el adjetivo y sus arrugas

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El adjetivo y sus arrugas Alejo Carpentier Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", " Tanto va el cántaro a la fuente...", " El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas. El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación - sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante,

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El adjetivo por Carpentier

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El adjetivo y sus arrugasAlejo CarpentierLos adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesa, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depsito sin haber dejado mayores huellas en una pgina. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categoras, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez ms, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Gnesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la divisin de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial potico desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremas dice que ni puede el etope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acua una de esas expresiones potico-proverbiales destinadas a viajar a travs del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. As el refrn, frase que expone una esencia de sabidura popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus clusulas: "Dime con quin andas...", " Tanto va el cntaro a la fuente...", " El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfan del adjetivo, porque cada poca tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperacin -sincera o fingida- tuvo un riqusimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lgubre, melanclico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombro, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helnicos, marmreos, versallescos, ebrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, ureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en Pars, Sar Paladn llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mgico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hbilmente la adjetivacin de Jacobo de la Vorgine para darse "un tono de poca". Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onrico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.As, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generacin. Tras de los inventores reales de una expresin, aparecen los que slo captaron de ella las tcnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorera del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebreras, de la adjetivacin.Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de l, usan los adjetivos ms concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y nimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribi el Quijote.Seymour Menton.Algunastcnicas que he aprendido leyendo novelas y cuentos ajenos son relativamente sencillas, pero no son las nicas ni las ms importantes:1. La primera oracin tiene que captar la atencin del lector con su concisin, su originalidad y algo inesperado.2. Aunque la obra puede incluir varios elementos dispersos, hay que mantener la unidad de la obra intercalando unos motivos recurrentes.3. Hay que establecer el tono predominante de la obra desde el principio y luego mantenerlo. Por ejemplo, enUn tercer gringo viejohay bastante humor basado en la irona.4. Conviene escoger vocablos precisos y nicos ms que generales; tratar de evitar palabras como "decir", "ir".5. Se debe cerrar la obra, cerrando el marco, a veces rematando el tema, el conflicto o los motivos recurrentes.

La ltima noche del mundoRay BradburyQu haras si supieras que esta es la ltima noche del mundo?

-Qu hara? Lo dices en serio?

-S, en serio.-No s. No lo he pensado.

El hombre se sirvi un poco ms de caf. En el fondo del vestbulo las nias jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lmparas verdes. En el aire de la tarde haba un suave y limpio olor a caf tostado.

-Bueno, ser mejor que empieces a pensarlo.

-No lo dirs en serio!

El hombre asinti.

-Una guerra?

El hombre sacudi la cabeza.

-No la bomba atmica, o la bomba de hidrgeno?

-No.

-Una guerra bacteriolgica?

-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el caf-. Solo, digamos, un libro que se cierra.

-Me parece que no entiendo.

-No. Y yo tampoco, realmente. Solo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningn miedo, y solo una cierta paz -mir a las nias y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lmpara-. No te lo he dicho. Ocurri por vez primera hace cuatro noches.

-Qu?

-Un sueo. So que todo iba a terminar. Me lo deca una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me deca que todo iba a detenerse en la Tierra. No pens mucho en ese sueo al da siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprend a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunt: Qu piensas, Stan?, y l me dijo: Tuve un sueo anoche. Antes de que me lo contara yo ya saba qu sueo era ese. Poda habrselo dicho. Pero dej que me lo contara.

-Era el mismo sueo?

-Idntico. Le dije a Stan que yo haba soado lo mismo. No pareci sorprenderse. Al contrario, se tranquiliz. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos -Idntico. Le dije a Stan que yo haba soado lo mismo. No pareci sorprenderse. Al contrario, se tranquiliz. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios o que se observaban las manos o que miraban la calle. Habl con algunos. Stan hizo lo mismo.

-Y todos haban soado?

-Todos. El mismo sueo, exactamente.

-Crees que ser cierto?

-S, nunca estuve ms seguro.

-Y para cundo terminar? El mundo, quiero decir.

-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya movindose alrededor del mundo, llegar el fin. Tardar veinticuatro horas.

Durante unos instantes no tocaron el caf. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirndose a los ojos.

-Merecemos esto? -pregunt la mujer.

-No se trata de merecerlo o no. Es as, simplemente. T misma no has tratado de negarlo. Por qu?

-Creo tener una razn.

-La que tenan todos en la oficina?

La mujer asinti.

-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soaron lo mismo. Pens que era solo una coincidencia -la mujer levant de la mesa el diario de la tarde-. Los peridicos no dicen nada.-Todo el mundo lo sabe. No es necesario -el hombre se reclin en su silla mirndola-. Tienes miedo?

-No. Siempre pens que tendra mucho miedo, pero no.

-Dnde est ese instinto de autoconservacin del que tanto se habla?

-No lo s. Nadie se excita demasiado cuando todo es lgico. Y esto es lgico. De acuerdo con nuestras vidas, no poda pasar otra cosa.

-No hemos sido tan malos, no es cierto?

-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los dems han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.

En el vestbulo las nias se rean.

-Siempre pens que cuando esto ocurriera la gente se pondra a gritar en las calles.

-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.

-Sabes?, te perder a ti y a las chicas. Nunca me gust la ciudad ni mi trabajo ni nada, excepto ustedes tres. No me faltar nada ms. Salvo, quizs, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueo. Cmo podemos estar aqu, sentados, hablando de este modo?

-No se puede hacer otra cosa.

-Claro, eso es; pues si no estaramos hacindolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qu van a hacer de noche.

-Me pregunto, sin embargo, qu harn los otros, esta tarde, y durante las prximas horas.

-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisin, jugar a las cartas, acostar a los nios, acostarse. Como siempre.

-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso... como siempre.

El hombre permaneci inmvil durante un rato y al fin se sirvi otro caf.

-Por qu crees que ser esta noche?

-Porque s.

-Por qu no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?

-Quiz porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora s. Quiz porque esa fecha significa ms que ninguna otra. Quiz porque este ao las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.

-Hay bombarderos que esta noche estarn cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a travs del ocano y que nunca llegarn a tierra.

-Eso tambin lo explica, en parte.

-Bueno -dijo el hombre incorporndose-, qu hacemos ahora? Lavamos los platos?

Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las nias y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.

-No s... -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrs, con la pipa entre los labios.

-Qu?

-Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos as, entornada, para que entre un poco de luz?

-Lo sabrn tambin las chicas?

-No, naturalmente que no.

El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los peridicos y hablaron y escucharon un poco de msica, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que tambin haban pasado la velada cada uno a su modo.

-Bueno -dijo el hombre al fin.

Bes a su mujer durante un rato.

-Nos hemos llevado bien, despus de todo -dijo la mujer.

-Tienes ganas de llorar? -le pregunt el hombre.

-Creo que no.

Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche y retiraron las colchas.

-Las sbanas son tan limpias y frescas

-Estoy cansada.

-Todos estamos cansados.

Se metieron en la cama.

-Un momento -dijo la mujer.

El hombre oy que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento despus estaba de vuelta.

-Me haba olvidado de cerrar los grifos.

Haba ah algo tan cmico que el hombre tuvo que rerse.

La mujer tambin se ri. S, lo que haba hecho era cmico de veras. Al fin dejaron de rerse, y se tendieron inmviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.

-Buenas noches -dijo el hombre despus de un rato.

-Buenas noches -dijo la mujer.