el cannabis como riesgo social. controversias entre expertos y consumidores
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Texto urgentes sobre los riesgos sociales que viven los jóvenes, los consumos de drogas, especialmente de cannabis y los puntos de vista entre consumidores y expertos.TRANSCRIPT
EL CANNABIS COMO RIESGO SOCIAL. CONTROVERSIAS ENTRE EXPERTOS Y
CONSUMIDORES.
David Pere Martínez Oró
Doctor en Psicología Social
Fundación IGenus
Universidad Autónoma de Barcelona
INTRODUCCIÓN
El cannabis es la substancia fiscalizada más consumida en España y en todos los países
occidentales (UNDOC, 2014). Se estima que en 2012 entre 125 y 227 millones de personas
consumieron cannabis en todo el mundo. En España, el 17% de adolescentes y jóvenes entre
15-35 años consumió cannabis en el último año, esto sitúa a España en la cuarta posición
europea, solo superado por la República Checa (18,5%), Dinamarca (17,6%) y Francia (17,5%)
(EMCDDA, 2014). Tales prevalencias muestran como el cannabis ha experimentado un
proceso de normalización sociocultural, entendido en un doble proceso. Por una parte como un
proceso que propicia el asentamiento sociocultural de la substancia y por otra parte se entiende
como una banalización de los riesgos del cannabis.
La normalización es un proceso socio-histórico que ha desembocado en el actual escenario de
los consumos donde se relacionan la gran mayoría de adolescentes y jóvenes desvinculados
de procesos adictivos y de la extrema exclusión social. La normalización es el resultado de
múltiples factores, acaecidos desde principios de los noventa hasta la actualidad, a destacar: la
disminución de la alarma relacionada con los consumos de drogas, aumento de las
prevalencias de los consumos en determinadas substancias, consecuencias menos
problemáticas en los consumidores unido a una invisibilización de estos, cambios en la
accesibilidad a las substancias, desvinculación de los consumos de las subculturas juveniles y
mayor nombre de personas conocedoras del mundo de los consumos.
Todos estos elementos emergidos en una sociedad cambiante dominada por el consumismo y
la incertidumbre ha provocado el asentamiento cultural de las drogas fiscalizadas. A pesar de
esto, entre los consumidores no todas las substancias gozan del mismo estado de
normalización debido a los riesgos y los daños asociados a cada una de ellas. Por ejemplo, la
heroína siempre ha sido conceptualizada como problemática y no puede entenderse como
normalizada. El speed, la cocaína y la MDMA se han normalizado exclusivamente en ciertos
tiempos y contextos entre determinados colectivos de consumidores. Y, el cannabis es la
substancia que más se ha normalizado en las últimas décadas. El cannabis junto al alcohol,
que por procesos sociohistóricos siempre ha estado normalizado, representan las substancias
más consumidas y aceptadas, por tanto, los riesgos y los daños de estas sustancias son los
más presentes entre los adolescentes y jóvenes españoles. En definitiva, la normalización ha
influido en como se construyen los riesgos y los daños asociados al alcohol y al cannabis.
Tanto la literatura científica como los materiales y programas preventivos, independientemente
de su orientación teórica, señalan los riesgos como un concepto clave para entender los
consumos de drogas y su evolución. En el ámbito de la prevención existe la tradición de
conceptualizar los riesgos como factores indeseables que se deben evitar. Se señalan zonas
geográficas de riesgo, y también colectivos en (y de) riesgo. Ciertas orientaciones señalan que
el camino más fácil para evitar los riesgos es abstenerse de mantener cualquier contacto con
las substancias, sin duda que esta premisa es bien cierta: no se producirán daños si no hay
práctica de riesgo. Pero a pesar de estas advertencias, entre algunos adolescentes y jóvenes,
los consumos aportan elementos atractivos que propician los consumos. Por este motivo, las
orientaciones centradas en la reducción del daño consideran que el objetivo primordial, cuando
la abstención es imposible, debe ser la minimización de las prácticas de riesgo para que los
consumos comporten los mínimos daños posibles. Esta doble orientación experta ilustra la
controversia sobre la cual se fundamenta la presente ponencia, es decir, ¿qué son y cómo se
conceptualizan los riesgos en el ámbito de las drogas? Controversia aún más compleja cuando
se incorpora la mirada de los adolescentes y jóvenes consumidores de drogas.
El objetivo de la presente investigación es analizar como los adolescentes y jóvenes
consumidores de alcohol y/o cannabis construyen y manejan los riesgos de estas dos
substancias. Análisis realizado a partir de técnicas cualitativas de investigación social que
permiten aprehender la posición de los consumidores y el valor simbólico de los consumos.
Para los adolescentes y jóvenes ambas substancias presentan profundas diferencias y
elementos particulares en como entienden los riesgos y los daños asociados. Se ha decidido
presentarlas conjuntamente porque permite ilustrar como los riesgos y los daños de las
sustancias más consumidas dependen de la posición de los consumidores y de los discursos
sociales sobre cada una de ellas. La voluntad del texto es aprehender los diferentes riesgos a
los cuales se enfrentan los consumidores, por tanto, se analiza la percepción –o aceptabilidad-
de los riesgos desde el punto de vista del actor. Esta orientación conlleva a observar claras
diferencias en como se conceptualizan los riesgos y los daños según las posiciones de los
consumidores, y también según los diferentes discursos expertos.
La tensión entre experto y «profano» es recurrente en las investigaciones de la Sociología del
Riesgo porque su experiencia sobre el riesgo se fundamenta a partir de diferentes fuentes de
conocimiento. En este sentido, en términos generales los expertos advierten de los riesgos de
ciertas prácticas sociales porque su conocimiento es producto de la investigación de laboratorio
o de la observación desvinculada del valor simbólico que le atribuyen las personas
relacionadas con los riesgos. En cambio, los «profanos» construyen los riesgos desde una
perspectiva situada contextualmente e implicada socio-emocionalmente, donde los riesgos
emergen dentro de un complejo entramado de interacciones grupales situadas en un marco
histórico y sociocultural determinado. La presente investigación también compara la
construcción de los riesgos a partir del análisis de los discursos de los consumidores con la
opinión de los expertos, tal comparación permite aprehender como los riesgos de los consumos
de drogas esconden múltiples significados para los consumidores. Para estos la decisión de
consumir alcohol o cannabis se toma desde la perspectiva de los beneficios y las ventajas, y no
desde una lectura negativa que asocia los consumos con los daños y los problemas, lectura
propia de los expertos.
Se observa como los consumidores, manejan un complejo acervo de conocimientos sobre los
riesgos relacionados con las drogas que les permite evaluar continuamente la idoneidad o la
peligrosidad de los consumos. A pesar de esto, la evaluación de los riesgos es afectada por
multitud de elementos contextuales que implica tomar decisiones alejadas de la racionalidad
donde la aparición de daños es más probable. A título introductorio, algunos consumidores
sobreestiman su capacidad para manejar los consumos, y banalizan los riesgos de los
consumos porque consideran que controlan la situación y a ellos no les pueden suceder los
daños. Actitud que se modifica progresivamente con experimentar con daños indeseables, así
como, debido al proceso de institucionalización que conlleva que los jóvenes adquieran
mayores responsabilidades con la familia y el trabajo y los consumos queden, para la mayoría
de ellos, en un discreto segundo plano o desaparezcan.
En definitiva, el objetivo último del presente ponencia es poner luces a la cuestión de los
riesgos en el contexto de la normalización de los consumos de drogas con la finalidad de
ofrecer herramientas teóricas y prácticas a los profesionales de la prevención. Diseñar
programas de prevención tomando como referencia el punto de vista de los adolescentes y
jóvenes propicia aumentar la eficacia la efectividad y la eficiencia de los programas
preventivos. Los programas de prevención selectiva e indicada, en ocasiones, reciben airadas
críticas por parte de los consumidores porque presentan la realidad de los consumos de forma
desvinculada a como ellos los entienden. La distancia entre los mensajes que reciben los
consumidores y los que quieren recibir representa un elemento controvertido para el correcto
diseño de estrategias de prevención. Realizar programas de prevención atractivos para los
consumidores y que a la vez estos sean efectivos y eficaces se convierte en el gran reto para la
prevención del siglo xxi.
LAS NOCIONES DE RIESGO
El concepto de riesgo es de uso habitual tanto en la vida cotidiana como en los campos
expertos. En el habla coloquial el riesgo se utiliza para describir situaciones hipotéticas que
pueden provocar daños, como por ejemplo, riesgo de incendio, de temporales, de accidentarse,
de enfermar, de arruinarse; normalmente con un cariz negativo e indeseable. Para situaciones
positivas se utiliza otros vocablos, como la posibilidad de ganar dinero o la suerte de casarse; a
menos que sea con ironía, la expresión «el riesgo de casarse» es insólita. Esto comporta que
cuando se hable de riesgos aplicados a los quehaceres cotidianos sea para referirse
normalmente a situaciones a evitar, aunque no siempre porque también existen riesgos
aceptables, especialmente en el ámbito de los negocios y el empleo. Por tanto, ya podemos
advertir que existen riesgos socialmente aceptables y riesgos indeseables, y que tal separación
viene determinada por factores políticos y socioculturales. A pesar, de la «positividad» de
ciertos riesgos, la gran mayoría de riesgos están connotados negativamente, lo que implica en
ocasiones la confusión del riesgo con el daño, tal situación, también responde a cuestiones
estratégicas para hacer aumentar el rechazo y la inquietud de la población hacia determinados
riesgos. Por tanto, la construcción de una práctica como riesgosa es producto del contexto
socio-cultural e histórico donde se produce, por tanto, la conceptualización de los riesgos ha
variado históricamente y no siempre ha “existido” el riesgo.
Con el paso del tiempo, la incertidumbre que generaban las acciones humanas y con la
voluntad de predecir los escenarios futuros, la noción de riesgo se extrapoló a otros campos y
disciplinas, generándose así una basta investigación en el ámbito de los riesgos. A pesar, de
las diferentes orientaciones teóricas y metodologías del estudio del riesgo, en el ámbito de las
Ciencias Sociales, la definición más extendida de riesgo es la referente a la incertidumbre o
probabilidad que se obtenga un daño después de tomar una decisión. Como señala Fox «risk is
the calculus of probability by which one might say that a certain outcome is more or less likely to
occur (Fox, 1999: 12 a Duff: 2003: 287). Romaní (2009: 20) apunta que «el riesgo se
acostumbra a definir como aquella acción o situación a partir de la cual existe la probabilidad
de que, de una forma no intencionada, se puedan derivar determinados daños no deseados».
Para Ballesteros et al. (2009: 15) «el riesgo podría entenderse como la probabilidad de que
ocurra algo no deseado a partir de una situación que se busca intencionadamente; incluye
elementos como la incertidumbre, el dilema o el desconcierto». En estas tres definiciones se
observa la prominencia del concepto de probabilidad y de efectos no deseados o daños. Pero
como se presentará el riesgo depende del contexto sociocultural porque «el riesgo es una
noción socialmente construida, eminentemente variables de un lugar y de un tiempo al otro».
(Le Breton, 2011: 18)
A partir de estas definiciones, tomemos como ejemplo las inversiones que realizaban los
acabalados de la Edad Moderna en barcos expedicionarios para presentar los conceptos clave
relacionados con el riesgo. Al posible inversor (persona) se le presentaba el dilema de tomar la
decisión de invertir (riesgo) en expediciones marítimas, omitir la inversión era la posición de
seguridad porque no había posibilidad de pérdidas. Pero asumir el riesgo generaba
incertidumbre porque existía la contingencia tanto de obtener riquezas, en el caso que el
barco completase con éxito la ruta (beneficios), como pérdidas en el caso que naufragase
(daños). Es decir, el riesgo como un escenario contingente e incierto donde se desconoce la
probabilidad de obtener beneficios o daños. Para controlar los riesgos y minimizar los
daños, se trabajó para aumentar la seguridad mediante el control de las variables implicadas
en los daños, como por ejemplo, invirtiendo en barcos robustos y fiables, con tripulación
experimentada y navegar por rutas conocidas, por eso como señala Luhmann (2006: 54) los
seguros marítimos representan «un caso temprano de control de riesgo planificado». A pesar
del intento de control, toda decisión siempre lleva apareada un riesgo por remoto que sea,
como así lo atestigua que a pesar de la revolución tecnológica y la mejora de los sistemas de
navegación, en pleno siglo XXI aún hay barcos que naufragan; lo que provoca pérdidas a los
inversores, y sobre todo, a los pasajeros y a la tripulación.
Las propuestas positivistas, para dar cuenta de por qué hay personas que en
determinada situación se relacionan con el riesgo y otras lo rechazan, utilizan el concepto de la
percepción del riesgo. A través de este se pretende medir objetivamente la experiencia
subjetiva del riesgo, sin entrar en un profunda y tediosa discusión ontológica entre lo subjetivo y
lo objetivo, sí que se debe señalar la paradoja de cómo estás orientaciones malean la
naturaleza para hacer objetivo lo que se reconoce como subjetivo. Desde estas propuestas la
percepción del riesgo se ha abordado desde la aproximación técnica, la ecológica y la de la
ciencia cognitiva, que son «sofisticadas teóricamente, pero ingenuas en el pensamiento social»
(Douglas, 1996: 47). Para los propósitos del presente texto, a continuación se describe las
características de la ciencia cognitiva, ya que es la corriente que más ha influido en la
percepción del riesgo en el campo de las drogas.
La lectura cognitivista es de carácter individual y omite el carácter social y cultural de los
riesgos. Según esta corriente el concepto de percepción del riesgo se fundamenta en la
aprehensión de los sentidos y en la lectura subjetiva, es decir, es el sujeto quien a través de
sus sentidos procesa ciertos estímulos y producto del raciocinio entenderá la situación como
riesgosa o no. Según Bestard (1996: 13) desde las posiciones cognitivistas «el lenguaje del
riesgo es un lenguaje del individuo, un lenguaje probabilístico centrado en los resultados de las
acciones individuales, nuestro lenguaje individualista hace opaca la dimensión social de la
percepción del riesgo». La representación cognitivista de los riesgos permite formar lagunas de
información con «una fuerte intención de proteger determinados valores y las formas
institucionales que los acompañan» (Douglas, 1996: 21), por ejemplo, en la actualidad se alerta
a los jóvenes de los riesgos relacionados con la conducción o el consumo de drogas y por ello
se trabaja institucionalmente para hacer aumentar su percepción de riesgo, pero en ningún
momento se trabaja para aumentarla, pongamos el caso, de riesgos como la precariedad
laboral o la devaluación de los títulos universitarios.
El cognitivismo mediante la aplicación de cuestionarios y la investigación de laboratorio
establece para cada una de las prácticas consideradas de «riesgo», el criterio «objetivo» para
considerar «alta» o «baja» la percepción de riesgo en cada uno de los sujetos. Es decir, las
prácticas que no se ajustan a las premisas establecidas por los expertos se entienden como
producto de la «baja percepción de riesgo», por tanto, los baremos expertos solo consideran
como alta percepción de riesgo las prácticas que están en consonancia con su sistema de
valores, desvirtuando y estigmatizando aquellas prácticas desvinculadas del criterio experto. A
pesar de la distancia entre el criterio de los expertos, muchas personas pueden mantener una
alta percepción de riesgo porque tienen en cuenta otros elementos que son omitidos por los
expertos, como es el caso del consumo de drogas donde consumir drogas, es señalado como
«baja percepción del riesgo», pero la mayoría de consumidores presentan una alta «percepción
del riesgo» porque sitúan el riesgo en riesgo en el plano de los beneficios y los daños, y en
este sentido, trabajan para obtener beneficios y evitar los daños.
Para modificar la percepción de riesgo los expertos abogan por la información sobre los
riesgos, ya que la premisa es que si un sujeto está suficientemente informado y conoce
fehacientemente los daños que implican los riesgos informados, la percepción del riesgo
aumentará y se desestimará el contacto con el riesgo. Tal propuesta, como señala Douglas es
inexacta e ingenua, las decisiones de las personas no son exclusivamente racionales, sino que
las decisiones vienen motivadas por factores más complejos donde se pone en juego la
conceptualización de riesgo, la experiencia, la identidad, entre otros. El concepto de habitus
propuesto por Bourdieu (2004: 23) considera que el sistema de valores, percepciones y
creencias que guían las decisiones ofrecen estrategias aprendidas de cómo proceder y no
siempre se corresponde a los intereses de la persona ni tampoco son estrictamente racionales.
Por ejemplo, un joven que ejerza el rol de atrevido en su grupo de iguales, por mucha
información que posea sobre los daños, pongamos el caso, de ser interceptado cuando salta
un muro para robar una caja de cervezas, lo más probable será asumir el riesgo porque es más
importante mantener el estatus de valiente que evitar unos daños de aparición incierta.
Además, durante la adolescencia la experimentación con los límites y la transgresión funcionan
como ritual de paso hacia la adultez porque ayudan a construir la identidad y mostrar un
malestar hacia el mundo adulto, que muchos consideran decadente e hipócrita (Le Breton,
2011).
La teoría de la Sociedad del Riesgo, se parte de la idea que la humanidad ha buscado el
progreso y la mejora de la calidad de vida, pero los avances científicos y tecnológicos han
provocado también la aparición de riesgos indeseables, como por ejemplo, la energía nuclear,
la polución, el aumento exponencial de residuos, la modificación genética, entre muchos otros.
La Sociedad del Riesgo centra su atención en los riesgos técnicos y en los globales, esto
implica que sea una sociedad catastrófica donde el estado de excepción amenaza con
convertirse en el estado de normalidad (Beck, 2006: 36). Según sus postulados la exposición a
los riesgos y la percepción del riesgo varía en diferente grado según los segmentos
poblacionales. Beck (2009: 99) señala como los riesgos en las sociedades avanzadas son
producto de la distribución de la riqueza porque las poblaciones más vulnerables y
empobrecidas están más expuestas a los riesgos, y todos estos elementos afectan a la
percepción del riesgo que mantienen las poblaciones. En relación a la percepción de riesgo la
teoría de la Sociedad del Riesgo, propone dos elementos clave que la modulan. Por una parte
el papel de los expertos y por otra la comunicación de los riesgos a la población. Los expertos
juegan un papel determinante en presentar y/o alarmar sobre los riesgos. Si su discurso es
contrario al riesgo se trabajará para aumentar la percepción de riesgo, como en el caso del
ebola, por el contrario se abstendrán de comunicarlos si están en juego intereses económicos,
como por ejemplo, los riesgos del sistema financiero mundial.
Para la perspectiva político-cultural la cuestión del riesgo «se trata de desarrollar la
dimensión social en unos análisis que suelen ser individualistas» (Bestard en Douglas, 1996:
13). El riesgo es más que una mera percepción individual en qué la decisión adoptada delante
una situación determinada vendrá delimitada por una juicio racional. No se trata de la
percepción, la cuestión clave es la aceptabilidad del riesgo que reconoce los beneficios del
riesgo. La aceptabilidad del riesgo implica una fuerte connotación afectiva y la retransmisión de
un discurso social y cultural. El rechazo (o miedo) a un determinado riesgo está menos
relacionado con la objetividad que al imaginario que sustenta y da forma al riesgo en un
momento histórica determinado. Como señala Le Breton:
La percepción del riesgo depende del de un imaginario, no de una ceguera o de una pretendida
irracionalidad, sino de una representación personal. La cultura no es una decoración superflua
apoyada sobre la realidad de las cosas, es el mundo […] No hay error ni ilusión, sino búsqueda de
una significación propia (Le Breton, 2011: 24).
El riesgo se entiende como una construcción social producto de factores históricos,
morales, culturales y político-estratégicos. Como señala Bestard (1996: 11) «las nociones de
riesgo no están basadas en razones prácticas o juicios empíricos. Son nociones construidas
culturalmente que enfatizan algún aspecto del peligro e ignoran otros. Se crea, así, una cultura
del riesgo que varía según la posición social de los actores». Esto explica porque ciertas
prácticas son entendidas para algunos como altamente peligrosas pero para otros son
aceptadas y apreciadas. Un ejemplo flagrante, de las posiciones que delimitan la aceptabilidad
de los riesgos son los consumos de drogas en qué para los consumidores determinados
riesgos son aceptables mientras que para los anti-drogas son del todo inadmisibles.
Para este enfoque, en el mismo sentido que la Sociedad del Riesgo, los expertos
representan elementos clave a la hora de construir y comunicar los riesgos a la población, pero
no porqué esconden cuestiones estratégicas o económicas sino porque los riesgos son
producto de cuestiones morales y políticas. Como señala Bestard (en Douglas, 1996: 15) «el
público no ve los riesgos de la misma manera que los expertos que lo analizan desde un punto
de vista técnico». En este punto se debe señalar la falacia académica de los expertos
desarrollada por Bourdieu cuando se aproximan a la población de estudio. Falacia muy
pertinente para mostrar el desenfoque de algunos expertos del ámbito de los consumos de
drogas, entre los riesgos que ellos construyen y la experiencia sobre el riesgo que presentan
los consumidores.
El punto de vista académico en las ciencias sociales, es decir, aquel, que consiste en poner a “un
experto dentro de la máquina”, en pintar a todos los agentes sociales a imagen del científico (del
razonar científico sobre la práctica humana y no del científico actuante, del científico en acción) o,
más precisamente, poner los modelos que el científico debe construir para explicar las prácticas
dentro de la conciencia de los agentes, hacer como si las construcciones que el científico debe
producir para entender las prácticas, para dar cuenta de ellas, fueran los determinantes
principales, la causa real de las prácticas (Bourdieu, 1990: 384 a Bourdieu y Wacquant, 2005:
115).
La lectura sociocultural da cuenta de porque en muchas ocasiones las poblaciones
expuestas a los riesgos presentan una baja percepción y aceptan conviven si alarma ni
excesivo dramatismo. Esta baja percepción se explica a partir de dos fenómenos: la
familiaridad y la contingencia asociada al riesgo. La familiaridad se produce, por ejemplo,
cuando la población residente cerca de una central nuclear considera que el riesgo es mínimo
porque nunca ha ocurrido ninguna catástrofe. Además, la contingencia asociada al riesgo
acentúa la baja percepción de riesgo ya que, continuando con el ejemplo, de la central
depende la riqueza económica de la zona y por tanto se prefiere convivir con el riesgo que
prescindir de su principal fuente de subsistencia (Zonabend, 1989). Le Breton (2011: 25) señala
como estos fenómenos son vericuetos de la percepción de riesgo, por ejemplo, la angustia del
desempleo conduce a los asalariados a aferrarse a su trabajo del cual no se ignora el efecto
nefasto sobre su salud, o los riesgos de accidente que corren. Pero encontrarse sin empleo es
percibido como un riesgo superior, donde el temor se subordina a otros valores. En el caso de
los consumos de cannabis, para los adolescentes y jóvenes, es más importante pertenecer a
un grupo de iguales y disfrutar con ellos de momentos placenteros que los posibles riesgos
para la salud.
Douglas critica el modelo social porque produce una serie de riesgos que no pueden ser
discutidos políticamente, como por ejemplo, los riesgos producto de la distribución de la
riqueza, pero para nuestro propósito también representa un ejemplo los riesgos de los
consumos de las drogas. Según Douglas (1996: 37) las prácticas conceptualizadas como de
riesgo se relaciona claramente con las normas sociales y los valores dominantes porque
participar y reproducir de la corriente hegemónica influye en la toma de decisiones, y en
ocasiones es difícil advertir el sesgo que se inculca junto con las normas sociales. Un ejemplo,
a la hora de atribuir responsables la señala Gusfield (1981) que «muestra que la tendencia a
echar la culpa de los accidentes de tráfico al conductor ebrio está incorporada de forma
estructural en las profesiones legal y aseguradora» (Douglas, 1996: 23).
La aceptabilidad de ciertos riesgos y el rechazo de otros responde a una cuestión moral
que trabaja para mantener y reproducir el orden social determinado. En cada momento
histórico y en cada cultura, determinados riesgos se han considerado admisibles porque juegan
un papel clave en la cohesión y en la reproducción social, como por ejemplo, la religión; o
esconden intereses políticos de las élites, como las guerras; o económicos como la falta de
seguridad en el trabajo. Pero otros riesgos se han considerado inamisibles por una cuestión
moral de las elites como la sexualidad o el consumo de drogas. Luhmann (2003: 53) señala
que en las sociedades preindustriales el pecado era la conceptualización del mal, en las
actuales sociedades contemporáneas determinados riesgos bien identificados se entienden
como el mal (como el SIDA, el ebola, a las drogodependencias, las catástrofes nucleares, el
colapso ambiental, al agujero de la capa de ozono…). Pero por el contrario, otros riesgos son
entendidos como positivos y deseables como el riesgo a emprender o los deportes de riesgo.
La delimitación de la aceptabilidad de los riesgos en el contexto sociocultural implica que
los adolescentes experimenten como una paradoja que algunas prácticas riesgosas sean
aceptadas por la sociedad, como emprender, y los que los asumen sean aplaudidos
colectivamente, pero otros riegos son despreciables, como el consumo de drogas, y los que
experimentan con ellas sean estigmatizados. Paradoja que puede derivar en confusión para
entender que prácticas entrañan riesgos aceptables y cuales intolerables. A pesar de esto, los
adolescentes y jóvenes presentan diferentes posiciones hacia la aceptabilidad de los riesgos, y
normalmente se produce una evaluación satisfactoria de los posibles daños y beneficios.
Posiciones delimitadas por el entramado sociocultural que conlleva en muchos adolescentes y
jóvenes en considerar que «en la vida hay que arriesgarse».
Por oposición al riesgo encontramos la noción de seguridad, entendida como la situación
en qué la decisión de la persona desestima asumir cierto riesgo. Esta posición, sin duda, puede
evitar daños futuros, pero la máxima seguridad al rechazar un riesgo es que no se obtendrán
beneficios. Sin riesgos no hay daños, pero tampoco beneficios (Rodríguez, 2010: 123). Como
señala Le Breton (2011: 16) «La seguridad sofoca al descubrimiento de una existencia siempre
parcialmente oculta, y que sólo tomo conciencia de sí en el intercambio, a veces inesperado,
con el mundo. El peligro inherente a la vida consiste, sin duda, en no ponerse en juego nunca,
en fundirse en un rutina sin asperezas, sin indagar para inventar, ni en su contacto con el
mundo ni en su relación con los otros».
POSICIONES ADOLESCENTES Y JUVENILES ANTE LOS RIESGOS
Si los riesgos dependen del contexto social en el cual las personas toman sus
decisiones, rápidamente se advierte que los adolescentes y jóvenes se relacionan con gran
multitud de riesgos, algunos son destacados socialmente, e incluso los discursos expertos o
adultos encienden las alarmas cuando los adolescentes se relacionan con ellos, como por
ejemplo, los consumos de drogas, la sexualidad, el fracaso escolar, o prácticas difundidas por
los medios de comunicación como el botellón o el balconing, pero otros riesgos pasan más
inadvertidos, como la precariedad laboral, la incertidumbre existencial, las dificultades en la
emancipación, o los largos itinerarios académicos. Riesgos que en ocasiones se entienden
como fenómenos producto del libre albedrio del curso de la sociedad, pero que no mantienen
ninguna influencia en las decisiones de los adolescentes y jóvenes, cuando el análisis
sociocultural de los riesgos nos muestra que no es así porque delimitan profundamente las
condiciones de existencia de los adolescentes y jóvenes.
Para Bauman el progreso social representa una fuente de incertidumbre y miedo.
Bauman (2007: 110) destaca «cuando Sir Thomas More redactó su proyecto para un mundo
libre de amenazas impredecibles, la improvisación y la experimentación cargada de riesgos y
errores estaban convirtiendo a toda velocidad en el pan nuestro de cada día». El progreso ha
comportado que las personas perdamos referentes de seguridad, tiempos atrás el progreso era
símbolo de optimismo y la promesa de una felicidad eterna, ahora se ha desplazado hacia el
polo opuesto hacia una sensación distópica y fatalista. Según Bauman (2007: 19) el progreso:
Ahora evoca la amenaza de un cambio inexorable e inevitable, que en vez de augurar paz y
tregua, no presagia otra cosa que crisis y tensiones continuas. El progreso se ha convertido en un
tipo de juego de las sillas infinito e interrumpido en qué cualquier momento de distracción tiene
como consecuencia una derrota irreversible y una exclusión irrevocable.»
Los cambios producidos en las últimas décadas en las instituciones sociales han
afectado profundamente a la vida cotidiana de las personas. Bauman (2007) a través de su
teoría de la modernidad líquida, ha señalado que las instituciones sociales como la familia, el
trabajo y la religión han dejado de organizar la vida cotidiana. En épocas anteriores las
instituciones y las formas tradicionales de relación funcionaban como mecanismos para
dominar el miedo y la inseguridad, por tanto, la liquidez de las instituciones ha comportado la
perdida de referentes de seguridad (y tranquilidad) y ha hecho aumentar el miedo. Cuando
estos se pierden la cotidianidad se vuelva esencialmente riesgosa porque se desconoce como
afectaran las decisiones individuales en el futuro. Incertidumbre, ambivalencia y riesgo se han
convertido en los elementos definitorios de la modernidad avanzada. Este contexto afecta con
especial ferocidad a los adolescentes porque las situaciones de incertidumbre son más
recurrentes que las de seguridad, por tanto, se puede aseverar: lo más seguro que poseen los
adolescentes es la incertidumbre.
La liquidez de las instituciones sociales también ha provocado relaciones, tanto de
amistad como íntimas, más cortas y efímeras. En la actualidad nada, y también las relaciones
personales, es para siempre sino solo hasta nuevo aviso (Bauman: 2008, 20). Los cambios en
las instituciones y en las relaciones junto con la irrupción de nuevos estilos de vida, ha
provocado profundos cambios en los valores sociales (Lypovestky, 2008). La incertidumbre
hacia el futuro ha provocado, que demorar las gratificaciones, pierda sentido porque es más
atractivo el presentismo que permite gozar de los placeres de forma inmediata. La templanza y
la austeridad profesadas por la religión católica, donde los placeres representaban pecados,
han perdido sentido en una sociedad consumista donde el hedonismo adquiere una centralidad
pavorosa. La lógica colectiva y comunitaria ha dejado paso al individualismo. Los valores
presentistas, hedonistas e individualistas desde ciertas lecturas representan una conquista de
libertades individuales, pero otros análisis los conceptualizan como fuente de riesgos. La
«libertad» que ofrecen los valores postmodernos en una sociedad líquida comporta que las
personas deban tomar decisiones continuamente. Y, como cada decisión implica asumir
riesgos, los escenarios que se abren de beneficios y daños son infinitos.
Si la cotidianidad adolescente está travesada por la incertidumbre pensar en el futuro se
convierte en tarea casi imposible porque solo se vislumbra inseguridad e incerteza. Los
adolescentes participantes en los grupos de discusión de (Martínez Oró, 2014) expresan sus
quimeras a la hora de pensar el futuro porque «si pienso en el futuro te entra miedo» (miedo a
no encontrar trabajo, a no poder emanciparse…) también muestran el rechazo a vislumbrarlo
«no me gusta pensar en el futuro», ya que la incertidumbre es máxima «no sabemos lo que nos
espera». Todas estas posiciones comunes en los adolescentes y jóvenes sobre el futuro tienen
serias implicaciones en la aceptabilidad de los riesgos. Como señala Le Breton (2011: 11)
«estas pasiones modernas del riesgo nacen del desasosiego moral que estremece las
sociedades occidentales, de la interferencia del presente frente a un porvenir difícil de
dilucidar». Porque como señala Reith (2005: 386) «hablar del riesgo es hablar del futuro». El
riesgo es un futurible, es decir, las decisiones que se tomen afectaran en el futuro, sea el más
inmediato o a largo plazo. Si el futuro a largo plazo produce miedo e incertidumbre y los
adolescentes no quieren pensar sobre él, es obvio, considerar que tampoco van a pensar
hondamente sobre los riesgos y los daños alejados en el tiempo. Si los valores actuales se
centran en las decisiones a corto plazo, los mayores riesgos que se les presentan son de tipo
social e identitario, y no relativos a la salud.
Si antes de 2008 la liquidez social transpiraba por todos los poros sociales, a tenor de la
crisis socio-económica la situación se ha agravado y ha implicado mayores dificultades para las
clases medias y bajas. Tal agravio ha hecho aumentar la vulnerabilidad entre extensas capas
de la población, se ha destacado especialmente el aumento de la pobreza infantil. Este
contexto social más hostil ha provocado la acentuación de la incertidumbre hacia los hechos
venideros, y también de los riesgos sociales. Entre las innombrables consecuencias de la
imbricación entre la modernidad avanzada y la crisis socio-económica, destacaremos las
situaciones de riesgo que afectan a los adolescentes en su trayectoria hacia la adultez (los
efectos de la crisis en la toma de decisiones, la precariedad laboral, la incertidumbre…), para
analizar, el impacto del contexto social en la aceptabilidad o el rechazo de los riesgos. Antes de
entrar en el análisis de los riesgos sociales, se deben hacer hincapié en las diferencias que
presentan los adolescentes porque debido a factores socio-económicos la exposición y la
aceptabilidad de los riesgos es substancialmente diferente entre sí.
Sin entrar en una análisis exhaustivo de las características y categorías de los actuales
adolescentes españoles, aspecto que ya justifica cualquier trabajo de investigación, si que se
debe presentar las categorías, aunque incompletas, que permiten aprehender las diferencias
en la aceptabilidad de los riesgos y la exposición a estos. Para los que viven más
angustiosamente la incertidumbre hacia el futuro, los riesgos representan elementos atractivos
porque les reporta emociones y una serie de beneficios existenciales que les hace calmar su
ansiedad. En algunos parece que la preocupación de preservarse interesa poco porque están
convencidos de que disponen de inagotables fuentes de vitalidad y salud. Le Breton (2011: 48)
señala como las prácticas de riesgo y las marcas que dejan ayudan a construir la identidad
porque «son ritos íntimos de fabricación de sentido» (Le Breton, 1991). A grandes rasgos,
podemos diferenciar cuatro grandes posiciones de adolescentes en relación a la aceptabilidad
de los riesgos, los valores y el campo social en el cual se sitúan.
La primera posición es la «normativa». Como su nombre indica son adolescentes que
siguen las normas sociales establecidas por las instituciones de pertinencia. Algunos de ellos,
reproducen los discursos de corte liberal, es decir, consideran que el bienestar y la prosperidad
de las personas es producto de los esfuerzos individuales. Son conscientes que el contexto
social es complejo y en cierta medida les angustia, pero consideran que si trabajan duro van a
obtener una buena calidad de vida gracias a trabajos cualificados bien remunerados.
Consideran una oportunidad viajar al extranjero para mejorar su formación y adquirir
experiencia. En esta categoría el individualismo es dónde es más patente, la crítica al modelo
social es casi inexistente, aunque como todos los adolescentes, se quejen de la gestión política
y de los casos de corrupción. En cierta medida se puede afirmar que creen en la organización
social y van a trabajar para reproducirla. Se concentran en ser buenos estudiantes y en seguir
las normas que les indican padres y profesores. Los riesgos sociales están más alejados
porque la gran mayoría provienen de clases media-altas donde el acomode familiar les genera
seguridad. El impacto de la crisis ha sido casi inexistente en sus familias, y por extensión, en
ellos mismos. Son adolescentes que en general presentan un rechazo a los riesgos de todo
tipo. Consideran las drogas fiscalizadas como altamente problemáticas porque reproducen
fehacientemente el discurso prohibicionista. Respecto al alcohol, también lo consideran
potencialmente problemático, aunque ellos beban más o menos intensamente, aunque creen
que sus consumos son responsables y alejados de los problemas que pueden acarrear.
La segunda posición corresponde a los hedonistas. Gran parte de ellos, también
proceden de capas sociales acomodadas. Son los que reproducen el discurso adulto que
considera «la juventud como momento vital para pasarlo bien», esto les justifica sus prácticas
presentistas, hedonistas e individualistas. Los riesgos sociales y la incertidumbre hacia el futuro
no les genera ningún tipo de inquietud porque entienden como el futuro lejano e incierto y por
eso no vale la pena preocuparse por él; cuando lo más pertinente es disfrutar del presente. No
presentan ninguna crítica social porque en general les importa poco el contexto externo que se
encuentra alejado de sus relaciones más cercanas. En relación al riesgo lo consideran como
parte esencial de la vida y consideran que se debe arriesgar para obtener beneficios, aunque
de forma controlada para evitar los daños. Les gusta experimentar nuevas sensaciones de
placer y consideran como parte de su libertad la experimentación del propio cuerpo. En
relación a los consumos de drogas, encontramos hedonistas con una alta percepción de riesgo,
y solo consumen esporádicamente alcohol porque entienden las drogas como potencialmente
peligrosas y buscan el placer en otras actividades, pero otros hedonistas ven las drogas como
unas herramientas interesantes para experimentar y obtener placer, pero siempre que se
consuma controladamente.
En la tercera posición se sitúan los adolescentes vulnerables. Hijos de clase baja y
también de clase media empobrecida a tenor de la crisis. La gran mayoría presenta dificultades
con la institución escolar, algunos no obtuvieron la ESO o estudian un PCPI. Su discurso está
repleto de referencias a la compleja situación socio-económica, ya que la mayoría han visto
como el paro y la crisis afectaba a sus familias y por extensión a ellos mismos. En todas la
categorías los adolescentes reconocen la importancia del dinero, pero para estos la cuestión
económica se presenta de manera recurrente y achacan gran parte de sus malestares y
dificultades a los problemas económicos. Se quejan porque «todo es dinero». Presentan un
gran descontento con el entorno social, más que una crítica al modelo social, buscan chivos
expiatorios para justificar la actual situación socio-económica, a veces de forma simplista, como
por ejemplo, «todos los políticos son unos ladrones» o «la culpa es de ellos», y también sienten
que son víctimas de agravios comparativos. Aunque también reconocen que gran parte de sus
desdichas es producto de sus decisiones poco encertadas, especialmente en lo relativo a la
formación académica pero sin para cuenta que su situación personal se debe a las
desigualdades sociales intrínsecas en los modelos de producción post-fordistas.
Los adolescentes situados en esta categoría son los que observan el futuro con más
angustia e incertidumbre. Algunos, de una forma un tanto naif, ven la solución a sus problemas
a través de la fama y la éxito social; entre los chicos los futbolistas y entre las chicas modelos y
cantantes, constituyen los referentes a seguir. A pesar de los referentes de éxito y fama, la
gran mayoría son conscientes de sus déficits formativos y de las dificultades que deberán
afrontar, como la precariedad laboral y el paro. Por la imbricación de todos estos factores es la
categoría que presentan más problemas emocionales, como baja autoestima, desinterés por el
entorno, ansiedad y inseguridad hacia ellos mismos, por tanto, representan los más vulnerables
a los riesgos sociales. Y en relación a las drogas, entienden los consumos de cannabis, como
herramientas para buscar el placer y también como mecanismos de auto-atención, en
ocasiones para olvidarse de la realidad asfixiante.
La cuarta y última categoría son los alternativos, la principal característica es la
profunda crítica al modelo social. Sus argumentos se sustentan en los discursos anti-
globalización y altermundistas, aunque en ocasiones caen en argumentos conspirativos.
Consideran que la crisis económica fue creada de forma interesada por la casta político-
económica. Proceden de cualquier estrato social pero se nutre de las clases medias y
trabajadoras cualificadas. Su estilo de vida huye de los valores consumistas y hegemónicos,
abogan continuamente por la organización colectiva y critican los modelos centrados en el
individualismo. A pesar de la crítica, la gran mayoría no han realizado una ruptura profunda con
el sistema de valores hegemónicos, residen en casa de sus padres y estudian, o piensan
hacerlo, en la universidad. La actual situación socio-económica les genera malestares que son
mitigados a través del grupo de pares y las acciones colectivas, por tanto, se desvinculan de
situaciones angustiosas que producen desorientación existencial. En relación a los riesgos,
mantienen posiciones ambivalentes en función del tipo de riesgo, aunque la gran mayoría
considera que sin riesgo no hay beneficio. Consumen drogas, tanto alcohol y cannabis
habitualmente, pero también otros substancias como speed, MDMA y/o alucinógenos. En esta
posición también se sitúan adolescentes y jóvenes que rechazan cualquier contacto con las
drogas («duras») porque representa estrategias de alienación colectiva.
En relación a los riesgos que asumen los adolescentes y jóvenes, se debe señalar como
algunos autores consideran que ciertos riesgos funcionan como ritual de pasaje hacia la
juventud. Estos rituales-riesgo se realizan en clave individual bajo la atenta mirada del grupo de
iguales pero se desvinculan de la funcionalidad comunitaria que poseían los rituales de pasaje
propios de épocas anteriores. La modernidad avanzada ha comportado que la sociedad
abandone ciertos rituales que marcaban la llegada a la adolescencia y ponían el punto y final a
la infancia. A pesar, de este abandono colectivo, los adolescentes continúan experimentando
con rituales de pasaje, pero que ya no se regulan comunitariamente sino que es el consumismo
quien les da forma. En la actualidad, la presión consumista perpetrada por las corporaciones
transnacionales delimitan el pasaje de infante a adolescente, por ejemplo, a través de la
adquisición de un teléfono inteligente o vestir según marcan los cánones de la moda juvenil.
POSICIONES ADOLESCENTES Y JUVENILES FRENTE EL CÁNNABIS
A continuación se presentan las diferentes posiciones de los adolescentes y jóvenes en
el cannabis. Estas se diferencian entre si a partir del valor simbólico construido entorno a todo
aquello que se relaciona con los consumos de cannabis, como los contextos, tiempos,
intensidad, frecuencia, efectos, beneficios y daños, pero con especial centralidad a la
percepción del riesgo para cada una de las substancias. Como se presentará a continuación
las posiciones sobre el riesgo de las drogas por parte de adolescentes y jóvenes son
heterogéneas y complejas. Tal complejidad nos muestra el error continuo que supone englobar
bajo la misma categoría a adolescentes y jóvenes respecto a su percepción y aceptabilidad del
riesgo.
Precavidos
La posición precavida corresponde a los adolescentes y jóvenes con poca atracción por
el riesgo y cierto miedo a complicarse la vida, ya sea con el consumo de drogas o con otras
prácticas que les puedan afectar a sus planes. En los grupos de discusión encontramos la
posición precavida especialmente en los adolescentes y jóvenes que presentan mayor
confianza con el modelo social. Los precavidos destacan continuamente que no es necesario
beber para pasárselo bien, a pesar de esto, beben esporádica y moderadamente durante
celebraciones especiales, con la finalidad de obtener los efectos placenteros del alcohol, en
sus palabras buscan «el puntillo» para mejorar las relaciones, inhibirse y desconectar de la
rutina, pero siempre de manera moderada. Desprecian y evitan las borracheras más intensas,
aunque una minoría en alguna ocasión se ha emborrachado, pero el recuerdo es negativo y se
rechaza volverse a emborrachar. Reconocen que el alcohol «es malo» pero solo en exceso,
por tanto, consideran que su posición es compatible con todas las tareas cotidianas, y su uso
es responsable y moderado. En este, sentido los consumos potencialmente riesgosos se sitúan
en personas alejadas de su entorno.
Relativo al cannabis y a otras drogas, en cierta medida reproducen el discurso alarmista
sobre las drogas fiscalizadas. Los precavidos mantienen el discurso formal recibido de la
familia y la escuela centrado en el rechazo unilateral de las drogas fiscalizadas. El cannabis es
presente en su espacio argumentativo, pero otras drogas como la cocaína, el speed o la MDMA
son totalmente rechazadas y el mero consumo experimental se entiende como totalmente
problemático. Respecto el cannabis solo una minoría ha realizado algún consumo
experimental, pero siempre bajo la premisa que era totalmente «por probar» porque su
consumo habitual les puede hacer separar de sus metas. Aceptan su presencia social y en la
mayoría de casos, toleran que ciertos pares lo consuman, a pesar de esto, destacan
continuamente los problemas que puede acarrear el consumo habitual de cannabis porque
según su experiencia les señala la presencia de adolescentes y jóvenes en los cuales
reconocen cierta interferencia en su vida provocado por el consumo de cannabis.
Hedonistas controlados
Los hedonistas controlados corresponden a los adolescentes y jóvenes que consumen alcohol
habitualmente, la mayoría también cannabis más o menos habitualmente, y una minoría
también consumen otras substancias como speed o éxtasis en fechas señaladas. La diferencia
con los precavidos estriba en su mayor tolerancia hacia los consumos y el menor grado de
reproducción del discurso prohibicionista. Destacan continuamente los beneficios y placeres de
las drogas, ya sea el alcohol, el cannabis u otras drogas, pero también advierten
continuamente de los daños que pueden acarear los malos usos de las substancias.
Cannábicos normalizadores
En la posición cannábica normalizadora se sitúan los adolescentes y jóvenes que consumen
habitualmente cannabis. Estos lo valoran muy positivamente por los beneficios que les aporta y
en cierta medida rechazan el alcohol. El discurso de estos consumidores entiende el cannabis
como funcional en todos los contextos relacionales entre iguales (tanto durante los días
laborables como los días festivos), y algunos, los más intensivos, también fuman durante los
tiempos formales, como antes de ir a clase o en descansos del trabajo, e incluso algunos
fuman en solitario. En términos generales, construyen el cannabis como positivo porque
permite gozar de buenos momentos. Durante los tiempos de ocio algunos prefieren reunirse en
parques para fumar que salir de fiesta y beber alcohol. A pesar que destacan la nocividad del
alcohol, la gran mayoría también beben esporádicamente, especialmente en celebraciones del
calendario anual y vital, y poco intensamente porque reconocen el riesgo que implica mezclar
los porros con el alcohol. Apelan a su libertad individual para fumar cannabis, a pesar que
como es bien sabido es una substancia fiscalizada, y consideran que pueden hacerlo mientras
no se moleste a terceros ni se provoque graves trastornos.
Entre algunos adolescentes y jóvenes con la voluntad de presentarse como normalizados y
destacar las propiedades ventajosas del cannabis, articulan un discurso de defensa a ultranza
del cannabis. Expresan que no entienden porque el cannabis está estigmatizado y fiscalizado y
el alcohol, que según ellos es mucho más nocivo, goza de mayor aceptación social y el acceso
es libre. Aunque algunos de sus argumentos revisten cierta lógica, se debe destacar como en
ocasiones, la defensa del cannabis les hace ser poco críticos con los riesgos del cannabis,
algunos de ellos minimizan cualquier daño posible y otros los vislumbran lejanos y solo en los
casos más intensivos. En algunos de ellos aparece el fenómeno de familiaridad con los riesgos,
es decir, al estar en contacto con la substancia sin obtener daños graves, conlleva que la
aceptabilidad de los riesgos sea alta.
Cannábicos preocupados
Además, de posición cannábica normalizada, otra posición, más minoritaria, pero también
presenten entre los adolescentes y jóvenes, se encuentra entre aquellos consumidores que
consumen cannabis habitualmente y también lo prefieren al alcohol, pero presentan más dudas
sobre los riesgos y daños de la sustancia. La posición preocupada reconoce, de la misma
manera que la posición cannábica normalizadora, las propiedades y beneficios del cannabis,
pero su discurso reconoce la incertidumbre de los daños futuros e incluso en algunos se
reconoce que a veces les es difícil controlar los consumos. Muchos de estos están en fase
disminución del consumo e incluso consideran que lo deberían abandonar. Su discurso está
impregnado de influencias prohibicionistas, y consideran que su consumo es negativo, a pesar
de los placeres y beneficios que les aporta.
ACCEPTABILIDAD DEL RIESGO POR PARTE DE LOS CONSUMIDORES DE CANNABIS
La normalización ha provocado un asentamiento cultural de los consumos de drogas
fiscalizadas, es decir, ciertos usos en determinados contextos y tiempos se entienden como
compatibles con las responsabilidades sociales y entre una parte importante de la población
han dejado de generar rechazo y alarma, por tanto, el proceso de normalización ha hecho
evidentemente que los riesgos no implican daños necesariamente, pero a la vez, a hecho más
complejos los discursos y las posiciones de los jóvenes respecto la aceptabilidad de los riesgos
del cannabis.
En una realidad social inherentemente riesgosa los consumos de cannabis representan otro
riesgo, al cual deben enfrentarse los adolescentes y jóvenes, pero para estos, especialmente
los que mantienen contacto con las substancias no parecen representar los riesgos más
amenazantes ni los que más les preocupan. En término generales, los que consumen alcohol y
cannabis, entienden sus consumos desde el componente de los beneficios y los placeres. Esto
no quiere decir, ni muchos menos, que los adolescentes omitan los riesgos y los daños de las
substancias, es más los reconocen continuamente y trabajan para evitarlos, sino que en la
evaluación de beneficios y daños obtenidos, para ellos la balanza se decanta sin ningún tipo de
duda hacia los beneficios y placeres. La gran mayoría entiende los propios consumos como
positivos y compatibles con el entorno y las responsabilidades, donde prevalecen los efectos
beneficiosos y el componente del placer por encima de las consecuencias negativas, los
problemas y la adicción, en definitiva de los daños.
El imaginario de la normalización, común en la mayoría de los consumidores, cuando se
relaciona con los riesgos y los daños de las drogas, adquiere un doble sentido. Por una parte,
una significación positiva que entiende este proceso como justificable, aceptable y necesario
para poderse relacionar con éxito con las drogas, además de visibilizar consumos
desvinculados de los daños. Y por otra parte, para una minoría de consumidores la mayor
presencia social de las drogas, representa un factor de riesgo porque consideran que existen
más riesgo de consumir, ya que «estás más tentado». Este argumento, en si mismo representa
una factor de riesgo porque el análisis discursivo muestra que el rechazo a la presencia social
es debido a un miedo a no poder controlar los consumos y terminar desarrollando problemas.
En este sentido, el riesgo para estos consumidores, sin duda, que es la mayor presencia social
de las drogas porque ellos presentan dificultades para controlar los consumos, por tanto, el
riesgo central es la falta de autocontrol, producida en la mayoría de los casos por la profecía
que se auto cumple, es decir, los consumidores consideran que no sabrán controlar y acabarán
presentado problemas.
Para los consumidores habituales, el cannabis adquiere diferentes funciones simbólicas que se
entienden como beneficiosas. Por ejemplo, después de un día de trabajo y de cumplir con las
responsabilidades y obligaciones, fumarse un porro reporta efectos beneficiosos porque les
relaja, les calma, les des-estresa y sirve para desconectar de la realidad cotidiana, para
algunos estos porros ponen el punto y final a las obligaciones diarias se entienden como un
premio o un capricho al cumplimento de las responsabilidades. Estos usos son más recurrentes
cuando la situación es complicada (estar rayado, de los nervios, muy estresado) y funcionan
como prácticas de autoatención. Algunos señalan los beneficios que obtienen para dormir
tranquila y profundamente. Y, una minoría anecdótica, señala el placer que les reporta fumar-
se un porro y «quedarse tonto», es decir, quedarse en babia sin hacer nada, sin pensar en gran
cosa, pero desconectando del entorno y de los problemas.
Algunos consumidores al destacar los beneficios de los porros señalan como les ayuda a
estudiar, a pensar nuevas ideas, a dibujar, es decir, les facilita una serie de tareas de topo
intelectual y creativo «me echo un porro y el cerebro me va a mil y se me ocurren ideas que
pues de otra manera me costarían mucho y que tendría que documentarme mucho más». Los
beneficios del cannabis para mejorar la creatividad o el rendimiento de estudio, topa
frontalmente con las propuestas expertas que señala los efectos perniciosos en el estudio y en
el rendimiento escolar. Esta paradoja entre el discurso cannábico y el discurso experto
representa una controversia entre los efectos experimentados y los daños obtenidos a partir de
estudios positivistas. Sin entrar, en mayor discusión, existen factores como la eficacia
simbólica, la institucionalización y la controlabilidad de los consumos que hacen presentar
como beneficios de los porros cierta mejoría de la capacidad intelectual entre algunos
consumidores, aunque los daños puedan ser inherentes.
En relación con la obtención de placer, los discursos adolescentes y juveniles muestran
reiteradamente, un tipo particular de placer. Esto se debe porque uno de los usos más
apreciados son los que permiten desconectar de la realidad asfixiante en la que viven y sirve
para «olvidar-se de todo». Los adolescentes y jóvenes viven en la Sociedad de la
Incertidumbre donde la precariedad laboral, el paro o los estudios, junto a los problemas
propios de la edad (relaciones con los padres, broncas con los amigos o los desamores)
representan fuente de estrés y/o malestar.
Tanto el alcohol como el cannabis son utilizados para desconectar de la realidad que les
presiona. Estos usos desde la Antropología Médica han sido denominados como prácticas de
autoatención, es decir, las personas en la búsqueda de su bienestar puede recurrir a diferentes
fuentes de placer para mejorar su estado de ánimo (o guarir cualquier dolencia). Las
principales afecciones que sufren los adolescentes son de tipo emocional-relacional para las
cuales fumar porros y beber alcohol funcionan como mecanismos para mejorar el estado de
ánimo y así hacer más soportable la cotidianidad. Las dos substancias juegan papeles distintos
y poseen valores simbólicos diferentes en función de la posición en qué se sitúe el joven. A
pesar de la diferencia entre los efectos de las dos substancias, ambas ofrecen a los
adolescentes elementos de autoatención.
En Martínez Oró (2013) se presenta como los consumidores controlan los efectos indeseados
de los consumos a partir del discurso de la regulación. Se puede entender el discurso de la
regulación como «el discurso que ordena y da sentido al universo simbólico de los consumos
con la finalidad de obtener placer, evitar los efectos indeseables y continuar normalizado». Los
consumidores con un discurso de la regulación sólido podrán relacionarse con las drogas sin
obtener excesivos daños. Esta propuesta entronca con multitud de teorías propuestas por
diferentes corrientes de las Ciencias Sociales que señalan como los humanos para sobrevivir
en un contexto hostil deben de controlar la propias actividades para no perecer, especialmente
las potencialmente peligrosas (Castel, 1984). Duff (2004: 390) señala como la búsqueda del
placer en el consumo de drogas requiere de la moderación y el autocontrol, sino se establecen
límites claros los daños podrán aparecen con mayor facilidad.
Moore y Valverde (2000: 526) señalan que los consumidores deben monotorizar los riesgos
para evitar daños. Parker Aldridge y Measham (1998) apuntan que los consumidores realizan
una evaluación de coste-beneficio de los consumos realizados, el resultado orientará los
consumos futuros. Rodríguez et al. (2008) señalan a la lectura subjetiva y contextual de los
riesgos por parte de los consumidores, donde se substituye la noción de daños seguro por
daños probables (Rodríguez, 2013: 123). Zinberg (1984: 5) destaca como el contexto ha sido el
aspecto olvidado en las investigaciones sobre drogas, pero es en el contexto donde se
construyen las sanciones y los rituales que delimitan los consumos aceptables.
Este conjunto de propuestas teóricas señalan como el control sobre los consumos, más que
posible, es una necesidad para los consumidores sino quieren desarrollar problemas severos.
A pesar, de estos no todas las personas, por cuestiones existenciales diversas, presentan la
necesidad de continuar normalizados ni quieren controlar los consumos y terminan
desarrollando problemas. Más allá de los consumidores problemáticos, entre la mayoría de
adolescentes y jóvenes participantes en los grupos de discusión se establece una tensión entre
la voluntad de obtener beneficios a través de los riesgos de las drogas y evitar daños. Los
discursos adolescentes presentan multitud de referencias a los posibles daños y a la necesidad
de controlar los consumos, por tanto, la percepción de riesgo en la inmensa mayoría de
jóvenes es alta para los consumos potencialmente dañinos. La percepción de riesgo puede ser
alta y los jóvenes pueden presentar la voluntad evitar los daños, pero esto no impide que
experimenten daños.
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