el cerdito lolo - eveline hasler

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colección EL BARCO DE VAPOR iimmj .Ü.IHI -eftEiJlBI A Lolo le gusta mucho el pudín de chocolate. Y le encanta charlar con su amiga Lala en la charca que hay delante de su casa. Pero un día Lala se marcha, y Lolo ya no encuentra placer en el pudín ni en la charca. EVELINE HASLER nace en Suiza. Estudia Psicología, Historia y Literatura. Escribe para niños y adultos, y sus libros se han traducido a numerosos idiomas. De esta autora, Ediciones SM ha publicado Los Pipistrelli, en la colección «Cuentos de la Torre y la Estrella», y Un montón de nadas, en la colección «El Barco de Vapor». Primeros lectores

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Page 1: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

colección ■ ■ ■

EL BARCO DE VAPOR iimmj . Ü. IH I

-eftEiJlBI

A Lolo le gusta mucho el pudín de chocolate. Y le encanta charlar

con su amiga Lala en la charca que hay delante de su casa. Pero

un día Lala se marcha, y Lolo ya no encuentra placer en el pudín ni

en la charca.

EVELINE HASLER nace en Suiza. Estudia Psicología, Historia y Literatura.

Escribe para niños y adultos, y sus libros se han traducido a numerosos

idiomas.

De esta autora, Ediciones SM ha publicado Los Pipistrelli, en la colección

«Cuentos de la Torre y la Estrella», y Un montón de nadas, en la colección

«El Barco de Vapor».

Primeros lectores

Page 2: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

Eveline Hasler

El cerdito Lolo

I lustraciones de Ángel Esteban

EL BARCO DE VAPOR

t 3 Edición

Page 3: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

Colección di rigida por Marinella Terzi

Primera edición: enero 1989 Segunda edición: octubre 1989 Tercera edición: diciembre 1992

Traducción del alemán: Jesús Larriba

Título original: Das Schweinchen Bobo © Verlag Negel & Kimche AG, Zürich, 1986 © Ediciones SM, 1989 Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

Comercializa: CESMA, SA - Aguacate, 25 - 28044 Madrid

ISBN: 84-348-2570-8 Deposito legal: M-37306-1992 Fotocomposicion: Grafilia, SL Impreso en Espana/Printed in Spain Librograf, SA - Molina Seca, 13 - Fuenlabrada (Madrid)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su

tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier

medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros

métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titularos del copyright .

Page 4: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

El cerdito Lolo Eveline Hasler

f

I lustraciones de Angel Esteban

Page 5: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

LA casa de Lolo era pequeña,

pero acogedora.

Y cuando llovía

se formaba delante de la casa,

en el corral,

una magnífica charca

para bañarse.

A veces,

el cerdito se quedaba parado

delante de ella.

Entonces,

su imagen se reflejaba en el agua

y llenaba toda la charca.

Y Lolo veía

que era sonrosada y regordeta, y le

parecía bien.

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Page 7: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

Más arriba, en la pradera, a un tiro de

piedra, había otra casa pequeña.

Allí vivía una cerdita.

Todas las mañanas, cuando abría las

ventanas, miraba hacia la casa de Lolo y

gritaba:

—Buenos días, Lolo.

—Buenos días, Lala -respondía Lolo.

Page 8: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

ALGUNAS veces,

la cerdita iba a visitarlo.

Se reían, charlaban y comían

pudín de chocolate.

—No me gusta exagerar, Lolo

-decía la cerdita-;

pero tu pudín

es el mejor del mundo

-y se comía otro plato lleno.

—También a mí me gusta con locura -

contestaba Lolo, y vaciaba el plato

y chupaba la cuchara.

—¡Huy! ¡Estoy inflada! -exclamaba luego

Lala.

—Sí, yo también.

Ahora nos bañaremos para refrescarnos -

respondía Lolo.

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Page 9: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

SALÍAN corriendo al c se metían en la

charca, se revolcaban, se echaban agua y

se reían.'

Cuando se cansaban

de hacer travesuras, se

tumbaban al sol para

secarse.

—¡Trufas y sombreros de copa!

Esta vida es maravillosa -decía Lolo.

—Sí. Una maravillosa vida de cerdos -

respondía Lala.

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UN día,

Lala fue otra vez a comer pudín.

Durante la comida,

Lolo dejó a un lado la cuchara y dijo:

—Lala, esta noche he estado

pensando una cosa. Con nadie me

revuelco y me río como contigo. T ÍO

pudín puedo bañarme agua en la

charca, v ente a vivir conmigo para

siempre.

Así,

yo seré tu Lolo, y tu serás mi Lala.

¿Por qué no nos casamos?

Entonces, también la cerdita dejó a un

lado la cuchara y dijo:

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—Lolo, ya sabes que te quiero.

A mí también me gusta

comer pudín de chocolate contigo.

Me gusta hablar y reír contigo.

No quiero exagerar,

pero me vuelve loca

bañarme en la charca

de delante de tu casa.

Sin embargo,

no puedo casarme contigo, Lolo. Quiero

salir de aquí y conocer el mundo.

—¿Quieres marcharte?

-preguntó Lolo, asustado.

La cerdita asintió con un gesto.

—AYER subí a la colina de tilos que

hay detrás de mi casa.

Cuando era niña, me dijeron que el

mundo se acaba detrás de la colina.

Pero no es verdad, Lolo.

Lo he visto con mis propios ojos: detrás

de esa colina hay otras colinas.

Y entre las colinas

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hay campos y bosques y pocilgas de

cerdos.

Y lejos, muy lejos,

el cielo está iluminado por las noches.

Allí tienen que estar

las casas de los humanos.

No puedo remediarlo, Lolo: me puede el

deseo de ver el mundo.

—¿Volverás? -preguntó Lolo, y suspiró

con tristeza.

La cerdita miró por la ventana. _ Luego

Page 14: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

—Puede que vuelva

y puede que no vuelva.

¡Quién sabe!

Es posible que en alguna parté1

me encuentre

más a gusto que aquí.

Un viaje así

es largo y muy peligroso.

Lolo asintió

con el corazón oprimido.

Al cabo de un rato, hizo un

esfuerzo y preguntó:

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—¿Y tu casa, Lala?

—La he vendido -respondió la

cerdita.

En ese momento,

Lolo se dio cuenta

de que Lala estaba realmente

decidida a marcharse.

AQUELLA noche,

Lolo casi no durmió.

Por la mañana temprano llegó

Lala con la bolsa de viaje y

preguntó:

—Lolo, ¿me acompañas hasta la colina?

Quiero estar arriba cuando salga el sol.

Lolo se levantó rápidamente, y

los dos juntos recorrieron el

empinado sendero de la colina.

Lolo resoplaba y sudaba.

Al cabo de un rato, llegaron a la cumbre.

Desde allí se veían campos inmensos.

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—¿No es maravilloso?

-exclamó Lala.

—Sí. ¡Quién lo habría imaginado! -

respondió Lolo-.

Detrás de la colina hay otras colinas,

y entre las colinas hay bosques y

campos y pocilgas de cerdos.

Es como tú decías, Lala.

—Y allí -dijo Lala apuntando hacia la

lejanía-, allí viven los humanos.

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DETRÁS del bosque salió el sol, y una

tenue luz rosácea iluminó las colinas y los

campos.

—Es maravilloso -comentó Lolo-. Ahora

comprendo que tengas deseos de ver el

mundo.

—¿De verdad? -preguntó Lala-. Entonces,

vente conmigo. Viajar dos es más divertido.

Pero Lolo movió la cabeza y dijo con

tristeza:

—¿Qué voy a encontrar en el mundo? Aquí

tengo mi casa y mi charca...

No te enfades conmigo, Lala; pero yo me

quedo aquí.

Se despidieron.

Lolo abrazó a la cerdita.

Cuando la soltó, Lala le sonrió y le hizo un

gesto de despedida.

Después se fue colina abajo.

Lolo la siguió con la mirada hasta que no

era más que un punto sonrosado en el verde

de la pradera.

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LAS noches siguientes,

Lolo apenas durmió.

Veía en sueños cómo la cerdita

caminaba y caminaba

y se adentraba en el ancho mundo.

La veía pasar,

junto a una granja;

entonces, un gigantesco perro

salía disparado por la puerta

e iba a despedazar a la cerdita.

Soñaba que un hombre

atacaba a Lala con un cuchillo.

En ese momento,

Lolo se despertaba

bañado en sudor.

Y se consolaba pensando

que había sido un sueño.

Pero por el día

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no tenía ganas

de comer ni de beber.

Tampoco le apetecía bañarse

en la charca del corral.

UN día pasó un pato

junto al cercado de Lolo.

Vivía en la orilla del arroyo

y era muy charlatán.

—Lolo, ¿te has enterado

de las últimas noticias?

-gritó a través

de un agujero del cercado.

—¿De qué?

-preguntó Lolo

con gesto de fastidio.

—Lala se ha marchado

y ha vendido su casa.

En esa casa

va a vivir un tigre.

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—¿Un tigre?

-exclamó Lolo, sorprendido-. ¿No

será peligroso?

—No -respondió el pato-.

Un vecino tan distinguido da más

valor a la zona. Lolo miró

hacia la casita de Lala y se quedó

pensativo.

—Naturalmente, la casa es

demasiado sencilla para él -dijo el

pato-.

La va a reformar.

Los tigres son muy exigentes. Pero

tú, pobre cerdo, no entiendes de estas

cosas. El pato sonrió y movió despectivamente la cola.

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Aquel mismo día,

un camión se detuvo

delante de la casa de Lala.

Bajaron albañiles y carpinteros

y levantaron un andamio.

Luego llegó un coche.

Parecía un deportivo,

y la chapa, pintada de negro,

brillaba como el charol.

Lo conducía un tigre.

Delante de la casa,

el tigre bajó

el cristal de la ventanilla

y miró

hacia los carpinteros y los albañiles.

El brazo del tigre pendía

perezosamente de la ventanilla.

Los dedos estaban cuajados

de anillos que brillaban

iluminados por el sol.

Lolo estaba de pie

junto al cercado

y observaba todo

con admiración.

«El pato tiene razón», pensó.

«¡Un vecino distinguido!»

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LOS carpinteros hacían agujeros y

martilleaban.

La casucha de Lala se iba

transformando en una casa lujosa.

Y un día estuvo terminada.

Quitaron el andamio.

El tigre llegó y admiró su casa. Tenía

columnas junto a la entrada y un

mirador de cristal.

Tras admirar todo, el tigre observó los

alrededores. Sus ojos se posaron en la

pocilga de Lolo.

Y entonces arrugó la nariz.

Pero Lolo no lo vio.

Estaba de pie junto al cercado y gritó:

—¡Enhorabuena!

¡Enhorabuena por la nueva casa!

El tigre esbozó una sonrisa irónica.

Montó en su refulgente coche y se

marchó.

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POR la tarde pasó por

allí el pato.

El cerdito Lolo

acababa de bañarse en su charca y

estaba secándose al sol.

—¿Te has enterado ya, Lolo? -

preguntó a gritos el pato.

-preguntó Lolo medio dormido.

—De que nuestro vecino el tigre va

a dar una fiesta.

—¿Una fiesta? ¡Magnífico! -

exclamó el cerdito Lolo,

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y al instante

se despertó del todo.

—El tigre va a inaugurar su casa.

Las personas distinguidas

lo hacen siempre.

Están invitados

todos los amigos

y también los vecinos. —¿Todos? -preguntó el cerdito.

—Todos -asintió el pato.

—¿También yo? -preguntó Lolo.

El pato ladeó la cabeza

y miró a Lolo de arriba abajo.

—Bueno...; sí. Tú también.

Pero ahora tengo que irme

rápidamente a casa

y ponerme guapo.

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«¡Caramba! ¡Ponerse guapo!»,

pensó el cerdito.

«Por suerte me he bañado ya».

Se puso de pie junto a la charca y

contempló su imagen reflejada en

el agua: era sonrosada y gordita; la

tersa piel

brillaba iluminada por el sol.

—Yo estoy preparado -dijo

satisfecho.

Pero el pato ya no lo oyó. Bajaba

contoneándose por el camino que conducía a su estanque.

AL atardecer empezaron a llegar

coches y más coches.

Todos se detenían delante de la

casa del tigre.

De los coches

bajaban animales

que Lolo sólo conocía de oídas:

una cebra, un poni,

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un rinoceronte y un leopardo.

Un pavo real caminó con las plumas

extendidas y bajó las escaleras con

zapatos de tacón.

«Hay animales muy raros», pensó

Lolo.

«Es una pena que mi cerdita no pueda

verlos».

El recuerdo de Lala lo entristeció un

poco.

Pero luego pensó:

«Soy bobo.

Si Lala estuviera aquí, el tigre no

habría comprado su casa,

y yo no podría ir ahora a la fiesta.

Habrá cosas buenas para comer. Así

que es mejor llegar pronto».

CUANDO Lolo subía

las escaleras de la casa del tigre,

estaba anocheciendo.

Las lámparas estaban encendidas.

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El tigre estaba junto a la puerta

y saludaba a sus huéspedes.

—Soy Lolo, vuestro vecino -

dijo el cerdito.

—¡Ah! ¡Sí! Un vecino...

-respondió el tigre.

Y echó una mirada a la

voluminosa y sonrosada barriga

de Lolo.

Luego se rascó detrás de la oreja

con los dedos cubiertos de diamantes.

Llegaban nuevos invitados.

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Los siguientes eran una

pareja de avestruces.

—¡Hola, amigos! -saludó el tigre. En

ese momento,

Lolo se separó sigilosamente

del tigre y entró en la casa.

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LOS animales estaban reunidos

delante de un espejo gigantesco y

conversaban unos con otros.

En una pequeña mesa

había platos con canapés de carne

y platos con pasteles.

Entre los animales se encontraba el

pato del arroyo. A Lolo le alegró ver a

un conocido.

Se dirigió hacia él y

le dijo:

—Es una suerte

que haya tantas cosas

para comer y para beber.

Me gusta esta fiesta.

Cogió un par de canapés y se los tragó

al momento.

Luego le echó la zarpa a

un trozo de tarta.

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—No comas tan cerdamente le dijo el

pato al oído.

—Es que soy un cerdo -sonrió Lolo-

¿ Quieres que coma como un pato y que

además picotee?

¿O tengo que comer como un tigre? ¿O

como una liebre?

El cerdito gruñó divertido y agarró otro

trozo de tarta de chocolate.

En ese momento

se hizo un silencio a su alrededor. Los

invitados tenían los ojos fijos en él.

La señora avestruz, que estaba a su lado,

se apartó un poco y volvió la cabeza.

La cebra le musitó algo al oído y sonrió

disimuladamente.

—¿Qué pasa?

-preguntó Lolo al pato.

—Con perdón, vecino.

Dicen que hueles.

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—¿Yo? Claro que huelo -contestó Lolo.

—Dicen que hueles a cerdo.

—¡Cielo santo! -exclamó Lolo-. ¿Quieren

que huela como un caballo o como un

ganso?

El cerdito miró al enorme espejo que

había delante de él.

Vio sus robustas patas,

sus azules ojos de cerdo

y su hocico, lustroso de hocear.

Su imagen le agradó.

—Perdona, vecino -empezó de nuevo el

pato-.

Los animales dicen

que tu aspecto es indecoroso.

—¿Indecoroso?

-preguntó el cerdito Lolo-.

¿Qué quiere decir eso?

Algunos animales esbozaron una sonrisa

forzada.

—¿Qué es lo que no os gusta de mí? -

insistió Lolo.

—Estás desnudo -contestó el pato.

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¿Desnudo?

El cerdito nunca había pensado en eso.

Se miró aturdido.

—Fíjate en los otros animales

-dijo el pato-.

Ninguno está desnudo.

El pavo real y yo,

por ejemplo,

tenemos plumas.

El poni y la liebre

tienen la piel

cubierta de pelo...

Lolo echó una mirada a los animales

que había a su alrededor;

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luego contempló su

imagen en el espejo.

Y entonces lo vio él también:

estaba desnudo; sonrosado y

desnudo.

—Eso es muy indecoroso -repitió

el pato.

—Sí. Hace mal efecto -asintió la

cebra.

—Es casi una indecencia -dijo la

señora avestruz.

Al cerdito se le llenaron los ojos

de lágrimas. Suspiró y gimoteó.

—¡ Mirad!

¡El cerdito está llorando! -musitó

el pavo real.

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—El cerdito está llorando -

repitió el poni.

—El cerdito está llorando -

murmuró la señora avestruz.

Y al fin lo oyó el tigre.

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V

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—Hoy nadie debe estar triste en mi casa

-dijo acercándose a Lolo-.

¿Qué te pasa, amigo Lolo?

—¡Ay! ¡Estoy sonrosado y desnudo!

-suspiró el cerdito.

—¡Oh! ¡Pobre cerdo!

-exclamó el tigre.

Y se rascó detrás de la oreja

con los dedos

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resplandecientes de anillos.

—Yo quiero ayudar al cerdito -

dijo el poni-.

Le voy a dar parte de mis crines.

—Ahora está Lolo mucho mejor -

dijeron los animales.

—Yo le voy a dar

un par de rayas para el cuello

-dijo la cebra.

Y le dio al cerdito un par de rayas.

—Ahora está Lolo mucho mejor -

dijeron los animales.

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—Yo le voy a dar

mis pestañas postizas

-dijo la señora avestruz.

Y se quitó las pestañas postizas

y se las dio al cerdito.

—Ahora está Lolo mucho mejor

-dijeron los animales.

—Yo le voy a dar

un par de plumas para el trasero

-dijo el pavo real.

Y le colocó a Lolo un par de plumas.

—Yo también quiero ser generoso

-dijo el leopardo-.

Le voy a dar

unas cuantas pintas para el lomo.

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Lolo dio media vuelta delante del

espejo y contempló

lo que los animales le habían dado las

crines,

las pestañas postizas, las plumas de

pavo real, las rayas de cebra, las pintas

de leopardo.

—Amigo Lolo -dijo satisfecho el pato-,

ahora puedes presentarte delante de los

animales.

Pero ¿puedo darte un consejo?

No comas tanto;

si no, te pondrás muy gordo.

Y no gruñas así.

Es una ordinariez.

A partir de aquel día, el cerdito Lolo

miraba todas las mañanas hacia la casa

del tigre y suspiraba:

—¡Cuánto me gustaría ser un animal

noble!

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Page 49: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

DEJÓ de comer pudín de

chocolate por miedo a

engordar.

Dejó de gruñir

por miedo a que se oyera

en la casa del tigre.

No volvió a bañarse en la charca

por miedo a que se le borraran las

pintas y las rayas y se le cayeran

las plumas y las crines.

Lolo adelgazó.

Le salieron

ojeras debajo de los ojos y arrugas

en el cuello.

Sus ojos aparecían tristes y

teñidos de azul pálido detrás

de las pestañas postizas.

Una mañana,

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oyó un ruido extraño en el corral.

Un momento antes,

había abierto las ventanas,

había mirado

hacia la casa del tigre

y había suspirado

como de costumbre:

—¡Cuánto me gustaría C P r n n - i n i m - i l t - i r \ 1 - \ 1 !

Page 52: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

Luego oyó

un chapoteo y un gruñido.

Alguien se estaba bañando

en su charca.

¡Era la cerdita Lala! —¡Lala! -gritó Lolo desde arriba.

—¡Lolo! -gritó Lala desde abajo.

Y Lolo bajó al corral corriendo

todo lo que podía.

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IBA a dar un salto

para juntarse con Lala en la charca.

Pero de repente recordó:

«No puedo bañarme.

Si me baño,

se me borrarán las rayas y las pintas. Si

me meto en el agua, se me caerán las

plumas».

Y Lolo se quedó inmóvil junto a la

charca, como si se hubiera clavado en el

suelo.

AL verlo de cerca,

Lala exclamó:

—¡Qué pinta tienes, Lolo!

¿Vas a un baile de carnaval?

¡Esas absurdas crines, esas ridiculas

rayas de cebra, esas cursis pestañas

postizas, esas cómicas plumas de pavo

real, esas pintas grotescas!

No quiero exagerar;

pero tienes un aspecto horrible.

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Page 55: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

Lolo se quitó inmediatamente las

pestañas postizas.

Se arrancó del trasero las plumas de

pavo real.

Y tiró al suelo las crines.

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Page 57: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

—¡Bravo, Lolo! -exclamó Lala-.

Ya sólo quedan

las pintas y las rayas.

Entonces, Lolo

se metió de un salto a la

charca. Se revolcó en el

fango, se restregó con

barro y se roció con

agua hasta que

desaparecieron las

pintas y las rayas. Lolo estaba otra vez desnudo y sonrosado como antes.

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—Ahora eres de nuevo un cerdo de

verdad -dijo Lala, satisfecha.

Los dos se rieron y juguetearon en

la charca.

Cuando se cansaron, se tumbaron al

sol para secarse.

A mediodía, Lolo preguntó:

—¿Qué quieres comer, Lala?

—¡Qué voy a querer!

¡Pudín de chocolate!

-exclamó Lala.

Lolo entro en la casa y preparó el

pudín de chocolate.

Cuando lo puso en la mesa, dijo:

—Cómetelo tú, Lala.

Yo no quiero engordar.

Me contentaré con verte comer.

Sirvió el plato a Lala, y Lala se tragó al

momento la mitad.

—Hacía una eternidad que no me llevaba

a la boca

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mm

m

Page 61: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

una cosa tan exquisita -dijo Lala

alabando el pudín, y se frotó la

barriga.

Al oír esto, le entró a Lolo un

hambre incontenible de pudín de

chocolate.

Cogió el plato y se comió la otra

mitad.

Page 62: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

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—Creo que está empezando

a gustarme otra vez ; -

la vida de cerdo -dijo, y lamió

la cuchara-.

Pero ¿dónde vas a vivir, caramba?

Porque en tu casa vive ahora el tigre.

La cerdita le hizo un guiño y

dijo:

V \

Page 63: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

—¿Te importaría que me quedara a

vivir contigo para siempre?

—¡Oh, Lala! -exclamó Lolo-.

No podría imaginar nada mejor

-y abrazó a la cerdita

y la apretó tanto

que casi le cortó la respiración.

—¡Oye! ¡Oye! No seas tan fogoso -dijo

Lala-.

No quiero exagerar; pero me siento

feliz de haber vuelto sana y salva del

mundo.

Lolo se puso serio y dijo:

—¿Quieres creer

que estaba a punto de convertirme en

un animal noble, como mi vecino el

tigre?

—Entonces he vuelto

en el momento justo -

respondió Lala-.

Voy a revelarte una cosa, Lolo: ¿sabes

qué dicen los humanos cuando lo están

pasando muy bien?

—¿Qué? -preguntó Lolo.

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Page 64: El Cerdito Lolo - Eveline Hasler

—Cuando lo pasan muy bien,

los humanos dicen

que están gozando

como un cerdo en un lodazal.

—Entonces nos espera toda una vida

llena de gozos -respondió Lolo, y

rodeó con el brazo a la cerdita.