el combate perpetuo de marcos aguinis r1.1

106

Upload: mirtagalleratto

Post on 17-Nov-2015

94 views

Category:

Documents


20 download

DESCRIPTION

NOVELA

TRANSCRIPT

  • Guillermo Brown es una de las figuras decisivas de la historia argentina. Sin embargo,el trato que la historia le ha dado a menudo ha oscurecido al hombre y acartonado alprcer.

    Este libro de Marcos Aguinis esta biografa con ritmo de novela, como el mismo ladefine es, adems, una lcida y exitosa operacin de rescate. Rescate del hroe y delpersonaje, puesto que el almirante Guillermo Brown aparece en toda su dimensinpica; pero tambin porque tal dimensin no borra ni excluye los rasgos que loconvierten en el protagonista de un libro de aventuras. Alguien, como consigna el autor,cuyas vicisitudes hubieran apasionado por igual a los novelistas del siglo diecinueve ydel siglo veinte. Y que apasionarn a los lectores.

    Redactada en tiempos difciles, cuando la incertidumbre y el desaliento parecan volverimpensable una obra de esta laya, El combate perpetuo invita a ser leda y releda comocautivante relato y tambin como forma de tratar la historia de un modo distinto, nuncaesquemtico ni maniqueo, siempre riguroso e inteligente.

    Evoco la mezcla de entusiasmo y de miedo que me embargaban mientras escriba lavida de Guillermo Brown. Eran aos de soberbia, maniquesmo y corrupcinesmeradamente disimulados con altas dosis de hipocresa. Una de las ms cotizadasherramientas del encubrimiento era el culto de los hroes. Culto rgido, fro,estereotipado, que adora las apariencias. Yo quera humanizar al prcer. Devolverlecarnadura, ambicin, fatiga y rabia, transformando su gesta en algo verosmil,recuperando as nuestra capacidad de admiracin. Quera desquitarme de lossoporferos textos que dificultaron en mi juventud el aprendizaje de la historia argentina.Propona que, indirectamente, nos emocionramos con la historia para mirar mejornuestro presente.

  • Marcos Aguinis

    El combate perpetuo

    ePUB r1.1GONZALEZ 10.11.13

  • Marcos Aguinis, 1981

    Correccin de erratas: PolifoePub base r1.0

  • porque no puede ser ninguno poderoso por la tierrasi no lo es por el mar.

    Cardenal Cisneros, 1516

  • AHermn,

    Gerardo David,Ileana Ethel y

    Luciana Beatriz,corales de mi mar.

  • PrlogoIgnoraba cun novelesca haba sido la vida del almirante Guillermo Brown. Explorarla y luegoescribirla, fue un placer que renuevo al corregir con deleite esta versin que ahora se brinda al pblico.Integra la galera de personajes cuya riqueza de aventuras hubiera entusiasmado a los mejores cultoresdel gnero. Los documentos sobre sus vicisitudes no slo proporcionan asombro, sino fantasa.Parece inverosmil cunto le sucedi y cunto hizo. Es un personaje que deslumbra y enternece desdeel principio al fin.

    Slo la psima enseanza de la historia y el reaccionario culto de los hroes explica que haya sidotan poco y tan mal conocido. En otra ocasin coment que me atrev a describir sus peripecias encircunstancias penosas. Eran aos de dictadura, de crmenes y corrupcin. Haba decididohumanizarlo con un doble objetivo: por una parte contribuir a ablandar el enfrentamiento cvico-militar y, por la otra, infligir una elptica crtica a quienes, cubrindose con oropeles inmerecidos,pretendan lucir como herederos del prcer. Era imperativo recuperar lo mejor de su conducta paralograr el doble resultado.

    Entend que para ello bastaba mostrar sin encubrimientos idlatras sus conflictos de hombre, suspadecimientos, ambicin, fatiga, rabia y locura. Su decencia. Sobre todo su decencia. Y recordar confuerza su marcha dolorosa bajo el granizo de las injusticias, las mismas que muchos de sus corifeosaplicaban al resto de la ciudadana: persecuciones, tormentos, ofensas. Narrar las miserias quediezman a los mejores. Las cuotas de alucinacin con las que se avanz hacia la libertad. El nivel deherosmo, mezquindad y ambicin con los que se amasaron las primeras dcadas de vida emancipadacomo un modelo que an no perdi su vigencia.

    Este libro es tambin un homenaje a muchos escritores que animaron mi juventud y an pueblanmis ensueos: Stefan Zweig, Emilio Salgari, Joseph Conrad, Julio Verne, Herman Melville, AlejandroDumas, Romain Rolland. A cualquiera de ellos pese a sus estilos y preferencias dismiles leshubiese conmovido el incansable luchador que fue Guillermo Brown. Lo hubieran amado por suintrepidez, generosidad, frustraciones, compulsin y trastornos psquicos. Por su humanacomplejidad y por las circunstancias excepcionales que le dieron marco.

    Por su mensaje desde el ayer para el hoy tan confundido.

    Marcos AguinisBuenos Aires, mayo de 1995

  • ICorre el ao 1818.

    Jos de San Martn ha librado la decisiva batalla de Maip y se dispone a culminar su campaaemancipadora. El presidente Monroe de Estados Unidos adquiere tierras en la africana Liberia para laAmerican Colonization Society. El general Bernadotte asume el trono de Suecia con el nombre deCarlos XIV. Brackenridge escribe su notable y pintoresco Viaje a la Amrica del Sur. Napolen sigueencadenado a la roca de Santa Elena y la yaga sospecha de su fuga hace palidecer a los nuevos amosde Europa. David Ricardo lanza los histricos Principios de economa poltica. Ludwig vanBeethoven, despus de numerosas sonatas y ocho sinfonas abrumado por la sordera, componesu vibrante Missa Solemnis. John Keats, rodeado de musas inspiradoras, redacta su fundamentalEndymion. El severo Schopenhauer publica una obra cumbre: El mundo como voluntad yrepresentacin. Simn Bolvar reorganiza sus fuerzas con obstinacin genial, decidido a quebrardefinitivamente el poder colonial en Amrica.

    En ese ao de 1818 el coronel de marina Guillermo Brown, luego de liberar el Atlntico sur yalborotar las costas del Pacfico pero tambin herido por hondos desencantos, regresa a BuenosAires desde Londres.

    Es que Brown ha decidido rendir cuentas de su escandalosa desobediencia al Gobierno de lasProvincias Unidas, aunque sus detractores no lo creen capaz de ello y siguen insistiendo que la pasademasiado bien en Londres para arriesgarse a un enfrentamiento de honor en Buenos Aires. Nisiquiera el Director Supremo lo estima verosmil.

    Parado junto a la borda del buque que lo trae de regreso, sus ojos azules contemplan la niebla delamanecer. Su cabello flota en las ondas del aire. Viste traje oscuro y tiene envuelto el cuello con unachalina de algodn. El Ro de la Plata, inmenso, limoso, suelta algunos brillos cuando rompen los orosde la aurora. Los vapores nocturnos empiezan a huir, espantados por el tajamar del barco. El velamendesplegado, redondo de brisa fresca, empuja hacia el oeste. Pronto emerger el casero de BuenosAires con su escolta de barrancas: se levantar como una larga muralla de almenas irregulares. Y se ircribando de relieves, salpicando de manchas verdes y amarillas. All lo aguardan, desea Brown. Haescrito al Director Supremo anticipndole su determinacin de presentarse espontneamente. Measiste la justicia, se repite a s mismo como si la frase tuviese el poder de un talismn. Lasautoridades y el pueblo de la Repblica deben de recordar sus abnegados servicios. En Buenos Aires,cuando retornaba de los combates, era recibido por una muchedumbre delirante que lanzaba al cielosombreros y banderas mientras los msicos estremecan la tierra y el agua, y las bateras del Fuerte losaludaban con el estampido de sus caones. La tripulacin exhausta arrancaba fuerzas a la agona pararugir aclamaciones de jbilo. Brown no slo haba terminado en 1814 con el poder realista en elAtlntico, sino que en 1815 haba producido pnico a la navegacin y fortificaciones espaolas en lascostas del Pacfico. Bernardino Rivadavia, que ejerca mucha influencia en la opinin pblica, tambinle haba aconsejado volver en una conceptuosa carta. Su sitio estaba en esta tierra chcara,adolescente.

    Las olas oscuras se deshacen contra las maderas del buque. Brown las quisiera tocar: vienen deBuenos Aires. Han lamido sus radas interiores. Han sido agitadas por la legin de lavanderas quetodas las maanas alborotan sus orillas. Sobre este ro que parece mar, hace cuatro aos una bala le

  • fractur la pierna dejndole rengo para toda la vida. El fogoso cirujano Bernardo Campbell lo asistien cubierta, bajo un restallante tejido de proyectiles. Brown era un testarudo que no aceptaba serdescendido a su cmara: continuara dirigiendo la lucha. Estaba negro de plvora y paralizado dedolor. Campbell grua y ordenaba a su asistente que mojase los labios del jefe con otro poco de ron.Le desinfect la herida, redujo la fractura y le aplic un vendaje ajustado. Brown no perdi elconocimiento ni los detalles del combate. El mdico maldijo su trabajo para no maldecir a suobstinado paciente, y sigui atendiendo a las dems vctimas que se amontonaban en los barcos. Larefriega termin con una victoria espectacular. Apoyado en muletas, Brown recibi el afecto de unamultitud ebria de agradecimiento. Le entregaron una medalla, la primera que decor su uniforme. Josde San Martn, por entonces autoconfinado en Mendoza, dijo que era el mayor triunfo obtenidohasta ese momento por la Revolucin americana.

    Su mano arrugada por la inclemencia de los mares acaricia la hmeda baranda. Empieza a definirsela lnea irregular del casero porteo. Ya distingue, tras la niebla opalescente, el mirador de la iglesia deSan Ignacio que sobresale sobre los techos rojos y desordenados. Puede distinguir, tambin, el temploprotestante de San Juan Bautista otrora concurrido por su esposa, y la iglesia de la Merced. Enprimer plano, los gruesos muros del Fuerte, con sus bateras en acecho. Y ms ac, conteniendo al ro,la espaciosa Alameda. Pequeos bultos avanzan dentro del agua: son carretas de ruedas enormes,tiradas por bueyes, hasta donde los pasajeros sern llevados por botes. El buque navega conprudencia por los endiablados canales del Ro de la Plata esquivando los bancos de arena; cuandodesaparece la profundidad, larga el ancla.

    Buenos Aires todava est lejos. Las embarcaciones menores rodean los flancos del navo. Brownayuda a su mujer y luego a sus hijos, mientras indica a los bulliciosos maleteros algunos cuidados conlos arcones de su equipaje. Los marineros tironean de las amarras mientras se realiza el trasbordo alos botes inestables. Luego un grito, una orden, y la pequea embarcacin se suelta. Flota, ondula, sehunde, se eleva, el buque que los trajo de Europa se achica. Y el casero cada vez ms prximo y real.Elisa, su hija mayor, sostenindose con una mano el sombrero, seala las carretas. Otro trasbordo.Cuidado con engancharte el vestido. Agrrense de los travesaos. Los maleteros cargan el equipaje enotra carreta; son casi todos pardos y su piel brilla de sudor. Los bueyes bajan la cabeza y tiran conesfuerzo. Se siente el crujido de la arena sumergida bajo el peso de las ruedas. Los edificios junto a laAlameda chorrean luz. Ahora es necesario dar un saltito hasta la pasarela y atravesar los controles deaduana.

    A Brown no lo esperan. Entrega sus papeles que son ledos con retaceado asombro. Enseguida loinvitan a entrar. Aguarde hasta que le entreguen su equipaje, le dicen. De pie, apoyado en su bastn,rodeado por su familia, parece un desconocido forastero. A su lado pasan marinos, policas,changadores y hasta los mendigos que asaltan con la mano implorante. Le estremece la familiaridaddel sitio, la lengua, el desorden. Un negro lo est mirando, porque su figura esbelta, sus ojos azules,su mentn abultado, sus labios entreabiertos le recuerdan algo excepcional. El negro retrocede unpoco, toca el brazo de otro estibador, juntos se acercan, dudan, pero de repente se les abre unestallido de jbilo y gritan Viva la Patria, viva Brown! El rostro del almirante se ilumina como sifuera un nio. Elizabeth hunde los dedos en la cabellera de su hijo menor. Lo han reconocido, es lagente que lo acompa en la guerra.

    Pero el grito metlico no se repite: ha sonado en un desierto. Los pasajeros atienden con ansiedad

  • el destino de sus maletas, los empleados se concentran en sus papeles. No hay carruajes oficiales, nohay comitivas del Gobierno. Ambos negros, tras una reverencia, retornan a su trabajo. Brown alquilauna volanta y, en silencio, parte hacia su hogar.

    El 26 de octubre, apenas tres das despus de su arribo, lo visita una delegacin militar: el hroede dos ocanos es arrestado y encarcelado en un cuartel. Le informan que est bajo proceso por ordendel Director Supremo de las Provincias Unidas del Ro de la Plata. El almirante, con la bocarepentinamente seca, consuela a Elizabeth, besa a sus hijos, les advierte que, proporcionadas lasdebidas aclaraciones, pronto volver a reunirse con ellos.

    Brown se equivoca. El juicio ser demasiado largo, demasiado humillante, demasiado oneroso.Enfermar en prisin. Y lo asaltarn all, por primera vez, los tizones de un infierno propio,intransferible.

    No es el nico patriota mortificado: pocos meses antes San Martn le escriba a Toms Guido:En fin, amigo mo, todo es menos malo que el que los maturrangos nos manden.

  • IIEl pueblito de Foxford, en Irlanda, donde naci Guillermo Brown, estaba rodeado por un crculo decolinas erizadas. Al atardecer, sus contornos negros, granticos, semejaban las armas de un ejrcitohostil. Las habitaban el fro, la aridez y los vientos. Pero no fue siempre as. Sus abuelos contabanque antes se extendan las verdes cabelleras de bosques frondosos e interminables. Que vinieronlegiones de explotadores con hachas y sierras para desmontarlos con satnica prolijidad. Arrancaronlas melenas verdes imponiendo la desolacin. Los vientos son los nicos que protestan da y noche,porque a los habitantes de Irlanda se les prohibi formular crticas. Desde que fueron aplastadas consangre las recientes rebeliones contra el dominio ingls, los habitantes de este sufrido pas no podansiquiera rezar en paz. Fue limitada la enseanza, obstruido el trabajo y discriminada la religin.

    En esta atmsfera de opresiva tristeza naci Brown en el ao 1777. Pero no hay tristezacolectiva, por compacta que sea, que no suelte una flecha al cielo. La cantidad de nmeros sieteorigin divertidos comentarios de su to cura. El padre Brown, interrumpiendo sus lecciones decatecismo, matemticas y geografa, le seal que por haber nacido en el 777, recibira una graciaespecial. En siete das Dios cre el mundo, siete fueron los principios morales de No y durante sieteaos trabaj el patriarca Jacob por Lea y otros siete ms por Raquel. El inteligente y hermoso Josinterpret un sueo del faran sobre siete vacas gordas y siete vacas flacas. Y el jubileo es laculminacin de siete veces siete aos.

    Tendrs la proteccin del Todopoderoso dijo el buen cura, y cuando te entristezca elinfortunio, recuerda que nunca durar ms de siete aos.

    El infortunio del padre Brown, en cambio, no acab en siete aos. La persecucin religiosa lehaba obligado a concluir su formacin en el extranjero, especialmente en la luminosa Salamanca.Tuvo que regresar disfrazado de mercader. Sus servicios sagrados no podan ser pblicos. Celebr enlas cuevas de los montes. Jvenes morrudos hacan guardia en los riscos y los silbidos del vientoacompaaban sus preces. Recorra en burro o a caballo las viviendas diseminadas y, cuando el animalno se atreva a desplazarse por el pedernal resbaladizo, arremangaba la sotana para saltar piedras o sequitaba los botines para cruzar los impetuosos torrentes. Llevaba el consuelo y la fe. Representaba lavieja, nunca olvidada libertad. Lo acusaron de complicidad con los insurrectos. Fue arrestado,encarcelado y torturado. En Foxford y su cinturn de colinas lloraron su ausencia, sus heridas, suhumillacin. Y lloraron de alegra al enterarse de que logr fugar. Pocas semanas ms tarde sedistribuyeron mensajes de oreja a oreja: otra vez est en el monte, el prximo domingo celebrarmisa en el monte, s. Guillermo pudo ver nuevamente a su to, el hombre de larga barba rubia, ojostiernos en la enseanza y fulminantes en el sermn. Llev los cuadernos donde anotaba lasdefiniciones y practicaba los ejercicios; el cura aprovechaba cada oportunidad para ensearle lo quedeba saber acerca del cielo, la tierra, y tambin el mar. Un decreto de Su Majestad haba limitado laenseanza para los irlandeses. La enseanza se haba convertido, por lo tanto, en otra luchaclandestina contra la opresin tan cruel como imbcil.

    En Foxford las noches se poblaban de gritos. El pequeo se despertaba sobresaltado. Su madre,temblando, espiaba a travs de los postigos. Y su padre, sacando un arma del viejo arcn, acechaba lapuerta por donde irrumpiran los asesinos. No deban llorar. Ni hacer ruido alguno. Los galopesdesenfrenados se venan encima de la cama. Guillermo oa rdenes y maldiciones como si las

  • pronunciaran dentro del cuarto. De pronto se iluminaron las rendijas. Brotaron aullidos espantosos.Sonaban tiros. El fuego naca en los graneros y se extenda a las moradas. La gente corra pidiendoauxilio. Y clemencia. La respuesta eran nuevas descargas de fusilera. Su padre abri de un golpe lapuerta y la luz le quem la cara. Su mujer intent retenerlo. Tarde: ya estaba corriendo hacia losheridos diseminados por las callejuelas. Entonces los hermanitos de Guillermo empezaron a llorarapretndose la boca. A la madrugada regres el padre. Estaba sucio, negro, ronco. Se cambi, bebi ten silencio y parti hacia la hilandera.

    Ciento cuarenta y cuatro hilanderas llegaron a crearse en Foxford. Irlanda se hizo clebre por susindustrias textiles. Junto al correntoso ro Moy se levantaron orgullosos molinos accionados por susaguas. Pero la fama no convena a la vecina isla, propietaria del archipilago. Desde el Gobiernofueron aprobadas restricciones legislativas para los tejidos de lana, despus para los de hilo. Enrealidad se legisl la pobreza. Desde varias aldeas empezaron a emigrar hacia los Estados Unidos.Empezaron a emigrar desde la misma diminuta Foxford. Las hilanderas cerraban una tras otra. Y susmolinos quedaban como sombros monumentos.

    Guillermo ayudaba a su padre. Cuando poda, escapaba del taller y contemplaba con entusiasmolas embarcaciones que cruzaban a golpe de remo el apurado ro. Una tarde se apoder del gran saco defrisa de su padre y salt a un bote. Tena siete aos y los remos le pesaban mucho. Despleg la velay naveg temerariamente por el peligroso Moy. Repiti la aventura. Lleg a los lagos Conn y Cullen.Hasta que lo descubrieron. Su padre, indignado, no estuvo satisfecho con la reprimenda y le pidi alsacerdote que diera una buena leccin a este chico atolondrado. El buen cura, estirndose la barba,simulando enojo, pidi explicaciones, pidi arrepentimiento, y termin ensendole cmo seempuan los remos y se extienden las velas.

    El rudo paisaje conformaba un marco de leyendas sobre malignos espritus y gigantes dientudosque sobrevolaban montaas y navegaban en tempestades. A veces esos gigantes ingresaban de golpeen la realidad vistiendo uniformes ingleses. La discriminacin contra los catlicos deca el curaera tan incomprensible como insoportable. Disminua la racin de los platos, no se renovaba la ropa;Guillermo aguantaba sin preguntar. De pronto oy llantos, discusiones y vio a su padre llenando unbal. Irs conmigo, Guillermo.

    Se trataba de un viaje largo, cruzaran el ocano, el mismo que atravesaron los descubridores, parair a un pas nuevo, libre, donde no se persigue por causa de la fe.

    Primero iremos nosotros dos, luego nos seguirn mam y tus hermanos inform el padre.Esta familia tambin acab por sumarse, entonces, a la corriente de emigrantes que generaba la

    persistente opresin.Una semana y media ms tarde, antes del alba, fueron en carro hasta el muelle. La despedida

    habra de ser silenciosa, como se estilaba en tiempos de excesivo dolor. Los una la humedad de losojos, la latente esperanza, el obvio temor a separarse.

    La nave que los llevara a otro continente exhiba una arboladura tan grande y un cablero tanenrevesado que pareca el amenazante bosque de las fbulas. Los abrazos hicieron crujir las tiernascostillas de Guillermo. Fascinado por la altura de los mstiles, no registr el instante en que losepararon de su madre, le hicieron cruzar un puente e instalaron en un rincn. Los marineros corranpor cubierta y trepaban las escalerillas. Comenzaron a extenderse las velas: enormes sbanas quecaan del cielo y todo el cielo giraba y oscilaba. Reson la voz del comandante. Se agitaron manos y

  • pauelos y el muelle se convirti en un racimo d personas al pie de la brumosa montaa de granito.Todo suceda muy rpido. El pequeo Guillermo mantena clavada su vista en los contornos querodeaban a Foxford y le asust verla descender en el horizonte, poco a poco, tragada por el mar. Alcabo de unas horas slo quedaban las mismas gaviotas que llenaban la costa de Irlanda, revoloteandoentre las nubes y el agua infinita.

    Al cabo de unos das Guillermo descubri el color azul. Se extasiaba en popa, frente a su derrochede tonos. Es el color que aparece cuando se disipa la niebla. Y que deber retornar a Foxford cuandolos gigantes de uniforme dejen de perseguir catlicos. La espuma que se abra como un encaje, volvapronto a la paleta del ndigo. Hasta de noche, cuando las estrellas bajaban para ser tocadas con lamano, tambin predominaba el azul. El suntuoso color era espolvoreado al amanecer con el oro quederramaba un sol muy limpio, transformndolo en verde. As de verde tena que haber sido su tierraantes que desmontaran los bosques.

    Una noche desaparecieron las estrellas. Y tambin el azul. Se estableci un negro tan oprimentecomo el luto de su madre cuando murieron los abuelos. El buque empez a oscilar. Cayeron cajas.Lleg el viento de las colinas irlandesas para aullar entre los mstiles. El ocano se arrug como ellomo de un caballo y revent en olas hirvientes. Los marineros trepaban las escalerillas de cuerdasplegando velas. El comandante con la bocina en mano imparta instrucciones. La faena del mar seconverta en lucha contra los monstruos que se alzaban desde el fondo negro. Las maderas gemanbajo los azotes del agua y los relmpagos iluminaban las arboladuras desnudas que se bamboleabansin freno. Las olas se desparramaban con estruendo sobre cubierta. El agua se quera abrir paso hacialos camarotes. Esto dur horas. Guillermo se durmi mirando el combate singular. El combateprosigui en su sueo: l contra los gigantes y su cortejo de malos espritus. Los mismos queincendiaban graneros y asesinaban catlicos. Lo perseguan en el mar.

    Por fin llegaron a Filadelfia. El amigo que los deba esperar para brindarles orientacin y ayuda noapareci en el puerto. Averiguaron entre los inmigrantes irlandeses y recibieron una grave noticia:haba muerto de fiebre amarilla un par de semanas antes. Sus familiares se desentendieron de laspromesas que hubiera formulado; no era fcil conseguir ni siquiera el propio sustento en esta tierranueva, aunque hubiese libertad. Sin tener a quin recurrir, su padre gast los magros ahorros y se fuehundiendo en la melancola: no consegua trabajo, no poda mandar dinero a Foxford para que vinieseel resto de su familia, ni siquiera tena para comprar el billete de regreso. Una tarde, cuando Guillermovolvi al oscuro cuarto con la comida que lograba arrancar a las pocas almas piadosas que rondaban elmuelle, encontr rgido a su padre. Se acuclill a su lado y empez a llorar, primero en silencio,resistindose a aceptar que haba fallecido, luego con una convulsin. Guillermo acababa de cumplirdiez aos y haba sido condenado a un desamparo absoluto. Estaba solo. Completamente solo. Su tole habra consolado explicndole que eran los siete aos del infortunio. Pero all no encontr consuelo.Al trmino de horas que nadie se interes en contar, sali a las callejuelas de Filadelfia con las mejillasirritadas por las lgrimas. Consigui que le pagaran una sopa, que le permitieran dormir en losestablos. Que enterraran a su padre.

    El ro Delaware corra lentamente. Era oscuro y brillante. Las embarcaciones se desplazabancomo cisnes por su superficie calma. Recostado en la orilla, Guillermo contemplaba los altos rboles.As de hermosos haban sido en Irlanda. Con sus maderas construyeron la casa donde naci, donde supadre le narraba milagros de San Patricio y su bueno y valiente to se burlaba de los ingleses. A su

  • lado yaca el bolso exiguo con un par de pantalones, dos camisas, pan duro y restos de queso. Ledola el estmago: el hambre duele.

    Un magnfico barco mercante se dispona a partir.Sus arrogantes palos se vistieron con un henchido follaje de velas. El nio se acerc a mirar el

    flanco bruido, el mascarn de proa lleno de filigranas mitolgicas. Alguien le gritaba:Eh, muchacho! Guillermo sigui caminando porque nadie se interesara en su insignificancia.

    No obstante, lo llamaban a l. Lo llamaban con la bocina, era el capitn del buque. Gir, se seal consorpresa, fue hacia la nave y accedi a subir. Qu querran de l? Le hicieron preguntas. Se trataba deuna embarcacin norteamericana. Quera incorporarse a la tripulacin? Le dieron un plato de comida,le sonrieron. Haca mucho que no saboreaba lentejas y tampoco beba una sonrisa. Dijo s.

    Y comenz su carrera naval.Recorri durante diez aos las Antillas y el Atlntico. Aprendi a defenderse de tifones y

    filibusteros. Descubri los arcanos de la lucha sobre el agua, las ventajas del barlovento y de losataques sorpresivos. Se acostumbr a mantenerse firme sobre cubiertas huidizas y a no caer de losmstiles aunque la nave se sacudiese como una pandereta. Atendi las bombas, organiz los vveres,mont guardia y empu el timn bajo el sol y bajo la lluvia. Arri velas en la tempestad, atacfuertes en tierra y bajeles en alta mar. Aprendi a aplicar ligaduras para detener una hemorragia.Soport el hambre y la sed. Recorri aldeas sucias, donde la miseria consuma a los nativos. Liber elcargamento de barcos negreros. Cambi de barcos y de capitanes. Aguant los soponcios de travesaslargas en bodegas mal olientes. Aprendi a mandar, arengar a la tropa, ser el primero en el asalto.Luch junto a marineros grandes como gorilas, de voces estentreas y cuya piel curtida era duracomo la de un paquidermo. Tambin aprendi a esperar con paciencia infinita y a proceder con lavelocidad del relmpago. Fue herido y desarroll una capacidad sobrehumana para ignorar los doloresmientras durara el combate.

    A los diecinueve aos fue apresado por un buque ingls. Aunque ya tena la matrcula de capitnfue llevado como botn de leva. Sus ojos azules, llameantes, miraron con odio a los oficiales queprocedan con tanta arbitrariedad. Era la misma gentuza que haba arruinado a su padre y ahora loquera arruinar a l. En contra de su voluntad deba servir a esa bandera de lneas cruzadas; de la quehaca poco se haban liberado sus camaradas norteamericanos. Guillermo naci bajo esa bandera perono la recordaba como alero protector, sino como tenaza.

    En la penumbra del barco ingls perge tcticas de fuga. Haba que esperar la llegada a un puertoo la proximidad de una nave enemiga. Ocurri lo ltimo. El Prsident, francs, provoc la alarma.Empez un combate en el que Brown y sus amigos sabotearon las defensas.

    Saban que Lafayette haba colaborado en la emancipacin norteamericana y que los principiosrevolucionarios de Pars propugnaban la justicia universal. Los ingleses tuvieron que rendirse. Elbotn de leva, empero, sufri la decepcin. El Prsident no era comandado por Lafayette ni a susoficiales les interesaba la filosofa de la Revolucin Francesa. Guillermo Brown fue arrinconado comoenemigo en un sucio calabozo. Injusticia enloquecedora: los ingleses lo haban discriminado porirlands, luego apresado como norteamericano y ahora los franceses a quienes ayud en la batalla lo despreciaban como ingls. Y no haba forma de demostrarles su error. Lo enviaron al puertomilitar de LOrient y de all a la prisin de Metz. Estaba en pleno continente europeo, lejos deAmrica y tambin lejos de su Foxford natal. Protest por los equvocos absurdos: l no era sbdito

  • de la corona britnica, sino que fue vctima de un ataque ingls a un barco americano. No mereca lacrcel. Pero los franceses, obsesionados con su enemigo de allende la Mancha, no creyeron esashistorias retorcidas.

    Guillermo tena paciencia en el mar, aun cuando su superficie pareca tapada con un manto deaceite y del aire se esfumaba toda brisa: en algn momento, ineludiblemente, sobrevendra el cambiode la atmsfera. Pero nada de paciencia tena en el montono encierro de Metz, injusto y absurdohasta la sublevacin. Le advirtieron que era peligroso huir; no encontrara aliados hasta muchas millasde distancia. l haba desarrollado una cualidad que volvera a presentarse en cien oportunidades: lalucidez ante el peligro. En ese momento se iluminaba. Los riesgos dejaban de ser riesgos, losobstculos se convertan en banalidades. Como resultado de esa lucidez, una maana el guardinencontr la celda vaca y desparram la alarma. Brown ya estaba lejos vistiendo un traje de oficialfrancs. Al llegar a un molino, un soldado que se paseaba bajo los rboles lo vio transpirado ydesaliado. Se acerc para brindarle ayuda. Brown no era capaz de pronunciar un monoslabo enbuen francs. Estir su chaqueta y reanud la marcha. El soldado apur el paso. Cuando ya le dabaalcance, Brown entendi que slo tena una escapatoria: correr. El soldado se despabil sbitamentey grit pidiendo ayuda. Apareci el molinero armado de un garrote. Los tres se abrocharon conpuos y patadas hasta que el garrote consigui aplastar a Guillermo.

    La crcel de Metz resultaba insegura y lo trasladaron a Verdn; lo confinaron en el calabozo msalto y hermtico. Pero desde el primer da empez a estudiar otra fuga. Percuti las paredes, examincada baldosa, se trep hasta el techo superponiendo cama, mesa y silla. En el calabozo contiguoestaba el coronel ingls Crutchley. Arranc un fierro del asador donde calentaba su comida y empeza horadar el muro bajo la cama con el propsito de establecer comunicacin con su vecino. Barra elpiso con su sucia chaqueta y esconda los escombros en un bal. Cuando le fue posible pasar lacabeza, urdi un plan con su flamante cmplice. Decidi labrar otro boquete en el techo. Trabaj denoche, con paciencia, con tenacidad. Tapaba el agujero durante el da con la bandera de su barco, de laque no se desprendi en ningn momento. Esta lealtad al emblema fue gratificante: consigui abrirseun camino hacia la libertad sin despertar sospechas. Cuando la abertura dejaba pasar el cuerpo, conCrutchley armaron un cable atando todas las sbanas y treparon a la azotea. Acecharon eldesplazamiento de los centinelas; se agazaparon en un rincn oscuro y fijaron la cuerda. Al quedardesprotegida la muralla se precipitaron al exterior y echaron a correr hacia el este. Se ocultaron en elbosque durante el da y con las primeras sombras reanudaron la marcha. El coronel, agotado por latensin y la fatiga, no pudo continuar; se desmoron al borde del camino con la boca llena de espumapegajosa. Brown lo carg al hombro durante un trecho. En una aldea, simulando mudez, consiguieronchocolate crudo. Por fin divisaron el Rhin, lmite de Francia con Alemania. En una barca, su dueoesperaba pasajeros fumando una larga pipa. Los fugitivos, con muecas y ademanes le pidieron quelos cruzara a la otra orilla. El barquero se neg: esperaba a tres comerciantes que ya le haban pagado,que estaban por llegar. Y sigui disfrutando de la pipa. Guillermo le salt al cogote. O los cruzaba olo estrangulaba all mismo. El rubicundo alemn se congestion, asinti con los ojos desorbitados.Empu los remos y obedeci enrgicamente. Por el majestuoso ro navegaban embarcaciones decarga y algunos veleros. Cuando llegaron a tierra alemana le expresaron en ingls y mal francs suagradecimiento. El coronel busc en sus ropas destrozadas algn objeto, encontr una medalla y se laobsequi. El barquero se conmovi, sorprendido, y sonri con la vista nublada. Entonces les confes

  • que no esperaba a tres comerciantes, sino a tres policas: haba estado a punto de malograrles lalibertad. Los fugitivos se miraron, lanzaron un alarido, se abrazaron y estallaron en una nerviosa, descontrolada carcajada. Echaron a correr como galgos arrojndose las briznas de hierba que arrancabande la colina.

    Tuvieron la fortuna adicional de enterarse que una princesa inglesa estaba casada con el duque deWurtenberg. El coronel Crutchley se enderez como si ya estuviera saludando a Su GraciosaMajestad y la Corte en pleno; le herva la patritica sangre de Albin. Guillermo se divirti con elregocijo de su compinche y la paradoja de que el viejo y odiado poder ingls por fin le brindaseayuda. Mayor fue el regocijo cuando la princesa acept recibirlos. La embelesaron con el relato desus peripecias y ella, en retribucin, dispuso con anglosajona eficiencia que les entregaran ropa,dinero y pasajes para volver a Inglaterra como hroes de la nacin.

    Otra vez el mar. El infinito, omnipotente mar. El maravilloso bramido de sus olas. El azul.Guillermo aspir la salobridad que impregnaba el aire. Y que humedeca su cara, su alma.

    En Inglaterra se separaron los amigos. Crutchley se reincorpor al ejrcito y Guillermo Browningres en la marina mercante. Despus de haber sido perjudicado dos veces por la Corona britnica,se pona a su servicio en busca de paz. Paradojas del Seor. No estaba su to para explicarlas.

    Cultiv la amistad de Walter Chitty, quien pronto lo introdujo en su familia llena de marinos. Lafrecuent con creciente entusiasmo para hablar de rutas y bajeles. Y porque le haba fascinado suhermana Elizabeth. Le perturbaba y arrobaba la melodiosa voz, sus espesos bucles, el portedistinguido, los ojos satinados. Habl dirigindose a ella ms que a los otros; y Elizabeth apreci lafrontalidad de Guillermo, su aplomo, su modestia. Franquearon formalidades como las gacelasfranquean cercos. En pocas semanas caminaron meses. La delicada mano de Elizabeth se decidi aacariciar la frente de Guillermo. Lo quera, s, pero ella era protestante, perteneca a la religinmayoritaria que hizo imposible la vida de su familia en Foxford. Cmo educaran a los hijos?Guillermo ya haba pensado la solucin, quizs irresponsable, quiz pueril, pero que allanaba el reinode su amor: las hijas mujeres cultivaran la religin de su madre y los hijos varones la del padre. Secasaron el 29 de julio de 1809.

    Brown, sobre la veteada mesa del comedor, despleg varios mapas. Le haba comenzado adominar el deseo de abandonar Europa. Ahora que estaba casado, que esperaba tener hijos, anhelabaalejarse de ese continente convulsionado y ensangrentado por las interminables guerras napolenicas.Lejos, muy lejos, casi donde el dedo cae de la mesa observas, Eliza?, corre el ro ms ancho delmundo. Los primeros navegantes lo llamaron Mar Dulce. En una de sus riberas existe una ciudaddominada por un cerro cnico y en la otra se levanta la capital del Virreinato. Los ingleses pudieronejercer su dominio en esa zona durante un ao y trajeron noticias excitantes sobre su gente ycostumbres. All podramos construir un hermoso y apacible hogar.

    Los familiares de Elizabeth no estuvieron conformes con tamao alejamiento. Para practicar elcomercio martimo no tena que irse al fin del mundo, argumentaron. Guillermo escuch, filtr,reflexion, pero actu segn su criterio. Le gustaba consultar, que era diferente a obedecer. En elltimo eslabn slo se fiaba de s mismo. Esta conducta le reportara xitos, pero tambin amargosinconvenientes. La familia de su mujer desparram razones y lgrimas. Brown consol con una manoy empac con la otra. Su decisin ya era irreversible. Acaso barruntaba el destino que le aguardabaen esas tierras desconocidas, casi salvajes? Intua el estallido de movimientos revolucionarios como

  • los que exaltaron a Irlanda, como los que relataban con uncin sus viejos camaradas norteamericanos,como los que alumbraron Pars? O era sincero su propsito de descansar de tanta guerra y para eso,precisamente, elega el fin del mundo?

    Zarparon en el Belmond. La costa europea, envuelta en humaredas de caones e incertidumbre, sehundi en la lejana. A fines de 1809, tras una travesa turbulenta, desembarcaron en el puerto deMontevideo. Elizabeth traa en su vientre a una hija, la que llegara l ser novia desdichada del hroems joven de la escuadra nacional.

  • IIINaves de poco calado sumacas, faluchos, balandras, lugres, pinazas se desplazan por el roanchsimo en un laborioso comercio que el monopolio espaol se esfuerza por mantener dentro demadre. En la Banda Oriental el negocio de cueros y el contrabando nuclean la actividad de lospudientes. Brown se entera de la abundancia increble de vacunos que se reproducen en territoriosque ni siquiera fueron colonizados, y que la apropiacin de estos bienes se haca ms de hecho que dederecho. Establece contacto con ciudadanos britnicos y estadounidenses por la comunidad delengua y se esmera en aprender castellano, al que jams lograra domar. Adquiere una embarcacinde cabotaje para comerciar con los puertos brasileos.

    Pero antes sale de Montevideo, cruza el dilatado ro y el 18 de abril de 1810 ingresa por primeravez en la capital del Virreinato. En sus hondas faltriqueras se arrugan varias direcciones. No le resultacomplicado orientarse. Buenos Aires es parecida a Montevideo, con pocas casas altas, aunquealgunas muy bien construidas. El Fuerte protege a la ciudad, rodeado de un foso profundo que setraspone por puentes levadizos. En el otro extremo de la plaza domina el Cabildo, en cuyos altosvive el alguacil mayor. La atmsfera de otoo es transparente y al atardecer un airecillo de hierbaperfuma las calles. Le advierten que el nombre de la ciudad no garantiza el clima: llueve demasiado, yentonces la luz argntea desaparece por semanas. Los carruajes y los animales se hunden en el barropegajoso, las casas bajas son invadidas por las corrientes sucias, los negros y mulatos forman leginempapados los pobres hasta los huesos para socorrer a los vehculos entrampados en el lgamouniversal.

    Brown atraviesa las esquinas haciendo equilibrio sobre tablones provisorios y tiene que mudarvarias veces la ropa para continuar sus actividades. En mayo el sol puja efmeramente porrestablecerse. Fulgen por horas los charcos en la plaza mayor. Tras las retorcidas rejas se abren lasventanas que ventilan interiores donde lucen esplndidos muebles de caoba y jacarand. MientrasBrown conversa con un comerciante originario de Bastan llamado Guillermo Po White, una carretasobrecargada de carne avanza pesadamente; se bambolea sobre la calle accidentada; y un enormecuarto de vaca empieza a resbalrsele desde lo alto. Unos chicos hacen seas al carretero, pero elhombre encoge los hombros: qu importa un poco ms o un poco menos de carne! La jugosa piezacae al suelo y se aplasta en el barro. Brown no oculta su perplejidad: ese enorme y suculento trozohara las delicias de una aldea entera en Europa.

    Aqu har la delicia de los perros contesta su interlocutor: los perros de Buenos Airesengullen tanta carne que ni pueden moverse, no sirven ni para ahuyentar ratones. Tenemos tantosratones que valen por un ejrcito.

    En contraste abundan los comercios donde se vende ropa de buena calidad. Los habitantes conrecursos visten a la moda europea, aunque sin extremar el lujo. White lo invita a una reunin dondelas damas y caballeros revelan destreza en la danza y pulimientos en la conversacin. Pero sobre tododetecta un aire de vsperas que no soplaba en Montevideo. Averigua, se interesa, le proporcionandatos sugerentes, inquietantes. Cuando recorre las calles observa que mientras las negras voceanempanadas, los hombres discuten con ardor. Le cuentan que no slo se discute en las calles, sino ensalones, patios, zaguanes, atrios y hasta jaboneras.

    Fernando VII fue arrestado por el guila napolenica. Estas tierras quedan sin dueo nominal y

  • sus presuntos herederos o representantes se disputarn la posesin. Brown desatiende su programacomercial, atrado por los sucesos que se precipitan. Estas tierras del fin del mundo sacuden suscostras de quietud. Y l ha llegado para presenciar el momento exacto en que se producir ladetonacin. Como si su to, desde las vecindades de Dios, hubiera dispuesto que experimentase porl la pascua que se frustr en Irlanda, el fulgurante salto de un pueblo hacia la libertad. Vive conarrebato la tensa y lluviosa semana en que trepida el Cabildo, se expulsa al Virrey y se establece unaJunta. Se abre paso a codazos para or una arenga del doctor Mariano Moreno, a quien llaman eljacobino y cuya impetuosidad vale por una legin; entiende poco lo que dice, pero su voz y elentusiasmo que desencadena lo transportan a los montes donde el sermn y el viento y la sangregalopaban al Unsono. Tambin conoce al hbil Juan Jos Paso: sus argumentos tienen el filo de losaceros damasquinados que en cuatro fintas desbaratan un alud de puntas espaolas; un hombre as leshaca falta a los irlandeses para tapar las sucias bocas de los parlamentarios que en Londressancionaban leyes de hambre y dolor. Brown lo contempla con extrema simpata, la misma que JuanJos Paso le tendr a l cuando, tan slo una dcada despus, interceder ante el Ejecutivo parasacarlo de la crcel.

    Sonre ante el travieso desafo de los emblemas blanquicelestes un color tan plido contra lasfranjas ignvomas de la Corona. Le fascina la temeridad del proceso: esta gente no dispone de tropasadecuadas para defenderse de las aguerridas formaciones realistas que vendrn a aplastarlas, ni asomode escuadra para detener un solo buque adversario. Pero le gusta, lo marea, lo embriaga, lo deleita lapalabra que se repite con obsesin y que aprende a pronunciar y gritar: libertad, libertad. En sudefectuoso castellano se desgaita en la plaza, frente al adusto Cabildo.

    Elizabeth cuando l le narra exaltado lo que ha visto comprende su transformacin. No es unhombre diferente: ha vuelto a ser el Guillermo de Foxford, el que conoci a travs de gestos,impulsos, relatos llenos de pasin. Le acaricia la diestra huesuda y contempla su nariz larga, sumentn abultado, sus labios gruesos y entreabiertos, sus ojos rejuvenecidos. Intuye que ha calzadoen una ruta plagada de incertidumbre y de tormentas. Que la ha elegido y no la abandonar.

    Por el momento Guillermo Brown carga su pequeo buque y parte hacia Brasil: debe continuartrabajando como marino mercante. Lo acompaa su esposa. Llegan a la lejana y pintoresca Baha.Pero sus autoridades le deparan una sorpresa terrible: consideran que sus papeles no cumplen losrequisitos legales. No escuchan sus protestas ni ruegos: proceden con dureza y le confiscan la nave.Qu hacer? El perjuicio econmico resulta demasiado serio; no tiene recursos para comprar otrobuque ni reponer las mercaderas. Golpe muy severo, este que le infligen los portugueses. Lo hundenen un fondo de saco. Y para salir de l no tiene ms alternativa que desandar el camino, retornar aInglaterra donde dej fondos y est la familia de Elizabeth. Es un regreso desagradable, encapotado.Pero inevitable. Permanecer lo necesario para recomponer su patrimonio. Adems, dentro de pocosmeses su mujer dar a luz; conviene que la asistan en Londres, aunque sigue determinado a construirsu hogar junto al Ro de la Plata.

    En Inglaterra retorna los contactos. Los aos de actividad comercial en la isla no fueron estriles.En octubre nace Elisa, la rubia y grcil Elisa que slo permanecer diecisiete aos en el mundo.Guillermo no oculta la verdad a su familia: no se quedar en Europa. Por qu empearse an en laaventura?, preguntan sus cuados. No es aventura, no no sabe explicarse. All, en el fin delmundo, un pueblo harapiento har triunfar algo grandioso que se frustr en Irlanda. Su to lo hubiera

  • acompaado radiante a esa plaza embarrada por la lluvia pertinaz para dar voces y golpear losportones del Cabildo.

    Pero, y qu tiene eso que ver con tus negocios?Decididamente Guillermo no sabe explicarse. Su respuesta es comprometer la totalidad de su

    fortuna en otro buque que bautiza con el apcope del nombre de su mujer y que ya es el de suprimera hija: Elisa. Se juega a cara o cruz. Pero dejar al margen del riesgo lo que ms adora: esta vezpartir solo para acondicionar el camino. Las mujeres quedarn en Inglaterra hasta que l seestablezca en Buenos Aires y pueda recibirlas como merecen. La decisin es dura, tiene que soportaradvertencias, consejos y hasta amenazas. No cede porque bulle una premonicin. Los mazazos delinfortunio le han golpeado la nuca muchas veces y percibe la proximidad de otro impacto. Zarpasolo, con inquietud, con pena.

    En efecto, en las proximidades de la ensenada de Barragn naufraga su buque. Es el impactopresentido.

    Pero no pierde la serenidad. Como en Metz, como en Verdn, se ilumina ante el peligro. Controlaa la tripulacin, imparte rdenes precisas. Y salva la totalidad del cargamento. Despus organiza unconvoy, se pone a su cabeza y parte hacia Chile por tierra. En las poblaciones del trayecto vende lasmercaderas rescatadas del naufragio. No ha hecho ni la mitad del camino y ya puede conformarse conuna ganancia excelente. Entonces tuerce hacia Buenos Aires, donde se asocia con el dinmico,fascinante y rico comerciante norteamericano Guillermo Po White, a quien haba conocido envsperas de la Revolucin de Mayo. Entre ambos compran la fragata Industria para realizar el primerservicio de cabotaje sistemtico entre esta ciudad y Colonia.

    Contento, escribe a su mujer avisndole que puede venir con la pequea Elisa y el recin nacidoGuillermo; los espera ansioso y feliz.

  • IVLa dicha no puede ser un estado duradero en quien est signado para alternar vacas gordas y vacasflacas.

    La fragata Industria de Brown y White es abordada por la poderosa flota realista que mantiene subase en Montevideo. Le secuestran la mercadera y maltratan a su tripulacin, obligndola a empedrarcalles de Montevideo. Guillermo Brown se frota los ojos, quemantes de rabia, y reflexiona sobre lalista de pases que hasta ese momento ya le haban declarado la guerra: primero Inglaterra arruinandoa su familia y convirtindolo en botn de leva en alta mar; luego Francia encarcelndolo en Metz yVerdn; despus Portugal confiscndole en Baha su buque; y ahora Espaa agredindolo en el ro.Medio mundo en contra suyo Y bien, si se es el panorama, luchar tal como se presenta.

    Solicita los permisos necesarios para su actividad fluvial al Gobierno de las Provincias Unidas ycontina su trabajo. Pero ya no es un trabajo comercial pacfico e inocente: transporta vveres,armamentos e informacin para los sublevados, cuidadosamente envueltos en lonas o disimulados encajas. Perdida la fragata Industria, arma una goleta e intenta desquitarse por su cuenta y riesgo. No ledur mucho su afn de simple comerciante: su vocacin es la batalla. Casi ni se da cuenta que hacomenzado a efectuar peligrosos abordajes. Toma prisioneros realistas como los ingleses tomaronamericanos y los franceses a ingleses. Obtiene informacin sobre el movimiento de la escuadraenemiga en el ancho ro. Sin habrselo propuesto claramente, se convierte en el brazo armado de lospatriotas sobre el Atlntico sur. Gana celebridad entre la gente del ro y ante las autoridades,asombradas por su agilidad de maniobra y su rpido y minucioso conocimiento del lugar. Es verdadque sus golpes de mano nocturnos son magros, pero reconfortan como xitos. De honorablecomerciante irlands pas a convertirse en guerrero fluvial.

    Elizabeth ruega que se canse pronto. Esperan otro hijo. Para vivir en guerra le reprocha nohaca falta venir tan lejos. Brown reitera sus razones, incluso formula la esperanza de que prontoabandonara esta actividad: cuando los patriotas cuenten con ciertos recursos. Los recursos jamssern suficientes farfulla Elizabeth con realismo y hunde su cara en el hueco de las manos.Guillermo abre la gaveta de su escritorio, moja la pluma y redacta una misiva al ministro Juan Larrea:Tengo que informarle que, a causa de haberse esparcido la noticia de que me he convertido enhombre de pelea, y de haber llegado a odos de mi cariosa esposa que se halla en avanzado estado degravidez, tengo que declinar el placer de continuar al servicio del Gobierno. La paz y las lgrimas demi familia as lo exigen. A rengln seguido formula unas consideraciones sobre su goleta armada y,no pudiendo dejar de brindar servicios a cambio de su renuncia, mxime siendo tan crtica la situacinde los patriotas, promete que har tres juegos de libros con seales alfabticas, semejantes a los dela Marina Britnica, con el fin de que los buques puedan conversar hasta donde sus anteojos de largavista lo permitan.

    La coyuntura quita el sueo al Gobierno criollo. Espaa, tras una resistencia heroica, lograexpulsar a las huestes de Napolen. En Nueva Granada y Mxico vuelven a triunfar los realistas.Desde Chile llegan los lamentos por el desastre de Rancagua. Belgrano es derrotado en Vilcapugio yAyohuma. La plaza de Montevideo contina siendo un temible baluarte contrarrevolucionario, apesar del prolongado sitio terrestre al que lo someten los patriotas: su formidable escuadra proveehombres y vveres. Montevideo puede resistir cien aos. Sus buques se pasean ufanos por el Ro de

  • la Plata y los ros interiores, dominan el Atlntico y mantienen comunicacin con Espaa y lospuertos del Pacfico. El da menos pensado asaltar Buenos Aires y ahogar la Revolucin. Losataques efectuados por Brown y otros rebeldes fueron sentidos como simples molestias, simplescosquillas. El len espaol sigue siendo len y Amrica un cordero.

    Martn Jacobo Thompson, previendo un ataque catastrfico, propone agregar a las bateras yaexistentes en Retiro, el Fuerte y la Resistencia, una lnea de fuego flotante avanzada. Los golpes demano y las operaciones anfibias no consiguieron agrietar el podero de la escuadra espaola: sontriunfos que se computan por el arrojo ms que por los resultados. En Buenos Aires se afirma lasensacin de impotencia. Los agoreros hablan ya de causa perdida.

    En esta atmsfera de abatimiento surge la escuadra nacional. Los primeros pasos se deben aldiputado salteo ex combatiente en Trafalgar Francisco de Gurruchaga. Este abogado que sirvien la Real Armada espaola, apenas fue incorporado a la Junta Grande en diciembre de 1810 sededic a la formacin de una escuadrilla. No existan enseres nuticos elementales, ni maderas, niastilleros, adems de carecerse de marinos profesionales o de hombres medianamente capaces detripular buques en combate. Adquiri la goleta Invencible, la balandra Americana y el bergantn 25 deMayo. El ingenio annimo confeccion un refrn: El 25 de Mayo har invencible la causa americana.En esa frase estaba contenida una profeca para otro bergantn del mismo nombre.

    El estreno de la modesta escuadra fue trgico. Navegaba por el ro Paran cuando le dio alcanceuna formacin realista. El 25 de Mayo y la Americana fueron apresados. Los patriotas lucharon comodemonios. Slo en la Invencible sufrieron 43 bajas. Juan Bautista Azopardo, que comandaba laflotilla, fue derribado de un sablazo en el momento que iba a volar la santabrbara. En el suelo, yadesarmado, aull la desgracia no me ha dejado terminar de cumplir con mi deber! Fue trasladado aMontevideo, donde se le instruy sumario de alta traicin, y luego enviado a la Carraca de Cdiz,donde muriera el patriota venezolano Francisco de Miranda.

    Despus del desastre Gurruchaga se present ante la Junta:Vengo a ofrecer otra escuadra dijo apoyando el puo sobre la mesa.Las arcas estaban exanges, los servicios pblicos eran deplorables, no alcanzaban los recursos

    para pertrechar los ejrcitos del norte, en Buenos Aires los invlidos y los menesterosos moran en lacalle. El animoso salteo, invirtiendo sus propios fondos, y con la generosa ayuda de Matheu,adquiri otras naves. Aunque precarias, impidieron algunos bombardeos y llevaron refuerzos a lastropas que luchaban en la Banda Oriental. Gurruchaga parti con Belgrano hacia el Alto Per,sucedindole en su difcil labor el morenista Juan Larrea. Precisamente, por esta definicin poltica,Larrea que integr la Primera Junta haba sido alejado del Gobierno y confinado en San Juan. Lasparadojas estaban a la orden del da en este pas que luchaba en todos los frentes: el brioso cataln deflequillo abierto y descalificante prontuario poltico, a poco de salir de la crcel fue electo diputadoante la Asamblea Constituyente de 1813, por Crdoba Ocup la presidencia de dicha Asamblea deabril a junio firmando, entre otros decretos, la consagracin del Himno Nacional y la fiesta cvica del25 de Mayo. Pero la gloria mayor de Juan Larrea fue crear, organizar y pertrechar como ministrode Hacienda la famosa Escuadra de 1814, que destruy el poder realista en el Ro de la Plata.

    Larrea era comerciante y poltico, pero sobre todo hombre de visin y decisin. Comprometi alcautivante, contradictorio y acaudalado norteamericano Guillermo Po White, a su copoblano y socioDomingo Matheu y al experto capitn de marina irlands Guillermo Brown. Faltan hombres,

  • buques, jarcias, cables y lonas, artillera, plvora y aun fusiles, escribi. No haba quien instruyera alos marineros, menos todava a los oficiales. En los buques tendra que luchar gente acostumbrada atierra firme: el solo movimiento de cubierta los pondra fuera de combate.

    Pero Larrea no cejaba. Saba de las inconsecuencias de White, que cultiv la amistad de los jefesingleses cuando invadieron Buenos Aires. Sin embargo corri el riesgo, encargndole proceda acomprar y reunir todo cuanto se haga necesario para poner en el ro una fuerza tan respetable que nosea aventurado el xito. Le advirti sobre la necesidad de trabajar con disimulo: La celeridad y elsigilo en cuanto sea posible, son circunstancias sin las cuales veramos frustrados nuestros esfuerzos,porque el Gobierno de Montevideo se hallara en estado de destruir el armamento en sus principios.

    Guillermo Brown, a pesar de sus deseos por marginarse de las acciones blicas y no provocardao a su mujer, est en condiciones de suministrar informacin acerca de los movimientos blicos enel ro y la Banda Oriental, y lo hace en forma ininterrumpida. Ms adelante le escribe a Larrea otracarta, confidencial, ofrecindose para equipar un buque apresado sin que yo aparezca en el asunto.Y despus le manifiesta que puede usted contar con mis servicios. Se va convirtiendo, poco apoco, en un soldado de la causa. Est ansioso por lanzarse a una batalla definitoria y lo dice conclaridad. An no s si los barcos han de estar listos dentro de una semana, pero me dejara llevar trasel deseo de embarcarme por el solo placer de contribuir al exterminio de los cruceros de Montevideo,como tambin ocasionar su rendicin en menos de dos meses tras la zarpada de nuestra pequea flotade Buenos Aires. Guillermo Brown no slo expresa un anhelo sino su voluntad arrolladora, capazde transformar ese anhelo en realidad. Larrea ni ningn otro miembro del acosado Gobierno nacionalimaginan que ese joven capitn de marina anuncia el futuro. La carta termina con recomendaciones alministro, que ms bien son reproches: A bordo de la Hrcules deberan de estar trabajando doblenmero de carpinteros de los que vi empleados esta maana. El alistamiento de la Hrcules y suequipamiento deberan ser objeto de particular atencin, como tambin respecto al Cfiro y elNancy. Y vuelve a expresar su anhelo, que pronto rozara la gloria: Quiera Dios que estuvierantodos (los buques) frente a Ensenada. Yo respondera de su xito contra su enemigo comn.

    En el alistamiento de la escuadrilla revolucionaria participan hombres de una docena denacionalidades. Y en su tripulacin ingresan aventureros, desertores, mercenarios. Tambinvoluntarios criollos, gauchos y orilleros. Algunos provienen de las crceles. Se completa la tropa condelincuentes menores, esclavos negros y mulatos marginados. Quin podra ser el jefe de esosindividuos heterogneos y dscolos?

    Mientras el Director Supremo hesita ante la magra lista de candidatos a jefe, se van concluyendolos trabajos impulsados por Larrea, White, Matheu y Brown, logrndose en menos de un mes ymedio erigir contra el enemigo dos centenares de caones.

    Los gauchos que detienen su cabalgadura para observar la construccin de la escuadra, introducensus dedos bajo el pauelo para rascarse la espesa melena. Cmo podr lucharse arriba de estoscajones? Los gauchos pueden entrar con sus caballos en el ro hasta que el agua les llega al cuello yenlazar a los realistas que se sienten seguros en sus botes, arrastrndolos a tierra ahogados oestrangulados. Estn acostumbrados a las boleadoras, el sable y la lanza, cayendo por sorpresa, comotrueno, arremetiendo y escapando para volver a arremeter. Qu clase de ataque podran llevar a caboencerrados en buques que en lugar de lanzas emplean caones?

  • VEl jefe de la escuadra patriota tiene que ser electo a partir de una terna formada por el francsCourrande, el norteamericano Seaver y el irlands Brown. Al Director Supremo le asiste la concienciade su responsabilidad. Un error no slo producira la destruccin de esta segunda escuadra, sino elinmediato asalto de Buenos Aires por la flota de Montevideo. Espaa, liberada del yugo francs, sedispone a recuperar su autoridad en las colonias insurgentes: han llegado noticias de que el violentogeneral Morillo, a la cabeza de un poderoso ejrcito de represin, se alista para venir al Ro de laPlata. Si aplastan este centro revolucionario, toda Amrica austral quedara nuevamente bajo eldominio de Fernando VII.

    Gervasio Antonio Posadas, Director Supremo de las Provincias Unidas, repasa una vez ms, conla frente transpirada, los antecedentes de la terna. La eleccin es ms difcil de lo esperado.

    Estanislao Courrande cuenta en su haber valientes acciones corsarias contra los ingleses, cuyocomercio vena hostilizando desde 1803.

    Benjamn Sea ver naci en Estados Unidos pero jur lealtad a Su Majestad britnica. Lleg a lasProvincias Unidas con el propsito de comerciar mulas. Un accidente lo oblig a recalar para repararlas averas de su goleta. Ocho marineros quedaron a bordo y se hicieron a la vela, abandonndolo.Para resarcirse de la prdida no vacil en robar dos buques espaoles. Simpatiz con los patriotas ystos, admirando su ingenio y arrojo, le encargaron recuperar el queche Hiena, capturado por losrealistas. Aunque el objetivo fracas la alarma previno a la tripulacin del queche, que zarpponindose a salvo, Seaver apres dos faluchos de guerra en esta reida accin nocturna,produciendo cuantiosas prdidas al enemigo.

    Guillermo Brown se ha granjeado el respeto de los pocos marinos que ya trabajaban para lasProvincias Unidas. Su inteligencia en la tctica y su audacia en la accin, su sensibilidad con lossubordinados y su caballeresca arrogancia con los superiores, le conferan rasgos de caudillo. Adems,tena una slida formacin nutica y un acabado conocimiento de las aguas donde se desarrollaran loscombates.

    Posadas designa a Brown Jefe de la Escuadra. Brown tiene treinta y siete aos, de los cuales sepas ms de cinco lustros en el mar.

    Seaver se ofende y no acepta la autoridad del irlands. Pero los acontecimientos se precipitan; laescuadra espaola emerge del ro como una interminable muralla erizada de fusiles y caones, listapara un ataque devastador. Brown se adelanta a una posible indisciplina del norteamericanoavisndole que izar su insignia en la Hrcules y barco ninguno de la Patria, bajo pretextocualquiera, podr abandonar este puerto antes que la Hrcules. Le ordena que apronte su goleta y leanuncia que recibir un libro de seales, al que dar usted exacto cumplimiento en nombre de laPatria y en el de todos los que desean el triunfo de su causa. Encarezco a usted la mayor decisin ypericia en el manejo de su buque contra el enemigo comn. Por ltimo, le desea el mejor xito ygloria como compaero de armas.

    Benjamn Franklin Seaver, capitn de la goleta de guerra Julieta, lee con disgusto el mensaje dequien se considera su jefe y le responde con una estocada irnica. Ignora dice que l (Seaver) osu goleta estn agregados al resto de la escuadra como para que el capitn Brown le haya dirigido lanota precedente.

  • Brown sabe que esta indisciplina puede generar una derrota. Comprende la dignidad de sussubordinados, pero no admite conductas que daen la estrategia del, combate. O se acata su autoridado queda sellado el fracaso. Se dirige a Larrea, denunciando que est muy disgustado comoconsecuencia de un bosquejo, o plan, que yo le entregu (a Seaver) y que no fue tenido en cuenta.Brown recuerda que no haba querido asumir el mando de la escuadra, pero acab aceptando lahonrosa designacin efectuada por el Director Supremo: a pesar de tener motivos importantes, misdeseos por el bienestar de la nacin me indujeron a servir como comandante de la flota pero, paragran sorpresa ma, existe otro comandante. Atribuye a su ex socio White con quien rompi pocotiempo atrs los errores en las designaciones. White demuestra mucha actividad en todo sentidomenos el correcto. Adems, agrega, su morosidad ha determinado que la flota permaneciera en elpuerto una quincena ms de lo necesario. Se excusa por no entrar en detalles, concluyendo que elGobierno ha de decidir entre confiar el mando a Seaver, o exonerarle del servicio, por cuanto uncooperador conjunto como el que el sutil seor White deseara introducir, no puede ser el bienestar dela escuadra nacional.

    Larrea muestra la carta al Director Supremo. Se convoca a una reunin general de ministros. Eltiempo juega en favor de Espaa; algunos creen que ya no vale la pena sacrificar hombres encombates fluviales. Larrea insiste para que se defina la autoridad de la escuadra. Nadie aceptaexonerar al intrpido Seaver. Y Brown, entonces? Por un minuto cruza por la sala el espectro de laderrota, por un minuto surge la posibilidad de eliminar al altivo irlands. Quiz ya es demasiado tardepara atacar Montevideo, se contina insistiendo. Los pauelos con puntillas salen de las mangas parasecar los rostros transpirados.

    Est bien acuerda el Director Supremo: no toco a Seaver. Pero Guillermo Brown seguircomo jefe de la escuadra nacional.

    Era una frmula de transaccin. Para algunos era una frmula confusa y riesgosa. Pero con ella seacababa de elegir el camino que salvara a la Revolucin de Mayo.

  • VIGuillermo Brown considera que no hay tiempo para ejercicios. Despliega su insignia en la fragataHrcules y parte hacia un encuentro audaz con la indominable escuadra realista comandada nadamenos que por el bravo capitn de navo Jacinto de Romarate. Romarate haba luchado a las rdenesde Liniers contra las invasiones inglesas y realiz una heroica y tenaz defensa de Buenos Aires. Noentendi la Revolucin de Mayo, a la que consideraba una enojosa sublevacin. El fue quien destruyla primera flotilla patriota y envi a prisin al enloquecido Azopardo. Su acendrada lealtad aFernando VII no le permitira ceder el control de las aguas.

    El combate empieza el 10 de marzo y se prolonga hasta la maana siguiente. Brown pretendeapoderarse de la isla Martn Garca, prtico de los ros interiores. Las bateras escupen sus descargasy una densa humareda va cubriendo el campo de accin. La Hrcules, empujada por los disparosenemigos, encalla en un banco de arena. Enseguida se convierte en el blanco principal de losespaoles. Durante horas soporta una metralla inacabable. Sobre cubierta cae ensangrentada unacuarta parte de sus hombres. Los marinos espaoles, formados en la Real Armada, corroboran sufranca superioridad sobre las sucias y torpes fuerzas de las Provincias Unidas.

    Mientras la Hrcules se afana por liberarse del banco, el resto de la escuadra patriota se empeaen hostilizar a Romarate para sacarlo del lugar. Benjamn Seaver y otros oficiales son barridos por lasbalas. Comienza la lista de nuestros mrtires navales. El cirujano Bernardo Campbell no alcanza asocorrer a tantos heridos, ni posee los elementos necesarios para desinfectar heridas o entablillarfracturas. Con los ojos fuera de rbitas, hinchado de rabia, denuncia que varios de nuestros hombresms valientes estaran aun vivos quiz, si hubiesen existido a bordo los medios con qu socorrerlos.No los haba, y nuestro botiqun era ms apropiado para alguna vieja o para enfermos de consuncin,que para marineros () que slo necesitan aquellos remedios indispensables para curar heridas,accidentes, de los cuales no se nos ha provisto; pudiendo afirmar con seguridad que una onza de telaemplstica con un poco de seda para ligaduras, habra sido de mayor utilidad a este buque, que elbotiqun entero.

    Al caer la noche cesan los disparos. Sobre la cubierta del Hrcules yacen decenas de hombresmuertos o heridos. Brown camina entre los moribundos, distribuye agua y ron, pronuncia palabras dealiento. Teme haber empezado mal su carrera. Pero no est dispuesto a retirarse: lograr la victoria:Le aconsejan volver a puerto para reparar las averas.

    No. Que prosigan los esfuerzos para reflotar la nave; que se pidan tropas frescas a Colonia.No pega los prpados en toda la noche. Hace un balance de las prdidas, reflexiona sobre el

    podero del adversario que seguramente aumentar en las horas que faltan hasta el amanecer. Sushombres son, en su mayora, hombres de tierra. Se adaptar a la realidad. Confecciona un plan y locomunica a sus oficiales. A las cuatro de la madrugada se desprenden numerosos botes que sedesplazan en silencio hacia la costa. Es un desembarco temerario bajo la proteccin de los negrostules que an flotan sobre el ro. Pero la pupila alerta de los vigas espaoles descubre la maniobra yabren fuego. Los tules negros son destruidos por el resplandor de los fogonazos. Los patriotas huyendel ventarrn de proyectiles. Caen en la playa, algunos trepando la colina. Al desastre naval de lavspera se aadira el terrestre. El avance queda bloqueado.

    Brown no duda ya. Corre hacia el tambor y el pfano y ordena que toquen el Saint Patricks Day

  • in the morning. La tropa se estremece y a viva fuerza, con impulso arrollador, consigue tomar laplaza de Martn Garca.

    Romarate, que ya haba gastado casi todas sus municiones, prefiere alejarse hacia Montevideo.Los argentinos prorrumpen en una gritera ensordecedora. Agitan pauelos, vendas, manos, banderas,se abrazan, cantan, allan. La Hrcules puede ser reflotada y, ebria de gozo, se dirige a Colonia parasu reparacin. Los sobrevivientes estn aturdidos. Ganaron a costa de mucha sangre. Se inmolaronciento diez vidas y se perdieron cuatro jefes: Benjamn Seaver, comandante de la Julieta y candidatorival de Brown; Elas Smith, comandante del buque insignia; Martn Jaum, jefe de las fuerzas dedesembarco y Roberto Stacy, ayudante de Brown. Victoria arrancada con el propiodespedazamiento. De las ciento diez vctimas, la mitad era criolla y la mitad extranjera.

    Buenos Aires festeja el triunfo de Martn Carda y pide a Brown que d caza al temido Romarate.Brown responde que no se dispersar en acciones intiles: su objetivo es la liberacin deMontevideo, no Romarate. Sin esa fortaleza Romarate estar perdido. Insiste en su punto de vistaante Larrea y el Consejo de Estado. Trata de persuadir a Posadas. No es fcil: son tan lbiles ante elxito que tanto necesitaban que pierden de vista la meta fundamental.

    El casco cribado de la fragata Hrcules se repara con cueros negros de vacuno; su curioso aspectole vale un nuevo nombre: la fragata negra. Brown obtiene ms embarcaciones. Ha inyectadooptimismo en Buenos Aires. Cuatro aos atrs, exactamente, se haban proferido los primeros gritosde libertad en un clima de euforia, que pronto se reinstalar. Pero antes, la Revolucin demandarotro holocausto.

    Jacinto de Romarate, tenaz y astuto, haba fondeado en Arroyo de la China, donde reorganiz yreaprovision sus buques. Una pequea fuerza patriota le da alcance, engaada sobre su capacidad deresistencia. El bravo espaol apost caones en la costa y aguarda como un tigre agazapado. Dosnaves perseguidoras encallan y se convierten en el blanco de un ataque devastador. Muere elcomandante patriota. Muere el que lo reemplaza. Muere el que reemplaza al reemplazante. El cuartocae herido. El que manda la goleta Carmen vuela con las astillas de su buque.

    El revs no perturba demasiado el nimo de Brown. Aspira al encuentro definitorio. La escuadraenemiga lo obsesiona. Es superior en pertrechos y entrenamiento. No importa. Ir a desafiarla. Perocon un plan: atraerla hacia las aguas profundas, luego interponerse entre ella y la costa, bloquendolela retirada.

    Y accionar todos los caones.Los habitantes de Buenos Aires fluctan de humor. Al alborozo de Martn Garca sigue la

    congoja por Arroyo de la China. El abatimiento se transforma en alacridad y el regocijo entribulacin. El temple de Brown y su empeo en derrumbar la fortaleza de Montevideo reflota elentusiasmo. Lo reflota un poco. Es ms fuerte el deseo de victoria que la esperanza. Una multitud sederrama por la Alameda para despedir a los valientes. El atardecer espolvorea con rosas las azoteas ylos campanarios desde donde se estiran brazos y cabezas. Vitorean al hroe de Martn Garca que,enhiesto en popa, contempla al pueblo exaltado; viste su uniforme de gala, como si navegase a unarecepcin y no al fiero combate. Empiezan a cantar el Himno. Retumba el can. El Gobierno ruegapor el xito, pero duda del xito. Las cinco naves con las velas desplegadas como redondas alasblancas, marchan hacia el horizonte que se tie de rojo, preludiando la carnicera.

    Das despus emerge ante Montevideo, en lnea de combate, la insolente flotilla patriota

  • comandada por Brown. La ciudad ya se habitu al bloqueo terrestre. No era grave porque a travs delagua llegaban vveres y hombres. Pero el desafo de este pentagrama nutico llegado desde BuenosAires cambia la situacin. A partir de ahora el sitio de Montevideo es total. Se interrumpe elaprovisionamiento y quedan cortadas las comunicaciones. La pretensin de las Provincias Unidas nose conforma sino con la rendicin de la plaza. Y el jefe realista no est dispuesto a entregarse hastaque ardan los cimientos donde pisa: que se convierta en otra Troya, primero bloqueada, y despusarrasada.

    El cerco se torna asfixiante. Ni siquiera los pescadores se animan a internarse en el ro para no serbaleados por las naves criollas. En Montevideo comienza a faltar comida. Aparece un foco epidmicoque se irradia peligrosamente. Se multiplican los menesterosos que apenas pueden atender, elCabildo, la hermandad de Caridad y el abnegado fray Ascalza, llamado ngel protector de laindigencia. Los adictos fanticos a Fernando VII se inquietan; es imperioso romper el sitio cuantoantes. Se puede tolerar que cinco naves tripuladas por gauchos y delincuentes inhiban a la mejorescuadra espaola del Atlntico sur? Qu esperan para salir a su encuentro y despedazarlos?

    Los buques realistas por fin despliegan los paos y se lanzan bravamente al ataque. Rompern elcollar en su eslabn dbil, que ya han podido detectar. Pero, qu hacen los sitiadores? En lugar deofrecer batalla giran para huir. Es verosmil? Para esto vinieron a Montevideo? Claro: fue unabaladronada. Fanfarrones! Una sbita algazara estremece a los buques espaoles: les daremos unescarmiento. Inician la persecucin.

    La escuadra patriota fuga mar adentro, seguida por la realista. Pero no efecta una huida recta:Brown traza una amplia semicircunferencia para alejar a sus enemigos de la costa. Cuando gana elbarlovento vira con rapidez, les corta el avance y enfrenta con los caones. Antes que descubran sutctica vomita un alud de proyectiles. Ruedan cuerpos, se parten mstiles, se abren boquetes en losflancos, las velas se desgarran y una densa humareda se extiende en varias millas a la redonda. Lalucha, con altibajos, se prolonga varios das. Los impactos llegan a ser brutales. Hay poco viento, locual impide la adecuada movilizacin de las naves. El enfrentamiento, cruel y agotador, no se define.Aunque ya es gratificante para Brown que su desarrapada tropa pueda contener a las fuerzasrealistas. Pero no basta: se muda a la sumaca Itat, cuyo escaso calado le brinda ms agilidad.Romper la peligrosa indecisin del combate: se acerca a un bergantn, abre fuego y producenumerosas bajas. Se movilizan las posiciones. Es necesario modificar los flancos. La sumaca sufreimportantes averas. El retroceso de un can le quiebra una pierna. Y Brown cae junto a la curea.

    Han herido al comandante! Sus subordinados quieren dar la alarma. Brown, con una mueca, lesordena callar. Que le apliquen un vendaje provisorio. An puede seguir, que no detengan el fuego. Susoficiales creen que delira y lo llevan de regreso a la fragata Hrcules, donde lo asiste el doctorCampbell.

    No, no delira dice el mdico empapado en sangre y sudor.Brown exige que lo cure sobre cubierta: la batalla ha dado un vuelco favorable y la seguir

    conduciendo en persona. Campbell mastica una maldicin y le examina la pierna: fractura.Hay que bajarlo a la cmara, mi testarudo comandante.No, mi cmodo cirujano: me atender aqu. Campbell se arremanga otra vuelta la camisa y pide

    a su ayudante que afirme bien el cuerpo del paciente. Silban los proyectiles. Brown mantiene en lamano la bocina.

  • Es obcecado usted, mi comandante.Proceda, doctor.Campbell tracciona con fuerza y reduce la fractura. Brown est blanco pero no se desmaya. Con

    voz spera exige que continen el torrente de fuego. Doblegar al enemigo.El tronar del can y de la fusilera slo se apagan cuando las naves ponen mayor distancia. La

    escuadra patriota no ceja, con ese diablo de irlands que an herido sigue gritando rdenes. Vuelvenlas cargas y las densas humaredas. Los relmpagos rojos agujerean velas, arrastran cuerdas y hacenestallar bloques de madera. Los remolinos de humo denso ocultan por completo a los buques; slo sedetectan los crteres de los caones.

    Montevideo presiente la rendicin. Pero el enrgico general Vigodet, jefe de los realistas, no lohar hasta que el sacrificio sea enorme. Brown ya ha apresado varias naves y destruido otras tantas.El buque principal huye de la batalla para resguardarse en el puerto. La Hrcules lo persigue. Estanto el pnico que esa nave no se atreve a replicar los disparos de Brown ni siquiera cuando alcanzala proteccin del Fuerte. Vigodet, que contempla la escena bochornosa desde la azotea, se hincha derabia y tira el catalejo contra las rocas. Mientras, el general Alvear, por tierra, ya golpea las defensasinteriores de Montevideo.

    El buque insignia de los patriotas, con las banderas lanzadas al viento, ingresa majestuosamenteen las aguas del puerto. Veintin disparos retumban sobre el Cerro y ms all, sobre las cuchillas dela Banda Oriental, anunciando el triunfo de las Provincias Unidas del Sur. La Hrcules se desplazacon grandes heridas a la vista, como enormes medallas, seguida por un cortejo de embarcaciones.

    El 19 de mayo de 1814 Guillermo Brown eleva su informe: Hay, ms o menos, 500 prisioneros.El nmero de oficiales de distintas jerarquas es inmenso en proporcin con el de marinos y soldados(). La Hrcules an se encontraba a la cabeza y, acercndose rpidamente a los buques deretaguardia, dispar un par de andanadas que produjo tal desorden en esa parte de la escuadra que enel transcurso de pocos minutos el bergantn San Jos, y las naves Neptuno y Paloma se rindieron; ytengo el placer de informar a la sensibilidad de Su Excelencia que, aparentemente, fueron pocas lasvidas que se perdieron en ambos bandos. Ms adelante comunica un abominable descubrimiento:segn parece (Dios los perdone), se proponan cortarnos el pescuezo a todos, habindosedistribuido al intento largos cuchillos, lo que es apenas creble. Sea de ello lo que fuere, recomiendosinceramente que los mismos (los enemigos) sean tratados como prisioneros de guerra y acenta unaadvertencia que excede los lmites de su tiempo: El usar represalias demostrara debilidad y elperdonar sera generosidad. La crueldad se vigoriza con actos de la misma naturaleza. A gente as hayque ensearle mediante el buen ejemplo y no con represalias.

    El comandante de la Itat, primera nave de la flota en regresar a Buenos Aires, es conducido enbrazos por la multitud enardecida hasta los prticos del Fuerte. La noticia de la victoria desata unaonda de alegra incontenible. Espaa ha perdido su mejor plaza de operaciones contra Buenos Aires yla agresiva expedicin del general Morilla tiene que ser desviada hacia el Caribe. Se allanan lascondiciones para proclamar la Independencia. La seguridad en los ros permite reforzar la ayuda alEjrcito Auxiliar del Per y al Ejrcito de los Andes. El vuelco de la situacin frena a Pezuela en elnorte. Y el inmenso material blico capturado sirve para reaprovisionar los agotados arsenales.

    Bernardo de Monteagudo, evaluando los beneficios conseguidos por la Escuadra de 1814, dirque las dos grandes empresas de la poca, cuyo mrito apreciar la posteridad ms que nosotros,

  • son la destruccin de la escuadra de Montevideo y la empresa de pasar los Andes para cooperar a lalibertad de Chile. El triunfo de Brown determina el fin del dominio colonial sobre la mitad deSudamrica.

  • VIIAsegurada la costa atlntica, el proceso emancipador enfoca sus largavistas hacia el Pacfico. Chilesufre de yugo de Osario, el Per est agobiado por un ejrcito de 10.000 hombres y Colombia sedespedaza en una reida lucha.

    El presbtero Julin Uribe, que emigrara a Buenos Aires, concibe un plan temerario: armar unaflotilla y atacar a los espaoles de Chile por el mar. Juzga conveniente que la heroica fragata Hrcules(obsequiada a Brown por sus servicios) y el bergantn Trinidad vayan a hostilizar la navegacin y elcomercio espaol a lo largo de Valparaso, Coquimbo, Huasco, Atacama, Arequipa, Pisco y el Callao.Se tratara de un crucero corsario, como se estilaba entonces, para el cual se deberan extender aBrown las licencias necesarias. Como todo corsario, estar sometido a los reglamentos del Corso:atacar naves y puertos de la nacin enemiga y las presas tomadas en sus acciones debern serlegitimadas por el Tribunal de Presas. Como corsario argentino, adems de respetar a los neutrales,deber liberar los cargamentos de los barcos negreros. Su campaa no se debera extender ms all delos once grados de la lnea equinoccial, a menos que alguna expedicin espaola proveniente del istmode Panam fuera en auxilio de Lima, en cuyo caso se la tendr que destruir, apresar o incendiar a todacosta.

    Brown acepta el desafo. En documentos reservados, el gobierno de las Provincias Unidas lecomunica que le confiere el mando de la expedicin, pero dada la necesidad que tiene de l enBuenos Aires para otras importantes funciones pide que lo delegue en su hermano Miguel, queacaba de radicarse en Buenos Aires. Guillermo Brown, despus de su victoria naval, habacomunicado a Larrea que abrigaba el deseo de volver a sus asuntos comerciales. Si el hacer un biengeneral, despus de abandonar mi pequeo negocio, casa, esposa y familia, exponiendo mi vida a cadamomento, a fin de que pudiera prestar un nfimo servicio a este pas, constituye un motivo paraatraerme enemigos, ya es tiempo de que me retire, por buenas que sean mis intenciones en coadyuvaren la lucha. Haba recomendado una pronta y equitativa distribucin del importe de las presas quese adeudaba a oficiales y tripulacin. Prefera quedarse en Buenos Aires, aunque se dedicara enforma personal y entusiasta a la reparacin y equipamiento de las naves que realizaran el crucerocorsario.

    El crucero deber sortear enormes peligros: navegar abrumadoras distancias sin encontrar sitios dereaprovisionamiento, enfrentar flotas adversarias poderosas, encontrarse siempre rodeado deenemigos.

    En el rudimentario astillero las embarcaciones semejan grandes fsiles. Brown revisa una y otravez ambos buques. La Hrcules es prolijamente reparada y claveteada en cobre. Con miradacuidadosa y severa controla la quilla, la brea, las cureas, los palos, el bauprs, las vergas, los botes.Repasa la lista de vveres ya acumulados y los que an faltan comprar. Es minucioso en la provisinde materiales para el viaje: que no falte hierro, plomo, lienzos para velas y maderas para mstiles otarugos. Arpones, anzuelos y redes, porque el ocano suministrar el grueso de la alimentacin.Golpea con el puo los tabiques y prueba cables y tornillos. Hasta el botiqun no escapa a suexamen, mxime despus de las crticas efectuadas por Campbell.

    Mientras prosiguen los trabajos de alistamiento, remite a White varios tripulantes para que lesliquide sus sueldos y parte de las presas. La remuneracin de la gente que reg con su esfuerzo la

  • vida de la Repblica es prioridad moral. Enterado de las necesidades de Agustn Sherman, escribe: elportador no slo prest servicios como segundo contramaestre a bordo de la Hrcules, sino que,siendo carpintero de oficio, trabaj de da como tal (). Por consiguiente, tengo que recomendado asu consideracin como hombre bueno y merecedor.

  • VIIIEl gran reloj del Cabildo marca las diez de la maana. Guillermo Brown cruza la plaza de la Victoriaapoyndose en su bastn. Algunos durazneros florecen bajo el sol de septiembre. Los carros sedesplazan con pereza, regocijados con la caricia de la luz. Brown mira hacia abajo, pensativo. Lepreocupa la lenta reparacin de las naves y la increble morosidad en el pago a los hombres de suescuadra. Le consta cun vacas estn las arcas, pero ms vacos estn los hogares de quienesmurieron, quedaron invlidos o simplemente lucharon para salvar el pas.

    El sol calienta la nuca, reverbera sobre su cabellera dorada, se extiende sobre su espalda recta. Unsaludo en ingls, susurrado, casi evasivo, lo arranca de la cavilacin. Es Guillermo Po White. Elalmirante lo detiene. White hesita, carraspea, ha recibido a varios marinos que Brown le manda paracobrar. Se estira los puos de, encaje, no puede sostener la mirada de su ex socio. Con lealdesprendimiento invirti sus bienes en la construccin de la escuadra y, a pesar de su astuciafinanciera, no consigue cumplir con las obligaciones contradas; no tiene la culpa por la dilacin en lospagos.

    Brown le replica con dureza: no es justo hacer esperar a quienes ms se han sacrificado.White est de acuerdo, pero an no dispone de fondos, la escuadra ser su ruina.No me interesa su ruina, sino mis hombres.White no tolera el tono seco y belicoso del almirante; el corazn le late en la garganta, ojal que se

    vaya. Pero no se va, contina reprobndole con los ojos, con los puos apretados, con los labiostrmulos:

    Usted es indigno de la confianza que le brind el Gobierno.Cllese! grita el norteamericano.Pcaro! Ladrn! responde el almirante con la cara enrojecida.White se descontrola y le asesta una bofetada en pleno rostro. La gente que se estaba

    aglomerando al or la estentrea discusin, queda atnita. El armador huye al instante, perseguido azancadas por Brown, cuya pierna fracturada le impide correr. Se refugia en un almacn y busca unarma para defenderse del bastn que agita el marino; slo encuentra un largo palo con un plumeroatado en la punta, que asoma por la reja. La afrenta es mayscula. El almirante recapacita y seabstiene de ingresar donde su agresor. Se arregla la ancha corbata, alisa el cabello y, retornando suhidalga apostura, camina lentamente hacia la calle Reconquista, donde visitar a un amigo.

    Guillermo Po White es arrestado y confinado en la goleta Santa Cruz. El incidente mortifica aBrown. Pero como tiene nocin de las proporciones, le dice al Director Supremo que, siendo suempleo de autoridad y jurisdiccin firme, estaba facultado para refrenar y escarmentar a undelincuente que los ultrajaba (). Para que se vea que no es de mi inters, sino nicamente de mihonor y el de todas las autoridades castigar este atentado, me desprendo de la causa y reo, y todo lopongo a disposicin de V.E. Si es de su Supremo agrado que se lo ponga en libertad, como me dice elseor secretario de Guerra, creo que debo obedecer, pero tambin puedo suplicar que contine enprisin hasta que V.E. determine la satisfaccin que el delincuente deba darme. Termina la cartaaclarando que no se vea su pedido como intento de faltar a la subordinacin y obediencia a queestoy obligado.

    Pronto Guillermo Brown romper esta obediencia en un acto pleno de temeridad que le

  • ocasionar disgustos muchsimo ms graves que el incidente con el atribulado armador.

  • IXBrown levanta la lmpara de alabastro y la instala en el centro de la mesa para que su mujer,concentrada en la costura, tenga mejor iluminacin. Se sienta a su lado, en silencio. Los niosduermen. La brisa de hierba arrulla el follaje de los aguaribayes corpulentos que rodean la casa. Unachicharra se empea en asegurar que le llega el esto. Brown afloja su cabeza contra el respaldo de lasilla. La lmpara proyecta su sombra enorme contra la pared. Tamborilea los dedos.

    La Hrcules ser comandada por Miguel y el Trinidad por tu hermano Walter, Eliza. Ellaasiente, as estaba dispuesto hace meses, no? Brown agrega: Y yo comandar la expedicin

    Vuelven a callar. Elizabeth permanece quieta, la aguja inmvil, tan turbada como su mano. Brownespera las preguntas inevitables.

    Cmo, piensas abandonarnos otra vez, dejar los negocios recin tomados? Piensasdesobedecer al Gobierno? Te han ordenado que permanezcas en Buenos Aires; el Gobierno fuegeneroso, Guillermo: te obsequi la fragata Hrcules, te respeta, te consulta; o es que acta de otraforma?

    No, el Gobierno insiste que permanezca en tierra.Elizabeth no entiende; se resiste a entender. Cuando lo vea ir y venir aprestando la flotilla,

    interesndose por cada detalle, tema que lo entusiasmara el viaje. Pero las instrucciones reservadaseran precisas y Guillermo no cometera la torpeza de violar rdenes.

    No est bien balbucea Eliza.Se trata de una accin demasiado importante para que la confe a gente inexperta arguye

    Guillermo. Es necesario encender el espritu de la Revolucin a lo largo del continente, quebrar elpodero de Lima, hostilizar la navegacin del Pacfico, preparar el terreno para una eventual campaalibertadora en Chile, Per, Nueva Granada

    Eliza le ruega que consulte.No; esta vez no har consultas se acaricia el amplio mentn. El pas est lleno de

    sinvergenzas y de oportunistas. No pagan los sueldos; los oficiales ni tienen ropa. Me han regaladola Hrcules, es cierto; parece hasta un regalo excesivo, demasiado grande para mis merecimientos.Pero yo he tenido que pagar las reparaciones; te consta cunto me ha significado aprovisionada? Ytodo esto para mandada al desastre? Se avecinan cambios polticos en Buenos Aires; y yo te digo quea m no me interesan: son luchas de facciones que dispersarn las energas. Para eso me necesitanaqu, para arrastrarme a uno de los bandos. Eso no me gusta. As que yo me voy, Eliza. Con tristeza,porque los dejo a ustedes, y con alegra porque har algo bueno.

    El da fijado embarca y asume el mando de la expedicin. Los tripulantes celebran la presencia delaguerrido jefe, que destruye los inquietantes rumores sobre instrucciones secretas que lo conminabana quedarse en Buenos Aires.

    Da la vela hacia Colonia para completar su aprovisionamiento con carne de tasajo y otrosartculos. El trayecto que le espera es demasiado largo y carente de recursos.

    Las autoridades se enteran de su sorpresiva resolucin y despachan un falucho para llamado aldeber; no ocultan su clera. Brown contesta sin rodeos que no est dispuesto a retractarse; hameditado intensamente sobre este paso audaz; no tiene dudas. El Gobierno insiste, entre autoritario ysuplicante, estableciendo un dilogo tenso y hasta hipcrita, porque llega a prometerle que si volviera

  • a Buenos Aires con las naves, no habra dificultades en convenir que dirigiera la expedicin msadelante, entregndole para ese fin los documentos necesarios. Pero Brown ya tiene en su poder losdocumentos y le escribe al Director Supremo que ninguna intriga le convencer de regresar, aunquedejaba lo que ms quera en el mundo; estaba contento por alejarse de un lugar (Buenos Aires)donde veo a los hombres honestos despreciados y a los pcaros favorecidos.

    En el Gobierno reina la perplejidad. Algunos exigen sanciones inmediatas, otros prefieren adecuarlos procedimientos a los hechos consumados. Surgen, as, resoluciones contradictorias. El DirectorSupremo, convencido de los nobles propsitos que lo animan, autoriza a Guillermo Brown aefectuar el corso. Pero, en Acuerdo Reservado, declara que su conducta es desarreglada,insubordinada y de la entera desaprobacin del Gobierno, y que, por lo tanto, se lo consideradespojado del mando de la Comandancia de la Marina y de todo goce de sueldo. En dichodocumento se afirma que la autorizacin que se le ha dado el 19 del corriente, slo ha tenido porobjeto atraer a la dependencia del Gobierno los buques que comanda, y no exponer los fondosnacionales invertidos en ellos a la violencia del carcter altivo de este extranjero.

  • XNo se sabe cules eran las importantes tareas que Brown deba realizar en Buenos Aires,superiores al crucero por el Pacfico y que desataron la ira del Gobierno patrio en su contra. Escurioso que, precisamente los realistas, hayan considerado sus desavenencias con el Gobierno comoun truco destinado a evitar una reaccin defensiva de la Metrpoli. Presentan que estos corsarios delRo de la Plata ocasionaran en las aguas del Pacfico muchsimo dao a los intereses de la Corona. Enuna exposicin a Fernando VII, con susto le advierten que no son calculables, seor, los males quecausarn esta clase de aventureros en las circunstancias en que se halla la Mar del Sur. La quiebra deinfinitos comerciantes; la cesacin entera del comercio de Chile con Lima, Guayaquil y la costa baja;aqullos sern privados de toda comunicacin entre s y con Espaa; () el disgusto que causar enLima la falta de los trigos