el batey que se negó a morir

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  • 8/2/2019 El Batey que se neg a morir

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    EL BATEY QUE SE NEG A MORIR

    Jorge Ortiz Colom

    Arquitecto Conservacionista

    Instituto de Cultura Puertorriquea

    Oficina Regional Ponce, Sur y Sureste

    PO Box 332023, Ponce, PR 00733-2023

    Tel. (787) 290-6617, 290-6618; fax (787) 840-9239

    [email protected],[email protected]

    Ponencia presentada el 4 de octubre de 2008 en el Congreso de la Asociacin de EstudiosPuertorriqueos, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan de

    Puerto Rico

    En la espacialidad puertorriquea, la palabra BATEY tiene particular estimacin y

    abuso. Se carga como ninguna otra de nostalgia y asociaciones emocionales, y bautiza

    una legin de lugares asociados con el recuerdo, el ocio y la solidaridad informal. Pero

    igualmente es un concepto cargado de historia, que como espejo refleja la evolucin del

    concepto nacional de espacio y convivencia.

    Hay que hacer varias precisiones: la palabra no es endmica de Puerto Rico -

    tambin se usa en otras Antillas hispanas - y tampoco Puerto Rico tiene el monopolio de

    los espacios centrpetos, aglutinantes y enfocados. Lo distintivo del batey boricua es su

    carga asociativa y su presencia insistente, a varias escalas y prevaleciendo la domstica, y

    en varios contextos, como realidad y smbolo, como elemento de resistencia, inclusive.

    Ms que un elemento mensurable o visible, el batey es unpatrn - sistema de

    relaciones entre componentes - orientado a lograr un fin especfico, conforme a las

    mailto:[email protected]:[email protected]:[email protected]:[email protected]:[email protected]:[email protected]:[email protected]
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    definiciones de Alexander (1977). Y el patrn alterna con el smbolo de manera

    imprevista, poniendo tras un velo el origen de la palabra. Originalmente, segn Rouse

    (1992) batey significaba el juego ritual del politesmo tano, y se extendi el nombre al

    lugar donde se jugaba. La palabra resisti victoriosamente la desarticulacin de las

    manifestaciones culturales indgenas y se criolliz dentro del castellano antillano.

    El nombre qued oculto dentro de los "siglos negros" desde principios del XVI

    hasta principios del XIX. Abbad y Lasierra (1788, reeditado 2002) lo menciona dos veces

    aludiendo al juego indgena, pero no vuelve a salir a la superficie como elemento

    consciente de lo cotidiano hasta el nacimiento de la literatura de costumbres con su

    primera expresin significativa:El Jbaro de Manuel A. Alonso y Pacheco (1849) y otras

    obras abanderadas de esta corriente que le han seguido en el siglo y medio hasta hoy. El

    vocablo sale, con una acepcin similar a la desarrollada posteriormente, al menos dos

    veces en dicho libro. En la pgina 127 es teatro de una pelea entre primos por una hembra

    que bailaba en la sala de una casa; y en la pgina 145 el narrador, entonces nio,

    comentaba que "el tayta [padre] se diverta mirndonos retozar en el batey" (nfasis de

    Alonso). El patrn espacial del batey como nodo del paisaje rural iba definindose

    durante todos estos aos, a juzgar por la evidencia disponible mayormente escrita y las

    pocas imgenes de la poca.

    Puerto Rico, segn hiptesis de arquelogos (Alvarado Zayas, Rivera Melndez,

    comunicaciones personales)- y los numerosos hallazgos de residuarios y concheros en el

    interior de su territorio, era un territorio surcado por una gran red de caminos hechos ante

    todo para cruzarse a pie. Estos se han hallado en los lugares ms remotos y a menudo

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    conquistando inclinaciones precipitadas y cimas elevadas. Muchos pasan cerca de lugares

    donde se hallan elementos culturales de los indgenas, o llevan hacia ellos (Stahl, s.f.) lo

    que hace presumir una antigedad milenaria.

    Esta red fue visiblemente apropiada por la cultura campesina que fue asentndose

    en el interior de la isla la cual se pobl inicialmente de forma dispersa (Abbad y Lasierra

    1788, reedicin 2002). Y fue en el contexto de esta espacialidad rural y boscosa, de un

    paisaje cultural dominado por su componente natural donde la huella humana era un

    precario rasguo, que el batey fue renaciendo con dos personalidades: encrucijada de

    caminos y punto de encuentro en la red vial, y simultneamente como transicin entre lo

    pblico y privado en el dominio domstico del campesino. Este es de hecho el patrn

    primario de batey que define la espacialidad del campo puertorriqueo.

    Su propsito primario era el encuentro e intercambio personal en este mundo de

    campesinos aislados, permitiendo la transmisin de elementos culturales, la difusin de

    informacin y bienes, y las relaciones sociales fuera de la estricta intimidad. Para esto el

    batey puertorriqueo, en esta acepcin, se conformaba como un rea abierta,

    normalmente desprovista de vegetacin pero rodeada por elementos verticales que le

    dieran definicin visual. Normalmente estos elementos eran viviendas o ventorrillos,

    elementos construdos y cuya presencia aseguraba que el batey iba a ser usado como

    referente al menos por los vecinos o usuarios del inmueble adyacente. Otro elemento

    definidor del batey era el tener acceso de camino o vereda, fuera encrucijada o acceso a la

    residencia.

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    En un ensayo anterior (Ortiz Colom 2006) este autor indica que el batey en la

    arquitectura domestica rural era un patio delantero abierto con funciones de transicin

    entre lo ntimo y lo publico, algo asi como la funcin actual del conjunto balcn-sala en

    casas urbanas. Las casas y los bohos campesinos slo tenian espacio suficiente para

    dormir e intimidad, y como norma no ms de dos habitaciones (Jopling 1988). Si alguna

    era sala, a menudo tenia la doble funcin de ser por la noche desahogo para dormir, y en

    todo caso era una sala ms privada en la mayor parte de los casos. El intercambio con

    gente fuera de la familia se hacia en este batey, y adems este espacio serva de nodo para

    los caminos que se adentraban en la heredad del campesino, a las talas y cultivos

    atendidos por el residente y su familia. Esto significaba que el batey era a la vez un punto

    de intercambio material y econmico y no slo un lugar de socializacin.

    El batey domstico casi siempre quedaba alineado con la fachada frontal,

    recibiendo los escalones que ascendan hacia la casa (Mintz 1974, citado por Jopling

    1988), los que a menudo, segun visto en imagenes, servian de asientos improvisados. Los

    visitantes podian tambien sentarse en sillas rusticas, en tures o taburetes, o en piedras o

    troncos.

    Las casas campesinas mantuvieron su modesto tamao durante el siglo XIX

    cuando el auge del latifundismo agrario forz a muchos trabajadores rurales a

    concentrarse en aldeas o a vivir en los "burgos" (nota 1) de los ingenios. Por las

    limitaciones del espacio colectivo los bateyes individuales se combinaron y convirtieron

    en uno o varios por poblado, manteniendo su morfologa y tratamiento pero ahora como

    espacio colectivo. Muchos de estos bateyes compartidos en los poblados de la bajura

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    caera se usaban para organizar bailes y ceremonias ede tipo colectivo, y es de

    entendimiento general que en esos lugares surgieron manifestaciones tales como los

    bailes de bomba, amen de ser lugares de reunion donde se incubo la rebeldia laboral del

    trabajo servil esclavo o jornalero.

    Hasta cierto punto siguiendo lo ocurrido en Cuba y Santo Domingo, y

    probablemente por influencia de dichos paises, el vocablo batey fue adoptado para los

    poblados y complejos de edificios relacionados directamente con los ingenios y trapiches,

    particularmente aquellos donde ubicaban los molinos. Sin embargo los poblados

    tributarios que servian de dormitorios para los trabajadores de la caa en Puerto Rico se

    acostumbraban denominar colonias, no bateyes como en aquellos dos paises. En este

    sentido, el concepto de batey en Puerto Rico mantuvo su funcion de describir un tipo de

    espacialidad mas personal, asociada directamente con las viviendas y a veces con los

    comercios locales, no empece la concesion semantica sealada previamente. El uso de la

    palabra batey no se extendio a las haciendas cafetaleras aunque puede haberse dado el

    caso (aun no escuchado) de que en algun lugar se usara dicha palabra como sinonimo de

    glacil o glacis, el gran espacio pavimentado en argamasa u hormigon primitivo usado

    para secar las semillas del cafe.

    Simultaneo con el auge de la agricultura desde finales del siglo xviii se dio el

    crecimiento de los poblados. Salvo por San Juan, los municipios jvenes eran

    esencialmente poblados de fin de semana segn testimonio de 1765 del funcionario y

    militar irlands al servicio de Espaa, Alexander O'Reilly (en Tapia, 1976). El cronista

    aade que las casas parecen "palomares", aspecto que aun posean casi medio siglo

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    despus segn los dibujos del explorador naturalista francs Auguste Ple hechos en

    1822-23 (Alegra, 1976).

    En los dibujos de Ple las plazas de los pueblos no eran sino reinterpretaciones del

    batey - explanadas abiertas en barro, bordeadas por las escasas estructuras de las

    poblaciones, sin la clara definicin de ejes o permetros que se veran ms tarde. Entonces

    la funcin de estos espacios era consagrada a la congregacin: mercados sabatinos, misas

    y ceremonias en domingos y fiestas, prcticas de milicianos, y en muchos lugares lugares

    de estibado de productos agrcolas, llegando a ser secadero pblico en los municipios

    cafetaleros. Solo despues, con el crecimiento urbano y la prosperidad agraria, las plazas

    se formalizarian a lugares de asueto y sitios de espectaculo tal como mas y menos las

    reconocemos aun hoy.

    La idea del batey, como espacio de transicin y umbral entre lo personal y lo

    colectivo, se mantuvo insistente durante todo el siglo xix y los albores del xx. Subyace su

    continua recreacion en la literatura y las cronicas el hecho de haberse convertido en un

    lugar de intercambio y comunicacion, nodo y locus de conversaciones y transacciones en

    el mundo de las clases subalternas, ambientacion para amorios e intrigas.

    En su extenso estudio del habitat de las clases subalternas de San Juan, Edwin

    Quiles (2003:126) explica una fotografa del sector de Cangrejos (Santurce): [e]n la foto

    nos localizamos en el batey, patio frente a la casa, lugar de reunin, espacio domstico y

    lugar de trabajo ocupado por mujeres y nios. La presencia adems, de cerdos

    husmeando desechos, las piedras y la ceniza como restos de un posible fogn y la planta

    de batata, tubrculo comestible, delatan el carcter complejo del lugar. Es un espacio que

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    adems de utilitario tiene un valor simblico como lugar de aculturacin y socializacin

    (mi nfasis). El uso del batey como sitio de produccin de necesidades domsticas y aun

    de cultivo de algunas plantas alimenticias o medicinales es un aspecto apenas estudiado

    de este patrn espacial.

    El batey se mantena, como dicho antes, en los poblados informales de la zona

    rural. Cuando el espacio escaseaba, las entradas compartidas a grupos de viviendas

    asumira el papel de batey para las familias (a menudo ya vinculadas por sangre). As la

    vida social recapturaba un centro de gravedad. Esto es evidente por ejemplo, en el

    asentamiento rural proletario de La Jagua/La Rosada, al este de Salinas (Ortiz Colom

    1980). Aunque muchas de las casas presentan verjas estas son improvisadas, simblicas y

    marcadoras ante todo de privacidad familiar ms que desafos al acceso por extraos.

    Algunas se suplementan con balcones y existe al menos un caso en el cual el ocupante

    movi los muebles de sala a los rboles frente a su casucha y as convirti su batey en el

    lugar de estar por antonomasia de su pequeo mundo.

    Cuando en 1939 Muoz Marn, el entonces idealista y reformador, decidi

    divulgar su mensaje "justiciero" en un peridico, decidio denominarloEl Batey (Muoz

    Marn, 1983). Bautizarlo con ese nombre fue en cierto sentido un acto revolucionario: el

    mensaje subyacente propona una comunicacin que se acercaba al campesino llegando a

    su nivel y vivencia cultural, no obligndolo a ascender a la cultura del urbanita educado o

    profesional. Y tambin significaba un intercambio igualitario y personal, no una epstola

    que aprender mediante absorcin pasiva.

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    El batey muocista, un universo imaginado en papel que el nuevo orden de

    gobierno local propal efectivamente, coadyuv a la rpida modernizacin de Puerto

    Rico en la post segunda guerra mundial. Y el urbanismo que se impuso mediante la

    vivienda en masa trada durante esa modernizacin fue, sin embargo, lineal, racional y

    socifugo. La dimensin de la calle como ruta lineal y la fragmentacin del espacio

    mediante la lotificacin ortogonal y la zonificacin funcional, privilegi a las redes viales

    sin mantener, como contrapeso necesario, la provisin de espacio no jerarquico y

    centripeto para el intercambio. Cuando este espacio se proveia en su forma, se daba a

    menudo en funcin de lugares para el consumo; fuera de mercancias o de espectculos.

    Esta nueva espacialidad de sello estadounidense, orientada al fin crematstico del

    consumo de masas, ms formal y reglamentada, y enfocada en privilegiar el intercambio

    espontaneo slo entre ncleos pequeos de personas, no se adapt a una sociedad

    acostumbrada a las familias extendidas y las relaciones tales como el compadrazgo que

    ensanchan los crculos ntimos aun ms. Tampoco, en trminos generales las

    comunidades hispanas, sobre todo puertorriqueas, acostumbran mover su dinmica de

    intercambio hacia el interior sino que insisten en hacerla en la calle, donde puedan ser

    vistos desde el dominio pblico, como por ejemplo desde los balcones.

    Las disporas - en especial y espacial la puertorriquea - se han rebelado contra el

    cdigo dominante en las ciudades estadounidenses. Sorprende la cantidad de actividad en

    la acera, en los stoops o escaleras de acceso y en las esquinas o frente a los negocios. Una

    sociedad que valoriza los mensajes verbales y los gestos corpreos mas que la formalidad

    de los escritos no puede replegarse a los estrechos confines de calles y aceras, aun las

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    relativamente anchas de ciudades con gran peatonalidad tales como Nueva York. Las

    congregaciones cuasi-circulares se ven frecuentemente en las calles de sus barrios

    puertorriqueos, aun ms que en distritos de esa ciudad habitados por otros

    latinoamericanos quienes mueven algunas partes de su vida familiar adentro

    (observaciones del autor, junio de 2006).

    En algunos casos el espacio tradicional puertorriqueo ha sido recobrado con las

    denominadas casitas construidas clandestinamente en terrenos abandonados o parques

    pblicos. El batey resurge frente a las mismas, como lo es evidente por ejemplo en el

    Rincn Criollo en Brook Avenue del Bronx, el cual continuamente se ve ocupado en todo

    momento y retoma su carcter de espacio de comunicacin con obvia preferencia sobre el

    interior de la casita donde apenas se vea gente (visita personal del autor, abril de 2005).

    Inclusive se ha llegado a formar el tipo de plaza puertorriquea como la lograda

    en 1978 en el complejo de Villa Victoria en Boston, que aunque el espacio fue diseado

    por un arquitecto anglonorteamericano, el espacio fue incorporado dentro del proyecto

    por la insistencia del grupo comunitario Inquilinos Boricuas en Accin (Sharratt en

    Hatch, 1984). Este es posible uno de los grandes logros urbanisticos de la diaspora

    puertorriquea.

    Entre los puertorriqueos no emigrantes, la excesiva dependencia del automvil y

    las mezquinas prestaciones colectivas de muchos proyectos urbanos han parecido reducir

    la presencia del patrn del batey a partir de un examen superficial de los desplazamientos

    cotidianos. Pero, en rigor, lo que ha hecho es acomodarse otra vez, conquistando ahora

    las marquesinas techadas y los espacios difusos entre las columnas de soporte de

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    residencias altas. Las marquesinas, proyectadas como albergue de automoviles como la

    posesion mas significativa de las familias modernas, son a menudo cerradas y los

    vehculos son expulsados de las mismas hacia la calle o la rampa antecedente a la misma;

    e igual funcin se ve en algunos patios frontales. Estos patios, originalmente pensados

    para dar aislamiento y privacidad a residencias carentes de la tradicional elevacin desde

    la calle, tambin han sido convertidos por muchos en sitios de congregacin con alcance

    hasta la misma calle.

    Esta tendencia a la congregacin, aunque se le llame novelera, junte u otras

    cosas similares, persiste dentro del flamante entorno artificial de los albores del siglo xxi.

    No es comnmente reconocida en la gran mayora de nuestra arquitectura y urbanismo

    contemporneos, ms orientados a seguir los modelos culturalmente hegemnicos, en

    gran parte europeos y norteamericanos y difundidos por el prestigio de la starchitecture

    de nombres reconocidos. Generalmente, en los proyectos de vivienda colectiva, los

    espacios abiertos son asignados rgidamente a actividades particularescanchas

    deportivas, estacionamientos de desahogo, centros comunales, senderoso si no tienen

    funcin particular, el horror vacui de los proyectistas los convierte en siembras

    ornamentales y paisajismo arbolado o florido, solo concebido para la contemplacin.

    Son espacios programados, regimentados, disuasivos por forma o reglamentacin

    de la congregacin espontnea, de la formacin del batey moderno. Y a veces resurge en

    categoras de vivienda especializada, tales como gidas de personas mayores, centros de

    terapia prolongada, villas tursticas. Pero no se ve apropiado buscar este patrn para la

    vida cotidiana de personas normales.

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    Mientras, en los negocios, especialmente los consignados a pasar un buen rato

    como cafetines, restaurantes y sitios nocturnos, el nombreBatey sigue sonando elocuente

    promesa de disfrute, ocio y buenos ingestibles. Desde innumerables ventorrillos de

    camino hasta sitios de lujo como el Batey del Pescador, restaurante elegante de pescado

    que ha existido dentro del hotel Caribe Hilton, el embrujo de este nombre tano persigue a

    los comerciantes vidos de clientes satisfechos.

    Pero el batey no es una forma que puede producirse, taumatrgicamente, de la

    mano del arquitecto o constructor. El batey tiene ante todo que estar respaldado por

    relaciones sociales que se consuman en el mismo y un delicado balance de ejes visuales

    que le vinculen con las familias o vecinos aledaos. Un espacio que ignore estas sutilezas

    ser un patio, ser un rea abierta o de congregacin , pero nunca ser un batey, no tendr

    vida.

    Isar Godreau (2002) analiz la transformacin del barrio de San Antn de Ponce

    tras una revitalizacin auspiciada por el Municipio y la intervencin de un arquitecto

    extranjero con buenos y condescendientes sentimientos hacia los vecinos, y quien quera

    mantener la espacialidad nica del sector. Pero su propuesta fracas estrepitosamente: al

    desarticularse los bateyes tradicionales en los que se dividan ciertas partes del sector,

    vinculado con el auge del folklore musical afro-puertorriqueo (bomba y sobre todo

    plena). Los patios ideados por el arquitecto como sustituto de los bateyes eliminados

    resultaron ser solo espacios vacos que los vecinos vean como escaparates para

    exhibirlos a los turistas, no como sitios pensados en perpetuar la convivencia social de

    ellos y sus tradicionales costumbres.

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    En fin: el batey, como patrn espacial y costumbre de congregacin y de uso del

    territorio, es algo muy imbricado en la idiosincrasia puertorriquea. El tipo de

    congregacin difusa, centrpeta, e igualitaria ha resistido victoriosamente las

    imposiciones espaciales hechas por intereses econmicos o por ignorancia de los modos

    de comportamiento y congregacin de los puertorriqueos.

    El batey posee elementos constitutivos de congregacin, centri(fuga/peta)lidad y

    polivalencia. Siendo imagen existencial y nombre constantemente apropiado, el batey no

    es reliquia sino una forma vigente de usar el espacio y decretar nodos de intercambio

    sociocultural. Es un sistema fluido, evolucionante, impredecible; surge de la interaccin

    social, ms que de un fiat esttico.

    Como objeto, palabra y desidertum, es en rigor el "batey criollo" de una

    identidad oprimida y en resistencia, concepto y vivencia que pertinazmente se niega a

    morir.

    (nota 1) Uso aqu el vocablo burgo en el sentido de una poblacin pequea y concentradaadyacente a un lugar preeminente tal como un castillo o fortificacin. Estos burgos fueron

    la raz de muchos pueblos y ciudades en Europa y el patrn se ha visto tambin en el

    universo colonial en Africa, Amrica y Asia.

    jo

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    FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

    Abbad y Lasierra, Iigo (1788, reeditado 2002)..Historia Geogrfica, Natural y Civil de

    la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Reedicin con notas de Jos Julin Acosta y

    comentarios y edicin de Gervasio Garca. Aranjuez, Doce Calles.

    Alegria, Ricardo E. (1976). Los dibujos del naturalista frances Auguste Plee, 1822-23.Revista del Instituto de Cultura Puertorriquea, no. 68 [julio-sept. 1975], pp. 21-40

    Alexander, Christopher (1977). The Timeless Way of Building. Londres y Nueva York:

    Oxford University Press.

    Alonso, Manuel (1849).El Gbaro. Cuadro de costumbres de la Isla de Puerto-Rico.Barcelona, por don Juan Oliveres. Reproduccin facsimilar por el Instituto de Cultura

    Puertorriquea, San Juan, 1974.

    Godreau, Isar P. (2002). "Changing Space, Making Race: Distance, nostalgia and thefolklorization of Blackness in Puerto Rico".Identities 9(3): 281-304.

    Jopling, Carol F. (1988). Puerto Rican Houses in Sociohistorical Perspective. Knoxville:

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    Mintz, S. (1974). Caribbean Transformations. Chicago, Aldine, pp. 225-250; mencionado

    en Jopling, 1988 (ver arriba), p.23.

    Muoz Marn, Luis (1983).La historia del Partido Popular Democrtico. San Juan:Universidad Interamericana de Puerto Rico.

    O'Reilly, Alexander (1765). "Memoria de D. Alexandro O'Reylly [sic] sobre la Isla de

    Puerto-Rico". En: Tapia y Rivera, A. (1970).Biblioteca Historica de Puerto Rico: Obras

    completas Vol. 3. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriquea, p. 628. (Edicin

    original: Madrid, 1854.)

    Ortiz Colom, Jorge (1980).La Jagua. Estudio de un arrabal rural en Salinas.

    Monografa indita para el curso Sociedad y Cultura del Arrabal del Profesor RafaelRamrez Vergara. San Juan (Ro Piedras): Universidad de Puerto Rico, Facultad de

    Ciencias Sociales.

    Ortiz C olom, Jorge (2006).Batey, Stoop and Veranda.Building Thresholds* betweenRealms in Dwellings and Cities: The Puerto Rican Example. Ponencia indita, sometidaal Congreso Anual del Vernacular Architecture Forum (USA). Nueva York: Vernacular

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    Quiles, Edwin (2002). SanJuan tras su fachada. Una mirada desde sus espacios ocultos

    (1508-1900). San Juan: Instituto de Cultura Puertorriquea.

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    Rouse, Irving (1992). The Tainos. New Haven: Yale University Press.

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    Stahl, Agustn (s.f.) Crnica de un viaje a las Cuevas de la Mora . Artculo sueltoprovisto en reproduccin facsimilar por el Sr. Julio Rodrguez Planell.

    OTRAS FUENTES

    Observaciones personales del autor en viajes e inspecciones de edificios y lugares

    histricos y contemporneos en Puerto Rico y Estados Unidos

    Conversaciones con arquelogos Pedro Alvarado Zayas y Jos Rivera Melndez, desde

    2000 en adelante