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Artículos sobre Jesús José L. Caravias sj. Sumario: Con qué tipo de cuerpo resucitaremos? Hacia la plenitud de la personalidad humana Consuelo y esperanza: cruz y resurrección Cruz – resurrección Dios con nosotros El Cristo del Apocalipsis El Dios de Jesús no es el dios de los fariseos En espera del Mesías Encarnación Es aun pascua? Experiencias pascuales Feliz año nuevo? Hebreos: en todo semejante a sus hermanos Jesús resucitado sigue viviendo una esperanza Jesús sigue muriendo y resucitando hoy Jesús, un hombre de su tiempo La “Pasión de Cristo” según Gibson La cruz, misterio de amor La familia de Jesús, una familia con problemas La resurrección de Cristo en las liberaciones de hoy La resurrección es para los crucificados Las clases sociales del tiempo de Jesús Los enfermos en tiempo de Jesús Los mal vistos en el tiempo de Jesús Mas allá de la muerte Niño-Dios negrito y pobre? No a los juguetes bélicos Por qué murió Jesús? Por qué ves con malos ojos que yo sea bueno? Qué nos trae el año 2000? Resurrección en los bañados Se metió Jesús en política Si no lo veo, no lo creo Sufrió Jesús dudas y tentaciones? Teologías de la cruz Una espiritualidad cristiana de la cruz? Una nueva experiencia de Dios Vivir hoy la resurrección de Cristo Y ustedes, quién dicen que soy yo? Para encontrar el artículo, copie el título e insértelo en Edición Buscar

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Page 1: El Dios de Jesús no es el dios de los fariseos · Web viewLa motivación era que puesto que el Niño nace para todos, todos tenemos derecho a vestirlo como miembro de nuestra familia,

Artículos sobre JesúsJosé L. Caravias sj.

Sumario:Con qué tipo de cuerpo resucitaremos? Hacia la plenitud de la personalidad humana Consuelo y esperanza: cruz y resurrecciónCruz – resurrecciónDios con nosotrosEl Cristo del ApocalipsisEl Dios de Jesús no es el dios de los fariseosEn espera del MesíasEncarnaciónEs aun pascua?Experiencias pascualesFeliz año nuevo?Hebreos: en todo semejante a sus hermanosJesús resucitado sigue viviendo una esperanzaJesús sigue muriendo y resucitando hoyJesús, un hombre de su tiempoLa “Pasión de Cristo” según GibsonLa cruz, misterio de amorLa familia de Jesús, una familia con problemasLa resurrección de Cristo en las liberaciones de hoyLa resurrección es para los crucificadosLas clases sociales del tiempo de JesúsLos enfermos en tiempo de JesúsLos mal vistos en el tiempo de JesúsMas allá de la muerteNiño-Dios negrito y pobre?No a los juguetes bélicosPor qué murió Jesús?Por qué ves con malos ojos que yo sea bueno?Qué nos trae el año 2000?Resurrección en los bañadosSe metió Jesús en políticaSi no lo veo, no lo creoSufrió Jesús dudas y tentaciones?Teologías de la cruzUna espiritualidad cristiana de la cruz?Una nueva experiencia de DiosVivir hoy la resurrección de CristoY ustedes, quién dicen que soy yo?

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¿Por qué ves con malos ojos que yo sea bueno?Asunción, Noticias, 23 sept. 90

Este evangelio es ciertamente molesto para los que se creen "buena gente", y por ello miran con desprecio a los demás.

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Es el caso típico de los fariseos del tiempo de Jesús y de todos los tiempos. Los fariseos le echaban en cara a Jesús que se dedicara tan abiertamente a acompañar y aliviar los dolores de los más despreciados de la sociedad. Según los fariseos, los pobres eran pobres por castigo de Dios; y las enfermedades manifestaban la justicia de Dios para con los pecadores. Por eso se escandalizaban cuando Jesús dedicaba todo su cariño a ayudar a pobres y enfermos. Lo veían "con malos ojos", pues pensaban que con ese comportamiento Jesús estaba contrariando la justicia de Dios.

Jesús se esfuerza en mostrarles que ése no es el comportamiento de Dios. La manera de actuar del Padre Dios es muy distinta a como creen los fariseos. El Dios de Jesús está siempre dispuesto a perdonar, con tal de que se acerque uno a él con humildad y fraternidad. Dios organiza una fiesta bullanguera cuando un hijo cabezarrota vuelve a pedirle amparo. Se alegra cuando encuentra a una oveja que se había perdido. Sabe pagar un buen sueldo al peón rural al que nadie le había dado trabajo hasta el caer de la tarde. Eso es lo que Jesús quiere manifestar con sus parábolas y con su comportamiento para con todos los empobrecidos y despreciados de su época. De ellos es el corazón de Dios. Así de bueno es Dios.

¿Por qué los fariseos se molestan de que Dios sea así de bueno? Sólo creen en el Dios justiciero, que necesariamente tiene que salvarlos a ellos porque son "buena gente" y necesariamente tiene que condenar a pobres, puesto que son "pecadores"... No les agrada para nada la idea de un Dios cercano a los pobres.

Pero el Dios de la Biblia, el Dios de Jesús, siempre ha sido y será misericordioso para con todo explotado y despreciado de este mundo; es compasivo para con todo el que se muestre compasivo con su prójimo.

Los fariseos de hoy se escandalizan de que se diga que Jesús acompaña también ahora a los campesinos sin tierra que ocupan terrenos mal habidos o mal cultivados. Algunos se rasgan las vestiduras acusando a la Iglesia de que incita a la ocupación de tierras. ¡Ojalá los que creemos en el Dios de Jesús les incitáramos y acompañáramos mucho más! Escandalizarse de ello es precisamente el mismo escándalo de los fariseos ante Jesús.

Jesús acompaña a los indígenas que luchan por la defensa de su cultura. Y a los sin techo de las zonas inundadas que buscan desesperadamente un pedazo de terreno donde poder vivir dignamente. A todo el que lucha por una vida digna.

Jesús toma partido por ellos, a pesar de los escándalos farisaicos de los que les sobra para vivir. ¿Por qué ellos ven con malos ojos a los que se comprometen al lado de los empobrecidos de la tierra? ¿Por qué se molestan tanto cuando se implica a Dios dentro de los procesos de liberación? ¿Por qué ven con malos ojos que Dios sea bueno?

¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?Asunción, Noticias, 26 agosto 90

Los amigos de Jesús le iban contando entusiasmados todo lo que la gente decía de él. Cierta mente las opiniones eran de lo más variado. Era como un rosario de opiniones ajenas, que poco tenían que ver con sus opciones personales.

Pero de pronto Jesús les sacó de sus divagaciones impersonales preguntándoles a boca jarro: ¿Y ustedes, quién dicen que soy yo? La pregunta es un sacudón co mo para despertarles de ese letargo adormecedor que produce el chismorrear sobre opiniones ajenas. Les obliga a mirarle a Jesús directamente a los ojos, a enfrentarlo como es y tomar una postura personal ante él. Jesús no pregunta a sus amigos sobre su esencia in temporal, sino por su misión histórica en relación con Dios y con su pueblo. No se trata de una pregunta teórica de filosofía, sino de algo totalmente vital.

Por ello el reto produce un silencio embarazoso. Cuando se trataba de dar opiniones ajenas fácilmente hablaban todos con desparpajo. Pero ahora, frente a una pregunta que obliga a tomar postura, la cosa ya no es tan fácil. Todos callan. Sólo Pedro, el amigo fogoso, se anima a dejar suelto su corazón. Su admiración por Jesús, que por tanto tiempo llevaba rumiando en lo más íntimo de su ser, le sale de un solo golpe: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo".

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Jesús le felicita abiertamente. Si en las bienaventuranzas la dicha de los pobres consistía en la presencia de Cristo en medio de ellos, la dicha de Pedro es haber reconocido y confesado a Cristo. Pedro se planta frente a Jesús, le mira de frente, a la luz de su fe naciente y expresa públicamente lo que siente dentro de sí. Y justamente en ese conocer con certeza a Jesús y así manifestarlo ante sus compañeros, estriba la misión que le encarga el mismo Jesús. Sobre esa roca firme edificará su Iglesia.

Dirá Pablo, años más tarde, que conocer a Jesús es la ciencia más sublime que puede existir. Se trata de conocer a Jesús tal cual es, el Cristo Total, el Señor de la Historia, tal como él mismo se presentó, sin pretender recortarle nada de su personalidad, ni por un lado ni por el otro. La Iglesia es auténtica sólo en la medida en que centra su vida en Jesús. No hay otra roca sobre la que apoyarse.

Pienso que a cada creyente, a cada comunidad, a cada miembro de la Jerarquía, a cada uno de nosotros Jesús nos dirige también su pregunta clave: ¿Y ustedes, quién dicen que soy yo? Nuestra vida de creyentes se concreta en este reto.

¿Quién es para nosotros Jesús? ¿Qué actitud vital tomamos frente a él? ¿Sería muy saludable contestar nos este interrogante con sinceridad. En la respuesta' podemos obtener el diagnóstico de nuestra fe cristiana.

ENCARNACIÓNAsunción, Última Hora, 18 dic. 99

El misterio de la encarnación es el misterio clave de la fe cristiana, resumen y plenitud de la revelación de Dios. "El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). "Verbo" en la filosofía griega significaba todo lo divino, lo sublime, lo eterno, la perfección sin límites; "carne", en cambio, era el símbolo de lo despreciable, lo corruptible, lo pasajero, lo imperfecto. Las dos realidades eran irreconciliables entre sí: una negaba a la otra. Pero Juan afirma que lo eterno se convierte en temporal, que lo infinito se hace limitado, que el todopoderoso se queda débil... ¡Blasfemia para los piadosos e insensatez para los sabios! Pero maravillosa esperanza para los que creemos en el Amor...

Hasta que no aceptamos el misterio amoroso de la encarnación, persiste en nosotros la tendencia pagana de rechazar lo más profundo del mensaje de Navidad. Nos gusta romantizar el pesebre y presentar al Niño Dios rubito y gordito, ricamente ataviado. Así es más cómodo seguir viviendo egoístamente aislados. Pues acarrea serias consecuencias creer en una persona divina que nació y vivió pobremente y se comprometió hasta la muerte por defender la dignidad de los pobres. Él “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Vaticano II, GS. 22). Cuesta creer que Jesús fue, al mismo tiempo, plenamente Dios y plenamente hombre.

Algunos teólogos sostienen que el pecado de los ángeles habría sido la no aceptación de la encarnación: ellos, que conocían perfectamente a Dios, se negaron a aceptar la encarnación, como cosa disparatada. Y es que esta "locura de Dios" (1Cor 1,25) sólo puede entenderse desde la perspectiva de la humildad del amor.

¿Para qué y por qué se hizo Dios ser humano? Hombre completo, pleno, con todos los pasos normales de crecimiento y las vivencias propias de un humano. Se podría haber encarnado sabiéndolo todo, ya crecido, en la era de las comunicaciones masivas, con poderes extraordinarios… Pero no, "se hizo en todo semejante a nosotros", con nuestra mismas tentaciones, nuestros sufrimientos y nuestros problemas. Se hizo "carne y sangre", dolorosa, frágil y enfermiza. Mordió a plenitud la dureza de esta vida.

¿Por qué lo hizo así? Porque "no vino a ayudar a los ángeles", sino a la raza humana. Por eso "tuvo que hacerse semejante en todo a sus hermanos" (Heb 2,17).

Antiguamente Dios se había mostrado misericordioso, pero siempre desde arriba hacia abajo. Él podía vivir tan tranquilo en su cielo, y desde allá derramar sus dones a estos pobres mortales, pero sin tocarle a él el dolor ni la muerte. Por eso protestaron con rebeldía Jeremías, Habacuc y Job.

Pero Dios es amor, y el amor acerca a los amados. Dios, desde su grandiosidad, se acercaba todo lo que podía a sus criaturas humanas. Pero los humanos le echaban en cara a Dios su lejanía y dudaban de la efectividad de su amor.

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Por eso, en reunión de familia, como dice San Ignacio en sus Ejercicios, decidieron que uno de los tres viniera a hacerse de veras hombre para poder sentir en carne propia las experiencias de los humanos. Así la familia divina llegaría a comprenderlos mejor, y los humanos, a su vez, sentirían a la divinidad más cercana y comprensiva. Pero era necesario que la experiencia fuera en serio: el Hijo tenía que hacerse realmente hombre, con todas sus consecuencias. Sin dejar de ser Dios, tenía que ser plenamente hombre.

La Carta a los Hebreos, primer tratado de Cristología, escrito alrededor del año 90, poco antes del Apocalipsis, aclara las razones de la encarnación en 2,14-18 y 4,15-16. Afirma que "tuvo que hacerse carne y sangre" (2,14) para poder hacer de puente entre lo divino y lo humano. Fue "probado por medio del sufrimiento"; y por eso "es capaz de ayudar a los que son puestos a prueba" (2,18). Él "no se queda indiferente ante nuestras debilidades, por haber sido sometido a las mismas pruebas que nosotros" (4,15).

"Por lo tanto, acerquémonos con confianza a Dios, dispensador de la gracia; conseguiremos su misericordia y, por su favor, recibiremos ayuda en el momento oportuno" (4,16).

Con toda seguridad podemos ya entrar en la intimidad de Dios, porque Jesús, a través de su carne, "inauguró para nosotros un camino nuevo y vivo" (10,19), "digno de toda confianza" (10,23).

Antes era difícil y tortuoso llegar a Dios. Desde la concepción y nacimiento de Jesús, el nuevo puente construido por él nos puede llevar a Dios de forma directa y segura.

No podemos quejarnos ya de la lejanía de Dios. Él es amigo íntimo, que nos quiere y nos comprende porque ha pasado las mismas pruebas que nosotros. Y, si él las superó, sabrá ayudarnos también a nosotros a superarlas. Con toda confianza le podemos echar el brazo sobre el hombro y llamarlo compañero, chera'a, chamigo. Ésta es la gran noticia, siempre nueva y fresca, que trae el Niño Dios.

Lástima que a muchos esta " buena nueva" todavía no les ha llegado al corazón. "Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios" (Jn 1,11-12).

Celebremos en estas próximas Navidades la cercanía de Dios. Su amistad está llamando a nuestras puertas (Ap 3,20). Su perdón está al alcance de la mano. Y toda su respetuosa ayuda. Basta con decirle que sí. Pero un sí encarnado en la realidad de nuestras vidas, las propias y las del prójimo...

DIOS CON NOSOTROSAsunción, Última Hora, 24 dic 94

Según un dicho popular, el amor hace iguales. Y este amor grandioso e increíble de Dios hacia los hombre le hizo compartir lo más íntimo de nuestra humanidad.

Su madre, María, fue una chica de pueblo, buena, sencilla, de corazón grande y con una inmensa fe en Dios. Su padre adoptivo era el carpintero del pueblo. Y como hijo de gente pobre, muy pronto, en el mismo hecho de su nacimiento, conoce lo que son las privaciones de los pobres. Comienza por no tener ni dónde nacer. Ellos tenían su casita, pero “por órdenes superiores” no tuvieron más remedio que hacer un largo viaje para “arreglar sus papeles”. Las autoridades querían hacer un censo para cobrar impuestos, y cada persona tenía que ir a anotarse al pueblo de origen de su familia (Lc 2,1-5). Y así, aunque María estaba embarazada, cerraron su casita de Nazaret, y se pusieron tres días en camino hasta llegar a Belén, el pueblo de sus antepasados. Así, Jesús llegó a ser partícipe de las graves molestias que con frecuencia las familias pobres tienen que sufrir para cumplir los caprichos de los poderosos.

En Belén no encuentran parientes que los reciban. Ni tampoco hay lugar para ellos en la posada pública, lo mismo que en tantos pueblos no hay alojamiento para los que no tienen con qué pagar. Los padres de Jesús no tuvieron más remedio que ir a cobijarse en una cueva, donde alguien guardaba sus animales. Y allá, en algo así como un chiquero o una caballeriza, nace Jesús. Su primera cuna es una batea donde se da de comer a los animales (Lc 2,7). ¡Qué bajo bajó Dios! El Amor le hizo compartir el nacimiento ignominioso de los más pobres del mundo.

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Pronto tuvo que sufrir otro dolor humano que sufrieron y siguen sufriendo millones de personas: el dolor de los emigrantes. El egoísta Herodes tuvo miedo de que aquel Niño fuera un peligro para sus privilegios, por lo que mandó matar a todos los recién nacidos de la zona, con la esperanza de eliminar así a Jesús, al que ya desde el principio intuyó como enemigo. Los padres de Jesús tuvieron que huir al extranjero para escapar de la dictadura sangrienta del tirano (Mt 2,13-18). Así Jesús compartió la prueba de la persecución política y el destierro. Y el dolor de todos los que por diversas causas se ven obligados a emigrar a tierras extranjeras, lejos de los suyos, sus costumbres y su idioma, sin trabajo y sin amigos.

Una vez muerto Herodes, sus padres le llevan a Nazaret (Mt 2,19-23), donde estuvo hasta llegar aproximadamente a los treinta años. Allá vivió la vida de un joven pueblero de su tiempo. Iría a la escuela apenas los primeros años (Jn 7,15). Pronto sus manos sentirían el mordisco del trabajo. En los últimos años, muerto José, tuvo que hacerse cargo de su madre viuda. Casi no conocemos estos primeros treinta años de Jesús, pues compartió la vida de un hombre común y corriente. No es ningún personaje importante. Pertenece al pueblo anónimo del que nada se sabe. Entra lentamente en la maduración que exige todo destino humano.

Los de Nazaret le llamaban “el hijo del carpintero” (Mt 13,55) o sencillamente “el carpintero” (Mc 6,3). Igual trabajaría con el hacha o con el serrucho. Entendería de albañilería; sabe cómo se construye una casa (Mt 7,24-27). Y sin duda alguna trabajó muchas veces de campesino, pues el pueblo era campesino. Conocía bien los problemas de la siembre y la cosecha (Mc 4,3-8. 26-29; Lc 12,16-21). Aprendería por propia experiencia lo que es salir en busca de trabajo, cuando las malas épocas dejaban su carpintería vacía; él habla de los desocupados que esperan en la plaza sentados a que un patrón venga a contratarlos (Mt 20,1-7). Habla también de cómo el patrón exige cuentas a los empleados (Mt 25,14-27). O cómo “los poderosos hacen sentir su autoridad” (Mt 20,25); él también la sintió sobre su propias espaldas.

Puesto que el pastoreo es uno de los principales trabajos de la región, seguramente Jesús cuando niño fue también pastor. En su forma de hablar demuestra que conoce bien la vida de los pastores, cómo buscan una oveja perdida (Lc 15,3-6), cómo las defienden de los lobos (Mt 10,16) o cómo las cuidan en el corral (Jn 10,1-16). Le gustó llamarse a sí mismo “el Buen Pastor” (Jn 10,11).

Compartió la vida del pueblo sencillo de su tiempo. Vivió, como uno más, la vida escondida y anónima de un pueblito campesino. Sus penas y sus alegrías, su trabajo, su sencillez, su compañerismo; pero sin nada extraordinario que le hiciera aparecer como alguien superior a sus compueblanos. Su forma de hablar es siempre la del pueblo: sencillo, claro, directo, siempre a partir de casos concretos. Su porte exterior era el de un hombre trabajador, con manos callosas y cara curtida por el trabajo y la austeridad de vida. Casa sencilla y ropa de obrero de su tiempo. Participó en todo de la forma de vida normal de los pobres. Supo lo que es el hambre (Mt 4,2; Mc 11,12), la sed (Jn 4,7; 19,28), el cansancio (Jn 4,6-7; Mc 4,37-38), la vida insegura y sin techo (Mt 8,20).

Él conoció bien las costumbres de su época, señal de total encarnación en su ambiente. Es solidario de su raza, su familia y su época. Sabe cómo hace pan una mujer en su casa (Mt 13,33), cómo son los juegos de los niños en la plaza del pueblo (Lc 7,32), cómo roban algunos gerentes en una empresa (Lc 16,1-12) o cómo se hacen la guerra dos reyes (Lc 14,31-33). Habla del sol y la lluvia (Mt 5,45), del viento sur (Lc 12,54-55) o de las tormentas (Mt 24,27); de los pájaros (Mt 6,26), los ciclos de la higuera (Mt 13,28) o los lirios del campo (Mt 6,30). ¡En verdad que Dios se hizo en Jesús “uno de nosotros”, amigo muy cercano!

En espera del MesíasCuenca, El Mercurio, 18 dic. 87

Asunción, Última Hora, 23 dic. 89Acercándose Navidad puede ser útil echar una ojeada a algunas de las profecías del Antiguo

Testamento referentes a la venida del Mesías. Los profetas fueron pintando poco a poco un cuadro maravilloso de ese personaje tan esperado por todos. Los nombres que le aplican van configurando el sentido de su venida.

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Ya desde el tiempo de Samuel se dice que ha de ser un descendiente de David (2Sam 7,11-15), y más tarde se especifica que, como él, nacería en Belén (Miq 5,11).

Dice el primer Isaías: "El Señor mismo les va a dar una señal de amistad a ustedes: Una Virgen concebirá y dará a luz un hijo. Y le pondrán por nombre Manuel, o sea, Dios con nosotros" (Is 7,14).

Jeremías completa llamándole "Dios, Justicia nuestra" (Jer 23,6).Estos dos nombres son como un resumen de lo que está llamado a ser el Niño que nace en

Belén: Dios con nosotros - Justicia nuestra.Más tarde, el ángel Gabriel, al anunciar su nacimiento, lo llama Jesús (Lc 1,31), que quiere

decir Salvador. El Dios con nosotros, nuestra justicia, es nuestro Salvador. En el fondo los tres nombres significan una misma cosa.

Isaías amplió esta visión, dándole nombres que especifican más su misión: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; se le pone en el hombro el distintivo del rey y proclaman su nombre: Este es el Consejero admirable, el Héroe divino, el Padre que no muere, el Príncipe de la Paz. Su imperio no tiene límites, y, en adelante, no habrá sino paz para el Hijo de David y para su reino. El lo establece y lo sostiene por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre" (Is 9,5-7).

Más adelante concreta aún más el mismo Isaías: "Saldrá una Rama del tronco de Jesé, un Brote surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Yavé y para respetarlo y para gobernar conforme a sus preceptos. No juzgará por las apariencias, ni se decidirá por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y dictará sentencias justas a favor de la gente pobre..." (Is 11,1-4).

En esta época nuestra, en la que hemos revestido al Niño-Dios de tantos colores románticos, no viene mal recordar, de mano de la Biblia, la misión de ese Niño que viene como defensor de los pobres. El salmo 72, salmo mesiánico por excelencia, repite la misma idea: "El librará al mendigo que reclame y al pobre que no tiene quién lo ayude. Compasivo del débil y del pobre, será su Salvador. De la opresión violenta salvará su vida, que es preciosa ante sus ojos" (Sal 72, 12-14).

El segundo Isaías dibuja el rostro del Mesías esperado, en sus cantos del Siervo de Yavé: "No se dejará quebrantar ni aplastar, hasta que reine el derecho en la tierra... Yo, Yavé, te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones. Para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel y del calabozo a los que estaban en la oscuridad..." (Is 42,4.6-7).

Un siglo más tarde, el tercer Isaías seguirá adelante en la tarea de anunciar la misión del Mesías: "Yavé me ha ungido, me ha enviado con buenas noticias para los humildes, para sanar a los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su liberación, y a los presos su vuelta a la luz. Para publicar un año feliz lleno de los favores de Yavé y el día del desquite de nuestro Dios..." (Is 61,1-2). Jesús dirá muchos años después que estas palabras se referían a él mismo en persona (Lc 4,18-19).

Todos estos anuncios de felicidad se realizarán, según los profetas, por caminos de pobreza. La esperanza de Israel no debe apoyarse en los poderosos, sino en un Mesías "pobre, que anda sobre un burrito" (Zac 9,9).

Más aún, el Mesías esperado será "hombre de dolores, familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara..., tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados..." (Is 53,3.5).

Se podrían seguir aduciendo otras muchas citas mesiánicas. Pero creo que con este pequeño ramillete ya nos podemos hacer una idea de la línea que siguen todas ellas. Es necesario que nos vayamos acostumbrando a interpretar la venida de Jesús tal como aparece en la Biblia, y no según nuestros caprichos y conveniencias...

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No a los juguetes bélicosCuenca, El Mercurio, 23 dic. 87

En las fiestas de Navidad y Año Nuevo se regalan juguetes a los hijos, cosa verdaderamente maravillosa: nada mejor que cuando celebramos la alegría del nacimiento del Niño-Dios dar alegría a los niños. La Navidad es la fiesta del amor familiar, de la armonía, del cariño, celebración de todo lo bello y limpio que hay en la vida, encarnado de una manera especial en los pequeños.

Pero ya dice el Apocalipsis en su capítulo 12 que la Gran Bestia estaba a la espectativa para devorar al Niño en cuanto naciera. Al Jesús histórico no lo pudo devorar, pero en los niños de hoy parece que está teniendo algo de éxito. Existe toda una red triunfante de comercialización agresiva de juguetes bélicos, que encarnan ideales totalmente contrarios a lo que significa la Navidad cristiana.

No hay rincón del planeta que no haya sido invadido por la propaganda multimillonaria que se enriquece vendiendo conflictos y violencia a los niños en forma de programas de televisión, revistas y especialmente juguetes de guerra. Películas como los Transformer o HeMan no son sino treinta minutos de propaganda para que los niños se hagan comprar los juguetes que ven en la pantalla del televisor. Las ganancias de los productores se miden por centenares de millones de dólares.

Justo en la Navidad, cuando el mensaje debe ser de paz verdadera, es cuando más propaganda se realiza de la violencia y la agresión, y ello nada menos que en las mentes de los pequeños. En nuestra televisión hay propagandas de estos juguetes bélicos que resultan repugnantes.

Una conciencia cristiana no puede permanecer impasiva ante tanta agresividad, y menos aún aprovechándose del mensaje de Navidad. Hay países que por mera dignidad humana han prohibido los juguetes bélicos, como Malta, Suecia, Alemania Occidental o Finlandia. Y en muchas familias verdaderamente cristianas se rechaza de plano esta clase de juguetes, que fomentan unos ideales tan contrarios a los que vino a traer Jesús. En algunas sitios he presenciado cómo los niños han organizado en estas fechas una gozosa quema comunitaria de juguetes bélicos.

Según la Biblia, la paz es fruto de la justicia. Pero la justicia jamás se podrá construir con los armamentos sofisticados y carísimos de las grandes potencias mundiales. El costo de un sólo submarino nuclear equivale al presupuesto educativo anual de 160 millones de niños... No. No permitamos que esos disparates horrendos se nos vayan metiendo dentro como algo normal a través de juguetitos y peliculitas. ¡Y menos aún con el pretexto de la Navidad! No seamos tontos útiles. No permitamos que idioticen a nuestros hijos. Sus ideales han de estar muy por encima de los que representan esos feísimos juguetes bélicos actuales. Declarémonos en huelga contra tanta manipulación ideológica y económica.

¿Niño-Dios negrito y pobre?Cuenca, El Mercurio, 1 enero 88

En las varias parroquias rurales donde he pasado la Navidad varios veces he intentado durante el Adviento preparar a la gente para que celebraran la Navidad adaptándose lo más posible al mensaje bíblico. Normalmente nuestro pueblo responde con entusiasmo a todo lo que sea preparar la Navidad. No les importa entregar su tiempo y su dinero para este fin. Realmente son generosos. En este tiempo, más que nunca, son bulliciosos y coloristas. Y no se quedan sólo en la celebración externa: su fe es profunda y sincera.

Pero dentro de su espíritu y su folklore he intentado meter en sus costumbres un nuevo símbolo de fe: que vistieran las imágenes del Niño-Dios lo mismo que ellos mismos visten a sus propios hijos pequeños. La motivación era que puesto que el Niño nace para todos, todos tenemos derecho a vestirlo como miembro de nuestra familia, según nuestras costumbres. Y presentarlo como uno más de nuestra raza, del color de nuestros niños... Pero año tras año este esfuerzo ha sido inútil. Las imágenes indefectiblemente siguen siendo rubitas y con ojos azules.

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Los motivos que me han dado para ello son muy curiosos. Generalmente me dicen que el "el Niño era de buena familia" y por eso no se le puede vestir como a un campesino cualquiera. Preguntados en qué consiste eso de ser de buena familia, me suelen responder que se nota porque El es blanquito y de ojos azules...

Un año, en una parroquia indígena del Ecuador, decidí vestir a las imágenes de la Iglesia, que son casi de tamaño natural. María, José y Jesús iban vestidos como los habitantes de la zona. Recién puestos junto al altar mayor, fui a ver la reacción y encontré una viejita indígena llorando: "¡Pobrecito mi Niñito, que lo han vestido como si El fuera indio! ¡El era de buena familia!", me dijo enojada. Sentía que al Niño Dios se le habíamos faltado gravemente al respeto...

Ya no vuelvo a intentarlo más. Pero me duele. En el fondo supervive el complejo de inferioridad de nuestro pueblo: Se piensa que el Niño-Dios se puede enojar si lo visten como a sus propios hijos, porque "él era de buena familia". ¡Qué tristeza! Me avergüenzo de la predicación de mis antepasados. Lo curioso es que en Europa les gusta las imágenes del Niño Jesús negrito o morenito. Tras ello lo que encontramos es que todavía no acabamos de aceptar que Jesús nace para nosotros, para cada pueblo y cada familia. El es uno de los nuestros; tomó nuestra carne para comprendernos y así ayudarnos mejor. El era hijo de un pueblito desconocido, perdido en las sierras de Galilea. Y ciertamente no tenía ojos azules, pues ese color de los ojos viene de Europa: El históricamente era un judío, moreno, de ojos negros, como eran todos ellos... El ser de buena familia no depende del color de los ojos, ni de la piel.

¿FELIZ AÑO NUEVO?

Durante esta temporada tenemos los oídos saturados de buenos deseos: "Felices fiestas y próspero año nuevo"... Nos deseamos toda clase de bendiciones y felicidad. Sonrisas repartidas a profusión, regalos, comilonas, quizás farras subidas de tono; muchos adornos colgados de todos los huecos de la casa, y árboles y símbolos que en su mayoría tienen poco que ver con nuestro clima.

Papá Noel y el Niñito Jesús parece como que juegan un partido a ver quién ocupa el primer lugar. Y normalmente sus dueños les otorgan un empate técnico. Los dos son símbolos románticos de todo lo bueno que se quisiera esperar, pero que, de hecho, no se cree posible conseguir.

Es como si nos dedicáramos a soñar. Y soñar no es malo. De ilusión también se vive, aunque sea un poquito... Estos días cultivamos eso que todos tenemos de niño. Y, al menos, atendemos y damos gusto un poco más a los niños. Se reúne un poco más de lo común la familia amplia, recordamos historias pasadas, nos alegramos y divertimos juntos. Y farreamos mucho más de lo normal...

Pero al enfrentarnos a la cuesta de enero parece como que, por arte de magia, acaba el encanto navideño y todo vuelve a la cansina rutina de siempre. Seguimos con nuestros mismos complejos, nuestras rabias, nuestros recelos, nuestras insatisfacciones sin fin... Nos seguimos arañando igual o pateando o "jodiendo" como siempre. El "orekuete" y el "chentese" siguen vivitos y coleando. La corrupción ambiental se mantiene corroyéndolo todo, hasta lo más sagrado. Seguimos cobardes para denunciar las coimas, pero sinvergüenzas para recoger sus migajas. Dedos largos, enguantados, para acumular, pero raquíticos para compartir. Lenguas y oídos chismosos, muy sensitivos a lo negativo, pero torpes para consolar y animar...

¿Dónde quedaron los deseos navideños de felicidad? ¿Era todo puro cuento, una evasión infantil, absolutamente ineficaz? ¿Es como una borrachera piadosa, linda y necesaria, pero absolutamente inútil para resolver los problemas reales de la vida?

La Navidad parece una hermosa ficción. Cuando se desea felicidad para el nuevo año, en la mayoría de los casos, no se tiene la menor intención de mover un dedo siquiera para que ese deseo se haga realidad. Y resulta que la felicidad es una planta que hay que cultivar con esfuerzo denodado. Jamás nace por generación espontánea, ni crece si no se le riega ni se le cuida.

La felicidad es ciertamente la meta de nuestras vidas. Dios nos ha creado para que seamos felices. Él tiene hermosos proyectos sobre cada uno de nosotros, proyectos que, con su ayuda, son realizables.

Pero resulta que Dios es padre, pero no paternalista. No podemos soñar con que Dios nos dé la felicidad si

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nosotros no hacemos todo lo que está en nuestras manos para conseguirla. Dios sería irresponsable si nos hiciera llover la felicidad desde arriba sin ningún esfuerzo serio por nuestra parte. Sería como el papá que le desarrolla a su hijo los deberes de la escuela mientras el niño juega en la calle, sin preocuparse de aprender. Nosotros frecuentemente pataleamos como niños caprichosos, gritándole a Dios, a la espera de que él haga nuestros "deberes" en la escuela de la vida. Irresponsablemente queremos seguir jugando con la vida y luego le exigimos a Dios que esta nuestra vida sea feliz.

Éste parece ser el pecado de nuestras Navidades. En vez de ser una fiesta profundamente alegre celebrando la cercanía cariñosa de Dios para ayudarnos a construir nuestra felicidad, se queda en la celebración de nuestra irresponsabilidad, de nuestras alegrías superficiales, de nuestros orgullos e hipocresías, de nuestro consumismo desenfrenado...

Dios viene a ayudarnos a dignificarnos como seres humanos, a todos por igual; a hacer posible la felicidad; a darle sentido a nuestra lucha por la justicia, por la verdad y la libertad. Dios viene a hacer posible el amor, amores grandes y sin límites. Pero para ayudarnos, para darnos luz y fuerzas; no para ser alcahuete de nuestras irresponsabilidades.

Si en estos días hemos consumido sin freno y sin solidaridad con nadie, no podemos afirmar que hemos celebrado la Buena Nueva de la Navidad, sino la Mala Vieja de Satán. Si en estos días no hemos sabido pedir perdón en serio para hacer posible de nuevo el amor, la Navidad no ha pasado por casa: quizás fue sólo un bochinche pretendidamente ensordecedor.

La Navidad tiene que ser una fiesta tan alegre, que la alegría quede permanentemente viviendo en casa. Tiene que estar llena de Buenas Noticias: que los hijos puedan contar que sus papis se besan y se piropean cariñosamente de nuevo, que nace un diálogo familiar enloquecedoramente interesante, que se acaban los temas tabúes, que se reconoce y se pide perdón por las faltas cometidas, que los niños pueden de nuevo jugar con papá, que se acaban las mentiras, que ya no hay coima capaz de comprar la conciencia, que es posible el gozo profundo de sexo por amor, que se es un profesional cada vez más competente, que maduramos en la fe... Estas Buenas Nuevas son posibles, entre otras cosas, gracias a lo que celebramos en Navidad: ¡la venida de Jesús! A Él tenemos que conocer cada vez más a fondo, para así poder amarlo y seguirlo. Así será posible que la alegría se quede de veras en casa para siempre...

¿QUÉ NOS TRAE EL NUEVO AÑO?

¡Nada! De por sí ningún año "nuevo" trae nada nuevo. Los "años" son sólo una creación humana, dependiente de cada cultura, útil para dividir el tiempo. No todos los pueblos dividen los años de la misma forma; ni siempre ha sido lo mismo.

En estos días los medios de comunicación se han esforzado en preguntar machaconamente: "¿qué espera usted del año nuevo o del siglo o del milenio nuevo?" Y no es que esté mal preocuparse del futuro. Lo lamentable es que la mayoría de las respuestas no reflejan una preocupación seria por el futuro. Han aparecido en los canales del mundo autoridades deportivas, artísticas o políticas, augurando y deseando todo tipo de felicidad. Pero no escuché a nadie prometiendo ser más honesto o más competente en su profesión o más unido con los demás, de forma que esos deseos de felicidad se puedan convertir en realidades palpables.

El "feliz año nuevo" se ha convertido en una especie de opio del pueblo, que provoca farras alienantes, escapistas e irresponsables. Se trata de hacer mucho ruido para poner sordina a los gritos de nuestros pobres corazones, perdidos en un mundo sin esperanza. Gritos alegremente desesperados, egoísta libertad desenfrenada, felicitaciones prefabricadas envenenadas de ineficacia...

Tantas y tan fuertes concentraciones masivas a lo largo de todo el mundo para celebrar la llegada del nuevo milenio indican que al menos estamos unidos en el hambre de esperanza. El deseo de felicidad sale de lo más profundo de nuestra humanidad. No somos felices. Deseamos, quizás más que nunca, ser felices, pero el mundo actual nos frustra cada vez más profundamente.

La felicidad parece ahora más al alcance de la mano. Hoy día, por primera vez en la historia, hay medios económicos y técnicos, para resolver casi todos los problemas materiales del mundo; pero la brecha entre pobres y ricos ha crecido más que nunca. Hay lujos que parecieran encerrar el secreto de la felicidad, pero nunca se han dado tantos suicidios entre jóvenes ricos. Quizás nunca hubo tanta libertad, pero es posible que nunca se desarrollaron tantas esclavitudes...

¿Qué nos espera en el nuevo milenio? Posiblemente muchos problemas: crisis profundas de identidad;

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frustraciones crecientes; miserias y sublevaciones exacerbadas del Tercer y Cuarto Mundo; crecimiento desmedido de la drogadicción: la química y la espiritual...

La basura suele servir de abono para buenos cultivos... De nuestro mundo podrido empiezan a nacer esperanzas. En este mundo materializado, rebrotan con energía los valores del espíritu. En medio de egoísmos estructurados, nacen hermosos proyectos solidarios. Frente a tanta fe infantil alienante, muchas personas se esfuerzan por crecer en una fe madura, en consonancia con su cultura y su vida. Ante tanto consumismo, que lo devora todo, hay quienes optan por una vida austeramente sana. Entre tantos profesionales y gobernantes coimeros, van surgiendo personas heroicamente honradas. Ante tanta burda ignorancia, jóvenes responsables se preparan en serio para afrontar el futuro.

Ninguna de estas hermosas plantas nace por generación espontánea. Se trata de proyectos que hay que saber planificar, cultivar, defender y desarrollar con constancia y energía.

El problema no está en preguntarnos qué nos traerá el nuevo milenio, sino qué somos nosotros capaces de hacer con el nuevo milenio: cómo nos estamos preparando para afrontar los problemas que irresponsablemente hemos creado hasta ahora...

La crisis actual es del estilo, pero mayor, que la de la época del Renacimiento. Entonces fueron surgiendo personas claves, profetas de su tiempo, que a partir de su realidad supieron trazar caminos nuevos hacia el futuro. Hoy en día nosotros necesitamos también profetas de la esperanza, hombres y mujeres que, siendo muy de nuestra época, a partir de nosotros mismos, sepan trazar caminos de luz hacia nuestro futuro.

Nos faltan líderes, a todos los niveles. Y, sobre todo, falta un pueblo organizado y consciente, que no se deje engañar ni manipular tan fácilmente.

El mundo del mañana será mucho más complejo que todos los pasados. Pero también con muchos más medios económicos y de comunicación. Por eso, en cierto sentido, más sencillo que nunca: la globalización sirve también para formarnos y unirnos como antes nunca habíamos podido ni soñar siquiera.

Tenemos que sentirnos solidariamente responsables de la marcha de este nuevo milenio. De nosotros depende, y nada más que de nosotros. No existe ningún "fatum" que nos pueda sacar las castañas del fuego. Dejemos de soñar en milagrerismos. Dios está con nosotros, pero para animarnos a cumplir nuestras responsabilidades. Los dioses que pretendían resolverlo todo a favor de sus fieles, afortunadamente se están muriendo. El único Dios verdadero es el que empuja a través nuestro a la historia hacia la construcción de la verdad, la libertad, la justicia y el amor.

UNA NUEVA EXPERIENCIA DE DIOSAsunción, Última Hora, 23 octubre 99,

Jesús heredó toda la rica tradición de la fe de Israel. Para el judaísmo antiguo, Dios es ante todo el Señor, el que siempre está por encima de nosotros, el Todopoderoso, el único y verdadero Dios. Jesús tiene fe en todo ello. El es un verdadero israelita. Pero su fe se adentra de tal modo en el ser de Dios, que toma características totalmente nuevas. Aceptando la fe israelita, Jesús muestra una imagen nueva de Dios, mucho más clara y cercana.

El respeto a Dios como Señor absoluto es un elemento esencial en la predicación de Jesús, pero no es su centro. Para él Dios es ante todo Padre.

Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como Padre, pero con Jesús esta paternidad recibe acentos nuevos. La experiencia de Jesús ante Dios es totalmente original. Cuando Jesús habla de Dios quedan superadas todas las creencias del Antiguo Testamento.

La vida de Jesús, sus actitudes, sus amistades, sus compromisos, todo en él se halla animado de tal manera por la realidad "Padre Dios", que adquieren un estilo y originalidad que resultan sorprendentes para los que tratan con él: "¿Quién es este hombre?" (Lc 8,25). Es imposible comprender a Jesús y su mensaje sin conocer al Dios en el que creyó y del que se dejó penetrar hasta las últimas consecuencias.

Para Jesús lo principal no es la palabra "Dios", sino los hechos que hacen presente al hombre la realidad "Dios". El nunca se enreda en "palabrerías" teológicas, ni en oraciones vacías de sentido. Jesús nunca se sirvió de teorías sobre "Dios" para adoctrinar a sus oyentes, sino que se refería a él en situaciones concretas, buscando siempre descubrir los signos de su presencia en el mundo.

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No enseñó ninguna doctrina nueva sobre la paternidad de Dios. Lo original en él es que invoca a Dios como Padre en circunstancias nuevas. Lo que hay de nuevo en el caso de Jesús es que invoca a Dios como Padre metido en medio de una acción humanizadora. Él designa a Dios como el que rompe toda opresión, incluso la opresión religiosa: actuando de este modo, proféticamente, como destructor de toda opresión, a favor de la vida, es como se atreve a llamarlo Padre.

Porque siente de una manera nueva a Dios como padre, Jesús deja de cumplir ciertas normas de la ley, contrarias a ese proceso de liberación humana en el que él ve la presencia bondadosa del Padre.

Su original experiencia de Dios le lleva a un enfrentamiento con los adoradores del Dios oficial. Para los escribas y fariseos Jesús era un blasfemo porque cuestionaba el Dios del culto, del templo y de la ley.

Jesús no ve a Dios encerrado dentro del templo, o sometido al cumplimiento exacto de los ritos del culto, o midiendo el cumplimiento detallado de todas las normas de las complicadas leyes judías. El abre nuevas ventanas, nuevos horizontes, por los que descubrir la presencia de Dios.

El no anuncia al Dios oficial de los fariseos (parábola del fariseo y del publicano), ni al Dios de los sacerdotes del templo (parábola del buen samaritano), sino a un Dios que es cercano y familiar, al que se puede acudir con la confianza de un niño. Es el Dios que nos sale al encuentro en todo lo que sea amor verdadero. El Dios que busca al pecador hasta dar con él. El Dios que prefiere estar entre los marginados de este mundo, y posterga a los que ocupan los primeros puestos. Jesús ofrece un Dios sin los intermediarios de la ley, el culto, las normas, los sacerdotes, el templo...

El Dios de Jesús es un Dios-Loco para los representantes del Dios oficial. Jesús sustituye la fidelidad al Dios de la ley por la fidelidad al Dios del encuentro, de la liberación y el amor.

Siente profundamente a Dios como padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres, especialmente para con los "pecadores", los desanimados y perdidos. Ya no se trata del Dios de la ley, que hace distinción entre buenos y malos: es el Dios siempre bueno que sabe amar y perdonar, que corre detrás de la oveja descarriada, que espera ansioso la venida del hijo difícil y lo acoge en el calor del hogar familiar. El Dios que se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. El Dios que prefiere a las prostitutas antes que a los "piadosos"…

Toda la vida de Jesús se apoya en esta nueva experiencia de Dios. El se siente tan amado de Dios, que ama como Dios ama, indistintamente a todos, hasta a los enemigos. El se siente de tal manera aceptado por Dios, que acepta y perdona a todos.

Jesús encarna el amor y el perdón del Padre, siendo él mismo bueno y misericordioso para con todos, particularmente para con los desechados religiosamente y desacreditados socialmente. Así concreta él el amor del Padre dentro de su vida.

Nosotros llegamos a ser cristianos en la medida en que sentimos una experiencia de Dios al estilo de Cristo. No basta con creer en Dios: hay que creer en él del modo como nos enseñó Jesús.

Las demás experiencias de Dios puede que sean buenas, como eran buenas las de los judíos, pero incompletas, camino -ojalá- para llegar a la experiencia de Jesús. Muchos de los llamados hoy cristianos en realidad no son sino buenos paganos o a lo más buenos judíos. Pero para ser de verdad discípulos de Jesús hay que llegar a vivir la experiencia nueva de Dios que él tuvo.

EL DIOS DE JESÚS NO ES EL DIOS DE LOS FARISEOS Asunción, Última Hora, 11 sept. 99

Si entre Jesús y los fariseos se hubiese organizado un panel de discusión ideológica sobre Dios, quizás no se hubieran encontrado diferencias básicas entre ellos. La oposición entre Jesús y los representantes de la religión oficial de entonces no se dio en el plano doctrinal. En la teoría estaban bastante de acuerdo.

Los adversarios de Jesús, escribas, fariseos y saduceos, nunca se habían imaginado que Dios no fuera bueno, que no fuera misericordioso, que no fuera libre. Pero si se abandona la teoría sobre Dios y se pasa a definir el comportamiento de Dios hacia los hombres, entonces la oposición entre Jesús y los fariseos es evidente. En el combate de Jesús, se trata de Dios, no de una teoría sobre Dios: cómo se vive a Dios, y no cómo se habla sobre Dios. Por ello la base para interpretar a Jesús es ante todo su acción. Jesús nunca da una definición de Dios, sino que su vida toda es la manifestación plena del rostro de Dios. Viendo a Jesús, se ve a Dios (Jn 14,19).

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El debate entre Jesús y sus opositores recae sobre la manera con que se mezcla a Dios en los asuntos humanos. Según los fariseos, Dios demostraba su bondad precisamente dándoles a ellos prosperidad como pago a su cumplimiento de la ley; pero con los pobres y los enfermos, lo que Dios manifestaba era su justicia: ellos eran pobres o enfermos porque Dios los castigaba por sus pecados. Según los fariseos, en sábado, por ser el día del Señor, no se podía curar a nadie, precisamente porque el honor de Dios estaba antes que la salud de un enfermo...

En estos asuntos prácticos es en los que se da oposición entre Jesús y los fariseos. Para Jesús la vivencia de Dios era diametralmente opuesta a la de ellos. Su corazón, lleno de Dios, no podía aceptar la predicación de que tantos pordioseros y enfermos como pululaba por Judea fueran consecuencia de un castigo divino. El sentía dentro el amor de Dios hacia ellos, y por eso se vuelca sobre los pobres, conversa cariñosamente con ellos, los toca, los cura y aun comparte su comida. Los fariseos maldecían al pobre como acto de piedad, ya que así pensaban secundar la acción justiciera de Dios; Jesús los bendice, ya que así piensa secundar la acción misericordiosa de Dios. Los fariseos prohibían curar en sábado: así honraban el día del Señor; Jesús cura preferentemente en sábado, justo porque en el día del Señor se tienen que atender especialmente a sus preferidos. Ellos, en nombre de Dios, desprecian a lisiados, pobres, niños y mujeres; Jesús, en nombre de Dios, los bendice y los atiende con todo cariño. Es que en realidad los dos están hablando de un Dios distinto, aunque los dos le dan el mismo nombre.

Según Jesús, el conocimiento de Dios no puede comprenderse fuera del efecto liberador que produce. El combatió la "ideología" que organizaba y justificaba la dominación saducea y farisea. Combatió contra ella, no porque juzgase erróneos los principios doctrinales de los fariseos, sino porque consideraba intolerables los efectos destructores de su religión. En este sentido el dios de la religión oficial de la sinagoga no era el Dios de Jesús. Si el Dios proclamado y venerado no libera, sino que oprime, ese dios no es el Dios de la Biblia. A Dios se le honra en donde se hace libres a los hombres de cualquier pecado. El pecado contra el Espíritu (Mc 3,9) consiste precisamente en confundir el acto liberador de Dios con el acto esclavizador de Satanás.

A Jesús le apasiona el combate por la libertad de Dios. No le gustan las discusiones doctrinales. La doctrina abstracta sobre Dios puede servir de excusa para oprimir. Eso es lo que Jesús reprocha a escribas y fariseos: quieren encadenar a Dios a sus propios intereses y lo usan como razón para acaparar y despreciar a los demás.

Jesús se distinguió irremediablemente de los maestros en religión de entonces porque implicaba a Dios en la sociedad y en la misma religión de una manera distinta. Y pagó con su sangre esta opción que había hecho por un Dios liberador.

Los fariseos y sus correligionarios sintonizaron con acierto que el Dios de Jesús no era el mismo dios que ellos proclamaban. Las palabras y las acciones de Jesús eran verdaderamente "blasfemias" contra su dios, ya que Jesús desenmascara todo lo que tiene de ídolo, y, por consiguiente, de falso.

Los fariseos, al ver que no podían controlar a Jesús, que tan seriamente les minaba el cimiento sobre el que se apoyaba su rango social, decidieron matarlo. Los dioses de la muerte, dioses idolátricos, siempre quieren dar muerte al Dios de la Vida. Pero la Vida, al final, siempre triunfará de la muerte...

LAS CLASES SOCIALES DEL TIEMPO DE JESÚS Cuenca, El Mercurio, 12 spt. 87

A la muerte de Herodes el Grande, cuando Jesús tenía aproximadamente dos años, el Imperio Romano tuvo que sofocar en Palestina varias revueltas populares. Judea, Idumea y Samaría pasaron a ser una sola provincia, administrada por un procurador. Galilea y Perea durante algunos años siguieron siendo consideradas como reino de Herodes Antipas. Iturea y Tracónide eran tetrarquía de Filipo. Fueron años de inestabilidad política y de muchas revueltas. Estas divisiones administrativas que hicieron los romanos provocaron disputas entre las diversas regiones y muchas luchas por el poder entre las familias de la aristocracia local.

Los romanos reprimían cruelmente estas revueltas. El resultado de aquellos años fue la suma de 2.000 crucificados, además de los muertos en combate, de los prisioneros y de los vendidos como esclavos.

En cuanto se establecía militarmente el orden, los romanos procuraban garantizar el control militar del país y recibir todos los impuestos de los dominados; pero respetaban en la medida de lo posible la religión y una cierta autonomía de la administración política local de los pueblos. Por ello en Palestina mantenían el liderazgo del Sumo Sacerdote y del gobierno religioso de Jerusalén.

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Geográficamente Palestina tenía dos regiones bien distintas en sus características productivas y culturales.

Al norte, Galilea, región rural y pobre. El suelo era fértil, pero estaba bastante concentrado en latifundios, cuyos dueños vivían en el sur o en Roma.

Judea, en el sur, era un región montañosa, poco apta para la agricultura y, por consiguiente, menos rural. Todas sus actividades se concentraban en Jerusalén, alrededor del templo y del comercio.

Roma cobraba pesados impuestos al pueblo de Palestina, y ofrecía algunos servicios, como caminos y canales de riego. Este sistema generaba intermediarios y aprovechadores. Cada hombre pagaba impuestos a partir de los 14 años.

Existía el tributo al Emperador, pagado por todos los habitantes del Imperio, y existía también otro impuesto que sustentaba al ejército romano de ocupación. Así los oprimidos financiaban al ejército que los oprimía. Además de esto, estaba el tributo para el templo y aun el diezmo para los sacerdotes. El conjunto de estos impuestos era muy alto. A Roma pagaban los campesinos aproximadamente el 25% de sus cosechas y al Templo algo más del 10%.

El jornal diario de un campesino era un dracma o un denario romano, que equivalía de 3 a 4 gramos de plata. Se necesitaban 4 dracmas para tener un siclo, la moneda judaica del Templo. Cien dracmas valían una mina y 6.000 dracmas equivalían a un talento. Judea debía pagar anualmente a Roma la suma de 600 talentos. Además, estaban los impuestos que quedaban en la propia provincia.

La mayoría del pueblo vivía hundido en una terrible pobreza. En las aldeas de Galilea existían aún antiguos pequeños propietarios campesinos, que intentaban resistir en régimen de autosubsistencia. Pero tenían que pagar impuestos. Había muchos trabajadores rurales empleados como jornaleros en los grandes latifundios. Existían además los artesanos del campo, que generalmente trabajaban como campesinos en tiempo de siembra y cosecha, y en las otras épocas trabajaban en cosas sin importancia. Hoy diríamos sub-empleados. En el idioma arameo se les decía simplemente "carpinteros".

Roma fue poco a poco concentrando tierras y los campesinos convirtiéndose en "pueblo de la tierra" (am'ahares), sin derecho a nada y además considerados impuros por la religión oficial.

Además se debe mencionar al esclavo propiamente dicho; esclavo doméstico o esclavo de la gleba.

La familia era muy patriarcal. Las mujeres y los niños no tenían libertad o seguridad en este tipo de sociedad.

El templo era la sede del gobierno (Sanedrín). Era una especie de banco central, además del lugar sagrado del culto. El gobierno estaba constituído así: Roma era la autoridad suprema. Intervenía cuando lo juzgaba necesario. Pero generalmente dejaba a las provincias una cierta autonomía. El delegado de Siria mandaba en Judea a través de un procurador que fiscalizaba la recolección de impuestos y velaba por el orden público.

Localmente quien de hecho gobernaba al servicio de Roma era el Sanedrín, un tribunal de 71 miembros elegidos entre los sacerdotes de las principales familias y otros nobles. El Sanedrín se ocupaba de la justicia y del culto. Era coordinado por el Sumo Sacerdote, nombrado anualmente por los romanos.

Muchos de los miembros del Sanedrín venían del partido de los saduceos. Eran aristócratas, y muchas veces latifundistas. Colaboraban con los romanos. En el plano religioso eran conservadores.

La aristocracia sacerdotal estaba constituída por el Sumo Sacerdote en funciones en aquel año y por otros que ya antes habían sido sumos sacerdotes. Participaban también de esta categoría, el comandante, los siete vigilantes y los tres tesoreros del templo. Toda esta aristocracia ligada al templo legitimaba con el poder religioso la concentración en sus manos de las tierras de los pequeños.

Existía además una aristocracia laica, constituída por latifundistas, comerciantes y cobradores de impuestos. En el Nuevo Testamento se les llama "ancianos" o "príncipes del pueblo".

Algunos sacerdotes unían la función de propietarios de tierra y la de comerciantes. Cuentan,

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por ejemplo, que Anás mantenía la exclusiva de la venta de los animales que eran usados para los 329 sacrificios diarios del templo.

Los fariseos constituían el segundo partido político importante. Fariseo significa separado. Había varias clases de ellos, algunas más populares, otras más elitistas. Generalmente eran doctores de la ley, hombres religiosos y más abiertos que los saduceos.

Los esenios eran una especie de monjes que vivían en el desierto del mar Muerto en comunidades ascéticas regidas por una regla monástica. Profesaban un cierto mesianismo político, no estaban de acuerdo con los cultos del Templo y se preparaban para la guerra santa.

El grupo de los zelotas vivía en estado de guerra. Representan el ala más radical de los fariseos. Querían liberar al país del yugo romano y realizar la llegada del Reino de Dios a través de la acción revolucionaria. Así movilizaron al pueblo con promesas de liberación y se organizaron clandestinamente en las zonas montañosas para la lucha armada contra los romanos.

LOS MAL VISTOS EN EL TIEMPO DE JESÚS Cuenca, El Mercurio, 24 sept. 87

Palestina en tiempo de Jesús era una teocracia: las normas sociales estaban dirigidas por ideas religiosas y los mismos gobernantes eran personas religiosas. La división de clases sociales dependía en gran parte de las actitudes religiosas, de si se cumplían o no ciertas leyes religiosas, reducidas básicamente en aquel entonces al cumplimiento del sábado y a la observancia de las purificaciones legales, cosas que difícilmente podían cumplir los pobres.

El mundo de los pobres en esta época estaba formado principalmente por campesinos, en su mayoría peones de haciendas, artesanos y multitud de gente sin trabajo, que se dedicaba a pedir limosna o al pillaje. Entre ellos había multitud de enfermos...

El pueblo, generalmente analfabeto, hablaba el arameo. Las clases cultas hablaban y leían el hebreo, el idioma de la Biblia y de todos los escritos oficiales de Judea. Estaba prohibido rezar a Yavé en el idioma popular, como cosa indigna. Por ello el pueblo estaba condenado a no entender gran parte de todas esas prácticas imprescindibles para ser considerados buena gente.

Pero lo más grave no era que no entendiesen, sino que en la mayoría de los casos ni siquiera podían cumplir estas normas. Un campesino o un artesano no podía detener tres veces al día su trabajo para realizar complicados lavatorios rituales y poder así dirigirse a Dios con los rezos prescritos. Ni podían tampoco cumplir la observancia del sábado, en el que no se podía trabajar absolutamente nada, ni curar, ni cocinar, ni aun casi ni caminar. Un pobre no podía permitirse esos lujos...

Por ello los fariseos consideraban "pecadores" a todos los pobres. Su estado de pobreza era mirado como castigo de Dios, indignado contra sus inobservancias. Murmuran de ellos: "Esa gente, que no entiende la Ley, está maldita" (Juan 7,49).

Dice un escrito de la época: "Un fariseo no se quedará nunca como huésped en la casa de esa gente, así como tampoco la recibirá en la suya". Una lista de normas añade: "Está prohibido apiadarse de quien no tiene formación".

Se conservan listas de los oficios mal vistos en aquella época. Y llama mucho la atención que el primer lugar de estos oficios desprciados lo ocupa con frecuencia la ocupación de pastor. Los pastores no podían ser testigos en un juicio ni ocupar ningún cargo público. Se les miraba como gente ladrona y mentirosa. Para nosotros, los pastorcitos de Belén se han convertido en algo romántico, pero a los fariseos, en cambio, les sentaría muy mal lo que dice San Lucas de que la venida del Mesías fue anunciada en primer lugar a ellos.

Parece que el oficio peor visto era el de curtidor de pieles. Tanto, que era el único caso en el que se permitía a una mujer divorciarse de su marido: si éste era curtidor. Sólo conociendo este desprecio se puede apreciar el mensaje de Pablo cuando dice que se ha hospedado en casa de un curtidor de pieles: fue a buscar la casa del más despreciado...

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En los documentos de los monjes esenios, contemporáneos de Jesús, descubiertos junto al mar Muerto, en el año 1945, se encuentran frases como éstas: "No me apiadaré de los que se apartan del camino". Y así oraban acerca de los que ellos consideraban pecadores: "Maldito seas; que nadie tenga misericordia de ti: tus obras son tinieblas. Que seas condenado a la obscuridad del fuego eterno".

Jesús se sublevó contra toda esta forma de pensar. El no podía aceptar la idea de Dios que se escondía en los entretelones de todo esto. Su Padre Dios no era manipulable ni encasillable, de forma que tuviera que considerar "justos" a los que cumplían ciertas normas de conducta, y castigar como "pecadores" a todos los pobres que ni entendían, ni podían cumplir tan complicadas normas.

A los que aquella sociedad llamaba "malditos de Dios", Jesús los llamó "benditos de Dios", como muy bien lo resume el mensaje de las Bienaventuranzas. Escribas y fariseos predicaban que los pobres ignorantes estaban excluídos del Reino de Dios: eran pecadores, ya condenados. Jesús les dice que de ellos es el Reino de Dios... El vuelco que da Jesús a toda aquella manera de pensar es total.

LOS ENFERMOS EN TIEMPO DE JESÚSCuenca, El Mercurio, 1 octubre 87

En tiempo de Jesús ciertamente había muchos enfermos. Los Evangelios dan testimonio de ello. Y la historia de la época también. Los duros impuestos a Roma y a la misma Judea habían dejado al pueblo en la miseria. Muchos campesinos habían perdido sus campos. Y en la más extrema escasez no es de extrañar la proliferación de enfermedades...

Pero lo más grave era que en aquella sociedad teocrática se miraba a los enfermos como castigados de Dios. Se pensaba que las enfermedades crónicas y, sobre todo, las deficiencias físicas, eran fruto de un castigo de Dios a causa de los pecados del enfermo o de sus antepasados. La ceguera, el defecto de una mano o un pie y especialmente todas las enfemedades de la piel eran consideradas enfermedades impuras, consecuencia de una maldición de Dios. Por ello el judío piadoso no debía compadecerse de esta clase de enfermos; debían ayudarles, pero con desprecio, ya que así pensaban seguir la misma actitud de Dios hacia ellos. A esos malditos de Dios, había que maldecirlos... El que los tocaba quedaba impuro, inhábil para dirigirse a Dios en la oración. Por eso se les prohibía entrar en las ciudades. Solo podían pedir limosna en las puertas de la ciudad o en los caminos. Y en el caso de los leprosos, o sea, todos los que tenían alguna enfermedad de la piel, no podían ni acercarse a los caminos, ya que se pensaba que si alguien los miraba contraía impureza legal; por eso se les obligaba a colgarse una campanita para que el que la escuchase desviara la vista y no quedase así impuro al verlo.

Decían las reglas de los esenios, piadosos monjes del tiempo de Jesús: "Los ciegos, los paralíticos, los cojos, los sordos y los menores de edad, ninguno de éstos puede ser admitido a la comunidad... Ninguna persona afectada por cualquier impureza humana puede entrar en la Asamblea de Dios..."

Jesús se reveló contra esta forma de pensar de su época, ya que encerraba dentro de sí un falsa concepción de Dios. En cierta ocasión, ante un paralítico, los discípulos le preguntaron que quién había pecado, él o sus padres, y Jesús les respondió que ninguno de ellos, que su enfermedad no era fruto de un castigo de Dios.

Pero Jesús no se limitó a corregir verbalmente las falsas ideas sobre Dios. El, sobre todo, actuaba. En cierta ocasión, yendo por un camino, un ciego se puso a dar gritos pidiéndole misericordia. La gente le mandaba callar, ya que según su religiosidad aquel ciego, por ser un maldito de Dios, no merecía misericordia. Pero Jesús, en contra de la costumbre, se detuvo, conversó cariñosamente con el ciego y lo curó tocándole con su mano. Según las normas farisáicas, con este acto Jesús había quedado impuro, incapaz de hacer oración a Dios, ya que había conversado, tocado y curado a un maldito de Dios. Pero según el propio Jesús, con este acto, había alabado a su Padre Dios y se había acercado más a El.

Jesús no ve en los enfermos unos castigados de Dios, sino todo lo contrario, unos predilectos

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de Dios. Por eso dice que él había venido a sanar enfermos... Aquella multitud de enfermedades tenía unas causas muy distintas a la voluntad de Dios: eran fruto de unas condiciones socio-económicas injustas. Por eso él dedica una gran parte de su actividad a cuidar y curar enfermos. Así les demostraba el amor de Dios hacia ellos. Dios no quiere la enfermedad, sino la salud para todos sus hijos.

Con su comportamiento ante los enfermos Jesús es una vez más espejo de la bondad del Padre Dios para con todos sus hijos.

JESÚS, UN HOMBRE DE SU TIEMPOCuenca, Mercurio, 25 julio 88

Dios no se presentó en la historia como un liberador prepotente, ni como un gran señor, que desde las alturas de su comodidad, ordena la liberación de los esclavos. El bajó al barro de la vida, se hizo pequeño y conoció en carne propia lo que es el sufrimiento humano. "Se hizo en todo igual a los demás hombres, como si fuera uno de nosotros" (Flp. 2, 6-7). "Hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores" (Mt. 8,17).

Según un dicho popular, el amor hace iguales. Y este amor grandioso e increíble de Dios hacia los hombres le hizo bajar hasta lo más profundo de nuestra humanidad. Compartió la vida del pueblo sencillo de su tiempo. Vivió, como uno más, la vida escondida y anónima de un pueblito campesino: sus penas y sus alegrías, su trabajo, su sencillez, su compañerismo; pero sin nada extraordinario que le hiciera aparecer como alguien superior a sus conciudadanos.

Los de Nazareth le llamaban "el hijo del carpintero" (Mt. 13,55) o sencillamente "el carpintero" (Mc. 6,3).

Un pueblo pequeño no da para que un carpintero viva sólo de este oficio. Un carpintero de pueblo es un hombre habilidoso, que sirve para todo. Es al que se le llama cuando algo se ha roto en casa o cuando se necesita un favor especial. Jesús estaría verdaderamente al servicio de todo el que necesitase de El. Igual trabajaría con el hacha o con el serrucho. Entendería de albañilería; sabe cómo se construye una casa (Mt. 7, 24-27). Y sin duda alguna trabajó muchas veces de campesino, pues el pueblo era campesino. Conocía bien los problemas de la siembra y la cosecha (Mc. 4,3-8.26-29; Lc. 12,16-21). Aprendería por propia experiencia lo que es salir en busca de trabajo, cuando las malas épocas dejaban su carpintería vacía; El habla de los desocupados que esperan en la plaza sentados a que un patrón venga a contratarlos (Mt. 20,1-7). Habla también de cómo el patrón exige cuentas a los empleados (Mt. 25,14-27). O cómo "los poderosos hacen sentir su autoridad" (Mt 20,25); El también la sintió sobre sus propias espaldas.

Puesto que el pastoreo es uno de los principales trabajos de la región, seguramente Jesús fue también pastor. En su forma de hablar demuestra que conoce bien la vida de los pastores, cómo buscar una oveja perdida (Lc 15,3-6), cómo las defienden de los lobos (Mt. 10,16) o cómo las cuidan en el corral (Jn. 10-,1-16 ). Le gustaba llamarse a Sí mismo "el Buen Pastor" (Jn. 10,11).

Su forma de hablar es siempre la del pueblo: sencillo, claro, directo, siempre a partir de casos concretos.

Su porte exterior era la de un hombre trabajador, con manos callosas y cara curtida por el trabajo y la austeridad de vida. Casa sencilla y ropa de obrero de su tiempo. Participó en todo de la forma de vida normal de los pobres. Supo lo que es el hambre (Mt. 4,2; Mc. 11,12), la sed (Jn. 4,7; 19,28), el cansancio (Jn. 4,6-7; Mc. 4,37-38), la vida insegura y sin techo: "Los zorros tienen su madriguera y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene en dónde reclinar su cabeza" (Mt. 8,20).

El conoció bien las costumbres de su época, señal de total encarnación en su ambiente. Es solidario de su raza, su familia y su época. Sabe cómo hace pan una mujer en su casa (Mt. 13,33), cómo son los juegos de los niños en la plaza del pueblo (lc. 7,32), cómo roban algunos gerentes en una empresa (Lc. 16,1-12) o cómo se hacen la guerra dos reyes (lc. 14,31-33). Habla del sol y la lluvia (Mt. 5,45), del viento sur (Lc. 12,54-55) o de las tormentas (Mt. 24,27); de los pájaros (Mt. 6,26), los ciclos de la higuera (Mt. 13,28) o los lirios del campo (Mt. 6,30).

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¡En verdad que Dios se hizo en Jesús "uno de nosotros"! ¡Y nadie tiene más derecho a decir esto que los pobres del mundo!

¿SUFRIÓ JESÚS DUDAS Y TENTACIONES?

Cuenca, Mercurio, 7 junio 88 Con frecuencia se da entre nosotros una concepción de Jesús tan puramente "divina", que

quitamos de El realidades tan humanas como la duda, las crisis y la tentación. Pero de Jesús no se puede negar ni su divinidad, ni su humanidad. Es Dios y hombre al mismo tiempo.

En la vida de todo hombre hay mucho dolor y sufrimiento interior: dudas, angustias, tentaciones. Jesús nos demostró el amor del Padre Dios compartiendo nuestros sufrimientos interiores. Así podría entendernos y ayudarnos mejor. Las palabras de la Biblia son tajantes:

"Se hizo en todo semejante a sus hermanos... El mismo ha sido probado por medio del sufrimiento; por eso es capaz de venir en ayuda de los que están sometidos a la prueba" (Heb 2,17-18). "Nuestro Sumo Sacerdote no se queda indiferente ante nuestras debilidades, ya que El mismo fue sometido a las mismas pruebas que nosotros..." (Heb 4,15).

No cabe duda: sufrió las mismas pruebas que nosotros, las mismas tentaciones, las mismas angustias. Sus dolores interiores fueron los nuestros.

San Lucas nos cuenta en su evangelio las tentaciones que sufrió Jesús. Sólo que El no se dejó arrastrar por la tentación.

Sintió la tentación de la comodidad. De dejar aquella vida tan austera, absurdamente sufrida, y ponerse en un tren de vida más de acuerdo con su dignidad, de manera que pudiera rendir más (Lc. 4,3-4).

Sintió la tentación del poder. De pensar que quizás con las riendas del mando en sus manos iba a poder cumplir mejor su misión. Y no con una vida de un cualquiera, lejos de toda estructura de mando (Lc 4,5-8).

Sintió la tentación del triunfalismo. De pensar que a todo aquello había que darle bombo y platillo, una buena propaganda, un buen equipo de acompañantes y hechos llamativos, que dejaran a todos con la boca abierta. Pero mezclado siempre entre el pobrerío y con unos pescadores ignorantes como compañeros no iba a conseguir gran cosa ... (Lc. 4,9-12).

El liberador del miedo supo también lo que es el miedo. Algunas veces se sintió turbado interiormente (Jn 12,27). Más de una vez deseó dar marcha atrás y dejar aquel camino, estrecho y espinoso, que había emprendido. Sintió pánico ante la muerte, hasta el grado de sudar sangre (Mt 26,37-39). Pero habiendo sentido el mismo miedo al compromiso que nosotros, El no se dejó arrastrar y no dio jamás un paso atrás. Siempre se mantuvo fiel a la voluntad del Padre:

Hay un dolor especial que sienten con frecuencia los pobres en su corazón: el sentirse despreciados por ser pobres. Jesús también sintió este dolor del desprecio. Pues los doctores de la Ley no creían en El porque era un hombre sin estudios (Jn. 7,15), oriundo de una región de mala fama (Jn. 1,6; 7,41.52). Y la misma gente de su pueblo no creía tampoco en El, porque pensaban que un compañero suyo, trabajador como ellos, no podía ser el Enviado de Dios. Todos le conocían nada más que como el hijo de José el carpintero (Lc. 4,22-29). Su propios parientes le tuvieron por loco, por no querer aprovecharse de su poder de hacer milagros (Mc. 3,21).

A veces sintió la pesadumbre del desaliento y el cansancio. Aquellos hombres rudos, que había elegido como compañeros, nunca acababan de entender su mensaje. Y El, a veces, se sintió como cansado de tanta dureza e incomprensión: "¿Por qué tienen tanto miedo, hombres de poca fe?" (Mc. 4,40). "¡Gente incrédula y descarriada! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes y tendré que soportarlos?" (Lc. 9,41). "Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe?" (Jn. 14,9).

Jesús se siente como desalentado ante el poco caso que muchos hacían a sus palabras:

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"¿Quién ha dado crédito a nuestras palabras?" (Jn. 12,38). "Este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y taponado sus oídos, con el fin de no ver, ni oír, ni de comprender con el corazón; no quieren convertirse, ni que Yo les salve" (Mt. 13,15). "¡Jerusalén, Jerusalén! Tú matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía. ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no lo has querido!" (Mt. 23,37-38).

Sentir a Jesús tan cerca de nuestros dolores tiene que estimularnos para poner en El toda nuestra confianza. Ello es un consuelo y una esperanza.

LA FAMILIA DE JESÚS, UNA FAMILIA CON PROBLEMAS

Tenemos que quitarnos de la cabeza la idea de que la familia de Jesús fue una familia sin problemas. Por los datos que nos dan los Evangelios, sabemos que en aquella casa hubo problemas y situaciones bastante serias.

Apenas comprometidos oficialmente a contraer matrimonio, José se dio cuenta de que su mujer estaba en cinta, antes de haber vivido juntos (Mt 1,18). La solución de este conflicto no sería nada fácil. Supone mucha oración, mucho diálogo y muchos malos ratos. En todo caso, este incidente nos indica hasta qué punto en aquella pareja hubo situaciones difíciles casi desde el primer momento.

El nacimiento de Jesús acarreó también problemas muy serios al matrimonio: la persecución política, el exilio y el tener que verse como emigrantes en un país extranjero (Mt 2,13-15). Incluso después de la muerte del dictador Herodes, José se siguió sintiendo amenazado como persona sospechosa ante la autoridad política (Mt 2,21-22), hasta el punto de tener que volver a un pueblo perdido, Nazaret, en la región más pobre, Galilea (Mt 2,23). Un pueblo, además, que tenía mala fama (Jn 1,46).

Cuando llevaron al niño al templo por primera vez, un hombre de Dios inspirado por el cielo, le dijo a la madre cosas terribles: el niño estaba destinado a ser "señal de contradicción" y un motivo de conflictos (Lc 2,35), y ella misma se vería traspasada por un sufrimiento mortal (Lc 2,35).

Recordemos también el extraño episodio del niño cuando se quedó en el templo sin decir nada a sus padres (Lc 2,41-51). El Evangelio de Lucas señala expresamente que ni María ni José comprendieron lo que el joven Jesús hizo y dijo en aquella ocasión (Lc 2,48 y 51). Lo cual quiere decir que, también desde este punto de vista, en aquella familia hubo problemas, porque había cosas que resultaban preocupantes y que los padres no entendían.

En resumen: una familia con problemas. Y por cierto, de todas clases: problemas matrimoniales, problemas políticos, problemas entre los padres y el hijo. Una familia perseguida políticamente, desterrada, exiliada, arrinconada en un pueblo perdido, arrastrando sombrías amenazas, y viviendo situaciones que no resultaban fáciles de entender. Era una familia con problemas graves, como los problemas de tantas otras familias.

Desde el punto de vista de la fe, nosotros sabemos que en aquella familia estuvo presente lo mejor que puede haber en una casa: el favor de Dios, su gracia y su palabra. Allí estuvo presente JESÚS. Pero esto nos viene a indicar que la presencia cercana y palpable de Jesús no excluye los problemas, la incomprensión y hasta la conflictividad. Más aún, precisamente la presencia de Jesús fue la causa de las tensiones y conflictos que se produjeron en aquel hogar.

Por consiguiente, la familia ideal no es la familia donde no hay problemas, sino la familia que escucha el Evangelio, que lo acoge y lo vive, aun a costa de tener que soportar situaciones problemáticas. En eso seguramente reside la enseñanza más importante que tiene para los creyentes la familia de Jesús.

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¿SE METIÓ JESÚS EN POLÍTICA?Asunción, Última Hora, 21 enero 95

Con frecuencia se nos ha presentado a Jesús como un personaje que se limitó a dar un mensaje puramente espiritual, sin meterse jamás en política de ningún tipo.

Ciertamente Jesús no militó dentro de ningún partido político concreto, aunque había muchos en su época. Pero tuvo una visión muy realista acerca de la política de su tiempo y actuó con claridad desenmascarando y atacando las hipocresías de los políticos de entonces.

Para entender este tema es necesario hacernos una idea del marco político de la época de Jesús. El actuó en un pequeño país llamado Judea, cuyo sistema de gobierno era teocrático, o sea, básicamente dirigían el país las autoridades religiosas, de forma que lo civil y lo religioso estaba totalmente entremezclado. Templo y Gobierno eran casi una misma realidad, de forma que el Sanedrín era una especie de Congreso con poderes legislativos y judiciales, y su Sumo Sacerdote se desempeñaba como algo semejante a nuestros primeros mandatarios.

Judea dependía en cierta forma del imperio romano, pero gozaba de una relativa autonomía. Tenían sus leyes propias, acuñaban monedas, tenían una policía especial “del Templo”, recaudaban impuestos y su “congreso” estaba formado por representantes de muy distintas facciones políticas encontradas entre sí.

El inmenso edificio del templo de Jerusalén, además de centro de culto religioso, podríamos decir con cierta ironía que era también sede del Congreso y del poder judicial, Banco Central, mercado público y hasta matadero municipal.

Solo entendiendo la realidad socio-política de la época de Jesús podemos dilucidar si realmente se metió en política. Y sin lugar a dudas hay que afirmar que trabajó en política en el sentido más profundo de la palabra: buscó en serio el bien común de su pueblo. Además se preocupó con insistencia en desenmascarar a los políticos de su tiempo que engañaban y explotaban al pueblo. Fariseos y saduceos, por ejemplo, formaban algo muy semejante a lo que hoy llamamos partidos políticos, con amplia representación en su Congreso, el Sanedrín. Y recordemos cómo Jesús los combatió… ¡Tanto, que éstos decidieron, y consiguieron, matarlo!

Además, podemos afirmar que Jesús buscó, según sus posibilidades, un cambio de las estructuras socio-políticas de su tiempo. El pedía un cambio radical en el modo de pensar y actuar de cada hombre. Y como es natural, este actuar debía llevar también a un cambio radical en la sociedad formada por los hombres, ya que nuestro comportamiento depende mucho de las presiones estructurales de la sociedad.

Puesto que el amor al prójimo era el centro de su predicación, es natural que buscara un cambio en las estructuras socio-políticas que impiden el desarrollo del amor fraterno. Él así lo hizo con su ejemplo. Aunque no hablara en teoría sobre ello. Tampoco hacia falta, pues la necesidad del cambio de estructuras estaba bien claro en Moisés y los profetas, a quienes él vino a perfeccionar. Y el pueblo que le escuchaba conocía estas Escrituras. Tanto es así, que muchos esperaban un Mesas puramente político. Los dirigentes tenían la esperanza de poder aprovecharse del Mesas con fines politiqueros egoístas. Querían expulsar violentamente a los romanos, no para servir mejor al pueblo, sino para poder explotarle con más tranquilidad. Jesús se cuidó mucho de no dejarse usar en este sentido.

Con una visión muy realista, Jesús se daba cuenta que eran los escribas y fariseos los que diariamente oprimían al pueblo. Por eso no les hacia el juego de atacar a los romanos, que de hecho tenían directamente poco que ver con la explotación concreta y diaria de aquellos pobres. Las estructuras políticas realmente opresoras estaban constituidas por la teocracia judía reinante. Y a ellos fue a los que atacó duramente. Luchó por un cambio radical de estas estructuras religioso-políticas que engañaban y oprimían al pueblo judío. Directamente buscó el cambio de estas estructuras de dominación y explotación del pueblo. Por eso ellos lo miraron como a revolucionario altamente peligroso...

Es importante ahondar en cómo Jesús realizó esta lucha contra las estructuras opresoras de su época. Sus esfuerzos por partir de la realidad de su tiempo, deben ser la pauta para nuestros esfuerzos por adaptarnos también a nuestros tiempos. Y el espíritu con que realizó esta lucha debe ser el espíritu de sus seguidores sinceros.

Pero Jesús nunca absolutizó el cambio de estructuras. Su mensaje fue integral. Él vino a liberarnos de cualquier clase de cadenas, de cualquier clase de ceguera, de toda clase de prisiones, del egoísmo personal de cada uno y del egoísmo organizado de unas estructuras políticas opresoras.

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HEBREOS: En todo semejante a sus hermanos

El misterio de la encarnación es el misterio clave de la fe cristiana, resumen y plenitud de la revelación de Dios. La encarnación de Dios fue un escándalo para los religiosos fariseos y locura para los sabios griegos (1Cor 1,17-25). Deberíamos fomentar más el sentido de escándalo, de admiración y extrañeza por la encarnación. Hemos dulcificado y romantizado tanto el nacimiento de Jesús, que su cruda realidad no nos cuestiona ni nos exige nada.

Ante la división de los mundos en espiritual y material, que hace la filosofía aristotélica, de la que aun vivimos, la encarnación es un disparate. “Verbo” y “carne” eran dos realidades irreconciliables: los “sabios” de entonces saltarían de indignación. El “Verbo” significaba todo lo divino, lo sublime, lo eterno, la perfección sin límites; la “carne” era el símbolo de lo despreciable, lo corruptible, lo pasajero, lo imperfecto. Pero lo sublime se hace corruptible, lo eterno se convierte en temporal, lo infinito se hace limitado... ¡Blasfemia para los piadosos e insensatez para los sabios! Pero maravillosa esperanza para los que creemos en el Amor...

Hasta que no aceptamos el misterio amoroso de la encarnación, persiste en nosotros la tendencia pagana de rechazar una noción de Dios hecho hombre. Preferimos que Dios se quede en su “cielo”, todopoderoso, majestuoso, solitario, perfectamente feliz en sí mismo… Así es más cómodo vivir nosotros egoístamente aislados. Pues acarrea serias consecuencias creer en una persona divina que “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Vaticano II, GS. 22).

Algunos teólogos sostienen que el pecado de los ángeles habría sido la no aceptación de la encarnación: ellos, que conocían perfectamente a Dios, se negaron a aceptar la encarnación, como cosa disparatada.

¿Para qué y por qué se hizo Dios ser humano? Hombre completo, pleno, con todos los pasos normales de crecimiento y las vivencias propias de un humano normal y corriente. Se podría haber hecho hombre sabiéndolo todo, ya crecido, en la era de las comunicaciones masivas, con poderes extraordinarios… Pero no, “se hizo en todo semejante a nosotros” (), con nuestra mismas tentaciones, nuestros sufrimientos y nuestros problemas. Se hizo “carne y sangre”, igual que nosotros. Mordió la dureza de la vida.

¿Por qué y para qué lo hizo del modo que lo hizo?

Porque él no vino a ayudar a ángeles, sino a seres humanos. Por eso tuvo que hacerse semejante a nosotros en todo (Heb 2,16).

Antiguamente Dios se había mostrado misericordioso, pero siempre desde arriba hacia abajo. Él podía estar tan tranquilo en su cielo, y desde allá derramar sus dones a estos pobres mortales, pero sin tocarle a él el dolor ni la muerte. Por eso protestaron con rebeldía Jeremías, Habacuc y Job.

Pero Dios es amor, y el amor acerca a los amados. Dios, desde su grandiosidad, se acercaba todo lo que podía a sus criaturas humanas. Pero los humanos le echaban en cara a Dios su lejanía y dudaban de la efectividad de su amor.

Por eso, en reunión de familia, como dice San Ignacio en sus Ejercicios, decidieron que uno de los tres viniera a hacerse de veras hombre para poder sentir en carne propia las experiencias de los humanos. Así la familia divina llegaría a comprenderlos mejor, y los humanos, a su vez, sentirían a la divinidad más cercana y comprensiva. Pero era necesario que la experiencia fuera en serio: el Hijo tenía que hacerse realmente hombre, con todas sus consecuencias. Sin dejar de ser Dios, tenía que ser plenamente hombre. Y así fue.

La Carta a los Hebreos, escrito alrededor del año 90, poco antes del Apocalipsis, aclara las razones de la encarnación en 2,14-18 y 4,15-16. Afirma que Jesús “no se avergüenza de llamarnos hermanos” (2,11), pues “tuvo que hacerse carne y sangre” (2,14), tan débil y frágil como nosotros.

Para poder hacer de puente entre lo divino y lo humano “tuvo que hacerse semejante en todo a sus hermanos” (2,17). Fue “probado por medio del sufrimiento”; y por eso es capaz de ayudar a los que son puestos a prueba” (2,18). Él “no se queda indiferente ante nuestras debilidades, por haber sido sometido a las mismas pruebas que nosotros” (4,15).

“Por lo tanto, acerquémonos con confianza a Dios, dispensador de la gracia; conseguiremos su misericordia y, por su favor, recibiremos ayuda en el momento oportuno” (4,16).

Con toda confianza podemos entrar en la intimidad de Dios, porque Jesús, a través de su carne, “inauguró para nosotros un camino nuevo y vivo” (10,19). Su compromiso lo hace “digno de confianza” (10,23).

Antes era difícil y tortuoso llegar a Dios. Desde la concepción y nacimiento de Jesús, el nuevo puente construido por él nos puede llevar a Dios de forma directa y segura.

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No podemos quejarnos ya de la lejanía de Dios. Él es amigo íntimo, que nos quiere y nos comprende porque ha pasado las mismas pruebas que nosotros. Y, si él las superó, sabrá ayudarnos también a nosotros a superarlas. Con toda confianza le podemos echar el brazo sobre el hombro y llamarlo compañero. Ésta es la gran noticia, siempre nueva y fresca, que trae el Niño Dios.

Lástima que para muchos esta “ buena nueva” todavía no le ha llegado al corazón. Debemos hacer crecer esta confianza de tal manera que lleguemos a sentirnos hijos, de igual a igual, con Jesús, en plenitud.

Lo que Dios quiere es que Jesús sea el testigo vivo del amor de un Dios Papá lindo, de manera que pase lo que pase, siguiera creyendo en ese amor.

En los documentos de Qumrán, el breviario de esos monjes, le piden a ese Dios justiciero que nunca sea débil ni perdone a los paganos, sino que se mueran y ardan para siempre en el infierno. Ese no es el Dios de Jesús.

Caso: Caravias en Ecuador, invitado por una comunidad indígena muy próspera en Ingapirca. A 3500 m. para un curso bíblico de 5 días. Tenían un hambre de Dios increíble. Se le subió la presión al tercer día. Nadie le creía que estaba mal y no podía seguir trabajando en la altura y el cansancio. Pensaban que era por la comida, por estar entre indígenas. Cuando apareció uno de la comunidad que había sufrido de presión alta, le dio mucho consuelo el hecho de que lo comprendía. Luego esa persona le dijo que conocía una hierba medicinal. El consuelo se convirtió en Esperanza. Cuando lo buscaron, se compuso y acabó bien el curso. Consuelo, Esperanza y Realización (Plenitud) fueron los pasos. Eso es lo mismo que dice Hebreos.

La clave está en Hebreos: porque vino a servir a seres humanos de carne y hueso (y no a ángeles), hijos de Abrahán, llenos de sufrimientos, Jesús tuvo que hacerse igual en todo: de carne, sangre y sufrimiento. Y esto por necesidad de amor: Si se enamoran dos personas de distinta clase social o cultura, tendrán que buscar igualarse. Caso contrario, el amor no puede crecer.

Al decir Hijos Adoptivos, no quiere decir hijos de segunda, sino legítimos, con los papeles en regla, con todos los derechos de vivir en la casa del padre. Por eso Dios tuvo que hacerse muy cercano. Pero por necesidad de amor. Para que lo sintamos chamigo, cuate, cumpa que nos comprende en todo. Para eso tuvo que sufrir y pasar todas las que pasamos nosotros. De esta manera, nos da el consuelo de sentirlo cercano y que por eso nos comprende en todo.

2º El estuvo en lo más hondo del pozo, pero triunfó en todo, y eso nos da la esperanza de que también nosotros vamos a triunfar en todo.

3º Y junto a él ya estamos triunfando, porque él ya triunfó.

Muchos, por defender a Dios, le quitan algo de humanidad a Jesús. Y se parecen a los “amigos” de Job. Pero se trata de aceptar la realidad de un Dios plenamente Dios, que se hace plenamente hombre.

Hubo un corriente teológica en la Iglesia (a comienzos del siglo) que afirmaba que Jesús sabía todo por ciencia infusa (metida por Dios, directamente, sin necesidad de aprender). Pero ése no es el Jesús de Heb ni de la Biblia.

Por lo que dice Heb , no podemos hablar de que somos indignos. No porque nosotros nos purifiquemos y dignifiquemos, sino porque Dios se bajó a nosotros. Por eso ya no hay indignidad. Porque Dios es el que nos dignifica bajando a nuestro nivel en Jesús.

El no creer a fondo en la encarnación, nos lleva también a creer que Jesús nació por un parto “especial” sin romper el himen de María… y quita a todas las mujeres el derecho de sentir a María cerca durante sus propios partos, etc.

Y nos da una falsa concepción de la virginidad. El sexo por amor no quita la virginidad… En el fondo de esto hay una falsa concepción de la sexualidad, de la corporeidad. También se decía (y se dice aún) que la Virgen no sufrió el parto por no tener pecado original… Pero entonces los sufrimientos de Jesús también serían una pura farsa.

Toda esta falsa concepción contradice la Biblia y nos quita el regalo más lindo de Dios.

El primer sufrimiento de Jesús debe haber sido mucho antes del parto, cuando María supo que estaba embarazada y no de su prometido: esto automáticamente la condenaba a muerte, apedreada públicamente. Aún estando comprometida, y si José reconocía al hijo, el haber “arrancado antes de tiempo” era un pecado muy grave.

José sabe bien que Jesús no era suyo. Lo habrán cargado sus amigos. Primero piensa en abandonarla, firmándole un acta de divorcio… lo cual es reconocer que el hijo es suyo. No piensa en denunciarla (para eso

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amaba demasiado a María). Piensa que aquí hay un misterio demasiado grande y piensa que sale sobrando… El ángel le dijo que no, que no sobraba. Y por eso se casa con María.

Hasta en esto, Jesús se hace semejante a tantos hijos de madre soltera. También comparte ese dolor. Cuántas mujeres se sienten repudiadas por ser madres solteras: rechazadas aun por sus padres. La heroicidad de la chica soltera que acepta su maternidad, en lugar de abortar (y a eso se la empuja desde todos lados) debe encontrar apoyo en María.

Jesús sintió también ese dolor, ese trauma de ser rechazado desde el primer momento. Y ahí probablemente está la causa de que María va con José a Belén para el censo: probablemente los padres de María no estaban entusiasmados con el embarazo y el único refugio que tiene es José. Y, como ninguna mujer emprendería un viaje tan largo en vísperas del parto, se puede presumir que Jesús nació antes de tiempo, probablemente por la dureza del viaje, por el rechazo de la parentela en Belén (no querían a una pecadora en su casa), etc.

Todo esto debe ayudarnos a sentir a Dios y a María al lado nuestro, para que tengamos fuerza para seguir aguantando el dolor y sufrimiento.

También, con la ida a Egipto, Jesús debe haber sentido luego el desprecio de los otros por hablar mal el Arameo (idioma despreciado, aprendido de su madre) y nada de Hebreo (luego lo aprendió, porque en los Evangelios aparece tanto leyendo como escribiendo, así que debe haber ido a la escuela)… igual que tantos chicos indígenas que son despreciados cuando llegan a la escuela sin saber el castellano.

Hijo de madre viuda, habrá tenido que hacerse cargo de su madre muy joven…

Habrá tenido también sus crisis vocacionales en el proceso de búsqueda de la voluntad del Padre…

Jesús es el centro y la plenitud, el término. Por él y para él se ha hecho todo. Por eso ese gran deseo de conocer a Jesús, para conocer a Dios a través de él.

Nosotros no tenemos un compendio de verdades, o de cosas que hay que hacer… Muchas veces echamos fuera a los que no cumplen… Pero todo eso son tonteras. Gracias a Jesús podemos tener experiencia de Dios. Y es inútil darle a la gente principios morales, si no les damos a Jesús.

Es como el agente de salud que enseña que tenemos que lavarnos las manos bajo la canilla, si la gente no tiene agua corriente. O como el fumador que debe dejar de fumar. Es inútil decírselo: sabe que le hace mal, lo siente. Lo que necesita es que le den la fuerza para hacerlo.

Lo mismo pasa con nuestra fe. La fuerza para poder vivir en cristiano es la experiencia de Jesús. Conocer la vida histórica de Jesús es importante, porque “Dios se hizo historia”. Debemos sentirlo compañero.

Pero lo importante también es que Jesús no sólo sufrió como nosotros, sino que venció todos los sufrimientos, que Resucitó. Siempre que el NT habla de la Cruz, habla de la Resurrección. Y siempre que habla de la Resurrección de Jesús, habla de su crucifixión. Son dos partes indisolubles de lo mismo. Y la resurrección de Jesús exige la resurrección del pueblo. Porque la resurrección de Jesús es para que resucite todo ser humano. Lastimosamente hablamos poco del Jesús resucitado.

Las ciencias crecen día a día: los conocimientos científicos se duplican cada 10 años. También las ciencias Bíblicas crecen al mismo tiempo. ¿Cuánto hace que no actualizamos nuestra Cristología? Jeremías dice: “los que deben enseñar a mi pueblo, no me conocen”. “Los profetas sólo dicen mentiras, a los sacerdotes sólo les interesa el dinero. Y todo eso le gusta a mi pueblo” (Jer.)

Necesitamos pedirle cada día a Jesús para conocerlo y amarlo más. Tenemos que ser como el enamorado que le interesa conocer y saber todo de aquel de quien está enamorado.

El Jesús al que rezamos es el resucitado.

EL CRISTO DEL APOCALIPSISCuenca, El Mercurio, 9 dic 87

Asunción, Última Hora, 2 oct. 99

En el Apocalipsis Cristo resucitado es el eje alrededor del cual gira todo. Juan escribe este libro alrededor del año 95, durante la cruel persecución del emperador Domiciano. Y en aquellas circunstancias el Evangelista les

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escribe para animarlos, usando un género literario corriente en la época: visiones simbólicas que desenmascaran la realidad y consuelan y animan al pueblo creyente.

El autor del libro va presentando a Cristo a través de una serie de cuadros que hoy podríamos llamar subrealistas, siempre llenos de fuerza y colorido. En todos ellos armoniza cualidades aparentemente contradictorias: presenta a Jesús a la vez poderoso y cercano, grandioso y cariñoso, vencedor de sus enemigos y premio maravilloso de sus seguidores: Señor absoluto de la Historia y de la creación.

Echemos una ojeada, a modo de ejemplo, a uno de estos cuadros: el de los versículos 13 al 16 del capítulo primero. Dice así: "Vi a uno que es como Hijo de Hombre, con un vestido que le llegaba hasta los pies y un cinturón de oro a la altura del pecho. Su cabeza y sus cabellos son blancos, como lana blanca, como nieve, y sus ojos parecen llamas de fuego. Sus pies son semejantes a bronce pulido, cuando está en horno ardiente. Su voz es como estruendo de grandes olas. En su mano derecha tiene siete estrellas, y de su boca sale una espada de doble y agudo filo. Su cara es como el sol cuando brilla con toda su fuerza".

Lo más importante a contemplar no son los detalles, sino la fuerza del colorido tomada en su conjunto. El cuadro comienza con tonos suaves, que poco a poco se van intensificando, como en cascada ardiente, en sinfonía grandiosa, hasta las alturas de la divinidad.

En esta escenificación ascendente, el Apocalipsis afirma que este Hombre como nosotros es Sacerdote -"con un vestido que le llega hasta los pies"- y Rey de Reyes -"con cinturón de oro a la altura del pecho"- . Es como si hoy dijéramos: con alba, estola y banda presidencial.

Los "cabellos blancos como lana blanca como nieve" simbolizan su eternidad: no envejecen; por eso son tan blancos, simbolismo de una victoria total. A Jesús resucitado nunca más le tocará la muerte.

"Sus ojos parecen llamas de fuego", o sea, lo ven todo, quién sufre y quién hace sufrir, quién hace el bien y quién obra el mal: sus ojos son "biónicos", lo cual es consuelo para los que sufren injusticias y terror para los que desprecian y explotan a sus hermanos...

Jesús resucitado tiene pies fuertes como de bronce: su figura triunfante es inamovible. Ya nadie podrá amenazarlo, ni eliminarlo, como durante su vida mortal. La gran Bestia, en cambio, todo poder opresor, tiene pies de barro: cuanto más pese su cabeza, más terrible será su caída...

"Su voz es como estruendo de grandes olas". Parecía que la voz del imperio romano era la única que se escuchaba, pero ante la voz del Resucitado todo otro sonido se opaca y ha de quedar en nada.

"De su boca sale una espada de doble y agudo filo". Se trata de la agudeza de su Palabra, capaz de cortar para bien de unos y para mal de otros: depende de la actitud de cada uno, puesto que su Palabra "es viva y eficaz" y "penetra hasta la raíz del alma " (Heb 4,12).

El último brochazo del cuadro es de luz radiante, la luz de la divinidad, más brillante que "el sol cuando brilla con toda su fuerza". Ese es el rostro de Cristo resucitado, reflejo del resplandor del Padre.

Parecería que este personaje tan maravilloso está instalado lejos de la pobre humanidad sufriente, medio agónica (Ap 1,17). Pero desde las alturas de su cenit, el Cristo triunfante se abaja de nuevo y se pone al nivel del dolor humano, lo toca con su mano, fuerte y cariñosa, y le dice: 'No temas nada, soy Yo, el Primero y el Ultimo. Yo soy el que vive; estuve muerto y de nuevo soy el que vive por los siglos de los siglos, y tengo en mi mano las llaves de la muerte y del infierno" (1,17-18). ¡Maravilloso! Estas son palabras inspiradas por el mismo Cristo triunfante. Y es admirable cómo se describe a sí mismo Jesús resucitado. Elige lo que más puede consolar a aquellas pobres comunidades, tan doloridas que parecen ya medio muertas. Les dice que les comprende, pues estuvo muerto como ellos; pero él, que sabe lo que es sufrir, ha vencido al dolor y a la muerte, y podrá conseguir que ellos vivan también para siempre como él.

El dolor del Crucificado es consuelo para los que en este mundo son crucificados como él; y su consuelo se convierte en esperanza cuando nos damos cuenta de que ése que sufrió junto a nosotros ahora está triunfante, y no se ha olvidado de nuestra amistad (1,5). Todos los miedos en esta vida están simbolizado en la muerte y en el infierno, y él, que tanto nos ama, tiene en su mano las llaves de esas puertas y no consentirá que seamos tragados jamás por ellas.

Este es uno de los cuadros maravillosos del Cristo del Apocalipsis. Todo el libro está jalonado de ellos, que rezuman consuelo y esperanza para los que intentan de veras seguir las huellas de Jesús. El horror del Apocalipsis queda sólo para sus enemigos: la opresión, la mentira, el mal y la muerte. Es un gozo saber que estas porquerías alguna vez van a desaparecer para siempre...

Si queremos seguir disfrutando de los cuadros del Cristo del Apocalipsis, podemos meditar con gozo las siete cartas de los capítulos 2 y 3. El capítulo 5 nos presenta con vigor la figura de Cristo como Señor de la Historia. En 19,11-21 podremos gozar de un Cristo fuerte, varonilmente triunfador. Y en los capítulos 21 y 22 soñaremos con el triunfo definitivo, cuando las bodas del Cordero...

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¿POR QUÉ MURIÓ JESÚS?Asunción Última Hora 20 abril 2003

La carta a los Hebreos nos recomienda que "dejemos las enseñanzas de preparatoria sobre Cristo y pasemos a cosas más avanzadas" (6,1). Este consejo se aplica de una forma especial a las creencias sobre la pasión y muerte de Jesús.

La cruz con frecuencia ha sido tomada como símbolo de la aceptación resignada del dolor humano. A veces se ha usado para inducir a los seres humanos a no rebelarse en contra del sufrimiento, sino a aceptarlo "con resignación cristiana". Hasta se ha usado la cruz para justificar represiones y violencias...

Algunos afirman que Jesús tuvo que morir tan cruelmente para pagar la deuda del pecado, pues la justicia de Dios no podía renunciar a su exigencia estricta de reparación de su dignidad ofendida. La humanidad, a pesar de su camino de dolor y muerte, es incapaz de pagar debidamente su deuda con Dios, pues el ofendido es de dignidad infinita. Por eso Dios mismo se encarga de proporcionar la víctima divino-humana necesaria para la expiación de su honor ofendido. Entonces Jesús, que es Dios y es hombre, pagó en nuestro lugar la deuda impagable contraída con Dios.

La idea dominante en esta perspectiva de redención no parece que sea el amor de Dios, sino una necesidad de reparación de su honor. La cruz de Jesús sería el precio que se paga para reparar el honor de Dios ofendido. Secundariamente sería el medio de nuestra salvación.

Esta teoría se presta a ambigüedad y aun a enfoques odiosos. Se olvida la realidad histórica de Jesús, su mensaje y su condena a muerte. Desaparece la fuerza de las opciones históricas de Jesús, que tan seriamente nos comprometen.

Peligrosamente este enfoque puede fomentar ciertas tendencias sádicas o masoquistas. O favorecer que el sufrimiento y la muerte prosigan su obra bajo las figuras del explotador, del privilegiado, del torturador, de los avaros de poder… Históricamente ellos han usado en su provecho la justificación del sufrimiento como reparación del honor de Dios. Pero no les agrada en nada la idea de que Dios pone su honor precisamente en que el despreciado, el explotado y el doliente se liberen de sus dolores y logren la felicidad.

La teología actual insiste en que el Nuevo Testamento se construyó sobre la base de la experiencia pascual de que el Crucificado está vivo, actuando en medio de nosotros. La redención es una victoria. Cristo es el vencedor de la muerte. Él no ha venido a glorificar el dolor, sino a poner término a su reinado.

El Nuevo Testamento siempre que habla del Crucificado afirma que resucitó; y siempre que menciona al Resucitado dice que fue crucificado. Nunca se queda en uno de los dos extremos: cruz o resurrección aisladamente. El que resucita es el crucificado. El misterio pascual es uno solo, el de la muerte y resurrección de Jesús. Por eso nosotros tenemos que dejar la cruz como mero símbolo para retornar a la figura histórica del Crucificado Resucitado. El Jesús histórico, que fue muerto por su compromiso con Dios y su pueblo, está vivo y sigue sufriendo y resucitando en ese mismo pueblo.

La cruz no se reduce, pues, a un símbolo de una expiación impuesta por la divinidad ávida de una compensación a su honor ofendido. Es la consecuencia de los conflictos provocados por la acción y la predicación del Jesús histórico frente a los intereses religiosos, económicos, políticos o mesiánicos de los dirigentes del pueblo judío.

Jesús, al tomar partido por los excluidos, los despreciados y empobrecidos, golpea en el rostro a quienes fundamentan su prosperidad o su superioridad en el desprecio o en la explotación de los demás.

Como acontecimiento histórico, la figura del Crucificado se convierte así en provocación, en vez de resignación ante el dolor. Es rebeldía contra la explotación o la exclusión. E impide que el oprimido se convierta en opresor, renovando así la espiral de violencia .

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En la cruz Dios toma partido por el rechazado. Se enfrenta con la marginación y la opresión hasta dar su vida por ello. Entendida de este modo, la imagen del Crucificado no es ya la aprobación del sufrimiento, sino una radical rebeldía contra él.

La historia de la muerte de Jesús muestra la rebeldía de Dios, por medio de su Hijo Jesús, en contra de todas las formas de opresión, sociales, económicas o religiosas.

La cruz de por sí sola nunca podrá ser una fuente de esperanza. La única fuente de esperanza es el Crucificado, condenado injustamente por haber tomado sobre sí el destino de los pobres, de los oprimidos, desesperados y pecadores, y haberlos enrolados con él en un camino de liberación y plenitud.

Si Dios no soporta el pecado, no es a causa de su honor menospreciado, pues de ser ello cierto no se mostraría tan discreto, sino porque pecando los hombres, sus hijos, se destrozan a sí mismos y se despedazan unos contra otros. En la cruz Dios se hace solidario de todo sufrimiento humano, y así, profundamente unido a esta humanidad, tan doliente, camina con nosotros, juntos, luchando por un mundo nuevo justo y fraterno.

"Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad" (Heb 4,16). No hay sufrimiento humano que Jesús no lo haya pasado. Así puede comprendernos por propia experiencia. Y nosotros podemos acercarnos a él, con toda confianza, seguros de su ayuda fraterna...

TEOLOGÍAS DE LA CRUZAsunción, Última Hora, 11 abril 92

La cruz con frecuencia ha sido tomada como símbolo de la aceptación resignada del dolor humano. A veces se ha usado para inducir a los hombres a no rebelarse, sino a negociar con el dolor; ha sido motivo invocado para justificar el sufrimiento y aun como pretexto para ciertas formas de represión. Aun se ha llegado a despojarla de su referencia al Jesús histórico.

Según una cierta línea de teología de la redención que ha dominado largamente la predicación popular, la cruz no representa directamente el acontecimiento histórico de la muerte de Jesús, sino el símbolo del carácter doloroso de la reconciliación con Dios. Según este enfoque la cruz se convierte en un intercambioa. Se subraya la necesidad del sufrimiento y de la muerte de Jesús como pago del pecado, pues la justicia de Dios no puede renunciar a su exigencia estricta de reparación del ofendido. Pero como la humanidad, a pesar de su camino de dolor y muerte, es incapaz de pagar debidamente su deuda con Dios, porque el ofendido es de dignidad infinita, Dios mismo se encarga de proporcionar la víctima divino-humana necesaria para la expiación, pues su honor ofendido reclama con justicia el sacrificio de un miembro inocente de esa humanidad.

Por eso Jesús, que es Dios y es hombre, paga en nuestro lugar la deuda impagable contraída con Dios. De este modo la cruz se convierte en un proceso de negociación sobre nosotros entre Jesús y Dios. Y así se llega a considerar a la muerte de Jesús como una exigencia divina para poder perdonarnos.

La idea dominante en esta perspectiva de redención no parece que sea el amor de Dios, sino una necesidad de reparación de su honor. La cruz de Jesús es el precio que se paga para reparar el honor de Dios ofendido. Secundariamente es el medio de nuestra salvación.

Esta teoría se presta a ambigüedad y aun a enfoques odiosos. Se olvida la realidad histórica de Jesús, su mensaje y su condena a muerte. Desaparece la fuerza de las opciones históricas de Jesús, en beneficio de una idea de reparación imprescindible.

Peligrosamente este enfoque puede fomentar ciertas tendencias sádicas o masoquistas. O favorecer que el sufrimiento y la muerte prosigan su obra bajo las figuras del explotador, del privilegiado, del torturador, de los avaros de poder… Históricamente ellos han usado en su provecho la justificación del sufrimiento como reparación del honor de Dios. Pero no les agrada en nada la idea de que Dios pone su honor precisamente en que el despreciado, el explotado y el

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doliente se liberen de sus dolores y logren la felicidad. La teología actual, en cambio, insiste en que el Nuevo Testamento se construyó sobre la base

de la experiencia pascual: el Crucificado está vivo. Todo se clarifica a partir de la luz de la resurrección. Sólo desde esta perspectiva se piensa, se corrige, se relativiza y se asume el símbolo de la cruz. La redención es una victoria; no una reparación, ni una expiación. Cristo es el vencedor de la muerte. El no ha venido a glorificar el dolor, sino a poner término a su reinado.

Pero en algunos ambientes se ha insistido más recientemente en hablar exclusivamente de la resurrección, olvidándose de la crucifixión. Pretenden despojar a la cruz de su aspecto de resignación y expiación. Pero se olvidan del mensaje que tiene la cruz de Cristo. Hablan de resurrección sin mencionar la crucifixión. Así resulta que se olvidan del presente trágico de la explotación, la injusticia y el dolor, reinantes por doquier.

El Nuevo Testamento nunca se queda sólo en uno de los dos extremos: cruz o resurrección; ni menos así, de forma abstracta. El siempre habla de una persona, Jesús, que ha sido Crucificado y Resucitado. El misterio pascual es uno solo, el de la muerte y resurrección de Jesús. Por eso nosotros tenemos que dejar la cruz como mero símbolo para retornar a la figura histórica del Crucificado; y abandonar la resurrección aislada, para retornar al Jesús viviente. El que ha resucitado es el Crucificado.

La cruz no se reduce, pues, a un símbolo de reparación o de expiación; o una necesidad impuesta por la divinidad ávida de una compensación a su honor ofendido. Es la consecuencia de los conflictos provocados por la acción y la predicación de Jesús frente a los intereses religiosos, económicos, políticos o mesiánicos de los dirigentes del pueblo judío.

Jesús, al tomar partido por los excluidos de la Sinagoga, por los desheredados humanos o religiosos, golpea en el rostro a quienes fundamentan su prosperidad económica o su superioridad religiosa en el desprecio o en la explotación de los demás.

Como acontecimiento histórico, la figura del Crucificado se convierte así en provocación, en vez de resignación ante el dolor. Es rebeldía contra la explotación o la exclusión. Impide que el oprimido se convierta en opresor, renovando así la espiral de violencia .

En la cruz Dios toma partido por el rechazado. Se enfrenta con la marginación y la opresión hasta dar su vida por ello. Entendida de este modo, la imagen del Crucificado no es ya la aprobación del sufrimiento, sino una radical rebeldía contra él.

La historia de la muerte de Jesús muestra la rebeldía de Dios, por medio de su Hijo Jesús, en contra de todas las formas de opresión, aunque sean religiosas.

La cruz de por sí sola nunca podrá ser una fuente de esperanza. La única fuente de esperanza es el Crucificado, condenado injustamente por haber tomado sobre sí el destino de los pobres, de los oprimidos, desesperados y pecadores, pero triunfante al fin de la muerte.

Si Dios no soporta el pecado, no es a causa de su honor menospreciado, pues de ser ello cierto no se mostraría tan discreto, sino porque pecando los hombres se destrozan a sí mismos y se despedazan unos contra otros.

¿UNA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA DE LA CRUZ?Asunción, Última Hora, 9 abril 95

Se suele pensar que aceptar la cruz de Cristo se reduce a una aceptación pasiva de todo tipo de dolor y sufrimiento. La cruz de Cristo parece símbolo de conformismo y resignación.

No estará de mal pensar durante esta Semana Santa en qué consiste una espiritualidad cristiana de la cruz. Comparto con los lectores mi opinión personal. Espero que les sirva para un diálogo personal y familiar.

a) En primer lugar, pienso que aceptar la cruz de Cristo lleva, siguiendo a Jesús, a esforzarse seriamente en participar en la construcción de un mundo en el que sea menos difícil vivir una auténtica fraternidad. Esto implica la denuncia de estructuras que engendran odio, división y

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ateísmo, teórico o práctico. E implica también el anuncio y la realización, con hechos concretos, de la justicia, la solidaridad y el amor: en la familia, en las escuelas, en el sistema económico, en las relaciones políticas…

Este compromiso acarrea como consecuencia crisis, confrontaciones y sufrimientos. Aceptar la cruz proveniente de esta lucha, y cargar con ella, lo mismo que lo hizo Jesús, forma parte integral de la espiritualidad cristiana de la cruz. Esta espiritualidad lleva a saberse mantener honrado en medio de un mundo de corruptos, cueste lo que cueste.

b) Cargar con la cruz tal como lo hizo Jesús significa, por consiguiente, solidarizarse con los crucificados de este mundo: los que sufren violencia, los que son empobrecidos, deshumanizados y despreciados en sus derechos. Defender, ayudar a abrir los ojos y organizarse a los sin-tierra y a los sin-techo; atacar todo lo que los convierte en infra-hombres; asumir la causa de su liberación; sufrir por ellos. En esto consiste cargar con la cruz de Jesús.

El cristiano solidario con los pobres es el que, como Jesús, ama la lucha por la justicia a través del amor sufriente. Amor sufriente que entraña la radicalidad de dar la vida por el otro. La praxis de liberación tiene sabor de cruz y de eficacia que sólo conoce el que ama a los pobres.

Esta actitud no es exclusiva de los cristianos. Dice el Papa en su encíclica sobre el dolor:“Hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo de los mártires de la fe, sino también de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una justa causa. En los sufrimientos de todos éstos es confirmada de modo particular la gran dignidad del hombre” (Salv. Dol., 22).

c) La solidaridad con los crucificados de este mundo, en los que está presente Jesús, lleva consigo la necesidad de dar vuelta a lo que el sistema opresor considera como bueno. El sistema dice: los que asumen la causa de los pobres son gente subversiva, enemigos de la “justicia y del orden”, maldecidos por la religión y abandonados por Dios. Los que cargan la cruz de Cristo se oponen tenazmente a este sistema y denuncian sus falsos valores y prácticas, que no son sino un ordenamiento del desorden. Lo que el sistema llama justo y bueno, en realidad es injusto, discriminatorio y malo.

El que sigue a Jesús desenmascara el sistema y por eso sufre violencia de su parte. Sufre en razón de otro orden: la justicia y el orden de Dios. Sufre sin odiar; soporta la cruz sin huir de ella. La carga por amor a la verdad y a los crucificados por los que ha arriesgado la seguridad personal y la vida. Así hizo Jesús. Su seguidor sufre también como “maldito”, cuando en realidad está siendo bendecido; muere “abandonado”, cuando en verdad ha sido acogido por Dios. De este modo Dios anula la “sabiduría” y la “justicia” de este mundo.

d) La cruz de Cristo tiene una significación particular para los crucificados de este mundo. Para ellos el mensaje de la crucifixión consiste en que Jesús nos enseña a sufrir y a morir de una manera diferente; no a la manera de la resignación, sino en la fidelidad a una causa llena de esperanza. No basta cargar la cruz; la novedad cristiana es cargarla como Cristo, llevando el compromiso solidario hasta el extremo: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

e) No se puede cargar la cruz de Cristo si uno no se domina a sí mismo. “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mt 16,24). Porque estamos arraigados en el egoísmo y la tendencia al pecado, el camino para seguir a Jesús es un camino de superación, de “muerte al hombre viejo” (Rom 6,6), de renunciar a vivir “según la carne” (Mt 18,8). No es posible la cruz del compromiso, sin esta otra forma de cruz que es la renuncia a nuestros orgullos y egoísmos. No es posible un amor extremo a los demás si uno no está totalmente descentrado de sí mismo. El centro ha de ser Dios, y no uno mismo; y eso no se consigue sin “negarse a sí mismo”.

f) Nada de esto es posible sin una conversión a Jesucristo. La centralidad de Jesús es vital. Y justamente el sufrimiento es un camino para ir hacia Cristo y Cristo es al mismo tiempo la fuerza para recorrerlo.

Dice al respecto Juan Pablo II: “A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola. La madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado (Salv. Dol., 26).

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g) Sufrir y morir siguiendo de este modo al Crucificado es ya vivir. Al interior de esta muerte en cruz existe una vida que no puede ser aniquilada. No es que venga después de la muerte, sino que está ya dentro de la vida de amor, de solidaridad y de valentía para mantenerse firme en una actitud de servicio, a pesar de la corrupción reinante.

La elevación de Jesús en la cruz es también su glorificación. Vivir y ser crucificado de este modo por la causa de la justicia, que es la causa de Dios, es ya comenzar a vivir en plenitud. Los que murieron por la insurrección en contra de todo sistema corrupto y se negaron a entrar “en los esquemas de este mundo” (Rom 12,2), son los que experimentan la resurrección. Pues la insurrección por la causa de Dios y del prójimo es ya resurrección.

Vivir hoy el seguimiento de Jesús en la cruz es anuncio de que se acerca el triunfo definitivo; cada vez será más difícil que unos hombres crucifiquen a otros hombres.

Seguir a Jesús es vivir a partir de una Vida que la cruz no puede ya crucificar. Lo único que la cruz puede hacer es convertirla en más victoriosa.

La cruz no es respuesta, sino inquietar, abrir el corazón a otro modo de preguntar, a otro modo de conocer, a otro modo de vivir. Es invitación hacia una actitud radicalmente nueva hacia Dios.

LA RESURRECCIÓN ES PARA LOS CRUCIFICADOS

El Reino de Dios se ha acercado y se ha hecho realidad en la resurrección de un Crucificado; todos aquellos cuya muerte participe en alguna manera de la semejanza de una crucifixión, pueden participar también de la esperanza del Crucificado-Resucitado. No hay otro camino que aceptar el escándalo de Jesús: la resurrección es para los crucificados.

Existen pueblos y clases sociales convertidos en piltrafas y desechos humanos, gente sin rostro ni figura, como el Crucificado. Para encontrarlos no hay que ir muy lejos: basta con dejarse llevar por muchos de nuestros buses urbanos hasta el final de su trayecto: los bañados. En el mundo entero son millones los que de diversas formas mueren, como Jesús, “a mano de los paganos”, a mano de los modernos idólatras del acaparamiento del poder y la absolutización de la riqueza.

Para anunciar hoy la resurrección de Jesús hay que estar en verdad junto a la cruz de Jesús y junto a las innumerables cruces actuales, que también son de Jesús. Desde los crucificados de la historia, sin pactar con sus cruces, es desde donde hay que anunciar la resurrección.

La resurrección de Jesús es una buena noticia para los crucificados del mundo, una buena noticia concreta, y no abstracta e idealista. Los crucificados de la historia son los que pueden captar más a fondo la resurrección de Jesús. Ellos pueden ver mejor que nadie en Jesús resucitado al primogénito de entre los muertos, porque en verdad, y no sólo a nivel de ideas, lo reconocen como hermano mayor. Por ello podrán tener el coraje de esperar su propia resurrección dentro de la historia; lo cual supone un “milagro” análogo a lo sucedido en la resurrección de Jesús.

La resurrección celebra el triunfo de la vida en contra de todas las fuerzas que se oponen a ella. El centro de la fe cristiana no consiste en la celebración de la memoria de un héroe muerto en el pasado, sino en la celebración de la presencia de alguien que vive ahora: Jesucristo, el resucitado.

Nuestra esperanza no es, simplemente, sobrevivir. Esperamos que esta vida frágil deje de ser rompible. Jesús elevó la vida a tal densidad de realización, que la muerte no conseguirá destrozarla.

Vivir no es caminar hacia la muerte, sino peregrinar hacia Dios. El hombre de fe no muere; nace dos veces. La muerte no es un fracaso o una tragedia, sino una bendición: alcanzar la meta por la que tanto se luchó en esta vida.

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Jesucristo es el primero de los muertos que recibió la plenitud humana de la vida. Nosotros le seguiremos. Desaparecerá la angustia milenaria del dolor. Se tranquilizará el corazón, cansado de tanto preguntar por el sentido de la vida…

Junto al triunfo del “Cordero degollado” (Ap 5,6.12) gozarán también “los que vienen de la gran tribulación” (Ap 7,14). Esto quiere decir que el sufrir pasa, pero el haber sufrido no pasa. Por eso el Resucitado conserva para siempre las llagas de su crucifixión (Jn 20,25-27).

La vida resucitada de los crucificados será una vida plenamente humana. Todas las potencialidades de cada persona se desarrollarán hasta alcanzar su plenitud. Se convertirá en realidad todo lo que Dios colocó como semilla en cada uno de nosotros.

Será una vida nueva. No decimos otra vida, pues si fuese otra, no tendría relación con nuestra vida de ahora. Por la resurrección afirmamos que esta nuestra vida, dolorosa y mortal, vieja y caduca, se transformará, por la acción de Dios, en una vida nueva. “Este cuerpo mortal se revistirá de inmortalidad” (1 Cor 15,33).

Será, además, una vida plenamente comunitaria. Habrá una plena comunión, de dar y recibir, entre todos los vivientes. No habrá nada de espacio o de tiempo que nos separe de los demás o nos dificulte nuestra mutua comunicación. Dios llenará hasta la plenitud todas las potencialidades de cada persona y de la sociedad toda.

Las simientes de la resurrección de Jesús están ya sembradas en nosotros. Por eso, el fin del dolor y de la misma muerte, está asegurado (1 Cor 15,26; Ap 20,14). Ello es motivo para intensificar nuestra lucha actual en contra de todas las formas de muerte, a favor de todas las formas de vida.

El nuevo cielo y la nueva tierra los estamos ya construyendo, dolorosamente. Y estamos seguros de que, junto con el Resucitado, gozosamente lo llevaremos a su plenitud.

SI NO LO VEO, NO LO CREO

Asunción, Noticias, 7 abril 91

Tomás, entre todos los discípulos, era el que con más decisión se había mostrado dispuesto a acompañar a Jesús a la muerte. "Vamos también nosotros a morir con él", había dicho en una ocasión a sus compañeros. Tenía valor para enfrentarse a la muerte y era generoso y leal como para dar la vida; pero, sin embargo, no creía que el amor pudiera vencer a la muerte.

No creyó a sus compañeros cuando le contaron que Jesús había vuelto a la vida: "Como no vea en sus manos la señal de los clavos y además meta mi dedo en la herida de los clavos y mi mano en su costado, de ninguna manera voy a creer". Para creer el testimonio de sus compañeros exige tener el privilegio de experimentar personalmente la presencia de Jesús resucitado.

Pero ocho días más tarde, cuando estaban todos los discípulos de nuevo reunidos, juntamente con Tomás, Jesús resucitado se presentó en medio de ellos. Y después de desearles la paz, Jesús se dirige a Tomás, diciéndole: "Trae acá tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas nunca más incrédulo".

Jesús le concede esta experiencia personal, pero en medio de la comunidad. Porque es en ella donde él se va a hacer presente de ahora en adelante.

Las pruebas de que aquel que estaba vivo era el mismo Jesús fueron las "marcas" físicas de su amor: las heridas de las manos y del costado, exibidas con santo orgullo como si fuera un tatuaje distintivo. Muestran la valentía y la identidad de Jesús. Los que hemos de dar testimonio de la resurrección de Jesús debemos poder mostrar sus mismas marcas: las huellas de las heridas sufridas por amor, amor auténtico y heróico a los hermanos.

La reacción de Tomás ante Jesús, -"Señor mío y Dios mío", le dice- es una firmación de lealtad con él y una confesión de fe en lo que ha enseñado con su entrega: que el ser humano llega a lo más alto, a participar del ser de Dios, no cuando alcanza el poder, sino cuando está dispuesto a

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servir, por amor, hasta dar la propia vida. Pero Jesús le reprocha su falta de fe: "¿Has tenido que verme en persona para acabar de

creer? Dichosos los que sin haber visto llegan a creer" Jesús sigue vivo y activo en medio de las comunidades cristianas. Y su presencia se nota, se

debe notar, no en apariciones extraordinarias, sino en que estas comunidades reproduzcan en su vida las señales de la muerte de Jesús en lo que tienen de entrega y de amor, de afirmación de la vida y de anuncio de libertad. La presencia del Resucitado en un grupo de hombres y mujeres se nota si viven como hermanos. "En la multitud de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: nadie consideraba suyo nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común" (Hch 4,32).

El camino normal para llegar a la fe del Resucitado es éste. Si para creer hay muchos que necesitan todavía "apariciones" milagrosas ello debe preocuparnos. Las señales de la presencia de Jesús no son otras que el amor fraterno porque "quien cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios, y quien ama al que le da el ser ama también a todo el que ha nacido de él" (1 Jn 5,1).

CONSUELO Y ESPERANZA: CRUZ Y RESURRECCIÓNAsunción, Última Hora, 2 abril 94

En el Nuevo Testamento se insiste en la verdad fundamental de que el Resucitado no es otro que el Crucificado: ¡el muerto vive! Las primeras comunidades unían siempre la doble realidad muerte-resurrección de Jesús. El Reino de Dios se ha hecho realidad en la vuelta triunfante a la vida de un ajusticiado.

El Padre Dios volvió a la vida al Crucificado: al Hombre que trajo Buenas Noticias a los pobres, denunció y desenmascaró las falsas divinidades y anunció al Dios siempre bueno, y por ello fue perseguido, condenado y ejecutado... Quien así había vivido y quien por ello había sido ajusticiado, fue vuelto a la vida por Dios, precisamente como su respuesta a la acción criminal e injusta de los hombres. La resurrección de Jesús es el triunfo de la justicia de Dios; la prueba de que era verdad su mensaje sobre Dios y sobre los hombres.

En cuanto crucificado-resucitado es como Jesús se diferencia inconfundiblemente de los dioses de los poderosos y de los héroes divinizados de la historia. La cruz del Resucitado es el gran distintivo que diferencia radicalmente a esta fe y a su Señor de todas las otras religiones, ideologías y utopías. La cruz hace que la fe esté arraigada en la realidad conflictiva de la vida concreta. La cruz, de esta manera, no tiene nada de superstición, ni de alienante. Es cruz que busca indefectiblemente su resurrección y al mismo tiempo es resurrección que viene de la cruz.

Cuanto más se ahonda en la cruz cristiana tanto más se ahonda en la resurrección; cuanto más profunda es la "contra esperanza" de la cruz, más viva es la "esperanza" de la resurrección.

La cruz nos trae el consuelo de que Jesús es nuestro compañero en el dolor; él nos comprende, pues sabe lo que es sufrir al igual que nosotros. La resurrección nos llena además de esperanza: triunfaremos del sufrimiento y la muerte, como Jesús triunfó también. Consuelo y esperanza son las dos caras del misterio Muerte-Resurrección de Jesús.

La esperanza cristiana no es el optimismo que espera ingenuamente más allá de la muerte, más allá de la injusticia y la opresión, sino que es esperanza contra la muerte, contra la injusticia y la opresión. Cuando San Pedro pide al cristiano que dé "razón de su esperanza" (1 Pe 3,15), se está refiriendo a un ambiente concreto de persecución: habla a gente que está padeciendo por hacer el bien (3,17). Es que la esperanza cristiana surge precisamente en el momento en que pareciera tener que desaparecer, en el momento en que la justicia y el amor no están triunfando.

Sólo así la resurrección de Jesús es una buena noticia para los crucificados del mundo, una buena noticia concreta, y no abstracta e idealista. Los crucificados de la historia son los que pueden captar más a fondo la verdad de la resurrección de Jesús.

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El triunfo de Jesús no sólo ilumina el problema de nuestra propia muerte, sino el de la muerte crucificada de muchos de nuestros hermanos. La tragedia del hombre y el escándalo de la historia consiste en la realidad existente hoy de muchos pueblos convertidos en desechos humanos, pueblos sin rostro ni figura, como el Crucificado. No hay que olvidar que son hoy millones los que de diversas formas mueren como Jesús, "a mano de los paganos", a mano de los modernos idólatras de la Economía Social de Mercado o de la absolutización del Derecho de Propiedad. Muchos hombres mueren realmente crucificados, atormentados, acomplejados, desesperados, por causa de estos dioses; muchos mueren la lenta crucifixión que les produce la injusticia estructural existente.

La esperanza, como condición para creer en la resurrección de Jesús, pasa por la práctica del amor histórico de dar ahora vida a los que están muriendo en la historia. La lucha decidida en favor de una vida plena de los hombres, es el camino para poder mantener la esperanza en la propia resurrección, al estilo de Jesús.

El Reino de Dios se ha acercado y se ha hecho realidad en la resurrección de un Crucificado; los crucificados en directo, y todos aquellos cuya muerte participa de la semejanza de una crucifixión, pueden participar también de la esperanza del Crucificado-Resucitado. Cuando la muerte propia es producto de entrega por amor a los otros y a lo que en los otros hay de indefenso, entonces se participa de lleno en la esperanza de la resurrección. No hay otro camino, que aceptar el escándalo de Jesús: su Buena Nueva es para los pobres; y su resurrección es para los crucificados.

Cuando los cristianos nos solidarizamos con el Crucificado y los crucificados, sólo entonces sabemos cómo hablar del Resucitado, cómo suscitar una esperanza y cómo hacer que vayamos viviendo ya como resucitados en la historia. Para anunciar hoy la resurrección de Jesús hay que estar en verdad junto a la cruz de Jesús y junto a las innumerables cruces actuales, que también son de Jesús. Desde los crucificados de la historia, sin pactar con sus cruces, es desde donde hay que anunciar la resurrección.

Con la resurrección de Jesús el fin del dolor y de la misma muerte está asegurado (1 Cor 15,26; Ap 20,14). Ello es motivo para acentuar aún más nuestra lucha actual en contra de todas las formas de muerte, a favor de todas las formas de vida. El nuevo cielo y la nueva tierra los estamos ya construyendo, dolorosamente, junto con Jesús, aunque ni siquiera seamos conscientes de ello. Y estamos seguros de que triunfaremos, de la mano del Resucitado…

VIVIR HOY LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

Jesús curó a un ciego de nacimiento, pero los fariseos se negaron tozudamente a creer que aquel hombre había sido ciego.

También en nuestro tiempo se ven signos de resurrección, pero nunca faltan fariseos hipócritas que se empeñan en no querer ver ningún tipo de signo esperanzador.

La resurrección de Jesús se completará en el futuro absoluto, pero empieza ya a realizarse en el presente histórico. Su resurrección no le separa de la historia, sino que le introduce en ella de una nueva forma; y los creyentes en el Resucitado debemos vivir ya como personas en proceso de resurrección.

San Pablo repite con frecuencia que la resurrección de Jesús lleva a nuestra propia transformación, a partir de esta misma vida. "Murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí mismos, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5,15).

Cuando se trata de Cristo, Pablo habla ordinariamente de resurrección, e igualmente cuando habla de la vida futura. Pero para el creyente que vive en este mundo Pablo habla de "vida" y de "hombre nuevo". El no insiste tanto en que el bautizado ha de "resucitar", sino en que ha de "vivir una nueva vida".

La nueva vida del creyente es la vida de Cristo. Por eso Pablo puede decir: "Vivo, pero no

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yo, sino que es Cristo el que vive en mí" (Gál 2,20). En cierto sentido, Pablo es Cristo viviente. Se siente a sí mismo en relación íntima con Cristo, de quien depende enteramente, sin el cual vivir ya no es vivir, y con el que todo se vuelve amor.

Pero este amor es un amor crucificado. Pablo anuncia siempre juntos la cruz y la resurrección de Cristo. Pues para anunciar la cruz como acontecimiento de salvación, es preciso que la Resurrección haya tenido lugar y dé sentido a la cruz. Sin el activo y eficaz recuerdo del Crucificado, el ideal del hombre nuevo toma un rumbo peligroso, como lo prueban los hombres que miran la historia de arriba hacia abajo tratando de someterla a la fuerza. El camino hacia el "hombre nuevo" no puede ser otro que el camino sufriente de Jesús hacia su resurrección.

Sería un grave error pensar que sólo para Jesús fueron necesarias la encarnación y la fidelidad a la historia, como si se nos ahorrase a nosotros lo que no se le ahorró a él. Sería como pretender llegar a la resurrección de Jesús, sin recorrer las mismas etapas históricas que recorrió él, desde la cruz hasta la resurrección.

Se trata, siguiendo sus huellas, de la encarnación en el mundo de los pobres, de anunciarles la Buena Noticia de Dios y su Reino, de salir en su defensa, de denunciar y desenmascarar las falsas divinidades tras las que se esconden los poderosos. La última consecuencia de esa solidaridad es la cruz. Esto es el "hacerse hijos en el Hijo", que vino "a servir y a dar la vida" (Mt 20,28). El Reino de Cristo se hace real en la medida en que hay servidores como él lo fue. El hombre nuevo cree en verdad que más feliz es el que da que el que recibe (Hech 20,35), que es más grande el que más se abaja para servir mejor (Mt 20,26).

La resurrección se presenta en medio de nosotros como "el paso de condiciones inhumanas a condiciones más humanas". Cualquier adelanto fraterno en una comunidad es ese paso, en pequeño, de la muerte a la vida. Avanzar en ser más personas, más unidos, más libres, es un caminar hacia la resurrección, junto con Cristo resucitado. Dar vista al que no ve... Hacer caminar al que no sabe avanzar... Se trata de un caminar doloroso, pero rebosante de esperanza. Todo lo que sea amor auténtico es triunfo sobre la muerte del egoísmo. Es ya la gran resurrección empezada.

La resurrección entendida así no tiene nada de pasividad. Bajo ningún concepto es alienante. Es una negativa a detenerse; negarse a vivir marginados y explotados; es una negativa a dejarse morir. Es paso de formas de muerte a formas de vida. Es no contentarse con arrastrar la existencia, sino luchar por vivir con entera responsabilidad. Luchar por hombres nuevos y un mundo nuevo, con renovadas esperanzas, a pesar de las dificultades, pues el fin de toda esclavitud está ya decretado por Dios en la resurrección de Cristo. Por ello Pablo repite exultante que "ninguna criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el Mesías Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,39).

MAS ALLÁ DE LA MUERTEAsunción, Noticias, 28 abril 91

La fe en el Resucitado nos lleva más allá de la muerte. Ya que estamos en Pascua, hoy les invito a pensar sobre nuestra propia resurrección.

¿Creemos realmente que vamos a resucitar? Normalmente los cristianos decimos que sí, pero se trata de algo tan perdido en la neblina y la lejanía, que todo se queda en una vaga esperanza sin consistencia. Si prescindimos de esas fórmulas aprendidas de memoria quizás de pequeños, mucha gente tendría que reconocer que realmente no cree en su resurrección personal como algo que realmente va a suceder.

San Pablo se quejaba ya en su tiempo de que "¿cómo dicen algunos de ustedes que no hay resurrección de muertos?" (1 Cor 15,12).

Y él mismo se pregunta "¿Y cómo resucitarán los muertos?, ¿qué clase de cuerpo tendrán?" (1 Cor 15,35). A partir de Jesús resucitado, responde diciendo que, después de la muerte, el cuerpo resucita "incorruptible, glorioso,... fuerte" (1 Cor 15,42-43); "resucita cuerpo espiritual" (15,44).

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¿Qué significa todo esto? En primer lugar hay que aclarar que en la Biblia no aparece esa división de "cuerpo" y "alma",

tal como la entendemos hoy. "Cuerpo" para la mentalidad de San Pablo no significa la parte "material", distinta al "alma". Cuerpo es el hombre todo entero, como persona. Cuerpo es la persona en su capacidad de desarrollo y comunicación. Es toda nuestra capacidad de amar, de conocer y de relacionarnos, nuestras cualidades, habilidades y gustos. Todo eso que hace que una persona sea esa persona y no otra. Lo puramente biológico, lo celular, es algo corruptible y cambiable, y no por ello, al cambiar nuestras células, decimos que somos otra persona.

Entendiéndolo así, Pablo insiste: "Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad" (1 Cor 15,53). Todo lo que realmente vale en una persona, Dios lo desarrolará hasta la plenitud. No es que Dios haga algo nuevo en lugar de lo viejo, sino que lo viejo lo hace crecer en todas sus posibilidades. Pablo quiere decir que lo temporal, histórico y perecedero se ha de convertir en algo definitivo. No es una sustitución, sino una añadidura: se trata de "revestirnos encima la morada que viene del cielo... Sí, los que vivimos en tiendas de campaña suspiramos angustiados, porque no querríamos quitarnos lo que tenemos puesto, sino vestirnos encima, de modo que lo mortal quede absorbido por la vida" (2 Cor 5,1-5).

La resurrección potencializa al máximo el "cuerpo" humano como capacidad de comunicación y desarrollo. Ya ahora somos comunión y presencia, donación y apertura para los otros, pero de una manera limitada: no podemos estar en dos lugares; estamos presos en el espacio y en el tiempo; nos comunicamos a través de palabras y signos ambiguos. Por la resurrección todos estos obstáculos son destruidos: reinará total comunión; absoluta comunicación con las personas y las cosas. El hombre-cuerpo se transfigura en espíritu-corporal, hecho total apertura y comunicación, con una personalidad plenamente realizada en todas sus dimensiones; con una vida en la que será realidad plena la verdad, la libertad, la justicia, el amor. Todo lo bueno por lo que luchamos en esta vida Jesús resucitado, tras la muerte, como regalo, nos lo entregará crecido hasta la plenitud.

Jesús resucitado es la "primicia", "el primer fruto", que anuncia la cercanía de la cosecha. La resurrección de Jesús no solo "representa" a todas las resurrecciones, sino que las precede y las posibilita; abre el futuro en cuanto futuro de vida plena. Jesús es primicia resucitada y, por tanto no le es posible no resucitar a la totalidad contenida en él. La plenitud de vida del Resucitado Primogénito tiene que vivificarnos hasta la totalidad porque en él se encuentra la totalidad de la humanidad.

JESÚS RESUCITADO ALIENTA UNA ESPERANZAAsunción, Noticias, 12 mayo 91

La cruz no es la última palabra sobre Jesús, pues Dios lo resucitó de entre los muertos. Pero su resurrección tampoco es la última palabra sobre la historia, pues Dios no es todavía "todo en todos" (1 Cor 15,28).

Jesús resucitado vive aún una esperanza. Sus hermanos y la patria humana (el universo) todavía no han sido transfigurados como él. La lucha con el poder del mal en el conflicto de la historia demuestra con claridad que todavía Dios no ha triunfado del todo. Estamos aún en camino, rodeados de flaquezas y sufrimientos. A Jesús resucitado le falta algo: nosotros; pero nosotros compartiendo, junto con él, la plenitud del triunfo.

Jesús resucitado espera que el Reino de Dios que se concretó y empezó con él llegue a un feliz término. El es Cabeza de la humanidad (Col 1,18; Ef 1,22-23); y el cuerpo de la humanidad todavía no ha alcanzado la plenitud nueva y definitiva de su Cabeza.

El Resucitado es primogénito de una creación nueva, y ha de llegar a ejercer su dominio sobre toda la creación, no sólo de derecho, sino también de hecho. Mientras la primogenitura de Cristo no se ejerza sobre toda la creación, su resurrección no habrá explotado todas sus posibilidades liberadoras. Ello quiere decir que la resurrección de Jesús continúa en cierto modo haciéndose. La fuerza liberadora del Resucitado, lejos de agotarse, se va activando con el tiempo, y

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nada ni nadie queda fuera de su radio de acción. Todo el mundo está llamado a respirar aires crísticos.

Jesús espera que se complete el número de sus hermanos. El está preparándonos un sitio en la casa del Padre (Jn 14,2). De este modo, Jesús resucitado sigue viviendo una esperanza. Sigue esperando el crecimiento del Reino entre los hombres. Jesús sigue esperando que la revolución por él iniciada del amor indiscriminado a todos, penetre cada vez más a fondo en las estructuras del pensar y el actuar humanos. Sigue esperando que el rostro del hombre futuro que permanece obscurecido por el hombre presente se haga cada vez más claro. Espera "llevar la historia a su plenitud: hacer la unidad del universo..., de lo terrestre y de lo celestial" (Ef 1,10). Espera la construcción de "un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia" (2 pe 3,13). Mientras todo esto no haya triunfado totalmente, Jesús sigue viviendo esta esperanza. Por eso todavía existe un futuro para el Resucitado.

Jesús espera además la transfiguración de toda la creación. "Ahora todo lo hago nuevo", dirá al final (Ap 21,4-5). Lo que ya está fermentando en la creación, se hará realidad. "Noche no habrá más, ni necesitarán luz de lámpara o de sol" (Ap 22,5). A través de Jesucristo tenemos esta esperanza y esta certeza porque "en su persona se ha pronunciado el sí a todas las promesas de Dios" (2 Cor 1,20).

También nosotros debemos vivir de esta misma esperanza de Cristo, convencidos de que lo importante no es el presente solo, ni el futuro solo; lo importante es el presente en función del futuro, que ya ha empezado a ser realidad en Jesucristo. Para ello contamos con la fuerza del Espíritu del Resucitado (Rom 8,11).

LA CRUZ, MISTERIO DE AMOR(Jueves Santo)

Cuenca, El Mercurio, 17 abril 87

Asunción, ABC Color, 31 marzo 94 Por la cruz Dios se pone al lado de las víctimas, de los que sufren, de los despreciados, de los

angustiados, de los pecadores... La respuesta de Dios al problema del mal es el rostro desfigurado de su Hijo, "crucificado por nosotros".

La cruz nos enseña que Dios es el primero que se ve afectado por la libertad que él mismo nos ha dado: muere por ella. Nos descubre hasta dónde llega el pecado, pero al mismo tiempo nos descubre hasta dónde llega el amor. Dios no aplasta la rebeldía del hombre desde fuera, sino que se hunde dentro de ella en el abismo del amor. En vez de tropezar con la venganza divina, el hombre sólo encuentra unos brazos extendidos.

El pecado tiende a eliminar a Dios; Dios se deja eliminar, sin decir nada. En ninguna parte Dios es tan Dios como en la cruz: rechazado, maldecido, condenado por los hombres, pero sin dejar de amarnos, siempre fiel a la libertad que nos dio, siempre "en estado de amor". En ninguna parte Dios es tan poderoso como en su impotencia. Si el misterio del mal es indescifrable, el del amor de Dios lo es más todavía.

Cristo en la cruz logra poner en el mundo un amor mucho más grande que todo el odio que podemos acumular los hombres a lo largo de la historia. La cruz nos lleva hasta un mundo situado más allá de toda justicia, al universo del amor, pero de un amor completamente distinto, que es misterio, porque está hecho a la medida de Dios.

La cruz de Cristo es el colmo de la sinrazón; la victoria más asombrosa de las fuerzas del mal sobre aquel que es la vida. Pero al mismo tiempo es la revelación de un amor que se impone al mal, no por la fuerza, no por un exceso de poder, sino por un exceso de amor, que consiste en recibir la muerte de manos de las personas amadas y el sufrir el castigo que ellas se merecen con la esperanza de convertir al amor su desamor. La omni-debilidad de Dios se convierte entonces en su omnipotencia. "Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos" (Cant 8,7).

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Dios Padre no destroza a los hombres que atacan a su Hijo, porque los ama a pesar de todo. Y por eso el Nuevo Testamento dice que el Padre "no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8,32). A pesar de los pesares, Dios está de tal forma de parte de los hombres, que el mismo gesto que el hombre realiza contra él, la misma mano que el hombre levanta contra él, los convierte en bendición para el mismo hombre.

En definitiva, la sabiduría de la cruz enseña simplemente esto: que el objeto del amor de Dios no es el super-hombre, sino estos hombres sucios y pequeños que somos nosotros. El mundo nuevo no lo crea Dios destruyendo este mundo viejo, sino que lo está haciendo con este mundo y a partir de él. El hombre nuevo no lo realiza creando a otros hombres, sino con nuestro barro de hombres viejos. Es a este hombre así desenmascarado a quien Dios ama. Y el realismo de la cruz lleva entonces a no extrañarse de nada, pero nunca lleva a rendirse.

En la cruz no solo aparece la crítica de Dios al mundo, sino su última solidaridad con él. Dios se deja afectar por lo negativo, la injusticia y la muerte. "Abandona" a su Hijo (Mc 15,34), pero no abandona a la humanidad. En la cruz de Jesús Dios estaba presente (2 Cor 5,19-21), estando al mismo tiempo ausente. Estando ausente para el Hijo, estaba presente para los hombres. Y esa dialéctica de presencia y ausencia explica con lenguaje humano que Dios es amor; un amor no expresado idealísticamente, sino bajo condiciones históricas muy concretas.

La cruz es, pues, el lugar en el que se revela la forma más sublime del amor; donde se manifiesta su esencia. Amar al enemigo, al pecador, poder estar en él, asumirlo, destruyendo su negatividad, es obra sólo de amor; es amar de la forma más sublime...

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO EN LAS LIBERACIONES DE HOYCuenca, El Mercurio, 19 abril 87

En la religiosidad popular apenas se conoce el tema de la resurrección: muy difícilmente encontramos un devoto del Señor Resucitado.

Ultimamente algunos grupos religiosos hablan con frecuencia de la Pascua. Pero a veces dejando un poco de lado el recuerdo de la Pasión. Olvidan que el que resucitó fue el Crucificado. Si se separan ambos extremos (cruz - resurrección) ambos pierden su mensaje y su fuerza.

Si predicamos únicamente a un Cristo resucitado, corremos de nuevo el riesgo de caer en la presentación de un Cristo abstracto y deshumanizado, sin rostro histórico, que no dice nada a la realidad sufriente de nuestra vida. Si la mala predicación tradicional de la cruz tiene el peligro de alienar, una predicación simplista de la resurrección puede parecer un "mal chiste" para los que se pasan la vida sufriendo, o la ideología religiosa de los que no sufren o viven en el bienestar.

Cruz y Resurrección van unidas. Lo mismo que cada día vamos muriendo un poco, también cada día podemos ir resucitando un poco. El pueblo necesita tocar y palpar sus pequeñas resurrecciones concretas, como pasos previos y preanuncio de la liberación total de la resurrección última. Sufrimos con Cristo, pero al mismo tiempo vamos ya resucitando con él.

La resurrección de Jesús se presenta en medio de nosotros como "el paso de condiciones inhumanas a condiciones más humanas". Cualquier adelanto fraterno en una comunidad ha de ser visto como ese paso, en chiquito, de la muerte a la vida: todo lo que sea progreso fraterno, ser más personas, más unidos, más libres, es un caminar hacia la resurrección junto con Cristo resucitado. Caminar doloroso cargado de esperanza. Todo lo que es amor comunitario es triunfo vivo sobre la muerte del egoísmo. Es ya la gran Resurrección empezada.

La resurrección entendida así no tiene nada de pasividad. Bajo ningún concepto es alienante. Es una negativa a detenerse, a vivir marginado y explotado; es una negativa a dejarse morir. Es paso de todas las formas de muerte a todas las formas de vida. Es no contentarse con arrastrar la existencia, sino luchar por vivir con entera responsabilidad. Luchar por hombres nuevos y un mundo nuevo, con renovadas esperanzas, a pesar de todas las dificultades, pues el fin de toda esclavitud está ya firmado por Dios en la resurreción de Cristo.

La predicación constante y adaptada de la dialéctica cruz-resurrección es el punto neurálgico de la pastoral popular. Cruz diaria del compromiso por los hermanos y resurrección diaria en los

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pequeños triunfos, siempre con una visión amplia y esperanzada del futuro histórico y del triunfo definitivo después de la Historia.

La resurrección no se comprende sin la cruz. Y la cruz no se comprende sin la resurrección. Dios se revela en el binomio cruz-resurrección. La resurrección manifiesta la realidad victorioso de Dios. Pero se llegó a ella por el camino de la solidaridad con los explotados y pobres de este mundo. La resurrección habla de la verdad del camino de Jesús; de la verdad del amor sufriente, del amor servicio. Ahí está Dios. La resurrección autentifica la lucha por toda verdadera liberación y el camino de cruz que ella supone.

¿CON QUÉ TIPO DE CUERPO RESUCITAREMOS?HACIA LA PLENITUD DE LA PERSONALIDAD HUMANA

Asunción, Última Hora, 9 abril 94 Cuando muere alguien, se le desea piadosamente que “descanse en paz”. La gente cree

normalmente que hay “algo” después de esta vida, pero se trata de algo con una calidad de existencia medio aguada, casi soñolienta, sin la viveza, la alegría y la creatividad de la vida actual. Nos imaginamos a las “almas” medio pasivas y aburridas, contemplando a Dios, sin tener nada importante que hacer.

Algunos insisten en que en “la otra vida” todos seremos iguales, sin diferencias de sexos, edad o cualidades; ya no nos interesará nada material, sino sólo lo “espiritual”. Hasta se llega a decir que esposos, padres e hijos no se reconocerán allá. Con lo que resulta un “cielo” bastante aburrido…

A la luz de San Pablo quiero intentar ahondar un poco en su mensaje sobre la resurrección de los muertos. El les aclara a los corintios, que ponían en duda la resurrección, que nuestra propia resurrección esta indisolublemente unida a la resurrección de Cristo. De modo que si nosotros no resucitamos, ni el mismo Cristo resucitó tampoco. Por eso les pregunta extrañado: “Si se predica que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes dicen que los muertos no resucitan? (1Cor 15,12). Si piensan ellos que es imposible que los muertos resuciten, entonces todo el edificio de la fe se viene abajo: ¡todos permanecen en sus pecados y los muertos mueren para siempre! (15,13-19). “Pero no, Cristo resucitó como el primero y como las primicias de los que duermen” (15,20). La resurrección de Cristo implica la resurrección de todos los que creen en él (15,21-23).

Pablo, asentada ya la resurrección de Cristo como anuncio de la resurrección de todos los creyentes, responde al segundo tema que se plantean los Corintios: “Pero algunos dirán: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué tipo de cuerpo salen?” (15,35).

En este interrogante se esconde un prejuicio: suponer que no existe más que una clase de cuerpo. Para los griegos le resultaba groseramente materialista el pensar que los hombres podían vivir en la eternidad con sus propios cuerpos. La materia y y el espíritu según ellos son incompatibles.

Pero la mentalidad judía de Pablo era muy distinta de la forma de pensar de los griegos. Pablo nunca piensa que el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma. Lo que Pablo entiende por “cuerpo” es un concepto muy distinto de lo que los griegos, y nosotros también, entendemos por “cuerpo”. El distingue entre carne, cuerpo y espíritu.

En el ser humano, la “carne”, según él, es lo meramente biológico de los órganos y los sentidos; es nuestra dimensión espacio-temporal, que nos limita y nos convierte en seres pequeños y frágiles, sujetos a sufrimientos y desgastes, tentaciones y corrupciones.

El “cuerpo”, en cambio, designa al hombre entero en cuanto persona-en-comunión-con-los-otros. En el lenguaje moderno, el concepto paulino de “cuerpo” podríamos traducirlo por “personalidad”. Se trata de la persona humana con todas sus cualidades y potencialidades: su capacidad de amar y de entender; las habilidades y características propias de su modo de ser, su

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masculinidad o feminidad, su red de relaciones sociales... Por eso no se puede hablar de supervivencia del ser humano sin incluir al cuerpo: no puede haber resurrección sin cuerpo.

Cuando Pablo habla del “espíritu” en el ser humano no se refiere al “alma”, concepto extraño para él, sino al hombre-cuerpo en la medida en que su existencia se abre hacia Dios, hacia valores absolutos, y se entiende a partir de ellos. Por eso dice él que el resucitado tiene un “cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Por la resurrección el hombre-carne (limitado y frágil) se transfigura en hombre cuerpo espiritual, o sea, llega a la plenitud de todas sus semejanzas con Dios y de su conocimiento y relacionamiento con Dios. El hombre-espíritu se abre plenamente a Dios y a sus hermanos.

La corporeidad forma parte esencial del ser humano. Lo corporal es un sacramento de encuentro con los hermanos y con Dios. En Jesucristo ha quedado patente que el cuerpo constituye el final de los caminos de Dios y del hombre. En Cristo “habita la plenitud de la divinidad en forma corporal” (Col 2,9).

En esta mentalidad no encaja la definición clásica de muerte como separación del alma y del cuerpo. Se trata más bien del paso de un tipo de corporeidad limitado, biológico y restringido, hacia otro tipo de corporeidad ilimitado, de amplios horizontes. El hombre-cuerpo al morir a este estado de su vida, puede finalmente realizar la totalidad de su ser. No abandona la materia, sino que la penetra mucho más profundamente.

La muerte es un segundo nacimiento. El niño en el seno de su madre, a los nueve meses, necesita morir a su primer estado de vida, para poder así seguir desarrollándose. Quedarse por más tiempo en el seno materno es mortal. Así necesitamos también nosotros romper la matriz de la historia espacio-temporal para poder llegar a la plenitud del crecimiento, por la que tanto hemos pateado en esta vida. En los dos senos maternos, la criatura se ve empujada y apretada por todas partes hacia afuera, sin saber del todo que al otro lado de ese pasaje estrecho, doloroso y sangriento le esperan horizontes nuevos...

A este lado la puerta de la muerte se nos presenta fea, negra y repelente; pero al otro lado, la misma puerta es hermosa, pintada de blanco, el color de la victoria, pues tras ella se llega a la plenitud del amor, de la conciencia y la fraternidad, siempre buscadas con afán en esta vida, pero nunca alcanzadas del todo.

La muerte es el nacimiento al querer verdadero y pleno. La conquista definitiva de la libertad, sin ningún tipo de amarres o restricciones. La sensibilidad humana, limitada acá por el tiempo y el espacio, se libera por fin de esas trabas, y puede abrirse a una capacidad inimaginable de percepciones. El amor podrá por fin entregarse totalmente en la más pura libertad.

En este estado de vida el hombre exterior va muriendo biológicamente poco a poco, hasta acabar de morir. Pero el hombre interior va creciendo continuamente en su personalidad, y se va abriendo cada vez más hacia el amor y la integración, hasta acabar de nacer del todo. El pleno desarrollo del hombre interior (personalidad) precisa la muerte del hombre exterior (vida biológica) para poder desarrollarse y avanzar, como el paso necesario hacia otro nivel de vida plena, personal y comunitariamente.

Para la fe cristiana la resurrección no tiene nada que ver con la revivificación de un cadáver, sino con la total realización de las capacidades de la persona humana, superadas ya las limitaciones actuales. Desde el momento en que se traspasa el umbral de la muerte, cada persona entra en un modo de ser nuevo que implica la abolición de las coordenadas de tiempo y espacio, pasando a la atmósfera de Dios que es la eternidad. Se acaba la espera. Todo cuanto cada uno alimentó e intentó desarrollar en esta vida, como un regalo de Dios, llega entonces a su plenitud.

El ser humano es ante todo un poder-ser, que anhela profundamente revelarse en su plenitud total. La resurrección lleva a cabo la utopía de la total realización de cada ser humano en todo lo que tiene de típico de su personalidad. En la resurrección cada uno tendrá el cuerpo correspondiente a su personalidad, capaz de expresarla total y adecuadamente.

En esta vida el cuerpo no puede expresar con exactitud la riqueza de cada personalidad. Pero después del segundo nacimiento el ser humano estará libre de todo tipo de obstáculos y podrá desarrollar una perfecta adecuación espíritu-cuerpo-mundo.

Cada persona quedará plenamente realizada y llena de Dios. Al mundo de la carne, de la pequeñez, la debilidad y la corrupción, sigue y reemplaza un mundo divino de dominio y plenitud, de incorrupción y de gloria (1Cor 15,42s). Entonces Dios y Cristo serán todo en todas las cosas (Col

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3,11; 1Cor15,28).

CRUZ - RESURRECCIÓN

En la religiosidad popular apenas se conoce el tema de la resurrección: muy difícilmente encontramos un devoto del Señor Resucitado.

Ultimamente algunos grupos religiosos hablan con frecuencia de la Pascua. Pero a veces dejando un poco de lado el recuerdo de la Pasión. Olvidan que el que resucitó fue el Crucificado. Si se separan ambos extremos (cruz - resurrección) ambos pierden su mensaje y su fuerza.

Si predicamos únicamente a un Cristo resucitado, corremos de nuevo el riesgo de caer en la presentación de un Cristo abstracto y deshumanizado, sin rostro histórico, que no dice nada a la realidad sufriente de nuestra vida. Si la mala predicación tradicional de la cruz tiene el peligro de alienar, una predicación simplista de la resurrección puede parecer un "mal chiste" para los que se pasan la vida sufriendo, o la ideología religiosa de los que viven en la opulencia.

Cruz y Resurrección van unidas. Lo mismo que cada día vamos muriendo un poco, también cada día podemos ir resucitando un poco. El pueblo necesita tocar y palpar sus pequeñas resurrecciones concretas, como pasos previos y preanuncio de la liberación total de la resurrección última. Sufrimos con Cristo, pero al mismo tiempo vamos ya resucitando con él.

La resurrección de Jesús se presenta en medio de nosotros como "el paso de condiciones inhumanas a condiciones más humanas". Cualquier adelanto fraterno en una comunidad ha de ser visto como ese paso, en chiquito, de la muerte a la vida: todo lo que sea progreso fraterno, ser más personas, más unidos, más libres, es un caminar hacia la resurrección junto con Cristo resucitado. Caminar doloroso cargado de esperanza. Todo lo que es amor comunitario es triunfo vivo sobre la muerte del egoísmo. Es ya la gran Resurrección empezada.

La resurrección entendida así no tiene nada de pasividad. Bajo ningún concepto es alienante. Es una negativa a detenerse, a vivir marginado y explotado; es una negativa a dejarse morir. Es paso de todas las formas de muerte a todas las formas de vida. Es no contentarse con arrastrar la existencia, sino luchar por vivir con entera responsabilidad. Luchar por hombres nuevos y un mundo nuevo, con renovadas esperanzas, a pesar de todas las dificultades, pues el fin de toda esclavitud está ya firmado por Dios en la resurrección de Cristo.

La predicación constante y adaptada de la dialéctica cruz-resurrección es el punto neurálgico de la pastoral. Cruz diaria del compromiso por los hermanos y resurrección diaria en los pequeños triunfos, siempre con una visión amplia y esperanzada del futuro histórico y del triunfo definitivo después de la Historia.

La resurrección no se comprende sin la cruz. Y la cruz no se comprende sin la resurrección. Dios se revela en el binomio cruz-resurrección. La resurrección manifiesta la realidad victorioso de Dios. Pero se llegó a ella por el camino de la solidaridad con los explotados y pobres de este mundo. La resurrección habla de la verdad del camino de Jesús; de la verdad del amor sufriente, del amor servicio. Ahí está Dios. La resurrección autentifica la lucha por toda verdadera liberación y el camino de cruz que ella supone.

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JESÚS SIGUE MURIENDO Y RESUCITANDO HOYAsunción, Última Hora, 1 abril 99

En estos días de Semana Santa renovamos nuestra fe cristiana, que nos enseña que el misterio de la muerte y resurrección de Cristo se renueva de continuo en los dolores y los triunfos de nuestras vidas.

La sangre derramada del Dr. Argaña, de su chofer, de los Jóvenes por la Democracia y los campesinos es sangre de Cristo, sangre purificadora y resucitadora. En todo ser humano que sufre, sufre Cristo también; y en todo ser humano que triunfa, triunfa Cristo también El Jesús de la Historia es la imagen viva de la solidaridad de Dios con la humanidad. Tan profundamente se unió él al destino humano, que sigue sufriendo, muriendo y resucitando cada día...

La muerte del Dr. Argaña y las muchas víctimas frente al Congreso nos han conmovido a todos. En ellos, decimos, muere y resucita Cristo. Pero la presencia del Cristo doliente es universal, y tenemos, por ello, que ampliar nuestra mirada. Por desgracia, siguen existiendo multitud de verdugos, personales y estructurales, que tienen por profesión hacer sufrir al pueblo. El número de sus víctimas es sin cuento. Y la mayoría de las veces ni nos queremos enterar siquiera.

El otro domingo fui a dar un paseo al fondo del basural de Cateura. Allá, al borde maloliente de un derrame de agua lixiviada, encontré a una pareja con cuatro hijos hurgando debajo de un cargamento de carne podrida, aleteada por un mar viscoso de moscas verdes. Debajo de aquella asquerosidad habían detectado un poco de locotes y naranjas que estaban "sólo mediopodridas". Metidos en aquel fango hasta las rodillas, le arrojaban locotes al hijo menor, de unos tres años, que esperaba fuera del fango y los engullía con frenesí, sin fijarse siquiera en lo sucios que estaban. No recuerdo haber presenciado nunca una imagen tan patética de lo que es el hambre de un niño. Dialogué con ellos y me contaron que eran concepcioneros que acababan de llegar, empujados por el hambre... ¿No estaba en el hambre de ese niño, comiendo con frenesí locotes podridos, el mismo Jesús presente en la sangre derramada del Dr. Argaña? ¿Quién clavó a ese niño en la cruz del hambre? ¿Quiénes son los responsables? Es probable que tras la niebla jurídica se escondan acaparadores de tierras que a este lado se presentan como "auténticos demócratas" y hasta "salvadores del pueblo"...

La realidad es que la pasión de Cristo se sigue renovando cada día en la carne de los empobrecidos y de todos los sufrientes. La crucifixión es una realidad de todos los días. Jesucristo sufre hoy en el peón desconocido, al que le pagan una miseria por un trabajo esporádico. Vive en muchas mujeres, despreciadas por todos, aun por sus maridos. Vive en los niños maltratados, sin escuela y sin porvenir. En los ancianos marginados. En los enfermos mal atendidos. En los sin tierra y los sin techo. En los desesperados que se refugian en la droga. En el profesional competente marginado por su honradez. En el político que, por buscar el bien común, es asesinado de diversas formas. En las parejas con problemas graves. En los jóvenes desilusionados. En los complejos de los homosexuales. En los que se suicidan, lentamente o de una vez. Ellos nos muestran el rostro sufriente de Cristo, arrastrando cada día sus cruces subiendo a un millón de calvarios. Y en ellos él espera nuestra comprensión y nuestra solidaridad.

Optar por la cruz de Cristo es decidirse a seguir a Jesús de cerca, por amor, con todas sus consecuencias. No se trata de aguantarlo todo, al estilo de los fariseos o los estoicos. Ni de entregarse al masoquismo del sufrimiento por el sufrimiento... Ello sería una cruz sin Cristo.

La cruz de Cristo es el signo profético de la más sagrada rebeldía en contra de todo tipo de engaño y opresión. Seguir al Crucificado lleva a luchar para que haya más respeto a la dignidad humana, más solidaridad con los crucificados de la historia, más fraternidad, una más auténtica democracia...

La cruz de Cristo nos enseña que no se trata de cerrar los ojos a la realidad negativa del mundo, sino de transformar la realidad con los ojos bien abiertos. El Viernes Santo no es una invitación al perdón ingenuo, que permite que sigan tragándose al rebano los lobos con piel de cordero... Hay gente con máscara de "demócrata", pero con corazón y garras de torturador... Saber descubrir hoy los rostros sufrientes de Cristo lleva a combatir eficazmente los mecanismos productores de cruces.

Optar hoy por la cruz de Cristo significa también animarse a asumir libremente todo lo que cuesta en este mundo ser honrado y comprometido por el pueblo. Se trata de aceptar los propios sufrimientos en unión con Jesús, con una actitud semejante a la suya, sin odios ni venganzas, pero con un tremendo realismo.

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Jesús nos enseña a sufrir y a morir de una manera diferente; no a la manera de la resignación, sino en la fidelidad a una causa llena de esperanza. No basta cargar la cruz; la novedad cristiana es cargarla como Cristo la cargó y con el mismo fin con que él lo hizo: llegar a la resurrección...

Resurrección en los bañadosAsunción, Última Hora, 6 julio 98

La resurrección es para los crucificados. Así sucedió con Jesús y así sigue pasando con innumerables crucificados de nuestro mundo, a pesar de que los "poderosos” se esfuerzan en que continúen para siempre en sus tumbas.

Los bañados de Asunción son un laboratorio en el que se entrecruzan y chocan fuerzas de muerte y de vida. Todo descarada y descarnadamente, sin tapujos ni máscaras. Todo está a la luz de la calle. Es como si rayos X vibraran en el ambiente, desnudando a la gente y a las instituciones. Acá se ve más allá de la piel... Y resulta que no todos los que presumen de carita de buenos tienen sanos sus sentimientos. Y los famosos en maldad, a la hora de la verdad, aparecen con un gran corazón. De la basura pueden germinar bellas flores...

Quiero presentar tres casos concretos en los que de los despreciados bañados florecen solidaridades, conversiones sinceras y trabajo responsable.

JUANITA, LA “BASURA”CONVERTIDA EN "ANGELITO”

En estos días pasados sufrimos una terrible convulsión en la zona del basural de Cateura. Un joven "ganchero” vio caer del camión de la basura una bolsa negra pesada y, al desgarrarla, quedó petrificado al contemplar el cuerpecito inerte de una hermosa niña, gordita y con un ombligo totalmente sano, ya sin cordón. El trabajo de los gancheros se detuvo. Enseguida se levantó un clamor de dolorosa protesta. Y el clamor lilencioso se convirtió en tumulto al descubrir que la niña tenía clavada hasta el fondo dentro de la boca una tijera que la había descoyuntado.

Lavaron con

clamoroso dolor a la criatura. La lloraron, la vistieron de “angelito”, la velaron por toda la noche, le compraron un hermoso ataúd... Me rogaron que la bautizara. ¡Juanita sería su nombre! Desde el primer momento tuvo papá y mamá. Todos la sentían como algo suyo propio. A aquel ser tirado como ‘basura”, ellos lo habían convertido de nuevo en criatura humana. Fue enterrada como gente y como cristiana. Esa era la conversación común entre la multitud de trabajadores del basural. Diversas señoras gritaban con dolor por qué no le habían entregado a ellas en adopción aquella hermosa niña para poder criarla con todo cariño... En estos días siguientes nunca faltan las flores y las velas en su sepultura, situada junto a otras semejantes en la orilla del basural. Ya tienen los ladrillos y azulejos necesarios para construirle un panteoncito.

El basural puso al descubierto una horrenda maldad: alguien, seguramente un familiar, asesinó cruelmente a una niña de algo más de una semana de vida y pensó que el basural iba a ocultar para siempre su maldad, tanto que ni siquiera se preocupó de sacar de la boca de la pequeña el arma asesina. Pero los habitantes del basural pusieron al descubierto su crimen y lo solucionaron en lo que ellos podían realizar: dignificar aquel cuerpo mártir. Una vez más quedó al descubierto el mal corazón de alguien de “arriba” y el buen corazón de los de “abajo”, los de la basura... ¡En su solidaridad vibra una vez más la fuerza de la resurrección!

WALTER, EL DROGADICTO QUE OPTÓ POR LA VIDATres días después del entierro honroso de Juanita, la comunidad celebraba con gozo el matrimonio de Walter,

un joven del barrio que a lo largo de doce años había sido "caballo loco”, alcohólico y drogadicto, con toda la secuela que ello acarrea de apresamientos, depresiones y sufrimientos familiares sin fin. Después de dos años de una vida sana, acaba de celebrar su matrimonio con una linda y honrada joven, Tamara, locutora de la radio comunitaria del barrio. Walter ha pasado a ser el ideal de muchos jóvenes.

En la actualidad es alegre y servicial, se gana la vida con un trabajo honrado y es dirigente de una comunidad

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cristiana. Se lo sigue viendo corretear el barrio, pero ahora lo que lleva de un lugar para otro es la Biblia y una guitarra.

El día de su boda toda una mesa de invitados era de drogadictos que soñaban con cambiar y ser como él. De nuevo la vida triunfa sobre la muerte...

RECONSTRUCCIÓN COMUNITARIA"El río ya está en el río”, se oye comentar a las vecinas. La inundación se acabó

y cantidad de familias trabajan incansablemente en el arreglo de sus casas, enmohecidas por largos meses pasados bajo agua. El aspecto es desolador, pero el ánimo vibra con fuerza. La familia paraguaya es casera, el arreglo de su casa es lo primero.

Y ello se cumple aun en las condiciones tan lamentables como queda un barrio después de haber pasado varios meses de inundación. Da gusto pasear sábados y domingos por estas enlodadas calles: multitud de familias se afanan en adecentar sus hogares.

Una carga de escombros y una bolsa de cal son los bienes más preciados. En la medida en que pueden, revocan sus paredes y arreglan huecos en el techo. Los más pequeños limpian el patio y la entrada. Los organismos de “arriba" todavía están planificando cómo “desinfectar” estos lugares, pero, como piensan a lo lejos, no ven cómo cada tardecita una caravana de gente sube a los campamentos después de haber arreglado un poco más sus casas para poder vivir con decencia.

Y los fines de semana trabajan duro. En esta actividad febriI de multitud de familias por arreglar sus viviendas, a pesar de no haber recibido aun ningún tipo de ayuda, vibra de nuevo la fuerza del Resucitado. La vida vence a la desidia, a los hipócritas y lentos planes oficiales, a los prejuicios y al mal ejemplo de los vecinos "limosneros". Cantidad de estos habitantes del Bañado Sur son trabajadores honrrados, que se esfuerzan sobremanera por dignificar su vida personal y familiar.

Desde lejos, con mirada miope, muchos asuncenos sólo conocen a la gente del Bañado que se les acerca machaconamente pidiendo de rodillas limosnitas.

O a los “caballos locos” que se anidan en los bajos. Pero ellos no son los representantes genuinos de los bañados. Acá habitan multitud de familias honradas, que viven de su trabajo y se esfuerzan por progresar y ofrecer un futuro digno a sus hijos, gente unida que quiere ser cada vez, más fraterna.

EXPERIENCIAS PASCUALES

En 1976 vivimos en Paraguay la "pascua dolorosa". Veintitrés años después hemos vivido una "pascua democrática". Aquélla fue fruto de una cruel dictadura, pretendiendo acallar la voz esperanzadora de las Ligas Agrarias; ésta ha surgido de la nueva toma de conciencia frente a intentos de nuevo dictatoriales. En las dos pascuas ha habido represión, sangre, víctimas... Y de las dos ha nacido esperanza... Esto es precisamente la Pascua: unión triunfante de dolor y esperanza, opresión y liberación, muerte y vida...

Entre la "pascua dolorosa" y la "pascua democrática" se extiende un largo caminar de maduración de la conciencia ciudadana. Los acontecimientos de marzo llevaban mucho tiempo gestándose. La sangre campesina derramada hace 23 años y la sangre joven derramada en la actualidad, como semillas fecundas, han ido produciendo en el país nuevas actitudes de conciencia crítica creativa. Ha sido un caminar doloroso y a veces confuso, pero gestador de esperanza. La sangre de nuestros mártires no ha caído en el vacío. Y esos frutos es necesario que sepamos verlos, estimarlos y desarrollarlos, superando las propagandas de la mentira y la confusión, auténtico veneno matador de esperanzas.

La última Pascua, como toda pascua, ha desenmascarado muchas falsedades y ha puesto al descubierto corrupciones hasta ahora ocultas por paños de doble cara. Gente que se presentaba con aureola de santo resulta ahora que no eran sino fríos asesinos; algunos que juraban honradez a

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toda prueba han probado tener una mano muy grande metida en la lata; pretendidos pacifistas resulta que poseían un arsenal de grueso calibre; salvadores del pueblo, llenos de promesas, aparecen como masacradores del pueblo, llenos de crueldad; "paraguayos" a ultranza se convierten en prófugos en el extranjero, calumniadores de su patria... ¡Se les ha obligado a desenmascarar sus hipocresías, y ello es un acontecimiento pascual!

Lamentablemente aun queda gente que sigue prefiriendo la tibieza de la resignación o el ardor de la adulación, u aun hay quienes añoran la calentura de las "comisiones garrote". Prefieren que otros piensen y decidan por ellos. Les gusta roer los zoquetes que les tiran los de arriba, aunque para ello tengan que inspirar la atmósfera babeante de la corrupción.

Pero también cada vez hay más personas que van tomando gusto a respirar aire puro. En esta Pascua se desencadenó un vendaval, con truenos y rayos ciertamente, pero que disipó cantidad de "gases lacrimógenos". El escozor de los ojos restregados con frenesí consiguió limpiar cantidad de escamas dictatoriales que a muchos les impedía ver la realidad.

Dice San Juan que "todo el que practica la justicia ha nacido de Dios" (1Jn 2,29). En esta Pascua, nueva manifestación de Dios, se han dado nuevos pasos en la construcción de la justicia. Los dos sectores más dinámicos de nuestra patria, la juventud y el campesinado, han tenido un protagonismo coordinado, hasta ahora inédito. El país entero, a través de los medios de comunicación, ha vibrado al unísono, como nunca antes se había logrado. Se afianza la separación de poderes. Se ha conseguido la destitución de gobernantes y legisladores indecorosos. Están en marcha procesos para enjuiciar y castigar a masacradores del pueblo. Se han roto añosas barreras de separaciones partidarias fanáticas. Se están incubando, al calor de la esperanza, nuevos proyectos de desarrollo... Con esfuerzo aunado se lucha por el paso de condiciones de vida inhumanas a condiciones más humanas. Buscamos ser más personas, más conscientes, más unidos, más libres...

Jóvenes que desnudan su pecho a balas sicarias en defensa de la democracia son símbolo sagrado de una patria nueva. Y madres que se sienten orgullosas de estos hijos suyos nos llenan de esperanza. Algo nuevo está naciendo a lo largo y ancho de la patria...

Pero aun falta mucho. No podemos bajar la guardia. Los filos punzantes de la inconsecuencia, la caradura y la corrupción comienzan a herir de nuevo las carnes tiernas de nuestra democracia. Antiguos torturadores aparecen una vez más poniendo cara bobalicona de ingenuos. Viejos ladrones, hambreados por su abstinencia forzada de poder, meten otra vez su asquerosa mano en el erario público. Sigue funcionando la máquina creadora de mentiras. Abogados badulaques siguen cortando en el aire pelos juridicistas para defender lo indefendible... Y los perros falderos, acostumbrados a vivir de migajas, una vez más lamen con fruición las manos y la cara de los nuevos ostentadores del poder.

Todo esto no debe extrañarnos, ni desanimarnos. Los triunfos nunca se consiguen de una sola vez. La construcción de la justicia es un quehacer permanente. Una paz verdadera, fruto de la justicia, implica lucha, capacidad inventiva, conquista permanente... Siguiendo el ejemplo de Cristo, hay que hacer frente con audacia y valentía al egoísmo, a las injusticias personales y estructurales. Y todo ello no se consigue sin amor: La construcción de una paz auténtica es fruto de un profundo amor fraterno...

La muerte y resurrección de Jesús no es sólo un acontecimiento del pasado. Es una realidad del presente y del futuro. Él está vivo hoy, muriendo y resucitando con nosotros. La resurrección de Jesús se completará en el futuro absoluto, pero empieza ya a realizarse en este presente histórico. Por eso la Pascua cristiana no puede tener nada de pasividad. Es una negativa a detenerse, a vivir marginado, a dejarse engañar o explotar. Es paso de formas de muerte a formas de vida. Es luchar por hombres nuevos y un mundo nuevo, con renovadas esperanzas, a pesar de las dificultades, pues el fin de toda esclavitud está ya decretado por Dios en la resurrección de Cristo.

¿ES AUN PASCUA?

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En 1976 vivimos en Paraguay la "pascua dolorosa". Veintitrés años después hemos vivido una "pascua democrática". Aquélla fue fruto de una cruel dictadura, pretendiendo acallar la voz esperanzadora de las Ligas Agrarias; ésta ha surgido de la nueva toma de conciencia frente a intentos de nuevo dictatoriales. En las dos pascuas ha habido represión, sangre, víctimas... Y de las dos ha nacido esperanza... Esto es precisamente la Pascua: unión triunfante de dolor y esperanza, opresión y liberación, muerte y vida...

Entre la "pascua dolorosa" y la "pascua democrática" se extiende un largo caminar de maduración de la conciencia ciudadana. Los acontecimientos de marzo llevaban mucho tiempo gestándose. La sangre campesina derramada hace 23 años y la sangre joven derramada hace unos meses, como semillas fecundas, han ido produciendo en el país nuevas actitudes de conciencia crítica creativa. Ha sido un caminar doloroso y a veces confuso, pero gestador de esperanza. La sangre de nuestros mártires no ha caído en el vacío. Y esos frutos hay que saber verlos, estimarlos y desarrollarlos, superando las propagandas de la mentira y la confusión, auténtico kupi´i, devorador de esperanzas.

La Pascua de este año, como toda pascua, ha desenmascarado muchas falsedades y ha puesto al descubierto corrupciones hasta ahora ocultas por paños de doble cara. Gente que se presentaba con aureola de santo resulta ahora que no eran sino fríos asesinos; algunos que juraban honradez a toda prueba han probado tener una mano muy grande metida en la lata; pretendidos pacifistas resulta que poseían un arsenal de grueso calibre; salvadores del pueblo, llenos de promesas, aparecen como masacradores del pueblo, llenos de crueldad; "paraguayos" a ultranza se convierten en prófugos, calumniadores de su patria... ¡Se les ha obligado a desenmascarar sus hipocresías, y ello es un acontecimiento pascual!

Cada vez hay más personas que van tomando gusto a respirar aire puro. En esta Pascua se desencadenó un vendaval, con truenos y rayos ciertamente, pero que disipó cantidad de "gases lacrimógenos". El escozor de los ojos restregados con frenesí consiguió limpiar cantidad de escamas dictatoriales que a muchos les impedía ver la realidad.

Dice San Juan que "todo el que practica la justicia ha nacido de Dios" (1Jn 2,29). En esta Pascua, nueva manifestación de Dios, se han dado nuevos pasos en la construcción de la justicia. Los dos sectores más dinámicos de nuestra patria, la juventud y el campesinado, han tenido un protagonismo coordinado, hasta ahora inédito. El país entero, a través de los medios de comunicación, ha vibrado al unísono, como nunca antes se había logrado. Se afianza la separación de poderes. Se ha conseguido la destitución de algunos gobernantes y legisladores indecorosos. Están en marcha procesos para enjuiciar y castigar a masacradores del pueblo. Se han roto añosas barreras de separaciones partidarias fanáticas. Se están incubando, al calor de la esperanza, nuevos proyectos de desarrollo... Con esfuerzo aunado se lucha por el paso de condiciones de vida inhumanas a condiciones más humanas. Buscamos ser más personas, más conscientes, más unidos, más libres...

Jóvenes que, en defensa de la democracia, desnudan su pecho a balas sicarias son símbolo sagrado de una patria nueva. Y madres que se sienten orgullosas de estos hijos suyos nos llenan de esperanza. Algo nuevo está naciendo a lo largo y ancho de la patria...

Pero aun falta mucho. No podemos bajar la guardia. Lamentablemente aun queda gente que sigue prefiriendo la tibieza de la resignación o el ardor de la adulación, y hasta hay quienes todavía añoran la calentura de las "comisiones garrote". Prefieren que otros piensen y decidan por ellos. Les gusta roer los zoquetes que les tiran los de arriba, aunque para ello tengan que inspirar la atmósfera babeante de la corrupción.

Los filos punzantes de la inconsecuencia, la cara dura y la corrupción comienzan a herir de nuevo las carnes tiernas de nuestra democracia. Antiguos torturadores aparecen una vez más poniendo cara bobalicona de inocentes. Viejos ladrones, hambreados por su abstinencia forzada de poder, meten otra vez su asquerosa mano en el erario público. Sigue funcionando la máquina creadora de mentiras. Abogados badulaques siguen cortando en el aire pelos juridicistas para defender lo indefendible. Siguen las luchas por el poder, impregnadas de sectarismo. Antiguos "brujos" se dedican ahora a la "caza de brujas". No se ha desterrado el sistema prebendario tradicional. Y los perros falderos, acostumbrados a vivir de migajas, una vez más lamen con fruición las manos y la cara de los nuevos "poderosos".

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La verborrea politiquera continua salpicando de saliva maloliente la atmósfera del país. De nuevo comienzan los coqueteos impúdicos. Y los auténticos problemas sociales permanecen secos, encerrados en el silencio de la irresponsabilidad. Mientras nuestra situación social siga siendo calamitosa, se seguirá calentando, cada vez más peligrosamente, la caldera de las explosiones desesperadas...

Todo esto no debe extrañarnos, ni desanimarnos. Los triunfos nunca se consiguen de una sola vez. La construcción de la justicia es un quehacer permanente. Una paz verdadera, fruto de la justicia, implica lucha, capacidad inventiva, conquista permanente... Siguiendo el ejemplo de Cristo, hay que hacer frente con audacia y valentía al egoísmo, a las injusticias personales y estructurales. Y todo ello se consigue a base de un amor auténtico, que florece con fuerza en el corazón de muchos paraguayos: La construcción de una paz auténtica es fruto de un profundo amor fraterno, valiente y creativo...

La muerte y resurrección de Jesús no es sólo un acontecimiento del pasado. Es una realidad del presente y del futuro. Su amor sigue vivo hoy, muriendo y resucitando en nosotros. La Pascua cristiana no tiene nada de pasividad. Es una negativa a detenerse, a vivir marginado, a dejarse engañar o explotar. Es paso de formas de muerte a formas de vida. Es luchar por hombres nuevos y un mundo nuevo, con renovadas esperanzas, a pesar de las dificultades, pues el fin de toda esclavitud está ya decretado por Dios en la resurrección de Cristo.

¡Es aun Pascua! El Parlamento Juvenil y el Foro Ciudadano lo demuestran.

La “Pasión de Cristo” según GibsonAsunción, Última Hora, 15 mayo 2004

No sé si alguna película habrá suscitado reacciones tan contradictorias como ésta. Parece que nadie que la ve queda indiferente. A mí me gusta la película. Su visión me ha producido consuelo, serenidad y esperanza; y una exigencia inmensa de comprometerme cada vez más a fondo con la humanidad sufriente.

Pienso que las reacciones tan diversas dependen de la teología desde la que se vea la película. Si se mira el film con lentes fundamentalistas, fácilmente se encuentran multitud de críticas, generalmente superficiales y aun agresivas. Se discute demasiado sobre su historicidad. La verdad es que no sabemos detalles de lo ocurrido, pero sabemos que aquellas crucifixiones eran muy crueles, precisamente porque buscaban escarmentar al pueblo.

Si vemos la película creyendo que tanta crueldad fue una exigencia de Dios para lavar las faltas con las que le ofendemos los humanos, la película resulta angustiante. Puede ocasionar ataques cardíacos, y quizás ataques mortales en contra de la fe en un Dios tan sádico... Y si se ve sin fe, tanta sangre resulta inútil y de mal gusto...

Mi experiencia y mi propuesta, en cambio, es ver la película desde la Teología de la Encarnación. Recomiendo meditar Hebreos 2,14-18 y 4,15-16. En estos textos se insiste en que “se hizo en todo semejante a nosotros”; padeció nuestros problemas y sufrimientos para así podernos comprender por propia experiencia, de forma que lo sintamos íntimamente solidario y podamos por consiguiente acercarnos a él con toda confianza.

Al ver tan crudamente en la película de Gibson cómo Jesús derramaba su sangre no podía dejar de ver la sangre de los niños afganos o las mujeres irakíes, la sangre de los obreros y estudiantes de los trenes de Madrid o de los empleados de las torres de Nueva York. Se me presentaban, como telón de fondo, las caras desnutridas de los ancianos o los enfermos sin atención de los habitantes de nuestros suburbios y nuestros campos, tan cercanos y tan desconocidos. Me espeluznaban las caras de los soldados recordando la crueldad de los torturadores de Stroessner. Sentía la solidaridad divina con todos los ensangrentados de la Historia. Y ello me consolaba, me tranquilizaba y me daba nuevos bríos para seguir luchando. Experimentaba que el amor de Dios llegó en la Pasión de Cristo hasta la solidaridad absoluta con todos los ensangrentados de este mundo cruel...

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Por eso decía que si contemplamos esta película desde el misterio de la Encarnación de Dios, resulta consoladora y comprometedora. Es Dios el que derramó aquella primera lágrima que revolucionó al mundo... Pero si cerramos los ojos ante la sangre derramada de Cristo, seguramente los cerraremos también ante la realidad sangrante de tantos seres humanos, que nos salpica por cercana, pero no nos conmueve ni nos compromete...

No se trata de despreciar a judíos o a romanos. Es la humanidad entera la que queda mal en la película. ¡Y en la vida real también! La dimensión de la crueldad humana es terrorífica. Tenemos millones de dólares para investigar si hace años luz hubo agua en el planeta Marte, pero no hay plata para impedir que millones de personas mueran de sed, de ignorancia, de enfermedades curables... ¡Y Jesús sufre de nuevo muertes sangrantes en cada uno de ellos, esperando siempre nuestro compromiso solidario y eficiente!

Es asombroso el respeto de Dios a la libertad humana. Él puso la marcha de la Historia en nuestras manos, y aun espera que nos lo tomemos en serio... Pero seguimos matando con crueldad al Hijo de Dios, a millones de Hijos de Dios, y luego nos pasamos la vida discutiendo tonteras o queriendo arreglar cosas insignificantes. La única gloria de Dios es preocuparnos en serio, con eficacia, de tanta sangre y lágrimas derramadas por doquier. Siguen corriendo arroyos de sangre de Hijos de Dios... ¡Pero nos molesta una película sobre la Pasión de Cristo porque derrama demasiada sangre! ¡Mundo hipócrita!

La película de Gibson no es una obra de teología; ni lo puede ser. Es una obra de arte suficientemente histórica. La Teología la pone cada uno, según el color de los lentes de su fe.