el egregor de la paloma
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Cada grupo, cada movimiento religioso, político, artístico, cada
país forma un «egregor». Un egregor es un ser psíquico emanado
por una colectividad, formado por los pensamientos, los deseos,
los fluidos de todos los miembros que trabajan para el mismo fin.
Cada egregor tiene sus colores, sus formas particulares: para
Francia, el gallo, para Rusia, el oso, etc... Pero ni el gallo, ni el
oso, ni el tigre, ni el dragón van a resolver los problemas de la
humanidad. Frecuentemente, los egregores se oponen entre sí en
los mundos sutiles - algunos clarividentes ven los combates entre
egregores - y algún tiempo después estallan las guerras en la
tierra entre los hombres... Es necesario, pues, que ahora la
humanidad entera forme el egregor de la paloma que aporta la
paz.
Omraam Mikhaél Aivanhov
I
PARA UNA MAYOR COMPRENSIÓN DE LA PAZ
Un día asistí a un debate público sobre la paz. Tomaron la
palabra varias personalidades muy cualificadas, instruidas,
inteligentes, simpáticas, e incluso divertidas. Gracias a ellas
aprendí que la paz es un estado deseable para toda la humanidad,
mientras que la guerra es el peor de los males. Verdaderamente
estaba encantado, y me dije: « ¡Puesto que, por fin, se ha
comprendido lo beneficiosa que es la paz, evidentemente la
humanidad se salvará! »
Sin embargo, quería saber de qué manera se iba a instaurar
esta paz. Varios oradores expusieron sus proyectos. Uno propuso
crear una policía mundial que impidiese a los países luchar entre
sí. Lo cual es magnífico, pero, ¿cómo hacerlo? Este proyecto me
hizo pensar en la fábula de La Fontaine, en la que los ratones
organizaban una asamblea para encontrar el medio de protegerse
del gato. Después de muchas discusiones, el más anciano de los
ratones presentó la siguiente solución: es necesario, decía, atar un
cascabel al cuello del gato; de esta forma se le oiría venir de lejos.
Esta maravillosa solución fue acogida con aplausos.
¡Desgraciadamente nunca se pudo encontrar un ratón lo
suficientemente audaz como para atar el cascabel al gato! Lo
mismo ocurre para este proyecto de policía mundial. ¿Dónde
encontrar una fuerza internacional lo bastante honesta e imparcial
para ejercer esta función, y, además, cómo imponerla luego a
todas las naciones?
Otro orador vino a decir que la paz sólo sería posible a
través del federalismo y se extendió en toda clase de teorías en las
que, verdaderamente, casi nadie comprendió nada. Un tercero
tomó la palabra para acusar al Estado de abusar del poder y de
transformar a los ciudadanos en esclavos... Finalmente, me vi
obligado a concluir que la paz no vendría tan pronto, puesto que
nadie la comprende e incluso no se sabe realmente lo que es.
Únicamente el punto de vista iniciático puede aportar luz
sobre esta cuestión, porque para obtener la paz, hay que poseer un
conocimiento profundo del ser humano. Diréis: « ¡Oh, al ser
humano ya le conocemos! » No, no se conoce su estructura
psíquica con los distintos cuerpos sutiles, ni sus necesidades
definidas, ni sus aspiraciones que hay que satisfacer. Y,
especialmente, no se conoce al ser humano en la forma que lo
hemos presentado con sus dos naturalezas, el yo inferior y el Yo
superior, la personalidad y la individualidad... Pues bien, hasta
que no posean esta ciencia quienes quieren la paz, por más que
hagan, la paz no vendrá a la tierra.
De momento vemos que hay mucha pasión en las gentes,
que se acusan mutuamente de ser un factor desencadenante de la
guerra. De esa forma se imaginan que trabajan en favor de la paz.
Para unos, los culpables son los ricos; para otros, son los
intelectuales, los políticos o los sabios. Los creyentes acusan a
aquellos que no pertenecen a su iglesia de ser heréticos y de llevar
a la humanidad por el camino de la perdición, y los incrédulos
acusan a los creyentes de fanatismo... Observad y veréis que
siempre se trata de suprimir algo exterior a sí mismo, a las cosas o
a las personas, y de esta forma cada cual cree poder instaurar la
paz en el mundo. Y en eso se equivocan. Aunque se suprimiesen
los ejércitos y los cañones, al día siguiente los humanos habrían
inventado otros métodos para matarse entre sí, La paz es un
estado interno que nunca se conseguirá suprimiendo algo externo.
Primeramente hay que suprimir las causas de la guerra dentro de
sí, Veamos un ejemplo muy simple. Un hombre ingiere una
copiosa comida a base de salchichas, jamón, pollo, todo ello
acompañado con vinos variados. Después de la comida, se dice:
«Ahora, voy a buscar un lugar tranquilo para reposar.»
Efectivamente, encuentra un lugar tranquilo, pero siente dentro de
sí algo que empieza a agitarse. Toma un cigarrillo, fuma, y
después se distiende pensando que le gustaría tener junto a él una
encantadora mujer. ¿Dónde encontrarla? En casa del vecino,
naturalmente. Hay un muro, pero no importa, salta por encima.
Ya podéis imaginaros la continuación de la historia...
¡Evidentemente no vale la pena seguir hablando de paz!...
La paz no es un estado que se puede lograr mecánicamente.
Si buscáis la paz manteniendo al mismo tiempo en vosotros las
condiciones habituales de excitación y de malestar, nunca la
encontraréis. La paz es un resultado, una consecuencia,
significando que todas las funciones y las actividades interiores y
exteriores del hombre están perfectamente armonizadas y
equilibradas. Por lo tanto, hay que conocer los medios y los
métodos capaces de producir la paz, y esto es toda una ciencia.
Desde el momento en que el hombre mantiene dentro de sí
ciertos deseos, haga lo que haga, no puede estar en paz, porque a
través de esos deseos ya ha introducido en sí el germen del -
desorden. Tomemos el ejemplo de aquél que ha cometido un
robo: automáticamente piensa que alguien le ha podido ver, y no
puede dejar de imaginarse todo lo que puede sucederle: le
vigilarán, le detendrán, le meterán en prisión... Nunca estará
seguro de no haber sido visto, de no haber dejado algún rastro o
de no haber hecho algún movimiento revelador de su acción, y ya
no se siente tranquilo: pierde el apetito, el sueño, sólo piensa en
esconderse.
Otro ha recibido dinero y ha prometido devolverlo, pero
como es incapaz de privarse de algo para reunir la suma prestada,
no lo devuelve, y helo aquí perseguido por su acreedor, del cual
no sabe cómo escapar... Otro dice algunas palabras duras e
hirientes a un amigo, con lo cual se gana un enemigo. ¡Y la paz se
esfuma una vez más! Inútil que continúe, se podrían encontrar
centenares de ejemplos. Pues sí, las personas demuestran un
talento insospechado para perder su paz. Si os persigue una jauría
de perros ladrando porque habéis robado, saqueado, o porque no
habéis cumplido vuestras promesas o pagado vuestras deudas,
¿cómo queréis tener paz? «Huyendo de mis acreedores», diréis
vosotros. De acuerdo, pero en cuanto a los acreedores que están
en vosotros, las inquietudes, los remordimientos que os persiguen,
¿cómo huir de ellos?.. Razonar de esta forma representa una falta
de saber y de verdaderos conocimientos. No os engañéis, el
pensamiento siempre os perseguirá.
Aparentemente es muy fácil tener paz: es suficiente ir a las
altas montañas en donde reina el silencio y la soledad. Pero he
aquí que ni aun ahí el hombre .se siente en paz. ¿Por qué? Porque
lleva consigo un transistor en la cabeza, sí, un transistor del que
nunca se separa y que siempre funciona...
Y, ¿qué oye? A menudo este transistor está conectado a
emisoras del infierno en las que también hay música,
naturalmente, pero, ¡qué música, qué ruido! Y sin embargo está
allí, en las cimas, en la tranquilidad y en silencio. Sí,
externamente todo está en calma, pero internamente las
tempestades y los huracanes surgen violentamente. Entonces,
¿cómo conseguir la paz?
Todo el mundo sabe que el cuerpo humano está constituido
por un gran número de órganos relacionados entre sí; cada cual
hace un trabajo particular, pero todos deben estar de acuerdo, en
armonía, de lo contrario se producirán desórdenes, lo que en
música se conoce como disonancias. El hombre sólo puede
encontrarse en buena salud y en paz con la condición de que todos
sus órganos realicen su trabajo con desinterés, impersonalmente,
para el bien de todo el organismo. Pero esta salud, esta paz, no
son más que estados puramente físicos. Para tener la paz del alma
y del espíritu hay que ir mucho más arriba, es preciso que todos
los elementos que constituyen el otro organismo, el organismo
psíquico, vibren también al unísono, sin egoísmo, sin tensiones,
sin prejuicios, como los órganos de la estructura física. Por lo
tanto, la paz es un estado superior de conciencia; sin embargo, por
depender de la salud de nuestro organismo y teniendo en cuenta
que las menores molestias que en él aparecen pueden
comprometer nuestra armonía psíquica, es preciso que estos dos
organismos físico y psíquico estén en armonía para que la paz se
instale completamente.
La paz tal como se la comprende generalmente no es la
verdadera paz. Si durante algunos minutos o algunas horas no
sentís agitación ni molestias internamente, no podéis hablar aún
de paz, porque no se trata de un estado duradero. La verdadera
paz, una vez instalada, no puede perderse. La paz no consiste
únicamente en sentirse bien, en calma, tranquilo durante unos
instantes; es algo más profundo, mucho más precioso... La paz, ya
lo he dicho, es un resultado.
Cuando los instrumentos de una orquesta están
perfectamente acordados, cuando todos los músicos, por haber
trabajado con él mucho tiempo, conocen al jefe que les dirige, le
quieren y le obedecen, entonces se desprende de ello una
extraordinaria armonía. En el ser humano, también la paz es una
armonía, un perfecto acorde entre los elementos, las fuerzas, las
funciones, los pensamientos, los sentimientos y las actividades.
Esta paz profunda, inexpresable, es muy difícil de obtener
porque para ello se requiere voluntad, paciencia, amor y un gran
saber. Cuando el discípulo empieza a aprender y a comprender la
naturaleza y las propiedades de cada elemento, pensamiento,
sentimiento, deseo, para que nunca se introduzca en él nada que
pueda perturbar su armonía interna, y por fin consigue eliminar de
su organismo todo aquello que no vibra al unísono, sólo entonces
obtiene la paz.
Si fumáis, si coméis y bebéis cualquier cosa, introducís en
vuestro organismo ciertos elementos nocivos que os ponen
enfermos y entonces no podéis tener paz. Si os duelen los dientes,
si tenéis cólicos o palpitaciones, ¿cómo queréis tener paz? Habéis
introducido en vosotros partículas que/provocan obstrucciones o
fermentaciones, y ahora hay que eliminarlas. La misma ley se
aplica al nivel psíquico. Mientras sigáis ignorando la naturaleza
de vuestros sentimientos, pensamientos, deseos, pasiones,
instintos, y mientras los respiréis y os alimentéis de ellos sin saber
si os reportarán un bien o un mal, no os sentiréis nunca en paz.
La paz es, pues, la consecuencia de un saber profundo sobre
la naturaleza de los elementos que alimentan al hombre en los
distintos planos. Y junto a este saber, naturalmente, como acabo
de deciros, se precisa una gran atención, una poderosa voluntad
para no permitir jamás que se introduzcan elementos
perturbadores. Si los Iniciados dan a la pureza una importancia
tal, se debe a que han verificado desde hace mucho tiempo que la
más pequeña impureza en su cuerpo físico, en sus sentimientos o
en sus pensamientos, era suficiente para que perdieran la paz.
La paz, os lo acabo de decir, es el resultado de una armonía
entre todos los elementos que constituyen el hombre: el espíritu,
el alma, el intelecto, el corazón, la voluntad y el cuerpo físico. Y
si es tan difícil de obtener, precisamente se debe a que estos
elementos raramente se encuentran en armonía. Determinada
persona tiene pensamientos lúcidos, sabios, pero he aquí que su
corazón, en el que se ha filtrado un sentimiento bajo, le empuja a
hacer locuras. O bien está animado de los mejores deseos, y es su
voluntad la que está paralizada. ¿Cómo queréis que se sienta en
paz en semejantes condiciones? La paz es la última cosa que
puede obtener el hombre. Pero cuando, después de todo tipo de
sufrimientos y de luchas, de fracasos y de victorias, consigue por
fin que triunfe su naturaleza divina sobre todas las rebeliones e
inquietudes de su naturaleza inferior, sólo entonces puede
encontrar la paz. Antes, posiblemente podía llegar a vivir unos
momentos maravillosos, pero ello no duraba mucho tiempo. Y
por eso se oye a mucha gente decir: «He perdido mi paz».
La paz, la verdadera paz, es imposible perderla. Pueden
producirse perturbaciones alguna que otra vez, pero sólo se trata
de movimientos superficiales: interiormente, profundamente, la
paz está ahí. Se parece al océano en el que la superficie siempre
está agitada por las olas, pero lejos de la superficie, en las
profundidades, reina la paz. Cuando habéis conseguido introducir
en vosotros la verdadera paz, los desórdenes que pueden
producirse en el exterior no llegan a perturbaras, os sentís
protegidos como en una fortaleza. Está dicho en el Salmo 91:
«Porque Tú eres mi refugio, oh Eterno, Tú haces del Altísimo tu
morada.» Esta elevada morada, es el Yo superior. Cuando llegáis
a alcanzar este punto, la cima de vuestro ser, entonces conocéis la
paz. Esta paz es una sensación divina, inexpresable. Pero antes de
llegar a este estado, ¡cuántas victorias tenéis que conseguir sobre
vuestras tendencias inferiores!
Por consiguiente, la paz proviene de una armonía, de una
consonancia absoluta entre todos los factores y elementos que
constituyen el ser humano. Pero aún añadiría lo siguiente: esa
armonía no puede existir si no se han purificado todos esos
elementos. Si no se avienen, se debe a que se han introducido en
ellos impurezas. Cuando un hombre ha absorbido un alimento que
no le conviene, no se siente bien, se vuelve irritable: pero si toma
una purga, ¡todo mejora!
Las impurezas destruyen la paz. Por lo tanto, para conseguir
la paz, lo primero que hay que hacer es trabajar para purificarse,
para eliminar todos los materiales que impiden el buen
funcionamiento del intelecto, del corazón y de la voluntad. Un
verdadero Iniciado ha comprendido una cosa: que lo esencial es
llegar a ser puro, puro como un lago en la montaña, puro como el
cielo azul, puro como un cristal, puro como la luz del sol...
Mediante esta pureza podrá obtener todo lo demás.
Evidentemente no es tan fácil alcanzar la pureza, pero por lo
menos hay que comprenderla, luego amarla y desearla con todas
las fibras del propio ser, y, finalmente, tratar de realizarla.
Cuando se producen desórdenes en vuestro cuerpo físico, en
vuestro corazón o en vuestro pensamiento, sabed que habéis
absorbido elementos impuros, e «impuros» puede significar
sencillamente: extraños. Las impurezas son materiales indeseables
porque son extraños al organismo humano. Esos materiales quizás
no sean impuros en sí mismos pero se les considera impuros
porque su presencia en el organismo provoca perturbaciones. Por
consiguiente son nocivos, y hay que desprenderse de ellos. Si os
sentís enfermos o atormentados, se debe a que habéis permitido
que una impureza se introduzca en vosotros bajo la forma de un
pensamiento, de un sentimiento o de cualquier otra cosa.
Cada impureza, tanto en el plano mental como en el astral o
en el físico, aporta molestias; y cuando digo «molestias» me
refiero a un mal menor, porque las impurezas también pueden
producir el envenenamiento, la intoxicación, e incluso la muerte.
Por lo tanto, hay que purificarse en todos los planos, en el plano
físico mediante baños, purgas, enemas, ayuno, etc., y en el plano
psíquico mediante la oración, la meditación y otros ejercicios
espirituales. Sólo de esta manera conseguiréis la verdadera paz.
Sólo cuando el hombre esté lo suficientemente atento como
para conservar su reino intacto, obtendrá una paz estable y
duradera. Y, ¿qué será esta paz? Una felicidad indescriptible, una
sinfonía, un estado de conciencia sublime en el que todas las
células se bañan en un océano de luz, nadan en las aguas vivas y
se alimentan de ambrosía... Entonces vive en una armonía tal que
todo el Cielo se refleja en él, empieza a ver todos los esplendores
que antes no había visto porque estaba demasiado turbado,
demasiado agitado y porque su mirada interna, e incluso externa,
no podía fijarse sobre las cosas para verlas. Sólo la paz permite
ver y comprender la existencia de realidades sutiles; por eso los
Iniciados, que han logrado saborear la verdadera paz, descubren
las maravillas del universo.
La mayor parte de los seres humanos sólo buscan lo
pasajero, lo ilusorio, y ello les produce decepciones y tristezas.
Pero les es difícil comprenderlo. Para comprenderlo, hay que
sufrir, decepcionarse... Verdaderamente hay que tocar fondo, estar
desesperado para entender que lo que se deseaba no aporta ni la
paz, ni la plenitud, ni la gloria, ni el poder, ni nada. Pero es
imposible explicarlo a aquellos que todavía son demasiado
jóvenes. Hay que ser mayor, muy mayor interna o externamente,
para interesarse únicamente en las riquezas eternas. El que es
joven todavía sigue jugando con las muñecas, los soldados de
plomo y los castillos de arena; su edad no le permite preocuparse
por cosas más serias, pero cuando madura lo abandona todo para
conseguir grandiosas realizaciones y entonces conoce la paz.
La paz únicamente se instala cuando todas las células
empiezan a vibrar al unísono con una idea sublime y
desinteresada. Por eso llevan razón los sabios cuando dicen que
no podéis conocer la paz si no introducís en vuestras células, en
todo vuestro ser, pensamientos de amor, es decir, la misericordia,
la generosidad, el perdón, la abnegación. Vosotros no podéis,
porque sólo esos pensamientos aportan la paz. Cuando tenéis, por
ejemplo, algo que reprochar a vuestro vecino sin podérselo
perdonar y os rompéis la cabeza para encontrar el sistema de
vengaros... o cuando alguien os ha robado y pensáis
continuamente que debe devolvéroslo, entonces no es posible
tener paz, esos pensamientos son demasiado personales,
demasiado egoístas. Y aunque estéis tranquilos durante algunos
momentos, durante algunas horas, todavía no habéis alcanzado la
paz, sólo se trata de un poco de reposo, una calma momentánea
(esa paz, pueden alcanzarla incluso los malos), y luego, de nuevo
os sentís envueltos por vuestras angustias y vuestros tormentos.
La verdadera paz es un estado espiritual que no se puede
perder una vez alcanzado. Cuando tenéis el deseo de cumplir la
voluntad de Dios, es decir, de llegar a ser un bienhechor de la
humanidad, de amar a todos los hombres, de servirles, de
perdonarles, esta idea hace vibrar al unísono todas las partículas
de vuestro ser, y entonces, podéis saborear la paz. Esta paz, una
vez obtenida, os seguirá por todas partes: la sentisteis ayer, y hoy
está también ahí... y mañana, desde que os despertáis, os espera
de nuevo. Os extrañáis al comprobar que no necesitáis hacer
esfuerzo alguno para reencontrarla. Antes, para calmaros debíais
concentraros durante mucho tiempo, rezar, cantar o incluso tomar
algunos calmantes; ahora ya no es necesario, la paz está ahí, en
vosotros.
Por consiguiente trabajad durante mucho tiempo esta idea de
amar, de hacer el bien, de perdonarlo todo... hasta que llegue a ser
tan poderosa que impregne todas vuestras células, las cuales
empezarán a vibrar al unísono con ella. A partir de entonces la
paz ya no os abandonará, y aunque posteriormente os turben
determinados acontecimientos, mirando en vosotros mismos
descubriréis que la paz aún está ahí, a pesar de todo. Porque no es
como antes, una tranquilidad, una calma prefabricada, impuesta,
que no dura más que el tiempo que empleáis en esforzaros por
mantenerla... Es un estado que, por decirlo de alguna manera,
forma parte de vosotros.
¿Habéis visto las fieras? Mientras el domador está con ellas
dan la impresión de entenderse, pero cuando se va, se echan unas
encima de las otras para despedazarse. Observad los niños en una
clase: mientras el profesor está en ella, están tranquilamente en su
sitio, pero cuando sale, se mueven, gritan, alborotan. Lo mismo
les sucede a las células del organismo: mientras hagáis esfuerzos
por dominarlas, aceptarán mantenerse relativamente tranquilas,
pero desde el momento en que os ausentéis, es decir, que tengáis
la cabeza en otra parte, las molestias empezarán de nuevo. Por lo
tanto hay que ocuparse de ellas, lavarlas, alimentarlas, educarlas
como si fuesen vuestros hijos, vuestros alumnos. Sí, y cuando
hayáis conseguido instruirlas, cuando sepan hacer su trabajo
perfectamente sin discutir ni rebelarse, entonces habrá llegado la
paz.
En cualquier caso, no os imaginéis que cambiando de
apartamento, de amigos, de oficio, de libros, de país, de
religión… o de mujer, tendréis paz. La paz no depende de esos
cambios. Algo de tranquilidad, un respiro, sí, pero poco tiempo
después, allá donde estéis, os asaltarán otros tormentos, porque no
habéis comprendido que la paz depende solamente de un cambio
en la forma de pensar, de sentir y de obrar. Hacedlo y veréis que
aunque sigáis en el mismo sitio, con las mismas dificultades,
tendréis paz. Porque la paz no depende exclusivamente de las
condiciones externas, la paz viene de dentro y resplandece, os
invade a pesar de las turbulencias y temblores del mundo entero.
Es como un río que viene de lo alto. Y cuando poseéis esta paz,
sois capaces de derramada, de esparcirla como algo real, vivo;
hacéis un trabajo sobre el mundo entero aportando esa paz a los
demás.
¡Cuánta gente dice actualmente que trabaja por la paz en el
mundo! Pero en realidad no hacen nada para que esta paz se
instale verdaderamente. Sólo son palabras... Crean asociaciones
en favor de la paz, pero lo hacen sólo para exhibirse, para
invitarse entre sí, para distraerse; su vida no es una vida para la
paz. Nunca se les ocurrió pensar que, ante todo, las células de su
cuerpo, todas las partículas de su ser físico y psíquico deberían
vivir según las leyes de la paz y de la armonía, a fin de emanar
esta paz para la cual, según parece, pretenden trabajar. Mientras
sigan escribiendo sobre la paz y se reúnan para hablar de la paz,
continúan alimentando la guerra en ellos, porque, en realidad,
están prestos a luchar por una u otra cosa. Entonces, ¿qué paz
pueden aportar? El hombre debe instaurar la paz primeramente en
sí mismo, en sus actos, en sus sentimientos, en sus pensamientos.
Sólo entonces trabaja verdaderamente para la paz.
II
LAS VENTAJAS DE LA UNIÓN DE LOS PUEBLOS
¡Cuántos grandes países, que ahora forman una unidad, no
hace mucho tiempo estaban compuestos de Estados separados que
guerreaban entre sí! Un día comprendieron que era preferible la
unidad y, desde que la alcanzaron, se convirtieron en verdaderas
potencias. Pero se trata de una etapa que aún resulta insuficiente,
porque cada uno de estos países quiere manifestarse como una
potencia real, siente que el vecino le hace la competencia: está
inquieto, y el otro también, y he aquí que preparan sus
armamentos. Entonces, ¿cómo queréis que termine? Se destruirán
mutuamente.
Por lo tanto, todos los países deben comprender que ha
llegado el momento de conseguir una unidad mucho más vasta,
mucho más amplia: todos los Estados de la tierra deben unirse y
esta unión, como en el organismo humano, producirá la salud, el
bienestar, la fuerza. La humanidad todavía no goza de buena
salud: está enferma, cancerosa, 'porque la filosofía de la
separatividad reina por doquier. Cada cual intenta trabajar para su
propio país, para su familia, para sí mismo. Pues bien, esta
tendencia creará guerras y complicaciones eternamente, porque en
esa división siempre se lesionarán los intereses de unos u otros.
Ahora hay que simplificar las cosas, hay que convencer a los
países del mundo entero que acepten unirse, con lo cual todos los
humanos vivirán mucho mejor: a nadie le faltará nada, todos
nadarán en la abundancia, tendrán libertad de viajar, de
encontrarse, de amarse, de divertirse, de crear.
En el pasado, cuando el hombre no era capaz de ampliar su
campo de conciencia más allá de los intereses de la casta, de la
tribu o de la nación, las ideas de separatividad tenían su razón de
ser. Incluso los grandes Iniciados, como Moisés, por ejemplo,
mantuvieron la idea de que era necesario luchar contra los
pueblos extranjeros, y el propio Moisés participaba en esas
guerras. En aquella época era imposible hacer comprender el
amor fraternal y la necesidad de una familia universal. Pero ahora
es diferente, y con la rapidez de los medios de comunicación y de
información, la tierra se ha convertido de golpe en algo tan
pequeño, que ha llegado el momento de que los humanos
comprendan que deben suprimir las fronteras y unirse para que el
mundo entero sea una única familia. Se combate, pero, ¿para
defender qué? ¡Observad cómo se afanan en defender un estado
de cosas que está destinado a desaparecer! Pronto sentirán
vergüenza al descubrir cuán limitado era su punto de vista.
Sin embargo, actualmente se comprueba que se está
haciendo un trabajo inmenso en las conciencias, y veréis cómo se
intensificará, si no es gracias a los adultos, será gracias a los
jóvenes. Porque ya se está viendo cómo los jóvenes obligan a los
adultos a ampliar sus concepciones, así como a renunciar al
racismo, al nacionalismo, a la intolerancia: no pueden soportar
más esas ideas demasiado estrechas, que son el origen de todas las
guerras. Sí, está llegando una juventud que trastornará el mundo
entero: tanto en Rusia como en América habrá una formidable
revolución.
Los dirigentes políticos se imaginan con demasiada
frecuencia que el destino de un país está en sus manos. Puede ser,
durante algún tiempo pueden mantener esta ilusión, pero no
durará mucho. Todos los que han creído que todo dependía de
ellos mismos, han acabado mal. Los tiranos siempre acaban mal:
hacen rodar algunas cabezas, y después, un día, es la suya la que
acaba por rodar, de alguna u otra manera. Porque en realidad, no
son los humanos - a pesar de lo poderosos que sean - los que
dirigen los destinos de la humanidad, sino las altas Entidades
invisibles que observan y que controlan la marcha de los
acontecimientos.
¡Observad ese conjunto de imperios formidables que
hicieron temblar al mundo y que han desaparecido enterrados bajo
el polvo o bajo las arenas del desierto! Sí, hay otras Inteligencias,
otras Fuerzas que trabajan hacia una meta desconocida por
nosotros. Por lo tanto, es necesario que los humanos traten de
comprender y que sean más humildes, de lo contrario más pronto
o más tarde se romperán la crisma. Aun las sociedades secretas
que creían ser capaces de conquistar el mundo, no lo consiguieron
jamás, y muchas de ellas han desaparecido. Mientras que los que
siguieron los proyectos de Dios, los grandes Iniciados, a pesar de
que a menudo fueron pisoteados y masacrados, no perdieron
nunca su ideal. Porque los proyectos de Dios son siempre la salud
de la humanidad, su liberación, su felicidad, ¡y ellos lo realizarán!
Mis queridos hermanos y hermanas, La Fraternidad Blanca
Universal está ahí para recordar a los humanos que son hijos del
mismo Padre, Dios, que les da la vida, y de la misma Madre, la
naturaleza. Entonces, ¿por qué matarse? ¿Por qué trabajar los
unos contra los otros? Es monstruoso, insensato. Ved que nada
puede objetarse a ello. Aceptando esta verdad no se puede seguir
separado, detestándose, no es lógico. Hay que vivir de acuerdo
con esta verdad, o bien hay que rechazarla directamente, lo cual
es más honesto. Cuando no se tienen ni el mismo padre ni la
misma madre, en rigor está permitido combatirse, pero hacer lo
que hacen muchos cristianos, los cuales, a pesar de afirmar esta
creencia, se asesinan entre sí y asesinan a los demás, no es
correcto, hay en ello una formidable contradicción.
Dios está más allá de las consideraciones de raza,
nacionalidad o pueblo. Da a todos la vida. No ha creado a los
humanos para que sean ante todo arios o semitas, eslavos o
árabes, chinos o americanos. Les ha creado, eso es todo. Son ellos
quienes, debido a sus condiciones de evolución, no han podido
hacer otra cosa que dividirse en clan es, familias, sociedades,
países. Pero todo ese conjunto de distinciones que provocan tantas
hostilidades un día desaparecerán, y todos los humanos se
sentirán ciudadanos del mundo. He ahí lo que se saludable y
deseable. ¿Qué hombre político pretenderá lo contrario? Que
venga a verme y le mostraré matemática, científica e
históricamente que ciertas formas de ver las cosas son caducas.
Hace escasamente algunas decenas de años, el francés que
se hubiese atrevido a pregonar una reconciliación con los
alemanes hubiese sido fusilado. A pesar de esa idea adquirida,
actualmente no se fusila ni a los franceses ni a los alemanes: se
tienden la mano entre sí, se visitan, se aman, ¡e incluso traen al
mundo un buen número de pequeños franco - alemanes!
Entonces, ¿por qué no habría de producirse una
reconciliación entre todos los pueblos? Los alemanes y los
franceses se han convertido en amigos, bueno, está bien, pero ello
no ha cambiado gran cosa: otros enemigos les acechan esperando
el momento propicio para tragárselos. Por lo tanto, hay que crear
una unidad mucho más grande para poder escapar
verdaderamente a todos los peligros. De lo contrario, a los pobres
seres humanos no les salvarán ni sus armas ni su diplomacia. Pero
pronto, ante las amenazas que pesarán sobre la humanidad, todos
se verán obligados a tenderse la mano.
Evidentemente, Marte, el instinto de agresividad, existirá
siempre, y por ello el hombre siempre experimentará la necesidad
de batirse y de conseguir victorias. Los fines y los medios
cambiarán, pero la necesidad, la tendencia no desaparecerá. El
hombre tiene el derecho de declarar la guerra al mundo entero
porque es una necesidad que la naturaleza ha colocado en él. Sí,
tiene el derecho de hacerlo, pero únicamente con las armas del
amor y de la luz. En el futuro, la guerra, tal como existe
actualmente bajo formas tan homicidas, desaparecerá: los
humanos habrán comprendido cuán costosas son las guerras en
todos los órdenes, y cesarán de asesinarse. Pero puesto que el
espíritu belicoso persistirá - la propia Inteligencia cósmica no
quiere que se extinga - los humanos seguirán combatiéndose, pero
bajo otras formas, y el vencedor, en lugar de destruir a los demás,
les dará la vida, la riqueza, la luz, el amor. ¡Y será tan hermoso!
Por lo tanto siempre habrán batallas, pero serán de una naturaleza
diferente, como las batallas que se libran en el espacio las
estrellas y los soles enviándose continuamente flechas de luz.
III
ARISTOCRACIA Y DEMOCRACIA
LA CABEZA DEL ESTOMAGO
Hasta el presente, ningún régimen político se ha revelado
verdaderamente eficaz para aportar a los pueblos la felicidad y la
paz. Ni la monarquía, ni la oligarquía, ni la república, etc., han
aportado soluciones verdaderamente definitivas.
¿Por qué? Sencillamente porque un sistema de gobierno no
lo es todo. Mientras que los individuos a los que se pretende
imponerlo no tengan conciencia de sus deberes, mientras que no
comprendan que deben esforzarse por armonizarse entre sí, con
cualquier régimen se producirán los mismos desórdenes, los
mismos problemas; en definitiva, pues, las mismas desgracias.
En nuestros días, la democracia se ha instaurado
prácticamente en todo el mundo. Simbólicamente, la democracia
representa el gobierno del estómago. Sí, el pueblo, el «demos,» es
el estómago. ¿Acaso el pueblo sabe exactamente lo que es bueno
y lo que es malo? No, se siente empujado por toda clase de deseos
y codicias que reclaman satisfacción. La prueba está en que tras
habérsele dado todas las oportunidades de reclamar, ¿acaso
pide el Reino de Dios y su Justicia?, ¿acaso pide la luz y el amor?
No, el estómago y el vientre no piden otra cosa que comer más, y
luego lo ensucian y destrozan todo. El pueblo aún no posee el
ideal superior. Sí, porque necesita una cabeza y ésta le falta.
Naturalmente, se necesita una cabeza clara, iluminada,
desinteresada, porque si el que se encuentra solo en la cima tiene
los mismos instintos que la muchedumbre que reclama abajo, no
sirve de nada.
«Pedid el Reino de Dios y su Justicia», ha dicho Jesús. Y
como el Reino de Dios es una monarquía, todos los países del
mundo deben organizarse según la imagen del universo en el que
Dios es el rey. Yo no digo que en la hora actual las monarquías
sean más adecuadas que las repúblicas, no; hablo en principio.
Cuando el estómago es ciego, no se le debe dar el gobierno; y
cuando la cabeza es innoble, tampoco se le debe dar. Sin
embargo, entendedme bien, estoy hablando en principio. Que el
pueblo gobierne, de acuerdo, ¡pero con la condición de que esté
iluminado! Si no está iluminado, no debe gobernar. Y si la cabeza
está confusa, es ignorante, cruel, ¡que tampoco gobierne! Por otra
parte, a menudo es la cabeza la que produce más destrozos y no el
estómago. Hablo, pues, desde el punto de vista simbólico, y en el
plano simbólico todo está claro, es matemático.
Ser un verdadero aristócrata no consiste solamente en poseer
un nombre, antepasados, títulos de nobleza, tierras, sino en
demostrar uno mismo sentido moral, generosidad, fuerza de
carácter. Si el gobierno democrático ha acabado por prevalecer
casi en todo el mundo, se debe a que la aristocracia se ha
comprometido. Desgraciadamente, la supresión de los reyes, de
los emperadores y de los zares no ha hecho automáticamente más
felices a los pueblos. Porque muchos de los que han tomado el
poder, incluso en los países comunistas, repiten los crímenes de
los antiguos señores, y de ahí que se produzca una nueva
revolución. De nuevo serán destruidos, porque no están a la altura
requerida: han olvidado que abolieron la monarquía y los nobles
para que reinara un ideal de fraternidad y de justicia. Con el
tiempo todo se olvida, todo se materializa, todo se envilece...
Como la Iglesia, que ha olvidado los principios del amor que
Jesús le había dado y se ha materializado más y más a través de
los siglos.
Ahora hay que volver a esa aristocracia del corazón, del
alma, que es la de los Iniciados, de los grandes Maestros, de todos
los seres iluminados que han dado pruebas. Hablar de justicia y de
felicidad para el pueblo, no es suficiente.
Todo el mundo es capaz de hablar, pero, ¿cuántos son
capaces de vivir lo que predican? Mientras los países tengan
dirigentes que no estén iluminados por la luz iniciática, nada
positivo resultará de sus decisiones. Algunos cambios en los
campos económico, material, financiero o político nunca serán
suficientes para resolver los problemas; siempre nos encontramos
con la misma historia, con el mismo lodo. Ved que todavía no se
ha comprendido lo que hay que cambiar.
El pueblo de Roma reclamaba el pan y los juegos circenses,
y se cita este detalle tan célebre de la historia romana como si
ningún otro pueblo hubiese hecho este tipo de reclamaciones. En
realidad, los humanos siempre hacen el mismo tipo de
reclamaciones, pero bajo otra forma. Las han modernizado, eso es
todo, pero son las mismas: comer y divertirse, por eso hacen las
huelgas y las revoluciones. En la hora actual, los juegos circenses
son el cine, la televisión, las discotecas, los partidos de fútbol, de
lucha... ¡Verdaderamente los espectáculos no faltan! Siempre se
trata de la misma naturaleza que necesita divertirse y para la cual
se han encontrado alimentos cada vez más numerosos. ¿Cuántas
personas piden el Reino de Dios y su Justicia? ¿Cuántos piden la
luz, la pureza, la verdad, la bondad? Todo da vueltas alrededor del
dinero, de la comida y de los placeres.
La libertad posiblemente sea la única reclamación humana
de naturaleza espiritual, sin embargo, tal como la comprenden,
acaba por ser una forma de perder el tiempo, de divertirse, de
hacer idioteces y de molestar a los demás y a sí mismo. ¿Quién
piensa en ser libre para consagrar su tiempo en trabajos sublimes?
La mayoría de luchas sociales y políticas giran alrededor del
vientre, del sexo, de la pereza y del placer. Por consiguiente, si se
da a la gente lo que reclama, no se hace otra cosa que hundirla
más y más en el egoísmo y en las pasiones.
¡Cuántos libros, películas, revistas, espectáculos, arrastran
actualmente a los humanos hacia el desorden, la anarquía, el caos!
¡Y tienen éxito! Es extraordinario ver cómo la naturaleza humana
tiene necesidad de un alimento infernal. Por eso los escritores y
los artistas no son tan culpables de dar este alimento a la gente.
Porque al buscarlo con tanta avidez, aquéllos tratan de
procurárselo. Así pues, no es culpa suya, y si estuvieran instruidos
por Iniciados, sabrían que no hay que descender jamás para
satisfacer las apetencias de la muchedumbre y los antojos de la
naturaleza inferior. Se quedarían en la cima y obligarían a las
masas a subir hasta alcanzarles, hasta alcanzar esta inteligencia,
esta belleza que pueden dar. Representan el cerebro y deberían
desempeñar el papel de una verdadera aristocracia. Pero quieren
contentar a la masa, al «demos», al estómago, con lo que la
aristocracia del cerebro se derrumba. He ahí por qué actualmente
el lado inferior domina, se impone, dirige, reclama...
De ahora en adelante hay que formar de nuevo una
aristocracia intelectual, moral, espiritual, para que la masa pueda
evolucionar; y las tendencias que han tomado el poder, el
«demos», el estómago, el vientre, el sexo, deben dejar el gobierno
a la cabeza, porque no compete a la cabeza el satisfacer los deseos
del vientre y del sexo.
Si preguntáis a la naturaleza cómo dispone las cosas, os dirá:
«y vosotros, ¿cómo equipáis un barco? Para que un barco
funcione se necesitan máquinas, y esas máquinas con sus
carburantes, ¿acaso son inteligentes? No, propulsan el barco, eso
es todo; son fuerzas ciegas que pueden precipitarlo contra las
rocas, contra un iceberg o contra otros barcos, provocando un
naufragio. - ¡Ah! pero hay un capitán que vigila, que es
inteligente, que dirige. - Pues bien, también yo, cuando construí al
hombre, le di máquinas que le propulsan, que vomitan fuego, y
también le di un capitán. Pero si el capitán se duerme, si se
emborracha y lo abandona todo, el barco va a la deriva».
Las máquinas están abajo, en la bodega, en las
profundidades del barco, y arriba, en el puente, es decir en la
cabeza, la naturaleza ha colocado al capitán: con los ojos, los
oídos, la boca para que observe, escuche y dé órdenes. ¿Por qué la
cabeza no está entre las piernas, por ejemplo, o bajo los pies?.. En
realidad, está donde está por muchas razones. Sí, los que no
quieren razonar lo sacrifican todo a las máquinas, y escarnecen a
la cabeza.
Por consiguiente, ahí está lo que hay que comprender: los
maquinistas que están abajo no pueden ver para dirigir las
operaciones, y no pueden porque esa función corresponde al
capitán. Pero son capaces de conseguir que funcione el barco,
todo depende de ellos. Como el pueblo, fijaos: sin él, sin su
trabajo, todo el país moriría de hambre, incluida la aristocracia.
Por lo tanto, no hay que subestimarlo, representa los medios, las
condiciones, las fuerzas que son absolutamente necesarias al
conjunto del cuerpo. El pueblo está para sembrar y cosechar, y sin
él habría carestía de víveres. Pero darle las funciones que
corresponden al capitán, a la aristocracia, no: su punto de vista es
demasiado limitado, es incapaz de elegir inteligentemente y
orientar los acontecimientos en la dirección adecuada.
Perdonadme, pero es así. No corresponde a las células del
estómago el instruir a las demás y dirigirlas. Cuando el estómago
y el sexo reclaman, el cerebro no debe obedecerles
sistemáticamente, satisfaciéndoles sin reflexionar. Es la sabiduría
la que debe orientar e iluminar a los humanos, y entonces las
fuerzas del pueblo estarán ahí para realizar los esplendores de la
sabiduría.
Al crear al hombre, la Inteligencia cósmica le ha mostrado,
mediante la estructura de su cuerpo, cómo debe organizarse la
vida social, y, por otra parte, los humanos han conseguido, por
tanto, realizar algo que se parece al modelo. ¡Pero están aún tan
lejos de la perfección! Naturalmente, están los que gobiernan y
los que son gobernados, pero no siempre están en el lugar que les
corresponde.
Lo que falta, es el verdadero respeto del orden de las cosas
en el propio hombre y en la sociedad. Yo no combato al pueblo
que hay en mí, sino que le alimento, le cuido, le limpio. ¡Ah!, sí,
en mi casa el pueblo está muy bien cuidado, pero hay una
aristocracia a la que debe obedecer. Yo no le permito cantar como
se cantaba en la revolución: «Ah, eso funcionará, eso funcionará,
a los aristócratas se les colgará.» Mi pueblo no canta semejantes
canciones contra la aristocracia; por el contrario la respeta, la
obedece.
Diréis: « ¡Pero es peligroso lo que está contando! ¡Si ahora
predica la aristocracia y condena la democracia, es peligroso!»
Todo es siempre peligroso. Cuando coméis o bebéis, os podéis
asfixiar o envenenar y morir. Cuando salís a la calle, os puede
caer una teja en la cabeza u os puede atropellar un coche...
Vivimos en medio de peligros, pero hay que decir la verdad. Y la
verdad es que debemos restablecer de nuevo una aristocracia
iluminada y no orientamos según los criterios y los gustos del
pueblo ignorante. Ahora comprendedme bien: no hablo de clases
sociales sino de principios; sé perfectamente que en el pueblo hay
verdaderos aristócratas, seres que tienen ideales y aspiraciones
verdaderamente elevados. Yo les he encontrado, no tenían ni
título, ni castillo, ni nada, pero por su forma de vivir
perfectamente razonable, generosa y desinteresada, eran unos
perfectos aristócratas.
Empezáis a comprenderme, ¿verdad? En realidad, no estoy a
favor de la aristocracia ni de la democracia, sino a favor del
orden, de la unidad, de la armonía que existe en el universo y que
también se refleja en el cuerpo. Pues sí, si la Inteligencia cósmica
no ha situado el vientre sobre las espaldas, ni la cabeza en los
pies, es porque hay alguna razón. La cabeza está arriba, el vientre
está abajo, y si ahora la gente quiere que el vientre esté en lo alto
y la cabeza donde sea, ello sólo puede conducir al desorden. Hay
que comprender que existe un orden universal que no es
exactamente aquel que los humanos querrían instaurar.
Durante años aún se mantendrá el estado actual: habrá
repúblicas, democracias, guerras, devastaciones, revoluciones... y
cuando los humanos, fatigados, extenuados, casi muertos,
comiencen a desear un nuevo orden, quizás entonces los grandes
Maestros vendrán a tomar las riendas para conducir el destino de
la humanidad, y ante tal justicia, ante tal esplendor, todos se
someterán, todos obedecerán. El pueblo ama la justicia, ama el
orden, y si se muestra incapaz de conseguir que reinen, se debe a
que en lugar de escoger seres superiores, escoge siempre a
algunos de sus miembros. Si escogéis un jefe entre las hormigas,
tendréis siempre una hormiga: quizás sabrá discutir, pelearse,
picar, y llenar su granero, pero eso es todo, no podéis esperar de
él que haga el bien a la humanidad.
Sólo los seres de inspiración superior pueden conseguir que
reine el orden, la paz y la armonía en el mundo. Cuando un día
esta aristocracia elitista comience a hacerse oír, todo se
transformará. Y será el propio pueblo el que reclamará el
gobierno de la aristocracia, de los mejores; verá que solo, sin la
luz iniciática, corre hacia su perdición.
Pero no olvidéis nunca que esta jerarquía debe existir ante
todo en el interior de vosotros mismos. Por eso tenéis que pedir al
Cielo que os envíe una aristocracia de seres luminosos para
instruiros y guiaros. Ello no impedirá a la democracia que ejecute
sus trabajos, sino todo lo contrario, e incluso se harán de noche,
porque esos trabajos son indispensables; si el pueblo no hace su
trabajo: la digestión, la circulación, la eliminación, todo el
organismo está perdido... y la aristocracia también.
II
Lo que ocurre en nosotros es la imagen exacta de lo que
pasa en la sociedad: en ella encontramos las mismas revoluciones,
los mismos desórdenes, los mismos cambios de situación.
¡Cuántos reyes que no estuvieron a la altura de las circunstancias
fueron derrocados por sus súbditos! No conocían las terribles
leyes del karma y se permitían toda clase de injusticias y
crueldades. Pero he aquí que otros, subterráneamente, en el
silencio, preparaban su derrocamiento, y un día fueron
derrocados. ¡La historia nos ha dado tantos ejemplos! ¡Cuántos
reyes han sido destronados y encerrados en los calabozos con un
poco de agua y algunos mendrugos de pan! Y estaban allí,
maltrechos, esperando su liberación, mientras que los que se
habían adueñado del poder gobernaban en su lugar. Todo el
mundo lo sabe, pero, ¿cuántos han comprendido que esto es
precisamente lo que pasa en nuestra vida interior? El rey que hay
en nosotros se deja arrastrar por la pereza o por el libertinaje, y he
aquí que las fuerzas hostiles se apoderan de él, le meten en el
calabozo y gobiernan en su lugar...
Por lo tanto, es preciso que el hombre recupere su lugar, y
esté a la cabeza de su reino, de lo contrario acabará por ser
completamente reemplazado por los granujas y los bandidos que
también están en él. Desde el momento en que no respeta ciertas
leyes, que no es justo ni honesto, se producen revoluciones dentro
de él y le desplazan, reemplazándole los monstruos, que dirigen
en su lugar. Y los demás, que están ciegos, no ven que ya no es la
misma persona que estaba dirigiendo antes. Por otra parte, nos
damos cuenta de este hecho en algunos casos de locura. Cuando
alguien empieza a decir: «Yo soy Gengis Khan » o «Yo soy
Jesús» o «Yo soy Napoleón», es que ha sido reemplazado.
Naturalmente, ni Gengis Khan, ni Napoleón, y aún menos Jesús,
están allí, pero el pobre, ¡ya no sabe dónde está! El
desdoblamiento de la personalidad es actualmente un fenómeno
conocido y clasificado, nadie duda de él. Pero lo que no se sabe es
que el desdoblamiento, o más bien esta multiplicación de la
personalidad, es un fenómeno que se da en cada uno. Porque el
hombre está poblado por millares de espíritus y entidades, y
según el caso, son unos u otros los que se manifiestan.
Sé que lo que digo puede resultar muy raro para algunos. Y,
sin embargo, es la verdad. El hombre está habitado por un pueblo
de células que dependen directamente de él, estando, por lo tanto,
influido por él. El pueblo le imita por esta razón. Si el hombre se
permite transgresiones, su pueblo toma nota de ello y hace
exactamente lo mismo que su maestro, pero es sobre éste sobre
quien caen más tarde los golpes, al sentir que algo no funciona
correctamente. Se lamenta: «Pero, ¿qué está ocurriendo en mí?
¡Es la revolución! » En realidad es él quien ha educado así a sus
células, y ya no tiene poder sobre ellas. Mientras que el hombre
ignore que sus células son diminutas almas inteligentes, y que
todo un pueblo está ahí, en él, al que debe conocer y del que se
tiene que ocupar, nunca le obedecerán. Aunque lo pida, lo exija...
no hay nada que hacer.
Ved que no habíais contemplado el problema de esta
manera. Vivís como todo el mundo: inconscientemente. Pues no;
tenéis que ser conscientes de ahora en adelante, porque tenéis un
deber respecto a ese pueblo que está en vosotros. Se os ha dado
para que podáis hacer muchas cosas con él y no hacéis otra cosa
que darle mal ejemplo. Cuando se trata de presentarse ante los
demás, en sociedad, sois impecables: los gestos, las palabras, la
mímica, los vestidos, todo perfecto. Pero cuando estáis solos,
como nadie mira, es diferente, y os dejáis llevar, sin pensar en
todo este pueblo que os observa. Y entonces el pueblo piensa: «
¡Muy bien, puesto que éste es el ejemplo que nos da, le vamos a
imitar, y ya verá! », y, consecuentemente, os derriba. Mientras
que si sabéis cómo comportaros con él, este pueblo es capaz de
hacer maravillas con vosotros.
Sí, si conocierais solamente la inmensidad de este pueblo,
¡os sentiríais tan orgullosos! Son millares, millares de criaturas,
una población superior a toda la tierra. Y aún os diré que existen
Iniciados que han logrado educar de tal manera a las entidades
que están en ellos, reforzándolas y haciéndolas evolucionar, que
son capaces de ejecutar trabajos fuera del cuerpo, consolando,
curando a los amigos, o a los discípulos. Sí, estas entidades
adquieren la apariencia del Iniciado para presentarse ante estas
personas, y por ello, piensan que es el propio Iniciado quien ha
ido a ayudarles. No es así, e incluso puede suceder que el Iniciado
sea el último en saber que ha hecho algo para talo cual persona.
Sí, por su trabajo inteligente, consciente, un ser puede
reforzar de tal manera a algunas de las entidades que están en él, y
darles tantas posibilidades, que aunque él sea incapaz de visitar el
mundo entero, gracias a estas entidades, puede ir por todas partes
para iluminar a las criaturas y preparar la llegada del Reino de
Dios. Creedme, es la pura verdad, pero una verdad que la ciencia
oficial está lejos de sospechar. En cuanto a aceptarla, ¡no quiere ni
hablar de ello! Tampoco los rusos, que trabajan y se interesan por
los fenómenos parapsicológicos, tales como la clarividencia, el
aura, el cuerpo etérico, han llegado aún a estos conocimientos. En
realidad, las posibilidades del hombre son increíbles, ilimitadas,
indescriptibles, pero dependen de su grado de evolución. Si
decide instruirse, dominarse, vencer ciertas debilidades, las
posibilidades están ahí, en el camino, esperándole. Y lo que os
estoy diciendo, todos los Iniciados, todos los Maestros, desde la
creación del mundo, lo han dicho antes que yo. Yo no invento
nada. Estoy aquí para transmitir el secreto de su saber, de su
poder, y llevaros poco a poco hacia este esplendor.
Entonces, ¿dónde está el mal cuando os digo que debéis
volver a ocupar vuestro puesto de reyes? Sí, dominad, gobernad,
sabed renunciar a ciertas debilidades para escapar a todas esas
bestias salvajes que están dentro... No hay trabajo más importante
por hacer que el convertirse en rey de sí mismo, y que todo este
pueblo de dentro os empiece a amar, a respetar, a obedecer.
Cuando ve que sois un buen rey, en el momento que le pedís
algo, intenta satisfaceros. Antes de dejaros llevar por la cólera,
por ejemplo, podéis decir: « ¡No, paraos!», y enseguida se
calman. Si no, tendréis que esperar jornadas enteras: se calmarán
cuando quieran y no podréis hacer nada.
La aristocracia es algo que debéis restaurar ante todo,
conservando preciosamente todo lo que hay en vosotros de noble,
puro y luminoso. ¡Pero si creéis que la mayoría de los humanos
piensan en proteger su aristocracia interior...! Por un papel en una
película, por una foto en una revista, o también por algún vestido
o alguna joya, una joven perderá su candor y su pureza. También
un sabio es capaz de poner toda su inteligencia y sus capacidades
excepcionales al servicio de la destrucción, si le proponen por
hacerlo sumas fantásticas. Entonces, ¿vigilamos nuestra
aristocracia, la protegemos? No, la vendemos, la pisoteamos, la
ensuciamos. Mientras que por nada del mundo, ni por dinero, ni
por gloria alguna, un Iniciado dejará que su aristocracia quede
comprometida. Porque sabe que gracias a ella, gracias a estos
seres de luz, de inteligencia, de sabiduría que viven en él,
obtendrá un día el cielo y la tierra; para él todo lo que podamos
proponerle, nada significa, no es nada.
Así pues, cuando hablo de la aristocracia, hablo de la
verdadera aristocracia interior. Si logra mantenerse en la cumbre,
todo el pueblo de células vive en armonía. De lo contrario, la
aristocracia se derrumba, porque los demás, los instintos, la
codicia, los vicios, las debilidades, han tomado el poder. ¡Y he
aquí que los aristócratas son ahorcados como en la canción!...
Esto es lo que siempre ocurre cuando la aristocracia interior no
está a la altura de las circunstancias: los aristócratas son
ahorcados, y es el populacho quien gobierna.
A menudo eso es lo que os ocurre también a vosotros, claro
está que los ciegos no lo ven, pero si os presentáis ante un
Iniciado, inmediatamente verá la situación y os dirá: «Mi pobre
amigo, ¿por qué has dejado que las cosas llegaran hasta el punto
de convertirte en un esclavo? y tú incluso desconoces cómo se ha
producido. Pues bien, he aquí las razones: o te faltaba luz, o no
tenías ningún amor por el mundo divino, o bien carecías de
voluntad suficiente para continuar el trabajo.» No hay más que
tres explicaciones posibles, no hay cuatro, cinco o diez, como se
imaginan los humanos que ven siempre causas externas allá
donde no las hay: los padres, la sociedad, la educación, la falta de
dinero, los vecinos, la competencia... Sí, siempre causas
externas... Pero no es así, las verdaderas causas son sencillamente
la falta de inteligencia, de amor o de voluntad. Esa es la manera
de ver las cosas de un Iniciado. Sabe que no hay que buscar las
razones en el mundo exterior, sino en la vida interior del hombre,
en la que ha permitido que se instalara el desorden. Por ello su
primer trabajo es el de adquirir nuevos criterios para ver
claramente las causas de los propios problemas. Sólo con esta
condición será capaz de resolverlos.
IV
SOBRE EL DINERO
I
El dinero no es la causa de todos los crímenes como se cree
en general. El dinero sólo es un medio, un instrumento. Es el
hombre quien, a través de él, trata de satisfacer sus apetencias, y
como normalmente lo hace a costa de los demás, se producen
intrigas, luchas, crímenes. Suprimid el dinero, poned cualquier
tipo de cambio en su lugar, siempre que el hombre esté lleno de
debilidades, de deseos inferiores y de pasiones, se presentarán los
mismos problemas.
Por lo tanto, el dinero no es culpable, sino el hombre que no
está iluminado y que no sabe cómo manejarlo, cómo servirse de
él, ni por qué razón, ni con qué fin. El dinero en sí no es ni bueno
ni malo, es neutro. Si posee tanto poder, se debe a que los
humanos se lo han dado. Si un día decidiesen quitarle este valor y
dárselo a cualquier otra cosa, empezaría la misma historia, con las
mismas tragedias, los mismos engaños, las mismas subidas... ¡y
las mismas caídas!
Puesto que los humanos han dado valor al dinero y este
valor permite la satisfacción de una cantidad de necesidades,
todos se concentran en este medio natural para procurarse aquello
que necesitan; lo cual es normal, natural. Pero pueden encontrarse
otras monedas de cambio. Puede que en el futuro no haya dinero:
la moneda será el amor... sí, porque el amor es una moneda
superior al oro.
Pero aún es pronto para que la humanidad llegue a esas
concepciones, y puesto que el dinero existirá aún durante cierto
tiempo, será necesario aprender a pensar correctamente sobre este
asunto, para no caer nunca en el engaño. Hay que saber cómo
considerar las cosas, eso es todo. Tener dinero no es malo. ¿Cómo
ayudaréis a los demás si no tenéis dinero? Tenéis amor en vuestro
corazón, lo cual está muy bien, pero materialmente nada podéis
hacer por los demás si sólo tenéis amor... Estoy hablándoos como
si debiera convenceros, pero no debo preocuparme en cuanto a
esto, está muy claro en vuestras cabezas: todos estáis de acuerdo
en que hay que tener dinero. Sí, pero la cuestión está en saber
cómo hay que comportarse con el dinero, cómo hay que
emplearlo. Cuántas veces os he dicho: tomad el dinero, metedlo
en la caja fuerte o en vuestro bolsillo, ¡pero jamás en vuestra
cabeza! Si lo ponéis ante vuestros ojos como un ideal a alcanzar a
cualquier precio, si lo metéis en vuestra cabeza como un guía, os
dará malos consejos y os perderéis.
Si dais dinero a alguien que no controla sus pensamientos,
sus sentimientos, sus deseos, lo primero que hará será usarlo y
abusar de él hasta arruinarse. Con este dinero va a destruir a todos
sus enemigos, conseguir todas las mujeres, etc. La cuestión no
está en el dinero, éste sólo os da la posibilidad de satisfacer los
deseos de vuestro corazón; el dinero no es el culpable de todo.
Tomad cualquier cosa, el petróleo, el carbón, el gas... Podéis
disponer de ellos para destruir o para construir. Y si los utilizáis
mal, no son esos objetos los culpables, sino vosotros que no tenéis
nada bueno en el corazón. La conclusión que podéis sacar es que
primeramente debéis transformaros a vosotros mismos para llegar
a serviros del dinero y de todo lo demás, sólo para vuestra
elevación y para el bien de la humanidad. El día en que lo logréis,
no caeréis, aunque seáis millonarios: sólo os interesaréis en
realizar aquellas obras sublimes que vuestra alma soñó llevar a
cabo desde siempre.
Dejad que el dinero desempeñe el papel que le corresponde,
y vosotros ocupaos únicamente de mejorar. Cuántas veces he oído
a la gente lamentarse: « ¡Ah!, el dinero es la causa de todas las
desgracias.» ¡Hablan así cuando no lo tienen! Pero cuando lo
tienen, todo es distinto. Así pues, ante todo, son estúpidos puesto
que no ven la verdadera causa de las desgracias. Y en segundo
lugar son deshonestos. ¡Dos defectos terribles! Lo correcto es
decir: « ¡Ah! el dinero es muy necesario, maravilloso, ¡pero con la
condición de que no me arrodille nunca ante él!» Porque si os
concentráis demasiado en el dinero, sacrificáis todo lo que hay de
hermoso en vosotros. E incluso cuando lo tengáis, habréis
destruido ya las mejores cualidades que os habrían permitido
sentir las alegrías y los placeres que la riqueza puede procurar.
Después no los sentiréis más. En eso reside el peligro: tendréis
todo lo que habéis querido, pero os sentiréis desgraciados porque
habréis destruido en vosotros las mejores sensaciones, algo que
hacía que todo lo que gustabais tuviese los más exquisitos, los
más sutiles sabores.
Naturalmente es terrible no tener dinero, ni nada. Pero si hay
que escoger entre las dos perspectivas: poseerlo todo y haber
perdido la capacidad de apreciar las cosas, o, por el contrario, no
tener nada y conservar el buen gusto, es preferible la segunda,
porque cuando tenéis paladar, con lo más insignificante que cae
en vuestra boca, os llenáis de alegría y de felicidad. Si hay que
escoger, es mejor escoger el buen gusto. Sí, conservar el buen
gusto es esencial.
Pero este gusto por las cosas, sólo puede darlo la luz.
Cuando encontráis esa luz, todo lo que hacéis: comer, trabajar,
pasearas, se convierte en algo delicioso.
Por consiguiente, lo esencial es aprender a trabajar con la
luz, de lo contrario la vida resultará incomprensible. Todo está
contenido en la luz, y si existe un campo en el que hay que
profundizar, éste es el de la luz: lo que es, cómo trabaja y cómo,
también nosotros, debemos trabajar con ella.
Y ahora veamos lo que nos revela la Ciencia iniciática: el
oro no es otra cosa que la luz del sol condensada en las entrañas
de la tierra desde hace millones de años. Los que buscan oro,
interiormente tienen una oscura intuición de que se trata de la luz
solar, y de que esta luz contiene la vida, contiene el amor... ¡Por
lo tanto, los que buscan el oro están justificados! Sí, porque
toman el camino directo para encontrar lo que los demás buscan
por caminos equivocados y, con frecuencia, peligrosos.
Los hombres buscan el oro instintivamente porque sienten
que contiene un elemento divino, una quintaesencia escondida.
Un Iniciado no busca el oro, sino que busca la luz, porque sabe
que cuando posea la luz, ésta se condensará en él y se convertirá
en oro. Lo cual es mucho mejor que tener oro en el armario o en
los bolsillos.
Me diréis que nunca habéis visto a un Iniciado de oro... Su
oro está dentro, es su luz, aunque no la veáis. «Y, ¿qué puede
hacer con el oro? ¡Dios mío, qué ignorantes sois! En lo alto hay
«almacenes», en los que puede comprar sabiduría, alegría, paz
con este oro, y al hacerla se siente tan rico que se dedica a
distribuir enseguida esas riquezas entre los demás. Mientras que
los ricos, incluidos sus lingotes de oro, se pudren, enmohecen, se
sienten aplastados, infelices, solitarios. Por lo tanto, ese oro no es
suficiente para darles la felicidad.
¿Me comprendéis o no ?.. Hay realidades desconocidas que
hay que conocer, y no sólo conocer sino también vivir, de manera
que se puedan conseguir los verdaderos tesoros. Es toda una
disciplina. Diréis que todo eso son pamplinas; sí, ¡pero son
pamplinas que se realizan!
Y, ¿queréis saber cómo dispone del oro un Iniciado? Un
ejemplo: cuando alguien está enfermo, se debe a que ha cometido
errores por los que tiene que pagar. Pero yo digo a las entidades
celestiales: «Quiero a esta persona, porque ha hecho cosas
positivas para la Fraternidad; ¿cuánto hay que pagar?» Y yo pago;
inmediatamente la persona se cura. Pues sí, eso es real, se puede
pagar con ese oro por alguien y se cura.
Por lo tanto, mis queridos hermanos y hermanas, está bien
buscar la riqueza, pero con la condición de buscarla allá donde se
encuentra realmente, en su quintaesencia, y no donde está
cristalizada, pesada y prácticamente inoperante, porque entonces
no puede daros lo esencial. Si tenéis que transportar vuestras arcas
a través del desierto, acabaréis por decir: «Ah, Señor Dios, si
alguien me pudiera traer un vaso de agua, le daría todas mis
riquezas.» Pero nadie viene, y os morís de sed con vuestro oro.
Mientras que si tenéis el otro oro, bebéis, os sentís aliviado y no
morís.
Si tenéis dinero, ese dinero os abre todas las puertas. En el
mundo físico, sí, pero las otras puertas, las puertas de la paz, de la
felicidad, de la alegría, de la inspiración, las puertas de todas las
cualidades y virtudes permanecen cerradas. ¿De qué os servirá
tener todas las demás puertas abiertas cuando las puertas del
santuario están cerradas? Coméis, os paseáis, trabajáis sin ánimo.
Hagáis lo que hagáis, no experimentáis alegría alguna: es la señal
de que las puertas espirituales están cerradas. Pues bien, eso
significa que habéis comprendido la vida y los valores de la vida
erróneamente.
II
No hay que tratar de impedir que la gente busque la riqueza.
Pero los que la buscan deben saber lo que tienen que hacer para
no ser aplastados por el peso de las desgracias, de los miedos, de
las angustias. Porque eso es lo que les espera si no tienen la luz.
Está bien que sean ricos, pero sin sucumbir a los estados
negativos, fieles acompañantes de todos aquellos que se adentran
en este camino. Que sean ricos, pero sin lesionar a los demás, y,
sobre todo, que aprendan a hacer circular sus riquezas, que
permitan gustosamente que los demás participen de ellas. Porque
dar es una manera de progresar. Pero no se está acostumbrado a
dar. Muchos tienen inmensas fortunas que guardan para sí. ¡Y
todavía se sienten desdichados! No hay que impedir que las
personas lleguen a ser ricas, sino que hay que enseñarles a
compartir sus riquezas.
La tendencia a acumular ha sido la causa de divisiones y
masacres sin fin entre los humanos. Por todas partes, e incluso en
familias muy unidas, ¡cuántas tragedias por cuestiones de
herencias! Porque siempre domina la rapacidad, con lo cual el
mundo no puede escapar a la infelicidad. Todas las guerras se han
originado por el deseo de tener más de lo que se tiene. El móvil
ha sido siempre el de ir a buscar cualquier cosa en la casa del
vecino: el dinero o las tierras... ¡como si en la vida sólo existieren
el dinero y las tierras para sentirse rico y feliz!
En realidad, Dios ha repartido todo entre todos: el alimento,
el agua, el aire, el calor, la luz, y en el mundo sutil el prana y toda
clase de elementos benéficos. Entonces, ¿por qué el hombre aún
se siente pobre y miserable? Porque no sabe atraer esos elementos
y absorberlos. Únicamente los Iniciados saben encontrar esa
riqueza por todas partes en el universo. Todos los demás piensan
que la vida es pobre, que el Señor no les ha dado nada. Sí, todo
está repartido con largueza, todo está a la disposición de todas las
criaturas; pero las criaturas son débiles, perezosas, ciegas,
estúpidas, y por ello siguen siendo pobres.
Dios lo ha repartido todo en la atmósfera: el sol, las
estrellas, las montañas, los océanos. No se ha guardado nada para
El. Todo está a vuestra disposición, no hay prohibiciones. Esas
están en vosotros porque no sois ni fuertes, ni puros ni
inteligentes. Pero, en realidad, todo lo que necesitáis está ahí.
Mirad la luz, el calor, el espacio, las estrellas; todo está a vuestra
disposición, pero sois vosotros quienes no conseguís utilizarlo.
Dios es justo y grande, y nunca dijo que Sus riquezas deban
ser para unos y no para otros; pero si no habéis hecho nada que os
capacite para aprovecharos de ellas, El no es responsable. Por eso
debéis estudiar, ejercitaros, de lo contrario seguiréis siendo
durante muchas encarnaciones pobres y miserables, y seguiréis
acusando al Señor.
Lo que nunca deja de asombrarme es el ver cómo los
humanos se limitan a sí mismos. Observad su forma de
alimentarse: se limitan a comer, beber, respirar, es decir, a
alimentarse de elementos sólidos, líquidos y gaseosos, dejando de
lado el elemento ígneo: el fuego, la luz... Por esa razón sucumben:
porque no se alimentan adecuadamente. Para alimentarse
convenientemente, necesitan de los cuatro elementos; y
precisamente el cuarto elemento, el fuego, es el elemento
esencial. Por eso es importante ir cada mañana a la salida del sol,
con el fin de absorber ese fuego y esa luz que están ahí,
dispensados a profusión cada día.
Por otra parte, mirad al sol. ¿Hay acaso en toda la tierra un
ser cuya luz, amor y generosidad puedan comparársele? No;
entonces tomadle como modelo, y poco a poco vuestro intelecto
tendrá su luz, vuestro corazón su calor, vuestro espíritu su poder.
Y sobre todo, como él, daréis, daréis...
La mayoría de los seres humanos tienen como norma de
conducta la acción de tomar; están educados así, y toda la cultura
contemporánea está estructurada bajo el lema de tomar. Sólo se
comprende esa palabra... Como ese campesino que cayó en un
pozo. Un hombre pasó por allí y oyó sus gritos de socorro: se
acercó, le vio y le dijo: « ¡Dame tu mano! » Cuando oyó la
palabra «dar», el campesino retiró inmediatamente el brazo que
estaba a punto de extender: prefería seguir en el pozo a darlo.
Cuando el otro se dio cuenta de que se trataba de un avaro
recalcitrante que no quería oír la palabra dar, le dijo: «Toma mi
mano». ¡Ah, la palabra «tomar»!...El campesino tomó
inmediatamente la mano y se salvó. La palabra tomar le
convencía, pero dar, no. ¡Y si fuese el único! Allá donde van, las
personas buscan aquello que pueden tomar. Estudian, se unen,
trabajan, se casan para tomar, su espíritu está siempre orientado
en esa dirección. Por eso el ser humano, allá donde va, no emana
ni luz, ni calor ni vida: porque sólo piensa en tomar.
Incluso en el amor, cuando el hombre y la mujer se buscan,
cada cual está preocupado únicamente en tomar; el hombre quiere
absorber la vida de la mujer y recíprocamente. Hay casos en que
es preferible que se separen: violan la ley del amor. Diréis: «Pero
se amaban: estaban unidos, fundidos.» No, era para tomar: cada
cual quería conseguir ciertas cosas de su pareja, explotarla
impunemente, sin escrúpulos. En lugar de depositar algo bueno en
el alma y en el corazón del otro, un anhelo, una vida, una
inspiración, para que ese ser se despierte y avance, pues no, cada
día se extrae, se toma, se bebe, se come a sus expensas. Debido a
esa mentalidad el mundo entero se está- desmoronando.
No existe escuela alguna en la que se enseñe a la gente a
dar, excepto en la escuela del sol. Todos los planetas toman. Sólo
el sol da, por eso hay que aprender en esa escuela. El es el único
que realmente sabe dar, entonces, ¿cómo no amarle? Amamos a
todas las criaturas que saben dar algo bueno, nos atraen. Mientras
que las que toman... al poco tiempo tenemos que huir, que
escondemos de ellos. ¿Por qué algunos se imaginan que podrán
despojar eternamente a los demás? Estos se dan cuenta e
inmediatamente les abandonan. Así pues, reflexionad, y veréis
cuán ventajoso resulta desarrollar en vosotros la tendencia a dar.
V
SOBRE LA REPARTICIÓN DE LAS RIQUEZAS
A menudo me preguntan sobre el problema de la repartición
de las riquezas. Es una cuestión que preocupa a mucha gente,
porque en la desigualdad de esta repartición, ven la mayor de las
injusticias.
En realidad, el problema se planteó desde el principio de la
historia humana. El que era más hábil o más fuerte, por ejemplo,
el mejor cazador, cazaba más y así acumulaba más riquezas que
los demás. Esta desigualdad de bienes que se considera injusta, en
su origen era completamente justa. Por lo demás, la naturaleza no
quiere la igualdad, la uniformidad.
Desde la Revolución de 1789, la República francesa tiene
por divisa: «Libertad, Igualdad, Fraternidad», pero en realidad la
igualdad no existe en el universo, por todas partes reina la
desigualdad. En la tierra no hay igualdad, en ningún plano.
« ¡Pero nosotros hemos hecho de la igualdad una ley!» Sí, pero la
ley no es más que una cosa teórica, abstracta, un texto colgado en
una pared, no es un hecho. En la realidad, la igualdad no existe en
ninguna parte: la naturaleza ha querido la diversidad y esa
diversidad engendra la desigualdad. Debido a que entre los
hombres las capacidades son distintas, algunos han conseguido
más que otros. ¿Es eso normal? Completamente normal.
¿Debemos ponemos furiosos por ello? De ninguna manera. Pero
la gente no reflexiona hasta tal punto; gritan, se rebelan, porque se
dejan arrastrar por los demás. Pero aquí lo que importa es
comprender, estudiar, esclarecer. Si luego hay razones para gritar,
pelearse, bueno, puede hacerse, pero primeramente todo debe
estar claro.
Aquello que la gente posee, es de justicia. Los ricos merecen
su riqueza y los pobres su pobreza. Si eso no resulta evidente para
la mayoría se debe a que se ha rechazado la creencia en la
reencarnación, que explica y justifica cada situación, cada etapa.
¿Por qué algunos son ricos en esta encarnación? Porque de una u
otra forma trabajaron en sus encarnaciones precedentes para tener
estas riquezas. Está dicho en la Ciencia iniciática que todo lo que
pidáis, un día lo obtendréis. Tanto si es bueno como si es malo, lo
obtendréis: el Señor da a todos lo que Le piden. Pero luego, si se
rompen la cabeza, El no tiene la culpa. Si pedís pesadas cargas y
luego os sentís aplastados por su peso, ¿acaso es culpa del Señor?
A vosotros os correspondía conocer las consecuencias últimas de
lo que pedíais. Nunca reflexionáis suficientemente sobre lo que
puede ocurrir: una vez realizados vuestros deseos, ¿no os sentiréis
más desdichados, pobres o enfermos? A menudo habría sido
preferible que esos deseos no hubiesen sido satisfechos. Por eso el
discípulo debe comenzar por aprender que hay cosas que se
pueden pedir y otras que no hay que pedir.
Pero que los ricos han llegado a ser ricos porque han
desarrollado ciertas cualidades, y porque han trabajado para
obtener estas riquezas, esto es seguro. La ley es verídica. Diréis:
«Sí, pero se han servido del engaño, de la violencia, de la falta de
honestidad, de las mentiras.» Es posible, pero incluso sirviéndose
de estos medios, estaba escrito que obtendrían la riqueza, porque
lo han hecho todo para obtenerla. Evidentemente, lo que no se ha
dicho, es si conservarán mucho tiempo estas riquezas, ni si
estarán satisfechos, alegres y en paz. Pero tendrán lo que han
pedido. Han triunfado por medios ilícitos, pero no importa, han
triunfado. Pero lo que desconocen son las consecuencias. Muchos
mendigos y vagabundos, son personas que, en sus vidas pasadas,
se enriquecieron arruinando a los demás o utilizaron su riqueza
para el mal. Naturalmente no siempre es así, como tampoco todos
los ricos han llegado a serlo mediante engaños y deshonestidades;
algunos han llegado a serlo por su trabajo esforzado, o por
herencia, o por suerte, o gracias a un descubrimiento. No puedo
detenerme en cada caso particular, hablo en general.
Así pues, la desigualdad reina en la naturaleza: algunos son
pobres, otros son ricos. ¿Por qué se imagina la gente que todos
debemos ser iguales? Ello llevaría a la inacción, cesaría el
movimiento, la evolución, por falta de competición. Tanto si se
persigue la riqueza, como el poder o el saber, no se puede impedir
la competición.
En esa cuestión de la igualdad de las riquezas, hay algo que
precisar. La gente se queja, se arranca los cabellos, y hace lo que
sea por cambiar esa situación, pero nunca lo logrará, porque es la
naturaleza la que sostiene la desigualdad. ¿Por qué apiadarse
ahora de los perezosos, los incapaces, los ignorantes? Que se les
dé algo por generosidad es otra cuestión. Pero dar al que es
estúpido o perezoso exactamente lo mismo que al que tiene un
gran talento y conocimientos, ¡es injusto!
Algunos... digamos «filósofos», querrían eliminar en el
hombre el deseo de poseer siempre más. Tampoco eso es posible,
nunca lo conseguirán, porque es la propia naturaleza la que ha
colocado este deseo en el hombre, y si no es en el plano físico, lo
es en el plano afectivo o en el plano intelectual. En cualquier
plano que se le considere, el hombre se siente empujado a
enriquecerse de alguna u otra forma. Por consiguiente, querer
poseer siempre más es algo completamente normal. Y, ¿cuándo
empieza esa tendencia a ser anormal? El organismo nos lo dice de
una forma tan clara que ningún filósofo puede objetar nada. Si
diese mi opinión personal, todo el mundo podría decirme: «Pues
no, según mi parecer no es así, Según yo... » Y no se acabaría
nunca. Por lo tanto, no voy a manifestar mi opinión, sino el de la
naturaleza universal: trato siempre de encontrar a través de sus
obras cómo ha resuelto el problema. Puesto que entonces no se
trata de mi opinión personal, todo el mundo se ve obligado a
reconocerlo.
Entonces, veamos, ¿está permitido amasar riquezas?
Naturalmente. ¿Qué hace el estómago cuando le dais alimento?
Se lanza sobre él, lo transforma, toma lo que le es necesario, pero
todo lo demás lo envía a otra parte, no lo conserva para sí. Lo que
recibe, no sólo lo utiliza para sí, sino que lo trabaja y lo distribuye
inmediatamente por todo el cuerpo. Después de algunas horas,
cuando siente otra vez un vacío, vuelve a alimentarse y todo
vuelve a empezar. Y gracias a esa distribución impersonal, a ese
desinterés, el hombre se encuentra en buen estado de salud, habla,
anda, trabaja, canta...
Supongamos ahora que el estómago dijese: « ¡De ahora en
adelante lo guardaré todo para mí! ¿Por qué voy a seguir dando a
todos esos idiotas? ¿Y si hubiese carestía? Nunca se sabe lo que
puede deparamos el futuro. Tengo que alimentar a mucha gente y
es preciso que me abastezca.» Acumula, acumula, y cae enfermo.
¿Por qué? Porque no se ha respetado la ley de la impersonalidad,
de la fraternidad. Los médicos hablarán de obstrucción, tumor,
cáncer, de lo que quieran... Lo mismo sucede si los pulmones, la
cabeza o el corazón empiezan a retener para sí.
Todos los humanos son como las células de un mismo
cuerpo, e incluso hay muchas más células en nuestro organismo
que seres humanos sobre la tierra - nuestro cerebro contiene, él
solo, varios millares de millones -. Entonces, ¿a qué se debe el
que todas las células del cuerpo se ayuden mutuamente y vivan
fraternalmente, y que los humanos sean tan estúpidos que no lo
consigan? Si pudiesen realizar esta fraternidad universal, habría
una prosperidad tal que los países y los individuos no sentirían ya
la necesidad de acumular riquezas y protegerlas, porque habría de
todo para todo el mundo.
¿Por qué la gente sólo piensa en acumular? Pues porque
continuamente se meten en situaciones complicadísimas que les
conducen indefectiblemente a la catástrofe; por lo tanto, tienen
que acumular todo tipo de cosas como previsión de los días
aciagos. Si todos fuesen razonables, nadie sentiría la necesidad de
acumular: cada cual dispondría de todo, en la cantidad que
quisiera... e incluso los medios de transporte serían gratuitos. Se
seguiría trabajando para no oxidarse, pero se trabajaría
gratuitamente... Sí, gratuitamente, porque es tan agradable estar
rodeado de gente que os recompensa por vuestro trabajo con
sonrisas, con amor... ¡El dinero se eclipsa ante eso!
Por lo tanto hay que iluminar a los humanos para que
pierdan esa necesidad de amasar más dinero y riqueza de la que
necesitan. Cuando la humanidad se convierta en una familia,
cuando las fronteras desaparezcan, esa necesidad de acumular
también desaparecerá y no habrá ya injusticias. Ahí está, pues, la
solución: que cada cual comprenda las ventajas de la fraternidad
universal y trabaje para ella, como las células en el organismo que
goza de buena salud.
VI
COMUNISMO Y CAPITALISMO
DOS MANIFESTACIONES COMPLEMENTARIAS
I
El mundo entero actualmente está dividido en dos: por un
lado los capitalistas, y por el otro los comunistas. En realidad, el
capitalismo y el comunismo no solamente representan dos formas
distintas de concebir la producción y la repartición de las riquezas
materiales, sino que son dos conceptos mucho más vastos.
Tomemos el ejemplo de una joven. En el pasado... e incluso
hoy aún en algunos casos, una joven es ante todo capitalista: no
quiere que la besen, no quiere que la acaricien, lo guarda todo
para sí. Sus padres le han aconsejado ser capitalista, y ella sigue
estos consejos durante cierto tiempo. Pero como la corriente
comunista avanza, deslizándose por todas partes, un día acaba
también por introducirse en la cabeza de la joven, que ahora
quiere repartir todo su corazón, todo su-encanto, toda su belleza:
¡se ha convertido en comunista! Lo mismo le sucede a un joven:
después de un período capitalista, también él se convierte en
comunista, distribuyendo por todas partes su quintaesencia. ¡Pues
sí, todo eso es comunismo! Naturalmente, nadie ve las cosas de
esta manera. Pero yo estoy tan deformado que las veo así.
Digamos pues que una joven que da su capital a un recién llegado
es comunista. Pero en el fondo, ¿por qué da este capital? Para
poder quedarse con el capital del joven, que a su vez perderá el
suyo. Este comunismo no es honesto. La joven se vuelve amable,
generosa, pero para poseer el capital del otro; porque sin capital
no se puede vivir. Una chica posee pues un capital formidable, y
con este capital puede comprar muchas cosas... Por lo menos
puede conseguir que la inviten a una buena comida en un
restaurante; aunque después, será a ella a quien se comerán, pero,
en fin, ¡no insistamos!... Ved cuán complicado es todo.
En realidad la naturaleza nos muestra que los dos son
necesarios: el comunismo y el capitalismo. ¿Qué es un niño? Un
capitalista. Grita, se impone, porque quiere que se le dé todo y lo
quiere todo para sí. Pero un día cuando se casa y tiene hijos, se ve
obligado a convertirse en comunista y entonces reparte sus
riquezas. Los hombres nacen todos capitalistas, el comunismo
viene más tarde. Cuando un joven encuentra a una muchacha para
fundar un hogar, se forma una comunidad, y ese es el comienzo.
Es la propia naturaleza la que obliga a los seres a
manifestarse como capitalistas y comunistas, pero en épocas
diferentes, naturalmente. Primeramente el hombre es capitalista,
porque quiere llegar a ser rico. La naturaleza le da el capital: sus
brazos, sus piernas, sus ojos, sus orejas, su sexo y su cerebro son
un capital con el cual debe trabajar para adquirir las riquezas que
luego podrá repartir. Si sois pobres, ¿qué podéis repartir? Nada.
Ni siquiera podréis ayudar a vuestra mujer y a vuestros hijos. Hay
que ser rico para poder ayudar a los demás.
El capitalismo debe ser solamente un medio, pero el error de
los capitalistas está en haberlo convertido en un fin. Los
capitalistas no han comprendido nada... Y los comunistas
tampoco. ¿Creéis acaso que los comunistas son verdaderamente
comunistas? ¡Eso, sólo Dios lo sabe! A menudo critican y
combaten a los capitalistas porque en el fondo querrían ser tan
fuertes y tan poderosos como ellos. El que se siente pobre y
desheredado, preconiza el comunismo. Pero si se vuelve rico, ¡ah!
entonces se olvida del comunismo. Mientras la gente es pobre, es
comunista; pero cuando se enriquece se vuelve capitalista, porque
en ese momento, si aceptan el comunismo, deberían compartirlo
todo y eso no les interesa. Sin embargo, yo creo en el comunismo.
¿Por qué? Porque Jesús era comunista, pero un comunista
blanco, no rojo. Por ahora ni los comunistas ni los capitalistas
actúan correctamente. Cuando el ideal consiste en acumular
riquezas, se producen todo tipo de inconvenientes que no se
habían previsto. Y cuando se quiere repartir sin discernimiento, se
producen nuevos imprevistos, también perjudiciales. Por
consiguiente, si los capitalistas y los comunistas no quieren ir más
allá en su comprensión de las cosas, se matarán: habrá guerras
civiles y más tarde otras guerras... Ni los unos ni los otros tienen
esa luz que damos aquí: trabajar por un elevado ideal. Sólo
trabajan para sí, y si dan la impresión de trabajar para los demás,
en realidad siguen trabajando para ellos mismos.
Es necesario que los capitalistas y los comunistas se
comprendan para ayudar conjuntamente a la humanidad. Ambos
son necesarios porque las dos corrientes del capitalismo y del
comunismo trabajan simultáneamente en el universo. ¿Por qué los
humanos están divididos en este sentido si el equilibrio cósmico
reposa en esas dos corrientes? Convertíos, pues, en verdaderos
capitalistas y comunistas a la vez, y alcanzaréis la plenitud.
Muchos comunistas lo son porque se les obliga a ello, se les
quita su terreno, su casa... no son ellos quienes han decidido
darlo. Por lo tanto, ¡se trata de un comunismo muy raro si se
obliga a la gente a dar lo que les pertenece! Limitar, oprimir,
aplastar a los demás, ¿es eso comunismo? No, el comunismo
consiste en enseñar a los seres a repartir, a dar, a sonreír, a amar,
conservando al mismo tiempo el capital, porque sin capital, ¿qué
se puede hacer? Si no tenéis ni un céntimo, aunque tengáis
fantásticas ideas, no podréis realizarlas. Mientras que con capital,
montáis una empresa, ganáis enormemente, e inmediatamente
podéis repartir vuestros beneficios: os convertís en comunistas.
Pero para llegar a ser comunista, primero hay que ser capitalista.
¡Eso es lo que hay que entender! Si no tenéis nada, no podréis ser
comunista. Todos los que poseen capitales y que no han
comprendido la razón de ser del capital son capitalistas muy
negativos, y los comunistas llevan razón al atacarles. Pero no
tienen razón cuando atacan a los verdaderos capitalistas, porque
sólo los verdaderos capitalistas son verdaderos comunistas.
Diréis: « ¡Dios mío! ¡Qué complicado es todo, no
comprendo nada!» Sí, todo se complica en vuestras cabezas
porque no estáis instruidos en la Ciencia iniciática. Cuando se os
presentan las verdades tal como la Inteligencia cósmica las ha
creado, no comprendéis nada, porque estuvisteis en escuelas
humanas en las que se os inculcaron ideas erróneas. Mientras que
yo he ido a la Escuela de la Inteligencia cósmica en la que se me
ha dicho lo siguiente: si no eres capitalista, no puedes convertirte
en comunista. Por lo tanto hay que ampliar nuestra comprensión,
llegar a ser un capitalista y servirse de las propias riquezas,
incluso del propio cerebro, de la boca, de los brazos, de las
piernas, para hacer el bien. En ese momento, sois un comunista
ideal. Pero si no tenéis nada y queréis ser comunista, ¿qué bien
hacéis? Ninguno. Y si tomáis lo que no os pertenece, sois un
ladrón.
Querer eliminar a los ricos para quedarse con lo que tienen y
vivir como ellos, ¿acaso es una forma correcta de entender las
cosas? Cuando se está en la miseria se combate a los ricos, pero
cuando se es rico, ¡ya no se les combate! En realidad, deberíais
oponeros a los ricos y repartirlo todo cuando sois ricos. Pero
hablar mal de los ricos cuando se está en la miseria es demasiado
fácil. Lo mismo les sucede a las chicas feas que critican a las
guapas; las critican porque se sienten feas. Si fuesen guapas no
criticarían la belleza.
Así pues, derribar a los capitalistas diciendo: « ¡Viva el
comunismo!» y oprimir al pueblo aún más cruelmente que los
predecesores, no, no puede ser. ¿Cómo se justificarán los
comunistas ante la historia? ¡Porque todo está grabado! Cada día
se ven más libros y films que muestran cómo, después de haber
forzado a la gente a confesar crímenes que nunca habían
cometido, se les condena injustamente. Pero la historia lo juzgará,
y juzgará a todos, a los capitalistas y a los comunistas, pondrá a
todos en el mismo cesto, y justificará a aquellos que trataron de
enriquecerse para poder dar esas riquezas a los demás, realizando
así grandes cosas por la felicidad de la humanidad.
Por otra parte esa verdad debe ser comprendida y aplicada
en todos los ámbitos. Mirad: todo el mundo quiere estudiar,
instruirse, ganar dinero para hacerse estimar y respetar, porque
donde se presenta un hombre rico, instruido o poderoso, se abren
las puertas. En todos los ámbitos, encontramos la eterna tendencia
a querer convertirse en capitalista, es decir a poseer, a dominar, a
adueñarse. Eso toma diferentes formas: para unos es la riqueza,
para otros es el poder, el gobierno, para otros el conocimiento...
El conocimiento quizás pertenezca a un nivel superior, pero en el
fondo se trata de la misma tendencia: llegar a ser rico para
imponerse. Sí, los que son sabios se comportan exactamente
como los ricos: a menudo son separatistas, despreciativos, y en
absoluto fraternales.
Todos los ignorantes y los débiles tienen tendencias
«comunistas»: les gusta encontrarse, abrazarse, invitarse, son muy
accesibles, muy amables... ¡porque no tienen nada! Mientras que
resulta imposible ver a los poderosos y a los sabios: hay que pedir
visita con varios meses de antelación y a menudo os recibe su
secretaria, porque ellos son inaccesibles. ¿Es así como hay que
comportarse? Los que son ricos en un determinado nivel no deben
considerarse como pontífices orgullosos, sino que deben
descender un poco hasta el nivel de los demás, ser fraternales,
repartir las propias riquezas: entonces sí serán verdaderos
comunistas. El saber y el poder hay que buscarlos como medios
de ayudar a la humanidad y no para arreglar los propios asuntos.
Cuando veo la gente que habla por la televisión, tanto si son
comunistas como capitalistas, observo como adoptan una actitud
«capitalista»; se sienten bien equipados en el campo del
conocimiento, de la argumentación, hablan como déspotas, no
tienen amor, ni humildad, ni dulzura. Sí, no hay equivocación
posible, para mí todas las actitudes son clasificables. Diréis:
«Pero, ¿cómo puede usted clasificar estas actitudes en las
categorías capitalista y comunista?» ¡Oh!, se debe a que se
emplean continuamente estas dos desdichadas palabras. Podría
encontrar otras, pero entretanto utilizo éstas, que son muy
cómodas.
Hay que poseer conocimientos, títulos, diplomas, pero no
para vosotros, no para arreglar vuestros propios asuntos. El saber
no debe ser un medio para satisfacer vuestro yo inferior. No;
todos los talentos que podéis desarrollar para convertiros en
sabios, artistas, políticos, financieros, no deben ser sino medios
para hacer el bien. En cuyo caso se convierten en algo divino,
porque ambos se encuentran: sois a la vez capitalista y comunista.
Yo he reflexionado ampliamente sobre esta cuestión desde hace
años, y os puedo decir que he resuelto el problema: me he
convertido a la vez en capitalista y comunista.
Ambos, capitalismo y comunismo, son necesarios,
indispensables, y, como os he dicho, es la propia naturaleza la que
ha sancionado esas dos tendencias. El niño que toma es un
capitalista, y el viejo que lo reparte todo antes de irse al otro lado
es un verdadero comunista: no ha guardado nada para sí. Entre los
dos se encuentran todos aquellos que no pertenecen
verdaderamente a ninguna de las dos categorías: capitalistas que
no lo son y comunistas que tampoco lo son. El ideal consiste en
ser a la vez capitalista y comunista, es decir enriquecerse para
repartir sin descanso las riquezas. En cuyo caso se es perfecto.
Pero si sólo sois comunista o sólo capitalista, de cualquier forma
estáis perdidos.
El que quiere poseer lleva razón. Sí, la naturaleza le ha dado
este derecho. La prueba está en que poseemos un cuerpo físico,
nos pertenece, y es peligroso intentar repartirlo. Está bien el
querer repartir ciertas cosas, pero debe conservarse el propio
cuerpo. Mirad el árbol: es capitalista, conserva sus raíces, su
tronco, sus ramas, pero es comunista cuando reparte sus frutos. Es
así como la naturaleza ha concebido las cosas. Un Iniciado que
haya comprendido la lección de la naturaleza hace exactamente lo
mismo que el árbol: conserva sus raíces, su tronco, sus ramas,
pero reparte sus frutos, es decir, sus pensamientos, sus
sentimientos, sus palabras, su luz, su energía y su dinero.
Únicamente el Iniciado es un verdadero capitalista y un verdadero
comunista. Los demás no son más que niños que riñen entre sí y
que no han comprendido lo que en realidad es la verdadera vida, y
por eso nunca llegarán a resolver sus problemas: porque no
poseen la verdadera luz iniciática.
Por consiguiente, ya lo veis, el verdadero capitalista es el
Iniciado, el cual se enriquece, se enriquece... y también es el
verdadero comunista, porque reparte sus riquezas día y noche.
Sólo conserva su capital, porque nada podría hacer sin él.
Imaginaos que alguien se acerca a mí y me dice: « ¡Oh, qué violín
tan estupendo tiene usted! ¡Por favor, démelo! » Si soy un
verdadero capitalista, le diré: «No, yo no os voy a dar mi violín
porque es mío, pero puede venir todos los días que lo desee, y yo
tocaré para usted.»
Mientras los humanos estén atrapados en esta división entre
capitalistas y comunistas, habrá guerra entre ellos. ¡Cuántos
robos, explosiones, incendios, raptos y asesinatos tienen por
origen esas dos palabras!
La sabiduría consiste en dejar que se desarrollen de forma
equilibrada las dos tendencias, capitalista y comunista. E incluso
durante la jornada, por ejemplo, hay que saber ser ambas cosas.
Ser simplemente capitalista, es decir, vivir en la propia
madriguera sin ver a los demás, es muy negativo. Y estar siempre
con los demás porque se es incapaz de vivir solo, es un tipo de
comunismo molesto. Entonces yo ya he resuelto el problema:
empleo la mitad de la jornada para mí, trabajo, rezo, medito:
acumulo; y en la otra mitad, hablo, recibo visitas: reparto. Y de
esta forma uno se siente feliz porque ha contentado a las dos
naturalezas.
Si siempre estáis solos sin dar nada de vosotros mismos, os
sentiréis mal, os faltará algo. Y si estáis continuamente con los
demás lo perderéis todo, el recipiente se vacía, y no os quedará
nada para vosotros. Por consiguiente, os veis obligados a
convertiros en capitalistas renunciando un poco a encontraros con
los demás para poder enriqueceros de nuevo. Los que acumulan
demasiado y los que reparten demasiado, son desdichados. La
tercera solución es la única capaz de hacer felices a los humanos:
mitad mitad.
II
Mientras se piense en el capitalismo y en el comunismo
separadamente, oponiéndolos, se está en un error. El capitalista
que acumula sin repartir nunca nada empieza a enmohecerse. Es
como el trigo que guardáis durante años en el granero en lugar de
sembrarlo: las ratas se lo comen, o se pudre. Es completamente
normal la tendencia a querer poseer; pero querer poseer
solamente, sin dar nada, es un instinto primitivo que debe ser
educado. Todo lo que el hombre posee debe servirle para hacer el
bien.
Aunque, naturalmente, no son precisamente las riquezas
materiales lo que hay que buscar, porque para llegar a ser rico
materialmente siempre hay que despojar al vecino o incluso
cometer algunas acciones deshonestas. La tierra es pequeña, el
espacio está limitado, por lo tanto, más o menos siempre nos
enriquecemos a expensas de los demás. Pero si este deseo de
enriquecerse tiene por finalidad el Cielo, aunque toméis de los
valores celestiales que son tan vastos, inmensos, infinitos, no
disminuiréis en absoluto esa inmensidad, ese océano inagotable,
no lesionaréis los intereses de nadie. Y una vez os hayáis
enriquecido, lo repartiréis entre los demás.
La solución a los problemas del capitalismo y del
comunismo reside en que los capitalistas y los comunistas acepten
ampliar sus ideas, considerando las cosas desde un punto de vista
más elevado. Esa es la solución que yo he encontrado. En mí no
se da esa lucha entre el comunismo y el capitalismo, la que ambos
se tienden amistosamente la mano, se abrazan, son felices. Día y
noche los capitalistas que hay en mí se enriquecen e incluso dejan
atrás a todos los capitalistas de la tierra, los cuales están
limitados, atados. Pues sí, ¿qué puede hacerse en la tierra? Si
queréis ir demasiado deprisa, podéis sufrir un accidente: hay
árboles, casas, personas, y a veces os veis obligados a conducir a
treinta por hora para no atropellar al ganado. Mientras que en el
éter, aunque os desplacéis más rápido que la luz, no hay
accidentes. Y es ahí, a esa altura, donde se encuentran los
capitalistas en mí, y por ello no encuentran ningún obstáculo a sus
empresas... Mientras que los demás, pobrecitos, aunque hagan
todo lo posible por tragarse toda la tierra, están limitados. ¿Qué
queréis? En la materia, las cosas son así.
En cuanto a los comunistas que se sienten tan orgullosos de
su filosofía, de su generosidad, de su altruismo, encuentran otro
tipo de obstáculos. Como ignoran la estructura del ser humano, no
saben que el hecho de mejorar las condiciones materiales
rechazando todas las aspiraciones espirituales conduce
necesariamente a la civilización a la catástrofe. Cuando los
humanos no cultivan su vertiente espiritual se convierten en seres
astutos, deshonestos, crueles, como animales. De esa forma el
mejor de los comunistas puede convertirse rápidamente, abusando
de su fuerza y de su poder, en algo parecido al peor de los
capitalistas: injusto, violento y despótico. A pesar de su filosofía,
que es estupenda, muchos comunistas están comprometidos: ¡hay
pruebas de ello! Sí, es muy fácil predicar una filosofía ideal, pero
realizarla cada día concretamente en la propia vida, ya es más
difícil, y, sin embargo, eso es lo esencial.
La Inteligencia cósmica ha construido al hombre para que
pueda alcanzar su pleno desarrollo sólo en el caso de que
mantenga su unión con el mundo superior, del que recibe la luz y
la fuerza. Mientras sólo confíe en su intelecto limitado, no posee
todas las posibilidades de ver y de prever, y comete errores
catastróficos en todos los campos. Aquellos que - comunistas o
capitalistas - basan su poder en la técnica, la industria o el
progreso material, están condenados a sucumbir tarde o temprano.
Porque su acción, inspirada únicamente por el deseo de dominar
el mundo sin tener en cuenta los planes de la Inteligencia
cósmica, remueve las capas de la atmósfera psíquica y física,
provocando a las fuerzas hostiles, a los terribles poderes que se
desencadenan inmediatamente contra ellos.
Pues sí, todos aquellos que han decidido resolver los
problemas políticos y sociales por medio del materialismo, sin
estudiar la naturaleza profunda del ser humano, tendrán un día
grandes sorpresas. Porque esa necesidad de alimento espiritual se
despertará en el pueblo con una fuerza tal que nada podrá hacerles
renunciar a ello, ni las amenazas, ni las prisiones, ni la muerte.
Únicamente los Iniciados han conseguido conciliar en su
vida el comunismo y el capitalismo, y lo han hecho
conscientemente. Saben que esa circulación es una ley de la vida:
tomar y dar... Sí, y la vida eterna se basa en recibir del Cielo, y en
repartir lo que se ha recibido, para que después todo vuelva
inmediatamente hacia el Cielo y sea purificado allí nuevamente.
La circulación venosa es capitalista: la sangre de todo el cuerpo se
dirige hacia los pulmones para ser purificada. Después, desde allí,
la sangre va hacia el corazón que la envía por todo el cuerpo: la
circulación arterial es, pues, comunista.
La circulación de la sangre es, en realidad, el reflejo de un
proceso cósmico. Esa energía que viene de Dios, del Centro, y
que desciende a través de todos los reinos de la naturaleza
(humano, animal, vegetal...), para vivificarlos, se carga así de
impurezas, y después, por caminos desconocidos, vuelve hasta los
pulmones y el corazón del universo para purificarse, a fin de ser
enviada nuevamente hacia las criaturas. Esta circulación
representa el capitalismo y el comunismo bien entendidos.
VII
POR UNA NUEVA CONCEPCIÓN DE LA ECONOMIA
En el momento actual, los humanos tienden cada vez más a
asignar un papel preponderante al campo económico, y
aparentemente llevan razón, porque es muy importante asegurar
lo mejor posible la producción y la repartición de las riquezas en
el mundo. Su error consiste en no ver que, en realidad, la
economía depende de factores situados en un plano más elevado,
o en no tenerlo en cuenta.
El lado económico, si queréis, es el lado muerto: no puede ni
desplazarse, ni obrar, ni expresarse; son otros elementos los que
deciden desplazarlo aquí o allá, y según sea la sabiduría o la
locura del que lo desplaza, los resultados son completamente
diferentes. Cuando la cabeza que debe decidir está enferma,
finalmente arruina la economía. Entonces aparecen los
descontentos, las huelgas, las revoluciones...
Es una lástima que los humanos se hayan dejado hundir en
la materia hasta el punto de olvidar que no es ella lo más
importante, sino los factores que obran sobre ella. Suponed que
tengáis capital y armas: os sentís muy fuertes. Pero si sois
estúpidos, llega otro más inteligente que vosotros y os puede
destruir porque posee un elemento superior a todo lo que poseéis.
Sí, la inteligencia triunfa frecuentemente sobre todos los medios
materiales.
Cada suceso que se produce en el plano material depende de
los fenómenos que se producen mucho más arriba, en el mundo
invisible de los pensamientos y de los sentimientos, y mientras no
se perciban esos elementos invisibles que obran sobre la materia
para influenciarla en sentido positivo o negativo, se tendrá una
visión errónea de las cosas. La realidad es que no existe nada
económico, técnico o industrial que pueda funcionar por sí solo.
Cuando se quiere representar la anatomía del ser humano,
nos servimos de distintos esquemas que tipifican los sistemas de
que está constituido: el sistema óseo, el sistema circular, el
sistema muscular, el sistema nervioso, etc. Ninguno de estos
esquemas representa la totalidad del ser humano, sino solamente
un aspecto. Lo que no se sabe es que más allá del sistema
nervioso existen varios sistemas más, que aún son desconocidos
por la ciencia oficial. Nadie, por ejemplo, menciona el sistema
áurico con sus corrientes de luz y color, y sin embargo dirige el
sistema nervioso, exactamente como el sistema nervioso dirige
los sistemas circulatorio, respiratorio, etc... Por lo tanto no se ha
estudiado la totalidad del ser humano.
Al dar tal preponderancia al campo económico: a las
materias primas, a los capitales, a los mercados, a las
importaciones, las exportaciones, y demás..., los humanos
muestran que se han limitado a los sistemas óseo, muscular y
circulatorio. No han alcanzado el sistema nervioso y aún menos el
sistema áurico, y eso es lo que explica que al preocuparse tanto
por la economía, (expansionarse, enriquecerse sin cesar) dejan de
lado ciertas reglas, ciertas leyes, ciertas virtudes que corresponden
a estos sistemas. Es así como los dirigentes, que ponen
principalmente el énfasis en la economía, están a punto de
provocar la decadencia de toda la humanidad. Para ser más fuerte
y más rico que el vecino, se está obligado a cometer acciones que
no siempre son del todo honestas. Sí, fatalmente es así.
Así pues, mientras que por un lado aumenta la opulencia,
por el otro disminuye el respeto a las leyes divinas, y eso es lo
que va a desencadenar las peores catástrofes. Sé muy bien que no
se puede aceptar lo que estoy diciendo: porque no se ve. No se ve
que para obtener el éxito en el plano económico, se está obligado
a cometer continuamente acciones deshonestas y criminales. Lo
mismo ocurre en la política o en el espionaje: todo está permitido.
Se pretende trabajar para el propio país. Sí, pero... ¿y los demás
países ?... Son siempre los intereses económicos los que os
aconsejarán eliminar la moral. Cuando están en primer lugar,
todas las buenas cualidades quedan difusas y son reemplazadas
por el egoísmo, la violencia, la astucia, la falta de escrúpulos. La
vida económica es indispensable, se comprende, pero debe
dominarse para que obedezca a otras necesidades, a otros poderes
que le son superiores. De no ser así, las mejores aspiraciones son
escarnecidas para enriquecer a los egoístas.
Hay que empezar a reflexionar para ver claramente que el
primer puesto debe corresponder al mundo divino, y que todo el
resto está a su servicio. La verdad es que los humanos han
confundido el fin con los medios. Saben que siempre hay un fin
que alcanzar y unos medios para lograrlo; pero lo que no han
visto es que están tomando como medios todas las facultades y
los dones que el Cielo les ha dado para alcanzar el fin más
rastrero. Para satisfacer sus apetitos más inferiores sacrificarán lo
que hay de mejor en ellos, e incluso el Señor debe someterse para
ayudarles en sus desmanes y en sus locuras. Y, ¿creéis que se han
dado cuenta de esta situación? ¡De ninguna manera! No pierden el
tiempo preguntándose: «Pero, ¿cómo soy? ¿Qué estoy buscando
?» Pues no, se necesita un Maestro que les diga: « ¡Pero mira,
amigo mío, cuál es tu meta! ¡Es el infierno! ¿Y los medios? Pues
bien, tú has empleado como medios al Señor, a los Ángeles, a la
ciencia, al arte, a la religión... » Sí, ¡he aquí de qué se han servido
para alcanzar el infierno!
Ciertamente el progreso material, industrial, aporta algo. Al
entrar ahora en una casa no puede uno dejar de maravillarse por
todo lo que ve: la calefacción, la televisión, el teléfono, el
aspirador, el lavaplatos, la lavadora... Pero entonces, ya que lo
tienen todo, ¿por qué los humanos nunca se han sentido tan
insatisfechos, rebeldes y enfermos como ahora ?... Pero ante este
fracaso tan evidente siguen buscando en la misma dirección. No
quieren comprender que, para ser verdaderamente felices, tienen
que buscar otra cosa: el amor, la sabiduría, la verdad, y dudar de
que las comodidades y la vida fácil vaya a aportarles algo
positivo. Lo que realmente aportan todas esas facilidades son la
pereza, el egoísmo y la debilidad. Pero, desgraciadamente, eso es
lo que se desea: la pereza, el placer... no hacer nada y tenerlo
todo.
Y, ¿qué aconsejo yo? Aconsejo ambas cosas: tener todas las
facilidades materiales, pero mantener físicamente, y sobre todo
psíquicamente, una actividad infatigable para no anquilosarse y
embrutecerse. Diréis que ya he hablado otras veces sobre esto. Sí,
os he hablado, pero, ¿ha dado resultado? ¿Estáis decididos a obrar
en este sentido? No, aún no; también vosotros estáis tan
concentrados en la materia, en los placeres, que no os queda
tiempo para abriros al mundo divino e invitar a las entidades
sublimes para que desciendan a trabajar con vosotros. Entonces,
mis queridos hermanos y hermanas, esto es muy grave; si no
queréis comprender, sufriréis y nadie os podrá salvar. Sólo
vosotros podéis salvaros por la luz y por el amor. Así pues,
analizad en qué consagráis vuestro tiempo, vuestras energías,
vuestra atención. Veréis que no concedéis mucho espacio al
mundo divino - el único, sin embargo, que os puede purificar,
iluminar, resucitar - y que consagráis casi todo vuestro tiempo y
vuestras energías al mundo material que, después de haberos
proporcionado algunos momentos de alegría, os aplasta, os
aprisiona y os disgrega.
Consideremos el ejemplo de un hombre rico: si no hace
nada positivo con sus riquezas, si se deja llevar por los placeres
de la vida ordinaria, cuando vuelva en una próxima encarnación
no tendrá nada, será un vagabundo bajo los puentes, dispuesto a
recibir golpes como los demás vagabundos. No sabrá que había
sido muy rico en el pasado y que si ahora está en la miseria, es
porque no hizo nada por los demás con sus riquezas. Cuántas
criaturas vienen al mundo en un estado verdaderamente
deplorable sin que se sepa por qué. Esta cuestión nunca ha sido
bien explicada ni por la psicología, ni por la medicina, ni por la
pedagogía, ni por el psicoanálisis... ni tampoco por la religión.
Sólo puede serio por la Ciencia iniciática.
Así pues, si queréis prepararos las condiciones adecuadas
para vuestra próxima encarnación, ante cualquier cosa que
emprendáis, decid primeramente: «Busco la luz, busco el amor,
busco la fuerza... ¿La obtendré haciendo esto o aquello? Y el
Cielo que os escucha, os dará la respuesta. ¡Hay tanto que decir
todavía sobre la economía! Cuando una sociedad está demasiado
preocupada por sus intereses económicos, se producen toda clase
de desequilibrios e inconvenientes porque no hubo suficiente
sabiduría para preverlo. Mirad, se quiere exportar lo más posible
porque es extremadamente ventajoso, y de una cosa a otra se
acaba por vender armas y aviones de combate a naciones que, por
sus continuas luchas, pueden comprometer la paz y la seguridad
de todo el planeta. Algunos de estos pueblos apenas saben leer y
escribir, en cambio, se les proporciona las armas más
perfeccionadas. Naturalmente se ganará mucho dinero, pero, por
otro lado, también lo pagarán muy caro. ¡Señor Dios, qué
ceguera! Y así es como la economía será la ruina de muchos
países.
Sí, mis queridos hermanos y hermanas, ningún problema es
más importante que la economía, en esto estoy de acuerdo. Una
cosa que los humanos no han comprendido es que no es por abajo
por donde hay que estudiar el problema para resolverlo, sino por
arriba, porque lo que está abajo no es más que el reflejo de lo que
está arriba.
II
La sociedad está tan bien organizada para dar a los humanos
todo lo que quieren, que éstos se han vuelto abúlicos: saben que
encontrarán siempre algo o alguien que les resolverá su problema.
Pueden esquiar sin prestar demasiada atención: si se rompen una
pierna irán a un hospital, y se la enyesarán. Si deben trabajar
sobre un andamio, ¿por qué verificar si está bien colocado? Si
caen, se les recogerá para curarles. Y, ¿por qué tener cuidado con
los dientes? Se irá al dentista. Y en cuanto a los vestidos, ¿por qué
cuidar de no mancharlos? Hay tantos productos de limpieza, ¡eso
sobra! También hay quien se pasea por el bosque y tira un
cigarrillo encendido: ¿por qué preocuparse si se provoca un
incendio? Los bomberos ya lo apagarán.
Es así como la atención, la perspicacia, la sabiduría, la
inteligencia disminuyen cada vez más. ¿Por qué desarrollarlas
cuando hay tantos medios externos para corregir las tonterías que
hemos hecho? Todos los investigadores, los técnicos, están ahí
para ayudar a los humanos. Pero en realidad no les ayudan,
porque de esta forma los humanos se vuelven cada vez más
débiles y perezosos, embruteciéndose. Puede que estén más
instruidos que antes, ¡pero también son mucho más negligentes y
despreocupados! La cuestión ahora no está en obtener el progreso
material y técnico, sino más bien en poder trabajar en el campo
interno para ejercer la atención, la prudencia, el dominio de sí
mismo.
Porque también hay que pensar en la posibilidad de que
puedan producirse sucesos que nos priven de todas estas
comodidades. Mirad lo que pasa con el petróleo: se extraía, se
extraía sin cesar y se derrochaba la energía porque se creía que el
petróleo no se agotaría jamás, que estaría siempre a la disposición
de todos, y fijaos ahora en la cantidad de problemas políticos que
se han suscitado a causa del petróleo. Se ha convertido en un arma
terrible en las manos de los que lo poseen, y ahora la paz del
mundo está continuamente amenazada a causa del petróleo. La
economía es algo magnífico, pero sería mejor para los hombres
que intentaran conocer y aceptar las verdades capaces de mejorar
ante todo su vida psíquica, porque es la vida externa la que tarde o
temprano acaba por sufrir las consecuencias de sus debilidades
internas.
¡Posiblemente yo sea el único que comprende correctamente
la economía! Se habla de economía, se estudian las ciencias
económicas, y yo no conozco nada de todo eso, pero sé que la
economía no se encuentra allá donde la buscan los seres humanos.
¿Queréis practicar la verdadera economía, tener riquezas, tesoros
que podréis gastar inmediatamente para ayudar a los demás? Pues
bien, hay que llegar a desarrollar la atención, la iluminación, ser
dueño de sí mismo, razonable. Esa es la verdadera economía.
Nadie la busca ahí, ¿lo veis?; y las mayores pérdidas, las mayores
ruinas las producen los economistas.
Todos están en camino de arruinarse espiritualmente,
moralmente, intelectualmente, e incluso materialmente, porque en
realidad no han comprendido la verdadera naturaleza de la
economía. La verdadera economía comienza por algo en lo que
nunca se os ocurriría pensar: por la atención. Uno se queda
pasmado al ver el número de medios y de productos que existen
para reparar lo que se ha estropeado, roto o ensuciado, y no
solamente en cuanto a objetos, sino también en cuanto a seres
humanos. ¡Es inaudito! ¡La mitad de la humanidad trabaja para
reponer los desaguisados de la otra mitad! Pues bien, he ahí un
punto que debería preocupar a los economistas ante todo, porque
la gente confía demasiado en los medios externos, diciendo: «
¿Por qué preocupamos en prestar atención si hay tantos técnicos y
obreros capaces de reparar todo lo que hemos estropeado,
incluidos nosotros mismos?» Cuantas más facilidades se tienen,
menos se desarrolla la atención, y así es como se derrumba una
economía: porque se está acostumbrado a gastar demasiado en
reparar.
Pero sé muy bien que este punto de vista no es el de los
economistas. Porque nunca han enfocado el problema desde este
punto de vista, y además tienen una filosofía completamente
opuesta: hay que producir cada vez más, y para que esta
producción se venda es preciso que la gente consuma al máximo.
Se les empuja así al consumo e incluso al derroche: cuantos más
productos compren, tanto mejor. Si se vuelven descuidados y
estropean su coche o sus aparatos, tanto mejor, se verán obligados
a comprar otros... Si no son razonables y arruinan su salud,
también está muy bien, porque de esta forma enriquecerán las
industrias y los laboratorios farmacéuticos. Naturalmente, de esta
forma los negocios de ciertas personas y de ciertas naciones
marchan perfectamente, pero para el conjunto de la humanidad,
para su equilibrio, su salud, su felicidad, esta concepción de la
economía es ruinoso, catastrófico.
En realidad, sólo la naturaleza conoce y practica la
economía: sabe cómo hacer para no perder ni un solo átomo.
Cualquier mota de polvo, cualquier inmundicia, todo lo utiliza.
Mirad: incluso los desechos y las inmundicias que producen los
humanos, son absorbidos y transformados en los talleres de abajo,
y he aquí que se convierten en un alimento para la vegetación.
Nada se pierde, nada se desecha. Los humanos están muy lejos de
poseer esta inteligencia de la naturaleza: no solamente agotan la
tierra forzando la producción y malgastando sus recursos, sino
que además tienen el problema del depósito de los desperdicios.
Mirad los problemas que se producen con los residuos radiactivos
y otros residuos de materias extremadamente tóxicas para las
cuales no se ha encontrado aún el medio de destruirlas. Se ven
obligados a acumularlas en galerías subterráneas, lo cual
representa un terrible peligro para la humanidad.
La verdadera economía no se encuentra, pues, ahí donde la
buscamos. Y os diré que incluso la verdadera economía consiste
en no dilapidar las fuerzas, las cualidades, las energías que el
Cielo nos ha dado. Empieza, pues, por la sabiduría, la medida, la
atención. ¡Actualmente hay muchos economistas, abundan! Pero
la humanidad nunca encontrará la felicidad a través de estos
grandes economistas, porque no ven más que el lado material de
la vida y de los problemas.
Un ser que malgasta y dispersa todas sus energías psíquicas
debido a sus pasiones, a sus deseos, a sus pensamientos y a sus
sentimientos desordenados, ¿qué comprensión puede tener de la
economía? Diréis que no veis qué relación puede haber...
¡Sencillamente porque estáis ciegos! Estos dos campos no están
separados. He ahí por qué los que están a la cabeza de un país y
que se pronuncian sobre las cuestiones económicas deberían ante
todo aprender ciertas verdades que no se encuentran en los libros
de economía: cómo está constituido el hombre, cómo está unido a
todo el universo, cómo está jerarquizado este universo, y que
todas las empresas humanas deben obedecer a un modelo, a una
idea celeste. En ese momento, todo lo que hagan, todo lo que
ordenen, será perfecto.
VIII
LO QUE TODO HOMBRE POLÍTICO
DEBERÍA SABER
I
El ser humano está hecho de dos naturalezas (digámoslo así
para simplificar): una naturaleza inferior a la que hemos llamado
«personalidad», y una naturaleza superior a la que hemos llamado
«individualidad». Cuando es la naturaleza superior la que domina,
el hombre puede hacer un bien inmenso al mundo entero,
mientras que si se deja arrastrar por la personalidad que es
egocéntrica, cruel y ansiosa, no puede hacer otra cosa que
molestar a los demás. Desgraciadamente, en todo el mundo es la
personalidad la que ocupa el primer lugar: en las familias se ve a
la mujer tirando la manta hacia sí, y al marido haciendo lo
mismo… en la sociedad cada cual trata de labrarse su camino a
expensas de los demás... En la política, en la economía, en el arte,
por todas partes no se ve otra cosa que a la personalidad,
manifestándose y tratando de imponerse, de avasallar.
Pero los humanos no poseen criterio suficiente para analizar
el origen de sus exigencias y de sus reivindicaciones. ¡Cuántas
veces los humanos han hecho la experiencia del cambio e incluso
de la revolución! Pero la situación no ha mejorado. Y, ¿por qué
no ha mejorado? Porque a pesar de las revoluciones, la gente no
se ha liberado del círculo vicioso de sus deseos y de sus fines
realmente inferiores. Mientras no mejoren las mentalidades,
ninguna situación puede mejorar verdaderamente. Hay que salir
de esas regiones inferiores colmadas de atractivos y apetencias, y
entonces los cambios que tendrán lugar serán verdaderas mejoras.
A pesar de todo, y aunque los políticos utilicen cada día más
la palabra «cambio», seguirán produciéndose los mismos
esfuerzos encarnizados por parte de los ambiciosos para ocupar
los puestos que les van a dar más poder y más dinero. No se
preparan para asumir la grandiosa tarea que les corresponde, no
trabajan para llegar a ser más desinteresados, más nobles, más
dueños de sí mismos... ejemplos. Eso no les interesa. ¿De qué les
serviría mejorarse? No es eso lo que necesitan. Necesitan puestos
para tener poder, para satisfacer sus pasiones, sus deseos de
conquista, de dominación, de venganza. ¡He ahí por qué el mundo
no encontrará jamás la paz!
En realidad, la sociedad actual está tan poco iluminada que
excita todas las tendencias inferiores de sus miembros. Los
padres, por su parte, son tan ignorantes que se imaginan que
educan a sus hijos empujándoles a conseguir favores y privilegios
por medios no demasiado lícitos. Para ellos en eso consiste la
educación. En lugar de decirles: «Prepárate, porque si un día
tienes que responsabilizarte, deberás mostrarte a la altura de tu
tarea sin comprometerte jamás.» Pero no, les dan pésimos
consejos y se alegran de su éxito aún en el caso de que no lo
merezcan. Lo que se quiere es triunfar en el plano material, y
puesto que para conseguirlo hay que emplear subterfugios,
trampas, violencia, se acaba por destruir todo lo que había de
positivo en el carácter.
Diréis: «Sí, pero si obramos según sus consejos, si nos
preparamos para convertimos en personas ejemplares, las
condiciones en el mundo son tales que pasaremos completamente
desapercibidos, nos situaremos en el punto más bajo de la escala.»
Pero, ¿qué sabéis vosotros sobre las grandes leyes espirituales
para llegar a semejantes conclusiones? Cuando en verdad os
convirtáis en un ser excepcional, en un modelo, en un sol, aunque
no lo queráis, aunque os opongáis, los demás os tomarán por la
fuerza y os colocarán en lo más alto para dirigirles y guiarles... Si
eso no se produce es porque no lo merecéis, todavía no estáis
preparados; por consiguiente, no tenéis de qué protestar.
Los humanos aspiran a la verdadera luz, a la verdadera
ciencia, la necesitan, la buscan, pero como aquellos que
frecuentan no son precisamente modelos impecables, emplean la
deshonestidad y la violencia para triunfar a cualquier precio.
Internamente, todos aspiran a lo que es noble, sublime, pero como
no lo encuentran, se ven rodeados de pillos y de ladrones,
desanimándose y empezando a imitarles adoptando esa filosofía
tan extendida: «Haced el bien y recibiréis el mal»... «Sed
honestos y moriréis de hambre»... «El hombre es un lobo para el
hombre»... Entonces, cada vez más, cada cual se pone a la altura
de las criaturas más inferiores.
Lo que es triste es que durante la adolescencia muchos
tienen ese deseo de trabajar por un ideal, de hacer grandes
sacrificios, de comportarse como caballeros; pero al cabo de
algún tiempo, después de estar en contacto con la realidad y bajo
la presión ambiental que les aconseja ser «razonables»,
«inteligentes», renuncian y se ponen a la altura de los demás. Eso
se ve por todas partes: las personas tienen buenos deseos, anhelos
positivos, pero no encuentran instructores, modelos que les
sostengan, les aconsejen y les impidan volver hacia atrás, y
entonces, debido a esos pequeños inconvenientes, a las bromas, a
las burlas de los demás, al poco tiempo llegan a ser como las
fieras que les rodean.
Pero suponed que en el futuro haya criaturas que luchen, que
lo sacrifiquen todo para llegar a realizar un ideal sublime, y veréis
cómo enseguida se les va a querer, buscar y apreciar. Es así como
puede venir el Reino de Dios a la tierra. Si por ahora aún no ha
venido, se debe a que la mayoría de los gobernantes de este
mundo no tienen un ideal elevado. No están tan locos, no son tan
tontos como para perseguir unos fines tan sublimes,
¿comprendéis? ¡Prefieren aprovecharse de la situación! Pero si un
día algunos se deciden a realizar este ideal pase lo que pase,
entonces, creedme, aparecerá el verdadero poder, la verdadera
luz, la verdadera belleza.
Sólo los sabios, los Iniciados, los grandes Maestros que han
dominado su personalidad, han podido expresar su individualidad
y dejar una obra inolvidable, eterna, indeleble. Siempre han
existido tales seres - la historia nos ha conservado el recuerdo -
pero son muy pocos en comparación con ese conjunto de
personalidades que pueblan la tierra, dando libre curso a sus
instintos más inferiores: la avidez, la hostilidad, la venganza. Y
cuando son semejantes seres quienes mantienen actividades
políticas en un país, sólo pueden producir víctimas. Por eso las
guerras no se acabarán nunca: debido a esta filosofía de la
personalidad. Mientras los humanos no cambien de filosofía, no
podrán producirse verdaderas mejoras: siempre habrá en alguna
parte de la tierra guerras y miserias.
Si el Reino de Dios aún no ha venido a la tierra es porque
todos trabajan por una política inspirada en la personalidad. Sí,
cuando analizo los fines de la política, veo que siempre son
mediocres. Evidentemente están presentados de manera atrayente,
y adornados para impresionar a la galería. Pero en realidad,
cuando analizo estas metas, observo cómo todo ello equivale
frecuentemente a decir: levántate para que yo me siente en tu
lugar. Sí, todos son iguales, pero poco a poco comprenderemos
que no se pueden fabricar violines con cualquier clase de madera,
hay que encontrar la madera adecuada. Sí, los hombres políticos
deberían prepararse, instruirse en las Escuelas iniciáticas, de lo
contrario continuarán arrastrando a los pueblos hacia la catástrofe.
También yo trabajo para una política, pero para una política
que no está inspirada en la personalidad. Lo que es triste es que
aún no hay mucha gente preparada para captar esas ideas. Id a
hablar de una política inspirada en la individualidad: la
generosidad, el desinterés, la luz...nadie os seguirá. Pero hablad
de la posibilidad de destruir o incendiar, y enseguida atraeréis a
millares de personas. Por eso os pido disculpas por deciros que
los humanos aún tienen necesidad de sufrir.
Sí, no hay otra explicación: todavía necesitan sufrir, y un
día, debido a esos sufrimientos, encontrarán el camino. Diréis que
soy cruel. No, siento decíroslo, pero los humanos tienen
necesidad de sufrir para comprender. La prueba está en que
cuando se presenta un enviado del Cielo que puede iluminarles y
ayudarles, ¿acaso le escuchan? No, y no solamente no le
escuchan, sino que le encierran, le queman, o le crucifican. Pero
cuando es un monstruo el que les hace sufrir le acogen con los
brazos abiertos, y son ellos mismos quienes le dan todos los
poderes para destruirles. Estudiad la historia y veréis que los
humanos buscan a los que les hacen sufrir.
Los anales de la Ciencia iniciática cuentan que muchas
humanidades han desaparecido, y que algunas, como la raza de
los Atlantes, por ejemplo, tenían una cultura y una técnica mucho
más avanzada que las nuestras. Si desaparecieron fue debido a esa
tendencia de la personalidad que empuja a los seres a querer
dominarlo todo y a sojuzgar por la violencia.
Y lo que es un pésimo presagio para el porvenir de la
humanidad es que esta tendencia se manifiesta cada vez más en el
mundo actual. Sólo vemos partidos o Estados que quieren
dominar y aplastar a los otros; se fabrican armas cada vez en
mayor cantidad y más mortíferas. Si hay una industria que no está
en paro, esa es la del armamento: cada país lo fabrica para sí y
para sus países clientes. Actualmente, África está abastecida con
armas que le venden otros países; esos países están contentos
porque se han enriquecido, pero, ¿cómo no se les ocurre pensar
que un día deberán sufrir las consecuencias catastróficas de esa
venta de armas?
La Inteligencia cósmica, que vive en la eternidad, no se
acercará a la humanidad. Ya desaparecieron tantas otras, que si
ésta también desaparece por su propia culpa, no se conmoverá
demasiado: con algunos individuos que queden, se preparará una
nueva. De nosotros depende el que no seamos destruidos. Si nos
empeñamos en hacer todo lo posible para ser destruidos, la
Inteligencia cósmica permanecerá imperturbable, no intervendrá,
nos deja libres.
La humanidad ha llegado a un alto grado de desarrollo, es
evidente, y este desarrollo lo debe al intelecto. Por sí mismo, el
intelecto es neutro, no está ni bien ni mal orientado, pero cuando
está dirigido por la personalidad - lo cual ocurre en la mayoría de
los casos - es el medio más eficaz para realizar los proyectos más
perniciosos. Gracias al extraordinario desarrollo de las facultades
intelectuales, la personalidad logra cada vez más manifestar sus
tendencias negativas: querer acapararlo todo y suprimir lo que se
le resiste.
Y cuando oigo los discursos de ciertos representantes de los
partidos políticos o de los sindicatos, ¡Dios mío, dejadme reír!
Sus actividades nunca darán resultado. ¿Por qué? Porque no son
ningún ejemplo, ningún modelo, tienen ambición, prejuicios, es
su personalidad quien gobierna. Diréis que son muy inteligentes,
que saben hablar... Sí, lo sé, pero esto no es suficiente. Conocen la
política, la historia, la economía, pero están dirigidos por la
personalidad. Cuando su individualidad llegue a gobernar,
entonces sí, podrán realizar alguna que otra cosa. Pero, ¿acaso
saben que existe en ellos una naturaleza superior que debe tomar
las riendas?
Ningún hombre puede llegar a ser un buen jefe de gobierno
mientras tenga impulsos, proyectos dictados por la ambición, el
interés, la vanidad o el deseo de venganza... En esas condiciones
jamás podrá aportar la felicidad a su pueblo. ¡Oh! naturalmente,
podrá alucinar con falsas razones a los demás, a fin de que no
descubran sus verdaderos móviles, todos encuentran el sistema
con palabras, gestos, frases en las que se cuestiona el bienestar de
la patria, la felicidad de los hombres, la verdadera justicia, etc...
Pero la realidad, no pueden decirla: si se presentan tal como son,
con sus angustias, su voluntad de dominio, ¿os dais cuenta?, nadie
les aceptaría. Ellos lo saben, por eso engañan, mienten, intimidan.
En el pasado, sí, hombres como Gengis Khan, Atila,
Tamerlán, podían obtener todo lo que querían, incluso
mostrándose tal como eran. Eran otras épocas, otras mentalidades,
y cuanto más cruel, injusto e implacable era el jefe, más
posibilidades tenía de triunfar. Pero ahora no se puede; hay que
presentar metas aceptables, razonables, incluso generosas, de lo
contrario se está perdido. ¡Por esto se ha trabajado tanto
actualmente en adquirir maneras convincentes para atraer a las
víctimas, y una vez atraídas, zas - se las tragan! Es fácil: esas
víctimas no tienen intuición, inteligencia, ni conocimientos. Con
un poco de método y de tiempo, incluso un bribón puede
convencer a cualquiera, con la condición de no mostrar sus
verdaderas intenciones.
Para encontrar seres que tengan verdaderamente móviles
desinteresados, hay que dirigirse a los grandes Iniciados que han
dado pruebas, que se han purificado, que han sufrido, pero que
han vencido y triunfado. Por otra parte, no hay que confiar en
todo el mundo. Si en el hombre la naturaleza superior ha vencido
a la naturaleza inferior, podéis tener confianza en él, pero nunca
antes. Primeramente, ¡desconfiad de cualquier cosa que os cuente
un hombre! Y tampoco os digo que tengáis confianza en mí, que
me creáis, que me sigáis. Os digo solamente: «Venid conmigo,
venid a comprobar...» Y si después de haberme observado durante
meses o años pensáis que podéis tener confianza en mí, entonces
sois libres de seguirme. Pero jamás os he dicho que me sigáis el
primer día.
II
Está claro que cuando se escuchan mis conferencias y se
está al corriente de todos los acontecimientos que suceden
actualmente en el mundo, se encuentra que los asuntos de los que
hablo no tienen ninguna relación con la actualidad. Se dice:
«Pero, ¿qué nos está contando? ¡Si supiese lo que ocurre en
Polonia, en el Líbano o incluso en Francia, no nos entretendría
con cosas tan insignificantes!» Y he ahí que no se ha entendido
nada, porque lo que os doy es, precisamente, la base de todo: los
métodos, los medios, las claves para resolver todos los problemas
de la existencia.
Si ahora os hablara de los hechos, ¿de qué serviría? ¡Hay
tanta gente que habla de ellos sin dar soluciones! ¡Sólo son
estadísticas, informes que nunca servirán para nada, y sólo Dios
sabe si son exactos! Por consiguiente dejo todas esas cuestiones
para los demás, y me ocupo de lo esencial, de lo que seguirá
siendo válido durante toda la eternidad. El ser humano tienen un
cuerpo físico, una voluntad, un corazón, un intelecto, un alma, un
espíritu, y la cuestión está ahí: ¿cómo debe trabajar con esos
elementos, con los cuales siempre tendrá que contar? Sí, durante
la eternidad, cualesquiera que sean los acontecimientos, el ser
humano se encontrará ante los mismos problemas: cómo pensar,
sentir, obrar, amar, crear...
Personalmente he escogido el tema más importante: el ser
humano. Todos los que no ven su importancia, pierden el tiempo
y sus energías en anécdotas que todo el mundo olvida poco
tiempo después. Sí, ¡es extraordinaria esta tendencia de la gente a
interesarse en futilidades! Un nuevo gobierno, por ejemplo, he ahí
de qué nos ocupamos con pasión... Pero, ¿cuánto tiempo va a
durar este gobierno? Algunos meses, después cambiará, y habrá
que ocuparse de otro. Y los partidos políticos... algunos aparecen,
y otros desaparecen o cambian de nombre, y si no conocéis esos
nombres y los de aquellos que están a la cabeza, vais a ser mal
vistos. Que no sepáis nada de las cosas celestes, eso no importa,
pero desconocer las disputas de los dirigentes políticos, lo que se
ha dicho por televisión, ¡ah! esto es grave... Sin embargo, ello es
lamentable, es miserable, ¿qué aporta eso a los humanos en
cuanto a su verdadero porvenir, es decir para su paz, su luz, su
inmortalidad?
Diréis: « ¡Pero si lo que quieren es ayudar a su país!» No se
puede ayudar de esta manera, no se ha podido jamás ayudar a los
humanos de esta manera. Se imaginan que les ayudan... No, no
son esas discusiones y disputas políticas las que pueden
ayudarles. Todo esto nunca ha aportado nada, salvo descontento,
furor, huelgas y revoluciones. ¿Qué ha mejorado la política? Los
hospitales están llenos de enfermos, los tribunales atestados de
procesos, y pronto se necesitará un guardia por cada habitante.
Encontraréis millares de personas en el mundo que sitúan la
política en primer lugar. Día y noche no se ocupan más que de
eso, pero, ¿qué soluciones encuentran? Ninguna, salvo pertenecer
a un partido. ¡Ah! esto sí, ¡es glorioso, es fantástico el pertenecer
a un partido, toda la gloria está ahí! Pero ese partido, ¿va a
resolver verdaderamente los problemas? ¿Acaso está en el buen
camino, en la verdad? No nos ocupamos de eso. Una vez inscrito
en el partido, uno se siente hinchado, fuerte, seguro de sí. Pero a
menudo este orgullo no dura mucho, porque si el partido no
alcanza la victoria, he aquí que sus miembros se deshinchan. Toda
su gloria no era más que una pompa de jabón.
¿Estáis de acuerdo conmigo? No, no lo creo. Bueno, Como
queráis. Pero sabed que todas esas tendencias que se están
manifestando en este momento no son prácticamente otra cosa
que tendencias anárquicas. ¡Si la gente pudiese darse cuenta de lo
alejada que está de la verdad! Pero les gusta equivocarse,
ilusionarse, hacer algo, aunque no sirva para nada. De esta manera
se mueven, no están inactivos, así matan el tiempo. Se entiende
que es positivo el ser activo, pero, ¡por lo menos escojamos una
actividad interesante!
Id ahora a hablar de política en cualquier parte, en la calle,
en el tren, y veréis que los jóvenes, los ancianos, todos os
expondrán fantásticas ideas políticas. Dios mío, viven una vida
tan limitada, tan personal, ¿qué ideas pueden tener? Y si
escucháis a los jefes de los partidos políticos, oiréis que cada cual
acusa al otro de trabajar para arruinar a la nación y hacer
desgraciados a los ciudadanos. ¡Cada cual siente un amor tan
grande por la patria! Y en realidad, ¿es verdaderamente sincero,
habla en interés de su país y de sus compatriotas, o para sí mismo,
para ser elegido? Y luego, vemos lo que vemos cuando resultan
elegidos... Desgraciadamente, vemos lo que ya habíamos visto
otras veces.
Por no estar de acuerdo en lo que significa «interés del país»
es por lo que hay tantos partidos, y cada vez habrá más. Pero, ¿de
qué sirven tantas divisiones? Hay que ver el conjunto, un fin
definitivo, y no obcecarse en hechos particulares, luchando por
objetivos que pronto van a ser reemplazados por otros.
No digo que todos estén equivocados, no; cada cual tiene
razón desde su punto de vista. Pero, en conjunto, todos cometen
errores. Un egoísta que no se preocupa por los intereses de los
demás arregla las cosas para satisfacer todos sus deseos y sus
caprichos, pero, fatalmente, los demás se lo reprochan; pero él no
lo comprende, porque ante sí mismo todo estaba en regla, todo era
perfecto, todo era lógico. Lo mismo ocurre con los partidos
políticos. Todo lo que dicen es absolutamente cierto, lógico desde
su punto de vista, pero en relación a otro punto de vista, el punto
de vista de la totalidad, ya no es tan verdadero.
Cuando un niño quiere hacer alguna cosa, está persuadido
de tener razón, y se extraña de que sus padres se lo impidan o le
castiguen por haberlo hecho... ¡Según el grado de comprensión a
que el niño haya llegado, lo que desea puede ser absolutamente
lógico y legítimo! Y he aquí que comprueba que los demás, que
son malos y poco comprensivos, ponen obstáculos a sus deseos, y
se rebela. Es exactamente lo que pasa con todo el mundo. Cada
cual tira la manta hacia sí: «Según yo, es así, según yo, es asá.»
Sí, pero ese «según yo», ¡es tan limitado! Se necesita una
inteligencia que puede juzgar las cosas como nosotros las vemos,
pero al mismo tiempo capaz de penetrar en las conciencias de los
demás para modificar o completar este punto de vista. Entonces se
descubrirá la verdad y se verá que todos llevan razón sin tener
razón: es decir, que tienen razón desde el punto de vista de su
comprensión, pero no desde el punto de vista de la colectividad
cósmica.
Mientras no se es lo suficientemente amplio, impersonal,
evolucionado, se ven las cosas según uno mismo, y la propia
verdad no es más que un pedazo de la verdad. Así pues, todos los
partidos políticos se equivocan porque cada cual sólo ve las cosas
desde su punto de vista. Si un día pueden ver la realidad, no se
sentirán tan orgullosos de sí mismos. Todos aquellos que no
intentan alcanzar un punto de vista universal se equivocan, y un
día u otro, la propia vida les demostrará que se han equivocado.
No estoy en contra de la política, sino que la entiendo de
forma distinta. Si se da el poder a alguien que no conoce la
estructura del ser humano, la forma en que está unido a todas las
potencias cósmicas, ¿cómo queréis que pueda aportar algo
verdaderamente positivo a su país? Si no ha conseguido esta
unión en sí mismo, ¿cómo queréis que lo consiga para toda una
nación? ¿Acaso un idiota puede instruir a los demás, una persona
débil soportar pesadas cargas o un ser impuro purificar a los
demás? ¡Es imposible! Pues bien, también es imposible que los
políticos hagan felices a los demás si no han sido instruidos en
una Escuela iniciática: allí se les enseñará que para ser
verdaderamente un hombre político, se necesita primeramente
poseer un conocimiento profundo del hombre y de la naturaleza,
respetar las leyes divinas y no tener ninguna ambición, ninguna
pasión personal.
Todos hablan de servir a la patria, pero a menudo sólo son
palabras, piensan sobre todo en su bolsillo, en su prestigio, en su
poder, y tienen uñas, garras y dientes, que emplean para abrirse
camino y conseguir el primer lugar. Mientras otros que están más
iluminados pero que no tienen uñas, ni garras, permanecen en la
sombra. No me opongo a la política, pero para mí la única política
válida es la de los Iniciados que han estudiado la naturaleza
humana, sus debilidades, sus necesidades y las condiciones
espirituales, afectivas, morales y económicas en las que puede
expansionarse. Mientras no se conozca todo esto, la política no
puede conducir a otra cosa que a enfrentamientos sangrientos. Y
mirad, incluso Karl Marx, al que tanto se ensalza, se glorifica y se
sigue, también va a quebrar dentro de poco tiempo con toda su
compañía. Sí, porque no se resuelven todos los problemas
humanos mediante la lucha de clases, la colectivización de los
medios de producción, etc. Que Karl Marx ha sido un genio, esto
es seguro, nadie lo puede negar, pero que no lo previó todo, que
no vivió una vida divina, que no ha sido un Iniciado, esto también
es seguro. No niego que haga falta gente cualificada en cada
campo de la vida social, pero ante todo se necesitan, en la cima,
Iniciados que conozcan lo esencial, aunque no sepan nada más.
¿Estáis extrañados? Pues considerad mi caso, por ejemplo.
No hay sobre la tierra un hombre que sea tan ignorante como yo
en cuanto a organización, economía, finanzas. No sé nada sobre
estos temas. Y entonces, ¿qué es lo que sé? Pues bien, una sola
cosa, una: cómo verter agua, eso es todo, y el agua
inmediatamente encuentra su camino. Cuando esto sucede,
aparece y se implanta inmediatamente un cultivo: las plantas, los
animales, los hombres... Hay que hacer que el agua fluya sin
preocuparse por lo demás. Es lo que yo hago aquí, en la
Fraternidad, desde hace años: me ocupo de que el agua fluya, y
sois vosotros, sí, vosotros, quienes al igual que las plantas, los
pájaros, los árboles, los animales, los hombres, encontráis cada
cual vuestro sitio. No me incumbe a mí el encontraros un sitio, yo
no debo ocuparme de eso. Para eso no tengo espíritu organizador.
No me ocupó de otra cosa que del agua, porque si hay agua, las
cosas se organizan por sí solas. ¡Y esa agua es el amor, es la vida!
En tanto que los políticos crean que para mejorar la
situación es suficiente instaurar una buena organización, crear
nuevas instituciones, nuevas estructuras o nuevos puestos, todo va
a morir y a disgregarse, porque no se han preocupado del agua.
Todo lo que puedan organizar externamente se demostrará que es
ineficaz mientras no se ocupen de que fluya el agua. Por ello se
precisa que en la cumbre haya un ser que posea .la luz, el saber, el
amor, porque entonces las distintas ramas de todas las actividades
sabrán cómo desarrollarse para contribuir al éxito de la empresa.
¡Podemos observar también este fenómeno en la vida
cotidiana! No sabéis con exactitud cómo actuar para triunfar en lo
que tenéis que hacer, pero si lo amáis, si os gusta hacerlo,
entonces triunfaréis debido a vuestro amor, porque vuestro amor
sabe desenvolverse. Pero si no tenéis este amor, por más que
ensayéis, ¡no hay nada que hacer!
Vemos mujeres que leen todos los libros de cocina y
emplean los mejores ingredientes, pero las comidas que preparan
no se pueden comer, porque no les gusta cocinar. Mientras que
otras, sin haber leído jamás una receta, y con algunos ingredientes
muy simples, no se sabe cómo, logran platos suculentos. Porque
les gusta lo que hacen. ¡Ahí está, es el amor! Por otra parte,
naturalmente, tampoco soy un bebé como para no comprender
que la organización de un país es algo complejo. Sí, pero para que
funcione hace falta una luz, un amor, que el agua fluya, y
entonces todos los demás recibirán la inspiración y sabrán lo que
deben hacer.
Mirad lo que ocurre en una reunión en la que se encuentran
unas cuantas personas para decidir sobre un proyecto. Si estas
personas se entienden, se comprenden entre sí, al final de la
reunión todo se arregla y el proyecto se realiza. Pero si llegan sin
amor y solamente quieren contradecir, criticar u oponerse, no
encontrarán soluciones jamás. A menudo eso es lo que ocurre en
muchas reuniones: no hay amor, se reúnen una, dos, tres veces...
diez veces, y nada sale de esas reuniones, como no sea
malentendidos, querellas. Porque cuando se está inspirado por el
amor, a veces en cinco minutos se resuelven problemas que sin él,
permanecerían insolubles durante años.
Entonces, ¿por qué los humanos son aún tan ciegos? Y
además, ¡se toman a sí mismos por algo fantástico! No, si no
llegan a resolver sus problemas, no tienen de qué sentirse
orgullosos. Pues bien, tienen que saber que lo que les impide
encontrar la solución es la falta de amor. Creen en el poder del
intelecto, en el poder del espíritu crítico, y es ahí donde se
equivocan; no hay que creer en la eficacia de esas cosas, incluso
pueden ser peligrosas. Que pongan un poco de amor en sus
encuentros, en sus entrevistas, eso es todo, e inmediatamente se
resolverán los problemas; todos se irán felices, incluso extrañados
de que haya resultado tan sencillo.
Habéis visto dos personas discutiendo... ¿qué hacen? Las
dos hablan al mismo tiempo y acaban por destrozarse. Sí, porque
no se escuchan. Las dos están tan imbuidas de sí mismas que
ninguna quiere escuchar a la otra, y en seguida se excitan tanto
que no pueden dominarse y acaban por emocionarse. Realmente
los individuos no son psicólogos, ni pedagogos. Si fuesen
inteligentes, deberían saber de antemano que es así, y evitarían
llegar más allá. Un hombre inteligente muestra primeramente
mucho amor, mucha benevolencia, mucha atención a lo que se
dice, para despertar en el otro algo bueno, y entonces todo puede
resolverse.
Para terminar, os diré que mientras los dirigentes políticos
no estén instruidos en la Ciencia iniciática, cometerán errores. El
público que asiste a sus debates se maravilla y aplaude: « ¿Habéis
visto cómo ha respondido tal persona a su adversario? ¡Ah,
caramba! ¿Qué le ha dicho?.. ¡Cómo le ha apaleado! ¡Entonces,
ha sido magnífico!» Pero un Iniciado que ve todo esto no se
maravilla. Con los ciegos todo funciona, se lo tragan todo, pero
con los Iniciados, no es así.
Entonces no esperéis gran cosa de la política si los políticos
no han estudiado la Ciencia iniciática; cada vez se producirán más
dificultades, choques, incomprensiones para las cuales no
encontrarán solución. Pues sí, me veo obligado a deciros la
verdad, a pesar de que no guste a todos. Mientras no se posea esta
ciencia que concierne al hombre, al universo, al Creador, las
soluciones que se encuentren sólo serán parciales, momentáneas,
pasajeras, y siempre producirán inconvenientes que no se habían
sabido prever.
IX
EL REINO DE DIOS
I
¿A qué se deben los desórdenes actuales? ¿A qué se debe
ese vacío y ese descontento? A pesar de todo lo que poseen, los
humanos están insatisfechos, se sienten miserables. ¿Por qué?...
Porque se comportan como si sólo fuesen materia, como si fuesen
sólo un vientre y un sexo. Únicamente buscan satisfacer a ambos.
Se diría que nunca han sabido que también existe en ellos un
alma, un espíritu, una chispa divina, algo de otra naturaleza, de
otra dimensión, de otra intensidad, de otra vibración, en la que
deben sondear a fin de averiguar de qué tiene necesidad, y cuáles
son sus deseos. El alma del hombre tiene unas necesidades
distintas a las del cuerpo físico, pero aquél quiere darle una
alimentación que no puede asimilar, y nunca le da lo que el alma
pide. Esta pide el espacio infinito, la luz des1umbradora, pide la
armonía, la música celestial, pero el hombre le da un alimento
material, y por ello el alma sueña, suspira, se ahoga, muere.
Cuando el hombre empiece a conocerse, cuando comprenda
que no sólo está hecho de un cuerpo físico, sino también de varios
cuerpos sutiles, los cuales necesitan independientemente una
alimentación apropiada y que deben estar entre sí en armonía, ese
cambio de filosofía producirá una mejora en todos los terrenos:
social, económico, político, y entonces el Reino de Dios podrá
venir a instaurarse en la tierra. Mientras el hombre no se conozca,
el Reino de Dios no puede venir porque lo busca allá donde no
está.
El Reino de Dios no es una realización material, sino
espiritual, es un estado de conciencia, por lo cual es esencial que
los humanos cambien su estado de conciencia por un saber
adecuado. Naturalmente, es imposible que ese cambio se
produzca rápidamente en la conciencia de todos; para algunos ese
cambio no podrá producirse hasta dentro de millares de años.
Pero es suficiente que una minoría de seres muy evolucionados
comprendan y acepten estas ideas de la Fraternidad Blanca
Universal, del Reino de Dios en la tierra, de la Edad de Oro. Ellos
serán quienes gobernarán y los demás se verán obligados a
seguirles como la cola sigue a la cabeza. Se les dará la posibilidad
de integrarse en esa minoría que formará el Reino de Dios, y
cuando vean la nueva vida que se les propone, con una nueva
organización social realmente magnífica para todas las criaturas,
nadie protestará.
El Reino de Dios, por lo tanto, debe introducirse
primeramente en la cabeza de los seres humanos como
inteligencia, como luz; luego entrará en el corazón como
sensación, como amor, y finalmente descenderá al plano material,
donde se manifestará como abundancia y paz. Eso es posible y yo
trabajo para ello. Aunque, ciertamente, hay muy poca gente que
me comprende; la mayor parte sigue con sus viejos conceptos del
pasado, diciendo: «Es imposible, nunca se podrá cambiar al
hombre, y mirad, ahí están las pruebas... » Y me muestran todos
los acontecimientos que se producen en el mundo.
Evidentemente, también yo los veo, y sé mejor que nadie que si
este estado de cosas se mantiene, el Reino de Dios jamás podrá
venir. Pero si se acepta la filosofía de los Iniciados, todo resulta
posible.
Esta filosofía de los Iniciados se basa únicamente en el
conocimiento del ser humano. Creemos que le conocemos pero en
realidad no es así, y, por ello, todos los medios que se encuentran
para resolver los problemas no son más que paliativos. Se tiene la
impresión que los problemas están resueltos, pero he aquí que
poco tiempo después, esas «soluciones» ocasionan otros
inconvenientes. Mirad lo que ocurre en medicina: a menudo al
curar un mal, se ocasiona otro. Y la educación... con todas las
mejoras que se producen en las escuelas, ¿acaso los niños saben
encauzarse mejor en la vida? No; la educación es defectuosa
porque ignora la estructura del ser humano.
Por eso siempre he dicho que la única ciencia que se debería
estudiar y profundizar verdaderamente es la ciencia del ser
humano. Sí, debería ser el centro, y todas las demás: la física, la
química, la mecánica, la astronomía, la biología... deberían servir
a esta ciencia que ha sido abandonada a su suerte. Diréis: «Sí,
pero la anatomía, la fisiología, ¿no sirven para nada?» Son bases
necesarias, naturalmente, pero no nos enseñan lo que realmente es
el ser humano en su totalidad.
De ahora en adelante hay que cambiar incluso la concepción
de la ciencia y colocar al ser humano en el centro de todos los
estudios - el ser humano con la Divinidad que lo habita -. Sólo
cuando el hombre tome conciencia de que todo debe moverse
alrededor de este centro divino en él, podrá resolver sus
problemas. He ahí por qué insisto continuamente en la
importancia de este centro divino en relación al cual todas las
células, todas las partículas deben organizarse. Ahí está el secreto:
reunir todos esos elementos dispersos que huyen en todas
direcciones y hacerles volver como si fueran planetas alrededor
del sol. Entonces sí, podéis hablar de orden, de felicidad, de paz...
entonces podéis hablar del Reino de Dios: porque hay un centro,
hay un sol, un núcleo alrededor del cual todos los demás
elementos encuentran su sitio, el trayecto a seguir, y no chocan
entre sí.
Tengo una confianza absoluta en la filosofía de los
Iniciados, sí, absoluta, porque una vez estudiada y comparada con
todo lo demás, es la única que se mantiene en pie, la única; todas
las demás están por los suelos. ¡Ya veis lo fácil que resulta
comprender todo eso! Suprimid el centro en el hombre, es decir
su espíritu, su alma, y se convierte en un cadáver, todo su cuerpo
se disgrega. Por consiguiente, hay que encontrar ese átomo central
que está ahí, en nosotros, que está vivo, que vibra, y hacer que
todo lo demás converja hacia él, porque sólo él es capaz de
mantener el orden y la paz.
Cuántas veces se oye a la gente decir: « ¡He perdido la
cabeza!» Sí, pierden la cabeza y no pueden dominarse, no saben
lo que dicen ni lo que hacen. Todo ocurre lejos de su control y
cometen errores que luego hay que reparar. Naturalmente, la
cabeza no es más que un símbolo; también podría ser el corazón:
« ¡He perdido el corazón! », puesto que el corazón también es un
centro.
En realidad, las palabras no tienen ninguna importancia, se
puede hablar de la cabeza o del corazón, pero lo que se ha perdido
en estos casos es el centro divino, y entonces sí que se propaga el
desorden: es una huída en todos los sentidos, el desastre. Todas
las células se dan cuenta de que la cabeza, el jefe no está allí, y
que, por lo tanto, es el momento de hacer lo que les viene en
gana: se convierten en enemigos del hombre, amenazándole.
Antes, eran obedientes, amables; todas las células del corazón, de
los pulmones, de los brazos, de las piernas... estaban a su servicio,
pero ahora casi desean que se muera. Está en la cama y le dicen:
«Tienes tu merecido. Ahora lo comprendes, ¿no es así?» Y se
divierten. Pero si consigue que vuelva el centro, el espíritu,
inmediatamente vuelven al trabajo armoniosamente.
Si hay algo que deban comprender los humanos, no son ni
los microbios ni las estrellas, sino cómo mantener el espíritu en el
centro de todas las actividades. Sólo con esa condición vivirán en
plenitud y en paz, y eso será el Reino de Dios.
II
No existe una actividad más importante y más gloriosa para
el hombre que la de conseguir que converjan todos los poderes de
su intelecto, de su corazón y de su voluntad hacia la realización
del Reino de Dios en la tierra. Desgraciadamente no se encuentran
muchos candidatos para este trabajo, y lo que se ve cada día más
en el mundo, es la manifestación de una personalidad exacerbada:
el orgullo, la vanidad, las pretensiones... Cada cual tiene sus
metas, sus ambiciones, y al Reino de Dios se le deja de lado.
He aquí por qué es tan importante que aquí, en la
Fraternidad, formemos un núcleo vivo, poderoso, para esta
realización del Reino de Dios. De esta manera podremos influir
en otros cerebros, en otras almas. Y un día, cuando los hijos de la
luz estén unidos, unidos por el mismo pensamiento, por la misma
meta, harán inclinar la balanza hacia su lado, y triunfarán sobre
los seres que sólo piden la destrucción y el caos.
Diréis: «Pero, ¿por qué el Cielo no se decide a intervenir por
sí mismo para cambiar el mundo ?» Naturalmente, puede hacerlo,
pero sin el consentimiento y la buena voluntad de los humanos,
sería inútil: no comprenderían, no lo apreciarían, y de nuevo lo
destruirían todo. Mientras que si la voluntad de cambio viene de
ellos mismos como consecuencia de lo que han sufrido y de las
lecciones que han recibido, entonces querrán verdaderamente
mejorar el estado de las cosas, lo cual se- producirá
automáticamente. El mundo invisible pondrá en marcha otras
fuerzas, otras corrientes, otras energías, y asistiremos a un cambio
extraordinario. Pero este cambio debe provenir de los humanos.
Deben decidir trabajar conjuntamente para conseguir la
intervención de las fuerzas cósmicas. Si no insisten, no obtendrán
nada. Las sublimes Inteligencias jamás decidirán mezclarse en los
asuntos de los humanos, simplemente porque eso no les satisface.
A los humanos corresponde el pedido.
Por eso cada vez que nos reunimos, deberíais venir con el
deseo de atraer las fuerzas del Cielo para la realización del Reino
de Dios. Mientras que si cada cual llega con sus preocupaciones
personales: casarse, alojarse, cambiar de trabajo, desbancar a la
competencia, etc., todos esos deseos y pensamientos disparatados
no pueden formar un poder capaz de poner en marcha energías
benéficas en el cosmos, no llevan a nada. Para conseguir
resultados debemos concentramos todos en el mismo fin.
En la concentración hay un gran poder. Concentrando los
rayos de sol con una lupa, es posible encender un bosque. Pero es
preciso concentrarlos. Ya que nos reunimos, debemos hacerlo con
el fin de conseguir resultados, de lo contrario es inútil, e incluso
estúpido reunirse. Si no vamos a hacer nada positivo con todas
esas fuerzas que emanan de la colectividad, es mejor quedarse en
casa. ¿Por qué perder el tiempo en actividades inútiles? Si no se
van a obtener resultados es insensato continuar. Y mi papel,
precisamente, consiste en iluminaros, en orientaros, en
determinaros a obtener los mejores resultados posibles.
La cuestión está en encontrar siempre una finalidad al
trabajo espiritual y decirse: «Medito, pienso, rezo por talo cual
razón. » Sí, indicad la razón, el fin, para que todas esas fuerzas no
se vayan a cualquier parte. Y de esta manera vuestros
pensamientos se volverán obedientes, estarán a vuestro servicio.
El pensamiento es muy difícil de domesticar, de someter, es como
un caballo desbocado. Pero ejercitándose diariamente se acaba
por volverlo dócil, obediente, sumiso. Y como somos muchos y
nos reunimos a menudo, las fuerzas y las energías que emanamos
se inscriben, se registran y son reunidas en los depósitos divinos...
y un día veréis los resultados. ¿Cuándo? Eso no nos incumbe.
El Reino de Dios vendrá, eso puedo decíroslo. La Edad de
Oro vendrá... Cada vez que rezáis con sinceridad, intensa y
desinteresadamente, se os acoge, pero progresivamente; el
proceso es continuo y se amplifica poco a poco porque lo que
pedís no puede realizarse en un día. Desde el instante que rezáis,
lo que pedís empieza a realizarse, pero se necesita mucho tiempo
para que se realice plenamente. Cuando plantáis un grano, la
realización ya está hecha. Para que el grano se convierta en un
árbol se necesitarán años, pero ya se os ha concedido lo que
pedíais porque ya crece. Si pedís el Reino de Dios y su Justicia,
no podéis conseguir que aparezca el mismo día, eso no es posible,
porque se trata de un árbol gigantesco que no puede crecer de
golpe. Pero está plantado, el grano está plantado, y el árbol crece.
« ¡Pero yo no lo veo! »¡Ah, si eres miope!... Pero yo lo veo, el
grano crece.
Cuando venís por la mañana a la salida del sol, concentraos
en el Reino de Dios, desead el Reino de Dios, sólo eso, porque el
Reino de Dios es un estado de perfección, de plenitud... todo está
contenido en él: la salud, la riqueza, la belleza, el orden, la
libertad, la paz, el equilibrio, la armonía, la felicidad... mejor que
enumerar todo eso, es más «económico» decir del Reino de Dios
que es una síntesis de todas las bendiciones. Alguien dirá: « ¡Ah,
si tuviese el poder! »... ¡Si fuese rico!... ¡Si fuese hermoso!» Pero
eso sólo son aspectos particulares, atributos del Reino de Dios.
Por otra parte hay que estar atento, porque cuando se
empieza a desear algo en particular, se instala el desequilibrio en
nosotros. El Reino de Dios es ante todo un estado de equilibrio y
de armonía, y en el momento en que se empieza a insistir en una
cosa en detrimento de otra, ya se introduce el germen del
desequilibrio. Todo lo que nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro
corazón, nuestro intelecto, nuestro cuerpo físico necesitan, está
comprendido en la realización del Reino de Dios.
Jesús decía: «Pedid el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo
demás se os dará por añadidura.» Sí, porque en el momento que
trabajáis por una idea divina, ésta ya actúa sobre vosotros y os
aporta todo lo que posee. Si únicamente tenéis una idea, una, a
pesar de todas vuestras imperfecciones, vuestras debilidades y
vuestra ignorancia, esta idea que existe en el mundo de la luz, de
lo alto, os pone en comunicación con nuevos amigos, os hace
conocer nuevas criaturas, otras regiones; y es así como poco
tiempo después, esta única idea os aporta todo el Cielo. La sola
idea del Reino de Dios... es capaz de uniros a las demás ideas que
vibran en armonía con ella, con lo cual conseguís lo demás. Ese
es el sentido de las palabras de Jesús: «Pedid el Reino de Dios y
su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.» Entre el
principio y el final de esta frase hay todo un espacio por explorar.
Esa es una de las verdades más importantes de la Ciencia
iniciática: una idea, que por sí misma es limitada, puede aportaros
otras riquezas que no posee por sí misma. Es verdad, porque os
une a muchas otras ideas que están en armonía con ella; poco a
poco esas otras ideas se relacionan con vosotros, y como cada una
posee un terreno aquí, una morada allá, simbólicamente hablando,
todas las demás riquezas vienen a vosotros a causa de esa idea. Sí,
porque en lo alto todo está unido, no hay separación, y cuando se
pone en movimiento una idea, las demás la siguen. Si estáis en
buena relación con una idea, si la queréis, si la alimentáis, si
queréis atraérosla, os pondrá en comunicación con todas las
demás que os envían lo que poseen. Ved cómo, entre el principio
y el fin de esta frase: «Pedid el Reino de Dios y su Justicia... y
todo lo demás se os dará por añadidura», hay un espacio vacío
que yo lleno para vosotros.
Hoy os explico lo que está escrito en la promesa del
Evangelio: cómo todo lo demás se nos dará por añadidura. Es
posible gracias a una afinidad especial, mágica, magnética entre
una idea sublime y todas las demás ideas que se le parecen, y
también porque una idea tiene siempre representantes aquí, en la
tierra. He ahí por qué tendréis todo lo demás.
¡Bienaventurados los que me han comprendido! Cada día,
aquí, colectivamente, tenemos que pedir el Reino de Dios.
Naturalmente, también podemos pedirlo cuando estamos solos,
pero solos no podemos producir efectos tan poderosos, o bien
deberíamos conocer otras leyes. El que está solo debe saber que
nunca hará nada si está solo, y mediante el pensamiento debe
reunir a toda esa colectividad de seres dispersos por el mundo que
no cesan de trabajar en este sentido. Solo nunca se obtiene nada
en este campo. Incluso si no se puede estar siempre con los
demás, por lo menos hay que unirse a ellos mediante el
pensamiento y esperar a que otros muchos cerebros vibren al
unísono con nosotros y respondan a nuestra llamada.
Porque la verdadera evolución va en el sentido de la
colectividad. Aquel que se expande en la colectividad evoluciona
maravillosamente. Los que se sienten desgraciados, oprimidos en
ella, y que quieren evolucionar solos, intelectualmente, leyendo,
instruyéndose, demuestran que están dirigidos por su
personalidad. Pues bien, eso aún no es una buena evolución. Es
necesario amar la colectividad, sentirse inmerso en ella como en
un océano en el que todas las almas vibran conjuntamente. Sí, hay
una evolución a realizar: tarde o temprano, deberéis vencer ciertas
tendencias personales, someterlas, desnudaros para poder
finalmente decir: « ¡Soy un ser colectivo, ya no soy una oruga,
soy una mariposa!» En ese momento podéis abandonar la tierra, y
viajar hacia otros planetas, hacia las estrellas.