el cielo estrellado ( leon denis)

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EL CIELO ESTRELLADO León Denis Un libro grandioso está abierto a nuestros ojos, y todo observador paciente puede leer en el la palabra del enigma, el secreto de la a vida eterna. Ahí se ve que una Voluntad después del orden majestuoso en que se agitan todos los destinos, se mueven todas las existencias, palpitan todos los corazones. ¡Oh alma! Aprende primero la suprema lección que desciende de los espacios sobre las frentes aprensivas. El Sol está escondido en el horizonte; sus albores de púrpura tintan aún en cielo; la luz serena indica que, más allá, un astro se velo a nuestros ojos. La noche extiende por encima de nuestras cabezas su pináculo constelado de estrellas.

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EL CIELO ESTRELLADO (LEÓN DENIS)

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Page 1: El cielo estrellado ( leon denis)

EL CIELO ESTRELLADO

León Denis

Un libro grandioso está abierto a nuestros ojos, y todo observador paciente puede leer

en el la palabra del enigma, el secreto de la a vida eterna.

Ahí se ve que una Voluntad después del orden majestuoso en que se agitan todos los

destinos, se mueven todas las existencias, palpitan todos los corazones.

¡Oh alma! Aprende primero la suprema lección que desciende de los espacios sobre

las frentes aprensivas. El Sol está escondido en el horizonte; sus albores de púrpura

tintan aún en cielo; la luz serena indica que, más allá, un astro se velo a nuestros ojos.

La noche extiende por encima de nuestras cabezas su pináculo constelado de

estrellas.

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Nuestro pensamiento se recoge y procura el secreto de las cosas. Volvámonos para

Oriente. La Vía-Láctea expande, cual inmensa cinta, sus miríadas de estrellas, tan

acogedoras, tan distantes, que parece formar una continua masa. Por todas partes, à

medida que la noche se torna más densa, otras estrellas aparecen, otros planetas se

encienden cual si fuesen lámparas suspensas en el suntuario divino. A través de la

profundidad insondeables, esos mundos permutan sus rayos de plata; nos

impresionan a distancia, y nos hablan un lenguaje mudo.

Ellos no brillan todos con el mismo fulgor; la potente Sírius no se puede comparar a

la lejana Capela. Sus vibraciones gastarán siglos para llegar hasta nuestro hogar, y

cada uno de sus rayos vale por un cántico, una verdadera melodía de luz, una voz

penetrante. Esos cánticos se resumen así: “Nosotros también somos focos de vida, de

sufrimiento, de evolución. Almas, a millares, cumplen, en nosotros, destinos

semejantes a los vuestros”.

Entretanto, todos no tienen el mismo lenguaje, porque unos son moradas de paz y de

felicidad, y otros, mundos de luchas, de expiación, de reparación por el dolor. Unos

parecen decir: Yo te conocí, Alma humana, Alma terrestre; yo te conocí y he de

volverte a ver! Yo te abrigue en mi seno de otrora, y tú volverás a mí. Yo te espero,

para, por tu vez, guiar a los seres que se agitan en mi superficie!

Y desoís, más lejos aun, esa estrella que parece perdida en el fondo de los abismos del

cielo y cuya luz trémula es apenas perceptible, esa estrella nos dirá: Yo se que tu

pasarás por las tierras que forman mi cortejo, y que yo inundo con mis rayos; yo se

que tu ahí sufrirás y te tornarás mejor. Apresura tu ascensión. Yo seré y soy ya para

contigo una verdadera amiga, porque hasta mi llego o tu apelo, tu interrogación, tu

oración a Dios.

Siendo así, todas las estrellas nos cantan su poema de vida y amor, todas nos hacen

oír una evocación poderosa del pasado o del futuro. Ellas son las “moradas” de

nuestro Padre, los estadios, los marcos soberbios de las estrellas del Infinito, y

nosotros ahí pasaremos, ahí viviremos todos para entrar un día en la luz eterna e

divina.

¡Espacios y Mundos! ¿Qué maravillas nos reserváis? Inmensidades sidéreas,

profundizas sin límites, das la impresión de la majestad divina. En vosotros, por todas

partes y siempre, está la harmonía, el esplendor, la belleza! Ante vosotros, todos los

orgullos caen, todas las vanaglorias se desvanecen. Aquí, recorriendo sus órbitas

inmensas, están los astros de fuego cerca de los cuales nuestro Sol no es más que una

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simple hoz. Cada uno de ellos arrastra en su séquito un imponente cortejo de esferas

que son otros tantos teatros de la evolución. Allí, y así en la Tierra, seres sensibles

viven, aman, lloran. Sus pruebas y sus luchas comunes crean entre sí lazos de afecto

que crecerán poco a poco. Y es así que las Almas comienzan a sentir los primeros

efluvios de ese amor que Dios quiere dar a conocer a todos. Más lejos, en el

insondable abismo, se mueven los que conocieron el sufrimiento, el sacrificio, y

llegaron al tope de la perfección; Almas que contemplan a Dios en su gloria, y van,

sin jamás cansarse, de astro en astro, de sistema en sistema, llevando los apelos

divinos.

Todas esas estrellas parecen sonreír, cual si fuesen amigas olvidadas, Sus misterios

nos atraen. Sentimos que son la herencia que Dios nos reserva. Más tarde, en los

siglos futuros, conoceremos esas maravillas que nuestro pensamiento apenas toca.

Recorreremos ese Infinito que la palabra no puede describir en un lenguaje limitado.

Hay, sin duda, en esa ascensión, de grados que no podemos contar, tan numerosos

son; mas nuestros guías nos ayudarán a subirlos, ensenándonos a deletrear las letras

de oro y de fuego, el divino lenguaje de la luz y del amor. Entonces el tiempo no

tendrá más medida para nosotros. Las distancias no existirán más. No pensaremos

más en los caminos obscuros, tortuosos, escarpados, que seguimos en el pasado, y

aspiraremos a las alegrías serenas de los seres que nos hubieran precedido y que

trazan, por medio de chorros de luz, nuestro camino sin fin. Los mundos en que

hubiéramos vivido habrán pasado; no serán más que polvo y los escombros; mas

nosotros guardaremos la deliciosa impresión de las aventuras vividas en sus

superficies, de las efusiones del corazón que comenzaron a unirnos a otras almas

hermanas.

Conservamos hace mucho cara y dolorosa recuerdos de los males compartidos y no

seremos más separados de aquellos que hubiéramos amado, porque los lazos son

entre las Almas los mismos que entre las estrellas. A través de los siglos y de los

lugares celestes, subiremos juntos para Dios, el gran foco de amor que atrae a todas

las criaturas!

León Denis

Traducido por: M. C. R