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257 encuentro El arte de recordar IVETTE GÓMEZ Abilio Estévez El navegante dormido Tusquets Editores Barcelona, 2008, 377 pp. ISBN: 978-84-8383-068-0 Con El navegante dormido, Abilio Estévez completa una trilogía narrativa cuyas dos pri- meras partes fueron Tuyo es el reino (1997) y Los palacios distantes (2002). En su nueva novela, el escritor vuelve a encallar en temas abordados en las dos primeras: la deca- dencia de La Habana post1959, el sentido de pérdida que suscita el presente revolucio- nario, la nostalgia por el pasado republicano, la persistencia del miedo, y la insistencia en la práctica de una memoria subjetiva que se opone a la objetividad de la Historia. Es ésta también una historia que se escribe a través del uso del recuerdo: en este caso, de la familia Godínez, historia contada por Valeria, uno de sus miembros. Al ver cómo la nieve cubre el Hudson desde su apartamento del West Side neoyor- kino, una Valeria casi cincuentona rememora los sucesos que desata, treinta años antes, en octubre de 1977, la llegada de un huracán a la apartada playa habanera donde vivía. El principal de ellos, la huida en un bote de su primo Jafet rumbo al Norte, evoca, a su vez, otra pérdida ocurrida treinta y seis años antes: la desaparición en el mar de su tío Esteban. Es la ausencia de estos dos jóvenes, Jafet y Esteban, «los navegantes dormidos» que se entregan al mar con un sueño —literal en el caso del segundo, meta- fórico en el caso del primero—, lo que estruc- tura y da título a la novela. Al igual que las anteriores novelas de Estévez, El navegante dormido es, definitiva- mente, una historia de pérdidas y ausencias, aunque también de presencias y recupera- ciones, de rescates posibilitados por «el arte de recordar». Este arte se opone a otro, «el arte de la espera», que, como sugiere Rafael Rojas en uno de sus libros, cuenta con la inercia y la apatía, con la falta de rebelión contra el poder, contra su uso autoritario del pasado y su dominio y manipulación simbó- lica del tiempo. Ante la pasividad de la espera, ese «nada que hacer, salvo esperar» (p. 317), el relato de Estévez opta por la acti- vidad que genera el recuerdo. En la novela no es sólo Valeria quien recuerda el día en que su temprana juventud perdió un amor, su primo Jafet —el mar—, para encontrar otro, el mulato Juan Milagro —el monte—. También recuerda a su abuelo, José de Lourdes Godínez, el Coronel Jardinero, el día de júbilo en el que conmemoró el octavo aniversario de la proclamación de la República en el cuartel Columbia, y su abuela Andrea, quien rememora aquel otro día, aterrador, en el que perdió a su hijo Esteban. El tío Mino recuerda las noches de bares y estrellas de Hollywood de La Habana de los 50 y la tía Elisa, cuando su fe en la «justicia social» de la Revolución no le permitió saludar a Virgilio Piñera. Recuerda el tío Oliverio los meses de terror que pasó en la UMAP, y la negra anciana Mamina rememora la noche angustiosa en que escapó de la muerte en la guerrita de 1912, y la mañana milagrosa en que conoció a Samuel O. Reefy, el doctor de Wisconsin con el que tiene una hija y del que hereda el bungalow playero que comparte con los Godínez. Todos los personajes de la novela recuerdan, evocan tiempos de terror y feli- cidad, de glorias y desastres, pues la memoria, como la Historia, no está exenta de paradojas, y como ésta, también se mantiene en el límite entre la realidad y la ficción. Contra el olvido, El navegante dormido ejerce el recuerdo. El recordar no es sólo la acción que hace posible la escritura de la novela, sino también su lectura. Un relato extenso y de pocos diálogos, poblado por más de una docena de personajes y hecho a base de fragmentaciones narrativas con saltos en el tiempo y el espacio, obliga al lector a hacer uso del recuerdo para no des- orientarse, para ir armando el rompecabezas que se presenta ante sus ojos. Al final, triunfa la inseguridad que produce la práctica de la memoria, pues algunas de las historias que se narran quedan inconclusas (como la de Vicenta de Paul y su encuentro en Nueva York con el «hombre alto y elegante, con sombrero BUENA LETRA

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El arte de recordarIVETTE GÓMEZ

Abilio EstévezEl navegante dormidoTusquets EditoresBarcelona, 2008, 377 pp.ISBN: 978-84-8383-068-0

Con El navegante dormido, Abilio Estévezcompleta una trilogía narrativa cuyas dos pri-meras partes fueron Tuyo es el reino (1997)y Los palacios distantes (2002). En su nuevanovela, el escritor vuelve a encallar en temasabordados en las dos primeras: la deca-dencia de La Habana post1959, el sentido depérdida que suscita el presente revolucio-nario, la nostalgia por el pasado republicano,la persistencia del miedo, y la insistencia enla práctica de una memoria subjetiva que seopone a la objetividad de la Historia. Es éstatambién una historia que se escribe a travésdel uso del recuerdo: en este caso, de lafamilia Godínez, historia contada por Valeria,uno de sus miembros.

Al ver cómo la nieve cubre el Hudsondesde su apartamento del West Side neoyor-kino, una Valeria casi cincuentona rememoralos sucesos que desata, treinta años antes,en octubre de 1977, la llegada de un huracána la apartada playa habanera donde vivía. Elprincipal de ellos, la huida en un bote de suprimo Jafet rumbo al Norte, evoca, a su vez,otra pérdida ocurrida treinta y seis añosantes: la desaparición en el mar de su tíoEsteban. Es la ausencia de estos dosjóvenes, Jafet y Esteban, «los navegantesdormidos» que se entregan al mar con unsueño —literal en el caso del segundo, meta-fórico en el caso del primero—, lo que estruc-tura y da título a la novela.

Al igual que las anteriores novelas deEstévez, El navegante dormido es, definitiva-mente, una historia de pérdidas y ausencias,aunque también de presencias y recupera-ciones, de rescates posibilitados por «el artede recordar». Este arte se opone a otro, «elarte de la espera», que, como sugiere RafaelRojas en uno de sus libros, cuenta con lainercia y la apatía, con la falta de rebelión

contra el poder, contra su uso autoritario delpasado y su dominio y manipulación simbó-lica del tiempo. Ante la pasividad de laespera, ese «nada que hacer, salvo esperar»(p. 317), el relato de Estévez opta por la acti-vidad que genera el recuerdo. En la novela noes sólo Valeria quien recuerda el día en quesu temprana juventud perdió un amor, suprimo Jafet —el mar—, para encontrar otro,el mulato Juan Milagro —el monte—. Tambiénrecuerda a su abuelo, José de LourdesGodínez, el Coronel Jardinero, el día de júbiloen el que conmemoró el octavo aniversariode la proclamación de la República en elcuartel Columbia, y su abuela Andrea, quienrememora aquel otro día, aterrador, en el queperdió a su hijo Esteban. El tío Mino recuerdalas noches de bares y estrellas de Hollywoodde La Habana de los 50 y la tía Elisa, cuandosu fe en la «justicia social» de la Revoluciónno le permitió saludar a Virgil io Piñera.Recuerda el tío Oliverio los meses de terrorque pasó en la UMAP, y la negra ancianaMamina rememora la noche angustiosa enque escapó de la muerte en la guerrita de1912, y la mañana milagrosa en que conocióa Samuel O. Reefy, el doctor de Wisconsincon el que tiene una hija y del que hereda elbungalow playero que comparte con losGodínez. Todos los personajes de la novelarecuerdan, evocan tiempos de terror y feli-c idad, de glorias y desastres, pues lamemoria, como la Historia, no está exenta deparadojas, y como ésta, también se mantieneen el límite entre la realidad y la ficción.

Contra el olvido, El navegante dormidoejerce el recuerdo. El recordar no es sólo laacción que hace posible la escritura de lanovela, sino también su lectura. Un relatoextenso y de pocos diálogos, poblado pormás de una docena de personajes y hecho abase de fragmentaciones narrativas consaltos en el tiempo y el espacio, obliga allector a hacer uso del recuerdo para no des-orientarse, para ir armando el rompecabezasque se presenta ante sus ojos. Al final, triunfala inseguridad que produce la práctica de lamemoria, pues algunas de las historias quese narran quedan inconclusas (como la deVicenta de Paul y su encuentro en Nueva Yorkcon el «hombre alto y elegante, con sombrero

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panamá»), o se debaten entre la verdad y la fan-tasía (como los sucesos que preceden a la des-aparición de Esteban, que son contados en tresversiones diferentes). Lo interesante de lanovela de Estévez es que el recordar se con-vierte en la acción que conecta tiempos aparen-temente inconexos y espacios que insisten enla inconexión: el 2007 de los Estados Unidoscon carteles en contra de George W. Bush y del«desangre lento en que se había convertido laguerra en Irak» (p. 296) con la Cuba de 1977,en la que la escasez material y el exceso deintolerancia y censura hacen difícil creer el findel «quinquenio gris». La relación imposibleentre ambos países se hace posible en el textoa través de aficiones compartidas: la de Mino alel jazz y al blues de Elmore James, Bing Crosbyy Bessie Smith; la de Valeria a la literatura deFlannery O’Connor, Katherine Anne Porter y Ste-phen Crane. Además, la travesía del ferry Cityof Havana, que conecta la capital cubana conKey West; la existencia en medio de Wisconsinde un pueblo llamado Cuba City. Manifiesto deun vínculo que supera las barreras políticas, laúltima novela de Estévez rinde homenaje a larelación de la cultura cubana con la estadouni-dense. Esto es especialmente revelador (y rele-vante) si se considera que casi todos los epí-grafes de la novela son citas de escritoresnorteamericanos: de W.H. Auden, SherwoodAnderson, Edgar Allan Poe, Elizabeth Bishop yHerman Melville.

El arte de recordar que practica la novelade Estévez no pretende la mitificación delpasado, ni su idealización, ni su recuperacióntotal. La práctica de memorización presenteen ella no apuesta por la restauración delpasado, no participa del uso nostálgico de lamemoria que invoca y demanda el Estado:una nostalgia que gravita hacia lo colectivo yque se manifiesta en la reconstrucción demonumentos, emblemas y rituales patrios. Aeste tipo de evocación, la novela opone eluso de una memoria subjetiva, fragmentada eirónica, un recordar que procura diferenciarsede la añoranza. Este es el caso de Valeria, dela que se asegura que cuando piensa enCuba no lo hace con nostalgia: «Nunca año-rará esa tierra y nunca, en sus momentosmás trágicos, ha sopesado la idea deregresar. Ni siquiera considerando la ilusa

esperanza de que en la isla se instaure algunavez el paraíso terrenal. Valeria pensará quetanto los paraísos como los infiernos viajancon uno» (p. 288). El recuerdo se convierteasí en la actividad que genera no sólo unareflexión crítica sobre el pasado, sino tambiénuna representación poco idealista y utópicadel lugar de origen. Este sitio —y la identidadque de él se desprende— se mantiene sus-ceptible a modificaciones, abierto a nuevasposibilidades en la novela; se presenta comoun lugar imaginado, construido, al fin y alcabo, por la memoria y la escritura.

En Estévez, recordar se transforma en unarte que permite, desde el exilio, un acerca-miento soslayado a la Isla, una aproximaciónmarcada por el mismo ritmo de las mareas: porun ir y venir constante. La posibilidad de asirla,definirla o fijarla es tan improbable como frágil,es un bote enfrentado a un huracán o lamemoria frente al paso de los años. Estévezlogra de este modo lo que pocos escritorescubanos contemporáneos: rescatar la escriturade «lo cubano» del nacionalismo identitario (yde los otros «lugares comunes» en los que nau-fraga últimamente), para echarla a «navegar»por mares más universales (y de estilo). Elautor se convierte, entonces, en el tercer«navegante dormido» de la novela —conven-cido, como Jafet, de que cualquier viaje de idao de regreso es «un sueño» (p. 376)—, y optapor escribir a Cuba sólo desde la memoria:«Porque hay hombres que necesitan tanto delos paisajes como de los recuerdos» (p. 301). ■

¿Es justo y necesario?CRISTÓBAL DÍAZ AYALA

VV. AA.Historia de Cuba Consejo Superior de Investigaciones CientíficasEdiciones Doce Calles S.L. Madrid, 2009. ISBN (CSIC) 978-84-00-08790-6

Según se señala en la contraportada de la,este libro es el primer volumen del proyectoHistoria de las Antillas, del que es DirectoraConsuelo Naranjo Orovio, coordinadora del258

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presente volumen. En sus siguientes entregas,se ocupará de la historia de la República Domi-nicana (vol. 2), vlas Antillas no hispanas (vol.3),Puerto Rico (vol.4), para cerrar, en el vol. 5,con una Historia comparada de las Antillas.

En esta Historia de Cuba quince autores sehan encargado de redactar los diecinueve capí-tulos de la obra. Seis son españoles, unfrancés, un checo, un italiano, tres cubanos dela diáspora, una cubana y otros dos autoresque, al parecer, tienen su residencia perma-nente en Cuba aunque se encuentren actual-mente en España. Seis cubanos y nueveextranjeros, entre ellos seis españoles, un paísal que nos unen muchos siglos de historiacomún. Por la misma razón, sería lógico queapareciera algún «experto» de Estados Unidos,y algún latinoamericano. Claro que eso es lode menos. Uno de los mejores libros sobre lahistoria de España lo escribió un inglés, HughThomas. No necesariamente el ius soli garan-tiza la objetividad de un investigador. La miradadel otro siempre aporta una visión diferente ycon frecuencia interesante.

En la liturgia de la misa católica, el prefasiode la Plegaría Eucarística comenzaba diciendo«Es justo y necesario», y me pregunto si estelibro «es justo y necesario». Lo primero,porque creo que el concepto del «antilla-nismo» ha sido sobrepasado hace tiempo porel concepto de «caribeñismo», más abarcadory funcional. De hecho, la coordinadora señalaen su «Presentación», donde alude al Caribeen varias ocasiones, que la génesis de esteproyecto data de 2006, «en el marco de laRed de Estudios Comparados del Caribe yMundo Atlántico».

Y basta comenzar a leer el libro, para verlos nexos que tienen las Antillas con el restodel Caribe (en el concepto amplio que actual-mente se le da a ese término) desde loscomienzos de la conquista, una conexiónimprescindible.

Por otra parte, es bastante difícil seguir unaconcatenación metodológica en este libro, biensea cronológica o temática. Aparentemente, alos efectos de este libro no es importante fijarla fecha del descubrimiento de Cuba. Un capí-tulo comienza en 1500; otros, en 1510.

La primera parte, «Población», comienzacon un Capítulo 1 muy bien construido por

Alejandro de la Fuente, «Población libre yestratificación social», y abarca de 1510 a1770. El Capítulo 2, «Evolución de la pobla-ción desde 1760 a la actualidad», a cargo deConsuelo Naranjo Orovio, se solapa diez años(1760-1770) con el anterior. Y se trata de una«actualidad» muy imprecisa: en un libro publi-cado en 2009, los datos más recientes sonlos del Censo de Cuba de 2002.

La segunda parte trata de la economía: Enel Capítulo 3, De la Fuente cubre el período1500-1700, y Antonio Santamaría García, de1700 a 1959. En vez de seguir el orden esta-blecido, lo que ocurre en la economía de1959 a 2008 no aparece hasta la sextaparte, «Medio siglo de Politicas Ecónómico-Sociales en Cuba Socialista», aunque muybien explicada por Carmelo Mesa Lago.

La Tercera Parte, Sociedad, comienza conel Capítulo 5 dedicado a la esclavitud entre1500 y 1886, y el 6, dedicado a la Sociedad(no esclava, 1510-1770), ambos firmadospor De la Fuente. El Capítulo 7, de Joan Casa-novas Codina, cubre «Sociedad no esclavi-zada. Grupos y vida cotidiana entre lasreformas borbónicas y la independencia,1770-1902». Y termina con el 8, Sociedad,que cubre de 1902 a 1959. Hasta ahí llega elrelato. Aparentemente, no hay Sociedad enCuba de 1959 en adelante.

En la Cuarta Parte, se le dedican 5 capí-tulos a la Politica. El capítulo 9, «Cuba en elcontexto internacional» comienza hablando dela primera mitad del siglo XVI (digamos 1550)y termina abruptamente en 1961 (p.251). ElCapítulo 10 se ocupa de la «Organización polí-tico-administrativa y mecanismo del podercolonial, siglos XVI-XVIII». El 11, de «La vidapolítica entre 1780 y 1878». El capítulo 12es «Un nuevo orden colonial: del Zanjón alBaire, 1878-1898». Y el 13, «El desarrollopolítico, 1898-1962» sugiere que, como en elcaso de la Sociedad, no hay vida política enCuba a partir de 1962.

En La Quinta Parte, Cultura y Ciencia, loscapítulos no tienen fecha: intentemos fijarla através de sus textos. El Capítulo 14, «Apuntespara una historia intelectual», de Rafael Rojas,comienza acertadamente aludiendo al Diariode navegación de Colón, y termina abrupta-mente alrededor de 1971. En el Capítulo 15,

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Literatura, se repiten muchos de los temas tra-tados en el capitulo anterior, comenzando en1898, pero sí llega hasta la primera década delsiglo XXI y, además, dedica espacio a la diás-pora (p.426). El Capítulo 16, sobre la prensa yel cine, comienza con la Gazeta de la Havana(1764) y se llega a principios del siglo XXI, sinmencionar la prensa de la diáspora. En cuantoal cine, se va desde sus comienzos comoespectáculo a principios de siglo XX con los pri-meros ensayos, hasta la explosión cinemato-gráfica posterior a la Revolución, incluyendouna mención al cine de la diáspora. El Capítulo17, «La arquitectura, las artes plásticas y lamúsica en la cultura cubana» es, en realidad, larazón de ser de este análisis, aunque no podíadejar de anotar la falta de orden editorial, comouna carrera en que los corredores arrancandesde distintos puntos de partida, y van aban-donando la carrera en puntos diferentes.

Ante todo, me resulta increíble que en unlibro de 625 páginas se le dediquen sólo 25páginas a la arquitectura, las artes plásticas yla música, de ellas sólo 8 a la música, posible-mente la contribución más grande de Cuba a lacultura universal. En ellas no se menciona elprimer género musical creado en Cuba, elpunto guajiro, posiblemente desde mediadosdel siglo XVIII. El capítulo comienzan con losareitos que encontraron los españolesen1492, y termina a «mediados de la décadadel cincuenta» (p.473).

Otras observaciones debemos hacer a lasbreves notas que, sobre la música, se vanintercalando en este capítulo. En la p.456 quecorresponde a la subsección titulada «Delareíto a los maestros de Capilla»,se dice que«la música de los aborígenes desapareció o,más bien, se diluyó en el cancionero de loseuropeos». Muy diluída debe estar, porquecomo bien señala la propia autora en lapágina siguiente, nadie, ni siquiera FernandoOrtiz, ha podiso, hasta ahora, encontrar esasreminiscencias.

Y en la página 457, parece necesario señalarque no era solamente la flota de la Plata la queempezóa frecuentar el puerto de la Habana amediados del siglo XVI, sino muchos de losnavíos españoles en su viaje de ida o vuelta,hasta hacerse obligatoria esta última visitamediante el sistema de navegación conjunta de

la Flota que empieza a funcionar en1543 y seconsolida en 1561, estableciendo La Habanacomo puerto de reunión para que todos losnavíos crucen juntos el Atlántico dos veces alaño. (Leví Marrero; Cuba, Economía y Sociedad;vol. 2, p.148). Las bases de la música cubanaempiezan a fraguarse en esa gran retorta enque se convierte La Habana durante semanas:mezcla de razas y nacionalidades.

Es cierto, como dice la autora, que las pri-meras grabaciones de son fueron cuatronúmeros grabados en 1917 en Nueva Yorkpor el Cuarteto Oriental. Pero fueron másdifundidas las realizadasen La Habana en1918 por el Sexteto Habanero de Godínez(Díaz Ayala, Cristóbal; Discografía de laMúsica Cubana, 1898-1925, p.324).

Como señalamos antes, el relato de lomusical termina abruptamente a mediados delos 50. No puede responsabilizarse a laautora, Zoila Lapique. En obras de esta natu-raleza, establecer y delimitar las áreas quecubrirá cada colaborador y fijar el número depáginas de acuerdo con la importancia deltema es responsabilidad de la coordinadora oeditora. Pero ignorar las artes plásticas y lamúsica cubanas, dentro y fuera de Cuba, delos 60 en adelante, es imperdonable.

Tuvo más suerte la Ciencia, a la que se lededicaron las 43 páginas del Capítulo 18,aunque, salvo Carlos J. Finlay, entre los cientí-ficos cubanos no conozco figuras de la tallauniversal de José Martí, Ernesto Lecuona, Wil-fredo Lam, etc.

Es incomprensible que el tema de la «Pobla-ción» llegue hasta 2002; la «Economía», hasta2008; la «Sociedad, Cultura y Ciencia», hasta1959, y la «Política», hasta 1963. Por qué nose habla de una diáspora, que según datos dela propia Naranjo (p.56), ascendía a 1.200.000personas (sólo en Estados Unidos) a principiosde este siglo.

Creo que ésta será una de las pocas oca-siones en que tanto la diáspora como la pobla-ción de la Isla concuerden en que se trata de unlibro muy insatisfactorio, aunque sus redactoresnos entreguen en muchos casos excelentes tra-bajos. Gracias a la falta de coordinacion y pla-neamiento integral del tema, el ajuste entreesos trabajos, su integración en un volumencoherente, dejan mucho que desear. ■260

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Los animales humanosde García RamosJESÚS J. BARQUET

Reinaldo García RamosEl ánimo animal.Ilustraciones de justoluis (Justo Luis García). Coral Gables: Bluebird, 2008, 74 pp.ISBN: ISBN: 978-1-60702-683-9

Se cree que son muchos los peculiares atributosque colocan al ser humano en la cúspide deldesarrollo biológico, pero bestiarios poéticoscomo éste de Reinaldo García Ramos (RGR) nosrecuerdan que las semejanzas entre los reinosanimal y humano son mayores o más significa-tivas que las diferencias. Ni las motivaciones nilos comportamientos de estos animales de RGRnos son ajenos, ya que estos se definen a partirde dicotomías que tanto ellos como nosotroshemos sabido resolver con mayor o menor for-tuna. De esta forma, «saber/no saber» seresuelve en una inocencia de connotacioneséticas derivada y salvada de la sabiduría obte-nida en la experiencia; «movimiento/fijeza» seresuelve a favor de la paz interior que, frente alcaos y sinsentido exterior, ofrece la quietud;«ser uno mismo/ser otro» se apunta como eseextraño pero común afán o movimiento ince-sante del espíritu de querer ser precisamente loque no es; «afuera/adentro» opta por la defensade un espacio íntimo, incontaminado, que sedefine como vigilia onírica o sueño alerta; «cap-turar/ser capturado» (o «victimario/víctima»)alude igualmente a la existencia humana, seaporque ilustra dramáticamente el ansia de devo-ración física o emocional que mueve a los nece-sitados de poder o predominio, o porque revelaparadójicamente ese otro impulso de quererdejarse capturar o domesticar.

El sueño de la imaginación poética de RGRno produce bestias inéditas o mitológicas,como puede verse en otros bestiarios, inclusoaquellos con análogo interés por espejear lohumano. Aquí, las únicas entidades inventadasno aspiran ni al mito ni al asombro; son doshumildes y cotidianos animales «metafóricos»,advierte RGR: la pajarita de papel y la gallinitaciega (p. 30). Sus animales reales corres-

ponden a los más diversos ambientes natu-rales: aves, peces, insectos, roedores… Y hayun interés peculiar por los animales precisa-mente devaluados y/o escasamente legiti-mados o sublimados por la cultura occidental:alacrán, ratón, lechuza, grillo, hormiga, ter-mita, rana, tiburón, oso hormiguero, pato,puerco espín, buitre, araña, majá, jicotea…

La resonancia cubana de esos dos últimosvocablos se halla también en las dos «ver-siones» de «La víbora del veneno», alusión a unpoema de los Versos sencillos, de José Martí.Claramente emparentada con la satanizadaserpiente bíblica, la tradicional víbora «despre-ciable» halla justicia en este libro: RGR señalala natural inocencia de las víboras: «se alimen-taban de legumbres y de flores silvestres;tenían colmillos poderosos, pero no sabíanpara qué les habían dado aquel l íquidoextraño» (p. 15), y deja constancia de la pro-testa de la víbora «cuando le informaron queiba a ser un animal venenoso» (p. 38).

El tema de la devoración, asociada a «cap-turar/ser capturado», estructura el cuaderno.Gesto vital e instintivo del reino animal (y, asi-mismo, del reino humano), dicha devoración,sea física o emocional, constituye una formade poder o de predominio y, en este sentido,un recurso imprescindible para sobrevivir, perotambién para jugar, soñar y alimentar ilu-siones. Tal como se ve en el ser humano queRGR incluye entre los animales de su bestiario.No ahogado ni muerto, sino inmerso en unhábitat ajeno (el agua), este ser humano noindicado en el título del poema («Peces ham-brientos») ni clasificado en el texto, sino reve-lado por el «yo» poético («mi cuello», «mi gar-ganta», «mi pecho», «mi piel»), se sienteeróticamente «palpitante y ansioso» frente alos peces que lo rodean con sus «fauces deli-ciosas». Ser devorado por ellos («rotunda den-tellada», «me despedazan») no le provocatemor ni deseo de huida, sino un placer infinitoque le descubre «sueños», y a dicho placer seentrega sin reserva alguna (pp. 68-69).

Así como RGR captura a estos animales enel espacio humano del libro, los peces, en suhábitat natural capturan al ser humano, y en elsiguiente poema se trasforman de victimariosen víctimas satisfechas entre los danzantestentáculos de la anémona: «un repentino

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elogio» sienten los peces al ser capturadospor ésta (p. 70). Así, un juego de espejos, deinversión de papeles, de disfrute o agonía enuno u otro destino existencial, estructura for-malmente la composición del libro, conpoemas que se responden o dialogan entre síy permiten, al exponer a los animales conrasgos contrastantes, una infijeza en sucaracterización y, consecuentemente, la com-prensión de la psiquis humana.

El poemario está dedicado al artista cubanoJusto Luis, quien es autor, además, de las ilus-traciones de este maravilloso libro. Todasfueron creadas a partir de los poemas, sin queesto haya significado dependencia. Muchosdibujos exceden la mera trascripción a imagendel poema para incorporar una sutil interpreta-ción o comentario plástico, como se ve en laimagen de la «lechuza retirada». Allí donde RGRconstruye una lechuza cansada del mundo,Justo Luis adjudica a su lechuza, con la línea yel tono de los ojos y pestañas, con la expresiónfacial resultante, una superioridad levementecoqueta que enriquece lo sugerido por elpoema (pp. 16-17).

Además de las ilustraciones a toda páginade cada poema, hay pequeñas viñetas dis-persas por algunos textos. Entre ellas se des-taca un leitmotiv plástico: la imagen de unoso atrapando con su garra un panal de miely haciendo huir a las abejas. Corresponde alpoema «Salvaje hormiga», pero reaparece enotros contextos. La idea de hormiga estáimplícita en el panal, pues la imagen se derivadel último verso, donde la hormiga antigre-garia está consciente de que su acto de libreafirmación individual puede llevarla al placery, desde ahí mismo, a su destrucción: «Voy aencontrarme con el oso, o con la miel». Con-trastando con la hormiga rebelde aparecenlas otras del poema, las conformistas y desin-dividualizadas, hechas «para seguir la fila, /para ir y venir por el mismo camino» (p. 45).

El poema y su viñeta sintetizan así los ele-mentos (libertad individual, riesgo, placer,devoración) que conforman, junto a otros dellibro, una concepción del sentido de la exis-tencia individual humana. Al optar por la indivi-duación, opción presente ya en libros ante-riores de RGR, se cuestionan o desapruebanlas conductas y los discursos gregarios y

homogeneizadores que han marcado, hastahoy, importantes momentos en la historia dela humanidad. Asimismo, en «Encuentro deculebras» reaparecen esos entes biológicostanto animales como humanos que, revueltosen un «nudo de víboras» (título de una novelade François Mauriac), «una y otra vez hacenlo mismo», repiten o mimetizan hasta losgestos de sus supuestos enemigos (p. 33).

El ser humano tiene en este bestiario otropoema significativo: «Magistral juego». Comoespectadores, vemos a los pingüinos divertirseen el «escenario magistral» que les han creadoen el zoológico del Parque Central de NuevaYork. No están conscientes —cree, tal vez erró-neamente, la humana voz poética— de que todoese hábitat «es falso». Para ellos, la vida escomo un juego inocente largamente disfrutado.Aparece ahora entre los animales y loshumanos, ya no la analogía que hemos apun-tado, sino un curioso contraste que nos colocaen una posición inferior a la de las bestias. Ató-nitos, escépticos, incrédulos, miramos a estospingüinos «sin comprender su solución deljuego», que debiera ser la vida (p. 49). El sabio ysaludable espíritu o ánimo que irradian estoscandorosos pingüinos —junto con el conejo, elcocodrilo, la lechuza y otros— parece aler-tarnos de que hay algo roto en el reino humano.Urge, sin excusa alguna, aprender de los ani-males para, como dice la lúdica tonadilla implí-cita en el título del cuaderno («alánimo, alánimo,la fuente se rompió»), mandarnos a componer. ■

De Trotski y el desencantoLUIS MANUEL GARCÍA MÉNDEZ

Leonardo PaduraEl hombre que amaba a los perrosTusquets Editores, Barcelona, 2009573 pp. ISBN: 978-84-8383-136-6

Cuando supe que Leonardo Padura se embar-caba en una novela sobre el asesinato deLeón Trotski por Ramón Mercader, pensé quese estaba metiendo en camisa de once varaspor varias razones. Se trata de una historiaharto conocida. La vida de Trotski (física e262

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ideológica) puede recorrerse al detalle tantoen su autobiografía Mi vida (1930), como enLa revolución permanente (1930) y La revolu-ción traicionada (1936). Por si fuera poco,existe una copiosa bibliografía al respecto,comenzando por tres libros excelentes deIsaac Deutscher: Trotski, el profeta armado;Trotski, el profeta desarmado, y Trotski, elprofeta desterrado, así como el Trotski en elexilio, de Peter Weiss. Sobre el asesinato haylibros, obras de teatro y películas. Entreotras, la pieza teatral Trotsky debe morir, delperuano José B. Adoph; la tendenciosa bio-grafía novelada El grito de Trotsky. RamónMercader, el asesino de un mito, del perio-dista mexicano José Ramón Garmabella, oCómo asesinó Stalin a Trotsky, de JuliánGorkin. Salvo sus diez minutos finales, esprescindible la película El asesinato deTrotsky (1972), de Joseph Losey.

Trabajar sobre materia prima tan mano-seada exigiría del autor no sólo pericia y saga-cidad narrativa, sino un enfoque verdadera-mente novedoso y una inmersión a fondo enlos pasadizos de la naturaleza humana siquería salir airoso. Más una dificultad extralite-raria. La figura de Trotski ha sido y es en Cubatabú. Si los viejos comunistas del PartidoSocialista Popular (PSP) fueron estalinistasortodoxos, los nuevos comunistas del PCC sealinearon con el postestalinismo brezhnievianoy acataron la línea de ocultación de la vida, laobra y, especialmente, del asesinato del fun-dador del Ejército Rojo. Del mismo modo, en laIsla se ha escamoteado la colaboración deStalin con Hitler, su diktat a los comunistas ale-manes que permitió el ascenso del Führer, lasinvasiones de la URSS a Polonia, Finlandia y lospaíses bálticos, así como su actuación en laGuerra Civil Española. Asuntos que Padura ven-tila con acierto en este libro.

El resultado es una novela extensa y, enbuena medida, intensa. A pesar de ser la his-toria de una muerte anunciada, Paduraarrastra al lector página tras página con unnervio y una garra narrativa admirables,aunque desigual entre los diferentes hilosargumentales. Coincido con Javier Fernándezde Castro (http://www.elboomeran.com) enque «Padura es un narrador de largo aliento ysabe situar al lector en el tiempo, el espacio

y la perspectiva de quien habla en cadamomento, y (…) que no decaiga el interés».

A propósito de la estructura de El hombreque amaba a los perros, el autor afirmó quese trata de tres novelas en una, «el gran des-afío es que consigan una armonía» y que seintegren (http://laventana.casa.cult.cu). Yoprefiero hablar de dos líneas argumentalesconcurrentes y una prescindible. La primeralínea narra la vida de Liev Davídovich Brons-tein, más conocido como León Trotski, desdesu confinamiento en Alma Atá y su exilio enTurquía, Francia y Noruega, hasta su muerteen Coyoacán. La segunda, cuenta la conver-sión del combatiente republicano Ramón Mer-cader, alias Jacques Morand, en sicario alservicio de Stalin y su consumación. Y la ter-cera, que se desarrolla en La Habana desde1976 hasta 2004 o 2005, tiene como prota-gonista a Iván, y su desmoronamiento desdesus inicios como escritor promisorio hasta suruina final, siendo Daniel Fonseca Ledesma,otro escritor devenido taxista, quien fungecomo narrador de la historia cumpliendo elmandato de su amigo.

Tres tonos e intensidades bien diferentesmarcan las tres líneas argumentales. Y ellotambién se refleja en su peso dentro de laobra. Hay una proporción casi geométricaentre las tres historias: la línea argumental deIván, que ocupa 109 páginas de la novela, escasi duplicada por la línea de Trotski, con176 páginas, y ésta, a su vez, es casi dupli-cada por la línea de Mercader, que ocupa269 páginas. Y no es casual que eso ocurra yque la preeminencia de una sobre otras seacentúe a medida que avanza la obra. Si en laprimera parte, Trotski y Mercader tienen elmismo peso seguidos a distancia por la vidade Iván; en la segunda parte la historia deTrotski duplica las páginas que el autor lededica a Iván, y la de Mercader las triplica. Enla tercera parte, Trotski ya ha desaparecido yMercader acapara las cuatro quintas partes,para concluir con una coda en la vida de Ivánque enlaza con el capítulo 1.

La historia de Trotski está narrada en unaprosa exacta, concisa, casi exenta de diá-logos y florituras. Como un buen libro de his-toria plagado de datos que, no obstante,lejos de entorpecer la lectura, sitúan al lector

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(particularmente al lector cubano, adoctri-nado a silencios) en los contextos de una his-toria que, de otro modo, sería ininteligible.Aunque la visión que se ofrece de Trotski esbastante amable, no se excluyen su protago-nismo en la represión ni sus juicios más des-carnados sobre la revolución traicionada, eincluso sobre su propia praxis revolucionariacomo el germen del estalinismo. Es precisa-mente en esta zona donde el lector cubanoencontrará más guiños hacia su realidadinmediata, un estalinismo de baja intensidad.

La vida de Ramón Mercader es el más«novelesco» de los hilos narrativos. Contadacon una intensidad dramática que recuerda losmejores momentos de La novela de mi vida, esla zona mejor resuelta de la novela. Al estilodel Víctor Hughes de Alejo Carpentier en Elsiglo de las Luces, un personaje histórico peroepigonal, con todas sus áreas de silencio, per-mite a Padura novelar, construir al personajeliterario con todas sus aristas, rellenando loshuecos de verdad histórica y comprobable conuna configuración verosímil. La información seengarza adecuadamente con la dramaturgia yel lector entra con asiduidad en la piel de Mer-cader, un efecto que no abunda en la narrativacubana. Incluso algunos de los secundariosseducen en esta zona por su veracidad: elcínico Kotov y todos sus alias, y, sobre todo,esa Caridad que opera en el texto como unaMariana Grajales perversa con toques inces-tuosos y una soledad más devastadora que ladel propio protagonista.

La tercera línea argumental, la del jovenIván que conoce accidentalmente a RamónMercader mientras éste pasea a sus perrospor la playa de Santa María del Mar, es lamás endeble. Si los primeros dos hilos narra-tivos son imprescindibles para la consuma-ción de la historia, éste es perfectamenteprescindible. Siguiendo la estela de La novelade mi vida, Padura ha necesitado anclar explí-citamente el pasado en el presente, el out-side en el inside. Pero, a diferencia de lanovela de Heredia, donde la búsqueda de losdocumentos le concede a la historia en pre-sente (a mi juicio, también prescindible) unamayor solidez argumental, en este caso laconexión entre Iván y Mercader resulta,cuando menos, poco verosímil. Un sicario

entrenado para el silencio, que durante veinteaños de prisión no reveló ni siquiera su verda-dero nombre, de pronto decide contar a unjoven pichón de escritor una historia trucu-lenta que, aun hoy, no ha sido totalmente des-clasificada. Y eso, acompañado por unagente de la Seguridad y en un país totalitariodonde operan idénticos mecanismos a aque-llos que lo condenaron al silencio. No le bastay, agonizante, lega al joven el manuscritoinconcluso de esa historia. Ni siquiera la sor-presa justifica esta línea argumental, porque,como bien señala Javier Goñi en «El grito deTrotski» (http://www.elpais.com), el lector adi-vina antes que Iván la verdadera identidad de«el hombre que amaba a los perros». La únicaexplicación de este tour de force del autor essu necesidad de establecer un paralelo explí-cito entre el estalinismo y el castrismo, entredos «revoluciones traicionadas», para decirloen palabras de Trotski, entre dos utopíasestranguladas por la ambición y el miedo. Cier-tamente, esto continúa la saga de sus ante-riores novelas, pero más acusada. Ya no setrata del Mario Conde desencantado que aban-dona la policía, ni del policía de La novela demi vida que, al final, resulta un bandolero y esexcretado por el sistema. Aquí no se trata deuna «papa podrida» cuya expulsión preserva labondad del sistema. Ahora es el saco entero,todo el sistema, toda la utopía la que se hapodrido irremisiblemente. En ese sentido, es eldrástico final de una lenta e implacable decep-ción. Pero lo que puede ser eficaz en términospolíticos, no lo es en términos literarios. Ya laliteratura (el periodismo, el cine, la música) delPeríodo Especial constituye un verdadero sub-género en el arte cubano. Y la descomposiciónsocial que nos pinta el autor no añade nadanuevo a ese catálogo de desgracias. Incluso lamuerte de Iván, que Padura nos ofrece comouna alegoría, peca de obvia. Por el contrario,sospecho que el buen lector habría agradecidouna visión más elíptica y tangencial de la rea-lidad cubana a través de las historias cruzadasde Trotski y Mercader.

Según el autor, el hecho de que Mercaderviviera en Cuba desde 1974 y muriera allí en1978 fue algo que lo atrajo desde el primermomento. Pedro Campos, en «El Hombre queamaba los perros, última novela de Padura»

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(http://www.kaosenlared.net), cuenta que enla Casa de las Américas, durante el encuentrode Padura con sus lectores, la preguntaimprecisa de uno de los asistentes quedó enel aire: «¿Tenía Mercader vínculos y la even-tual protección del Estado cubano durante supermanencia en nuestro país?». Padura res-pondió que Caridad, la madre de Mercader,trabajó como secretaria en la embajada deCuba en París en los primeros 60 (uno no sela imagina como taquimeca A) y que sí habíaidentificado vínculos de Mercader con figurasimportantes del PSP que lo auxiliarían en Cubatras asesinar a Trotski. Claro que la presenciade Mercader en la Isla durante la segundamitad de los 70 no puede ser atribuida a esas«figuras importantes», sino a las nuevas«figuras importantes». Comprendo que ese esterreno minado. Quizás aquellas «figuras impor-tantes» del PSP ya hayan muerto, pero lasotras están vivitas y coleando en el poder. Porotra parte, acceder a una información verazsobre estos hechos en un gobierno empare-dado de secretismo habría sido tarea imposiblepara un autor que pretendía construir ficcióncon la historia o, en su defecto, con la verosi-militud histórica como materia prima. Aun así,cualquier lector saldrá de estas páginas convarias preguntas: ¿Quiénes en el antiguo PSPestaban dispuestos a acoger al asesino deTrotski en 1940? ¿Quiénes y por qué le otor-garon visa de tránsito a su salida de la cárcel,cuando ningún país se la concedió? ¿Fueron losmismos «quiénes» los que lo premiaron conuna amable jubilación caribeña? ¿Por qué o acambio de qué? Si me he arriesgado a juzgar loescrito asumiendo cualquier margen de error,no voy a juzgar lo no escrito. En el mismo artí-culo, Pedro Campos concluye que «para loscubanos, en particular, será también un grandescubrimiento identificar cómo 25 años des-pués de la muerte de Stalin en 1953, el estali-nismo tenía profundas raíces echadas ennuestra sociedad, al punto de servir de res-guardo y guarida final al asesino del iniciador,junto a Lenin, de la Revolución de Octubre. (…)Quizás, se tratara de una señal premonitoriadel destino, anunciando que los «últimos años»del estalinismo serían en tierras caribeñas».

No creo que esta novela, ni ninguna otra,marque el fin de las utopías, que son consus-

tanciales a la naturaleza humana. Utopíassociales, políticas, religiosas, científicasvienen signando los pasos del hombre desdeque las civilizaciones empezaron a dar noti-cias de su existencia (y quizás antes, utopíaságrafas). Y tampoco coincido con Padura enque esta «novela podría ser un aporte en labúsqueda de una nueva utopía», tras el fra-caso de la Revolución Rusa (Carmen Oria enhttp://www.cubaliteraria.cu). Aunque busquécon ahínco esa invocación, atisbo, premoni-ción de una nueva utopía, sólo encontré elréquiem de la anterior, su certificado dedefunción extensible al presente.

En un encuentro con sus lectores en laCasa de las Américas de La Habana, Paduraaseguró que este libro es «el más difícil deconcebir, el más ambicioso, el más complejo,el más profundo que he escrito hasta hoy»(http://laventana.casa.cult.cu). Cualquierlector podrá comprobar que, dada la selvadonde se ha adentrado Leonardo Padura enEl hombre que amaba a los perros (porcierto, en esta novela todos, incluso el autor,aman a los perros) ha salido casi indemne ynos ha regalado una novela desolada, intensay muy recomendable. ■

Un estudio ejemplarANTONIO SANTAMARÍA GARCÍA

María de los Ángeles Meriño Fuentesy Aisnara Perera DíazUn café para la microhistoria: estructura de posesión de esclavos y ciclo de la vida en la llanura habanera (1800-1885) Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008201 pp. ISBN: 9789590610943.

Un café para la microhistoria no es, parabien, lo que cabía esperar por su título. Setrata de una historia local, no exactamentemicro, de un pueblo al sur de La Habana, Qui-vicán. Historia, además, de sus cafetales–una actividad de primer orden en Cubadurante buena parte del siglo XIX, pero cuyoestudio ha despertado poco interés– y de lasociedad esclavista y colonial, que se fue266

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conformando en torno a ellos. Para másmérito, las autoras no son investigadores pro-fesionales, pero muestran un adecuado cono-cimiento de los debates historiográficos yabordan el problema con un enfoque y unametodología de estudio dignas de mención.

Comienza el libro con la primera noticiaque se tiene de una plantación de café enCuba. Fue en 1748 y en la llanura habanera, ygracias a ella surgiría San Pedro de Quivicán,la localidad investigada. Esto ocurre cuatrodecenios antes de que en el oriente insular lainmigración francesa procedente de Haití trassu revolución (1791) desarrolle ese cultivo.

Un censo de 1844, el documento sistemá-tico más antiguo sobre la posesión y uso dela tierra en Quivicán, sirve a las autoras comoreferente para analizar el desarrollo de los 38cafetales del municipio. Emplean fuentelocales procedentes de los registros parro-quiales y protocolos testamentarios, lo queles permite estudiar el tamaño de las explota-ciones, su financiación, propiedad y los cam-bios que se dieron ella, pero, sobre todo,pues ese es el objetivo del libro, el régimenesclavista en los cafetales, lo que determinóla estructura de la población y su sociedad.

Temática y metodológicamente la investiga-ción es absolutamente original en la historio-grafía cubana que, como ya se ha dicho, parael caso de la cafeicultura, es escasa y discon-tinua, se centra sobre todo en la mitad Estede la Gran Antilla y en problemas econó-micos. El libro incluye un capítulo que la ana-liza pormenorizadamente, pero con el fin deinsistir luego en otras cuestiones al menosigual de relevantes. Las autoras sostienenque el cultivo del café en Quivicán tuvo carac-terísticas específicas que dieron lugar a parti-cularidades en el régimen de posesión de losesclavos, y que ello determinó el ciclo de susvidas individuales y familiares. Se estudianesas vidas vinculadas con las de sus dueños,pues no sólo es evidente que así, entrela-zadas, es como se dieron y, por tanto, comodeben examinarse, sino que, además, elmejor modo de conocerlas es a través de ladocumentación acerca de los dueños, muchomás rica y abundante.

Los registros mercantiles y testamentariosmuestran una gran continuidad en la estructura

de la propiedad de los cafetales quivicanos apartir de la formación de redes de parentesco ynegocios. En 1844, dos tercios de sus dueñoseran quienes los habían fundado o sus here-deros. Eran, además, mayoritariamente criollosy dedicados a la agricultura como actividad prin-cipal, aunque absentistas (solían vivir en LaHabana) y, sobre todo, hombres. Las mujeres,algo común en la sociedad cubana, sólo se con-vertían en propietarias por herencia o viudedad.Al casarse, quedaban ocultas tras el marido.

Analizan las autoras, asimismo, la financia-ción de los cafetales y prueban que no fuemuy diferente del caso de los ingenios. Elmodo habitual de conseguir capital fuemediante préstamos refaccionarios con hipo-tecas sobre la propiedad. Los gastos de ins-talación fueron elevados y la mitad se dedicóa adquirir la tierra y/o a la siembra de lascepas, arbolado para darles sombra y otroscultivos. Un tercio se destinó a sufragar lainfraestructura de producción y el 15 porciento restante a comprar esclavos. El mante-nimiento de la finca y los desembolsos espe-cíficos de cada cosecha también requirieroncrédito, como muestra el análisis de las hipo-tecas que, además, se usaron para costearlas cargas a favor de la Iglesia, hospitales yObra Pía, siempre presentes en los testa-mentos, las deudas con Hacienda por lademora en el pago de la alcabala y demásimpuestos y, esto es mucho más original,para garantizar la parte de la herencia corres-pondiente a los hijos menores.

Prueban las autoras también que unabuena gestión del negocio fue determinantepara obtener crédito. Y, por contra, las malasprácticas y el dispendio suelen explicar loscasos de pérdida de las propiedades, másaun, en las pequeñas y medianas fincas quepredominaron en el medio rural cubano, salvoen el sector azucarero. De hecho, la mayoríade los habitantes libres de la localidad sededicaban a labores del campo en explota-ciones bastante diversificadas, atendidas porfamilias blancas. En ellas también se sembróalgo de café, que, por tanto, no fue productoexclusivo de los 38 predios registrados comocafetales y objeto de este estudio.

Lo que si distinguió a los cafetales en Qui-vicán, aparte de acaparar las mejores tierras,

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lo que dio lugar a fuertes desigualdadessocio-económicas en su población libre, fue eluso de esclavos, hasta el extremo de que dostercios de los que había en la localidad en1844 pertenecía a los dueños de esas fincas.La dotación habitual era de unos 30 indivi-duos, aunque con la mitad y una buena admi-nistración, el negocio podía ser rentable. Se-gún se ha dicho, por otro lado, se trataba deexplotaciones de tamaño medio (entre 100 y200 hectáreas) en las que, además, fuecomún sembrar cultivos alimentarios y criaralgún ganado para el autoabastecimiento.

Otra aportación del estudio de Meriño yPerea es que prueba que no hubo una relacióndirecta entre el número de esclavos y dematas de café en las fincas de Quivicán. Elcociente que arrojan los datos disponibles esmuy elevado comparado con las cifras queofrecen los estudios sobre otras localidades.Aunque esos estudios no son concluyentes yseguramente en el caso que nos ocupa el tra-bajo de las dotaciones propias fue completadocon el de los propietarios y algunos campe-sinos y esclavos arrendados –costumbre usualen Cuba–, las autoras sostienen que la manode obra fue sobre-explotada, especialmente apartir de 1840. Desde los años 40 del sigloXIX, las dificultades para mantener la trataaumentaron extraordinariamente el precio delos africanos, lo que dificultó adquirirlos e hizoque fuese más rentable venderlos o alquilarlosy, además, el cultivo de café inició una crisisen la Isla que acabaría eliminándolo virtual-mente de su comercio exterior en muy pocotiempo. La competencia de otros productoresfue la razón de dicha crisis.

La razón por la que Meriño y Perea titulansu libro como microhistoria es porque elestudio, además de local, se completa con elexamen de algunos casos específicos. Sólo através de ellos es posible alcanzar el objetivode analizar el ciclo de vida de los esclavos.Ahora bien, la intención manifiesta de obtenerde ello conclusiones más generales reduceesa catalogación a lo meramente metodoló-gico y en ello radica su valor, originalidad y loque convierte la investigación en una joya dela reciente historiografía cubana.

Analizan las autoras el origen de los cafeta-leros, la forma en que accedieron a la pro-

piedad de las fincas y decidieron sembrar unproducto y no otros, y las estrategias de ges-tión, que dependieron de factores diversos: ca-lidad del suelo, clima, comportamiento de losmercados y precios, enfermedades que afec-taron a las cosechas y esclavos, disponibilidadde crédito y tecnología, relaciones sociales,herencia y legado de sus bienes, habilidadesadquiridas y aprendidas. Algunos fueron inmi-grantes que llegaron a Quivicán en busca deoportunidades que se les negaban en su lugarde origen; otros, hijos de agricultores que trasrecibir su sucesión decidieron fundar un cafetal;otros lo adquirieron tras trabajar para terceros.Además, hubo quienes nada aportaron a susfortunas en sus distintos matrimonios y quienesrecibieron tierras como dote de boda. De todasesas guisas tienen los tres casos estudiadospor Meriño y Perea, y la diversidad es aúnmayor cuando se entrecruzan tales variablescon las también diferentes prácticas empresa-riales, redes y vínculos socio-familiares y con elmodo de financiarse.

Los tres hacendados analizados son ejem-plos de éxito, y ésta es una de las pocas obje-ciones que pueden hacerse a Un café para lamicrohistoria. Quizás las conclusiones habríanvariado de haber elegido algún fracaso,aunque tal vez la documentación no lo permite.Los tres dejaron a su descendencia más de loque tenían cuando iniciaron sus negocios eintentaron evitar el despilfarro de sus bienes yla incertidumbre que habría supuesto no pre-cisar con detalle el destino de su legado. Des-taca así del estudio de los testamentos quesus firmantes no procurasen impedir la divisiónde sus propiedades. La ley española la favo-recía, pero existían mecanismos para sortearlaque no emplearon. Al contrario, lo que persi-guieron fue distribuir con equidad su fortuna,favoreciendo si acaso a los más desprote-gidos, y que reinase la paz familiar, disuadién-dola de emprender largos y fatigosos pleitossucesorios, tan usuales en Cuba como pocofrecuentes en Quivicán.

En lo concerniente a los esclavos, laquiebra, traspaso o transmisión de la pro-piedad era un momento crucial en sus vidas,sobre todo si implicaba reparto. El problemaes analizado por las autoras con el mismo pro-ceder empleado con los amos, mediante el

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estudio de casos. La división de una fortuna–dicen– significaba normalmente la ruptura delas familias de africanos y, lo más interesante,el surgimiento de estrategias que la evitasen ocontrarrestasen sus efectos. Así ocurrió en elcafetal El Rosario, uno de los ejemplos que seexaminan. Al morir su fundador, la finca sedividió y también su dotación. La extensa suce-sión del hacendado vendió, arrendó y prestó alos distintos individuos que la formaban. Noobstante, Meriño y Perea descubren cómoalgunos lograron mantener sus lazos y los desu parentela en tan extremas circunstancias.

Al estar ligado su ciclo vital al de los amos,los esclavos de familias más unidas y esta-bles, poco prolíficas y/o que gestionaronmejor sus negocios y, por una u otra vía,lograron preservar la integridad de sus cafe-tales, fueron las que padecieron menos rup-turas. Las autoras analizan el caso del SantaMaría Buena Vista, donde la dotación morabaen bohíos y no había criadero, síntoma deque se favorecía la convivencia de las parejascon sus hijos. Por la pericia empresarial deldueño, dicha dotación aumentó con el tiempoy, tras su muerte, no se dividió al tener unúnico heredero. Carecía éste de las habili-dades del padre, pero tuvo el buen juicio dedejar la administración a su madre, mejordotada para ello, quien siguió explotando lafinca, dedicándola a producir alimentos, yevitó la dispersión de sus africanos hasta ladécada de 1870, cuando sufrió penurias eco-nómicas que le obligaron a vender. Fuecomún en dicha finca y muchas otras ofrecera sus esclavos liberarse por coartación (auto-compra pactada con el propietario) y que loslibertos permaneciesen en las haciendas enque habitaban sus allegados, lo que tambiéncontribuyó al mantenimiento de las familias.

Son éstas, sin duda, las principales aporta-ciones de Un café para la microhistoria,aunque no las únicas. El libro es breve, peroproli jo en investigación y detalles y lasautoras también destacan muchas más cues-tiones relevantes para la historia de Cuba ysus gentes. Muestran el caso de Quivicáncomo una zona donde no progresó la indus-

tria azucarera y por ello, igual que otraspartes de la Isla, fue un espacio cuyo pasadose ha investigado menos. Solía ocurrir así entierras mal dotadas de infraestructura ycomunicaciones, y/o inapropiadas para lacaña, pero aptas para cultivos varios. Pareceque a aquella le favoreció la cercanía del mer-cado habanero, aunque las autoras no se per-catan del hecho, y que quizás por ello siguióproduciendo café cuando dejaba de sem-brarse en casi todo el territorio con fines deexportación. En general, tales áreas dieronlugar a estructuras y dinámicas socialesdeterminadas por el azúcar y la esclavitud,igual que las demás en la Gran Antilla, perocon rasgos peculiares.

Sus peculiaridades histórico-económicasexplican que en Quivicán los ricos fuesen crio-llos pero constituyesen una élite local debidoa su absentismo que, a su vez, implic´ño lafuga de capital de la zona con efectos negati-vos para su progreso. Contribuyó tambiénque los que quedaron no estableciesen redesde alianzas matrimoniales y mecanismos depreservación de la integridad de sus heren-cias, por lo que sus hijos solían descender enla escala social. Fruto de ello, la propiedad delos esclavos estuvo más distribuida entre susgentes que en otros lugares de Cuba, lo queseguramente explica que su población mos-trase un equilibrio inusual en la Isla entre hom-bres y mujeres, factor que, sin duda, coad-yuvó a relaciones familiares más estables.

Esta riqueza de conclusiones, que lo estambién de enfoque, método y conocimientode la historiografía y sus discusiones, hacende Un café para la microhistoria, como se hadicho, un obra ejemplar e imprescindible enlos estudios sobre el pasado cubano. Es unprototipo, si se nos permite la licencia, en elproceso de renovación en que están hoy estu-dios para incorporarse a los principalesdebates internacionales, nutrirse con susaportaciones y, en general, preocuparsemenos que hasta hace poco tiempo por pro-blemas políticos o por la industria azucarera,tabacalera o actividades asociadas cuandoaborda temas económicos. ■

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