el destino se llama clotilde_giovanni guareschi

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El destino se llama ClotildeGiovanni GuareschiTtulo del original italiano, Il destino si chiama Clotilde Traduccin, Claudio Matas Ros Cubierta, Cobos

Captulo primero A bordo del "Delfn". Historia de Filimario Dubl, de un vaso de aceite y de una carta que no era de amor.

A las nueve de la maana del 14 de mayo de 1885, el "Delfn" levaba anclas en el puerto de Nevaslippe y se diriga hacia el mar. Media hora ms tarde el seor Filimario Dubl oa llamar discretamente a la puerta de su cabina, y esto, aun siendo un suceso corriente, provoc en el conocido caballero justificada alegra. Efectivamente, ya haca bastante tiempo que el seor Filimario Dubl esperaba que alguien llamara a la puerta de su camarote: para ser ms exactos, desde haca sesenta minutos, el seor Filimario Dubl esperaba la aparicin de la seorita Clotilde Troll. Y era la cosa ms lgica que poda esperar, despus de la singular carta recibida la noche anterior: "Muy seor mo: "Maana mi yate levar anclas para un corto crucero: a las ocho y media le espero a bordo. Querra comunicarle una curiosa idea que ha brotado en mi corazn desde hace ya algn tiempo. "Le doy las gracias y le ruego que acepte un pequeo beso de Clotilde Troll." Quin hubiera sido capaz de rehusar un beso de Clotilde Troll, la chica ms bonita, ms famosa y ms rica de Nevaslippe? Slo el seor Filimario Dubl encontrndose en condiciones normales hubiera sido capaz de rehusarlo. O mejor, en determinada ocasin, l lo hubiera rehusado. Pero ahora, por culpa de aquel maldito vaso de aceite de ricino, Filimario Dubl se encontraba en una situacin muy anormal. Filimario Dubl, perteneciente a una riqusima familia de Nevaslippe, era ante todo un hombre de carcter, y en esto se pareca por partes iguales a sus abuelos paternos y a su madre Jazmina. Adems, haba heredado de su padre, el seor Tom, toda aquella inapetencia para las cosas convencionales, que haba inducido al mismo seor Tom a dejar hurfano de pocos meses a Filimario, para poderdecan sustraerse a la extraordinaria trivialidad de respirar. Considerando la extremada convencionalidad de la vida, Filimario se divirti muy pocas veces. Cuando tena diecinueve aos y viva an con su to Flip, Filimario, a pesar de disponer de todo el dinero de su to Flip, se aburra. Pero un da encontr una ocupacin que pareci interesarle mucho: el estudio de la medicina. Filimario entonces estudi con mucho inters durante dos aos, al final de los cuales se meti en cama aullando. Fueron llamados los tres ms famosos clnicos de la ciudad y Filimario les describi tan minuciosamente sus molestias, las localiz con tanta precisin y explic con tanta exactitud las irregularidades que la enfermedad provocaba en sus funciones internas que, finalmente, los tres grandes mdicos se miraron triunfalmente y dijeron: Esta es la ms evidente, la ms identificada apendicitis que existe en el mundo. Luego condujeron a la sala operatoria a los estudiantes, con el fin de ensearles la ms clsica apendicitis de la historia mdica. Llegada la hora de la operacin, el ms clebre de los tres archipmpanos de la medicina empu un bistur, abri el vientre de Filimario y se volvi plido

por la emocin. Ante sus ojos estaba el ms perfecto y ms robusto intestino del mundo. De apendicitis ni la sombra. En aquella ocasin Filimario se divirti. Pero cunto haba tenido que trabajar para una diversin que se saliera de la trivialidad! Haba tenido que trabajar mucho tiempo para ser capaz de una enfermedad inexistente con tal precisin que engaase a tres archipmpanos de la ciencia, y haba tenido que dejarse abrir el vientre, a fin de divertirse admirando las tres caras ms asustadas del universo. El seor Filimario Dubl se divirti muy pocas veces en la vida. Nos atreveramos a afirmar que slo fueron dos: la primera, cuando les jug aquella broma a los tres archipmpanos; la segunda, cuando les jug la broma a los vecinos de Temerlotte. Tena entonces Filimario veinticinco aos, y un da se traslad a Temerlotte bajo falso nombre y alquil una gran tienda en el centro. Tapiz las paredes de las calles con carteles, insert grandes anuncios en los peridicos y la gente pic. Qued sorprendidsima. El local de Filimario estaba completamente vaco. Ni un pequeo clavo en las paredes; en las vitrinas, ni un alfiler. En el rtulo, con grandes caracteres, una sola palabra: "NADA". La gente ri, pensando en una broma, luego pens en una invencin publicitaria, despus empez a enfadarle, Filimario, cada maana, con extremada seriedad, haca subir las puertas metlicas y se quedaba imperturbablemente sentado sobre un taburete nico mueble en el centro del inmenso establecimiento. Ni una palabra, ni un gesto. La gente estaba indignada: "Nada!", lea en alta voz, rabiosamente, y resoplaba. Despus, de cuando en cuando alguien se asomaba. En fin, se puede saber qu es lo que se vende aqu? le gritaban a Filimario. Nada contestaba Filimario con gran dignidad. La cosa sigui as durante tres meses y la gente se indignaba cada da ms. Finalmente, una maana, un seor corpulento y sanguneo entr en la tienda y se plant amenazador frente a Filimario. Nada? pregunt torvo. S, nada contest, inclinndose, Filimario. Cunto? pregunt, todava torvo el seor sanguneo. De cincuenta francos para arriba explic amablemente Filimario. Dme usted ciento cincuenta francos orden el hombre, rechinando los dientes y tendiendo el dinero. Filimario cogi el dinero y luego sopl en la palma de la mano. Ah va dijo. Est bien? Bien contest el seor sanguneo suspirando como si le hubieran liberado de un enorme peso. En esa ocasin tambin, Filimario se divirti: pero entonces tambin fue una cosa complicada, cansada y sobre todo clamorosa. Y el autor no habra ciertamente retardado el curso de los acontecimientos, con dos historias fciles de hallar en cualquier coleccin de historias nevaslippenses, si estos episodios no fueran tales que iluminaran al lector sobre todo lo que atae a la silueta moral del seor Filimario Dubl. En efecto, de estos episodios, ms que la excentricidad de nuestro clebre caballero resalta su singular firmeza de carcter: y es lo que ms importa, porque la causa de la anormal situacin en que se encontraba el seor Filimario Dubl en el momento en que da comienzo

esta narracin y los infinitos apuros que seguirn, debe buscarse solamente en su firmeza de carcter. Filimario Dubl vivi tranquilamente en la fastuosa casa de Nevaslippe, junto con su madre, viuda Dubl, hasta la edad de seis aos y quince das. La maana en que Filimario se preparaba para entrar en el decimosexto da de vida despus de los seis aos, la seora Jazmina entr en su habitacin con un vaso lleno de aceite de ricino. Filimario dijo la seora Jazmina, bebe pronto, le har bien. No, mam contest Filimario; antes que beber esta asquerosa mezcla, prefiero quedarme un ao sin comer. Est bien sentenci la seora Jazmina. Entonces no comers hasta que te hayas bebido este vaso de aceite de ricino. La seora Jazmina era una mujer de carcter y mantuvo su promesa: cuando Filimario peda comida le enseaba el vaso de aceite de ricino. Filimario resisti tres das, luego llen una maleta con sus juguetes, y huy a la calle Sesseppe, junto a su to Flip Dubl, que detestaba a la cuada Jazmina y adoraba al sobrinito. Filimario se qued con el to Flip desde los seis hasta los veintisiete aos. To, tengo que volver a casa dijo un da, me he retrasado un poco. Filimario volvi a su casa. Llam a la puerta. Fue a abrirle la seora Jazmina: en los veintin aos haba envejecido. En la mano derecha tena el vaso lleno de aceite de ricino. No, mam dijo Filimario moviendo la cabeza. La seora Jazmina cerr la puerta y dijo desde la ventana: Volvers a esta casa cuando hayas tomado el aceite de ricino. Filimario intent volver a su casa otras dos veces, con el mismo resultado; se qued sentado ante la puerta durante tres das, luego volvi junto a su to Flip. Vivi otros tres aos con to Flip: luego el to muri sonriendo. Filimario le dijo expirando, yo te bendigo. T has alegrado mi vejez y hasta me has ahorrado la molestia de hacer testamento. Gracias a tu ayuda, cierro en perfecto balance. Calculando los gastos del mdico y los del funeral, me quedan dos francos. Son tuyos: haz con ellos lo que te venga en gana. Filimario, despus de acompaar al to a la ltima morada, distribuy los dos francos en obras de beneficencia y se encontr en el arroyo. Pero qued en l poco tiempo: a la semana siguiente recibi una carta del notario de la familia que le deca: "Durante el viaje a Strepefiet, su seora madre ha muerto de apopleja. Urge su presencia para lectura testamento." Filimario se present en casa del notario y se abri el testamento. Era cortsimo: "Dejo todo lo mo a mi hijo Filimario Dubl con la condicin de que se beba, en presencia del notario Diks y de los dos testigos por m indicados, su vaso de aceite de ricino." Una vez ledo el documento, el notario llam a los testigos y despus de haber sacado de la caja de caudales el vaso de aceite de ricino, lo ofreci a Filimario. No dijo en voz baja, pero extremadamente decidido. Y se dirigi hacia la puerta. Filimario Dubl era un hombre de carcter; esto ante todo, y luego hay que considerar que en los veinticuatro aos, el aceite de ricino se haba vuelto verde, en el vaso, y espeso como aceite lubrificante. De todos modos dijo el notario aqu se queda para cuando lo quiera y lo deposit en la caja de caudales.

Esto suceda a las 16 horas del 13 de mayo de 1885. A las 16,30 el seor Filimario Dubl, despus de haber hecho un rpido inventario de sus bienes, conclua que poda contar, para su futuro, con cincuenta francos y algunos bales de trajes elegantsimos. Apenas tena para pagar la cuenta del hotel. He aqu por qu habiendo recibido a las 19 horas la carta de Clotilde Troll, Filimario haba comunicado al camarero: Diga que me preparen la cuenta, y, para maana a las ocho, un coche que me lleve al puerto. La situacin de Filimario no era normal, he aqu todo: en condiciones normales se habra guardado bien de tomar en consideracin las invitaciones en el yate y los pequeos besos de la seorita Clotilde Troll. Clotilde, la rica, excntrica, tumultuosa Clo, a quien jvenes y viejos de Nevaslippe miraban con ojos llenos de languidez, siempre haba sido considerada por nuestro joven como una muchacha molesta y ms bien antiptica. Pero en aquella particular ocasin, un crucero en el yate de la seorita Clotilde poda representar un punto de apoyo para el inmediato futuro. Adems, de una cosa nace otra. Filimario Dubl detestaba el matrimonio y un poco a Clotilde Troll: pero entre una millonaria molesta y un vaso de aceite de ricino de veinticuatro aos, Filimario pensaba si no era acaso mejor el matrimonio. Esto explica el porqu oyendo llamar discretamente a la puerta de su camarote, Filimario Dubl se senta singularmente complacido. Adelante! dijo Filimario Dubl, levantndose y arrojando el cigarrillo por la ventanilla. Entr un hombre de grandes proporciones, con un respetable bigote negro y con botones dorados en la chaqueta azul. Aun teniendo en cuenta la no comn inclinacin de Clotilde Troll por la excentricidad, no se poda pensar absolutamente que se tratara de Clotilde Troll. Se trataba, en cambio, del capitn del yate. Le agradecer que me siga a la salita de popa inform el hombre de mar, y Filimario accedi con una ligera inclinacin de cabeza. Era natural, en el fondo, que Clotilde Troll no bajara al camarote de Filimario, aun siendo enemigo de las cosas convencionales, hubo de reconocerlo. Al entrar en la salita de popa, Filimario se encontr frente a dos jvenes seores desconocidos: stos tampoco podan ser Clotilde Troll, y Filimario se limit a observar el hecho y a saludar a los dos personajes con una ligera inclinacin. Hubo algunos instantes de silencio; luego el capitn puso una carta encima de la mesa: Como pueden ustedes ver, la carta est dirigida a los seores Filimario Dubl, Septiembre Nort y Po Pis. Por esta razn no poda hacer otra cosa que reunir en el mismo local a los seores Dubl, Nort y Pis y entregar la carta a la colectividad. El capitn sali y salud. Filimario, adems de ser un hombre de carcter, posea una calma ejemplar. Por eso, antes que otra cosa, encendi un cigarrillo y se arrellan en una butaca. Finalmente se volvi hacia los dos que se haban quedado en pie, ms bien embarazados. Seores dijo Filimario, despus de lo que ha comunicado el capitn, las presentaciones son intiles. Sabemos perfectamente que yo soy Filimario Dubl, que usted es Septiembre Nort y que el seor es Po Pis. Septiembre y Pis aprobaron.

No me queda, pues, ms que pedir a uno de ustedes que abra esa carta y la lea en alta voz. Si no les gusta esta solucin, estoy dispuesto a dividir la carta en tres partes, para que cada uno se quede con la parte que le corresponde. Septiembre se encogi de hombros, pero Po Pis, muy delicadamente, hizo observar que la primera solucin le pareca la mejor. Abri por esto el sobre con manos temblorosas y ley en voz alta: "Seores: "Tengan la bondad de perdonar mi accin, pero les aseguro que no se trata de una broma corriente y vulgar Se trata de una cosa muy seria. "Nacida y crecida en Nevaslippe, yo adoro a esta maravillosa ciudad, y para que sea siempre ms bella y agradable estoy dispuesta a cualquier sacrificio. Les he inducido, con trivial artificio, a que subieran a mi yate con el solo fin de alejar de mi adorada Nevaslippe a las tres personas ms detestables de la ciudad. "Muchos habr que les consideren a ustedes simpticos, pero yo no puedo, absolutamente. No el verles o el tenerles que hablar, sino slo la idea de que vivan ustedes en la misma ciudad es bastante para hacer de Nevaslippe un lugar insoportable. "Los habitantes de Nevaslippe son tres millones y ustedes podrn extraarse: 'Por qu precisamente nosotros tres?' Pero la cosa es muy sencilla: existen, sin duda, en Nevaslippe, personas detestables, como ustedes; pero ustedes, adems de detestables, son tambin clebres. El seor Septiembre, por su milagrosa suerte; el seor Pis, por su fama literaria; el seor Dubl, en fin, por su fortuna y por su excentricidad. El "Delfn" les desembarcar en un lugar por m fijado, de donde, as lo espero, no volvern ustedes hasta dentro de mucho tiempo a Nevaslippe. La tripulacin tiene orden de oponerse con corts firmeza a cualquier proyecto de ustedes en contra de lo que he dispuesto. "Les renuevo mis excusas y quedo siempre de ustedes. Clotilde Troll." Po Pis dej caer la carta y mir a Filimario con cara de miedo. Septiembre se cogi la cabeza entre las manos. Nada ms? pregunt Filimario, mirndose las manos. Nada ms balbuci Po Pis. Bien: entonces podemos ir a pasear por el puente concluy Filimario levantndose y dirigindose hacia la puerta. Pero Septiembre se levant y le cerr el paso. Seor Dubl exclam muy agitado. Este es un asunto muy raro! Hay que hacer algo. Precisamente sonri Filimario propona dar un paseo por el puente. Siempre es algo. Ya aprob Septiembre, calmado, me parece que es la nica cosa que podemos hacer. Pero tiene usted que admitir que se trata de una broma de psimo gusto. Filimario movi la cabeza. Le aseguro a usted que no se trata de una broma. Nos desembarcarn, efectivamente, quin sabe dnde, y efectivamente no podremos volver a Nevaslippe hasta que haya pasado mucho tiempo. La cosa es seria. Menos mal observ Septiembre, sabiendo a qu atenerse. A m las

bromas no me gustan nada. Figrese usted que desde hace tres aos no le hablo a mi padre porque un da me quit la silla cuando iba a sentarme. Filimario aprob: hombre de carcter, le gustaban los hombres de carcter. Nunca ms ni una palabra, entiende usted? continu Septiembre. Y vivimos en la misma casa. Si tengo algo urgente que comunicarle, le escribo, aunque est comiendo con l. Luego llamo al camarero y le hago entregar la carta. Po Pis, que hasta aquel momento haba estado asomado a la portilla mirando el mar, se dirigi a sus compaeros. Es terrible solloz. No verla ms, no poder sentir su perfume, no poderle enviar ms las dulces poesas que compona para ella de noche! Yo la amo! Filimario le puso afectuosamente la mano en el hombro: Consulese usted, seor Po: encontrar a otra. Po Pis movi la cabeza: No! grit, retorcindose las manos. No: en lodo el mundo no puede encontrarse a otra Clotilde Troll! Septiembre abri los ojos. Todava ama usted a Clotilde Troll? S suspir Po Pis. La amo ms todava, como Petrarca am ms a Laura difunta que a Laura viva. Clotilde no es una mujer, es una criatura del cielo! Filimario puso otra vez afectuosamente la mano sobre el hombro de Po Pis. Pobre seor Po suspir. Le entiendo a usted. Es usted tan bobo que merecera casarse con Clotilde Troll. Septiembre ri fuerte, a mandbula batiente. En aquel momento alguien llam a la puerta. Clotilde? exclam Po Pis, mirando hacia la puerta con ojos llenos de esperanza. Septiembre, al principio, haba esbozado una sonrisa, pero al ver que Filimario se haba sentado demostrando perfecta indiferencia, se asom, hastiado, a la portilla y mir al mar silbando. Septiembre era un hombre amable, dotado de un singular espritu de observacin, pero absolutamente desprovisto de sentido crtico. Captulo segundo Historia de Septiembre Nort y Po Pis Una vez Septiembre fue a Alemania, y permaneci all seis meses. La visit de arriba abajo, a conciencia, y en su estancia observ atentamente centenares de catedrales, de ros, de jardines, de mujeres, de cuadros, de monumentos, de puentes, de caballos. Cuando volvi a Nevaslippe, Septiembre se encontr con unos amigos. Te has divertido? Es bonita Alemania? le preguntaron. No s contest Septiembre, tengo que hablar con mi padre. El padre de Septiembre era lo opuesto del hijo. Dotado de un formidable sentido crtico, no posea el ms pequeo espritu de observacin. Normalmente vea las cosas a grandes rasgos generales. Para entender al

padre de Septiembre, hay que pensar en un hombre atado a un globo y retenido en tierra por un cable de algunos kilmetros de longitud. As, un hombre puede tener del mundo solamente una visin panormica, y para ponerle en condicin de captar un detalle, habr que tirarle ms abajo. Normalmente el padre de Septiembre estaba suspendido al lmite de la cuerda. Te gusta? le preguntaban, indicndole un angelito esculpido, por ejemplo, en una pila de la catedral de Madrid. Vaya contestaba el padre de Septiembre, el Hemisferio Austral es verdaderamente maravilloso. Le rogaban que observara con mayor atencin lo que le indicaban, y el padre de Septiembre, despus de un poco, admita: S, Europa es toda ella muy interesante. No haba que desanimarse, haba que insistir, y, poco a poco, el padre de Septiembre llegaba a decir que Espaa estaba llena de cosas inmejorables, que Castilla la Nueva era una regin singular, que Madrid era una ciudad bien construida, que la catedral de Madrid era notable en su parte superior, que el interior de la catedral era fascinador, que la pila era simptica, para luego explicar que el angelito era psimo y que no vala la pena perder tiempo en un objeto de ese gnero. Difcilmente se encontraba quin tuviera la fuerza de hacer bajar al padre de Septiembre desde la estratosfera hasta una pipa de espuma o un caballo bayo, y el ilustre personaje viva por esto generalmente de sntesis esenciales. Slo Septiembre consegua obtener resultados de la cultura paterna, porque no obligaba al padre a bajar hasta el objeto, sino que le suba el objeto bajo la forma area de las palabras. Cuando Septiembre volvi, como bamos diciendo, de Alemania, y le preguntaron si se haba divertido o no, si haba visto o no visto cosas buenas, Septiembre contest : No s, tengo que hablar antes con mi padre. Septiembre, por haber viajado solo, haba visto mil cosas, las recordaba exactamente, pero no saba si le haban gustado o no, si eran o no bonitas y por esto si se haba o no se haba divertido. Septiembre cont a su padre de cabo a rabo lo que haba visto. Describi las catedrales, piedra por piedra, y proporciones. Es bonita deca de cuando en cuando el padre. O si no: No es bonita, es regular. Septiembre describi tambin algunas chicas con las cuales haba paseado, describi espectculos de teatro, de cine, excursiones, baos calientes. Te has divertido le deca de cuando en cuando el padre. No vala la pena, era una pera psima. En ese concierto te has aburrido mortalmente. Despus de algn tiempo, Septiembre pudo contar a sus amigos que Alemania era un pas bonito y que se haba divertido bastante. Y de chicas qu tal? le preguntaban los amigos. No s; mi padre no ha querido decidir sobre el particularcontest Septiembre. Perdnesenos esta digresin: pero de alguna manera hay que hacer entrar en juego a los protagonistas de nuestra historia. Si el escritor, en una narracin en la que se mueven personajes diferenciados slo por un

adjetivo (un hombre gordo, una chica bonita, un joven simptico), no sabe definir con gran maestra sus caracteres a travs de las diversas acciones de la narracin, sta se vuelve un triste baile de fantasmas. Y como aqu no se puede hablar ciertamente de gran maestra, hay que proceder con gran cautela. Siendo ya conocido el carcter de Septiembre, no nos extraa vindole silbar con la cabeza fuera de la portilla. Aunque conoca desde haca pocos instantes a Filimario, Septiembre le apreciaba y haba decidido por eso confiar en l en cuanto a sensaciones, pareceres y opiniones. El hecho de que por la puerta de la salita pudiera entrar dentro de dos segundos Clotilde Troll tena a Filimario completamente sin cuidado. Septiembre se senta perfectamente desinteresado en el hecho. Po Pis, en cambio, avanz temblando y abri la puerta. Aun admitiendo que Clotilde Troll amara las cosas excntricas, no poda absolutamente creerse que los siete hombres medio desnudos y barbudos, y que armados hasta los dientes estaban en posicin de firmes junto al capitn, fuesen Clotilde Troll. El capitn, despus de haberse quitado educadamente la gorra, entr en el camarote. Los seores han decidido rebelarse? Septiembre retir la cabeza de la portilla y mir a Filimario. Filimario sigui mirando el humo de su cigarrillo y movi la cabeza. No dijo entonces Septiembre, volviendo a sacar la cabeza por la ventanilla. Quieren, a lo mejor, dejar la rebelin para una hora ms a propsito, aprovechando por ejemplo el sueo de la tripulacin? Nadie contest. Septiembre sigui silbando con la cabeza fuera de la ventanilla, y Filimario se interes vivamente por una manchita de la manga de su chaqueta. Quiere usted tener la amabilidad de contestar? pregunt entonces el capitn, dirigindose a Po Pis, que le miraba con los ojos fuera de las rbitas. Yo... Yo no s... balbuci Po Pis muy emocionado. Septiembre meti la cabeza con aire aburrido y mir a Filimario. Filimario apoy la cabeza en el respaldo y sopl el humo hacia el techo. No contest Septiembre con un bostezo. Ms bien desearamos unos huevos con jamn. El capitn esboz una sonrisa de triunfo. Dar orden ahora mismo exclam inclinndose, mientras la tripulacin abandonaba los garfios. Entretanto, querra darles a ustedes las gracias por la benevolencia que nos han demostrado evitndonos el tener que tirarles al agua como se nos haba ordenado, previendo un caso de rebelin. Gracias. Nos fiamos plenamente de ustedes: la palabra de un caballero es sagrada para nosotros. Los marinos, al otro lado de la puerta, agitaron los gorros y gritaron: "Viva, viva!" Luego la puerta se cerr y todo volvi a su primitivo silencio. Pis suspir. Gente de mar dijo sinceramente conmovido, gente dura, ruda, pero buena. Septiembre meti lentamente la cabeza y mir a Filimario a hurtadillas. Buena gente dijo Filimario con su clebre media sonrisa, buena gente que nos aclama. Pero que nos hubieran tirado al agua si nos hubiramos rebelado.

S exclam Po Pis. Pero con cunto sentimiento! En este punto es necesario interrumpir otra vez el relato: la ocasin es inmejorable para hablar de Po Pis. Por otra parte, no es culpa del autor si todos sus personajes tienen una personalidad bien definida. Po Pis era, sobre todo, un hombre de alma dulce. Una noche, volviendo a su casa, fue atacado por un hombrn que le hiri en la cabeza de un garrotazo y que le tir al suelo y le rob cuanto llevaba encima. El hombrn fue seguidamente detenido y procesado, el fiscal fue muy severo por lo que se refiere al hombrn: afirm que se trataba de un delincuente peligrossimo y le retrat como algo inhumano. Po Pis call al principio; luego trat de hablar, pero no se lo permitieron. El hombrn fue condenado, pero Po Pis, terminada la lectura de la sentencia, dijo al agresor: No importa! exclam. Recurriremos ante el Supremo! En el Supremo, gracias a la intervencin de Po Pis, que busc los mejores abogados, el hombrn fue absuelto. Algunos meses ms tarde, cuando volva a su casa a altas horas, Po Pis fue golpeado en la cabeza con un grueso bastn y le robaron cuanto tena. Po Pis reconoci al agresor: era el hombrn. Suspir: Pobrecillo! Engaado por la oscuridad no me has reconocido y me has golpeado, creyndome un animal sin dueo. He reconocido perfectamente que era usted un hombre afirm el hombrn. Entonces se trata de un explicable caso de amnesia: no te has acordado de cuanto he hecho en tu favor. Me he acordado perfectamente, seor Po Pis. Menos mal observ complacido Po Pis a dos dedos de desmayarse. No es verdad que la gratitud sea una vana palabra: todava hay gente que se acuerda, aun despus de mucho tiempo, de sus bienhechores y que les reconoce hasta en la oscuridad. Po Pis era un hombre de un alma dulce. Era tambin poeta y estaba enamorado perdidamente de Clotilde Troll. Captulo tercero Filimario piensa en Clotilde, pero no con simpata. El capitn habla de la isla de Bess. Septiembre se tranquiliza. Despus de lo sucedido en el castillo de popa, Filimario Dubl evit con mucho cuidado el tener que hablar con sus compaeros de aventura. Despus de haber almorzado en silencio, se retir a su camarote a fumar muchos cigarrillos y a considerar con calma la situacin. Pero si Filimario consigui teir perfectamente de azul los pocos metros cbicos del aire de la pequea habitacin, no consigui, en cambio, mantener su acostumbrada serenidad. Filimario, por primera vez en su vida, se senta en ridculo. Efectivamente, una tonta de muchacha haba conseguido tomarle el pelo. Ahora que el maldito "Delfn" navegaba a todo vapor hacia quin sabe dnde, estara Clotilde Troll con toda probabilidad explicando a un cnclave de

despreciables amigos los detalles de la broma urdida a costa de Filimario Dubl, Septiembre y Po Pis. Lo que especialmente fastidiaba a Filimario era el haber sido equiparado en la aventura a dos insignificantes mediocridades, tales como Septiembre y Po. En este particular consista, quiz, la mayor culpa de Clotilde. Filimario se sorprendi andando nerviosamente arriba y abajo por la cabina: cosa ms bien ridcula, dado que la longitud de la cabina era de dos metros. Una tonta de muchacha haba hecho perder la calma a Filimario Dubl. La constatacin del singular suceso, nuevo en las costumbres de nuestro joven, hizo perder todava ms la calma a Filimario. La cosa era, realmente, muy seria: una tal Clotilde Troll, que le haba sido indiferente hasta el punto de recordar solamente su existencia cuando la encontraba, haba entrado con violencia en la vida de Filimario, y converta de golpe a Filimario en el simple objeto de una broma destinada a alegrar los salones de los nuevos ricos de Nevaslippe. "Cuando vuelva abofetear a Clotilde Troll", concluy Filimario. Pero seguidamente se arrepinti de la decisin. Ante todo, un Dubl no poda, de ninguna manera, portarse as con una mujer. Y despus, a su regreso, Filimario se encontrara frente a un angustioso dilema: encontrar trabajo o heredar. Encontrar trabajo quera decir ofrecer al mundo el indecoroso espectculo de un Dubl que trabajaba. Heredar quera decir ofrecer a Filimario el espectculo indecoroso de un Dubl que se humillaba y beba un maldito vaso de aceite, viejo ya de veinticuatro aos. Filimario decidi por eso no tomar decisiones: por el momento bastaba tener presente que un tonta muchacha se haba burlado de l. Haba adems que recobrar la calma para dominar la situacin y a los dos mediocres personajes que el destino Clotilde le haba asignado cual compaeros de desventura. Por la noche, al entrar Filimario en la salita de popa, haba superado brillantemente la crisis. Durante toda la cena fue muy cordial. Cuando tomaban el caf, Septiembre se levant, visiblemente molesto: Seor dijo, ya que el destino nos ha reservado el honor de unirnos a Filimario Dubl en esta singular aventura, y como el hecho de tener que tomar decisiones a m me aterra y preocupa extraordinariamente al seor Pis, nos sometemos desde ahora a su voluntad y le elegimos a usted nuestro comandante. Filimario se emocion. Est bien aprob complacido. Mejor es equivocarse a las rdenes de uno solo, sin discusiones, que equivocarse cada uno por su lado, despus de haber perdido tiempo y energa en estriles palabras. Una vez bebido el caf, Filimario llam al capitn. A ver si es posible saber cul es nuestro destino explic a Septiembre y a Po Pis, que asintieron. Entr el grueso hombre de mar. Capitn pregunt Filimario, no es permitido conocer el lugar donde va usted a desembarcarnos? S, seor contest el capitn. Tengo la orden de desembarcarles en la isla de Bess, y siempre que todo se desenvuelva como ha sido establecido les desembarcar en la isla de Bess. Filimario sonri agriamente. Perfectamente asinti. La amable seorita Troll nos trata con toda clase de cuidados, y se preocupa porque nuestro veraneo no sea turbado en modo alguno. Si no me equivoco, la isla de Bess es una pequea porcin de tierra perdida en medio del Atlntico, completamente desierta

y alejada de toda ruta. Espero de su amabilidad personal que quiera usted equiparnos con un paraguas y una escopeta de baqueta, a fin de que podamos seguir exactamente el ilustre ejemplo de Robinsn Crusoe. El capitn movi la cabeza. Es verdad que la isla de Bess est lejos de toda ruta y deshabitada, pero hay en ella el cmodo hotel en que la seorita Troll vivi el ao pasado durante tres meses. La casa es confortable, y si los seores lo desean puedo dejarles a un marinero en funciones de servidumbre. Filimario asinti con la cabeza. Luego pregunt si la seorita Troll haba decidido que sus huspedes se alimentasen de bayas y races. Todo est dispuesto explic el capitn. Les proveeremos a ustedes de vveres para dos meses. Los stanos de la casa contienen ya vinos y licores en abundancia. Cada dos meses volveremos a renovar la provisin. Y esto, durante cunto tiempo? pregunt Filimario. Pero el capitn se encogi de hombros. Slo lo saben el buen Dios y la seorita Troll. Ya puede usted decir tranquilamente la seorita Troll observ irnicamente Filimario. El buen Dios no sabe absolutamente nada. No creo absolutamente que el buen Dios, si lo supiera, llevara una tan despreciable empresa. Si el buen Dios ha permitido que la seorita Troll viniera a alegrar el mundo concluy el capitn al marcharse, quiere decir que el buen Dios estaba dispuesto a hacer la vista gorda para muchas cosas. El yate, cndido como un fantasma, araba el liso mar, y la luna descubra minas de diamantes en el surco fugaz de las aguas. A las dos de la madrugada, alguien llam muy bajo a Filimario, y Filimario de un salto se sent en la litera. Era Septiembre. Perdone dijo Septiembre, pero, segn usted, tendramos que estar preocupados? No contest Filimario, volviendo a la posicin horizontal y metiendo la cabeza bajo la almohada. Gracias susurr Septiembre. Y se fue a dormir tranquilo. Captulo cuarto Filimario vuelve a la calma. Septiembre juega a los dados como slo l sabe hacerlo. Llegada a la isla de Bess con temporal. Una psima sorpresa. El da siguiente lo emple Filimario en detestar a Clotilde. Reserv para esta labor tambin parte de la noche, as que, a la maana siguiente, fu capaz, desde que abri los ojos, de odiar profundamente a Clotilde. Durante el tercer da de navegacin, Filimario pas con relativa facilidad del odio al desprecio y en el cuarto da, finalmente, alcanz la calma suficiente para permitirle un tranquilo razonamiento. Si l, en vez de entrar en el juego de la muchacha, se hubiera quedado en Nevaslippe, qu habra pasado? A pesar de todo, tena que reconocerlo,

la detestable Clotilde le haba quitado de una situacin comprometedora y le haba embarcado en una aventura en la que no tena nada que perder. El cuarto da de navegacin fue ocupado por Filimario en pensar en la situacin, independientemente de Clotilde. O, mejor, su mayor esfuerzo estuvo en querer olvidar completamente a la chica. Otra vez se le volva indiferente. El examen general de la situacin dio gran serenidad a Filimario; el futuro se le presentaba bajo forma de una apasionada charada. En el fondo, es bonito no saber hoy lo que suceder maana. El quinto da, habiendo Filimario terminado sus cigarrillos y las consideraciones de orden estrictamente personal, se acord de la existencia de Po y de Septiembre. Los dos infelices haban arrastrado una vida miserable durante aquellos cuatro das: se haban limitado a mirar el mar, a fumar cigarrillos y a entablar melanclicas conversaciones con el capitn. Slo hacia el fin del cuarto da, Septiembre encontr un buen sistema para pasar el tiempo. Fue, ms que nada, cosa del azar. Durante unos de sus esculidos cambios de ideas con el capitn, Septiembre cogi distradamente de sus bolsillos los dados y empez a jugar con ellos, as como se juega con una cadena de reloj o con unas llaves. El capitn mir lnguidamente. El capitn se hallaba en una situacin bien triste. Adoraba el juego de dados y no poda jugar. Un capitn no puede jugar con la tripulacin, pero Septiembre no perteneca a la tripulacin! Adivin quiz Septiembre, por aquella mirada lnguida, la ntima tragedia del capitn? Ms bien tuvo la intuicin de ella, e impulsado por una fuerza misteriosa, ofreci los dados al capitn. Esto suceda hacia las cuatro de la tarde. A las nueve de la maana siguiente, al entrar Filimario en la salita, encontr a Septiembre y al capitn, que sentados a la mesa, jugaban a los dados. De cuando en cuando, Septiembre deca: Capitn, es hora de irnos a acostar, estoy cansado. Durante diecisiete horas de juego ininterrumpido, el capitn lo haba perdido todo: el dinero que llevaba encima y adems diecisis aos de pagas futuras, los trajes, el catalejo, el sextante, las cartas de navegacin... Luego, encontrndose completamente escurrido, haba empezado a jugarse el barco. El "Delfn" no era suyo, pero esto no importaba: se lo jugaba. Haba empezado por jugarse un rollo de cuerda, luego un garfio, despus una escotilla. Haba llegado al timn, a la brjula, a las jarcias, a las mangas de ventilacin. Pieza por pieza, el capitn se lo haba jugado todo y lo haba perdido todo: al entrar Filimario, el capitn estaba perdiendo el ltimo manmetro de las calderas. Qu hay de bueno? pregunt Filimario jovialmente al acercarse. Jugamos un poco, para pasar el rato explic sonriendo Septiembre. El capitn permaneci algunos momentos en silencio; luego, pegando con el puo en la mesa, grit: Me juego al seor Dubl! Cincuenta francos contra el seor Dubl. Pero... balbuci Septiembre molesto. No hay pero que valga contest el capitn. El seor Dubl es mi prisionero y yo puedo disponer de l para lo que quiera. Filimario mir severamente al capitn. As usted se atreve a jugarse a los dados a uno de los hombres que la confianza de su duea le ha entregado?

Perdneme, seor llorique el grueso hombre de mar, ya no s lo que me digo: estoy arruinado, he perdido todo, hasta el barco, que no es mo. Este, digmoslo as, este seor Septiembre ha tirado los dados tres mil seiscientas veces y no ha perdido ni una sola vez. Entiende usted, seor Dubl? Tres mil seiscientas veces el seor Septiembre ha tirado los dados y las tres mil seiscientas veces le han salido doces! Y no hay truco, seor, se lo juro. As Filimario descubri la ms importante prerrogativa de Septiembre. Cuando el capitn se hubo alejado gimiendo, Filimario mir a Septiembre con curiosidad. As, es usted un hombre capaz de tirar los dados tres mil seiscientas veces seguidas, haciendo que las tres mil seiscientas veces los dos vuelvan hacia arriba la cara marcada con seis puntos negros? Septiembre se sonroj. Vaya se doli, usted tambin piensa como todos los otros. Usted tambin cree que yo pongo en juego quin sabe que delictuosos procedimientos. Bien, pues mire! Los respaldos de las sillas tenan unos listones de madera blanca; Septiembre arranc uno y lo entreg a Filimario. Tenga usted la bondad de cortar dos cubitos: he aqu el cortaplumas. Mientras Filimario cortaba, Septiembre se puso en una esquina, de pie, con la cara vuelta hacia la pared. Hecho advirti Filimario. Bien, ahora marque usted con un lpiz los cubos como si fueran dados dijo Septiembre sin volverse. Ya est. Septiembre se acerc, cogi los dados sin mirarlos y los tir contra la pared. Cayeron sobre el entarimado: seis y seis. Por diez veces cogi los dados y los tir al suelo, o contra el techo, o las paredes, con creciente irritacin, y por diez veces, al caer, marcaban seis y seis. Ya ve concluy Septiembre, yo no puedo marcar ms que seis y seis. Siempre seis, siempre seis, en cualquier lugar, con cualquier tipo de dado! Y, en un acceso de rabia, cogi por ltima vez los dados y los arroj contra la puerta. Justo en aquel momento la puerta se abra y apareci un marinero con la bandeja del desayuno. Uno de los dados, al dar en la madera, cay y marc regularmente seis; el otro desapareci. Al infierno! exclam Septiembre. Filimario y Septiembre se sentaron; el chocolate exhalaba un buen aroma y no era cosa de dejarlo enfriar. Usted, con esta suerte observ Filimario, ciertamente habr... No pudo seguir: Septiembre, que estaba sorbiendo el chocolate, lanz un grito y escupi con violencia. Algo cay en una esquina: estaba sucio de chocolate, pero se poda ver perfectamente que se trataba del otro dado. Marcaba regularmente un seis. Verdaderamente dijo Filimario sonriendo, usted con una suerte as habr ganado millones. Septiembre se puso triste. S admiti, he ganado algunos millones, desgraciadamente, pero es una historia larga y dolorosa que le contar a usted luego. Despus de haber llamado discretamente a la puerta, el capitn entr. Vena en calzoncillos y traa muchos paquetes. Seor Septiembre aclar, yo soy un caballero y hago honor a mi palabra. Usted ha ganado mi dinero, y yo se lo he dado, ha ganado mis

trajes, y helos aqu, ha ganado mis libros, mis papeles nuticos, mis instrumentos, y aqu los tiene usted: me ha ganado la paga de diecisis aos, y he aqu una declaracin que reconoce mi deuda. Ha ganado usted el barco y desde este momento usted es el dueo absoluto. Pero con todo el respeto debo decirle a usted que no me gusta trabajar para usted y que me retiro a la bodega junto con la tripulacin. All esperaremos sus rdenes. Y el barco? Quin lleva el barco? Usted y los seores que estn con usted. Renuncio a la propiedad del barco exclam Septiembre. Vuelva a su puesto. Muy fcil de decir observ el capitn. Cmo puedo guiar un barco sin papeles ni instrumentos? Renuncio a los papeles y a los instrumentos. Qu autoridad puede tener un capitn sobre sus hombres si se ve obligado a mandarles en calzoncillos? Renuncio tambin a sus trajes, est bien? Cmo puede tener un hombre la serenidad suficiente para estudiar las corrientes cuando sabe que por diecisis aos no recibir ni un cntimo? No. Ms bien empiecen ustedes a trabajar, pues se acerca tormenta. A m, qu me importa de la vida? Pero a usted le debe de importar. Le abono a usted los diecisis aos de paga! grit Septiembre. El capitn se encogi de hombros. Un hombre que se encuentra de golpe sin un cntimo en el bolsillo es un hombre perdido. Qu le puede importar, pues, si el barco se va a pique? El barco se mova de una manera alarmante, y ya empezaban los primeros truenos. He aqu su dinero..., al infierno con l! grit Septiembre, poniendo sobre la mesa un montn de billetes que el capitn cogi, saliendo despus disparado con sus paquetes. El barco empez a bailar alarmantemente, Septiembre lanz un rugido de rabia, y habiendo visto los dados sobre la mesa, los cogi y los arroj con rabia por la portilla. Dos segundos ms tarde, una gran ola que haba llegado hasta la ventanilla lanz un chorro de agua en la salita. Algo golpe el cristal de la mesa y cay al suelo. Filimario se inclin y vio los dados que la ola haba trado. Marcan seis y seis dijo, riendo. Septiembre cogiendo los dados, los arroj fuera. En aquel momento entr Po Pis, el cual, ms bien agitado, dijo: Estamos a dos leguas de la isla de Bess; espero que el temporal no estalle ahora. El capitn entr corriendo. Seores, hay que darse prisa grit el tosco navegante. Con esta mar tan gruesa, no me atrevo a entrar en la baha. Por otra parte, si la tormenta me coge aqu, corro el peligro de destrozar la quilla contra algn banco de arena. Llegarn ustedes a tierra con una lancha: una vez all, es imposible equivocarse. La casa Troll es la nica que existe en la isla. He aqu las llaves. Los vveres y equipajes ya estn preparados.

Filimario, Po Pis y Septiembre se encontraron, despus de pocos instantes, en la chalupa que bajaban al mar. No envo con ustedes hombres de la tripulacin, para poder cargar la mayor cantidad de vveres posible grit el capitn asomndose a la barandilla. Por otra parte un bote siempre puede serles til para algn paseo. Filimario, Po Pis y Septiembre empuaron los remos y empezaron a trabajar con energa mientras las grandes olas iban hacindose ms agresivas. La llegada a la isla de Bess pudo por esto tener lugar slo veinte minutos despus, y las operaciones se desarrollaron en el siguiente orden: antes llegaron los remos, despus las maletas y un bal, luego Filimario y Po Pis en compacto grupo, luego el timn y finalmente a bordo de dos olas contemporneas, Septiembre y el bote. En verdad observ Filimario en cuanto consigui extraer la cabeza de la arena, hay que reconocer que la idea del capitn de no cargar el bote con gente de la tripulacin para que pudiramos llevar mayor cantidad de vveres, ha sido estupenda. Gracias a esta precaucin disponemos ahora de una lata entera de carne y de casi toda la tapa de un cajn de galletas. Antes de poder comunicar una idea suya, Po Pis tuvo que escupir mucha arena. Al fin pudo exclamar: Las llaves de la casa! Entraremos por la ventana dijo Septiembre, que finalmente haba conseguido quitarse la chaqueta y la estaba escurriendo con energa. Lo importante es que hayamos llegado sin novedad. Yo di... Septiembre se interrumpi y fij los ojos en algo que blanqueaba entre la arena. Los dos dados de madera. Marcaban seis y seis. Una ola, con excelente espritu de iniciativa, lleg notablemente playa adentro, captur el bote y se lo llev hacia el mar. Lo mejor ser buscar la casa observ juiciosamente Filimario. Un fuego no nos vendr mal. La bsqueda no fue difcil. Pasada una pequea escollera, Filimario y sus amigos se encontraron frente a una extensin perfectamente llana, sobre la cual se desarrollaban slo dos cosas en sentido vertical: una palmera y una casa de ladrillos. Filimario se dirigi con decisin hacia el edificio de ladrillos. Deba de ser el hotel. La lluvia haba empezado a caer con sin igual violencia, por lo que haba que entrar en la casa a toda costa. Filimario, Po y Septiembre trabajaron con ahnco en todas las ventanas del entresuelo. Tiraron, empujaron, probaron haciendo palanca con una barra de hierro hallada por milagro; las celosas de roble macizo no se movieron ni un centmetro de su lugar acostumbrado. Septiembre era un atleta de posibilidades muy poco corrientes. Ayudado por Po y Filimario lleg a izarse hasta el primer piso, donde se dio mucho trabajo con todas aquellas ventanas. El resultado fue idntico. Entretanto, la lluvia haba aumentado en intensidad y el viento silbaba amenazador. Empapados de agua de mar, empapados de agua de lluvia, empapados de sudor, los tres caballeros se miraron perplejos. Filimario suspir. No nos queda ms que probar con la puerta dijo. La maciza puerta, claveteada, acorazada, infunda espanto slo al mirarla. Septiembre,

desesperado, apoy la frente en una de las formidables jambas y empez a sollozar. La puerta se abri. Ya ven exclam alegremente Septiembre, francamente la cosa no era tan difcil. Bastaba con empujar la puerta y entrar! Pero sera mejor llamar antes replic desde el interior una voz spera. Luego avanz una pistola amenazadora y detrs un hombre ms amenazador todava. Aun queriendo considerar que Clotilde Troll era una muchacha extraa y excntrica, no poda absolutamente pensarse que aquel hombre y aquella pistola fueran Clotilde Troll. Manos arriba! orden el hombre. Septiembre y Po levantaron los brazos de golpe y sin discusin; en cambio, Filimario, con su consabida calma, se inform: Estn desinfectadas las balas de esa pistola o no? No! grit el hombre, cogido por sorpresa. Luego, dijo, agresivo: Pero si quiere probarlas...! Me fo de su palabra dijo Filimario y levant los brazos. Aqu llegados, el autor no puede refrenar una exclamacin de sincera admiracin: es simplemente un milagro el hecho de un hombre que, frente a un autntico asesino, sea capaz de conservar esa calma ejemplar. El que ha tenido la suerte de encontrarse dentro del inmediato radio de accin de asesinos autnticos, sabe muy bien la atmsfera de terror que se respira. Y yo lo s por experiencia: por una coincidencia verdaderamente singular, en el mismo e idntico perodo de tiempo quizs en los mismos das en el que el seor Dubl navegaba por los ocanos a bordo del "Delfn", yo navegaba por la ilimitada pampa argentina, y el evocar este lejano recuerdo es de lo ms oportuno, porque el autor se encontr efectivamente con el seor Dubl en Nueva York y corri con l una emocionante aventura. Por eso es interesante la digresin acerca de los asesinos, digresin que tiene el nico motivo de permitir al lector apreciar en su justo valor el gesto y la calma del seor Dubl, ofrecindole un til trmino de comparacin: el sincero relato de cmo se comporta, en cambio, un hombre comn cuando se encuentra dentro del radio de accin de un malhechor. Digresin Un pobre muchacho en la pampa, en Valparaso, en Buenos Aires, en Mjico y en Mendoza. Como ya he manifestado, fue un hecho que me ocurri cuando era muy joven. Entonces no escriba todava para los peridicos, sino que haca de camarero en Mendoza. Entre hermanos y hermanas, ramos veintitrs de familia. Mi madre, verdaderamente, aseguraba que tenamos que ser veintids. Luis deca siempre mi madre a mi padre, cada vez que el buen Dios me ha enviado un nio, he hecho una muesca con el cuchillo en la jamba de la puerta. Para las nias haca una cruz. Luis, puedes contarlas: son once muescas y once cruces, y once y once son veintids.

Te habrs olvidado. Hace cuatro aos, te olvidaste tambin de echar sal a la sopa. No me he olvidado contestaba mi madre. Aquel de los rizos en la frente no es mo. Aquel de los rizos en la frente era yo. Mi padre me miraba y sonrea. Si el buen Dios nos hubiera fabricado juntos, no hubiera conseguido hacerme ms parecido a mi padre de lo que ya era. Cuando miro a ese de los rizos en la frente me parece verte a ti muchacho que venas a traerme los nsperos amargos cuando estaba enferma suspiraba mi madre, vuelta hacia mi padre. Y a pesar de todo, ese de los rizos en la frente no es mo insista tozuda. Alguien le ha metido ah entre los nuestros y me he dado cuenta cuando era muy tarde. Las marcas de la puerta son veintids y nosotros tenemos aqu veintitrs hijos. Una maana mi padre me hizo poner el traje de las fiestas, me puso en la mano una maleta, y luego me llev a la era, donde mi madre estaba lavando la ropa. Saluda a tu madre me dijo. Mi madre se sec las manos con el delantal blanco y me abraz muy fuerte. Lo siento como si fueras mi hijo solloz mi madre. No s qu voy a hacer sin este de los rizos en la frente... Mi padre me acompa en tren hasta una ciudad de la costa y luego me hizo embarcar en un buque. Tu to Felipe me explic ha escrito que necesita de uno que le ayude en su negocio. Tu to Felipe se ha hecho una posicin en la Argentina comprando caballos, y yo quiero que t tambin hagas fortuna. Eres ms inteligente que tus hermanos. Un estpido, para hacer dinero, habra cogido mis seiscientos cartuchos y los hubiera vendido o hubiera vendido unos cuantos; pero me habra dado cuenta. T, en cambio, te has limitado a quitar el plomo de los seiscientos y a venderlo a buen precio. As, cuando tir un doblete delante de aquel antiptico de Jaime, me di cuenta de que los cartuchos estaban sin balines, pero luego di gracias a la providencia. T no eres tonto y hars fortuna. Tu to Felipe te esperar al desembarcar. Ten cuidado de que no te roben la maleta. Mi padre me estrech la mano y se puso colorado. Durante el viaje no perd de vista la maleta. Al desembarcar, para estar ms seguro, cog tambin otra y este hecho me gan las simpatas de to Felipe. El hecho que voy a contar me sucedi, pues, cuando estaba en la Argentina y haca de camarero en Mendoza. Mi to Felipe haba hecho una fortuna tratando en caballos, y la haba conseguido gracias a su gran prudencia. El que compra caballos, corrientemente paga por ellos una cierta suma para, luego, volverlos a vender a mayor precio. El comercio de caballos se basa ms o menos sobre este principio. Pero un caballo no es un saco de maz: un caballo es un maldito animal que puede romperse una pata, o hincharse como un globo, o escaparse y perderse de vista. Por eso, a veces, aun comprando a muy buen precio algunos caballos, se puede no ganar y aun perder dinero. Mi to Felipe, para eliminar estos peligros,

trataba en caballos limitndose a vender caballos. Es un sistema buensimo, pero no todos, naturalmente, pueden adoptarlo. Se necesitan cualidades particulares: hay que tener buen golpe de vista, como suele decirse, hay que ser capaces de escoger el mejor caballo de la manada y de apresarlo con el lazo en un instante. Adems hay que saber agujerear la oreja de un gaucho a cincuenta metros de distancia. Nuestro Seor ha ordenado: "No matars", y yo no mato. Estoy en paz con Nuestro Seor; si Nuestro Seor hubiera dicho: "No agujerears la oreja al gaucho" yo no agujereara orejas, sino que me limitara a agujerear cabezas. As me contaba to Felipe durante las excursiones por la pampa. Posea una lgica rigurosa. Nuestro Seor ha ordenado: "No robars", y yo no robo, sino que comercio. Es quizs ilcito vender una determinada mercanca? No. Y si est permitido no vender, por qu tendra que ser ilcito no comprar? Roba slo aquel que saca algn beneficio del acto que ejecuta en contra de las leyes. Y en cambio yo no saco ningn beneficio cogiendo los caballos de la manada: aun cuando haya cogido el mejor alazn, s slo tengo un centavo en el bolsillo, un centavo me queda despus. El beneficio que yo saco, lo saco al vender el caballo: y esto se llama comercio. Mi to razon as conmigo varias veces, pero lo que ms me convenci fue aquello de los veinte pesos. Si yo, habiendo comprado honradamente un caballo lo vendo de nuevo, ganando veinte pesos, soy poco honrado? No: veinte pesos es una ganancia admitida por todas las Cmaras de Comercio del globo. Si habiendo comprado el caballo por doscientos cincuenta pesos lo vendiera por doscientos setenta, sera un comerciante honrado. No habiendo ganado nada por el caballo y vendindolo por veinte pesos, como hago siempre, por qu he de ser poco honrado? Mi hurto ya no es hurto, desde el momento en que yo renuncio honradamente a ellos. Los veinte pesos que yo gano representan simplemente mi lcita ganancia de comerciante. El hecho que ahora voy a contar me sucedi precisamente cuando estaba en la Argentina y haca de camarero en Mendoza. Mi to Felipe me dej un da un papel pegado a la puerta de casa: "Por un par de aos voy a trabajar en otro sitio. Entretanto, es oportuno que no te acerques mucho a los centros habitados: un maldito gaucho me ha jugado una mala pasada. Al enviarle una bala a la oreja izquierda se puso de perfil, y la bala, para alcanzar la derecha tuvo que entrar antes por la oreja izquierda. Desconfa de los gauchos! Como ves, son peligrosos." Entonces yo me lanc a la pampa y cuando estuve bastante lejos de casa, me puse a trabajar para no morirme de hambre. Por aquel tiempo no pensaba ni remotamente en escribir para los peridicos; por eso trabaj como un negro. Pero fui desgraciado. Yo era un muchacho ingenuo, un nio, puede decirse, y no posea ciertamente la cara dura que hace falta para llegar. As, con un candor conmovedor, fui a ofrecer el tercer caballo que haba sustrado, justamente a su propietario. Slo me salv mi juventud. Hoy ya no sera capaz de hacer desbocar as a un caballo, ni de hacer saltar con

un tiro, a la distancia de cuarenta metros, un pistoln de manos de un ranchero enfurecido. Feliz infancia, pura e inocente, cuando los ojos son lmpidos y la mente est serena. Cmo podra yo hoy partir la mano de un hombre de un tiro de revlver? Necesitara por lo menos una escopeta de dos caones cargada con perdigones. Empec a vagar por la pampa y naci en mi corazn un odio profundo por los caballos, por esas estpidas bestias que haban acarreado tantas molestias a mi to Felipe y que ahora me las estaban acarreando a m. Regal mi cabalgadura a un viejo que, aprovechando una desatencin ma, me apuntaba con un enmohecido revlver. Me dio pena, y le regal tambin mi revlver, mi cartuchera y los pocos pesos que llevaba en las botas. No quiso mi sombrero porque dijo que le iba pequeo. Coma lo que poda, dorma en el suelo o en alguna mata. Siempre encontraba a algn vagabundo, y hacamos juntos el camino. Me acuerdo de que una noche, me sucedi una cosa muy rara. Me haba tumbado para descansar en el centro de una gran mata; haca ya media hora que dormitaba, cuando o un ruido y luego un suspiro de satisfaccin. Alguien, pocos metros detrs de m, se haba echado a descansar. Quin vive? Miseria de viaje me contest una simptica voz de hombre, a mi espalda. Entonces, amigos dije riendo. O un suspiro. Tiene usted algo que se parezca un poco al tabaco?pregunt. Ni el olor. Un pedazo de pan? Un poco de agua? Un trago de aguardiente? Ni pizca suspir el desconocido. Entonces podemos constituir una sociedad dije rindome: juntando nuestros capitales y dividiendo por dos, nos toca a cero a cada uno. A m cero; usted tendr siempre su juventud, y este es un capital muy importante. El invisible compaero volvi a suspirar. Cmo, tan joven, viaja usted por la pampa, igual que un viejo vagabundo como yo? Por culpa de esos malditos caballos. Si no fuera por los caballos, esta noche yo estara en mi casa leyendo el peridico. Sabe leer? me pregunt con estupor y admiracin el desconocido interlocutor. S, y tambin escribir. Y usted no? No. Pero qu es eso de los caballos? Yo vine a la Argentina para ayudar a mi to en su comercio de caballos. Mi to se ha arruinado en el comercio de caballos. Yo tambin he tratado en caballos y he llegado a este estado: descalzo, desharrapado, sin un cntimo en el bolsillo. Si llego a volver a casa, ser marinero. As, no ver ni la sombra de un caballo! Ya; y los barcos, quien los mueve? Mi querido y viejo amigo, dnde ha nacido usted? Aqu, en la pampa, y siempre he vivido aqu. Claro. Ha nacido y vivido aqu, ha pasado sus aos en esta maldita pampa donde no se ven ms que caballos, donde el hombre no sabe ni andar, porque en cuanto nace le montan a caballo, donde se vive criando caballos, tratando en caballos, robando caballos, donde los enamorados

van a caballo bajo las ventanas de sus novias, donde las chicas huyen con el novio a caballo, y le parece que en el mundo no puede existir nada que no ande a horcajadas de un caballo, tirado por un caballo o atado de una manera o de otra a un caballo. Gracias a Dios, no es as. Estos animalotes no infestan todo el mundo! El viejo suspir. Le gustaba suspirar. Si le dijera usted a un gaucho que su caballo es un animalote, le pegara un tiro observ el viejo. Gracias a Dios, los gauchos representan entre los hombres una minora desdeable. Adems, yo disparara primero. Los jvenes, normalmente, aman a los caballos. Yo no entiendo cmo ha llegado usted a odiarlos tanto. Ya se lo he dicho; por ellos estoy metido en los! Lo que le ha metido en los es el comercio de caballos, no los caballos. Odie el comercio, y no a esos desgraciados animales. En la pampa es un delito hablar mal de los caballos. Cuando mueren los gauchos quieren tener a su lado a su caballo. Cuando mueren, los gauchos se preguntan: "Cmo podr llegar al cielo, si ya no tengo mi caballo?" Y cuando el alma del gaucho sale de la habitacin, nadie, ni el mismo cura, que puede hablar con Nuestro Seor, puede verla. Pero el caballo la ve y la saluda con un relincho. Los caballos no son animalotes. Las caballos tienen su alma como usted, muchacho. Yo contest riendo no veo las almas de los gauchos ni las saludo con un relincho cuando salen de la habitacin. La luna haba salido, y la pampa se extenda hasta el infinito, desnuda y clara como una inmensa mesa amarilla. O moverse las matas detrs de m. El invisible compaero se haba levantado. Buenas noches, muchacho dijo saliendo de la mata y de la sombra. Y yo me volv a mirarle. Haba una claridad como si fuera de da y os juro que le vi a no ms de dos metros de distancia. Antes de alejarse hacia el Este se par un momento y volvi la cabeza. Buenas noches, muchacho me dijo. Pero era un caballo. Pas mucho miedo, pero no fue nada en comparacin con el que, hablando de bandidos, pas cuando haca, como he dicho, de camarero en Mendoza. Entonces era yo un pobre muchacho, un ingenuo e inocente muchacho que el destino haba separado de los suyos. No bien llegado a la Argentina, trabaj como he dicho con mi to Felipe; despus mi to Felipe tuvo que alejarse de los centros habitados y yo qued solo y abandonado. Anduve vagando como un perro por la pampa, andando y andando de da y de noche y me encontr, de pronto, frente al Aconcagua. El Aconcagua es una montaa enorme: nunca haba visto yo montaas tan altas; ya era casi de noche cuando llegu a las faldas meridionales, pero se le distingua muy bien. Entonces era yo un pobre muchacho y no escriba an para los peridicos. Ahora escribo para los peridicos y s la altura justa de las montaas del mundo; entonces, en cambio, no saba que el Aconcagua tiene 6.845

metros de altura. Pero deseaba ardientemente saberlo, y la Providencia me ayud porque encontr muy pronto un casero en el cual un viejo estaba haciendo hervir un poco de leche. Le pregunt al viejo que altura tena el Aconcagua, y el viejo me lo dijo. Luego dijo tambin que en vez de quince quera veinte pesos, y una vez conseguidos stos me acompa hasta un pequeo sendero que me permita llegar a Chile sin tener que franquear el paso de Uspallata. Era un viejo muy inteligente, y antes de volver a hacer hervir la leche, me devolvi los veinte pesos. Un hombre de mundo penetra en seguida en el espritu de las cosas y comprende perfectamente que un pobre muchacho abandonado siente mucho ms afecto por sus nicos veinte pesos que por una de las seis balas del revlver. A San Felipe llegu en tren, y esto fue por una feliz coincidencia. Despus de haber andado durante seis horas seguidas, hacia las dos de la madrugada sent mucho fro, y, habiendo recogido ramas secas, encend fuego. As, el maquinista de un mercancas, viendo una gran hoguera en la va, se par para ver qu pasaba. Caramba! dije yo entonces. Es la Providencia que hace que el tren se pare justamente frente a la mata detrs de la cual yo estoy tumbado! Hay que aprovecharse e instalarse convenientemente en los topes de algn vagn. Llegu a San Felipe an de noche y encontr donde dormir en un pajar. Ya de da, segu mi camino: no saba a dnde iba, pero por suerte encontr a un hombre en un coche de caballos. A dnde va? pregunt yo. A donde me parece contest el hombre. Bien dije. Entonces, subo. En el coche haba una gran caja, pero los dos caballos eran buenos y anduvimos mucho durante el da. Emprendimos de nuevo la marcha a la maana siguiente, y al anochecer llegamos a la vista del Pacfico. Ayud al hombre a llevar la caja a una pequea ensenada donde esperaba un vapor. Subieron la caja a bordo. Todo bien contest el hombre. El capitn hizo subir la caja. Dentro haba un seor atado y amordazado cuidadosamente. El viaje deba de haberle molestado bastante, pero en cuanto le quitaron la mordaza y le acercaron a los labios una copa de aguardiente, recobr nimos inmediatamente y grit: "Caramba!" Volvieron a ponerle la mordaza. Oye usted qu voz? dijo el hombre al capitn. Una buena voz es todo. Dos mil dijo el capitn. Dos mil quinientos replic el hombre. No hemos quedado satisfechos del ltimo afirm el capitn. Es que no lo saben usar. En Santiago se le apreciaba mucho. Dos mil trescientos dijo el capitn. Ni un centavo ms: Tenga en cuenta que no lleva ni uniforme! El hombre se guard el dinero y volvimos al coche, mientras el vapor se alejaba. To Felipe pregunt cuando los caballos empezaron a galopar, ya no tratas en caballos?

No contest mi to Felipe. Ahora me ocupo de suministros de guerra. Vendo generales a los mejicanos. Cada ao hay en Mjico tres o cuatro guerras civiles, y faltan generales: aqu en Chile, no hay guerras y hay tantos generales como moscas. Es un oficio trabajoso, pero proporciona algunas satisfacciones: adems tiene uno la conciencia tranquila. El buen Dios ha prohibido quizs el vender generales chilenos a los mejicanos? Has ledo alguna vez algo parecido en las Sagradas Escrituras? Nunca haba yo ledo en las Sagradas Escrituras nada que se refiriese a generales chilenos. Se lo dije a mi to Felipe, y mi to Felipe se puso muy contento. Si yo obligo a un sastre a hacer un traje o a un gaucho a domar un caballo, es una mala accin? continu mi to Felipe. No. Pues entonces, por qu habra de cometer una mala accin haciendo que un general vaya a la guerra? Los sastres deben confeccionar trajes, los gauchos deben domar caballos, los generales deben ir a la guerra. No est esto escrito en los Reglamentos divinos? No, esto no est escrito. Malo replic sinceramente disgustado mi to Felipe. Pero est escrito que cada uno debe ganarse el pan con el sudor de su frente. Efectivamente, eso est escrito en los Reglamentos del buen Dios dije . Pero Mjico es una cosa y Chile es otra. No est escrito en los Evangelios que todos somos hermanos? replic gravemente mi to Felipe. Pero la cosa no me convenca. S, efectivamente, todos somos hermanos: pero t cedes generales slo a un bando de mejicanos. Y el otro, no es quiz nuestro hermano? Por qu ayudas slo a un bando si el otro tambin es nuestro hermano? Mi to par los caballos y me mir gravemente. Yo s interpretar las leyes divinas afirm. Yo no hago diferencias. Para m, todos los hombres son hermanos. Yo vendo generales tambin al otro bando. Ayud a mi to Felipe en los suministros de guerra. Pero esto nada tiene que ver con nuestra narracin. El hecho a que me refiero no me sucedi cuando trataba en generales, sino cuando haca de camarero en Mendoza. Mi to era un bendito: un hombre honrado, trabajador, amante de su profesin, pero desgraciadamente posea una ignorancia enorme en cuanto a complicaciones internacionales. As, una vez envi a Mjico a un general ingls de paso por Santiago. Se origin un gran lo con intervencin de acorazados que apuntaron sus piezas del 381 hacia el palacio del gobernador de Valparaso. Mi to Felipe tuvo que alejarse con gran prisa y yo qued nuevamente solo y abandonado. Entonces era yo un pobre muchacho, un inocente y cndido muchacho. Poda seguir capturando generales chilenos yo solo? Busqu trabajo: todo trabajo es honorable si es honrado. Hice de barbero, de empleado de ferrocarriles: pero desde nio he sido siempre de temperamento independiente, y para poder trabajar en un negocio del todo mo, me puse, finalmente, a hacer de limpiabotas. Los gastos de instalacin de un negocio de limpiabotas no son excesivos y con poco dinero se puede uno procurar todo lo necesario: un taburete plegable para que se siente el cliente, un banquito para sostener el pie del cliente, un

par de cepillos, un trapo, una caja de betn blanco, otra de betn rojo y un caballo. Entonces era yo un pobre muchacho, un pobre muchacho inexperto de la vida, pero comprend en seguida que lo ms necesario para un negocio de limpiabotas es un caballo. Pocos limpiabotas se enriquecen, y esto porque no entienden que la cosa ms necesaria es un buen caballo. Los limpiabotas son, corrientemente, obtusos como los gauchos. Se instalan en la esquina de una calle y esperan que la Providencia dirija hacia sus cepillos los pies del cliente. La Providencia tiene otras muchas i que hacer, y yo lo entend en seguida. Para hacer prosperar un negocio de limpiabotas hace falta inteligencia y un caballo: la inteligencia para darse cuenta, por ejemplo, de que, si en un sitio se estropea la conduccin de agua y la calle se pone llena de fango, el limpiabotas que se encuentra en la inmediata cercana del barrizal improvisado puede hacer excelentes negocios; el caballo para permitir el traslado rpido del negocio al lugar arriba indicado. Confieso que el primer experimento no fue extraordinariamente satisfactorio, pero la culpa no fue ma, sino del azar, que inund una calle en las cercanas del puerto y que me asign, como primer cliente, a un marinero canadiense que acababa de desembarcar. Entonces era yo un pobre muchacho y no conoca la manera de portarse de los marineros canadienses con los limpiabotas. El marinero canadiense se sienta en el taburete y espera tranquilamente que el limpiabotas le haya limpiado los zapatos. Luego, apoyando un pie en la frente del limpiabotas, pone en tensin la pierna y enva al limpiabotas al suelo. Luego, pasando los dedos gordos por el cinturn, se va caracoleando a caballo de los pantalones. Entonces era yo un pobre muchacho inexperto y cuando sent el pie del marinero canadiense apoyado en mi frente, para no caerme hacia atrs me agarr a la primera cosa que encontr a mano. Y el maldito destino quiso que me agarrase justamente al gatillo de mi revlver. De todos modos, tambin en aquella desgraciada ocasin el caballo fue muy til a mi negocio de limpiabotas. Pero el hecho que yo digo no me sucedi cuando haca de limpiabotas en Valparaso. Lo de Valparaso es otra cosa. Mi negocio prosperaba y yo trabajaba con placer, desplazndome con el negocio tanto hacia el Este como hacia el Oeste, segn me sugiriera el olfato. Una tarde en que me haba apostado en las cercanas de la calle de Cabecita donde un tubo de agua acababa de reventarse, se me sent en el taburete un hombrecito con lentes y una barba negra puntiaguda. Era un maldito charlatn. En mi vida he visto a un charlatn semejante. Me dijo que corran malos tiempos, y que en Valparaso sucedan cosas muy raras. Me cont una infinidad de hechos extraos. Hay que tener mucho cuidado me cont el hombrecito. En Valparaso hay unos sujetos psimos. Basta con leer los peridicos, para enterarse. Hay, por ejemplo, un fulano, que no sabe cmo se llama, que anda haciendo barbaridades. Lo has odo t, muchacho? No, seor contest.

Lstima, muchacho. Si es verdad lo que se lee, ese to hace todo eso para divertirse. Una vez le llev a un barbero de la calle de Santa Cruz una carta en la que le deca que su mujer estaba enferma. "Mientras usted va, yo cuido de la tienda", dijo el fulano ese. En cuanto estuvo solo se puso la bata blanca y cuando entr un seor el fulano le enjabon la cara y empez a afeitarle. Pero en cuanto lleg con la hoja de la navaja a la altura de la garganta del seor, dio a entender que si no le daban cierta cartera cometera una psima accin. Una vez en poder de la cartera llen de jabn la boca del seor y se march tranquilamente. Otra vez subi a un tren, se puso una gorra y recogi todos los billetes de los viajeros, diciendo que tena que verificarlos. En la primera estacin, a tres kilmetros de la salida, se ape sin gorra, se hizo entregar el caballo que haba enviado el da anterior, volvi a Valparaso y se puso frente a la estacin, contando que haba tomado billete para esta o aquella localidad y que no poda salir y que con mucho gusto vendera el billete a alguien. As, de esta manera, el fulano consigui vender todos sus billetes. Caramba, qu to ms listo! exclam yo. Listo, s sigui el hombrecito. Verdaderamente listo, sabes lo que dicen que hace ahora? No, seor. Pues ahora est estudiando un asunto gracioso explic el hombre. Llega a un lugar, rompe una conduccin de agua potable inundando un pedazo de calle, se sita en las cercanas con sus cosas de limpiabotas y espera que alguien se ensucie los zapatos y vaya donde l a que se los limpie. Vaya negocio! exclam yo muy entusiasmado. Un negocio redondo, porque, de pronto, el to deja el cepillo, coge al cliente por los zapatos y se levanta de golpe. As, mientras el cliente cae de espaldas, los zapatos se quedan en las manos del to, que, cogiendo el taburete, salta sobre su caballo y desaparece, y si te he visto no me acuerdo. Extraordinario! exclam. Luego, dejando el cepillo, cog los pies del hombre y me levant de golpe. Como todas las otras veces, los zapatos me quedaron en las manos, pero, esta vez, el cliente no cay de espaldas, yo abandon mis cosas y salt a caballo con el corazn que se me deshaca. Lo juro por mi honor. Lo he visto con estos ojos. Aquel hombrecito no slo no llevaba calcetines, sino que tena pies de cabra. Entonces era yo un pobre muchacho, y perd mi taburete. Pero le rob los zapatos al diablo. Y esta vez tambin pas un mal rato, pero no tiene nada que ver con lo del bandido de Mendoza. Hay que olvidar los recuerdos de Chile y volver a la Argentina para que lleguemos rpidamente al hecho. Como iba diciendo, era yo entonces un pobre muchacho, uno de los veintitrs hermanos veintitrs pececitos en fila en el regato de la hacienda a quien el destino haba enganchado con su anzuelo para enviarlo a dar coletazos por las aguas agitadas de los ocanos. Mi to me haba dejado en Valparaso, y yo, de vuelta a la Argentina, me fui a Buenos Aires. Fue un viaje psimo y me acuerdo de que, en la parada de Villa Mercedes, un

ferroviario que recorra el convoy golpeando con un martillo las ruedas, me indujo dndome en la cabeza con el maldito artefacto a abandonar el sitio que haba escogido en el ltimo vagn, entre Mendoza y San Luis. No hay nada menos razonable que el dar malos ejemplos a los muchachos. El muchacho propende a imitar todas las acciones del adulto, reconocindole incondicionalmente como a su maestro en la vida. Nada tiene de extrao entonces que el muchacho, al que un adulto ha pegado con un martillo en la cabeza, juzgue bien hecho el pegar en la cabeza al prjimo con cualquier objeto de hierro, y que, encontrndose por casualidad con un revlver en la mano, abolle con la culata de ste la frente del ferroviario. Yo era entonces un pobre muchacho que andaba con los talones fuera de los zapatos y con el traje hecho jirones; estamos conformes tambin en que un muchacho tiene la obligacin de saber cmo debe comportarse con lo que se encuentra, pero cmo se me podr acusar de incorreccin, si en aquella ocasin, viendo abandonados junto al ro una chaqueta estupenda, un buen par de pantalones, unas botas solidsimas y un sombrero excelente, yo recogiera esa ropa y me la pusiera? En cambio hubo quien encontr escandaloso el que un pobre muchacho con uniforme de ferroviario viajara debajo de un vagn de mercancas, y se puso a gritar. Pero esto sucedi slo a pocos kilmetros de Buenos Aires, durante una parada en pleno campo. En circunstancias semejantes basta con una rpida carrera, un salto en las hierbas altas y ya est! No hay nada ms triste que la pampa al oscurecer: la soledad se vuelve entonces ilimitada y parece imposible salir de aquel mar de hierba. De cuando en cuando se oyen crujir bajo el pie los huesos de algn esqueleto de caballo, y se piensa: "Quiz dentro de seis meses un gaucho me encontrar a m, como yo he encontrado este caballo." Anduve casi media hora. Despus, la divina Providencia me devolvi la fe en la vida, hacindome encontrar a una criatura viviente. Era un joven gaucho que, sentado a la puerta de su cabaa, tocaba la guitarra. Al verme vestido de ferroviario me pregunt rindose si haba perdido el tren. Era el insulto mayor que puede hacerse a un hombre, y por eso no poda formularlo ms que un gaucho. Los gauchos son seres de una estupidez singular, pero nunca vi a ninguno tan bobo como aquel. El, efectivamente, me pregunt rindose si haba perdido el tren y sigui sentado tocando la guitarra. Le dej por eso mi chaqueta atada slidamente alrededor de la cabeza con las cuerdas de la guitarra y empec a andar, despus de haber notado que los caballos de los gauchos son quiz ms estpidos que sus propietarios. Recuerdo que un asno medieval dijo una cosa tan sensata, que ningn caballo debera tener ya duda alguna a tal respecto: Un caballo hua porque llegaba tranquilamente comiendo hierba. El caballo le pregunt por qu no hua y el asno le contest: "Porque amos son los que van y amos los que vienen." Pero qu queris que sepa de asnos medievales un estpido caballo de la pampa? Para l, slo poda haber un dueo: su gaucho; y por eso se lanz veloz a la pradera en cuanto quise acercarme a l. Oscureci: se vean, por encima de la hierba, las primeras luces de Buenos Aires. Empec a sentir fro y busqu algo caliente que ponerme sobre los hombros. Yo era entonces un pobre muchacho sin chaqueta ni

sombrero. Saba que lo que se encuentra en el suelo no es del que lo encuentra, pero quin podr juzgar mal mis principios morales, cuando, al encontrar en el suelo a un becerro de pocos das, lo cog y me lo ech sobre los hombros? Era suave, caliente, y saba a leche. El hecho que yo digo me sucedi cuando haca de camarero en Mendoza, pero el episodio del becerro tiene su importancia en la narracin, pues sirve para explicar otro hecho que me sucedi en Mjico. Llegu a Buenos Aires ya de noche. Vagu por la ciudad semioscura hasta que encontr a un psimo sujeto. Pretenda que le explicara lo del becerro a cuestas, que le contara mis asuntos personales y que le siguiera no s a dnde. Al fin, fue l quien tuvo que seguirme a m; porque yo, aun llevando un becerrito a cuestas, corra ms que l. Luego me encontr bloqueado en una plazuela, y viendo una puertecita abierta, entr. Haba una escalera de mano y sub hasta un rellano en el que haba otra escalera de mano. Despus de otras cuatro escaleras de mano me encontr en un lugar no muy amplio, pero ventilado. Notando que la ciudad de Buenos Aires se extenda a mis pies y que encima de mi cabeza colgaban unas campanas, saqu la conclusin de que estaba en un campanario. Dorm en el campanario, y al medioda siguiente me despertaron las campanas; el becerro me miraba esttico. Me qued bastante tiempo en Buenos Aires y la Providencia me ayud, porque encontr bastante trabajo. Gan tambin bastantes pesos, pero nunca abandon el campanario de la plazuela de Santa Mara. Sala al alba y volva al anochecer. Me haba hecho una litera, blanda y cmoda, y ah guardaba mis pequeos ahorros. Cada noche llevaba al becerro leche, avena, tortas, chocolate y un buen cubo de agua. La plazuela estaba siempre desierta. Hacia medioda, un hombrecito llegaba corriendo para tocar las campanas. No suba nunca nadie. Yo era entonces un pobre muchacho y mis ojos se llenaban de lgrimas al pensar en mi becerrito miedoso que me esperaba en el campanario. Le quera como a un hijito y le cuidaba como se cuida a un amuleto. Me qued por mucho tiempo en Buenos Aires, y todo iba bien. Pero una tarde, cogido como por un presentimiento, volv al campanario y encontr la plaza llena de gente que gritaba. Cmo se le haba ocurrido al becerrito asomarse a los ventanales del campanario? Estaba con las patas delanteras apoyadas en el antepecho y miraba complacido hacia abajo. Le habra pegado con gusto un par de tortas! Y mientras la gente gritaba: "Una vaca en el campanario!" Porque (uno no se da cuenta vindolo crecer da tras da) en dos aos, un becerrito de sexo femenino se transforma en una vaca de tamao considerable, y la gente habla del demonio, porque no puede comprender cmo una vaca pueda subir por una escalera de mano ni cmo una vaca pueda pasar a travs de una trampa de cinco palmos de anchura. Todos estaban preocupados. Cuando el ms valiente subi hasta la celda del campanario con un cubito de agua bendita y vio la camita, y bajo la camita encontr cierta cantidad de relojes y de cadenas de oro, de bandejas de plata y de billetes, la gente, informada de ello, se ech, rezando, de rodillas al suelo y acord que el buen Dios, para castigar al desconocido que haca imposible la vida a los ricos de Buenos Aires y que haba escogido como

refugio el campanario de Santa Mara, le haba transformado en vaca. Entonces era yo un pobre muchacho y me ech a llorar, no tanto por la prdida de mis pequeos ahorros cuanto por el hecho de ver que tomaban por un malhechor a la vaca ms honrada de toda la Argentina. Siendo imposible hacer pasar la vaca a travs de la trampa, alguien propuso matarla all arriba, pero una voz protest: se trataba de un hombre y era necesario recordar que los hombres no se matan sin haber sido procesados. Despus de haber gritado esto, me apart y tuve el consuelo de ver bajar del campanario a mi pobre vaca por medio de un ingenioso sistema de cuerdas. Qu le sucedi a la inocente criatura? Termin en el matadero o en la crcel? No lo s. El hecho del bandido sucedi cuando haca de camarero en Mendoza. He aducido la melanclica historia del becerro tan slo para explicar el porqu yo, poco despus, encontrndome cerca de un rancho en Orizaba y teniendo que escoger entre un becerro, un lechn y una gallina, escog la gallina sin dudar un momento: esta clase de animales no alcanzan gran tamao y no pueden, por eso, acarrear disgustos serios. El becerro, el lechn y la gallina estaban encerrados en jaulas, pero quien ms pena me dio fue la gallina. Mientras los otros dos animales estaban en jaulas amplias y sin techo, la de la gallina tena muchsimos barrotes y estaba cerrada tambin por la parte superior. Libert de su prisin a la gallina y cuando, a los pocos momentos, un ranchero grosero me alcanz para comunicarme su desaprobacin, le reduje fcilmente a la razn. Es singular ver cmo se encuentran argumentos convincentes cuando se trabaja por la causa de la libertad. Entonces era yo un pobre muchacho, una ingenua criatura del buen Dios y sudaba cuando tena que decir dos palabras, pero tratndose de trabajar por la causa de la libertad, encontraba siempre suficiente elocuencia para hacer entender al ms grosero de los rancheros que si no se marchaba en seguida y sin volverse, habra llegado a sacrificar sin vacilacin todas las balas de mi revlver. Pero en este asunto de Chichita, la gallina redimida de la esclavitud, hubo un lo; por eso hay que tener en cuenta que no me encontraba ya en Argentina, sino en Mjico y de que haba llegado a Veracruz desde Buenos Aires por verdadero milagro. Efectivamente, si no me hubiera echado al agua cuando el capitn del "Martn Garca" me descubri debajo de la lona de una lancha de salvamento, y si no hubiera alcanzado a nado los costas de Mjico, ya cercanas, nunca hubiera llegado ni a los alrededores del puerto de Veracruz. Y por milagro tambin me encontr en tierra de Mjico vestido decentemente. Efectivamente, si la Providencia no hubiese querido que me echase al agua en traje de bao, hubiera acaso podido, al llegar a una playa, presentarme a los ojos del mundo cual tranquilo personaje de vuelta de un bao, entrar en una cabina (despus de haber estudiado meticulosamente la situacin estando echado en la arena), para salir, poco despus, vestido como Dios manda?

He aqu, pues, a un pobre muchacho, a un pececito, pescado por el anzuelo del destino en el arroyo del cortijo y lanzado a coletear por los borrascosos ocanos, solo en tierras mejicanas. Anduve arriba y abajo por la meseta. En las grandes ciudades disparaban. Se estaba terminando una de las frecuentes y rpidas revoluciones que permiten a los mejicanos que no tienen enemigos en el extranjero, el tenerlos inmejorables en el interior. Es singular cmo los mejicanos sentan en aquel tiempo ganas de tener enemigos y cmo yo, en cambio, senta ganas de no tenerlos. Vagabunde, solo como un perro, y una maana me encontr en San Luis. Haba mercado, y me pase entre la muchedumbre de indios idiotizados por el sol y el pulque. De pronto lleg un hombre con un carrito cargado de hierba amarillenta: el carrito era tirado por dos caballos, y el hombre iba montado en el primero. Se par justo delante de m y me dijo que cuidase de los caballos. Algn que otro indio mir la hierba del carrito y se encogi de hombros. Un seor vestido de blanco, con un panam en la cabeza, una sombrilla en la mano izquierda y un abanico en la derecha, pas junto al carro. El hombre del coche se le acerc. Seor dijo quitndose el sombrero, le puede servir esta carga de heno? El personaje mir el heno, y luego se encogi de hombros. Pero el hombre del carrito no desisti. Seor insisti, tenga la bondad de escucharme. Tengo urgente necesidad de dinero. Si no compra el heno, compre al menos el carrito, le regalar el heno. El personaje mir con inters el carrito y el otro levant el largo fleco del heno, que llegaba hasta el suelo, y le indic las ruedas, golpeando en los cubos con los nudillos. Seor explic, es un negocio. Tengo necesidad de dinero, y lo vendo todo. El personaje escribi una direccin en un papelito. Llvelo a mi casa; all lo descargaremos, lo veremos y, si me gusta, cerraremos el trato. El hombre del carrito me dijo que era mejor que le siguiera y as podra ayudarle a descargar el heno. Llegamos a un patio lleno de sol. El seor del panam ya nos estaba esperando. Ayud al hombre a descargar el heno. El personaje mir con mucha atencin y ofreci una suma. El hombre del carrito pidi otra, pero pronto se entendieron. Una vez fuera del patio, el hombre mont en un caballo y yo en el otro, y cuando estuvimos fuera de San Luis, pusimos los caballos al paso. To Felipe dije yo entonces, desde cuando vendes caones? Desde que soy sargento de artillera. Y con quin ests? Con el general Garca o con el general Zurillo? Un poco con cada uno. Hasta ayer estaba en la doceava batera del general Garca y he vendido la pieza aqu en San Luis, donde son partidarios de Zurillo. Luego pasar a la doceava batera de Zurillo y vender la pieza en Hidalgo, donde son partidarios de Garca. Despus pasar a la treceava batera de Garca y ms tarde a la treceava de Zurillo. Hay muchas bateras todava? me inform.

Seis por parte dijo mi to Felipe. Y parando el caballo, me mir. Has ledo t alguna vez en las Sagradas Escrituras que el buen Dios prohiba a los hombres el cambiar piezas de 75 milmetros entre las fuerzas de un partido y las del otro? me pregunt gravemente. Entonces yo era un pobre muchacho y no escriba todava para los peridicos, pero me saba de memoria las Sagradas Escrituras. Contest que no. El buen Dios no mencion ni tan slo lejanamente a los caones en su coloquio del Sina. Mi to Felipe qued satisfecho. Aquel que est en regla con las leyes de Dios, est en regla con las leyes de los hombres sentenci mi to Felipe. Y empezamos a galopar de nuevo. El hecho que yo digo me sucedi cuando haca de camarero en Mendoza, no cuando trabajaba con mi to Felipe en suministros de caones. Efectivamente, mi to Felipe me dej pronto, porque, por una excusable distraccin, quiso vender un can de Zurillo a los zurillistas en vez de venderlo a los garcicistas, y tuvo que alejarse a galope tendido. Yo entonces libert a Chichita, gallina orizabea, y teniendo que estar lo ms encerrado posible en cierta casucha (donde me daban de comer por noventa pesos diarios, o de otra manera, alguien habra avisado a los zurillistas), le ense a andar sobre una pata, a dar volteretas y otras muchas cosas. Cuando los dos generales pasaron de moda, sal de mi escondite y me sum a la compaa de un circo ecuestre. Qu otra cosa poda hacer yo, pobre muchacho? Tratbase de un circo ecuestre muy importante, con elefantes, mujer barbuda, acrbatas, bailarinas, prestidigitadores, y la gente se peleaba por entrar. Mi nmero gustaba mucho a los ricos que podan gastarse tres pesos en una butaca de primera fila. Los otros no vean la gallina, pero aplaudan con gran generosidad. Una vez terminados los ejercicios, coga yo a Chichita y la llevaba en brazos por la primera y segundas filas: los seores y las seoras ponan un centavito en la palma de la mano, y Chichita coga la moneda con el pico y me la meta en el bolsillo del chaleco. Era un espectculo amable, y gustaba. Pero una noche se arm un lo y Chichita me abandon para siempre: mientras la gente empezaba a salir, una seora de la primera fila comenz a gritar: tena que ser la mujer de algn pez muy gordo, porque en seguida llegaron los gendarmes e hicieron parar a todo el mundo. Todos fueron cacheados, antes de ser dejados en libertad. Tambin nos cachearon a nosotros y buscaron en todos lados; hasta cortaron en pedazos el jabn. Haba ochenta gendarmes y armaron un jaleo de todos los demonios. Pero el brillante no fue encontrado. La seora lo llevaba colgado al cuello con una cadenita de oro; alguien haba roto un anillo de la cadenita. Era un brillante de diez mil pesos, y desapareci. Y fue precisamente en esa terrible confusin donde Chichita hall la muerte. Entonces era yo un pobre muchacho, una inocente criatura, que haca lo que quera el buen Dios, que viva al da y no se me puede por eso dar la culpa. Por qu, una vez terminado nuestro paseo por la primera fila, hice que Chichita se comiera aquella porquera?

Yo era entonces un muchacho y los muchachos ya se sabe, son impacientes, no tienen la fuerza necesaria para esperar la solucin natural de las cosas. As, la misma noche, Chichita abandon la dulce vida. Yo encontr, es verdad, en el interior de Chichita el brillante causa de tantos males, y me com, de verdad, a Chichita asada; pero con el corazn lleno de amargura. Lo juro, seores. La nostalgia de las horas serenas de mi niez me ha entretenido un poco a lo largo del camino y me ha hecho olvidar que yo haba salido con la intencin de demostrar a travs de la narracin de cmo reacciona uno en realidad cuando se trata de bandidos la belleza del comportamiento del seor Dubl. El hecho que yo digo y que interesa al lector, me sucedi cuando era ms joven y no escriba todava para los peridicos, sino cuando haca de camarero en Mendoza. Desde Mjico haba vuelto, quin sabe cmo, a la Argentina desesperado durante tres meses enteros, descalzo y hambriento, por la pradera, viendo slo caballos y gauchos. Pero un da, finalmente, descubr un indicio de civilizacin: la va frrea. Empec a andar por entre las vas y por un par de horas no encontr a alma viviente. Luego, despus de una curva cubierta por muchas matas, encontr a un grupo de gente que trabajaba en la lnea. Eran cinco malditos gauchos, pero les mandaba un hombre bien vestido y autoritario, que llevaba en la cabeza la gorra de ferroviario. Esto me tranquiliz: no se trataba de vulgares bandidos. Cuando yo llegu estaban terminando. Despus de diez minutos el empleado de ferrocarriles sac unos libros de su maletn, escribi algo y entreg a cada gaucho tres pesos. Era un jornal de perros: aquellos cinco desgraciados haban construido al menos ciento diez metros de va, un ramal que, saliendo de la va, llegaba hasta la orilla del ro Paran. Un ramal completo con el cruce perfectamente en orden. En la Argentina, los ferrocarriles pagan muy mal; de todos modos, los cinco estpidos gauchos montaron a caballo muy contentos y agitaron el sombrero despidindose del empleado. Hablamos un poco; despus, subiendo a caballo, se fue a galope: yo me sent cansadsimo junto a la palanca de desvos y poco despus pas un mercancas con los reflectores encendidos y el viento me hizo volar el sombrero. Cuando o un silbido, mov la palanca del cambio. Un vagn lleg despacito, se sali tranquilamente de la lnea principal y empez a andar por la va del desvo. El empleado de ferrocarriles iba sentado en la garita del frenador y regulaba la velocidad del vagn. Volv a poner el desvo como estaba antes, mont en el caballo que llegaba trotando y segu al vagn. Muy despacio, el vagn lleg a la orilla del ro, donde estaba anclada una gran barcaza. Evidentemente, en el puente de la barcaza tena que haber una va que empalmaba con la del desvo. As pues, el vagn subi tranquilamente a la barcaza y una vez ah se par. El empleado de ferrocarriles baj, atornill unas piezas de hierro detrs de las ruedas para impedir que el vagn resbalara y luego, poniendo en

marcha un motor a vapor, solt las amarras y el lanchn tom la corriente. Es difcil el oficio, to Felipe? pregunt cuando nos encontramos en el centro del ro. No contest mi to Felipe, que llevaba el timn. Pero es complicado. La compaa me ayuda bastante dejando a lo largo de la lnea montones de vas, y tampoco es difcil encontrar trabajadores: estos estpidos gauchos, por tres pesos, seran capaces de construir el Transiberiano. La nica cosa peligrosa es el salto desde el caballo al vagn de cola y el desengancharlo. Una vez desenganchado, ya est; se regula la velocidad como se quiere, y corriendo mucho, puede uno llegar al desvo antes que el vagn. Pero hay que acordarse de cerrar siempre el desvo; podran haber los. A medianoche, la barcaza lleg a un pequeo puerto donde esperaban unos hombres con carros. Vaciaron el vagn. Mi to cont el dinero y dijo que estaba bien. Luego volvimos a subir al lanchn y mi to Felipe desatornill las cuas de hierro. Despus de breve duda, el vagn ech a andar y fue a hundirse en el agua. El buen Dios ha ordenado: "No robars": y yo no robo, sino que trabajo para la compaa. Es quiz pecado construir un desvo ferroviario? T que has estudiado, has encontrado en el Antiguo Testamento: "No construyas desvos ferroviarios"? Efectivamente, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento existe ninguna cita referente a desvos ferroviarios, y yo por eso admit el argumento de mi to Felipe. El hecho que voy a contar sucedi cuando estaba en la Argentina y haca de camarero, no cuando trabajaba