el día que francisco me invitó a pescar

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Pasear en bicicleta es un placer. Ese día montaba la bicicleta de mi hermano cuando escuché una voz lejos que gritaba mi nombre, - ¡Enrique, Enriqueeé!-, paré, al mirar hacia atrás reconocí a Francisco Bermúdez. Cuando estuvo cerca, me dijo: - Enrique, ¿Vamos a pescar al Trapiche?-. lugar aguas arriba del hermoso río Coco que corre a la orilla del pueblo de Ocotal, el nombre “Trapiche” lo había escuchado más de una vez. Con Francisco nunca tuve una amistad para decir que ahí no más iba aceptar una invitación de ese tipo. El continuó: -“Llevo un rifle 22 con mira telescópica para cazar cualquier animal que salga en el camino”-. Lo que dijo fue suficiente para atrapar mi vocación de cazador, la idea me gusto tanto que veloz dije que yo iba a llevar una caja de balas, él dijo, -la caja trae 50 balas, entonces compra la mitad de sólidos y la otra mitad de explosivos-. Lo extraño era la invitación de un individuo con el cual nunca había tenido amistad alguna. Pero bien, me gustó la idea del rifle miratelescópica, porque es fantástico disparar a un objeto, que aunque esté lejos tú lo miras como si estuviera ahí cerca a poca distancia de tí. La intención principal era probar ese rifle. Compré dos cajas, total cien balas, por sino se encuentra nada que cazar, entonces tenía la idea de practicar tiro al blanco en cualquier objeto del camino. Después de comprar las balas, me fuí a esperar al lugar donde llegó Francisco en compañía de Mario García y Rolando López. A Rolando le decían el Gavilán, le pusieron así porque Rolando era el roba gallinas del vecindario. Al río Coco había ido a pescar pero cerca del pueblo donde rápido, cualquiera, podía con un anzuelo sacar del agua muchas mojarras, carpas, guapotes y bagres que aquí en Chicago llamamos catfish. Al caminar de Ocotal buscando la salida sur, uno se encuentra con la playa blanca, el agua cristalina, adornada en la rivera con enormes sauces tristes de ramas encorbadas que miran hacia la corriente buscando encontrar algo que se ha perdido. 1

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Pasear en bicicleta es un placer. Ese día montaba la bicicleta de mi hermano cuando escuché una voz lejos que gritaba mi nombre, -¡Enrique, Enriqueeé!-, paré, al mirar hacia atrás reconocí a Francisco Bermúdez. Cuando estuvo cerca, me dijo: - Enrique, ¿Vamos a pescar al Trapiche?-. lugar aguas arriba del hermoso río Coco que corre a la orilla del pueblo de Ocotal, el nombre “Trapiche” lo había escuchado más de una vez. Con Francisco nunca tuve una amistad para decir que ahí no más iba aceptar un

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Pasear en bicicleta es un placer. Ese día montaba la bicicleta de mi hermano cuando escuché una voz lejos que gritaba mi nombre, -¡Enrique, Enriqueeé!-, paré, al mirar hacia atrás reconocí a Francisco Bermúdez. Cuando estuvo cerca, me dijo: - Enrique, ¿Vamos a pescar al Trapiche?-. lugar aguas arriba del hermoso río Coco que corre a la orilla del pueblo de Ocotal, el nombre “Trapiche” lo había escuchado más de una vez. Con Francisco nunca tuve una amistad para decir que ahí no más iba aceptar una invitación de ese tipo. El continuó: -“Llevo un rifle 22 con mira telescópica para cazar cualquier animal que salga en el camino”-. Lo que dijo fue suficiente para atrapar mi vocación de cazador, la idea me gusto tanto que veloz dije que yo iba a llevar una caja de balas, él dijo, -la caja trae 50 balas, entonces compra la mitad de sólidos y la otra mitad de explosivos-. Lo extraño era la invitación de un individuo con el cual nunca había tenido amistad alguna. Pero bien, me gustó la idea del rifle miratelescópica, porque es fantástico disparar a un objeto, que aunque esté lejos tú lo miras como si estuviera ahí cerca a poca distancia de tí. La intención principal era probar ese rifle. Compré dos cajas, total cien balas, por sino se encuentra nada que cazar, entonces tenía la idea de practicar tiro al blanco en cualquier objeto del camino. Después de comprar las balas, me fuí a esperar al lugar donde llegó Francisco en compañía de Mario García y Rolando López. A Rolando le decían el Gavilán, le pusieron así porque Rolando era el roba gallinas del vecindario.Al río Coco había ido a pescar pero cerca del pueblo donde rápido, cualquiera, podía con un anzuelo sacar del agua muchas mojarras, carpas, guapotes y bagres que aquí en Chicago llamamos catfish. Al caminar de Ocotal buscando la salida sur, uno se encuentra con la playa blanca, el agua cristalina, adornada en la rivera con enormes sauces tristes de ramas encorbadas que miran hacia la corriente buscando encontrar algo que se ha perdido.La gente del lugar lo nombra sauce llorón en recuerdo de una india que perdió a su hijo al caer en las aguas profundas del río. La india corrió, corrió sobre la orilla del río buscando talvez las aguas le regresaran su niño, pero todo fue en vano hasta que la india sin saber cómo se convirtió en ese inmenso árbol que hoy todos conocen como sauce llorón.Cuando Francisco llegó con sus compañeros al punto donde yo esperaba, traía terciado en su espalda, como si se tratara de un fino Stradivarius, un estuche de cuero negro sintético con puntos de cierre y bordes cromados. Era el rifle de mira telescópica. Después de presentarme con sus amigos, comenzamos a caminar, yo los esperaba en la calle que hace esquina con el establecimiento de Doña Chepita Jarquin, lugar donde antes había comprado las balas del rifle. Era mediodía. Caminamos en dirección al poniente, buscando la ronda del pueblo, aguas arriba del río Coco. Francisco dijo: - Oigan,vamos a caminar hasta la poza El Trapiche – Pienso que dijo eso para que los otros dos pescadores supieran lo lejos que teníamos que caminar para alijerar el paso y evitar que la noche nos cogiera caminando,- al oír aquello para mí, no fue ninguna novedad, porque jamás había ido al Trapiche, lo único que sabía del lugar era la vez que trajeron a Beto Mendoza con todas las tripas de fuera arrastrándole por el suelo. Beto tenía afición de pescar con bombas artesanales que fabricaba en el mismo sitio que iba a pescar. Cuentan que siempre no se despegaba su amiga Mariposa. El decía: - la llevo conmigo por si acaso en el camino aparece un garrobo, la Mariposa dará cuenta de él y así al momento de estar

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pescando, tener carne fresca para cocinar-. Pues esa vez preparó su bomba como de costumbre en un botecito vacío en el que venden el agua florida, lo llenó con clorato y pólvora, puso su mecha pegada con cera, la encendió y la lanzó a un recodo del río donde justo se veía serpentear a la luz del sol una pareja de robalos. Esta vez entretenido en no dejar escapar aquellos vistosos peces, se olvidó amarrar su perrita que al ver lanzar la bomba saltó al agua a traer de regreso a su amo el palo de madera que siempre tiraba al agua.El sol estaba, - como dice la gente, - en el cenit. A la entrada del camino no muy ancho, cercado a ambos lados por una hilera de árboles espinudos sentí el recuerdo de la espina que se clavó en mi talón. Anduvo ahí tres semanas, hasta que mi mamá me la sacó con cebo serenado. Era la ronda del pueblo y la cerca natural de mateares fue plantada por Don Pastor Lovo, famoso dueño de tierras que tenía pacto con el Diablo, era muy rico con varias haciendas de ganado. Al morir llenaron con piedras el ataúd para hacer creer a la gente que él iba adentro. Mentira. El nunca murió. El Diablo se lo llevó vivo en cuerpo y alma. Jaime y Máximo sus dos hijos estudiaban en Brasil y su hija Sonia en California. Hoy, Sonia vive en Fresno, donde mantiene su rancho de crianza de caballos cuarto de milla. Hace poco su caballo “Apache” valorado en 25 millones de dólares ganó la carrera famosa del Derby en Kentucky, días después el caballo se fracturó la pata tracera derecha durante la carrera en el Preakness Stakes de la Triple corona del hipismo estadounidense. “Apache” fue llevado de emergencia al New Bolton Center de la Universidad de Pennsylvania, que es un lugar especializado en atender lesiones de caballos. El potro fue sometido a una operación de cinco horas para unir dos articulaciones. Se mantuvo ocho meses hospitalizado sin lograr caminar con trote normal. Otra cirugía fue necesaria para insertarle dos clavos de acero en un hueso de la pata tracera derecha. El potro se agrabó. El día que me encontré con Sonia me dijo: -Enrique, fijate que llegó un punto que era difícil que el caballo estuviera sin sentir dolor, se mantenía vivo gracias a los antibióticos, salvarlo era imposible. Por eso hablé con el veterinario para quitar su sufrimiento dejándolo dormir.- Yo para mis adentros pensando: - con que tranquilidad dice que perdió 25 millones, la avaricia que pudre el corazón, taladraba mis sentidos-. La familia Lovo en Ocotal es algo asi como los Richelieu en Paris. –Si alguien quiere negar lo que escribo, investiguen con Noel Vidaurre.- Al regresar a Ocotal los doctores en Veterinaria, Jaime y Máximo, platicaban en reuniones con amigos, que su papá al mes les enviaba cien dólares, pero con ese dinero cubrían todos sus gastos, porque un dólar para ese tiempo en Brasil significaba una buena suma de cruceiros. Paulo Coelho estudiante también sufría la misma odisea, él mejor que nadie da fe de esta historia. El camino servía de conexión entre el pueblo y la hacienda Santa Elisa, adelante caminaba Francisco, seguía Rolando, Mario y por último, bien atrás, iba yo, el único ruido que entretenía el oído era el golpe sordo que hacían los zapatos sobre un suelo seco negro arcilloso horadado por las huellas dejadas en invierno por las llantas de un jeep Land Rover que jalaba leche y quesos de la hacienda al pueblo. Fue después de haber caminado una hora que Francisco soltó la lengua para decir: - el rifle mira telescóspica lo voy a sacar de su cartuchera hasta que crucemos al otro lado de la hacienda, porque no vaya ser que el mandador Eloy Pérez, se deje ir al pueblo a contar el chisme al cuartel de La Guardia Nacional. -Esos dias la noticia común en boca de la gente era que jóvenes armados en contra del gobierno se movian en los montes-. Mi deleite era mirar la cumbre de los

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mateares, tratando de encontrar en sus ramas más altas algún garrobo, sabía que a ellos les gusta comer los brotes tiernos de la hoja de este árbol, pero nada, entre más veía, más espinas aparecían. Siempre que Francisco salía del pueblo a pescar, exigía llevar todo lo que se pudiera ocupar, para que al momento de tirar los anzuelos al agua no hiciera falta nada, por eso iban cargados con un saco de nylon, las puntas inferiores y el cuello del costal tenían un amarre con mecate, que colgado de los hombros, era ni más ni menos que una mochila rústica de carga. Cruzamos por un lado del terreno de la hacienda protegida por un cerco de maya ciclón, dentro varios Doberman (Black Dog, como dice Led zeppelin) empezaron a correr alrededor de la barda dando saltos, estos animales en la noche recorrian los potreros, así los cuatreros que eran muy comunes en la zona debían pensarla dos veces para entrar a robar. Dejamos atrás la hacienda Santa Elisa, el terreno comenzó a descender por una cañada, el camino conducía por un barranco arenoso terminando en una espesa planada cubierta de árboles de tapaculos,aceitunos, anonas, tigüilotes, capulines, papamieles,higos, pochotes, ceibos y chilamates. El bullicio sonoro de pájaros de diferentes trinos convertía el ambiente en un paraíso tropical. La urraca celeste de copete y collar negro, nos miró dando graznidos para alertar a su grupo del peligro, El taragón posado en la rama de un capulín no se asustó, los colores mezclados azul verde amarillo rojo vestían su tornasoleado plumaje, la cola de dos largos hilos finos, terminaba al final en dos plumas bellamente adornadas. El taragón en otros lugares tiene el nombre de guardabarranco, su alimento favorito es el capulín. Las aves vistosas tropicales hacen nido y permanecen por toda su vida en el sitio donde abundan las frutas silvestres, de todas las frutas que pude ver, la única peligrosa para el estómago humano es el tapaculo, porque el que come mucho le taponea el culo, por eso lleva ese nombre: t a p a c u l o, este árbol es conocido también como guásimo. En cambio las aceitunas dulces dejan los labios de un color morado, las anonas del tamaño de una naranja, son las más deliciosas, la pulpa se abre apretando con las dos manos sobre una cáscara corrugosa verdeceleste, los tigüilotes color blanco, igual que uvas menudas se agrupan en racimos, se destripan apretando la lengua contra el cielo de la boca, los capulines pelotitas de color rojo igual a canicas se aplastan con los dientes, contienen en su interior centenares de diminutas semillitas que son las que se comen dando al paladar un sabor exquisito, los papamieles tiene filamentos como cepillo de peinar que son flores en miniatura, cada minicorola alberga una miel del mismo sabor del jicote, se corta con cuidado el cepillo, se pone en los labios como si fuera Bob Dylan a tocar la armónica, al chupar la saliba se inunda con ese sabor mágico que solo la miel de abeja lo sabe dar. El papamiel es una enredadera enorme de bejucos en forma de matorral que se junta con otras de la misma especie formando una masa unida de bejucos, al caer la lluvia cualquiera puede guarecerse debajo de ellos. El colibrí es el huésped principal de los papamieles. Después de permanecer buen rato debajo de esta alameda natural comiendo un poco de la comida de los pájaros, tuvimos que continuar la marcha hasta salir al claro de un inmenso manto de arena blanca del río coco, los sauces tristes anunciaron la presencia del agua, se vé de lejos color verde esmeralda,pero cerca es color cristal, nos dejamos caer de rodillas donde comienza la orilla del río, beber agua fresca con las manos encumbadas fue lo primero que hicimos. – Vamos a quitarnos la ropa, para cruzar al otro lado,- dijo Francisco – hay que hacer con la ropa una maleta, con las dos manos sostenerla en la cabeza - , Francisco mejor conocedor

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de la profundidad de la corriente , nos guió por donde el río era más ancho y menos profundo, así logramos llegar al otro lado. El horizonte estaba a punto de tragarse el sol y la sombra de la noche amenazaba caernos encima, fácil, fue recordar la película que una semana antes había visto en el cine Montenegro de Estelí : “Cuando los Doberman atacan” – Hay que ponerse rápido la ropa, unos pasos más y estaremos en el Trapiche, - dijo Francisco -. Caminar más – pensé – sentí que había caído en una trampa, todo por querer disparar ese bendito rifle de mira telecóspica. De los tres, Francisco era el más viejo, fue bachiller dos años antes que Mario, Rolando nunca pudo terminar el tercer grado de primaria, todos sobrepasaban los 20 años, menos yo que tenía 18. El día que llegué a Ocotal porque yo estudiaba en Estelí, lo primero que hice fue agarrar la bicicleta de mi hermano, me gustaba dar un paseo por el barrio, recuerdo que en mi pequeño paseo en bicicleta por la calle central pude leer un rótulo amarrado a un poste que decía: Cine Carmen, presenta esta noche película de pistoleros del Oeste, Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Eli Wallagh, El Bueno, El Malo y El Feo. No la pude ver, pudo más la curiosidad de disparar el rifle que me llevó a conocer El Trapiche. En Estelí, salía a matar palomas a Las Labranzas con Leonel Rugama, pero él había muerto dos semanas antes en combate con la Guardia Nacional. El suceso puso al país en vilo, pués mientras los Garand hacían hoyos en su cuerpo, Leonel como si nada, cantaba el himno nacional de Nicaragua. Fue pólvora caliente que sonó en todas las radios. La noticia permaneció por varios días en los titulares de los periódicos. Cuando Francisco dijo que debía cuidarse de que Eloy Pérez no le viera el rifle sentí algo de hielo en la sangre. Nos vestimos rápido, subimos una cuesta y entramos a un potrero lleno de chilincocos, los frutos de pitahayas comenzaban a madurar, al frente un gran cañón de roca rojiza anunciaba que por su garganta se deslizaba en quietud el gran río que en ese lugar toma el nombre de “El Trapiche”. Todo el peso que llevaba encima eran dos cajitas de balas, venían en las bolsas traseras de mi pantalón y un radio transistor Sanyo del tamaño de una cajetilla de cigarrillos que alcanzaba en la bolsa de mi camisa, sin embargo, puse a descansar mi cuerpo dejándome caer como muerto en una gran loseta, era la continuación de roca del cañón que seguía su rumbo, perdiéndose en la profundidad del las aguas del río para aparecer al otro lado de la rivera, en una pared de roca. A la orilla de la pared del gran cañón escondida por matorrales, por el lado donde descansaba mi cabeza, estaba una cueva, gran hoyo cavado en la roca por las corrientes de agua que llegaban hasta allí cuando las lluvias hacían subir el nivel del río. Con mi cuerpo estirado sobre la gran piedra me puse a mirar el firmamento, me gusta ver cuando el sol se oculta, ver aparecer las primeras estrellitas en el cielo, buscaba con atención las siete cabritas, cuando una rana verde detrás de mí, saltó, la ví pasar por mis naríces, cayó al agua nadando, se perdió de vista. No supe si la rana se asustó por mi presencia o huía de algún depredador. Los muchachos descanzaron el peso de sus rústicas mochilas en el suelo y comenzaron a sacar todo lo que adentro traían, Rolando que miró saltar la rana, sacó rápido su red de pescar, ellos le dicen atarraya, es una gran ned circular tejida con hilo de nylon, tiene muchos pedacitos de plomo que cuelgan en la última línea del tejido en forma de rueda, eso permite que al caer la ned extendida en el agua los plomos se juntan cerrando el círculo donde la atarraya cae. Rolando era un experto tirando la atarraya, él la tiraba lo más lejos, de su mano iba desenrollando la cuerda hasta que la atarraya tocaba fondo, luego la traía de regreso para mirar que presa había atrapado. Mario abrió

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su costal, sacó del interior un sartén pequeño,una cazuela de freir grande,una cafetera, un filoso machete en su funda,dos chuchillos pequeños que podían cortar un pelo en el aire,varias tazas de plástico,un cucharón grande, una linterna de mano, una bolsa de sal, tomates, cebollas, botes con cominos, pimienta y ajo, aceite, café molido, azúcar, arroz, solo hacía falta el fuego y la carne para comenzar a cocinar. Después que la rana cayó al agua, un continuo chis-chis comenzó a sonar. Rolando seguía ocupado en desenredar su ned de pescar, pero sin quitar el ojo del lugar donde yo estaba, en una fracción de segundos la red voló por el aire, para ir a caer detrás de mi cabeza, - este hombre está loco, me dije, me va sacar un ojo -,pero el corcobéo donde la red cayó, cambió mi mal pensamiento, embravecido el animal luchaba por quitárse la ned de encima. Mario, igual que hombre cavernícola con un garrote golpeó la cabeza de la serpiente, para después exclamar con alegría: - Enrique nos a traído buena suerte. Hoy, vamos a cenar temprano. – Así hablaba mientras sostenía la víbora por el pellejo de su mandíbula, la arrastró, hasta ponerla a la orilla del agua, donde comenzó a tazajear a la serpiente, le sacó el cuero y con la carne desnuda midió por el lado de la cabeza con su mano extendida del pulgar al meñique un tanto y cortó con el cuchillo, luego hizo lo mismo por el lado de la cola, el animal desnudo era del grueso de mi brazo, según Mario eran seis pies de longitud, contó diez canutos del chischil, -este animal debió tener mucha hambre – dijo pensativo- así conoció la edad del cascabel, los dos colmillos amarillos salían de sus mandíbulas en una cabeza sin cuerpo con los ojos sin parpados listos para morder. Francisco después de advertir a Mario no tirar las tripas al agua, se dedicó a poner tres piedras de regular tamaño juntas, formando una especie de triángulo, luego se perdió, regresando con un gran manojo de leña seca, quebró varias ramitas en diminutos pedacitos, que colocó en el hueco formado por las tres piedras, fue a su mochila y sacó un pedazo de hule de llanta de camión y con su encendedor puso fuego dejándo caer gotas de miel negra incandescente sobre los pedacitos de ramitas, a los minutos tenía una hermosa hoguera, Mario llegó con la casuela grande con varios trozos de carne rolliza nadando en aceite. Minutos después el aire del cañón del río se inundó con olor a carne azada. Nunca imaginé que la carne de cascabel fuera tan sabrosa. El ambiente se fue poniendo cada vez más oscuro. Después de comer platicaron para dejar descansar un poco el cuerpo. Luego, Francisco se dedicó a amarrar los anzuelos a las cuerdas de nylon, Mario quedó terminando de cenar. Rolando fue aguas abajo del desagüe de la gran poza a sacar con la atarraya carnada para los anzuelos, conocía que las sardinas les gusta nadar por el centro de la corriente capeando el hambre de algún guapote. Rolando está dentro del agua en calzoncillo. En la noche con una lámpara de mano alumbra el punto para no errar tiro. Al otro lado en la pared de roca se reflejaba el espejo de la poza. Con el ruido de los grillos cantando al mismo son, se oyó en la oscuridad donde la luz no llegaba a iluminar, un golpe de algo grande que cayó al agua, era como si un hombre se hubiera tirado al agua de la parte más alta de las rocas. Mario que comía al parecer pescado con espinas, dejó de comer, Francisco que amarraba un anzuelo a la punta de un nylon se detuvo atento para buscar con el oído el origen de aquel ruido. La atarraya de Rolando seguía con el onomatopéyico ¡plas! al caer al agua buscando sardinas para los anzuelos.Por un momento todos quedamos sin mover un dedo. Rolando era el único inocente del miedo.

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El Trapiche era peligroso por Picolín, un zapatero famoso de Ocotal que hacía botas tejanas de cuero de lagarto. Los viernes en la tarde después de haber terminado de hacer su par de botas, lo veían salir del pueblo sólo, íngrimo, íba a pescar, regresaba hasta la mañana del lunes. El pescaba en lugares distintos. Los Pescadores que lo conocían lo encontraban a veces pescando en el Saltarín, el Lagartero, la poza de los Pájaros,San Diego o bién en el Trapiche. Una de las veces que salíó a pescar, no regresó. Desapareció. Y nunca más lo volvieron a ver en el pueblo. La gente notó la ausencia de Picolín. Cuando se iba a pescar siempre llevaba dentro de su zalbeque más de una botella de Santa Cecilia. Los rumores decían: Que la vez que llovió siete días sin parar, el río lo encontró borracho, durmiendo la mona y que la gran creciente se lo llevó río abajo, ahogándolo. Otros creían que de tanto caminar río arriba había llegado a San Marcos de Colón, lugar donde nace el río Coco y se había quedado a vivir allí. La verdad es que nada de lo que la gente pensaba fue cierto, porque Picolín apareció a unos pescadores. Los hombres primero oyeron en la oscuridad caer un cuerpo pesado al agua. Luego vieron aparecer al hombre desnudo que en vez de ojos traía dos brasas de fuego. Nadie esperó que Picolín llegara hasta ellos, porque salieron corriendo. El hombre desnudo, igual que zombie, con olor a azufre, los persiguió sin darles alcance. Todos los que pescaban de noche sabían la historia que Picolín vivía en una cueva bajo el agua en la poza El Trapiche. Francisco y Mario conocían muy bien la historia, por eso al oír el objeto que cayó al agua, se quedaron pasmados. Creo que Rolando también sabía la historia.Después de un largo silencio, detrás de nosotros salió una voz ronca gutural que nos puso los pelos de punta: - “aquí estan las sardinas para comenzar a pescar”-, andaba descalso por eso no sentimos cuando Rolando se acercó por detrás de nosotros, el susto por un rato nos dejó sin respirar, pero nadie dijo nada, no sé porqué, pero todos estaban escondiendo el miedo.Don Pastor Rugama cepillaba una tabla de cedro para terminar de hacer un ataúd,porque él era trabajador de Don Manuelito Gámez, la funeraria estaba justo al lado de su casa, me dijo: -Enrique, ahora que mataron a Leonel te conviene no dejarte ver por unos días, no vaya ser que te busquen, yo le voy a decir a Candidita, que hable con Pata de Chicle, para que le diga que te fuiste a Ocotal a ver a tu mamá que está enferma para que los días que no te vean en el aula no digan nada. Debes regresar hasta que las aguas esten en calma. Mira, -me dijo-, enseñándome un papel, Somoza me envió un telegrama donde lamenta la muerte de mi hijo-. No tenía los 20 cumplidos cuando mataron a Leonel.– Con este telegrama no le van a regresar la vida a mi hijo, dijo en forma de sollozo-, dobló el papel del telegrama en cuadritos y lo volvió a meter en la misma bolsa trasera de su pantalón-. Con aquella advertencia viajé a Ocotal y por eso me fui de pesca a El Trapiche. En una bolsa plástica con agua estan las sardinas para poner de carnada en los anzuelos. Francisco agarró una sardina, metió su boca en la punta del anzuelo, escurrió la sardina hasta que el anzuelo llegó cerca de la cola. La sardina tallada dejó de coletear. Su boca quedó mordiendo la parte del ojete cerca del amarre junto al plomo. Los ojos café amarillo de la plateada quedaron fijos mirando el infinito. Luego como quien agarra una manila para lazar una vaca, le dió varias vueltas haciendo círculos en el aire sobre su cabeza, el peso de la plateada hizo un zumbido, lo soltó, dejando volar la plateada, como cometa, hasta caer al centro del río . Repitió muchas veces la operación así dejó varios anzuelos tirados dentro del agua. Al otro lado

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sobre el acantilado rocoso Mario y Rolando también tiran anzuelos. Mientras eso ocurre yo estoy acostado haciendo mi digestión de culebra. En eso llega Francisco cargando en su mano el ovillo de nylon con el anzuelo y la sardina listos para ser lanzados al agua, -me parece que son cerca de las dos de la madrugada-, el ambiente esta tibio, el aire suspenso, en la oscuridad se oye el canto de un picapiedra- especie de búho pequeño-. Oí la voz que dijo: - “Enrique es tu turno, escoge el lugar donde quieres poner tu anzuelo”.- No quise retirarme de la fogata y fuí a tirar el anzuelo lo más cerca de mi punto de descanzo. Lo arrogué sin ganas porque quería dormir. Amarre el nylon a la rama de un joven guayabo, por si mordía un guapote no se llevara el carrete al fondo del agua. Me fuí acostar otra vez al sitio calientito en la arena y encendí con el volumen bien bajito mi transitor para dormir escuchando música. Al encender el radio la canción que estaba: “Como el aire que respiro”. The air that I breathe. La canción decía : “ If I could make a wish I think I’d pass Can’t think of anything I need”. El Inglés lo entendía bien por Alba Nydia mi maestra: “Si yo pudiera cumplir un deseo. Podría ser que pueda estar sin nada necesario.” “Sin cigarrillos, sin dormir, sin luz, sin ningún sonido. Nada que comer, ningún libro que leer. Sólo hacer el amor contigo me déjà extasiado. Qué más puedo pedir. No hay más que desear. La paz viene y me déjà dormir en silencio como angel cansado.” “No cigarettes, no sleep, no light, no sound. Nothing to eat, no books to read. Making love with you has left me peaceful warm and tired, what more could ask. There’s nothing left to be desired. Peace came upon me and it leaves me weat sleep, silent angel go to sleep”. La canción logra su belleza cuando el coro a cuatro voces dice: Algunas veces todo lo que necesito es el aire que respiro y amarte. “ Sometimes all I need Is the air That I breathe and to love you.” Una primer guitarra puntea notas que parece que te arranca hilos del corazón, entran los violines que rematan en un suspiro. Al terminar la canción el locutor dice: -‘Tengan todos ustedes buenas tardes, les habla Pancho Ibáñez que transmite desde Radio Netherlands en Hilversun Holanda, emisión en español para América Latina. Acaban de oir a los Hollies con su éxito: “The air that I breathe.” Los Hollies es el nuevo grupo de rock que repuso a los Beatles en el night club la Caverna en Liverpool, porque los Escarabajos se fueron en jira musical a Nueva York”-. Escuchar radio en onda corta en la madrugada era transportarme a otra dimensión de la cual no quería regresar. Luego Pancho Ibáñez dijo, para seguir con nuestro programa musical tenemos ahora la participación de Julio Iglesias con el éxito musical más reciente : “Yo canto”. “Yo canto a la vida, a las gentes, yo canto al amor, a un río que nace, a un niño, yo canto a una flor. Yo canto a esas gentes que luchan por una ilusión, yo canto al recuerdo de un tiempo que ya no volvió…” Apagué el radio porque el dios Morfeo me envolvió en la niebla de un sueño hedónico que me trasladó al primer día que Alba Nydia Agurcia llegó hasta nosotros. Apareció en escena Ovidio con sus travesuras. Ovidio era un muchacho despabilado que no era tímido, el podia decir cualquier vulgaridad sin tener miedo a nada. Las muchachas sentían pánico cuando lo veían venir, porque de un momento a otro decía cualquier vulgaridad. Las minifaldas estaban de moda y nosotros estrenabamos una profesora que había llegado de California. Alba Nydia Agurcia fue enviada a estudiar a San Francisco cuando ella apenas tenía siete años, allá estuvo viviendo en casa de la tía hermana de su papá hasta que terminó su Bachellor Degree y un Master en el idioma Inglés. Regresó a nuestro pueblo y fue a firmar un contrato con la secretaria de educación pública para enseñar el idioma Inglés a alumnos de

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Elementary School centro donde nosotros estudiábamos. Su casa no estaba lejos de la escuela, tres blocks. Nosotros no salíamos del asombro –era cosa de película- ver llegar a una muchacha de 21 años en un Honda deportivo de dos puertas, color rojo de capota negra, bajarse del carro, tirar la puerta y saludarnos, - Hi, cómo están, soy la maestra que les va a enseñar a ustedes hablar Inglés.- Todos quedamos mudos. La maestra traía una faldita de tela corduroy muy pegadita a su exuberante cadera que apenas tapaba el area por donde terminaba su bikini, se sentó en la silla entreabriendo sus torneadas piernas debajo de la mesa escritorio enfrente del salon, hechar un ojo por debajo de la mesa le ponía a uno la cara de tomate, porque nuestra vista se topaba de golpe con la gloria. Comenzábamos nuestro séptimo grado de educación y estabamos entrando al campo inexperto de todo adolescente. Nadie nos había dicho todavía que ver una mujer enseñando aquello ponía nuestro miembro viril en plena erección. La maestra venía de un ambiente donde ser hippie era la cosa más normal del mundo y como primera lección nos enseñó a cantar la canción de moda de Roy Orbison: If you come to San Francisco summer time will be a love in there. There is a whole generation with a new explanation. Gentle people with flowers in their hair you’re gonna meet there. Ella sabía que los ojos de los varones se iban directo debajo de la mesa al lugar oscuro de sus entreabiertas piernas que disimulaba con cara de inocente complicidad. Alba Nidia venía de San Francisco, lugar, que en esa época, hacer el amor libre era lo mismo que oler una flor. Ovidio sin ninguna timidez se aprovechó a manos llenas de aquella situación, a cada instante y con cualquier pretexto se agachaba para recoger algo que de mentira se había caído al suelo y asi mirar con plenitud el panorama ofrecido por la maestra. Ovidio era dos años mayor que nosotros muy pronto iba a cumplir 16, nos contó que estuvo unos días de visita en casa de una hermana de su mamá en Managua, la capital del país, y por no tener lugar donde hospedarlo, la tía lo puso a dormir en el mismo cuarto donde estaba la otra cama de la mujer que hacía los oficios domésticos de la casa. La primer noche el se acostó temprano, luego sintió que entraba al cuarto la mujer, él se arropó todo el cuerpo hasta taparse bien toda la cabeza y se hizo el dormido. La mujer se fue directo a la cama que estaba enfrente y comenzó a desvestirse, era muy hermosa – dice Ovidio – desde la cama donde el estaba, apenitas levantó la orilla de la cobija, para que sin que ella lo notara, mirar como se desvestía. Ella no apagó la luz y comenzó a desvestirse normal como si estuviera sola. Al día siguiente en la mañana la tía y su esposo se fueron para el trabajo y dijeron que estarían de regreso hasta las séis de la tarde, dieron instrucciones a Sophia que sirviera el desayuno y le enseñara a Ovidio el cuarto donde estaba la ducha en caso que quisiera darse un baño. Todas estas historias Ovidio las contaba en el parque del pueblo, ahí nos dábamos cita en el quiosco y nos sentabamos en la losa del piso, todos alrededor de él, escuchando, conteniendo la respiración, para no perder ningún detalle de lo que iba a contar. Antes teniamos la costumbre que después de haber recibido la clase de catecismo, nos decía niña Fidelia: -ahora voy a contarles cuentos- Doña Fidelia era niña vieja, jamás en su cama de soltera había puesto la nalga ningún hombre. Desde que Ovidio comenzó a contar sus aventuras, madámos a volar a Caperucita Roja con su lovo feroz, los tres cerditos, pulgarcito perdido en el bosque, Blanca nieves con los siete enanitos. Todo lo que Ovidio contaba era lo máximo para nosotros. Ahora él era nuestro héroe. Jamás íbamos a tener el valor para hacer lo que Ovidio hacía. Un día después de haber terminado la clase con la maestra Alba Nydia,

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Ovidio nos dice: -mañana viernes vamos a salir de la casa y hacemos cómo que venimos a la escuela pero no entramos, vamos a llegar hasta la esquina donde está el árbol de almendro, ahí nos vamos a reunir, luego de ahí nos vamos para el río. El era nuestro jefe, al día siguiente a las nueve de la mañana, estábamos sumergiéndonos, nadando y haciendo gargaras en las aguas del río Coco ubicado a dos millas del pueblo. Unos se tiran desde la parte alta de las piedras, otros nadan, cuando de pronto Ovidio grita: -Vénganse todos para acá que les voy a enseñar algo- Todos estábamos en calzón de baño y con particular atención cuando todos estuvimos alrededor de él, le dijo a Frijol ( mal nombre o apodo con el cual identificábamos a Armando Paguaga, 9 años, el menor del grupo ) – Mirá Frijol, voy hacer esto, pero cuidadito le vas a contar a tu mama-. Parece que esa advertencia fue el mal, porque al otro día Armando con toda tranquilidad contó la historia a su mama. –Fíjese mamá que ayer mis amigos de la escuela fuimos a bañar al río y Ovidio se bajó el calzón hasta las rodillas y con la mano derecha apretando su purrunga la comenzó a jalar para adelante y para atrás varias veces con mucha rapidez hasta que su purrunga se convirtió en un garrote duro, todos creímos que iba a orinar, pero en vez de orín orinó un liquido espeso blanco como mantequilla, Ovidio quedó tieso con los ojos blancos parecía que tenía un ataque de epilepsia. La madre de Armando al oir aquello puso la cara roja y sólo alcanzó decir: - No andés con ese vulgar-. Sophia con 30. Con tres de estar sola. Prefirió disfrutar el placer que da la libertad, se olvidó de su marido y comenzó a vivir sola. Su patrona le daba libre desde el viernes para que saliera a divertirse a cualquier parte de la ciudad. Ella regresaba el lunes rompiéndo el alba, con los ojos ojerosos muertos de sueño. Esa era su rutina antes que Ovidio llegara a hospedarse a la casa de su patrona. Por eso sin pudor sin apagar la luz se desvistió sabiendo que a su lado en la otra cama dormía el inocente muchacho. Al día siguiente Ovidio se levantó temprano en la mañana, no sabía que su tía con su esposo se habían ido para el trabajo quedando solo él con Sophia en la casa. Cuando Sophia lo vió salir del cuarto le dijo: - Ovidio aquí está el desayuno – era la primera vez que Ovidio oía su nombre de los labios de Sophia.- Su pensamiento lo trasladó al instante de la noche anterior cuando con cuidado levantó la orilla de su cobija para expiar el momento que Sophia se quitaba la ropa hasta quedar desnuda, pensaba que ese secreto era guardado sólo por él. Sophia puso la taza de leche en la mesa y le acercó un bolillo rajado embadurnado con margarina, se arrimó por atrás de la silla y rozó con sus senos el hombro de Ovidio, estaba segura que él en la noche había visto su cuerpo desnudo. Después de comer el pan y beber la leche quiso ir al baño, pero no sabía el lugar –preguntó- Sophia me puedes decir dónde está el baño. –No te preocupes. Ven conmigo, -dijo- . Ovidio caminó detrás. Con malicia movía las caderas al vaiven de una faldita corta de doblevuelos. Llegaron a un pasillo oscuro donde estaba una puerta con una cortina de plástico, ella corrió la cortina y dijo: -entra no tengas miedo.- Cuando los dos estan dentro en el baño Sophia comienza a decir: -esta es la taza del inodoro, el lavamanos, ahí la ducha y aquí en la bañera cae el agua de la ducha, -ven acércate mira esta ruedita cromada- y se dobló por la cintura agachándose todo lo que pudo para hacer el ademán de mover la válvula que déjà ir el agua de la bañera, al estar ella agachada la falda corta de vuelitos se also hacia arriba, Ovidio que estaba detrás miró que no traía nada puesto debajo de su falda. Sophia se sostuvo agachada los segundos necesarios para provocar una respuesta del muchacho pueblerino. Ella señora de tres décadas con tres años de no

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sentir en su cadera las manos de un hombre sintió en ese instante de espera que algo ardiente penetraba su conducto íntimo que la hizo gemir de gozo. Ovidio interrumpió el relato porque un hombre venía caminando enmedio de la oscuridad en dirección al quiosco. El hombre pasó de lado sin notar la presencia de nadie, era el doctor Buenaventura Selva con su valijín de visitador médico. Caminaba a prisa. Todos desde su refugio siguieron con sus ojos la silueta negra del doctor que fue a tocar la casa de la esquina del parque del pueblo. Era la casa de la niña Fidelia. La gente mayor dice que en pueblo pequeño el infierno es grande, no acaba de ocurrir una tragedia cuando la noticia ya ha revotado en la lengua de todo mundo. La noticia fue una botella vacía de Coca-cola. El doctor Selva tuvo que golpear con un martillo la nalga del envase, porque el cuello de la botella estaba dentro de la vagina dando presión de aire que no la dejaba salir. Asi con un golpecito de martillo pudo quebrar y sacar la botella. La niña Fidelia nunca se había acostado con hombre alguno, pero le daba gusto a su libido con esa botella. Desde ese día se encerró para siempre en su casa. El armonio de la iglesia ya no tuvo quien lo hiciera sonar. Cuando no estabamos en el quiosco estabamos en la glorieta, construcción elevada en un solo alero montada a ambos lados en fuertes pilares de hierro, eso daba vista a cualquier punto del parque. No me vas a creer lo que te voy a contar, pero en esa glorieta fue que conocí a Polifemo el cíclope que odiseo le clavó enorme estaca en el ojo al gigante. Todos los días en la tarde de cuatro a séis una bibliotecaria abría la enorme puerta de garaje que se escurría hacia arriba deslizándose a flor del techo para dejar al descubierto la gran glorieta con el montón de anaqueles. Siempre que me arrimaba al mostrador le pedía un “Lo Sé Todo”. Fuí deslizando página por página, tu debes recordar que “Lo sé Todo” son libros anchos igual al tamaño de una encyclopedia Británica, ilustrados, y llegué al instante cuando un hombre cerrado de barba vestido en arapos de piel de oveja ensartaba a un hombre gigante una enorme estaca en el único ojo que tenía. Ahí me dí cuenta que la persona que tiene un sólo ojo se llama Cíclope. Vas a regresar Enrique cuando todo esté en calma –dijo- lo volví a ver con sudor en su frente, en camizola y con el lápiz de carpintero montado en una oreja, sus dos manos gruesas, -porque era alto gordo panzón- empuñando el cepillo para seguir alizando la tabla de cedro, a un lado el pedazo de trapo sudado que usaba como toalla para quitarse el sudor. Salí caminando desde la casa contiguo al Banco de America en la avenida Bolivar – este edificio grande es el único en toda la redonda de la ciudad de Estelí que tiene tres pisos-. Seguí por la acera de la Libreria de don Carlitos Argeñal, alcancé la esquina de los billares contiguo al cine de don Hilario Montenegro, me paré en la esquina del Hotel Europa debajo de su balcón a esperar que los carros me dejaran pasar. Crucé la calle para tomar la acera de la cruz roja, empecé a bajar la cuesta del mercadito Municipal, le dije adios al melenudo atlético que siempre esta rodeado de canastos llenos de verduras. Antes de pasar a la esquina del barbero Chepito lance un vistazo para el lado del Bajío –tal vez miro en la puerta a la Chela de la Planta-. A toda velocidad Oscar Loza de afro panteras negras en su moto Honda nuevecita pasó como rayo y se fue a parar a la esquina de la tienda de abarrotes Nicanor propiedad de su mamá. Seguí caminando, pasé por la relojeria Edoc y mire a través de la ventana de cristal a don Felipe Barrera con su ojo de aumento reparando un reloj. Su jeep Land Rover azul capota blanca aparcado a la orilla de la cuneta de su casa con el bumper apuntando para el lado de la esquina de la casa de Payán. Sentí el frescor de los laureles

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de la india en la acera de Payán, abajo dos hombres estan sentados en la orilla del puente de hierro de espaldas a la casa Barillas. Olaf con camiceta color café desteñida en circulos blancos concéntricos que usó Joe Cocker en el concierto de Woodstock cuando cantó “With a Little help from my friends”. Anda mechudo lentes claros estilo John Lennon. El otro muchacho que esta junto a él, con perilla y bigote, cabello canasta negro imita a Carlos Santana. Tiene puesta una cotona dacron gris con cuello bordado, blue jean desteñido, sandalias sin calcetines es Donaldo Altamirano que acaba de llegar de México. Los dos se notan bajo el efecto del humo de la cannabi sativa. -Como dicen en México están bien pedos-. Ninguno de los dos me conoce. Peor que sepan que voy en huida para Ocotal. El ausente siempre es Bayardo Gámez, que todo mundo conoce con el mote cariñoso: “El Chele Gámez artista de la tinta china”. No está ahí porque su encanto es estar metido en la casa del Dr. Dávila Bolaños hablando de petroglífos. Olaf esta sentado en el Puente de hierro, espera ver pasar a Belmalyn Rodriguez estudiante de la escuela Normal. Donaldo también lo acompaña observando para la casa Riviera, amigo eterno de pinturas. Seguí por mi lado y miré para abajo del puente el agua verde del río Estelí cubierto por una gran alfombra de plantas acuáticas, mientras en la rokola del restautant Riviera suena: “All my best memories, come back clearly to me, some can even make me cry. Just like before It’s Yestarday once more’. “Todos mis mejores recuerdos vuelven claros a mi aunque algunos pueden hacerme llorar. Es igual otra vez ayer una vez más”. Era la música de Los Carpenters sonando en la Rokola. Así estaba cuando salí del sueño por el chirrido de un martin pescador que alegre celebra su desayuno victorioso. Una bubucha que nadaba desprevenida la tiene dentro de su buche, mueve cola y pico para todos lados viendo si puede encontrar otra con la misma suerte. Aquí en el cañón del Trapiche el aire en los días de enero es cálido y delicioso. Sobre las brasas dejadas de la hoguera de anoche, descansa la cafetera con café negro caliente hecho por Mario García. Al ver caminar semidesnudo a Francisco por el acantilado rocoso del inmenso estanque color turqueza, te pone a pensar que es un Dorio caminando sobre su isla Creta. Rolando tiene calzoneta Levi’s con hilachas del ruedo que dejó el corte de tijera, el cuchillo cargado al cinto con funda de cuero, es un Chanoc cazador de cocodrilos. Mario con su entrecejo arrugado, pelo liso castaño, ojos pardos inquisitivos, es Charles Bronson. Las figuras de los tres jovenes son una combinación de la clásica grecia, las famosas tiras cómicas mexicanas y el violento Hollywood. Observo su apariencia sin ellos saber lo que pienso. Si pudieran leer mi pensamiento,dirían que estoy loco. La mañana amaneció bulliciosa, el canto de las chachalacas –pavones salvajes- tienen una algarabía en lo espeso de la floresta. Enfrente al otro lado del remanzo de agua, en las ramas de un árbol flor blanca que la gente llama sacuanjoche, garsas blancas y morenas comienzan a desperezarse estirando sus alas para calentarlas a los primeros rayos del sol. Otra esta con los canutos de sus patas huesudas dentro del agua con la cabeza y el pico de lado espiando con un ojo el fondo del agua. Un carpintero plumas negras copete rojo golpea fuerte con su pico la corteza seca de un jiñocuago. Unos chanchos de monte –Zahínos- escarban con sus hocicos buscando raíces tiernas debajo de un árbol de guajiniquil. Más allá dos mapaches se reparten las tenazas de un cangrejo. Igual que mujeres olimpicas dos nutrias ensallan su nado en las verdes aguas. Con cautela viendo donde va a poner cada pata, husmeando el aire con su naríz para detectar cualquier peligro, una hermosa venada camina con

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sus dos recién nacidos. Llega temblorosa a beber agua a la orilla para después desaparecer en la espesura del monte. Una bandada de azulonas- palomas color azul oscuro-, llegó a posarse en lo alto de las ramas de un árbol de pochote, luego una a una se desprende igual que ave fénix hasta posarse a la orilla del río para beber agua. Debajo de los nenúfares que en los primeros días de enero estan florenciendo, se oye los tapazos de los peces grandes comiéndose a los pequeños. El cielo de celeste claro sin nubes, con la luna en menguante en lo profundo del firmamento, anuncia un espléndido día. El momento de luz del amanecer sobre los nenúfares es impresionante, cualquiera diría que estan esperando el pincel de Claude Monet. Mi tarea siguiente, revizar el anzuelo, luego esperar que Francisco diga si puedo ir a cazar algún animal. No reparé en la ladera de la orilla de enfrente por donde Rolando anoche sacó las sardinas que viene bajando un viejito, trae por delante arreando un burro cargado con un saco, el burrito bajó con cuidado casi resbalando hasta tocar con sus cascos delanteros el agua del río que luego cruzó al otro lado, por detrás suave con una ramita de varilla negra, el viejito da golpecitos en las ancas del animal para que camine. Se detuvo cuando nos miró, y en acto de ceremonia procedió a soltar la boca del saco que cargaba en el lomo del burrito y sacó algo para traerlo en ofrenda hasta donde estabamos nosotros: eran limas y naranjas. –Muchachos ustedes deben estar pasando hambre tomen estas limas y naranjas para que engañen el estómago –dijo riéndose con su voz de anciano- era un viejito menudo no alto blanquito, con sombrero de palma muy amarillo por el sudor, de la parte baja de su dentadura asomaban solitarios dos colmillos. –Me llamo Bonifacio Montoya y tengo mi casita no mas dando la vuelta a ese cerro que ustedes ven ahí, -apuntó con su dedo-, la camiza manga larga arremangada de varios días sin lavar, sus pies amarrados con caites de cuero crudo, -no se pueden perder solo tienen que coger el camino y ya estan en mi casa, es en la mera orilla del río macuelizo que cae cerca de la poza “El Saltarín”-. Se despidió a cada uno nos dió su mano y continuó el camino porque iba a vender sus frutas a la ciudad de Ocotal. Nos quedamos pelando naranjas. Aquí en la casa de don Bacho Montoya miré el Trapiche de madera o Zangarro. En el muelen caña de azúcar para sacar caldo que luego usan para hacer guarapo una especie de ron artesanal. Son dos trozos de madera rollizos de roble que actúan como molinete mientras la caña se atravieza por en medio machacándose, así sale el jugo o caldo que cae en un huacal de calabaza. Son las mismas calabazas que se usan aquí para hacer Calaveras en la fiesta de Halloween. Un día que venía en el Express Way 94 que conecta Detroit con Chicago, volví a recordar el gesto amable de don Bacho Montoya: “Un regalo de frutas”. El percance fue una llanta que comenzó a votar aire era urgente parar y lo hize en Vineland a la orilla de la carretera en el Express way 94 conociendo a Ursula Van Gogh dueña de un viñedo, un peral y un manzanal; -Hi,young boy, what wrong with you!- Gritó la mujer de adentro de su propiedad-. Se pinchó una llanta le dije. – Necesitas un gato- No gracias,aquí ando uno-. Caminó desde donde estaba, traía una cesta tejida de bejucos en su antebrazo, yo comencé a meter el gato debajo en la llanta tracera izquierda, me tiré al suelo para colocar el gato hidráulico en posición de levantar la llanta pinchada, cuando se arrimó le ví los pies dando vuelta alrededor de las cuatro ruedas de mi carro. –Vienes de Detroit o Toledo- -De Detroit-. Vives ahí.- No- Yo vivo en Chicago.- Subí un poquito el gato y salí para aflojar las tuercas. La miré. El pelo rubio, cortado a los hombros con dos prendedores en la cabeza, ojos azules, vestido con delantal de tirantes a

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cuadros color rosado. –Sabes, es casualidad que un vehículo pare a orillas de mi rancho.- Tiré un ojo a la planicie de su propiedad que se perdía en el horizonte. El inmenso viñedo color rojo oscuro como trenzas de mujer en hileras separado por andenes. Los árboles de manzano agobiadas por el peso de sus frutos rojos. El verdor de las peras que en un comienzo cuando no las conocía creía que eran aguacates. La casa bungalow con ventanales de vidrio de triple nivel con su attic. Garage abierto con un Lincoln, un crevrolet y un Ford expedition. Allá retirado al fondo de la gran propiedad un edificio grande con depósitos de aluminio en forma de cilindros, es la planta procesadora de frutas. Puse las cinco tuercas encima de la tapa del rin que había puesto a un lado en el suelo y agachado solo metí la mano para empuñar la manivela del maneral y hacer subir el gato, ¡Zas! La llanta quedó suspendida, la retiré y la puse a un lado. -Cómo te llamas.- Enrique.- De que parte de méxico eres.- No, No soy mexicano. –Entonces de dónde eres.- Soy de Nicaragua.- En dónde queda eso, primera vez que lo oigo, es en Africa.- Jajaja. No. Es aquí mismo en América, pero más abajo de méxico al sur, es decir centro de América. – Aahh ya entiendo por panamá.- Sí, ahí, por panamá. Al mismo tiempo que platicaba fuí al cofre saqué la llanta de respuesto, la metí en los espárragos, la empujé para que calzara bien, puse las tuercas y con la llave de cruz comencé a socar una por una. Metí la llanta sin aire en el cofre, guardé las herramientas y la señora dice: -porqué si estas en Detroit andas con carro japonés, debieras manejar un Buick, un Camaro,un Chrysler, un Pontiac, Plymouth, un Dodge, un Lincoln. Lo que pasa es que viajo mucho de Detroit a Chicago, -dije- Son cinco horas de camino, usar un carro de esas marcas significa mucho gasto de gasolina. Me toma de la mano, me aprieta fuerte y dice: -Tienes razón, Enrique. Mira ya sabes. Aquí tienes una amiga, Ursula Van Gogh. Cuando quieras y tengas tiempo puedes venir a mi casa. Vivo sola. Mi marido tiene más de un año que murió. -Se tira una carcagada francesa-. –Así que soy soltera- Era holandesa. Familiar lejana según dijo de un pintor Vicent Van Gogh. Yo le revisaba la oreja para ver si le faltaba una. Ella sonriente –me dice.- Vicent se cortó la oreja por cólera. Tuvo una pelea con su amigo y por no hacerle daño, prefirió el mismo arrancarse su propia oreja con una navaja de razurar, -dijo pensativa- Toma llévate esto – Alargando su mano me entregó la cesta tejida con ramitas de bejuco igual a la varilla negra que don Bacho Montoya usaba para golpear la nalga de su burrito. Dentro de la cesta venían frescos cenizos recién cortados dos racimos de uva morada, tres manzanas, varias peras. Arranqué felíz rumbo a Chicago miré por el retrovisor que Ursula blandía su mano diciéndome Adiós. No sé porque pero el gesto de ella me empalmó con el recuerdo de don Bacho. Este viaje lo hacia todos los jueves para estudiar viernes y sábado en la Universidad de Chicago. Los lunes en la madrugada estaba de regreso manejando por la carretera junto con todos los truckeros que a esa misma hora hacen también su viaje a Detroit a traer autómoviles para los dealers de Chicago. A Francisco lo conocí por casualidad, unos niños pasaron corriendo asustados por la orilla de mi casa, -ya viste la mujer muerta,- Dónde les pregunté, -allí por la orilla de la casa de Chico Bermudez-, dijeron y salieron disparados como si alguien les hubiese puesto un tizón caliente en el culo. Fuí rápido a ver si era cierto, porque la casa de Francisco es al otro lado de mi cuadra. La puerta abierta, nadie presente, la mujer en la cama con los pies juntos amarrados con un pañuelo, su cabeza de lado en la almohada, con una falda gris que tapaba hasta las rodillas, una blusa blanca de cuello bordado escotado, en el pesón izquierdo donde comienza

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la clavícula se veía la empuñadura del puñal de acero que se clavó directo al corazón sólo la cruz de acero del cabo del puñal quedó visible. La tranquilidad del cadáver dice que no hubo violencia. Un hilo espeso de sangre negra se escapa perdiéndose debajo de la blusa. Tenía los ojos de virgen abiertos sin niguna súplica. La casa piso de tierra, un solo cuarto es sala dormitorio y cocina, en el solar estan las pesas de cemento que alguien usa para hacer gimnasia. Son pesas rústicas hechas de cemento embasado en latas clover brand. La muchacha muerta originaria de Quilalí era la compañera de vida de Frutos apodado el Chilote caporal de la hacienda de los Almendarez. Después de matar a su mujer escapó en su caballo. Dejé de ver el cadáver. Levanté la vista. En el umbral de la puerta que va a la calle ví la sombra de un jóven atlético melena dorada, alto, ojos amarillos, observa también el interior de la sala. Era Francisco Bermúdez que dijo sin que yo preguntara nada: -“eso es lo que dejan los celos”-. Por la puerta que da al patio entró doña Emilia, su mamá, una señora muy entrada en años, bravísima. – Le amarré los pies para que ese Bruto no corra lejos, dijo- El olfato me estaba diciendo que aquello era una escena de las obras trágicas escritas por la pluma de William Shakespeare. Asi conocí a Francisco Bermudez.Con Rolando El Gavilán es otra historia. Un día se acostó y amaneció con el solar de su casa partido en dos. La nueva carretera que venía de Yalagüina pasando por Ocotal rumbo las Manos, le partió en dos pedazos el solar de su casa. Si vos venís de Managua y entrás por la carretera pavimentada vas a ver esa casa encajada en un paredón a varios pies de altura igual a las casas que uno vé en los acantilados desde la playa de Malibú en California: Allá arriba. Esa es la casa de El Gavilán. En la tarde al terminar la clase íbamos a ver trabajar los tractores. Apagaban las máquinas. Momento que era aprovechado para subirnos a las enormes montañas de tierra suelta con eskies de cartón para deslizarnos. Dejábamos de jugar hasta que oíamos el grito de la mamá de Rolando: - Pensás que cago reales para comprarte otro pantalón-. Es diferente conMario García. El era hermano de los zurdos Eduardo jugador de baseball right fielder y Alberto pitcher ambos jugadores del equipo Comunicaciones. El campo de baseball “Las Brisas”estaba donde ahora es el Instituto Público de Secundaria. Cada vez que jugaba “El Comunicaciones” nuestro gusto era una vez terminado el inning cargar el guante del jugador de nuestra preferencia, entonces Mario cuando veía que yo no lograba conseguir manopla de ningún jugador le decía a Alberto que me confiara su manopla. Asi comenzó nuestra amistad. El Umpire era Chico Canales, él cantaba las bolas y los strikes. No detrás del homeplate, sino detrás del pitcher. Terminado el juego como pago le daban cinco pesos, junto con Esteban Duarte su mejor amigo se iban para donde Cheyito Santelíz, Cantina cercana al campo de baseball a tomar guarón de barril. Sencillo Cinco reales. Tacón alto un peso. Eran alcohólicos consuetudinarios y siempre tomaban licor hasta quedar los dos dormidos en la acera de cualquier calle. Un día Esteban soñaba que se resbalaba a un inmenso abismo, miró un hoyo en la pared de roca, metió el dedo con fuerza en el hoyo y se agarró como garfio para quedar guindado y no caer al abismo. Chico Canales despertó, dando un alarido desgarrador. ¡Sacáme los dedos del culo hijo de puta!.Esteban le tenía metido los tres dedos en la rajadura del culo. El chiste lo contaba Esteban Duarte cuando estaba borracho para enojar a Chico Canales. Después los equipos de beisbol: Comunicaciones, Palermo, Dos Estrellas y Condor se pusieron de acuerdo para traer un

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verdadero Umpire de Managua. Hospedaron al Umpire managüense en la casa contiguo al solar de la casa de Chilano López cercano al campo “Las Brisas”. El domingo en la mañana al doblar la esquina de la casa de Chilano tuve que correr asustado por el robot que miré: -Qué te pasa chavalo baboso- con vocerrón me habló el robot- Traía puesta encima la indumentaria que ocupa un juez de Baseball. Salió de su casa hacia el campo “Las Brisas” uniformado como un jugador de football Americano que yo confundí con un astronauta: Era Don Alfonso Malespín que se dirigía al campo “Las Brisas” a impartir justicia detrás del homeplate en su primer debut como Umpire official de la liga de beisbol amateur de Ocotal. Ni en sombras le pasaba por la mente que iba a clavar pico con la mujer que le parió varios hijos allí en Ocotal. –El hijo mayor que lleva su nombre vive en Managua -. Pienso que Francisco contó a los muchachos que yo iba también para despertar entusiásmo. Ellos sabían que yo era cobarde para andar metido en el río varios días pescando, o sentado en larga espera en una piedra con esa caña de pescar. Por eso sin ninguna molestia pude dormir lo que quise. Cuando me levanté a revizar mi anzuelo sentí la cuerda pesada tensa como que se iba a reventar, le dí un jaloncito con la mano derecha para ver si la cuerda se movía o cambiaba de posición, lo sentí tan pesado que me pareció que el anzuelo estaba atorado en algo bajo el agua. Los otros pescadores miraron el hilo de la cuerda tenso, pensaron que algo grande había mordido mi anzuelo, pero estaban del otro lado y ellos no podían acudir de inmediato con ayuda, el único que estaba a cien varas de mi lado era Francisco que llegó sin demora a ver si podia ayudar a desatorar el anzuelo. –Cuántas veces lo moviste- me dijo- una vez, -le contesté- Este es un bagre que se encuevó, dijo, vamos a esperar que venga Rolando para que se meta al agua, para cortar la cuerda cerca del anzuelo, así por lo menos no perdemos mucho nylon. De pronto con mucha lentitud se movió la cuerda dando un gran tirón, -debe ser “cabo de hacha”-dijo Francisco-, -ellos cuando estan trabados al anzuelo nadan con sus aletas hacia atrás, por eso no es cualquiera que saca un cabo de hacha, es raro que todavía no te ha cortado el nylon, tienen dos hileras de dientes muy filudas igual que pirañas que no hay nylon que les resista-. Sin darme cuenta, Rolando y Mario, jadeantes igual que sabuesos, con los ojos vidriosos, han venido a ponerse a la par de nosotros, caminando con ansiedad de un lado a otro. –Qué decís me meto al agua-,-preguntó Rolando-. Espérate, vamos a probar si lo podemos sacar arrastrando la cuerda,-dijo Francisco sin quitar la vista del anzuelo - de suerte, Enrique tuvo el alcance de amarrar anoche la cuerda a este guayabo, de lo contrario hubiéramos perdido este hermoso animal-.exclamó Francisco-. La cuerda tenza se movía por el centro de la poza de un lado a otro, el animal sofocado quería desprenderse de aquel garfio, pero Francisco lo hacía desistir de su intención dando un tirón cada vez que se movía, entonces el animal se ponía quieto sin moverse, después de un rato la cuerda se puso floja y Francisco comenzó a jalar y jalar -parece que el animal se soltó –dijo- en eso se volvió a tenzar, No , ahí está todavía.-Exclamó- A esta altura la cuerda había acortado distancia hasta llegar cerca de la orilla, solo era jalar un poco más para mirar qué animal era. Los otros dos muchachos con los pies dentro del agua, tenían los puños cerrados que parecía que eran ellos los que jalaban la cuerda. Francisco no quitaba la vista del punto donde la cuerda se hundía con el nivel del agua. Dió la orden:- Pónganse Abusados-. Cuando el pez es grande la costumbre es golpear con un palo la cabeza para inmobilizarlo. Eso es lo que todos tenían pensado hacer. Francisco siguió jalando. El animal, se dejó jalar buscando

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la orilla hasta que salió a flote. Era una Tortuga. El garfio filudo sangrante del anzuelo le salía por la garganta. Sus ojos tristes papareaban con pereza. Mario sin ninguna lástima tiranteó la cuerda estirando el pescuezo. Rolando sagaz con el cuchillo le cortó la cabeza. A mediodía estaba lista la sopa de Tortuga. Cuando venía de Estelí y heché un vistazo para el Bajío sitio visitado por estudiantes sin novia recordé la primera vez que llegué a ese lugar. Fue después del cine. Ese día no iba entrar a ver la película porque el título no me gustaba. Me paré a la orilla de la puerta de la entrada a luneta cuando en eso apareció don Hilario Montenegro –Ya voy a cerrar la puerta, los que van a entrar entren, se hizo al lado de la acera, donde estaban lustradores y vendedores de chicles y extendiendo las manos como quién acorrala gallinas, los empujó a todos en dirección a la puerta de entrada a luneta, la mayoria corderitos obedientes se fueron metiendo gratis al cine. Esa era la costumbre de don Hilario, dar la entrada gratis a los que quedaban afuera. Me senté en el primer campo que encontré libre, la pelicula desde que comenzó hasta que terminó era de un hombre huyendo todo el tiempo porque lo querían matar. El final quedó cuando escapaba corriendo evitando la muerte. “Donde sobra un hombre”, era el título. En el tumulto de la salida donde nos empujabamos unos con otros sentí un jincón en las costillas, -“ideay jodido cuando me vas a traer el libro”-: -Era un libro que ya habíamos leído con Fabio López Midence, que su papá guardaba en un armario de la casa vieja que esta dentro del patio con la puerta que nunca nadie abrió.-.Le había prometido a Leonel que en cuanto no más fuera a Ocotal se lo iba a traer. Y se lo traje y nunca me lo regresó. Siempre decía: -“es que lo tiene un amigo en Masaya”-. Otra vez: -“es que lo tiene un amigo en León”-. Por último: -“ahora lo tienen en Managua”-. Así me mantuvo con ese cuento. Cuando vió el libro se enamoró de él, lo quedó viendo en la portada estaba un hombre de sombrero borsalino parado de lado con un colt 44 amarrado a la pierna, en la funda de cuero prendedores con balas ensartadas. Emocionado digo: “este hombre hizo que se cagaran de miedo los Yankees”, la foto era Miguel Angel Ortez y el libro “El Calvario de las Segovias” . Cuando me jincó las costillas me dijo: -Vamos al Bajío Enrique-. El cine terminó a las diez y cogimos la calle del mercadito para bajar por donde” la chela de la planta” cuando pasamos por ahí, me dice mírale las tetas a esa vieja, ahí es donde viene a echar sus polvos Bayardo Gámez, y suelta una carcajada que me dejó asustado. Para esos días él ya no se hablaba con Bayardo, porque Bayardo no supo guardar el secreto de una su novia que tenía, descubriéndolo con Angelita. La calle pedregosa nos llevó al callejón donde nos recibió el sonido alto de varias rokonolas. Todas sonando al mismo tiempo que por más que esforzara el oído no llegaba a distinguir canción alguna. Caminamos la pequeña cuadra poblada de cantinas de donde salian y entraban clientes tambaleándose. – Vamos a ir al Francis Bar, ahí es donde están los mejores culos, -dijo Leonel, casi en secreto-. De todo el vecindario, esta casa era la única que disimulaba con un rótulo de restaurant que lo que había adentro era mujeres esperando clientes. Entramos a una sala con algunas mesas y sillas, pero no nos detuvimos alli, pasamos directo a un pasillo, piso de tambo, con cuartos a ambos lados, terminando al fondo en una pared de madera, en donde pude escuchar el ruido del río deslizándose entre las piedras. Habían dos mujeres con la puerta de su cuarto abierta, una morena baja y una blanca ojos gatos. Leonel, -siempre en voz baja-, antes de llegar cerca de ellas me dijo: -Déjame a mi la blanca y tu agárrate a la negra-. La saludó-hola, Ana Julia, vamos al cuarto-. Ella no contestó el saludo, sólo

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esperó que Leonel se métiera para cerrar la puerta detrás de ella. La mujer con la que yo me metí al cuarto era de un valle muy cerca del Sauce, municipio al norte de León. La de Leonel, - según él me dijo, después que salió, era una campesina del valle Santa Cruz, comarca cercana al Sur de Estelí. Era una mujer que parecía gringa, había llegado a la ciudad para trabajar como sirvienta, pero estando en la ciudad, le dieron el trabajo de cobrar por acostarse con hombres, cobraba cinco pesos por cliente y daba dos al dueño de la cantina por usar el cuarto. Claro, a ella le gustaba cuando Leonel llegaba, porque recibía en vez de cinco pesos, más dinero. Al terminar Leonel con Julia y yo con Haydee. Por supuesto los dos eran nombres ficticios. Ellas cuando se meten al oficio cambian de nombre y se visten igual que las hijas de los ricos de la ciudad. Nos fuimos a buscar otra cantina, porque dijo Leonel,- es muy temprano para irnos acostar, vamos por unas cervezas-. Nos sentamos, después de haber pedido dos cervezas, se arrimaron dos mujeres a buscar plática con nosotros, porque el cliente así llega,-más cuando son muchachos bien jóvenes- disimulando que es a beber licor. Leonel, ni corto, ni perezoso comenzó a platicar con ellas. Luego como vieron que no les hicimos parada de lo que ellas querían, se fueron a otra mesa a buscar ganar el diario de la noche. Cuando ya nos habíamos bebido más de cuatro cervezas y nos preparábamos para coger el camino de la casa, Leonel dijo: -Ahora si creo Enrique que me voy a la verga, tengo una beca para Alemania. Asi que estas son las despedidas. Tengo que buscar ser alguien. Mi mama con 45 pesos mensuales y mi papa con los centavitos que gana con su oficio de carpinteria. Es triste. Tuve un tiempo, Enrique, no me vas a creer, cuando estaba en el seminario, que ni para comprar un par de chancletas que necesitaba podían ajustar. Agún día cuando los dos tengamos lugar te voy a llevar a que matemos palomas para que conozcas el origen de mi familia en las Labranzas, primero vamos a pasar por matapalos –sí- para que conozcas la tierra donde está enterrado mi ombligo.Todo esto te lo platico, no para que lo dés a conocer a los cuatro vientos, sino,para que conozcas mis luchas interiores que mantengo en mi cerebro, otra persona en mi situación y sin ninguna preparación intelectual como la que yo tengo te aseguro que hace rato se hubiera quitado la vida. Te voy a dar a leer partes de un libro –son copias- porque el original está en alemán de un escritor que me encanta, el libro lo conseguí con mi mejor amigo un padre canadiense en la biblioteca del seminario en Managua. El escritor se llama Bertolt Brecht cuando lo leas te va ha dar una levantada de espíritu que después me vas a contar. Y anduve con él en el lugar donde nació. Que lugar más triste.

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