el entenado i. abelar
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quarta-feira, 15 de novembro 2006
El entenado, de Juan José Saer
(post escrito em espanhol para discussão entre meus alunos do
seminário de doutorado em literatura em Tulane University; dedicado à
obra-prima do argentino Juan José Saer, El entenado, da qual existe
tradução brasileira)
Se podría leer El entenado (1983), de Juan José
Saer, como un pastiche de géneros y discursos
consagrados en la tradición: adaptado de las
peripecias de Juan Díaz de Solís en las cercanías
del Río de la Plata (y de varios otros viajes, como
el de Hans Staden) y escrito como relato
autobiográfico que mantiene fuerte parentesco con la picaresca, el libro
insiste en su condición de “memorias de viejo”, de historias de cosas
acaecidas hace mucho. Esa dicción Saer la toma prestada de las
crónicas de Indias, especialmente las de los castellanos viejos
semiletrados, como Bernal Díaz del Castillo, que narran en la vejez
melancólica sus aventuras épicas en América. Paródicamente, El
entenado no narra victorias, sino un desastre, un naufragio que
conlleva, incluso, un borramiento de la subjetividad española del
narrador, de su propia identidad. Ésta será, entonces, la historia de un
sujeto que pierde su nombre y olvida su lengua materna.
El título remite a una relación familiar anclada no en una presencia,
sino en una ausencia: el entenado, aquél al cual le falta el padre (y/o la
madre). En efecto, el relato está salpicado de escenas de muertes de
figuras simbólicamente paternas. La llegada a América produce el
naufragio y la muerte instantánea del capitán; lanzado a la intemperie
de la vida en la tribu, el protagonista sólo readquire una figura paterna
al ser adoptado por un cura, quien también muere. En los rituales de
canibalismo descritos en la novela, es nítida la marca de Totem y tabú,
de Freud, que narra el asesinato del padre en manos de los hijos
celosos, seguido del ritual antropofágico que erige la figura del padre
en tabú.
El narrador reflexiona intensamente sobre la diferencia
entre la temporalidad de los hechos enunciados, su
juventud de náufrago en América, y el tiempo presente, el
de su enunciación. Esa linealidad que desemboca en la
vejez contrasta con la temporalidad a que se sometió él
cuando vivía entre la tribu: un tiempo cíclico puntuado por dos rituales
que se repiten periódicamente, el de las orgías sexuales y el de los
juegos de niños. La orgía sexual, una suerte de ritual fundante de la
tribu, se nutre de cuerpos que “se disimulaban en su propio olvido”
(69). La repetición del ritual coincide con la sistemática pérdida de la
memoria de su acaecer. El efecto más nítido de la orgía parece ser,
incluso, la producción de su propio olvido.
El entenado difiere de manera considerable de las novelas de
reconstitución de época, en la medida en que no “finge” estar en el
siglo XVI; su narrador escribe como alguien que ha leído la
antropología, el psicoanálisis, la teoría del cine, la lingüística y una
serie de otros cuerpos de saber del siglo XX. Los hechos suceden en un
tiempo extemporáneo, no en el presente del lector, pero seguramente
tampoco en el siglo XVI. Los indígenas parecen preservar al
protagonista de todas las hecatombes, como si necesitaran que él
operase como testigo. El dilema que enfrenta el narrador al final es de
testigo absolutamente solitario, una suerte de testigo del apocalipsis,
de la muerte de un mundo: ¿cómo legitimar una narración de la cual
todos los protagonistas están muertos? ¿cómo documentar, atestiguar,
una memoria sin pruebas?
El protagonista vive así algunos de los dilemas que sólo en la
contemporaneidad las artes y las ciencias humanas han estudiado con
detenimiento: las fallas, lapsos, traiciones, invenciones e insuficiencias
de la memoria. Erigido en una suerte de archivo de un pueblo que
cíclicamente se olvida, el protagonista provoca en ellos la enunciación
repetida de un término, def-ghi, palabra de múltiples y contradictorios
sentidos que parece decir mucho sobre la vida en la tribu.
Privilegiando cualquier aspecto de este rico texto, deja tu comentario
reflexionando sobre tu experiencia de lectura de la novela.
Lecturas adicionales: Entrevista de Horacio González a Juan José
Saer.
El color justo de la patria: Agencias discursivas en El entenado,
de Juan José Saer (pdf), de Brian Gollnick
Repetição e existência em El entenado, de Juan José Saer (pdf), de
Antônio Davis Pereira Júnior
Novelas de Saer disponibles en la red (archivos compactados):
El limonero real.
Glosa.
La pesquisa.
Ensayo de Juan José Saer: El concepto de ficción.
http://www.idelberavelar.com/archives/2006/11/el_entenado_de_juan_jose_saer.php
Los mitos guaraníes sobre canibalismo y su relación con El
entenado de Juan José Saer.
En esta presentación reflexiono sobre El entenado (1983) de Juan José
Saer, (1937-2005), enfocando el tema del canibalismo. Hago la
distinción entre caníbal, como practicante ritual, y antropófago, como
aquel que come carne humana por necesidad, por hambre. Destaco, en
esta oportunidad, sólo un fragmento de un trabajo mayor_ por lo exiguo
del tiempo concedido a la mesa redonda_ que se desarrolla a la luz de la
antropología, desde The man-eating myth, de William Arens (1979)
hasta los enfoques contemporáneos sobre el tema; teniendo en cuenta
el informe de Hans Staden y otros textos de la época colonial y,
finalmente, considerando ciertos aspectos relacionados con la propia
historia de la antropología. El canibalismo aparece ya en los informes
de Herodoto (siglo V antes de Cristo). Es un fenómeno que ha existido
en África, Australia, México y América del Sur. Tenemos también la
interpretación sicoanalítica iniciada en Totem y Tabú, de Freud (1913).
La antropofagia como práctica real tiende a desaparecer pero continúa
vigente como metáfora de las relaciones humanas, como la usaron, en
Brasil, Oswald de Andrade en el Manifesto Antropofágico (1922) y
Mário de Andrade en Macunaíma.
En una entrevista publicada por Giardinelli (1988), Saer dice: “Para mí,
la literatura es una propuesta antropológica”. En este trabajo no parto
de la premisa de que Saer haya hecho un estudio de tipo erudito
antropológico sobre mitos que podrían haber correspondido a la tribu
de los colastiné, de la que se trata en la novela y sobre la cual Saer no
dispuso de estudios específicos (el propio autor asegura que nada
quedó de esa tribu); lo que hago es recurrir a estudios sobre mitos
relacionados con el canibalismo en las comunidades guaraníes, cuyo
hábitat corresponde a un territorio no muy alejado del lugar donde se
desarrolla la acción de esta novela. La crítica ha destacado lo que de
metáfora sociológica e histórica tiene el ritual canibalístico y su
aplicabilidad no sólo al momento histórico de la conquista y
colonización de América como también a los momentos de mayor
ferocidad social, como fueron los períodos de las dictaduras militares.
También se encuentra en el origen de las teorías sobre procesos de
modernización periférica donde el concepto de apropiación cultural se
materializa en la imagen de un nativo comiendo a un conquistador
europeo y, de esa forma, apropiándose de la máquina cultural de la
presa. Mi propósito, como lo he anunciado al principio de este trabajo,
es otro.
Varios mitos relacionados a la devoración del otro, sustentaron la
práctica canibalística, especialmente los que se relacionan con el
jaguarismo, como fundamento del poder chamánico y de la
reproducción social. En esos mitos se destacan dos figuras masculinas
(chamanes): la de los que se dejan dominar por el alma animal y por el
deseo de comer carne cruda que se transformarán en jaguares, y la del
asceta que busca en vida el estado (aguyje) de madurez y de perfección,
lo que lo llevará a la inmortalidad. Estudios sobre estos mitos fueron
realizados por Carlos Fausto, del Museo Nacional de la Universidade
Federal de Rio de Janeiro, con base en otros de Andrade 1992,
Bartolomé (1977), Hélène Clastrés (1975), Descola (1993) e Viveiros de
Castro (1992), entre otros.
En su texto O nativo relativo, el antropólogo brasileño Eduardo Viveiros
de Castro (2002) propone una forma de pensar la relación entre dos
sujetos sobre los cuales mucho se ha escrito y debatido en la
postmodernidad: el antropólogo _ aquel que reflexiona sobre sus
propias prácticas y sobre las del otro _ y el nativo _aquel que realiza las
prácticas pero no puede elaborar un relato de significación, de alguna
forma, metalingüística, sobre ellas. Inspirado en el perspectivismo de
Gilles Deleuze _ que no busca afirmar la relatividad de lo verdadero
sino la verdad de lo relativo _ Viveiros de Castro plantea un
relacionalismo, en el que se afirma que la verdad de lo relativo es la
relación, el intercambio entre los sujetos. En otro famoso ensayo suyo,
de 1996, Viveiros afirma
O que fiz em meu artigo sobre o perspectivismo foi uma experiência de
pensamento e um exercício de ficção antropológica. A expressão
'experiência de pensamento' não tem aqui o sentido usual de entrada
imaginária na experiência pelo (próprio) pensamento, mas o de entrada
no (outro) pensamento pela experiência real: não se trata de imaginar
uma experiência, mas de experimentar uma imaginação. A experiência,
no caso, é a minha própria, como etnógrafo e como leitor da bibliografia
etnológica sobre a Amazônia indígena, e o experimento, uma ficção
controlada por essa experiência. Ou seja, a ficção é antropológica, mas
sua antropologia não é fictícia.
Em que consiste tal ficção? Ela consiste em tomar as idéias indígenas
como conceitos, e em extrair dessa decisão suas conseqüências:
determinar o solo pré-conceitual ou o plano de imanência que tais
conceitos pressupõem, os personagens conceituais que eles acionam, e
a matéria do real que eles põem. Tratar essas idéias como conceitos
não significa, note-se bem, que elas sejam objetivamente determinadas
como outra coisa, outro tipo de objeto atual. Pois tratá-las como
cognições individuais, representações coletivas, atitudes
proposicionais, crenças cosmológicas, esquemas inconscientes,
disposições incorporadas e por aí afora _ estas seriam outras tantas
ficções teóricas que apenas escolhi não acolher.
Es evidente la convergencia interesante entre esas situaciones
planteadas en la antropología y algunas ideas y prácticas teóricas y
literarias de Saer, como la mencionada “antropología especulativa”
como definición del quehacer literario. Es en ese sentido que leo El
entenado, que ya ha merecido, tanto en Brasil como en el ámbito
hispanoamericano, muchas e interesantes lecturas desde varios puntos
de vista. Destaco los estudios de Premat, Scavino, Corbatta, Gollnik,
Gramuglio, Díaz Quiñonez, dos Santos Braga, Caisso, Cariello, Cella,
Corral, De Grandis y otros. Los datos y descripciones de la novela han
hecho pensar en el naufragio histórico de la expedición de Juan Díaz de
Solís en la región del Río de la Plata en el año de 1515, que tuvo un
único sobreviviente (Francisco del Puerto) que, como testigo, dejó su
relato escrito. En la novela, un grumete permanece prisionero de la
tribu de los Colastiné durante 10 años, luego de los cuales regresa a
Europa, donde se dedica a desarrollar sus nuevas habilidades,
adquiridas a su vuelta: las de escritor, habilidades que le permitirán
escribir el informe que leemos como novela narrada en primera
persona.
Mi hipótesis es que podemos recrear un sistema de saber, un conjunto
heterogéneo de objetos antropológicos, teniendo como punto de partida
la novela de Saer y las diversas reconstrucciones, elucubraciones,
lecturas posibles, que dieron margen a la creación novelística. Sin caer
en una lectura alegórica podemos incursionar en campos como el de las
culturas amazónicas y en las de las zonas más australes de América del
Sur, donde encontramos mitos que sirven de base a la práctica del
canibalismo. Secreto bien guardado por las “buenas intenciones” de
muchos intelectuales que vieron en el canibalismo indígena el peligro
de legitimar los rótulos que, venidos de las metrópolis, transformaban
al habitante de las tierras americanas en un absoluto otro, sea
caracterizado como buen salvaje, incontaminado por la sociedad o como
salvaje exterminable, colonizable y convertible al cristianismo. Como
dice Adorno (2006: 139) “La civilización burguesa ha reprimido lo
“asqueroso” de la muerte; o bien lo ha ennoblecido o lo ha capturado
con higiene”, y más adelante, refiriéndose a La engañada, de Thomas
Mann, nombra la tensión entre cultura y lo que yace abajo, lo que nos
ayuda a pensar el juego entre el reconocimiento del canibalismo como
un aspecto “encriptado” de nuestra cultura. Ese “secreto nefando” está
siendo estudiado y analizado por la antropología contemporánea sin esa
atmósfera de pecado que debe ser obligatoriamente ocultado y viene
saliendo a la luz, lo que resulta un complemento que sustenta un
conocimiento un poco más certero y saludable de lo que podemos llegar
a saber sobre esas poblaciones amerindias y sobre nosotros mismos,
nuestro presente social, político y cultural. Dejamos claro, entonces,
que partimos de una teoría del texto _ el hipertertexto palimpsestuoso y
potencializado, como dice Raúl Antelo (2006: 13) _ que nos permite
enveredarnos por hipótesis de convergencia de saberes y de
elucubraciones que abren a otros sentidos. Podríamos inclusive lanzar
otra hipótesis: esta novela establece un nuevo paradigma de tradición,
al recrear una tribu que realiza anualmente un festín orgiástico con
carne humana que, como veremos, tiene el objetivo de recordar y
celebrar la condición humana de los integrantes de la comunidad.
Podríamos decir, así: “somos todos caníbales que pudimos hacer el
camino de la ascesis sólo permitida a los chamanes”; la Argentina y, por
extensión, desde mi óptica, Brasil, tienen un pasado caníbal y superar la
vergüenza de rever esos ancestros es una forma de establecer nuevos
paradigmas de tradición y origen así como explicaciones del presente
que se muestra, en ese hipertexto palimpsestuoso, mucho más complejo
y lleno de significaciones perturbadoras que las habituales, teorizadas
desde paradigmas previsibles como las polémicas civilización y
barbarie, interior y capitales, letrado y no letrado. Otra diferencia en
nuestro tratamiento del tema reside en el hecho de que Saer sitúa su
novela en el momento exacto del primer encuentro entre blancos y
amerindios, antes, entonces, de todos los estudios sobre influencias
mutuas y de transformaciones: es como si fuera la primera versión de
una perspectiva del encuentro con la alteridad, que enmarca el
momento de la instalación del punto de vista de la identidad.
El hábitat de los Tupi-Guaraní ocupaba el litoral atlántico de América
del Sur y la cuenca del Río de la Plata, a lo largo de los ríos Paraná,
Paraguay y Uruguay. Los Tupi eran conocidos con los nombres de
Tamoio, Tupinambá, Tupiniquim y Tabajara; y los Guaraní eran
conocidos como Carijó, Itatim, Tapé, Guarambaré. La novelística de
Juan José Saer estableció desde el inicio una “zona” geográfica _ en el
interior de Argentina, entre Serodino y la ciudad de Santa Fe,
extendido el radio esporádicamente hasta la ciudad de Rosario _ y tuvo
como rasgo destacado la descripción minuciosa de un lugar y de los
movimientos que se producen en ese lugar, como una forma de
decodificar la cultura, un camino que conduce a otros niveles de
comprensión y, consecuentemente, de conocimiento del mundo. Esa
“zona”, en El entenado, coincide con el área de influencia de la cultura
guaraní, tal vez Puerto Gaboto, junto al río Paraná, el lugar de entrada
de las primeras naves conquistadoras españolas y la región donde se
produjo el naufragio de Solís. Siguiendo a Agnolin (2002) podemos
decir que "jaguar" (panthera [Jaguarius] onça), en el contexto de la
cultura mitopoéica Tupinambá y del más amplio de la cultura Tupi,
posee innúmeras versiones míticas (panthera [Jaguarius] onça) – y, de
allí, la derivación del canibalismo, como puede verse también en toda la
obra antropológica de Lévi-Strauss. Elegir alguna de esas variantes
ayuda a intentar entender qué significaba la práctica caníbal para los
Tupinambás, que es lo que hace Saer cuando intenta ir encontrando
significados a esa práctica de los Colastiné. Agnolin se apoya en
estudio realizado por Bernard Arcand y aprovecha la caracterización
del jaguar como un gran cazador, con mucha hambre siempre tanto de
alimento como de sexo, y por esos motivos, es considerado un animal
fuertemente social y extremadamente atractivo como modelo. Sobre el
tema, Lévi-Strauss afirma que
o jaguar e o homem são termos polares, cuja oposição é duplamente
formulada na linguagem comum: um come comida crua; e, sobretudo, o
jaguar come o homem, mas o homem não come o jaguar. O contraste
não é somente absoluto, mas implica, além do mais, que entre os dois
termos intercorra uma relação fundada sobre a reciprocidade nula.
Para que os bens de hoje do homem (que o jaguar não possui mais)
possam vir do jaguar (que os possuía no passado, quando o homem era
desprovido), é portanto necessário que entre o homem e o jaguar
apareça um termo mediador: é, de fato, esta a função da esposa
(humana) do jaguar. (Lévi-Strauss, 1991: 86-7)
Al grumete de la novela, el entenado, le dan ganas de comerse un
sabroso asado cuando siente los olores, por primera vez, del banquete
de carne humana. En el festín orgiástico, los que asan la carne son los
mismos que usan las armas para cazar a los prisioneros que luego se
convertirán en comida. Como chamanes, ellos no prueban la carne,
comen sólo pescado, al igual que los sacrificantes, en la cultura
Tupinambá, que no ingerían carne de la víctima. Primero, los asadores
cocinan la carne humana, que ha sido previamente preparada hasta el
punto en que es imposible darse cuenta de que lo es. En segundo lugar,
la tribu come, al principio, sin alegría, con ansiedad y sentimiento que
parece ser de culpa; a medida que comen se van poniendo tristes y se
aíslan unos de los otros. “El gusto que sentían por la carne era
evidente, pero el hecho de comerla parecía llenarlos de duda y
confusión.” (E.E., 1983: 49). En tercer lugar, la somnolencia llega como
una pesadilla. “Las caras denunciaban las visiones tenaces que los
asaltaban por dentro impidiéndoles dormir” (E.E., 1983: 52). Al mismo
tiempo, dice el narrador que “parecían estar oyendo subir desde sí
mismos un rumor arcaico” (E.E., 1983: 53). Luego de la somnolencia
sombría, sigue la ingestión de alcohol. Con eso, volvía la vivacidad
normal de esos indios, que iba en aumento hasta constituirse en un
frenesí de sexo, locuacidad y alegría. Al final, todos exhaustos, tristes,
muchos muertos, llanto, enfermos. Y todo volverá a repetirse al año
siguiente, siguiendo las líneas del mismo ritual. “Dos o tres días me
habían bastado para comprobar de qué fondo negro tenían que subir
esos indios tirando con fuerza hacia el aire transparente para poder
mostrar, en lo externo de este mundo, un aspecto humano” (E.E., 1983:
65). Esos indios no adoraban nada que fuese posible objetivizar, pero
una fuerza los gobernaba. Todo ese ritual orgiástico estaba en franca
contradicción con lo que era la vida de la tribu durante el resto del año:
limpios, pacatos, amables, considerados, discretos, púdicos. Al
cumplirse el año del ritual canibalístico, dice el narrador: “fui
comprendiendo que el año que pasaba arrastraba consigo, desde una
negrura desconocida, como el fin del día la fiebre a las entrañas del
moribundo, una muchedumbre de cosas semiolvidadas, semienterradas,
cuya persistencia e incluso cuya existencia misma nos parecen
improbables y que, cuando reaparecen nos demuestran, con su
presencia perentoria, que habían estado siendo la única realidad de
nuestras vidas” (E.E., 1983: 75). El tiempo pasaba y la sustancia que
parecía aglutinar a la tribu se deshacía y la comunidad perdía cohesión;
poco a poco, parecían presentir que algo faltaba, aun sin saber qué. Era
la señal de comenzar a organizar la caza, con flechas envenenadas. Los
objetos de los “cazados” eran guardados como reliquias que sólo salían
a relucir cuando se preparaba la caza.
Al grumete le cuesta un tiempo descubrir la razón por la cual él había
sido mantenido vivo: su función, descubre, es la de ser testigo, dar
testimonio de la existencia de la tribu, para que su propio existir fuera
un testimonio vivo de la existencia de aquellos indios. La única razón
por la cual el grumete fue mantenido en la tribu durante 10 años, en
lugar del corto tiempo que mantenían a los testigos habituales, de
tribus vecinas, con los que cumplían el ritual de canibalismo y
testimonio, era porque no conocían el origen _ Europa_ y no sabían
cómo ni a dónde devolverlo. Lo hicieron cuando vieron llegar una nueva
expedición de blancos.
La tribu ficcional de los Colastiné, de El entenado, coincide con relatos
antropológicos, como los que refiere Carlos Fausto, que destaca en los
Tupi-Guaraní una evidente "apertura al otro", siendo que todas las
marcas de un discurso-otro, todos esos signos de transformación, no
llevaron a los Guaraníes, no obstante, a pensarse como otros, porque
ellos hicieron esa alteridad totalmente suya. Pero, qué tipo de olvido es
ese que deja atrás un proceso de extremada importancia para sus
elaboraciones individuales y colectivas. El texto de Saer coincide, en
sus descripciones ficcionales y en sus preguntas sin respuesta, con
varios puntos que la literatura sobre los Guaraníes mantiene. Agnolin,
en trabajo de 2002, estudia la alimentación, en los Tupinambás, como
un dato cultural tan importante como lo referido simplemente a lo
biológico o natural y se detiene en el canibalismo, que se presenta
como una estructura altamente ritualizada, tal como la vemos en el
libro de Saer. No se trata, la experiencia canibalística, de un simple
acto diario de comer, sino que el alto índice de ritualización que la
acompaña demuestra la importancia decisiva que ese acto tiene para la
cultura. Aprovechando mis estudios anteriores sobre performance, y
uniendo las reflexiones sobre ritual caníbal, considero que la
performance ritualística de comer una vez al año carne humana,
representa un enigma cultural y una matriz mítica que emparienta la
novela de Saer a los estudios antropológicos sobre los guaraníes y
sobre otras culturas, especialmente las amazónicas, bastante
estudiadas en la antropología brasileña. La diferencia que la
ficcionalización de Saer expone es la siguiente: la tesis del narrador es
que el ritual caníbal, anual, de los Colastinés, de alguna forma actualiza
algo arcaico, la desjaguarificación, término de Carlos Fausto, olvidado
pero que vuelve como en las operaciones de tipo traumático. El trauma
proviene de que lo que se olvida _ se intenta olvidar y que vuelve como
repetición involuntaria _ es la memoria de cuando los colastinés se
comían entre ellos, o sea, recuerdan una época en la que eran
autodestructivos. El comer carne de humanos externa a la tribu es un
rito que les permite acceder a la humanización y establecer estructuras
de alteridad bien definidas, lo que produce una percepción de
identidad. En primer lugar, ellos no comen carne humana por placer
gastronómico ni por hambre. Staden, una de las fuentes del libro de
Saer, habla de canibalismo como una forma de manifestar extrema
hostilidad y un gran odio (Staden, 1974: II, cap. XXV); no son estas las
emociones que se verifican en El entenado, donde más bien existe un
desprecio hacia el exterior, aquellos que tienen otro comportamiento al
respecto, como le explica uno de los indios al grumete, que esos “otros”
se comen entre sí, todavía, tienen un grado menor de humanidad, por
eso son comibles.
Saer, al mostrar la tribu de los colastinés dividida en dos
comportamientos casi irreductibles, en un tiempo cíclico aunque bien
diferenciado: una vez por año, todos los años, de alguna forma permite
leer la dicotomía de principios anímicos guaraníes que se manifiesta en
las dos figuras extremas de la persona masculina guaraní: la de los
dominados por el alma animal y por el deseo de comer carne cruda, que
son los que se transformarán en jaguar y los ascetas que persiguen el
ideal de vida madura y perfecta (aguyje), destinado a inmortalizarse.
Carlos Fausto se apoya en H. Clastres (1975:113-134) para hablar de la
correspondencia ética y alimenticia que esa dicotomía deja ver: el
primero es el cazador que come crudos a los animales en el momento
de la caza para no tener que compartirlos; el segundo es el cazador
generoso que distribuye la caza entre los parientes y él mismo se
abstiene de carne. Si bien en la novela que estamos analizando los
paralelismos no son idénticos sí es posible establecer algunos. Los
cazadores de la tribu colastiné no son vegetarianos, que es una
condición esencial para juntarse a los dioses por la calidad de levedad
que otorga a sus practicantes, pero sí es real que esos cazadores se
alimentan de una comida más ligera (pescado), no toman alcohol y
siguen un comportamiento que los señala, _ por lo menos para la
perspectiva del grumete que, además de ser muy joven, es totalmente
ignorante de la lengua y de la cultura que está observando _ en
guardianes de un concepto performático. Dice Fausto que la
mansedumbre, la generosidad, la participación en los rituales (y otros
comportamientos que no nos interesan aquí porque no son visibles en la
novela) orientan la conducta del Guaraní para que su alma-palabra se
imponga sobre su alma animal. En la muerte se produce la disyunción
entre esos dos componentes de la persona: la ex-alma-palabra (ayvu-
kwe) sube al cielo después de vencer algunos obstáculos, mientras que
el acyguá se transforma en un espectro, o anguéry. Esa dualidad
póstuma encuentra paralelo en varios grupos tupí-guaraní de Amazonia,
pero posee en esta zona una transformación importante: apaga la
función caníbal asociada a la muerte y al chamanismo, que es
justamente lo que ocurre en la novela. Es a partir de ese tipo de
acontecimientos que surge la (auto)percepción de pertenencia a una
comunidad cultural, asociada a la cuestión del trauma como fuerza
desmembradora de la comunidad del presente.
En el caso del canibalismo, tal como narrado en la novela de Saer
podemos considerar que el narrador, que escribe sesenta años después
de su experiencia entre los amerindios, ha encontrado el sentido de la
vida analizando ese ritual que vio repetirse por diez años consecutivos,
como una práctica donde los colastinés consiguieron dominar el alma
animal (como si todos los indios fueran, en cierto modo, chamanes, así
como el propio narrador), dejaron de transformarse en jaguares y
consiguieron pasar a un estado en el cual iban camino al ascetismo y la
busca de madurez y de perfección, tal como podemos ver en los mitos
guaraníes.
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STADEN, Hans. Viajes y cautiverio entre los caníbales. Trad. María E.
Fernández. Buenos Aires, Editorial Nova, 1961.
THEVET, André. Les singularités de la France Antarctique. Le Brésil
des cannibales au XVI siècle. Paris, Éditions La Découverte / Maspero,
1983.
Anonymous em novembro 18, 2006 5:43 PM
#24
Juan José Saer y el relato de la memoria
Por Agnieszka Bárbara Flisek [1]
La patria de un escritor no es sino la infancia y la lengua, señala Juan José Saer (Serodino, 1937),
quien hace más de treinta años dio un salto de una provincia ignota de su patria austral al lugar en
el que, especialmente para los argentinos, se ha fijado siempre el meridiano de la cultura. Desde
este lugar llamado París, Saer el memorioso no cesa de reconstruir el "mundo adentrado" de su
infancia: la ciudad de Santa Fe, el enjambre de islas y arroyos, los pueblos costeros en la orilla del
Paraná, la llanura con su horizonte circular vacío y monótono que conforman la "zona", el núcleo
espacial de su literatura en el que deambulan sus personajes recurrentes.
Las narraciones saerianas –siempre capaces de generar nuevas historias, conformando una suerte
de "novela total"– parecen así erigirse sobre la base de puros recuerdos que los personajes
convocan no ya desde los signos sensoriales –como quería Proust– sino desde de la lectura, como
si estas experiencias personales, inciertas, extraviadas en los pliegues de la memoria, necesitaran
ser traspasadas, a la manera faulkneriana, por el filtro de relatos de otros y encontrar su lugar en
una constelación libresca para poder constituirse, en definitiva, en una historia.
Pero no demandemos a los cuentos y las novelas de Saer "aventuras bellas e interesantes" con las
que evadirnos de la rutina cotidiana. La suya no es una literatura de diversión conforme a las
expectativas del mercado, sino una escritura fuertemente comprometida con su propia búsqueda
formal y entendida, en la más pura tradición de Macedonio Fernández, como una "función de
pensamiento".
"Escribir –apunta Saer– es sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para
armar una imagen" y sus relatos se obstinan en presentar como interesantes los elementos que
habitualmente se consideran laterales, en convertir en anotaciones largas lo que en otra literatura
sería una mera ambientación. Su escritura registra de manera muy rigurosa y concede dignidad
literaria a las peripecias más cotidianas del hombre: zambullirse en el río, andar y desandar los
caminos alrededor de una parrilla de asado, masticar una rodaja de salami, preparar el mate o
encender un habano, devienen en largas ceremonias cuando la voz narrativa, semejante a la del
Nouveau Roman, movimiento con el que se suele emparentar al escritor argentino, se convierte en
una mirada que se desliza como una cámara lenta sobre los escenarios y los gestos de los
hombres en descripciones minuciosas y obsesivas.
Uno de los principios del "ars poética" saeriana es la negación o la reducción notable de la
anécdota; en sus relatos, los hechos escasean y los personajes más que actuar observan y
teorizan. Constituye el tema central de sus reflexiones la percepción y el recuerdo –depositario de
percepciones del sujeto y casi nunca de hechos o de acciones– únicas instancias capaces de
aprehender en la "espesa selva de lo real" las realidades impenetrables que conforman la materia
de la literatura: el tiempo, el espacio, los seres, las cosas...
¿Cómo acceder a lo real y expresarlo? Este es el punto de partida de la escritura de Saer. La
mirada interrogante y obsesiva de sus personajes nunca encarna una pregunta que llegue a
desembocar en una explicación ni una interrogación retórica que tenga una respuesta diestramente
escondida en su propio discurrir, sino que refleja un modo radical de expresar la incertidumbre.
Rechazando el criterio de la verdad que sustenta una realidad que se tambalea, navegando
siempre en la indeterminación, Saer propone el reino de la ficción entendida como una
"antropología especulativa", una teoría acerca del hombre y su relación con el mundo para, a partir
de ahí, hacer que ambos centelleen en cada página.
Siendo una antropología no empírica ni probatoria ni taxativa sino tan sólo "especulativa", su
narrativa avanza por hipótesis, suposiciones y atribuciones inseguras mostrando las fisuras en la
percepción y enseñando la fragilidad de cualquier empresa de conocimiento. Lo hace incluso
cuando trata lo más próximo, como el paisaje de la "zona", su zona, quizás porque lo familiar y
conocido, lo que con tanta seguridad él denominaría "la realidad", es lo que más debe someterse a
las interrogaciones hasta que se desdibuje bajo la mirada incisiva que lo descubrirá como extraño.
Entonces nosotros, los lectores acomodados, nos estremecemos al descubrir que nuestras
creencias no son tan sólidas, que muchas de nuestras verdades son cuestionables, que las
identidades son ilusorias, en definitiva, que lo real puede resultar más real de lo que parece.
Sus tramas nunca traicionan el carácter conjetural de esta escritura al no dar lugar a un cierre
rotundo, a una solución. En La pesquisa (1994), que lleva el rótulo de novela policíaca, el enigma
de los asesinatos ha de quedar irresuelto, como el de la autoría del dactilograma cuya búsqueda
filológica emprenden Tomatis, Pichón y Soldi en la misma novela, como la paternidad del hijo de
Gina en La ocasión (1986), como el misterio del asesinato de los caballos en Nadie nada nunca
(1980). Y es que Saer prefiere imprimir a sus narraciones una creencia en la conjeturabilidad de la
literatura, ya que "en un mundo gobernado por la planificación paranoica, el escritor debe ser el
guardián de lo posible".
El espeso lenguaje saeriano vuelve provisorio el sentido de cualquier experiencia inmediata,
difumina cualquier aseveración sobre las franjas de vida que "representa" y pulveriza cualquier
certeza acerca de esa materialidad hormigueante de las cosas cuyas imágenes los personajes, a
pesar de someterlas a un tormento fenomenológico constante, no son capaces de atrapar sino de
manera fragmentaria. El limonero real (1974), Nadie nada nunca o los relatos de La mayor (1976)
se encargan de captar esta multiplicidad de imágenes discontinuas de objetos, personas, gestos y
posturas, como una serie de diapositivas que no pueden ser reducidas a la conciencia, a la idea,
que se resisten a todo discurso inteligible, a todo relato que quiera ser una síntesis significativa.
La vida de los personajes saerianos transcurre en una realidad fracturada, desprovista de un
criterio de verdad absoluto y firme, donde el sentido de los hechos se pierde en "la pulverización
incesante del acontecer". El protagonista de El entenado (1983) –novela que quizás más interés ha
suscitado entre la crítica– escribía sobre el ataque de la tribu antropófaga de los colastinés a la
expedición de Juan de Solís, descubridor del Río de la Plata:
"El acontecimiento que sería tan comentado en todo el reino, en toda España quizás, acababa de
producirse en mi presencia, sin que yo pudiese lograr, no ya estremecerme por su significación
terrorífica, sino más modestamente tener conciencia de que estaba sucediendo o de que acababa
de suceder".
Así pues, no sólo los "ausentes" deben echar mano del relato de otro, de una "experiencia
imaginaria" o "un recuerdo falso" para reconstruir un acontecimiento, como sucede en Glosa (1985)
donde el Matemático, para saber que pasó en la fiesta de cumpleaños de Washington se ve
obligado a escuchar las versiones confusas de los que participaron en ella y quienes, "a pesar de
contar de los privilegios de la experiencia, no están menos perdidos en la incertidumbre engañosa".
El sentido, la existencia misma de un episodio se escapan también a los que lo presencian y
quienes, para recuperarlo, deben soñarlo, inventarlo o glosarlo como si hubieran sido ajenos a él.
La reconstrucción verídica de un hecho –viene a decirnos Saer– exige necesariamente una cuota
de fabulación.
"De «ese» sábado tengo –reflexiona Tomatis en Lo imborrable (1992)- no un recuerdo sino un
relato, compuesto hasta sus detalles más mínimos, organizado según una sucesión lógica, y tan
separado de mi experiencia como podría serlo una película en colores –imágenes discontinuas
pegadas una después de la otra y a las que una intriga de esencia diferente a las imágenes
mismas, y agregada con posterioridad, les suministra, artificial, un sentido."
Así la base de nuestras vidas, el recuerdo de lo vivido, no es más que una construcción de la
memoria. Ella da un sentido a los presentes inasibles convirtiéndolos en recuerdos y tejiéndoles
una intriga. La vida se constituye entonces como un relato y la memoria deviene en un garante no
de la realidad sino de la ficción que resulta inherente a nuestras existencias.
Dotadas de una gravedad intelectual y un estilo denso y a la vez preciso, las ficciones saerianas –
más allá de la verdad concebida como algo extremadamente relativo y frágil, pero no por ello
dispuestas a ser una mera literatura de entretenimiento, que bajo la máscara de inocencia artística
esconde el rostro vulgar de un producto sobredeterminado por las crudas leyes del comercio de las
letras– constituyen el brillante resultado de un descomunal esfuerzo de la conciencia que intenta
someter a un diseño coherente el centelleo fragmentario y camaleónico de la experiencia.
Valdría la pena que también el lector se esforzara en conocer los recuerdos y vivencias de Tomatis
y sus amigos. Dicha amistad le recompensará. Seguro.
© Agnieszka Barbara Flisek 2002 [email protected]
[1]Agnieszka Barbara Flisek Licenciada en filología por la Universidad de Varsovia, de la que ha
sido también profesora. En la actualidad está cursando un doctorado en la universidad de
Autónoma de Barcelona y elaborando una tesis sobre la narrativa de J. J. Saer. Ha sido invitada
por diferentes universidades y colaborado con el Instituto Cervantes de Varsovia.
Fuente: www.barcelonareview.com