el capital i¡sicos en español...por eso elcapítulo primero,sobre todo en la par-te que trata...

2367
EL CAPITAL TOMO I Karl Marx Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Upload: others

Post on 01-Mar-2020

1 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • EL CAPITALTOMO I

    Karl Marx

    Obr

    a re

    prod

    ucid

    a si

    n re

    spon

    sabi

    lidad

    edi

    tori

    al

  • Advertencia de Luarna Ediciones

    Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

    Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

    La edición no está supervisada por nuestrodepartamento editorial, de forma que nonos responsabilizamos de la fidelidad delcontenido del mismo.

    1) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

    2) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

    www.luarna.com

    http://www.luarna.com

  • La obra cuyo primer volumen entrego alpúblico constituye la continuación de mi libroContribución a la crítica de la economía política,publicado en 1859. El largo intervalo que sepa-ra el comienzo de esta obra y su continuaciónfue debido a una larga enfermedad que vino ainterrumpir continuamente mi labor.

    En el capítulo primero del presente volu-men se resume el contenido de aquella obra. Yno simplemente por razones de hilación e inte-gridad. La exposición de los problemas ha sidomejorada. Aquí aparecen desarrollados, en lamedida en que lo consentía la materia, muchospuntos que allí no hacían mas que esbozarse; encambio, algunas de las cosas que allí se desarro-llaban por extenso han quedado reducidas aquía un simple esquema. Se han suprimido en sutotalidad, naturalmente, los capítulos sobre lahistoria de la teoría del valor y del dinero. Sin em-bargo, el lector de aquella obra encontrará cita-das en las notas que acompañan al primer capí-

  • tulo nuevas fuentes sobre la historia de dichateoría.

    Aquello de que los primeros pasos sonsiempre difíciles, vale para todas las ciencias.Por eso el capítulo primero, sobre todo en la par-te que trata del análisis de la mercancía, será parael lector el de más difícil comprensión. He pro-curado exponer con la mayor claridad posiblelo que se refiere al análisis de la sustancia y mag-nitud del valor.1 La forma del valor, que cobracuerpo definitivo en la forma dinero, no puedeser más sencilla y llana. Y sin embargo, el espí-ritu del hombre se ha pasado más de dos milaños forcejeando en vano por explicársela, apesar de haber conseguido, por lo menos de unmodo aproximado, analizar formas mucho máscomplicadas y preñadas de contenido. ¿Porqué? Porque es más fácil estudiar el organismodesarrollado que la simple célula. En el análisisde las formas económicas de nada sirven elmicroscopio ni los reactivos químicos. El únicomedio de que disponemos, en este terreno, es la

  • capacidad de abstracción. La forma de mercancíaque adopta el producto del trabajo o la forma devalor que reviste la mercancía es la célula econó-mica de la sociedad burguesa. Al profano leparece que su análisis se pierde en un laberintode sutilezas. Y son en efecto sutilezas; las mismasque nos depara, por ejemplo, la anatomía mi-crológica.

    Prescindiendo del capítulo sobre la for-ma del valor, no se podrá decir, por tanto, queeste libro resulte difícil de entender. Me refiero,naturalmente, a lectores deseosos de aprenderalgo nuevo y, por consiguiente, de pensar porsu cuenta.

    El físico observa los procesos naturalesallí donde éstos se presentan en la forma másostensible y menos velados por influencias per-turbadoras, o procura realizar, en lo posible,sus experimentos en condiciones que garanti-cen el desarrollo del proceso investigado entoda su pureza. En la presente obra nos propo-

  • nemos investigar el régimen capitalista de produc-ción y las relaciones de producción y circulaciónque a él corresponden. El hogar clásico de esterégimen es, hasta ahora, Inglaterra. Por eso to-mamos a este país como principal ejemplo denuestras investigaciones teóricas. Pero el lectoralemán no debe alzarse farisaicamente de hom-bros ante la situación de los obreros industria-les y agrícolas ingleses, ni tranquilizarse opti-mistamente, pensando que en Alemania lascosas no están tan mal, ni mucho menos. Por siacaso, bueno será que le advirtamos: de te fabulanarratur! (I)

    Lo que de por si nos interesa, aquí, no esprecisamente el grado más o menos alto dedesarrollo de las contradicciones sociales quebrotan de las leyes naturales de la produccióncapitalista. Nos interesan más bien estas leyes depor sí, estas tendencias, que actúan y se imponencon férrea necesidad. Los países industrialmen-te más desarrollados no hacen mas que poner

  • delante de los países menos progresivos el es-pejo de su propio porvenir.

    Pero dejemos esto a un lado. Allí dondeen nuestro país la producción capitalista sehalla ya plenamente aclimatada, por ejemplo enlas verdaderas fábricas, la realidad alemana esmucho peor todavía que la inglesa, pues falta elcontrapeso de las leyes fabriles. En todos losdemás campos, nuestro país, como el resto deloccidente de la Europa continental, no sólo pa-dece los males que entraña el desarrollo de laproducción capitalista, sino también los quesupone su falta de desarrollo. Junto a las mise-rias modernas, nos agobia toda una serie demiserias heredadas, fruto de la supervivenciade tipos de producción antiquísimos y ya cadu-cos, con todo su séquito de relaciones políticasy sociales anacrónicas. No sólo nos atormentanlos vivos, sino también los muertos. Le mortsaisit le vif! (II)

  • Comparada con la inglesa, la estadísticasocial de Alemania y de los demás países deloccidente de la Europa continental es verdade-ramente pobre. Pero, con todo, descorre el velolo suficiente para permitirnos atisbar la cabezade Medusa que detrás de ella se esconde.

    Y si nuestros gobiernos y parlamentosinstituyesen periódicamente, como se hace enInglaterra, comisiones de investigación paraestudiar las condiciones económicas, si estascomisiones se lanzasen a la búsqueda de laverdad pertrechadas con la misma plenitud depoderes de que gozan en Inglaterra, y si el des-empeño de esta tarea corriese a cargo de hom-bres tan peritos, imparciales e intransigentescomo los inspectores de fábricas de aquel país,los inspectores médicos que tienen a su cargo laredacción de los informes sobre "Public Health"(sanidad pública), los comisarios ingleses en-cargados de investigar la explotación de la mu-jer y del niño, el estado de la vivienda y la ali-mentación, etc., nos aterraríamos ante nuestra

  • propia realidad. Perseo se envolvía en un mantode niebla para perseguir a los monstruos. Noso-tros nos tapamos con nuestro embozo de nieblalos oídos y los ojos para no ver ni oír las mons-truosidades y poder negarlas.

    Pero no nos engañemos. Del mismomodo que la guerra de independencia de losEstados Unidos en el siglo XVIII fue la grancampanada que hizo erguirse a la clase mediade Europa, la guerra norteamericana de Sece-sión es, en el siglo XIX, el toque de rebato quepone en pie a la clase obrera europea. En Ingla-terra, este proceso revolucionario se toca conlas manos. Cuando alcance cierto nivel, reper-cutirá por fuerza sobre el continente. Y, al llegaraquí, revestirá formas más brutales o máshumanas, según el grado de desarrollo logradoen cada país por la propia clase obrera. Por eso,aun haciendo caso omiso de otros motivos másnobles, el interés puramente egoísta aconseja alas clases hoy dominantes suprimir todas lastrabas legales que se oponen al progreso de la

  • clase obrera. Esa es, entre otras, la razón de queen este volumen se dedique tanto espacio aexponer la historia, el contenido y los resulta-dos de la legislación fabril inglesa. Las nacionespueden y deben escarmentar en cabeza ajena.Aunque una sociedad haya encontrado el ras-tro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve–y la finalidad última de esta obra es, en efecto, des-cubrir la ley económica que preside el movimiento dela sociedad moderna– jamás podrá saltar ni des-cartar por decreto las fases naturales de su de-sarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar losdolores del parto.

    Un par de palabras para evitar posiblesequívocos. En esta obra, las figuras del capita-lista y del terrateniente no aparecen pintadas,ni mucho menos, de color de rosa. Pero adviér-tase que aquí sólo nos referimos a las personasen cuanto personificación de categorías económicas,como representantes de determinados intereses yrelaciones de clase. Quien como yo concibe eldesarrollo de la formación económica de la sociedad

  • como un proceso histórico–natural, no puedehacer al individuo responsable de la existenciade relaciones de que él es socialmente criatura,aunque subjetivamente se considere muy porencima de ellas.

    En economía política, la libre investiga-ción científica tiene que luchar con enemigos queotras ciencias no conocen. El carácter especialde la materia investigada levanta contra ella laspasiones más violentas, más mezquinas y másrepugnantes que anidan en el pecho humano:las furias del interés privado. La venerable Igle-sia anglicana, por ejemplo, perdona de mejorgrado que se nieguen 38 de sus 39 artículos defe que el que se la prive de un 1/39 de sus in-gresos pecuniarios. Hoy día, el ateísmo es unpecado venial en comparación con el crimenque supone la pretensión de criticar el régimende propiedad consagrado por el tiempo. Y, sinembargo, es innegable que también en esto sehan hecho progresos. Basta consultar, porejemplo, el Libro azul publicado hace pocas

  • semanas y titulado Correspondence with Her Ma-jesty's Missions Abroad, Regarding IndustrialQuestions and Trades Unions. En este libro, losrepresentantes de la Corona inglesa en el losEstados Unidos de América, declaraba al mis-mo tiempo, en una serie de asambleas, que unavez abolida la esclavitud, se ponía a la ordendel día la transformación del régimen del capi-tal y de la propiedad del suelo. Son los signosde los tiempos, y es inútil querer ocultarlos bajomantos de púrpura o hábitos negros. No indi-can que mañana vayan a ocurrir milagros. Perodemuestran cómo hasta las clases gobernantesempiezan a darse cuenta vagamente de que lasociedad actual no es algo pétreo e inconmovi-ble, sino un organismo susceptible de cambiosy sujeto a un proceso constante de transforma-ción.

    El tomo segundo de esta obra tratará delproceso de circulación del capital ( libro II) y de lasmodalidades del proceso visto en conjunto (libro III);

  • en el volumen tercero y último (libro IV) se ex-pondrá la historia de la teoría.2

    Acogeré con los brazos abiertos todoslos juicios de la crítica científica. En cuanto a losprejuicios de la llamada opinión pública, a la quejamás he hecho concesiones, seguiré atenién-dome al lema del gran florentino:

    Segui il tuo corso, e lascia dir le genti! (III)

    Londres, 25 de julio de 1867.

    CARLOS MARX

  • POSTFACIO A LA SEGUNDA EDICION

    Quiero, ante todo, dar cuenta a los lec-tores de la primera edición de las modificacio-nes introducidas en ésta. La ordenación másclara que se ha dado a la obra, salta a la vista.Las notas adicionales aparecen designadassiempre como notas a la segunda edición. Porlo que se refiere al texto, importa señalar losiguiente:

    El capítulo I, 1, es una deducción del va-lor mediante el análisis de las ecuaciones enque se expresa cualquier valor de cambio, de-ducción hecha con todo rigor científico, lomismo que la relación entre la sustancia delvalor y la determinación de su magnitud por eltiempo de trabajo socialmente necesario, que enla primera edición no hacíamos más que apun-tar y que aquí se desarrolla cuidadosamente. Elcapítulo I, 3 (la forma del valor) ha sido total-mente modificado: así lo exigía, entre otras co-

  • sas, la doble exposición que de esta teoría sehace en la edición anterior. Advertiré de pasadaque la iniciativa de aquella doble forma de ex-posición se debe a mi amigo el doctor L. Ku-gelmann, de Hannóver. Estaba yo en su casapasando unos días, en la primavera de 1867,cuando me enviaron de Hamburgo los prime-ros paquetes de pruebas de mi obra, y fue élquien me convenció de que para la mayoría delos lectores sería conveniente completar el aná-lisis de la forma del valor con otro de caráctermás didáctico. La última sección del primercapítulo, titulado "El fetichismo de la mercanc-ía, etc. "ha sido modificado en gran parte. Elcapítulo III, I ("Medida del valor") ha sido cui-dadosamente revisado, pues en la primera edi-ción este capítulo aparecía descuidadamenteescrito, por haber sido tratado ya el problemaen mi obra Contribución a la crítica de la economíapolítica, Berlín, 1859. El capítulo VII, principal-mente la parte 2, ha sido considerablementecorregido.

  • No hay para qué pararse a examinar to-dos los pasajes del texto en que se han introdu-cido modificaciones, puramente estilísticas lasmás de ellas. Estas modificaciones se extiendena lo largo de toda la obra. Al revisar la traduc-ción francesa, pronta a publicarse en París, mehe encontrado con que bastantes partes deloriginal alemán hubieran debido ser, unas re-dactadas de nuevo, y otras sometidas a unacorrección de estilo más a fondo o a una depu-ración más detenida de ciertos descuidos desli-zados al pasar. Pero me faltó el tiempo paraello, pues la noticia de que se había agotado laobra no llegó a mi conocimiento hasta el otoñode 1871, hallándome yo solicitado por otrostrabajos urgentes, y la segunda edición hubo decomenzar a imprimirse ya en enero de 1872.

    No podía apetecer mejor recompensapara mi trabajo que la rápida comprensión queEl Capital ha encontrado en amplios sectores dela clase obrera alemana. Un hombre queeconómicamente pisa terreno burgués, el señor

  • Mayer, fabricante de Viena, dijo acertadamenteen un folleto publicado durante la guerra fran-co–prusiana, que las llamadas clases cultasalemanas habían perdido por completo el gransentido teórico considerado como patrimoniotradicional de Alemania, el cual revive, encambio, en su clase obrera.

    La economía política ha sido siempre ysigue siendo en Alemania, hasta hoy, una cien-cia extranjera. Ya Gustav von Gülich hubo deexplicar, en parte, en su obra Exposición históricadel comercio, la industria, etc. principalmente enlos dos primeros volúmenes, publicados en1830, las causas históricas que entorpecen ennuestro país el desarrollo del régimen de pro-ducción capitalista y, por tanto, el avance de lamoderna sociedad burguesa. Faltaba en Ale-mania el cimiento vivo sobre que pudiera asen-tarse la economía política. Esta ciencia se im-portaba de Inglaterra y de Francia como unproducto elaborado; los profesores alemanes deeconomía seguían siendo simples aprendices.

  • La expresión teórica de una realidad extraña seconvertía en sus manos en un catálogo dedogmas, que ellos interpretaban, o mejor dichodeformaban, a tono con el mundo pequeñobur-gués en que vivían. Para disfrazar un senti-miento de impotencia científica que no acerta-ban a reprimir del todo y la desazón del que seve obligado a poner cátedra en cosas que dehecho ignora, desplegaban la pompa de unagran erudición histórico–literaria o mezclabanla economía con materias ajenas a ella, tomadasde las llamadas ciencias camerales (IV), batibu-rrillo de conocimientos por cuyo purgatoriotiene que pasar el prometedor candidato a laburocracia alemana.

    Desde 1848, la producción capitalistacomenzó a desarrollarse rápidamente en Ale-mania, y ya hoy da su floración de negociosturbios. Pero la suerte seguía siendo adversa anuestros economistas. Cuando habían podidoinvestigar libremente la economía política, larealidad del país aparecía vuelta de espaldas a

  • las condiciones económicas modernas. Y, alaparecer estas condiciones, surgieron en cir-cunstancias que no consentían ya un estudioimparcial de aquéllas sin remontarse sobre elhorizonte de la burguesía. La economía políti-ca, cuando es burguesa, es decir, cuando ve enel orden capitalista no una fase históricamentetransitoria de desarrollo, sino la forma absolutay definitiva de la producción social, sólo puedemantener su rango de ciencia mientras la luchade clases permanece latente o se trasluce sim-plemente en manifestaciones aisladas.

    Fijémonos en Inglaterra. Su economíapolítica clásica aparece en un período en queaún no se ha desarrollado la lucha de clases. Essu último gran representante, Ricardo, quienpor fin toma conscientemente como eje de susinvestigaciones la contradicción de los interesesde clase, la contradicción entre el salario y laganancia y entre la ganancia y la renta del sue-lo, aunque viendo simplistamente en esta con-tradicción una ley natural de la sociedad. Al

  • llegar aquí, la ciencia burguesa de la economíatropieza con una barrera para ella infranquea-ble. Todavía en vida de Ricardo y enfrentándo-se con él, la economía burguesa encuentra sucrítico en la persona de Sismondi.3

    El período siguiente, de 1820 a 1830, secaracteriza en Inglaterra por una gran eferves-cencia científica en el campo de la economíapolítica. Es el período en que se vulgariza ydifunde la teoría ricardiana y, al mismo tiempo,el período en que lucha con la vieja escuela. Secelebran brillantes torneos. Al continente euro-peo llega muy poco de todo esto, pues se tratade polémicas desperdigadas en gran parte enartículos de revista, folletos y publicacionesincidentales. Las condiciones de la época expli-can el carácter imparcial de estas polémicas,aunque la teoría ricardiana se esgrime ya, algu-na que otra vez, como arma de ataque contra laeconomía burguesa. De una parte, la gran in-dustria empezaba por aquel entonces a salir desu infancia, como lo demuestra, entre otras co-

  • sas, el hecho de que la crisis de 1825 inaugure elciclo periódico de su vida moderna. De otraparte, la lucha de clases entre el capital y el tra-bajo aparecía relegada a segundo plano, des-plazada políticamente por el duelo que se esta-ba librando entre los gobiernos agrupados entorno a la Santa Alianza (V), secundados porlos poderes feudales, y la masa del puebloacaudillada por la burguesía, y económicamen-te por el pleito que venía riñéndose entre elcapital industrial y la propiedad señorial de latierra, pleito que en Francia se escondía detrásdel conflicto entre la propiedad parcelaria y losgrandes terratenientes, y que en Inglaterra pu-sieron de manifiesto las leyes cerealistas (VI).La literatura de la economía política inglesadurante este período recuerda aquella épocaromántica de la economía francesa que sobre-viene a la muerte del doctor Quesnay, pero sóloal modo como el veranillo de San Martín re-cuerda a la primavera. Con el año 1830, sobre-viene la crisis decisiva.

  • La burguesía había conquistado el po-der político en Francia y en Inglaterra. A partirde este momento, la lucha de clases comienza arevestir, práctica y teóricamente, formas cadavez más acusadas y más amenazadoras. Habíasonado la campana funeral de la cienciaeconómica burguesa. Ya no se trataba de si tal ocual teorema era o no verdadero, sino de si re-sultaba beneficioso o perjudicial, cómodo omolesto, de si infringía o no las ordenanzas depolicía. Los investigadores desinteresados fue-ron sustituidos por espadachines a sueldo y losestudios científicos imparciales dejaron el pues-to a la conciencia turbia y a las perversas inten-ciones de la apologética. Y, sin embargo, hastaaquellos folletitos insinuantes que lanzaba avoleo la Liga anticerealista, acaudillada por losfabricantes Cobden y Bright, ofrecían, ya queno un interés científico, por lo menos ciertointerés histórico, por su polémica contra la aris-tocracia terrateniente. Pero la legislación libre-

  • cambista, desde sir Roberto Peel, cortó a la eco-nomía vulgar este último espolón.

    La revolución continental de 1848-1849repercutió también en Inglaterra. Hombres quetodavía aspiraban a tener cierta importanciacientífica, a ser algo más que simples sofistas ysicofantes de las clases dominantes, esforzában-se en armonizar la economía política del capitalcon las aspiraciones del proletariado, que ya noera posible seguir ignorando por más tiempo.Sobreviene así un vacuo sincretismo, cuyo me-jor exponente es John Stuart Mill. Es la declara-ción en quiebra de la economía “burguesa",expuesta ya de mano maestra, en su obra Apun-tes de economía política según Stuart Mill por elgran erudito y crítico ruso N. Chernichevski.

    También en Alemania llegó a su madu-rez el régimen de producción capitalista en unaépoca en que su carácter antagónico había teni-do ya ocasión de revelarse ruidosamente, en laserie de luchas históricas sostenidas en Francia

  • e Inglaterra, y en que el proletariado alemánposeía ya una conciencia teórica de clase mu-cho más fuerte que la burguesía de su país.Pero, cuando parecía que iba a ser posible laexistencia de una ciencia burguesa de la eco-nomía política, ésta habíase hecho de nuevoimposible.

    En estas condiciones, los portavoces dela economía política burguesa alemana dividié-ronse en dos campos. Unos, gentes listas,prácticas y ambiciosas, se enrolaron bajo labandera de Bastiat, el representante más vacuoy, por tanto, el más genuino de la economíapolítica vulgar; otros, celosos de la dignidadprofesoral de su ciencia, siguieron a J. StuartMill en la tentativa de conciliar lo inconciliable.Pero los alemanes continuaron siendo, en estaépoca de decadencia de la economía vulgar, lomismo que habían sido en sus días clásicos:simples aprendices, ciegos émulos y adorado-res, modestos vendedores a domicilio de losmayoristas extranjeros.

  • El peculiar desarrollo histórico de la so-ciedad alemana impedía, pues, todo floreci-miento original de la economía "burguesa", loque no era obstáculo para que se desarrollase lacrítica de este tipo de economía. Y esta crítica,en la medida en que una clase es capaz de re-presentarla, sólo puede estar representada poraquella clase cuya misión histórica es derrocarel régimen de producción capitalista y abolirdefinitivamente las clases: el proletariado.

    Al principio, los portavoces cultos y nocultos de la burguesía alemana pretendieronahogar El Capital en el silencio, como habíanconseguido hacer con mis obras anteriores. Ycuando vieron que esta táctica ya no les dabaresultado, se lanzaron a escribir, bajo pretextode criticar mi libro, una serie de predicas “paraapaciguar la conciencia burguesa”. Pero en laprensa obrera--véanse, por ejemplo, los artícu-los de José Dietzgen publicados en el Volksstaat--(VII) les salieron al paso rivales de más talla

  • que ellos, a los que no han sido capaces de re-plicar.(4)

    En la primavera de 1872 se publicó enSan Petersburgo una excelente traducción rusade El Capital. La tirada, de 3,000 ejemplares, sehalla casi agotada. Ya en 1871, el señor N. Sie-ber, profesor de Economía política en la Uni-versidad de Kiev, en una obra titulada TeoríaZennosti i Kapitala D. Rikardo ("La teoría del va-lor y del capital en D. Ricardo"), había informa-do sobre mi teoría del valor, del dinero y delcapital, en sus rasgos fundamentales, pre-sentándola como el necesario desarrollo de ladoctrina de Smith y Ricardo. El lector occiden-tal de este insólito libro se encuentra sorpren-dido ante la consecuencia con que el autor sabemantener su punto de vista puramente teórico.

    Que el método aplicado en El Capital noha sido comprendido, lo demuestran las inter-pretaciones contradictorias que de él se handado.

  • Así, la Revue Positiviste (VIII) de París mereprocha, de una parte que trate los problemaseconómicos metafísicamente, mientras que deotra parte dice –¡adivínese!– que, me limito aanalizar críticamente la realidad dada en vez deofrecer recetas (¿comtistas?) para la cocina defigón del porvenir. Contra la acusación de me-tafísica, escribe el profesor Sieber: "En lo que serefiere a la teoría en sentido estricto, el métodode Marx es el método deductivo de toda la es-cuela inglesa, cuyos defectos y cuyas ventajascomparten los mejores economistas teóricos." Elseñor M. Block –Les théoriciens du socialisme enAllemagne. Extrait du Journal des Economistes,julio y agosto de 1872– descubre que mi méto-do es el analítico, y dice: "Con esta obra, el se-ñor Marx se coloca entre los espíritus analíticosmás brillantes." Los censores alemanes ponen elgrito en el cielo, naturalmente, hablando desofística hegeliana. El Wiestnik Ievropi ("Mensa-jero Europeo"), en un artículo dedicado exclu-sivamente al método de El Capital (número de

  • mayo de 1872, pp. 427 a 436) encuentra que mimétodo de investigación es rigurosamente re-alista, pero el método de exposición, por des-gracia, dialéctico–alemán. Y dice: "A primeravista, juzgando por la forma externa de su ex-posición, Marx es el filósofo más idealista quese conoce; idealista en el sentido alemán, esdecir, en el mal sentido de la palabra. Pero, enrealidad, es infinitamente más realista quecuantos le han precedido en el campo de lacrítica económica . No hay ni asomo de razónpara calificarlo de idealista." No encuentro me-jor modo de contestar al autor del citado ar-tículo que reproducir unos cuantos extractos desu propia crítica, que además interesarán segu-ramente a los lectores a quienes no es asequibleel original ruso.

    Después de transcribir unas líneas de miprólogo a la Crítica de la economía política (Berlín,1859, pp. IV-VII), en las que expongo la basematerialista de mi método, el autor prosigue:

  • "Lo único que a Marx le importa es des-cubrir la ley de los fenómenos en cuya investi-gación se ocupa. Pero no sólo le interesa la leyque los gobierna cuando ya han cobrado formadefinitiva y guardan entre sí una determinadarelación de interdependencia, tal y como puedeobservarse en una época dada. Le interesaademás, y sobre todo, la ley que rige sus cam-bios, su evolución, es decir, el tránsito de unaforma a otra, de uno a otro orden de interde-pendencia. Una vez descubierta esta ley, pro-cede a investigar en detalle los efectos en que semanifiesta dentro de la vida social ... Por tanto,Marx sólo se preocupa de una cosa: de demos-trar mediante una concienzuda investigacióncientífica la necesidad de determinados órdenesde relaciones sociales y de poner de manifiestodel modo más impecable los hechos que le sir-ven de punto de partida y de apoyo. Para ello,le basta plenamente con probar, a la par que lanecesidad del orden presente, la necesidad deun orden nuevo hacia el que aquél tiene inevi-

  • tablemente que derivar, siendo igual para estosefectos que los hombres lo crean o no, que ten-gan o no conciencia de ello. Marx concibe elmovimiento social como un proceso histórico–natural regido por leyes que no sólo son inde-pendientes de la voluntad, la conciencia y laintención de los hombres, sino que además de-terminan su voluntad, conciencia e intenciones.Basta fijarse en el papel tan secundario que elelemento consciente representa en la historia dela cultura y se comprenderá sin ningún esfuer-zo que la crítica que versa sobre la misma cul-tura es la que menos puede tener por base unaforma o un resultado cualquiera de la concien-cia. Por tanto, lo que puede servirle de puntode partida no es la idea, sino la manifestaciónexterna, exclusivamente. La crítica tiene quelimitarse a comparar y contrastar un hecho nocon la idea, sino con otro hecho. Lo que a lacrítica le importa es, sencillamente, que amboshechos sean investigados de la manera másescrupulosa posible y que formen real y verda-

  • deramente, el uno respecto al otro, distintosmomentos de desarrollo, y le importa sobretodo el que se investigue con la misma escrupu-losidad la serie en que aparecen enlazados losórdenes, la sucesión y articulación en que enla-zan las distintas fases del desarrollo. Pero es, sedirá, que las leyes generales de la vida econó-mica son siempre las mismas, ya se proyectensobre el presente o sobre el pasado. Esto es pre-cisamente lo que niega Marx. Para él, no existentales leyes abstractas ... Según su criterio, ocu-rre lo contrario: cada época histórica tiene suspropias leyes . Tan pronto como la vida superauna determinada fase de su desarrollo, saliendode una etapa para entrar en otra, empieza aestar presidida por leyes distintas. En una pa-labra, la vida económica nos brinda un fenó-meno análogo al que nos ofrece la evolución enotros campos de la biología... Los viejos econo-mistas desconocían el carácter de las leyeseconómicas cuando las comparaban con lasleyes de la física y la química ... Un análisis un

  • poco profundo de los fenómenos demuestraque los organismos sociales se distinguen unosde otros tan radicalmente como los organismosvegetales y animales. Más aún, al cambiar la es-tructura general de aquellos organismos, susórganos concretos, las condiciones en que fun-cionan, etc., cambian también de raíz las leyesque los rigen. Marx niega, por ejemplo, que laley de la población sea la misma para todos loslugares y todos los tiempos. Afirma, por el con-trario, que toda época tiene su propia ley depoblación... Al cambiar el desarrollo de la capa-cidad productiva, cambian también las relacio-nes sociales y las leyes que las rigen. Trazándo-se como mira investigar y explicar el ordeneconómico capitalista con este criterio, Marx selimita a formular con el máximo rigor científicola meta que toda investigación exacta de la vidaeconómica debe proponerse. El valor científicode tales investigaciones estriba en el esclareci-miento de las leyes especiales que presiden elnacimiento, la existencia, el desarrollo y la

  • muerte de un determinado organismo social ysu sustitución por otro más elevado. Este es,indiscutiblemente, el valor que hay que recono-cerle a la obra de Marx."

    Pues bien, al exponer lo que él llama miverdadero método de una manera tan acertada,y tan benévolamente además en lo que se refie-re a mi modo personal de aplicarlo, ¿qué haceel autor sino describir el método dialéctico?

    Claro está que el método de exposicióndebe distinguirse formalmente del método deinvestigación. La investigación ha de tender aasimilarse en detalle la materia investigada, aanalizar sus diversas normas de desarrollo y adescubrir sus nexos internos. Sólo después decoronada esta labor, puede el investigador pro-ceder a exponer adecuadamente el movimientoreal. Y si sabe hacerlo y consigue reflejar ideal-mente en la exposición la vida de la materia,cabe siempre la posibilidad de que se tenga la

  • impresión de estar ante una construcción apriori(IX).

    Mi método dialéctico no sólo es funda-mentalmente distinto del método de Hegel,sino que es, en todo y por todo, la antítesis deél. Para Hegel, el proceso del pensamiento, alque él convierte incluso, bajo el nombre deidea, en sujeto con vida propia, es el demiurgode lo real, y esto la simple forma externa en quetoma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el con-trario, más que lo material traducido y tras-puesto a la cabeza del hombre.

    Hace cerca de treinta años, en una épocaen que todavía estaba de moda aquella filosof-ía, tuve ya ocasión de criticar todo lo que habíade mistificación en la dialéctica hegeliana. Pero,coincidiendo precisamente con los días en queescribía el primer volumen de El Capital, esosgruñones, petulantes y mediocres epígonos quehoy ponen cátedra en la Alemania culta, dieronen arremeter contra Hegel al modo como el

  • bueno de Moses Mendelssohn arremetía contraSpinoza en tiempo de Lessing: tratándolo comoa "perro muerto". Esto fue lo que me decidió adeclararme abiertamente discípulo de aquelgran pensador, y hasta llegué a coquetear devez en cuando, por ejemplo en el capítulo con-sagrado a la teoría del valor, con su lenguajepeculiar. El hecho de que la dialéctica sufra enmanos de Hegel una mistificación, no obstapara que este filósofo fuese el primero que supoexponer de un modo amplio y consciente susformas generales de movimiento. Lo que ocurrees que la dialéctica aparece en él invertida,puesta de cabeza. No hay más que darle lavuelta, mejor dicho ponerla de pie, y enseguidase descubre bajo la corteza mística la semillaracional.

    La dialéctica mistificada llegó a ponersede moda en Alemania, porque parecía transfi-gurar lo existente. Reducida a su forma racio-nal, provoca la cólera y es el azote de la bur-guesía y de sus portavoces doctrinarios, porque

  • en la inteligencia y explicación positiva de loque existe se abriga a la par la inteligencia de sunegación, de su muerte forzosa; porque, críticay revolucionaria por esencia, enfoca todas lasformas actuales en pleno movimiento, sin omi-tir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sindejarse intimidar por nada.

    Donde más patente y más sensible se lerevela al burgués práctico el movimiento llenode contradicciones de la sociedad capitalista, esen las alternativas del ciclo periódico recorridopor la industria moderna y en su punto culmi-nante: el de la crisis general. Esta crisis generalestá de nuevo en marcha, aunque no haya pa-sado todavía de su fase preliminar. La exten-sión universal del escenario en que habrá dedesarrollarse y la intensidad de sus efectos,harán que les entre por la cabeza la dialécticahasta a esos mimados advenedizos del nuevoSacro Imperio(X) prusiano-alemán.

  • CARLOS MARX

    Londres, 24 de enero de 1873.

  • PROLOGO Y NOTA FINAL A LA EDI-CION FRANCESA

    Londres 18 de marzo de 1872.

    Al ciudadano Maurice Lachâtre.

    Estimado ciudadano:

    Apruebo su idea de editar por entregasla traducción de El Capital.

    En esta forma, la obra será más asequi-ble a la clase obrera, razón más importante paramí que cualquiera otra.

    Tal es el lado bueno de la idea; he aquíahora el reverso de la medalla: el método deanálisis empleado por mí y que nadie hastaahora había aplicado a los problemas económi-cos, hace que la lectura de los primeros capítu-los resulte bastante penosa, y cabe el peligro de

  • que el público francés, impaciente siempre porllegar a los resultados, ansioso por encontrar larelación entre los principios generales y losproblemas que a él directamente le preocupan,tome miedo a la obra y la deje a un lado, por notenerlo todo a mano desde el primer momento.

    Yo no puedo hacer otra cosa que señalarde antemano este peligro y prevenir contra él alos lectores que buscan la verdad. En la cienciano hay calzadas reales, y quien aspire a remon-tar sus luminosas cumbres tiene que estar dis-puesto a escalar la montaña por senderos esca-brosos.

    Reciba usted, estimado ciudadano, laseguridad de mi devota estimación.

    CARLOS MARX

  • AL LECTOR

    El señor J. Roy se ha impuesto la tareade ofrecer al lector una traducción lo más fiel eincluso literal que le fuese posible de la pre-sente obra, y ha cumplido esta misión con todaescrupulosidad. Y ha sido precisamente estaescrupulosidad la que me ha obligado a mí arevisar el texto, para hacerlo más asequible allector. Las modificaciones introducidas en laobra a lo largo del tiempo, puesto que el librose ha publicado por entregas, no han sidohechas todas con el mismo cuidado, y necesa-riamente tenían que provocar ciertas desigual-dades de estilo.

    Una vez que me había impuesto estetrabajo de revisión, me decidí a aplicarlo tam-bién al texto original que tomé como base (lasegunda edición alemana), simplificando eldesarrollo de algunos puntos, completando el

  • de otros, incorporando a la obra nuevos datoshistóricos o estadísticos, añadiendo nuevas ob-servaciones críticas, etc. Sean cuales fueren losdefectos literarios de esta edición francesa, esindudable que posee un valor científico propioaparte del original y debe ser tenida en cuentaincluso por los lectores que conozcan la lenguaalemana.

    Reproduzco a continuación aquellos pa-sajes del postfacio a la segunda edición alema-na que se refieren al desarrollo de la economíapolítica en Alemania y al método aplicado enesta obra.(5)

    CARLOS MARX

    Londres. 28 de abril de 1875.

  • PROLOGO DE ENGELS A LA TERCERAEDICION ALEMANA

    Marx no ha tenido la suerte de podercorregir para la imprenta la tercera edición desu obra. Aquel formidable pensador ante cuyagrandeza se inclinan ahora hasta sus propiosenemigos, murió el 14 de marzo de 1883.

    Sobre mí, que perdí con él al amigo decuarenta años, al mejor y más inquebrantablede los amigos, a quien debo lo que no podríaser expresado en palabras, pesa ahora el deberde preparar para la imprenta esta tercera edi-ción y el de redactar el segundo volumen, to-mando como base para ello los papeles inéditoslegados por el autor. Daré cuenta al lector, aquí,del modo como he cumplido la primera partede este deber.

    En un principio, Marx proponíase revi-sar ampliamente el primer tomo, perfilandomejor ciertos puntos teóricos, añadiendo otros

  • nuevos y completando y poniendo al día elmaterial histórico y estadístico. Su enfermedady el deseo acuciante de poner en limpio cuantoantes el segundo tomo le obligaron a renunciara este designio. Su idea era ya, al final, la delimitarse a corregir lo estrictamente indis-pensable y a insertar en ésta las adiciones reco-gidas en la edición francesa, publicada ante-riormente (Le Capital, par Karl Marx, París,Lachâtre, 1873) .

    Entre los papeles dejados por el autor almorir, apareció un ejemplar alemán corregido atrozos por su mano y lleno de referencias a laedición francesa; también se encontró un ejem-plar francés, en el que figuraban acotados porMarx, con todo cuidado, los pasajes que debíanser tenidos en cuenta. Estas correcciones y adi-ciones se limitan, con ligeras salvedades, a laúltima parte de la obra, a la sección que llevapor título "El proceso de acumulación del capi-tal". El texto anterior se ajustaba aquí más queen el resto del libro al primitivo proyecto: en

  • cambio, los primeros capítulos habían sido re-visados cuidadosamente. El estilo era por tantomás vivo y más fluido, pero también más des-cuidado, salpicado de anglicismos, y a trozosconfuso. Advertíanse, aquí y allá, ciertas lagu-nas en el desarrollo del pensamiento y, de vezen cuando, el autor limitábase a esbozar ciertosaspectos importantes.

    Por lo que se refiere al estilo, Marx hab-ía revisado ya personalmente y de un modoconcienzudo varios capítulos, dándome conello, así como en frecuentes sugestiones que mehizo de palabra, la norma a que yo debía ate-nerme para saber hasta dónde podía llegar enla supresión de los términos técnicos ingleses yde otros anglicismos. Las adiciones ya se habíacuidado de revisarlas el propio Marx, sustitu-yendo el terso francés por su denso alemán; mimisión se reducía, por tanto, a acoplarlas delmejor modo posible al texto.

  • Por consiguiente, en esta tercera ediciónno ha sido modificada una sola palabra sin queyo estuviese absolutamente seguro de que elpropio autor, de vivir, la hubiera corregido. Nopodía venírseme siquiera a las mientes el intro-ducir en El Capital esa jerga tan en boga en quesuelen expresarse los economistas alemanes, lagermanía en que, por ejemplo, el que se apro-pia trabajo de otros por dinero recibe el nombrede Arbeitgeber,6 llamándose Arbeitnehmer7 al quetrabaja para otro mediante un salario. Tambiénen francés la palabra travail tiene, en la vidacorriente, el sentido de "ocupación". Pero losfranceses considerarían loco, y con razón, aleconomista a quien se le ocurriese llamar alcapitalista donneur de travail y al obrero receveurde travail.

    Tampoco me he creído autorizado parareducir a sus equivalencias neoalemanas lasunidades inglesas de monedas, pesos y medi-das que se emplean constantemente en el texto.Cuando se publicó la primera edición, había en

  • Alemania tantas clases de pesos y medidas co-mo días trae el año, y además dos clases demarcos (el Reichsmarh sólo tenia curso, por en-tonces, en la cabeza de Soetbeer, quien lo inven-tara allá por el año de 1840), dos clases de flori-nes y tres clases por lo menos de táleros, una delas cuales tenía por unidad el "nuevo dos ter-cios". En las ciencias naturales imperaba el sis-tema métrico decimal pero en el mercadomundial prevalecía el sistema inglés de pesos ymedidas. En aquellas condiciones, era natural,que una obra que se veía obligada a ir a buscarsus datos documentales casi exclusivamente ala realidad industrial de Inglaterra tomase pornorma las unidades inglesas de medida. Estarazón sigue siendo decisiva hoy, tanto máscuanto que las condiciones a que nos referimosapenas si han experimentado alteración en elmercado mundial, pues en las industrias másimportantes--las del hierro y el algodón--rigentodavía casi sin excepción las medidas y lospesos ingleses.

  • Diré, por último, dos palabras acerca delmodo, poco comprendido, como hace sus citasMarx. Tratándose de datos y descripciones pu-ramente materiales, las citas, tomadas v. gr. delos Libros azules ingleses, tienen como es lógicoel papel de simples referencias documentales.La cosa cambia cuando se trata de citar opinio-nes teóricas de otros economistas. Aquí, la fina-lidad de la cita es, sencillamente, señalardónde, cuándo y por quién ha sido claramenteformulado por vez primera, a lo largo de lahistoria, un pensamiento económico. Para ello,basta con que la idea económica de que se tratatenga alguna importancia para la historia de laciencia, con que sea la expresión teórica más omenos adecuada de la situación económicareinante en su tiempo. No interesa en lo másmínimo que esta idea tenga un valor absoluto orelativo desde el punto de vista del autor o sehaya incorporado definitivamente a la historia.Estas citas forman, pues, simplemente, un co-mentario que acompaña paso a paso al texto,

  • comentario tomado de la historia de la cienciade la economía, en el que aparecen reseñados,por fechas y autores, los progresos más impor-tantes de la teoría económica. Esto era muyimportante, en una ciencia como ésta, cuyoshistoriadores sólo se han distinguido hasta hoypor su ignorancia tendenciosa y casi advenedi-za. Y el lector encontrará también lógico queMarx, obrando en consonancia con su postfacioa la segunda edición, sólo en casos muy rarosse decida a citar a economistas alemanes.

    Confío en que el tomo segundo verá laluz en el curso de1 año 1884.

    Londres, 7 de noviembre de 1883.

    FEDERICO ENGELS

  • PROLOGO DE ENGELS A LA EDICIONINGLESA

    El hecho de que se publique una edicióninglesa de El Capital no necesita justificación. Loque sí conviene explicar, por el contrario, es porqué esta edición ha tardado tanto en aparecer,cuando las teorías mantenidas en la presenteobra vienen siendo desde hace ya varios añoscitadas, impugnadas y defendidas, explicadas ytergiversadas en la prensa periódica y en laliteratura diaria tanto de Inglaterra como de losEstados Unidos.

    Cuando, a poco de morir el autor, en elaño 1883, se comprendió claramente cuán nece-saria era la edición inglesa de la obra, Mr. Sa-muel Moore, viejo amigo de Marx y del autorde estas líneas y persona seguramente más fa-miliarizada que nadie con el libro, se mostródispuesto a emprender la traducción, que lostestamentarios de la obra literaria de Marx de-

  • seaban dar cuanto antes a la publicidad. Seacordó que yo me encargase de confrontar latraducción con el original y de proponer todasaquellas modificaciones que juzgare oportunas.Pero a poco, se fue revelando, sin embargo, quesus ocupaciones profesionales impedían a Mr.S. Moore dar cima a la traducción con la pre-mura por todos deseada, en vista de lo cualhubimos de aceptar con gusto el ofrecimientodel doctor Aveling, quien prometió hacersecargo de una parte del trabajo; al mismo tiem-po, la hija menor de Marx, casada con él, seofreció a compulsar las citas y restablecer eltexto original de los numerosos pasajes de di-versos autores y Libros azules ingleses citadospor Marx en alemán. Así se ha hecho con todos,salvo en unos cuantos casos en que ha resulta-do de todo punto imposible.

    He aquí las partes de la obra que hansido traducidas por el doctor Aveling:8 1)Loscapítulos X ("La jornada de trabajo") y XI ("Cuo-ta y masa de plusvalía"); 2) la sección sexta ("El

  • salario", que abarca los capítulos XIX a XXII); 3)desde el capítulo XXIV, apartado 4 ("Circuns-tancias que . . .") hasta el final de la obra, o seala última parte del capítulo XXIV, el capítuloXXV y toda la sección séptima (capítulos XXVIa XXXIII) y los dos prólogos del autor. La tra-ducción del resto de la obra corrió a cargo deMr. Moore. Cada uno de ambos traductores es,pues, responsable de la parte de trabajo por élrealizado; yo, por mi parte, asumo la responsa-bilidad por la obra completa.

    La tercera edición alemana, que ha ser-vido en un todo de base a nuestro trabajo, fuepreparada por mí en 1883 con ayuda de las no-tas que figuraban entre los papeles póstumosdel autor y en las que se indicaban los pasajesde la segunda edición que habían de ser sus-tituidos por los pasajes acotados del textofrancés, publicado en 1873.9 Las modificacionesasí introducidas en el texto de la segunda edi-ción coinciden, en general, con las indicacioneshechas por Marx en una serie de notas manus-

  • critas para una traducción que se proyectó edi-tar en los Estados Unidos hace unos diez años,sin que el proyecto llegara a realizarse, por faltaprincipalmente de un buen traductor. Estasnotas originales de Marx fueron puestas a nues-tra disposición por nuestro viejo amigo, el se-ñor F. A. Sorge, de Hoboken, Nueva Jersey. Enellas se indicaban algunos otros pasajes quehabían de ser tomados de la edición francesa;pero como estas notas son anteriores en mu-chos años a las últimas instrucciones formula-das por el autor para la tercera edición, no mehe creído autorizado a hacer uso de ellas másque con carácter excepcional, sobre todo enaquellos casos en que nos ayudaban a salvar lasdificultades. Asimismo hemos tenido a la vistael texto francés en la mayor parte de los pasajesdifíciles, como orientación acerca de lo que elautor estaba personalmente dispuesto a pres-cindir, allí donde se hacía necesario sacrificaren la traducción algo de la integridad del origi-nal.

  • Queda en pie, sin embargo, una dificul-tad que no era posible ahorrarle al lector: elempleo de ciertos términos en un sentido quedifiere, no sólo del lenguaje usual de la vidadiaria, sino también del que se acostumbra ausar en la economía política corriente. Pero estoera inevitable. Una nueva concepción de cual-quier ciencia revoluciona siempre la termino-logía técnica en ella empleada. La mejor pruebade esto la tenemos en la química, cuya nomen-clatura cambia radicalmente cada veinte añossobre poco más o menos, sin que pueda se-ña1arse apenas una sola combinación orgánicaque no haya pasado por toda una serie denombres. La economía política se ha contenta-do, en general, con tomar los términos corrien-tes en la vida comercial e industrial y operarcon ellos tal y como los encontró, sin advertirque de este modo quedaba encerrada dentro delos estrechos horizontes de las ideas expresadaspor aquellas palabras. He aquí por qué, paraponer un ejemplo, incluso la economía política

  • clásica, aun sabiendo perfectamente que tantola ganancia como la renta del suelo no son másque modalidades, fracciones de la parte no re-tribuida del producto que el obrero se ve obli-gado a entregar a su patrono (a su primerapropiador, aunque no su último y exclusivoposeedor), no llegó a remontarse jamás sobrelos conceptos habituales de ganancia y de rentani a investigar en conjunto, como un todo, estaparte no retribuida del producto (a la que Marxda el nombre de plus-producto), ni llega tam-poco, por consiguiente, a formarse una ideaclara acerca de sus orígenes y carácter ni acercade las leyes que presiden luego la distribuciónde su valor. Otro tanto ocurre con la industria,que los economistas clásicos ingleses englobanindistintamente, dejando a un lado la agricultu-ra, bajo el nombre de manufactura, con lo cualse borra la distinción entre dos grandes perío-dos fundamentalmente distintos de la historiaeconómica: el período de la verdadera manu-factura, basada en la división del trabajo ma-

  • nual, y el de la industria moderna, basada en lamaquinaria. Es evidente que una teoría queconcibe la producción capitalista moderna co-mo una simple estación de tránsito en la histo-ria económica de la humanidad, tiene necesa-riamente que emplear términos distintos de losque emplean aquellos autores para quienes estaforma de producción es definitiva e imperece-dera.

    No será tal vez inoportuno que digamosdos palabras acerca del método seguido porMarx en sus citas. La mayor parte de las veces,las citas sirven, como de costumbre, para do-cumentar las afirmaciones hechas en el texto.Pero hay muchos casos en que se reproducenpasajes tomados de economistas para señalarcuándo, dónde y por quién ha sido claramenteformulada por vez primera una determinadaidea. Así se hace en todos aquellos casos en quela opinión citada tiene importancia como ex-presión más o menos certera de las condicionesde producción y de cambio sociales reinantes

  • en una determinada época sin que ello quieradecir ni mucho menos que Marx la reconozcacomo válida o que esté consagrada de un modogeneral. Estas citas equipan, por tanto, al textocon un comentario sacado de la historia de laciencia y lo van siguiendo paso a paso.

    Nuestra traducción sólo abarca el pri-mer volumen de la obra. Sin embargo, esteprimer volumen forma casi una unidad y hasido considerado durante veinte años como untodo independiente. El segundo volumen, edi-tado por mí en alemán en 1885, requiere comocomplemento, evidentemente, el tercero, queno verá la luz hasta fines de 1887. Cuando apa-rezca en su versión original alemana este tercervolumen habrá tiempo de pensar en prepararuna edición inglesa de ambos tomos.

    A El Capital se le ha llamado a veces, enel continente, "la Biblia de la clase obrera". Na-die que conozca un poco del movimiento obre-ro negará que las condiciones expuestas en esta

  • obra van convirtiéndose de día en día, cada vezmás, en los principios fundamentales del granmovimiento de la clase obrera, no sólo en Ale-mania y en Suiza, sino también en Francia, enHolanda y en Bélgica, en Norteamérica y hastaen Italia y en España, y que por todas partes laclase obrera va reconociendo más y más en lasconclusiones de este libro la expresión más fielde su situación y de sus aspiraciones. En Ingla-terra, las teorías de Marx ejercen también, pre-cisamente en estos momentos, una influenciamuy poderosa sobre el movimiento socialista,movimiento que se extiende entre las filas de la"gente culta" no menos que en el seno de laclase obrera. Pero no es esto todo. Se avecina apasos agigantados el momento en que se im-pondrá como una necesidad nacional inexora-ble la de proceder a una investigación concien-zuda de la situación económica de Inglaterra.La marcha del sistema industrial inglés, incon-cebible sin una expansión constante y rápida dela producción y, por tanto, de los mercados, se

  • halla paralizada. El librecambio ya no da másde si; hasta el propio Manchester ha perdido lafe en su antiguo evangelio económico.10 La in-dustria extranjera, que se está desarrollandocon gran rapidez, mira cara a cara por todaspartes a la producción inglesa, no sólo en laszonas que gozan de protección arancelaria, sinotambién en los mercados neutrales y hasta dellado de acá del Canal. Y al paso que la capaci-dad productiva crece en progresión geométrica,la expansión de los mercados sólo se desarrolla,en el mejor de los casos, en progresión aritméti-ca. Cierto es que parece haberse cerrado el ciclodecenal de estancamiento, prosperidad, super-producción y crisis que venía repitiéndoseconstantemente desde 1825 hasta 1867, perosólo para hundirnos en el pantano desesperantede una depresión permanente y crónica. El an-siado período de prosperidad no acaba de lle-gar; apenas se cree atisbar en el horizonte lossíntomas anunciadores de la buena nueva,éstos vuelven a desvanecerse. Entre tanto, a

  • cada nuevo invierno surge de nuevo la pregun-ta: ¿Qué hacer con los obreros desocupados? Yaunque el número de éstos aumenta aterrado-ramente de año en año, no hay nadie capaz dedar contestación a esta pregunta; y ya casi sepuede prever el momento en que los desocu-pados perderán la paciencia y se ocuparán ellosmismos de resolver su problema. En momentoscomo estos, no debiera, indudablemente, des-oírse la voz de un hombre cuya teoría es todaella fruto de una vida entera de estudio de lahistoria y situación económica de Inglaterra,estudio que le ha llevado a la conclusión de queeste país es, por lo menos en Europa, el únicoen que la revolución social inevitable podráimplantarse íntegramente mediante medidaspacificas y legales. Claro está que tampoco seolvidaba nunca de añadir que no era de esperarque la clase dominante inglesa se sometiese aesta revolución pacífica y legal sin una "prosla-very rebellion", sin una "rebelión proesclavista".

  • 5 de noviembre de 1886 .

    FEDERICO ENGELS

    PROLOGO DE ENGELS A LA CUARTAEDICION ALEMANA

    La cuarta edición me obliga a dar al tex-to y a las notas de la obra, en lo posible, unaredacción definitiva. Informaré al lector en po-cas palabras de cómo he cumplido esta misión.

    Previa una nueva confrontación de laedición francesa y de las notas manuscritas deMarx, he incorporado al texto alemán algunasnuevas adiciones tomadas de aquéllas. Estasadiciones figuran en la P. 80 (P. 88 de la terceraedición), pp. 458-60 (PP. 509-10, tercera edi-ción), pp. 547-51 (P. 600, tercera edición), pp.591-93 (P. 644, tercera edición) y en la nota 79 a

  • la p. 596 (P. 648, tercera edición). También heincorporado al texto (pp. 461-77, cuarta edi-ción), siguiendo el precedente de las edicionesfrancesa e inglesa la larga nota referente a losobreros de las minas (pp. 509-15 tercera edi-ción).11 Las demás correcciones carecen de im-portancia y tienen un carácter puramente técni-co.

    Además, he introducido en esta ediciónalgunas notas adicionales aclaratorias, sobretodo allí donde me pareció que las nuevas con-diciones históricas así lo reclamaban. Todasestas notas incorporadas por mí al texto figuranentre corchetes y van acompañadas de inicialeso de la indicación "N. del ed.”12

    La edición inglesa, últimamente publi-cada, hizo necesaria una revisión completa delas numerosas citas contenidas en la obra. Lahija menor de Marx, Eleanor, se impuso la tareade confrontar con el original todos los pasajescitados por el autor, con objeto de que en las

  • citas de fuente inglesa, que son las más de laobra, no fuese necesario hacer una retraduccióndel alemán y pudiera transcribirse directa-mente el texto original inglés. Al dar a la im-prenta la cuarta edición, creí que debía compul-sar estos textos. De este modo, pude advertirtoda una serie de pequeños errores: referenciasa páginas falsas, deslizadas unas veces por con-fusión al copiarlas en los cuadernos y otras ve-ces por erratas que habían ido acumulándose alo largo de tres ediciones, comillas mal puestasy lagunas, cosa inevitable en citas tomadas ensu mayor parte de extractos recogidos en apun-tes; alguna que otra traducción desacertada;pasajes citados a base de los viejos cuadernosde París (1843-1845), en los tiempos en queMarx no conocía aún el inglés y leía a los eco-nomistas ingleses en traducciones francesas yen que, por tanto, la doble traducción cambiabacon harta facilidad el matiz del lenguaje, queera lo que sucedía por ejemplo con Steuart, Urey otros autores, haciéndose-necesario, de consi-

  • guiente, volver a los textos ingleses, amén deotros errores y descuidos de poca monta. Si secompara la cuarta edición con las precedentes,se verá que todo este fatigoso proceso de co-rrecciones no ha alterado el libro absolutamenteen nada que merezca la pena señalar. Sólo hahabido una cita que no ha sido posible encon-trar: la de Ricardo Jones (P. 562, n. 47, cuartaedición)13; tal vez Marx se confundiese al dar eltítulo de la obra citada. Las demás conservan,después de confrontadas, todo su vigor.

    Y ahora, permítaseme que traiga aquíuna vieja historia.

    Sólo sé de un caso en que fuera puestaen tela de juicio la veracidad de una cita deMarx. Como se trata de un caso que ha venidoarrastrándose hasta después de su muerte, noquiero omitirlo.

    En la Concordia de Berlín, órgano de laLiga de fabricantes alemanes, apareció el 7 demarzo de 1872 un artículo sin firma titulado:

  • "Cómo cita Carlos Marx." En este artículo seafirmaba, con gran derroche de indignaciónmoral y gran abundancia de frases poco par-lamentarias, que la cita tomada del discursopronunciado por Gladstone el 16 de abril de1863 en el debate sobre presupuestos (cita quefigura en la alocución inaugural de la Asocia-ción obrera internacional de 1864 y se repite enEl Capital, I, cuarta edición, pp. 617 [y 671] de latercera edición),14 era falsa. Según el articulista,la frase que dice: "Este embriagador incrementode poder y de riqueza... se circunscribe por en-tero a las clases poseedoras", no aparece ni porasomo en la referencia taquigráfica (cuasi ofi-cial) que el Hansard (XI) da del discurso. "Peroesta frase--dice el articulista--no figura paranada en el discurso de Gladstone. Lo que sedice allí es precisamente todo lo contrario." Yahora, en cursiva: "Marx ha inventado, formal ymaterialmente, esta frase."

    Marx recibió en mayo este número de laConcordia, el 1° de junio contestó al anónimo

  • articulista en el Volksstaat. Como no se acorda-ba ya del periódico de que había tomado lareferencia del discurso, limitábase a reproducirla cita literal de dos fuentes inglesas y a conti-nuación copiaba la referencia del Times, queponía en boca de Gladstone las palabras si-guientes: "That is the state of the case as regardsthe wealth of this country. I must say for one, Ishould look almost with apprehension andwith pain upon this intoxicating augmentationof wealth and power, if it were my belief that itwas confined to classes who are in easy circuns-tances. This takes no cognizance at all of thecondition of the labouring population. Theaugmentation I have described and which isfounded, I think, upon accurate returns. is anaugmentation entirely confined to classes ofproperty."

    Como se ve, Gladstone dice aquí que éllamentaría que fuese así, pero que así es: queeste embriagador incremento de poder y ri-queza se limita enteramente a las clases posee-

  • doras. Por lo que respecta a la referencia cuasioficial del Hansard, Marx comenta: "En esta edi-ción aliñada después, Mr. Gladstone fue lo su-ficientemente hábil para borrar un pasaje queera, ciertamente, harto comprometedor en bocade un Ministro del Tesoro inglés. Trátase, porlo demás, de una práctica parlamentaria inglesabastante usual y no, ni mucho menos, de unainvención del pequeño Lasker contra Bebel."

    El anónimo articulista se irrita cada vezmás. Dejando a un lado, en su réplica (Concor-dia del 4 de julio), las fuentes de segunda mano,sugiere un poco tímidamente que es "costum-bre" citar los discursos parlamentarios atenién-dose a las referencias taquigráficas; pero que,además, la referencia del Times (en que figura lafrase "inventada") y la del Hansard (en que nofigura) "coinciden materialmente en un todo" yque la referencia del Times dice también "todolo contrario de lo que afirma aquel célebre pa-saje de la alocución inaugural." Sin embargo, elhombre se cuida de silenciar que en la aludida

  • referencia, junto a ese supuesto "todo lo contra-rio", aparece también, explícitamente, "aquelcélebre pasaje". No importa; el anónimo articu-lista sabe que no pisa terreno firme y que sóloun nuevo subterfugio puede salvarle. Y así,salpicando su artículo, que, como acabamos dedemostrar, rebosa "mentiras descaradas", deinsultos edificantes como son los de "mala fe","deslealtad", "referencias mendaces", "aquellacita falsa", "descaradas mentiras", "una cita fal-sificada de los pies a la cabeza", "este falsea-miento", "sencillamente infame", etc., etc., leparece conveniente desplazar la polémica aotro campo y nos promete "explicar en un se-gundo artículo el sentido que nosotros (es de-cir, el anónimo y no "mendaz" articulista) atri-buye al contenido de las palabras de Gladsto-ne". ¡Como si su voluntaria y personal interpre-tación no tuviese absolutamente nada que vercon el asunto! Este segundo artículo vio la luzen la Concordia del 11 de julio.

  • Marx replicó nuevamente en el Volkssta-at de 7 de agosto, reproduciendo las referenciasque del pasaje en cuestión daban el MorningStar y el Morning Advertiser del 17 de abril de1863. Según ambas referencias, Gladstone diceque contemplaría con preocupación, etc., esteincremento embriagador de poder y riqueza sicreyese que se circunscribía a las clases verda-deramente acomodadas (classes in easy cir-cumstances), y añade que ese incremento deriqueza y poder se limita, en efecto, enteramen-te a las clases poseedoras (entirely confined toclasses possessed of property). Como se ve,estas referencias insertan también literalmentela frase que se dice "inventada". Además, con-frontando los textos del Times y del Hansard,Marx probaba una vez más que la frase recogi-da como parte integrante del discurso en tresreferencias de periódicos coincidentes entre síaunque independientes las unas de las otras,faltaba en la versión del Honsard, versión corre-gida por el orador según la consabida "prácti-

  • ca"; es decir, que Gladstone, para decirlo contodas las palabras de Marx, "había amputadodespués de pronunciarla" esa frase, y finalmen-te declaraba que no disponía de tiempo paraseguir gastándolo con el anónimo articulista.Por su parte, éste pareció darse también porcontento; por lo menos, Marx no volvió a reci-bir más números de la Concordia.

    Con ello, parecía que el asunto quedabamuerto y enterrado. Posteriormente, gentes quemantenían relaciones con la Universidad deCambridge hicieron llegar a nosotros, por una odos veces, rumores misteriosos acerca de no séqué indecible tropelía literaria cometida porMarx en El Capital; pero, a pesar de todas lasindagaciones, no fue posible averiguar nada enconcreto. De pronto, el 29 de noviembre de1883, a los ocho meses de morir Marx, apareceen el Times una carta fechada en el Trinity Co-llege de Cambridge y firmada por un tal SedleyTaylor, en la que, sin venir a cuento, este hom-brecillo, criado dentro del más servil espíritu

  • gremial, nos abría por fin los ojos no sólo acercade las murmuraciones de Cambridge, sinotambién acerca del anónimo autor de la Concor-dia.

    "Y lo verdaderamente peregrino dice elhombrecillo del Trinity College--es que estuvie-se reservado al profesor Brentano (que a la sazónregentaba una cátedra en la Universidad deBreslau y actualmente profesa en la de Estras-burgo) el poner al descubierto la mala fe en quese inspira palpablemente la cita que se hace deldiscurso de Gladstone en la alocución (inaugu-ral). El señor Marx, esforzándose por defendersu cita, tuvo en las convulsiones de la agonía(deadly shifts) en que los ataques magistralesde Brentano le hicieron morder rapidísimamen-te el polvo, la osadía de afirmar que Mr. Glads-tone había aliñado la referencia de su discursopublicada en el Times de 17 de abril de 1863antes de que el Hansard la recogiese, para bo-rrar un pasaje que era, indudablemente, com-prometedor en labios de un Ministro del Tesoro

  • inglés. Y cuando Brentano, mediante una con-frontación detallada de los textos, le probó quela referencia del Times y la del Hansard coincid-ían en no admitir ni por asomo el sentido queaquella cita arteramente descoyuntada atribuíaa las palabras de Gladstone, Marx se batió enretirada, alegando que no disponía de tiempo."

    ¡Esa es, pues, la madre del cordero! Asíes cómo se refleja, de un modo bien poco glo-rioso por cierto, en la fantasía cooperativista deCambridge la campaña anónima sostenida porel señor Brentano desde las columnas de laConcordia. ¡Este San Jorge de la Liga de Fabri-cantes alemanes se yergue y blande su espada,en “ataques magistrales", mientras el dragóninfernal que se llama Marx se revuelve a suspies “en las convulsiones de la agonía"!

    Sin embargo, todo este relato épico,digno de un Ariosto, sólo sirve para encubrirlos subterfugios de nuestro San Jorge. El inglésya no habla de "mentiras" ni de "falsificacio-

  • nes", sino de "cita arteramente descoyuntada"(craftily isolated quotation). Como se ve, todoel problema queda desplazado, y el San Jorge ysu escudero de Cambridge saben perfectamentebien por qué lo desplazan.

    Como el Times se negase a insertar laréplica en sus columnas, Eleanor Marx hubo decontestar desde la revista mensual To Day. enfebrero de 1884, centrando la discusión sobre elúnico punto puesto a debate, a saber: si Marxhabía "inventado" o no aquella cita. A esto re-plicó Mr. Sedley Taylor diciendo que en lapolémica entre Marx y Brentano, "la cuestión desi en el discurso de Mr. Gladstone aparecía o nouna determinada frase" era, a su juicio, unacuestión de “importancia muy secundaria""comparada con la cuestión de si la cita habíasido hecha con la intención de reproducir odesfigurar el sentido de las palabras de Glads-tone". A continuación, reconoce que la referen-cia del Times "contiene, en efecto, una contra-dicción en sus palabras"; pero... que, en lo de-

  • más y juzgando por el contexto, esa referencia,interpretada de un modo exacto, es decir, en unsentido liberal y gladstoniano, indica lo que Mr.Gladstone quiso decir (To Day, marzo de 1884).Y lo más cómico del caso es que ahora nuestrohombrecillo de Cambridge se empeña en nocitar el discurso ateniéndose a la referencia delHansard, como es "costumbre” según el anóni-mo Brentano, sino basándose en la referenciadel Times, que el propio Brentano califica de"forzosamente precipitada". ¡Naturalmente,como que en la referencia del Hansard no apa-rece la frase fatal!

    A Eleanor Marx no le fue difícil echarpor tierra toda esta argumentación en el mismonúmero del To Day. Una de dos. O el señor Tay-lor había leído la controversia mantenida en1872, en cuyo caso "mentía" ahora, no sólo "in-ventando" sino también "suprimiendo", o no lahabía leído, y entonces lo mejor que hacía eracallarse. En todo caso, era evidente que no seatrevía a mantener en pie ni por un momento la

  • acusación de su amigo Brentano, según la cualMarx había "inventado" una cita. Lejos de ello,achacaba a Marx el pecado de haber omitidouna frase importante. Pero es el caso que estafrase aparece reproducida en la página y alocu-ción inaugural, pocas líneas antes de la que sedice "inventada". Y por lo que se refiere a la"contradicción" contenida en el discurso deGladstone, ¿quién sino el propio Marx habla enEl Capital. p. 618 (3ª ed., p. 672, nota 105)(15), delas "constantes y clamorosas contradicciones delos discursos pronunciados por Gladstone en1863 Y 1864 en el debate sobre los presupues-tos"? Lo que ocurre es que Marx no tiene laosadía de conciliar estas contradicciones en unacomplaciente fórmula liberal. He aquí la con-clusión final a que llega Eleanor Marx, en suréplica: "Nada más lejos de la verdad; Marx noomite nada digno de mención ni añade tampo-co por su cuenta lo más mínimo. Lo que hace esrestaurar y arrancar al olvido... cierta frase to-mada de un discurso de Gladstone, frase pro-

  • nunciada indudablemente por el orador y que,por las razones que fuese, no figuraba en lareferencia del Hansard”.

    Con esto se dio también por contentoMr. Sedley Taylor. Y el resultado de toda esaintriga profesoral urdida durante veinte años ya través de dos grandes naciones fue que yanadie se atreviese a dudar de la escrupulosidadliteraria de Marx y que, en lo sucesivo la genteotorgase a Mr. Sedley Taylor, en punto a lospartes literarios de guerra del señor Brentano,tan poca confianza como a éste en punto a lainfalibilidad pontificia del Hansard.

    FEDERICO ENGELS

    Londres. 25 de junio de 1890.

  • Notas de prólogos

    1. Considero esto tanto más necesario cuantoque incluso en el capítulo de la obra de F. Las-salle contra Schulze-Delitzsch, en que el autordice recoger “la quintaesencia espiritual” demis investigaciones sobre estos temas, se con-tienen errores de monta. Y digamos de pasadaque el hecho de que F. Lassalle tome de misobras, casi al pie de la letra, copiando incluso laterminología introducida por mí y sin indicarsu procedencia, todas las tesis teóricas genera-les de sus trabajos económicos, por ejemplo ladel carácter histórico del capital, la de la co-nexión existente entre las relaciones y el régi-men de producción, etc., etc., es un procedi-miento que obedece sin duda a razones de pro-paganda. Sin referirme, naturalmente, a susdesenvolvimientos de detalle y a sus deduccio-

  • nes prácticas, con los que yo no tengo absolu-tamente nada que ver.

    2. Los materiales reunidos para el libro IV.que Marx no llegó a publicar, fueron editadosmás tarde y han sido traducidos bajo el títulode Historia crítica de la teoría de la plusvalía.

    3. Ver mi obra Contribución a la crítica de laeconomía política, p. 39.

    4. A esos charlatanes grandilocuentes de laeconomía vulgar alemana todo se les vuelvehablar mal del estilo y lenguaje de mi obra.Nadie conoce mejor que yo ni juzgo con mayorseveridad los defectos literarios de esta. Sinembargo, para provecho y edificación de esoscaballeros y de su público, voy a permitirmetraer aquí dos testimonios, uno inglés y otroruso. Un periódico como la Saturday Review dijoal dar cuenta de la primera edición alemana deEl Capital: el estilo "presta un encanto (charm)especial hasta a los problemas económicos másáridos". Y la S. P. Wiedomost; ("Gaceta de San

  • Petersburgo") observa entre otras cosas, en sunúmero de 20 de abril de 1872: "La exposición,exceptuando unas cuantas partes demasiadoespecializadas, se caracteriza por su compren-sibidad general, por su claridad y, pese a laaltura científica del tema, por una extraordina-ria amenidad. En este respecto, el autor... no separece ni de lejos a la mayoría de los sabiosalemanes cuyos libros están escritos en un len-guaje tan tenebroso y árido, que su lectura pro-duce dolor de cabeza al simple mortal." En rea-lidad, lo que les duele a los lectores de los librosque escriben los profesores nacional-liberalesde Alemania, tan en boga hoy, no es precisa-mente la cabeza, sino otra cosa.

    5. Pp. XXV-XXXII de la presente edición.(Ed.).

    6. Palabra alemana equivalente a "patrono”;literalmente, “dador de trabajo", el que da traba-jo. (Ed.)

  • 7. Expresión alemana equivalente a “obre-ro”: literalmente, “tomador de trabajo”, el querecibe trabajo. (Ed.)

    8. La división en capítulos de la edición in-glesa corresponde al sistema aplicado en laedición francesa: en ésta, Marx convirtió losapartados del capítulo 4 (que ocupa la secciónII de la obra) en capítulos, el capítulo 24 en unasección aparte, la VIII, y sus apartados en capí-tulos. (Ed.)

    9. Le Capital, par Karl Marx. Traducción deM. J. Roy. totalmente revisada por el autor.París, Lachâtre. Esta traducción contiene, sobretodo en la última parte de la obra, importantesmodificaciones y adiciones al texto de la se-gunda edición alemana.

    10. En la reunión trimestral de la Cámara deComercio de Manchester, celebrada en la tardede hoy, se entabló una viva discusión sobre eltema del librecambio. Se presentó en ella una

  • proposición en la que se dice que “Inglaterra hapasado cuarenta años esperando en vano queotras naciones siguiesen su ejemplo librecam-bista, y la Cámara entiende que ha llegado lahora de abandonar esta actitud”. La proposi-ción fue desechada por un voto solamente demayoría, por 22 votos contra 21. (Evening Stan-dard, 1 de noviembre de 1886.)

    11.En la presente edición, los pasajes aquí ci-tados figuran en las pp. 81-440-442-531-533-4-572-573-575-434-451-2. (Ed.)

    12. En esta edición llevan al pie las inicialesF. E. (Ed.)

    13. P. 543 de la presente edición. (Ed.)

    14. P. 596 de la presente edición. (Ed.)

    15. P. 596 de la presente edición. (Ed.)

  • Libro PrimeroEL PROCESO DE PRODUCCION DEL

    CAPITAL

    Sección Primera

    MERCANCIA Y DINERO

    Capítulo ILA MERCANCIA

    1. Los dos factores de la mercancía: valor de uso yvalor (sustancia y magnitud del valor)

  • La riqueza de las sociedades en que imperael régimen capitalista de producción se nosaparece como un "inmenso arsenal de mercanc-ías"1 y la mercancía como su forma elemental. Poreso, nuestra investigación arranca del análisisde la mercancía.

    La mercancía es, en primer término, un ob-jeto externo, una cosa apta para satisfacer nece-sidades humanas, de cualquier clase que ellassean. El carácter de estas necesidades, el quebroten por ejemplo del estómago o de la fantas-ía, no interesa en lo más mínimo para estosefectos.2 Ni interesa tampoco, desde este puntode vista, cómo ese objeto satisface las necesida-des humanas, si directamente, como medio devida, es decir como objeto de disfrute, o indi-rectamente, como medio de producción.

    Todo objeto útil, el hierro, el papel, etc.,puede considerarse desde dos puntos de vista:atendiendo a su calidad o a su cantidad. Cadaobjeto de éstos representa un conjunto de lasmás diversas propiedades y puede emplearse,

  • por tanto, en los más diversos aspectos. El des-cubrimiento de estos diversos aspectos y, portanto, de las diferentes modalidades de uso delas cosas, constituye un hecho histórico.3 Otrotanto acontece con la invención de las medidassociales para expresar la cantidad de los objetosútiles. Unas veces, la diversidad que se advierteen las medidas de las mercancías responde a ladiversa naturaleza de los objetos que se trata demedir; otras veces. es fruto de la convención.

    La utilidad de un objeto lo convierte en va-lor de uso.4 Pero esta utilidad de los objetos noflota en el aire. Es algo que está condicionadopor las cualidades materiales de la mercancía yque no puede existir sin ellas. Lo que constituyeun valor de uso o un bien es, por tanto, la mate-rialidad de la mercancía misma, el hierro, el trigo,el diamante, etc. Y este carácter de la mercancíano depende de que la apropiación de sus cuali-dades útiles cueste al hombre mucho o pocotrabajo. Al apreciar un valor de uso, se le supo-ne siempre concretado en una cantidad, v. gr.

  • una docena de relojes, una vara de lienzo, unatonelada de hierro, etc. Los valores de uso sumi-nistran los materiales para una disciplina espe-cial: la del conocimiento pericial de las mercancías.5El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso oconsumo de los objetos. Los valores de usoforman el contenido material de la riqueza, cual-quiera que sea la forma social de ésta. En el tipode sociedad que nos proponemos estudiar, losvalores de uso son, además, el soporte materialdel valor de cambio.

    A primera vista, el valor de cambio aparececomo la relación cuantitativa, la proporción enque se cambian valores de uso de una clase porvalores de uso de otra, 6 relación que varíaconstantemente con los lugares y los tiempos.Parece, pues, como si el valor de cambio fuesealgo puramente casual y relativo, como sí, portanto, fuese una contradictio in adjecto(5) la exis-tencia de un valor de cambio interno, inmanen-te a la mercancía (valeur intrinseque).7 Pero, ob-servemos la cosa más de cerca.

  • Una determinada mercancía, un quarter detrigo por ejemplo, se cambia en las más diversasproporciones por otras mercancías v. gr.: por xbetún, por y seda, por z oro, etc. Pero, como xbetún, y seda, z oro, etc. representan el valor decambio de un quarter de trigo, x betún, y seda, zoro, etc. tienen que ser necesariamente valoresde cambio permutables los unos por los otros oiguales entre sí. De donde se sigue: primero,que los diversos valores de cambio de la mismamercancía expresan todos ellos algo igual; se-gundo, que el valor de cambio no es ni puedeser más que la expresi6n de un contenido dife-renciable de él, su “forma de manifestarse”.

    Tomemos ahora dos mercancías, por ejem-plo trigo y hierro. Cualquiera que sea la pro-porción en que se cambien, cabrá siempre re-presentarla por una igualdad en que una de-terminada cantidad de trigo equivalga a unacantidad cualquiera de hierro, v. gr.: 1 quarterde trigo = x quintales de hierro. ¿Qué nos diceesta igualdad? Que en los dos objetos distintos,

  • o sea, en 1 quarter (7) de trigo y en x quintalesde hierro, se contiene un algo común de magni-tud igual. Ambas cosas son, por tanto, iguales auna tercera, que no es de suyo ni la una ni laotra. Cada una de ellas debe, por consiguiente,en cuanto valor de cambio, poder reducirse aeste tercer término.

    Un sencillo ejemplo geométrico nos aclararáesto. Para determinar y comparar las áreas dedos polígonos hay que convertirlas previa-mente en triángulos. Luego, los triángulos sereducen, a su vez, a una expresión completa-mente distinta de su figura visible: la mitad delproducto de su base por su altura. Exactamentelo mismo ocurre con los valores de cambio delas mercancías: hay que reducirlos necesaria-mente a un algo común respecto al cual repre-senten un más o un menos.

    Este algo común no puede consistir enuna propiedad geométrica, física o química,ni en ninguna otra propiedad natural de lasmercancías. Las propiedades materiales de

  • las cosas sólo interesan cuando las conside-remos como objetos útiles, es decir, como va-lores de uso. Además, lo que caracteriza vi-siblemente la relación de cambio de las mer-cancías es precisamente el hecho de hacerabstracción de sus valores de uso respecti-vos. Dentro de ella, un valor de uso, siemprey cuando que se presente en la proporciónadecuada, vale exactamente lo mismo queotro cualquiera. Ya lo dice el viejo Barbon:"Una clase de mercancías vale tanto comootra, siempre que su valor de cambio seaigual. Entre objetos cuyo valor de cambio esidéntico, no existe disparidad ni posibilidadde distinguír."8 Como valores de uso, lasmercancías representan, ante todo, cualida-des distintas; como valores de cambio, sólose distinguen por la cantidad: no encierran,por tanto, ni un átomo de valor de uso.

    Ahora bien, si prescindimos del valor deuso de las mercancías éstas sólo conservan unacualidad: la de ser productos del trabajo.

  • Pero no productos de un trabajo real yconcreto. Al prescindir de su valor de uso,prescindimos también de los elementos mate-riales y de las formas que los convierten en talvalor de uso. Dejarán de ser una mesa, una ca-sa, una madeja de hilo o un objeto útil cual-quiera. Todas sus propiedades materiales sehabrán evaporado. Dejarán de ser tambiénproductos del trabajo del ebanista, del carpinte-ro, del tejedor o de otro trabajo productivo con-creto cualquiera. Con el carácter útil de losproductos del trabajo, desaparecerá el carácterútil de los trabajos que representan y desapare-cerán también, por tanto, las diversas formasconcretas de estos trabajos, que dejarán de dis-tinguirse unos de otros para reducirse todosellos al mismo trabajo humano, al trabajohumano abstracto.

    ¿Cuál es el residuo de los productos asíconsiderados? Es la misma materialidad espec-tral, un simple coágulo de trabajo humano in-distinto, es decir, de empleo de fuerza humana

  • de trabajo, sin atender para nada a la forma enque esta fuerza se emplee. Estos objetos sólonos dicen que en su producción se ha invertidofuerza humana de trabajo, se ha acumuladotrabajo humano. Pues bien, considerados comocristalización de esta sustancia social común atodos ellos, estos objetos son valores, valores–mercancías.

    Fijémonos ahora en la relación de cambiode las mercancías. Parece como sí el valor decambio en sí fuese algo totalmente indepen-diente de sus valores de uso. Y en efecto, pres-cindiendo real y verdaderamente del valor deuso de los productos del trabajo, obtendremosel valor tal y como acabamos de definirlo.Aquel algo común que toma cuerpo en la rela-ción de cambio o valor de cambio de la mer-cancía es, por tanto, su valor. En el curso denuestra investigación volveremos de nuevo alvalor de cambio, como expresión necesaria oforma obligada de manifestarse el valor, que

  • por ahora estudiaremos independientementede esta forma.

    Por tanto, un valor de uso, un bien, sólo en-cierra un valor por ser encarnación o materializa-ción del trabajo humano abstracto. ¿Cómo semide la magnitud de este valor? Por la cantidadde “sustancia creadora de valor”, es decir, detrabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad detrabajo que encierra se mide por el tiempo de suduración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmen-te, su unidad de medida en las distintas fraccio-nes de tiempo: horas, días, etc.

    Se dirá que si el valor de una mercancía sedetermina por la cantidad de trabajo invertidaen su producción, las mercancías encerrarántanto más valor cuanto más holgazán o mástorpe sea el hombre que las produce o, lo que eslo mismo, cuanto más tiempo tarde en pro-ducirlas. Pero no; el trabajo que forma la sus-tancia de los valores es trabajo humano igual,inversión de la misma fuerza humana de traba-jo. Es como si toda la fuerza de trabajo de la

  • sociedad, materializada en la totalidad de losvalores que forman el mundo de las mercanc-ías, representase para estos efectos una inmensafuerza humana de trabajo, no obstante ser lasuma de un sinnúmero de fuerzas de trabajoindividuales. Cada una de estas fuerzas es unafuerza humana de trabajo equivalente a lasdemás, siempre y cuando que presente el carác-ter de una fuerza media de trabajo social y dé,además, el rendimiento que a esa fuerza mediade trabajo social corresponde; o lo que es lomismo, siempre y cuando que para produciruna mercancía no consuma más que el tiempode trabajo que representa la media necesaria, osea el tiempo de trabajo socialmente necesario.Tiempo de trabajo socialmente necesario esaquel que se requiere para producir un valor deuso cualquiera, en las condiciones normales deproducción y con el grado medio de destreza eintensidad de trabajo imperantes en la socie-dad. Así, por ejemplo, después de introducirseen Inglaterra el telar de vapor, el volumen de

  • trabajo necesario para convertir en tela unadeterminada cantidad de hilado, seguramentequedaría reducido a la mitad. El tejedor manualinglés seguía invirtiendo en esta operación,naturalmente, el mismo tiempo de trabajo queantes, pero ahora el producto de su trabajo in-dividual sólo representaba ya medía hora detrabajo social, quedando por tanto limitado a lamitad de su valor primitivo.

    Por consiguiente, lo que determina lamagnitud de valor de un objeto no es más que lacantidad de trabajo socialmente necesaria, o sea eltiempo de trabajo socialmente necesario para su pro-ducción 9. Para estos efectos, cada mercancía seconsidera como un ejemplar medio de su espe-cie.10 Mercancías que encierran cantidades detrabajo iguales o que pueden ser producidas enel mismo tiempo de trabajo representan, por tanto,la misma magnitud de valor. El valor de una mer-cancía es al valor de cualquiera otra lo que eltiempo de trabajo necesario para la producciónde la primera es al tiempo de trabajo necesario

  • para la producción de la segunda. "Considera-das como valores, las mercancías no son todasellas más que determinadas cantidades de tiem-po de trabajo cristalizado.”11

    La magnitud de valor de una mercancía per-manecería, por tanto, constante, invariable, sipermaneciese también constante el tiempo detrabajo necesario para su producción. Pero éstecambia al cambiar la capacidad productiva deltrabajo. La capacidad productiva del trabajodepende de una serie de factores, entre los cua-les se cuentan el grado medio de destreza delobrero, el nivel de progreso de la ciencia y desus aplicaciones, la organización social del pro-ceso de producción, el volumen y la eficacia delos medios de producción y las condiciones natu-rales. Así, por ejemplo, la misma cantidad detrabajo que en años de buena cosecha arroja 8bushels (8) de trigo, en años de mala cosechasólo arroja 4. El rendimiento obtenido en laextracción de metales con la misma cantidad detrabajo variará según que se trate de yacimien-

  • tos ricos o pobres, etc. Los diamantes son rarosen la corteza de la tierra; por eso su extracciónsupone, por término medio, mucho tiempo detrabajo, y ésta es la razón de que representen,en dimensiones pequeñisimas, cantidades detrabajo enormes. Jacob duda que el oro se pa-gue nunca por todo su valor. Lo mismo podríadecirse, aunque con mayor razón aún, de losdiamantes. Según los cálculos de Eschwege, en1823 la extracción en total de las minas de di-amantes de Brasil no alcanzaba, calculada abase de un periodo de ochenta años, el preciorepresentado por el producto medio de lasplantaciones brasileñas de azúcar y café duran-te año y medio, a pesar de suponer mucho mástrabajo y, por tanto, mucho más valor. En mi-nas más ricas, la misma cantidad de trabajorepresentaría más diamantes, con lo cual estosobjetos bajarían de valor. Y sí el hombre llegasea conseguir transformar el carbón en diamantecon poco trabajo, el valor de los diamantes des-cendería por debajo del de los ladrillos. Dicho

  • en términos generales: cuanto mayor sea la ca-pacidad productiva del trabajo, tanto más cortoserá el tiempo de trabajo necesario para la pro-ducción de un articulo, tanto menor la cantidadde trabajo cristalizada en él y tanto más reduci-do su valor. Y por el contrario, cuanto menorsea la capacidad productiva del trabajo, tantomayor será el tiempo de trabajo necesario parala producción de un artículo y tanto más gran-de el valor de éste. Por tanto, la magnitud delvalor de una mercancía cambia en razón directa ala cantidad y en razón inversa a la capacidad pro-ductiva del trabajo que en ella se invierte.

    Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor.Así acontece cuando la utilidad que ese objetoencierra para el hombre no se debe al trabajo.Es el caso del aire, de la tierra virgen, de laspraderas naturales, de los bosques silvestres,etc. Y puede, asimismo, un objeto ser útil yproducto del trabajo humano sin ser mercancía..Los productos del trabajo destinados a satisfa-cer las necesidades personales de quien los crea

  • son, indudablemente, valores de uso, pero nomercancías. Para producir mercancías, no bastaproducir valores de uso, sino que es menesterproducir valores de uso para otros, valores de usosociales. (Y no sólo para otros, pura y simple-mente. El labriego de la Edad Medía producíael trigo del tributo para el señor feudal y el tri-go del diezmo para el cura; y