuestraresistencia efectiva-s- podemos frustrar laac-ción de la gracia de Dios en nuestra alma.Desde luego, si.El quiere. Dios puede darnostanta gracia que nuestra voluntad humana seamovida .sin.apenas esfuerzo por-nuestra parte.Esto es lo que los teólogos llaman gracia efi-caz, ..distinguiéndola de, la. gracia meramentesuficiente. La gracia eficaz realmente cumplesu propósito. No sólo es «suficiente» para nues-tras necesidades espirituales, sino que, además,es ·10 suficientemente fuerte como para vencerla debilidad u obstinación que pudiera inducir-nos a rechazar o a resistir a la gracia.

Cualquiera de nosotros, alguna vez, estoy se-guro, habrá tenido una experiencia como la si-

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guiente: Nos enfrentamos con una fuerte tenta-ción; quizá incluso sabemos por experienciaque esta tentación suele vencemos. Murmura-mos una débil oraci6npidiendo ayuda, inclusosin estar seguros en nuestra propia mente deque «queremos» ser ayudados. Y, de repente, latentación desaparece. Al pensar en ello des-pués, no podemosdecir con sinceridad que he-mos .«vencido» la tentación; más bien parececomo que se esfumó.

Asimismo hemos atravesado por la experien-cia de ejecutar una·acciónextraordinariamen~egenerosa para nosotros o que nos supone saen-ficio. Sentimos una sorpresa agradable. «Ver-daderamente, admitimos para nuestrosaden-tros, no acostumbro a hacer esas eosas.»

En.ambos casos, hemos contado con graciasque no eran sólo «suficientes», sino que real-mente fueron eficaces. Pero, en verdad, cuandohacemos el bien o nos abstenemos del mal.nues-tragracia ha sido eficaz; ha cumplido su fin.Yesto es cierto aun cuando seamos conscíentesdealgún esfuerzo por nuestra parte, aun cuando no- .temos que ha sido por medio de una lucha.

En verdad, creo que una de nuestras mayo-res sorpresas, elDía del Juicio, será descubrircuán poco hemos tenido que hacer por nuestrasalvación. Nos asombraremos al conocer cómonos ha rodeado y acompañado toda nuestra vida,

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.Yde qué forma tan continua y completa, la gra-cia de Dios. Durante esta vida ocasionalmentereconocemos la mano de Dios. Algunas vecespodemos decir, «seguro que la gracia de Dios es-taba conmigo», pero el Día del Juicio veremosque por cada gracia que hemos reconocido hahabido una infinidad de otras escondidas, quenos han pasado totalmente inadvertidas.

Nuestra sorpresa irá además mezclada con lavergüenza. Caminamos por la vida, la mayoríade nosotros, congratulándonos por nuestras pe-que~as vi.ctorias. Dijimos no a aquel vaso quehubiera SIdo demasiado; dejamos de salir conaquella persona que pudiera haber significadoun pecado para nosotros. Contuvimos nuestralengua cuando quisimos contestar de una formadesairada e hiriente, logramos despegarnos delas sábanas para oír misa un día de labor, cuan-do nuestro cuerpo clamaba en protestas.Y el Día del Juicio podremos mirarnos fran-

camente a nosotros mismos. Veremos el cuadrocompleto de la actuación de la gracia en nues-tra vida. Veremos qué poco hemos tenido quehacer en nuestras decisiones heroicas y ennuestros supuestos actos nobles. Casi podemosimaginarnos a Dios sonriéndonos complacien-te, de for!Daamorosa, mientras ve nuestra pena;cuando El nos oye exclamar llenos de confu-sión: «¡Dios mío! ¡Eras Tú siempre!».

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IV. FUENTES DE VIDA

Bien sabemos que existen dos fuentes de gra-cia divina: la oración y los sacramentos. Unavez recibida la gracia santificante por el bau-tismo, la gracia santificante aumenta en las al-mas por medio de la oración y de los otros seissacramentos. Si perdemos la gracia santificantepor el pecado mortal, la oración (que nos. dis-pone para el perdón) y el sacramento de la pe-nitencia nos la devuelven.

La oración se define como «una elevaciónde la mente y.el corazón hacia Dios». Pode-mos elevar nuestra mente y corazón a Dios uti-lizandopalabras. Podemos decir, «Dios mío,perdón por mis pecados», o «Dios mío, teamo», hablando a Dios de una forma comple-tamente natural,con nuestras propias pala-bras. O bien podemos alzar nuestra mente ycorazón a Dios mediante palabras que otros

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han escrito, intentando «decir» las palabrasque leemos.

Estas oraciones «preparadas» pueden sercompuestas por particulares (pero aprobadasoficialmente), y las encontramos en muchos li-bros de oraciones y devocionarios; pueden sertambién oraciones litúrgicas, las oraciones ofi-ciales de la Iglesia, del Cuerpo Místico deCristo. Tales son las oraciones de la Misa, delBreviario, y de diversas funciones religiosas.La mayoría de ellas, tales como los Salmos ylos Cánticos,han sido tomadas de la SagradaBiblia, de forma que son palabras inspiradaspor el mismo Dios.

Podemos, pues, orar ton nuestras propias pa-labras o con palabras de otros. Podemos utili-zar oraciones compuestas por particulares o li-túrgicas. Cualquiera que sea el origen denuestras palabras, mientras el uso de las pala-bras figure de forma preeminente en nuestraoración, ésta se denominaoraci6nvocal, Y 10es aun cuando no pronunciemos las palabras envoz alta, aun cuando digamos las palabras si-lenciosamente para nosotros mismos. No es eltono de voz sino el uso de palabras lo que de-termina una oración vocal. Es ésta una clase deoración que se utiliza universalmente, tanto porlas personas santas como por las no tan santas.

Pero existe una clase de oración más elevada

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que se llama oracián mental. En esta clase deoración, la mente y el corazón son los que tra-bajan, sin el uso de palabras. Casi todos hace-mos uso de la oración mental alguna vez, a me-nudo sin damos cuenta de ello. Si alguna vezhas mirado al crucifijo y has pensado para ticuánto debió sufrir Jesús por nosotros, cuán pe-queñas son tus propias tribulaciones, y has re-suelto ser más paciente después; has hecho unaoración mental. Si alguna vez (probablementedespués de la comunión) has recapacitado enlo bueno que Dios ~a sido contigo, en lo. pocoque has hecho por El, y has tomado la resolu-ción de ser más generoso con Dios en el futuro;has orado mentalmente.

Esta clase de oración mental, en la cual lamente se ocupa de alguna verdad divina -porejemplo: acerca, de alguna palabra o acción deCristo-, de lo cual resulta que el corazón(realmente la voluntad) crece en amor y fideli-dad hacia Dios: esta clase de oración se llamacomúnmente medltacián. Si bien es cierto quecasi todo católico practicante, al menos inter-mitentemente, practicará en cierta medida lameditación, conviene advertir que no habrá unaumento espiritual notable, amenos que se de-dique a la oración mental parte del tiempo con-sagrado a la oración. Por eso es por lo que laLey. de la Iglesia prescribe que cada sacerdote

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dedique algún tiempo diariamente a la oraciónmental. La mayoría de las Ordenes Religiosasprescribe a sus miembros una hora completa deoración mental diaria.

Para una persona corriente, una forma senci-lla y fructífera de meditación seríaleer un capí-tulo de los Evangelios cada día. Convendríaque se hiciese a una hora y en un lugar lejos deruidos y distracciones, a ser posible. A conti-nuación debería intentarse recordar mental-mente lo que se ha leído; dando tiempo a que lalectura se asimile, aplicándola a la propia vidaparticular, y orientándola hacia una resoluciónconcreta.

Además de la meditación existe otra formade oración mental-e- aún más elevada que aqué-lla=-, a la cual denominamos eontemplactán.Acostumbramos a pensar en los santos como«contemplativos». Estamos inclinados a pensarque la contemplación es algo que estáreser-vado a los conventos y a los monasterios. Enrealidad, la oración de contemplación es unaforma de la oración a la cual todo cristiano sin-cero debería aspirar. Es una forma de oración ala que normalmente conduciría nuestra oraciónde meditación, si meditásemos con regularidad.

Es difícil describir la oración de contempla-ción, porque no hay mucho que describir. Po-dríamos decir que es un tipo de oración en la

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cual la'mente y el corazón se elevan a Dios. Lamente y el corazón se elevan a Dios y quedanallí. La mente, al menos, permanece inactiva.El único movimiento que existe es el del cora-zón (o la voluntad)h.acia Dios. Si algún «tra-bajo» se ejecuta, se hace por Dios mismo, Po-demos actuar entonces con completa libertadsobre el corazón que se ha unido tan firme-mente a Él.

Antes de.que alguien diga, «¡Yo nunca po-dría contemplar!», permitid me preguntar: ¿Oshabéis arrodillado (o sentado) en una iglesiatranquila, después de la misa o al regresar acasa del trabajo; habéis permanecido allí porunos breves minutos sin pensar consciente-mente, quizás simplemente mirando al Taber-náculo, sinpensar, como anhelantes; y os ha-béis marchado. finalmente de la iglesia con unsentimiento, extraño.de fortaleza renovada, devalor. y de paz? Entonces os diré: habéis hechocontemplación, aunque no lo supieseis. Deforma que no hemos de decir que la contempla-ción está fuera de nuestroalcance, Es la clasede oración que Dios quiere que todos nosotrosintentemos; es la clase de oración a la que cual-quiera ..otra -vocal (privada o litúrgica) y me-ditación- debería conducimos. Es la clase deoración que más eficazmente contribuirá al cre-cimiento de la gracia.

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Esta maravillosa vida interior nuestra ---estaforma de participar de la propia vida de Diosa la que llamamos gracia santificante- seaumenta por medio de la oración. Se aumentaasimismo por medio de los sacramentos; los sa-cramentos que siguen después del bautismo. Lavida de un adolescente crece con cada alientoque toma,con cada onza de alimento que di-giere, con cada movimiento de sus músculosaún por desarrollar. De igual forma los otrosseis sacramentos constituyen, desde el co-mienzo de la vida, el primer acceso a la graciasantificante que otorga elbautismo.Eso es cierto incluso para el sacramento de

la penitencia. Acostumbramos a pensar en laconfesión como el sacramento del perdón. Pen-samos que este sacramento es el que nos de-vuelve la vida cuando la gracia santificanteseha perdido a causa de un pecado mortal. Peroel sacramento es una medicina que «edifica lavida» además de «restaurar la vida». Sería una:lamentable ignorancia suponer que el sacra-mento de la penitencia está reservado a perdo-nar los pecados mortales exclusivamente. Tieneotro fm secundario. Para el alma que está enes-tado de gracia santificante, la penitencia es unmedio de acrecentar la vida, tanto como lo es laSagrada Eucaristía. Por esto es por lo que quie-nes intentan algo más que una mediocridaden

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sus vidas espirituales gustan de recibir fre-cuentemente.el sacramento de la penitencia.

Sin embargo, el sacramento de la vida porexcelencia es la Sagrada Eucaristía. Éste, porencima de cualquier otro, enriquece e intensi-fica la vida de la gracia en nosotros. La mismaforma del sacramento nos lo dice. En la Sa-grada Eucaristía Dios viene a nosotros, no a tra-vés de una purificación con.agua, ni por la un-ción con el óleo, ni por la transmisión de fuerzapon la imposición de las manos, sino como elverdadero alimento y bebida de nuestras almas,bajo las,apariencias de pan y vino.-Este impulso ascendente de sed de vida que

llamamos gracia santificante es el resultado dela unión del alma con Dios, el resultado de queDios more eaelalma, No hay otro sacramentoque nos una tan directa e íntimamente con Dioscomo la Sagrada Eucaristía, bien pensemos enella como Misa o como Sagrada Comunión. Enla Misa nuestra alma se eleva hasta-la SantísimaTrinidad. Cuando nos unimos con Cristo en laMisa,Cristo une nuestro amor con su propioamor infinito hacia Dios, Nos transformamosen una parte,del don de Sí mismo queÉ] ofrece,en este calvario sin fin, a Dios Trinidad. Nostransporta, valga la metáfora, con Él mismo, ynos introduce en esa profundidad misteriosaque es la vida eterna del Dios Uno. En tal con-

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tacto directo con Dios, no es extraño que laMisa sea para nosotros una tan abundantefuente de vida, tal multiplicador de gracia san-tificante.

Pero el brote de vida no termina cuando nosacercamos a la divinidad en la consagración dela Misa. Ahora el curso se invierte. Cuando he-mos llegado hasta Dios con y a través de Cristo,Dios a su vez, en Cristo ya través de Cristo,baja a nosotros. En un misterio de-unión quedebe dejar absortos incluso a los ángeles, Diosviene a nosotros. Eneste caso Dios no utilizaagua ni óleo ni gesto ni palabracomo portadorde su gracia. Esta vez es Jesucristo, el propioHijo de' Dios, quien real y personalmente 'sepresenta bajo la forma de pan y eleva a límitesinsospechados 'la gracia santíñcante dentro denosotros.

La Misa en sí, aun-sin Sagrada Comunión,esuna fuente sin límites de gracia para cadamiembro del Cuerpo Místico de Cristo que estéespiritualmente vivo. Para cada uno de noso-tros individualmente, las gracias de la Misaaumentan en la medida en que nos unamosconsciente y activamente con Cristo en Su ofre-cimiento de Sí mismo. Cuando las circunstan-cias impiden recibir la Sagrada Comunión, unacomunión espiritual sincera y ferviente aumen-tará aún más la gracia que rec ibimos en la Misa.

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Cristo es indudablemente capaz de salvar esadistancia de la que no tenemos culpa.

Pero es evidente que cualquier católicoau ...ténticamente interesado en su propio creci-miento espiritual, querrá completar el ciclo degracia con la Sagrada Comunión. «Que cadaMisa sea una Misa de Comunión» debería serla meta de todos nosotros. Es una triste pérdidade gracia en cualquier Misa la de aquel que, pordesidia o indiferencia, deja de abrir su corazónal don que Dios ofrece de Sí mismo. Yes unerror muy próximo a la estupidezconsiderar laSagrada Comunión como un «deber» periódicoque ha de cumplirse una vez al mes o una vezal año.

Hay un punto digno de ser considerado aquírespecto a la 'fuerza de vida que dan la oracióny los sacramentos. Hemos hecho hincapié enque la gracia, en todas sus formas, es un don li-bre de Dios. Bien sea el comienzo de la santi-dad con el Bautismo o el crecimiento en santi-dad a través de la oración o de otro sacramento:todo eso es acción de Dios. No importa que yoejecute actos heroicos; sin la gracia de Dios, nopodría salvarme. .

Sin embargo, no he de pensar en la oración yen los sacramentos como fórmulas mágicas queme salvarán y me santificarán a pesar de mímismo. Si así pienso, seré culpable de ese «for-

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malismo» religioso del que a menudo somosacusados los católicos ..El formalismo religiosose da cuando una persona cree que, con adoptarciertos movimientos, pronunciar ciertas oracio-nes y tomar parte en ciertas ceremonias, esbuena ..La acusación contra los católicos en general

es decididamente injusta, pero tal cargo afectarealmente a cualquier católico cuya vida espiri-tual se limitase a recitar automáticamente y sinpensar ciertas oraciones prefabricadas -sinelevar sumente y sucorazón hacia Dios=-; yarecibir los sacramentos por la fuerza de la cos-tumbre o el sentido del deber; sin un conscientedeseo de una unión más íntima con Dios. En re-sumen, Dios puede penetrar en un alma única-mente. hasta donde uno mismo le permite.

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.V. ¿QUÉ ES MÉRITO?

Leí una vez en el periódico que un hombrehabía construido una casa para su familia. Hizocasi todo el trabajo por sí solo y gastó todos susahorros en los materiales, Cuando hubo termi-nado la casa, después de muchos meses de tra-bajo, se dio cuenta, horrorizado.jíe que la ha-bía construido ttn un solar que pertenecía a otro.El propietario del solar tomó posesión de lacasa con toda tranquilidad mientras que el quela construyó no tuvo otro remedio que lamen-tar el tiempo y el dinero perdidos.

Por digna de lástima que sea la pérdidadeese pobre hombre, no es nada comparada conla del hombre o mujer que vive sin gracia san-tificante. No importan los actos nobles o gran-diosos que tal persona pueda realizar; ni unasola de sus acciones tiene valor alguno a losojos de Dios. Bien sea porque no recibió el bau-

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tismo o por un pecado mortal posterior, el almaque está de tal forma apartada de Dios vive susdías en vano. Sus penas y dolores, sus sacrifi-cios y sus bondades carecen de valor eterno, to-das ellas son inútiles por lo que a Dios respecta.No hay mérito en nada de lo que hace. Así,pues, ¿qué es mérito?

El mérito ha sido definido como esa propie--dad que posee una buena acción para hacer a suejecutor acreedor a una recompensa. Cual-quiera de nosotros coincidirá en que, general-mente hablando, el efectuar una buena acciónrequiere un esfuerzo. Bien sea Socorrer al po-bre o consolar al enfermo, o prestar ayuda alprójimo, es fácil comprobar que hay un pe-queño sacrificio en ello. Es fácil vetque talesacciones tienen un valor, que puede justificar,al menos en potencia, una recompensa. Pero nopueden pretender una recompensa de Dios siDios no ha tenido parte en la ejecución de taleshechos. No puede pretenderse una recompensade Dios si no existe comunicación entre Dios yel ejecutante. Por muy intensamente que unobrero pueda trabajar, no podrá exigir una com-pensación por su trabajo si se ha descuidado encomprobar si su nombre estaba en la nómina.

Por esta razón, sólo el alma que está en es-tadode gracia santificante puede ganar méritoscon sus acciones. En realidad, «estar» en estado

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de gracia santificante es lo que «da» valoreterno a una acción. Las acciones humanas,mientras son puramente humanas, no tienensignificado sobrenatural alguno. Solamentecuando estas acciones son el trabajo de Diosmismo tienen un valor divino. Y nuestrasac-ciones «son», en cierto modo, las acciones deDios mismo, presente en el alma, cuando elalma vive la vida sobrenatural que llamamosgracia santificante.

Tan cierto es esto, que la más pequeña denuestras acciones tiene un valor sobrenaturalcuando se ejecuta en unión con Dios. Cualquiercosa que Dios haga, aun cuando lo haga a tra-vés de nosotros como sus instrumentos libres ycon plena voluntad, tiene un valor divino. Porello, aun la máS pequeña de nuestras acciones,a condición de que sea una buena acción mo-ralmente hablando, tiene mérito siempre ycuando tengamos la intención, al menos habi-tual, de hacerlo todo por Dios.

No sorprende a nadie que ayudar al necesi-tado, practicar penitencia o dar dinero para lasmisiones, son acciones meritorias cuando seejecutan en estado de gracia santificante. Peromuchos se sorprenderán al saber que sacudiruna alfombra, cortarse el pelo o limpiar de ma-leza el jardín, son acciones meritorias también,cuando las ejecuta alguien que vive en un nivel

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sobrenatural, en el estado de gracia santifi-cante. Cualquier acción libre y consciente queno sea pecaminosa, es una buena acción moral,sin que tenga importancia si es vulgar o sin pre-tensiones. Por tanto, cualquier cosa que haga-mos libremente que no sea pecaminosa, y quehagamos en gracia santificante, es una fuentede méritos, a condición de que exista, al menos,una intención en potencia de hacer todo poramor a Dios..Ya que mérito es «aquella propiedad de una

buena acción que capacita al ejecutante para re-cibir una recompensa», lógicamente habremosde preguntar, ¿cuál será nuestra recompensa?Nuestras buenas acciones merecerán 'tres re-compensas: un aumento de gracia santificante,la vida eterna y un aumento de gloria en los cie-los. Por lo que respecta a la. segunda fase deesta recompensa -vida eterna- es interesantenotar lo siguiente: Para el que no tiene uso derazón y ha sido bautizado, el cielo es una he-rencia que le pertenece por ser hijo adoptivo deDios, incorporado a Cristo; pero para el cris-tiano adulto, el cielo puede ser una recompensaademás de una herencia, una recompensa quepodemos ganar porque Dios la ha prometido aaquellos que Le sirvan.

Por lo que respecta a la tercera recompensa-aumento de gloria celestial-e- podemos apre-

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ciar que proviene de la primera. El grado denuestra gloria en los cielos estará en proporciónal grado de nuestra unión con Dios, en conside-ración a la intensidad con que la gracia santifi-cante se ha impreso en nuestra alma ..A medidaque la gracia aumenta, nuestra futura gloria enlos cielos aumenta también.

Sin embargo, para conseguir la vida eterna yel aumento de gloria para los que hemos hechoméritos; debemos, desde luego, morir en graciasantificante. El pecado mortal borra todo mé-rito, de igual forma que la quiebra de un bancopuede llevarse todos los ahorros de una vida. Yno existe el mérito después de lamuerte, Nopodemos ganar méritos ni en el infierno ni enel purgatorio, ni aun en el cielo. Solamente enesta vida, que es el período de prueba, el tiempopara ganar méritos.

Consuela, sin embargo, saber que los méri-tos que se han perdido por el pecado mortal serecuperan tan pronto como el alma.se vuelve denuevo a Dios en un acto de contricción perfectao en el sacramento de la Penitencia. Los méri-tos reviven en el momento en que la gracia san-tificante retoma al alma. El pecador arrepen-tido, en otras palabras, no tiene que comenzarde nuevo; el tesoro primitivo de sus méritos nose ha perdido por completo.Para ti y para mí, ¿qué significa vivir en es-

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tado de gracia santificante, vulgarmente ha-blando? Para responder a esta pregunta, supon-gamos que dos hombres trabajan juntos en elmismo despacho (o en una fábrica, almacén ogranja). Para un observador corriente, los doshombres se parecen mucho. Ambos hacen lamisma clase de trabajo, los dósestán casados,y tienen familia; y ambos llevan. una vida quepodríamos calificar de «respetable». Sin em-bargo; uno de los dos es lo que .podríamos de-nominar un «laicista». No practica ninguna re-ligión, y apenas si dedica algún pensamiento aDios. Su filosofía consiste en que depende deél construir su propia felicidad, conseguir todolo que pretende en la vida. «Si no logras algo túmismo, dirá, nadie 10 hará por ti».

No es un hombre «malo». Al contrario, esadmirable en muchos aspectos. Trabaja comoun toro, porque pretende mejorar de posición yporque quiere dar a su familia todo 10 mejor.Está-realmente pendiente de su familia, orgu-llosode su bella esposa, que es tan singular ycapaz ayuda, y orgulloso de sus hijos, a los queve como una continuación de sí mismo. «Sonla única inmortalidad que pretendo», dice a susamigos. Es un individuo amistoso, agradablesegún la opinión de los que le conocen, razona-blemente generoso y activo en la vida pública.Su industriosidad, franqueza, honestidad y

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buen criterio no están basados en principios re-ligiosos. «Es como debe de ser», dirá. «A mímismo me 10debo, como un ser humano civili-zado que soy».

He ahí, pues, el retrato de un hombre bueno«natural». "Iodos nosotros nos hemosencon-trado con uno alguna vez. Exteriormente al me-nos.-ha togradoavergonzar a más de un cris-tiano practicante. y, sin embargo, sabemos quele falta la más importante de todas las cosas. Noestá haciendo lo que corresponde hacer, no estácomportándose como debe en cuanto ser hu-rneno.mientras desconozca la razón por laquefue creado; Amar a Dios y demostrarlo ha-ciendo' la voluntad de Dios, yhacerlopor amora Él. Precisamente porque es tan bueno en to-das las pequeñas cosas nuestra lástima es ma-yor, nuestras oraciones por él más angustiosas.

Ahora volvamos nuestra atención al otrohombre, que trabaja en la mesa, en la máquinao en el mostrador de aliado. Este segundo pa-rece casi el mellizo idéntico del primero: En fa-milia, hogar, trabajo ypersonalidad. Pero existeuna diferencia incalculable que un observadorcasual no captará fácilmente. La diferencia es-triba, en primer lugar, en la «intención». Lavida del segundo no está basada en una filoso-fía de «decencia común» o «me lo debo a mímismo». Al menos no «principalmente». Los

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amores y estímulos humanos y naturales que élcomparte con toda la humanidad los ha trans-formado por un amor más elevado y unafánmás noble: El amor de Dios, y el deseo de ha-cer la voluntad de Dios.

Su esposa no es simplemente su compai!erade chimenea; también lo es ante el altar. El yella son socios de Dios, ayudándose el uno alotro hacia la santidad, cooperando con Dios enla creación de nuevos seres humanos destina-dos a la vida eterna. El amor por sus hijos.no esuna mera continuación de. sí mismo; los consi-deracomo .algoque. Dios le ha encomendadosolemnemente; se considera as} mismo.comoun guardián que algún día habrá de responderde aquellas almas. Su amor por ellos y por suesposa es parte de su amor por Dios. Su trabajono es únicamente una oportunidad para prospe-rar y para conseguir unos medios materiales. Esparte de su responsabilidad paterna, el mediode cubrir las necesidades materiales de su fa-milla, una parte del patrón, .del plan que para éltrazó Dios. Realiza su trabajo lo mejor quepuede porque comprende que él es un instru-mento en las manos de Dios destinado a reali-zar la tarea creadora de Dios en el mundo. ParaDios, sólo basta lo mejor. Y de esta forma pa-san sus días. Su natural afabilidad está imbuidapor el espíritu de caridad. Su generosidad es.ab-

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solutamente perfecta. Su buen juicio participade la compasión de Cristo. No es que esté siem-pre pensando en estas cosas; ni que transcurrael día consciente de su rectitud. Pero él co-mienza su día dirigiéndolo hacia la meta de-seada, hacia Dios y no hacía sí mismo. «Diosmío, dice, te ofrezco todos mis pensamientos,palabras, acciones y sufrimientos de este día ...»Probablemente ha iniciado su jornada de la me-jor forma posible comenzando por oír misa.

Pero hay algo más, necesario para hacer deeste individuo un verdadero hombre «sobrena-tural». Su recta intención es necesaria, perosola no es suficiente. Sus días no solamente hande estar orientados hacia Dios, sino que han deser vividos en unión con Dios si han de tener

. .?

un valor eterno. En otras palabras, ha de viviren estado de gracia santificante.

En Cristo, incluso su acción más insignifi-cante tenía un valor infinito, porque su natura-leza humana estaba unida a su naturaleza di-vina. Lo que Jesús hacía lo hacía Dios. Ocurrealgo parecido con nosotros (y solamente pare-cido). Cuando estamos en gracia santificanteno «poseemos» la naturaleza divina, pero parti-cipamos de la propia naturaleza de Dios, com-partimos en cierto modo la propia vida de Dios.y como consecuencia, cualquier cosa que ha-gamos -excepto el pecado- lo está haciendo

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Dios en y a través de nosotros. Dios confiereun valor eterno a todo lo que hacemos. Inclusonuestras tareas, tales como ayudar a un niño asonarse la nariz o desatrancar la pila, merecenun aumento de gracia santificante y un gradomás elevado de gloria en el cielo, si nuestravida está centrada en Dios. Esto es lo que su-pone vivir en gracia santificante. Esto es lo querepresenta ser un hombre sobrenatural.

• .,a'

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VI. ¿QUÉ ES VIRTUD?

¿Eres una persona virtuosa? Probablementela modestia te impulsaría a contestar: «Buel1.p"no precisamente». Sin embargo, si has .sÍdobautizado y estás en estado de gracia santifi-cante, posees las tres mayores virtudes: las vir-tudesdivinas de lafe, la esperanza y la caridad.Si cometieses un pecado mortal, perderías lavirtud de la caridad (o amor a Dios), pero, aúnasí, conservarías las virtudes de la fe y la espe-ranza.

Antes de continuar, quizá deberíamos recor-dar lo que significa la palabra «virtud». En re-ligión, la virtud se define como «un hábito opredisposición continua que induce a una per-sona a, hacer el bien y a evitar el mal». Porejemplo, si tienes la costumbre de decir siem-pre la verdad, entonces es que posees la virtudde la veracidad. Si tienes por costumbre ser es-

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trictamente honrado en lo que respecta a los de-rechos de los demás, entonces posees la virtudde la justicia. .

Si adquirimos una virtud por nuestras pro-pias fuerzas, desarrollando conscientementeuna determinada costumbre buena, entoncesdenominamos a tal virtud, virtud natural. Su-pongamos que decidimos desarrollar la virtudde la veracidad. Cuidamos nuestro lenguaje, es-forzándonos en no decir nada que sepamos seaparte de la verdad. Al comienzo quizás encon-tremos que no es difícil.especialmentecuando4íiIit'.'.la verdad no nos causa inconvenientes ortí~tias. Una costumbre, sin embargo (buenao mala), se fortalece mediante sucesivas repetí-ciones. Poco a poco encontramos más fácil de-cir la verdad, incluso cuando los resultados sondolorosos o desagradables'. Decir la"verdadllega á: ser en nosotros casi una segunda natura-leza; va «contra nosotros mismos» decir unamentira. Y en este punto, definitivamente, he-mos adquirido la virtud de la veracidad. Por ha-berla logrado por nuestros propios medios, lallamamos virtud «natural».

Sin embargo, Dios puede inculcar directa-mente una virtud en nuestra alma sin que re-quiera ningún esfuerzo de nuestra parte. Me-diante su poder Omnipotente, Dios puedeconferir a un alma el poder y la inclinación para

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realizar ciertos actos que son sobrenatural-mente buenos. Una virtud de esta índole, unacostumbre conferida al alma directamente porDios, es denominada" virtud sobrenatural. En-tre las virtudes sobrenaturales están las tresprincipales, que llamamos teologales: fe, espe-ranza y caridad. Se las llama teologales (o divi-nas) porque se refieren directamente a Dios. Esen Dios en quien creemos, en quien esperamos,es a Dios a quien amamos.

Estas tres virtudes son infundidas en nuestraalma 'con la gracia santificante en el sacramentodel bautismo. Incluso el recién bautizado poseeestas tres virtudes, si bien es incapaz.de ejerci-tarlas hasta que llega al uso de razón. Una vezque recibimos estas tres virtudes, no.es fácilperderlas. La vfrtud de .la caridad, la capacidady posibilidad de' amar a Dios con un amor so-brenatural, únicamente la perdemos si delibe-radamente nos apartamos de Dios por el pecadomortal. Cuando la gracia santificante se separade nosotros,también la caridad se aparta.

Pero aunque se haya apartado la caridad, lafe y la esperanza quedan aún. Únicamente per-demosla virtud de la esperanza por un pecadocontra.laesperanza, un 'pecado de desespera-ción, por el cual no confiamos ya en la bondady misericordia de Dios. La esperanza podríatambién' perderse, desde luego, si la fe se per-

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diera. Ciertamente que no confiaremos en unDios en el cual no creemos. Y la fe misma seperderá únicarnente por un pecado grave y di-recto contra la fe, rehusando creer lo que Diosha revelado.

Además de las tres virtudes que llamamosteologales o divinas, hay otras cuatro virtudessobrenaturales que se conceden en el bautismojuntamente con la gracia santificante, Debido aque estas virtudes no se refieren directamente aDios, sino que más bien se relacionan con nues-tra actitud hacia personas y cosas referentes aDios, son llamadas virtudes morales. Aparte dela fe, la esperanza y la caridad, todas las demásvirtudes son virtudes morales.Las cuatro de lasque hablamos, las cuatro virtudes morales so-brenaturales que. se infunden en el alma con lagracia santificante, son: la prudencia, la justi-cia, la fortaleza y la templanza.

Estas cuatro virtudes tienen un nombre espe-cial; se las denomina las cuatro virtudes cardi-nales. La palabra cardinal viene del latín cardo,que significa quicio. Prudencia, justicia, forta-leza y templanza, se denominan virtudes cardi-nales porque son las virtudes «quicio», las viro:tudes clave de las .que dependen todas lasdemás virtudes morales. Si un hombre es ver-daderamente prudente, justo, espiritualmentefuerte y atemperado, entonces poseerá todas las

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demás virtudes morales. Podríamos decir queestas cuatro contienen la semilla de todas lasdemás virtudes. Por ejemplo, la virtud de la re-ligión, que nos dispone para ofrecer a Dios laadoración que Le es debida, brota de la virtudcardinal de la justicia. La religión es la más altade todas las virtudes morales.

Esinteresante observar dos. diferencias no-tables entre las virtudes naturales y las sobre-naturales. Una virtud natural, por la misma ra-zón que se ha adquirido mediante una prácticacontinuada y una repetida autodisciplina, hacefácil para nosotros el realizar un acto de tal vir-tud particular. Llegamos hasta un punto, porejemplo, en que es más agradable ser verazque no serlo. De otro lado, una virtud sobrena-tural, por ser irífundida directamente y no ad-quirida mediante acciones repetidas, no haceque la práctica de la virtud nos resulte senci-lla. Puedo imaginarme a Una persona que po-seyendo la virtud de la fe en.grado elevado,podría ser tentada por dudas sobre la fe du-rante toda su vida.

Otra diferencia entre virtud natural y virtudsobrenatural es la forma en que cada una au-menta. Una virtud natural, tal como la pacien-cia adquirida, se incrementa mediante una prác-tica repetida y perseverante. Sin embargo, unavirtud sobrenatural únicamente recibe un incre-

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mento de Dios, un incremento que Dios daen proporción a la bondad moral de nuestrasacciones.En otras palabras, lo que aumente lagracia santificante también aumentará las vir-tudes infusas. Crecemos en virtud a medidaque crecemos en gracia.

¿Qué queremos expresar exactamente cuandodecimos '«creo en Dios», «espero en Dios»,«amo a Dios»? En nuestra conversación diariaprobablemente utilizamos ciertas palabrascon alguna ligereza; es conveniente que decuando encuando recapacitemos sobre el sig-nificado original y estricto de las palabras queusamos.

La fe es un buen ejemplo con el queempe-zar. De las tres virtudes divinas que se nos in-funden en el alma al bautizarnos, la fe es la másfundamental. Es evidente que no podemosesperar en, ni amar a un Dios en el que nocreamos,

La fe divina se defme como «la virtud por lacual creemos ftrmemente todas las verdades queDios ha revelado, por la palabra de Dios que re-vela, que no puede ni engañarse ni engañarnos».Hay dos frases clave en esta defmición:«Cree-mos firmemente» y «palabra de Dios». Mere-cen que las examinemos con atención. "

Creer significa aceptar como verdadero. Cree-mos algo cuando damos nuestro asenso defini-

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, tivo e indiscutible. Podemos ver cuán ligera-mente usamos esta palabra cuando decimos,«creo que lloverá mañana», o bien, «creo queéste es el mejor verano que hemos tenido». Enambos casos expresamos simplemente una opi-nión; «admitimos» que puede llover mañana;«tenemos la impresión» de. que es el veranomás agradable que hemos pasado. Esto es algoque debemostener en cuenta: una opinión noes realmente una creencia. Fe significa certi-dumbre.

Pero no toda certidumbre es fe. No diré queyo creo algo si es algo que' puedo ver y com-prender claramente. No diré que creo que dos.ydos son cuatro. «Sé» que dos y dos son cuatro.Es algo que puedo comprender y probar a mientera satisfacéión, Un conocimiento de estaíndole, relativoa hechos que puedo percibir ypalpar, se denomina «ciencia» más bien quecreencia.

Creencia, pues -o fe-, es aceptar algocomo verdadero «basándonos en el criteriode alguien». Nunca he estado personalmenteen China, pero muchas personas que han es-tado allí me aseguran que existe un país lla-mado China. Como tengo confianza en esaspersonas, creo que China existe. De formaanáloga, poco sé sobre la ciencia de la físicay nada en 'absoluto sobre energía nuclear. Sin

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embargo, a pesar de que nunca he visto unátomo, creo que el átomo puede ser desinte-grado, porque confío en la competencia delos hombres que dicen que puede hacerse yque se ha hecho.Esta clase de conocimiento es el conoci-

miento de la fe. Hechos aceptados en el criteriode otros en los cuales tenemos confianza.Puesto que hay tantas cosas en la vida que noentendemos, y tan poco tiempo para investigartales cosas nosotros mismos, podemos com-prender que la mayor parte de nuestro conoci-miento se basa en la fe. Si no tuviésemos con-fianza en nuestros semejantes, la vida noexperimentaría ningún avance. Si el hombreque dice: «Yo solamente creo en lo que veo», o«No creo nada más que aquello que yo puedoentender», verdaderamente piensa así, enton-ces es seguro que pocas cosas logrará en¡ lavida.La clase de fe de la que hemos venido ha-

blando -la aceptación de una verdad por laaseveración de otro ser humano- se denominafe humana. El adjetivo «humana» la distinguede esa otra fe que acepta una verdad porqueviene de Dios. Cuando nuestra inteligenciaacepta una verdad simplemente porque Dios hadicho que así es, nuestra fe se llama fe divina.Es obvio que la fe divina es un conocimiento

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mucho más cierto que la fe humana. Si bien noes probable, es, sin embargo, posible que todacapacidad perceptiva humana pueda ser objetode error sobre algún hecho --como, por ejem-plo' todos los estudiosos en un tiempo enseña-ban que el mundo era plano-. También es po-sible, aunque no sea probable, que todos lostestigos humanos sean embaucadores. PeroDios no puede engañarse. No puede engañartampoco. Él es la Verdad infinita y la Sabiduríainfinita. Respecto a las verdades que Dios 'nosha revelado, no puede haber ni la más remotasombra de duda. Por ello, la fe verdadera essiempre una fe firme. El especular con dudassobre la verdad de fe conscientemente.espo-ner en tela de juicio o la Sabiduría infinita deDios o su infinita Verdad. Pensar «¿Hay en rea-lidad tres Personas en Dios?», o bien, «¿Estarárealmente Jesús presente en la Sagrada Euca-ristía?», es dudar de la credibilidad de Dios ynegar su autoridad. En verdad, es como recha-zar la fe divina.

Por la misma razón, la verdadera fe ha de ser«completa». Sería absurdo suponer que pode-mos elegir y. escoger entre las verdades queDios nos ha revelado a nuestro gusto; decir,«Creo que existe un cielo, pero no que existaun infierno»; o bien, «Creo en el Bautismo,pero no en la Confesión» --es decir, en reali-

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dad, «Dios puede estar equivocado»--. La con-efusión lógica es, pues, ¿por qué hemos decreer a Dios en absoluto?

La fe de la que hemos venidohabland6 es fe«sobrenatural», el acto de feque brota de la vir-tud infusa de la.fe divina. Es completamenteposible tener una' fe puramente «natural» enDios y en muchas de sus verdades. Tal fe seríael resultado de la evidencia de la naturaleza,que es una prueba del infinito poder y sabidu-ría del Ser Supremo. Tal fe podría ser el resul-tado, de aceptar el testimonio de innumerablesseres sabios y grandes, o de' la presencia de laProvidencia divina en la propia vida de uno, Lafe «natural» de esta índole es una preparación ala genuinamente sobrenatural queserá infun-dida, juntamente con la gracia santificanteenla pila bautismal. Pero solamente-esta fe sobre-natural, esta virtud dela fe divina que nos esc?ncedida en el Bautismo, es la que nos capa-cita para creer firmemente y por completo en«todas» las verdades, aun en las más inefablesy misteriosas, que Dios ha revelado. A quienesh~mos llegado al uso de razón no nos sería po-sible salvarnos sin tal fe. La «virtud» de la fepor sí sola salvará auna criatura bautizada, perocuando se tiene uso de razón es necesario ade-más que medie un «acto» de fe.

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VII. ESPERANZA Y AMOR

.: Es doctrina de nuestra fe cristiana que Diosdaa cadaalma gracia suficiente parasalvarse,Corno. consecuencia de esta enseñanza de .laIglesia de Cristo, la virtud divina de la espe-ranza qu.e fue infundida en nuestra alma en elB,a"t~Snt0.se allID,entay crece en el.transcursode los años, ' ., ,. ,$e,4efinelae'~peranza corno la «virtud por~; cualconfiamos firmemente que Dios, que esTodcpoderoso y fiel a sus promesas,' nos daráen. su Bondad Ia felicidad eterna y los mediospara obtenerla». En otras palabras, que nadiepierde el cielo más que por su propia culpa. Porlo que respecta. a Dios, nuestra salvación es se-gura. Es únicamente .nuestra parte =-nuestracooperación o no cooperación con la gracia deDios-e- Ia que no es segura.,Es esta confianza que tenemos en la bondad,

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en el poder y en la fidelidad de Dios la que en-dulza y hace soportable las dificultades de lavida. Si la práctica de la virtud requiere algu-nas veces autodisciplina y renuncias, quizá in-cluso la inmolación del martirio, encontramosla fuerza necesaria y el valor en la seguridad denuestra victoria final.

La virtud de la esperanza se infunde en elalma con el Sacramento del Bautismo, junta-mente con la gracia santificante. Incluso unacriatura, una vez bautizada, tiene la virtud de laesperanza. Pero no se debe dejar que la virtudquede adormecida. Al llegar' al uso de razón, lavirtud debe encontrar una forma de expresiónen el «acto» de la esperanza. Ésta es la convic-ción interna y la expresión consciente de laconfianza en Dios y la seguridad en sus pro~-sas. El acto de esperanza debería estar presentede forma preeminente en nuestras oracionesdiarias. Es una clase de oración particulannentegrata a Dios, ya que expresa al mismo tiemponuestro reconocimiento de completa dependen •.cia de Dios y nuestra confianza absoluta en 'suamor hacia nosotros.

Es evidente que el acto de esperanza es im-prescindiblepara alcanzar nuestra salvación. Siabrigáramos dudas respecto a la fidelidad deDios en cumplir sus promesas, o a la eficaciade su gracia para vencer nuestras debilidades

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humanas, blasfemaríamos contra Dios. Ni tam-poco podríamos defendemos contra los rigoresde la tentación, ni practicar actos de caridadcompletamente desprendida; vivir, en suma,una verdadera. vida cristiana, si no tuviéramosseguridad, confianza, en el resultado final.¡Qué pocos denosotms tendríamos la fortalezasuficiente para perseverar en el bien si única-mente tuviéramos una probabilidad entre unmillón de ir al cielo!

Se comprende, además, que nuestra espe-ranza ha de ser «firme». Una esperanza débilempequeñece a Dios, bien su infinito Poder osu infinita Bondad. Esto no quiere decir que notengamos un temor absoluto a perder nuestraalma. Pero tal temor debería producirse por fal-ta de confianza en nosotros mismos, no porfalta de confianza en Dios; Si incluso Luciferpudo rechazar la gracia, nosotros tenemos tam-bién.paes, en nosotros mismos la capacidad defracasar, pero el fracaso no será de Dios. Úni-camente un estúpido podría decir al arrepen-tirse de un pecado, «¡Dios mío, me avergüenzotanto de ser tandébil!», Un ser con esperanzadiría, «¡Dios mío, me avergüenzo tanto de olvi-darme que soy tan débil!». Podría definirse unsanto como aquella persona que tiene una des-confianza absoluta en su propia fortaleza, y lamás completa confianza en Dios.

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Conviene tener presente también que, en elfondo, la esperanza cristianase relaciona conotros además de con nosotros mismos. Diosquiere la salvación, no ya de mí, 'sino de todoslos hombres. Por ello, nunca deberíamos can-sarnos de orar por los pecadores y por los pa-ganos, en particular por •aquellos que más cercade nosotros estén por. la sangre o por la amis-tad .Los teólogos católicos enseñan que Diosnunca retira completamente su .gracia, ni si-quiera de -Ios pecadores. másempedernidos.Cuando la Biblia habla de Dios endureciendosu corazón contra un pecador (por ejemplo, elFaraón que retuvo a Moisés), es sólo una formapoética de describir la propia reacción del pe-cador. Es el.pecador el que endurece su propiocorazón resistiendo a la gracia de,Dios.y si alguien para nosotros muy querido

muere, aparentemente. sin arrepentirse en el úl-timo momento, no debemos tampoco perderlaesperanza y «condolernos como aquellos queno tienenesperanza». Nunca podremos saberhasta que nuevamente nos reunamos en el cielolos impulsos de gracia que Dios puede haberlanzado sobre esa alma indómita en la última:fracciónde segundo de vida, gracia que quizáshemos ganado nosotros mismos con nuestrasesperanzadas oraciones.

Aunque la confianza en la providencia. de

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Dios no es exactamente lo mismo que la virtuddivina de la esperanza, sin embargo, está 10 su-ficientemente vinculada a la esperanza comopara que merezca nuestra atención en estemo-mento. La confianza ~n la providencia de Diossignifica simplemente que creemos que Diosnos ama a cada uno de nosotros-con un amorinfinito, un amor tan directo y personal como sifuésemos la única alma sobre la superficie dela tierra. A esa fe se une nuestra creencia en queDios sólo quiere nuestro bien -que ensuinfi-nitasabiduría sabe lo que más nos conviene-e-y que en su poder infinito puede proporcionar-nos lo que más nos conviene.

Sobre esa base sólida del amor de Dios y suatención y sabiduría y poder, estamos seguros.No caemos en'un arrebato de negra desespera-ción cuando lascosas «van mal», Cuando nues-tros planes se contrarían, nuestras aspiracionesse derrumban 'y el fracaso parece acechamos acada paso, sabemos que en ciertomodo Diosestá actuando para que todo ello Se conviertaen nuestro propio bien. Ni siquierael temor alos mayores males podrá derrumbarnos, porquesabemos queincluso los mismos males que loshombres prodigan, los transformará Dios parasus propios designios.

Esta misma confianza en la providencia deDios viene en nuestra ayuda cuando nos acosa

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la tentación (¿y quién no ha sido tentado algunaque otra vez?) de que somos más inteligentesque Dios; que sabemos mejor que El, en esascircunstancias, lo que más nos conviene.«Puede que sea pecado, pero no podemos per-mitirnos tener otro hijo». «Quizás no sea abso-lutamente honrado, pero tengo que conservar minegocio». «Ya sé que parece indigno, pero lapolítica es la política». Precisamente cuando ex-cusas de esta índole son pronunciadas por nues-tros labios, es cuando las vencemos con nuestraconfianza en la providencia de Dios. «Parececomo si hacer el bien me fuese a proporcionarsolamente disgustos, decimos, pero Dios co-noce las circunstancias. Él es más inteligenteque yo. Y Él se preocupa de mí. Seguiré a sulado».La única de las tres virtudes divinas que que-

dará con nosotros por siempre es la virtud de lacaridad. En los cielos, la fe cederá ante el cono-cimiento; no habrá precisión de «creer» en elDios que vemos realmente. También desapare-cerá la esperanza, puesto que poseeremos la fe-licidad que hemos esperado. Pero la caridad nodesaparecerá. Por el contrario, sólo en eseéxta-sis supremo, cuando veamos a Dios cara a cara,la virtud de la caridad que nos fue infundida enel alma con el Bautismo alcanzará el máximode su capacidad. Será entonces cuando nuestro

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amor hacia Dios, tan mudo y débil en esta vida,se encenderá como una bomba que explota. Alencontramos unidos con el Dios infmitamenteamable, el único que puede llenar la capacidadde amar del corazón Rumano, nuestra caridadpodrá expresarse a SÍ misma en un acto de amor.

La caridad divina, la virtud que se infundeen nuestra alma en el bautismo, juntamente conla fe y la esperanza, se defme, «la virtud por lacual amamos a Dios sobre todas las cosas porsí mismo, y a nuestro prójimo como a nosotrosmismos por amor a Dios». Se la llama la Reinade la virtudes. Otras virtudes, tanto moralescomo divinas, nos llevan «hacia» Dios, pero esla caridad la que nos une «a» Dios. Dondeexiste caridad «deben» estar las otras virtudes.«¡Ama a Dios'y haz lo que quieras!» ...;.....dijounode los santos=v'Es evidente que si verdadera-mente amamos a Dios, únicamente nos agra-dará hacerlo que a Él le agrada.

Una persona podría tener un amor natural aDios. Al contemplar la bondad de Dios y su mi-sericordia y.sus interminables actos para nuestrobien, podríamos ser movidos a amarle de igualforma que amamos a otra persona digna de seramada. En realidad, quien no ha tenido la opor-tunidad de ser bautizado (o quien, estando en pe-cado mottal, no tiene ocasión de confesarse) nopodría salvar su alma a menos que hiciese un

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acto de perfecto amor de Dios. Eso quiere decirun amor sin egoísmo, amar a Dios simplementeporque es tan infmitamente digno de ser amado,amar a Dios solamente por Dios mismo. Aup enun acto de amor como éste necesitaríamos laayuda de Dios en forma de gracia actual, peroseguiría siendo un amor «natural».Únicamente en virtud de que Dios habite en

el alma, con la vida sobrenatural que llamamosgracia santificante acompañándola, somos ca-paces de un acto sobrenatural de amor de Dios.Así, pues, la razón de que nuestro amor sea unamor sobrenatural es. porque «es realmenteDios mismo quien se ama a sí mismo a travésde nosotros». Para ilustrar esto podríamos utili-zar el ejemplo de un hijo quecompra un regalode cumpleaños para su padre, utilizando. (conel permiso. del padre) el propio dinerodelpa-dre paracomprarlo. Oel de un niño que escribeuna carta a su madre, y ésta va guiando su inex-perta mano. De, igual forma, merced a la.vidadivina que radica.dentro de nosotros, sOInOSca-paces de amar a Diosadecuadamente, guar-dadas las proporciones, con un amor digno deDios. Con un amorque es, además, agradable aDios, a pesar delhecho de que es Dios el que,en cierto modo, ama.Es esta misma virtud de la caridad (que

acompaña siempre a la gracia santificante) la

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que hace posible que amemos a nuestro. pró-jimo con un amor sobrenatural, Amamos anuestro prójimo, no. con un amor meramentenatural porque es una persona agradable, por-que congenia con nosotros, porque nos lleva-mos bien, porque en cierto modo nos sentimosatraídos hacia él. Mediante lavirtud divina dela caridad nos hacemos un vehículo.nm instru-mento por medio del cual Dios, a través de no-sotros, puede amar a nuestro prójimo. Nuestraactuación se reduce simplemente a prestarnos aDios nosotros mismos, a no poner obstáculosen el camino del amor de Dios. Nuestra misiónes tener buena voluntad hacia nuestro prójimo.en virtud de nuestro propio amor aDios, porquesabemos que es lo que Dios quiere. «Nuestroprójimo»; además, es todo aquel que ha sido.creado por Dios, Los ángeles y los santos en elcielo. (sencillo), y las almas del purgatorio (tam-bién fácil), y todos los seres humanos vivientes,«incluso nuestros enemigos» (¡vaya!).

En este punto es donde tocamos el verdaderocorazón del Cristianismo. Aquí es donde nosencontrarnos con la cruz. Ahora es cuando pro-bamos o dejarnos de probar la realidad de nues-tro.amor a Dios. Es fácil amar a nuestra familiay amigos. No es difícil amar «a todo.el mundo»de una forma vaga y general, pero desear elbien (y orar por, y estar prestos a ayudar a aquel

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prójimo que está en la mesa de al·lado y que nosquitó la novia, o a aquella mujer de la acera deenfrente que propaló falsos testimonios de ti, oa aquel pariente que con malas artes se llevó eldinero de la tía Luisa, o a ese criminal del pe-riódico que raptó y mató a un niño de seis años,ciertamente, es difícil perdonarles; más difícilaún amarles. De hecho, «no podríamos ha-cerlo» hablando naturalmente. Pero con la vir-tud divina de la caridad podemos; en realidad«debemos» hacerlo, pues de otra forma nuestroamor a Dioses vano.

Recordemos, sin embargo, que el amor so-brenatural bien hacia Dios o bien hacia nuestroprójimo, no es necesariamente un amor «emo-cional», El amor sobrenatural reside primaria-mente en la «voluntad», no en las emociones.Podremos tener un amor muy profundo porDios, probado por nuestra fidelidad a Él, sinque «sintamos» realmente ese amor. Amar aDios significa simplemente que estemos dis-puestos a renunciar a cualquier cosa antes queofenderle por el pecado mortal.De esta suertepodemos sentir un amor sobrenatural genuinohacia nuestro prójimo, aun cuando en un nivelnatural sintamos una fuerte repulsión hacia él.¿Le perdonaré por amor a Dios, el mal que meha hecho? ¿Rezaré por él en la esperanza de queconseguirá la gracia que le es necesaria para

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salvar su alma? ¿Estoy presto a ayudarle si ne-cesitase mi ayuda, a pesar de mi propia repug-nancia innata? Entonces es que siento un amorsobrenatural hacia mi prójimo. La virtud divinade la caridad está actuando dentro de mí. Puedoejecutar un acto de amor (acto que debería eje-cutar con frecuencia), sin hipocresía ni vana-mente.

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VIII. MARAVILLAS DENTRODENOSOTROS

Un joven a quien acababan de bautizar, dijo:«sabe usted, padre, acerca de todas esas cosasmaravillosas que me ocurrirían cuando me bau-tizase .... No me parece apreciar ninguna deellas. Me siento aliviado al saber que todos mispecados mehansido perdonados, y felizial pen-sar Que soy ung criatura de Dios yun mieqlbrodt:1CuerpoMíStico·de Jesús, pero por lo qperespectaa que Dios mareen mi almaya la gra-cia. santificante y a las virtudes de la fe, espe-ranza y caridad, y a los dones del EspírituSanto, bueno, ciertamente no "siento" ningunode ellos».y desde luego, no «sentimos» ninguno de

ellos, 'al menos no con frecuencia. La terribletransformación que tiene lugar en nosotros enel bautismo no se aprecia en nuestro cuerpo, ennuestro cerebro o en nuestro sistema nervioso

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o en nuestras emociones. Tiene lugar en.lo másrecóndito de nuestro ser, en nuestra alma. Estámás allá del alcance del análisis intelectual ode las reacciones emotivas. ¡Pero si por un mi-lagro especial, pudiéramos conseguir unos len-tes que nos permitiesen ver nuestra alma comoes realmente en el estado de gracia santificante,adornada con todos sus dones sobrenaturales!Estoy seguro de que entonces caminaríamoscomo en un estado de embriaguez y de maravi-lla perpetua de la grandeza y esplendidez conque Dios nos ha equipado para enfrentamoscon esta vida y para preparamos para la vidaeterna.

Incluidos en el rico adorno que acompaña ala gracia santificante están los siete dones delEspírituSanto, Estos dones -sabiduría, enten-dimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad ytemor de Dios- son cualidades infundidas enel alma que hacen que ésta responda a los mo-vimientos de la gracia y facilitan la práctica dela virtud. Hacen que el alma esté alerta a la si-lenciosa voz interior de Dios, dócil a su mano,que nos guía suavemente. Podríamos decir quelos dones del Espíritu Santo constituyen el «lu-bricante» del alma, así como la gracia es lafuerza del alma.

Vamos a hablar de cada uno de ellos indivi-dualmente, El primero' es el don de la sabidu-

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ría. La sabiduría nos da un sentido exacto de laproporción, de forma que podamos estimar lascosas de Dios; valoramos la bondad y la virtuden su verdadero significado y vemos los bie-nes del mundo como el punto de partida haciala santidad, no como fines en sí mismos. Elhombre que deja su partida de bolos para asis-tir a la misión parroquial está siendo guiadopor el don de la sabiduría, se dé cuenta de elloono.

A continuación viene el don de entendi-miento. Este don nos da una percepción espiri-tual que nos permite entender las verdades dela fe de acuerdo con nuestras necesidades. Unsacerdote preferiría exponer una cuestión doc-trinal a una persona que está en 'estado de graciasantificante qúe a otra que no lo esté. El primerode ellos, poseyendo el don de entendimiento,comprenderá la cuestión mucho más rápida-mente.

El tercer don, el consejo, agudiza nuestro jui-cio. Con su ayuda percibimos, y elegimos, elcurso de nuestras acciones, que serán más dig-nas y conducirán a la honra de Dios ya nuestropropio bien espiritual. Quien toma una decisiónimportante en estado de pecado mortal, da unpaso peligroso, bien sea una decisión respectoa la vocación, trabajo, problema familiar ocualquiera de las elecciones conque constante-

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mente nos hemos de enfrentar. Sin-el don delconsejo, el juicio humano es demasiado falible.

El don de la fortaleza casi se explica por sísolo. Una vida buena ha de ser en cierto modouna vida heroica. Siempre está escondido eseheroísmo 'que necesitamos para, vencer al. indi-vidualismo. Algunas veces se requiere un he-roísmo aún mayor, cuando el ejecutar; la volun-tad de,Dios significa correrel.riesgo.deperderamigos o dinero o salud. Y está además el be-roíSOlO máximo de los mártires, cuando la vidamisma se sacrifica por amor a Dios. Dios nofortalece nuestra debilidad humana con su donde la fortaleza sin ningún. fin.

El don de ciencia nos da,el «saber cómo»es,.pírítual. Nos predispone para reconocer. bajo elimpulso de la gracia de Dios, aquello que DQSayudará o nos perjudicará espiritualmente. Estáíntimamente relacionado con el don de consejo.El consejo nos ayuda a «elegir» lo que nos con-viene y arechazarJo que nos puede hacer daño.Pero antes de que podamos elegir debemos«conocer», Por ejemplo; mediante. el .don deciencia yo podría reconocer que demasiada lec-tura vulgar estropea mi gusto por las cosas es-pirituales. En esecaso.el don del consejo po-dría guiarme a dejar de comprar esos libros, yme inspirarla para comenzar a .leer regular-mentelibros espirituales.

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El don de piedad fácilmente puede enten-derse en forma errónea por cualquiera que, creaque la. piedad es algo así corno manos unidas,ojos bajos y oraciones largas. La palabra pie-dad encierra en su significación original la acti-tud de un niño hacia sus padres: una mezcla deamor, confianza y reverencia. Cuando de formahabitual, manifestamos •esta actitud hacia nues-tro Padre, Dios, estamos practicando la virtudde la piedad. Es este don el que nos impulsa apracticarla «virtud», a mantener esta actitud deintimidad. infantil con Dios.

Finalmente, tenemos el don de temor deDios. Este. don contrapesa el de piedad. Es de-seablequemiremos a Dios con ojos en los quehay amor y' confianza y reverencia. Pero igual .•mente es. deseable que nunca olvidemos queDios,es nuestro JJ1ez,todojusticia~alquealgúndía tendremos que tespondet;de4as,gracias quenos ha dado. Al recordar esto, tendremos uncompleto temor de ofenderle con el pecado,

La sabiduría, el entendimiento .•el consejo, lafortaleza,' la ciencia, la piedad' yel temor .deDios. Estos son los «lubricantes», losauxilia-res de las gracias, predisposiciones a la santi-dad que se.nos infunden juntamente con la gra-cia santificanteen el sacramento del Bautismo.

En todos los catecismos que he visto seda lalista de los «doce frutos delEspíritu Santo»:

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caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bon-dad, longanimidad, mansedumbre, fe, modes-tia, continencia y castidad. Pero por lo que hepodido observar, rara vez se hace apenas unamención pasajera de los doce frutos en las cla-ses de instrucción religiosa. Y es más raro aúnoír hablar de ellos en sermones.

Es triste que así sea. Si un profesor de botá-nica se propusiera explicar Un manzano en suclase, desde luego describiría el tronco y la raíz,y explicaría cómo el sol y la humedad hacenque el árbol crezca. Pero no soñaría siquiera enterminar su explicación con una aseveraciónbrusca en el sentido de que «en este árbol cre-cen manzanas». La descripción de la fruta delárbol se consideraría una parte importante en laenseñanza. De igual forma, sería ilógico hablarsobre la gracia santificante y las virtudes y losdones queacompañan a la graciasantificantesin hacer más que una mención casual de los«resultados». Los frutos del Espíritu Santo soneso precisamente: los frutos exteriores de lavida interior, el producto exterior del Espírituque mora interiormente.

Podríamos decir, acudiendo a otra figura me-tafórica, que los doce frutos son los brochazosesenciales que delinean el retrato de un hombreverdaderamente cristiano --o mujer-. Segu-ramente el proceder más sencillo sería ver qué

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tal es el cuadro. ¿Qué clase de persona es la quevive habitualmente en estado de gracia santifi-cante y que intenta de forma perseverante su-bordinar su yo a la acción de la gracia?

En primer lugar, es una persona desprendida.Ve a Cristo en su vecino y es considerado y ser-vicial con los demás, aun a costa de inconvenien-tes y dificultades. para él mismo. Eso es caridad.

Además es alegre y agradable. Parece irra-diar un resplandor interior que se hace sentir encualquier grupo del que forma parte. Cuando élestá cerca parece como si el sol brillase un pocomás. La gente sonríe con más naturalidad, ha-bla mejor. Esto es gozo.

Es. tranquilo y reposado. Los psicólogos lellamarían bien «equilibrado». Sus cejas podránestar arqueadas "por el pensamiento o por la re-·flexión, pero rara vez por las preocupaciones.Es un tipo de persona firme, segura, un hombremaravilloso a quien acudir en una necesidad.Esto es paz.

No es fácil de exaltar, ni pronto en enfadarse,ni rencoroso por insignificancias. Cuando lascosas no le van bien no se contraría, ni cuandosus prójimos son estúpidos. Puede fallar porseis veces consecutivas y,sin embargo, comen-zar la séptima sin rechinar los dientes ni mal-decir su mala suerte. Esto es paciencia.

Es una persona amable. Los demás vienen a

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él con sus disgustos y preoc1lpaciones, y.en-cuentran en él una atención sincera; se van sin-tiéndose aliviados después de haber habladocon él. Se interesa por las alegrías y por los pro-blemas de los demás; es atento en particularcon los niños y ancianos, con los infelices Y losdesgraciados. Esto es benignidad.

Se solidariza con firmeza con lo que es justo,incluso si eso significa permanecer solo; No seconsidera el único capaz de tener un juicio acer-tado; no juzga a otros; es lento en criticar y aúnmás en condenar; es comprensivo para con laignorancia y la debilidad de otros. Pero él nuncacomprometerá un principio básico, no contem-porizará con el mal. En su propia vida religiosaél es invariablemente generoso con Dios, nuncabusca el camino más fácil. Esto es bondad.

No, se queja de dolor, ni de las contrarieda-des, ni en .la..enfermedad, ni en la tristeza; Laconmiseración es desconocida para él. Ele-vará sus ojos llenos de lágrimas al cielo enoración pero nunca en rebelión. Esto es lon-ganimidad.

Es complaciente, una persona tranquila. Seinteresa por cualquier tarea que se le presenta,pero sin ninguna agresividad. No busca domi-nar a los demás. Razonará persuasivamente,pero nunca peleará. Eso es mansedumbre.

Está orgulloso de ser un miembro del Cuerpo

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Místico de Cristo. No intenta atragantar a nadiecon su religión, y tampoco se pasa el día ha-ciendo la apología de 10 que cree ..No trata deocultar su religión en público; está presto a de-fender la verdad cuando se la ataca en su pre-sencia; su religión es lo más importante en lavida para él. Esto es fe.

Su amor a Jesucristo le hace temblar ante elpensamiento de ser aliado del demonio, anteel pensamiento de ser ocasión de que otro pe-que. En su vestir, porte y palabra, hay una de-cencia que fortalece más que debilita la virtudde otros. Esto es modestia.

Es una persona reposada, con las pasionesfirmemente contenidas por la razón y la gracia.No se eleva a las nubes un día y baja a los abis-mos el siguiente. Bien esté comiendo o be-biendo, bien esté trabajando o descansando,muestra un admirable control en todo 10 quehace. Esto es continencia.

Tiene una gran reverencia por el poder deprocreación que Dios le ha dado, una santa ad-miración a que Dios haya compartido su podercreador con la humanidad. Considera el sexocomo algo precioso y sagrado, un vínculo deunión que sólo ha de ser usado en el ámbito ma-trimonial y para el fin establecido por Dios;nunca como cosa vana, como una fuente de auto-satisfacción. Esto es castidad.

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y ahí tenemos el perfil del hombre cristiano:caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad,bon-dad, longanimidad, mansedumbre, fe, modes-tia, continencia y castidad.

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IX. LAS VIRTUDES MORALES

«La gracia obra sobre la naturaleza». Es ésteun axioma de la vida espiritual. Significa sim-plemente que cuando Dios nos da su gracia, nocomienza por exterminar nuestra naturaleza hu-mana y después colocar la gracia en su lugar.Dios «añade» s.u gracia a 10 que ya SOmOS. Elefecto de la gracia y el uso quede ella hagamosestarán condicionados en gran parte a nuestraactividad -. física, mental o emocional-. Lagracia no podrá convertir en un genio a unhombre de ánimo infantil; ni tampoco endere-zará a un cheposo; normalmente, tampoco lagracia cambiará a un neurótico en una personabien equilibrada.

Por tanto, es nuestra responsabilidad el tratarde quitar obstáculos a la actuación de la gracia;intentar facilitar todo 10 posible los efectos de lagracia. No hablamos ahora de tales obstáculos

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morales como el pecado o él egoísmo; su oposi-ción a la gracia es evidente. Hablamos, másbien, de lo que pudiéramos llamar obstáculosnaturales; obstáculos tales como la ignorancia oun temperamento defectuoso o unos hábitos ma-los, indeseables. Ciertamente, si nuestra activi-dad intelectual está reducida a los periódicos yrevistas populares, ésta es un obstáculo a la gra-cia. También lo será si nuestra agresividad nosconduce a una irritabilidad demasiado pronta.Nuestros hábitos de descuido y falta de puntua-lidad también 19 son siofenden a la caridad.por-que molestan a otros. Las anteriores considera-cionesson particularmente pertinentes cuandointentamos examinar las virtudes morales. '

Las virtudes' morales se distinguen de las vir-tudes teologalesen que aquellas nos disponenpara llevar una vida buena desde el punto devista moral, ayudándonos a: tratar a las perso-nas y a las cosas de forma adecuada es decir, ,según la voluntad de Dios. Poseemos estas vir-tudes en su forma sobrenatural cuando estamosen estado de gracia santifican te. Es decir, lagracia santificante nos proporciona' una ciertapredisposición para la práctica de estas virtu-des, junto a un merito sobrenatural cuando laspracticamos. Esta ,predisposición es algo asícomo el estado de alerta de un niño, a ciertaedad, para aprender a leer y a escribir. El niño

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todavía tiene que adquirir la técnica de la lec-tura y la escritura por la práctica, pero mientrastanto, el organismo está listo, la potencia estáallí.

Cuanto, antecede será más sencillo de enten-der si examinamos individualmente algunas delas virtudes morales. Las cuatro principales sa-bemosque son las llamadas virtudescardína-les: prudencia, justicia, fortaleza ,ytemplaaza,La prudencia es el poder de formular juiciosexactos. Una persona que sea temperamen-talmente impulsiva, propensa a ejecutar accio-nes impensadas y temerariamente, ya emitirjuicios ligeros, tendrá que trabajar por desha-cerse. de .estos obstáculos antes. de,que-la virtuddela prudencia pueda actuar sobre él conefica-cia. De igual forma es obvio qll~,.ea cualquiercircunstancia particular, el propio conocimien-to. y experiencia facilitarán elejercicio de laprudencia. Un niño tiene la virtud de:la pmden-cia en estado potencial.ipero.en-asumos de lacompetencia delos adultos, no podría esperarseque un.niño pronunciase juicios prudentes fal-tándole el conocimiento y la experiencia.

La segunda virtud cardinal es la justicia, queperfecciona nuestra voluntad _(de Igual formaque la prudencia perfecciona nuestra inteligen-cia) y tutela los derechos de nuestro prójimo:su derecho ala vida ya la libertad.a la santi-

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dad del hogar, a su buen nombre y honor, y asus bienes materiales. El primer obstáculo quenos viene a la imaginación, por lo que a la jus-ticia se refiere, es el prejuicio. El prejuicioniega a un hombre sus derechos por su color,raza, nacionalidad o religión. Otro obstáculopudiera ser una tacañería innata, un defectotemperamental que posiblemente sea el resul-tado de una niñez necesitada. Sería nuestro de-ber intentar derrumbar tales barreras si quere-mos que ·la virtud de la justicia actúe en toda sucapacidad dentro de nosotros.

La tercera virtud cardinal, la fortaleza, nospredispone para hacer lo que es bueno a pesarde cualquier dificultad. La perfección de la for-taleza es el ejemplo que nos dan los mártires,que han aceptado la muerte antes que pecar. Po-cos de nosotros seremos llamados a tal gradode fortaleza. Pero la virtud nunca podrá actuar,aun en la más pequeña llamada hecha a nuestrovalor, a menos que salvemos las barreras. Mu-ros como un exagerado deseo de ser aceptado,de pertenecer, de ser «uno más» de la mayoría.Barreras como un temor incomprensible a laopinión pública (que llamamos nosotros res-peto humano): el temor a ser criticados o a sermenospreciados, o lo peor de todo, a ser ridicu-lizados.

La cuarta de las virtudes cardinales es la tem-

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planza, que nos predispone a controlar nuestrosdeseos y particularmente a utilizar de formaadecuada las cosas que atraen nuestros senti-dos. La templanza es particularmente necesariapara moderar el uso de la comida y la bebida, ypara regular el gozo sexual en el estado matri-monial. La virtud de la templanza no reduciráuna adicción al alcohol. Para algunos la únicatemplanza verdadera será la abstención, deigual forma que la única templanza verdaderaen materia sexual para los célibes es la absten-ción. La templanza no elimina, sino que «re-gula» el deseo. En este caso, el quitar obstácu-los consiste principalmente en evitar lascircunstancias que excitarían nuestro deseo, elcual, en conciencia, no podría ser complacido..Existen otrss virtudes morales 'además de las

cuatro cardinales. Haremos mención aquí deunas cuantas solamente, y cada uno de noso-tros" si somos ·10 suficientemente honrados, po-dremos descubrir nuestros propios obstáculos.Tenemos la piedad filial (y por extensión, el pa-triotismo), que nos predispone a honrar, amar yrespetar a nuestros padres y a nuestra patria. Te-nemos la obediencia, que nos dispone para ha-cer la voluntad de nuestros superiores comouna manifestación de la voluntad de Dios. Te-nemos la veracidad, liberalidad, paciencia, hu-mildad,castidad y otras más. Pero, en conjunto,

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si somos prudentes, justos, valerosos y templa-dos, .las:otras virtudes seguirán, 'indefectible-mente, como un niño detrás de su padre y sumadre.

Así, pues, ¿significa esto tener un «espíritucristiano»? No es ésta una definición fácil dedar. Desde luego, quiere decir.poseer el espíritude Cristo. Lo que a 'su vez significa mirar almundo como Cristo ·10 ve; comportamos antelas circunstancias de la -vida de IaformaqueCristo lo haría. El verdadero espíritu cristianoen ninguna parte está mejor resumido que enlas ocho bienaventuranzas, con las-cuales co-menzó Jesús su incomparablemente hermosoSermón de .la.Meeteña.:A este propósito, el 'Sermón de laMomaña

es.un pasaje. de la Biblia que,todos, debeeíamosleer -decuandoen cuando en toda su extensíén.Está 'contenido en los capítulos 5, 6..y 7:.delEvangeliQde San Mateo, y esel.resumen de lasenseñanzas de-Nuestro. Salvador.

Pero volviendo a las .hieaaventuranzas. Sunombre proviene de la palabra latina.beatus,que significa bienaventurado, la palabra con -laque cada una de ellas.eemíenza. «Bienaventu-rados los pobres de espirita; nos dice Cristo,porque de ellos es:el reino de 108 eielos.» Éstaes la primera de las ocho bienaventuranzas, ynos recuerda que'el cielo es,para •.los humildes.

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Pobre de espíritu es aquel que nunca olvida quetodo lo que esy todo lo que tiene proviene deDios. Bien sea talento, salud o posesiones, in-cluso si es 'una criatura de su propia carne, notienen nada en sentido absoluto, que propia-mente puedan llamar suyo. A causa de esta po-breza de.espíritu, esta propensión .~dev?lver aDios cualquiera de sus dones que El quiera to-mar, su adversidad misma cuando ésta llegue esuna llamada de Dios por gracia y mérito. Es unaprenda de que el Dios aquien ellos consideranpor encima de todas las demás cosas, será enverdad su recompensa eterna. Repite con Job:«Dios me lo dio ,y Dios melo ha arrebatado;ibendito-sea el nombre del Señor!» (l, 2~)..Jesús hacehmcapié en este punto repitiendo

el mismo perrsamierito en la segunda y tercerabienaventuranza. «Bienaventurados los man-sos; dice el Señor, porque ellos poseerán latie-rra».'«La tierra» a lIf que. ¡Jesús',se refiere es,sencillamente, una imagen poética del cielo. Yasí -loes en todas las bienaventursnzast el cieloes la recompensa prometida, en un lenguaje fi-gurado, en cada una de ellas. Los «mansos» delos que hablaJesús enla'segundabienaventu;.ranza no son esos caracteres: sin decisión que elmundodenominaria apocados. Los realmentehumildes o mansos soncualquier cosa menosincapaces. Se necesita una gran fuerza interior

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para aceptar las contrariedades, desgracias yaun el desastre, y mantener la mente elevada,sin perder la confianza en Dios.

«Bienaventurados los que lloran, continúaJesús en la tercera bienaventuranza, porqueellos serán consolados». Como en la primera yen la segunda, nos impresiona la infmita com-pasión de Cristo hacia los pobres, los desafor-tunados, los que lloran y los que sufren. Estos,los que consideran su dolor como participaciónen el castigo de la humanidad pecadora, y loaceptan sin protestas, en unión con, la cruz deCristo, estos son los que ocupan el primer lugaren la mente y en el corazón de Jesús. Son losque dicen con San Pablo: «Creo que los sufri-mientos del presente no son dignos de compa-rarse con la gloria que vendrá y que nos será re-velada» (Romanos, 8, 18)..

Pero, si bien hemos de llevar nuestras pro ..pías cargas con valor y esperanzados, no debe-ríamos aprobar complacientes las injusticiasque se hacen a otros. Por muy prontos que sea-mos en posponer nuestra propia felicidad mate-rial, estamos obligados, por otra parte, por unadivina paradoja, a intentar .la felicidad de losdemás. La injusticia no solamente destruye lafelicidad temporal del que la soporta; pone enpeligro, además, su felicidad eterna. Esto escierto, bien se trate de una injusticia económica

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que oprime al pobre (el emigrante sin recursos,el trabajador agrícola, el que vive en cuevas, enuna ciudad); o bien sea la injusticia racial quedegrada a nuestro hermano (y, ¿qué es lo quepiensas acerca de los negros y la segregación?),o una injusticia moral que estorba la actuaciónde la gracia (¿te molestan las revistas delkiosko de tu barrio?). Debemos tener celo porla justicia, bien se trate de la justicia de un tratojusto para nuestro hermano o la más elevadahacia Dios, que es la ausencia del pecado, tantoen nosotros mismos como en el prójimo. Éstasson algunas de las consecuencias de la cuartabienaventuranza: «Bienaventurados los que tie-nen hambre y sed de justicia, porque ellos se-rán saciados». Satisfechos en el cielo, peronunca aquí. ~

«Bienaventurados los misericordiosos, por-que ellos alcanzarán misericordia.» Es tan difi-cil perdonar a quienes nos han herido; tan difi-cil ser paciente con los débiles y los ignorantesy los malhumorados. Pero la esencia misma delespíritu cristiano está en ello. No puede haberperdón para quien no quiere perdonar.

«Bienaventurados los limpios de corazón,porque ellos verán a Dios.» La sexta bienaven-turanza no se refiere primariamente, como mu-chos creen, a la castidad. Se refiere a la falta deegoísmo. Considerar todo, en primer lugar,

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desde el punto de vista de Dios, más bien quedesde el mío propio. Quiere decir igualdad defmes: Dios primero, sin engaño o compromiso.

«Bienaventurados los pacíficos, porque ellosserán llamados hijos de Dios.» Cuando oigo aJesucristo decir esto, debo preguntarme a mímismo'si soy un centro de paz y armonía en mipropio hogar, una isla de buena voluntad enmi vecindad, un allanador de discordias en ellugar donde trabajo. Es uncamino seguro haciael cielo.

«Bienaventurados los que sufren persecu-ciónpor la'justicia, porque de ellos es el reinode los cielos.» y con esta octava bienaventu-ranza, bajamos nuestra cabeza avergonzadosrecordando los pequeños inconvenientes quenos proporciona nuestra propia religión, y pen-sando en (y rezando por) las almas torturadasde nuestros hermanos que viven donde no haylibertad religiosa.

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x. EL ESPÍRITU SANTOYLAIGLESIA

Suando un sacerdote está. instruyendo a unposible converso, le explica muy pronto, en elcurso, de la instrucción, el significado del amorperfecto a Dios. Le explica lo que significa. ha-c~r un acto perfecto de contricción. No hayra-~on para que, teniendo que esperar varios me-ses antes de recibir el sacramento del bautismoel converso tenga' que vivir esas semanas o me-se.s en pe~ado. Un acto de amor perfecto deDIOS,que incluye un deseo de ser bautizado lelimpiará el alma antes de que realmente recibael Bautismo.

El futuro converso se alegra de saberlo,desde luego, y estoy seguro de haber derra-mado el agua del bautismo sobre la cabeza demuchos adultos que ya estaban en estado degracia santificante. Ya habían hecho actos deperfecto amor de Dios; habían recibido ya el

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bautismo de deseo. Y, sin embargo, en cada unode estos casos el converso ha expresado su tran-quilidad y gozo al recibir verdaderamente el sa-cramento del bautismo. Porque hasta ese pre-ciso momento, no podía estar «seguro» de quesus pecados se habían borrado. Por muy inten-samente que intentara hacer un acto de perfectoamor, nunca podía estar seguro de haberlo lo-grado. Pero cuando el agua salvadora hubo res-balado sobre su cabeza, entonces supo con cer-teza que Dios había venido a él.

San Pablo nos dice, desde luego, que ni elmejor de nosotros podrá estar completamenteseguro de que se halla en estado de gracia santi-ficante. Pero la certeza moral es todo lo que pe-dimos; esa clase de certeza que tenemos cuandohemos sido bautizados o (en el sacramento de lapenitencia) absueltos. La tranquilidad, la conso-ladora confianza que tal certeza trae consigo,señala una de las razones por las que Jesucristoha establecido una Iglesia visible. Las graciasque Él consiguió para nosotros en el Calvario,podían haber llegado a cada alma individual di-recta e invisiblemente, sin necesidad de cere-monias o signos externos. Sin embargo, reco-nociendo nuestra necesidad humana de unaseguridad visible, Jesús eligió el canal para susgracias a través de símbolos visibles. Instituyólos sacramentos para que supiéramos cuándo y

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qué gracia recibíamos. Unos sacramentos visi-bles necesitaban un intermediario visible en elmundo que fuese el guardián y el distribuidorde los sacramentos, y ese agente visible es laIglesia que Jesús estableció.

La necesidad de una Iglesia no se limita, na-turalmente, a una necesidad de un guardián delos sacramentos. No podía esperarse que nadie«quisiera» los sacramentos a menos que «co-nociese» lo que eran. No podía esperarse quenadie «creyese» en Cristo a menos que «su-piese» quién era Cristo. A no ser que la vidacompleta de Cristo -y su muerte- fueran envano, tenía que haber una voz viviente en elmundo que proclamase las enseñanzas deCristo a través de los siglos. Tendría que seruna voz audible, tendría que ser un locutor vi-sible que todos .los hombres de buena voluntadpudieran reconocer. como alguien que tuvieseautoridad. De esta forma Jesús fundó su Igle-sia, no meramente para santificar a la humani-dad por medio de los sacramentos, sino para,en primer lugar, enseñar a la humanidad lasverdades que Jesús enseñó, las verdades nece-sarias para la salvación e . Un momento de refle-xión nos hará comprender el hecho de que siJesús no hubiera fundado una Iglesia, inclusoel nombre de Jesucristo nos sería extraño a no-sotros hoy.

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Pero no es suficiente para nosotros tener lagracia disponible en los sacramentos visiblesde la Iglesia visible. No es suficiente que seproclame ante nosotros la verdad por la vozviva de la Iglesia. Necesitamos saber lo que he-mos de hacer porDios; necesitamos un guia,del que nos sintamos seguros, que nos indiqueel camino que debemos seguir de conformidadcon la verdad que conocemos y las gracias querecibimos. De igual forma que no seria útil paranosotros aquí en los Estados Unidos tener unaConstitución, a menos que tengamos un 00-biernoque interprete y dé fuerza a la Constitu-ción mediante las leyes apropiadas. Así elcuerpo de la revelación" debe ser interpretadopor leyes pertinentes. De qué formase convierteuno en miembro de la Iglesia y cómo uno per-manece como tal miembro de la .Iglesia, quepuede recibir este sacramento o aquél, y cuándoy cómo: son tales preguntas las que responde laIglesia cuando promulga sus leyes; cuando cum-ple, en nombre de Jesucristo, su tercer deber:«gobemar», además de enseñar y santificar.

Sabemos que la Iglesia se define como «Lacongregación de todas las personas bautizadas,unidas en la misma verdadera fe.iel mismo sa-crificio, los mismos sacramentos, bajo la auto-ridad del Soberano Pontífice y de los Obisposen comunión con él». Una persona ingresa en

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la Iglesia recibiendo el sacramento del Bau-tismo. Y permanece como talmiembro de laIglesia mientras tanto no se aparte de ella porel Cisma (negar o desafiar la autoridad delPapa) o por la herejía (negar una o más de lasverdades de fe proclamadas por la Iglesia), opor la excomunión (ser expulsado por algún pe-cado grave y del que no ha habido arrepenti-miento). Pero incluso tales personas, habiendosidoválídamente bautizadas, son todavía esen-cialmente miembros de la Iglesia y están obli-gadasa observar sus leyes a menos que esténespecíficamente exentas.

Habiendo llegado aquí, nos damos cuenta deque hemos estado mirando a la Iglesia desdefuera únicamente. De igual forma que un hom-bre es algo ntás que. su cuerpo físico visible,también la IgI~~iaes infinitamente más que unaorganización visible y externa. Es el alma de unhombre lo que le hace un ser humano. Yes elalma de la Iglesia lo que la hace un organismovivo al mismo tiempo que una organización.De idéntica forma que la habitación de las tresdivinas Personas da al alma esa vida sobrena-tural que nosotros denominamos gracia santifi-cante, la habitación de la Santísima Trinidaddentro de la Iglesia la dota de una vida inextin-guible, una vitalidad eterna. Ya que la obra dela salvación (que es la actuación del Amor di-

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vino) se aplica al Espíritu Santo por atribución,es por tanto al Espíritu Santo a qu~en conside-ramos como el «alma» de la Iglesia, cuya Ca-beza es Cristo.

Del polvo de la tierra modeló Dios el cuerpode Adán, y entonces .--en la maravillosa ima-gen de la Biblia- Dios sopló un alma e~elcuerpo, y Adán se convirtió en un ho~b~e .VIVO.

De forma análoga creó Dios su Iglesia viviente.En la Persona de Jesucristo, diseñó Dios el

Cuerpo de su Iglesia. Fue ésta una tarea r~ali-zada a lo largo de tres años: Desde el pnmermilagro público de Jesús en Caná, hasta su as-censión a los cielos. Durante ese tiempo, Jesúseligió a sus doce Apóstoles, destinados a ser losprimeros Obispos de su Iglesia. Durante tresaños los instruyó y les entrenó en sus deberes,su tarea de establecer el reino de Dios. Duranteeste mismo tiempo, Jesús diseñó los siete sa-cramentos, los siete canales por los cualestranscurrirán hasta las almas de los hombres lasgracias que Jesús ganaría para ellos en la cruz.

Al mismo tiempo, Jesús encomendó a losApóstoles su triple misión, la triple misión desu Iglesia. La misión de enseñar: «Id, pues, yenseñad a todas las naciones ..., enseñándoles aobservar todo lo que os he ordenado» (Mateo,28, 19-20). La misión de santificar: «Bautizán-doles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del

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Espíritu Santo» (Mateo, 28, 19). «Éste es micuerpo ... Haced esto en memoria Mía» (Lucas,22, 19). «Los pecados que perdonareis, seránperdonados; y los que retuviereis serán reteni-dos» (Juan, 20, 23). La misión de gobernar ensu nombre: «Si se negare escuchar a la Iglesia,que sea para ti como el gentil y el publicano ...Lo que atareis en la tierra será atado tambiénen el cielo; y lo que desatareis en la tierra serátambién desatado en el cielo» (Mateo, 18, 17-18). «El que a ti te oye, me oye a Mí; y el que ati te rechaza, a Mí me rechaza» (Lucas, 10, 16).

Otra preocupación de Jesús, cuando consti-tuyó el Cuerpo Místico de su Iglesia, fue la deproveer de dirección para su Reino sobre la tie-rra. Fue .el Appstol Simón, hijo de Juan, el queJesús eligió para este puesto, y al obrar así Je-sús cambió el nombre de Simón por Pedro, quesignifica piedra. Aqul está la promesa: «Ben-dito seas tú, Simón Bar-Jona .•.A ti te digo, túeres Pedro, y sobre esta piedra edificaré miIglesia, y las puertas del infierno no prevalece-rán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reinode los cielos» (Mateo, 16, 17, 18-19). Ésta fuela promesa. Después de su resurrección, Jesúscumplió su promesa, como leemos en el capí-tulo 21 del Evangelio de San Juan. Después deconseguir de Pedro un testimonio de amor re-petido por tres veces (<<Simón,hijo de Juan,

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¿Me amas?»), Jesús hizo a Pedro el pastor su-premo de su rebaño. «Apacienta mis ovejas,dice Jesús, apacienta mis corderos.» El rebañocompleto de Cristo -las ovejas y los corderos;los obispos, sacerdotes y fieles- habría de es-tar bajo la jurisdicción de Pedro. De Pedro y sussucesores, porque, desde luego, Jesús no vino ala tierra únicamente a salvar las almas de loscontemporáneos de los Apóstoles. Jesús vino asalvar todas las almas, mientras hubiese almasque salvar.

El triple deber (y poder) de los Apóstoles-enseñar, santificar y gobemar- habría deser transmitido por ellos, a través del sacra-mento del Orden, a los-hombres a los que orde-naran y consagraran para continuar su labor.Los obispos de hoy en día son los sucesores delos Apóstoles. Cada obispo de hoy ha recibidosu poder episcopal en una continuidad ininte-rrumpida desdeCristó a través de los Apósto-les. Y el poder supremo de Pedro, a quienCristo hizo la cabeza de «todos», reside hoy enel Obispo de Roma, a quien nosotros cariñosa-mente llamamos nuestro Santo Padre. En losdesignios de la Providencia sucedió así, porquePedro vino hasta Roma y allí murió como elprimer obispo de aquella ciudad. Consecuente-mente, quien es Obispo de Roma es, automáti-camente, el sucesor de Pedro, y, por tanto, po-

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see el poder especial de Pedro como maestro yrector de la Iglesia universal.

Así, pues, éste es el Cuerpo de su Iglesia, del~ forma en que Jesucristo la constituyó: noSImplemente una hermandad invisible de hom-bres unidos por lazos de la gracia; sino una «so-c~eda~~'¡sible».de hombres, con un gobierno ydirección autonzados.Es lo que denominamosuna sociedad jerárquica, con las sólidas y ad-mirables proporciones de una pirámide. En lacumbre está el Papa, el rey espiritual con laautoridad espiritual suprema. Inmediatamente~es~ué~,de él están los otros obispos, cuya ju-risdicción, cada cual en su propia diócesis. .. ,transciende conjuntamente con la del sucesorde Pedro. A continuación de ellos están lossacerdotes, á los cuales el sacramento del Or-den les ha dado el poder de santificar (tanto enla Misa como en los sacramentos), pero no elpoder de jurisdicción (el de enseñar y gober-nar). Un sacerdote posee el poder dejurisdic-ción.únicamente si le es delegado por el obispoa quien se le ordenó ayudar. Finalmente, está labase amplia del «Pueblo de Dios»: las almasbautizadas por cuyo propio bien existe todo lodemás.

De nuevo, éste es el Cuerpo de la Iglesiacomo Jesús la instituyó durante sus tres años devida pública. Como el cuerpo de Adán, única-

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mente esperaba su alma. Esta alma la prometióCristo cuando dijo a sus Apóstoles antes de suAscensión: «Pero vosotros recibiréis el podercuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros,y seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Ju-dea y Samaría y hasta los últimos confines dela tierra» (Hechos 1,8).

Sabemos sobradamente la historia del Do-mingo de Pentecostés -el décimo día despuésde la Ascensión del Señor, el quincuagésimodespués de la Pascua (Pentecostés significa«quincuagésimo» )-. «y he aquí que se lesaparecieron (a los Apóstoles) lenguas esparci-das como de fuego, que se asentaron sobre cadauno de ellos. Y todos ellos fueron inundadosdel Espíritu Santo» (Hechos 2, 3-4). Y de esaforma, el cuerpo tan maravillosamente mode-lado por Jesús durante tres pacientes años, ini-ció repentinamente su existencia. El Cuerpo vi-viente se levanta y comienza a andar. Es elnacimiento de la Iglesia de Cristo.

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XI. NOSOTROS SOMOSLA IGLESIA

¿Qué es un ser humano? Podríamos contes-tar a esta pregunta diciendo que un ser humanoes un animal que camina sobre sus extremida-des posteriores y que puede razonar y hablar.Nuestra definición sería correcta. Pero no locomprendería todo. Nos daría la apariencia deun hombre visto desde fuera. Pero dejaría deexpresar lo más maravilloso que hay en el hom-bre: el hecho de que tiene un alma espiritual,inmortal.

¿Qué es la Iglesia? Podemos responder a estapregunta considerando también a la Iglesiadesde el exterior. Podemos definir a la Iglesia(y con harta frecuencia así lo hacemos) diciendoque es la asociación de todas las personas bauti-zadas unidas en la única fe verdadera bajo laautoridad del Papa, el sucesor de San Pedro.. Pero cuando definimos a la Iglesia en estos

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términos, y cuando describimos la organizaciónjerárquica del Papa, obispos, sacerdotes y fie-les, debemos recordar que estamos definiendo10 que es la Iglesia «jurídica». Es decir, queconsideramos a la Iglesia como una organiza-ción, una sociedad pública cuyos miembros ydirigentes están unidos entre sí por lazos le-gales y visibles de unión. Es algo similar a laforma en que los ciudadanos de una nación es-tán unidos por lazos legales visibles de ciu-dadanía. Los Estados Unidos de Norteamérica,por ejemplo, es una sociedad «jurídica».

Jesucristo estableció, en verdad, su Iglesiacomo una sociedad jurídica. Tenía que ser unaorganización visible si,había de cumplir su mi-sión de enseñar, santificar y regir a la Humani-dad. El Papa Pío XII, en su Encíclica sobre elCuerpo Místico de Cristo, señala este punto.También hace resaltar el Santo Padre que laIglesia, como organización visible, es la másperfecta que existe. Es la más perfecta de todaslas sociedades porque tieneel más noble de losfines: la santificación de sus miembros paragloria de Dios.

Continúa el Santo Padre en su Encíclica ase-gurando que la Iglesia es muchísimo más queuna organización jurídica. Es el verdaderoCuerpo de Cristo, un cuerpo tan especial quedebe tener un nombre especial: el Cuerpo Mís-

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tico de Cristo. Cristo es la cabeza del Cuerpo;cada alma bautizada es una parte viviente, un«miembro» del Cuerpo; y el alma de eseCuerpo, del Cuerpo Místico de Cristo, es el Es-píritu Santo.

El Santo Padre nos advierte: «Se nos presentaaquí la cuestión de un misterio oculto, que du-rante este exilio terrenal solamente puede verseoscuramente». Pero intentemos verlo, al menosen su oscuridad. Sabemos que incluso nuestropropio cuerpo humano está compuesto de mi-llones de células individuales, todas ellas ac-tuando conjuntamente para el bien del cuerpoentero, bajo la dirección de la cabeza. Las di-versas partes del cuerpo no se ocupan única-mente de actividades particulares propias. Cadauna de ellas actúa siempre para el bien del con-junto. Los ojos y todos los demás sentidos su-man sus conocimientos para uso de todo elcuerpo e .Los pies llevan al cuerpo adonde éstequiere ir. Las manos llevan el alimento a laboca, el estómago asimila la nutrición para elhombre. El corazón y los pulmones mandansangre y oxígeno a cada parte de la anatomía.Todos viven y actúan para todos los demás ..

Y,desde luego, es el alma quien da vida yunidad a todas estas partes individuales, a to-das estas células particulares. Cuando el apa-rato digestivo transforma el alimento en nues-

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tra sustancia corporal, las nuevas células no sonañadidas «sobre» el cuerpo de una forma casualcomo una escayola se pega a la piel. Las nue-vas células se transforman en una parte viva "delcuerpo activo, porque el alma se hace presenteen las nuevas células de idéntica forma a comolo están en el resto del cuerpo.

Por analogía, podemos aplicar cuanto ante-cede al Cuerpo Místico de Cristo. Cuando so-mos bautizados, el Espíritu Santo toma pose-sión de nosotros, de forma similar a comonuestra alma toma posesión de las nuevas célu-las formadas en nuestro cuerpo. Este mismoEspíritu Santo es, al mismo tiempo, el Espíritude Cristo, que, acotando las palabras del PapaPío XII, «se complace en morar en el almaamada de nuestro Redentor como en su másquerido altar; Cristo hizo méritos para nosotrosen unión del Espíritu sobre la cruz, derramandosu propia sangre ... Pero después de la glorifica-ción de Cristo sobre la cruz, su Espíritu se co-munica a la Iglesia de una forma abundantí-sima, de forma que ella, y sus miembrosindividuales, puedan convertirse, día a día, másy más, en nuestro Salvador». El Espíritu deCristo se transforma también en el Bautismo ennuestro Espíritu. El «Alma del Alma» de Cristose convierte en el Alma de nuestra alma tam-bién. «Cristo está en nosotros a través de su Es-

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píritu, continúa el Santo Padre, a quien Él nosda y a través del cual Él actúa dentro de noso-tros, de tal forma que toda la actividad divinadel Espíritu Santo dentro de nuestras almasdebe igualmente ser atribuida a Cristo.»

Ésa es, pues, la Iglesia vista «desde dentro».Una sociedad jurídica, sí, con una organizaciónvisible instituida por Cristo mismo. Pero másque eso es un «organismo» vivo, un Cuerpovivo; con Cristo como Cabeza, nosotros (losbautizados)" como miembros, y el EspírituSanto como alma. Es un Cuerpo vivo del quepodríamos ser separados por la herejía, el cismao la excomunión, de igual forma que nos po-dría ser seccionado un dedo por el bisturí de uncirujano. Es un Cuerpo en el que el pecadomortal, como ún hilo colocado alrededor de undedo, puede cortar temporalmente la circu-lación de la vida a un miembro hasta que el tor-niquete se separe por medio del arrepenti-miento. Es un Cuerpo en el que cada miembrose beneficia de cada Misa que se celebra, decada oración que se hace y de cada buena ac-ciónque se ejecute porcada miembro en todoel mundo. Es el Cuerpo Místico de Cristo.

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Yosoy un miembro de ese Cuerpo. ¿Qué significaesto para mí? Sé que en el cuerpo humano cadaparte tiene una misión que cumplir: el ojo tiene

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que ver, el oído que oír, la mano asir, el cora-zón hacer fluir la sangre. ¿Existe una misiónque cumplir para mí en el Cuerpo Místico deCristo? Todos nosotros sabemos que la res-puesta a esa pregunta es «sí», Sabemos, ade-más. que hay tres sacramentos por medio de loscuales Jesucristo nos asigna nuestras misiones.

En primer lugar, tenemos, el sacramento delBautismo, por medio del cual se nos hace miem-bros del Cuerpo Místico de Cristo. Decimos quepor elBautismo somos «incorporados» aCristo.La palabra «incorporado» viene dellatín cor-pus, que significa cuerpo. La palabra completaen latín es incorporatus, que significa «hechouna parte del cuerpo», El alimento se incorporaa nosotros cuando se transforma en células vi-vas yse convierte en una parte viva de nuestrocuerpo. Por analogía, eso es lo que nos OCUITeanosotros cuando somos bautizados; somos «in-corporados» a Cristo. ~

Habiéndonos unido a El conesta.unión tanintima, Jesús nos hace partícipes dentro denuestras limitaciones humanas, de todo lo;queÉl es y de todo .lo que Él tiene. Nos hace partí-cipes especialmente de su sacerdocioetemo.Participamos con Cristo en su asombrosa tareade ofrecer adoración digna a la,Santísima Tri-nidad. El cristiano bautizado, ejercitando cons-cientementeel. sacerdocio común del que pasti-

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cipa en Cristo, participa en la Misa de unaforma que una persona no bautizada nunca po-dría participar.

Pero adoramos a Dios de otras formas ade-más de la Misa. Adoramos a Dios en la oracióny en el sacrificio, y por la práctica de las virtu-des de la fe, la esperanza y la caridad.especial-mente por la virtud de la caridad. La caridadsignifica amor, amor a Dios, y amor a las almasque, Dios ha creado, y por .las que Jesús hamuerto. Como miembros del Cuerpo Místicode Cristo, como partícipes de su sacerdocioeterno, el celo nos conduce a trabajar activa-mente con Cristo en su labor de redención. Paraser fieles a nuestra vocación como cristianosbautizados, «debemos» tener. este celo por lasalmas. Debernos ser apóstoles, todos nosotros,y si no pertenecemos al clero, somos «apósto-les laicos».

Ambas palabras vienen del griego. Engriego, la palabra apóstol significa «alguienque es .enviado», Los doce hombres que Jesúsenvió al mundo a establecer su Iglesia son lla-mados los Doce Apóstoles, con, mayúsculas,Pero ellos no iban a ser los únicos apóstoles. Enlapila-bautismal, Jesús nos envía a cada uno denosotros a continuar la obra que los DoceApóstoles comenzaron. Nosotros también so-mos apóstoles, con una. «a» minúscula. l'

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La palabra «laico» también proviene delgriego. Significa simplemente «gente». Sabe-mos que en la Iglesia hay unas clasificacionesde miembros muy amplias. Tenemos el clero.Esta expresión incluye a los obispos, sacerdo-tes y a los seminaristas que han recibido la ton-sura, su primer paso en el camino del sacerdo-cio. También están los religiosos, hombres ymujeres que llevan una vida de comunidad yhacen votos de pobreza, castidad y obediencia.En tercer lugar vienen los laicos, la gente. Estapalabra acoge a todos los bautizados que no sonni clérigos ni religiosos.

Las tres distintas clases de miembros de laIglesia constituyen el Cuerpo Místico de Cristo.No solamente el clero; ni el clero y losreligio-sos, sino el clero, los religiosos y los laicos; lastres unidas en un Cuerpo constituyen la Iglesiade Cristo. En ese Cuerpo, cada una de las tresclases tiene su función propia. Pero todas ellastienen esto en común: no importa a qué claseparticular pertenezcamos, cada uno de nosotrosrecibe, por haber sido bautizado, la llamadapara ser un apóstol, cada cual de acuerdo consu estado.

El sacerdocio eterno que Jesús distribuyó en-tre nosotros en el Bautismo, nos hace partíci-pes de él de una forma más completa en la Con-firmación. Habiendo repartido con nosotros en

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el Bautismo su oficio de Adorador de la Trini-dad, Cristo nos hace partícipes en la Confirma-ción de su oficio profético, su oficio de maes-tro. Al ser marcados en el Bautismo con el selloindeleble de miembros de su Cuerpo y partí-cipes de su sacerdocio, somos marcados denuevo en la Confirmación con el sello indele-ble de canal de verdad divina. Entonces tene-mos derecho a todas aquellas gracias que preci-semospara ser fuertes en nuestra propia fe, y acualquier luz que necesitemos para que los de-más entiendan esa fe, siempre suponiendo,desde luego, que nosotros, por .nuestra parte,adquirimos las verdades de nuestra fe y somosguiados por la autoridad de la Iglesia, que re-side en ·los obispos. Una vez confirmados, te-nemos una respónsabilidad doble en ser após-toles laicos y una doble fuente de gracia yfortaleza para cumplir esa misión.

Finalmente, tenemos el tercero de los sacra-mentos, que nos hace partícipes del sacerdo-cio: el Orden. En él, Cristo otorga de forma to-tal y completa su sacerdocio; totalmente a losobispos, y solamente un poco menos a los sa-cerdotes. En las Santas Órdenes no sólo hayuna llamada, ni únicamente gracia, sino tam-bién el «poder». Al sacerdote se le da el poderde consagrar y de perdonar, de santificar y ben-decir. A los obispos les es dado, además, el po-

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der de ordenar a otros sacerdotes y obispos, yla jurisdicción de dirigir a las almas y de fijarlas verdades de la fe.

«Pero todos nosotros estamos llamados a serapóstoles». De todos nosotros se espera queayudemos a que el Cuerpo Místico crezca y searobusto. Cristo espera que cada uno de noso-tros labore por la salvación del mundo, la pe-queña parte del mundo en que vivimos; nuestrohogar, nuestra vecindad, nuestra parroquia,nuestra diócesis. Espera que nuestras vidassean un reflejo suyo para aquellos con quienesvivimos, trabajamos o nos divertimos; Esperaque tengamos un sentido de responsabilidadpara con las almas de los demás, que nos ape-nen sus pecados, que nos preocupe el que nocrean. Cristo espera de nosotros que prestemosapoyo y ayuda activa a nuestros obispos ysacerdotes en su gigantesca tarea.

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xn. ¿DÓNDE LA ENCONTRAMOS?

«¡No es auténtico si no lleva esta marca!» Eseste un eslogan que los fabricantes emplean amenudo en su publicidad. Puede que no admi-tamos todo el tinglado de «producto de cali-dad« y «compradores con preferencias», perola mayoría de hosotros, cuando vamos de com-pras, insistimos acerca de una determinadaclase de productos, y rara vez nos llevaremosuna pieza de plata sin mirar si Ilevaun sello de«Sterling»; muy pocos de nosotros examinaría-mos un anillo sin cerciorarnos de que en laparte interior lleva el contraste.

Puesto que su sabiduría os la sabiduría deDios, habremos de suponer que, al establecersu Iglesia, Jesucristo no sería menos inteligenteque los fabricantes modernos. Habrá que supo-ner que Jesús imprimiría a su Iglesia un signotal que todos los hombres de buena voluntad

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pudieran reconocerla. Y, sobre todo, si tenemosen cuenta que Jesús fundó su Iglesia a costa desu propia vida. Jesús no murió en la cruz sim-plemente «por el hecho de hacerlo». No dejó allibre criterio del hombre el pertenecer o no a suIglesia, como prefIriese. Su Iglesia es la Puertadel Cielo, a través de la cual todos (al menospor un deseo implícito) deben pasar.. Habie~do hecho a su Iglesia como un requi-SItoprevio para nuestra felicidad eterna, Nues-tro Señor no ha dejado de estampar sobre ellasu «marca», con el signo de su origen divino.Lo ha hecho de una forma tan evidente que po-demos advertirlo en los modernos «tableros deavisos» de mil diferentes iglesias y sectas y re-ligiones. Podríamos decir que la marca de laIglesia de Cristo es un cuadrado. Él mismo nosha dicho lo que hemos de buscar en cada án-gulo de ese cuadrado.

En primer lugar está la unidad. «y otras ove-jas tengo que no son de este rebaño. A éstastambién he de traerlas, dice Jesús, y oirán mivoz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor»(Juan, 10, 16). Y de nuevo: «Padre Santo ,guarda en Tu nombre a aquellos que Tú Me hasdado, para que ellos puedan ser uno como No-sotros lo somos» (Juan, 17, 11).En otro ángulo está la santidad. «Santifica-

los en verdad ... Y por ellos Me santifico Yo,

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para que también ellos puedan ser santificadosen la verdad» (Juan, 17, 17-19). Ésa fue la pro-pia oración de Nuestro Señor por su Iglesia, ySan Pablo nos recuerda que «Jesucristo se dioa Sí mismo por nosotros, para que Él pudieraredimimos de toda iniquidad, y una vez limpiosser para El un pueblo aceptable, preocupadosde hacer buenas obras» (Tito, 2, 14). '

En el tercer ángulo del cuadrado está la ca-tolicidad -con una «e» minúscula- o «uni-versalidad». La palabra «católico» viene delgriego; «universal» viene del latín. Ambas sig-nifican la misma cosa, «TODOS». Todas lasenseñanzas de Cristo, a todos los hombres entodos los tiempos y en todos los lugares. Escu-cha a Nuestro Señor,que dice: «y este Evange-lio del.reino setá enseñado en todo el mundo ,como un testimonio en todas las naciones»(Mateo, 24, 14). '«Id a todo el mundo y prego-nad el Evangelio a todas las criaturas» (Mar-cos, 16, 15). «Seréis testigos míos en Jerusalény en toda Judea y en Samaría y aun en los últi-mos confmes del mundo» (Hechos, 1, 8).

El cuadrado se completa con la nota de apos-tolicidad. La palabraen sí tiene algo de traba-lenguas; pero significa simplemente que unaIglesia que pretenda ser la propia Iglesia deCristo debe ser capaz de encontrar su continui-dad ininterrumpida hasta los Apóstoles. Debe

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set capaz de mostrar su descendencia legítimade Cristo a través de sus Apóstoles. De nuevoel mismo Jesús dice: «y a ti te digo, tú eres Pe-dro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, ylas puertas del infierno no prevalecerán contraella» (Mateo, 16, 18). Hablando a todos losApóstoles: «Se me ha dado todo el poder en elcielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todaslas naciones, bautizándolas en el nombre delPadre; y del Hijo, y del Espíritu Santo, ense-ñándoles a observar todo 10 que os' he orde-nado; y mirad, estaré siempre con vosotros,hasta la consumación del mundo» (Mateo, 28,18-20). San Pablo insiste sobre la cuestión dela apostolicidad, cuando dice a los de Éfeso:«Por tanto, vosotros no sois ya huéspedes y ad-venedizos, sino conciudadanos de los santos yde los miembros de la Casa de Dios, fundamen-tados sobre la base de los Apóstoles y los Pro-fetas, con Jesucristo mismo como la principalpiedra angular» (Ef., 2, 19-20).

He ahí la propia marca de Cristo. Una, santa,católica y apostólica. Es un cuadro que Él ha es-tampado de forma imborrable sobre su Iglesia,nítido y claro como el sello de un platero. Éstasson las características que debe exhibir cual-quier Iglesia que se diga la propia de Cristo. Haymuchas iglesias en el mundo hoy en día que sedicen cristianas. Simplifiquemos el proceso de

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nuestro examen «eligiendo» nuestra propia igle-sia, la Iglesia Católica, para investigar sobreella. Si encontramos la marca de Cristo en ella,no habrá necesidad de seguir mirando.

No importa que reconozcas cuán equivocadoestás acerca de algo, no darás tu brazo a torcersi alguien te dice sin contemplaciones que es-tás equivocado. Y mientras te están explicandoel por qué de tu equivocación, te pones más ymás testarudo cada vez. Puede que no siempre.Incluso puede que nunca, si eres un santo. Perola naturaleza humana es de ese modo, como re-gla general. Por esta razón, rara vez reporta be-neficios discutir sobre religión. Deberíamosestar dispuestos a explicar nuestra religión encualquier momento, pero nunca a 'argumentar.En el momento-en que decimos a alguien: «tureligión está equivocada y te diré por qué», aca-bamos de cerrat la puerta de la atención de esapersona. Absolutamente nadade lo que digamosdespués logrará introducirse en su mente. Deotro fado, si conocemos bien nuestra religión, yla explicamos de forma inteligente y amable anuestro prójimo no católico, existe una buenaposibilidad de que pueda escuchamos. Si logra-mos demostrar que la Iglesia Católica es la ver-dadera Iglesia establecida por Jesucristo, no te-nemos necesidad de decirle que su iglesia no esla verdadera. Puede que' sea testarudo, pero no

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estúpido. Se puede confiar en que hará sus pro-pias deducciones. Teniendo esto presente, pase-mos a examinar la Iglesia Católica, para ver silleva la marca de Cristo, si Jesús la ha señaladode forma indudable como la suya propia.En primer lugar, busquemos la unidad que

Nuestro Señor dijo caracterizaría a su rebaño.Investigamos esta unidad en tres sentidos: uni-dad de creencia, unidad de dirección y unidadde adoración.

Sabemos que los miembros de la Iglesia deCristo deben manifestar unidad de creencias,de credo. Las verdades que mantienen son lasque nos fueron enseñadas por Jesucristomismo; son verdades que han venido a noso-tros directamente de Dios. No hay verdadesmás verdaderas que la inteligencia humanapueda descubrir y aceptar que las verdades re-veladas por Dios. Dios «es» la Verdad.' Él sabetodas las cosas y no puede equivocarse. Es infi-nitamente veraz y no puede mentir. Es más fá-cil creer en que no hay sol en el cielo al medio-día, por ejemplo, que creer que Jesús podíaestar equivocado al decir que hay Tres Perso-nas en un solo Dios.

Es por esta razón por la que creemos tan iló-gico 'el principio del «criterio privado». Haymucha gente que mantiene la tesis del derechoal criterio propio en asuntos religiosos. Admi-

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ten que Dios nos ha revelado ciertas verdades,pero dicen que cada hombre debería interpretaresas verdades de forma adecuada a él. Que cadahombre lea su propia Biblia; y sea lo que sea lo'que él cree que significa la Biblia, eso es lo querealmente significa para él. Nuestra respuestaes que todo lo que Dios ha dicho es así, y lo espara siempre y para todos y cada uno. No tene-mos derecho' a tomar, elegir',y acomodar la fe-velación de Dios a nuestras propias preferen ...cias y conveniencias.

Naturalmente, esta teoría del «criterio pri-vado» ha conducido a la negación de toda ver-dad absoluta; Hay muchos hombres hoy en díaque pretenden que la verdad y la bondad sontérminos «relativos), Algo es «verdadero» mien-tras la generalidad de los hombres lo encuentraconveniente, mientras se considera que efecti-vamente ayuda. Si te conviene creer en Dios,cree en Dios, pero prepárate a echar esa idea detu imaginación si empieza a interponerse en elcamino del progreso. Lo mismoocurre con loque llamamos «bueno». Una cosa es buena, ouna acción es buena, si contribuye al bienestary a la felicidad de la Humanidad. Pero si lacas-tidad, por ejemplo, significa contener el avancedel hombre en un mundo siempre en proceso,en ese caso la castidad deja de ser buena. En re-sumen, esto o aquello puede llamarse bueno o

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verdadero si es útil a la comunidad aquí yeneste momento, al hombre comomiembto ac-tivo de la sociedad, solamente es bueno o ver-dadero«mientras» continúa siendo útil. A estafilosofía se la llama pragmatismo. Es muy diñ-oil.discutir sobre asuntos-de fe con un pragmá-tíeo.porque ha destruido la base sobre la que túte asientas, negando que. exista ninguna verdadreal y absoluta. Todo.lo que un verdadero cris-tiano.puede.haeeren su favor es rezar por él,ytratar de demostrarle, viviendo una verdaderavida cristiana, que el Cristianismo es algo efec-tivo.

Cuanto antecede ha sidodesviamos, de nues-tro tema ,principal: que ninguna iglesia puedereclamar para sí el ser la verdadera de Cristo amenos que sus miembros crean las mismas ver-dades, puesto que son las verdades de Dios, in-variables por toda la eternidad e iguales paratodos. Sabemos que en la Iglesia Católica to-dos creen las mismas verdades. Obispos, sacer-dotes y párvulos de la primera elemental; ame-ricanos, franceses y japoneses; blancos y decolor; cada católico, en cualquier parte, quiereexpresar las mismas cosas cuando recita elCredo de los Apóstoles.No solamente estamos unidos en las cosas

quecreemos, sino que también estamos unidos.bajo la misma dirección espiritual. Fue Jesu-

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cristo quien hizo a San Pedro el primer pastorde su rebaño y quien instituyó que los suceso-res de San Pedro hasta el final del tiempo se-rían la cabeza de su Iglesia y el guardián de susverdades. Nuestra lealtad y obediencia alObispo de Roma, a quien amorosamente llama-mos nuestro Padre Santo, será siempre el lazocentral de nuestra unidad, y la prueba de sermiembros de la Iglesia de Cristo. «¡Donde estáPedro, allí está la Iglesia!»

También en adoración estamos unidos, comoen ninguna otra Iglesia. Sólo tenemos un altar,sobre el cual Jesucristo renueva diariamente elofrecimiento de Sí mismo sobre la cruz. El ca-tólico es la única persona que puede dar unavuelta al mundo y saber que a cualquier parteque vaya -África o India, Alemania o Suda-mérica-, se sentirá en casa, en el campo reli-gioso. En todas partes la misma Misa, en cadasitio los/mismos siete sacramentos. Una en fe,una en cabeza, una en adoración. He aquí launidad por la que Cristo oró, la unidad a la quese refirió como a una de las «marcas» con quese identificaría su Iglesia por siempre. Es unaunidad que únicamente encontramos en la Igle-sia Católica.

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XIII. SANTA Y CATÓLICA

Los más fuertes argumentos contra .la IglesiaCatólica son las vidas de los malos católicos ydelos católicos poco conscientes. Si fueses apreguntar a un. católico indiferente: «¿Es tanbuena una iglesia como otra?», probablementete contestaría indignado: «Desde luego que.no;solamente hay una verdadera. Iglesia, la IglesiaCatólica». Y a continuación tratará por todoslos medios de demostrar ser un mentiroso, de-varando los mismos libros inmorales que susamigos no católicos, emborrachándose conellos en las mismas fiestas, identificándose consus mismas murmuraciones maliciosas, com-prando iguales preservativos higiénicos, qui-zás, incluso superándoles en la inmoralidad desus actividades comerciales, o en la suciedadde su proceder político.

Sabemos que tales hombres y mujeres son

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minoría, pero incluso uno solo sería demasiado.Sabemos,. además, que debemos esperar quehaya miembros indignos en la Iglesia de Cristo.El propio Jesús comparó su Iglesia con la reden la que el buen pescado se coge al tiempo queel malo (Mateo, 13, 47-50); Y a un campo enque crecen al mismo tiempo el trigo y la cizaña(Mateo, 13, 24-30); y a un banquete de bodasen que uno de los invitados no lleva la túnicaapropiada (Mateo, 22, 11-14).

Los pecadores están, pues, junto a nosotros.Hasta el [mal del camino son la cruz que Cristodebe llevar, en su Cuerpo Místico, sobre suhombro. Sin embargo, Cristo señaló la «santi-dad» como uno de los signos distintivos de suIglesia. «Por sus acciones los reconoceréis»,dijo. «¿Acaso los hombres recogen uvas de losespinos, o higos de los cardos? Así, todo árbolbueno produce buen fruto, mas los árboles ma-los dan malos frutos» (Mateo, 7, 16-17).

Al hacerse la pregunta, «¿Por qué es la Igle-sia Católica santa?», dice el Catecismo, «LaIglesia Católica es santa porque fue fundadapor Jesucristo, que es todo santidad, y po~queenseña, de acuerdo con la voluntad de Cnsto,santas doctrinas, y proporciona los medios paravivir una vida santa, dando por ello santosmiembros en cada edad».

Yeso es cierto, cada palabra, pero no es una

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cuestión fácil ver a un conocido no católico, enparticular si la noche anterior ha estado «co-rriendo una juerga» en la ciudad en compañíade Pepe Pérez, que es un miembro de la Socie-dad del Sagrado Nombre de la Parroquia deSanta Pía. Nosotros sabemos que Jesucristofundó la Iglesia, y que todas las demás iglesiasfueron fundadas por simples hombres. Pero losluteranos, probablemente, no compartirían laidea de que Martín Lutero fundó una nuevaiglesia; los luteranos dirían que Lutero no hizomás que «purificar» la antigua iglesia de suserrores y abusos. Los episcopalianos darán, sinlugar a dudas, una contestación parecida: Enri-que VIII y Cranmer no instauraron una nuevaiglesia; sino que únicamente se apartaron de la«sucursal de Róma» y crearon la «dependenciade Inglaterra» de la iglesia cristiana original.Los presbiterianos dirían lo mismo de JuanKnox, y los metodistas de Juan Wesley, y asísucesivamente en la larga lista de sectas protes-tantes. Todos ellos, sin ningún género de dudas,reclamarían que Cristo fue su fundador.. Una cosa parecida ocurriría cuando mencio-násemos el hecho de que la Iglesia Católica en-seña una santa doctrina, como prueba del ori-gen divino de la Iglesia. «Mi iglesia enseña unadoctrina santa también», contestaría segura-mente un conocido nuestro no católico. «En

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realidad. pretendería incluso, mi iglesia. enseñauna doctrina "más" santa que la tuya. Nosotrosno admitimos juegos de cartas, ni la bebida o eljuego, como vosotros los católicos.» Y si fué-semos tan faltos de tacto que intentásemos dis-cutir sobre la anticoncepción y el divorcio, nosecharían en cara nuestra falta de realismo. porno tener en consideración las exigencias delprogreso social.

Pero al menos podríamos señalar. a los san-tos como prueba de que la santidad de Cristoestá actuando en la Iglesia Catóiíca, ¿no os pa-rece? Sí, podríamos; y es una evidencia indis-cutible de la que nadie podría evadirse. Los mu-chos miles .de hombres, mujeres y niños quehan llevado unas vidas de super,-eminente san-tidad, y cuyos nombres componen el calenda-riode los santos son muy difíciles de menos-preciar, y no hay nada parecido en ninguna delas demás iglesias. Sin embargo, si nuestro in-terlocutor está versado en psicología moderna,podría hablar de los santos con palabras como«histeria»; «neurosis» y «sublimación de refle-jos básicos». En cualquier caso, son tipos denovela o poco menos para él. Tú no puedes«enseñarle» a él un santo, aquí mismo, en estepreciso momento.

Así, pues, ¿de qué nos sirven a nosotros to-das estas posibles argumentaciones? Nos deja

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simplemente a nosotros mismos, a ti y a mí.Nuestro amigo interesado (suponemos que loestá), puede protestar que Cristo es su fundadortambién, puede pretender que es una doctrinasanta la de su iglesia. puede menospreciar lacuestión de los santos como un punto quepuede discutirse. Pero no puede escaparse a«nuestra» evidencia; no puede quedarse ciegoni sordo ante el testimonio de nuestras propiasvidas. Si cada católico que nuestro imaginarioamigo encuentra es una persona de extraordi-naria virtud cristiana: amable, paciente,des-prendido y complaciente; casto, caritativo y re-verente en su lenguaje; honrado y sincero yunextraño en todo lo que no es perfectamenterecto; generoso, puro y ecuánime en su con-ducta, ¿qué impresión le produciría «eso»?

Concretamente, en nuestro propio país, sinuestros 31 millones de católicos llevasen esaclase de vida, [qué atronador testimonio de lasantidad de la Iglesia de Cristo! Necesitamosrecordar siempre que nosotros somos los guar-dianes de nuestros hermanos. Puede que nonos importen nuestras pequeñas debilidades ynuestro egoísmo, y pensemos que todo estáarreglado cuando nos hemos desligado detodo eso confesándonos. No es sólo por nues-tros pecados, sino por las almas que hayanperdido el cielo por nuestra culpa por lo que

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tendremos que responder también algún díaante Dios. ¿Dije 31 millones? Olvidémonos delos 30.999.999, Y concentrémonos inmedia-tamente, tú en ti mismo y yo en mí mismo. En-tonces, el signo de santidad de la Iglesia Cató-lica será reivindicado al menos en la pequeñaextensión donde vivimos y actuamos.

Todo el tiempo, todas las verdades, en todolugar. Esto, en forma de síntesis, expresa la ter-cera de las cuatro marcas o signos de la Iglesia.Es el tercer ángulo del cuadrado que constituyela marca de Cristo, el contraste que prueba elorigen divino de la Iglesia. Es el sello degenui-nidad que únicamente la Iglesia Católica pre-senta.

La palabra «católico» significa que incluye atodos. Proviene del griego, como ya hemos in-dicado; y significa lo mismo que la palabra«universal», que viene de la lengua latina.

Cuando decimos que la Iglesia Católica (conuna «C» mayúscula) es católica (con una «e»minúscula) o universal, queremos significar quela Iglesia ha existido en «todos los tiempos»,desde el Domingo de Pentecostés hasta hoy. Laspáginas de cualquier libro de historia lo de-muestran, y no es necesario que sea un libro dehistoria católico siquiera. La Iglesia Católica hatenido una existencia de más de 19 siglos, y esla única iglesia de la que esto es cierto.

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Digan lo que quieran otras iglesias de ser«purificaciones» de la antigua Iglesia, o «su-cursales» de la única Iglesia verdadera, el he-cho es que, durante los primeros ochocientosaños de la historia cristiana, no hubo otra igle-sia .más que la Iglesia Católica. La iglesia más~nt1g~a es la Iglesia Ortodoxa Griega. Estaiglesia tuvo su comienzo en el siglo noveno,cuando el Arzobispo de Constantinopla negó laSagrada Comunión al César Bardas, que vivíaen pecado. Irritado, el emperador separó a Gre-cia de su unión con Roma, y nació la Iglesia Or-todoxa.

La Iglesia Protestante más antigua, que es laLuterana, fue fundada en el siglo XVI, cerca demil quinientos años después de Cristo. Co-menzó con la rebelión de Martín Lutero, unsacerdote católico con una personalidadmag-nética, y debió su rápido éxito a la ayuda de losPríncipes alemanes, que estaban resentidos delpoder del Papa de Roma. El intento de Luterode remediar los abusos de la Iglesia (y efecti-vameate había algunos), condujo al mal muchomayor-de dividir al Cristianismo. Lutero abrióla primera vía de agua en el dique de conten-ción. Después de él vinieron otros muchos. He-mos mencionado a Enrique VIII y a Juan Knox,y a Juan Wesley. Pero las primitivas iglesiasprotestantes se dividieron y subdividieron (prin-

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cipalmente en los países de ha?la germánica einglesa) en cientos de sectas diferentes;. y esteproceso continúa todavía. ~in embargo, ningunade ellas existía antes del ano 1517, cuando Lu-tero clavó sus famosas «95 tesis» a la puerta dela iglesia de Wittenberg, en Alemania;. .y no sólo la Iglesia Católica es la umca Igle-

sia cuya historia ininterrum?i~a ~e re~ontahasta Cristo; es, además, la umca .iglesia .queenseña todas las verdades enseñadas por Cristo,como Él las enseñó. Los sacramentos de la Pe-nitencia y la Extremaunción, la Misa y la Pre-sencia Real de Jesús en la Eucaristía, la supre-macía espiritual de Pedro y sus sucesores losPapas, la eficacia de la gracia y la c~pacidad delhombre de merecer la gracia y el Cielo; algunao todas estas verdades son rechazadas por lasdistintas iglesias no católicas. En realidad, ex~s-ten hoy en día iglesias que se proclaman «cns-tianas», que incluso llegan a poner en du~ queJesucristo sea realmente Dios. No hay ni unasola verdad revelada por Jesucristo, sin em-bargo (bien personalmente o a través de. SusApóstoles), que la Iglesia Católica haya dejadode declarar o enseñar.

Además de ser universal en tiempo (todos losaños desde Pentecostés) y universal en doctrina(todas las verdades enseña~as p~r Jesucristo),la Iglesia Católica es también universal en ex-

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tensión. Responsable del mandato de su Fun-dador de predicar a todas las naciones, la Igle-sia Católica ha llevado el mensaje de salvaciónde Cristo a todas las longitudes y latitudes de lasuperficie del globo, dondequiera que haya al-mas. La Iglesia Católica no es una iglesia «ale-mana» (Luterana), o una iglesia «inglesa» (laEpiscopaliana), u «holandesa» (la Reformada),o una iglesia «americana» (cientos de diferentessectas). La Iglesia Católica está en todos estospaíses y en cualquier otro país, además, adondelos misioneros han podido penetrar. Pero laIglesia Católica no pertenece a ninguna naciónni a ninguna raza. Está en su casa en cualquierpaís, pero no es la propiedad de nadie. Y así loes por voluntad de Cristo. Su iglesia es para to-dos los hombres. Debe tener una extensiónmundial. La Iglesia Católica es la única en laque esto se realiza; es la única iglesia que estáen todas partes, a través de todo el mundo.

Católica o universal, en tiempo, verdades yterritorios; éste es el tercer signo de la verda-dera Iglesia de Cristo. Y el cuarto signo, quecompleta el cuadro, es apostolicidad. Esto sig-nifica, sencillamente, que la iglesia que pre-tenda ser la Iglesia de Cristo debe ser capaz deprobar su descendencia legítima de los Apósto-les, sobre los cuales y a manera de cimientosJesús estableció su Iglesia.

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Es relativamente fácil demostrar que la Igle-sia Católica posee este signo de apostolicidad.Poseemos la lista de los Obispos de Roma, re-trocediendo desde el Padre Santo de nuestrosdías en una línea continua hasta San Pedro. Ylos otros obispos de la Iglesia Católica, ve~d~-deros sucesores de los Apóstoles, son los últi-mas eslabones de hoy en una cadena completaque se extiende durante mil novecientos ~os.Desde los días en que los Apóstoles pusieronsus manos sobre Timoteo y Tito y Marcos ~ p'0-licarpo, el poder episcopal ha sido transmitidoen el sacramento de las Sagradas Ordenes degeneración en generacíón: de obispo en obispo.y de esta forma se-cierra el cuadrado. La

marca se distingue claramente en la Iglesia Ca-tólica: una, santa, católica y apostólica. No va-mos a ser tan simples que supongamos que ven-drán a nosotros conversos corriendo, cuandoles propongamos nuestro signo; los prejuicioshumanos no se someten tan fácilmente a la ra-zón. Pero al menos asegurémonos de que noso-tros mismos vemos la marca.

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XIV. RAZÓN Y FE... Y YO MISMO

Dios dotó al hombre con la capacidad depensar, y espera que el hombre haga uso de estedon. Hay dos formas de abusar de la capacidadde pensar. Una es no utilizarla. Una personaque no ha aprendido a hacer uso de su poder deraciocinio acepta como, verdad evangélica todolaque lee en lc;>~diarios y revistas, .no obstanteresultar indudable la inexactitud de las noticias.Ésa es la clase de personas que. aceptará sin re-servas las afirmaciones más extravagantes devendedores y publicistas, y quien caerá estúpi-damente en el reclamo de cualquier propagan-dista. Le asombra y atemoriza el prestigio; siun famoso científico o industrial dice que nohay Dios, entonces, por supuesto, es que no hayDios. En otras palabras, esta persona que nopiensa prefiere que le den hechas sus propiasopiniones. No es, sin embargo, la pereza la que

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produce un no-pensador. Desgraciadamente,algunas veces los padres y los maestros son lacausa de que esta apatía mental, cuando desa-niman a la juventud en su curiosidad natural yresuelven todo lógico «¿por qué?» con un«¡porque yo lo digo!».

En el otro extremo está el hombre que de larazón hace un dios verdadero. Es la clase depersona que no creerá en nada que no pueda very comprender. Para él, los únicos hechos sonlos que salen de laboratorios científicos. Nadaes cierto, a menos que «tenga sentido» para él,a menos que tenga buenos resultados prácticosaquí mismo y en este momento. Lo que tieneefectividad es verdadero; lo que es útil esbueno. A esta clase de pensador se le denominacon el nombre de pragmatista. Rechaza cual-quier verdad que esté basada en algunaautori-dad. Creerá en la autoridad de un Einstein. yaceptará la teoría de la relatividad, aunque nola comprenda. Creerá en la autoridad de los fí-sicos nucleares, y aceptará el principio de laenergía nuclear, aunque no la entienda. Pero«autoridad» es una palabra de polémica para élcuando se trata de la autoridad de la Iglesia.

El pragmatista respetará las aseveraciones deautoridades humanas, porque dice que tieneconfianza en que saben de lo que hablan; con-fía en su capacidad. Pero el pragmatista mirará

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con una piedad compasiva al católico que, porla misma razón, respeta las disposiciones de laIglesia, confiado en que la Iglesia, en la personadel Papa y de los obispos, sabe lo que está di-ciendo.

Es cierto que no todos los católicos tienen unconocimiento inteligente de su fe. Para mu-chos, la fe es una aceptación «ciega» de las ver-dades religiosas; basada en la autoridad de laIglesia. Esta aceptación irreflexiva puede ser elresultado de una falta de oportunidad para es-tudiar, o falta de educación, o incluso (desgra-ciadamente) de dejadez mental. No quiere estodecir que una fe ciega tenga que ser condenadanecesariamente. Para los niños yno instruidos,las creencias religiosas tienen que ser unascreencias no probadas, de igual forma que sucreencia en la necesidad de ciertos alimentos y10 venenoso de ciertas substancias tiene que sertambién una creencia no probada. El pragma-tista que diga: «Aceptaré lo que Einstein diga;él sabe lo que se dice», difícilmente puede acu-sar al niño que dice: «Lo creo porque mi papálo dice», y más adelante: «Lo creo porque elsacerdote (o la Hermana) lo dice». Ni tampocopuede acusar al adulto sin estudios que dice:«Lo 'que el Papa dice, para mí vale».

Para el católico consciente, sin embargo, laaceptación de las verdades religiosas es una

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aceptación razonada, una aceptación inteli-gente. Es cierto que la virtud de la fe misma-la «capacidad» de creer- es unagracia,undon de Dios. Pero la fe adulta está basada en elrazonamiento; no es una derrota de la razón. Elcatólico instruido, por la clara evidencia de lahistoria, está convencido de que Dios ha ha-blado; que Dios ha hablado a través de su HijoJesucristo; que Jesucristo ha establecido unaIglesia como su órgano de manifestación, comauna manifestación visible de Sí mismo a la Hu-manidad; que la Iglesia Católica es esa Iglesiafundada por Jesucristo; que a los obispos de esaIglesia, como sucesores de los Apóstoles (y es-pecialmente al sucesor de Pedro, el.Papa), es aquienes Jesucristo dio el poder de enseñar, desantificar, y de gobernar espiritualmente en sunombre. Esta competencia de la Iglesia para ha-blar en nombre de Cristo sobre asuntos decreencia doctrinal o acción moral, para admi-nistrar los sacramentos y ejercer el gobierno es-piritual, la llamamos la autoridad de la Iglesia.El hombre que, con el uso de su inteligencia,queda satisfecho de que la Iglesia Católica po-see realmente este atributo de autoridad, no vacontra la razón -al contrario, «sigue» la ra-zón- cuando asegura: «Creo todo lo que laIglesia Católica enseña».

De igual forma, el católico, siguiendo la ra-

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zón, al igual que la fe, se somete a la doctrinade la infalibilidad. Este atributo de infalibilidadsignifica sencillamente que la Iglesia (bienen la persona del Papa o de todos los obisposen unión con el Papa) no puede equivocarsecuando proclama solemnemente que un deter-minado asunto de creencia o de conducta hasido revelado por Dios y debe ser mantenido yseguido por todos. La promesa de Jesucristo,«Mirad, estoy con vosotros todo el tiempo,hasta la consumación del mundo» (Mateo, 28,20), no tendría significado si su Iglesia no fuerainfalible. Ciertamente que Jesús no estaría consu Iglesia si permitiese a ésta cometer un erroren relación con asuntos esenciales a la salva-ción. El católico sabe que el Papa puede pecar,como cualquier otro ser humano'. El católicosabe que las opiniones personales del Papa úni-camente gozan de la relativa importancia quela humana sabiduría del Papa pueda. darles;pero el católico también sabe que el Papa, comocabeza de la Iglesia de Cristo, cuando pública-mente y solemnemente proclama que ciertaverdad ha sido revelada por Cristo, bien perso-nalmente o a través de sus Apóstoles, elsuce-sor de San Pedro no puede equivocarse. Jesúsno establecería una Iglesia que pudiera extra-viar a los hombres.

El derecho de hablar en nombre de Cristo y

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de ser escuchada es el atributo (o cualidad) dela.Iglesia Católica, que llamamos autoridad. Laseguridad de una imposibilidad de error cuandoproclama las verdades de Diosa la Iglesia uni-versal constituye el atributo que llamarnos in-falibilidad. Hay una tercera cualidad que carac-teriza a la Iglesia Católica. Jesús no solamentedijo, «Aquel que te oye, me oye a Mí; y aquelque te rechaza, a Mí me rechaza» (Lucas, 10,16). «Autoridad». No solamente dijo, «Mirad,con vosotros estoy en todos los tiempos, hastala consumación del mundo» (Mateo, 28, 20).«Infalibilidad». También dijo: «Sobre esta pie-dra edificaré mi Iglesia, y las puertas del in-fierno no prevalecerán contra ella» (Mateo, 16,18). En estas palabras Nuestro Señor señala latercera cualidad inherente a la Iglesia Católica:indefectibilidad.

El atributo de indefectibilidad quiere decirque la Iglesia, al ser fundada por el propio Je-sús, existirá hasta el fin de los tiempos. Signi-fica que la Iglesia estará aquí siempre, mientrashaya almas que salvar. «Permanencia» sería unbuen sinónimo de indefectibilidad, pero losteólogos parecen tener preferencia por las pala-bras largas.

Sería un gran error por nuestra parte permitirque este atributo de indefectibilidad nos ador-meciera en un estado de falsa seguridad. Jesús

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dijo que su Iglesia existiría hasta el fin de lostiempos. Pero no dijo que existiría hasta enton-ces en «este» o «aquel» país. Sería trágico quepermaneciésemos presuntuosamente indiferen-tes a la amenaza de la descristianización, di-ciéndonos a nosotros mismos que nada real-mente malo puede ocurrimos porque Cristoestá con su Iglesia. Si descuidamos nuestra altavocación como cristianos -y por tanto, após-toles- la Iglesia de Cristo puede de nuevo(como ya ocurrió una vez en el Imperio Ro-mano convertirse en una Iglesia subterráneade almas marcadas por el martirio.

«¿A cuántas personas he convertido?» 0, almenos, «¿cuántos interés y esfuerzo he puestoen hacer conversiones?» Es ésta una preguntaque cada uno dé nosotros deberíamos hacemos,al menos una V:yZ al año. El pensamiento depresentamos ante Dios para ser juzgados connuestras manos vacías, es un pensamiento quedebería hacernos temblar. «¿Dónde están tushechos, dónde están tus almas?», preguntará, ylo preguntará al seglar, lo mismo que al sacer-dote o al religioso. No podemos olvidamos denuestra obligación simplemente dando dineropara las misiones. Ésa es una parte necesaria,pero es sólo el comienzo. También es cuestiónde oraciones. Nuestras oraciones diarias seríanespantosamente incompletas si no incluyeran

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oraciones por los misioneros, en la patria y enel extranjero, y por las almas entre las que ellostrabajan. Pero, ¿acaso rezamos todos los díaspor el don de la fe para nuestros más próximosvecinos si no son católicos? ¿Rezamos por esamuchacha que trabaja en la mesa contigua, porese compañero que trabaja en la máquina si-guiente? ¿Cuántas veces al año invitamos a unamigo no católico a que venga a oír Misa connosotros, facilitándole por anticipado un libritoen el que se explique lo que allí ocurre? ¿Tene-mos acaso algunos libros buenos sobre la fe ca-tólica, y algunos folletos interesantes, en casa,que podamos ofrecer o prestar sin la más mí-nima provocación, a cualquiera que parezca es-tar aunque sólo sea remotamente interesado? Sihacemos estas cosas, incluso ofrecemos (cuan-do una pregunta nos parece demasiado dificil)a acompañar a nuestro interlocutor a ver a unsacerdote, entonces estamos haciendo lo quedebemos; estamos cumpliendo al menos partede nuestra responsabilidad ante Cristo por elte-soro que Él nos ha confiado.

No creemos, desde luego, que todos los nocatólicos vayan al infierno, de igual forma quetampoco creemos que únicamente por llamar-nos a nosotros mismos católicos iremos alcielo. El axioma de que «fuera de la Iglesia nohay salvación», significa que no hay salvación

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para aquellos que están apartados de la Iglesiapor su propia culpa. Una persona que haya sidocatólica y que deliberadamente abandona laIglesia no puede salvarse, a menos que retomea ella. Un no católico que sepa que la IglesiaCatólica es la verdadera Iglesia, pero que per-manece fuera de ella por su propia culpa, nopuede salvarse. Un no católico cuya ignoranciade la fe católica es una ignorancia voluntaria,una ceguera deliberada, no puede salvarse. Sinembargo, quienes están fuera de la Iglesia sinpoder ser culpados de ello y que obran todo lomejor que pueden de acuerdo con lo que ellossaben, haciendo buen uso de las gracias que in-dudablemente les dará Dios en consonanciacon su buena voluntad, éstos «pueden» sal-varse. Dios nd pide lo imposible a nadie. Re-compensará a cada uno a la luz de lo que ha he-cho con lo que tiene. Lo cual no significa, sinembargo, que podamos evadir nuestra respon-sabilidad diciendo: «Mi prójimo puede ir alcielo sin ser católico, ¿por qué he de preocu-parme yo?». Ni tampoco significa: «Una igle-sia es tan buena como otra».

De todas formas, Dios quiere que todos loshombres pertenezcan a la Iglesia que Él ha es-tablecido. Jesucristo también quiere un rebañoy un Pastor. Y nosotros «deberíamos» preten-der para nuestros parientes, amigos y vecinos

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una mayor certidumbre de salvación, la que no-sotros tenemos en la propia Iglesia de Cristo.La más completa seguridad de la verdad, lama-yor seguridad en el conocimiento de lo que estábien y de lo que es equivocado, las inigualablesoportunidades ofrecidas por la Misa y por lossacramentos. Verdaderamente llevamos nues-tra propia fe con demasiada ligereza si nosmezclamos día tras día con gentes diversas, sinpreguntarnos a nosotros mismos: «¿Qué puedohacer para ayudar a este hombre (o mujer) a quereconozca la verdad de la Iglesia Católica, ypara que se convierta en otro más del CuerpoMístico de Cristo?». El Espíritu Santo vivesiempre con la Iglesia, pero ha de esperar a me-nudo de mí que yo logre introducirme en elalma de ese hombre que está a mi lado.

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XV. EL FINAL DEL CAMINO

Vivimos y trabajamos durante unos pocosaños o durante muchos, .y después morimos.Esta vida, como bien sabemos, es un períodode prueba; es el campo de prueba para la eter-nidad. La felicidad del cielo consiste esencial-mente en el cumplimiento del: amor. A menosque vayamos a laetemidad con amor a Dios ennuestros corazones, seremos. absolutamente. in-capaces de experimentar la felicidad del cielo.Nuestra vida en este mundo es .el tiempo queDios nos ha dado para lograr y «probar» nues-tro amor hacia Él. Debemosprobar que nuestroamor a Dios es mayor que cualquiera de sus do-nes.creados, tales como el placer, o la riqueza, ola fama, o los amigos. Debemos probar quenuestro amor puede soportar la presión de losmales producidos por el hombre, tales como lapobreza, el dolor, la humillación o la injusticia.

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Bien estemos en la cima o en las profundidades,en cualquier momento debemos ser capaces dedecir: «¡Te amo, Dios mío!», y probarlo connuestras acciones. Para algunos el camino escorto, para otros es largo. Para algunos, real-mente fácil; para otros, difícil. Pero para todosnosotros el camino termina. Morimos.

La muerte es simplemente la separación delalma del cuerpo. A través de las dificultades deltiempo o por enfermedades o accidentes, elcuerpo sufre hasta el punto en que el alma nopuede continuar por más tiempo actuando a tra-vés del cuerpo. En ese punto, el alma deja alcuerpo, y decimos que la persona está muerta.El instante exacto en el que el alma deja alcuerpo rara vez puede precisarse. El corazónpuede haber dejado de latir y -Ia respiraciónpuede haber cesado; pero el alma todavía puedeestar presente. Esto lo prueba el hecho de quealgunas veces personas muertas en aparienciareviven mediante la respiración artificial uotros medios. A menos que el alma todavía es-tuviese presente, no podrían ser reanimados.Por esta razón, la. Iglesia permite al sacerdotedar la absolución condicional y la Unción con-dicional hasta dos horas después de la muerteaparente, por si acaso el alma estuviera todavíapresente. Una vez que la sangre ha empezado acoagularse, sin embargo, y se observa el «rigor

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mortis», sabemos con seguridad que el alma haabandonado el cuerpo.

¿Qué es lo que ocurre entonces? En elmismo instante en que el alma se separa delcuerpo, es juzgada por Dios Todopoderoso.Cuando todavía los que están al lado del lechomortuorio están cruzando las manos del di-funto sobre su pecho y cerrando cuidadosa-mente los ojos ya sin vista, el alma ya ha sidojuzgada; el alma ya sabe lo que será su suerteeterna, Este juicio del alma individual inme-diatamente después de la muerte es conocidocon el nombre de Juicio Particular. Es un mo-mento tremendo para todos nosotros. Es el mo-mento para el cual han transcurrido todosnuestros años ~n la tierra, el momento hacia elcual se ha dirigido nuestra vida, Para todos no-sotros, es día de cobro. .

¿Dónde tendrá lugar este juicio privado?Probablemente allí mismo donde morimos; hu-manamente hablando. Después de esta vida, nohay «espacio» o «lugar» en el sentido en queordinariamente entendemos estas palabras. Elalma no tiene que ir a un sitio determinado paraser juzgada. En cuanto a la forma en que se de-sarrollará este Juicio Particular, únicamente po-demos suponer o aventurar. Todo lo que Diosnos ha revelado respecto al Juicio Particularesque tendrá lugar; es todo lo que necesitamos sa-

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ber. La descripción del Juicio Particular en tér-minos jurídicos, el alma delante de Dios, sen-tado sobre su trono, con el diablo en un ladocomo fiscal y el ángel de la guarda en el otrocomo defensor, todo esto, desde luego, es unaimagen poética y nada más. Los teólogos pien-san que lo que verdaderamente ocurre es, pro-bablemente, que el alma es iluminada por Diosde forma que se ve a sí misma como Dios la ve-ve el estado en que está, de gracia o de pe-cado, amándola Dios o rechazándola- y ve loque su suerte será de acuerdo con la justicia in-finita de Dios. Es un destino que no puede sercambiado, una sentencia que no puede ser revi-sada. El período de preparación y prueba ha ter-minado. La misericordia de Dios ha hecho todolo que podía. La justicia de Dios es lo único queprevalece ahora.

¿Qué ocurre a continuación? Pensemospri-meramente en lo peor. Consideremos la suertedel alma que se ha preferido a sí enlugar de aDios, y que, ha muerto sin retomar a Dios; enotras palabras, el alma que muere en estado depecado mortal. Al haberse separado delibera-damente durante su vida; al haber muerto sin ellazo de unión con Dios que llamamos graciasantifican te, ahora ya no tiene medios por losque pueda establecer contacto con Dios. Haperdido a Dios para siempre. Está en el in-

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fiemo. Para un alma tal, la muerte, el juicio y elinfierno 80n simultáneos.

¿Cómo es el infierno? Nadie 10 sabe exac-tamente porque nadie ha vuelto de allí paracontárnoslo. Sabemos que en el infierno hayun fuego eterno, porque Jesucristo así lo ha di-cho. También sabemos que no es la clase defuego que vemos en estufas y hornos. Esefuego no podría afligir al alma, que es un es-píritu. Todo 10 que sabemos es que en el in-fierno hay un dolor de sentido (como los teó-logos lo denominan) de tal naturaleza que nopuede ser descrito por ninguna otra palabra ennuestro lenguaje humano más que por la pala-bra «fuego»., Pero lo que más importa no es el dolor de

sentido. Lo que-más importa es el dolor de pér-dida. Es éste, el dolor de pérdida, la eterna se-paración de Dios, 10que constituye ·10peor delsufrimiento del infierno. Supongo que dentrodel cuadro de las verdades reveladas, cada per-sonase representa el infierno de una forma par-ticular. Para mí lo que hace temblar mi alma alpensar en el infierno, es su horrible soledad.Pienso en mí, desolado y sólo, en un vasto va-cío que está solamente lleno de odio, odio ha-cia Dios y odio hacia mí mismo, deseando mo-rir y sabiendo que no puedo, reconociendotambién que es éste el destino que he elegido

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libremente a cambio de ... nada, y constante-mente retumbando en mis oídos la voz de mipropia conciencia: «Esto es para siempre ... sindescanso ... sin cesar ... por siempre ... para siem-pre ...», Pero ninguna representación del in-fierno que las palabras o el pincel puedan hacerserá tan mala como la realidad. ¡Que Dios noslibre a todos!

Seguramente pocos de nosotros somos tanoptimistas que esperamos que nuestro JuicioParticular nos encontrará libres de cualquierrastro de pecado. Esto significa estar libres nosolamente de pecados mortales y veniales, sinotambién libres de cualquier castigo temporalque hayamos merecido -la deuda de expia-ción que debemos a Dios aún después de que elpecado en sí nos haya sido perdonado-. Noconfiamos en morir con un alma tan absoluta-mente pura, quizás, pero no hay razón por laque no debiéramos esperar que así fuese. Esesto lo que nos proporciona el sacramento de laUnción; limpiar el alma de los «restos de pe-cado». Para eso están las indulgencias plena-rias, especialmente la indulgencia plenaria enel momento de la muerte, que la Iglesia con-cede a los moribundos por medio de la ÚltimaBendición.

Suponiendo que muramos de esa forma: for-tificados con los últimos sacramentos y con una

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indulgencia plenaria concedida en el mismomomento de la muerte. Suponiendo que mura-.mos sin el menor rastro de pecado en nuestraalma, ¿qué podemos esperar? En ese caso,nuestra muerte, que el instinto de conservaciónha hecho parecer tan temible, será en realidadnuestro momento más brillante de victoria. Amedidaque el-cuerpo cede pesarosamente suposesión del espíritu que le ha dado su vida ysu valor, la instantánea visión de Dios será ellamisma nuestro propio juicio.

La visión .beatífica es el frío término teoló-gico para la magnífica realidad que. empobrecela imaginación o descrip.ción humanas. Esarealidad no es meramente una visión en el sen-tido de «ver» a Dios. Es una unión con Dios;Dios que posee' al alma y el alma que posee aDios en una unidad tan arrebatadoramentecompleta que está infinitamente más allá deléxtasis del más perfecto matrimonio humano.Cuando el alma «entra» en el cielo, el impactoque sufre del Infinito Amor que es Dios seríatan enorme que aniquilaría el alma, si Dios nole diese la fuerza necesaria para soportar la fe-licidad que representa Dios. Si por un momentofuésemos capaces de apartar nuestros pensa-mientos de Dios, ¡cuán insignificantes, pensa-ríamos entonces, eran los peores de nuestrossufrimientos terrenos y las pruebas que hemos

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soportado!; iqué precio tan ridículamente pe-queño hemos pagado por la indescriptible feli-cidad que es la nuestra! Es una felicidad, ade-más, que nada puede arrebatamos. Es uninstante concentrado de puro gozo que nuncaacabará. Ésta es la felicidad eterna; es ésta lafelicidad esencial del cielo.

Existen otros goces accesorios que seránnuestros. Tendremos el gozo de la compañía denuestro glorificado Salvador, Jesucristo, y denuestra Madre, María, cuyo dulce amor y be-lleza hemos admirado por tanto tiempo a dis-tancia. El gozo de la compañía de los ángeles yde los santos, incluyendo los miembros denuestra propia familia y los amigos que nosprecedieron o siguieron al cielo. Pero estos go-zos serán únicamente el sonar de pequeñascampanas comparadas con la espléndida sinfo-nía del amor de Dios, que suena en tomo a no-sotros.

Pero, ¿qué ocurrirá si cuando morimos, elJuicio Particular nos encuentra ni separados porel pecado mortal ni con esa perfecta pureza dealma que precisamos para nuestra unión con elDios todo santidad? En verdad, esto pudieramuy bien ocurrir, si nos hemos dado por satis-fechos con permanecer en un nivel de medio-cridad espiritual: Parsimonioso en la oración,evadiendo la propia renunciación, cediendo en

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lo que no es grave. Nuestros pecados mortales,si tuviésemos algunos, pudieran haber sido per-donados en el sacramento de la penitencia (¿Nodecimos, en el Credo, «Creo en ... el perdón delos pecados»?); pero si nuestra religión ha sidouna religión cómoda, es probable que no sea-mos capaces, en nuestros últimos. momentos,de ese amor de Dios, perfecto y desprendido,necesario para alcanzar una indulgencia plena-ria. Y he aquí que estamos en el Juicio: Ni me-reciendo el infierno, ni preparados para el cielo.¿Qué será de nosotros?Es aquí donde la doctrina del purgatorio evi-

dencia su eminente razón de ser. Incluso si ladoctrina del purgatorio no hubiese llegado a no-sotros de Cristo Y sus Apóstoles, a través de latradición de la Iglesia, la razón por sí sola com-prendería que ha de haber algún proceso finalde purificación para limpiar cualquier imper-fección que pudiera existir y que se interpusieseentre el alma y Dios. Ésta es la función del es-tado de sufrimiento temporal que llamamospurgatorio. En el purgatorio, al igual que en elinfierno, existe un dolor de sentido, pero asícomo el sufrimiento esencial del infierno es laseparación de Dios por toda la eternidad, el su-frimiento esencial del purgatorio es la agoníaatormentadora que el alma debe sufrir al retra-sarse, aunque sólo sea por un instante, en su

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unión a Dios. Recordemos que el alma fue he-cha por Dios. Debido a que en esta vida elcuerpo actúa (pudiéramos decir) como un ais-lante, no sentimos la terrible atracción que Diosejerce sobre el alma. Algunos de los santossienten esa atracción livianamente, pero la ma-yoría de nosotros apenas la sentimos en abso-luto. En el momento en que el alma abandonael cuerpo, está expuesta a toda la fuerza deatracción de Dios sobre el alma. Enloquecidapor el hambre _' hambre de Díos-i-, el almaacomete contra la barrera de sus propias imper-fecciones pendientes aún, hasta que finalmentees purgada por la propia agonía de su propiodolor y la barrera cae, y ¡allí está Dios!

Sirve de consuelo saber que el alma, en elpurgatorio, sufre gozosamente, aun cuando elsufrimiento es de una intensidad desconocidadel lado de acá del Juicio. La gran diferenciaentre el sufrimiento del infierno y el del purga-torio, es la falta de esperanza de la separacióneterna del infierno contra la certeza del rescatede purgatorio. El alma, en el purgatorio, no de-searía presentarse ante Dios en su estado pre-sente, y por eso hay gozo en su agonía, gozo enla seguridad del éxtasis que seguirá.

Evidentemente, nadie puede saber «cuánto»dura el purgatorio' para un alma en particular.He puesto «cuánto» entre comillas porque,

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mientras hay «duración» después de la tumba,no existe, que sepamos, lo que entendemos portiempo: ni días, ni noches, ni horas, ni minutos.Sin embargo, bien midamos el purgatorio porduración o por intensidad (y un instante de tor-tura insoportable puede ser peor que un año derelativa incomodidad), permanece el hecho deque el alma en el purgatorio no puede rebajarni acortar sus propios sufrimientos. Pero noso-tros los vivos podemos ayudar a esa alma, pormisericordia de Dios; y la frecuencia de nues-tro recuerdo, y el cumplimiento de nuestro re-cuerdo, bien de un alma individual o de todoslos fieles difuntos, únicamente será medido pornuestro amor.

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XVI. EL FIN DEL MUNDO

Si algo hay seguro, es que no sabemoscuándo terminará el mundo. Puede ser mañana,puede que dentro de un millón de años. El pro-pio Jesús, según leemos en el capítulo 24 delEvangelio de San Mateo, ha indicado algunosde los portentos que deben preceder la desinte-gración del mundo. Habrá guerras y hambres ypestilencias; vendrá el reino del Anticristo; elsol y la lunase oscurecerán y las estrellas cae-rán de los cielos; la cruz aparecerá en el cielo.Únicamente cuando todo ocurra, «veremos alHijo del Hombre viniendo sobre las nubes delcielo con gran poder y majestad» (Mateo, 24,30). Estos acontecimientos podrían ocurrir encualquier momento, y todas las profecías esta-rían cumplidas. De otro lado, las guerras yhambres y plagas que el mundo ha experimen-tado hasta ahora pueden ser apenas nada com-

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paradas con las que realmente precederán el findel mundo. Realmente, no lo sabemos. Única-mente podemos estar preparados.

Durante siglos, el capítulo 20 del Apocalip-sis de San Juan (El Libro de Revelación en lasversiones protestantes de la Biblia) ha signifi-cado una fuente de material fascinador para losestudiantes de las Sagradas Escrituras. Des-cribe allí San Juan una visión profética; diceque el demonio estará sujeto y preso durantemil años, durante los cuales los muertos volve-rán a la vida y reinarán con Cristo; al final delos mil años, el demonio será puesto en libertady fmalmente vencido para siempre, y entoncesvendrá la segunda resurrección. Algunos, talescomo los Testigos de Jehová, han preferido in-terpretar este pasaje literalmente -una formasiempre peligrosa de interpretar los medios deexpresión que abundan en las profecías-. Aquienes toman este pasaje literalmente y creenque Jesús vendrá a reinar sobre la tierra durantemil años antes del fin del mundo, se les llamamilenaristas, del latín millenium, que significa«mil años». Esta interpretación, sin embargo,no está de acuerdo con las propias profecías deCristo, y el milenarismo es rechazado por laIglesia Católica como herejía. Algunos católi-cos instruidos creen que los «mil años» es unaforma de expresar un largo período de tiempo

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antes del fin del mundo, cuando la Iglesiago-zará de mayor paz y Cristo reinará sobre las al-mas de los hombres. La interpretación más co-mún de los expertos en la Biblia Católica, sinembargo, es que los «mil años» representan elperíodo total de tiempo desde el nacimiento deCristo, cuando Satanás,en verdad, fue encade-nado. Todos los justos que viven durante estetiempo tienen una primera resurrección en elBautismo y reinan con Cristo mientras estén enestado de gracia; y tienen una segunda resu-rrección al final del mundo. Paralelamente conesto está la primera muerte por el pecado y lasegunda muerte en el infierno.

Nos hemos detenido en esta breve discusiónacerca del millenium porque, es una cuestiónque puede presentarse en discusiones religiosascon no católicos. Sin embargo, las cosas quesabemos con seguridad respecto al fin delmundo tienen una mayor importancia prácticapara nosotros. Una de tales certidumbres es elhecho de que cuando termine la historia delhombre, los cuerpos de todos los que han vi-vido se levantarán y volverán a unirse con suspropias almas. Puesto que es el hombre com-pleto, cuerpo y alma, el que ha amado y servidoa.Dios, aun a costa de dolor y sacrificio, es cier-wnente justo que el hombre completo, cuerpoy; alma, goce de la unión eterna con Dios, que

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es la recompensa del amor. Y puesto que es elhombre completo quien ha rechazado a Diospor el pecado mortal, sin arrepentimiento, es dejusticia que el cuerpo comparta con el alma laseparación eterna de Dios que el hombre com-pleto ha elegido para sí mismo. Nuestros cuer-pos resucitados serán reconstruidos, desdeluego, de tal forma que se vean libres de las li-mitaciones físicas que les caracterizan en estemundo. No necesitarán alimento, ni bebida, nidescanso por más tiempo, y en cierto modo es-tarán «espiritualizados». Además, los cuerposde quienes habiten en el cielo estarán «glorifi-cados»; poseerán una perfección y una bellezaque serán una participación en la perfección yen la belleza del alma que' está unida a Dios.

Ya que el cuerpo de una persona en el que lagracia ha morado ha sido en verdad un templode Dios, la Iglesia ha insistido siempre en que setenga una gran reverencia a los cuerpos de losfieles difuntos. Se les conduce con oraciones yceremonias a las sepulturas, que han sido ben-decidas especialmente para recibirlos. Una per-sona humana que escapó a la corrupción de latumba fue la Madre de Dios. «Por el privilegioespecial de su Asunción, el cuerpo de la Santí-sima Virgen María, unido a su alma inmaculada,fue glorificado y llevado al cielo.» Su divinoHijo, que había tomado su carne de ella, la llevó

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con Él al cielo, un hecho que conmemoramos eldía 15 de agosto, la Fiesta de la Asunción.

El mundo acaba, los muertos se levantan, yse presenta el Juicio Final. El Juicio Final pre-sentará a Jesucristo ocupando el trono de la Jus-ticia divina, que ha reemplazado a su trono demisericordia infmita, la cruz. El Juicio Final notendrá sorpresas para nosotros, por lo que anuestro destino final se refiere. Ya habremospasado nuestro propioJuicio Particular; nues-tras almas ya estarán, bien en el cielo, bien enel infierno. El propósito del Juicio Final es elde dar gloria a Dios, mostrando a toda la Hu-manidad la justicia de Dios, y su sabiduría, ysu misericordia. La vida entera, que tan a me-nudo nos habrá parecido como una madeja en-redada de acóntecimientos sin conexión al-guna, algunasveces dura y cruel, y aun injustay estúpida, ahora nos será revelada completa-mente. Veremos cómo la pieza del rompecabe-zas de la vida que nosotros hemos conocido,coincide con-el magníficamente grande con-junto del plan de Dios para el hombre. Veremoscómo la sabiduría y el poder de Dios, su amory misericordia y justicia, han estado actuandoconstantemente. «¿Por qué permite Dios queesto ocurra?», hemos protestado a menudo.«¿Por qué no hace Dios esto y lo otro?», noshemos preguntado a menudo. Al fin, ahora co-

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noceremos todas las respuestas. La sentenciaque se nos dictó en nuestro Juicio Particularserá ahora confirmada públicamente. Todosnuestros pecados -y nuestras virtudes tam-bién- serán expuestos a la vista pública. Elsentimental ingenuo que dijo: «No creo en elinfierno; Dioses demasiado bueno para permi-tir que un alma sufra eternamente», compren-derá ahora que Dios no es una abuelita cho-cheante después de todo. Lajusticia de Dios estan infmita como su misericordia. Las almas delos condenados, a pesar de ellos mismos, glori-ficarán ahora la justicia de Dios para siempre,de igual forma que las almas de"los justos glo-rificarán eternamente su misericordia. Por lodemás, volvamos al capítulo 25 del Evangeliode San Mateo, y dejemos que el propio Jesús(versículos 34-36) nos diga cómo preparamospara el último y terrible día.

La mayoría de nosotros se sorprendería pro-bablemente si alguien nos llamase santos. Re-conocemos suficientemente nuestras imperfec-ciones como para aceptar tal título. Y, sinembargo, en la Iglesia primitiva todos losmiembros fieles del Cuerpo Místico de Cristoeran clasificados como santos. Era la expresiónfavorita de San Pablo para los miembros de laco~unida!i cristiana. Habla de «los santos queestán en Efeso» (Efes., 1, 1) Y de los «santos

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que están en toda Acaya» (2 Coro1, 1). Los He-chos de los Apóstoles, que es la historia de laIglesia primitiva, clasifican también como san-tos a todos los seguidores de Cristo.

La palabra «santo» se deriva de la palabra la-tina sanctus, que significa «santificado». Cadaalma cristiana, incorporada a Cristo en el bau-tismo, y albergando dentro de sí al EspírituSanto (mientras permanezca en estado de gra-cia santificante) está santificada, es un santo enel sentido original de la palabra. Hoy. en día, sinembargo, la palabra «santo» se reserva general-mente a aquellos que están en el cielo. Pero esel sentido originalde la palabra el que utiliza-mos cuando decimos en el Credo de los Após-toles: «Creo ... en la comunión de los santos».La palabra «comunión» quiere decir aquí«unión con» (de nuevo del latín), y decimosque creemos que existe una unión, una camara-dería, un intercambio entre todas las almas enlas que habita el Espíritu Santo, el Espíritu deCristo. Esa comunión incluye, en primer lugar,a nosotros mismos, a los miembros de la Igle-sia que estamos en la tierra. Nuestra «sucursal»de la comunión de los santos se denomina Igle-sia militante, es decir, la Iglesia que todavíaestá luchando, combatiendo contra el pecado yel error. Si cayésemos en pecado mortal, no de-jaríamos de ser miembros de la comunidad <le

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los santos; pero somos separados de todo inter-cambio espiritual con nuestros hermanos mien-tras continuemos excluyendo al Espíritu Santode nuestra alma.

Las almas del purgatorio también son miem-bros de la comunión de los santos. Están en gra-cia para siempre, si bien sus deudas y pecadosmenores tienen que ser purgados todavía. Aúnno pueden ver a Dios, pero el Espíritu Santoestá en ellas y con ellas, para no perderlas nun-ca. A menudo llamamos a esta «sucursal» de laIglesia, Iglesia purgante.

Finalmente, existe la Iglesia triunfante,constituida por todas las almas de los bienaven-turados en el cielo. Ésta es la Iglesia eterna. Enella serán incluidas, después del Juicio Final,tanto la Iglesia militante como la Iglesia pur-gante.y ahora, ¿qué significa la comunión de los

santos para nosotros en la práctica? Significaque todos los que estamos unidos en Cristo_. los santos en el cielo, las almas del purgato-rio, y nosotros en la tierra- debemos tenersiempre presentes las necesidades de los de-más. Los santos en el cielo no están tan absor-tos en su éxtasis que olviden a las. almas quehan dejado detrás de sí. No podrían olvidar,aunque quisieran. Su amor perfecto hacia Diosdebe incluir amor a todas las almas que Dios ha

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creado y ha adornado con sus gracias, todas lasalmas en las que Dios mora, todas las almas porlas que Jesús murió. En resumen, los santos hande amar a las almas que Dios ama. El amor quelos bienaventurados en los cielos sienten porlas almas del purgatorio y en la tierra no es unamor pasivo. Podríamos llamarlo un amor ac-tivo, un amor «con ansia». Los santos anhelanayudara todas las almas a alcanzar el cielo,cuyo precioso valor están en condicionesahora de estimar como nunca. Ysi la oraciónde un hombre bueno en la tierra hace fuerza aDios, no es posible estimar el poder de las ora-ciones que los santos ofrecen por nosotros.Son los héroes de Dios, los amigos íntimos yfamiliares de Dios.

Los santos del cielo oran por las almas delpurgatorio y por,nosotros mismos, Por nuestraparte, debemos reverencia y honor a los santos.No sólo porque pueden y orarán por nosotros;sino también porque nuestro amor a Dios así lopide. Se honra aun artista cuando. se alaban susobras. Los santos son obras maestras de la gra-cia de Dios; cuando los honramos, honramos asu Hacedor, a su Santificador, a su Redentor. Elhonor que se ofrece a los santos no es sustraídoa Dios. Al contrario, es un honor tributado aDios en la forma en la que Él mismo ha indi-cado y desea. Y merece la pena recordar que

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cuando honramos a los santos, estamos sinduda honrando a muchos de nuestros propiosdifuntos que ahora están con Dios en el cielo.Cada alma en el cielo es un santo, no simple-mente el santo canonizado. Ésta es la razón porla que, además de las fiestas especiales paraciertos santos canonizados, la Iglesia dedica undía en honor de la Iglesia triunfante completa,la fiesta de Todos los Santos, el 1 de noviem-bre. .

Como miembros de la comunión de los san-tos, nosotros, en la tierra, oramos por las almasque sufren en el purgatorio. Ellas no puedenayudarse a símismas ahora; su período para ha-cer méritos terminó. Podemos ayudarlas por unfavor de Dios. Podemos aliviar sus sufrimien-tos y adelantar su paso al cielo con nuestrasoraciones, con las Misas que ofrecemos y.he-mos ofrecido, con las indulgencias que paraellas hemos ganado (casi todas las indulgenciasconcedidas por la Iglesia pueden ser aplicadasa las almas del purgatorio, si hacemos esa in-tención). Si pueden o no rezar por nosotros lasalmas del purgatorio, no 10 sabemos; pero sa-bemos que una vez que se encuentren entre lossantos en el cielo, ciertamente nos recordarán aquienes las hayamos recordado en su necesi-dad, y serán nuestros intercesores especialesante Dios.

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Es evidente que nosotros, aquí en la tierra,debemos rezar y ayudarnos los unos a los otros,si hemos de ser fieles a nuestras obligacionescomo miembros de la comunión de los santos.Debemos sentir un verdadero amor sobrenatu-ral unos por otros, practicando la virtud de lacaridad fraterna en pensamiento, palabra yobra, especialmente practicando las obras espi-rituales y corporales de misericordia. Si hemosde aseguramos el ser miembros permanentes dela comunión de los santos, no debemos tomarcon ligereza nuestras responsabilidades aquí.y aquí termina la historia de la salvación del

hombre, la historia que la Tercera Persona de laSantísima Trinidad, el Espíritu Santo, ha es-crito. Con el fin del mundo y la resurrección delos muertos y ei Juicio Final, acaba la tarea delEspíritu Santo. Su labor de santificación co-menzó con la creación del alma de Adán. Parala Iglesia empezó el Domingo de Pentecostés.Para ti y para mí comenzó el día que fuimosbautizados. Cuando el tiempo termina y sola-mente queda la eternidad, la tarea del EspírituSanto halla su satisfacción en la comunión delos santos, ya una sola compañía en la gloriaeterna.

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Nihil obstatANTONIO GARCÍA DEL CUETO

lmprimatur:JUAN, Obispo Auxiliar

y Vicario GeneralMadrid, 2 enero 1959

Este libro, publicado porEdiciones Rialp, S. A.,

Alcalá, 290, 28027 Madrid,se terminó de imprimir

en Artes Gráficas ANZOS, S. A.,Fuenlabrada (Madrid), el día

l de junio de 1998

PATMOS, LIBROS DE ESPIRITUALIDADSelección de títulos

6. JESÚS URTEAGA Lome El valordivino de lo humano. (Trigésimo-séptima edición.)

8. UN CARTUJO: La vida en Dios (In-troducción a la vida espiritual) ySermones capitulares. (Quintaedición.) Prólogo de JUAN BAU·TISTA TORELLÓ.

10. EUGENE BOYLAN, O. Cist. R.: Di-ficultades en la oraciáq mental.(Decimotercera edición.)

26. GERTRUD VaN LE FORT: La mujereterna. (Tercera edicíón.j-

27-28. EUGENE BOYLAN, O. Cist. R.:El amor supremo. (Quinta edi-ción.)

29. FRANZ JANTSCH: José de Naza-reto (Segunda edición.) Prólogo deÁNGEL MARIA GARCfA DORRON.SORO.

33. UN CARTUJO: La Trinidad y lavida interior. (Tercera edición.)Prólogo del Excelentísimo y Re-verendísimo señor Doctor FrayJosé LóPEZ ORTIZ, O.S.A., Obis-po de Tuy. Presentación de REGI.NALD GARRIGOu-LAGRANGE, O.P.

35. FRANCISCA JAVIERA DEL VALLE:Decenario al Espíritu Santo. Edi-

ción y presentación de FLOREN-TINO PÉREZ-EMBID. (Decimoquin-ta edición.)

55. RONALD A. KNOX: El torrenteoculto. (Cuarta edición.)

56. GEORGES CHEVROT: Simón Pe-dro. (Decimonovena edición.)

59. GEORGES CHEVROT: Las Biena-venturanzas. (Duodécima edi-ción.)

60. FEDERICO SUÁREZ: La VirgenNuestra Señora. (Vigesírnoter-cera edición.)

74. JEAN DE FABREGUES: El santoCura de Ars. (Quinta edición.)

91. Joss ORLANDIS: La vocacióncristiana del hombre de hoy.(Tercera edición.)

99. EDWARD LEEN: El Espiritu San-to. (Tercera edición.)

100. JESÚS URTEAGA: Dios y los hi-jos. (Vigesimoprimera edición.)

105. JOSEPH Ltrcxs: Nosotros, hijosde Dios. (Cuarta edición.)

110. SALVADORCANALS: Ascética me-ditada. (Vigesimocuarta edi-ción.)

112. C. BARTHAS: La Virgen de Fá-tima. (Décima edición.) Adap-

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tación española, introducción Y 170. FEDERICO SUÁREZ: Después de Nuestra Señora la Virgen Ma- 211. HENRI CAFFAREL: No temas re-

notas por FLORENTINO PÉREZ-esta vida. (Quinta edición.) da. cibir a Maria, tu esposa.

EMBID. 172. JESÚs URTEAGA LOIDI: Los de- 206. JESÚS MARTfNEZ GARcfA: Ha- 212. ROBERT HUGH BENSON: La amis-

114. RONALD A. KNox: Sermonespas- fectos de los santos. (Octava blemos de la Fe. tad de Cristo. (Segunda edición.)

torales. edición.) 208. D. J. LALLEMENT: Encontrar a 213. AMBROISE GARDEIL: El Esptritu

123. PIus-AIMONE REGGIO, O.P.: ¿Por 174. CHARLES JOURNET: Charlasacer- Jesucristo. Santo en la vida cristiana.

qué la alegria? (Tercera edi- ca de la Gracia. 209. FEDERICO SUÁREZ: La Pasión de 214. LEO J. TREsE: El Esptritu Santo

ción.) 180. FEDERICO SUÁREZ: José, Esposo Nuestro Señor Jesucristo. (Quin- y su tarea.

129. FEDERICO SUÁREZ: El sacerdo- de Maria. (Quinta edición.) ta edición.)

te y su ministerio. (Quinta edi- 186. FRAY JUSTO PÉREZ DE URBEL,

ción.)O.S.B.: Vida de Cristo. (Quinta

141. FEDERICO SUÁREZ: La puerr! an- edición.)

gosta. (Duodécima edición.) 190. ANTONIO FUENTES MENDIOLA: El

142. MERCEDES EGUlBAR GALARZA:sentido cristiano de la riqueza.

¿Por qué se amotinan las gen- (Segunda edíción.)

tes? (Salmo ll). (Cuarta edi- 191. J. A. GONZÁLEZ LoBATO: Cami-

ción.)nando con Jesús. (Cuarta edi-

143. PIE RÉGAMEY: Los mejores tex- ción.)

tos sobre la Virgen Marta. Tra- 194. FEDERICO SUÁREZ: El sacrificio

ducción y notas de FEDERICO del altar. (Tercera edición.)

DELCLAUX. (Tercera edición.) 196. ANTONIO FUENTES: La aventura

148. CAMILO LóPEZ PARDO: Sobre la divina de Marta. (Segunda edi-

vida y la muerte. ción.)

150. FEDERICO SUÁREZ: La paz os 197. IGNACIO DoMfNGUEZ: El tercer

dejo. (Sexta edición.) Evangelio.

153. JESÚS URTEAGA: Cartas a los 198. F. X. FORTÚN: El sagrario y el

hombres. (Cuarta edición.) evangelio. Presentación de RO:

154. LEO J. TRESE: La fe explicada. SENDOÁLVAREZ, Obispo de Jaca.

(Decimoctava edición.) 199. JUSTO MULLOR: Dios cree en el

159. FEDERICO SUÁREZ: La vid y los hombre.sarmientos. (Segunda edición.) 200. JUAN MOYA CORREDOR: Imitar

162. REGINALD GARRIGOu-LAGRANGE: a Marta. Novena a la Inmacu-

La Madre del Salvador Y nues- lada.tra vida interior. Revisión y no- 201. JOSEPH RATZINGER: Cooperado-

tas de FEDERICO DELCLAUX. (Ter- res de la verdad (Reflexiones

cera edición.)para cada dta del año).

164. DOM VITAL LEHODEY: El Santo 202. JULIO EUGUI: Dios, desconocido

Abandono. (Octava edición.) y cercano.

165. REGlNALD GARRIGOU-LAGRAN. 203. Joss MIGUEL PERo-SANZ: Sobre

GE: El Salvador y su amor por roca. (Segunda edición.)

nosotros. Revisión y prólogo de 204. JUAN LUIS LoRDA: Para ser cris-

FEDERICO DELCLAUX. tiano. (Sexta edición.)

169. José MIGUEL PERO-SANZ: La 205. MAUREEN MULLlNs: Nuestra rosa.

hora sexta. (Tercera edición.) Reflexiones sobre la vida de

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Leo J. Trese es uno de losautores de espiritualidad máspopular de Estados Unidos, ytambién es muy apreciado enotros países: sus libros, más deuna docena de títulos, se hantraducido a diferentes idiomas,entre ellos el castellano.

Tras realizar sus estudiosuniversitarios enWayne,ejercióel ministerio sacerdotal enla archidiócesis de Detroit.Durante muchos años escribióuna columna semanal quereproducíantodos los periódicoscatólicos de Estados Unidos.También ejerció sus laborescatequéticas en la Confraternityof Christian Doctrine y comocapellán en un centro de es-tudios universitarios. Fallecióen 1970.

Posiblemente su obra másconocida sea La fe explicada,publicada también en Patmos,que lleva hasta el momento 17ediciones en nuestro sello.