eduardo braun menéndez: ciencia y conciencia, una vida inspiradora

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Ignacio Peña y Guillermo Jaim Etcheverry · Editores Eduardo Braun Menéndez Ciencia y conciencia · Una vida inspiradora

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Este libro recoge los hitos fundamentales de la vida cautivante e inspiradora de un argentino poco conocido. Se trata de Eduardo Braun Menéndez, quien lideró el hallazgo de la angiotensina, la hormona que regula la presión arterial, en colaboración con científicos argentinos tan notables como Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir. Además de su destacada labor como investigador y docente, su compromiso con el país lo llevó a diseñar y promover un ambicioso programa para el progreso de las ciencias. Impulsó de manera decisiva la creación de instituciones como el CONICET, el CEMIC, el IBYME y la UCA. Fue pionero en señalar la importancia de la divulgación científica, fundando diversas publicaciones. Luchó por una universidad orientada a la generación del conocimiento. Posibilitó la compra de la primera computadora argentina. Promovió el desarrollo de la ciencia en la región dejando un legado fecundo más allá de nuestras fronteras.

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Ignacio Peña y Guillermo Jaim Etcheverry · Editores

Eduardo Braun MenéndezCiencia y conciencia · Una vida inspiradora

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Este libro recoge los hitos fundamentales de la vida cautivante e inspiradora de un argentino poco conocido. Se trata de Eduardo Braun Menéndez, quien lideró el hallaz-go de la angiotensina, la hormona que regula la presión arterial, en colaboración con científicos argentinos tan notables como Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir.

Además de su destacada labor como investigador y docente, su compromiso con el país lo llevó a diseñar y promover un ambicioso programa para el progreso de las ciencias. Impulsó de manera decisiva la creación de instituciones como el CONICET, el CEMIC, el IBYME y la UCA. Fue pionero en señalar la importancia de la divulgación científica, fundando diversas publicaciones. Luchó por una universidad orientada a la generación del conocimiento. Posibilitó la compra de la primera computadora argentina. Promovió el desarrollo de la ciencia en la región dejando un legado fe-cundo más allá de nuestras fronteras.

A pesar del tiempo transcurrido desde su trágica desaparición en 1959, la con-cepción de Braun Menéndez acerca del papel que desempeñan la educación, la uni-versidad y la ciencia y la tecnología en el desarrollo de la Argentina continúa vigente y señala el rumbo a seguir.

Estas páginas revelan una personalidad multifacética que influyó en quienes lo co-nocieron de manera muy poco frecuente. En esa cualidad asienta su vigencia ya que sigue brindando a las nuevas generaciones un valioso e inspirador ejemplo de vida.

Guillermo Jaim Etcheverry es doctor en Medicina de la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET, miembro de las Academias Nacionales de Educación y de Ciencias de Buenos Aires y de la American Academy of Arts and Sciences de EE.UU. Es becario y presidente del Jurado de Selección de la Fundación Guggenheim. Ganó el premio Bernardo Houssay (CONICET). Fue decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (1986-1990) y rector de esa universidad (2002-2006).

Ignacio Peña es fundador de Surfing Tsunamis, catalizadora de proyectos de alto impacto orientados a la economía del siglo XXI. Se especializa en estrategias de crecimiento, innovación y emprendedorismo. Es licenciado en Economía de la Universidad Católica Argentina, MBA del Wharton School y MA en Estudios Internacionales de la Universidad de Pennsylvania. Fue socio y Managing Director del Boston Consulting Group. Trabajó en Brasil, México, Chile y Argentina.

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Ignacio Peña y Guillermo Jaim Etcheverry · Editores

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Copyright © Ignacio Peña y Guillermo Jaim Etcheverry, 2015.

Derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por ningún medio, sin la autorización previa y por escrito de los titulares de su propiedad intelectual.

Primera edición. Hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Libro de edición argentina. Printed in Argentina.

Edición y recopilación: Ignacio Peña y Guillermo Jaim Etcheverry

Diseño: Juan José Gómez

Apoyo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva

Coordinación en nombre del Ministerio: Mónica Sire y Mariana Rodriguez

Fotografías: Colección familiar y gentileza de Wikimedia, Wikipedia, Cleveland Clinic, 123RF, MDZOL, CONICET, Ciencia e Investigación, Félix Sabaté, FAPESP y Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva

Peña, Ignacio Eduardo Braun Menéndez : ciencia y conciencia : una vida inspiradora / Ignacio Peña ; Guillermo Jaim Etcheverry. - 1a ed. . - : Peña, Ignacio, 2015. 240 p. ; 24 x 17 cm.

ISBN 978-987-33-8297-0

1. Científico. 2. Biografía. I. Jaim Etcheverry, Guillermo II. Título CDD 920.71

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Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

Su biografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

Eduardo Braun Menéndez: vida y obra científica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22Bernardo Houssay

Comentarios seleccionados de Houssay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34

Línea de tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

El descubrimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

La hipertensina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44Eduardo Braun Menéndez

Breve historia del descubrimiento de la hipertensina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50Juan Carlos Fasciolo

Eduardo Braun Menéndez y el descubrimiento de la hipertensina . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56Luis Federico Leloir

Eduardo Braun Menéndez y la angiotensina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58Irvine Page

Gestando las bases para el progreso de las ciencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

Bases para el progreso de las ciencias en la Argentina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62Eduardo Braun Menéndez

Favorecer el progreso de las ciencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76Eduardo Braun Menéndez

Índice

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Sobre la creación de un Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas . . . . . . 80Sociedad Científica Argentina

El IBYME y la contribución de Eduardo Braun Menéndez para su desarrollo . . . . . . 84Damasia Becú de Villalobos

Eduardo Braun Menéndez y las publicaciones científicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92Josefina Yanguas

La concepción universitaria de Eduardo Braun Menéndez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96Guillermo Jaim Etcheverry

Braun Menéndez: el “experimento de Johns Hopkins” y “las fuerzas vivas” en la Argentina de posguerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104

Diego H. de Mendoza y Analía Busala

Eduardo Braun Menéndez y la computación en la Argentina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108Santiago Ceria

Reflexiones sobre los orígenes del CEMIC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112Jorge Firmat

La influencia de Eduardo Braun Menéndez en el desarrollo de la fisiología cardiovascular en Brasil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116

Eduardo M. Krieger

Su impacto en las personas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122

Así es: tuvimos un Eduardo Braun Menéndez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124Marcelino Cereijido

Su legado familiar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134Ignacio Peña

Retratos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140

Guillermo Jaim Etcheverry . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140

Jorge Mario Affani . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142

Alberto Agrest . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

Agustín G. Caeiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148

Marcelino Cereijido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150

Félix Cernuschi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154

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Nicanor Costa Mendez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155

Horacio Encabo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

Florencio Escardó . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158

Juan Carlos Fasciolo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159

Sara Fernández Cornejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162

Jorge Firmat. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164

Osvaldo Fustinoni . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166

Julio César Gancedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169

Rolando García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

Fermín García Marcos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177

Bernardo Horne . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Alfredo Lanari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184

Jorge A. Mera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

Mabel Munist . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186

Alejandro C. Paladini . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188

Manuel Sadosky . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191

Oscar A. Scornik . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193

Haydee Senin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

Andrés O. M. Stoppani . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 198

Alberto C. Taquini . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199

José A. Zadunaisky . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202

Discursos pronunciados durante sus exequias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204

Cartas con motivo de su muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208

Su obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210

Curriculum Vitae . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212

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Cuando conocí a Ignacio Peña y me comentó que estaba trabajando en un libro sobre Eduardo Braun Menéndez no dudé en apoyar inmediatamente la iniciativa. Finalmente teníamos la oportunidad de colocar una pieza faltante en el rompecabezas de la his-toria de la ciencia argentina.

Eduardo Braun Menéndez iluminó su tiempo y, como esos astros que desapare-cieron hace miles de millones de años pero cuya luz siguió guiando a navegantes, marcó rumbos claros para el futuro desarrollo científico del país.

Su imagen nos llega en este libro a través de su reflejo en quienes lo conocie-ron y registraron su impronta. Esos testimonios permiten además aportar a un mejor conocimiento de un período clave y nos permite entender una época com-pleja, con conflictos, visiones disímiles y un grado de apasionamiento que no se replicó en los períodos posteriores.

Mis referencias sobre Braun Menéndez eran escasas, unos pocos relatos que don Virgilio Foglia, director del Instituto de Biología y Medicina Experimental, me trasmitiera cuando ocasionalmente venía a tomar un café al laboratorio. Solían referirse al mítico período durante el cuál el instituto funcionaba en la antigua casa de la calle Costa Rica.

También, en numerosas oportunidades había escuchado la frase “Si Eduardo Braun Menéndez no hubiese muerto prematuramente la ciencia argentina sería distinta”. Como todo juicio contrafactual es imposible determinar su veracidad. No obstante, per-sonalmente, no creo que el curso de los acontecimientos hubiese sido muy diferente.

Si bien la muerte de Braun Menéndez volcó el equilibrio hacia aquellos grupos de la política científica nacional con mayor aversión al riesgo, esas diferencias de crite-rio se vieron brutalmente minimizadas por el golpe militar de 1966 y el inicio de un período donde la mediocridad y la falta de ideales se instalaron en la vida académica de la Argentina.

Habrían de pasar varias décadas hasta que finalmente los grandes ejes de las pro-puestas de Braun Menéndez pudieran hacerse realidad. Desde el incremento en el nú-mero de investigadores hasta más que duplicar la cifra, considerada utópica de 5.000,

Prólogo

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hasta el acoplamiento efectivo de la investigación científica con la actividad industrial (resistida por varios de sus contemporáneos), pasando por la jerarquización de la di-vulgación científica que Braun Menéndez consideraba clave. Tal vez se hubiese sor-prendido de saber que estos logros se consiguieron en un gobierno del mismo signo político de aquel con que mantuvo una relación conflictiva.

Como heredero de esa tradición científica gestada en el Instituto de Biología y Medicina Experimental me siento orgulloso de haber podido contribuir a concretar esos ideales.

Este libro es un merecido homenaje a quien marcó el camino.

Lino BarañaoMinistro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva

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Hace quince años, ambos tuvimos al mismo tiempo la idea de editar un libro so-bre Eduardo Braun Menéndez. No nos conocíamos. Tampoco habíamos conocido a Eduardo Braun Menéndez. ¿Por qué escribir un libro sobre alguien a quien no conoci-mos personalmente, que murió hace más de cincuenta años y cuya figura comienza a desdibujarse en el recuerdo de nuestra sociedad?

Lo que nos impulsó a escribir este libro es que Eduardo Braun Menéndez nos ins-piró de muchas maneras a través de su obra, de sus ideas y del testimonio de quienes lo conocieron y creemos que su legado merece ser preservado y compartido. Braun Menéndez constituye un arquetipo fundamental en un momento en el que la Argentina revaloriza la ciencia, la tecnología y la innovación como elementos imprescindibles para su progreso como nación. Su obra, su pensamiento y su ejemplo de vida nos recuerdan la grandeza de quienes sentaron las bases de la ciencia en la Argentina, cuya labor nos inspira para llegar a ser una mejor versión de nosotros mismos.

Son muchas las dimensiones en las que la obra de Braun Menéndez resulta trascen-dente y por la que continúa hoy vigente. Lideró el grupo que descubrió la angiotensina, una sustancia que desempeña un papel central en la génesis de la hipertensión arterial, una de las principales enfermedades que afectan al ser humano. Trabajó durante toda su carrera científica junto a Bernardo Houssay, quien lo consideraba un “discípulo llega-do a maestro” y durante muchos años también lo hizo con Luis Federico Leloir. Fue uno de los fundadores del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), una orga-nización pionera entre las dedicadas a la investigación científica en la Argentina. Fue, además, uno de los impulsores de la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la columna vertebral de la investigación en la Argentina. También tuvo un rol destacado en el desarrollo de nuestra universidad y sus ideas, aún vigentes, señalan el camino a seguir para lograr ese objetivo. Tuvo un papel clave en la concepción y la creación del CEMIC. Su interés fue determinante en la adquisición por parte del CONICET y de la UBA de la primera computadora de la Argentina, conocida con el nombre de Clementina, que nos ubicó en la vanguardia de la informática en América Latina. Precursor de la difusión científica en la Argentina, apoyó activamente el progre-so de la ciencia en el continente.

Introducción

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A estos méritos, que bien justificarían un libro por sí mismos, se suma el fascinante ser humano que era el científico destacado. Su vida personal fue sorprendentemente fecunda. Tuvo diez hijos, cuya educación supervisaba y dirigía, llegando al punto de di-señar un curriculum especial, crear una escuela junto con algunos amigos y examinar a sus hijos personalmente. Tenía pasión por los caballos y jugaba al polo, al golf y al fút-bol. Tocaba el piano, bailaba tango con destreza y poseía una sólida formación cultural y filosófica. Si bien era católico, lo que otorgaba un profundo significado espiritual a su existencia, no lo incomodaban las diferencias con alumnos o colegas ateos o de otras religiones, porque creía que la ciencia era un camino hacia la verdad. Nunca discriminó políticamente a sus colaboradores a quienes sólo les exigía que fueran competentes y trabajadores. Proveniente de una familia acaudalada, puso sus recursos y energías al ser-vicio de la ciencia y se interesaba por los problemas de los demás lo que lo llevó a ejercer su profesión de médico en barrios pobres. Conquistó el cariño y el respeto de quienes lo conocieron con su simpatía, su iniciativa, su generosidad, su elegancia, su excelencia y su personalidad polifacética, dejando en muchos de ellos huellas que aún perduran.

La figura de Braun Menéndez también es interesante porque contribuye a evocar la de su maestro Bernardo Houssay, redescubriendo la relación maestro-discípulo. Es co-nocido el hecho de que Houssay tuvo una relevancia singular en la historia de la ciencia argentina. Lo que muchos ignoran o prefieren olvidar es que una medida de la grandeza de Houssay la da el hecho de que construyó una sólida escuela. Trabajó ardua y gene-rosamente para formar discípulos de jerarquía internacional y con vuelo propio. Braun Menéndez fue, sin duda, uno de sus alumnos dilectos y mostró durante toda su vida res-peto, cariño y fidelidad a su maestro al mismo tiempo que adquirió gravitación propia y, a su vez, trabajó con generosidad para elevar a sus alumnos. Esta conducta transformó la vida de sus discípulos, como surge de los emocionados testimonios recogidos tres décadas después de su muerte. No parece exagerado decir que en la Argentina hemos perdido de vista la importancia de cultivar este tipo de relaciones que el vínculo entre Bernardo Houssay y Eduardo Braun Menéndez nos hace revalorizar.

En este libro se reúnen por primera vez escritos y materiales provenientes de di-versos orígenes que permiten aproximarse a la multifacética figura de Eduardo Braun Menéndez. Muchos de estos materiales, como diversos testimonios de quienes lo co-nocieron, estaban dispersos o son de difícil acceso. Algunos son inéditos, como mu-chas de las fotografías reproducidas. Finalmente, otros son nuevos y fueron escritos especialmente para este libro, como los trabajos de Santiago Ceria, Damasia Becú de Villalobos, Marcelino Cereijido, Eduardo Krieger y uno de nosotros (IP).

El libro está estructurado en cinco secciones. En la primera, su maestro Bernardo A. Houssay presenta una biografía de Braun Menéndez que refleja el hondo aprecio

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que sentía por él. Se incluye la conferencia Vida y Obra de Eduardo Braun Menéndez pronunciada por nuestro Premio Nobel de Fisiología y Medicina (1947) en oportunidad del homenaje que le rindieron las Academias Nacionales y Sociedades Científicas el 14 de mayo de 1959 en el Aula Magna de la Academia Nacional de Medicina. Esa de-tallada biografía se complementa con extractos de presentaciones de Houssay en las que hace referencia a la figura de su discípulo y con una línea de tiempo que destaca los principales hitos de su vida.

La segunda sección aborda la que fue sin ninguna duda la contribución científica más trascendente que realizó Braun Menéndez durante su carrera: el descubrimien-to de la que se conociera entonces como hipertensina, y más tarde como angioten-sina. Por motivos de claridad, adoptamos la denominación de angiotensina siguiendo la nomenclatura definida conjuntamente por Eduardo Braun Menéndez e Irvine Page en 1958 (en algunos casos se preservó la denominación histórica de hipertensina). Se trata de la identificación de una sustancia que participa en un sistema esencial en el control de la presión arterial como lo han demostrado estudios posteriores a los de Braun Menéndez que datan de la década de 1940. La manipulación terapéutica de ese sistema de control constituye en la actualidad una de las estrategias más utilizadas para el tratamiento de la hipertensión arterial.

De entre las muchas descripciones del descubrimiento de la angiotensina se ha se-leccionado la presentación que realizó el mismo Braun Menéndez en oportunidad de incorporarse a la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1946.

Seguidamente presentamos la Breve Historia del Descubrimiento de la Hipertensina es-crita por Juan Carlos Fasciolo, miembro del grupo que realizó el hallazgo de la angiotensina, publicada en la revista Ciencia e Investigación en 1959 en homenaje a Braun Menéndez.

En ocasión de pronunciar en 1967 la IX Conferencia Eduardo Braun Menéndez, cu-yos pasajes más relevantes se incluyen, Luis Federico Leloir, Premio Nobel de Química (1970), hace referencia al papel determinante que tuvo Braun Menéndez en el descu-brimiento. En esa oportunidad recordó los experimentos que llevaron a la identificación de la hipertensina en la que participó formando parte del equipo que concretó el hallaz-go junto a Braun Menéndez y otros investigadores.

Finalmente esta sección se completa con algunos conceptos pronunciados por Irvine Page durante la III Conferencia Braun Menéndez en 1981 sobre la relación per-sonal que estableció con su competidor en el mismo campo de investigación.

La tercera sección se centra en el fecundo y relativamente poco recordado traba-jo de Braun Menéndez en la gestación de las bases para el progreso de las ciencias

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en la Argentina, una de sus preocupaciones centrales, tal como lo demuestra su actuación pública.

La conferencia sobre Bases para el progreso de las ciencias en la Argentina que pronunció inicialmente el Ateneo del Club Universitario de Buenos Aires en 1946 y reiteró en la Universidad del Sur en Bahía Blanca en 1956, constituye un completo programa de organización del sistema científico que se fue concretando parcial-mente en los años posteriores.

Braun Menéndez sostenía que la ciencia y la técnica constituyen los pilares esen-ciales para lograr la potencia material y la salud moral de una nación, concepción que lo llevó a proponer tres estrategias para desarrollarla. En primer lugar, aumentar el número de investigadores de calidad y vincularlos con las necesidades sociales para lo que propuso la creación de un Consejo Nacional de Investigaciones Científicas. En segundo lugar, consideraba imprescindible lograr la generación de un ambiente so-cial más propicio para la ciencia por medio de un activo esfuerzo de difusión pública de la ciencia, sus métodos y sus logros. Finalmente, propiciaba una nueva educación menos enciclopédica y más orientada a formar y estimular la creatividad y el espíri-tu de los jóvenes despertando su interés por el aprendizaje, “respetando su iniciativa personal, estimulando su curiosidad e independencia de juicio, su espíritu crítico y su responsabilidad ética”.

Esta visión también fue difundida en una entrevista que concedió a Radio del Estado en 1956 en cuyo transcurso propone, entre otras medidas, que los jóvenes investi-gadores viajen a centros científicos del exterior para perfeccionarse y ampliar sus horizontes. Señaló en esa oportunidad la importancia de retener y cultivar talentos, recuperando los científicos que ya habían emigrado al exterior.

Braun Menéndez trabajó arduamente para concretar en la realidad argentina esas tres estrategias básicas. A partir de 1956, cuando asumió como presidente de la Sociedad Científica Argentina, impulsó intensamente la creación del Consejo que había propuesto en 1946. En el Boletín Nº1 de dicha sociedad, publicado en septiembre de 1957, que también se incluye, se consigna el trabajo de Braun Menéndez por impulsar la creación de un Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas, con la colabora-ción de diversas entidades públicas y privadas. Su propuesta se concretó poco tiem-po después al crearse el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de cuyo primer directorio formó parte.

Pero ya en la década de 1940 Braun Menéndez había promovido la creación de un instituto de investigación para alojar a Bernardo Houssay y a sus discípulos entre

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quienes se contaba cuando abandonaron la universidad. Su actual directora, Damasia Becú de Villalobos reseña las etapas iniciales del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), para cuya organización resultó fundamental el impulso de Braun Menéndez. Este instituto, que hoy continúa su labor con cientos de investigadores, formó numerosas generaciones de científicos. En diversas etapas, ellos honraron el legado de Houssay cuando señaló: “No solo hay que hacer ciencia sino comprome-terse políticamente, institucionalizar la actividad y darle algún sentido a la investiga-ción científica”, extendiendo su mirada más allá de sus laboratorios como ha sido el caso de Braun Menéndez y, entre otros recurriendo a ejemplos recientes, de Eduardo Charreau quien ocupara la presidencia del CONICET y de Lino Barañao, el primer Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Argentina.

Braun Menéndez también trabajó para impulsar la difusión científica, una de las prio-ridades del programa propuesto en sus Bases. En este campo es preciso señalar que fue fundador de las revistas Ciencia e Investigación, Acta Physiologica Latinoamericana y de la Revista Argentina de Cardiología. También impulsó y dirigió la colección Ciencia Divulgada de la Editorial Emecé. Josefina Yanguas, su colaboradora cercana en esas tareas, brinda una aproximación a la intimidad de esa etapa en la que se generaron diversas publicaciones científicas en una entrevista realizada por Diego Hurtado de Mendoza y Analía Busala y publicada en Ciencia e Investigación en 2000.

La educación superior constituyó una preocupación central en la vida de Braun Menéndez. Su figura fue determinante en la actividad universitaria durante uno de los periodos más brillantes de nuestra Universidad y también de su Facultad de Medicina. Desplegó una intensa actividad en los cuerpos directivos de esas instituciones y di-fundió sus ideas sobre la razón de ser de la formación superior, enfatizando su vin-culación indisoluble con la creación de conocimiento. La concepción universitaria de Braun Menéndez se encuentra reseñada en un artículo de uno de nosotros (GJE) pu-blicado en Medicina en 2000 que se reproduce.

Una de las propuestas de Braun Menéndez, inspirado en la tendencia por entonces vigente en los Estados Unidos de América, fue la creación de universidades privadas orientadas a la investigación. El trabajo de Analía Busala y Diego Hurtado de Mendoza detalla la labor desarrollada para llevar esta idea a la realidad con la creación del Instituto Católico de Ciencias, concebido como la etapa inicial para conformar el nú-cleo de la que sería la Universidad Católica Argentina.

Su preocupación por la modernización de la universidad y por fortalecer sus víncu-los con la investigación queda demostrada por su participación decisiva en el proceso que llevó a la adquisición por parte del CONICET y de la UBA de la primera computadora

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argentina, la ya famosa Clementina, como lo describe Santiago Ceria en el artículo que se incluye y que hizo posible el liderazgo regional de la Argentina en materia de computación.

Fiel a su formación profesional, Braun Menéndez siempre mantuvo su interés por la atención médica y por la formación de los profesionales de la salud lo que lo llevó a participar activamente en la creación del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas (CEMIC). Con motivo de celebrarse el 30° aniversario del CEMIC, Jorge Firmat quien también participó en las instancias fundacionales, brindó un cálido testimonio de la participación de Braun Menéndez en ese proceso durante una disertación de la que se reproducen los fragmentos más relevantes.

Braun Menéndez también ejerció un profundo impacto en el desarrollo de la cien-cia en América Latina dictando conferencias en otros países, difundiendo los avances científicos y apoyando activamente la formación de jóvenes selectos a muchos de los cuales recibió en su laboratorio. Eduardo Krieger, distinguido científico del Brasil, re-lata la decisiva influencia que ejerció no sólo en su formación sino también en el de-sarrollo de la fisiología en su país.

La cuarta sección del libro recoge los testimonios de sus relaciones interpersona-les. Braun Menéndez ejerció una poderosa influencia en los científicos y en los acadé-micos que lo conocieron. Marcelino Cereijido, uno de los primeros discípulos de Braun Menéndez, evoca sus años formativos junto al maestro en el texto Así es: tuvimos un Eduardo Braun Menéndez una síntesis de la experiencia que ha descripto extensa-mente en su libro La nuca de Houssay.

El análisis de su legado familiar realizado por uno de nosotros (IP) explora la di-mensión más íntima de Braun Menéndez y registra la influencia perdurable que ha ejercido en sus numerosos descendientes, ámbito en el que es aún una presencia viva.

En 1989, en oportunidad de conmemorarse el trigésimo aniversario de su desa-parición, la Facultad de Medicina de la UBA organizó un homenaje académico. En esa ocasión se editó un volumen titulado Retratos, que también se reproduce, en el que se recogieron testimonios personales de numerosos colegas, discípulos y amistades de Braun Menéndez que permiten reconstruir junto a los demás textos de esta sec-ción la complejidad de su figura.

Una triste ocasión en la que se puso de manifiesto la influencia de Braun Menéndez en el ámbito científico y académico fue la de sus exequias en enero de 1959 cuando un accidente aéreo terminó con su vida. Diversos oradores, en textos que se reprodu-cen, evocaron entonces al académico desaparecido. También se reproducen dos de las centenas de cartas y telegramas recibidos con motivo de su fallecimiento de casi veinte

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países. Seleccionamos el radiograma enviado por el presidente Arturo Frondizi desde el avión presidencial y la carta enviada por el doctor Risieri Frondizi, rec-tor de la Universidad de Buenos Aires.

La quinta y última sección del libro consiste en una enumeración minucio-sa de la obra de Eduardo Braun Menéndez basada en aquella realizada por el CONICET poco tiempo después de su muerte. Este curriculum vitae sorpren-de por la amplitud del trabajo realizado a pesar de su desaparición prematura. Basta citar algunos datos: ochenta estudios originales, treinta y seis artículos de conjunto, cuatro libros y once países en los que dictó clases.

◊ ◊ ◊

Aunque de manera necesariamente incompleta, este libro pretende res-catar la figura de una personalidad inspiradora cuyo mensaje permanece vivo para quienes apuestan a un futuro mejor. Eduardo Braun Menéndez nos invita a construir generosamente una sociedad basada en el conocimiento y la ini-ciativa emprendedora creando puentes entre la ciencia, la universidad, la em-presa y el estado. Nos llama a ser ciudadanos participativos, que trabajan por el bien común. Nos recuerda lo que podemos lograr como individuos si buscamos servir a los otros a través de un idealismo orientado a la acción.

Braun Menéndez también nos recuerda que podemos alcanzar logros ori-ginales y de impacto global. Nos invita a recordar que la universidad es pilar de una sociedad moderna, pero que solo se justifica si investiga, buscando la verdad y la excelencia. Nos muestra que la libertad de investigación es insepa-rable del compromiso para contribuir al servicio de la nación. Nos enseña que podemos y debemos defender nuestras convicciones sin necesidad de discri-minar a los demás respetando el mérito y la excelencia. Y, junto a su maestro Houssay, nos llama a entusiasmar a los jóvenes, a brindarles nuestro ejemplo y a promoverlos como hacen los verdaderos maestros.

Aunque más no sea de manera sucinta como en estas páginas, en esta eta-pa de nuestra historia común resulta inspirador sobrevolar la vida de una de las personalidades más significativas con que ha contado la ciencia argentina, que trascendió su brillante labor específica para erigirse en un modelo de conducta para las generaciones que lo siguieron.

Ignacio Peña y Guillermo Jaim Etcheverry

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Este libro no hubiera sido posible sin la ayuda generosa e inestimable de muchas personas. María Teresa Cantilo de Braun, la esposa de Eduardo Braun Menéndez, y Teresa Braun Cantilo, su hija mayor preservaron cuidadosamente sus archivos duran-te décadas. Inés Braun Cantilo, su hija, realizó un trabajo exhaustivo de clasificación y análisis de estos archivos y trajo a nuestro conocimiento materiales fundamentales para esta obra como la conferencia de Leloir, el Boletín de la Sociedad Científica y la entrevista de Radio del Estado entre otros. Mónica Sire, Flavia Salvatierra y Mariana Rodríguez del equipo de Prensa y Difusión del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva contribuyeron con su excelente disposición y sus ideas. Nicolás Arfeli y Juan José Gomez de Editorial Beeme contribuyeron no sólo con su capacidad de gestión editorial y de diseño, sino también con su paciencia y su compromiso con la calidad de la obra. Norma Isabel Sánchez, directora de la Biblioteca de la Sociedad Científica Argentina ayudó a localizar posibles elementos de valor entre los boletines y anuarios de su entidad. Finalmente, Carlos Dellepiane Cálcena ayudó generosamente a revisar los textos, mejorando la calidad de esta obra. A todos ellos les agradecemos enormemente su contribución.

Agradecimientos

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Su biografía

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Eduardo Braun Menéndez

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Su biografía¿Quién mejor que el doctor Bernardo

Houssay para contarnos la vida y obra

de Eduardo Braun Menéndez?

El homenaje escrito pocos meses

después de la muerte de Braun

Menéndez por quien fuera su maestro

nos brinda una excelente visión general

de su vida y su obra. La fuerza de los

conceptos vertidos sobre su persona,

la evidente atención al detalle en

la descripción de la obra de Braun

Menéndez por parte de nuestro primer

Premio Nobel en el campo de la ciencia

son impactantes y reveladoras.

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Su biografía

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Eduardo Braun Menéndez: vida y obra científicaBERNARDO HOUSSAY1

Con honda emoción y dolor os hablaré de la vida de Eduardo Braun Menéndez a quien quería como a un hijo y consideraba un

discípulo ya llegado a maestro, que continuaba y mejoraba la obra a que dediqué mi existencia. Admiraba su espíritu noble, sus méritos de hom-bre de ciencia eminente, su fervor de paladín de las buenas causas, su dinamismo incansable y su generosidad sin límites, su espíritu de empresa y su optimismo, y su obra de orientador acertado de quien esperábamos grandes realizaciones y la formación de una escuela vigorosa y fecunda.

Venimos a rendir homenaje a un hombre ilustre, a un maestro extraordinariamente do-tado, consagrado a la ciencia, a la cultura y al bien, cuya existencia fue prematuramente arre-batada a nuestro afecto y admiración. Era como un faro poderoso que marca el rumbo cierto en la noche oscura de la ignorancia y la confusión. Y al apagarse inesperadamente esa luz, produjo a todos, sobre todo a los jóvenes que lo seguían como a un líder y un ejemplo, una tremenda sensación de desconcierto y desamparo que el tiempo no alcanza a amortiguar.

El deber nuestro es honrar su memoria pro-siguiendo su obra inconclusa y continuando la

1 Homenaje de las Academias Nacionales y Sociedades Científicas. Academia Nacional de Medicina. 14 de mayo de 1959.

lucha por las causas nobles que había abraza-do con el fervor de un apóstol.

En mi larga vida de profesor, pues cumpliré cincuenta años de cátedra al fin de este diciem-bre, he tenido la suerte y la dicha de ver iniciar y desarrollar a mi lado a algunos discípulos sobre-salientes. Pero en tan largo plazo he tenido tam-bién, el tremendo dolor de ver partir a algunos de los mejores, como Juan Guglielmetti, Oscar Orías, Leopoldo Giusti y ahora Eduardo Braun Menéndez. Confiaba en que a sus manos capa-ces pasaría la antorcha del progreso para que a su vez la transmitieran avivada a las nuevas ge-neraciones y éstas a las que están por venir. Pero se ha roto, por desgracia, ese orden cronológico natural pues han partido demasiado temprano, recayendo de nuevo sobre nosotros la difícil ta-rea de volver a ayudar a formarse a otros jóvenes valores para que prosigan la misión que aque-llos maestros desempeñaron con tanto brillo y profundo sentimiento del deber.

Eduardo Braun Menéndez fue un ser excep-cionalmente dotado, que desarrolló y perfeccio-nó sus cualidades durante toda su vida, por medio de una educación y vigilancia constante y de un trabajo sin tregua ni reposo.

Era descendiente de dos pioneros, su abue-lo don José Menéndez y su padre don Mauricio Braun, que fundaron grandes y variadas empre-sas en la Patagonia semidesierta y desolada.

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Heredó de su padre el espíritu de iniciativa y un optimismo extraordinario y fue a su vez pio-nero de la ciencia y la cultura en nuestro me-dio aún inmaduro. Bajo la tutela paterna y la afectuosa vigilancia de su madre doña Josefina Menéndez, se formó una familia de diez hijos y sesenta y cuatro nietos, extremadamente uni-da, en la que todas las semanas se reunían en una cena los mayores y en un té los menores. En ese ambiente modelo a la vez de afecto y disciplina, todos sin excepción adquirieron há-bitos de trabajo y sanos principios morales.

Eduardo Braun Menéndez nació en Punta Arenas, el 16 de enero de 1903. En las tierras y

canales del Sud se despertó su amor a la natu-raleza y al mar y el gusto por la aventura. Cultivó desde la niñez casi todos los ejercicios físicos y llegó a ser un verdadero atleta. Amante de los caballos y jinete desde la infancia, fue más tar-de un buen jugador de polo, llegando a formar un team con sus hermanos y más reciente-mente otro simbólico con sus hijos. Esta afi-ción lo llevó a organizar una cría de caballos de carrera y petisos de polo.

Tuvo insaciable pasión por leer e instruirse. Cuando la madre lo enviaba a dormir usaba una linterna para seguir leyendo bajo las sábanas. Ya hombre leía hasta tarde todas las noches.

(Años 50) Junto a Bernardo Houssay

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Su biografía

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Los sábados de mañana se vestía de sport para ir a descansar a la chacra o jugar al golf, pero en realidad casi siempre se encerraba en el Instituto de Biología y Medicina Experimental a leer y revisar las revistas llegadas en la sema-na; y era habitual que esa tarea lo absorbiera hasta el medio día. Este hábito de leer, su cla-ra inteligencia disciplinada y sus contactos con mentes selectas durante sus viajes, explican la amplitud y solidez de su cultura.

Le interesaban las manifestaciones del arte, las letras y en especial la música, muy aprecia-da y cultivada por su familia. Llegó a ser un ex-celente pianista y tuvo un maestro distinguido durante largos años. Muchas tardes se deleita-ba tocando solo o acompañado por sus hijas.

Fue un alumno destacado durante la ense-ñanza primaria y secundaria, en Punta Arenas

y Valparaíso. Siguió los estudios de Medicina en la Facultad de Buenos Aires, donde fue un excelente estudiante concluyendo su carrera en 1929. Antes de terminarla contrajo ma-trimonio con María Teresa Cantilo, modelo de esposa, de madre y de virtudes humanas, compañera afectuosa en quien halló apoyo, estímulo y comprensión. Este hogar ejemplar tuvo la bendición de tener diez hijos que ve-neraban al padre.

Completamente asimilado a nuestro país adoptó la ciudadanía argentina y fue aquí donde desarrolló íntegramente su vida universitaria y científica, que fue tan extraordinariamente bri-llante. Con su muerte nuestra ciencia y nuestra Universidad perdieron uno de sus valores más destacados y nuestra patria a un gran ciuda-dano. Su vida fue tronchada en pleno ascenso, cuando aun no había dado todos sus frutos,

Su padre (Mauricio Braun) y su abuelo (José Menéndez). Pioneros de la Patagonia

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Eduardo Braun Menéndez

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provocando honda consternación y dejando un vacío difícil de llenar.

Terminó sus estudios médicos en 1929 y co-menzó a dedicarse a la cardiología con el profe-sor Rafael Bullrich, en el Hospital Ramos Mejía, haciéndose también cargo de 1930 a 1934 de la Sección de Cardiología y Electroencefalografía del Instituto Municipal de Radiología, fundado y dirigido por el doctor Humberto Carelli, del cual fue subdirector.

Convencido de la necesidad de una base científica moderna más amplia, pidió serme presentado por el profesor Bullrich y comen-zó a trabajar en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina. Desde 1932 a 1934 pre-paró una excelente tesis sobre la “Influencia del diencéfalo y la hipófisis sobre la presión arte-rial”, que recibió el premio anual a la mejor tesis. Comprobó que se producía una ligera hipoten-sión arterial en los perros hípofísoprivos y que recuperaban más lentamente la presión arterial descendida por una sangría rápida. Más tarde, en 1944, comprobó con Foglia, en la rata hipo-fisopriva, que esa hipotensión se corrige admi-nistrando adrenocorticotrofina.

Desde 1934 colaboró con Oscar Orías, otro emi-nente fisiólogo prematuramente desaparecido,

y los acompañaron algunos distinguidos car-diólogos (Battro, Cossio, Taquini, Vedoya, etc.). Investigaron numerosos problemas de fisiología normal y patológica del corazón, destacándo-se los estudios sobre la ligadura de las arterias coronarias (con Orías), sobre los asincronismos ventriculares (con Solarí, Battro y Orías), los rui-dos normales del corazón (con Orías), el ritmo de galope (con Battro y Orías), los ciclos cardíacos de los hipertensos (con Orías), los movimientos cardioneumáticos (con Vedoya), el pulso hepáti-co (con Battro), los ruidos en la estrechez mitral (con Battro), en la disociación aurículoventricu-lar (con Solarí), ruido auricular por vía esofágica (con Taquini), desdoblamiento de ruidos norma-les (con Cossio), y otros. Ese prolongado estudio clínico, experimental y crítico sobre la fonocar-diografia fue reunido en un libro escrito por Orías y Braun Menéndez sobre Los ruidos cardíacos en condiciones normales y patológicas, publi-cado en 1937 y que luego fue editado en inglés (en 1939), por la Oxford University Press y es considerado una obra clásica en la materia. Se le otorgó un tercer Premio Nacional de Ciencias.

Al partir Orías para asumir la cátedra en Córdoba, Braun Menéndez fue designado jefe de investigaciones cardiovasculares del Instituto de Fisiología, donde prosiguió los tra-bajos hasta 1937. Decidido a consagrarse a la Fisiología, partió a Londres a fin de 1937, con su familia, para trabajar en el Departamento de Fisiología del University College, bajo la dirección del profesor C. Lovatt Evans, sobre metabolis-mo del corazón y del cerebro aislados. Su pro-pósito era trabajar en los años siguientes sobre el metabolismo cardíaco.

A su vuelta encontró que J. C. Fasciolo y yo ha-bíamos dado pruebas, ampliadas por Taquini, de

“Venimos a rendir homenaje a un hombre ilustre, a un maestro extraordinariamente dotado”

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Su biografía

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la existencia de un factor humoral de origen renal en la hipertensión nefrógena aguda. Desde 1930 habíamos tratado infructuosamente de obtener hipertensiones arteriales permanentes de origen renal, con resecciones amplias, o como intentó Braun Menéndez (en 1932), produciendo obstá-culos en la vena renal; lo resultados eran incons-tantes y pasajeros. Pero cuando Goldblatt, que eligió mejor el vaso a ligar, obtuvo hipertensiones permanentes por estrechamiento de la arteria re-nal, Fasciolo retomó los trabajos. Braun Menéndez pidió asociarse a los trabajos de Fasciolo, y poco después ampliaron el grupo con L. F. Leloir, M. Muñoz y A. C. Taquini. Estos investigadores descu-brieron la hipertensina, en 1939, y pocos días des-pués e independientemente de ellos, la encontró

Irvine Page que la denominó angiotonina. Por un acuerdo reciente de Braun Menéndez y Page se le llama ahora angiotensina.

Desde esa época hasta su muerte, este tema fue estudiado por Braun Menéndez y sus numerosos colaboradores. Sería largo enume-rar sus contribuciones originales: mecanismo enzimático de la producción de la angiotensina, identificación del angiotensinógeno, especifici-dad de algunas reninas, valoración de la renina y angiotensina, sitio de origen del angiotensi-nógeno, liberación de la renina en la isquemia total o parcial del riñón y en el shock, pluralidad de la hipertensina. La composición y síntesis de la hipertensina ha sido realizada más tarde en

(1951) Con su esposa y sus diez hijos

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Eduardo Braun Menéndez

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Cleveland y en Suiza y hoy se pueden preparar compuestos químicamente parecidos.

Braun Menéndez confirmó la acción protec-tora del riñón sano, ya señalada por Fasciolo. Comprobó que cuando la hipertrofia renal está dificultada se produce la hipertensión. Formuló la hipótesis de la renotrofina, substancia o agen-te que provocaría el crecimiento renal y si éste era impedido produciría la acción hipertensora del riñón. Estos trabajos e hipótesis lo llevaron a estudiar con sus discípulos la función renal, el crecimiento del riñón y su hipertrofía compen-sadora. Trabajando en un laboratorio donde se cultivaba la endocrinología y la diabetes, com-probó con Martínez la hipertensión renal precoz de las ratas diabéticas, con aumento del líquido intersticial. Estudió asimismo el papel del sodio, el apetito especifico por él, las modalidades de su excreción. De allí su interés continuamente creciente por los estudios sobre metabolismo del agua y electrólitos y la función renal.

Comprobó que diversos factores endocri-nos que aumentan el anabolismo proteico y el crecimiento renal (como ser la tiroides, soma-totrofina y andrógenos) aumentan marcada-mente la frecuencia de la hipertensión renal y aceleran su aparición. La extirpación de la ti-roides, la hipófisis o la suprarrenal tienen, por el contrario, una acción preventiva.

En 1943 publicó un libro sobre “Hipertensión arterial nefrógena”, en colaboración con J. C. Fasciolo, L. F. Leloir, J. M. Muñoz y A. C. Taquini, el cual fue traducido al inglés en 1946 y al ita-liano en 1951.

En el año 1938 realizó con Foglia estudios fisiológicos y farmacológicos sobre la fisiología

y farmacología de los corazones linfáticos de los batracios. Registraron sus latidos, investi-garon su inervación y su papel fundamental en el transporte de líquidos dentro del organis-mo. Estos estudios, que otros colaboradores (Gerschman, Pasqualini, etc.) desarrollaron con amplitud, lo llevaron a interesarse por el intercambio hídrico y salino del organismo. Este interés se reavivó por sus investigacio-nes ya citadas sobre la hipertensión y llegó a ser una autoridad en ese tema, por lo que fue llamado a dar conferencias sobre él aquí y en el exterior. Esto lo llevó a estudiar ampliamen-te la función renal.

Fue uno de los autores del libro “Fisiología Humana”, que desde 1945 hasta hoy lleva ya tres ediciones españolas, dos francesas, dos inglesas, dos brasileñas y está por aparecer una italiana. En ese texto escribió los capítulos Función renal, Hipertensión y Digestión.

En ese año 1943 tuvo lugar un hecho histó-rico que causó un grave daño al país y del cual no nos hemos repuesto aún. El que habla y los profesores Juan T. Lewis (de Rosario) y Oscar Orías (de Córdoba), sin información recíproca, firmamos un manifiesto en el que pedíamos “democracia efectiva y solidaridad americana”. Fuimos destituidos ilegalmente, insultados y

“Era como un faro poderoso que marca el rumbo cierto en la noche oscura de la ignorancia y la confusión”

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Su biografía

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amenazados por el Gobierno. A Eduardo Braun Menéndez y luego a Virgilio G. Foglia les ofrecie-ron la cátedra entonces y luego reiteradamente. Braun Menéndez no vaciló y presentó la renuncia al cargo de profesor adjunto que había obtenido en 1942, mostrando lealtad a sus convicciones y a sus maestros y ejemplar firmeza moral en una época de temor y claudicaciones.

Pocas horas después de la destitución me entrevistaron los miembros de la Fundación Juan Bautista Sauberán, el inolvidable doctor Miguel L. Laphitzondo, el doctor Pablo Perlender y el Ing. Carlos Sauberán, que hablaron en nom-bre de ellos y del señor Fernando Capdevielle. Me comunicaron que habían trabajado con el Sr. Juan Bautista I. Sauberán y que a su lado habían comprendido el valor de la ayuda a la investiga-ción científica como una de las bases principa-les del adelanto de la humanidad. Deseosos de rendir un digno homenaje a su memoria, tenían el propósito de establecer una Fundación que llevaría su nombre, con el fin de fomentar las in-vestigaciones científicas originales, prestando apoyo a las personas que las realizaran, y para

favorecer los estudios de problemas impor-tantes para la República Argentina o sus habi-tantes. En vista de que quedábamos privados de medios de trabajo, ofrecían su cooperación pecuniaria para que prosiguiéramos con ente-ra libertad nuestras investigaciones científicas desinteresadas, con lo que creían servir al país e iniciar la obra proyectada.

Con esta base y ayudados por varios gene-rosos donantes, cuyo número aumentó con el tiempo, se estableció el Instituto de Biología y Medicina Experimental, en la calle Costa Rica 4185, donde ha funcionado hasta hace pocos días, para trasladarse a la calle Obligado 2490, a un local cedido por 10 años, renovables, por el Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública, para alojar nuestro Instituto, el de Bioquímica de la Fundación Campomar y otros a instalarse, como ser uno sobre biología del cáncer y otro so-bre microbiología del suelo. El Instituto que dirige el doctor Leloir nació con el de Biología y Medicina Experimental y luego de independizarse funcionó al lado de él, como un hermano gemelo.

En el Instituto formamos una familia vinculada por una amistad fraterna y por nobles ideales co-munes, constituida por Juan T. Lewis, Oscar Orías, Virgilio G. Foglia, Eduardo Braun Menéndez y Luis F. Leloir, que luego se amplió con Carlos Martínez, Miguel R. Covián, Enrique Rapela, Ricardo R. Rodríguez, Roberto Mancini, Adolfo F. Cardeza, Mario H. Burgos, Juan C. Penhos y muchos otros más jóvenes, ayudados eficazmente por excelen-tes colaboradores. Nuestro Instituto suministró los profesores e investigadores que necesitó el país después de la Revolución Libertadora, aun-que durante 15 años no se nos permitió desem-peñar más que una acción docente limitada para la formación de las generaciones jóvenes.

“Eduardo Braun Menéndez fue un ser excepcionalmente dotado, que desarrolló y perfeccionó sus cualidades durante toda su vida, por medio de una educación y vigilancia constante y de un trabajo sin tregua ni reposo”

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Eduardo Braun Menéndez

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En el año 1945 la Universidad consideró ilegal y nula nuestra destitución y nos llamó a su seno. Volvimos sin que se cerrara el Instituto, pero en 1946 fui declarado cesante y retornamos a él, volviendo Eduardo Braun Menéndez a renunciar en la Facultad y negarse a asumir la cátedra.

La casa de la calle Costa Rica 4185 fue com-prada por don Mauricio Braun y sus hijos, los cuales nos la facilitaron, sin cargo alguno, con una generosidad que obliga a nuestra eterna gratitud. Además nos ayudaron con becas, do-naciones anuales y valiosos consejos.

Don Mauricio Braun y su señora, así como sus hijos, comprendieron las cualidades excep-cionales y la vocación de Eduardo, por lo que lo ayudaron en sus iniciativas e hicieron todo lo posible para disminuirle las preocupaciones y obligaciones que le hubieran exigido las múl-tiples empresas de la familia.

En el Instituto de la calle Costa Rica, Eduardo realizó gran parte de los trabajos so-bre hipertensión. Adquirió tal reputación por ellos que en la mayor parte de los Congresos y Simposios de todos los países en que se tra-taba el tema, era invitado a tomar parte como relator. También se le pedían artículos de con-junto para las revistas más afamadas y los es-cribió en los Annual Review of Physiology y en Pharmacological Review.

Tenía de la Universidad un concepto ele-vado y claro. Lo atraían la investigación y la formación espiritual, moral y técnica de los jóvenes capaces. Durante la dictadura en-señó en el Instituto, en sociedades y centros médicos del país y en muchas universida-des y sociedades científicas extranjeras que

escucharon su enseñanzas y el resultado de sus investigaciones, en Uruguay, Brasil y Chile, en los Estados Unidos y Canadá, en Francia, Bélgica, Inglaterra, Holanda y Suecia. Durante un mes dictó enseñanzas diarias a los miem-bros del Instituto de Fisiología de Porto Alegre y formó discípulos, algunos de los cuales vinie-ron a trabajar con él a Buenos Aires. Becarios de Europa, los Estados Unidos, Brasil y Chile vinieron también a trabajar con él en la fa-cultad o en el Instituto de la calle Costa Rica.

Como estaba prohibido que diéramos cla-ses en las asociaciones científicas o en otros sitios públicos, organizó el Instituto Católico de Ciencias, donde se dieron muchas clases

(1951) Con su esposa María Teresa Cantilo

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Su biografía

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públicas con todo éxito. Aspiraba a convertir-lo en un centro de enseñanza e investigación de selecta calidad, hasta ser la base de una Universidad prestigiosa de la más alta clase. Quería universidades privadas, pero centros de saber de alta calidad y no fábricas de exáme-nes y diplomas o focos de tendencias políticas.

Triunfante la Revolución Libertadora, Eduardo fue reintegrado como profesor adjunto y titular interino de Fisiología en 1955 y como titular en 1956. Tuvo vacilaciones y escrúpulos antes de in-gresar, porque con el número de alumnos excesi-vo, la falta de selección, el exceso de exámenes, la insuficiencia de recursos para la docencia, se había constituido una Facultad monstruosa don-de no podía enseñarse bien. Le argumenté que en ella se forma nuestra juventud, que había es-tudiantes serios y entusiastas y que por lo tanto debía ingresar para mejorarla y que no podíamos abandonarla. Se convenció fácilmente porque amaba la acción y la lucha y porque el contacto con los jóvenes lo entusiasmó bien pronto.

Tenía un concepto muy claro y muy exacto de lo que es la Universidad y de las reformas necesarias para que la Universidad Argentina llegue a serlo auténticamente. Expuso esas ideas con entusiasmo caluroso, gran brillo, fuerza y acopio de información, en innume-rables conferencias, artículos y discusiones, con un fervor verdaderamente apostólico. Sus escritos seguirán sembrando las buenas semillas. Anhelaba que la Universidad estu-viera dedicada a la búsqueda del saber y al desarrollo de las capacidades juveniles, que fueran verdaderamente buenas escuelas pro-fesionales donde se desarrollara la capacidad del saber. Pronto lo llamaron a formar parte de comisiones universitarias y lo designaron consejero de la Facultad, no habiendo querido aceptar su candidatura a rector o decano. Era una de las voces escuchadas con más respeto en la Universidad.

Tomó parte con entusiasmo en las reuniones de Educación Médica de la Asociación Médica Argentina, de la que fue uno de los organizadores, y en las dos de la Asociación Latinoamericana de Ciencias Fisiológicas, en la que debía presentar una nueva ponencia en agosto.

Consideraba a la Ciencia como base del ade-lanto material y como un factor de adelanto es-piritual. Para estimularla fué miembro fundador de la Sociedad Argentina de Cardiología (1938), que presidió en 1951 y vicepresidente de la Sociedad Argentina de Fisiología (1953). Fue presidente de la Sociedad Científica Argentina, vicepresidente de la Sociedad Argentina de Biología, miembro de la ALACF, Secretario de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (1945-1948), miembro de las Academias Nacionales de Medicina y de Ciencias

(Años 20) Con sus hermanos en Los Pingüinos. De izquierda a derecha: Eduardo, Ricardo, Alejandro, Mauricio, Carlos, Oscar y Armando

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Eduardo Braun Menéndez

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Exactas, Físicas y Naturales. Toda esa actividad científica y su don natural de simpatía le traje-ron una gran reputación internacional, respeto y amistades sinceras. Fue doctor honoris cau-sa de las Universidades de California y de Brasil, miembro honorario de la Universidad Católica de Chile y del American College of Physicians, de las Sociedades Mexicana y Uruguaya de Cardiología, de las Sociedades de Biología de Montevideo y de Río Grande del Sud, de la Sociedad Médica de Valparaíso, de la Société de Pathologie Rénale de París, miembro correspondiente de la Academia de Medicina de New York y de la Academia Brasileña de Ciencias, de las Sociedades de Cardiología Francesa, Brasileña y Chilena, de la Sociedad de Medicina de Montevideo. Era miem-bro de las Sociedades de Fisiología de Gran Bretaña y de Suiza.

Con una decisión que no reconocía obs-táculos y que a veces me asustaba, empren-dió la publicación de varias revistas nuevas: la Revista Argentina de Cardiología, de la que fue fundador y secretario; también fue fun-dador y miembro de Ciencia e Investigación; fundador y director de Acta Physiologica Latinoamericana, hoy órgano oficial de la Asociación Latinoamericana de Ciencias Fisiológicas. Iniciaba sin vacilación estas ta-reas difíciles por el costo, la selección y la

corrección de trabajos y aunque tenía grandes dificultades iniciales siempre hallaba ayuda oportuna para vencerlas. También dirigió en la editorial Emecé la colección Ciencia divulgada.

Cuando una organización estaba ya en marcha, delegaba las tareas y emprendía otra aventura. Lo entusiasmaba dar una conferen-cia nueva, pero tenía aversión a las clases ru-tinarias o a repetir lo ya conocido y procuraba delegar esas tareas.

En los tres últimos años, tres asuntos des-pertaron especialmente su interés. Uno de ellos fue apoyar con otros profesores mis esfuer-zos, que tuvieron éxito, para conseguir un fon-do para permitir la dedicación integral de los profesores de materias básicas y sus colabora-dores y para costear sus investigaciones. Esto fue conseguido gracias al clarividente apoyo del presidente provisional general Aramburu.

El segundo asunto fue conseguir la or-ganización de un Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas orga-nizado por el general Aramburu y el contraal-mirante Rojas y confirmado y apoyado por el presidente doctor Frondizi, de quien depende directamente. Eduardo Braun Menéndez fue miembro del Directorio del Consejo y presiden-te de la Comisión Asesora de Ciencias Médicas.

El tercer asunto, iniciado por él y los fi-siólogos de Chile y Uruguay, y que luego fue apoyado por los de todos los países, fue la or-ganización en Buenos Aires del XXI Congreso Internacional de Ciencias Fisiológicas, a rea-lizarse del 9 al 15 de agosto de este año. Eduardo Braun Menéndez era presidente del Comité Organizador y estaba entusiasmado

“Era a la vez un idealista y un hombre de acción. Su espíritu selecto amaba y practicaba los grandes valores humanos”

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con la realización de esa reunión científica, la más importante a celebrarse en nuestro país, por la gran cantidad de eminentes hombres de Ciencia que concurrirán y la importancia y variedad de los temas.

En los últimos tiempos, Braun Menéndez es-taba consagrado a formar y ayudar a jóvenes in-vestigadores. Les daba temas y bibliografías, les buscaba becas o sueldos y recursos de trabajo, tarea en que conseguía movilizarlos a todos. Estos jóvenes lo miraban como a un maestro y un padre y depositaban en él sus esperanzas, por lo que su muerte los dejó huérfanos y anonadados.

En el atardecer tormentoso del día 16 de enero de este año, al ir a reunirse con su familia para celebrar su cumpleaños, en un acciden-te de aviación perdió la vida en Mar del Plata, junto con su hija Magdalena, que fue nuestra compañera de laboratorio, hábil técnica y efi-caz secretaria de su padre, a quien queríamos todos porque era dulce, pura, buena y modesta, con devoción al deber y a ser útil.

Eduardo Braun Menéndez era cordial, tenía un don de simpatía que atraía hasta a los niños y que despertaba amistades en los mayores. Era un hombre lleno de amor: a la familia, a los ami-gos, a la ciencia y a sus discípulos. Fue buen hijo,

buen hermano, esposo y padre ejemplar, por lo que lo rodeaba en su casa un cálido ambiente de cariño y respeto rayano en la veneración. Era un buen amigo, querido y respetado en todas par-tes, como lo demuestran los centenares de car-tas conmovidas, expresión de un dolor universal, que llegaron de todas partes y los grandes ho-menajes que le han rendido conjuntamente las Sociedades Científicas en Santiago de Chile, las de São Paulo y las de Río de Janeiro y otras de los Estados Unidos y Europa. Amaba a la ciencia con una devoción sin límites. Quería a sus alum-nos con un interés y aliento casi paternal, des-viviéndose por su carrera. Como él consideraba que había sido protegido de las angustias pecu-niarias, se desvivía por atenuarlas en los demás.

Era a la vez un idealista y un hombre de ac-ción. Su espíritu selecto amaba y practicaba los grandes valores humanos: religión, ciencia, cultura, música y arte, principios morales, amor a la familia y a sus semejantes, fe en el destino humano. Fue un cristiano ejemplar, un creyente que vivía la fe en todos sus actos, que practicó el amor al prójimo y la caridad, que era tole-rante y respetaba a los hombres de buena fe y buena conducta cualquiera que fuera su credo.

Era profundamente optimista y sumamen-te emprendedor, sin que lo detuvieran las difi-cultades. Siempre acababa por vencerlas, con imaginación y tenacidad y porque siempre ha-llaba aliados y colaboradores. Su entusiasmo era comunicativo, por lo que atraía y entusias-maba a los jóvenes, y luego se desvivía por ha-llarles medios de trabajo y recursos.

Era un paladín de buenas causas, en su ac-ción encaminada a mejorar la Universidad y desarrollar la Ciencia. Defendía sus ideas con

“Su nombre y su memoria persistirán en el recuerdo y en la gloria, como el de uno de los grandes hombres de nuestra patria”

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Eduardo Braun Menéndez

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vehemencia y decisión, pero por la nobleza de su carácter, mereció el respeto de todos ellos y, por eso, tuvo adversarios pero no tuvo enemigos.

Era un luchador valiente e infatigable, deci-dido propulsor de todas la ideas que le parecían nobles, a las que se entregaba sin desmayos ni vacilaciones.

Era un caballero de distinción natural, sen-cillo, sin vanidad ni afectación, modesto porque quería más la causas que defendía que su pro-pia vanidad. Era un luchador de ideas, pero no un buscador de éxitos fáciles. Era íntegro, cla-ro, transparente y sin dobleces. Fue leal a sus maestros y sus convicciones. No fue esclavo de la vanidad, la riqueza y el éxito; y sólo lo fue del deber y del honor.

Era sumamente generoso. En el Instituto de Biología y Medicina Experimental no quiso nunca cobrar honorarios para que pudiéramos aumen-tar los de otros. A su vuelta a la Facultad, donó ín-tegramente sus honorarios para gastos urgentes

de laboratorio. Tenía una buena fe, un optimismo y un espíritu de tolerancia que por momentos pa-recían sorprendentes. Le costaba convencerse cuando alguien cometía una mala acción, bus-caba explicaciones, era sensible a las dificultades pecuniarias ajenas, tenía verdadera preocupación por no faltar a la justicia. Por su bondad muchos hombres dudosos procuraron su ayuda. Pero cuando llegaba a cerciorarse de la verdad, era decisivo y enérgico en sus juicios y decisiones.

Con la muerte de Eduardo Braun Menéndez perdió el país uno de sus hombres de ciencia más eminentes, que realizó investigaciones ori-ginales, luchó por perfeccionar la Universidad y desarrollar la Ciencia, un espíritu superior, un maestro y protector de la juventud, un dirigente intelectual y moral. Más allá de su vida perece-dera persistirá el ejemplo de su existencia lumi-nosa, para guía de los que quedamos y los que vendrán. Su nombre y su memoria persistirán en el recuerdo y en la gloria, que es el sol que ilumina a los muertos para inspirar a los vivos, como el de uno de los grandes hombres de nuestra pa-tria. Por eso vivirá, a pesar de la muerte, porque consagró su genio al culto de la verdad y del bien.

Bernardo Houssay (1887-1971)

Premio Nobel de Medicina en 1947. Fue doctor en Medicina y farmacéutico egresado en la Universidad de Buenos Aires. Fue presidente de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, de la Academia Nacional de Medicina, de la Sociedad Argentina de Biología y de la Federación Internacional de Diabetes. Fundó el Instituto de Fisiología de la UBA, el IBYME y fue el primer presidente del CONICET. Maestro y colega de Eduardo Braun Menéndez.

(1937) Los ruídos cardíacos

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Su biografía

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Comentarios seleccionados de Houssay“Nuestro recipiendario se ha distinguido como universitario, hombre de ciencia, patriota y hombre de bien. Como universitario por su dedicación a los más altos problemas intelectuales y a la investigación. Como hombre de ciencia por su esfuerzo incesante para resolver problemas fundamentales. Como patriota por su conducta ante los grandes problemas nacionales y por sus afanes constantes por formar investigadores y organizar y desarrollar la investigación científica en el país [...] Con íntima, paternal y emocionada simpatía de maestro os doy la bienvenida al recibiros hoy en el seno de esta alta corporación.”

Discurso de la incorporación de Eduardo Braun Menéndez a la Academia de Medicina, 1945

"La prematura e inesperada muerte de Eduardo Braun Menéndez tronchó una vida en plena madurez, cuando estaban en pleno ascenso sus excepcionales aptitudes y era mayor su devoción a la Ciencia y a la educación de la juventud, y privó al país de un hombre necesario y difícil de reemplazar. Nos arrebató a un hombre de ciencia sobresaliente, profesor estimulante, fino caballero, espíritu generoso, amigo cordial, querido y admirado, idealista y práctico, emprendedor y realizador, uno de nuestros universitarios más progresista y un gran maestro de la juventud."

Primera “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el Premio Nobel doctor Heymans, 1959

"El tiempo transcurrido ha hecho más patente la magnitud de la dolorosa y tremenda pérdida que sufrimos al desaparecer uno de nuestros científicos más sobresalientes, acertado orientador de nuestra Universidad, maestro de la juventud, caballero y hombre de bien, figura ejemplar de nuestro país y amigo profundamente querido."

Tercera “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el doctor Page, 1961

"Su nombre ha quedado grabado para siempre en la historia de la Fisiología y la Medicina Experimental y su memoria en el corazón de los que lo conocieron."

Cuarta “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el Premio Nobel doctor Severo Ochoa, 1962

"Eduardo Braun Menéndez fue una de las personalidades más sobresalientes y progresistas de la Medicina Argentina. Realizó descubrimientos originales, fue un maestro que despertó y orientó vocaciones, un iniciador y propulsor de los adelantos más modernos, una extraordinaria personalidad humana. Poseía valores físicos, intelectuales, morales y artísticos excepcionales. Era fuerte, generoso, bondadoso, tenaz y combatía con firmeza pero sin herir a las personas. Por eso despertó afectos y admiración en todos los que lo conocieron. A medida que pasa el tiempo valoramos más lo mucho

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Eduardo Braun Menéndez

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que perdimos al troncharse inesperadamente la vida de quien era guía, esperanza y ejemplo. Su obra en Cardiología fue amplia y sus estudios sobre los ruidos del corazón, con Oscar Orías, otro hombre extraordinario, son aún clásicos. Sus investigaciones sobre la hipertensión nefrógena, el descubrimiento de la angiotensina, el papel de las glándulas endocrinas y otras investigaciones, son adelantos definitivos que han dado páginas de gloria y prestigio mundial a la Fisiología y Medicina de nuestro país. Aún se expande la influencia de estos estudios en el campo de los polipéptidos y la regulación de la secreción de aldosterona. Contribuyó poderosamente a organizar la investigación y la dedicación exclusiva en la Universidad, a la institución de las unidades hospitalarias, a la creación de centros de investigación clínica y a la implantación del sistema de residentes en los hospitales."

Quinta “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el doctor Caldeyro-Barcia, 1963

"No omitió esfuerzos para desarrollar la investigación y la formación de investigadores. Fundó revistas, como Ciencia e Investigación y como Acta Physiologica Latinoamericana, que es hoy el órgano oficial de la Asociación Latino Americana de Ciencias Fisiológicas […] Con su muerte prematura perdimos un amigo querido y admirado, un guía y consejero necesario, un orientador y un realizador. Fue guía, ejemplo, iniciador y propulsor de los adelantos más modernos. Su extraordinaria personalidad humana aún nos orienta y estimula."

Sexta “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el doctor Juan Carlos Fasciolo, 1964

"Fue un maestro y formó discípulos a los que orientó en la docencia y la investigación científica. No lo entusiasmaban las clases rutinarias, pero sí los seminarios y la enseñanza en el laboratorio. Ayudó a los jóvenes, a los cuales atraía y entusiasmaba, inculcándoles orientaciones científicas, curiosidad, iniciativa e ideas generales. Era cordial, paciente, generoso y tolerante. Fue admirado aún por quienes discrepaban con algunas de sus ideas, por su nobleza, su claridad y su respeto por las personas […] Era una realidad brillante, pero se esperaba aún mucho más de él. A medida que pasa el tiempo se siente mejor cuanto perdimos con su muerte tan prematura."

Séptima “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el profesor Alberto Hurtado, 1965

"Su inteligencia penetrante y reflexiva le permitía comprender todo con profundidad y ver con claridad el buen camino que debía escogerse. Era emprendedor y tenaz, vencía o allanaba los obstáculos, que no lo detenían sino que por el contrario estimulaban su acción."

Novena “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el doctor Luis F. Leloir, 1967

"La obra de Braun Menéndez y sus colaboradores y discípulos es una de las que más prestigio y gloria han dado a la Fisiología y a las ciencias médicas básicas de la Argentina."

Decima “Conferencia Eduardo Braun Menéndez” con el doctor Alberto C. Taquini, 1968

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1903Nace en Punta Arenas, Chile

1922-23Servicio Militar en Valparaíso, Chile

1929Se recibe de doctor en Medicina en la UBA

1929Realiza cursos de especialización en París y Viena

Línea de tiempo

19251920

19051930

1920Termina estudios secundarios en Valparaiso, Chile

1926Se casa en Buenos Aires, Argentina

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1934Fundador de la Revista Argentina de Cardiología

1934Gana el premio anual por la mejor tesis de la Facultad de Medicina

1935Ingresa al Instituto de Fisiología

1936Cofundador de la Sociedad Argentina de Cardiología

1937Coautor de Los Ruidos Cardíacos en Condiciones Normales y Patológicas

1937Investigaciones en el University College de Londres (Reino Unido)

19361935

19341937

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40

1938Regresa de Londres y retoma investigaciones sobre hipertensión

1941Profesor adjunto en la Facultad de Medicina de la UBA

1942Doctor Honoris Causa Universidad de California, EE.UU

1943Renuncia a la UBA en solidaridad a Houssay

1943Coautor de Hipertensión Arterial Nefrógena

1944Cofundador del Instituto de Biología y Medicina Experimental

19431942

19381944

Línea de tiempo

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1944Coeditor de la serie de publicaciones de difusión Maestros de la Ciencia

1945Miembro de la Academia Nacional de

Medicina

1945Coautor de Fisiología Humana

1945Fundador de la revista Ciencia e Investigación

1950Fundador de Acta Physiologica Latinoamericana

1950Vicepresidente de la Sociedad Científica Argentina

19481945

19441950

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1951Presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología

1951Lecturer en Universidad de Texas

1953Co-fundador de la Sociedad Fisiológica Argentina

1953Fundador del Instituto Católico de Ciencias

1956Profesor titular de Fisiología en la Facultad de Medicina de la UBA

19551953

19501956

1955Retorno a la UBA

Línea de tiempo

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43

1956Presidente de la Sociedad Científica Argentina

1957Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

1958Director fundador del CONICET 1959

Muere en accidente de avión en Mar del Plata

1958Posibilita la compra de Clementina, primera computadora argentina

19581957

19561959

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Su biografía

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Eduardo Braun Menéndez

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Sin ninguna duda la contribución científica

más trascendente que realizó Eduardo

Braun Menéndez durante su carrera, fue el

hallazgo de la que se conociera entonces

como hipertensina y más tarde como

angiotensina. Se trata de la identificación

de un sistema esencial en el control de la

presión arterial, como lo han demostrado

estudios posteriores a los iniciales de Braun

Menéndez que datan de la década de 1940.

La manipulación terapéutica de ese sistema

de control, constituye en la actualidad una

de las estrategias más utilizadas para el

tratamiento de la hipertensión arterial.

El descubrimiento

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El descubrimiento

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La hipertensina

EDUARDO BRAUN MENÉNDEZ 1

Sean mis primeras palabras de agrade-cimiento a mi distinguido amigo el doc-tor Abel Sánchez Díaz por sus afectuosas

palabras; a mi querido maestro el profesor Bernardo A. Houssay, a quien tanto debo en enseñanzas y ejemplos, en dirección, estímulo y ayuda; y a esta Honorable Academia que me ha honrado por encima de mis merecimientos al recibirme en su seno.

Siguiendo la tradición de esta Academia, haré un breve relato de uno de los temas que ha ocupado mi atención de investigador.

La participación del riñón en la génesis de la hipertensión arterial, sospechada por los clíni-cos desde las clásicas observaciones de Bright, determinó a los investigadores a buscar un mé-todo que permitiese reproducir dicha enferme-dad en los animales de laboratorio. Después de numerosas tentativas de resultados poco sa-tisfactorios, Goldblatt y sus colaboradores des-cubrieron en 1934, que la constricción parcial de la arteria renal produce, en el perro y en los mamíferos en general, una hipertensión arterial permanente, cuyos caracteres son muy pare-cidos a la hipertensión humana.

1 Discurso de Incorporación como Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1957.

En posesión de un método simple y seguro para provocar una hipertensión experimental, se iniciaron en varios laboratorios estudios des-tinados a revelar su mecanismo. Se comprobó que la hipertensión no se debía a un mecanis-mo nervioso y se descartó también como causa primaria una perturbación de las glándulas de secreción interna. Todo hacía pensar que algún mecanismo humoral era el causante de la ele-vación de la presión arterial.

En el antiguo Instituto de Fisiología de nues-tra Facultad de Medicina entre los temas de estudio del profesor Houssay, figuraba la hi-pertensión arterial de origen renal. Uno de los primeros trabajos que me encomendara cuan-do me inicié a su lado en la experimentación, fue estudiar el efecto sobre la presión arterial

“Estuve a unos pocos milímetros de hacer un gran descubrimiento, pues si en lugar de ligar parcialmente la vena renal hubiera ligado la arteria renal habría precedido a Goldblatt por unos cuantos años”

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Eduardo Braun Menéndez

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(Años 50) En el laboratorio del IBYME

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El descubrimiento

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del perro, de la constricción de la vena renal. Publiqué en 1932 un estudio con los resulta-dos obtenidos: se lograba una pequeña hiper-tensión, desgraciadamente transitoria. Estuve a unos pocos milímetros de hacer un gran descu-brimiento, pues si en lugar de ligar parcialmen-te la vena renal hubiera ligado la arteria renal habría precedido a Goldblatt por unos cuantos años. Cuando éste publicó sus primeros resul-tados, el profesor Houssay dio como tema de tesis a uno de sus jóvenes discípulos, el doctor Juan Carlos Fasciolo, el estudio del nuevo tipo de hipertensión experimental, y con él realizó el experimento que anteriormente había pla-neado conmigo en caso de haber obtenido yo el resultado buscado. Dicho experimento pro-bó de manera concluyente que la hipertensión consecutiva a la obstrucción de la arteria re-nal obedece a un mecanismo humoral: el riñón con su arteria parcialmente ocluída provenien-te de perros con hipertensión arterial producía un aumento de presión arterial, cuando se le injertaba en el cuello de otro perro. También comprobaron Houssay y Taquini que la sangre venosa de estos riñones producía un estrecha-miento de los vasos sanguíneos.

Tal era el estado del problema a fines del año 1938 al regresar yo de Inglaterra donde había es-tado estudiando el metabolismo del corazón en el laboratorio del profesor Lovatt Evans. El profesor Houssay nos convocó a una reunión en su des-pacho y se expresó más o menos de la siguiente manera: es evidente que la sangre proveniente del riñón de un perro hipertenso contiene algu-na substancia responsable de la hipertensión. Es necesario buscar dicha substancia, aislarla y, si es posible, purificarla e identificarla. Para dicha ta-rea conviene unir los esfuerzos de los fisiólogos y de los químicos formando un equipo. Se formó el equipo: Fasciolo y yo como fisiólogos; Leloir y Juan M. Muñoz como químicos. Comenzó la difí-cil tarea. Hubo que idear métodos para conseguir sangre activa en cantidades suficientes a fin de concentrar el principio activo. Se comprobó lue-go que dicho principio podía prepararse en el tubo de ensayo haciendo actuar un extracto de riñón sobre el plasma.

Al cabo de un año y pocos meses habíamos descubierto que el riñón cuya irrigación ha sido reducida vierte a la sangre una enzima proteo-lítica: la renina. Ésta actúa sobre una proteína de la sangre y desprende de ella una molécu-la más pequeña que es la que actúa sobre las arteriolas provocando su contracción y en con-secuencia un aumento de presión arterial. Esta substancia cuyos caracteres químicos y farma-cológicos no correspondía a ninguna de las ya conocidas, fue bautizada por nosotros con el nombre de hipertensina.

Es interesante destacar que casi simultánea-mente, Page y Helmer en los Estados Unidos, siguiendo una pista diferente, llegaron a descu-brir la misma substancia, que denominaron an-giotonina. Muchos estudios se realizaron desde

“Esta substancia, cuyos caracteres químicos y farmacológicos no correspondía a ninguna de las ya conocidas, fue bautizada por nosotros con el nombre de hipertensina”

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Eduardo Braun Menéndez

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entonces en nuestro país y en el extranjero so-bre el papel de la hipertensina en la hipertensión experimental humana. En 1943 reunimos todas nuestras investigaciones sobre el tema en un li-bro Hipertensión arterial nefrógena, que ha sido traducido al inglés y al italiano.

Cuando en 1943 se fundó el Instituto de Biología y Medicina Experimental, tuvimos que adaptar nuestros temas de investigación a las reducidas facilidades de que disponíamos, y abandonamos temporariamente el estudio de dicha substancia. Pero cuando aparecieron mé-todos nuevos para la separación de substan-cias complejas —la cromatografía en papel, la contracorriente, etc.— con el doctor Alejandro Paladini, un colaborador del doctor Leloir en el vecino Instituto de Investigaciones Bioquímicas, Fundación Campomar, iniciamos los estudios con el fin de obtener la hipertensina pura y conocer su estructura. Como es natural, tuvieron la misma idea otros grupos de investigadores en Londres y en Cleveland y ellos, mucho mejor equipados, lo-graron antes que nosotros revelar la secuencia de aminoácidos de la molécula de hipertensina. Poco después un grupo de químicos en Basilea y otro en Cleveland pudieron sintetizarla. Sin embargo, de nuestros estudios ha surgido la noción de que la acción de la renina sobre las globulinas del plas-ma provoca la aparición de más de un polipép-tido con acción presora, lo cual permite suponer que hay más de una hipertensina y que quizás haya alguna otra enzima capaz de formar otros polipéptidos presores similares a la hipertensina.

Persiste aún la doble nomenclatura, algunos usan el término angiotensina y otros hiperten-sina. En una reunión celebrada en junio de este año en Ann Arbor sugerí que, para evitar con-fusiones, se unificaran ambos términos en un

híbrido —angiotensina o hipertonina— idea que parece tener aceptación general.

De todas maneras disponemos ya de una hipertensina de constitución química definida que puede prepararse por síntesis y ello per-mitirá quizás idear métodos para dosarla en la sangre y comprobar si efectivamente desem-peña algún papel en la hipertensión experimen-tal y humana. También se abre la posibilidad de preparar homólogos o derivados que, inyecta-dos en el organismo, anulen o inhiban la acción presora de la hipertensina endógena.

Larga sería la enumeración de las etapas, de las marchas y contramarchas, de los éxitos parciales, de las desilusiones, de las aventuras y de las anécdotas que jalonaron nuestra in-vestigación. Algún día escribiré, yo también, una pequeña historia, que podría titularse: Pequeña historia hipertensínica.

Hoy solo quisiera referirme a los factores que favorecen o dificultan la realización de una in-vestigación científica. Es indudable que lo más fundamental para el éxito de una investigación es el factor humano. Como dijo Houssay, “la in-vestigación científica depende de los investi-gadores. Estos no se improvisan y es necesario

“Para ser investigador no basta querer serlo, se requiere vocación, aptitudes morales e intelectuales, una larga preparación y, sobre todo, arduo trabajo”

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El descubrimiento

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formarlos cuidadosamente “. Para ser investiga-dor no basta querer serlo, se requiere vocación, aptitudes morales e intelectuales, una larga pre-paración y, sobre todo, arduo trabajo.

Pero el investigador necesita además un me-dio adecuado para desarrollarse y para cumplir su misión, necesita recursos materiales e inte-lectuales, y requiere también ciertas condiciones ambientales favorables para prosperar.

Mirando retrospectivamente los años de-dicados a la investigación de la hipertensina puedo distinguir claramente dos períodos bien definidos: uno de luz y otro de sombra. En el pri-mero los factores favorables influyeron decisi-vamente en el rápido desarrollo y el buen éxito de nuestras investigaciones. El contorno inme-diato en que trabajábamos era ideal. El Instituto de Fisiología, dirigido por un verdadero maes-tro, disponía de los recursos materiales indis-pensables y, además, reinaba en él el amor a la verdad, el respeto a la justicia y el entusiasmo por la investigación científica.

Nuestro equipo, formado por cuatro inves-tigadores, estaba apoyado sobre una sólida

organización. Por un lado la biblioteca, el taller, los viveros, el instrumental, las drogas; por el otro el personal de secretaria y de servicio, los técnicos, los aprendices, los colegas dedicados a otros temas. En suma, muchos colaborado-res anónimos, pero no por eso menos eficaces. Y cuando tuvimos que solicitar la colaboración de quienes no pertenecían al Instituto, la obtuvi-mos amplia y cordial. Las condiciones del medio ambiente eran, si no ideales, por lo menos favo-rables: clima de libertad, fe en el futuro, ansias de progreso y superación, respeto por los valo-res morales e intelectuales.

Pero vino el vendaval precursor de la tormen-ta. Del Instituto de Fisiología del cual acabo de dar una sonora idea, emigramos, en 1943, a una casa alquilada, sin muebles, sin libros, sin ani-males, sin instrumentos, que sería la sede del Instituto de Biología y Medicina Experimental. Allí nos refugiamos cinco profesores de fisiolo-gía y algunos fieles discípulos. Gracias a la ayu-da de la Fundación Juan B. Sauberán, formada por cuatro clarividentes caballeros capitanea-dos por el malogrado doctor Miguel Laphitzondo, dispusimos, desde el primer momento, de una base económica para dotar al nuevo Instituto y mantener a los moradores. Al principio poco pu-dimos investigar y nos dedicamos a escribir un libro de texto de Fisiología que hoy tiene amplia difusión. Luego, gradualmente, fue creciendo la nueva organización y comenzó a producir frutos. Allí trabajamos y subsistimos desde 1943 hasta 1955, en un clima poco propicio para desarro-llar una labor de proyecciones. Es verdad que se realizaron investigaciones y algunas de cierta importancia. Pero nuestros recursos eran limi-tados y para trabajar, teníamos que cubrirnos de una caparazón protectora que nos aislara de la atmósfera hostil que nos rodeaba.

“Aún son relativamente pocos los que aman a la ciencia, son pocos los que están profundamente convencidos que ayudarla es ayudar al país y ayudarse a sí mismos”

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Sin embargo, no todo fueron sombras. Las nu-merosas manifestaciones de solidaridad, que han quedado registradas en las memorias anuales del Instituto de Fisiología y Medicina Experimental, nos demostraron que existían en nuestro país muchas personas y muchas instituciones que estaban dispuestas, aún a veces a riesgo de su propia seguridad, a ayudar a los investigadores. Se cuentan por centenares los que contribuyeron con cuotas fijas o aportes ocasionales en dinero, o en especies, o con su trabajo personal.

Del extranjero también llegó el aporte gene-roso: sobre todo del gran país del Norte, que tan prontamente acude en apoyo de quien puede hacer buen uso del dinero de sus hijos.

Esas manifestaciones de solidaridad que fueron rayos de luz en la época de sombra, son las que permiten hoy mirar el porvenir con cier-to optimismo.

Es verdad que aún son relativamente pocos los que aman a la ciencia, son pocos los que es-tán profundamente convencidos que ayudarla es ayudar al país y ayudarse a sí mismos. Por eso la situación de los investigadores en nues-tro país es angustiosa: no se los respeta, no se los ayuda, no se les paga, no se los rodea de los elementos indispensables para que puedan rendir al máximo de su capacidad. Y el resulta-do es que no sólo no podemos recuperar a los hombres de ciencia que abandonaron el país en la época sombría, sino que seguimos perdien-do este capital humano, el más valioso, el úni-co irremplazable, el factor fundamental para el progreso y la independencia de nuestra patria.

Por ello, pese a nuestro optimismo, a ve-ces nos asalta la impaciencia y la irritación al

chocar con dificultades de todo orden con la incomprensión de algunos y la mala fe o las maniobras dilatorias de otros.

Es urgente que el Estado y los particulares creen las condiciones para promover la inves-tigación científica mediante la formación de investigadores y la protección a los hombres de ciencia que realizan investigación original. Al mismo tiempo, habrá que seguir luchando por lograr que la inteligencia y el corazón del pueblo sean poseídos por el amor de la cien-cia y la verdad, y para crear el clima propicio, necesario para el progreso de la ciencia. Si ello se consigue, la Argentina se convertirá de ve-ras en una gran Nación.

(1957) Pronunciando su discurso de incorporación a la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

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El descubrimiento

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Breve historia del descubrimiento de la hipertensinaEn homenaje a la memoria del doctor Eduardo Braun Menéndez

JUAN CARLOS FASCIOLO1

Es ésta la historia de un grupo de hombres que unieron sus esfuerzos para investigar los mecanismos de la hipertensión arte-

rial. Resultado de esta empresa fue una mejor comprensión de los agentes humorales que la provocan y el descubrimiento de la hipertensina.

Comienza en el año 1936, cuando reciente-mente graduado en medicina fui a consultar al profesor Houssay sobre la posibilidad de hacer mi tesis doctoral en el Instituto de Fisiología de la Universidad Nacional de Buenos Aires, que él dirigía. Tengo aún presente la entrevista y re-cuerdo los temas de investigación que le pro-puse y que el maestro discutió pacientemente conmigo. Finalmente abrió una voluminosa car-peta repleta de temas de trabajo y me dio a elegir entre varias alternativas. Me interesó el proble-ma de la hipertensión arterial, ya que había sido estudiado en el Instituto de Fisiología por el doc-tor A. Biasotti en 1927, y por el doctor E. Braun Menéndez en el año 1932. El doctor Houssay me puso en contacto con este último, para que me enseñara las técnicas de determinación de

1 Ciencia e Investigación 1959, 15 (9): 254-259.

la presión arterial de la rata, animal con el que debía comenzar mis investigaciones.

Conocía ya entonces al doctor Braun Menéndez, quien acababa de realizar sus bri-llantes investigaciones con el doctor Oscar Orías, sobre los ruidos cardíacos en el estado normal y en el patológico. Se encontraba a la sazón en vís-peras de realizar un viaje de estudios a Inglaterra para investigar diversos aspectos del metabolis-mo cardíaco en el laboratorio del profesor Lovatt Evans, en Londres.

El problema que se me había planteado para comenzar, era el de encontrar un procedimien-to para provocar hipertensión arterial en la rata. Pensé que tal vez podría conseguirlo producien-do lesiones glomerulares mediante la coagula-ción de la corteza del riñón de la rata.

Comencé la labor y cuando estábamos ob-teniendo los primeros resultados positivos, tuvimos conocimiento de las trascendentes publicaciones de Goldblatt y sus colaboradores, sobre la producción de la hipertensión arterial en el perro mediante la isquemia renal incompleta.

El método consistía en disminuir el caudal de sangre que llega al riñón comprimiendo la arteria

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renal. Si la isquemia parcial se hacía sobre los dos riñones, o sobre un riñón después de haber extirpado el otro, la hipertensión que se provo-caba en el perro era permanente.

El profesor Houssay consideró que debíamos emplear esa técnica, así es que comenzamos a operar nuestros perros y pronto pudimos con-firmar los sensacionales resultados de Goldblatt. Surgió inmediatamente la pregunta de cuál era el mecanismo de la hipertensión arterial causa-da por la isquemia parcial. El profesor Houssay que estaba muy familiarizado con las técnicas de los injertos de órganos mediante anastomosis vasculares, ya que por aquel entonces se rea-lizaban a diario en el Instituto de Fisiología in-jertos de páncreas, tuvo la idea de injertar los riñones de los perros hipertensos a perros nor-males (Figura I). El objeto era saber si los riño-nes de los perros que habían sido isquemiados algunos días antes, eran capaces de elevar la presión arterial de los receptores normotensos.

En el año 1937 pudimos comprobar que al in-jertar los riñones isquemiados de los perros hi-pertensos, se producía un considerable ascenso de la presión arterial del perro receptor, mientras que los riñones de los perros normales carecían habitualmente de esa propiedad (figura 2).

Vale decir que se demostró que el riñón par-cialmente isquemiado fabrica y vierte en el to-rrente circulatorio, substancias que poseen acción hipertensora. En estos mismos anima-les, el doctor A. C. Taquini investigaba la actividad vasoconstrictora de la sangre de la vena renal, ensayada sobre el sistema vascular del tren pos-terior del sapo.

Sus investigaciones mostraron claramente que la sangre de la vena renal del riñón par-cialmente isquemiado, posee una substancia de potente acción vasoconstrictora, de la que está desprovista la sangre que proviene de un riñón normal.

Era el año 1938 y el doctor Taquini interrum-pió sus investigaciones para realizar un viaje de estudios a Boston, donde concurría el servicio de Cardiología del doctor. P.D. White.

A su regreso de Londres, el doctor Braun Menéndez se mostró deseoso de trabajar en el

(Figura 1) Esquema de un injerto de riñón en el cuello de un perro. Está representada esquemáticamente la platina calentada con el termómetro. A la derecha, modo de preparar vasos con la cánula de Payr.

“Es ésta la historia de un grupo de hombres que unieron sus esfuerzos para investigar los mecanismos de la hipertensión arterial”

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problema de la presión arterial. Juntos encara-mos, en el año 1938, el estudio de la producción de la substancia hipertensora por el riñón perfun-dido con sangre, mediante una bomba, y al que se le reducía el aporte sanguíneo comprimiendo la arteria renal. Comprobamos que después de un breve período de isquemia parcial, la sangre de la vena renal adquiría propiedades hiperten-soras. Estos hallazgos eran importantes porque permitían disponer de una fuente adecuada de substancia hipertensora y por lo tanto, facilitaba mucho el estudio de sus características.

El problema que teníamos por delante, iden-tificación y caracterización de la substancia presora, requerían la ampliación de nuestro equipo, y sobre todo, la colaboración de quí-micos competentes. Tuvimos la gran fortuna de que dos investigadores especializados en investigaciones químicas y enzimológicas, los doctores L.F. Leloir y J. M. Muñoz se interesaron en estos estudios y se incorporaron al equipo. Comenzó así una época de intenso trabajo, un período de amistosa colaboración que siempre recuerdo con placer y también con un poco de nostalgia. El tedioso trabajo diario de las perfu-siones o del ensayo de la acción presora de las diversas muestras, lleno de fracasos y de difi-cultades, pero también de esperanzas, no nos desanimó. Leloir y Muñoz llevaban a su labo-ratorio, muestras de la sangre de la vena renal, de los riñones perfundidos, con o sin isquemia, y regresaban con diversos extractos cuya acti-vidad ensayábamos Braun Menéndez y yo sobre la presión arterial del perro anestesiado. Pronto comprobamos que los extractos alcohólicos o acetónicos de la sangre que provenía de los ri-ñones parcialmente isquemiados (Figura 2), contenían una substancia hipertensora de la que carecían los provenientes de los riñones

normales. Pero para nuestra sorpresa, aque-llos extractos mostraban una acción presora mucho más breve que la desarrollada por la sangre original, cuando era inyectada direc-tamente. La acción presora de la sangre pro-veniente del riñón isquemiado, era prolongada manteniéndose la presión elevada unos 1530 minutos; el ascenso de la presión era gradual, alcanzándose el máximo en 3 a 5 minutos des-pués de la inyección.

(Figura 2) Se puede observar que el efecto presor de la inyección de renina (curva superior) es similar al injerto renal (curva del medio). En la curva inferior se observa que la incubación de renina con plasma sanguíneo, da origen a una substancia de breve acción presora que pasa al alcohol. La renina o el plasma tratados separadamente no producen efectos. El extracto alcohólico de la sangre isquemiado, tiene una acción presora similar al que produce la incubación de la renina más plasma, mientras que el extracto de sangre del riñón normal carece de acción. La inyección de la sangre proveniente del riñón isquemiado tiene acción presora similar a la de la renina.

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Tal tipo de curva nos recordaba la que produ-ce la renina, substancia presora de naturaleza proteica, descubierta en el riñón por Tigersted y Bergmann, en el año 1898. En cambio, la subs-tancia de los extractos alcohólicos o acetónicos causaba un brusco ascenso de la presión arte-rial que duraba solamente de 3 a 5 minutos. Por lo demás, el principio presor contenido en ellos no podía ser la renina, la que es inactivada por el alcohol o la acetona.

Resultaba pues evidente, que si bien el efecto presor de la sangre, o el de los injertos renales podía atribuirse a la renina, el de los extractos era producido por otra substancia. Los ensa-yos de identificación mostraron, para nuestra alegría, que la substancia presora contenida en ellos, era distinta de las otras conocidas hasta la fecha; es decir que habíamos descubierto una nueva substancia hipertensora.

También encontramos que en el plasma y en los tejidos hay una enzima (o tal vez varias) que destruye a la hipertensina, a la que llamamos hipertensinasa. Por consiguiente, según nues-tro grupo, la reacción tenía lugar de acuerdo al esquema que encabeza la columna siguiente.

Estábamos en el año 1940 y debí alejarme de las investigaciones sobre la hipertensión arterial para realizar un viaje de estudios a los Estados Unidos que duraría un año.

El doctor Braun Menéndez continuó sus in-vestigaciones teniendo como colaboradores ex-tranjeros a los Dres L. Dexter y J. W. Bean de los Estados Unidos y R. Del´Oro y F. Huidobro de Chile.

Una serie de jóvenes investigadores estimu-lados por el inagotable entusiasmo del profesor

Houssay, estudiaron diversos problemas relacio-nados con la hipertensión nefrógena e hicieron importantes contribuciones a su conocimiento.

Todos ellos tuvieron en el doctor Braun Menéndez, un experimentado consejero, lleno de espíritu de colaboración, de deseo de ayudar-los en sus problemas y de orientarlos en el cam-po de las investigaciones que tan bien conocía.

A mi regreso volví a interesarme en el cam-po de la presión arterial con Braun Menéndez, Taquini, Muñoz y Leloir. Investigamos el lugar de la formación del hipertensinógeno, la rela-ción entre la hipertensina y pepsitensina (subs-tancia esta última descubierta por el doctor H. Croxatto, y que resulta de la interacción de la pepsina y una globulina plasmática) y otros problemas relacionados con el mecanismo hu-moral de la hipertensión arterial.

Corría el año 1943. La separación del profe-sor Houssay de su cátedra y de la dirección del Instituto, por la dictadura, obligó a nuestro grupo a suspender, temporariamente, las investigacio-nes. Se aprovechó la interrupción para terminar la redacción de nuestro libro sobre Hipertensión arterial nefrógena que fue publicado en 1943.

Las investigaciones fueron más tarde rei-niciadas por el doctor Braun Menéndez, en el

HIPERTENSINA

HIPERTENSINA + HIPERTENSINASA

SUBSTANCIA INACTIVA

RENINA(Proteína renal)

HIPERTENSINOGENO (Proteína de la sangre)+

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Instituto de Biología y Medicina Experimental y por Taquini y yo en el Centro de Investigaciones Cardiológicas. Braun Menéndez se interesó so-bre todo en el metabolismo del agua y de la sal en las ratas hipertensas, mientras que Taquini y yo, estudiábamos el contenido de la renina de la sangre de los perros y de los pacientes hiperten-sos. No encontramos aumento de la renina en la sangre de los hipertensos y por lo tanto faltaba todavía un importante argumento para aceptar la teoría de que el sistema renina-hipertensina era el mediador químico de la hipertensión renal.

Una de las posibilidades más atrayentes era que en la hipertensión crónica, la elevación de la presión arterial, estuviera mantenida por la hi-pertensina, la cual sería formada en el riñón por la acción de la renina y del hipertensinógeno y vertida en la vena renal. Esta posibilidad no pudo ser explorada por nosotros en su oportunidad,

ya que los métodos de estimación de la hiper-tensina que disponíamos, no mostraban sufi-ciente sensibilidad.

Correspondió en épocas más recientes a L. Skeggs y colaboradores el mérito de desa-rrollar un método sumamente sensible y de-mostrar en el año 1952, que en la hipertensión renal, clínica o experimental, existe un aumen-to del contenido de hipertensina de la sangre. Últimamente Paladini, Braun Menéndez y co-laboradores, han desarrollado un método de estimación de la hipertensina sumamente sen-sible, lo que hace abrigar esperanzas de que se puedan ampliar nuestros conocimientos sobre las condiciones que producen aumento de la secreción de la hipertensina.

La estructura química de la hipertensina fue primeramente estudiada por nosotros bajo la in-fluencia de los químicos del equipo, los doctores Leloir y Muñoz. Se comprobó que se trataba de un polipéptido relativamente pequeño, se le co-nocieron muchas propiedades importantes y se desarrollaron métodos de preparación y purifi-cación en escala relativamente grande.

El próximo paso en el estudio de este poli-péptido fue dado en Suecia por P. Edman, quien en 1945 obtuvo preparaciones de gran pureza y comprobó la presencia en su estructura de di-versos aminoácidos.

Más recientemente, en el año 1956, gracias a los trabajos de L. Skeggs y colaboradores y de F. M Bumpus y colaboradores en los Estados Unidos, y de F. M. Elliot y W. S. Peart en Inglaterra, se aclaró la constitución de la molécula de la hi-pertensina y se determinó la secuencia de los aminoácidos que la forman. De acuerdo con las (1959) Revista Ciencia e Investigación

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investigaciones de Skeggs y Kahn, habría dos hipertensinas: la hipertensina I, que es un poli-péptido formado por diez aminoácidos, y la hi-pertensina II formada por ocho aminoácidos.

La renina actuando sobre el hipertensinógeno daría lugar a la hipertensina I, la que luego se-ría convertida en hipertensina II por una enzima presente en el plasma. La hipertensina II sería la verdadera substancia presora.

El conocimiento del encadenamiento de los aminoácidos que forman la hipertensina ha per-mitido sintetizarla. El mérito de tan resonante adquisición corresponde a F. M. Bumpus y cola-boradores en Estados Unidos y W. Rittel y cola-boradores en Suiza, quienes anunciaron en 1957, la síntesis de la hipertensina.

Esta importante contribución no pone un broche final a las investigaciones sobre la hi-pertensión arterial. Muy por el contrario, se abre una nueva etapa. Será tal vez posible preparar análogos de la hipertensina desprovistos de acción vasoconstrictora, que se fijen sobre los

receptores vasculares, e impidan a la verdadera hipertensina ejercer su acción vascular. Sería de esta manera posible reducir la presión arterial en la hipertensión renal. Pero quedan además innu-merables aspectos por investigar, tales, como el efecto protector del tejido renal sano, el meca-nismo de la hipertensión renopriva, la acción de las glándulas endocrinas, la acción de la renina sobre el metabolismo hidrosalino, etc.

Hace ya muchos años que nuestro grupo se desintegró y cada uno de los que lo componíamos fuimos a ocupar posiciones en organismos diver-sos. En cada viaje que he realizado a Buenos Aires, no he dejado de visitar a mis ex compañeros de equipo, a los que me une una estrecha amistad ci-mentada en los años de labor común. No podré ha-cerlo más con Braun Menéndez, cuya conversación ágil, sana y optimista era fuente de inspiración y de firmeza para sobrellevar las dificultades y perse-verar en nuestra labor. En muy pocas personas he visto ese optimismo, esa confianza, ese vehemente deseo de realizar que tenía Braun Menéndez. Pocos he visto también, ser tan generosos como él en va-lorar los méritos ajenos. Fue sin duda, un privilegio para todos nosotros el haber compartido con él, las alternativas de muchos años de labor común.

“En muy pocas personas he visto este optimismo, esa confianza, ese vehemente deseo de realizar que tenía Braun Menéndez. Pocos he visto también, ser tan generosos como él en valorar los méritos ajenos”

Juan Carlos Fasciolo (1913-1993).

Doctor en Medicina graduado en la Universidad de Buenos Aires. Fue académico correspondiente de la Academia Nacional de Ciencias. Realizó estudios especializados en los Estados Unidos. Fue investigador y profesor universitario dando cursos y conferencias y recibiendo premios, becas y distinciones en la Argentina y en el exterior. Fue miembro del equipo que descubrió la angiotensina, colega y amigo de Eduardo Braun Menéndez.

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Eduardo Braun Menéndez y el descubrimiento de la hipertensina

LUIS FEDERICO LELOIR1

Esta conferencia tiene para mí un signifi-cado muy especial. Es un homenaje a un amigo de muchos años y muy querido.

Conocí a Eduardo Braun Menéndez allí por el año 30. Nuestra amistad empezó en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina, que dirigía el doctor Houssay. Ambos nos iniciábamos en la investiga-ción con el trabajo de tesis. Posteriormente, Eduardo colaboró con Orías y otros en investi-gaciones sobre ruidos cardíacos, trabajos que tuvieron gran difusión y resonancia. Entretanto, yo estuve en Inglaterra un año y cuando volví, se presentó la oportunidad de formar el equipo de la hipertensión. En esa época habían aparecido los trabajos de Goldblatt en los que demostró que estrechando la arteria renal se produce hi-pertensión. Se sabía también que era posible extraer una proteína presora del tejido renal, la renina. Además Fasciolo trabajando bajo la dirección del doctor Houssay había observado que el riñón prefundido forma una substancia presora que parecía distinta de la renina. En ese

1 Palabras pronunciadas por el doctor Luis F. Leloir durante la novena “Conferencia Eduardo Braun Menéndez”, 1967.

momento fue cuando Eduardo, Fasciolo, Muñoz y yo empezamos a trabajar juntos. Poco des-pués, entró también a colaborar Taquini.

Tratábamos de identificar la sustancia pre-sora del riñón isquemiado. Recuerdo con bas-tante claridad las circunstancias en que hicimos el experimento más importante. Habíamos es-tado buscando una sustancia presora termoes-table que se formara en el riñón. Un día Eduardo me sugirió que incubara renina con plasma. Le contesté que había incubado toda clase de ex-tractos brutos de riñón, que tenían renina y que no se formaba nada.

A pesar de que no me parecía razonable hice el experimento y se formó una sustancia preso-ra termoestable que fue bautizada hipertensina. Después supimos que los fracasos con extractos brutos se debían a la presencia de una enzima, la hipertensinasa, que destruye la hipertensina.

“En los momentos difíciles añoraba los cambios de ideas con él y su opinión certera y razonable”

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Tuvimos una pequeña desilusión cuando poco después apareció un trabajo de Page y Helmer en que se describía la misma sus-tancia presora. Ellos la llamaron angiotonina. Años después Page y Eduardo llegaron a la solución salomónica de llamar a la sustancia angiotensina.

El equipo de la hipertensión trabajó más o menos un año. Visto con la perspectiva de los años parece extraordinario cuanto se hizo en un poco tiempo.

Poco después sobrevino una de nuestras periódicas crisis universitarias y nos dispersa-mos todos. Volvimos a reunirnos en el Instituto

de Biología y Medicina Experimental en la calle Costa Rica. Allí Eduardo siguió con gran entu-siasmo con las tareas de investigación, en-señanza y promoción científica. Todo esto lo hacía con extraordinaria eficiencia. Después de muchos años todavía se nota el vacío que dejó. Así el año pasado, con motivo de la con-moción universitaria, lo he recordado muchas veces. En los momentos difíciles añoraba los cambios de ideas con él y su opinión certera y razonable. Más de una vez he pensado y he dicho: si estuviera Eduardo…

“Un día Eduardo me sugirió que incubara renina con plasma. Le contesté que había incubado toda clase de extractos brutos de riñón, que tenían renina y que no se formaba nada”

Luis Federico Leloir (1906-1987).

Premio Nobel de Química en 1970. Doctor en Medicina graduado en la Universidad de Buenos Aires. Fue discipulo de Houssay y realizó estudios avanzados bajo la supervisión del Premio Nobel Sir Frederick Gowland Hopkins. Fue miembro de la Academia Nacional de Medicina. Fundó el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, hoy Instituto Leloir. Fue miembro del equipo que descubrió la angiotensina, colega y amigo de Eduardo Braun Menéndez.

(1968) Folleto de la conferencia

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Eduardo Braun Menéndez y la angiotensina

IRVINE PAGE1

Estoy sumamente agradecido al profesor Houssay y a su grupo por la oportunidad que me brindan de poder honrar la memo-

ria de mi viejo y querido amigo Eduardo Braun Menéndez. Quiero que su esposa y familia se-pan cuanto lo respetábamos y queríamos en los Estados Unidos, tanto por sus cualidades per-sonales como por la obra realizada en el cam-po de la hipertensión. Fue uno de los grandes hombres de este mundo.

Supongo que todos, tarde o temprano, en-cuentran a alguien en quien inmediatamente reconocen a un amigo para toda la vida. Este momento llegó para mí al conocer a Eduardo, pero el mencionado encuentro sólo tuvo lu-gar después de varios años de aguda rivali-dad científica. Como ustedes saben, el doctor Houssay y el doctor Eduardo Braun Menéndez eran las figuras rectoras en Sud América en el terreno de la hipertensión; es natural, enton-ces, que trabajáramos siguiendo prácticamen-te las mismas líneas. Lo extraordinario en este caso es que, sin ninguna comunicación pre-via, llegamos a casi las mismas conclusiones al mismo tiempo.

1 Palabras pronunciadas por el doctor Irvine Page, investigador de la Cleveland Clinic Foundation, EE.UU. durante la tercera “Conferencia Eduardo Braun Menéndez”, 1961.

Cuando finalmente nos encontramos frente a frente, varios años después de nuestro descu-brimiento simultáneo de la angiotensina, me di cuenta inmediatamente que aquí tenía un hom-bre afectuoso, comprensivo, inteligente y suma-mente culto, a la vez que un caballero cabal. Una persona con buen gusto que se manifestaba en cada uno de sus actos. Aquí tenía un rival cientí-fico en el mejor sentido de la palabra. Creo que ambos nos enorgullecíamos de que nada pudo interponerse en nuestras relaciones personales.

Resulta extraordinaria la poca importancia que parecían tener nuestras divergencias científicas cuando las discutíamos juntos. Nos apreciába-mos mutuamente y nada podía cambiar esto.

Citaré un ejemplo que demuestra hasta qué punto se simplifica todo cuando es la amistad sincera quien proporciona la atmósfera en que se adoptan las decisiones. Todos ustedes co-nocen las diferentes nomenclaturas desarro-lladas por nuestros dos grupos: “hipertensina” por argentinos y “angiotensina” por nosotros. Mantener a ambas vivas se convirtió en una es-pecie de juego, frecuentemente usado por nues-tros colegas como sutil pulla contra uno u otro según cual de los dos estaba en la audiencia. Todos ustedes conocen, por supuesto, el caos escandaloso que reina en el mundo científico en lo referente a la nomenclatura de los compues-tos. En realidad, no teníamos ninguna norma que

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nos guiara. Pero todo se solucionó fácilmente mientras tomábamos dos “martinis”. Eduardo y yo nos pusimos de acuerdo en crear una palabra bastarda: angiotensina. Sería de desear que las naciones pudieran resolver sus divergencias de manera tan agradable.

Hay otro aspecto más de la vida de Eduardo que quiero mencionar. Durante los largos años en que fueron repudiados por el gobierno, tan-to él como el profesor Houssay dieron prue-bas de una fortaleza de carácter, muy difícil de encontrar en los hombres. Tuve el privile-gio de ser uno de los confidentes de Eduardo durante aquella época. Diré simplemente que estas dos personas mantuvieron viva la fe de

muchos otros y por grandes que hayan sido las realizaciones científicas, no debemos de-jar de admirarlos también por la profundidad y el vigor de sus almas.

Irvine Page (1901-1991).

Destacado investigador médico: co-descubrió la angiotensina y la serotonina. Estudió en Cornell University. Trabajó en el Rockefeller Institute, en el Indianapolis City Hospital y en la Cleveland Clinic Foundation. Fue miembro del National Academy of Sciences y presidente del American Heart Association. Recibió numerosas distinciones a lo largo de su carrera.

(1940) El equipo de investigadores argentinos cuya labor culminó en el descubrimiento de la angiotensina. De izquierda a derecha, sentados: Fasciolo, Muñoz, Houssay y Leloir. De pie: Taquini y Braun Menéndez

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Gestando las bases para el progreso de

las cienciasUna de las preocupaciones centrales

de Eduardo Braun Menéndez, tal

como lo demuestra su actuación

pública, fue establecer las bases de la

organización de la actividad científica

en la Argentina.

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Gestando las bases para el progreso de las ciencias

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Bases para el progreso de las ciencias en la Argentina

EDUARDO BRAUN MENÉNDEZ1

Qué es lo que debe y puede hacerse para favorecer el progreso de las Ciencias en la Argentina? La respuesta a esta interro-

gación sería prácticamente uniforme si se reali-zara una encuesta entre los pocos que dedican toda su capacidad y energía a la investigación científica; pero por desgracia ni el pueblo, ni las clases dirigentes, ni aún las personas más ins-truidas de la sociedad sabrían responder con conocimiento de causa.

Para que florezca la investigación en un país, se requieren tres factores, en el siguiente orden de importancia:

1. Investigadores de calidad, en número suficiente

1 Presentado inicialmente el 3 de Octubre de 1946 en el Ateneo del Club Universitario de Buenos Aires y el 1o de septiembre de 1956 en la Universidad del Sur, Bahía Blanca.

2. Condiciones apropiadas para que el investigador pueda rendir el máximo de su capacidad

3. Ambiente propicio

La importancia de este último factor ha sido desestimada por quienes, en conferencias, ar-tículos y aún libros, se han ocupado del tema entre nosotros; por ello, le dedicaré la primera y más extensa parte de mi exposición.

Para que fructifique el trigo, se requiere no sólo buena semilla, sino además tierra gene-rosa, temperatura moderada, sol brillante y lluvias oportunas. Asimismo, para que prospe-re la investigación científica son indispensa-bles también ciertas condiciones ambientales favorables. Y digo para que prospere, no para que exista, pues así como es posible que flo-rezca una orquídea en Laponia, al abrigo de un invernadero, también puede aparecer un sabio en clima poco favorable y desarrollar su acción, si consigue cubrirse de una capa

Desde los años 40, Eduardo Braun Menéndez impulsó activamente el desarrollo de la ciencia por considerarla fundamental para el avance material, intelectual y moral de la Argentina. En sus Bases, presentadas inicialmente en 1946 y luego nuevamente en 1956, propuso tres pilares para el progreso de la ciencia en nues-tro país: la creación de un Consejo de Investigaciones Científicas, el avance de la difusión científica y una educación orientada a estimular la búsqueda de la verdad.1

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protectora que lo aísle de la atmósfera hostil que lo rodea.

Cualquier desaprensivo ciudadano pensará que la ciencia no necesita ser defendida, que está ahí, como el sol, derramando sus beneficios sobre la humanidad. Ello no es exacto. La cien-cia –como tantas otras conquistas y atributos del espíritu humano– está en continuo peligro. Se la ataca directamente atribuyéndole la culpa de los males que de su indebido uso pueden re-sultar, o indirectamente –ataque éste más sutil y peligroso– pues se comienza por exaltarla, para luego desnaturalizarla y hacerla servir intereses de filosofías, sectas o grupos diversos. Si quere-mos que la ciencia conserve su prestigio, debe-mos defenderla constantemente: de los críticos que pretenden suprimir su desarrollo y de los panegiristas que quieren desvirtuar su esencia.

La ciencia es uno de los más fecundos y bellos productos de la inteligencia humana; pero, aparte de ser una noble actividad del espíritu y uno de sus principales objetivos, es fuente de beneficios para la humanidad y de ventajas materiales y morales para el país que la cultiva. Esta frase que acabo de pronunciar parece un lugar común, una verdad indiscutible. Sin embargo, no hay una sola de sus partes que no sea acerbamente controvertida.

CIENCIA Y MORALHay quienes, considerando el empleo que los

pueblos hacen de sus inversiones prácticas de-rivadas de nuestro adelanto científico, quisieran decretar una moratoria de la ciencia. Los progre-sos materiales, dicen, subproductos de la inves-tigación científica, ponen en manos del hombre armas capaces de hacer peligrar la existencia misma de la humanidad, Y agregan: la evolución moral no corre pareja con el progreso técnico;

por consiguiente, hasta que el hombre no se deje guiar por la fe, la razón y la justicia, debe dete-nerse el progreso de la técnica.

El problema está mal planteado. Es verdad que al mundo le hace falta en el momento ac-tual mucha caridad y desprendimiento, como dice Aldous Huxley en su libro Ends and Means; que el egoísmo, el odio, la codicia y el orgullo si-guen siendo los motivos de la conducta humana. También es cierto que la aplicación de inventos basados en descubrimientos científicos aumen-ta la capacidad del hombre para destruir a su prójimo, en su espíritu o en su cuerpo. Pero no se culpe a la ciencia del mal empleo que de ella se hace; el hombre hará siempre aquello que su religión o su filosofía le manden o sugieran, y empleará para el bien o para el mal desde sus atributos esenciales: inteligencia, palabra, mús-culos y sentimientos, hasta los instrumentos que la ciencia ponga a su alcance, sean éstos el fuego o la energía atómica. Para evitar la gue-rra bacteriológica –arma que, como los gases, no ha sido empleada aún, pero cuyas posibilida-des llenan de espanto, ¿habremos de suprimir la bacteriología? Pudiendo evitarlo, ¿dejaremos que el cólera, la peste, la difteria, la viruela, diez-men a las poblaciones como en tiempos pasa-dos? La ciencia ha aumentado enormemente la esfera de nuestros conocimientos, ha vencido

“Para que prospere la investigación científica son indispensables también ciertas condiciones ambientales favorables”

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muchas de nuestras enfermedades, ha prolon-gado nuestras vidas, ha multiplicado nuestras posibilidades de cultura y de elevación espiritual, ha reducido el mundo al acortar las distancias y nos ha libertado de muchos temores y traba-jos. Para evitar que se la emplee para el mal, procuremos elevar el nivel moral del hombre, o por lo menos, tratemos por medios políticos, inspirados y guiados por principios filosóficos y religiosos, que se afiancen e imperen la justicia y la razón en las relaciones entre individuos y entre naciones.

Quienes piden la moratoria de la ciencia sue-ñan por lo general con retrotraer la humanidad

a alguna época pretérita: el medioevo u otra. Es ésta una reacción de miedo a la realidad como el suicidio o la locura. Es indudable que la téc-nica ha impreso su sello en nuestra civilización y que es ella una de las causas principales de la transformación política, económica y social que se está operando. Pero nos enseña la historia, que no es la que vivimos la primera gran revo-lución mundial, el primer cambio de época. Lo que corresponde es enfrentarse con la realidad y procurar influir en el curso de los acontecimien-tos, cada uno en su esfera; ser hombres y no eludir las responsabilidades. No imitemos a los esquizofrénicos, que pueblan los manicomios, quienes, abrumados por la realidad, se hunden

(1958) En la inauguración del CONICET (sexto comenzando por la derecha)

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en las profundidades del yo o se solazan en un mundo imaginario.

Se dice con cierta satisfacción que es la nues-tra la “edad de la ciencia”. Compton, aclaró que sólo puede denominarse así a nuestra época, por el hecho de que las aplicaciones de la ciencia – sus frutos – influencian nuestro modo externo de vida, tanto en la paz, como en la guerra, mucho más que en cualquier otro período de la historia. Pero en cambio, lo mismo que en la época de las cavernas, el hombre sigue actuando a impulsos de la mentira, la violencia, la vanidad, el odio, que son la antítesis de la ciencia, la negación misma del método y del espíritu científico.

El mundo necesita más moral, pero también más ciencia. La investigación de la verdad, por su propia belleza, es también sana y contribuye a mejorar al hombre. Sé bien que existen excep-ciones, dice Poincaré, que el pensador no siem-pre encuentra la serenidad que debiera alcanzar, y aún que hay sabios que tienen muy mal carácter. ¿Debe concluirse de ello que hay que abandonar la ciencia y dedicarse exclusivamente al estudio de la moral? ¿Acaso los moralistas son irrepro-chables cuando descienden de su cátedra?

No sólo conviene que aumente el número de personas dedicadas a la búsqueda de la verdad, sino que es necesario también que las ciencias, y sobre todo el método científico, ocupen en la mente de los hombres el lugar que merecen.

Ello se obtendrá por dos medios: la ense-ñanza y la divulgación científica. En cuanto a la enseñanza, ella debe ser modificada subs-tancialmente en las escuelas y universidades. La enseñanza verbalista, dogmática y pura-mente informativa debe sustituirse por una

instrucción razonada, directa y activa. No tan-to la ciencia como el método científico es lo que debe enseñarse al joven, respetando su iniciativa personal, estimulando su curiosidad e independencia de juicio, su espíritu crítico y su responsabilidad ética. La única manera de dominar el método científico es practicándo-lo; y los programas y métodos de enseñanza deberían tender a ello. Mejor que adquirir gran cantidad de conocimientos es desarrollar la capacidad para pensar con independencia y corrección, para aprender con método y para resolver problemas nuevos. El método cien-tífico crea hábitos mentales –exactitud, ve-racidad, humildad– que nunca han sido tan necesarios como en estos tiempos de de-mocracia pasiva, de uniformidad cultural, de paso de ganso mental, según la expresión de Shapley, en que el pensamiento en cadena ha aprisionado nuestros cerebros.

En cuanto a la divulgación científica, ella tiene por objeto informar al público general de la labor de los hombres de ciencia, cuál es el método que emplean para llegar a descu-brimientos y cuáles son los beneficios que la

“El mundo necesita más moral, pero también más ciencia. La investigación de la verdad, por su propia belleza, es también sana y contribuye a mejorar al hombre”

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sociedad puede esperar de sus hallazgos. Es deber ineludible de los investigadores hacia la sociedad, abandonar la torre de marfil en que a menudo se guarecen, y difundir su obra en forma de artículos, libros o conferencias destinados al público no versado. Tal han hecho sabios de to-das las nacionalidades y especialmente ingleses. En la Royal Institution de Londres, el más presti-gioso instituto de Inglaterra, se dictan todos los años conferencias para niños de 13 a 16 años de edad sobre temas científicos, a cargo de sabios eminentes; inició la práctica el propio Faraday, cuando era presidente de la Royal Society, y la continuaron luego Braga, Andrade y otros.

La divulgación científica debe hacerse me-diante exposiciones en lenguaje claro y preciso, al alcance de todos, cuidando de no confundir ciencia con técnica, ni de buscar justificación a un descubrimiento en su posible aplicación prácti-ca. Es indispensable que los grandes diarios y las radioemisoras obtengan la asesoría de personas versadas en las ciencias que sientan vocación por el periodismo, para evitar caer en la divulgación chabacana y utilitaria o en el sensacionalismo.

CIENCIA Y FEAlgunas personas religiosas atacan a la cien-

cia por considerar que no puede existir conci-liación entre los principios de libre examen y de determinismo causal, que son bases de la in-vestigación científica, y el principio de sumisión a la verdad revelada, base de toda religión. Por otra parte, muchos llamados libre pensadores se complacen en presentar a la religión, y es-pecialmente a la Iglesia católica, como enemiga de la ciencia, como el símbolo del oscurantismo.

Analicemos, aunque sólo sea superficialmen-te, cada una de estas actitudes que tienden a

minar el prestigio de la ciencia, conspirando así contra su progreso.

El conflicto entre la ciencia y la fe sólo pue-de surgir de una confusión de categorías. Ni el dogma puede ilustrarnos sobre la circula-ción de la sangre por las arterias, ni el método experimental puede aclararnos el misterio de la Encarnación. Son dominios diferentes, son regiones distintas del conocimiento humano. Duilhé, en su Apología científica de la Fe, tie-ne una definición clara y profunda: “En el vasto campo de nuestros conocimientos actuales o posibles, fácil es reconocer –dice– tres regio-nes distintas, si bien sus límites aparecen fre-cuentemente mal precisados y sus fronteras confundidas.

1. Los fenómenos materiales, los hechos po-sitivos, sensibles, sus causas inmediatas, las le-yes que los rigen, lo desconocido en el tiempo pasado y lo desconocido en la naturaleza, com-ponen el dominio particular de la Ciencia, la cual abarca, en el tiempo y en el espacio los seres in-finitamente grandes y los infinitamente peque-ños, es decir, el universo corporal todo entero.

2. Los hechos intelectuales y morales obser-vados con ayuda de la conciencia, las verdades primeras, las causas substanciales, las cuestio-nes de origen y de finalidad, el ser necesario, el ser contingente, inmaterial y libre, todas estas realidades de un orden superior conocidas por las luces naturales de la razón, componen el do-minio de la Filosofía.

3. Las relaciones de la criatura con el Creador, los destinos inmortales del hombre, conocidos por una luz supraracional y, como dice Santo Tomás, “Dios, considerado como la causa

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suprema, no solamente tal cual la razón puede concebirlo, sino como Él se conoce a Sí mismo, según nos ha comunicado a nosotros por la re-velación”, componen por último los dominios de la Teología”.

El hombre de ciencia tiene ante sí un cam-po inmenso de actividad y no debe preocu-parse por las consecuencias filosóficas o teológicas de sus investigaciones. La cien-cia es positivista y objetiva, racional y experi-mental. Pasteur, en memorable ocasión, dijo: “Si por el desarrollo de mis estudios experi-mentales llegara a demostrar que la materia puede organizarse por sí misma en una célu-la o en un ser viviente, vendría a proclamarlo en este recinto y añadiría, si fuese provoca-do: tanto peor para aquellos cuyas doctrinas o sistemas no estén de acuerdo con la verdad de los hechos naturales”. Pero el sabio no ig-nora que el pensamiento humano, en lucha constante por aprehender el universo infini-tamente complejo en que habitamos, se con-forma a menudo con esquemas, con verdades parciales y provisorias.

Lo grave es que, a veces, este esquema deja de ser el símbolo de una hipótesis y se toma equivocadamente por una verdad definitiva. De ahí muchos conflictos entre la ciencia y la teología. Recordemos para sintetizar este ar-gumento las palabras llenas de sabiduría del Cardenal Newman: “Lo que quisiera inculcar a cada uno, cualquiera sea el campo particular en que investigue – lo que desearía inculcar a los hombres de ciencia cuando piensan en la teología, lo que me atrevería a recomendar a los teólogos cuando dirigen su atención a problemas de la investigación científica – es una creencia grande y firme en la soberanía de la Verdad. El error podrá florecer durante un tiempo, pero la Verdad triunfará al fin. El úni-co defecto del error es, en última instancia, el de promover la Verdad”. Los que tachan a la Iglesia Católica de oscurantista e intolerante cometen la más grande injusticia. Sin duda hay miembros de la Iglesia, y algunos de je-rarquía, a los que puede aplicarse dichos cali-ficativos. La Iglesia ha contado en su seno, en el transcurso de su larga vida, con sacerdotes herejes y malvados, como tiene hoy nazis y an-tisemitas. No olvidemos que, pese a su origen divino y a la gracia que la asiste, está formada por hombres. Pero como institución ha cus-todiado, cultivado y fomentado las ciencias.

Para no prolongar mi exposición leeré al-gunos párrafos de discursos pronunciados por S.S. Pío XII ante la Academia Pontificia de Ciencias, de la cual son miembros investiga-dores eminentes del mundo entero, católi-cos creyentes y sin fe, protestantes y judíos. “Amiga de la verdad – dice el Santo Padre – la Iglesia admira y quiere el progreso del saber humano, lo mismo que el de las artes y de todo lo que sea apto por su belleza y bondad

“No tanto la ciencia como el método científico es lo que debe enseñarse al joven, respetando su iniciativa personal, estimulando su curiosidad e independencia de juicio, su espíritu crítico y su responsabilidad ética"

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para exaltar el espíritu y promover el bien”. Y recordando lo que definía el Concilio Vaticano agrega: “lejos de oponerse la Iglesia al desen-volvimiento de las ciencias y de las artes, las favorece y hace progresar de múltiples ma-neras. No ignora, en efecto, ni desprecia, las ventajas que de ella derivan par la vida huma-na, antes bien, así como las ciencias vienen de Dios, Maestro de las Ciencias, es un hecho reconocido que conducen a Dios, con ayuda de Su gracia, a los que las estudian metódi-camente (Concilio Vaticano, ss. III y IV)”

LA EXPLOTACIÓN DE LA CIENCIAHemos hablado de los ataques directos que

a la ciencia se dirigen en nombre de la moral y de la fe. Ocupémonos ahora de los ataques indi-rectos que provienen de quienes la exaltan. Estos admiradores de la ciencia se han colocado en los últimos tiempos en dos campos extremos.

El marxismo ortodoxo considera a la ciencia como un producto de circunstancias sociales, como originada y dirigida por las necesidades de la sociedad y sin más propósito o justifica-ción que el desarrollo sistemático de métodos prácticos para el uso de las fuerzas materiales y para la acumulación de riquezas y poder.

El otro punto de vista es el del individualis-mo puro: la ciencia es una ocupación atrayente y noble, amena y, a veces, estimulante, y su pro-pósito es sólo dar satisfacción a los que gozan con esta especie de manía.

1. Si la ciencia no fuese más que un instru-mento de progreso material, el hombre sería únicamente un animal que trabaja para comer y come para trabajar. La ciencia es mucho más: es el conocimiento que el ser humano tiene de

sí mismo y del mundo en que vive. Este cono-cimiento distingue al hombre de la bestia, aún para aquellos que no admiten el orden sobre-natural. Si la ciencia es apenas una manera de ocupar el tiempo y no reporta beneficio alguno a la comunidad, no merece el respeto y la consi-deración de la sociedad. Es posible sin embargo hallar una conciliación entre los dos puntos de vista extremos: la dialéctica marxista y el indi-vidualismo idealista, ninguno de los cuales con-tiene toda la verdad. Veamos: la ciencia es el producto de cerebros individuales y no puede ser separada del sujeto. Pero también es parte de la civilización, que es empresa colectiva pro-ducto de colaboración y utilizada por la comu-nidad. Hemos de reconciliar al individualista con

(1956) Folleto de la conferencia

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los planes, que son inevitables, y al socialista con las investigaciones libres, que son imperativas.

Si se adopta la teoría marxista, se suprime la libertad de la ciencia y de sus cultores, lo cual significa matar la gallina de los huevos de oro. La sociedad inspira a la ciencia en cuanto la im-pulsa a dirigir sus pensamientos y sus trabajos en vistas a la solución de sus problemas inme-diatos. Ello podrá provocar el desarrollo de algún capítulo ya iniciado de la ciencia y sobre todo acelerará la aplicación práctica de los descu-brimientos científicos. Hemos visto cómo en los últimos años, impulsados por las necesidades de los pueblos para la paz o la guerra, los hom-bres de ciencia han desarrollado los conocimien-tos sobre la energía atómica y han acelerado la aplicación de otros conocimientos previamen-te adquiridos en el campo de la biología, medi-cina, física y química. Pero basta abrir los ojos, como dice Poincaré, para ver que las conquistas de la industria –que han enriquecido a tantos hombres prácticos– y la conquista de los pue-blos mediante la máquina guerrera, no hubie-sen podido hacerse si los hombres prácticos y los guerreros no hubiesen sido precedidos por locos, desinteresados, que han muerto pobres, que no pensaban nunca en lo útil y que no tenían otra guía en sus investigaciones que su capricho o su curiosidad. Estos locos han economizado a sus sucesores el trabajo de pensar.

Tomen nota los planificadores; los cerebros de primera clase, a quienes debemos los gran-des adelantos de la ciencia, no funcionan atados a un yugo; necesitan tanto la libertad y la indepen-dencia para investigar como el aire para respirar.

2. Otro de los ataques indirectos a la cien-cia proviene de sus admiradores ignorantes. El

público admira y alaba la ciencia, aunque no la valore ni comprenda. De ahí el uso inadecuado e inoportuno de las palabras científico y cientista.

A decir de Bellocq, cuando se quiere jus-tificar un acto inhumano, degradante o sim-plemente estúpido se invoca a la ciencia. Ha llegado a tal punto este abuso de término, que la simple lectura de la palabra “científico” pre-dispone a considerar lo que sigue como algo grotesco, en oposición con la opinión general y con el sentido común.

Lo mismo ocurre con el calificativo “hombre de ciencia”. Los periodistas tienen gran parte de culpa: a cualquier médico que se destaca en el di-fícil arte del diagnóstico, a cualquier profesor que haya dedicado su vida a la noble tarea de enseñar, a cualquier cirujano con habilidad manual, le en-dilgan sin discriminación tal calificativo. Y lo gra-ve es que muchos se lo creen y se pavonean con el título que consideran superior. Así se malogran muchas veces reputados profesionales que se ve-rían honrados por sus semejantes si se hubiesen limitado al campo de sus actividades propias, en lugar de malgastar talento, tiempo y esfuerzos en exteriorizaciones sin sentido.

“Hemos de reconciliar al individualista con los planes, que son inevitables, y al socialista con las investigaciones libres, que son imperativas”

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Hombre de ciencia es el que dedica su vida a la ciencia y que tiene por misión la investigación de la verdad. Quien ejerce una profesión no es hombre de ciencia; el médico aplica las ciencias médicas para el diagnóstico y el tratamiento de sus enfermos, el ingeniero las ciencias exac-tas para la construcción de un puente, como el mecánico aplica conocimientos científicos para componer su automóvil. Es tal la confusión a que se ha llegado que Bellocq pudo decir con razón que llamar a una persona hombre de ciencia “es casi como convertirlo en el hazmerreirír de to-dos; a menos que se agregue la palabra “distin-guido” en cuyo caso se le convierte en estatua”.

EL ESPECIALISTA3. Se ataca al hombre de ciencia presen-

tándolo como enemigo de la cultura, bárba-ro miope, a quien sólo interesa la parcela del universo que es el objeto de sus afanes. El tipo de especialista que describe Ortega y Gasset se encuentra a veces entre los profesionales y los técnicos; nunca, o sólo excepcionalmen-te, se da entre los investigadores científicos. La ciencia significa el esfuerzo realizado por el hombre para comprender profundamente los acontecimientos del universo mundo y la ma-nera cómo se producen; es un modo de mirar a la naturaleza sin omitir parte alguna de la misma; en una palabra es un esfuerzo de sín-tesis. Para llegar a esta síntesis el investigador utiliza el método científico que es fundamen-talmente analítico: así vemos al físico –que pre-tende arrancarle a la naturaleza el secreto de la constitución de la materia– seguir el curso de un electrón, partícula tan extremadamen-te pequeña que su existencia sólo puede veri-ficarse por artificios de técnica; y al fisiólogo –para comprender mejor los problemas de la nutrición– seguir preocupado el destino de una

cantidad infinitesimal de substancia radioacti-va introducida en el organismo etc. Para realizar estos estudios, el investigador debe especia-lizarse, es decir, adiestrarse particularmente en uno de los campos de la ciencia. Pero ello no implica necesariamente, como lo supone Ortega, “que sólo conozca la pequeña porción motivo de sus investigaciones, ni que procla-me como una virtud el no enterarse de cuanto queda fuera del angosto paisaje que especial-mente cultiva”. Es posible que exista este tipo de especialistas, pero afirmo categóricamente que son rarísima excepción.

En general, quienes gozan ridiculizando al hombre de ciencia, pintándolo como una per-sona que se cree sabia por conocer una peque-ña porción de su universo, aunque ignore todo el resto, son diletantes que alardean de una cul-tura general asentada en ignorancias particula-res. Una especialización prematura y estrecha es perjudicial en un hombre poco culto; pero más perjudicial, y además inútil, resulta saber de todo un poco, pero muy poco de todo.

Quien estudia profundamente, aunque sea un pequeño sector de la cultura, adquiere hábitos intelectuales saludables y una visión clara del conjunto de la naturaleza. Además, al compro-bar cuanto esfuerzo significa conocer una ínfima parcela de verdad, se hará humilde, consciente de su ignorancia, aunque seguro de su capaci-dad para aprender lo que ignora.

Uno de los reales peligros que acechan al investigador científico es la deformación pro-fesional. Así como ciertas actividades físicas imprimen en el organismo deformaciones re-veladoras –el boxeador se conoce por su apos-tura y por su nariz, el sargento de caballería por

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sus piernas arqueadas, el marinero por su modo de andar– también el ejercicio intenso de un mé-todo intelectual o de una profesión produce a veces ciertas deformaciones mentales. Contaba el Padre Charles de ciertos oficiales del ejérci-to que no podían ver en el más hermoso paisaje sino futuras líneas de defensa, emplazamientos de baterías y óptimas posiciones para nidos de ametralladoras. No podían mirar un puente sin averiguar de qué modo podría ser volado. Toda su perspectiva se había tornado bélica.

El investigador científico puede también caer en el error de no admitir como verdad sino aquello que puede averiguarse por el método experimen-tal, y llegará hasta negar la verdad de la filosofía, que es producto del puro razonar, o de la fe, don gratuito que se pide y acepta de rodillas.

He fatigado vuestra atención demostrando cómo se combate a la ciencia, cómo se la igno-ra, desacredita, ridiculiza, desprestigia y desna-turaliza. Nunca podrá progresar la investigación científica en clima semejante. De poco valdrá formar hombres de ciencia, gastar tiempo, es-fuerzos y dinero en preparar jóvenes bien dota-dos para las tareas de la investigación científica, si se les coarta luego el desarrollo de su activi-dad. Son pocos los que resisten a la indiferen-cia pública, la crítica e incomprensión, la falta de respeto, unidas a la ausencia de apoyo material. Los más abandonan la ruta de su vocación y se dedican a enseñar y ganar dinero. Otros acumu-lan cargos burocráticos y simulan hacer investi-gación científica. Otros, en fin, emigran en busca de más propicio clima.

Provocará vuestro asombro saber que la Argentina, además de exportar carne, cereales y algunos productos manufacturados, exporta

también hombres de ciencia. En efecto, pasan de un centenar los investigadores argentinos que ocupan posiciones destacadas en univer-sidades o institutos científicos de Europa, Sud y Norteamérica. Todos ellos fueron formados con grandes sacrificios y largos años de estudio y trabajo. Cuando se encontraban en condicio-nes de ser útiles a la sociedad que costeó su formación, fueron abandonados. ¿Qué recibie-ron? Un sueldo de hambre, medios de trabajo insuficientes y un porvenir incierto cuando no desesperante. Peor aún, sintieron la hostilidad del ambiente: no fue apreciada su labor ni res-petada su personalidad. ¿Qué les quedaba por hacer? Resignarse a un sacrificio estéril, torcer su vocación o emigrar. Y así se han ido, mate-máticos, físicos, anatomistas, filólogos, quími-cos, histólogos, psicólogos, botánicos, etc., que tanta falta hacen al país.

La situación es, pues, muy grave. Volvamos al punto de partida de esta charla. ¿Qué puede y debe hacerse para el progreso de la investiga-ción científica en la Argentina?

En primer lugar, necesitamos investigado-res de calidad, en número suficiente. Como dijo

“Una especialización prematura y estrecha es perjudicial en un hombre poco culto; pero más perjudicial, y además inútil, resulta saber de todo un poco, pero muy poco de todo"

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(1958) Durante una conferencia en Mendoza

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Houssay: “La investigación científica depende de los investigadores. Estos no se improvisan y es necesario formarlos cuidadosamente. El cultivarlos es una tarea larga y difícil, más que la de obtener las plantas más delicadas y las flores más preciosas”. Para ser investigador no basta querer serlo, se requiere vocación, apti-tudes morales e intelectuales, y arduo trabajo. El investigador, rara vez nace por generación espontánea. Por lo general es el ejemplo y la influencia de un buen maestro lo que despier-ta la vocación y permite su desenvolvimiento. Los verdaderos maestros crean en su contorno inmediato un “ambiente espiritual y moralmen-te elevado, en que reina el amor a la verdad, el respeto a la justicia y en el cual el cultivo de la ciencia es dignificado”. Son estos los viveros en que puede brotar la semilla.

Métodos rigurosos y trabajo serio e intenso desarrollarán la pequeña planta; un trasplan-te a un laboratorio extranjero fortalecerá al jo-ven novicio. Luego, y esto es más importante si cabe, se le debe proporcionar una posición adecuada y medios que le permitan investi-gar con fruto en la ciencia que estudió dentro y fuera del país.

Nuestros dirigentes creen todavía que con levantar paredes y comprar aparatos se consigue hacer investigación; así para hacer progresar la química, se gastan millones de pesos en un magnífico Instituto de Química y para hacer adelantar la medicina se cons-truyen edificios por veinte millones de pe-sos. Podrá parecer paradójica mi afirmación de que sobran locales y aparatos en nuestro país, pero es exacto. Los laboratorios están despoblados o mal poblados y los aparatos no se emplean para la investigación. Sobran

paredes y faltan hombres. El ex presidente de la Asociación Física Argentina, doctor Gaviola, afirmó que “el número de físicos y químicos capaces de investigar con provecho es actual-mente en el país seguramente inferior a vein-te”. ¿Cuántos necesitamos? Según el mismo Gaviola, la Argentina “podría hacer un buen uso de unos cinco mil investigadores, de los cuales no menos de mil deberían ser físicos y químicos”. “Tenemos veinte, y, agrega, quien crea que con nuestra materia prima, nues-tra industria y nuestros investigadores po-demos fabricar bombas atómicas o levantar plantas de aprovechamiento industrial de la energía nuclear en cinco o diez años, sufre alucinaciones”.

En las demás ramas de la ciencia, la situación es muy semejante a la de la física. ¿Qué puede hacerse para que, a pesar del clima poco favo-rable, aumente el número, la calidad y la acti-vidad útil de nuestros investigadores? Viene a mi recuerdo un intento realizado en el territo-rio de Santa Cruz, en un establecimiento rural. Ensayos previos habían demostrado que la tie-rra del desierto patagónico era fértil como pocas

“Quien estudia profundamente, aunque sea un pequeño sector de la cultura, adquiere hábitos intelectuales saludables y una visión clara del conjunto de la naturaleza”

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si se la regaba convenientemente. Para ello se represó un río que cruzaba el establecimiento y mediante una canalización adecuada se logró regar una parcela de tierra. Fueron sembradas dos hectáreas de papas que brotaron bien, pero uno de esos vientos huracanados comunes en la región, se llevó tierra y plantas. Nuevo intento, nuevo fracaso. Entonces se resolvió ir despacio: fue levantado un cortavientos de madera tren-zada; al abrigo de éste, una fila de álamos y una hectárea de papas prosperaron bien; cuando al cabo de algunos años los álamos crecieron, fue trasladado el cortavientos y plantados otra fila de álamos y otra hectárea de papas; hoy, el viajero se sorprende gratamente al ver en pleno desierto patagónico un vergel de varios cente-nares de hectáreas de extensión.

De la misma manera, protegiendo y ayudando a grupos de investigadores auténticos y activos, podrán formarse focos que tornen menos uni-forme y yermo nuestro desierto científico.

El mejor medio para conseguirlo sería la crea-ción de un Consejo de Investigaciones Científicas

–una organización como la Asociación Argentina para el progreso de las Ciencias– que dispusie-ra de fondos suficientes y de amplia autonomía. Dicho Consejo tendría como función principalí-sima, ayudar a todos los investigadores del país en la realización de sus trabajos, proporcionán-doles el material, el personal técnico y los sub-sidios económicos que necesitaran; propendería además a la formación de jóvenes investigado-res, instituyendo becas internas y externas; ase-soraría a los Poderes Ejecutivo y Legislativo, al comercio, industria, agricultura y ganadería, en las cuestiones relacionadas con la investigación científica; fomentaría y apoyaría los trabajos de investigación que puedan resultar de importan-cia para la defensa nacional, etc.

La finalidad principal, repito, sería la de procu-rar que aumente el número de los investigadores capaces de realizar trabajos de calidad y de pro-tegerlos y ayudarlos en su labor. No existe, por el momento, razón alguna para edificar nuevos ins-titutos, pues como ya dije, sobran los suntuosos edificios bien equipados en los que sólo se reali-zan trabajos de rutina u oficinescos.

En todo caso, debe habilitarse un instituto para que desarrolle allí su actividad un investigador determinado: nunca lo contrario, es decir, cons-truir un instituto con un propósito y luego buscar los hombres capaces de hacerlo funcionar. Pues el cerebro, la energía y la devoción de un hom-bre, son los factores decisivos en la ciencia como en cualquier campo de las actividades humanas.

El presidente Truman, al pedir al Congreso que legislara para establecer una organización federal única para el fondo de la investigación científica, termina con las siguientes pala-bras: “Si bien la ciencia puede ser coordinada

“De poco valdrá formar hombres de ciencia, gastar tiempo, esfuerzos y dinero en preparar jóvenes bien dotados para las tareas de la investigación científica, si se les coarta luego el desarrollo de su actividad”

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y fomentada, no se la puede regimentar ni dar órdenes. La ciencia no puede progresar a me-nos que las medidas a adoptarse se basen en la inteligencia libre del sabio. Subrayo que la orga-nización federal de investigadores que propon-go, no coartaría en forma alguna esa libertad”.

Pero eso no basta. Es necesario modificar el clima adverso que tan despiadadamente destruye en un momento lo que costó años de lucha y sacrificio. Para ello, sólo contamos con dos armas: la educación de la juventud y del público.

Entre la ciencia y el pensamiento general, existe un lamentable divorcio que por un lado se debe a la ignorancia y prejuicios del público, y por otro, a la pereza, pedantería o indiferen-cia de los cultores de la ciencia. La divulgación científica disminuiría este distanciamiento y es obligación de los investigadores llevarla a cabo.

“La ignorancia es el mal que aqueja a la República Argentina.” Así dijo Joaquín V. González en un discurso pronunciado en 1912, agregan-do: “La extensión de las tierras ha sido dominada por el riel y la de los ríos y los mares por la nave; pero la inteligencia nacional no ha sido aún do-minada por el libro, ni su corazón poseído por el amor de la ciencia y de la verdad”.

Dicha ignorancia es consecuencia de los defectos comunes a todos los grados de nuestro régimen educacional. Y coincido con Alejandro Bunge, al decir: “Hemos de procurar que nuestra enseñanza sea: menos enciclo-pédica de aleteo; menos creadora de víctimas vitalicias de “atención dispersa” y de locuaci-dad inescrupulosa y confiada; menos abru-madoramente uniforme; menos guillotinadora del genio y de las facultades vocacionales. Y, en cambio, más adecuada para formar el ca-rácter; para originar la capacidad de fijar la atención, de discernir y de profundizar; para despertar interés por la realidad y señalar el camino para conocerla; para aficionar al es-tudio capacitando para practicarlo siempre, cualquiera sea el trabajo; para infundir un cris-tiano y esforzado concepto de la vida y activa lealtad para con la Nación”.

Señores: La potencia material de una Nación está basada en su adelanto técnico y científico. Pero como dijo Pasteur, “el cultivo de las ciencias en su expresión más elevada, es quizás más necesario para el estado moral de una nación que para su prosperidad ma-terial. Las ciencias elevan el nivel intelectual y el sentimiento moral de los pueblos”. Por ello, el estado y los particulares deben promover la investigación científica mediante la formación de investigadores y la ayuda y protección a los hombres de ciencia que realizan investi-gación original. Si al mismo tiempo, median-te la educación y la divulgación científica, se luchara para lograr que la inteligencia y el co-razón del pueblo sean “poseídos por el amor de la ciencia y de la verdad”, se creará el cli-ma propicio, necesario para el progreso de la ciencia y la Argentina se convertirá de veras en Una Gran Nación.

“Nuestros dirigentes creen todavía que con levantar paredes y comprar aparatos se consigue hacer investigación”

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Favorecer el progreso de las ciencias

Eduardo Braun Menéndez, doctor en Medicina de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires en 1929, después de unos

pocos años de ejercer la medicina especializán-dose en las enfermedades del corazón se dedicó exclusivamente a la docencia y a la investiga-ción científica, siendo desde hace más de veinte años uno de los discípulos y colaboradores del eminente maestro profesor Bernardo Houssay. Ha sido reincorporado recientemente como profesor interino de Fisiología en la Facultad de Medicina después de diez años de alejamien-to forzado. Es miembro titular de la Academia Nacional de Medicina desde junio de 1945 y doctor Honoris Causa de las Universidades de California y Brasil, miembro honorario de la Universidad Católica de Chile y de varias Sociedades Científicas extranjeras y naciona-les. Es autor de numerosos trabajos de investi-gación sobre diversos problemas de la fisiología entre los que se destacan los libros Los Ruidos Cardíacos e Hipertensión Arterial Nefrógena.

¿Qué es lo que debe y puede hacerse para favo-recer el progreso de las Ciencias en nuestro país?

La respuesta a esta interrogación sería prácticamente uniforme si se realizara una

encuesta entre los pocos que dedican su ca-pacidad y energía a la investigación científica, pero por desgracia ni el pueblo ni las clases dirigentes, ni aún las personas más instruidas de la sociedad sabrían responder con conoci-miento de causa. Para que florezca la investi-gación en un país, se requieren tres factores, en el siguiente orden de importancia:1. Investigadores de calidad, en número

suficiente,2. Condiciones apropiadas para que el in-

vestigador pueda rendir el máximo de su capacidad,

3. Ambiente propicio.

¿En la actualidad existen investigadores de calidad en número suficiente?

Por desgracia, no. Muchos creen que con le-vantar paredes y comprar aparatos se consigue hacer investigación. Podrá parecer paradójica mi afirmación de que sobran locales y aparatos en nuestro país, pero es exacto. Los laborato-rios están despoblados o mal poblados y los aparatos no se emplean para la investigación. Sobran paredes y faltan hombres.

¿Esta falta de hombres a qué se debe?No se debe a un defecto intrínseco de los jó-

venes argentinos. Estos poseen tanto o más que

En esta entrevista radial se registra cómo en los años 50 Eduardo Braun Menéndez continúa su labor orientada a impulsar la creación de un Consejo Nacional de Investigación Científica, la enseñanza y la difusión científica1.

1 Radio del Estado el 6 de Junio de 1956.

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los jóvenes de cualquier otro país las condicio-nes básicas intelectuales y morales necesarias para convertirse en investigadores de primera clase. Pero el investigador no se improvisa ni nace por generación espontánea. El aprendizaje, la formación y el desarrollo del futuro investiga-dor exige el ejemplo y la influencia de un buen maestro que disponga a su vez de las posibili-dades para crear en el laboratorio o instituto en que trabaje, el ambiente espiritual y moral pro-picio para la búsqueda de la verdad.

¿Cuál sería a su juicio, el primer paso tendien-te a obtener el fin propuesto?

La Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia ha dado a publicidad una decla-ración recomendando las medidas más urgen-tes. Una de dichas recomendaciones expresa. “Debe dotarse a las materias científicas univer-sitarias de institutos o laboratorios dedicados a la docencia y a la investigación con perso-nal consagrado exclusivamente a esas tareas y con fondos e instalaciones apropiadas”. Son estos los viveros en los que pueden surgir las vocaciones, formarse y desarrollarse los futuros investigadores. Una breve estadía en el extran-jero fortalecerá al joven novicio y le permitirá perfeccionarse y adquirir nuevos horizontes. Luego, y esto es más importante si cabe, se les debe proporcionar cuando vuelve una posición adecuada y medios que le permitan investigar con fruto en la rama de la ciencia que estudió dentro y fuera del país.

¿Existe algún otro medio para estimular la in-vestigación científica?

En casi todos los países del mundo existen Consejos Nacionales de Investigación Científica que han constituido un factor importante para el progreso de la investigación. En nuestro país

es urgente la creación de un Consejo Nacional de Investigación Científica con el fin de promo-ver las investigaciones científicas originales de carácter fundamental. Las investigaciones de carácter aplicado ya están a cargo de diver-sos ministerios y organismos oficiales; pero en cambio las de carácter fundamental están des-amparadas. El Consejo de Investigaciones debe ir al encuentro de los hombres con vocación y capacidad para la investigación científica, con el objeto de facilitarles la formación y la realiza-ción de su labor creadora, y debe estar formado por verdaderos hombres de ciencia que conoz-can a fondo el ambiente científico del país.

Se refirió usted al comienzo de esta encuesta a otro factor importante para que fortalezca la investigación, a saber, un ambiente propi-cio. ¿Qué entiende Ud. por ello?

Para que fructifique el trigo, se requiere no sólo buena semilla, sino además tierra gene-rosa, temperatura moderada, sol brillante y llu-vias oportunas. Así mismo, para que prospere la

“Debe dotarse a las materias científicas universitarias de institutos o laboratorios dedicados a la docencia y a la investigación con personal consagrado exclusivamente a esas tareas y con fondos e instalaciones apropiadas”

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investigación científica son indispensables tam-bién ciertas condiciones ambientales favorables. Y digo para que prospere, no para que exista, pues así como es posible que florezca una or-quídea en Laponia, al abrigo de un invernadero, también puede aparecer un sabio en clima poco favorable y desarrollar su acción, si consigue cu-brirse de una capa protectora que lo aisle de la atmósfera hostil que lo rodea. No sólo conviene que aumente el número de personas dedicadas a la búsqueda de la verdad, sino que es también necesario que las ciencias y sobre todo el mé-todo científico, ocupen en la mente de todos los hombres el lugar que se merecen.

¿Cómo cree usted que puede conseguirse esto último?

Mediante la enseñanza y la divulgación cien-tífica. En cuanto a la enseñanza debe ser mo-dificada substancialmente en las escuelas y universidades. La enseñanza verbalista, dog-mática y puramente informativa debe substi-tuirse por una instrucción razonada, directa y activa. Mejor que introducir en las mentes juveni-les gran cantidad de conocimientos es desarro-llar la capacidad para pensar con independencia y corrección, para manipular ideas y apreciar el

peso y valor de las pruebas en que están basadas dichas ideas para resolver problemas nuevos. El uso del método científico crea hábitos mentales -exactitud, veracidad, humildad- que nunca han sido tan necesarios como en estos tiempos de uniformidad cultural, de paso de ganso mental, de esta época en la que nuestros juicios se ba-san más en lo que dicen los libros o los diarios que en la observación de la realidad - juicios de papel y no de la razón.

En cuanto a la divulgación científica ella tiene por objeto informar al público general de la utili-dad de la ciencia y de la labor de los hombres de ciencia. Esto debe hacerse mediante artículos, libros o conferencias destinados al público no versado, en lenguaje claro y sencillo pero pre-ciso y veraz, en forma amena e interesante sin caer en la chabacanería o en el sensacionalismo.

¿Es tan importante el clima favorable?No puede prosperar la investigación cien-

tífica si se le combate, ignora, desacredita, ri-diculiza, desprestigia o desnaturaliza. De poco valdrá formar hombres de ciencia, gastar tiem-po, esfuerzos y dinero en preparar jóvenes bien dotados para las tareas de la investigación científica si se les coarta luego el desarrollo de su actividad. Son pocos los que resisten a la indiferencia pública, la crítica e incompren-sión, la falta de respeto, unidas a la ausencia de apoyo material. Los más abandonan la ruta de su vocación y se dedican a enseñar y ganar dinero. Otros acumulan cargos burocráticos y simulan hacer investigación científica. Otros, en fin, emigran en busca de más propicio clima.

Provocará vuestro asombro saber que la Argentina, además de exportar carne, ce-reales y algunos productos manufacturados,

"Es urgente la creación de un Consejo Nacional de Investigación Científica con el fin de promover las investigaciones científicas originales de carácter fundamental"

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exporta también hombres de ciencia. En efec-to, pasan de un centenar los investigadores argentinos que ocupan posiciones destaca-das en universidades o institutos científicos de los países americanos y europeos. Todos ellos fueron formados con grandes sacrifi-cios y largos años de estudio y trabajo. Cuando se encontraban en condiciones de ser útiles a la sociedad que costeó su formación, fue-ron abandonados. ¿Qué recibieron? Un sueldo de hambre, medios de trabajo insuficientes y

un porvenir incierto cuando no desesperante. Pero aún, sintieron la hostilidad del ambien-te no fue apreciada su labor ni respetada su personalidad. ¿Qué les quedaba por hacer? ¿Resignarse a un sacrificio estéril, torcer su vocación o emigrar? Y así se han ido, físicos, anatomistas, filólogos, fisiólogos, químicos, histólogos, psicólogos, botánicos, geólogos, etc. que tanta falta hacen al país. Es nuestro deber hacer cuanto esté a nuestro alcance por recuperar a nuestros intelectuales emigrados.

(1954) Durante un viaje familiar por los fiordos fueguinos

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Hace alrededor de un año, la Junta Directiva de la Sociedad Científica Argentina con-sideró una iniciativa de su presidente, el

doctor Eduardo Braun Menéndez, relacionada con la creación de un Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas. El asunto fue tratado con el mayor interés en razón de su trascendencia y, luego de establecido un acuerdo unánime sobre las líneas generales trazadas por el presidente, se estudió la manera de llevar a la realidad la idea por los caminos más efectivos para lograr la concreción de una obra seria, fundamental y permanente.

Se concebía el Instituto como una entidad divida en tres estratos: uno, dedicado a la inves-tigación pura; otro, a la formación y labor de in-vestigadores y técnicos, así como también a la

enseñanza; el tercero, dedicado al servicio de la industria. Se recordó la existencia de Institutos que funcionan en países europeos y america-nos y se creyó conveniente aprovechar la me-jor experiencia en la materia, adaptándola a las necesidades del país, a las características del medio y a las posibilidades de orden material.

Se recordó que en la Argentina se han pro-ducido diversas iniciativas tendientes a lograr la formación de un Instituto de Investigaciones y que existen grupos que están muy interesados en su creación y desarrollo.

La iniciativa surgida en el seno de la Sociedad Científica Argentina, como una de las que mejor encuadran en sus importantes finalidades, podría, entonces, ser apoyada por otras entidades a las que se pensó hacer el planteo sobre la base de la constitución de una organización pequeña en un principio, pero bien sólida, con carácter privado,

Sobre la creación de un Instituto de Investigaciones Científicas y TécnicasUna de las primeras medidas impulsadas por Eduardo Braun Menéndez desde que asumió como presidente de la Sociedad Científica Argentina en 1956 fue proponer e impulsar la creación de un Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas en colaboración con diversas instituciones, incluyendo la UIA y la Subsecretaría de Industria. Este boletín describe la labor realizada en este sentido. Eduardo Braun Menéndez fue uno de los directores fundadores del CONICET1.

1 Boletín Informativo de la Sociedad Científica Argentina nº 1, septiembre de 1957.

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la cual se habría de desarrollar rápidamente en extensión y profundidad. Entre esas entidades se anotaron: el Centro Argentino de Ingenieros, la Asociación para el Progreso de las Ciencias, la Asociación Química Argentina, la Asociación Física Argentina, la Sociedad de Agronomía, el Centro Argentino de Ingenieros Agrónomos y el Instituto de Racionalización de Materiales (IRAM).

En términos generales, se trataba de organizar el Instituto proyectado sobre las bases siguientes: 1. la constitución de un consejo de administra-ción, que correría con los problemas financieros y económicos y designaría el consejo de dirección científica; 2. la dirección científica a cargo de una persona o grupo de personas de reconoci-da capacidad científica y con conocimiento del medio científico industrial y sus necesidades; y 3. la agrupación de los institutos científicos en un espacio adecuado y suficientemente amplio y re-lativamente próximo a la Capital, por las grandes ventajas de todo orden que de ello resulta. Los institutos se irían erigiendo a medida que se con-siguieran los hombres capaces de dirigirlos y se dispusiera de los medios materiales necesarios.

Poco después se produjo una importante novedad, a raíz del eco favorable que había en-contrado la idea entre los dirigentes de la Unión Industrial Argentina, institución que ha demostra-do su interés en la promoción efectiva de la inves-tigación científica y técnica, como lo demuestra, entre otros ejemplos, la creación del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, que en breve término produjo una importante obra y tenía las mejores perspectivas para cumplir ampliamente con sus alias finalidades de in-vestigar en el campo de los problemas de or-den jurídico, social y económico. Como se sabe, recientemente la Unión Industrial Argentina ha

restablecido el funcionamiento de dicho Instituto de Investigaciones, luego de su forzada desapari-ción hace unos once años, por motivos fáciles de suponer considerando el significado de ese lapso.

La Unión Industrial Argentina se hizo cargo rápidamente de la trascendencia de la creación concebida por la Sociedad Científica Argentina, así como la urgencia de la formación de personal científico de primera calidad y de interrumpir el éxodo de hombres destacados en la ciencia y en la técnica, que han tenido que buscar ambientes más propicios para ejercer eficazmente sus ac-tividades, en el triple aspecto espiritual, intelec-tual y material. Se realizaron algunas reuniones entre directivos de ambas entidades, y en ellas se

(1957) Boletín Informativo de la SCA

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consideraron diversas formas de realizar el pro-yecto, entre las cuales se mencionó la posibilidad de lograr el aporte de un pequeño porcentaje de las utilidades de las industrias del país, que como integrantes de sus “fuerzas vivas” han de com-prender —como hace tiempo lo ha demostrado prácticamente la Unión Industrial Argentina— que al lado de su actividad inmediata han de contri-buir a la creación de riqueza artística, intelectual y moral, bases imprescindibles no sólo para el ade-lanto material de la industria sino también para afirmar su propia existencia independiente de la absorción estatal.

En el curso de una de las últimas reuniones que se han efectuado entre representantes de la Unión Industrial Argentina y la Sociedad Científica Argentina se tocó un punto que ha sido consi-derado en un principio en el seno de la Junta Directiva: la conveniencia de promover una inter-conexión y coordinación de laboratorios existen-tes, tanto oficiales como privados, como medio de aunar esfuerzos y aprovechar capacidades. En ese sentido la Unión Industrial Argentina sugirió la posibilidad de incorporar al Instituto Tecnológico

dependiente de la Dirección General de Industrias del Ministerio de Comercio e Industria, que tiene una amplia dotación de fondos de su presupuesto así como laboratorios bien equipados aunque no en pleno funcionamiento.

A raíz de ello, el presidente de la Sociedad Científica Argentina tuvo una entrevista con el subsecretario de Industria ingeniero Raúl A. Ondarts, quien, a poco de hacerse cargo de sus funciones, había encomendado la re-dacción de un proyecto encaminado a lograr el amplio desarrollo de las actividades de di-cho Instituto sobre la base de transformarlo en un organismo autónomo con un Consejo de Administración y una adecuada organiza-ción técnica y científica que entre otras cosas, pudiera realizar investigaciones por medio de contratos de trabajo con la Industria (a modo del Armour Research Institute de los Estados Unidos de América). En el curso de dicha entre-vista, el presidente expuso los puntos de vista de la Sociedad Científica Argentina, y los con-cretó en una serie de recomendaciones con respecto a la nueva organización, las cuales consideró necesarias para alcanzar las finali-dades del buen éxito, estabilidad y rendimiento. El subsecretario de Industria acogió con mucho interés las sugestiones de nuestro presidente e inmediatamente dio instrucciones para que se tengan en cuenta en el proyecto de organi-zación que estaba en marcha.

Es de esperar que la conjugación de estas ini-ciativas y esfuerzos logre cuajar, finalmente, en la creación de un Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas que contemple los princi-pios que esta Sociedad considera inseparables de la realización de una obra seria, fundamental y per-manente, como se dice al principio de esta nota.

“La iniciativa surgida en el seno de la Sociedad Científica Argentina, como una de las que mejor encuadran en sus importantes finalidades, podría ser apoyada por otras entidades”

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(1946) Cuaderno de laboratorio de Eduardo Braun Menéndez

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El IBYME y la contribución de Eduardo Braun Menéndez para su desarrollo

DAMASIA BECÚ DE VILLALOBOS

“Con honda emoción y dolor os hablaré de la vida de Eduardo Braun Menéndez a quien quería como a un hijo y consideraba un discípulo ya llegado a maestro, que continuaba y mejoraba la obra a que dediqué mi existencia. Admiraba su espíritu noble, sus méritos de hombre de ciencia eminente, su fervor de paladín de las buenas causas, su dinamismo incansable y su generosidad sin límites, su espíritu de empresa y su optimismo, y su obra de orientador acertado de quien esperábamos grandes realizaciones y la formación de una escuela vigorosa y fecunda”.

Bernardo A Houssay 19591

Es difícil escribir sobre alguien a quien uno no ha conocido personalmente. Nos fal-tan los gestos, los tiempos, el sentido del

humor, la acción, las miradas, los silencios. Sin embargo a través de sus obras, sus escritos, testimonios, su legado, sus dos pianos, su pre-sencia en los hijos, he conocido un verdadero

1 Houssay BA. Escritos y discursos: vida y obra científica de Eduardo Braun Menéndez (1903-1959). Ciencia e Investigación 15: 97-104. 1959.

apasionado, quien fue clave en la fundación y consolidación del IBYME.

En 1943 cuando el doctor Houssay es deja-do cesante en la Universidad de Buenos Aires junto con otros investigadores que firmaron un manifiesto en el que se expresaban anhelos de “democracia efectiva y solidaridad america-na”, Eduardo Braun Menéndez en solidaridad con su maestro renuncia a su cargo en la cá-tedra de Fisiología y en solo cuatro meses mo-vido por su gran admiración a Don Bernardo y su obra logró algo impensado, aun para estos tiempos: la creación y funcionamiento de un Instituto de investigación con fondos privados. Los fondos privados se usarían para solven-tar todos los gastos, incluyendo los sueldos de los primeros siete integrantes del IBYME. En esta historia ocupan un lugar fundamental los descendientes y amigos de Juan B. Sauberán2 quienes contactan a Houssay en forma inme-diata para ayudar a financiar la investigación científica del maestro en la Argentina. Braun Menéndez, junto con el doctor Virgilio Foglia, busca un lugar adecuado, tarea nada sencilla, pues nadie quería animales de experimentación o químicos explosivos en la vecindad. Cuando

2 Doctores Miguel Laphitzondo, Pablo F. Perlender, Fernando Capdevielle y el Ingeniero Carlos Sauberán.

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(1944) Equipo del IBYME. De izquierda a derecha: primera fila (fundadores): Braun Menéndez, Orías, Houssay, Lewis; segunda fila: Martinez, Pinto, Foglia (fundador); tercera fila: Sara, Bernardez

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(1950) En el laboratorio del IBYME

encuentran una casona adecuada (en Costa Rica 4185), convence a su padre, don Mauricio Braun, para que la compre. Imagino su pasión para lograrlo, descansando en la generosidad y visión de su padre y madre, a quienes el IBYME estará por siempre agradecidos. Don Mauricio Braun a partir de entonces, y luego sus here-deros y hasta 1959, donan generosamente el alquiler del establecimiento para que el IBYME pueda funcionar.

Esto era solo el comienzo de su epope-ya. Braun Menéndez solicita apoyo financie-ro adicional3 de numerosas familias conocidas (entre las que se encuentran sus propios fami-liares), de empresas, y junto con la Fundación Sauberán y otros fondos que surgen en apoyo de Houssay, se logra financiar las reformas, los gastos de funcionamiento y el sueldo de todos los integrantes que se fueron sumando, duran-te aproximadamente once años, hasta la crea-ción del CONICET. Braun Menéndez no solo fue un exitoso científico, un talentoso gestor de la ciencia, sino un fundraiser inigualable.

Durante esos cuatro meses y hasta con-cretar una sede, equipos y fondos necesarios para trabajar en lo que sería el IBYME, Houssay, Braun Menéndez y algunos colaboradores es-criben el famoso libro Fisiología Humana, en casa de Braun Menéndez4. Este libro fue leído por cientos de estudiantes y profesionales de

3 Contribuciones importantes fueron donadas por la casa Benegas Hnos. y Cía. Ltda., en memoria del señor Pedro Benegas, por Don Mauricio Braun Menéndez, ex personal del Instituto de Fisiología de Córdoba, ingeniero F. Pedro Marotta, Termas Villavicencio S.A. y algunos donantes anónimos.4 Bernardo A. Houssay, Juan T. Lewis, Oscar Orías, Eduardo Braun Menéndez, Enrique Hug, Virgilio G. Foglia y Luis F. Leloir. El Ateneo 1951.

medicina y ciencias biomédicas y se transfor-mó en un clásico. Salieron ediciones múltiples y fue traducido al francés, inglés, portugués, ita-liano, griego y varias lenguas de la India5. Esto demuestra la férrea voluntad de mantenerse en su vocación de transmisión de la ciencia y en-seña con el ejemplo que grandes crisis o dificul-tades son solo el puntapié para el crecimiento. Como Braun Menéndez dice “...nuestra trayec-toria obligada estaba determinada por escasas posibilidades y enormes dificultades, contra

5 Taquini AC. Braun Menéndez y el descubrimiento de la angiotensina. Medio siglo de un importante hallazgo científico. In: Milei J, editor. Alberto C. Taquini y el 75º Aniversario del descubrimiento de la Angiotensina. Buenos Aires: Contartese Gráfica S.R.L., 2015: 153-164.

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las que actuaba solamente la invencibilidad, fe y entusiasmo de unos pocos hombres”6. Este momento difícil también lo destaca el doctor Irvine Page “Estos dos hombres (refiriéndose a Houssay y Braun Menéndez) mantuvieron la fe viva de muchos hombres “menores”, y ade-más de sus grandes logros científicos, debe-mos reconocer también en ellos la profundidad y fortaleza de sus almas”7.

La Fundación Rockefeller ofreció su ayuda para la gestación del IBYME; ayuda generosa, desinteresada y con independencia de su polí-tica interna o externa. El doctor Houssay recibe reactivos, revistas, equipos, animales de estu-dio, y becarios, pero nunca acepta honorarios que provengan de países o fundaciones extran-jeras8. Y así llega el 14 de marzo de 1944: el co-mienzo del IBYME fue silencioso, como muchas grandes obras en su origen, momento en el que ignoran su destino de grandeza. Houssay, Braun Menéndez, Foglia, Oscar Orías y tres ayu-dantes fundan el IBYME, con la simpleza de un día de trabajo. Sin discursos, ni brindis, solo el trabajo, que es la máxima satisfacción de todo investigador. Como decía J.J.Tolkien “De los pe-queños inicios nacen grandes historias”. Este grupo no imaginaba entonces que setenta años más tarde un grupo de más de trescientos cin-cuenta personas, investigadores, becarios, téc-nicos, administrativos, seguirían trabajando en

6 Braun-Menendez E. Trends of cardiovascular research in Argentina. Circ Res 1956; 4:645-646.7 Page IH. The nature of arterial hypertension. Arch Intern Med 1963; 111:103-115.8 Foglia VG. The History of Bernardo A. Houssay´s Research Laboratory, Instituto de Biología y Medicina Experiemntal: The First Twenty Years, 1944-1963. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences 1980; 35:380-396.

el Instituto que estaban fundando. Imagino la magia del momento, unos pocos iniciando una obra gigante, que iba a trascender el tiempo y las propias paredes de Costa Rica. Sin apoyo oficial, pero con el incentivo más grande que un ser humano pueda tener que es la pasión por el trabajo y la misión. Y cuando se habla de cien-cia, la pasión es dominante, no busca un rédi-to económico, solo la búsqueda de la verdad.

El doctor Houssay no había aun sido galar-donado con el Premio Nobel, pero sin lugar a dudas Eduardo Braun Menéndez descubría en él un gran maestro, un líder, un prócer para la ciencia argentina. Eduardo tenía cuarenta años, y Don Bernardo cincuenta y siete. Houssay in-dudablemente respetaba y confiaba en Braun Menéndez, lo nombra miembro del Consejo Directivo (conformado por Houssay, Braun y Foglia), y lo designa director interino repetida-mente en todas las ocasiones de viaje. Desde 1944 hasta el día de su muerte Eduardo Braun fue siempre miembro del Consejo Directivo del IBYME, y además fue director interino por más de cuatroscientos doce días.

A poco tiempo del inicio de las actividades en la casa de la calle Costa Rica el gobierno restitu-ye a los profesores en sus cargos. Todos aceptan,

“Braun Menéndez no solo fue un exitoso científico, un talentoso gestor de la ciencia, sino un fundraiser inigualable”

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y Eduardo Braun tiene la visión de aceptar tam-bién, pero solo a tiempo parcial, para poder con-tinuar con la dirección y la actividad del IBYME. Braun Menéndez renunció a su cargo de Jefe de Investigaciones en Circulación del Instituto de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, a fin de ocupar el cargo de director del IBYME. Él mantiene el instituto en funciona-miento, y gracias a él, el Instituto recibe a Houssay en 1946 cuando el maestro es dejado sin cargo nuevamente en la Facultad de Medicina. A par-tir de ese momento, y a pesar de las adversida-des que enfrentaron, el Instituto es un mundo de

trabajo, experimentos, publicaciones, becarios que llegan del exterior, conferencias, nuevos inte-grantes. Todos ellos reciben maravillados en 1947 la noticia del otorgamiento del Premio Nobel de Medicina y Fisiología al doctor Bernardo Houssay. Poco se sabe del acontecimiento en el país, que casi no lo menciona en sus diarios. Y en la memo-ria del IBYME del año 1947, en forma espartana se lee "se recibieron numerosos premios, entre ellos el Premio Nobel".

La actividad de Braun en el IBYME era in-dudablemente intensa, aun juzgando por los

(Años 40) Sede inicial del IBYME. Laboratorio de la calle Costa Rica

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Dirección, junto con el Consejo Directivo ma-nejaba la administración de sueldos, com-pras, personalmente gestionaba becas para jóvenes investigadores. Y permanentemente solicitaba donaciones para distintos proyec-tos11. También su preocupación por obtener la bibliografía necesaria se revela en las nu-merosas donaciones personales y de fami-liares que consigue para la biblioteca. Es de destacar que él gestionaba las donaciones para pagar los sueldos de los investigadores del IBYME, pero nunca quiso cobrar honora-rios, de forma de aumentar los honorarios de otros. Incluso en su regreso a la Facultad, donó íntegramente sus honorarios para gastos ur-gentes del laboratorio12.

11 En las actas figuran donaciones conseguidas por él mismo, por parte de Ferdinando C. van Peborgh, familia de Alejandro Braun Menéndez Behety, Fundación Santamarina, Teresa Cantilo de Braun Menéndez, Josefina Menéndez de Braun, Laura y Ricorda Braun Menéndez, Joaquín de Anchorena, Pedro Baliña y Marcelino Herrera Vegas.12 Houssay BA. Escritos y discursos: vida y obra científica de Eduardo Braun Menéndez (1903-1959). Ciencia e Investigación 15: 97-104. 1959.

“Él mantiene el Instituto en funcionamiento, y gracias a él, el Instituto recibe a Houssay en 1946 cuando es dejado sin cargo nuevamente en la Facultad de Medicina”

parámetros de este siglo acelerado. Trabajaba sobre las relaciones entre las funciones del ri-ñón y la presión arterial y publicaba entre 5 y 8 trabajos científicos por año (con publicaciones en Science y Nature). Llegó a dar 15 conferen-cias en el exterior en un año (Estados Unidos, Canadá, Francia, Dinamarca, Uruguay, Bélgica, Suecia, disertando en varias ciudades en cada país); recordemos además que en aquellos tiempos se viajaba en barco y tren, no en avión. Adquirió tal reputación por sus trabajos que en la mayor parte de los congresos y simposios de todos los países en que se trataba el tema, era invitado a tomar parte como relator, y le pe-dían artículos de revisión para las revistas más afamadas, como Annual Review of Physiology y Pharmacological Reviews. Publica con Taquini, Fasciolo, Leloir y Muñoz el libro Hipertensión Arterial Nefrógena que fue traducido a varios idiomas. Por otro lado, becarios de Europa, los Estados Unidos, Brasil y Chile venían a trabajar con él en la facultad o en el IBYME. Como dijo el doctor Page, su gran rival devenido amigo, "era una de las figuras sobresalientes en el campo de la hipertensión en América de Sur"9, y lo lla-mativo es que con menores recursos llegó a las mismas conclusiones en el mismo momento que el doctor Page, quien cuando lo encuen-tra cara a cara descubre un “hombre cálido, perceptivo, sabio, culto, un caballero hasta la punta de su botas, un hombre de buen gusto en todo lo que hacía. Un competidor científico en el mejor sentido de la palabra”10.

Braun ejercía una importante actividad de gestión en el IBYME: suplía a Houssay en la

9 Page IH. The nature of arterial hypertension. Arch Intern Med 1963; 111:103-115.10 Ibid.

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Junto con Houssay, en 1951 concreta la crea-ción de un Comité de Ayuda, un organismo inter-no, dependiente jurídicamente de la Fundación para apoyo económico del IBYME. Dicho Comité, en su inicio presidido por Joaquín de Anchorena, Pedro Baliña, y Marcelino Herrera Vegas, fue fun-damental en el funcionamiento y progreso del IBYME. En 1946 el IBYME celebra la incorporación de Braun Menéndez como miembro de número de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires y como miembro correspondiente de la Academia de Medicina de Nueva York.

A todo esto, y detalle no menor, tenía diez hi-jos, y según los testimonios recogidos llegaba a tomarles personalmente catorce materias a fin de año, y disfrutaba tocar el piano con ellos. Cuenta una de sus hijas cómo acostumbraba acompañarlo al IBYME para medir las solucio-nes de cloruro de sodio de los experimentos en marcha. Y su hija Magdalena, quien fallece también en el accidente, fue su devota colabo-radora en nuestro Instituto, donde conquistó el afecto de todos. Los sábados solía jugar al golf, pero cuentan que muchas veces en su camino a la cancha pasaba por el IBYME y se quedaba leyendo papers hasta más del mediodía.

En las Memorias del IBYME de 1959, la voz conjunta de un Instituto que había crecido

acompañado por su aliento y pasión trasun-ta su dolor: “Fue un caballero, un hombre de bien, culto, emprendedor, generoso, lleno de bondad y un luchador impulsado por los más nobles ideales. Era un maestro, un protector y un amigo de los jóvenes que acudían a cola-borar con él o a pedirle consejo. Mucho espe-rábamos aún de su extraordinaria capacidad y vigor y nos parecía un hombre necesario y casi irreemplazable. Fue uno de los puntales de este Instituto, de cuya Comisión Directiva formaba aun parte, y en él realizó muchos de sus más importantes trabajos, dando siempre un alto ejemplo intelectual y moral".13

Setenta años han pasado desde la creación del IBYME por un grupo de apasionados investi-gadores liderados por Bernardo Houssay, Foglia y Braun Menéndez; la obra perdura y crece. Sus bases sólidas fundadas en el desinterés y la vo-cación, en el deseo de un mundo mejor ilumi-nado por la ciencia sirvieron como puntal para la acción de numerosas generaciones de cien-tíficos. Muchos directores después de Houssay y Braun Menéndez han dejado su huella, como los Dres. Foglia, Leloir, Charreau, De Nicola, quie-nes inspirados en los nobles ideales de Houssay y Braun Menéndez forjaron nuestro presente. Y hoy gracias a todos ellos, el IBYME es uno de los institutos de investigaciones biomédicas más prestigioso en medicina experimental y con ma-yor número de investigadores del país. Treinta y seis grupos de investigación, con más de cien investigadores de carrera dedican sus vidas a las Ciencias Médicas y Biológicas, en las áreas de Endocrinología y Reproducción (siguiendo el legado de Houssay), Inmunología, Cáncer,

13 Memoria de la Fundación Instituto de Biología y Medicina Experimental 1958;3-24.

“Fue un caballero, un hombre de bien, culto, emprendedor, generoso, lleno de bondad y un luchador impulsado por los más nobles ideales”

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Neurociencias y Biología Celular. En los pasillos, que otrora vieron pasar a Houssay, circulan más de un centenar de becarios y estudiantes en su etapa de doctorado o licenciatura. En el IBYME se producen diez tesis doctorales anualmente, y se publican más de cien trabajos en revistas internacionales por año. El Instituto ha recibido todos los galardones importantes en ciencias médicas experimentales, seis Premios Konex, tres Premios Bunge y Born y dos premios TWAS; y la Fundación IBYME, que fuera presidida por el doctor Houssay y el doctor Braun Menéndez, sigue activamente respaldando la actividad de sus investigadores para que puedan dedicarse con libertad a producir mejor ciencia14. Varias de las investigaciones científicas coronaron en patentes o convenios con empresas, como se-guramente soñó Braun Menéndez con su mente científico/empresaria. Y siguiendo la inspiración de sus fundadores los miembros del IBYME han tenido una gran participación en la política científica, no solo con sus escritos, sino que del IBYME surgieron directores del CONICET (doctor De Nicola,), un presidente del CONICET (doctor Charreau), el actual decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (doctor Reboreda), y el actual ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (doctor Barañao).

Un proverbio chino dice “Quien que no co-noce su aldea de origen, jamás encontrará la aldea que busca”. Por eso, a pesar del gran in-dividualismo que se percibe en nuestro tiempo, recordar, incorporar, a veces perdonar, honrar la obra y vida de nuestros maestros, parien-tes ya que no están, es de alguna forma com-prender quiénes somos, como personas, como

14 http://ibyme.org.ar/fundacion-ibyme

comunidades, como país. Por eso el IBYME re-cuerda y honra a sus fundadores.

“Si he podido ver un poco más lejos es por-que iba subido a hombros de gigantes”, decía Newton. De la misma manera el IBYME es como es, y no de otra manera pues sus integrantes estamos subidos a los hombros de quienes nos precedieron. De Houssay, Braun Menéndez, Foglia, Del Castillo, Uranga, Segura. El IBYME re-cuerda su historia, y año a año se recrea, for-talece y rejuvenece en todos y cada uno de los nuevos becarios y científicos que ingresan para dedicar su vida a la ciencia.

“Sus bases sólidas fundadas en el desinterés y la vocación, en el deseo de un mundo mejor iluminado por la ciencia sirvieron como puntal para la acción de numerosas generaciones de científicos”

Damasia Becú de Villalobos

Directora del Instituto de Biología y Medicina Experimental desde 2010. Bioquímica y doctora en Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora superior del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Ex presidente de la Sociedad Argentina de Farmacología Experimental.

CON

ICET

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Eduardo Braun Menéndez y las publicaciones científicas

Josefina Yanguas trabajó junto al doctor Bernardo Houssay durante algo más de veinti-cinco años. Dueña de una memoria vasta y pre-

cisa, la señora Yanguas recuerda algunos hechos relacionados con la vida en el Instituto de Biología y Medicina Experimental y los emprendimiento edi-toriales -las revistas Ciencia e Investigación y Acta Physiologica Latinoamericana- del grupo de cien-tíficos liderados por Houssay.

¿Podría contarnos sobre los comienzos de su trabajo al lado del doctor Houssay?

Conocí a Houssay en abril de 1945. Ese año había sido reincorporado a su cargo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y estaba tratando de reiniciar las investigaciones en el viejo Instituto de Fisiología, que había llegado a ser el centro de investigación científica más importante de Latinoamérica. Tenía la esperanza de devolver a ese Instituto el brillo que había tenido. A esto se agregaba su

idea de que la investigación debía ser hecha en las universidades. Él no era amigo de los institu-tos privados. El Instituto de Biología y Medicina Experimental se creó porque fue la única opción que tuvo para no irse del país. Cuando lo reinte-graron a la Facultad de Medicina, Houssay qui-so cerrarlo, pero Braun Menéndez se opuso. Él y Lenoir preferían continuar con el instituto pri-vado y allí se quedaron, mientras que Houssay volvió a la Facultad, aún cuando ellos también lo acompañaron. Pero en septiembre de 1946 lo jubilaron de oficio. Esto fue para él una noti-cia catastrófica. Entonces, no tuvo más remedio que retornar al laboratorio privado que había sido creado para él. Allí es donde comienza mi vida de trabajo al lado de Houssay, porque lo anterior fueron apenas unos meses. Trabajé con él has-ta el día que murió, veinticinco años más tarde.

¿Recuerda cómo surgió la idea de publicar la revista Ciencia e Investigación?

La revista Ciencia e Investigación fue la resul-tante de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias21. En la época en que yo conocí a Houssay, él era el presidente de esta Asociación.

2 Como confirma Houssay, Braun Menéndez fue uno de los fundadores de la revista. (Nota de los editores)

Eduardo Braun Menéndez también realizó una importante labor de divulgación científica consistente con la visión desarrollada en sus Bases. En esta entrevista a Josefina Yanguas, realizada por Diego H. de Mendoza y Analía Busala se mencionan algunos aspectos de la misma1.

1 Fragmentos seleccionados de la entrevista realizada a Josefina Yanguas por Diego H. de Mendoza y Analía Busala en Ciencia e Investigación 2000, 53: 32-34. Sobre esta cuestión los mismos autores también publicaron La divulgación como estrategia de la comunidad científica argentina: la revista Ciencia e Investigación (1945-48) en Redes 2002, 9 (18): 33-62.

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La idea era dar algunas pequeñas becas, que eran mínimas, pero que, entonces, para el que no tenía nada, eran algo. Yo creo que esa aso-ciación era copia de lo que en los EE.UU. era la American Association for the Advancement of Science, salvando las distancias económicas. Los integrantes de la asociación llegaron a la conclusión de que debían tener un órgano pe-riodístico que pudiera representarla. El objeti-vo era hacer una revista intermedia entre una no tan popular aunque tampoco absolutamen-te específica, donde se pudieran publicar cosas accesibles para gente con formación secunda-ria. La familia Braun Menéndez puso el dinero. La oficina donde se reunirá la Asociación en la avenida Roque Sáenz Peña fue cedida por la

empresa Patagonia, también de la familia Braun Menéndez. Entonces, el que había sido secreta-rio de Houssay en la Facultad de Medicina, Abel J. Ceci, o sea mi antecesor, se hizo cargo de la revista. Ceci hacía de todo: corregía pruebas, recibía los manuscritos e, incluso, realizó una actividad de promoción muy buena. El primer número de Ciencia e Investigación apareció en enero de 1945 y aún continúa publicándose.

La ignorancia en cuanto a lo que hacía un científico por aquel entonces era enorme. Era fundamental informar a la gente sobre qué era la investigación científica, qué era un instituto de investigación. En el nuestro había perros, ratas, sapos, conejos, serpientes, arañas. Los

(Años 50) Josefina Yanguas con Houssay

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habitantes del barrio veían entrar y salir gen-te de guardapolvo blanco con animales y se quedaban horrorizados. Muchos vecinos me paraban en la calle y me preguntaban qué ha-cíamos nosotros ahí adentro. Y era algo difícil de explicar. Por eso, una de las finalidades de la revista era llegar a aquellos que les gusta-ba leer, a los estudiantes secundarios e inte-resarlos un poco en la actividad científica. De modo que yo creo que fue una necesidad muy grande que se llenó con ella, donde la idea era que no sólo se publicaran las novedades científicas de manera clara y sencilla para un público general, sino que también se incluye-ran secciones donde se hicieran conocer las necesidades, carencias de material e incon-venientes que enfrentaban los investigadores.

¿Usted se hizo cargo más tarde de la revista Acta Physiologica Latinoamericana?

La idea de esta revista surgió cuando se creó la Asociación Latinoamericana de Ciencias Fisiológicas que al comienzo era casi puro tí-tulo, pues no tenía ni estatutos ni base real de Asociación. En una reunión conjunta con emi-nentes fisiólogos latinoamericanos -entre ellos, Arturo Rosenblueth de México, Joaquín Lucho de

Chile, Carlos Chagas de Brasil- Braun Menéndez planteó la necesidad de contar con una publi-cación que funcionara como órgano oficial. Él se ofreció a poner el dinero y se decidió editar la revista en la Argentina. La finalidad de esta pu-blicación era que los trabajos latinoamericanos tuvieran un canal de difusión, porque los inves-tigadores no tenían dónde publicar los resulta-dos de sus investigaciones. En ese momento era muy difícil acceder a las revistas internaciona-les. Acta Physiologica Latinoamericana comen-zó a publicarse en 1950 y los primeros números fueron prácticamente folletines que llegaban a reunir cuatro o cinco artículos.

Braun Menéndez, que tenía diez hijos, puso a una de sus hijas a manejar la secretaría. La mu-chacha hizo lo que pudo, hasta que un día deci-dió seguir la carrera religiosa. Braun Menéndez tomó el mare mágnum de papeles que estaba en la avenida Roque Sáenz Peña y me lo trajo al Instituto de la calle Costa Rica, para que me ocu-para de la revista. Me dijo: "acá lo tiene, ordénelo y hágase cargo de todo". Pero, además, yo tenía que hacer el trabajo al lado del doctor Houssay que era terrible. Él no quería que yo me ocupara del Acta, aunque no había nadie más que pu-diera hacerlo. Yo no había editado nunca una revista. Es en 1954 cuando cae en mis manos. Entonces, comencé por poner un poco de orden, enviar facturas y hacer propaganda. Envié cartas a muchísimas universidades y logré conseguir cuatroscientos cincuenta suscriptores en todo el mundo. En dos años la revista se autofinanciaba. Eran cuatro números por año. Esto alrededor de 1957. Luego, tuve la valiosa colaboración de dos personas que me ayudaron a continuar la tarea: la señorita Tomasa Zubiaga y el señor Horacio Gómez. Cuando se creó el CONICET, el número de trabajos creció enormemente. Por el año 1962

"Creo que la escuela de Houssay tuvo un destino fatal. Braun Menéndez murió en 1959 en un accidente de aviación, en un momento que podría haber sido presidente del CONICET"

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hubo que crear un Comité Editorial para revisar los manuscritos y se empezó a trabajar con la misma dinámica que las revistas internaciona-les. Ahí la tarea se tornó muy fuerte: cheques, facturas, acuses de recibo, envío de revistas por correo. Yo, incluso, traduje al inglés muchos artí-culos. Embalábamos las revistas y, entre Gómez y yo, las llevábamos al correo. Braun Menéndez había muerto en 1959 en un accidente de avia-ción y Houssay se había hecho cargo de la di-rección. Entonces dividimos el sector editorial del sector administrativo, quedando a cargo del primero una excelente persona, la señorita María Felisa Serrano Redonnet. Llegamos a ingresar en el Current Contents y fue entonces que desde Europa y EE.UU. comenzaron a pedirnos suscrip-ciones. Trabajé allí veintiocho años, hasta 1982.

Creo que la escuela de Houssay tuvo un des-tino fatal. Braun Menéndez murió en 1959 en un accidente de aviación, en un momento que podría haber sido presidente del CONICET. Juan Lewis se enfermó de Parkinson y además se dedicó a la política -participó en la Democracia Cristiana- dejando la investigación, cosa que a Houssay le dolió mucho, y Orías se murió en Córdoba de un infarto a los cincuenta años. Por último, nuestro histólogo, el doctor Adolfo Cardeza, cuyos preparados histológicos de páncreas causaban admiración en el mundo, murió a los sesenta años también de un infar-to. La camada que venía después de Houssay se salteó para pasar a gente que recién esta-ba regresando de sus becas de formación en el exterior. Se deshizo una etapa que era vital.

(Años 50) Retrato

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GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY1

Al cumplirse treinta años de la muerte de Eduardo Braun Menéndez en 1989, siendo entonces decano de la Facultad

de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, me propuse que la institución recordara una figura de singular trascendencia para su his-toria. Inicialmente consideré la posibilidad de editar sus escritos sobre cuestiones relacio-nadas con la educación universitaria, textos dispersos que conseguí reunir no sin dificul-tades. Después de leerlos, me interesó saber cómo era en realidad Braun Menéndez per-sona de quien me hablaban con respeto y consideración, en inesperada coincidencia, personas provenientes de las más opuestas vertientes ideológicas. Conversé con muchos de quienes habían compartido su tarea cien-tífica, sus luchas universitarias, en fin, horas de su vida. Así nació la idea de organizar una espontánea colección de retratos, recuerdos que, al cabo de tantos años, se escondían en la memoria de sus amigos, sus compañeros y discípulos en el laboratorio y quienes parti-ciparon con él en el gobierno de nuestra fa-cultad y de la universidad. Como resultado de esa apasionante aventura de exploración del

1 Medicina 200, 60 (1): 149-154, 2000.

pasado, que me permitió atisbar las múltiples y ricas facetas de una personalidad singular, se publicó un pequeño volumen reuniendo esos retratos que fue presentado en oportu-nidad de la reunión académica durante la que recordamos su memoria en aquella ocasión.

De la lectura de esas páginas surge la con-vicción compartida por muchos de quienes lo conocieron que, de no haber muerto Braun Menéndez prematuramente a los cincuenta y seis años de edad en un trágico accidente de aviación, la evolución de nuestra historia hubie-ra sido diferente. Lo resume muy bien Alberto Agrest cuando señala: "Con la desaparición de Braun Menéndez, la Facultad de Medicina per-dió a la única persona con el conocimiento, la convicción y el poder para evitar que cayera en una mediocridad de la que ningún otro podía sustraerla. No hubo, a mi entender, ningún otro que reuniera estas cualidades en tal magnitud que le hubiera permitido hacer de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, una institución de la que los argentinos pudiéramos estar or-gullosos"2. No es ése poco reconocimiento a la significación de la vida de un hombre.

2 Retratos. Eduardo Braun Menéndez (1903-1959). Buenos Aires; Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires, 1989.

La concepción universitaria de Eduardo Braun Menéndez

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Retomé esa idea al concluir la presentación del volumen citado cuando dije: "Este homenaje, que comenzó en forma algo imprecisa, fue ad-quiriendo una definida intención. La de rescatar, a través de la evocación de Braun Menéndez, el sentido de lo que podría haber llegado a ser la universidad argentina. Y viendo lo que aún no ha sido, la de comprometer a nuestra generación, de cara al siglo, en su acelerada construcción".

La conmemoración del 60º aniversario de la fundación de Medicina (Buenos Aires), de cuyo Comité de Redacción formó parte Braun Menéndez desde 1944, me brinda ahora la oportunidad de intentar completar la tarea que hace una década dejé inconclusa: el análisis de su pensamiento en materia universitaria. Se trata sólo de un intento de rescatar algu-nas de las ideas centrales que expuso a lo lar-go de su vida en torno a estas cuestiones que, como queda dicho, han ejercido una profun-da influencia en nuestra universidad. Confío en que esta apresurada mención estimule al lec-tor a acercarse a las publicaciones originales

para bucear en el amplio ideario del autor, que sintetiza en su persona los mejores valores de nuestra universidad. Sus concepciones resu-men la tarea pendiente que resulta oportuno recordar al iniciar un nuevo siglo pues, como afirmó Alfredo Lanari al despedir los restos de Braun Menéndez "su ejemplo nos servirá para continuar en la reconstrucción científica y mo-ral que tanto necesita la universidad de éste, nuestro pobre país"3.

LAS UNIVERSIDADES PRIVADAS, INSTITUTOS DE INVESTIGACIÓN 4, 5, 6, 7

En la edición del 6 de septiembre de 1945 del diario La Nación, se lee la siguiente noti-cia: "El doctor Eduardo Braun Menéndez ocu-pó ayer la tribuna del Instituto Popular de Conferencias, en la sala de fiestas de nuestro colega La Prensa, para disertar sobre el tema Universidades no oficiales e institutos privados de investigación científica. Su conferencia –se consigna– fue largamente aplaudida por el nu-meroso y selecto auditorio".

Más allá de tales apuntes sociales, es en esa disertación donde se encuentra el germen del pensamiento que posteriormente Braun Menéndez expondría en diversos artículos pu-blicados en Ciencia e Investigación entre 1955 y 1958. Esta fue la revista que fundó en 1945

3 Retratos ibid.4 Braun Menéndez E. Universidades no oficiales e institutos privados de investigación científica. Conferencia en el Instituto Popular de Conferencias. Septiembre 5 de 1945. (Reseñada en La Nación, septiembre 6 de 1945).5 Braun Menéndez E. Las etapas para la creación de una universidad privada. Ciencia e Investigación 1957; 13: 97-99.6 Braun Menéndez E. La ley universitaria. Ciencia e Investigación 1958; 14: 289-290.7 Resolución de la Comisión encargada de expedirse sobre el artículo 28. Ciencia e Investigación 1958; 14: 325-326.

“Con la desaparición de Braun Menéndez, la Facultad de Medicina perdió a la única persona con el conocimiento, la convicción y el poder para evitar que cayera en una mediocridad de la que ningún otro podía sustraerla”

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para difundir las ideas que servían de base a la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, institución en cuya creación y actividad tuvo un decisivo protagonismo. Durante el perío-do citado, Braun Menéndez participó activamen-te en los órganos de conducción de la Facultad de Medicina y de la Universidad de Buenos Aires. Sorprende comprobar la poderosa influencia que ejerció en tan breve lapso sobre la estructura de ambas instituciones y el impacto que sus ideas tuvieron en muchas de las trascendentes deci-siones que en ellas se adoptaron durante uno de los períodos más originales y creativos de su accidentada historia reciente.

En la conferencia citada, Braun Menéndez co-mienza su exposición con un documentado aná-lisis de las contribuciones que las instituciones de investigación realizaron tanto al progreso de los distintos países centrales como al mejoramiento de su enseñanza superior. A este respecto, analiza detenidamente el impacto que ejerció la creación de la Universidad Johns Hopkins en los EE.UU. en la modernización de la enseñanza de la medici-na. Con similar propósito, describe la constitución en 1911 de la Sociedad Kaiser Guillermo para el adelanto de las ciencias de Alemania y reseña su evolución posterior.

El núcleo central de la conferencia se en-cuentra, sin embargo, en la propuesta de crea-ción de una universidad privada en base a la reunión de institutos de investigación científi-ca. Dice: "La que oso describir es, como la uto-pía de Tomás Moro, absolutamente imaginaria, aunque no tan irrealizable como el país des-cripto por el fantástico Hiptoldeo". Uno de los elementos centrales en la concepción de Braun Menéndez, reside en la importancia central que asigna a la investigación científica en la misión

de la universidad, institución creada, dice junto con Sir William Osler, "para enseñar y para pen-sar", pues, "el deber que incumbe al cuerpo de profesores es el de ampliar los límites del cono-cimiento humano". No es por ello casual la frase con la que inicia la descripción de su universi-dad utópica: "Su objeto principal ha de ser el de buscar la verdad".

Sostiene que no existe universidad sin inves-tigación y, por ello, si bien alienta la formación de instituciones privadas, considera que éstas sólo tienen sentido en la medida en que estén basadas en la creación de conocimiento y no se propongan solamente ser meras escuelas pro-fesionales. Asigna una trascendencia singular al aporte que, para la concreción de este proyecto,

(1945) Una de sus conferencias

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representan los capitales provenientes de las distintas empresas del país, interesadas en que éste cuente con centros dedicados a la genera-ción de nuevos conocimientos. Dice al respec-to: "La creación de una universidad libre basada en institutos de investigación debe ser obra de las llamadas fuerzas vivas del país. Si éstas no despiertan y comprenden que su papel consiste en crear riqueza –riqueza artística, intelectual, moral y material– verán a un estado burocráti-co absorber poco a poco todas las actividades que legítimamente les corresponden y termi-narán por no hacer siquiera dinero, con lo cual desaparecerán como fuerza". Es éste un claro programa de acción que nuestra clase dirigen-te aún no ha asumido en plenitud.

La activa participación de Braun Menéndez en el polarizado debate universitario de fines de la década de 1950, estuvo permanentemente centrada en la defensa de esta idea. La resumía así: "En nuestro país, si ha de hacerse una uni-versidad privada, debe empezarse por lo más difícil; por la excavación y los pilares; es decir, por los gabinetes, laboratorios y bibliotecas, pequeños, modestos si se quiere, pero ocu-pados por hombres de grande, de indiscutible categoría universitaria, aunque sean pocos en número. He ahí el nudo de la cuestión. Lo que da el tono de la universidad, su sostén, su po-tencial, es el profesor. No me refiero al que va y dicta unas conferencias o tantas clases por semana. Me refiero al verdadero profesor, que vive, piensa, trabaja y enseña en la universidad". Es la persona que crea y enseña la que consti-tuye el fundamento de la universidad. Concluye, acertadamente, que "en nuestro país, puede de-cirse que nunca ha habido una universidad au-téntica... las nuestras son, como afirma Ortega, instituciones al revés". Esta concepción de la

"universidad invertida, la torcida, la sofistica-da, la falsa, la creada por decreto", constituye aún hoy una proposición fecunda para encarar el análisis del estado de nuestras instituciones de educación superior.

LOS TÍTULOS HABILITANTES Y LA UNIVERSIDAD 8

Vinculado con esta cuestión, surge entonces el debate acerca del otorgamiento de los títulos habilitantes por parte de la universidad. A pro-pósito de la polémica generada en 1956 sobre este tema señala: "Estas dos palabritas (títulos habilitantes) son las que han provocado la in-quietud y las protestas de quienes ven con recelo la creación de universidades privadas y el entu-siasmo desmedido y el apuro de quienes creen que puede hacerse aparecer una universidad por arte de encantamiento. Unos y otros incurren en el gravísimo error de confundir universidad con escuela profesional y de creer que es propio de la universidad el conferir títulos habilitantes".

Reivindica para el Estado la responsabilidad de interesarse por la idoneidad de quienes ejercen las profesiones en las que la salud, la seguridad o los bienes de los habitantes están en juego. El hecho de que esa potestad haya sido transferida a las universidades, no significa que ésta sea, ne-cesariamente, la práctica más correcta. En base a modelos de otros países, propone diversas al-ternativas para el otorgamiento de los títulos ha-bilitantes bajo supervisión estatal, y señala que, cuando asumen esa responsabilidad, las univer-sidades se alejan de su misión esencial que es "la formación integral de hombres capacitados para ejercer una profesión, no la de conceder títulos

8 Braun Menéndez E. Los “títulos habilitantes” y la universidad. Ciencia e Investigación 1956; 12: 1-4.

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habilitantes. La universidad tiene el deber de en-señar bien y los grados que otorgue deben ser garantía de capacitación".

Este problema le permite volver, una vez más, sobre su concepción de la universidad, acerca de la que afirma: "En su aspecto docente puede enseñar un conjunto de disciplinas que capaci-ten al que las sigue para ejercer su profesión; pero no es ésta su misión primordial, ni aun en su aspecto docente. Las escuelas profesionales dependen de las universidades porque los que estudian para luego ejercer profesiones liberales, tienen que adquirir una formación moral, hábitos mentales y conocimientos fundamentales que sólo pueden adquirirse en una universidad del tipo que hemos definido".

LA ELECCIÓN DE LOS PROFESORES UNIVERSITARIOS 9, 10

Por la importancia central que Braun Menéndez adjudica a los profesores en la estruc-tura de la universidad, el mecanismo utilizado para su selección constituye una de sus preo-cupaciones centrales. Ridiculiza ácidamente los procedimientos utilizados con esa finalidad que eran, en su época, similares a los que se siguen en la actualidad. Decía al respecto: "El hombre moderno está a la merced del más cruel tirano que registra la historia –una hidra de mil cabe-zas llamada burocracia– que cada día inventa un nuevo método para rebajarlo y humillarlo, con-virtiéndolo en hombre-ficha, hombre-expedien-te, hombre-rebaño, quien, con la cerviz doblada por yugo invisible, se pasa la vida presentando

9 Braun Menéndez E. La elección de profesores universitarios. Ciencia e Investigación 1956; 12: 82-86.10 Braun Menéndez E. La formación de profesores. Revista Asociación Médica Argentina 1957; 71: 416-418.

solicitudes, llenando formularios, haciendo co-las y firmando declaraciones juradas. El virus del formalismo también ha invadido las aulas uni-versitarias y ha presidido hasta ahora la elección de profesores universitarios".

El análisis que realiza sobre este problema se basa en la correspondencia entre los procedi-mientos utilizados y las misiones de la universidad que constituye una de sus preocupaciones cen-trales. Concluye que los valores que la universi-dad guarda y propaga son los que deben regir sus actividades específicas, es decir, la enseñanza y la investigación. Afirma: "La enseñanza universi-taria no consiste en fabricar profesionales más o menos eficaces, sino en formar hombres capa-ces de pensar correctamente y de juzgar bien, hombres que puedan reconocer el error, la men-tira y la estupidez –científica, política, económica o social– y que estén compenetrados de que es su deber denunciar y resistir tales deformacio-nes de la verdad".

Como la reputación de una universidad, su categoría y capacidad para cumplir la misión que le confía la sociedad, dependen de la calidad de sus profesores y de la calidad de sus alumnos, la elección de los profesores es uno de los ac-tos más delicados e importantes. Menciona en-tre sus cualidades esenciales: el respeto por la verdad; el entusiasmo por lo que hace y enseña; la capacidad de perfeccionamiento; el carácter, demostrado en la vida que lleva y los valores que la guían porque, como sostiene Chesterton, "lo más práctico e importante respecto de un hom-bre es su visión del universo" y, finalmente, el conocimiento vivido de la materia que enseña.

Braun Menéndez no duda en afirmar que "el concurso de títulos, antecedentes y trabajos, tal

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como se lo realiza entre nosotros, es un recurso burocrático de nivelación hacia abajo y además, fomenta la farsa, la simulación y la mentira. La simple idea de reglamentar, con abundancia de artículos, un acto tan trascendente como es la elección de profesores, importa un insulto a los miembros del jurado pues supone, o que no se les reconoce la capacidad suficiente para esco-ger al mejor profesor o que se los considera mo-ralmente objetables". Prosigue con fina ironía: "El objetivo del trámite concursal es el de proporcio-nar al jurado un cierto número de puntos que le permitan llegar a una decisión numérica y auto-mática, liberando a sus integrantes de toda otra responsabilidad. Terminado el trabajo, el jurado puede dormir tranquilo, con la conciencia del deber cumplido: se decidió a favor de X porque tenía más antigüedad, más trabajos, más ante-cedentes, más títulos y porque cumplió mejor los requisitos de las pruebas. No le interesan la ac-tividad futura del nuevo profesor, ni la eficiencia con la que desempeñará su cargo, así como no le interesa saber si la elección significa o no una adquisición real y efectiva para la universidad en la que el candidato irá a actuar. Ninguno de los miembros del jurado habría recurrido a tal pro-ceso para escoger un secretario o un profesor de primeras letras para sus hijos. A pesar de eso, duermen con la conciencia del deber cumplido. Virtud dormitiva y anestesiante del formalismo burocrático en el que la abundancia y minucio-sidad de los reglamentos sólo sirven para esca-motear el fondo del problema".

Al cabo de un devastador análisis acerca de las consecuencias del sistema formal en el que se sustenta la realización de los concursos de profesores, señala la conveniencia de estimular la promoción de los jóvenes, evitar la endoga-mia y el provincialismo, eliminar formalismos

exagerados y recurrir al juicio de expertos de otros lugares del mundo. Concluye que "no pue-den establecerse reglas precisas y mucho me-nos normas rigurosas para la elección de una persona que ha de realizar misión tan noble, difícil y delicada. Lo importante no son los re-glamentos sino los principios".

LOS FINES DE LA UNIVERSIDAD 11, 12

La contrastación de la realidad con los fines de la universidad constituye también un tema central en los escritos de Braun Menéndez. Enuncia que, desde el punto de vista docente, "la universidad debe ser: 1. el vivero donde puedan desarrollarse los sabios; 2. un lugar donde los jóvenes adquie-ran el deseo de saber por el saber mismo, la capa-cidad de buscar y adquirir la verdad; y, por último, 3. una escuela donde los jóvenes puedan, después de largos y pacientes estudios, adquirir los cono-cimientos necesarios para ejercer una profesión. Cuando en una universidad falta la investigación, difícilmente pueden realizarse los dos primeros objetivos de la enseñanza, y en nuestra univer-sidad no se hace prácticamente investigación". El mínimo que se puede exigir a una universidad es, pues, que sea una buena escuela profesional. Pero las profesiones liberales, afirma, requieren una formación intelectual (un método para pen-sar) y una formación espiritual (una actitud ante la vida) que no se adquieren en los libros y que se consiguen enfrentándose con la realidad bajo la guía de maestros avezados.

¿Qué es lo esencial para tener buena ense-ñanza? Responde Braun Menéndez: "Hasta un

11 Braun Menéndez E. ¿Se cumplen los fines de la universidad? Ciencia e Investigación 1955; 11: 385-387.12 Braun Menéndez E. Una facultad monstruosa. Ciencia e Investigación 1955; 11: 529-531.

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niño nos puede contestar correctamente: tener buenos profesores y buenos alumnos. Existen muchos medios para conseguir buenos profe-sores y existen muchos medios para seleccionar a los mejores alumnos. Pero con ello no basta. Se requieren dos condiciones más, igualmente esenciales: 1. que el profesor disponga de los me-dios necesarios para enseñar; y 2. que el número de estudiantes esté en relación con la capacidad docente del profesor". La feliz analogía que esta-blece con la tarea del tornero y sus aprendices, no hace sino demostrar lo absurdo de muchas con-ductas que aún se siguen practicando.

Lo resume así: "La sociedad y el estado tienen el derecho de exigir que, los que tienen la misión de cuidar la salud, edificar las viviendas, cons-truir puentes, caminos, etc., y defender nuestros derechos ante la justicia, estén adecuadamente preparados para ello, y el deber de procurar los medios para conseguirlo. La fórmula es simple: buenos profesores + buenos alumnos (en núme-ro adecuado a la capacidad docente de aquellos) = buena enseñanza. Mientras ello no se consiga, nuestra universidad no pasará de ser una oficina en la que estudiantes autodidactas cumplan con el trámite burocrático de dar examen".

Estas ideas son expuestas con mayor am-plitud en oportunidad de considerar el estado de nuestra Facultad de Medicina, que Braun Menéndez define como "monstruosa: contra el orden de la naturaleza, excesivamente grande...". Reitera uno a uno los argumentos obvios que justifican esa definición y remata diciendo: "Si fuera necesario demostrar el absurdo que signi-fica un profesor con 5.000 alumnos: para dictar clases se necesitaría el Gran Rex o un sistema de altoparlantes, aparatos de televisión u otros recursos de la técnica moderna, y para tomar examen, concediendo media hora a cada estu-diante, necesitaría 2.500 horas, es decir, mi mi-sión de profesor consistiría en tomar examen 8 horas por día durante 312 días al año...".

Pero es preciso advertir que mientras escri-bía estas líneas críticas, junto con una minoría de profesores de la facultad y acompañado por sus graduados y sus estudiantes, Braun Menéndez contribuía a construir los cimientos de la facultad moderna: estimulaba la incorporación de profe-sores con dedicación exclusiva, ponía el énfasis en las materias básicas que proporcionan el susten-to científico del saber médico, alentaba la insta-lación de las primeras residencias médicas en el país. Al mismo tiempo, esbozaba un original pro-yecto de descentralización de la facultad que, si bien no llegó a concretarse, comenzó a insinuarse en esa época mediante la creación de las unida-des docentes hospitalarias.

CONCLUSIÓNEstos breves apuntes sólo pretenden pre-

sentar al lector una visión de conjunto de los principales problemas relacionados con la uni-versidad sobre los que ha opinado Eduardo Braun Menéndez. De la lectura de sus textos surge la actualidad de la mayor parte de las

“Uno de los elementos centrales en la concepción de Braun Menéndez, reside en la importancia central que asigna a la investigación científica en la misión de la universidad”

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posiciones que sostiene y se fortalece la creen-cia, compartida por muchos, de que nuestra his-toria hubiera sido muy diferente de no haberse interrumpido tan precozmente su activa pre-sencia en un momento clave de la historia ar-gentina. Como lo afirmara uno de sus discípulos, Marcelino Cereijido, "Braun Menéndez nos ha faltado por todas partes"1.

En el discurso con el que presentó a Braun Menéndez ante la Academia Nacional de Medicina en 1945, Bernardo Houssay reflexio-naba acerca de sus propias ideas sobre la inves-tigación científica, consideraciones que pueden hacerse extensivas a la visión universitaria de Braun: "Todo esto es conocido en el mundo en-tero y espero verlo aplicado entre nosotros. Oigo decir, a veces, que tengo aspiraciones que están cincuenta años más adelante de lo que es posi-ble en nuestro país. Pero esto no es cierto, no es que yo piense cincuenta años más adelante del momento actual, sino que en nuestro país mu-chos piensan con cincuenta años de atraso. Lo grave es que creen que hemos llegado a la per-fección y que no tenemos nada que aprender. Eso sería una ingenuidad risible si de esa vana ilusión no resultaran consecuencias trágicas"13.

Entristece comprobar que hoy, cuarenta años después de haber sido escritas, sigan teniendo vigencia estas palabras de Braun Menéndez: "Desde hace más de 80 años, cen-tenares de autores han escrito artículos y libros sobre el ‘problema de la universidad argentina. Produce un profundo desánimo comprobar que todos exponen los mismos defectos y proponen

13 Houssay BH. Discurso con motivo de la incorporación del Prof. Dr. Eduardo Braun Menéndez. Boletín Academia Nacional de Medicina 1946; 1-3: 181-192.

las mismas soluciones y el problema sigue sin resolverse. ¿Cuáles son las razones profundas de este dar vueltas a la noria, de este andar sin rumbo y a tropezones?"14 Seguimos hoy espe-rando la respuesta a este agudo y dramático interrogante.

Reconquistar la excelencia y la seriedad, volver a la calidad, no sólo supone mirar ha-cia adelante sino también recordar hoy todo lo bueno que ayer nos pasó. Este recorrido por las principales contribuciones de Eduardo Braun Menéndez al debate universitario, posee la vir-tud de enfrentarnos con la verdadera dimensión de la estirpe a la que pertenecemos, la riqueza de la historia de la que provenimos, la calidad personal, la cultura, el compromiso, el valor y la amplia visión demostrada por quienes nos han precedido. Nos confronta, en suma, con la deu-da aún impaga que tenemos con la memoria de nuestros mayores, con la responsabilidad de estar, como ellos lo estuvieron en su tiempo, a la altura de los desafíos que hoy enfrentamos.

14 Braun Menéndez E. ¿Qué es la universidad? Manuscrito inédito, 1959.

Guillermo Jaim Etcheverry

Doctor en Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Investigador del CONICET. Miembro de las Academias Nacionales de Educación y de Ciencias de Buenos Aires y de la American Academy of Arts and Sciences de EE.UU. Becario y presidente del Jurado de Selección de la Fundación Guggenheim. Premio Bernardo Houssay (CONICET). Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (1986-1990) y rector de esa universidad (2002-2006).

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ZOL

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Braun Menéndez: El “experimento de Johns Hopkins”y “las fuerzas vivas” en la Argentina de posguerra

DIEGO H. DE MENDOZA Y ANALÍA BUSALA1

El 5 de septiembre de 1945, Eduardo Braun Menéndez pronunció una conferencia en el Instituto Popular de Conferencias del

periódico La Prensa titulada “Universidades no oficiales e institutos privados de investigación científica”. Integrante de la mesa de redacción de Ciencia e Investigación, Braun Menéndez pensaba que era necesario difundir hacia el ámbito social una representación de la cul-tura científica que incluyera las necesidades y peculiaridades del complejo científico local.2

La conferencia se inició con una pregunta: “Las universidades libres, privadas, no oficia-les, ¿presentan ventajas sobre las que de-penden del Estado?” Lo que siguió fue una prolija argumentación a favor de una respues-ta positiva. El fisiólogo argumentó que su re-lato apuntaba a demostrar que “es más fácil iniciar una reforma partiendo de algo nuevo, que tratando de modificar lo ya existente”. Y concluyó entonces que la mejor solución era

1 En Miguel de Asúa Una gloria silenciosa: dos siglos de ciencia en la Argentina, Libros del Zorzal, 2010.

“crear una universidad privada en base a ins-titutos de investigación científica”. A su juicio, los modelos a imitar podrían ser la Universidad de Johns Hopkins, el Instituto Pasteur y la Sociedad Kaiser Wilhelm para el Adelanto de la Ciencia. Al referirse al “experimento de Johns Hopkins”, opinó que la base de su éxito fue la excepcional habilidad de su presidente para seleccionar científicos eminentes dedicados en forma exclusiva a la enseñanza y la inves-tigación. El objetivo de la disertación era cla-ro: persuadir a los empresarios, a las “fuerzas vivas del país”, de la conveniencia de financiar la actividad científica.

Por su parte, Houssay se mostraba escépti-co frente a estos proyectos. Un mes antes de la conferencia de Braun Menéndez, en una carta a Leloir del 3 de agosto de 1945, sostenía: “No estamos seguros de que ellas no se infecten a su vez y por otra parte, el porvenir del país de-pende de la Universidad. La tendencia mun-dial es hacer de la investigación una función a cargo de las instituciones oficiales de cada país”. Desde principios de la década de 1920, sus propuestas se dirigieron invariablemente a fortalecer la universidad pública.

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También a mediados de 1945, Braun Menéndez intentó un acuerdo con el físico Enrique Gaviola para impulsar una “universidad científica privada”. Sin embargo, las diferencias entre ambos científicos invalidaron la concre-ción de un proyecto conjunto. Braun Menéndez aclaró el origen de las diferencias en una carta que enviara a Gaviola:

“En la meta que aspiramos, nuestro acuerdo es absoluto. Sin embargo, ya en esa conversa-ción le hice notar que nuestra única divergen-cia, si así puede llamarse, estaba en el distinto énfasis que poníamos en cuanto al método para llegar a este fin. Ud. considera que lo principal y urgente es enseñar, yo que lo principal y ur-gente es disponer de los medios materiales y espirituales para investigar”.

Además de Braun Menéndez y Gaviola, el fisiólogo Juan T. Lewis y el ingeniero Augusto José Durelli - que en 1936 había obtenido en París los títulos de ingeniero doctor en la Sorbona y el de doctor en Ciencias Políticas, Económicas y Sociales en la Universidad Católica de París - habrían coincidido en que el único camino para resolver el problema cien-tífico y tecnológico en la Argentina estaba es-trechamente relacionado con la creación de universidades libres y, como su condición de posibilidad, con la paralela construcción y sos-tenimiento de un sistema de filantropía local dispuesto a financiarlas.

A comienzos de los años cincuenta, Braun Menéndez intentó crear el Instituto Católico de Ciencias, destinado a conformar el núcleo de una futura Universidad Católica. En el núme-ro de junio de 1953 de Ciencia e Investigación se anunció el inicio de las actividades de dicho

instituto. Su comité directivo estuvo integra-do por Braun Menéndez, Venancio Deulofeu y Emiliano J. MacDonagh.

El editorial de agosto de 1954 de Ciencia e Investigación está dedicado al nuevo institu-to. Allí se lee que su nombre no apunta a con-cebir una ciencia católica contrapuesta a otra que no lo fuera, sino que “se justifica porque es patrocinado por la Jerarquía y contribuyen a sostenerlo católicos”. En los anuncios de los cursos que hasta septiembre de 1954 la re-vista de Braun Menéndez se encargaría de ir anunciando, encontramos a Houssay y a los investigadores de su grupo, entre ellos, a Luis F. Leloir, entre los físicos a José Balseiro y a Teófilo Isnardi, entre los matemáticos a Alberto González Domínguez y a Luis Santaló. A pe-sar del entusiasmo y la dedicación de Braun Menéndez, esta iniciativa llegó abruptamente a su fin como consecuencia de la ruptura de Perón con la Iglesia Católica.

Todavía en 1955, Braun Menéndez creía que el camino más adecuado para promover la in-vestigación en la Argentina eran las universida-des privadas. A fines de octubre de aquel año, le escribía a un colega suyo, Alfredo Lanari, por entonces en los Estados Unidos:

“Braun Menéndez intentó crear el Instituto Católico de Ciencias, destinado a conformar el núcleo de una futura Universidad Católica”

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(Años 50) En el laboratorio del IBYME

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Eduardo Braun Menéndez

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OTROS APORTES REFERENTES AL INSTITUTO CATÓLICO DE CIENCIASEn su artículo sobre el Instituto Católico de Ciencias (1953-1954) publicado en marzo de 2011 en la Revista Criterio, Miguel de Asúa y Analía Busala nos recuerdan que el Instituto Católico de Ciencias fue inaugurado el 9 de junio de 1953 con la presencia del arzobispo de Buenos Aires. Su sede provisoria era el edifico de Carlos Pellegrini 1535, propiedad de la Curia, en el que se dictaban los Cursos de Cultura Católica (CCC), creados en 1922. Ese mismo año, los cursos se habían transformado en el Instituto Católico de Cultura de Buenos Aires (ICCBA). En sus memorias sobre el origen de la Universidad Católica Argentina (UCA), monseñor Octavio Derisi equipara su creación con la de la Escuela de Economía, dirigida por el economista Francisco Valsecchi, quien sería el primer decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la UCA. El Instituto Católico de Cultura fue precursor de la Universidad Católica Argentina, cuya fundación fue decidida por el Episcopado Argentino en su Asamblea Plenaria del mes de febrero de 1956, y con este fin, inicia el estudio de proyectos y bases de organización para la UCA.

Braun Menéndez fue nombrado miembro del primer Consejo Superior pero renunció al mismo. Laura Graciela Rodríguez y Clara Ruvitoso en su trabajo Octavio Nicolás Derisi: trayectoria y pensamiento del fundador de la Universidad Católica Argentina (www.aacademica.com/000-097/34/479) explican que en las primeras reuniones del mismo “hubo discusiones acerca de si hacer o no de la UCA un ámbito de “investigación pura” y qué condiciones debían tener los profesores. Derisi explicaba que “la mayor parte del Consejo, de acuerdo a la declaración e intención de los obispos, entendió que la Universidad debía ser ante todo docente”. Una de las disputas se desató cuando el médico Eduardo Braun Menéndez dijo que si primaba la “catolicidad” como argumento excluyente para seleccionar a los profesores, el fracaso de la UCA era seguro. Dadas sus diferencias con el resto de los consejeros debió renunciar y fue reemplazado por el jesuita Mariano Castex.”(Nota de los editores)

“Mi proyecto de universidad particular está más presente que nunca en mi mente. Hoy han reincorporado a Houssay a la universidad, lo que ha aceptado él en forma simbólica. Foglia y yo iremos probablemente a la cátedra. Pero si acepto ese sacrificio lo hago sólo porque no puedo, en las circunstancias presentes, ne-gar mi concurso aunque sea temporario. No creo en la posibilidad de convertir a nuestra so called Facultad en un centro universitario de verdad. La única solución, a mi juicio, es la

universidad privada, y me he impuesto la mi-sión de trabajar por ella”.

A pesar de sus deseos, el proyecto de una “Johns Hopkins argentina” nunca se concretó. Con la creación del CONICET, en enero de 1958, las preocupaciones de la comunidad científi-ca se orientaron hacia otros objetivos. Hasta su muerte prematura en un accidente de aviación en enero de 1959, Braun Menéndez integró el primer directorio del CONICET.

Analía E. Busala

Profesora en Historia, Universidad Nacional del Litoral. Doctoranda de la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Farmacia y Bioquímica. Docente de Historia de la Ciencia y la Técnica, Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

Diego H. de Mendoza

Doctor en Física por la UBA. Profesor titular de Historia de la Ciencia en la UNSAM. Profesor en posgrados de las Universidades Nacionales de Río Negro y Córdoba y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Autor. Presidente del Directorio de la Autoridad Regulatoria Nuclear.

FÉLI

X SA

BATÉ

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SANTIAGO CERIA

Probablemente el título de este capítulo sor-prenda a algunos, ya que si bien a lo largo de este libro se puede ver hasta qué punto

Eduardo Braun Menéndez era una persona su-mamente inquieta y con intereses muy amplios, pocos sabrán que tuvo también un vínculo impor-tante con el nacimiento de la computación en la Argentina, allá por mediados de la década del 50.

El nexo entre Eduardo Braun Menéndez y la computación es a través de otra gran figu-ra de la ciencia y la tecnología en la Argentina, Manuel Sadosky, el matemático, educador y ges-tor de políticas públicas nacido en 1914, que dedicó toda su vida a poner al progreso cien-tífico tecnológico al servicio del desarrollo del país. Manuel Sadosky se había mudado a Roma en enero de 1948 para trabajar con el profesor Mauro Picone en el Istituto per le Applicazioni del Calcolo, y desde allí comenzó a tener noti-cias del nacimiento de unas nuevas y poderosas máquinas que podían realizar cálculos a veloci-dades asombrosas, de cientos o hasta miles de operaciones por segundo. Nos referimos a las computadoras electrónicas digitales, la prime-ra de las cuales llamada ENIAC había sido pues-ta en marcha en la universidad de Pensilvania en 1946. Sadosky pudo ver durante esos años algo que en ese momento no era evidente: que las computadoras iban a cambiar radicalmente a la ciencia, por su poder inusitado de cómputo,

permitiendo resolver numéricamente proble-mas muy complejos. En sus propias palabras, las computadoras representaban “un salto cuánti-co, como le gusta decir a los físicos”. Poco des-pués, su característica de visionario le permitió ver que estas poderosas máquinas tendrían un impacto que iría mucho más allá de la ciencia, cambiando definitivamente las sociedades mo-dernas. En ese momento fue cuando decidió que gran parte de los esfuerzos de su vida profesio-nal se dedicarían a fomentar el desarrollo de la computación en el país y la región.

Ya como vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, en 1957, Manuel Sadosky impulsó con mucha fuerza la in-corporación de una de estas computadoras a la educación universitaria y a la investigación. Para ello contó con el apoyo fundamental del deca-no Rolando García, quien pronto se convertiría en vicepresidente del CONICET, y de otros pro-fesores de la universidad que los acompañaron. Luego de una licitación se decidió comprar una computadora fabricada por la empresa británi-ca Ferranti, de la ciudad de Manchester, modelo Mercury, por nada menos que ciento cincuenta y dos mil libras esterlinas de ese momento, unos cinco millones de dólares a valores de 2014.

La compra de Clementina puede parecer algo relativamente simple visto más de cincuenta años después, pero fue en realidad un proceso muy complejo, no sólo por ser en cierto modo

Eduardo Braun Menéndez y la computación en la Argentina

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un “salto a lo desconocido”, sino también por la gran inversión que significaba por la compra de la computadora en sí y por la infraestructura necesaria para albergarla y refrigerarla. Estamos hablando de un pequeño “monstruo” de cator-ce metros de largo, que funcionaba con válvulas termoiónicas, sólo tenía unos cinco Kb de me-moria RAM y podía hacer unas cuatro mil opera-ciones de punto flotante por segundo, algo que representaba un número astronómico en ese momento, pero ridículamente bajo comparado con el poder de cómputo existente hoy en día.

Rolando García, que siempre mostró una gran audacia para luchar contra las dificultades en la gestión, cuenta su experiencia en el muy reco-mendable libro La construcción de lo posible. Aún sin tener los fondos comprometidos lanzó la licitación. “Eso es un delito”, le advirtieron. “No, no es delito. Por lo menos no lo es hasta que se adjudique”, contestó.

Y ahí es cuando el camino de esta compu-tadora, que luego sería llamada Clementina, se

cruza con el doctor Eduardo Braun Menéndez, que había forjado una amistad con Manuel Sadosky. El propio Sadosky contó, en una larga entrevista que concedió en 2003 como prepa-ración a un documental sobre la trágica “Noche de los Bastones Largos”, cómo Eduardo Braun Menéndez tenía una gran capacidad para ver cómo la ciencia estaba evolucionando rápida-mente y las computadoras podrían jugar un rol fundamental. En esa misma entrevista Sadosky comenta cómo Eduardo Braun Menéndez “lo lle-vaba en su auto a recorrer escuelas, tratando juntos, sin mucha suerte, de convencer a los es-tudiantes de los últimos años de que se inclinen por carreras científicas”.

Y así es como llegamos al día en el que el directorio del CONICET debía aprobar los fon-dos para financiar el 50% de la compra de Clementina, ya que el restante 50% sería pagado por la Universidad. A diferencia de lo que puede leerse en algunas referencias históricas, los tes-tigos directos cuentan que Bernardo Houssay, presidente del CONICET, no estaba para nada

(Años 60) Clementina-primera computadora argentina

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convencido de semejante inversión, no porque tuviera algo en contra de la computación, sino porque su espíritu austero le indicaba que era posible lograr resultados extraordinarios en in-vestigación científica sin grandes inversiones, algo que él mismo había mostrado a lo largo de su destacadísima trayectoria. “Yo obtuve el pre-mio Nobel sin necesitar esos instrumentos tan costosos”, decía Houssay según el reporte de Rolando García. Por lo que muestran las crónicas de esa época, Houssay tampoco era alguien fácil de convencer y los votos en el CONICET estaban equilibrados con lo cual, dada la influencia de Houssay y su doble voto como presidente, todo indicaba que la propuesta no iba a ser aprobada. Tanto es así que en el libro citado anteriormen-te, García refiere que tuvieron entonces la idea de pedir su ayuda a Braun Menéndez, ya que era “la única persona a la que Houssay escuchaba”. Y así se dieron las cosas: antes de la reunión de directorio, Braun Menéndez se reunió a solas con Houssay para convencerlo de la importancia de aprobar esta compra. Nadie sabe exactamente qué se habló en esa reunión, pero el resultado fue el buscado, ya que Houssay aceptó no par-ticipar de la reunión de directorio, permitiendo la aprobación de los fondos. “Todo esto hubiera

sido mucho más difícil sin la ayuda de Braun Menéndez”, dijo Sadosky en 2003.

Poco después, a comienzos de la década del 60 y gracias a esta aprobación, comenzó el pro-yecto más ambicioso de desarrollo de la compu-tación en Latinoamérica. Además de comprar e instalar la computadora, que comenzó a funcio-nar en mayo de 1961, se creó la carrera universi-taria de Computador Científico, cuyos primeros estudiantes egresaron en 1964, y se creó el Instituto de Cálculo, que llegó a tener casi cien investigadores durante su apogeo, antes de ese fatídico 29 de julio de 1966 en el que a puro bas-tonazo se propinó un absurdo y durísimo gol-pe al desarrollo del país. Para ese momento, Clementina ya había sido usada para resolver problemas de definición de rutas de llamadas de larga distancia para ENTEL, para verificar la órbita del cometa Halley, para crear y validar mo-delos macroeconómicos, para crear traductores automáticos y para hacer cálculos de camino crítico para obras civiles, entre otros cientos de aplicaciones para empresas, organismos del es-tado e investigadores. Incluso en 1966 ya es-taba en marcha el proceso para reemplazar a Clementina por una computadora más moder-na a través de una donación del gobierno fran-cés, algo que finalmente no se concretó. Todo este trabajo también repercutió en otros países de la región. Tiempo después Sadosky impulsó la compra de una computadora y la creación de un instituto de cálculo de la Universidad de la República en Uruguay y años más tarde se radicó durante un tiempo en Venezuela donde también ayudó al desarrollo de la computación. Varios investigadores argentinos se radicaron en otros países como Brasil y Méjico, logrando que el trabajo inicial tuviera un impacto muy amplio en Latinoamérica.

“A diferencia de lo que puede leerse en algunas referencias históricas, los testigos directos cuentan que Bernardo Houssay no estaba para nada convencido de semejante inversión”

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La historia de la computación en la Argentina siguió su camino. Perdimos una gran oportuni-dad en 1966, pero luego Sadosky fue Secretario de Ciencia y Técnica del presidente Alfonsín en los 80 y nuevamente hizo un gran esfuerzo por recuperar el terreno perdido. A su trabajo se sumó el de muchos otros pioneros que habían sido sus discípulos. Los esfuerzos en la dé-cada del 60 y del 80 comenzaron a dar frutos más claramente hace poco más de una déca-da. Hoy, 2014, la Argentina tiene una indus-tria del software muy sólida, que exporta casi 1.100 millones de dólares por año y da trabajo a 100.000 personas de manera directa. Pero, más importante aún, es que la Argentina ocu-pa un lugar destacado en la “revolución digital” que está profundizando la transformación del mundo moderno en el siglo XXI. Hoy podemos, entre otras cosas, construir satélites de tele-comunicaciones, radares o reactores nucleares y apostar a una reindustrialización de alto valor agregado gracias al trabajo incansable de los visionarios y pioneros del desarrollo científico tecnológico del país, que entendieron la impor-tancia de la computación.

Desde la Fundación que lleva su nombre tra-tamos de homenajear a Manuel Sadosky traba-jando para implementar sus ideas. Y creemos que es importante destacar esta faceta no tan conocida de Eduardo Braun Menéndez: la de visionario y referente de los reformistas de aquella época, que buscaban avanzar en las transformaciones que tenían que ver con poner a la ciencia y la tecnología en un lugar desta-cado de la agenda nacional. Su lugar era fun-damental entre quienes estuvieron cerca de poner a la Argentina en los últimos tramos de su camino al desarrollo, en ese momento en que algunos de los países que hoy son líderes

en tecnología, como varios del sudeste asiáti-co, estaban en una situación desesperante de guerras y hambrunas.

Estos pioneros no llegaron a ver cumplidos muchos de sus sueños, pero las semillas que sembraron y el ejemplo que dejaron juegan un papel fundamental en esta nueva oportunidad que se presenta en la región y que nos encuentra mucho más maduros como sociedad. El mejor homenaje que podemos hacerles es no dejar-la pasar, porque esto no debe ser un ejercicio nostálgico. Debemos entender que el verdade-ro tesoro de la Argentina no radica en sus ri-quezas naturales, que son importantes, sino en su combinación con las capacidades científico tecnológicas que estamos fortaleciendo a partir de “las brasas de aquel fuego de la universidad de 1955-1966”, como dijo Marcelino Cereijido.

El rol de no dejar que otra vez se apague ese fuego le queda a las nuevas generaciones que no llegaron a conocer a los pioneros, entendiendo que esa es nuestra única oportunidad de avanzar en el camino del desarrollo. Y creo que debemos hacerlo siempre mirando el ejemplo de aquellos que dejaron todo por lograrlo en una época mu-cho más adversa que la actual.

Santiago Ceria

Director ejecutivo de la Fundación Sadosky desde 2011. Licenciado en Análisis de Sistemas de la Universidad de Buenos Aires. Master of Software Engineering de la Universidad Carnegie Mellon. Se desempeñó como ejecutivo en diversas empresas de software. Profesor en diversas universidades en la Argentina. Fue miembro de la Comisión Directiva de la CESSI.

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Reflexiones sobre los orígenes del CEMIC

JORGE FIRMAT1

Analizando retrospectivamente la his-toria argentina, no es extraño que en 1959 comenzara a funcionar el CEMIC.

En esos años de fines del ’58 y principio de la década del ’60 existía en el país un gran re-surgimiento de la actividad científica y de la tarea universitaria y para mantener ese retor-no al trabajo creativo era necesaria la coope-ración privada a los aportes del Estado, por ese momento reforzado por la creación del CONICET. Sirva esto como introducción para ubicarnos en tiempo y espacio. Junto con CEMIC nacen en esos años la Fundación Di Tella, FLENI, FEI, la Fundación Máximo Castro junto con otras fundaciones y entidades como la Sociedad Argentina de Investigación Clínica, entre otras. En ese contexto empieza a surgir la idea del CEMIC.

Transcurría Septiembre de 1958 y aunque ya habíamos decidido con mi mujer regresar a la Argentina luego de 5 años, no teníamos cla-ro adonde ni en que condiciones volveríamos.

En esa época llegó a Nueva York, Eduardo Braun Menéndez con su señora. El iba a dictar

1 Miembro Fundador del CEMIC. Fragmentos seleccionados de la conferencia presentada en las Jornadas de Educación Médica del CEMIC (XXX Aniversario). 20 de Noviembre de 1989.

la Conferencia Anual del American College of Physicians y, como lo hacía cuando llegaba a esa ciudad iba a visitar al Sloan Kettering Memorial Center donde me desempeñaba como Jefe de Residentes del Departamento de Medicina. Braun junto con Houssay, Lanari y Pavlovsky ha-bía sido quienes facilitaron mi ingreso a ese im-portante centro médico en el difícil año 1953. Me dijo Braun que quería hablar con el doctor Rawson, Jefe del Departamento de Medicina. Almorzaron juntos y luego nos invitaron con nuestra respectivas esposas a cenar a la casa del doctor Rawson, pues tenían proyectos claros respecto a nuestro regreso a Buenos Aires. Tengo muy presente esa comida, cuando a los postres, Eduardo Braun y Rulon Rawson nos relatan que tenían el propósito de iniciar con la colabora-ción de Norberto Quino un sistema de médicos residentes en Buenos Aires de cuya organiza-ción consideraban que yo podía hacerme car-go y conjuntamente mi esposa organizaría una Escuela Universitaria de Secretariado Médico. Braun fue tan claro y brillante en su charla, que el hijo del doctor Rawson escribió una mono-grafía que presentó en su colegio sobre Braun como el hombre que más le había impresiona-do en el año 1958.

Lejos estábamos de saber en Pelham, en las afueras de Nueva York, en Septiembre de 1958, que allí estaba naciendo esta obra, que en 1989 cumple 30 años.

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Eduardo Braun Menéndez

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Con el regreso de Braun Menéndez a Buenos Aires siguieron las conversaciones, contando por mi parte con el apoyo y los consejos de ese gran amigo y maestro que fue Rulon Rawson. Dios quiso en ese entonces que Eduardo es-tuviera con erisipela y durante las frecuentes y largas visitas médicas de Norberto Quirno, se fueron afinando detalles y la idea fue cobrando vida. Obra que consistía en poner en marcha un sistema de médicos residentes financiado con fondos privados, bajo la dirección de un profe-sor titular del prestigio de Quirno, que funcio-naría en un hospital público no universitario

pero asiento de una cátedra titular de Medicina Interna con facilidades para investigación clí-nica, todo ellos administrado y dirigido por un Consejo privado. El proyecto contaba con el fir-me apoyo del Ministro Noelia y el beneplácito del presidente Frondizi, para que un centro con esas características funcionara en la Sala XX del Hospital Rivadavia de Buenos Aires, depen-diente del Estado Nacional.

De todas esas ideas, reuniones y conver-saciones surgió que se trataría de un lugar de excelencia donde se perfeccionara al recién graduado a través del sistema de residencias, con un ambicioso programa de investigación clínica al que se había agregado un riñón arti-ficial donado por la familia Navarro Viola, etc.

El nombre de la entidad surgió naturalmen-te: sería un Centro de Educación Médica e Investigación Clínica (CEMIC), iniciado por la visión y el empuje de Braun apoyado por el pres-tigio de ese gran clínico que fue Norberto Quirno.

Busto. Existen copias en el CEMIC y en la UBA

“El nombre de la entidad surgió naturalmente: sería un Centro de Educación Médica e Investigación Clínica (CEMIC), iniciado por la visión y el empuje de Braun apoyado por el prestigio de ese gran clínico que fue Norberto Quirno”

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Al comenzar Enero del 1959 empezó a poner-se en marcha el CEMIC - pesada tarea si se pien-sa que en 1959 el sistema de médicos residentes recién empezaba a funcionar y poco se conocía en nuestro país al respecto, excepto las expe-riencias de Brea, Lanari y del Hospital de Niños.

El 15 de ese mes fuimos con Etchegoyen a visitar a Eduardo a la Facultad y le propusimos con la anuencia de Quirno, si el aceptaría ser presidente honorario del CEMIC y ya en la puerta del ascensor, sin sospechar que no le volvería-mos a ver, nos dijo enfáticamente “Yo, presidente honorario? Yo quiero ser presidente ejecutivo del CEMIC y participar directamente en ese proyecto”.

Al día siguiente nos enteramos de la trage-dia de Mar del Plata con la muerte de Eduardo y de la irremplazable Maggie.

En nombre los ex-alumnos de Braun tuve el honor y la tristeza de hablar en el sepelio de ambos y ahí nos comprometimos a ter-minar la obra empezada, contando luego con el apoyo de Bernardo Houssay, de fundacio-nes, de amigos y de autoridades nacionales y municipales.

Estos 30 años son prueba de que se cumplió la palabra empeñada y todo eso significó es-fuerzo, comprensión y renunciamiento.

(Años 40) Retiro espiritual de Vicentinos, quienes servían a los pobres (de pie, segundo a partir de la derecha)

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Durante 1959 comenzaron a trabajar 4 mé-dicos residentes en clínica médica, se inició el tratamiento de la insuficiencia renal aguda con el segundo riñon artificial llegado al país, conti-nuaron los trabajos de hematología y reumato-logía, se inició el uso de la historia clínica única, ateneos clínicos y anatomo-clínicos semanales y se extendieron las actividades asistenciales a las 24 horas del día con un servicio de anatomía patológica con guardia permanente.

Todo ello fue creciendo en estos prolíficos 30 años, de cuyos logros y detalles se ocupa-ran los distintos expositores.

En las Primeras Jornadas de Residencias Hospitalarias del país, en el año 1959 en la Asociación Médica Argentina, el CEMIC presentó su experiencia y sus proyectos que hoy 30 años después, siguen siendo trabajos de consulta.

En ese año 1959, se realizó en Buenos Aires el Congreso Internacional de Fisiología y con ese motivo destacados investigadores de EE.UU. y Europa visitaron al CEMIC dictando importan-tes conferencias y aportando interesantes sugerencias al proyecto que recién empezaba a funcionar. Entre los visitantes, se encontraba el doctor Thomas Almy, de quien fui alumno y

que era profesor de medicina en Cornell Medical College y formalizó un importante convenio entre la Fundación Kellogg y el CEMIC que permitió el intercambio de residentes con distintos centros de EE.UU. y que todavía sigue vinculada al CEMIC a través del programa de Medicina Familiar.

Debo agradecer haber conocido de cerca la capacidad, la bondad y el profundo sentido de la amistad de Norberto. Puedo decir que fue un maestro y un amigo cabal.

Eduardo, en el orden personal, nos brindó una visión cabal del padre y del amigo, y nos dejó el ejemplo de cristiano, de ciudadano, de profesor y de investigador. A ambos mi pro-fundo agradecimiento por todo lo que me en-señaron y me brindaron.

Quiero agradecer también al CEMIC y a los organizadores de estas Jornadas el haberme permitido relatar esta experiencia. Ha sido una espera de 30 años.

Esta invitación ha sido para mi una de las más grandes satisfacciones profesionales y personales que haya vivido. De nuevo, ¡muchas gracias!

Jorge Firmat (1911-1993)

Graduado de médico en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hizo su residencia médica en los EE.UU. en el Memorial Center de New York y fue Médico Agregado de la División de Cirugía Experimental y Fisiología del Sloan Kettering. Destacado nefrólogo y promotor de las residencias médicas en el país. Fue socio fundador del CEMIC. Publicó 60 trabajos y fue invitado a dictar cursos y conferencias en EE.UU., Uruguay, Perú, Venezuela, Colombia e Israel.

“Yo, presidente honorario? Yo quiero ser presidente ejecutivo del CEMIC y participar directamente en ese proyecto”

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EDUARDO M. KRIEGER

En 1951 fueron creadas dos grandes agen-cias federales en Brasil, el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico

(CNPq) y la Coordinación y Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (CAPES). El profe-sor Anísio Teixeira, creador de CAPES, tenía como asesor al profesor Rubens Maciel, profesor ca-tedrático de Propedéutica Médica de la Facultad de Medicina de Porto Alegre, de la Universidad Federal de Rio Grande del Sur (UFGRS), que es-tableció un convenio con el grupo de fisiología argentino, liderado por el profesor Bernardo Houssay, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1947, para desarrollar en Porto Alegre un centro de formación de nuevos fisiólogos para Brasil. El grupo argentino, por incompatibilidad con el gobierno peronista, había salido de la Universidad de Buenos Aires, en 1943, y criado el Instituto de Biología y Medicina Experimental. De 1954 a 1955, los fisiólogos argentinos par-ticiparon activamente en la orientación cien-tífica del recién creado Instituto de Fisiología Experimental de la Facultad de Medicina de Porto Alegre. Además del profesor Houssay,

estuvieron en Porto Alegre los profesores Virgilio G. Foglia, Ricardo R. Rodríguez, Eduardo Braun Menéndez, Carlos Rapela, Miguel R. Covián, Oscar Arias y Moisset de Espanés.

Terminé el curso médico en la Facultad de Medicina de Porto Alegre en 1953, que en la época era considerada una buena escue-la médica por la excelencia de los profeso-res del área clínica y las oportunidades de entrenamiento médico en la Santa Casa que

La influencia de Eduardo Braun Menéndez en el desarrollo de la fisiología cardiovascular en Brasil

“De 1954 a 1955, los fisiólogos argentinos participaron activamente en la orientación científica del recién creado Instituto de Fisiología Experimental de la Facultad de Medicina de Porto Alegre”

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Eduardo Braun Menéndez

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funcionaba como Hospital Universitario de la Facultad. Las áreas básicas de la Facultad ofrecían cursos de buen nivel con aulas prác-ticas, pero los profesores en general no tenían formación científica y no hacían investigación de forma regular. Decidido a seguir una ca-rrera universitaria, tuve como opción natural escoger el área de Cardiología dirigida por el profesor Rubens Maciel, de considerable pres-tigio. Bajo su orientación, planeé hacer una

formación en Hemodinámica Clínica para de-sarrollar esa área en nuestra institución. Sin embargo, como él era responsable por la ve-nida del grupo de fisiólogos argentinos, me convenció a que, previamente a una formación de investigación clínica, realizara una pasan-tía de Fisiología Cardiovascular bajo la orien-tación del profesor Eduardo Braun Menéndez. Él había descubierto recientemente la angio-tensina, sustancia de gran importancia para

(Años 50) Con su equipo de trabajo en el laboratorio del IBYME

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la regulación de la presión y como factor en la fisiopatología de la hipertensión.

El entusiasmo que el profesor Braun Menéndez despertó en mí por la investigación cardiovas-cular fue inmediato, no solo por su competen-cia científica, sino también por los diferentes aspectos de su liderazgo, cubriendo campos como la política científica, el papel y la impor-tancia de la Ciencia para el desarrollo de América Latina, etc. En 1949, en la primera reunión anual de la Sociedad Brasilera para el Progreso de la Ciencia (SBPC) celebrada en Campiñas, el pro-fesor Braun Menéndez fue uno de los invitados como Secretario de la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia, habiendo realizado una presentación notable respecto de la libertad de investigación, publicada en la Revista Ciencia y Cultura de la SBPC.

Cuando el profesor Braun Menéndez esta-ba terminando su estada en Porto Alegre, fui llamado por él y por el profesor Rubens Maciel, quienes me presentaron un plan de formación científica que incluía una pasantía en Buenos

Aires, seguida por una pasantía en los Estados Unidos, con el compromiso de, al retornar, no sólo trabajar en el Hospital con el profesor Rubens Maciel en Hemodinámica Clínica, sino también dedicar mitad de mi tiempo al Instituto de Fisiología Experimental, desarrollando in-vestigaciones en Fisiología Cardiovascular e Hipertensión Experimental.

Trabajé en Buenos Aires con el profesor Braun Menéndez desde enero hasta agosto de 1955 en el Instituto de Biología y Medicina Experimental, dirigido por el profesor Houssay. El Instituto, loca-lizado en la calle Costa Rica, en realidad era una casa de propiedad de la familia Braun Menéndez, adaptada para actuar como sede del Instituto. El ambiente científico era notable. Se realizaban reuniones semanales y se recibían frecuentes visitas de científicos extranjeros de renombre. Curiosamente, después de más de diez años de que los profesores se hubieran apartado de la Universidad de Buenos Aires, el Instituto no era procurado por los estudiantes o investigadores de la Universidad. Trabajé intensamente, inclu-sive los sábados, en los proyectos científicos del profesor Braun Menéndez, quien falleció junto con su hija en un accidente aéreo de 1959. El pro-fesor Paladine pertenecía al grupo del profesor Leloir, discípulo del profesor Housay, quien recibió el Premio Nobel de Química en 1970 y quien tenía un Instituto al lado en la calle Julián Álvarez. Como habíamos combinado, una tarde por semana, fre-cuentaba el Instituto de Cardiología, dirigido por el profesor Alberto Taquini, observando los trabajos de cateterismo cardíaco, con vistas, naturalmen-te, al desarrollo de la Hemodinámica Clínica junto al profesor Rubens Maciel.

Al volver a Puerto Alegre, durante un año antes de partir para la pasantía en los Estados Unidos,

“El entusiasmo que el profesor Braun Menéndez despertó en mí por la investigación cardiovascular fue inmediato, no solo por su competencia científica, sino también por los diferentes aspectos de su liderazgo”

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Eduardo Braun Menéndez

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trabajé en diferentes proyectos en cooperación con el profesor Braun Menéndez. La pasantía fue realizada junto al profesor William Hamilton de la Universidad de Georgia en Augusta, de junio de 1956 a agosto de 1957.

El plan inicial era hacer un segundo año con entrenamiento en Hemodinámica Clínica. Pero eso no ocurrió porque al inicio de la pasantía recibí información de que no podría trabajar en el Instituto de Fisiología Experimental al retor-nar a Porto Alegre. Restaba entonces pasar un segundo año en los Estados Unidos, trabajan-do en Hemodinámica Clínica para desarrollar el servicio en Porto Alegre o aceptar la propues-ta hecha por los profesores Braun Menéndez y Houssay para ir a trabajar a Ribeirão Preto, ex-clusivamente en Fisiología. Estaba en Buenos Aires en 1955, cuando el profesor Miguel Rolando Covián, neurofisiologista del grupo del profesor Houssay, había sido convidado para dirigir el Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto de la Universidad de San Pablo, creada en 1952.

Especialmente influenciado por las cartas del profesor Braun Menéndez quien, generosamen-te, reconocía en mí competencia para trabajar en Fisiología Cardiovascular, acepté la invitación del profesor Covián. Encontré en Ribeirão Preto con-diciones óptimas de investigación, no solo por la competencia de los profesores, quienes traba-jaban en régimen de dedicación exclusiva, tanto en el área básica como clínica, como por la in-fraestructura existente en los laboratorios, la bi-blioteca, el vivero, las oficinas, etc. La Fundación Rockefeller había realizado una abultada contri-bución para equipar los laboratorios y, conse-cuentemente, no tuve ninguna dificultad para armar mi laboratorio propio y comenzar a trabajar.

Desde mi llegada a Ribeirão Preto en 1957 hasta fines de 1959, cuando falleció el profesor Braun Menéndez, mantuvimos corresponden-cia en la que detallaba los proyectos de investi-gación y desarrollo. También existía la promesa de visitar nuestra facultad.

Pero lamentablemente el desastre aéreo nos privó tempranamente de su personalidad excep-cional. Perdí el maestro que había influenciado decisivamente mi carrera profesional y mi entu-siasmo por la Ciencia en general y por la impor-tancia que ella tiene junto con la educación en el desarrollo socioeconómico de nuestros países.

Ciertamente, por lo que fue comenta-do, puede atribuirse al profesor Eduardo Braun Menéndez un papel decisivo en la creación del grupo de Fisiología Cardiovascular e Hipertensión Experimental en Brasil, dado que lo que aprendí con él es lo que transmití a los discípulos que for-mé. El grupo formado durante los veinte y ocho años que trabajé en el Departamento de Fisiología de la FMRPUSP es numeroso y está distribuido por diferentes centros universitarios del país.

En las conmemoraciones de los sesenta años de la creación de la FMRPUSP en 2012,

“El ambiente científico era notable. Se realizaban reuniones semanales y se recibían frecuentes visitas de científicos extranjeros de renombre”

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trabajando en diversos centros universita-rios, hice un balance del grupo de Fisiología Cardiovascular de la Facultad y de sus ramifi-caciones por todo Brasil. Contabilizamos 216 masters y 201 doctores formados Además de eso el grupo cuenta con 12 profesores titu-lares: Alceu Sérgio Trindade Júnior, Aparecido Antônio Camacho, Benedito Honório Machado, Elisardo Corral Vasquez, Hélio Cesar Salgado, Inge Kiemble Trindade, José Vanderlei Menani, Lisete Compagno Michelini, Luiz Fernando Junqueira Júnior, María Cristina de Oliveira Salgado, María José Campagnole dos Santos e Robson Augusto Souza dos Santos.

En 1970 fui el único latinoamericano invi-tado para presentar uno de los treinta y cua-tro trabajos en el simposio sobre Hipertensión Arterial, organizado en el Pembrock College de la Universidad de Oxford por Sir George Pickering, quien se jubiló como Regius Professor of Medicine y que en aquel momento dirigía el College. Cuando Sir George supo que era dis-cípulo de Braun Menéndez, me trató muy bien

y con entusiasmo se refirió a la amistad que tuvo con el.

A partir del simposio de Oxford, la International Society of Hypertesion (IASH) co-menzó a organizar congresos anuales con la participación de investigadores tanto en el área básica como en el área clínica. Frecuentaba a todos ellos, habiendo sido elegido para el Scientific Council de la Sociedad y, posterior-mente, auxilié en la creación del Inter-American Society of Hypertension, de la cual fui el pri-mer vicepresidente y luego vicepresidente. En Brasil fui primer presidente de la Sociedad Brasilera de Hipertensión. En Ribeirão Preto, mientras tanto, mis investigaciones eran rea-lizadas exclusivamente en animales de ex-perimentación, no habiendo interacción con el área clínica. Esto ocurría en San Pablo con los profesores Oswaldo Ramos de la Escuela Paulista de Medicina y Marcelo Marcondes de la Facultad de Medicina de la USP. Fueran ellos que me incentivaron a jubilarme de la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto, en 1985, y acep-tar la invitación del profesor Fulvio Pileggi para dirigir el grupo de Hipertensión Arterial que ha-ría investigación integrada con el personal del área básica y clínica del InCor1.

Así, a partir de 1985 estuve en el InCor y mis investigaciones tuvieron siempre un ca-rácter multidisciplinario, de una cierta forma

1 Instituto del Corazón del Hospital de Clinicas de la Facultad de Medicina de la USP. Es un hospital público universitario de alta complejidad especializado en cardiología, neumonía y cirugías cardíacas y torácicas. Se dedica a la asistencia medica, a la enseñanza, la investigación y la extensión universitaria. Desde su fundación publicó 5.720 estudios, 2.097 de ellos en revistas internacionales y sus profesionales participaron en 31.366 eventos científicos.

“Especialmente influenciado por las cartas del profesor Braun Menéndez quien, generosamente, reconocía en mí competencia para trabajar en Fisiología Cardiovascular, acepté la invitación del profesor Covián”

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anticipando lo que hoy se considera como Medicina Translacional. Muchos proyectos de in-vestigación clínica realizados por el grupo fueron diseñados a partir de sus resultados obtenidos en animales de experimentación. Igualmente, en el plano de la política científica, continúe actuan-do tanto en el área básica (Sociedad Brasileña de Fisiología, Federación de las Sociedades de Biología Experimental, Academia Brasileña de Ciencias, etc.) como en el área clínica (International Society of Hypertension, Inter-American Society of Hypertension y Sociedad Brasileña de Hipertensión). Igualmente los doctores orientados en la postgraduación del InCor, hicieron sus tesis en el Laboratorio Experimental y también en los Laboratorios de Investigación Clínica creados en la Unidad de Hipertensión que yo lideraba.

El grupo formado a partir de 1985, cuando inicié los trabajos en el Instituto del Corazón (InCorHC.FMUSP) también es numeroso y cuenta con una característica nueva: es compuesto por un equipo multidisciplinario de fisiólogos, clínicos, biólogos moleculares,

especialistas en genética, educadores físicos, nutricionistas y enfermeros. La experiencia adquirida por los grupos de Ribeirão Preto y del InCor fue recientemente traducida en la edición del libro Hipertensión Arterial: Bases Fisiopatológicas y Practica Clínica, en el cual todos los capítulos del área básica a la clínica son descriptos por miembros del equipo que tienen experiencia en el asunto.

Curiosamente, en su gran generosidad, el profesor Eduardo Braun Menéndez cuando me ofreció un ejemplar de su libro Hipertensión Nefrógena escribió que esperaba que yo fa-tuamente escribiera un libro “aclarando varios puntos levantados en el libro que me ofrecía”. Transcurrieron sesenta años entre un libro y el otro, pero el profesor Braun Menéndez esta-ría muy feliz si supiera que de su orientación nació un grupo numeroso de investigación en Hipertensión Arterial en Brasil, capaz de pro-ducir un libro sobre Fisiología y Fisiopatología de la Hipertensión Arterial, en el cual cada capítulo fue escrito exclusivamente por in-tegrantes del mismo grupo, de la misma es-cuela. De su escuela.

(1949) Título Honoris Causa de la Universidad de Brasil

Eduardo Moacyr Krieger

Doctor en Medicina egresado de la Universidad de San Pablo. Investigador y profesor universitario. Trabaja en el Instituto del Corazón. Es miembro de la Academia de Medicina y de la Academia Brasileña de Ciencias (de la que fue presidente) y vicepresidente de la FAPESP. Fue presidente de la Inter-American Society of Hypertension y de la Sociedad Brasileña de Hipertensión. Fue discípulo de Braun Menéndez.

FAPE

SP

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Gestando las bases para el progreso de las ciencias

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Eduardo Braun Menéndez

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Su impacto en las personas

El impacto que tuvo Eduardo Braun

Menéndez en las personas fue poco

común. Quienes coinciden en destacar

que su generosidad, su rectitud, su

simpatía, su franqueza y sus valores

fueron inspiradores y dejaron una

huella profunda. Los testimonios

recogidos a lo largo del tiempo y aún

décadas después de su muerte son

conmovedores y llaman la atención

por su consistencia. Nos invitan a

pensar ¿Cómo influir de manera

similar la vida de otras personas?

¿Cómo conciliar tan bien el éxito

profesional con los papeles de padre,

de esposo, de discípulo, de maestro,

de colega, de ciudadano y de persona?

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Su impacto en las personas

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Así es: tuvimos un Eduardo Braun Menéndez

MARCELINO CEREIJIDO

Cuando yo era niño me compraban el Billiken semanal, revista que entre otras cosas divulgaba ciencia y cultura para

chicos en edad escolar. Su sección Grandes Hombres ilustraba en diez o veinte cuadritos la vida de Galileo, Mozart, Magallanes, Pasteur, Colón, Darwin, Cervantes. Así me dejó la idea que los grandes hombres vivieron en el pasa-do y ya están muertos. Por eso me sorpren-dió muchísimo cuando un compañero, como yo instructor en el Instituto de Fisiología, dijo que esa misma tarde iría a una reunión en la Sociedad Argentina de Biología, presidida por Bernardo A. Houssay, de quien sabíamos era el primer autor del texto de Fisiología Humana que usábamos en Medicina, que había obtenido un Premio Nobel y que de acuerdo a mis cál-culos debía estar muerto no solo porque había sido un gran hombre, sino porque a pesar de haber creado el Instituto de Fisiología donde yo trabajaba, hacía por lo menos una década que había dejado de serlo.

De pronto, en 1955, las fuerzas armadas dan un golpe de estado, derrocan al presiden-te Perón y restauran a Houssay en la dirección del Instituto de Fisiología. Regresó con una pléyade de discípulos, todos famosos, todos maduros, todos dominadores, la mayoría de

los cuales conocía de nombre por ser autores de libros. Pero el hecho de que no estuvieran muertos, me desconcertó como si desfila-ran ante mi Marco Polo, Isabel la Católica, Bernardino Rivadavia y San Martín. Era una suerte de anacronismo apabullante. En los días subsiguientes nos empezamos a cruzar con esos personajes en los pasillos, vernos en los salones, conocernos, saludarnos, con-versar, ellos averiguaban quiénes éramos los jóvenes instructores, nosotros hacíamos lo mismo con ellos y así conocimos sabios de carne y hueso. Así conocí a Eduardo Braun Menéndez, que fue agigantándose a medida que nos enterábamos de quien era quien. Y aunque desde el día que reentró al Instituto, hasta el fatal accidente que se lo llevó, solo pasaron poco más de tres años, nunca nadie tuvo mayor influencia que él sobre mi carre-ra científica profesional, mi vida privada y mi manera de ver el mundo.

“Nunca nadie tuvo mayor influencia que él sobre mi carrera científica profesional, mi vida privada y mi manera de ver el mundo”

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Van cincuenta y cinco años de aquel día fatal, y si digo que sigue guiándome, no es-toy estropeando con metáforas el recuerdo del maestro que me orientó en los inicios de mi profesión científica, sino para resaltar un afortunado fenómeno mental cuyo mecanis-mo intuyo pero no alcanzo a comprender. Sé muy bien que muchas veces un padre deja un legado al hijo estipulando que se le en-tregue cuando alcance la mayoría de edad, o reciba un grado universitario. Pero no sabía que un maestro del calibre de Eduardo Braun Menéndez podía hacernos una observación fundamental, que pasaba a ser atesorada casi en secreto en nuestra memoria inconsciente, olvidada llegaría a decir, en la medida en que no sabíamos apreciarla, hasta que un buen día, diez o cincuenta años después, ya desapareci-do Braun, mi Doppelgänger1 juzga que ahora si estoy intelectual y existencialmente maduro para comprender, y entonces la desempolva

1 Los neurobiólogos suelen referirse en su jerga, a que antes de que nos demos cuenta de tener una conducta determinada, ya se ha disparado en algún lugar de nuestra mente una actividad eléctrica que determina que las cosas sucedan de cierta manera, por ejemplo: un corredor de 100 metros llanos oye el disparo, pero pasan muchos milisegundos antes de que se mueva (las señales e impulsos deben subir a nuestro encéfalo, elaborarse, viajar por nuestros nervios hasta órganos y músculos, y luego sí: sale disparado. Pero recién se da cuenta de que está corriendo unos 300 milisegundos después del disparo ¿quién ha coordinado sus actividades y lo puso a correr? el Doppelgänger. Nadie puede tocar el piano decidiendo conscientemente apretar una tecla con el dedo medio de la mano derecha mientras mantiene el meñique de la izquierda en el aire. Más aún, es mejor que su consciencia ni se meta, que deje al Doppelgänger ejecutar el piano a su manera. Y así, dicha entidad neural, una suerte “otro yo”, va a buscar recuerdos, datos actuales y arcaicas nostalgias desparramadas entre los pliegues de nuestro ser, los incorpora a nuestro pensamiento y los ilumina con toda nitidez para que, ahora si, los incorporemos a nuestro pensamiento.

y me la hace presente para que pueda apro-vecharla. No es que Braun Menéndez fuera un augur, sino que tenía ideas claras y brillantes de cómo deberían ser la ciencia y la universi-dad, y nos las sembraba en la cabeza con la seguridad de que habrían de fructificar uno o cuarenta años después.

Sus observaciones solían surgir en alguno de los dos cafés que debíamos tomar diariamente con él: uno a media mañana y otro a media tarde, diez a quince minutos cada uno, costumbre que había impuesto Bernardo Houssay cuando Braun

(Años 40) Trabajando durante un fin de semana

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Su impacto en las personas

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Menéndez era su discípulo, y que fueron confi-gurando un Aleph en el mejor sentido borgeano, pues veíamos en su interior todo lo imaginable de la fisiología, política nacional y universitaria, historia antigua, filosofía, ciencia, trivialidades personales, entusiasmos, fracasos, anécdotas de celebridades, y cuya importancia venía mo-dulada por el énfasis que Braun Menéndez po-nía en ellos. A los jóvenes nos alentaba para que contribuyéramos con ideas y observaciones, por más disparatadas que fueran, basta que creyé-ramos honestamente lo que decíamos y acaso Braun Menéndez fue el primer profesor que nos tomaba en serio.

Y si rememoro aquel fenómeno en esta nota, es porque gracias al esfuerzo del señor Ignacio Peña, su nieto, de reunir, información y vivencias de Braun Menéndez que se pudie-ran haber ido desperdigando y perdiendo a lo largo de los años, es porque ahora deberíamos reconstruirlo para que la sociedad argenti-na sepa quién fue, qué hizo, qué se proponía, por qué lo considerábamos un grande, qué ha quedado y, sobre todo, qué podríamos hacer con el ideario que nos legó.

RECUERDOS INTERPRETADOSPara que todo esto no naufrague en va-

guedades adjetivadas voy a describir somera-mente algunas remembranzas de aquel Braun Menéndez que más que alumbrar encandiló aquellos años en que uno sale por fin de un lar-go tubo educativo en el que se metió cuando lo anotaron en el Jardín de Infantes, y ahora lo riegan para que brote por las suyas en una pro-fesión científica que por entonces yo no sabía bien de qué se trataba. Pero lo describiré des-de una visión de las cosas que en aquel enton-ces tampoco tenía, porque apenas fui logrando

desarrollarla décadas después, con los años y las pautas iniciales que él me había inculcado. Es entonces una suerte de intercambio entre dos concepciones del mundo, pero con doble trampa; en primer lugar porque dado que él ya no está, la tengo que narrar a mi manera, aun-que haga esfuerzos supremos por no distorsio-narlo. Y en segundo lugar, porque desde que Braun Menéndez se nos fue, ha pasado más de medio siglo en el que ha habido demasia-dos cambios en el mundo y un pensador como él no podría haber atravesado lapso tan largo sin salirse con nuevos frutos de su talento y originalidad. Braun Menéndez era uno de esos personajes que más que vivir la historia la cau-san y como le confieren el sentido que anhelan podemos llamarla progreso.

Y sin embargo, no éramos dóciles autóma-tas que echábamos a andar obedeciendo sus directivas porque, ha llegado el momento de que lo aclare, lo que más resaltaba en nuestras discusiones eran las discrepancias. ¡Y como no iban a resaltar, si Braun Menéndez era un vir-tuoso en provocar confrontaciones!

“Van cincuenta y cinco años de aquel día fatal, y si digo que sigue guiándome, no estoy estropeando con metáforas el recuerdo del maestro que me orientó en los inicios de mi profesión científica”

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LA WELTANSCHAÜUNG QUE TENÍA EDUARDO BRAUN MENÉNDEZ EN LA DÉCADA 1950-1960

Era católico ferviente y militante; baste re-cordar un párrafo de su discurso en la inaugu-ración del Instituto Católico de Ciencias, “Dios, maestro de todas las ciencias...” frase que me ha refregado por la nariz más de un compa-ñero reformista “Leé lo que dijo tu admirado Braun Menéndez”. Braun Menéndez se atenía al Génesis bíblico, en pleno siglo 20, cuando la geología, la biología, arqueología y antropología habían borrado del discurso científico los mila-gros, revelaciones, dogmas y, por supuesto, el Principio de Autoridad. Tampoco hacía falta que él nos explicara taxativamente su devoción, pues su mero lenguaje diario bastaba para pintar vi-vamente sus sentimientos.

Cierta vez regresó de un viaje trayendo un ejemplar del catálogo de fotografías The Family of Man, y en uno de los cafés nos señaló y co-mentamos algunas en especial. Hubo una que lo conmovió a tal punto que al oírlo tuvimos que dejar de observar para mirarlo a la cara. Era un barrendero, creo que en Colombia, arrodillado en plena calle junto a su carretilla, porque en ese momento pasaba una pequeña procesión encabezada por un sacerdote que enarbolaba un Cristo crucificado. “Observen esa devoción al Bendito” comentó Braun Menéndez como si de paso sacralizara también al barrendero, y aun-que fuera por ese hecho nada más, el hombre pasaba a encarnar la esencia de un ser huma-no. También era implacable para las censuras. Un profesor que había firmado todas las adhe-siones necesarias para conservar su cargo du-rante el gobierno peronista, dijo con intención de justificarse que lo había hecho para prote-ger la Universidad: “La Universidad –le recordó

Braun Menéndez es su gente, no los ladrillos de sus paredes”. Por eso sabíamos que para él la Universidad y el país éramos nosotros, sus dis-cípulos. Del mismo modo, tampoco identifica-ba el progreso con el presupuesto universitario ni la relación peso-dólar; en realidad jamás caía en promesas de que la ciencia ayudaría a desa-rrollar “al país”. Opinaba que cuando cada uno de nosotros tuviera la moral y el nivel intelectual que él buscaba inculcarnos, la patria se desa-rrollaría por sí sola. No creo exagerar si digo que él no habitaba una patria que nos habían forja-do los héroes del pasado; la patria habría de ser una consecuencia inevitable de lo que él hicie-ra en el presente con la ciencia y la Universidad.

Pero revisemos un poco las discrepancias. Para Braun Menéndez sólo el ser humano tenía el don de conocer e interpretar. Daba por des-contado que hay un hiato absoluto entre lo hu-mano y lo nohumano, pues nosotros habíamos sido hechos a imagen y semejanza de Dios, en cambio los animales y vegetales no. “Entonces –le preguntó un día Marcelo Muntaabski, mi gran amigo que era como yo ayudante de Fisiología

"Observen esa devoción al Bendito”

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Su impacto en las personas

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¿por qué espera aprender fisiología humana es-tudiando perros y ratas?” Fue un fútil esfuerzo por hacer entrar a Braun Menéndez en contra-dicción. Pero con toda naturalidad el maestro le respondió (palabra más palabra menos) “Porque la historia de la Fisiología demuestra que por ahora eso es factible y viene siendo el enfoque más fructífero”. Y para borrar todo sesgo de so-lemnidad agregó sonriendo “Venga, trabaje, us-ted es inteligente y quizás un día sea yo quien se lo tenga que preguntar a usted”. Era claro que a Marcelo la pregunta se le habría ocurrido hacía algunos minutos, en cambio Braun Menéndez lo vendría meditando desde hace treinta años ¡no lo íbamos a sorprender con el caballo desensi-llado! Era obvio que atesoraba ideas de los siglos XVI y XVII como: “Un poco de ciencia nos aleja de Dios, pero si llegáramos a ser grandes cien-tíficos, tarde o temprano habremos de regresar a la religión”. Siendo líder de ambas cosas, él mismo era un garante de dicha convergencia. En consecuencia actuaba como si al promover la ciencia fuera a hacer avanzar el cristianismo,

y viceversa: impulsando la religión católica me-joraría la humanidad y se desarrollaría la ciencia.

Lo admirábamos. Poder adquisitivo aparte, tratábamos de vestirnos como Braun Menéndez, adoptar los gustos de Braun Menéndez, imitar el vocabulario de Braun Menéndez, sus gestos y hasta su distinguida entonación. Por aquellos años los profesores no tuteaban a los estudian-tes, pero él usaba aquella mezcla “Vea, che” que era típica de las clases altas. Si bien brillaba en el laboratorio, el aula y los salones de conferen-cias, muy rápidamente formó parte de las cú-pulas directivas de la Facultad de Medicina y la Universidad de Buenos Aires, donde congeniaba con Florencio Escardó, Risieri Frondizi, Rolando V. García, Alfredo Lanari. Coincidían en todo y ja-más descendían al nivel de la política partidaria porque tenían entre manos asuntos verdadera-mente grandes. Por eso pudieron crear el fértil y exigente Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, la maravillosa editorial EUDEBA que propagó la cultura escrita hasta en las capas populares, al punto de transformar los quioscos callejeros de periódicos en verdaderas

“Deberíamos reconstruirlo para que la sociedad argentina sepa quién fue, qué hizo, qué se proponía, por qué lo considerábamos un grande, qué ha quedado y, sobre todo, qué podríamos hacer con el ideario que nos legó”

(1957) Incorporación a la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

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Eduardo Braun Menéndez

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librerías. Braun Menéndez iba a ver a un minis-tro o al mismísimo presidente de la república cada vez que lo juzgaba necesario. Atraídos por su pensamiento, desfilaban por su despacho fi-guras del movimiento universitario, sobre todo estudiantes en quienes confiaba más fervien-temente que en sus colegas profesores, y que acudían como si fueran a enrolarse en cualquier acción que decidiera emprender ¡Cómo no íba-mos a esforzarnos en parecernos a el!

LA WELTANSCHAÜUNG QUE TENGO AHORA, PERO QUE NO TENÍA CUANDO ESTABA HACIENDO MI TESIS DE DOCTORADO, E INTERCAMBIANDO A DIARIO CON BRAUN

En mis años de estudiante de medicina y de médico recién recibido yo no tenía la visión del mundo que tengo ahora, porque, precisamente, la fui forjando a lo largo de medio siglo de lec-turas, estudio, discusiones y meditación provo-cadas por la interacción con Braun Menéndez y al hecho de que hace muchos años dicto anual-mente un curso universitario sobre Evolución y otro sobre Selectividad2. La bosquejo:

En contraste con Braun Menéndez, para mi todo organismo, sea un microbio o una ballena, un ser humano o un helecho, sólo sobrevive si es capaz de interpretar su realidad eficientemente. Así, una bacteria pasa su vida entera interpretan-do correctamente que esto es Na+ y aquello K+; si

2 En dicho curso enseño cómo hace una célula muscular o de la médula ósea para reconocer que tal elemento es hierro, lo capte y lo use para sintetizar hemoglobina, sin la cual moriríamos en horas, o ese otro es sodio, o potasio o una molécula de determinado amino ácido. Lo hacen con base en procesos físicoquímicos, pero eso nos demuestra que tanto animales, como vegetales y microorganismos interpretamos la realidad ya desde el nivel molecular, mucho antes de que lo podamos hacer conscientemente con el cerebro.

lo hiciera mal moriría en minutos. Una babosa de jardín, animal tan sencillo que carece de cerebro, debe interpretar que a su izquierda se han agota-do los nutrientes, y que en cambio todavía los hay hacia su derecha y le conviene dirigirse hacia este lado, de lo contrario sería demasiado tonta para sobrevivir como babosa. La Naturaleza no permi-tiría semejante chapucería. Después de millones y millones de años de eliminar individuos que no interpretan la realidad eficazmente, no sorpren-de que la Selección Natural solo permita que so-brevivan bacterias y babosas que son excelsos interpretadores de la realidad que les compete. No tiene ninguna importancia que dicha inter-pretación sea inconsciente. La consciencia es una recién llegada al planeta hace apenas cincuenta mil años, es decir, “nada” desde el punto de vis-ta de una Evolución que se maneja en escalas de cientos y miles de millones de años.

LA HERRAMIENTA Y ARMA EVOLUTIVA DE LOS HUMANOS

Interpretar eficazmente la realidad es cru-cial para cualquier ser vivo, de modo que en cuanto dispuso de una consciencia, el Homo sapiens pasó a tener dos maneras de inter-pretar, una inconsciente, semejante a la de las bacterias, peces, algas y comadrejas. La otra

“Opinaba que cuando cada uno de nosotros tuviera la moral y el nivel intelectual que él buscaba inculcarnos, la patria se desarrollaría por sí sola”

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es consciente y como es tan nueva, evolucio-na tan intensa y vertiginosamente, que abun-dan las crisis y los colapsos. Entre las maneras conscientes más primitivas han figurado los animismos, luego un salto intelectual colo-sal permitió desarrollar politeísmos, luego el asombroso paso a unos pocos monoteísmos, y la última manera, alcanzada hace apenas un puñado de siglos, es la ciencia moderna3, que interpreta la realidad sin recurrir a milagros, re-velaciones, dogmas ni al Principio de Autoridad, por el que algo es verdad o mentira dependien-do de quién lo diga: la Biblia, el papa, el sobe-rano, el poderoso. Apenas un diez por ciento de la humanidad hoy tiene ciencia moderna: el Primer Mundo4. Braun Menéndez quería in-corporar a la Argentina a ese diez por ciento.

LA ARGENTINA NO TIENE UNA CULTURA COMPATIBLE CON LA CIENCIA

La ciencia moderna es entonces una ma-nera de interpretar la realidad, a la que por supuesto se llega por evolución de las mane-ras anteriores, es decir de las religiosas. Si no hubiera habido religiones, hoy no tendríamos ciencia moderna. A partir de la reforma religio-sa comenzada en Alemania a principios del si-glo XVI, la Reforma Protestante, la Ilustración y el Enciclopedismo, los pueblos del norte euro-peo cumplieron la hazaña intelectual titánica

3 Cereijido, Marcelino. La Ciencia Como Calamidad. Gedisa, Barcelona - Buenos Aires, 2009.4 No puedo usurpar esta semblanza del insigne Braun Menéndez con descripciones superfluas sobre mi visión del conocimiento y su evolución. Sin embargo, debo verter algunos conceptos para poner en contexto a mi maestro, que pueden consultarse en mis libros La Nuca de Houssay (Fondo de Cultura Económica); Ciencia Sin Seso Locura Doble (Siglo XXI); Hacia Una Teoría General Sobre Los Hijos de Puta (Tusquets).

de desarrollar la ciencia moderna5, y forjaron además una cultura compatible con ella. La Argentina no tuvo una cultura similar, ni lí-deres culturales capaces de captar y emular a aquellos genios de hace seis o siete siglos. Nuestros intelectuales pueden muy bien adop-tar una escuela o moda filosófica, literaria, pi-ctórica, dramatúrgica. Sin embargo no parece incomodarlos que todavía hoy, a comienzos del siglo XXI, creen que el progreso humano se puede medir por la acumulación de dinero, porque saben perfectamente qué harían con el dinero, pero no les resulta fácil imaginar un uso para el conocimiento. Nuestros líderes culturales parecen atascados en una etapa precientífica, en cambio, nuestros investiga-dores y científicos, así declaren pertenecer a algún credo religioso, están comprometidos en el desarrollo de una manera científica de in-terpretar la realidad. He nombrado a Francisco de Asís y su regla sobre la frugalidad como un titán de la Fe que hace una contribución ma-yúscula al desarrollo de la ciencia moderna. Permítaseme ahora señalar exactamente lo mismo de Eduardo Braun Menéndez.

5 También desde mi punto de vista, no hace falta que un pionero haya tenido la consciencia y el propósito de contribuir al desarrollo de la ciencia moderna. Para apegarse a las enseñanzas de Jesús, Francisco de Asís formuló una regla fundamental que caracteriza su orden: la frugalidad, “Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem” que es una suerte de columna vertebral de la ciencia moderna, porque fue y sigue siendo un poderoso instrumento para podar del discurso científico todo lo concerniente a los milagros y recursos metafísicos y paranormales. Vale decir, una persona que no tenía siquiera el concepto de ciencia moderna, porque en sus tiempos aun no existía, puede así y todo sentar uno de sus pilares más importantes. Sírvanos de paso como ejemplo de por qué la ciencia moderna tuvo que surgir evolutivamente de las concepciones religiosas, a las que aludí en párrafos anteriores.

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Antes de proseguir, creo imprescindible aclarar qué entiendo por “cultura compatible con la ciencia”, de lo contrario podríamos con-fundirla con “cultura científica”, error que de entrada haría naufragar mi argumentación. Yo diría que alguien tiene una cultura científica, cuando sabe por lo menos bosquejar cuál ha sido la contribución de un Galileo, un Newton, cuándo se empezó a atribuir ciertas enferme-dades a los microorganismos, por qué se pasó de un geocentrismo a un helicentrismo. En ese sentido creo que el pueblo norteamericano tie-ne una cultura científica más bien pobre, pero me apresuro a agregar que en cambio tiene una enorme cultura compatible con la ciencia, pues cuando se asustó de que los rusos tuvieran una bomba de 50 megatones y cohetes capaces de arrojarla en cualquier punto del planeta, recu-rrieron a la ciencia: hasta donde estoy enterado ni antes ni después, un presidente incrementó tan impresionantemente al presupuesto cien-tífico como lo hizo John F. Kennedy. Los nor-teamericanos tienen una cultura compatible con la ciencia, que se pone de manifiesto en que acuden una y otra vez a la ciencia cada vez

que tienen problemas graves en el nivel nacio-nal e internacional6.

Aclarado ese punto opinaré que la Argentina no tiene una cultura compatible con la ciencia, pues cuando se presenta un problema grave, no se le ocurre recurrir a la ciencia y encomendar-le la búsqueda de una solución. Nuestros líde-res culturales, esos que nos mantienen al tanto del pensamiento y obras de Freud y Lacán, de Lákatos y Béjart, de Fellini y de Pina Bausch, to-davía no se han dado por aludidos de que en Europa hubo un fenómeno sociomental llama-do Ilustración y un siglo XIX que nos convenció de que el universo no es una cosa creada hace unos seis mil años7, sino un proceso. El dine-ro seguiría teniendo toda la importancia que le había asignado Marx, pero las potencias ya no luchan precisamente por el capital, sino por el saber. Ya en la Segunda Guerra Mundial, es decir, hace tres cuartos de siglo, Estados Unidos y la Unión Soviética no se mandaban mutuamente ladrones a robar bancos, sino espías a hurtar co-nocimientos. Hoy, en pleno siglo XXI, las grande empresas no se desarrollan porque a alguien le sobra el dinero, sino con ideas, estoy pensando en Microsoft, Amazon, Google, Facebook, Apple8.

6 Por ejemplo: cuando a principios del Siglo XX el paludismo en Centro América les impedía construir el canal de Panamá, crearon el Instituto Rockefeller para estudiarlo y combatirlo, el que se ha convertido en una universidad líder en el nivel mundial. Tuvieron una actitud análoga cuando necesitaron secuenciar el genoma humano, o cuando iniciaron una lucha en serio contra el Sida, el Alzheimer, el cáncer: funcionarios, líderes y ciudadanía recurrieron a fundar institutos y centros enteros y no dudaron en sostenerlos económicamente.7 Calculado por el arzobispo James Ussher (15811656) con base en las edades de personajes bíblicos.8 Larry Page, cofundador de Google explicó: “Si estuviésemos motivados por el dinero, hubiésemos vendido Google y estaríamos en la playa”.

“Poder adquisitivo aparte, tratábamos de vestirnos como Braun Menéndez, adoptar los gustos de Braun Menéndez, imitar el vocabulario de Braun Menéndez, sus gestos y hasta su distinguida entonación”

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REGRESANDO A BRAUNBueno, precisamente, ese es el futuro que

vio con meridiana claridad Eduardo Braun Menéndez. En una conferencia que pronun-ció en el salón del diario La Prensa abogó por crear una universidad argentina sobre el mo-delo de la universidad John Hopkins de los Estados Unidos, y con su análisis de factibi-lidad llegó a convencer y entusiasmar a sus amigos Gaston Riogolleau y Enrique Gaviola. Pero las circunstancias políticas de aquel mo-mento frustraron intentos más no sus sueños.

El conocimiento no es como la informa-ción, que se puede almacenar en bibliotecas y memorias de computadoras: depende de la mente que conoce. Todos los días miro los ti-tulares de periódicos argentinos en red y, mal que me pese, debo reconocer que por lo me-nos nuestros periodistas, están mesmerizados por los desfalcos, bloqueos de carreteras, bui-tres de una carroña monetaria, destellos me-diáticos mersas, truculencias y despropósitos políticos a los que asignan el pomposo título

(1945) Con sus padres, su esposa y sus hijos

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de “juego democrático”9. Por eso no creo que la Argentina haya logrado superar la etapa de Patria Bolichera y desarrollado todavía una ver-dadera cultura compatible con la ciencia. Pero si tuviera a Braun Menéndez a mi lado me ha-ría con su mano la seña de “calma, tiempo al tiempo” y haría bien, porque estoy seguro de que un país que tuvo un Sarmiento, un Alberdi, un Houssay, un Braun Menéndez, un Leloir, un Milstein, que hoy tiene un Ministerio de Ciencia a la que dedica una fracción del PIB muy por en-cima de la que aportan otros pueblos del Tercer Mundo, que implementa el plan Raíces para re-vertir el éxodo de investigadores hacia el Primer Mundo, porque por fin comienza a captar para qué los necesita, y ya ha conseguido el regre-so de más de un millar; un país en el que el Instituto Max Planck, gema del conocimiento alemán, después de analizar el nivel mental y la calidad de la infraestructura de muchos paí-ses y encontrarlos adecuados, ha establecido en nuestro suelo su tercer filial en el extran-jero10. Y por último, un país que está logrando desarrollar un “Nuevo Periodismo y Una Nueva Divulgación Científica”, liderada por verdaderas lumbreras como Nora Bär, Adrián Paenza, Diego Golombek, Guillermo Boido, Diana Cazaux11, o genios de la pedagogía como Silvina Gvirtz y sus

9 Cereijido, Marcelino. La Ignorancia Debida. Buenos Aires, Ediciones del Zorzal, 2003.10 Otras dos las estableció en China y los Estados Unidos.11 Casi sin excepción, en el Tercer Mundo, la divulgación científica se dedica a popularizar portentos y casos de escopeta: “¿Sabía usted que si una persona pudiera saltar como una pulga, podría brincar el Edificio Kavanagh, o hay agujeros negros que devoran toda una galaxia? que han acabado por dar a la sociedad la falsa idea de que un científico es un botarate que despilfarra el presupuesto científico en detectar curiosidades. El verdadero científico en cambio busca regularidades, para extraer de ellas las leyes de la Naturaleza. Gracias a lo que estoy llamando “Nueva Divulgación”, hoy en la Argentina el vulgo para el

discípulos12. Ese país no podrá dejar de evolu-cionar hacia la manera más adelantada de in-terpretar la realidad, la ciencia moderna y una cultura que la elabore, necesite y sepa usar. No soy experto en política ni en sociología, pero entiendo que ese desarrollo no se consigue en uno o dos períodos gubernamentales, sino con un par de siglos de historia y tampoco se borra así nomás con alguno que otro gobierno desa-fortunado como suele padecer la Argentina con demasiada frecuencia. Braun Menéndez tuvo discípulos brasileños, y no al revés y si hoy están sobresaliendo es porque supieron escucharlo.

Quienes tuvimos la enorme fortuna de trabajar diariamente con Eduardo Braun Menéndez y participar en dos breves tertu-lias con cafés al día, heredamos su ideario y su entusiasmo.

que se divulga, se mantiene familiarizado con el mundo del saber a través de científicos de verdad. 12 Gvirtz está empeñada en invertir el papel de la escuela argentina, en lugar de buscar que todos los argentinos pasen por la escuela durante un corto período de su vida, ha desarrollado un plan para que nuestros paisanos hagan de la escuela el centro de sus vidas durante toda su vida.

Marcelino Cereijido

Doctor en Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Profesor Emérito del Centro de Investigación y Estudios Avanzados de México. Fellow de la Guggenheim Foundation. Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores, México. Premio Internacional de Ciencias “Bernardo A. Houssay” de la OEA. Premio Nacional de Ciencias y Artes de México. Premio “Raíces” del gobierno argentino. Fue discípulo de Braun Menéndez.

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Su legado familiar

IGNACIO PEÑA

No tuve la suerte de conocer a Eduardo, pero siempre fue un abuelo presente. Su perfil y su historia me llegaron con

fuerza a través de los recuerdos de mis padres, mis tíos, de quienes lo conocieron e incluso de quienes lo admiran sin haberlo conocido per-sonalmente. Su vida extraordinaria y su muerte trágica lo transformaron para nuestra familia en una leyenda. Su legado familiar fue rico y lle-no de lecciones que marcaron nuestras vidas y las tornaron más plenas.

Eduardo fue un humanista cristiano con una amplitud de intereses propios del renacimien-to. Nos mostró que en una vida es posible cul-tivar simultáneamente la familia, la excelencia profesional, la obra cívica, la lectura prolífica y diversa, la pasión por el arte, la ciencia, los de-portes, la caridad y la devoción religiosa.

Sus nietos crecimos escuchando como to-dos los días tocaba piano al volver del trabajo, cómo siempre en su mesa de luz tenía varios libros sobre diversos temas, cómo Premios Nobel frecuentaban su casa, cómo jugaba al fútbol, al golf y al polo y su pasión por los ca-ballos, cómo después de su muerte descubrie-ron que visitaba secretamente barrios pobres para ayudar a quienes lo necesitaran. Quienes lo conocieron dicen que era capaz de discutir con solvencia sobre filosofía, tomar examen sobre clásicos griegos a sus hijos y bailar un tango o un vals con placer, destreza y elegancia.

El cariño por Eduardo expresado en los recuer-dos de su maestro Bernardo Houssay y el afecto intacto de sus alumnos décadas después de su muerte es emocionante y llama la atención en un mundo donde todo parece efímero. Al desarrollar este libro tuve el placer de contactar personal-mente a dos de sus discípulos, el doctor Eduardo Krieger y el doctor Marcelino Cereijido. Ambos tu-vieron trayectorias plenas de éxitos en Brasil y México y bien podrían tantas décadas después tener apenas recuerdos borrosos y dedicarle ape-nas palabras cariñosas como cortesía.

Sin embargo lo que encontré fue mucho más fuerte. Ambos destacaron de inmediato que ellos no serían quienes son si no fuera por Eduardo, se refirieron a él con admiración como maestro y mostraron enérgica disposición a rescatar su memoria.

Creo oportuno reproducir con la autorización del doctor Krieger la respuesta que me envió cuando lo contacté por primera vez hace algu-nos meses. Me enteré de la relación del doctor Krieger al leer una entrevista que encontré en Internet, en la que al repasar su vida comienza por destacar la importancia de haber trabaja-do con Houssay y con Eduardo. El destino quiso que lo pudiera contactar a través de mi padre y su amigo Celso Lafer. Su respuesta a mi con-tacto fue la siguiente:

“El encuentro con tu padre, gracias a nues-tro amigo en común Celso Lafer fue muy agra-dable e importante para rescatar la memoria

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del conocimiento sobre la hipertensión, par-ticularmente con el descubrimiento de la an-giotensina. Como mencioné, estoy a tu entera disposición para colaborar para rescatar y di-fundir informaciones sobre la obra de tu abuelo y mi maestro.”

Encontrar al doctor Krieger en sus oficinas, ver la importancia que dio a recibir un nieto de su maestro y el cariño próximo a la veneración con el que habló de Eduardo y como guardaba las fotos de mi abuelo y una carta manuscri-ta suya que trataba como una reliquia, fueron emocionantes.

y la obra de mi maestro Eduardo Braun Me-néndez, quien merece ser conocido por los más jóvenes y por la importancia de su actuación en la ciencia internacional y, particularmente, en la Argentina. Para mí fue un privilegio haberlo encontrado apenas después de haber termi-nado el curso médico. Haber trabajado con él y ser influenciado por su ejemplo marcante fue decisivo para haberme dedicado a una carrera científica en fisiología. Tendré inmenso placer en colaborar para difundir aspectos de su per-sonalidad y liderazgo que entusiasmaban a los jóvenes. También de hablar sobre la relevan-cia que tuvo como científico para el progreso

(1994) Sus descendientes durante el nonagésimo cumpleaños de su esposa María Teresa Cantilo

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un día me dejó incluso con la boca abierta cuan-do con más de 80 años hizo gala de una nunca comentada habilidad para jugar al billar.

Maté era naturalmente elegante y simple. Tenía una vida espiritual discreta pero intensa, que la llevaba a vivir por los demás y buscaba siempre ayudar en lo que podía.

Una anécdota puede servir para mostrar cómo ambos se mantenían unidos sin per-der su individualidad. Cuentan sus hijos que Eduardo era buen mozo y que un día hizo una broma sobre cómo una mujer lo había elogia-do, quizás buscando provocar un pequeño celo. Maté estaba tejiendo, como era su costumbre, ropa para los pobres. Sin levantar la mirada ni inmutarse por un segundo dijo: “Yo siempre tendré a Jesús, el nunca me va a fallar.” Es co-mún la noción de que en el pasado las muje-res eran sumisas. Mi abuela no lo era. Tenía devoción por mi abuelo. Pero nunca perdió su seguridad, su carácter y su autoestima. De he-cho, todos dicen que ella siempre lo apuntaló.

Todos coinciden que el legado familiar de Eduardo es en realidad el legado de la pareja. Nada lo ejemplifica mejor que su fecunda pro-le. Fueron diez hijos, 27 nietos y hasta el mo-mento 77 bisnietos y 6 tataranietos. Sólo quien tiene hijos puede entender (o en el caso de la mayoría de los mortales imaginar) la genero-sidad que deman-da criar 10 hijos. Entre ellos hay un médico, empresarios, un sacerdote, una misionera, una catequista, y mujeres dedicadas a la acción social.

Eduardo nunca trabajó por dinero y siempre dijo que la herencia que quería dejar a sus hijos era una educación, un buen nombre y puertas

Mi conversación con Marcelino Cereijido fue igualmente impactante. Me habló de él con en-tusiasmo, me contó la admiración que los jó-venes sentían por su persona, cómo todos querían ser algún día como él. Todo esto me dejó pensando: ¡Qué bueno sería influir así la vida de una persona, dejando un recuerdo y un cariño vivos por tanto tiempo!

Eduardo nos mostró que la huella del amor puede ser profunda y resistir la prueba del tiempo. Mi abuela Maté vivió hasta los 103 años y hasta el último día casi cincuenta años después de su muerte lo amó inmensamente. Expresaba ese amor compartiendo anécdotas cariñosas, recor-dándolo con admiración y ansiando reencontrarse con él, sin por eso dejar de estar sorprendente-mente presente y activa hasta sus últimos días.

Se casaron poco tiempo después de cono-cerse y antes que Eduardo terminara sus estu-dios. Todos dicen que se enamoraron a primera vista. Eran pares y se respetaban mutuamente. Maté también era extremadamente culta e in-formada, hablaba varios idiomas, tocaba el arpa y bailaba tango y vals. Cuando yo era adolescente

“El paso del tiempo mostró que la herencia que dejó fue mucho más valiosa, fructífera y duradera que cualquier bien material. Eduardo y Maté nos dejaron un ejemplo, un testimonio”

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nunca será la base de una felicidad verdadera. Que la vida pasa por otro lado.

Ambos nos mostraron también la importan-cia del compromiso con el país. Eduardo nació en Chile, pero adoptó a la Argentina como su país y trabajó con dedicación por el bien pú-blico. Consideraba que la patria de uno esta donde están nuestros afectos y nuestras raí-ces. Coincidía con su maestro Houssay en que la ciencia no tiene patria, pero el hombre de ciencia la tiene.

Su dedicación por el bien de la nación se ex-presó en su trabajo por impulsar el desarrollo

abiertas. Esto no quiere decir que el dinero no tuviera valor para el: sus hijos mayores cuen-tan que poco antes de morir él expresó algún remordimiento por no dejarles una situación patrimonial más holgada.

El paso del tiempo mostró que la herencia que dejó fue mucho más valiosa, fructífera y duradera que cualquier bien material. Eduardo y Maté nos dejaron un ejemplo, un testimonio. Nos mostraron que vivir con amor, buscar la verdad, ser íntegros, humildes y consistentes y vivir por los demás es lo que da sentido a la vida. Nos mostraron que el dinero es apenas un medio que debe ser usado con generosidad y

(Años 30) Su suegro: José Luis Cantilo (1951) Su esposa: María Teresa Cantilo

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y presidente de la Cámara de Diputados). Hacía más de diez años que yo trabajaba en el exterior. Cuando la visitaba su cariño era inmenso. Más de una vez me recordó que hacía mucho tiem-po que estaba afuera y que era importante vol-ver a servir al país. No era una imposición ni un reclamo, más bien un consejo cariñoso y sabio expresado con acierto y con respeto.

El amor y el compromiso de Eduardo con su tierra adoptiva fue visible y se tradujo en acción, pero nunca se confundió con un nacionalismo cerrado. Todo lo contrario. El era cosmopolita en sus gustos, viajaba frecuentemente por Europa y Estados Unidos y estaba convencido que te-níamos mucho por aprender de otros países. Al mismo tiempo nos mostró con su ejemplo (así como lo haría años después mi padre) que creía en la importancia de trabajar por el bien de la re-gión toda. Creó la primera publicación científica regional y viajó por América Latina para impul-sar iniciativas orientadas a ayudar a desarrollar la ciencia en la región a lo largo de muchos años.

Otro legado fundamental que recibimos de Eduardo fue la convicción que es posible pensar en grande y desarrollar conocimiento y obras de punta desde el fin del mundo. Que nada nos impide empujar las fronteras y alcanzar la ex-celencia. Su trabajo en condiciones de extrema austeridad en los laboratorios de la calle Costa Rica (frío, sillas rotas, falta de equipos, etc.) nos mostró que para realizar trabajos de destaque internacional bastan cerebros, voluntad y tra-bajo serio y arduo.

Eduardo también nos pasó a sus descen-dientes un testimonio de la importancia del trabajo en equipo. Todo su trabajo fue en gru-po y se caracterizó por su generosidad. Quien

de la ciencia. Lo hizo con publicaciones desti-nadas a la divulgación (técnica y para el público general), impulsando el desarrollo de univer-sidades públicas y privadas y promoviendo la creación de institutos de investigación como el IBYME, primer instituto privado de investigación del país (del cuál fue uno de los fundadores) y como el CONICET, columna vertebral de la in-vestigación básica argentina hasta el día de hoy, cuya creación impulsó como presidente de la Sociedad Científica Argentina.

Repetidas veces recibió ofertas para traba-jar en condiciones mucho más favorables en el exterior, pero nunca las aceptó. Estimulaba a sus alumnos a viajar y a aprender en el exterior, pero insistía en que en la medida de lo posible después volvieran a trabajar por su país.

Años después de su muerte, pude ver cómo mi abuela Maté aún profesaba los mismos valo-res, sin duda arraigados en la fecunda obra pú-blica de sus padres y antepasados (el padre de Maté fue José Luis Cantilo, uno de los fundado-res de la UCR, dos veces intendente de Buenos Aires, gobernador de la provincia de Buenos Aires

“Otro legado fundamental que recibimos de Eduardo fue la convicción que es posible pensar en grande y desarrollar conocimiento y obras de punta desde el fin del mundo”

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las Bucólicas y las Geórgicas de Virgilio. Elena había tenido tiempo de leer las primeras, pero solo había leído el resumen de la última. El día de la prueba, Eduardo le pidió que le explica-rá los puntos principales de cada obra. Todo fue bien hasta que llegó la hora de las temidas Geórgicas. Eduardo percibió el truco y afectuo-samente le pidió a su hija que leyera el original en los próximos quince días ¡Esto en una época en que tenía diez hijos y estaba en la plenitud de su carrera profesional!

Eduardo nos transmitió la pasión por apren-der, emprender e innovar. Nos enseñó el valor la búsqueda de la excelencia y de la verdad. Nos mostró la posibilidad de realizarnos balancean-do la familia, los amigos, el deporte, el trabajo y el desarrollo intelectual y espiritual. Esbozó y comenzó a construir un camino basado en el conocimiento hacia una Argentina rica en lo moral, lo cultural y lo material.

Eduardo no fue perfecto: fue un hombre ex-traordinario acompañado por una mujer ex-traordinaria. Dejó un legado y un ejemplo rico en valores que impactó aún a quienes no lo cono-cimos y que continúa vigente más de cincuenta años después de su muerte.

estudia su vida y los testimonios de quienes lo conocieron pueden ver que era parte de un equipo de alto desempeño que se basaba en apoyar el desarrollo de los discípulos.

Esto se veía claramente en cómo Houssay ayudó a propulsar a Eduardo a posiciones des-tacadas desde joven (por ejemplo su tempra-na incorporación a la Academia de Medicina) y lo valorizaba públicamente como un “discipulo devenido en maestro” en vez de ponerle un pie encima para beneficio propio. Los discípulos y los archivos coinciden en destacar que Eduardo honraba esta tradición dando a sus alumnos oportunidades para destacarse, apoyándolos incansablemente para que tuvieran éxito.

Aprendimos de él que no hay que tener mie-do a trabajar junto a personas con otras ideas. Todos los relatos coinciden en que nunca dis-criminó a sus alumnos por religión o ideología y que se enriquecía dialogando en la diversidad. Cuenta Cereijido que Eduardo se ponía a los jó-venes de izquierda en un bolsillo.

Eduardo mostró que como padres debe-mos asumir responsabilidad por la educación de nuestros hijos. Insatisfecho con los méto-dos tradicionales de enseñanza, diseñó planes de estudio basados en el acceso a las fuentes y experiencias directas. Junto a otras personas, crearon el colegio Ángel Gallardo para que sus hijos pudieran realizar sus estudios con otros alumnos según este abordaje. A esto se su-maban aulas de oratoria para toda la familia.

No contento con ello, tomaba pruebas per-sonales a cada uno de sus hijos. Elena, una de sus hijas menores, recuerda como una vez te-nía que estudiar las obras griegas la Eneida,

Ignacio Peña

Economista egresado de la Universidad Católica Argentina. MBA del Wharton School y MA en Estudios Internacionales de la Universidad de Pennsylvania. Fue socio y managing director del Boston Consulting Group. Trabajó en Brasil, México, Chile y Argentina. Es especialista en estratégias de crecimiento, innovación y emprendedorismo. Nieto de Eduardo Braun Menéndez.

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Retratos

EL POR QUÉ DE ESTOS RETRATOS GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY

Hace ya bastante tiempo, me propuse que la Facultad de Medicina recordara durante 1989 al profesor Eduardo Braun Menéndez, a los treinta años de su trágica muerte. Creía imprescindi-ble detener la vorágine de nuestros conflictos cotidianos para rendirle el homenaje de ésta, su casa, que le debe tanto.

Al concretar ahora ese propósito, advierto que debo haber intuido entonces que esa recorda-ción, a la que imaginaba esperanzada, viva y ac-tual, adquiriría un significado más profundo.

Inicialmente consideré la posibilidad de editar todos sus escritos sobre la Universidad y sobre nuestra Facultad, que reuní no sin dificultades.

Pero después de leerlos, me interesó saber cómo era en realidad el Braun Menéndez per-sona de quién todos me hablaban, en inespe-rada coincidencia, con respeto y admiración.

No lo conocí. Por eso intenté aproximarme a él conversando con quienes habían compartido su trabajo, sus luchas y sus horas.

Así nació la idea de esta colección de re-tratos. Logré reunir estos recuerdos que, al cabo de treinta años, aún atesoran sus ami-gos, sus compañeros en el laboratorio, los que fueron sus alumnos, los que trabajaron junto a él en el gobierno de nuestra Facultad y de la Universidad.

Gracias a todos los que respondieron a la invitación y a todos los que ayudaron para que este proyecto pudiera concretarse.

Seguramente podría haber convocado a muchos más. La falta de tiempo, de informa-ción y no pocos inconvenientes, son responsa-bles de que no lo hiciera.

Pero luego de leer estos testimonios tan va-riados, se coincidirá en la riqueza del retrato. Que con técnicas diversas que van desde el ve-rismo al romanticismo, desde el impresionismo

En oportunidad de conmemorarse el 30º aniversario de la muerte de Eduardo Braun Menéndez, durante 1989 se celebró un acto académico en el Salón del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina que contó con la presencia de autoridades universitarias, docentes y estudiantes así como de la esposa y otros miembros de la familia del profesor Braun Menéndez. Con motivo de esa reunión se editó un volumen que recoge los testimonios de quienes lo conocieron titulado Retratos y cuyo contenido se reproduce a continuación.

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al puntillismo, descubre la persona y también la personalidad, como señala Gancedo.

Ahora ya creo saber por qué se puede afir-mar con Cereijido que en la Argentina de hoy “Braun Menéndez nos falta por todas partes”.

Por qué Escardó lo define como “integrísimo e inconsútil“: sin costuras, de una sola pieza. Por qué fue un testimonio de vida como lo se-ñalan quienes le conocieron como estudiantes a los que dio el ejemplo raro y singular de los maestros. Por qué consiguió algo casi inédito en la Argentina. Que a 30 años de su muerte lo re-cuerden con admiración personalidades que pro-vienen de las más diversas vertientes ideológicas.

¿Qué representó Braun Menéndez para nuestra Universidad? Sin duda una síntesis de sus mejores valores.

Posiblemente, como también lo señala Cereijido, su muerte marque el comienzo del diálogo de sordos en la Argentina.

Y por eso creo que hoy, cuando pareciera que se vuelve a escuchar, cuando se ha recuperado la palabra callada, resulta oportuno recordar su vida y su obra guiados por la mirada serena de quienes lo conocieron.

Para ir a buscar en ellas ayuda para supe-rar nuestras dificultades. Porque, como lo ad-virtiera premonitoriamente Lanari, “su ejemplo nos servirá para continuar en la reconstrucción científica y moral que tanto necesita la univer-sidad de éste, nuestro pobre país“.

Tenemos, como dice Encabo, deudas a la memoria de Braun todavía impagas.

Reconquistar la excelencia y la seriedad, volver a la calidad, no sólo supone mirar ha-cia adelante sino también recordar hoy todo lo bueno que ayer nos pasó.

Este nostálgico y emotivo viaje hacia la his-toria nos debe ayudar a recrear entre todos la pasión que se necesita, hoy tanto como cuando Braun actuó, para hacer una nueva universidad.

Su acción es un llamado al compromiso de los profesores que debemos inspirarnos en su actitud de revolucionario que le permi-tía romper con muchas tradiciones y a la vez de lo contrario de un revolucionario, porque respetaba otras tradiciones más esenciales y

(1989) Retratos

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permanentes como lo destaca Costa Mendez. Debemos animarnos, con él, a despegar las eti-quetas con que tratamos de simplificar nuestra confusa realidad. Debemos advertir que cual-quier cambio profundo de nuestra universidad pasa inexorablemente por impulsar un proyecto compartido como lo fue el de la época de Braun.

En esta meditación sobre su persona de-bemos encontrar la fuerza para dejar de ser argentinos representativos de nuestra épo-ca. Porque sólo si conseguimos, como él, ser hombres nuevos y dejamos de representar esta época ingrata, podremos superarla.

Quienes contribuyen a este retrato, de uno u otro modo, comparten la convicción que con él, la evolución de nuestra historia hubiera sido dife-rente. No es poco reconocimiento a un hombre.

Por eso, este homenaje que comenzó en forma algo imprecisa fue adquiriendo una de-finida intención.

La de rescatar, a través de la evocación de Braun Menéndez, el sentido de lo que podría haber llegado a ser la universidad argentina. Y viendo lo que aún no ha sido, la de comprome-ter a nuestra generación, de cara al siglo, en su acelerada construcción.

JORGE MARIO AFFANIMédico, profesor de fisiología e investigador del CONICET en el área

de las neurociencias, discípulo de Braun Menéndez

Lo vi y lo escuché por primera vez en el vie-jo caserón de la calle Costa Rica, donde fun-cionaba el Instituto de Biología y Medicina Experimental. Esa austera casa, con su pe-queño jardín, sus abarrotados laboratorios y su bien nutrida biblioteca impregnada de olo-res que todavía me parece percibir, me sabía a paraíso. Mucho tuve que rondar para que Miguel R. Covián me permitiese asistir regularmente a sus reuniones de Ateneo de neurofisiología. Una tarde me presentaron a don Eduardo y recuerdo como si fuese hoy la fuerte impresión que me causaron su saber, su sonrisa y su contagio-so buen humor. Después dejé de verlo durante un largo lapso pues el trabajaba en otro sector del Instituto. Pasó el tiempo y después del gol-pe militar del 55, Houssay, Braun Menéndez y Foglia retornaron al Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina. Me apresuré a presen-tarme a concurso para ayudante de Fisiología y con gran regocijo obtuve el primer puesto de la clasificación, rindiendo examen con Braun Menéndez sobre el control nervioso de la acti-vidad cardiaca. Al día siguiente, ni corto ni pe-rezoso, madrugué y me fui a recorrer los viejos corredores del séptimo piso de la Facultad. De pronto ese corazón mío de cuya regulación ner-viosa había hablado el día anterior, se lanzó a correr al galope. Por un extremo del corredor había aparecido don Eduardo con ese sonoro arrastrar de pies que lo caracterizaba. Con una ancha sonrisa y con un tono casi imperativo me preguntó si quería dedicarme a la inves-tigación. No acabó la pregunta antes de que yo contestase con un apresurado y enfático sí. Entonces volvió a sonreír y me pidió que lo

“Mire Affani, la democracia es fatigante, muchas veces cansadora, muchas veces me exaspera, pero no hay nada mejor que ella”

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siguiese hasta los laboratorios ubicados detrás de los ascensores. “Este será su lugar de tra-bajo” me dijo y nos quedamos charlando lar-gamente sobre proyectos de investigación y sobre la necesidad de trabajar duro para ele-var la calidad de la Universidad. Toda su figura rebosaba entusiasmo y optimismo. Por mo-mentos hablaba tan rápido que se hacía difícil seguirlo y de tanto en tanto, una broma y una carcajada suya iban creando un clima de familia y de afecto. El mismo día apareció Zadunaisky y poco después Scornik. Se había completado el reclutamiento y el equipo inicial estaba listo para entrar en acción.

Comenzaron días maravillosos de trabajo fecundo bajo la guía del maestro. Aprovechaba cualquier oportunidad para grabarnos a fuego alguna enseñanza. Nos enseñó a tener espíri-tu crítico, a ser rigurosos en las observaciones y las medidas, a mantenernos continuamente informados sobre los últimos adelantos mun-diales en nuestras áreas de trabajo, a meditar profundamente lo que estábamos haciendo y a estudiar con ahínco. A menudo nos contaba anécdotas de la vida de los científicos que había conocido personalmente y siempre hacía hin-capié sobre los aspectos humanos y sociales de la investigación científica. Lo escuchábamos con fruición y lentamente pero sin descanso iba dejando como al pasar algún sabio conse-jo. Recuerdo el entusiasmo casi deportivo que ponía en cada nueva experiencia. Participaba apasionadamente en el gobierno de la Facultad y al llegar la noche nos ponía al día sobre lo dis-cutido. Una vez lo vi llegar exhausto de una in-terminable y acalorada reunión. Se sentó en su despacho, encendió un cigarrillo (no sé si se lo había pedido a alguien como era su frecuente y siempre negada costumbre) y me dijo: “Mire

Affani, la democracia es fatigante, muchas ve-ces cansadora, muchas veces me exaspera, pero no hay nada mejor que ella”.

Son muchos los recuerdos que me asaltan al escribir estas líneas. Entresaco sólo algu-nos que sirven para conocerlo un poco más, en las múltiples facetas de su personalidad y para ilustrar el grado de relación que supo crear con todos y cada uno de sus colaboradores. Cierto día se encontraba afectado de un problema en la pierna que lo obligó a guardar cama. Lo llamé por teléfono para consultarlo sobre mi inves-tigación y entonces me invitó a visitarlo en su casa. Lo encontré acostado y rodeado de re-vistas científicas. Enseguida nos entreveramos en una larga discusión en la cual pude apreciar una vez más su clara y rápida inteligencia que sabía ir derecho al meollo de cada problema. Recuerdo esta entrevista como una de las más estimulantes que tuve en mi vida. Se hizo noche y de pronto, se levantó rengueando y me invitó a saborear un buen jerez. Luego me despidió alentándome a seguir trabajando. Así era él, sencillo y cálido, maestro y amigo.

En otra oportunidad le expresé que hubie-se sido interesante probar la acción de la hi-pertensina sobre el músculo liso del caracol Ampullaria canaliculata. Me escuchó, pero tuve

“Era el contacto con un maestro. Maestro que sabía generar el deseo de aprender y hacer y no conformarse con la mera erudición”

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(1903) A los seis meses de vida

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(1908) Durante su infancia en Punta Arenas, Chile (centro)

(1908) Junto a su padre Mauricio y su hermano Mauricio (centro)

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la impresión de que no demostraba demasiado interés en la idea, a pesar de decirme que si yo lo deseaba podía conseguir algunos ejempla-res de la especie. Ese mismo día me dirigí ha-cia los lagos de Palermo, de los cuales regresé cargado de caracoles. Al día siguiente, yendo a la biblioteca del Instituto me lo encuentro a don Eduardo, rodeado por una pila de libros y tomando apuntes. Me llamó la atención verlo tan ensimismado y me le aproximé. Ante mi asombro me dijo que se estaba documentan-do sobre la anatomía de los caracoles. “¿Sabe Affani?, yo de estos animales no sé un comino y es preciso que termine con esta ignorancia mía”. Esa misma tarde, llenos de entusiasmo, realizamos juntos el proyectado experimento. Así era él, impulsivo, joven y entusiasta.

Yo, desde el comienzo, había manifestado mi interés por los fenómenos de la hipertrofia compensadora del riñón, tema que fue el de mi tesis de doctorado bajo su dirección. Durante el trabajo lo tuve siempre a mi lado interesado por cada nuevo resultado. En una oportunidad vio que mis ojos estaban fatigados de contar mito-sis. Se arremangó y se puso a trabajar conmigo hasta altas horas de la noche. Los resultados ob-tenidos confirmaban ampliamente mi hipótesis. Para celebrar, fue a su desordenado despacho y sacó de no sé donde una botella de buen whis-ky importado, al mismo tiempo que se puso en la cabeza un bonete payasesco que le habían

regalado en Brasil. Estaba contento como un niño. Después salimos del laboratorio y lo acom-pañé hasta su casa de la calle Ayacucho charlan-do con entusiasmo de nuevos proyectos.

El Instituto era permanentemente visita-do por toda clase de personas y personajes. Muchos de ellos, profesaban ideas universi-tarias francamente adversas al pensar de don Eduardo. Sin embargo, todos era recibidos cor-dial y amistosamente por ese hombre que no hacía acepción de personas y que ponía la in-vestigación de la verdad por encima de cual-quier diferencia personal.

Nuestro cuarteto (se había sumado Cereijido) era muy heterogéneo desde el punto de vista ideológico y a menudo los ardores juveniles nos hacían embarcar en acaloradas discusiones. Sin embargo, la presencia de Braun Menéndez, con su amplitud de ideas y su respeto por las aje-nas contribuía a crear un clima de tolerancia que me quedó grabado para siempre. Después, las circunstancias y los avatares de la vida po-lítica argentina hicieron que los que habíamos sido sus discípulos pasásemos muchos años sin vernos. En 1982 tuve la oportunidad de en-contrarme en Suiza con Zadunaisky, pues los dos habíamos sido invitados como expositores en un Simposio sobre “Fisiología comparada de los mecanismos sensoriales”. En esa ocasión, mientras paseábamos por una encantadora al-dea, ambos recordamos con emoción nuestras discusiones pasadas y nos dimos un gran abra-zo que coronó un encuentro más que grato. Yo creo firmemente que el espíritu de nuestro co-mún maestro estaba presente entre nosotros. Lo perdimos en una noche tormentosa del 16 de enero de 1959, en el accidente de aviación ocurrido cuando aterrizaba en Mar del Plata para

“En lo fundamental, estas concepciones de Braun Menéndez, están vigentes cincuenta años después”

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celebrar su cumpleaños en familia. Su encanta-dora hija Maggie murió con él. Yo solo me enteré de la infausta nueva a la mañana siguiente. Me hallaba durmiendo cuando la que entonces era mi novia y hoy es mi esposa -también colabora-dora de Braun Menéndez- entró en mi casa con desesperación y lágrimas en los ojos.

Luego siguieron días de depresión y des-orientación. El laboratorio aparecía desolado y en cada momento nos parecía oír su voz o su arrastrar de pies. Tanto dolor por la pérdida del maestro y amigo fue, en parte, mitigado por el apoyo que nos diera la solicitud, la guía y la personalidad de ese otro gran maestro nuestro que fue don Bernardo Houssay.

Se fue de nuestra presencia una aciaga no-che de enero. Nos sigue faltando. Sin embargo, pienso que la pérdida no fue total: algo del que-rido maestro quedó en nosotros para siempre. Y digo nosotros porque estoy seguro que los otros miembros (Zadunaisky, Scornik, Cereijido) del equipo de Braun Menéndez comparten la misma convicción.

◊ ◊ ◊ALBERTO AGREST

(1923-2012) Médico, destacado clínico y profesor de medicina, miembro de la Academia Nacional de Medicina que conoció a

Braun Menéndez siendo alumno de fisiología y mantuvo con él una prolongada amistad

Conocí al doctor Eduardo Braun Menéndez en 1943, cuando yo había ingresado en una Comisión Especial de Fisiología de la cátedra de Fisiología cuyo profesor era el doctor Bernardo A. Houssay. El Instituto de Fisiología, sede de esa cátedra, ocupaba el ángulo noroeste del edifi-cio de la Facultad de Medicina convertido hoy

en Facultad de Ciencias Económicas. Todos sa-bíamos ya de la jerarquía científica de Braun Menéndez y me sorprendió su sencillez para explicarnos los registros gráficos de la activi-dad cardiaca, no me impresionó su elocuencia, no había nada brillante en su exposición, pero era evidente que hablaba y mostraba simplemente lo que había hecho. El resultado era extraordi-nario; no sólo uno aprendía a leer los registros gráficos sino que adquiría el deseo de realizarlos y aplicarlos para aumentar el conocimiento. Era el contacto con un maestro. Maestro que sabía generar el deseo de aprender y hacer y no con-formarse con la mera erudición.

Eran épocas políticas difíciles y lo vi obligado a dejar con Houssay, Leloir y otros una Facultad de Medicina degenerada con el significado que recordaba Alfredo Lanari: degenerado es aquello que separa sus mejores miembros.

En 1947, ya graduado, fui a visitar al doc-tor Braun Menéndez al instituto de Biología Experimental para que me permitiera trabajar con él. Me recibió muy cordialmente pero no tenía lugar para mí y me dijo que el futuro de la fisiología estaba en la bioquímica. Es que en la bioquímica se encontrarían las respuestas a las incógnitas expuestas por sus hallazgos en el mecanismo de acción de la renina.

Mantuve contactos esporádicos con el doctor Braun Menéndez, por el vínculo de amistad que lo unía al doctor Alfredo Lanari con quien comencé a trabajar en 1948, hasta que, en 1956, cuando se hizo cargo de una de las cátedras de fisiología, me designó jefe de trabajos prácticos. Se me hizo patente entonces su enorme capacidad de lide-razgo, contaba ya con una pléyade de ayudantes jóvenes de un alto nivel intelectual que el tiempo

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puso bien de manifiesto. Un año después renun-cié a esa jefatura de trabajos prácticos y volví a tener con él sólo contactos esporádicos.

En los primeros días del año 1959 llegué a París, como becario. Tarde, en una noche fría, compré el diario y me enteré del trágico accidente que costara su vida. Me sentí desconsolado y esa misma noche le escribí a Lanari, él había perdido un amigo y la Facultad de Medicina la única persona con el co-nocimiento, la convicción y el poder para evitar que cayera en una mediocridad de la que ningún otro podría sustraerla. No hubo a mi entender ningún otro que reuniera estas cualidades en tal magni-tud que le hubiera permitido hacer de la Facultad de Medicina de Buenos Aires una institución de la que los argentinos pudiéramos estar orgullosos.

◊ ◊ ◊AGUSTÍN G. CAEIRO

(1907-1990) Médico clínico cordobés que fue fundador del Hospital Privado de Córdoba y rector de la Universidad Nacional de Córdoba. Discípulo de Oscar Orías de la escuela de Houssay a

través de quien se vinculó con Braun Menéndez

Con esta rememoración pedagógica, esti-mulante, de la personalidad de Eduardo Braun Menéndez, estamos íntimamente asociados.

Pertenecía con Oscar Orias, puntal en Córdoba de la investigación científica médi-ca contemporánea, a la escuela de Bernardo Houssay. Además de esta hermandad, los unió una limpia amistad personal e intelec-tual. Compartían muchos de los valores fun-damentales que hacen a la esencia del hombre, del universitario y del investigador.

I. Entre 1934 y 1937, aplicando el método óp-tico de registro de los ruidos cardíacos que Orias

trajo al país de la escuela de Wiggers, realizó trabajos con Orias, Bator, Cossio, Solari, Vedota y Taquín. A esta experiencia se agregó la reali-zada en Córdoba con Orias, por Caeiro, Pereyra, Segura Amuchástegui. De allí surgió la idea de publicar un libro cuyo esquema elaboraron en tres días de tarea en Córdoba, Braun Menéndez con Orias. Y así resultó editada en noviembre de 1937 por Amorrortu e hijos, la obra que se tituló Los ruidos cardíacos en condiciones normales y patológicas. No exageramos si decimos que es un clásico. Tuvo difusión universal. Sus conclu-siones fundamentales fueron confirmadas por los investigadores que lo siguieron, utilizando ya métodos electrónicos. Hoy, medio siglo después, hay que ir a buscar en él los conceptos funda-mentales de la fonocardiografía.

II. Desde 1939, trabajando con Fasciolo, Leloir, Muñoz y Taquín, descubre en la sangre del riñón isquemiado, una sustancia que llama hipertensina y que es la resultante de la acción, sobre la renina, de una globulina plasmática. Esto explica el mecanismo de la hipertensión producida por isquemia renal, por Goldblatt y en experimentos de Houssay y colaboradores. En una casi simultaneidad, a la vez crítica y hon-rosa, Braun Menéndez llega a las mismas con-clusiones que Page y Corcoran en Cleveland, EE.UU. respecto al mecanismo de la hiperten-sión producida por el riñón isquémico: solo di-ferencias de nomenclatura de las sustancias humorales que la producen.

En lo fundamental, estas concepciones de Braun Menéndez, están vigentes cincuenta años después.

En 1952, como algunos de sus modelos experimentales producen hipertrofia renal

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compensadora, e hipertensión, sugiere que la renotrofina que recién sería aislada en 1981, produce hipertensión.

III. En 1945 pronuncia una conferencia y publica un ensayo en los que destaca el valor de los institutos privados para el progreso de la investigación científica. Sostiene que es-tos institutos deben ser la base de la orga-nización de las universidades. De allí deduce que nuestro país necesita crear universida-des privadas cuyos fundamentos sean es-tos institutos de investigación. Esboza las ideas fundamentales sobre las que se cons-truiría esta universidad. Son pocas páginas que deberían ser, hoy, publicadas y releí-das. “Primero investigar, después enseñar”. “Resolver problemas”. “Nada rinde más que formar hombres”. “Buscar la verdad”. “Enseñar a los jóvenes a aprender y educarlos en el espíritu científico”. “Enseñanza direc-ta y activa”. “Afrontar las cosas y los hechos directamente; pensar por sí mismos y plan-tear y resolver problemas”. “La misión de la Universidad es estudiar problemas y educar hombres armónicamente desarrollados, ca-paces de afrontar, como hombres, los pro-blemas que la vida les ofrezca”.

IV. Estas ideas nos encendieron. Con esta pasión, propusimos en 1955 la necesidad im-perativa de dar fuerza legal a estas universi-dades libres, no estatales. Esta proposición estuvo inspirada en este pensamiento y no en ideologías, sectarismos o intereses. Pero todo esto nació como una utopía, así lo afirma él en su ensayo. La utopía (fuera de lugar) o la ucronía (fuera de tiempo) son unos de los ve-nenos paralizantes de la imaginación creadora argentina. Y el utopista queda satisfecho con

sólo haberla proclamado o vive triste y amar-gado por la frustración. El otro extremo de la gama es la revolución: en cuanto plantea la necesidad de cambio, anatematiza, ataca y destruye las estructuras que quiere modificar y, en esta violencia, agota o debilita su poten-cial innovador. Además, lo destruido infiltra, seduce, condiciona, atempera y hasta vuelve hacia atrás el impulso de renovación. Otras fuerzas infiltran, desvían y, así, paralizan la creación auténtica. La universidad argentina está llena de utopistas y revolucionarios que no supieron canalizar su pasión de progreso y se han debatido por años en luchas estériles. Hay ya –por esto– tres generaciones frustra-das. Como consecuencia de ello, el país que era uno de los más prósperos y provisores del mundo, está hoy en la lista trágica del subde-sarrollo y la miseria. La causa de esta tragedia estuvo y así sigue, en esta “inculturización” que sufrimos. La ignorancia, su desprecio por la perfección y la excelencia, comandan la acción educativa y degradan la formación del hombre argentino. Los resultados se ven después, críticamente, en el funcionamiento de las instituciones básicas.

“Así supimos que antes me había estado manejando con el dinero de los sueldos que Eduardo Braun Menéndez donaba regularmente para que hiciéramos investigación”

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Con estas ideas, con la pasión que ellas despertaron en nosotros, con su impul-so creador debimos, silenciosa, modesta y enérgicamente construir, y hoy la universidad argentina podría exhibir un desarrollo esplen-doroso como el que tuvo la norteamericana después de John Hopkins.

Braun Menéndez es uno de los que vivieron, realizaron y proclamaron esta pasión de pro-greso. Lo hizo silenciosamente, con modestia, inteligencia, perseverancia y, así, fue y es reco-nocido. ¡Cuando le tocó hablar y mostrarse, tuvo la modestia, casi timidez, de decir utopía cuan-do sólo debió sacar pecho y exhibirse!

Ojalá estas grandes figuras y sus rememo-raciones sirvan para cristalizar, alrededor de sus ideas proclamadas y del ejemplo de sus vidas, esta pasión y ansia de progreso que bu-lle en la recóndita profundidad de las mentes de los universitarios argentinos. Que con ella y estos ejemplos, sin utopías ni revoluciones, se pongan a construir.

◊ ◊ ◊MARCELINO CEREIJIDO

Médico, investigador formado inicialmente por Braun Menéndez y que desarrolló su actividad en centros de los Estados Unidos y, fundamentalmente, en el Instituto Politécnico Nacional de México. En su libro La nuca de Houssay describe en detalle la

relación con su maestro

Eduardo Braun Menéndez tenía rasgos regu-lares y graciosos pero recios, que le daban un as-pecto de pugilista retirado. Su aire deportivo se reforzaba, además, por su piel renovadamente tostada, si era verano porque tenía una mansión de fin de semana, si era invierno porque acaba-ba de llegar del hemisferio norte. Su cabellera

completa y densa era entrecana como su bigote. Era firme pero jovial, elegante pero espontáneo y parecía ser el interlocutor natural de Houssay.

En 1955, cuando les restituyeron el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina, Houssay y sus colaboradores encontraron una facul-tad monstruosa. Así la llamó Eduardo Braun Menéndez en un artículo que publicó en Ciencia e Investigación, la revista de la Sociedad Argentina para el Progreso de la Ciencia: “Si monstruoso es, como dice el diccionario, contra el orden de la naturaleza; excesivamente grande. La Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires es una facultad monstruosa”. Braun Menéndez señalaba que “... en nuestra facultad hay vein-tiocho mil quinientos estudiantes, es decir, que ella sola (sin contar las facultades de medicina de las universidades de Córdoba, La Plata, Litoral, Cuyo y Tucumán) tiene más estudiantes que las setenta y cinco escuelas de medicina que exis-ten en los EE.UU., cuya población estudiantil total para el año lectivo 1954-1955 fue de veintiocho mil ciento dieciocho. En estas setenta y cinco escuelas de medicina norteamericana se inscri-ben en primer año alrededor de siete mil tres-cientos alumnos de los cuales se gradúan casi todos. En nuestra Moloc Moderna –proseguía Braun Menéndez– se inscriben unos seis mil de los que apenas se gradúan unos seiscientos, la mayoría de ellos después de ocho o más años.”

Braun Menéndez no era represivo, creía que, fomentando la calidad, no es necesario combatir a nadie. Cuando un investigador se consideraba injustamente marginado, él lo in-vitaba a exponer sus ideas y resultados en un seminario y lo escuchaba con atención y res-peto. Llegó a recuperar así a varios científicos que hasta 1955 habían estado desconectados,

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(1910) Arrodillado en un burro durante un viaje a Francia (derecha)

(1911) Durante un picnic en Cabo Negro, Chile (derecha)

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artículos presentados para su publicación a la revista Acta Physiologica Latinoamericana, de la cual era editor, para que Oscar se entretu-viera revisándolos en la cama y le hiciera lle-gar sus críticas. Cuando yo lo visitaba para apreciar qué tal le sentaban a su piel los dis-tintos tonos de amarillo, me los comentaba. Uno de estos tenía un gráfico que, en ordena-das, mostraba la presión arterial de los enfer-mos de una sala de clínica. En abscisas tenía una cuidadosa numeración de uno a treinta, en unidades que Oscar, al mostrarme el ar-tículo, tapó sospechosamente con un dedo. Las curvas eran por demás complejas y ca-prichosas. Una correspondía a enfermos tra-tados con cierto medicamento hipotensor, y la otra a pacientes no tratados. Supuse que las unidades ocultas deberían corresponder a los días de tratamiento o a las dosis empleadas, y no pude entender un rábano. Oscar enton-ces quitó su dedo de las unidades: ¡Se trata-ba del número de la cama de cada paciente! Le mandó a Braun Menéndez una notita con sus comentarios mordaces y éste, claro está, les envió a los autores una carta rechazando el manuscrito. Sin embargo, haciendo gala de un respeto aleccionador, en lugar de incluir las observaciones de Oscar, hizo un comentario firme pero amable, en el que no se burlaba de los autores, sino, por el contrario, los felicita-ba por su interés, les aconsejaba ciertas lec-turas sobre metodología para que pudieran aprovechar sus esfuerzos, y los estimulaba a no cejar en su empeño por darle a su práctica clínico un enfoque científico.

Braun Menéndez se ocupaba de asuntos universitarios, del CONICET, de la Asociación Argentina Para el Progreso de la Ciencia, con-versaba con delegados al Consejo Directivo,

desinformados y desentusiasmados, pero tam-bién consiguió que muchos investigadores mediocres se automarginaran y fueran reo-rientándose y desapareciendo hasta con cierta gratitud. La idea, explicaba Braun Menéndez, no consiste en prohibir que aquellos que no saben nadar se arrojen a la pileta, sino en elevar pro-gresivamente el nivel del agua.

Nos aplicaba un método mayéutico, to-mando con cariñosa seriedad nuestras afir-maciones por más insólitas o erróneas que resultaran ser a la postre. Si se trataba de una ridiculez, ponía muchísimo cuidado en que, al corregirla, no nos abochornáramos. Generalmente lo hacía enfocando su curiosi-dad hacia el mecanismo que nos había llevado a pensar semejante cosa. Pronto el culpable resultaba ser un mal profesor o un pésimo texto, pero jamás nosotros, los alumnos, y él pasaba a enmendarnos con buen humor y campechanía, como si gozara del hecho curio-so de que por una vez nosotros, nada menos que nosotros, hubiéramos cometido un error.

Quizá estaba de acuerdo con la frase de Clemenceau, “El joven que no es revoluciona-rio no tiene corazón, y el viejo que no es con-servador no tiene cerebro”. Pero ciertamente habría discrepado con la de Robert Crichton “El fuego en el corazón, solo acaba por llenar de humo la cabeza”. Creo que si no hubiéra-mos tenido fuego en el corazón y cierta hu-mareda en la cabeza, no nos habría aceptado como discípulos.

Oscar Scornik se enfermó de hepatitis y, ante el temor de que se produjera una cirro-sis, el tratamiento imponía un largo reposo. Braun Menéndez aprovechó para enviarle los

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Braun Menéndez no sólo desapareció un líder, sino que faltó ese personaje creador, resuelto, con solvencia científica e inquebrantable mo-ral, capaz de despegar las etiquetas de “cien-tificistas”, “gorilas”, “chupavelas”, “bolches”, “fachos”, “peronistas”, “nacionalistas” y tan-tas otras de la taxonomía politiquera con las que las mediocridades censuran los argumen-tos de todo aquel que no piensa como ellos. Ya no se analizaban las razones, sino que se leían las etiquetas. El diálogo de sordos había comenzado.

Pronto mi laboratorio tuvo estrecheces eco-nómicas y así supimos que antes me había es-tado manejando con el dinero de los sueldos que Eduardo Braun Menéndez donaba regular-mente para que hiciéramos investigación. Pepe Zadunaisky había obtenido la beca para ir a per-feccionarse a Dublín con Edward Conway en épocas en que todavía vivía Braun Menéndez. Como se encontró con que, como es costum-bre, la beca sólo cubría su pasaje, pero no los de su mujer ni de su hijita, le había comentado el problema a Braun Menéndez. Al día siguien-te, éste le informó que el Banco de Galicia te-nía una sociedad de beneficencia, la Cruz de Santiago – cruz que era también el emblema de la institución– a la que podía acudir. Pepe fue, descubrió que en dicho banco nadie ha-bía oído hablar de sociedad de beneficencia alguna, hasta que el funcionario al que lo había

“Braun Menéndez no era represivo, creía que, fomentando la calidad, no es necesario combatir a nadie”

viajaba al exterior para participar en simposios y congresos, y nos traía substancias nuevas, que todavía no se hallaban en el mercado, para que las probáramos en nuestras preparacio-nes experimentales. Llegaba con pequeñas piezas de equipo que debían ser reemplaza-das, escribía artículos, daba conferencias y te-nía a varias secretarias atareadas. Entre sus colaboradoras estaba su hija Maggie, la efi-ciente y graciosa beldad que fuera el factotum del Instituto Católico de Ciencias, y que aho-ra era una especie de ministra de relaciones exteriores que cada tanto entraba y salía con carpetas y papeles importantes.

Pero entonces llegó el verano de 1959. Pasábamos unos días en una quinta de Villa Udaondo, cuando llegó un policía del destaca-mento cercano para avisarnos que llamára-mos inmediatamente a Buenos Aires: el avión en que Braun Menéndez y su hija Maggie via-jaban a Mar del Plata, acababa de precipitar-se al Atlántico y, de los cincuenta o sesenta pasajeros, sólo se había rescatado con vida a uno. “¡Braun Menéndez!” Exclamamos pero, en pocos días más, sabríamos que nuestro que-rido mentor y su hija habían muerto.

Es probable que un fuerte tinte emocional distorsione mi apreciación de todo lo ocurrido desde que había conocido la nuca del profesor Houssay. Pero estoy convencido de que, por extraña coincidencia, la muerte de Eduardo Braun Menéndez marca el comienzo del decli-ve de la ciencia en nuestra patria. Comprendo perfectamente que el destino de los pueblos no depende en forma crucial de personajes in-dividuales. Y que fuerzas y condiciones mucho más profundas se entretejen para timonear la historia. Pero sucede también que al morir

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Deulofeu le había dado mi dirección para ex-presarme sus cordiales saludos. Así comenzó mi amistad con el doctor Leloir y tuve el placer de apreciar sus notables cualidades humanas.

De regreso a Buenos Aires, por intermedio de Leloir me vinculé con Bernardo Houssay y su equipo de investigadores; entre éstos se desta-caba el doctor Eduardo Braun Menéndez, quien me honró con su amistad. En él encontré un im-portante común denominador que nos unía, la aplicación del método científico al mejoramiento de la enseñanza en sus tres niveles. De esa ma-nera pude apreciar los profundos conocimientos que tenía sobre estos temas, así como la since-ridad y el entusiasmo con que defendía sus con-vicciones basadas en una rigurosa autocrítica.

Braun Menéndez fue el colaborador más importante que tuvo el doctor Bernardo Houssay en la creación y funcionamiento de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias. Yo estuve vinculado a ella desde su comienzo como beneficiario, pues fui su pri-mer becario. Con esa beca pasé un año en la Universidad de Princeton como Visiting Fellow.

De vuelta al país tuve el placer de reanudar mis reuniones con el doctor Braun Menéndez, las

encaminado Braun Menéndez le pidió que re-dactara una nota con su nombre y el monto so-licitado y ahí nomás le extendió un cheque. Mas tarde, al comentarlo con nosotros, tuvimos la impresión de que la mentada Cruz de Santiago no era otra cosa que una elegante maniobra de Braun Menéndez para apoyar a su discípulo.

Tres años después, yo me enfrentaba con idéntico problema, pero ahora no estaba Braun Menéndez. Días más tarde, me fui a despedir de la familia Braun Cantilo y a entregarles de paso un ejemplar de mi tesis que, como no podría haber sido de otro modo, había dedicado a su memoria. En la conversación surgió el tema de los pasajes de mi mujer y de Margarita y Fabián, mis dos hijos y, para mi sorpresa, me sugirie-ron que le pidiera ayuda a la Cruz de Santiago. El funcionario, cuyo nombre ingratamente me han borrado los años, me pidió que le incluyera en una nota mis datos personales y el monto requerido, me extendió graciosamente el che-que ¡y escribió en el margen superior: “Becario número dos”! El Cid Campeador había gana-do batallas después de muerto, pero Braun Menéndez hacía algo más humanitario: otorga-ba, después de muerto, apoyo a sus discípulos.

◊ ◊ ◊FÉLIX CERNUSCHI

(1907-1999) Ingeniero, miembro de la Academia Nacional de Ciencias, una de las figuras más destacadas

de la física en el país. Fue decano de la Facultad de Ingeniería de Buenos Aires

Cuando cursaba el doctorado en la Universidad de Cambridge (1933-1936), una tarde me visitó el doctor Luis Federico Leloir, a quien no tenía el placer de conocer perso-nalmente, y me dijo que el doctor Venancio

“En la Argentina fácil de aquellos años, era un exacto, un difícil. Exigía disciplina, rigor, estudio. Sospechaba del éxito sin esfuerzo”

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Mar del Plata, a pesar del temporal, porque su familia lo esperaba con la mesa preparada para celebrar el aniversario de su nacimiento.

◊ ◊ ◊NICANOR COSTA MENDEZ

(1922-1992) Político y diplomático argentino, embajador de la Argentina en Chile y Ministro de Relaciones Exteriores y Culto,

conoció socialmente a Braun Menéndez

Conocí al doctor Eduardo Braun Menéndez hacia fines de 1946. No fui ni su discípulo ni su coetáneo. Formé parte de un grupo de amigos de sus hijas, sólo uno de nosotros estudiante de medicina, que frecuentábamos su casa y que es-tablecimos con él una amistad verdadera, llena de admiración por su persona. Treinta años han pasado desde que él murió. Mis recuerdos son, naturalmente, algo borrosos en cuanto a los de-talles; son en cambio bien nítidos y precisos en cuanto a su formidable personalidad. No podría ser de otra manera dado el vigor que ella tenía.

Lo recuerdo como un católico militante que no ocultaba ni su fe ni los sentimientos y prin-cipios éticos que ella le inspiraba, pero que no los exhibía agresivamente. No traía la religión a cuento o a propósito de cualquier tema. En todo caso, y esto lo hacía atractivo, no era un beato. Era un humanista cristiano. No habíamos cono-cido otro; ni estoy seguro que hayamos conocido

que siempre eran altamente instructivas para mí. En esos encuentros abordábamos muchos e importantes problemas; la necesaria reforma de la enseñanza secundaria; la reestructuración de nuestras universidades; la metodología más apropiada para estimular el espíritu y la meto-dología de las ciencias en los jóvenes estudian-tes, cómo estimular la investigación científica y tecnológica en el país, etc.

Conversar con Eduardo Braun Menéndez fue siempre para mí muy interesante e instructi-vo. Años después, cuando tuve que exiliarme en el Uruguay por haberme adherido, en términos enérgicos, al manifiesto democrático encabeza-do por el doctor Houssay, Braun Menéndez hacía viajes periódicos a Montevideo y solíamos encon-trarnos para continuar nuestros diálogos, los que siempre eran para mí instructivos y estimulantes.

El CONICET, cuyo creador fue el doctor Bernardo Houssay, surgió de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, la que fue posible gracias a la inestimable parti-cipación del doctor Eduardo Braun Menéndez.

Cuando regresé a Buenos Aires en 1956, tuve la oportunidad de reanudar las conversa-ciones con Braun Menéndez, en las que siem-pre recogía sugestiones valiosas expuestas con contagioso optimismo.

La magnífica personalidad de Eduardo Braun Menéndez terminó su misión en este mundo en un trágico accidente de aviación, en el atar-decer del día de su cumpleaños, hace treinta años, después de haber realizado una agota-dora jornada en pro del desarrollo de la ciencia, llevada a cabo en Buenos Aires. El doctor Braun Menéndez no quiso ese día postergar su viaje a

“Era tolerante con las ideas de los demás y sentía aprecio por los que eran capaces y laboriosos”

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después de él a más de los que se pueden contar con los dedos de una mano.

Su humanismo significaba para nosotros que no era un “bárbaro especialista”, que no dedicaba todas sus horas o toda su vida a com-putar los movimientos que bajo tal o cual es-tímulo podía hacer una rata en un laboratorio.

Su humanismo significaba también que no limitaba sus lecturas a lo que tuviera que ver con su ciencia: recuerdo que en aquellos días leía a Ortega o a Toynbee y se entusiasmaba, como buen hombre de ciencia, con el relato de los viajes de Humboldt. No era un ideólogo cerrado: tenía ideas y no prejuicios. Se inte-resaba por la filosofía y la literatura, o por la edición de buenos libros; vibraba con un poe-ma, había visto la última película y discutía mano a mano con nosotros, que podríamos haber sido sus hijos, y que en algún sentido lo fuimos, de tal manera nos marcó su per-sonalidad, sobre temas deportivos. Nuestro asombro fue total, cuando una noche, inevi-tablemente tardía, supimos que también era un gran pianista.

Eduardo Braun Menéndez era un hombre nuevo, un anticipado, un profesor de vanguar-dia en cuanto al sentido de la enseñanza, en cuanto al significado, ubicación y limites del

conocimiento científico y en cuanto a la “mi-sión” de la Universidad.

Fue un revolucionario porque rompió con mu-chas tradiciones y a la vez lo contrario de un revo-lucionario porque respetó otras tradiciones, quizá más esenciales y permanentes. Su personalidad, su trato, sus conversaciones, su vida cotidiana, eran absolutamente opuestas a aquellas a que estábamos acostumbrados. No era solemne, ni hijo del positivismo, ni retórico. No exhibía su eru-dición ni hacía gala de ella. Era la contracara del asno pomposo. No era distante, ni al hablar sen-tenciaba con el dedo índice como si estuviera en la solemnidad de la clase magistral. Nos hablaba de la Universidad con palabra nueva. Pudo haber sido un médico de éxito o simplemente un admi-nistrador de sus bienes o un deportista. Pero tenía una vocación clara y fue ante todo un investigador y un profesor universitario.

Era joven, bromeaba, reía, sus ojos chispeaban como sus diálogos. No se preocupaba por hacerse escuchar, lo escuchábamos espontáneamente. Era muy afectivo, sin duda, pero no hacía conce-siones fáciles. No perdonaba ni la improvisación ni la charlatanería. En ese pequeño círculo, podía ha-ber caído en la tentación de la demagogia. Nunca lo hizo. Nos reunía en su biblioteca, se sentaba en un gran sofá y nosotros a su alrededor en sillones, sillas o aun en el suelo. No trataba de dictar cá-tedra: preguntaba, siempre preguntaba. Creaba el diálogo fácil y a menudo suscitaba la polémica. Nos exigía, nos obligaba a fundar debidamente las posiciones que asumíamos o expresábamos. Guardaba respeto por todas las opiniones y cui-daba que ninguna personalidad quedara dismi-nuida, de que ningún tímido quedara cortado. De vez en cuando, con todo cariño y excelente humor, tomaba a alguien de “punto”.

“Anhelaba, asimismo, una sociedad libre, sin miedos, exclusiones, sectarismos y prejuicios”

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En la Argentina fácil de aquellos años, era un exacto, un difícil. Exigía disciplina, rigor, estudio. Sospechaba del éxito sin esfuerzo. Su legado fue su conducta, la jerarquía que dio a la vida familiar, el valor moral y existencial que otorgó a la enseñanza y a la investigación, la impor-tancia que concedió a la fidelidad a una voca-ción frente al afán de hacer dinero.

Vivíamos los días del fracaso definitivo y de la derrota de los fascismos; la opción renovadora en la Universidad parecía ser la izquierda marxista o filo marxista; él abría la esperanza de algo distinto.

Quizá no fue un argentino representativo de su época, lo cual en cierto sentido es un elogio. Para quienes lo conocieron fue un arquetipo.

No pudo dar a la Universidad, al país, todo lo que hubiera debido dar. Murió muy joven. Pero a nosotros, a quienes lo frecuentamos en esos años tan decisivos, nos dio muchísimo, no dio todo lo que éramos capaces de absorber, nos dio lo esencial, un sentido distinto de la vida personal, universitaria y profesional. Por eso lo tenemos tan presente.

◊ ◊ ◊HORACIO ENCABO

Médico, neurofisiólogo, jefe del laboratorio del Estudio del Sueño y la Vigilia de FLENI, se desempeñó como docente en la

cátedra de Fisiología de Braun Menéndez

En 1956 el doctor Eduardo Braun Menéndez, que acababa de ser nombrado profesor titular de Fisiología Humana, me incorporó al cuerpo docente de su cátedra. Tenía entonces cincuen-ta y dos o cincuenta y tres años y yo apenas veinticinco. Pasé dos años a su lado. Hoy, ya

a treinta de su muerte, guardo recuerdos que todavía me conmueven.

Encierra este volumen relatos más califi-cados sobre su figura, su trayectoria y su obra que los que pueda dar mi testimonio. ¿Qué vale rescatar, sin embargo, de los encuentros, casi al paso, junto a una mesa de trabajos prácti-cos, o de aquellas charlas también informales en su despacho?

No puede olvidarse que se venía de épocas oscuras, con facultades desquiciadas, profe-sores genuflexos y estudiantes encarcelados. Había que empezar otra vez y Braun Menéndez fue de la partida. Comprometió su lucidez y su fervor en sus mejores proyectos: construir una Universidad que cumpliera con su misión de investigación y docencia (plena de profe-sores full-time que vivieran su jerarquía como una aventura de la responsabilidad, no como el tributo que les debe la comunidad por sus valores intelectuales y de estudiantes con ga-nas de estudiar, bien conscientes del privile-gio que su estado les depara); organizar un Instituto de Fisiología digno de ese nombre (cobijando investigadores con pensamiento original y espíritu crítico, convencidos que la duda más que la certidumbre marca el sende-ro de la sabiduría); crear las condiciones que permitieran el desarrollo científico y tecnoló-gico de un país moderno. Anhelaba, asimismo, una sociedad libre, sin miedos, exclusiones, sectarismos y prejuicios. Reflexión y talento, pasión y entusiasmo, firmeza y energía, volcó Braun Menéndez generosamente por alcan-zar esas metas. A su empeño se debe mucho del salto cualitativo que dieron en esos años la Universidad y la ciencia, demolidas en 1966, una vez más, por la barbarie.

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Sobresalía, por fin, su alegría de vivir –tan bien reflejada en su sonrisa-, raro atributo que impregnaba de una cálida luminosidad sus actividades de todos los días. Fue para mí su mejor cualidad, su magnífica y más genuina forma de trascender. Descuento que su nom-bre ya ha sido vinculado a otros de méritos científicos no inferiores. Yo quiero recoger el del doctor Raúl Carrea, amigo de veras, que compartió con Braun Menéndez parecidas es-peranzas y desventuras académicas. Lleno de proyectos que tampoco pudo concretar, mo-ría solo en su despacho hace ya más de diez años. La imagen de Braun Menéndez debe ha-berlo acompañado. Su retrato, guardado des-de siempre en su escritorio, estaba a su lado. Los dos me dieron sin proponérselo, religioso uno y agnóstico el otro, lo mejor que tenían, el ejemplo de la dignidad, una frente alta y des-pejada y la alegría de vivir.

◊ ◊ ◊FLORENCIO ESCARDÓ

(1904-1992) Médico pediatra, escritor, humanista. Fue profesor de pediatría en la Facultad de Medicina de la UBA de la que fue

decano y vicerrector de la Universidad.

Eduardo Braun Menéndez puede ser evoca-do en cualquiera de sus múltiples facetas de su personalidad. Yo sólo quiero, sin que tal vez me sea posible, invocar la imborrable impresión que me produjo su frecuentación y contacto. Impresión que aún perdura en mí como uno de los grandes acontecimientos de mi vida. Creo y siempre he creído en los hombres, en el total y cabal sentido de la palabra.

Quizá algún vocablo de nuestro feliz idioma nos pueda ayudar a ello. Tal vez integrísimo, que

Poco camino hemos hecho desde enton-ces. Son deudas a su memoria todavía im-pagas, tarea de generaciones presentes y futuras que no habrán conocido la juventud impetuosa que ponía en llevar adelante sus más duras decisiones ni la marcada seduc-ción que ejercía su personalidad, tan peculiar, tan infrecuente en los claustros universitarios. Braun Menéndez era un hombre de buena fe, espontáneo y natural, ajeno a la solemnidad, claro en sus ideas y transparente en sus in-tenciones. Gustaba del diálogo y aún de la con-troversia y la confrontación, que asumía sin descalificar a priori las opiniones adversas, y que hacía suyas si lo persuadían, sin reservas y sin desguarnecer, al mismo tiempo, el espacio íntimo de sus firmes convicciones espirituales. Un hombre de fe, sin atisbo alguno de intole-rancia, de cara al siglo, como no he vuelto a encontrar en mi vida. En tiempos difíciles su coraje lo mantuvo junto a sus mejores opcio-nes resistiendo a quienes lo abrumaban para que se plegara a las expectativas que recla-maba su ámbito social.

“A pesar del tiempo transcurrido veo todavía con profunda emoción la cara de los alumnos, la mirada penetrante pero alegre de Braun Menéndez, todo ello muestra de un testimonio de coraje civil inédito”

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el título doctoral con su tésis sobre Influencia del Diencéfalo y la Hipófisis sobre la Presión Arterial, bajo la dirección del profesor Bernardo Houssay.

Conocí a Eduardo Braun Menéndez cuando era yo ayudante de trabajos prácticos de la cá-tedra de Fisiología, en el viejo edificio de la calle Córdoba. Braun Menéndez trabajaba entonces con el profesor Oscar Orias, en investigaciones sobre el origen de los ruidos cardíacos, con la técnica que Orias había aprendido en el labo-ratorio del profesor C. Wiggers en los Estados Unidos. Sus resultados fueron reunidos en un importante libro: Los ruidos cardíacos en el estado normal y patológico, que mereció un Premio Nacional de Ciencias.

En 1934 cuando comenzaba a trabajar en mi tesis doctoral sobre hipertensión renal, el doctor Houssay me indicó que solicitara a Braun Menéndez bibliografía sobre el tema. Braun Menéndez había intentado estudiar el mecanismo de la hipertensión renal, pero sin éxito, porque no pudo obtener animales hi-pertensos. Había tratado de hacerlo en pe-rros, con una técnica descripta por Pedersen, que consistía en provocar congestión pasiva del riñón mediante la reducción del calibre de las venas renales.

Recuerdo haber oído decir a Eduardo, cuan-do Goldblatt mostró que la reducción del calibre de las arterias renales provoca hipertensión: “¡Pensar que estuve tan cerca de las arterias renales, y no se me ocurrió comprimirlas!”.

Cuando comenzaba mis experiencias sobre hipertensión arterial, Braun Menéndez partió para Londres, para trabajar en el laboratorio del profesor Lovatt-Evans sobre metabolismo

es el superlativo de integro, es decir lo que per-manece entero, lo que no tiene fisuras ni quebra-duras. Otra palabra puede también ser aplicada: inconsúntil, lo que no tiene costura porque está hecho de una sola pieza.

Eduardo Braun Menéndez era así. Había co-sas que no podían pasar en su presencia y otras que se cumplían por el solo hecho de estar él presente. De una pieza, integrísimo e inconsútil.

No creo que haya muchos hombres de quie-nes se pueda afirmar lo mismo. Yo dejo dicho eso de él porque no puedo decir menos

◊ ◊ ◊JUAN CARLOS FASCIOLO

(1911-1993) Médico, profesor de Fisiología en la Universidad Nacional de Cuyo en Mendoza y creador de una importante escuela

de investigación médica en esa institución. Participó con Braun Menéndez en la identificación inicial de la hipertensina

En septiembre de 1986 fui invitado por la Sociedad de Fisiología de Chile a dar una di-sertación en homenaje a Eduardo Braun Menéndez. Me presentó al auditorio, en la ciu-dad chilena de Concepción, mi amigo el pro-fesor Bruno Gunther, diciendo que rendíamos homenaje a un ilustre fisiólogo chileno. Yo me sorprendí, porque aunque sabía que Braun Menéndez había nacido en Punta Arenas, lo consideraba un fisiólogo argentino, nacionali-dad que Braun Menéndez había adoptado.

Braun Menéndez hizo sus estudios secun-darios en Chile y cumplió allí con el servicio mi-litar, como me lo confirmó su hijo, el Padre Rafael Braun Cantilo. Cursó sus estudios en la Facultad de Medicina de Buenos Aires y recibió

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decidimos escribir un libro. A menudo nos re-uníamos en el lujoso departamento de Braun Menéndez para leer los manuscritos, corre-girlos y recibir sugestiones y la aprobación de los coautores.

El libro Hipertensión arterial netrógena por Braun Menéndez, Fasciolo, Leloir, Muñoz y Taquín, apareció en 1943. Tuvo rápida difusión internacio-nal y fue traducido al inglés y al italiano.

Después de su separación del Instituto de Fisiología, el doctor Houssay obtuvo una im-portante donación de la Fundación Sauberán, con la que montó un laboratorio de investiga-ciones en la calle Costa Rica, de Buenos Aires. Inicialmente trabajaron allí, además del doctor Houssay, los doctores J. T. Lewis, V. Foglia, O. Orias y Braun Menéndez, todos con dedica-ción exclusiva.

En el Instituto de Biología y Medicina Experimental, que así se llamó, continuó Braun Menéndez su labor sobre hipertensión arterial, e hizo importantes contribuciones con la co-laboración del profesor U. S. von Euler, que se encontraba en Buenos Aires en su año sabático.

Cuando en 1945, el doctor Houssay fue repuesto como profesor de Fisiología, Braun Menéndez quedó a cargo de la dirección del Instituto y se reintegró a la Facultad como pro-fesor adjunto de Fisiología, cargo al que nueva-mente renunció cuando Houssay, en 1946, fue otra vez separado de su cátedra.

Continuó su labor en el Instituto de Biología y Medicina Experimental, al que se había re-integrado Houssay como director, hasta 1956 en que fue designado profesor de Fisiología

cardíaco. A su regreso había adelantado mis investigaciones y estaba redactando mi tesis.

Mediante el injerto de riñones de perros con hipertensión renovascular a perros normotensos nefrectomizados, habíamos comprobado que el riñón isquemiado vertía a la circulación una sus-tancia de acción presora. El estudio de esta sus-tancia requería obtener una fuente abundante de la misma. Braun Menéndez se interesó en el pro-yecto y pudimos resolver el problema mediante la isquemia aguda de riñones procedentes de perros normotensos. Se asociaron entonces a nosotros los doctores Luis Federico Leloir y J. M. Muñoz, interesados en los aspectos bioquímicos y el re-sultado de esta búsqueda fue el descubrimiento de la angiotensina.

Braun Menéndez fue designado profesor adjunto de Fisiología en 1939 y renunció en 1943, cuando el doctor Houssay fue separado de su cargo por el gobierno militar. También dejamos el Instituto, el grupo que entonces trabajaba en hipertensión: Leloir, Taquín, Braun Menéndez y yo. Como no podíamos por el mo-mento continuar con nuestras investigaciones

“La dedicación exclusiva, las unidades hospitalarias, la creación de institutos, el Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas, Eudeba, etc, salían de su permanente inquietud”

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lo primero era crear centros de investigación de alto nivel y que la reunión de éstos constitu-ye la universidad. Se invierte el proceso, si pri-mero se crean institutos de enseñanza que no realizan investigaciones. Esta posición le creó dificultades cuando se organizó la Facultad de Medicina de la Universidad de Salvador.

Braun Menéndez tenía mentalidad de em-presario y vocación de líder. Promovió numero-sas e importantes iniciativas. Fue cofundador de la Sociedad Argentina de Cardiología, miem-bro fundador de la Sociedad Argentina de Fisiología en 1953 y del Instituto Católico de Ciencias en el mismo año. A su iniciativa en 1945 se creó la revista Ciencia e Investigación y el Acta Physiologica Latinoamericana. Fue fundador y secretario (1946-1948) de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias y miembro del directorio del CONICET desde su creación. Vinculado por lazos familia-res a la Editorial Emecé, dirigió las colecciones Ciencia Divulgada y Maestros de las Ciencias.

Se interesaba por la gente. Recuerdo el caso del secretario del doctor Houssay, el señor Abel Cecci. Cecci era un empleado excepcional, pero sin mayores perspectivas económicas como

de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires.

Cumplió entonces una importante labor re-vitalizando la investigación científica y me-jorando la enseñanza. Colaboró en el libro de Fisiología Humana editado por el doctor Houssay redactando el capítulo de Fisiología renal. Se rodeó de un grupo de jóvenes, a los que inició en la investigación científica, en-tre ellos Scornick, Cereijido y Gerschenfeld. Trabajó activamente en la reorganización de la Universidad de Buenos Aires y fue el eje al-rededor del que giraban las ideas de cambio.

Cuando era una personalidad indiscutida y su labor prometía tanto, ocurrió en enero de 1959 el trágico accidente que le costó la vida, cuando cumplía cincuenta y seis años. El día de su cumpleaños, acompañado por su hija Magdalena, tomó un avión para reunirse con su familia que se encontraba en Mar del Plata. El avión se estrelló en el mar pereciendo sus ocu-pantes con excepción de un sobreviviente.

Tuve la suerte de conocer a Braun Menéndez muy de cerca y admirar su carácter franco y cordial. Era un ferviente católico, casado con María Teresa Cantilo, perteneciente a una fami-lia tradicional católica. El matrimonio se enor-gullecía de sus diez hijos. Decía Eduardo: “Más que la llegada de un hijo me sorprende ver el nacimiento de un adulto en mi familia”.

Braun Menéndez creía que la función prin-cipal de la universidad era la investigación científica. Vino a Mendoza en 1956, invitado para dar una conferencia sobre La función de la Universidad. El título de su disertación Las universidades invertidas, quería significar que

“Profesores y estudiantes empezamos a conocernos y dialogar. El cambio fue posible, esencialmente, por la personalidad de Braun Menéndez”

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deportes y había integrado el equipo de polo “Los Pingüinos”, que con otros familiares re-presentaba el polo patagónico.

Braun Menéndez decía que debíamos disfru-tar de todo lo que la vida nos ofrecía. A veces me parecía que esta actitud hedonística contradecía su fe católica, pero no debía ser así. Apreciar lo bueno que la vida ofrece, creo que no contradice el sentido religioso de la vida.

Fui muchas veces invitado a almorzar con los Braun Menéndez en la mesa donde esta-ba presente su señora y parte de su numerosa prole. Estimo que tuve el privilegio de conocer a Eduardo y a su familia y no pude dejar de la-mentar que su muerte prematura haya privado a nuestro país de una persona que pudo haber realizado tanto por el progreso de nuestras uni-versidades y nuestra patria.

◊ ◊ ◊SARA FERNANDEZ CORNEJO

Médica, dedicada al psicoanálisis, conoció a Braun Menéndez siendo representante estudiantil en el Consejo Directivo de la

Facultad de Medicina

Escribir sobre mis recuerdos del doctor Braun Menéndez no es fácil porque todo lo que surge en mí es marcadamente subjetivo. Pero tal vez esa sea la mejor manera de evocarlo.

Braun Menéndez fue representante de los pro-fesores y yo de los estudiantes en el primer Consejo Directivo de la Facultad de Medicina, después que la Universidad recuperó su autonomía. Ahí lo conocí.

En el curso del año que duró nuestro mandato se desarrolló entre él y nosotros los delegados

empleado de la Universidad. Braun Menéndez le ofreció una importante posición en Emecé que Cecci aceptó, con el disgusto del doctor Houssay. La independencia con que Braun Menéndez ac-tuaba y que alguna vez provocaba recelos al doctor Houssay, era debida, en parte, a su des-ahogada posición económica, que le permitía prescindir de toda retribución.

Era tolerante con las ideas de los demás y sentía aprecio por los que eran capaces y labo-riosos. A pesar de ser un católico practicante y presumiblemente inclinado hacia las propues-tas de derecha, dada su posición económica, sus más allegados colaboradores no eran ca-tólicos, tal vez agnósticos y políticamente in-clinados hacia la izquierda.

Defendía sus ideas con firmeza, era franco y abierto y sus críticas, a veces duras pero nunca ofensivas, le ocasionaron problemas.

Realizaba personalmente sus experimentos, con poca o ninguna ayuda de personal técnico.

Tenía una vasta cultura, le gustaba la música y era un buen pianista. Practicaba

“Nunca buscó ni quiso cargos directivos, solo aceptaba los lugares de trabajo constante y silencioso, solo pensaba en una esforzada tarea pedagógica universitaria”

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no aparecía francamente como tal en el Consejo, flotaba como otro elemento más de distancia-miento, dado que el doctor Braun Menéndez era reconocidamente católico y nosotros reformis-tas. Más tarde reconoceríamos nuestra equivo-cación porque el tema de la universidad privada en nada influía en la posición de Braun Menéndez con respecto de nosotros.

Poder superar ese clima hostil que imposibili-taba cualquier trabajo constructivo, parecía muy difícil y sin embargo se logró. Profesores y estu-diantes empezamos a conocernos y dialogar. El cambio fue posible, esencialmente, por la per-sonalidad de Braun Menéndez. El fue el primero en escucharnos, en la medida que los estudian-tes opinábamos y actuábamos con un sentido positivo, nos aceptaba. Esa actitud libre de pre-juicios fue la primera gran lección del maestro.

Tenía la mirada del investigador para ob-servar lo que ocurría a su alrededor, espíri-tu abierto para aceptar las diferencias si los acuerdos eran sobre cosas básicas y profun-das y grandeza para actuar. Toda su experien-cia en universidades extranjeras la volcaba en la tarea; en la Facultad de Medicina, en la Comisión de Enseñanza y en la Universidad en las comisiones que redactaban el esta-tuto. En todo eso ponía pasión y convicción, lo que sumado a sus otras condiciones per-sonales le daban un liderazgo natural sobre los que lo rodeaban, fueran profesores, gra-duados o estudiantes.

No todo eran rosas con él. Tenía un carácter fuer-te, fácil para el enojo. Fui testigo de algunos de ellos en la Comisión de Enseñanza, porque así como era respetuoso con las ideas y el trabajo honesto, era implacable con la mezquindad y la tontería.

estudiantiles, una relación profunda de afecto y respeto mutuo. Se convirtió en nuestro maestro.

Parece que señalo un hecho banal porque ¿qué tiene de excepcional que un profesor de-venga maestro para un estudiante? Para com-prender por qué lo señalo como algo especial, hay que recrear el clima de la época.

Se inauguraba una Universidad nueva, au-tónoma, que había que construir desde sus cimientos: profesores nuevos, planes de es-tudios nuevos, nuevo estatuto que había que redactar. Todo esto en el marco de una situa-ción particular y es que por primera vez los estudiantes participábamos en el gobierno de las casas de altos estudios.

En la Facultad de Medicina los profesores no simpatizaban con este cambio y en princi-pio mostraron un franco rechazo (eso cambió posteriormente debido fundamentalmente a la actitud de Braun Menéndez).

Nosotros que sentíamos esa oposición, es-tábamos llenos de prevenciones, siempre dis-puestos a la lucha, especialmente con Braun Menéndez que parecía liderar a los profesores. Recuerdo que no se pudo votar al decano, en la primera reunión, porque ninguno de los candida-tos lograba reunir los votos necesarios debido a que tanto los profesores como nosotros no ce-díamos en nuestras respectivas posiciones. Este clima hostil se prolongó durante cierto tiempo.

Por otra parte, en el país se debatía el tema de las universidades privadas. Propiciaban este tipo de universidad los humanistas católicos, en-frentados con los reformistas partidarios de la universidad estatal. Si bien ese enfrentamiento

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más caros a Braun Menéndez, como fue la crea-ción del Instituto Católico de Ciencias.

En la última se describe la activísima parti-cipación de Braun Menéndez en la fundación y organización del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas, cuya obra apenas vio iniciada, cuando falleciera en ese trágico e irreparable 16 de enero de 1959.

1. En octubre de 1943, Eduardo Braun Menéndez se aleja de sus funciones en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires en solidaridad con el doctor Bernardo Houssay, que había sido deja-do cesante como profesor titular de Fisiología junto a decenas de profesores universitarios por haber firmado un manifiesto solicitando “de-mocracia efectiva y solidaridad panamericana”.

Participé activamente en los hechos univer-sitarios de entonces y eso me ligó para siem-pre a las figuras de Houssay y Braun Menéndez, especialmente con este último con quien nos unía una amistad familiar y personal, robusteci-da por una total coincidencia en nuestros idea-les espirituales, democráticos y universitarios.

En 1945 Braun Menéndez es reintegrado a la cátedra, a la que renuncia en 1946, cuan-do el doctor Houssay es dejado nuevamente cesante. Aparte de las tareas en el reciente-mente creado Instituto de Biología y Medicina Experimental en la calle Costa Rica, a Braun Menéndez le preocupaba constantemente el escaso contacto con los alumnos que cur-saban Fisiología en la entonces Facultad de Ciencias Médicas. A raíz de ello un reducido grupo de dirigentes estudiantes en 1947 le propusimos, si junto con Leloir no se harían

Aunque era infatigable, era mucho más que un profesor dedicado y trabajador, era un lu-chador siempre guiado por un profundo senti-do ético; eso hacía de él un maestro. Como tal fue para nosotros un importante interlocutor, un crítico y a veces un contrincante.

Después de tantos años transcurridos, al recordar a Braun Menéndez, vuelvo a sentir la fuerza de su influencia y vienen a mí imáge-nes de él. Lo veo caminar rápido por un pasillo de la Universidad camino a alguna reunión; lo veo en la Comisión de Enseñanza discutiendo tranquilo unas veces, más enfurecido otras; lo veo en una mesa del restaurante Pinet donde solíamos almorzar con el doctor Horne (otro delegado estudiantil) y yo, y las charlas apaci-bles. Lo respetábamos y lo queríamos, por eso no hubo consuelo frente a su pérdida.

Dejó un vacío enorme en la Universidad que lo necesitaba y en nosotros que teníamos tanto que aprender de él.

◊ ◊ ◊JORGE FIRMAT

(1911-1993) Médico, destacado nefrólogo y promotor de las residencias médicas en el país. Mantuvo una estrecha relación con

Braun Menéndez en diversas etapas de su carrera profesional

Mis experiencias universitarias con Eduardo Braun Menéndez pertenecen a tres etapas per-sonales diferentes. La primera de ellas es de mi época de estudiante y coincide con el comienzo de la destrucción de la Universidad Argentina, principio y final de la década del 40.

La segunda corresponde al principio de la dé-cada del 50 cuando nace uno de los proyectos

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de formar institutos de investigación y enseñan-za, que fueran la base de universidades privadas de excelencia y no una fábrica de exámenes y diplomas.

Así en 1952 empezó a tomar forma la idea de fundar el Instituto Católico de Ciencias, don-de Braun Menéndez me invitó a colaborar di-rectamente en la primera etapa y tuve el honor de participar con él en numerosas reuniones entre otros con Monseñor de Andrea, Alfredo Pavlovsky, etc. Pasó el tiempo y el Instituto co-menzó a trabajar; aunque no vi en funciones al Instituto Católico de Ciencias, pude entender la grandeza de espíritu de Braun Menéndez y su profundo sentido universitario. 1952 y 1953 no eran años tranquilos políticamente hablando, pero Braun Menéndez no perdía la calma e in-sistía diariamente en un concepto clave: “En el Instituto Católico de Ciencias van a trabajar los mejores hombres de cada tema con prescin-dencia absoluta de sus ideas políticas o religio-sas”. Y lo miraba sorprendido y él volvía sobre el tema, “Para trabajar en el Instituto Católico de Ciencias no hay que ser antiperonista, hay que ser capaz, solo quiero para el país un cen-tro de la más alta calidad posible y en eso, no entra la política”. Así funcionó el Instituto y sólo comprendí la grandeza de esa actitud de Braun Menéndez cuando Alfredo Lanari se refirió a ella en su discurso en el sepelio de Braun Menéndez en enero de 1959.

3. Nos encontrábamos en Nueva York ter-minando nuestros años de residencia en el Memorial Center y recibo la habitual visita de Eduardo Braun Menéndez cuando concurría a Nueva York. Con gran sorpresa, al oír de mi parte que tenía resuelto volver a la Argentina, pero sin lugar ni proyecto concreto me dijo: “He hablado

cargo de unos seminarios para alumnos de Fisiología que se llevarían a cabo en el Club Univesitario de Buenos Aires. Así se hizo y se utilizó para ello, un pequeño salón comedor cedido a ese efecto por el club.

Leloir y Braun Menéndez dictaban sus cla-ses en horas de la tarde, dos veces por sema-na cada uno. A pesar del tiempo transcurrido veo todavía con profunda emoción la cara de los alumnos, la mirada penetrante pero alegre de Braun Menéndez, todo ello muestra de un testimonio de coraje civil inédito. Alumnos que arriesgaban su estabilidad al concurrir a clases prohibidas, el valor de esos estupendos profe-sores y la valiente actitud del Club Universitario al facilitar sus instalaciones a profesores y di-rigentes estudiantiles proscriptos por el go-bierno de entonces. Esa participación de Braun Menéndez en esas clases es una muestra más de su entrega total a la causa de la Universidad.

2. Transcurría la primera parte de la década del cincuenta y la persistente decadencia de las universidades argentinas de esa época, fueron convenciendo a Braun Menéndez de la necesidad

“La primera conclusión es que no existían dos Eduardo Braun Menéndez, sino uno solo que podía, sin desnaturalizarse, ser simultáneamente el hombre del hogar y el hombre público”

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agradecer siempre todo lo que Eduardo Braun Menéndez significó para el progreso del país en todos sus aspectos.

En el orden personal nos brindó una visión cabal de la Universidad y del hombre íntegro, como padre y amigo, como cristiano, como ciu-dadano, como profesor y como investigador. Coincido con Marcelino Cereijido cuando dice hace poco en Ciencia Hoy: “Braun Menéndez nos falta por todas partes”

◊ ◊ ◊OSVALDO FUSTINONI

(1909-2000) Médico, destacado profesor de Clínica Médica, miembro de la Academia Nacional de Medicina y de la Academia

Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Fue decano de la Facultad de Medicina de la UBA y creador de una importante

escuela clínica

Corría el verano de 1959 cuando en la ma-ñana del 17 de enero nos enteramos con pro-funda congoja del gran accidente de aviación que había ocurrido en la noche anterior.

En él habían perdido la vida Eduardo Braun Menéndez, su hija Maggie y los pasajeros que

con el doctor R. Rawson, Jefe del Departamento de Medicina del Memorial y tenemos un proyec-to muy interesante para Buenos Aires. Nuestra idea es organizar en un hospital público no uni-versitario, con un servicio a cargo de un titular de Clínica Médica con programas de investi-gación en marcha, un sistema de médicos re-sidentes financiado y administrado por una fundación privada, para formar así un Centro de excelencia donde se perfeccionará la edu-cación del graduado y se llevarán a cabo avan-zados programas de investigaciones.

La idea no podía ser más original y atrayen-te y me dijo: “Te harías cargo de todo lo re-lacionado con el primer sistema de médicos residentes financiados privadamente en la Argentina”. ¡Mi emoción no tenía límites; ha-bía nacido de Eduardo Braun Menéndez otra idea nueva!, lo que sería el CEMIC que funcio-naría bajo la calificada y generosa dirección de Norberto Quirno en la ya legendaria Sala XX del Hospital Rivadavia. La idea se concretó y contó con la extraordinaria comprensión y apoyo del ministro Noblía y del presidente Frondizi.

Quiero cerrar estas líneas con una experien-cia vivida con el doctor Echegoyen el día antes del fallecimiento de Braun Menéndez. Concurrimos a visitarlo a la cátedra de Fisiología en la Facultad de Medicina y con la anuencia de Norberto Quirno le propusimos a Braun Menéndez si estaría dis-puesto a ser presidente Honorario del Centro de Educación Médica e Investigación Clínica. Entre indignado y sonriente nos dijo: “¿Honorario? Yo quiero ser presidente ejecutivo, quiero ser parti-cipante directo de esa obra”. Lo que no sabíamos es que esas serían respecto al CEMIC sus pala-bras póstumas y que su sucesor en ese cargo sería Bernardo Houssay. Es nuestra obligación

“Siempre dispuesto al diálogo constructivo, por encima de banderías, con una clara concepción de la educación superior y de la política científica que necesitaba el país”

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Investigaciones Científicas y Técnicas, Eudeba, etc, salían de su permanente inquietud.

Tenía el fuego sagrado de los precursores y dotes excepcionales de ser reunidas en una sola personalidad. Estudioso de clara inteligen-cia, agudo sentido crítico, luchando siempre por causas nobles con carácter indoblegable, y un idealismo por amor a la ciencia a la cual consa-graba todos sus esfuerzos con el fervor de un cruzado. Al poco tiempo de graduado el doc-tor Rafael Bullrich lo nombra director del Primer Dispensario de Asistencia al Cardíaco y jefe del Servicio de Electrocardiografía del Instituto de Radiología y Fisioterapia. Continúa en esta ac-tividad hasta el año 1935 en que se dedica ex-clusivamente a la investigación y a la docencia de alumnos y graduados. Ya anteriormente había publicado su tesis de doctorado que fue laurea-da con el Premio Facultado, donde estudió ma-gistralmente el papel del encéfalo y la hipófisis sobre la presión arterial.

Entre 1934 y 1940 realiza con Oscar Orías trabajos de investigación cardiológica sobre los ruidos del corazón y publica en 1937 un libro sobre esos temas traducido al inglés y edita-do por la Oxford University Press en 1938, hoy un clásico de la cardiología. Estudia luego las ligaduras de las arterias coronarias y el asincro-nismo ventricular con Orías, Bator y de Soldati y más tarde los movimientos cardio-respirato-rios con Vedota. Parte luego para Londres para perfeccionar sus estudios con el profesor Lovat Evans, y realiza trabajos sobre el consumo de ácido pilúrico con Georgy y Chute en 1939.

A su vuelta retoma los estudios cardioló-gicos en el campo de la hipertensión arterial experimental con Fasciolo, Taquín, Leloir y

lo acompañaban, excepto uno, entre los que se encontraban algunos destacados colegas.

La sorpresa y el dolor fueron intensos, se cayeron mis brazos. Había caído con su muer-te el mejor de nosotros: el día anterior en el aula de la Facultad con Alfredo Lanari, Héctor Gotta y otros profesores habíamos estado pla-nificando con él las modificaciones que creía-mos necesarias en nuestra Facultad para lograr las excelencias que Braun Menéndez profetizaba con su entusiasmo y su vitalidad.

Me parecía increíble su muerte, con ello se es-fumaban todos nuestros planes; esa tarde lo ha-bía visto con su figura atlética, elefante, con su cabello entrecano, su vestido impecable, su seño-río y su rápido hablar, con su entusiasmo desbor-dante y su pasión por el bien de nuestra Facultad.

Salíamos de la noche oscura de la demagogia. Todo estaba por rehacerse en nuestra Facultad, un grupo de profesores titulares recientemente nombrados al amparo de una nueva ley universi-taria y otros reintegrados a sus cátedras teníamos la responsabilidad del cargo. Braun Menéndez profesor de Fisiología encabezaba el grupo re-novador, tenía su cerebro lleno de ideas.

Participaba del gobierno de la Facultad, planifi-caba los estudios, volcaba su experiencia adquiri-da en la observación de instituciones extranjeras, discutía las ideas, visitaba los ministros, al presi-dente, y hacía todo cuanto significaba algo para conseguir sus propósitos. No se daba descanso en su afán de conseguir modificaciones y mejo-rar los estudios médicos. Al impulso de su acción las modificaciones propuestas iban siendo rea-lidad. La dedicación exclusiva, las unidades hos-pitalarias, la creación de institutos, el Consejo de

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En 1943 por solidaridad renunció al cargo de profesor adjunto de fisiología que ocupa-ba desde 1942 para acompañar a su maestro Bernardo Houssay, quien había sido declara-do cesante y se funda entonces el Instituto de Biología y Medicina Experimental por iniciativa de cuatro esclarecidos patriotas que deseaban ayudar a la ciencia. Allí trabajó intensamente en su labor de investigador, pero su espíritu inquie-to desbordaba esas funciones. Creó revistas importantes como Ciencia e Investigación y el Acta Physiologica Latioamericana.

Fundó el Instituto Católico de Ciencias y la Sociedad Argentina de Cardiología de la cual fuera uno de sus más activos miembros, así como la Sociedad Argentina de Biología en la que ocupó, durante muchos años, cargos en su Comisión Directiva. Fue igualmente miem-bro titular del colegiado de la Asociación para el Progreso de la Ciencia y presidió hasta su muerte la Sociedad Científica Argentina.

Miembro de la Academia de Medicina a una edad muy joven, como un reconocimiento a la calidad de la labor realizada y con una esperanza que no defraudó, igualmente fue honrado por la designación de miembro titular por la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Tal es, a grandes rasgos, la personalidad mul-tifacético y científica del hombre que hoy da el nombre al Premio QUALITAS 1989. Pero al margen de ella está la personalidad humana de Eduardo Braun Menéndez.

Profesor ilustre, investigador severo, aca-démico por antonomasia, científico profundo, publicista fecundo, pensamiento original y por sobre todo comprometido con su fe, con su país, con la Universidad, con la investigación y

Muñoz. Demostraron que el riñón isquemia-do segrega renina, la cuál actúa como en-zima sobre el hipertensinógeno del plasma (alfaglobulina) engendrando la hipertensión que eleva la presión arterial. Emprende luego investigaciones fundamentales sobre nume-rosos problemas, los cuales fueron reunidos en un libro clásico en 1943, también tradu-cido al inglés.

La fama mundial de estos trabajos le valió invitaciones y las más altas distinciones como la Herezein Lectures de San Francisco, donde la Universidad de California lo nombra doctor Honoris Causa. Fue invitado a exponer su traba-jo en ponencias y conferencias en el país y en el extranjero como ser Córdoba, Montevideo, Río de Janeiro, Londres, París, Columbia, Yale, Harvard, Stanford, Chicago y el Instituto Rockefeller.

Entre 1939 y 1940 realizó importantes tra-bajos con Foglia, sobre la fisiología y farmaco-logía de los corazones linfáticos.

“La oposición de Houssay fue cerrada. Era un equipo demasiado caro: ¡era un lujo! Solo la persuasión de Braun Menéndez, en suaves discusiones privadas con Houssay, logró convencerlo de abstenerse de ofrecer oposición”

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me cabían dudas que lo que se esperaba de mí no era precisamente una apreciación científi-ca del científico. O sea un relato del fisiólogo, con guardapolvo blanco y microscopio negro. En otras palabras, me correspondía más que ponderar experimentos, relatar experiencias.

He tenido el privilegio de conocer a Eduardo Braun Menéndez como persona y como per-sonalidad en la intimidad de su familia y en el proscenio en el que se mueven los grandes hombres de la cultura. La primera conclusión es que no existían dos Eduardo Braun Menéndez, sino uno solo que podía, sin desnaturalizarse, ser simultáneamente el hombre del hogar y el hombre público. Las instantáneas resultan recuerdos que no pierden vitalidad. En ellas se captan gestos sin espera de pose, manifesta-ciones entrañables, que permiten descifrar una vida: su autenticidad y su cabalidad.

Conservé de Eduardo dos fotografías: una que impresionó la retina y quedó solo en el al-bum de la memoria. La otra fue “sacada” pro-fesionalmente y de la película pasó impresa la imagen al papel. Y aún diría que tengo una ter-cera instantánea no revelada aún y que trataré ahora de hacer visible.

Recuerdo a Eduardo, un día lunes, de aque-llos en que semanalmente se reunían a comer por las noches, las familias de los diez hermanos en la casa que había sido de sus padres. Calculo que a la época en que ingresé a la familia los posibles contertulios ascenderían al centenar. El solo Eduardo -sexto de diez hermanos- era padre a su vez de diez hijos. Las generaciones se multiplicaban en nuevos matrimonios y nuevos ascendientes. El esquema y el ritmo de la fami-lia extendida y tan unida merecían singulares

con la patria. Su accionar fue señero y ejemplar. Su paso por la vida fue pleno de realizaciones, siempre estuvo activo y en perfecta vigilia. Soñó con el desarrollo de la ciencia de nuestra patria.

Sus doctorados Honoris Causa, sus vincula-ciones con sociedades e institutos nacionales y extranjeros, la claridad de sus ideas y la hones-tidad de sus fines fueron siempre el norte de sus afanes. Nunca buscó ni quiso cargos directivos, solo aceptaba los lugares de trabajo constan-te y silencioso, solo pensaba en una esforzada tarea pedagógica universitaria. La fuerza de su intelecto estaba en la búsqueda afanosa de la verdad y en el deseo de compartirla: gustó siem-pre rodearse de gente de talento y de juventud ansiosa de saber, su palabra fue siempre recto-ra; su consejo justo y equilibrado.

Católico profundo, supo de la humildad y la caridad cristianas, extraordinario hijo, herma-no, esposo, padre y amigo excepcional. Su linaje entroncado en la vida de sus progenitores, que mucho también hicieron por nuestro país, no lo desmintió con su accionar. Su muerte injusta nos privó de un verdadero universitario, ya que con-sagró a la Universidad el mayor de sus esfuerzos.

◊ ◊ ◊JULIO CESAR GANCEDO

(1923-1992) Abogado, historiador, escritor, periodista y productor de televisión. Fue Secretario de Cultura de la Nación.

Estaba unido por lazos familiares a Braun Menéndez a quien conoció muy bien.

Cuando en una sesión de la Academia del Plata, su presidente, Alberto C. Taquini me adelantó que el decano de la Facultad de Medicina de la U.B.A. habría de solicitarme una semblanza de Eduardo Braun Menéndez, no

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de los decisivos autores. Estaban en ella, entre otros -siempre inseparables- Bernardo Houssay, Eduardo y Luis Leloir a quien debo reconoci-miento por haberme honrado, años después, aceptando la presidencia de mi Consejo Asesor, la última vez que fui Secretario de Cultura. Agradezco a Dios el haber participado -todavía treinteañero- en esa reunión que cupo en la fo-tografía, cooperando con ese grupo emprende-dor de admirables científicos argentinos.

Eduardo Braun Menéndez ya era el laureado de los premios nacionales y el presidente de la Sociedad Científica Argentina. Y sobre todo el maestro que rebasaba al profesor.

Creo que no es conocido el hecho que me refi-rió ese patriarcal Ministro de Educación que fuera don Luis Mac Kay. Al concretarse la libertad de en-señanza y crearse, en consecuencia las universi-dades privadas, se instituyó la Inspección General de Universidades Privadas. El titular debía ser el doctor Eduardo Braun Menéndez, no podía ser otro. El cargo se creaba para el. El accidente aéreo en que perdió la vida dejó una vacante insalvable. Mac Kay me confesó que por ello acordaron con el presidente de la República que el cargo no debía ser cubierto y que el propio ministro -sin dejar de serlo- para marcar la jerarquía del tema, asumi-ría la función. Por esos lineamientos del Plan de Dios que parecen enmarañados en el plano de los hombres, antes de renunciar el ministro Mac Kay, haciéndome mil recomendaciones -yo me acordaba de Eduardo- me confió sus preocupa-ciones y me puso a cargo de la repartición, para que la preservase de todo lo que pudiera desvir-tuarla. Se comprenderán las distintas perspecti-vas que se me brindaron para apreciar a Eduardo, el tío de mi mujer, y el doctor Braun Menéndez el talentoso universitario, maestro de la cultura,

mecanismos de imaginación y el humorismo de Eduardo. Se le ocurrió editar un pequeño perió-dico, que el mismo se encargaba de redactar, con las noticias indispensables para “estar al día“. El periódico tenía todas las secciones tra-dicionales: deportes, sociales (con sus viajeros y “guarda cama“) novedades y celebraciones de todo tipo y hasta competencias con premios. Lo estoy viendo ahora -en este ahora que viene sin despegarse de entonces– de pié, retiran-do la silla para sentarse a la mesa principal con el ejemplar del primer número en la mano. La sonrisa que nunca le abandonaba parecía des-bordársele. Tenía un mueble de casa que, a mi juicio, más correspondía a su modo de ser; era el sillón cómodo y bien iluminado que tenía so-bre uno de sus brazos un atril giratorio. Allí podía ponerse los anteojos y prolongar la lectura. Pero también con un ademán complaciente retirar el atril y convertirse, Eduardo, en el anfitrión cordial.

La otra fotografía, la tangible y brillante, la tuve enmarcada siempre en mi escritorio y me acompañó en los transitorios despachos, has-ta que me la pidió Venancio Deulofeu para ilus-trar una publicación de historia de la ciencia. Se trataba de un instantánea tomada en la prime-ra reunión del recién creado Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas del cual había sido Eduardo Braun Menéndez uno

“La cosmovisión actualizada de Braun Menéndez era expresión de su vocación universitaria, es decir, universal”

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que no empañaba su simpatía para con todos. Sobresalió hasta en las cosas más corrientes y en todas las dimensiones del amor. Con su ejemplar compañera constituyó un hogar sóli-do. Paternal, filial y fraternal: amigo sin fronte-ras. Era un hombre de Fe; y también de buena fe.

Podía ocurrir que llegase a una casa y viendo un piano, mientras esperaba al anfitrión, natu-ralmente se sentase a ejecutar una escocesa de Chopin, por ejemplo. Era eximio pianista. Leía música con una sorprendente pero en él lógica agilidad mental. En su hogar interpretaba con sus hijas a dos pianos o en uno a cuatro ma-nos. Era un humanista cabal. Vivió y murió en familia. Precisamente por ir a celebrar con su familia su cumpleaños, viajó aquel 16 de enero a Mar del Plata. No murió solo. Su hija Maggie le acompañaba en ese viaje trascendente.

◊ ◊ ◊ROLANDO GARCÍA

(1919-2012) Doctor en Física, destacado científico que desarrolló una intensa actividad de investigación en México. Con anterioridad y como decano de la Facultad de Ciencias Exactas

Físicas y Naturales de la UBA alentó una transformación profunda de las estructuras de esa facultad y de la Universidad de la que

fue vicerrector, oportunidad en la que conoció a Braun Menéndez

Mi relación con Eduardo Braun Menéndez fue estrictamente institucional, pero generó un gran respeto y un alto aprecio personal. En sus comienzos, todo hacía suponer que sería-mos fuertemente antagonistas. Para explicar cómo llegamos a insospechadas convergencias necesito referirme al contexto dentro del cual surgió esa relación. Con la designación de José Luis Romero como rector interventor, en 1955, la Universidad de Buenos Aires inicia un período de transformación académica que cobra impulso a

cuya personalidad como modelo y objetivo habían acuñado el cargo que implicaba tan honrosa y por eso pesada carga. Al escribir estas líneas advier-to que, curiosamente, la cercanía no dificultaba la valoración de su estatura moral e intelectual.

A cualquier distancia se le veía entero. Lamento por su temprana y abrupta muer-te, no haber podido aprovechado más de su talento y su afecto, que no se desengancha-ban el uno del otro. Pienso que Eduardo Braun Menéndez, así como más que profesor era maestro, también sobrepasaba los límites de la ciencia, camino de la sabiduría.

El repetido ejercicio de la pesquisa de la rea-lidad no impedía su dación generosa. Tal vez porque había comprendido que la Verdad y el Amor eran una misma cosa. No tenía una in-teligencia criptica: una cara hermética. Por el contrario, la inteligencia le modelaba el rostro y se escapaba por los ojos. Retenía en sus faccio-nes la alegría vital del científico en el momento en que descubre. Daba la impresión de haber nacido para infinitos descubrimientos.

Era el mismo Eduardo de siempre. Brillante. El que jugaba tenis y golf y polo obteniendo handi-cap y trofeos. Elegante, sin preocupación por la elegancia. Su señoría cabal lejos de endurecerlo le hacía allanarse en el trato, sin perder calidad.

Evidenciaba tener una visión integral de la vida. Como buen científico no tenía prejuicios. Pero juicios, si: y firmemente arraigados. Le es-pantaban los sectarismos. Poseía ideas claras y concretas. Se había definido con respecto a la vida, la ciencia, la universidad, los organis-mos culturales y las academias. Estaba firme-mente parado. Con una seguridad para todo,

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(1921) Retrato

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(1922) Durante el servicio militar en Chile

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1918, pero que coincidía más en los “no” que en los “sí”: no al poder de la oligarquía; no a dejar la educación en manos del sector privado; no a la injerencia confesional en la universidad ni en la política; no a la dependencia política, económi-ca, científico-tecnológica y cultural. El “sí” que más nos unía era nuestro afán de construir una Universidad que fuera el foco científico y cultural del país. Contra nosotros se desarrollaron extra-ñas alianzas de los otros sectores. Fue una ex-periencia interesante, pero asombrosa, ver cómo en el Consejo Superior, la fracción más derechis-ta apoyaba con sus votos a los representantes de estudiantes y graduados pertenecientes al sector de izquierda mencionado, cuando éstos se lanzaban contra las propuestas nuestras que calificaban de “cientificistas”. También se aliaron oligarquía y humanismo cuando luchamos con-tra la privatización de la enseñanza.

La lucha interna tuvo momentos de mucha dureza, y llegó a extremos tales como la visi-ta de un conspicuo decano a la embajada de EE.UU. para pedir que nos negaran las visas porque éramos todos comunistas.

Dentro de ese panorama –que no es posi-ble aquí describir con más precisión– se des-tacó con singular relieve la figura de Braun Menéndez, cuya muerte prematura fue una verdadera catástrofe para la Universidad y para la vida científica del país. Un análisis su-perficial, basado en la sola consideración de su extracción social, su posición económica y su conocida militancia religiosa, lo hubie-ran sindicado como un adversario poderoso e irreconciliable. Varios años de experiencias compartidas tanto en la Universidad como en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas nos mostraron una

partir de la recuperación de la autonomía y que habría de concluir con el brutal atropello –pleno de simbolismo– de la llamada “noche de los bas-tones largos”, un mes después del “Onganiazo”.

Fue un período de febril actividad, creativo, turbulento. Con esa turbulencia que asusta a los lacayos de los regímenes “fuerte”, quizá porque ha sido parte inherente de la vida uni-versitaria en los países de nuestro continente, en los períodos de lucha por una transforma-ción social y política.

Fue, sin embargo, un período de enfren-tamiento entre sectores con distintos obje-tivos sociales, políticos y académicos. Hubo un sector que añoraba la universidad elitista de la oligarquía. Hubo un sector confesional, sólo parcialmente coincidente con el anterior, con un amplio espectro que incluía émulos de Savonarola, pero que luego generó los grupos progresistas del Movimiento Humanista. Hubo, también, sectores activistas de una izquierda de congénita miopía, que confundía universi-dad popular con universidad mediocre y go-bierno democrático con discusión permanente e indecisión compartida.

Frente a dichos sectores existía un amplio grupo un tanto heterogéneo –al cual tuve el ho-nor de pertenecer– que se identificaba vagamen-te como heredero de la Reforma Universitaria de

“Para Braun Menéndez, una Universidad debía crecer a partir de sólidos grupos de investigación”

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recuerdo con asombro, del papel que hoy jue-gan las computadoras en la vida cotidiana de la investigación científica.

El segundo episodio que deseo referir me permitió conocer aspectos más profundos de su personalidad. En momentos en que se desarrollaba la Asamblea Universitaria para redactar lo que sería el Estatuto de la Universidad de Buenos Aires, alguien vino a verme apresuradamente y me sacó del recin-to para anunciarme que el arquitecto Babini –Secretario de la Presidencia de la Nación– tenía listo para entregar al presidente Arturo Frondizi el proyecto de ley que contenía el que sería el famoso artículo 28 de apoyo a la ense-ñanza privada. Casi automáticamente volví a la Asamblea y le pedí a Braun Menéndez que sa-liera porque tenía que comunicarle “una grave noticia”. Ya afuera, le expliqué lo que ocurría y le dije poco más o menos (con una vehemen-cia bastante agresiva): “Vea Braun Menéndez, temo que aquí nuestros caminos se separen. Esto va a generar una lucha que puede para-lizar la Universidad. Si ustedes empujan este proyecto, harán un daño irreparable al desa-rrollo científico del país”. Mi “ustedes” se re-fería obviamente al sector católico militante, lo que molestó a Braun Menéndez quien con-testó secamente: “Usted se equivoca con res-pecto a mi opinión. Le propongo que vayamos juntos a la Casa de Gobierno”.

personalidad de muy distintas característi-cas. Siempre dispuesto al diálogo construc-tivo, por encima de banderías, con una clara concepción de la educación superior y de la política científica que necesitaba el país, Braun Menéndez fue para nosotros el inter-locutor obligado y el mediador de indiscutida autoridad en los momentos de tensión que vi-vimos en ambas instituciones. Imposible rese-ñar aquí las múltiples ocasiones en las cuales Braun Menéndez impuso su juicio sereno, des-brozó el camino y logró entendimientos. Sólo mencionaré dos episodios típicos.

En el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas se reflejaban con fre-cuencia las luchas universitarias. No había allí estudiantes ni graduados, pero sí un re-presentante de las Fuerzas Armadas. Grosso modo, la polarización se daba entre el “gru-po Houssay” y los miembros provenientes de Ciencias Exactas e Ingeniería, con algunos entrecruzamientos. Las discrepancias tenían ribetes políticos, pero estaban centradas en distintas concepciones de la política científica nacional. Las tormentas podían tener diversos detonantes. Una de ellas estalló cuando en la Facultad de Ciencias decidimos adquirir una computadora, ¡la primera computadora de uso científico que tendría el país! y propusimos que el Consejo contribuyera con la mitad del costo. La oposición de Houssay fue cerrada. Era un equipo demasiado caro y no era imprescin-dible para la investigación científica: ¡era un lujo! Solo la persuasión de Braun Menéndez, en suaves discusiones privadas con Houssay, logró convencerlo de abstenerse de ofrecer oposición (aunque no de apoyar la propues-ta). La exposición de Braun Menéndez sobre este tema fue una acertada predicción, que

“Era el refinado estilo y señorío de Braun Menéndez, era su cultura superior la que atraía”

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sabiendo que difícilmente podría atravesar el frente que avanzaba en el centro de la provincia. La respuesta me sumió aún más en la conster-nación: “Nosotros le advertimos al piloto, pero nos dijo que tenía órdenes estrictas del doctor Braun Menéndez de salir cualquiera fueran las condicio-nes del tiempo, porque tenía un aniversario fami-liar del cuál no podía estar ausente”. ¿Qué fue lo que le impulsó a tanta temeridad? ¿Confió, aca-so, en una Providencia que lo protegiera por enci-ma de las leyes físicas de este mundo terrenal?1

1 La hipótesis acerca del accidente aéreo planteada en este texto, que también circuló en su momento en diversos círculos, no coincide con la evidencia. La rigurosa investigación consecutiva a todo accidente de esta naturaleza que se realiza para determinar sus causas, siguiendo normativas y patrones internacionales, fue realizada en este caso por la Junta Investigadora de Accidentes de Aviación Civil (puede ser consultada en http://www.prevacc.org/informes/19590116.pdf). Ese informe, descartando de manera categórica la hipótesis que sostiene que el vuelo no debería haber salido debido al mal tiempo, sostiene que: “El despacho no tiene objeciones en el aspecto reglamentario del Plan de Vuelo y la salida de la aeronave” y que “el vuelo podía realizarse”. De hecho, una aeronave de Aerolíneas Argentinas aterrizó en Mar del Plata poco antes del accidente. Como causas del accidente el informe consigna: "No ajustarse el piloto al mando, durante una operación de escape, al procedimiento de vuelo por instrumentos, intentando continuar visual de noche y en condiciones meteorológicas adversas, permitiendo que la aeronave perdiera altura hasta tocar con la superficie del mar, siendo causas concurrentes: 1. Error de cálculo durante el procedimiento de aproximación por instrumentos, por falta de familiarización del piloto al mando con el aeropuerto, en esta clase de operación. 2. Probable estado psicológico temporal derivado de la situación crítica a la que estuvo sometido el piloto, que afectó su capacidad y pericia. 3. Radiobaliza fuera de servicio y balizamiento precario para el estado del tiempo imperante en el momento de la aproximación y 4. Deficiente despacho operativo de la aeronave, por parte del explotador". Señala además que "la empresa debió seleccionar una tripulación perfectamente familiarizada con la ruta y el aeropuerto,” condiciones que no cumplía el piloto. (Nota de los editores)

Fuimos. Una vez allí, el arquitecto Babini se convirtió en una barrera infranqueable para ver al presidente y tuvimos que contentarnos con dia-logar con él. Fue Braun Menéndez quien llevó la ofensiva, con argumentos más duros y más in-cisivos de los que yo hubiera sido capaz de usar. Habló con una vehemencia que no le conocía, de la “trampa” que significaba calificar de “libre” a la enseñanza privada; se refirió a un conocido rector de una universidad confesional (“quien sin duda está empujando todo esto”) en términos violenta-mente condenatorios; e hizo un claro diagnóstico que concluyó con un certero vaticinio: “Si ustedes piensan que de las universidades privadas puede venir alguna contribución al desarrollo científi-co y tecnológico que tan urgentemente necesi-ta el país, se equivocan completamente, porque ellas sólo impulsarán las carreras fáciles, de me-nor costo y que les rindan más beneficios”. Braun Menéndez no fue escuchado, pero la historia pos-terior le dio la razón.

Para concluir esta nota, permítaseme expli-car por qué considero que la suya fue una muer-te insensata. Como es sabido, el accidente que le costó la vida fue ocasionado por una tormenta que arrojó al mar el avión en que viajaba. Cuando supe la noticia llamé a uno de los meteorólogos de Ezeiza, que había sido alumno mío y práctica-mente lo inculpé por haber dejado salir el avión,

“Entre quienes lo conocieron, de cerca o de lejos, ha quedado una semilla de gran poder de germinación”

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Anatomía Patológica con el doctor Eduardo Llosa, titular del servicio del Hospital de Mar del Plata, con lo cual viví en toda su macabra realidad la identificación de los cadáveres en la morgue de dicho hospital). Por otra, por la frac-tura brusca de ilusiones, ideales, perspectivas, que contaban a la figura de Braun Menéndez como centro de un movimiento renovador en la Universidad, particularmente para quienes nos enrolábamos en el Humanismo.

Ante la necesidad de ser escueto, quiero rescatar dos hechos que resaltan de los re-cuerdos de conversaciones y reflexiones de Eduardo Braun Menéndez. Uno de ellos se re-fiere a la huelga médica motivada por un con-flicto con la UTA (Unión Tranviarios Automotor), huelga motivada por algún motivo importante que no retengo, pero sin duda muy cargada de tensión emotiva, pasional e ideológica, típica de esos años de la política argentina; es decir, motivación gremial cierta, pero tinte politizado agregado sin duda. Dicha huelga fue la movi-lización más dura y prolongada que efectuó el gremio médico en la Argentina, particular-mente el de Capital Federal. Duró varias sema-nas y tuvo períodos críticos con abandono de guardias y medidas de fuerza intransigentes. Braun Menéndez, al igual que Lanari, solidarios con los planteos que pudieran hacer los médi-cos en el plano gremial y profesional, no acep-taban que un universitario usara la medida sindical del paro para expresar sus conviccio-nes. Braun Menéndez no podía concebir que un médico efectuara huelga, máxime de esa magnitud, y que las corporaciones gremiales sancionaran a quien no se plegara a ella. El médico se debía a su juramento, a su digni-dad profesional, a su investidura, a su honor, a su raigambre universitaria, que lo colocaba en

FERMÍN GARCÍA MARCOSMédico, dedicado a la cirugía e interesado por la historia de la medicina y la bioética, colaboró en el CONICET y fue Secretario

de Ciencia y Tecnología de la Nación. Conoció a Braun Menéndez como representante estudiantil en el Consejo Directivo de la

Facultad de Medicina

Entre los años 1958 y 1959 pasaron por el Consejo Directivo de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, varios profesores y deca-nos que conformaron un grupo de hombres, no sólo caracterizados por su prestigio y ca-pacidad en el ejercicio profesional y docente, sino por su vocación por los temas universita-rios y su compromiso con los temas de fondo del país; este grupo estaba constituido, entre otros, por Escardó, Munist (ambos decanos), Alfredo Lanari, Bonhour, Belbey, Héctor Gotta y Eduardo Braun Menéndez; sus opiniones, el estilo personal de cada uno, su carácter y su imaginación creadora, son cualidades que pro-dujeron gran impacto en el entonces Consejero Estudiantil por la minoría en representación de la Agrupación Humanista de Medicina. De todos ellos, Gotta, Lanari y Braun Menéndez ejercieron particular atracción sobre toda la bancada es-tudiantil, tanto Reformistas como Humanistas, lográndose una comunidad de trabajo armó-nica, centrada en el objetivo de modernizar y actualizar la enseñanza y la organización de la Facultad. Motivos de diversa índole, entre ellos la comunión en un mismo credo religioso, aproxi-maron más al Humanismo la figura de Eduardo Braun Menéndez, pudiendo así aprovechar su experiencia y su capacidad para asesorarnos en temas universitarios y de educación médica.

La muerte de Braun Menéndez, que me sor-prendió en Mar del Plata durante mis vacacio-nes, fue doblemente trágica. Por una parte la cercanía al drama (yo repasaba por entonces

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(1926) Con su futura esposa, María Teresa Cantilo

(1926) Durante la ceremonia de su casamiento religioso

(1925) Con amigos en la rambla de Mar del Plata

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estatal, defendido a su vez por la concepción reformista consolidada en Cordoba en 1918. En este aspecto, como en el anterior, Braun Menéndez demostró su independencia de cri-terio y su objetividad. Recordamos que podía justificar las aspiraciones gremiales médicas, pero no la huelga. En este caso, el defensor de la Universidad privada, también tenía un juicio ponderado e imparcial, frente a la pululación de supuestas universidades amparadas por la legislación, pero sin nivel académico y creadas en función de objetivos o intereses sectoria-les o económicos. Para Braun Menéndez, una Universidad debía crecer a partir de sólidos grupos de investigación, era necesario primero consolidar bases de rigor académico, confor-mar una escuela de pensamiento, ya sea en las ciencias naturales o en las humanidades, pero que fuera el germen que, al igual que la “Universitas” medieval, surgiera, por propia gravitación y prestigio una futura Universidad cimentada en la investigación de la verdad, la difusión del saber, la reflexión filosófica, la transmisión de conocimientos profesionales, la vida académica, que es la vida interior de la casa de altos estudios. Ese esquema era el opuesto a muchas nuevas universidades que

otro estamento, incapacitado por motivos éti-cos de efectuar una huelga como mecanismo de protesta. Por ese entonces el tema era de actualidad internacional pues se habían pro-ducido medidas de fuerza prolongadas simi-lares, por conflictos con la Seguridad Social en Italia, Bélgica y Francia, creo que también en Gran Bretaña. El tema estaba sobre el tapete e invitaba a la reflexión ¿puede el médico, por motivos gremiales, hacer huelga, no concurrir a los hospitales públicos, abandonar las guar-dias y mantener su atención, aún gratuita, en su consultorio o lugar privado de trabajo? El paro médico en la Argentina duró más de un mes, no recuerdo cómo terminó, pero Braun Menéndez era irreductible: el compromiso éti-co del médico, más allá de que tenga razón o no, más allá de la legislación positiva, lo inha-bilita para recurrir a la huelga como forma de lucha gremial.

El otro tema que deseo resaltar es la opinión de Braun Menéndez sobre las Universidades privadas. Por esos años se produjo la gran polémica parlamentaria so-bre la legislación que reconocía la existen-cia de dichas Universidades, polémica cerril que trascendió a los claustros y a la calle durante varios meses, llevando al enfrenta-miento de sectores divididos en torno al tema: Laicistas y Reformistas por un lado, Católicos y Humanistas por otro. El tema de fondo era la libertad de enseñanza y todo lo que en torno de ella gira. Es obvio que Braun Menéndez era un apasionado defensor y un teórico militante de la libertad de enseñanza y de la participa-ción privada en la creación de universidades, razón por la cual era uno de los mentores del movimiento Humanista Universitario, que te-nía como bandera la lucha contra el monopolio

“Braun Menéndez sabía manejar jóvenes entusiastas, que nunca faltaron a su lado. Era amplio y generoso y eso comprometía lo mejor de nosotros”

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privada en la Capital Federal o en algún otro lugar de la República.

Estos dos temas podrán ser juzgados treinta años después con el criterio personal del lector. Son dos temas transcendentes y de permanen-te actualidad. Braun Menéndez demostraba su independencia de criterio y su formación pro-funda como universitario, categoría esta última que imprime carácter, que brinda estilo, que da señorío y que lamentablemente hoy se ha ol-vidado por los egresados de las universidades, convertidos en profesionales súper especiali-zados que ignoran todo aquello que escapa a su campo de trabajo y práctica.

La cosmovisión actualizada de Braun Menéndez era expresión de su vocación uni-versitaria, es decir, universal: fisiología, medi-cina general, política, temas internacionales, educación médica, temas educativos genera-les, veterinaria, caballos, música, literatura, etc. Mi último recuerdo fue un desayuno de trabajo en su casa de la calle Ayacucho, al día siguiente de su regreso de uno de sus viajes a Europa; el tema que dio comienzo a la reunión, antes de tratar los específicos de política universitaria que motivaban la consulta, fue un “best seller” que había venido leyendo en el avión: doctor Zhivago de Boris Pasternak, reciente Premio Nobel de Literatura. Los comentarios de Braun Menéndez trascendían el contenido de la obra. Se explayó sobre el futuro del régimen soviéti-co, la crisis en que entraría Moscú, la fuerza de la vieja Rusia latente en el pueblo, el folklore, las tradiciones, la religión, etc. Temas de ac-tualidad hoy, más que hace treinta años, pero que demuestran la perspicacia de observación y reflexión de un universitario cabal, preocupa-do por su profesión, pero también por lo que

aparecían, las cuales desvirtuaban las misio-nes clásicas comentadas por Ortega y se cen-traban en un solo objetivo: la formación de profesionales prácticos; es decir, universida-des para la producción y consumo de profe-sionales sin vida y rigor académico, que quiere decir, sin vida de reflexión filosófica o de in-vestigación, desvirtuación profesionalista que relegaba a segundo plano la investigación y el saber desinteresado, propio de la vida acadé-mica del concepto clásico.

Eran años de crisis y transformación y la Argentina debía buscar esquemas y modelos de excelencia, no aceptar la proliferación de malas casas de altos estudios profesionales que no tenían planteles mínimos de profeso-res que carecían de vida académica, que no hacían investigación, que no tenían bibliote-cas, que no poseían infraestructura edilicia o de laboratorios, etc. La escala de valores de Braun Menéndez en este tema exigía la in-vestigación básica y la calidad docente como puntos de partida no negociables, aun cuando existieran otros motivos que hicieran conve-niente la creación de una nueva Universidad

“Su abrupta y prematura desaparición privó a la Academia Argentina de un líder que, sin duda, le habría ahorrado algunos de los momentos difíciles que luego tuvo que sufrir”

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y a quienes tomar como modelo. El profesor Braun Menéndez fue un sólido pilar en el cual pudo afirmarse, sin distinción de ideas, lo mejor de la juventud universitaria argentina.

Luchador incansable y optimista, bastaba conocerlo para afirmarse en su honestidad, y conversar con el, para comprender que el fue-go de sus ideas, surgía de profundas y serias convicciones. Su presencia en la Universidad, el respeto que todos teníamos de su palabra, modificó, con sentido positivo y en más de una circunstancia, la marcha y el destino de la institución. No voy a decir de sus virtudes de gran científico o extraordinario fisiólogo. Voy a decir, sí, de su cualidad de hombre ín-tegro, cuyos claros fines, cuya transparencia de vida nos impulsó a respetarlo y cuyo fervor joven y personalidad llena de amor nos llevó a quererlo y a desear contagiarnos diariamen-te de la pureza de su espíritu. En este mundo difícil que afrontamos, los jóvenes argentinos queremos rendir nuestro homenaje, no ocultar nuestra gran pena desnuda, frente al hecho que nos priva de la realidad física de un maes-tro de vida, de un compañero aventajado, que nos enseñaba todos los días, que los hombres fueron hechos para amarse y comprenderse,

trasciende. Era el refinado estilo y señorío de Braun Menéndez, era su cultura superior la que atraía, pues formaba parte de los ideales que un estudiante de aquel entonces se hacía de lo que debe ser un médico, un profesor de la Facultad de Medicina. Unía indisolublemente su universalidad con su especialidad en la fisiolo-gía, las unía en un común espíritu académico que abarca, para el hombre culto, el cosmos con la realidad inmediata, centrado a su vez en una profunda fe religiosa.

Para un estudiante de quinto año de medi-cina, los modelos humanos de sus profesores son insustituibles como paradigma. Para no-sotros, Consejeros Estudiantiles de aquel en-tonces, tanto humanistas como reformistas, a pesar de nuestras disidencias y discusiones en el plano teórico o ideológico, hombres como Lanari, Gotta y Braun Menéndez imprimieron convicciones universitarias difíciles de erradi-car. Hoy nos ha tocado recordar al que, por ra-zones de fondo y de forma, por convicciones e ideales comunes, más cerca estuvo de quienes militábamos en el Humanismo de ese entonces.

◊ ◊ ◊BERNARDO HORNE

Médico, psicoanalista que desarrolló gran parte de su carrera en el Brasil. Es Analista Miembro de la Escuela Brasileña de Psicoanálisis

y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Se vinculó a Braun Menéndez cuando fue delegado estudiantil al Consejo Directivo de la

Facultad de Medicina

Los jóvenes hemos necesitado siem-pre crear, construir cosas buenas, para ir-nos construyendo a nosotros mismos. Y ese trabajo incesante hace necesario derrumbar diariamente viejos mitos y hace necesario tam-bién, encontrar valores en quienes apoyarse

“Nos contestó que su deber y responsabilidad era promover la formación de jóvenes investigadores, que el país necesitaba de ellos y no gobernar la Universidad”

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(1926) A bordo del Almangora durante su luna de miel

(1954) Durante un viaje por los fiordos fueguinos(1927) Jugando al fútbol

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(Años 20) Retrato

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que como cierta vez me confió, se la debía a sus padres y a su hermano mayor. Tuvo en Houssay el ejemplo luminoso de un maestro para seguir en su carrera científica y en Oscar Orías el investi-gador joven que enseñaba con el ejemplo, como se forma lentamente, casi con dolor, el verdadero hombre de ciencia. Tuvo la tremenda experien-cia, pero también una gran fuente de enseñan-za, de observar cómo los valores verdaderos son desplazados y relegados por estas tormentas de inmadurez que todavía existen en estas tierras de Sudamérica, tormentas que sólo los miopes mentales pueden creer que sean permanen-tes. De esta tormenta salió Braun Menéndez con más fe aun en los jóvenes y más decidido a darse totalmente con entusiasmo inagotable.

Su firme convicción religiosa, la rigidez éti-ca de su conducta nunca se vieron perturbadas por la intolerancia respecto a las ideas o aun a las acciones de quienes no estaban en su línea. Recuerdo que en una carta, contestación a una mía escrita en 1954 desde los Estados Unidos, en que le reprochaba su benevolencia para juz-gar a quienes estaban diametralmente alejados de su pensamiento, carta un tanto melancólica y serenamente triste, me decía que no se corrige tanto criticando como tratando de comprender.

Es fácil ser tolerante por indiferente, por es-cepticismo filosófico, pero Braun Menéndez,

y para luchar diariamente de sol a sol por un mundo donde se pudieran sentir cómodos los hombres justos, por una Universidad donde la verdad caminara con la frente alta por aulas y corredores.

Si tuviera que evocar la persona del profesor Braun Menéndez en una sola frase, no podría coordinarla. Tendría que decir palabras sueltas, cargadas de cariño.

Tendría que decir: Calor, Justicia, Amor, Confianza, Descubrir.

Tendría que decir: Valor, Hermano, Amigo, Hombre.

◊ ◊ ◊ALFREDO LANARI

(1910-1985) Médico, uno de los clínicos más destacados del país y promotor de la investigación clínica en el Instituto que creó y que lleva su nombre. Académico de Medicina e influyente figura

en la enseñanza de la medicina en el país, compartió muchos años de actividad con Braun Menéndez. Lanari fue uno de los

amigos más dilectos del doctor Braun Menéndez. Compartieron demasiados ideales y demasiadas aventuras como para

prescindir del Braun Menéndez visto por Lanari. Estas son las palabras que pronunció al despedirlo en 1959.

Los profesores de la Facultad de Medicina me han confiado la misión de despedir al mejor de nosotros. “Un hombre no es más que otro hom-bre si no hace más que otro” decía el Quijote y Eduardo Braun Menéndez hizo más y mejor que todos nosotros. Hizo más y mejor no por la legíti-ma y a veces loable ambición de sobresalir, pues no aspiraba a posición jerárquica alguna, sino por una pasión permanente, a veces obsesiva, de mejorar el ambiente, de lograr que cada ser humano se encontrara a sí mismo, de recordar a cada uno que siempre hay una honrosa misión que cumplir en una comunidad.

Braun Menéndez tenía capacidad intelectual para hacerlo y una magnífica educación integral

“El doctor Eduardo Braun Menéndez ha sido uno de los hombres más excepcionales que he conocido”

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Braun Menéndez en su acción diaria nos ayudó en mil formas. El recuerdo de su figura simbólica nos seguirá ayudando. Al tratar de seguir sus huellas encontraremos el camino que nos hará mejores de los que hemos sido y su ejemplo nos servirá para continuar en la re-construcción científica y moral que tanto nece-sita la universidad de este nuestro pobre país.

◊ ◊ ◊JORGE A. MERA

Médico, dedicado al sanitarismo. Fue gerente general de Prestaciones y presidente-interventor del Instituto Nacional de

Obras Sociales y director nacional de Recursos Humanos del Ministerio de Salud. Conoció a Braun Menéndez como alumno y

dirigente estudiantil

Conocí a Braun Menéndez como alumno y como dirigente estudiantil. No tuve ni tendré ido-neidad para juzgar su capacidad y conocimien-to científicos, pero si para recordar su estilo que, si la sabiduría popular no engaña, es el hombre.

Era un ser amable, enteramente llano y con humor. En un mundo de profesores retóricos y antiguos fue un adelanto que trataba a sus estudiantes como personas maduras y ob-tenía respuesta en consonancia. Suya fue la iniciativa de juntar en la misma comisión de trabajos prácticos a los mejores y los peores alumnos, demostrando que los de abajo ele-vaban dramáticamente su rendimiento sin que por ello descendieran los del estrato su-perior. Fue suya también la idea de desdoblar la Facultad de Medicina en varias sedes, aprove-chando los grandes policlínicos que habían sido de la Fundación Eva Perón. Decía, ya entonces, que el mal principal era el gigantismo, la enor-me célula cancerosa que debía fragmentarse para que resultara viable. El proyecto original no

que era un ferviente creyente y un tempe-ramento apasionado, nos demuestra que la hermosa y siempre rara virtud de la tolerancia puede coexistir con la más rígida y exigente conducta para sí mismo.

Yo no hablaré de Braun Menéndez como pro-fesor, ni como el sucesor de Houssay. No cabe la descripción notarial de sus investigaciones, de sus libros, y de los honores que le dispensaron como uno de sus pares los más grandes fisiólo-gos contemporáneas, pues eso pertenece desde ya a la historia del desarrollo de la investigación científica en la Argentina. Nos reunimos a su lado, esta vez para despedirlo, su familia, sus ami-gos, sus colegas profesores, sus discípulos, sus alumnos, como tantas veces lo hiciéramos antes cuando las circunstancias difíciles, de carácter univesitario o meramente individuales, nos acer-caban para oír su palabra rectora. Todos en esta despedida sabemos que desaparece algo muy hermoso y muy puro, parte de nosotros mismos.

Las circunstancias actuales, tanto en el panorama mundial como en nuestro país, son poco propicias para mantener la fe en los va-lores permanentes del cristianismo y de nues-tra civilización occidental. Yo creo que nada le hubiera complacido más que saber que entre quienes lo conocieron, de cerca o de lejos, ha quedado una semilla de gran poder de germi-nación. Haber conocido un caballero sin tacha y sin reproche, un cabal hombre de ciencia inte-gro y capaz, con simpatía humana que se ver-tía generosamente a su alrededor y a cuantos le confiaran sus problemas, es un privilegio y una gran fortuna. Poder admirar a alguien cerca nuestro es, tal vez, la mejor forma de aventurar el escepticismo y de continuar con entusiasmo nuestra dura pero hermosa tarea.

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repaso que se dictaba en el edificio del Centro de Estudiantes de Medicina, hoy Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires, donde descri-biendo sus propias investigaciones, comentaba:

“Fue así que llegué a un centímetro del Premio Nobel” y ante nuestra perplejidad, con-tinuó: “Pincé la vena renal, Goldblatt pinzó la ar-teria y se llevó el premio”. Hay que tener el alma grande para construir humoradas sobre lo que para un científico de su categoría debe haber sido cuanto menos un desencanto. Pero ese era el Braun Menéndez que, junto a todos, recuerdo en este homenaje con un aprecio y admiración que el tiempo no borrará jamás.

◊ ◊ ◊MABEL MUNIST

Médica sanitarista y docente universitaria, con una destacada actuación en organismos internacionales, integra en la

actualidad el Centro de Investigaciones y Estudios sobre la Resiliencia de la Universidad Nacional de Lanús. Conoció a

Braun Menéndez siendo alumna de fisiología

Hablar de Eduardo Braun Menéndez me trae re-cuerdos, emociones y un sentimiento de gratitud.

Eduardo Braun Menéndez surgió en mi vida de estudiante de medicina, cuando cursaba Fisiología. Al ingresar a segundo año de medici-na, tenía la fantasía que me pondría en contacto con la “Ciencia”, ya que Histología y Anatomía las había cursado como meras materias descriptivas. La desilusión fue grande cuando encontré en la Facultad (1954), que en la cátedra de Fisiología en lugar de desarrollar en nosotros el análisis crítico de la Fisiología, de orientarnos a una disciplina del pensamiento, nos enseñaban los fenómenos sólo como una sucesión de hechos. El esperado en-cuentro con la ciencia no se producía.

pudo lograrse, pero las unidades hospitalarias votadas luego en el Consejo Directivo por los más jóvenes, recogieron la idea y ejecutaron una parte de ella que por conocida estamos creídos que siempre fue así. La muerte trágica e inesperada de Braun Menéndez fue un golpe del cual la Facultad no pudo luego recobrarse por completo. Sólo él, por su prestigio, su cla-ridad de pensamiento, su capacidad, incluso por su cuna y su fortuna, podría haber logrado las metas por los que otros, buenos, regulares o malos lucharon infructuosamente.

Puedo recordarlo en el aula de Fisiología con-testando “no sé” a la pregunta de un estudian-te, actitud desusada, de una insólita honestidad intelectual, que no he visto repetirse; puedo re-cordarlo en una agobiante tarde de verano convi-dando gentilmente un vaso de mazagrán helado a un alumno que transpira no ya el húmedo ca-lor ambiente, sino la tensión del examen, pero quiero recordarlo dando una explicación del sistema renina-hipertensina, en un curso de

“Nos dio a todos temas de tesis interesantes y fructíferos, y mantuvo siempre un interés en nuestro trabajo. Pero su verdadera pasión era crear las condiciones para el desarrollo de la ciencia en el país"

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más que llenar de conocimientos, debería crear una actitud científica en sus educandos. Esta disciplina del pensamiento, que pretendía para los médicos, él la ejercitaba permanentemente.

Pero su metodología de pensamiento, esta-ba ubicada en el contexto de la ética. Cuando lo conocí, estaba en la etapa difícil de definir mi ideología de vida, de afirmarme en mis creen-cias religiosas, de darle a mi carrera un com-promiso social. De darle un compromiso ético a todas las actividades de mi persona. Decisión difícil, a veces por la trascendencia de la vi-vencia espiritual, nos hacía caer en inseguri-dades que se traducía en actitudes sectarias. Y allí el ejemplo de Eduardo Braun Menéndez, fue una guía muy importante. Aprendí a ver que los valores éticos, son valores que reúnen a los hombres por encima de sus creencias, o de los grupos ideológicos en que se milita. Que el sectarismo, la intolerancia, no son más que limitaciones que tienen los que los ejer-cen. Que lo importante para el hombre es cum-plir con su responsabilidad social, a la que él definió muy bien, cuando le propusimos fuera candidato a rector de la Universidad. Nos con-testó que su deber y responsabilidad era pro-mover la formación de jóvenes investigadores, que el país necesitaba de ellos y no gobernar la Universidad. Que si aceptaba la candidatura tendría vergüenza cuando mirara a sus hijos, porque no estaba cumpliendo con lo que era su deber. Muchas veces medité sobre esta de-cisión, donde a los privilegios del poder ante-puso la responsabilidad de una misión. Como si un día fuera a ser juzgado por el uso de los Talentos. El 16 de enero de 1959, su decisión me pareció profética. La impronta que ha de-jado en cada uno de los que han tenido el pri-vilegio de conocerlo y formarse con él justifican

A mediados de ese año aparece el Instituto Católico de Ciencias Médicas, donde a pesar de su nombre confesional, se enseñaba ciencia. Allí se encontraban un grupo de científicos ar-gentinos, por no decir los fisiólogos argentinos que hacían ciencia, dispuestos a compartir con los estudiantes de medicina y los médicos sus conocimientos, a llenar el gran vacío que deja-ba la Facultad respecto de la enseñanza de la fisiología. El Alma Mater de este Instituto fue Eduardo Braun Menéndez. Allí lo conocí y co-menzó mi admiración por este maestro de la fisiología. Lo sentía valioso pero distante. Luego se produce su reingreso a la Facultad, es desig-nado profesor titular de la cátedra de Fisiología, que adquiere la jerarquía de Instituto. Sus co-laboradores, exhiben el orgullo que da el per-tenecer a un grupo selecto.

La Universidad se renueva, se establece el gobierno tripartito, y se elige a un grupo de pro-fesores, de graduados y de alumnos, que com-partíamos el objetivo de “mejorar la enseñanza de medicina”. Y es allí, donde tengo la oportu-nidad de trabajar con él.

Es designado presidente de la Comisión de Enseñanza del Consejo, yo su secretaria y Hayde Senín la mejor colaboradora. Fue un año de tra-bajo intenso, pero una oportunidad única de com-partir semanalmente la comisión de enseñanza. El envidiado privilegio de sus colaboradores, pasó a ser un privilegio personal que marcó mi vida.

Allí en el primer piso de la Facultad, en la sala de Consejo, en los dictámenes de la Comisión de Enseñanza fui aprendiendo que el método científico, no es sólo una herramienta que se aplica en la investigación sino una actitud per-manente del pensar humano, que la facultad

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al progreso de la ciencia, en cada una de las decisiones, no se hubiera omitido la conside-ración ética y me lo imagino, promoviendo las consideraciones éticas en cada avance de la ingeniería genética. Porque su responsabili-dad como hombre, desbordaba a la del cien-tífico. Porque la suya fue una responsabilidad permanente que ejerció mirando el bien de la sociedad como totalidad.

◊ ◊ ◊ALEJANDRO C. PALADINI

(1919-2012) Bioquímico y farmacéutico, es una de las figuras más reconocidas en el campo de la investigación bioquímica del

país. Miembro de varias Academias Nacionales, participó con Braun Menéndez en el hallazgo de la hipertensina

Aunque habíamos compartido la cordialidad y camaradería existentes entre los Institutos dirigidos por Leloir y por Houssay, cuando fun-cionaban en las viejas casas de Costa Rica y Julián Álvarez, nunca habíamos conversado mucho con Braun Menéndez.

En 1951 me fui becado a Estados Unidos y a mi regreso, en 1953, se produjo nuestra aso-ciación. Vale la pena explicarlo: durante mi es-tada en el Instituto Rockefeller de Nueva Cork, me dediqué con L. C. Craig primero y luego con S. Moore y W. Stein, en purificar y estudiar po-lipéptidos. Cuando Braun Menéndez se enteró, a mi regreso, de mi reciente especialización en aquel campo, me entusiasmó con la idea de pu-rificar a la hipertensina, sustancia importante en la génesis de la hipertensión arterial, descubier-ta por él y el equipo formado por Leloir, Fasciolo, Muñoz y Taquini, algunos años antes.

La hipertensina era, muy probablemente, un polipéptido y el problema se presentaba

esa decisión. La organización de la Universidad ha sufrido los avatares de todas nuestras or-ganizaciones y de su esfuerzo tendríamos hoy poco testimonio.

Quisiera recordar otra anécdota que re-vela su integridad como persona. Cuando la Comisión de Enseñanza debió otorgar las be-cas a estudiantes de medicina, realizamos una selección según los antecedentes académicos. El número de becas era limitado, doce en total para todos los estudiantes de la Facultad de Medicina, el obtenerla era un privilegio y apa-recía como un premio al mérito.

A sugerencia de Florencio Escardó, se in-trodujo la situación socioeconómica del can-didato, como una variable fundamental para el otorgamiento.

Como estudiante se hacía difícil participar en una decisión donde la injusticia que se cometía con los postergados era de tal magnitud, que empañaba el merecimiento de quienes lo reci-bían. Por momentos este sentimiento que me perturbaba se me aparecía como producto de mi inmadurez. Lo hablamos en la Comisión de Enseñanza y los otros miembros también par-ticipaban de este sentimiento. Allí el profesor Braun Menéndez, para darle un valor integral a esa decisión, sugirió entrevistar a los candida-tos. Así, cada uno de los postergados, recibió la explicación a que tenía derecho como elemental respeto a su dignidad personal. Transformó un acto burocrático, en un acto humano.

En este momento donde cada descubri-miento de la ciencia requiere una decisión éti-ca, pienso cuáles hubieran sido sus decisiones y encuentro que independientemente del apoyo

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para aislar y determinar la estructura de la pep-sitensina, polipéptido muy similar a la angio-tensina descubierto algún tiempo antes por los hermanos Croxatto en Chile.

El carisma de Braun Menéndez pudo más que mi asociación de muchos años con Leloir y lo acompañe en su traslado al Instituto de Fisiología, cambiando la paz y la eficiencia de los laboratorios de la Fundación Campomar por la destrucción y abandono que nos espe-raba en la Facultad.

Braun Menéndez sabía manejar jóvenes entu-siastas, que nunca faltaron a su lado. Era amplio y generoso y eso comprometía lo mejor de nosotros.

Desde mi modesto puesto de Jefe de Laboratorio, me invistió con los poderes para hacer todo lo necesario para poner en mar-cha la magnífica maquinaria, en ese momento oxidada, que había creado Houssay. Y lo mis-mo ocurrió con otros grupos, como el de René Malinow, otro entusiasta que formó muchos discípulos alrededor de su pasión por develar el misterio de la arterosclerosis.

fascinante. Sin embargo, no tenía nada que ver con mi trayectoria anterior con Leloir (hidratos de carbono y nucleótidos).

Al enterarse de mi idea, Leloir no la conside-ró muy buena pues estimó que la empresa po-día ser más difícil de lo que nos parecía a Braun Menéndez y a mí. Sin embargo, ante mi insisten-cia, me acordó un plazo de un año para que me convenciera. Así fue como comencé a purificar, por distribución en contracorriente, los extractos con actividad presora donde estaba la hiperten-sina. Las dificultades crecieron, tal como lo ha-bía pronosticado Leloir, pero mi inexperiencia y el entusiasmo y la ayuda de Braun Menéndez me hicieron seguir adelante. Como había que mane-jar volúmenes muy grandes de plasma bovino, nos dio acceso a los laboratorios de la Franco Argentina donde los pudimos manejar en las ins-talaciones para preparar insulina.

En el medio de la investigación ocurrieron cambios políticos y Braun Menéndez decidió volver a la Universidad y hacerse cargo de la cátedra de Houssay en el Instituto de Fisiología de la Facultad e Ciencias Médicas. Me invitó a seguir allí mis trabajos y acepté. No pudimos, sin embargo, ganar la carrera de la purificación de la hipertensina, por entonces ya rebautizada angiotensina, porque fue aislada y su estruc-tura determinada por W. S. Peart en Londres y por L. Skeggs en Cleveland, cuando nosotros aún no habíamos completado nuestro trabajo.

No todo se perdió pues pudimos describir a tiempo varias de sus diversas formas y por-que la experiencia adquirida permitió diseñar el primer método que existió para medir la an-giotensina en sangre, mucho antes del uso del radioinmunoensayo. Estos resultados sirvieron

“En el estante a mi derecha hay un retrato de Eduardo Braun Menéndez mirando hacia la misma ventana con su confiada sonrisa. El retrato del que, más que nadie, considero mi maestro”

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(1917) En la escuela secundaria (sentado, segundo comenzando desde la izquierda)

(Años 20) Antes de un partido de polo, con su esposa Maté (Años 30) Relajándose y tomando una bebida

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Su abrupta y prematura desaparición privó a la Academia Argentina de un líder que, sin duda, le habría ahorrado algunos de los momentos difíciles que luego tuvo que sufrir.

◊ ◊ ◊MANUEL SADOSKY

(1914-2005) Matemático, físico e informático considerado por muchos como el padre de la computación en la Argentina. Fue Secretario de Ciencia y Técnica de la Nación. Conoció a Braun

Menéndez en el Departamento de Pedagogía Universitaria creado por el entonces rector de la UBA Risieri Frondizi.

Por iniciativa del rector Risieri Frondizi fui-mos convocados en 1957 varios profeso-res de diversas facultades para organizar el Departamento de Pedagogía Universitaria. En esa oportunidad conocí al doctor Eduardo Braun Menéndez cuya personalidad me impre-sionó mucho y me sentí muy cómodo al con-versar sobre el plan a seguir para renovar la Universidad de Buenos Aires.

El Departamento de Pedagogía se integró con profesores, graduados y estudiantes. Yo propuse que el doctor Braun Menéndez fuera designado presidente de la Comisión y él insis-tió en sostener mi nombre para ese cargo y así se lo hizo saber al doctor Risieri Frondizi. Como en la actividad concreta siempre se lograba lle-gar a un consenso no valía la pena discutir so-bre los cargos.

Coincidimos en que habría que estudiar todo lo relativo a los graduados universitarios porque para este tema había datos cuidadosa-mente conservados desde las primeras épocas de la Universidad. Las estadísticas nos mos-traron que en los últimos años el número de los ingresantes era desproporcionadamente

Braun Menéndez fue el gestor de una do-nación de equipos indispensables, por parte de la Fundación Rockefeller, y de lograr becas y subsidios críticos de fundaciones locales. Así se puso en marcha el Instituto de Fisiología y a sus muchos discípulos directos. Mi orientación definitiva dentro de la química de proteínas, sin duda, nació entonces.

Braun Menéndez era un espíritu inquieto y nos estimulaba y apoyaba para participar en la creación del clima académico que él soña-ba. A mí me introdujo en la Sociedad Científica Argentina y luego en la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, donde tuve el honor de llegar a ser su presidente.

Aprendimos con él a percibir los problemas cruciales del momento universitario y a ver con más claridad sus posibles soluciones. Eran los tiempos de la lucha entre la enseñanza ofi-cial y la privada, que recién se iniciaba. Braun Menéndez, un hombre de profunda fe religiosa, era muy crítico, y aún negativo para aceptar una Universidad católica. Tenía sus razones y una de ellas era que de hacerlo, había que hacerlo bien y de eso no estaba seguro.

Para terminar estos recuerdos, que evoco y vuelco por primera vez en un papel, quiero mencionar un hecho que revela la personalidad de Braun Menéndez: él y Houssay se estimaban profundamente y Braun Menéndez lo conside-raba su gran maestro. Pero don Bernardo era un espíritu fuerte y resultaba muy difícil cam-biar algunas de sus ideas. De entre todos sus discípulos esos milagros sólo los pudo realizar Eduardo y muchos cambios en el Instituto se debieron a que con respeto y con firmeza siem-pre logró convencer al maestro.

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permitieron las nuevas estructuras universi-tarias. Se discutió sobre la organización en Departamentos de temas afines en lugar de cátedras aisladas, se explicó cuidadosamente en que consistía un Instituto de Investigación y la necesidad de seleccionar a los Docentes por su actividad investigativas y pedagógica. Todo esto llevaba a la discusión sobre la dedicación exclusiva de la mayoría de los docentes de los temas básicos y una dedicación parcial para los que se dedicaban a algunas cuestiones aplica-das. También apareció la necesidad de cons-tituir jurados técnicos integrados también con personal que fuera “externo” a la Institución que había llamado al concurso. Se auspició la extensión universitaria y la promoción de una política de becas internas y externas para es-tudiantes y el “año sabático” para los docentes.

Me impresionó mucho en Braun Menéndez su falta de sectarismo. En particular, enterado como estaba por su función en el CONICET que la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales había creado un Instituto de Cálculo y que se había otorgado un subsidio para adquirir la primera computadora electrónica que ten-dría una Universidad de América Latina y que el programa de acción preparado y presentado

mayor que el de los egresados y que era acon-sejable la creación de un gabinete de orienta-ción vocacional.

Recuerdo que resolvimos con el doctor Braun Menéndez ir algunos sábados a la tarde a conversar con los alumnos del último año del ciclo secundario para responder a las inquietu-des de quienes no tenían decisiones tomadas sobre la carrera a seguir. Los diálogos eran muy francos y nos llamaba la atención el poco in-terés por la “investigación científica”, presumi-blemente porque los profesores del ciclo medio estaban muy alejados de los institutos donde se “vivían” los problemas de la ciencia actual.

Para ir normalizando la situación aconseja-mos la realización de un censo de alumnos que al mismo tiempo constituyera una reinscripción eliminando así a los pseudoestudiantes que al-guna vez habían dado algún examen y que no tenían interés en continuar los estudios. Se le encomendó al Departamento de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras esta tarea que fue brillantemente dirigida por el doctor Jorge Graciarena. Los resultados censados mostra-ron las fallas estructurales de la Universidad y fueron el origen de varias iniciativas que tomó el Consejo Superior de la UNBA.

Otro acontecimiento que creo debe recor-darse fue la Asamblea Universitaria de 1958 in-tegrada por representantes de los profesores, graduados y estudiantes, además de los con-sejeros superiores y los decanos.

El trabajo que se realizó en esos meses, or-ganizado en diversas comisiones, fue discu-tido en las Sesiones Plenarias. Fue así como se fueron consolidando iniciativas que luego

“Cada día, a media mañana, Braun Menéndez se reunía con nosotros en la sala de operaciones, frente al pizarrón con una taza de café”

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acumuladas de cambios en mí, en la Argentina, en la ciencia misma. Como el mono humanizado de Kafka (Informe a la Academia), miro hacia atrás y veo un túnel largo y oscuro cuyo origen lejano se ha reducido a un punto luminoso.

Fui uno de los estudiantes graduados de Braun Menéndez durante los últimos tres años de su vida, de 1956 a 1959. Estos fueron los años de su regreso a la Facultad de Medicina, años de fermento político y optimismo por el futuro. La Universidad de Buenos Aires había quedado des-poblada y había un intento conciente y organiza-do de reconstruirla aprovechando lo mejor que el país tenía en ese momento, promoviendo el regreso de los intelectuales exiliados y educan-do la siguiente generación. Esos fueron también los años en que se fundó el Consejo Nacional de Investigaciones y, con la Carrera de Investigador, subsidios y becas, se establecieron las bases para la existencia en el país de científicos profe-sionales. Estas ideas cristalizaron rápidamente gracias al trabajo intenso de un grupo de dedi-cados visionarios, entre los que se destacaba el doctor Eduardo Braun Menéndez, que se dieron a la tarea con el entusiasmo de arquitectos ur-banistas después de un bombardeo.

Estos esfuerzos dejaban poco tiempo para el laboratorio. Es interesante que a pesar de ello, quizás por ello, Braun Menéndez haya tenido una influencia tan profunda e indeleble entre nosotros. En la mayor parte de los casos, la re-lación entre el científico incipiente y su maestro es la del aprendiz y el artesano, una relación de conveniencia mutua acelerada por la compul-sión del científico maduro de progresar en su propia investigación. Esta es siempre una rela-ción difícil, particularmente cuando el maestro está más interesado en los resultados que en

por el decano doctor Rolando V. García espe-cificaba que yo debía ir al Instituto de Cálculo de Roma a recoger las experiencias de un proyecto análogo, Braun Menéndez me pidió que conversara con su hijo Rafael que estaba estudiando en el Seminario Eclesiástico del Vaticano y me dictó el número de teléfono para poder localizarlo.

A alguna gente de la Universidad le resul-taba extraña la relación que habíamos esta-blecido, pero lo que nos vinculó fue la pasión con que un número apreciable de personas, graduados y estudiantes contribuíamos a ha-cer una nueva Universidad. El doctor Eduardo Braun Menéndez ha sido uno de los hombres más excepcionales que he conocido.

◊ ◊ ◊OSCAR A. SCORNIK

Médico, investigador científico que desarrolló su carrera desde 1968 en el Darmouth College en los EE.UU. estudiando la síntesis de proteínas. Inició su formación científica con Braun Menéndez

En esta típica tarde de noviembre nórdico veo en mi ventana la primera nevisca, sólo algunos copos tímidos, un anuncio de cinco meses de ri-gores invernales que después de dos décadas en los Estados Unidos me toman todavía de sorpre-sa. Las ramas de los robles y arces se han que-dado desnudas, abandonando las colinas al verde oscuro de los pinos. En el estante a mi derecha hay un retrato de Eduardo Braun Menéndez mi-rando hacia la misma ventana con su confiada sonrisa. El retrato del que, más que nadie, con-sidero mi maestro. Los ojos son más oscuros que los que recuerdo y cada año más jóvenes. Cuando poso para recobrar su recuerdo debo es-carbar a través de treinta años de experiencias

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el discípulo. Con nosotros fue diferente. Nos dio a todos temas de tesis interesantes y fructífe-ros, y mantuvo siempre un interés en nuestro trabajo. Pero su verdadera pasión en esos años era crear las condiciones para el desarrollo de la ciencia en el país; su mayor interés en noso-tros, el de educarnos.

En el laboratorio había un mendocino entrado en años, Don Juan, que preparaba temprano un recipiente de café muy con-centrado y lo mantenía caliente en un baño de agua hirviendo. Cada día, a media maña-na, Braun Menéndez se reunía con nosotros en la sala de operaciones, frente al pizarrón con una taza de café. Para entonces la po-ción era intomable, pero Don Juan estaba tan orgulloso de ella que nunca nos atrevimos

a rechazarla. El motivo inmediato de esas reuniones era considerar trabajos científi-cos y los experimentos del día anterior. Con frecuencia, Braun Menéndez llevaba la con-versación más lejos, pacientemente nos es-timulaba a discutir la naturaleza misma de la investigación científica. Gota a gota, con ejemplos o comentarios apropiados, nos ins-tilaba los valores implacables de la escuela de Houssay: dedicación, rigor, originalidad, y por sobre todo la búsqueda de la verdad. Nos enseñó que no hay buena ciencia sin pasión, que él llamaba “esa chispa de locura”. Nos enseñó que las publicaciones son el resul-tado de la investigación y no un objetivo, un relleno para el curriculum vitae, que los me-jores científicos publican poco y sólo cuan-do tienen algo significativo para decir. Nos enseñó que el paso más importante de una investigación es la elección inicial del proble-ma, que con frecuencia el éxito es el resulta-do de haber hecho la pregunta adecuada en el momento adecuado. Nos enseñó la dife-rencia entre ciencia y técnica; nos estimuló a “volver a las fuentes”, a aprender del trabajo de los científicos más originales, los que tu-vieron las primeras ideas y abrieron nuevos campos, no simplemente de los que mane-jan técnicas más modernas o complicadas.

Siempre cálido y amistoso, no escatimaba críticas. Uno de mis defectos es mi tozudez, me cuesta darme por vencido y tengo la ten-dencia peligrosa a persistir en experimentos improductivos. Un día Braun Menéndez perdió la paciencia y me definió como una mula, “una mula inteligente” se apresuró a aclarar con una sonrisa. Todavía hoy, cuando me cuesta abandonar una hipótesis inconducente, el re-cuerdo de esa frase me decide.

“Nos enseñó que no hay buena ciencia sin pasión, que él llamaba “esa chispa de locura”. Nos enseñó que las publicaciones son el resultado de la investigación y no un objetivo, un relleno para el curriculum vitae, que los mejores científicos publican poco y sólo cuando tienen algo significativo para decir"

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Finalmente, nuestras discusiones se ex-tendían con frecuencia a otros temas: política, religión, literatura, y sobre todo, el futuro de la Universidad y la ciencia en la Argentina. Las discusiones eran invariablemente estimulan-tes, las diferencias de opinión eran analizadas y respetadas, sus contribuciones eran siempre una fuente de inspiración.

Para nosotros, estas discusiones eran per-fectamente ordinarias y naturales. Con la ven-taja de los años comprendo ahora que esa interacción intensa y continua con un hom-bre de su talento, cultura y experiencia fue un privilegio extraordinario que nos nutrió para el resto de nuestras vidas. Se hizo posible por las circunstancias excepcionales en que se produ-jo. En condiciones ordinarias Braun Menéndez hubiera estado rodeado de profesores asocia-dos y adjuntos y nuestro contacto con él hu-biera sido necesariamente más restringido. En esos años, sin embargo, toda una generación intermedia se había perdido y Braun Menéndez aceptó con generosidad su papel de nodriza espiritual. Me pregunto si él disfrutó de esa in-teracción tanto como nosotros. Sospecho que sí. Entre 1946 y 1956 todo el grupo de Houssay se recluyó en el caserón de la calle Costa Rica.

Ese retiro monástico fue fértil para persona-lidades introvertidas como las de Luis Leloir. Para un hombre tan extrovertido, energético y gregario como Braun Menéndez, la vuelta a la Universidad y la oportunidad de influir en gen-te joven, ignorante pero llena de entusiasmo, debe haber sido suficientemente importante como para facilitarle paciencia. Su esfuerzo no fue en vano. Todos nosotros seguimos ca-rreras científicas. Y cuando reconsideramos el largo túnel de nuestras vidas profesionales divergentes, podemos reconocer en sus orí-genes, con cariño, respeto y agradecimiento el mismo punto luminoso.

◊ ◊ ◊HAYDEE SENIN

Directora de Asuntos Académicos de la Facultad de Medicina de la UBA. Colaboró estrechamente con Braun Menéndez durante

el periodo de su actuación en el Consejo Directivo de la facultad.

A los pocos meses de incorporarme a la Secretaría del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina, conocí al profesor Braun Menéndez que acababa de ser elegido representante de los profesores en ese Consejo. Ya a partir de mi ingreso en 1956, desde la oficina de mesa de entradas, advertía su interés por los cambios curriculares y la organización departamental que luego impulsaría como Consejero.

En diciembre de 1957 se constituyó la Comisión de Enseñanza del Consejo. La in-tegraban los profesores Braun Menéndez y Alfredo Lanari, los graduados J. Justo y A. Scarletzky y los estudiantes Bernardino Horne y Mabel Munist. Se me encomendó la tarea de asistirlos en los aspectos administrativos. Me encargaba de todo lo relacionado con las

“Quienes tuvimos el placer de conocerlo y compartir con él tantas horas, tenemos el impacto imborrable de su vital personalidad, la figura de ese hombre de bien"

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reglamentaciones, la redacción de proyectos a analizar y, en fin, de todas las actividades del grupo. No fue una misión difícil pero sí profun-damente enriquecedora. Esas reuniones me permitieron conocer y admirar las cualidades de Braun Menéndez que fueron las que hicie-ron de él una figura tan respetada en su espe-cialidad. Pero resultaba llamativa la firmeza en sus convicciones, su entereza en sostenerlas, su agilidad mental. Recuerdo aún algunos de los proyectos que le fueron más caros: la reno-vación y actualización de los planes de estudio y la creación de una comisión encargada de organizar una Secretaría Técnica para que se dedicara a esa tarea y a planificar la estruc-turación docente de la Facultad, el sistema de concursos de profesores, las exigencias plan-teadas a los médicos extranjeros para revali-dar su título, la propuesta de obtener medios, de alumnos y padres, para costear becas que permitieran estudiar a quienes carecían de fa-cilidades económicas y tantos otros. Al tratar esos temas, se ponía de manifiesto la riqueza de su personalidad, la vastedad de su cultura y la agudeza de su fino intelecto.

Al recordar ese período, alrededor de 1958, evocando la figura del doctor Braun

Menéndez, no puedo dejar de asociarla a la de otro grande, el profesor Alfredo Lanari. No solo los unía una gran amistad. También compartían ideales y tenían objetivos comu-nes para nuestra institución. Consagraron su vida a la investigación, a la docencia y a lo que creían que debía ser nuestra casa. Un lugar al servicio de la ciencia.

La actuación de Braun Menéndez como Consejero fue brillante. En nuestros archi-vos y en las actas de las sesiones del Consejo Directivo de esa época se pueden revivir sus propuestas, volver a escuchar sus argumen-tos. Siempre trabajó con los claustros de gra-duados y de estudiantes y son numerosos los proyectos que presentó junto con ellos. En ese período estuvo acompañado, entre otros, por los profesores O. Fustinoni, A. Lanari, V. Gutiérrez y E. Casterán, por los graduados J. Justo, A. Rubinstein y L. Bianchi y por los es-tudiantes B. Horne, S. Fernández Cornejo, E. Slatopolsky, J. Aráoz, M. Munist, A. Melillo, J. Nejamkis y P. Abadie.

Hoy, cuando los años han hecho pasar a tan-tas personas por esta casa, a veces creo estar escuchando las conversaciones de mis amigos Braun Menéndez y Lanari al terminar las reu-niones de la Comisión, o cuando anticipaban, al comienzo de las vacaciones o de algún fin de semana largo, los encantos que les espe-raban en nuestra Patagonia o en los lagos de Villa La Angostura.

A lo largo de tantos años de labor admi-nistrativa, a pocos admiré tanto por sus cua-lidades personales. Pocas veces experimenté el mismo orgullo de trabajar junto a alguien que tenía tan reconocido prestigio. Sólo un

“Quienes tuvimos el placer de conocerlo y compartir con él tantas horas, tenemos el impacto imborrable de su vital personalidad, la figura de ese hombre de bien"

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(1954) Durante un viaje familiar por los fiordos fueguinos

(1942) A caballo durante una visita a los EE.UU.

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accidente fatal pudo acallar tanto entusias-mo, aquietar tanta pasión por hacer.

A veces, al ingresar como lo hago a diario por la calle Paraguay, contemplo su imagen que nos observa desde el bronce. Yo no lo re-cuerdo así. Porque quienes tuvimos el placer de conocerlo y compartir con él tantas horas, tenemos el impacto imborrable de su vital per-sonalidad, la figura de ese hombre de bien. Por eso, en esta hora de homenaje corresponde rendirle este modesto tributo de admiración que intenta expresar el sentimiento de los pri-vilegiados que aquí le conocimos

◊ ◊ ◊ANDRÉS O. M. STOPPANI

(1915-2003) Médico, doctor en Química de la UBA y de la Universidad de Cambridge. Uno de los más destacados

investigadores en bioquímica de la Argentina y miembro de varias Academias Nacionales. Conoció a Braun Menéndez en el Instituto

de Fisiología dirigido por Houssay.

En 1940 conocí al doctor Eduardo Braun Menéndez en el Instituto de Fisiología que dirigía el profesor Bernardo A. Houssay. Braun Menéndez trabajaba entonces con sus colegas Fasciolo, Leloir, Muñoz y Taquín en el estudio de la hipertensión arterial ne-frógena. Esas investigaciones significa-ron aportes memorables a la solución de un importante problema médico y conti-nuaron hasta 1943. Aunque no participé de las mismas, me fue fácil advertir en Braun Menéndez una notable capacidad como in-vestigador y un natural liderazgo que tras-cendía la ejecución de la tarea cotidiana.

En 1945 fue designado profesor adjunto de Fisiología y en 1956 profesor titular, asumiendo

la dirección del Instituto de Fisiología, que re-organizó con acierto. Al mismo tiempo, parti-cipó activamente en el gobierno de la Facultad y por su amplitud de ideas y voluntad de pro-greso se convirtió en uno de los promotores de la renovación de la enseñanza y la promoción de la investigación que tuvo lugar entre 1957 y 1959. Como consejero, apoyó muchas me-didas importantes, entre otras, la creación de las Unidades Hospitalarias. Era el anticipo de la división de la Facultad de Medicina en va-rias Escuelas autónomas, dotadas de los re-cursos humanos y materiales para enseñar la totalidad del currículo. Este proyecto educativo, cuyas ventajas defendió con entusiasmo, tuvo principio de realización con la experiencia pi-loto del Instituto de Investigaciones Médicas, a cargo del profesor Lanari. Lamentablemente, no fue debidamente comprendido y años des-pués fue suprimido. La trágica muerte de Braun Menéndez en 1959 frustró una iniciativa que, de haberse concretado, hubiera evitado muchos problemas que todavía afectan a la Facultad de Medicina. Su desaparición significó la pérdi-da de un dirigente universitario de alta calidad moral y de un fisiólogo excepcional.

“Me fue fácil advertir en Braun Menéndez una notable capacidad como investigador y un natural liderazgo que trascendía la ejecución de la tarea cotidiana”

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ALBERTO C. TAQUINI(1905-1998) Médico, cardiólogo e investigador clínico.

Fue profesor de fisiología, académico y promotor de la ciencia en el país donde fue el primer Secretario de Estado de Ciencia y

Tecnología. Conoció a Braun Menéndez en el laboratorio de Houssay donde trabajaron juntos en el descubrimiento

de la hipertensina

Evocar a Eduardo Braun Menéndez con mo-tivo del 50º aniversario del descubrimiento del sistema renina-angiotensia y de los treinta años de su trágica muerte es para mí un de-ber, porque participé del primero y porque me unió a él una amistad, que iniciada cuando ambos ingresamos a la Facultad de Medicina, en 1923, se fue afirmando en los treinta y seis años que marchamos por caminos paralelos. Además me resulta grato evocar recuerdos de todo tipo, episodios de nuestra vida de es-tudiantes, de médicos, de investigadores, de universitarios; anécdotas de viajes, congresos, reuniones científicas, nostalgias de juventud, de lides deportivas, ideales y compromisos co-munes, nacidos en una misma escuela.

Houssay dijo de nosotros: “…colabora-ron en importantes trabajos y realizaron in-vestigaciones propias en temas semejantes. Tuvieron muchos ideales comunes para impul-sar el desarrollo científico, el adelanto de las universidades y la formación de investigadores y técnicos. Juntos lucharon, trabajaron para esas metas y contribuyeron al progreso”. De la penumbra de los recuerdos de Eduardo, guar-dados, podría evocar los que considero defi-nieron su personalidad singular: sus padres a quienes conocí; su lugar de nacimiento, Punta Arenas, confín del mundo; su infancia mecida y estimulada por episodios verdaderamente heroicos vividos por sus abuelos inmigrantes, su juventud acuñada en testimonios de luchas

y triunfos, que fui conociendo a pedazos en conversaciones con sus hermanos y que me narró e ilustró con fotografías empardadas por los años “la tía Sara”, casi ciega, en su casa de Valparaíso; su hogar, mujer e hijos, ejemplar; su profunda fe cristiana, … en fin, recuerdos que se siguen reflejando y multiplicando en el calidoscopio de mis sentimientos. Prefiero sin embargo, por las circunstancias determinan-tes de esta publicación, resaltar al hombre de acción, al médico, al universitario, al científico.

Eduardo Braun Menéndez inmediatamente después de recibido de médico, en 1929, se inició en la cardiología con el profesor Rafael A. Bulrrich y como Jefe del Servicio de Electrocardiografía del Instituto Municipal de Radiología y simultá-neamente, comenzó a trabajar en su tesis doc-toral bajo la dirección de Houssay. Su capacidad y su particular empeño y vocación por hacer se fueron expresando en hechos. Con optimismo templado y sin dar la impresión de estar ha-ciéndolo, sentó las bases para la creación de lo que fue el “Primer Dispensario de Asistencia Social al Cardíaco”. Fundó la Revista Argentina de Cardiología y organizó junto con Oscar Orias, también condiscípulo nuestro, la sección de Cardiología del Instituto de Fisiología. Más de una vez pensé que su natural necesidad de hacer, su disciplina espontánea, eran una perfecta síntesis

“Su entusiasmo por la ciencia lo llevó luego al directorio del CONICET, organismo a cuya creación contribuyó”

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(1951) En el escritorio de su casa

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de su estirpe pionera y de la disciplina germa-na adquirida en los años que convivió con su maestro, el erudito alemán profesor Carl Rudolf.

A partir de 1935 Braun Menéndez se incorpo-ró en forma exclusiva a la fisiología como Jefe de Investigaciones de Circulación. El viejo Instituto de Fisiología alcanzó en ese período su pleno esplendor. Al indiscutido y universal prestigio de su director Houssay, se fue sumando el de quie-nes trabajan con él con entusiasmo y dedica-ción. Lugar de excelencia en el que prevaleció el respeto por el saber, se convirtió en el centro de atracción para infinidad de jóvenes con inquie-tud por la ciencia, del país y de todo el mundo. Por sus brillantes condiciones de maestro y de científico Eduardo Braun Menéndez se erigió en uno de sus pilares. Realizaba investigaciones de relevancia, se prodigaba en el adiestramiento de futuros investigadores, dirigía tesistas, par-ticipaba en seminarios y además proyectaba su personalidad dinamizante.

En 1943, a Houssay le tocó sufrir las con-secuencias de una de las tantas insensateces cometidas en nuestra Universidad. Se lo separó

del Instituto y como derivación nació el Instituto de Biología y Medicina Experimental, en cuya organización y permanencia Braun Menéndez desempeñó el papel central. En él durante doce años, Braun Menéndez continuó trabajando con el mismo fervor con que lo había hecho en la Facultad. Para él nada cambió, siguió investi-gando y alentando todo lo que tuviera relación con el adelanto científico, consolidando su par-ticipación y su influencia en el progreso.

Por sus contribuciones y por su acción ganó respeto dentro y fuera del país. Presidió la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, la Sociedad Científica Argentina y di-versas sociedades médicas argentinas y extran-jeras; fue miembro de academias, participó en congresos, simposios nacionales e internacio-nales; fundó las revistas Ciencia e Investigación y Acta Fisiológica Latinoamericana, el Instituto Católico de Ciencias, etc.

En 1956 se reintegró a la cátedra de Fisiología y luego fue designado director del Instituto correspondiente. Catedrático sencillo, pero con jerarquía, personaje ilustrado y cono-cedor de la organización universitaria, poseedor de una fuerza que le venía de raza, rápidamen-te restableció al Instituto el carácter de centro de excelencia y de crisol de vocaciones cien-tíficas. Sin buscarlo se elevó a la categoría de Consejero de la Facultad y de sus integrantes, profesores y alumnos y en uno de los promo-tores del vuelco que dio la Universidad en ese período. Su entusiasmo por la ciencia lo llevó luego al directorio del CONICET, organismo a cuya creación contribuyó, en el que también se constituyó en consultor de todos y por su ecuanimidad, en un moderador de tendencias antagónicas que pugnaban en su ceno.

“Fue, de todos los líderes de la medicina y la biología de ese período, el que más pasión puso, el que más influyó y más luchó en la reorganización de la Facultad de Medicina”

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En esos cortos y largos tres años, su per-sonalidad de investigador, de maestro y de ser humano adquirió todo su esplendor. Estando en la cima Dios lo llamó.

◊ ◊ ◊JOSÉ A. ZADUNAISKY

(1932-2005) Médico, especializado en biofísica, desarrolló su carrera científica en los EE.UU. donde fue profesor en la

Universidad de Nueva York y luego en la Universidad de Miami estudiando el transporte celular de cloro, en especial en el ojo. Se

inició en la investigación con Braun Menéndez

La presencia de Eduardo Braun Menéndez en mi vida científica es permanente. No ha pasado se-mana en estos treinta años desde su desaparición en la que su nombre, su recuerdo y especialmen-te sus enseñanzas no hayan estado presentes de una manera u otra. Además, su fotografía, tomada en su escritorio la tarde antes de su muerte, está colgada en mi oficina desde entonces.

Para explicar su influencia debo narrar algo sobre mí mismo. El fue mi profesor, mi mentor y la persona que tuvo la mayor influencia en mi formación científica más temprana. En un pe-ríodo sorprendentemente breve, durante los últi-mos cuatro años de su vida tan prematuramente tronchada, me inculcó una serie de valores en la apreciación de la ciencia y la enseñanza.

Busqué y ubiqué a don Eduardo en 1954, cuando aún él y los demás fisiólogos del grupo de Bernardo Houssay no habían regresado a la Universidad de Buenos Aires. Su capítulo sobre ri-ñón y metabolismo del agua y de los electrolitos, en el famoso libro del grupo, me impresionó de tal ma-nera al cursar la materia en segundo año de me-dicina, que decidí averiguar dónde se encontraban estos sabios y cómo localizar a Braun Menéndez.

Los encontré en la casa de la calle Costa Rica, una casona vieja convertida en laboratorios, donde se-guían desarrollando su trabajo de investigación, aislados de la política universitaria y nacional. Pese a las dudas del doctor Houssay (quien no quería te-ner contactos con la universidad en ese período) don Eduardo me dio tema de experimentación y me dirigió a la distancia en los experimentos que yo realizaba, siendo estudiante en el séptimo piso del Instituto de Fisiología, en un laboratorio que yo había prácticamente “tomado” a poco de entrar como Ayudante de Trabajos Prácticos en la cátedra. Mi suerte fue que al regresar el grupo de fisiólogos a la facultad en 1955, yo estaba maduro y listo para comenzar una carrera en investigación y docen-cia durante uno de los períodos más brillantes de la Universidad de Buenos Aires, de 1956 a 1966.

Su método de enseñanza consistía en trans-mitir todas las ideas científicas, métodos, opi-niones personales y discusiones que surgían de su vida de científico internacional. El gru-pito que se formó alrededor de don Eduardo participó tanto de sus tribulaciones científicas como de las originadas en su apasionado em-peño por reorganizar la Escuela de Medicina y la Universidad; de las dificultades y los éxitos en la obtención de medios para formar inves-tigadores y en la orientación de la enseñanza. Todo ello, intercalado con experimentos a las 6

“Su dimensión era enorme y ahora, encontrarme yo en la década en la que estaba él cuando lo conocí, me doy plenamente cuenta de ello”

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de la mañana para preparar la demostración de la clase de las 11, explicación de los métodos ne-cesarios para llevar a cabo la investigación que estábamos realizando con él y la celebración ocasional de un acontecimiento especial, como por ejemplo la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, la publi-cación de un trabajo importante, el nacimiento de uno de nuestros hijos (mi hijo menor lleva su nombre) o el establecimiento del full time en la universidad. Todas éstas eran conquistas que consideraba propias, haciéndonos sentir partí-cipes al discutirlas con nosotros y especialmente al escuchar la opinión de un grupo de jóvenes. Su dimensión era enorme y ahora, al encontrar-me yo en la década en la que estaba él cuando lo conocí, me doy plenamente cuenta de ello.

Los planes, proyectos y detalles de la reorga-nización universitaria se discutían en su oficina y después de las reuniones con nosotros. Los te-mas iban de la creación del sistema de residen-cias en las especialidades clínicas a la creación de las unidades hospitalarias, el establecimiento de exámenes de ingreso en las distintas carreras y la orientación de la enseñanza de graduados.

Esta transmisión de información se basaba en un plan en cierto modo calculado, que consis-tía en la producción acelerada de científicos con todos los elementos necesarios para llenar los cuadros de profesores que habían quedado va-cíos después de un hiato de doce años en la for-mación de profesionales. Fue, de todos los líderes de la medicina y la biología de ese período, el que más pasión puso, el que más influyó y más luchó en la reorganización de la Facultad de Medicina.

Me enteré de su muerte una tarde, al re-gresar del laboratorio de University College

en Dublín, donde estaba como becario del CONICET. Compré el diario de la tarde y un gran titular en primera plana decía “Grave accidente aéreo en Argentina. Eduardo Braun Menéndez, famoso científico, pierde la vida al caerse un avión en Mar del Plata”. Al llegar a casa en Northumberland Road, en Ballsbridge, encon-tré su última carta, en la que me contaba los detalles de la aceptación de mi tesis y de los últimos acontecimientos en la Universidad.

El efecto de su desaparición fue profundo para todos los que estábamos ligados a él por trabajo, afecto y futuro. Para el ambiente científico argen-tino creo que fue una verdadera tragedia.

Para entender a Braun Menéndez hay que recordar que su nivel científico internacional estaba por entonces asegurado: el descubri-miento de la hipertensina (hoy llamada an-giotensina) y sus aportes a la hipertensión experimental lo colocaban en el más alto ni-vel de la medicina experimental mundial. Su pasión por enseñar, trazar rumbos y crear una universidad moderna era producto de años de alejamiento forzoso del ambiente universitario nacional. Era como un potro maduro retenido por años en la partida. Su natural personalidad de maestro y el tiempo transcurrido, presta-ban a su función un carácter de urgencia que surgía de una parte no realizada de su perso-na. Esto último lo comprendí años más tarde; es lamentable que no haya tenido más tiempo.

Este homenaje es altamente merecido. Con el paso de los años, los jóvenes ya no saben por qué un aula lleva el nombre de Eduardo Braun Menéndez en el Instituto de Fisiología. Tal vez estas sencillas líneas les ayuden a comprender el por qué.

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Discursos pronunciados durante sus exequiasReproducimos aquí una selección de frases tomadas de los discursos pronunciados durante el sepelio de Braun Menéndez.

“Para compensar en alguna medida su ausencia fundamental no nos queda otro recurso que mantener vivos y ardiendo dentro de nosotros los principios que nos enseñó a mantener y las estrictas normas que nos dio con ejemplo infatigable”

Florencio EscardóRector en Ejercicio de la Universidad de Buenos Aires

“Pocas veces se encuentran reunidas en un hombre las dotes

personales de Eduardo Braun Menéndez, que además se combi-

naban en un equilibrio perfecto. Estudioso, de inteligencia clara

y rápida, de agudo sentido crítico, trabajador infatigable y cons-

ciente de su responsabilidad, luchó siempre por causas nobles en

todo su entusiasmo y toda la energía de su carácter. Fue un idea-

lista que creyó y amó intensamente a la ciencia, consagrándole

los mejores esfuerzos. Formó discípulos porque era un maestro

nato y atraía a los jóvenes por la solidez de sus conocimientos, su

espíritu estimulante y su bondad cristiana, que lo hacía ayudar,

sin distinciones, a todos los que buscaban su consejo”

Virgilio Fogliaen representación del Instituto de Fisiología

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“Bien pudo el doctor Braun Menéndez orientar su vida a satisfac-

ciones puramente hedonísticas, ya que su fortuna le liberaba de

preocupaciones materiales, pero su recia formación moral lo impul-

só a las cosas desinteresadas del espíritu, lo que engrandece sus

muchos merecimientos”

Pedro Longhini

Presidente de la Sociedad Científica Argentina

“Cabalmente dotado, trajo a la vida virtudes fundamentales: fuer-te constitución física, intelectual y moral. Su casa y su familia for-tificaron su bondad y honradez innatas. Católico profundo, desde niño, supo de la humildad y la caridad cristianas. Trabajador inago-table, se cultivó con pasión”

Alberto TaquiniInstituto de Investigaciones Cardiológicas

“Es que difícilmente podrá encontrarse en nuestro país y en el mun-

do entero un hombre que reúna las cualidades científicas y huma-

nas que Eduardo Braun Menéndez poseía para ocupar un cargo de

tanta responsabilidad como el de promover, coordinar y orientar las

investigaciones científicas en un plano de importancia nacional”

Eduardo de Robertisen nombre del CONICET

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Su impacto en las personas

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“El país todo ha perdido a un hombre de ciencia consagrado, que

luchaba por su progreso; la enseñanza superior, a un profesor

digno y un universitario completo; sus colegas, a un consejero;

sus discípulos directos, a un maestro en dirección material de sus

trabajos y moral de su carrera”

Venancio DeulofeuPresidente de la Academia Nacional de Medicina

“Pudo hacer de su vida –porque todos los dones le fueron dados– un sereno deslizarse de las horas horacianas, en acomodada holganza o en frivolidad placentera. Pero él prefirió fabricarse otra vida: la del darse más que recibir; la de entregarse íntegramente a los demás, en este duro quehacer del oficio ciencia y arte del médico, ya sea tratante o investigador, que en ambos campos supo descollar”

José BelbeyPresidente de la Asociación Médica Argentina

“No buscó los grandes cargos directivos. ¡Tantas veces se estrelló

nuestra insistencia contra su negativa tozuda! Tenía plena con-

ciencia de cuál era su lugar. ‘¿Con que cara miraría a mis hijos si

acepto?’ nos dijo en una ocasión. Su lugar fue el del trabajo cons-

tructivo y callado (como todos los días en el laboratorio) y el de una

esforzada tarea de pedagogía universitaria. ‘Es necesario predicar

desde los tejados, oportuna e importunamente’, exclamaba”

C. A. Velasco SuárezPresidente de la Asociación de Egresados de Medicina

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Eduardo Braun Menéndez

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“En síntesis, desaparece con el doctor Braun Menéndez una ex-

cepcional personalidad, un consejero de junta notable –seguro y

sin prisa– con derrotero preciso de aquellos que se consulta en las

hora difíciles para que diga la palabra serena y salvadora”

Luis MunistDecano de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires

“En tan diversificada tarea, mostró siempre el señorío de su persona, la claridad de su juicio, el fundamento de su razonar franco y sincero y el respeto por la opinión ajena sin abandonar la propia. Y en ese afanoso quehacer intelectual ocurre la tragedia que enmudece los la-bios, entrecorta el ritmo del corazón y nos cubre con un manto de dolor, quebrando una vida que fue ejemplo de dignidad, corrección y nobleza, que ignoró el ocio y las ambiciones y que acreditó su recia personalidad y que dedicó a su familia, que tanto le llora y le llorará, lo mejor de sus sentimientos y la mayor ternura de su alma”

Abel Sánchez DiazPresidente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

“Si tuviera que evocar la persona del profesor Braun Menéndez en

una sola frase, no podría coordinarla.Tendría que decir palabras

sueltas, cargadas de cariño. Tendría que decir: Calor – Justicia –

Amor – Confianza – Descubrir. Tendría que decir: Valor – Hermano

– Amigo – Hombre”

Bernardo HorneEstudiante

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Cartas con motivo de su muerteSe recibieron cientos de cartas y telegramas de 19 países con motivo de la muerte de Eduardo Braun Menéndez. Se reproduce el radiograma enviado por el presidente Arturo Frondizi desde el avión presidencial y la carta enviada por el doctor Risieri Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

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Su obra

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Eduardo Braun Menéndez

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Su obraLa obra de Eduardo Braun

Menéndez fue fecunda a pesar

de su muerte prematura a los 56

años. En 1959 el Consejo Nacional

de Investigaciones Científicas

y Técnicas realizó un completo

relevamiento de su obra que

reproducimos en esta sección. Aquí

se consignan todos sus artículos,

libros, conferencias, cursos,

premios, cargos y títulos. Se trata

de una referencia fundamental

para quien tenga interés en

conocer mejor su obra.

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Su obra

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Curriculum Vitae

Títulos 

∆ Doctor en Medicina graduado en la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad de Buenos Aires, 29 de abril de 1929

∆ Miembro titular de la Honorable Academia Nacional de Medicina, (sitial nº 27), 19 de junio de 1945

∆ Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 21 de agosto de 1957

  Designaciones Honoríficas Universidades 

∆ Doctor “honoris causa” de la Universidad de California (1942) ∆ Doctor “honoris causa” de la Universidad de Brasil (1949) ∆ Miembro honorario de la Universidad Católica de Chile (1954)

 Academias 

∆ Miembro Correspondiente de la Academia de Medicina de Nueva York (1947) ∆ Miembro Correspondiente de la Academia Brasileira de Ciencias. Rio de Janeiro (1955)

 Sociedades científicas

∆ Socio Correspondiente de la Sociedad de Medicina de Montevideo. Uruguay (1942) ∆ Miembro Honorario de la Sociedad Mexicana de Cardiología (1946) ∆ Miembro Honorario de la Sociedad Brasileira de Cardiología (1947) ∆ Miembro de Honor de la Sociedad de Patología Renal de París. Francia (1949) ∆ Miembro Correspondiente de la Sociedad Francesa de Cardiología (1949) ∆ Miembro Honorario de la Sociedad Médica de Valparaíso. Chile (1950) ∆ Socio Honorario de la Sociedad de Biología de Río Grande del Sur. Brasil (1950) ∆ Miembro Correspondiente de la Sociedad de Medicina Interna de Córdoba (1952) ∆ Socio Honorario de la Sociedad Médica de Punta Arenas. Chile (1954) ∆ Miembro honorario de la American College of Physicians (1958) ∆ Miembro honorario de la American Physiological Society (1959, post-mortem)

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Eduardo Braun Menéndez

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Premios 

∆ 1934 Premio “Facultad de Ciencias Médicas” por su tesis: Influencia del diencéfalo y de la hipófisis sobre la presión arterial.

∆ 1939 Tercer Premio Nacional de “Ciencias Aplicadas a la Medicina”por la obra: Los ruidos cardíacos en condiciones normales y patológicas (en colaboración con el doctor Oscar Orías).

∆ 1945 Tercer Premio Nacional de “Ciencias Aplicadas a la Medicina”, por la obra: Hipertensión arterial nefrógena (en colaboración con los doctores J. C. Fasciolo, Luis Federico Leloir, J. M. Muñoz y A. C. Taquini).

 

Actuación en la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires Cargos desempeñados en el Instituto de Fisiología

∆ 1935-1937 Jefe de Investigaciones de circulación (full time) del Instituto de Fisiología (1-V-1935 a 1-XII-1937)

∆ 1938-1943 Jefe de Investigaciones de circulación del Instituto de Fisiología (1-X-1938 a 20-X-1943)

∆ 1945 Jefe de Investigaciones de circulación (ad-honorem) del Instituto de Fisiología (1-V a 31-VII-1945)

 Carrera docente en la Cátedra de Fisiología

∆ 1937 Primer año de adscripción ∆ 1938 Segundo año de adscripción ∆ 1939 Tercer año de adscripción ∆ 1940 Primer año de docencia complementaria ∆ 1941 Segundo año de docencia complementaria ∆ 1941 Docente libre de Fisiología (16-XI-1941) ∆ 1943 Renuncia al cargo de profesor adjunto (20-X-1943) ∆ 1945 Reincorporación al cargo de profesor adjunto de Fisiología (12-III-1945) ∆ 1946 Auxiliar de enseñanza en la Cátedra de Fisiología (7-V-1946) ∆ 1946 Renuncia a los cargos de profesor adjunto y Auxiliar de enseñanza de Fisiología (7-IX-1946) ∆ 1955 Reincorporación al cargo de profesor adjunto (20-X-1955) ∆ 1955 Profesor titular interino de la primera Cátedra de Fisiología (25-X-1955) ∆ 1956 Profesor titular de la primera Cátedra de Fisiología

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Su obra

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Cargos Desempeñados en Otras Universidades 

∆ 1938-1939 Full time researcher en el Departamento de Fisiología, Farmacología y Bioquímica del University Collage, Londres (director profesor C. Levatt Evans)

∆ 1951-1952-1953 Lecturer en Fisiología de la Universidad de Texas  Actuación en Sociedades e Instituciones Científicas y Culturales 

En la ArgentinaSociedad Argentina de Cardiología ∆ Socio fundador, 1936 ∆ Vocal de la Comisión Directiva, 1937-1938-1947 ∆ Tesorero, 1948 ∆ Secretario, 1941-1942-1949-1950 ∆ Presidente, 1951

Sociedad Argentina de Biología ∆ Vocal de la Comisión Directiva, 1939 ∆ Vicepresidente, 1943 -1956

Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias ∆ Socio Colaborador, 1938 ∆ Miembro titular del Colegiado, 1943 ∆ Secretario, 1945-1946-1947-1948

Sociedad Científica Argentina ∆ Miembro titular y vocal de la Junta Directiva, 1949 ∆ Vicepresidente, 1950-1951-1952 ∆ Presidente 1956-1957-1958-1959

Instituto de Biología y Medicina Experimental ∆ Miembro fundador, Miembro de la Comisión administradora y Jefe de investigaciones de

circulación, 1944. ∆ Director, 1-VIII-1945 a 6-IX-1946

Sociedad Argentina de Fisiología ∆ Secretario, 1953

 Sociedad Argentina de Pediatría ∆ Miembro adherente, 1954

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Institución Cultural Española ∆ Miembro de la Junta Directiva, 1949-1956 ∆ Miembro de la Junta Consultiva, 1953-1955

Instituto Católico de Ciencias ∆ Fundador y secretario del Consejo Directivo, 1953-1954

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas ∆ Miembro del directorio y presidente de la Comisión de Ciencias Médicas, desde la

fundación del Consejo (febrero de 1958)

En el extranjeroSchweizerescher Verein der Physiologen und Pharmakologen ∆ Miembro extranjero, 1948

Sociedad Interamericana de Cardiología ∆ Miembro del Comité Directivo, 1946

Physiological Society ∆ Foreign Associate, 1940 ∆ Associate member, 1952. Society for Experimental Biology and Medicine ∆ Miembro, 1942

Ciba Foundation ∆ Miembro correspondiente

Actuación en Revistas Médicas y Científicas 

∆ 1934-1956 Fundador, secretario de redacción y miembro de la mesa de redacción de la Revista Argentina de Cardiología

∆ 1943-1946 director de la Revista de la Sociedad Argentina de Biología

∆ 1944 Miembro del Comité de Redacción de la Revista de Medicina

∆ 1944 Miembro del Comité Científico de la Revista de Medicina y Alimentación de Santiago de Chile

∆ 1945-1956 Fundador y Miembro del Comité de Redacción de la revista Ciencia e Investigación

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Su obra

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∆ 1950-1956 Fundador y Jefe del Comité Editorial de la revista Acta Phisiologica Latinoamericana

  Actuación en Congresos Científicos 

Argentina

IV Congreso Nacional de Medicina (Córdoba, 1937) ∆ Vocal de la subsección Fisiología y relator de la misma

VII Congreso Nacional de Medicina (La Plata, 1947) ∆ Relator oficial

XIX Congreso Argentino de Cirurgía (Buenos Aires, 1948) ∆ Relator oficial

VII Congreso Internacional de Cirugía (Buenos Aires, 1950) ∆ Estudio sobre “Etiopatogenia y cirugía experimental en la hipertensión arterial”

V Jornadas Argentinas de Pediatría (Santa Fe, 1954) ∆ Ponencia sobre “Fisiologia renal”

IV Congreso Interamericano de Cardiologia (Buenos Aires, 1952) ∆ Vicepresidente del Comité organizador

XXI Congreso Internacional de Ciencias Fisiológicas (Buenos Aires, 1959) ∆ Presidente del comité organizador

Extranjero

II Congreso Panamericano de Endocrinologia (Montevideo, 1942) ∆ Miembro honorario e invitado oficial

Congreso Nacional de Medicina (Montevideo, 1944) ∆ Invitado especialmente por el Comité Ejecutivo ∆ V Jornadas Médico-Quirúrgicas de Valparaíso ∆ Sociedad Médica de Valparaíso. (Chile, XII-1950)

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II Congreso Interamericano de Cardiologia (Chicago, 1948) ∆ Delegado de la Sociedad Argentina de Cardiología ∆ Delegado de la Academia Nacional de Medicina

II Congreso Internacional de Cardiología (Washington, 1954) ∆ Delegado de la Sociedad Argentina de Cardiología ∆ Presidente de un panel sobre Tratamiento de la hipertensión ∆ Presidente de una sesión de fisiología

XVIII Congreso Internacional de Fisiología (Copenhague, 1950) ∆ Presidente de una reunión

I Congreso Internacional de Cardiología (París, 1950) ∆ Representante de la Sociedad Argentina de Cardiología ∆ Presidente de una reunión

  Clases, Cursos y Conferencias 

Argentina

Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires1935 Curso teórico-práctico para graduados sobre Métodos de exploración

cardiovascular, en el Instituto de Fisiología1936 Curso teórico-práctico para graduados sobre Métodos de exploración

cardiovascular, en el Instituto de Fisiología1939 Ocho clases sobre temas varios de Fisiología, correspondientes al tercer año de

adscripción a la cátedra de Fisiología1940 Primer curso de docencia complementaria. 16 clases sobre Respiración y

Fisiología Muscular1941 Segundo curso de docencia complementaria. 12 clases sobre Sangre y 5 sobre

Fisiología Cardiovascular1941 Curso para graduados sobre “Algunos métodos de exploración del aparato

circulatorio”, en el Instituto de Fisiología1941 Clase sobre “Regulación de la presión arterial”, en el curso de repaso organizado

en el Instituto de Fisiología, por el doctor V. G. Foglia, a pedido del Centro de Estudiantes de Medicina

1942 Dos clases en el curso de perfeccionamiento de Cardiología en la cátedra del profesor, doctor R. A. Bullrich

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1942 Curso teórico práctico para graduados sobre Electrocardiografía, en el Instituto de Fisiología

1942 Dos clases sobre Fisiología cardiovascular, en el curso de perfeccionamiento de Cardiología en la cátedra del profesor, doctor R. A. Bullrich

1943 17 clases en el curso de especialización en Cardiología a cargo del profesor, doctor R. A. Bullrich

1943 12 clases de Fisiología (temas varios)1945 12 clases de Fisiología (temas varios)1946 Una clase en el curso de repaso organizado por el Instituto de Fisiología1955 Dos clases en el curso de repaso

Instituto Católico de Ciencias1953 Seminario en el Instituto Católico de Ciencias. 5 reuniones sobre: “Pruebas de la

función renal”1954 En el Instituto Católico de Ciencias, organización y dirección del curso sobre:

“Metabolismo Hídrico y de los electrólitos”, en el que dictó 4 conferencias

Facultad de Medicina de La Plata1948 En la cátedra del profesor Christmann: “Mecanismo de la secreción gástrica”

Instituto de Fisiología de la Universidad Nacional de Tucumán1951 "Hipertrofia renal compensadora e hipertrofia arterial" 

Centro de Investigaciones Cardiologías (Fundación Grego)1949 “Metabolismo del agua y del sodio en la insuficiencia cardiaca y en la

hipertensión arterial”1950 "Volumen sanguíneo y líquido extracelular en la hipertensión arterial"

Pabellón Inchauspe de Cardiología–Hospital Ramos Mejía1950 "Metabolismo del agua y de los electrólitos en la hipertensión arterial experimental"

Curso de Perfeccionamiento en Cirurgía Cardiovascular (doctor Alfonso R. Albanese)1951 "Tratamiento quirúrgico de la hipertensión arterial"

Facultad de Medicina de Córdoba1936 Conferencia en el Primer Curso de perfeccionamiento en Cardiología, organizado

por el Instituto de Fisiología1937 Conferencia sobre “Diagnóstico topográfico de los bloqueos de rama”, en el Segundo

Curso de perfeccionamiento en Cardiología organizado por el Instituto de Fisiología

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Su obra

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Asociación Médica del Hospital Rivadavia1941 "Hipertensión arterial nefrógena"

Facultad de Medicina de la Universidad del Litoral1946 Conferencia sobre "Hipertensión arterial nefrógena"

Hogar Universidad de Rosario1950 "Libertad de investigar"

Círculo Médico de Córdoba1940 "Hipertensión nefrógena"1941 "Metabolismo del corazón"1944 3 conferencias sobre "Patogenia", "Tratamiento médico", "Tratamiento quirúrgico

de la hipertensión arterial"1945 "Patogenia y tratamiento específico de la hipertensión arterial nefrógena"1951 "Hipertensión arterial experimental"1954 "Regulación del metabolismo hídrico"

Círculo Médico de Tucumán1951 "Hipertensión arterial"

Academia Nacional de Medicina1948 "Metabolismo hidrosalino en la hipertensión arterial"

Sociedad Argentina de Endocrinología y enfermedades de la Nutrición1942 "El riñón como órgano de secreción interna"1955 "Endocrinas y riñón" 

Instituto Popular de Conferencias1945 “Universidades no oficiales e Institutos privados de investigación científica”

Hospital Policlínico de La Plata1949 "Las bases patogénicas en el tratamiento de la hipertensión arterial"

Centro de Estudiantes de Medicina de La Plata1946 “La investigación científica y la medicina moderna”. Conferencia inaugural del ciclo

de conferencias titulado “Lo experimental y funcional en medicina”. 7 clases (28-V)

Círculo de Becarios y Premiados de la Comisión Nacional de Cultura1948 "¿Qué es la investigación científica?"

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Asociación Médica Argentina1948 En el acto de homenaje al doctor Bernardo A. Houssay: “La propulsión de la

investigación científica”

Instituto de Biología y Medicina Experimental1948 "Mecanismo humoral"1949 "El metabolismo hidrosalino en la hipertensión arterial"1951 "Excreción renal de sodio"1952 "Diabetes e hipertensión arterial"1954 "Permeabilidad del glomérulo renal"1955 "Mecanismo de acidificación de la orina"

Sociedad Argentina de Cardiología1952 "Fisiopatología de la hipertensión arterial experimental"1954 "Fisiopatología de la anuria aguda"

Hospital Británico1944 En Jornadas celebrando el Centenario del Hospital: “Fisiopatología de la

hipertensión arterial”

Hospital Salaberry1954 "Metabolismo del Sodio". Curso de Cardiología de la Sociedad de Medicina Interna

Asociación Médica del Hospital de Niños1955 "Hipertensión arterial en la infancia: fisiopatología y diagnóstico"

Colegio Libre de Estudios Superiores1950 "Hipertensión arterial experimental"1951 "El medio siglo en la Fisiología"

 Instituto Libre de Estudios Superiores de Rosario

1952 "El medio siglo en la Fisiología"

Asociación Argentina de Cultura Inglesa1953 "Resección del simpático en las afecciones vasculares de los miembros y en la

hipertensión arterial"

Ateneo de Medicina Infantil. Policlínico Lanas1958 "Metabolismo del agua y los electrolítos"

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Su obra

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Universidad de Cuyo - Facultad de Medicina1958 "La seleccion de profesores"1958 "Acción pro y anti-hipertensora del riñón"

En el Extranjero 

UruguayFacultad de Medicina de Montevideo

1934 "Ruidos cardíacos y ritmo de galope"1940 "Mecanismo de la hipertensión arterial nefrógena" "Asincronismo ventricular en el bloqueo de rama"

Club Católico de Montevideo1950 "Ciencias y Fe"1950 Symposium sobre “Problemas fundamentales de estructura y fisiología celular”,

en Montevideo, organizado por UNESCO

CubaModerador en panel sobre el tratamiento de la enfermedad vascular hipertensiva

BrasilInvitado por el Ministerio de Educação e Saúde (CAPES) de Brasil, para dirigir durante un mes los trabajos de investigación del Instituto de Fisiología Experimental de la Facultad de Medicina de Porto Alegre

Instituto de Biofísica y Universidad del Brasil (Río de Janeiro)1943 “Los métodos gráficos en la exploración de los fenómenos de la actividad

cardiovascular”. "Metabolismo del corazón"1949 "Fisiología del riñón"1949 "Hipertrofia compensadora del riñón"

Academia Brasileira de Ciencias (Río de Janeiro)1943 "Patogenia de la hipertensión arterial"

 Instituto Oswaldo Cruz (Rio de Janeiro)

1943 "El riñón como órgano de secreción interna"

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Su obra

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Academia de Medicina (Río de Janeiro)1943 "Tentativas de tratamiento específico de la hipertensión arterial nefrógena"

Facultad de Medicina (Río de Janeiro)1943 "Ruídos cardíacos en condiciones normales y patológicas"

Facultad de Medicina (Porto Alegre) 1954 "Función y forma"

Sociedad de Biología (Porto Alegre)1949 "Hipertrofia Compensadora del riñón"

 Sociedad de Medicina (Porto Alegre)

1954 "Importancia de la sal en la patología"

Sociedad de Cardiología (Porto Alegre)1949 "Estado actual del problema de la hipertensión arterial"

 Escuela Paulista de Medicina (Sao Paulo)

1949 "Hipertensión arterial nefrógena" "Metabolismo hidrosalino en la hipertensión arterial"

Asociación Brasileira para el Progreso de las Ciencias1949 Conferencia de apertura de la primera reunión anual, Campinas, “Libertad de

Investigar”

Facultad de Medicina y Sociedad de Medicina de Santa Maria1954 "Importancia de la sal en Patología"

 Chile

Sociedad de Biología (Santiago)1948 "Mecanismo de la hipertensión arterial"

Universidad Católica de Chile (Santiago)1955 "Papel de renotrofina en la hipertensión arterial nefrógena"

Jornadas Cardiológicas Sudamericanas del Pacífico1957 "Patogenia de la hipertensión esencial"

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Estados Unidos1942 Conferencias sobre hipertensión arterial nefrógena ∆ Herztein Lectures, Universidades de California y Stanford (San Francisco) ∆ Hanna Lectures, Northwestern University, Cleveland ∆ 1st Walter Hamburger Memorial Lectura, Institute of Medicine (Chicago) ∆ Harvard Medical Colloquium, Harvard University Medical School, Boston ∆ Rockefeller Institute, New York ∆ Yale Medical Society, New Haven ∆ Cátedra de Medicina en la Facultad de Medicina del University of Michigan ∆ Cátedra de Medicina en la Facultad de Medicina del Columbia University, New York ∆ Cátedra de Medicina en la Facultad de Medicina del Stanford University, Palo Alto ∆ Cátedra de Medicina en la Facultad de Medicina del University of California, San Francisco ∆ Cátedra de Medicina en la Facultad de Medicina del University of California, Los Ángeles ∆ Cátedra de Fisiología aplicada, University of California, San Francisco ∆ Los Angeles Herat Association, Los Ángeles

1950 Symposium sobre hipertensión, Universidad de Minnesota, Minneapolis ∆ "Volumen sanguíneo y volumen del líquido extracelular en la hipertensión experimental" ∆ "Mecanismo de la hipertensión producida por la desoxicorticosterona" ∆ "Hipertensión arterial experimental"

 Escuela de Medicina de la Universidad de California

Seminario sobre "Circulación, volumen sanguíneo y volumen del líquido extracelular en la hipertensión experimental"

Cleveland ClinicCurso para post-graduados "Tratamiento de la hipertensión arterial"

Escuela de Medicina, Universidad de Illinois, Chicago"Mecanismo de la hipertensión arterial"

Dallas Diabetes Association, Dallas"Hipertensión y diabetes"

Escuela de Medicina, Universidad de California, San Francisco"Los ruidos cardíacos"

San Francisco County Medical Society, San Francisco"Bases patogénicas para el tratamiento de la hipertensión"

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Su obra

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Instituto de Fisiología, Universidad de Harvard, Boston1951 "Desoxicorticosterona e intercambio hidrosalino"

Instituto de Fisiología de la Universidad de Columbia, New York"Desoxicorticosterona e intercambio hidrosalino"

Universidad de Michigan, Ann Harbor1957 "Pressor polypeptides formed by in vivo and in vitro as mediators of renal hypertension"

Colegio Americano de MédicosXXIX Sesión anual, Lilly Lectures, Atlantic City, 29 de abril de 1958. "The Prohypertensive

and Antihypertensive Actions of the Kidney"

CanadáUniversidad de Montreal

1950 Conferencia Claude Bernard: "Mecanismo de la hipertensión producida por la desoxicorticosterona"

"Hipertrofia compensadora del riñón"

Facultad de Medicina, Universidad de Toronto1951 "Hipertrofia y relación entre peso del riñón y peso corporal"

FranciaFacultad de Medicina, Universidad de París

1952 "Hipertrofia compensadora del riñón e hipertensión arterial"1957 "L'hypertension intracrânienne" (6 conferencias)

BélgicaFacultad de Medicina, Universidad de Lieja

Facultad de Medicina y Farmacia, Universidad de Bruselas

Facultad de Medicina, Universidad Católica de Louvain1952 "Hipertrofia compensadora del riñón e hipertensión arterial"

HolandaSociedad Holandesa de Endocrinologia, Ámsterdam

1952 "Mecanismo de acción de la desoxicorticosterona"

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SueciaClub Cardiológico, Estocolmo

1947 "Mecanismo de la hipertensión renal"

Cátedra de Medicina, Facultad de Medicina, Lund

Instituto de Fisiología, Facultad de Medicina, Upsala

Instituto de Fisiología, Karolinska Institutat, Estocolmo

Sociedad de Fisiología, Lund

Sociedad Sueca de Endocrinología, Estocolmo1952 Conferencias sobre "Hipertensión experimental", "Mecanismo de acción de la

desoxicorticosterona", e "Hipertensión e hipertrofia renal compensadora"

InglaterraUniversity College, Londres

1938 "Los ruidos cardíacos en condiciones normales y patológicas"

Ciba Foundation, Londres1953 Symposium sobre Hipertensión "Agua y electrolitos en la hipertensión arterial experimental"

Trabajos

A) Hipófisis y presión arterial

a) Trabajos originales

La presión arterial de los perros hipofisoprivos. Revista de la Sociedad Argentina de Biología 1932, 8, 463. C. R. Sociedad de Biología de París, 1932, 111, 477.

Reacción de los perros hipofisoprivos a la hipotensión por sangría. Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1934, 10, 204. C. R. Sociedad de Biología de París, 1943, 117, 453.

Influencia del diencéfalo y de la hipófisis sobre la presión arterial. Tesis, Facultad de Medicina, Buenos Aires, 1934.

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Influencia de la hipófisis sobre la presión arterial de la rata. Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1944, 20, 556.

b) Artículos de conjunto

Hypophysis and blood pressure. Cardiología, 1952, 21, 272.

B) Ruidos Cardíacos

a) Trabajos originales

Estudio fonocardiográfico en cien adultos jóvenes. Revista Argentina de Cardiología, 1934, 1, 101. J. Physiol. Path. Gén., 1935, , 39.

El ritmo de galope. Su análisis mediante fonocardiografía y flebografía simultáneas. (En colab. con A. Battro y O. Orías). Revista Argentina de Cardiología, 1934, 1, 117. J. Physiol. Path. Gén., 1935, 33, 51.

Estudio fonocardiográfico del bloqueo total aurículoventricular. (En colab. con P. Cossio). Revista Argentina de Cardiología, 1935, 2, 1.

Desdoblamiento fisiológico de los ruidos del corazón. (En colab. con P. Cossio). Revista Argentina de Cardiología, 1935, 2, 149

Constancia del ruido auricular por auscultación o inscripción esofágica. (En colab. con A. C. Taquini). Revista Sociedad Argentina de Biología , 1935, 11, 410. C. R. Soc. Biol. Paris, 1935, 120, 728.

Estudio del ruido auricular en el bloqueo total auriculoventricular experimental. (En colab. con Solari L.A.). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1936, 12, 112. C. R. Soc. Biológ. Paris, 1936, 123, 502.

Estudio fonocardiográfico de la estrechez mitral. Rev. Arg. Card, 1937, 4, 1. (En colab. con Battro A.).

Determinación sobre la capacidad de respuesta y la frecuencia natural de un dispositivo para fonocardiografía directa. (En colab. con Arrighi F.P.) Revista Argentina de Cardiología, 1940, 7, 75

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b) Artículos de conjunto

Importance des bruits auriculaires a l´état normal et pathologique. Pr. Méd., 1936, 1, 603. (En colab. con Orías O.).

The heart sounds in normal and pathological conditions. Lancet, 1938, II, 761.

Der Vorhofton des Herzens. (En colab. con Orías O.) Ergebn. Physiol. 1940, 43, 57.

c) Libros

Los ruidos cardíacos en condiciones normales y patológicas. (En colab. con O. Orías). Buenos Aires, El Ateneo, 1937.

The Heart sounds in normal and pathological conditions. (En colab. con O. Orías). London, Oxford University Press, 1939

C) Fisiología y fisiopatología

a) Trabajos originales

La patogenia del latido torácido universal en dos casos de aneurisma de la aorta torácica. (En colab. con Moia, B., Prensa Médica, 1933, I, 120).

Perturbaciones hemodinámicas consecutivas a la ligadura de la rama circunfleja de la coronaria izquierda. (En colab. con O. Orías) Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1934, 10, 12. C. R. Soc. Biol., Paris, 1934, 116, 445.

Un caso de bloqueo aurículo ventricular con complejos ventriculares de forma variable. (En colab. con R. A. Bullrich) Revista Argentina de Cardiología, 1934, 1, 64.

Flutter auricular y bloqueo auriculoventricular completo. Anales Inst. Munic. Radiol. Fiosiot., 1934, 1, 309.

Duración de las fases del ritmo cardíaco en hipertensos (En colab. con O. Orías). Revista Argentina de Cardiología, 1935, 2, 186.

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Su obra

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Taquicardia ventricular y dolor precordial apareciendo simultáneamente a raíz de una prueba de esfuerzo en un paciente con síndrome de angina de pecho de esfuerzo. (En colab. con A. Paolucci) Revista Argentina de Cardiología, 1935, 2, 372.

La radioquimografía en el bloqueo aurículo-ventricular. Revista Argentina de Cardiología 1936, 3, 119. (En colab. con A. Battro).

Aincronismo de la contratación ventricular en el bloqueo de rama; su demostración mediante el registro óptico de los fenómenos mecánicos de la actividad cardíaca. Revista Argentina de Cardiología, 1936, 3, 325. (En colab. con A. Battro y O. Orías).

Movimientos cardioneumáticos. (En colab. con R. Vedoya). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1936, 12, 391, C. R. Soc. Biol., Paris, 1937, 124, 377.

Asincronismo ventricular por sección de las ramas de haz de His. I. Sección de la rama derecha. Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1936, 12, 331; II. Sección de la rama izquierda. Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1937, 13, 33, C. R. Soc. Biol., Paris, 1937, 125, 531(En colab. con L. A. Solari).

Ritmo nodal rápido alternado con ritmo sinusal en el mismo trazado.(En colab. con B. Moia), Revista Argentina de Cardiología, 1937, 4, 329.

The usage of pyruvic acid by the dog´s heart.Quart. J. Exp. Physiol. 1939, 29, 91. (En colab. con A. L. Chute; R. A. Gregory).

El registro gráfico de la actividad de los corazones linfáticos. (En colab. con V. G. Foglia). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1939, 15, 178 y C. R. Soc. Biol. Paris, 1940, 133, 328.

Influencias térmicas, endocrinas y farmacológicas sobre los corazones linfáticos. (En colab. con V. G. Foglia). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1939, 15, 235; C. R. Soc. Biol., Paris, 1940, 133, 331.

Activity of toad lymph hearts. (En colab. con V. G. Foglia). Proc. Soc. Exp. Biol. N.Y. 1941, 47, 57.

b) Artículos de conjunto

Ventricular asymchronism en bundle branch block. (En colab. con Solari L. A.) Arch. Intern. Méd., 1939, 63, 830.

Biología et pharmacologie des coeurs lymphatiques des batraciens.(En colab. con V. G. Foglia). Arch. Int. Pharmacodyn, 1940, 44, 273.

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Metabolismo del corazón en Patología y clínica de enfermedades del aparato circulatorio. Por varios autores, editado por Círculo Médico de Córdoba, 1943, pág. 3.

Fisiología de la circulación coronaria. Medicina, 1945, 5, 185.

Trends of cardiovascular research in Argentina.Circ. Research 1956, 4, 645.

D) Mecanismo humoral de la hipertensión nefrógena experimental

a) Trabajos originales

Obstáculo venoso en el riñón normal o desnervado e hipertensión arterial. Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1932, 8, 651. C. R. Soc. Biol. Paris, 1933, 113, 461.

Hypertensin: the substance causing renal hypertension.(En colab. con J. M. Muñoz; J.C. Fasciolo; L. F. Lelior) Nature, 1939, 144, 980.

Acción vasoconstrictora e hipertensora de la sangre venenosa del riñón en isquemia incompleta aguda. (En col. con J. C. Fasciolo). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1939, 15, 161; C. R. Soc. Biol., Paris, 1940, 133, 324.

Mecanismo de la acción hipertensora de la sangre de riñón isquemia aguda incompleta. (En colab. con J. C. Fasciolo). Revista Sociedad Argentina de Biología 1939, 15, 401, y C. R. Soc. Biol. , Paris, 1940, 133, 728.

La substancia hipertensora de la sangre del riñón isquemiado. (En colab. con J. C. Fasciolo, L. F. Leloir, J. M. Muñoz). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1939, 15, 420, y C. R. Soc. Biol., Paris, 1940, 133, 715

The substance causing renal hipertensión. (J. C. Fasciolo; J. M. Muñoz; L. F. Leloir). J. Physiol., 1940, 98, 283.

La secreción de renina y la formación de hipertensiva. (En colaboración L. F. Leloir; J. M. Muñoz; J. C. Fasciolo). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1940, 16, 75; C. R. Soc. Biol. Paris, 1940, 134, 487.

Acción presora en el hombre de la renina y de la hipertensina. (En colab. con A. Battro; A. Lanari; L. F. Leloir). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1940, 16, 376.

The mechanism of renal hypertensión. (J. M. Muñoz; J. C. Fasciolo; L. F. Leloir) Amer. J. Med. Sci., 1940, 200, 608.

Page 234: Eduardo Braun Menéndez: Ciencia y Conciencia, Una Vida Inspiradora

Su obra

234

On the specificity of renin. (En colab. con J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J. M. Muñoz). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1940, 16, 398.

Dosaje de la renina (En colab. con L. F. Leloir; J. M. Muñoz; J. C. Fasciolo). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1940, 16, 635.

La hipertensinasa. Su dosaje y distribución. (J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J. M. Muñoz). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1940, 16, 643.

La eliminación de la renina en la orina. (Dexter L. colaborador). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1947, 17, 394.

Liberación de renina por el riñón totalmente isquemiado. (En colab. con A. C. Taquini). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1941, 17, 465.

Dosaje de la renina en la sangre de perros hipertensos por isquemia renal. (En colab. Dell´oro R; Brown Menéndez E.). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1942, 18, 65.

The destruction and elimination of renin in the dog. (En colab. con B. A. Houssay; L. Dexter). Ann. Intern. Méd. 1942, 17, 461.

The secretion of renin by the intact kindney. (En colab. con F. Huidobro). Amerc. J. Physiol. 1942, 137, 47.

La formación del hypertensinógeno. (En colab. L. F. Leloir; J. M. Muñoz; A. C. Taquini; J. C. Fasciolo). Rev. Cardiol. Arg. 1942, 9, 269.

Relación entre hipertensina y pepsitensina. (En colab. J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J. M. Muñoz; A. C. Taquini). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1943, 19, 304.

Método de medición de la renina humana. (En colab. con J. M. Muñoz; A. C. Taquini; J. C. Fasciolo; L. F. Leloir) Revista Sociedad Argentina de Biología 1943, 19, 321.

Medición del hipertensinógeno. (En colab. con A. C. Taquini; J. C. Fasciolo; L. F. Leloir). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1943, 19, 321.

Medición del hipertensinógeno. (En colab. con A. C. Taquini; J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J. M. Muñoz). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1943, 19, 500.

Presencia de renina en la sangre circulante de ratas normales e hipertensas. (En colab. con M. R. Covián; C. E. Rapela). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1947, 23, 131.

Page 235: Eduardo Braun Menéndez: Ciencia y Conciencia, Una Vida Inspiradora

Eduardo Braun Menéndez

235

Heterogeneity of hypertensin preparations. (En colab. con A. C. Paladini). Biochim. Biophys. Acta. 1955, 18, 580-581.

Efecto de la ACTH sobre la presión arterial de las ratas con reducción renal. (En colab. con J. C. Phenos) Revista Argentina de Cardiología, 1956, 23, 283.

Pressor polypeptides Former in Vivo and in Vitro as mediators of renal hypertension. (En colab. con A. C. Paladini). Circulation, 1958, 17, 668.

Evidence for Renotrophin as a Casual Factor in Renal Hypertensión, Circulation, 1958, 17, 696.

Conference on Mechanism of Protective Action of Kidney and Relation of Renoprival to Chronic Renal Hypertension. Circulation, 1958, 17, 719.

Suggested Revision on Nomemclature-Angiotensin. Science, 1958, 127, 242.

The Prohypertensive and Antihypertensive Actions of the Kidney.Ann. Internal Med., 1958, 49, 717.

b) Artículos de conjunto

Action hypertensive du rein ischémié.(En colab. con B. A. Houssay; J. C. Fasciolo; A. C. Taquini). Pr. Méd., 139, 1, 810.

Mecanisme de l´hypertension d´origine renale. (En colab. con J. C. Fasciolo; B. A. Houssay; J. M. Muñoz; L. F. Leloir). J. Suisse de Méd., 1941, 71, 133.

El tratamiento de la presión arterial por los estractos de riñón. Revista Argentina de Cardiología, 1942, 9, 134.

The rol of renin in experimental hypertension. (En colab. con B.A. Houssay) Brit. Méd. J. 1942, 11, 179

Hipertensión de origen renal. (En colab. con B. A. Houssay). Reseña clínico cientif. 143, 12.

Patogenia de la hipertensión arterial. Rev. Méd. de Córdoba, 1945, 33, 353.

Tratamiento médico de la hipertensión nefrógena. Rev. Méd. de Córdoba, 1945, 33, 419.

Tratamiento quirúrgico de la hipertensión arterial. Rev. Méd. de Córdoba, 1945, 33, 489.

Den renale hipertoniens genes. Nordisk Medicin, 1948, 37, 515.

Page 236: Eduardo Braun Menéndez: Ciencia y Conciencia, Una Vida Inspiradora

Su obra

236

Patogenia de la hipertensión arterial. Revista C.A.M. Porto Alegre, 1950, 63.

Hipertensión experimental. Rev. Méd. de Córdoba 1951, 39, 539.

Experimental Hypertension.Hypertension, a Symposium, Ed. By E. T. Bell Univ. Minnesota Press, 1951 p. 161.

Hypertensión arterial experimental. Symposium de cardiología Soc. Argent. Cardiol., Bs. Aires, Ed. El Ateneo, 1952, 58-74.

c) Libros

Hipertensión arterial. (En colab. J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J. M. Muñoz; A. C. Taquini). Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1943.

Renal hipertensión. (Translated by Lewis Dexter) (En colab. con J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J.M. Muñoz; A. C. Taquini). Springfield, I11., Ch. C. Thomas, 1946, 1 vol., 456 p.

Ipertensione arteriosa di origine renale. (En colab. con J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J. M. Muñoz; A. C. Taquini). Edizioni Corticelli S.R.L., Milano, 1951.

E) Metabolismo hidrosalino de la hipertensión

a) Trabajos originales

El volumen sanguíneo y el volumen del líquido extracelular en la rata blanca normal. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1948, 24, 44. Le volume sanguin et le volumen du liquide extracellulaire chez le rat normal. C. R. Soc. Biol., Paris, 1948, 24, 355 (En colab. con M. R. Covián).

Mayor frecuencia de hipertensión por perinefritis o desoxicorticosterona en ratas diabéticas. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1949, 25,162. Fréquence plus grande de l´hypertension sous l´influence de périnéphrite ou de désoxycorticosterona chez le rat diabétique (En colab. con C. Martínez) C. R. Soc. Biol., Paris, 1950, 144, 415.

Aumento del volumen sanguíneo y del volumen extracelular en ratas diabéticas e hipertensas. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1949, 25, 168. Augmentation du volumen sanguin et du liquide extracellulaire chez le rat diabétique et hypertendu (En colab. con C. Martínez) C. R. Soc. Biol., Paris, 1950, 144, 417.

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237

Modificaciones del metabolismo del agua y de la sal en ratas hipertensas. Rev. Argent. Biol., 1950, 26, 16. Modifications du métabolisme de l´eau et du chlorure de sodium chez les rat avec hypertension experimentale. C.R. Soc. Biol., Paris, 1950, 144, 1222.

Metabolismo del agua y de los electrólitos e hipertensión arterial experimental. 1er Congres Mondial de Cardiologie, Paris, 3-9 septiembre 1950, tome 1, 81.

Action of desoxycorticosterone on water Exchange in the rat. Amer. J. Physiol., (Proc. Soc.) 1950, 163, 701

Efecto de la concentración de proteína y del cloruro de sodio en la dieta sobre la acción de la desoxicorticosterona en ratas. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1950, 26, 188. Influence de la concentration en proteins et en chlorure de sodium du régime sur l´action de la desoxicorticosterone. C. R. Soc. Biol., Paris, 1951, 145, 128. (En colab. con J. L. Prado).

Aumento del apetito específico de la sal provocado por la desoxicorticosterona. II. Substancias que potencian o inhiben esta acción. Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1952, 28, 23. Augmentation de l´appetit specifique pour le chlorure de sodium provoqué par la desoxicorticosterone. II. Substances qui renforcent ou inhibent cette action. C. R. Soc. Biol., 1952, 146, 1982.

Aumento del apetito específico de la sal provocado por la desoxicorticosterona. I. Caraterísticas Revista Sociedad Argentina de Biología, 1952, 28, 15. Augmentation de l´appetit specifique pour le chlorure de sodium provoqué par la desoxicorticosterone. C. R. Soc. Biol., Paris, 1952, 146, 1980. (En colaboración P. Brandt)

Modificaciones del apetito específico para la sal en ratas blancas. Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1953, 29, 92. Modificateurs de l´appetit spécifique pour le sel chez le rat blanc. C. R. Soc. Biol., Paris, 1954, 148, 912.

b) Artículos de conjunto

Mecanismo del agua y de los electrólitos e hipertensión arterial experimental. Ciencia e investigación, 1950, 6, 35. Sístole, 1950, 1, 72. El metabolismo del agua y de los electrolitos e hipertensión arterial. Arq. Bras. Cardiol. 1950, 3, 339.

The mechanism of hipertensión due to desoxycorticosterone. Hypertensión, a Symposium, ed. by E. T. Bell Univ. Minnesota Press 1951, p. 133

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Su obra

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Blood volume and extracellular fluid volume in experimental, hypertensión. Hypertensión, a Symposium, ed. by E. T. Bell, Univ. Minnesota Press, 1951, p. 98.

L´hypertensión et l´éclampsie au cours de l´insufissance rénale aigué. Congrés Francais de Médicine, XXVIII eme. Session, Bruxeles, 1951, Rapports 1, 145

Ação da desoxicorticosterona sobre o apetito específico para cloreto de sodio. Ciencia y Cultura, 1952, 4, 118.

Mecanismo de la hipertensión arterial por desoxicorticosterona. IV Congreso Interamericano de Cardiología, 31 de agosto-7 de septiembre, 1952, 308; Revista Argentina de Cardiología, 1952, 19, 376.

Water and electrolytes in experimental hypertensión. Hypertensión, Humoral and Neurogenic Factors A. Ciba Foundation Symposium, J. A. Churchill, London, 1954.

F) Función renal y su relación con la hipertensión

a) Trabajos originales

Clearance de insulina y de diodrast y masa tubular de diodrast en la rata blanca. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1946, 22, 314. (En colab. H. Chiodi).

El crecimiento del riñón. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1946, 22, 279.

El curso de la hipertrofia compensadora del riñón en la rata blanca. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1946, 22, 299.

La función renal de la rata blanca después de la nefrectomía unilateral.(Colab. H. Chiodi) Revista Sociedad Argentina de Biología, 1947, 23, 21.

Hypertension after bilateral nephrectomy in the rat.(En colab. con U.S. von Euler). Nature, 1947, 16, 905.

Efecto de la parabiosis sobre la hipertensión arterial de las ratas hipertensas por perinefritis. (En colab. con U.S. von Euler). Revista Sociedad Argentina de Biología, 1948, 24, 355.

Hipertensión arterial en ratas nefrectomizadas en parabiosis.(En colab. con U.S. von Euler) Revista Sociedad Argentina de Biología, 1948, 24, 51.

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Eduardo Braun Menéndez

239

Mecanismo de la hipertensión de las ratas totalmente nefrectomizadas. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1948, 24, 130. Mechanisme de l´hipertensión des rats totalmen nephrectomisés. C. R. Soc. Biol., Paris, 1948, 142, 1569. (Col. M. R. Covián).

Hipertrofia compensadora del riñón en la rata hipofisopriva. (En colab. con H. E. J. Houssay). Revista Sociedad Argentina de Biología, 1949, 25, 55. C. R. Soc. Biol., Paris, 1949, 143, 1255.

Mecanismo de la regresión en las ratas hipofisoprivas. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1950, 26, 55. Méchanisme de la régression rénale chez les rats hypophysectomisés C. R. Soc. Biol., Paris, 1950, 144, 1228.

Tiroides e hipertensión nefrógena experimental. Revista Sociedad Argentina de Biología, 1954, 30, 138. Tyroide et hypertension artérielle. C. R. Soc. Biol., Paris, 1954, 148, 1663.

Acción de la hormona de crecimiento sobre la presión arterial de ratas con reducción renal. (En colab. con J. C. Phenos). Revista Sociedad Argentina de Biología, 1955, 31, 95.

Polipéptidos Presores formados “In Vivo” e “In Vitro”. (En colab. con A. C. Paladini). Ciencia e Investigación, 1957, 13, 537.

b) Artículos de conjunto

Kidney glomerular filtration, renal plasma flow, and maximal rate tubular transfer.Annual Rev. Physiol., 1944, 6, 265.

Hipertrofia compensadora del riñón. Urología, Porto Alegre, Brasil; 1957, 1, 7.

Hipertrofia renal compensadora e hipertensión arterial.Ciencia y Cultura, 1952, 108.

Hypertension and relation between body weight and kidney weight. Acta physiol. Latino-americana, 1952, 2, 2, Stamford Med. Bull., 1952, 10, 65.

Hypertrophie compensatrice du rein et hypertension arterielle. Presse Méd. 1953, 61, 656.

Hipertrofia compensadora del riñón e hipertensión nefrógena. Principia Cardiol. 1955, 2, 91.

Role de la renotrophine dans l´hypertension experimentale d´origine renale. Livre jubilaire publié en l´honneur du Profesor Paul Govaerts. Mai 1955, P, 159.

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Su obra

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G) Libros de textoFisiología humana 1945, 1950 y 1954 1 vól. 1441 páginas. Buenos Aires, Edit. El Ateneo.

Fisiología Humana-Traducciones portuguesas. Río de Janeiro, Edit. Guanabara, 1951 y 1956.

Physiologie Humaine, Les Editions Médicales Flammarion, Paris, 1950.

Human Physiology, 1951 y 1955- 1 vol. 1177 pág. New York. Edit. Mc. Graw-Hill. (Colab. B. A. Houssay; J. T. Lewis; O. Orías; Braun Menéndez; E. Hug; V. G. Foglia; L. F. Leloir).

Anatomía y Fisiología (120 p.). Enciclopedia Práctica Jackson, 1951, 12 tomos edit. W. M. Jackson. Buenos Aires. (En colab. V. G. Foglia).

H) Temas universitarios o culturalesDiscurso de incorporación a la Academia de Medicina. Boletín de la Academia Nacional de Medicina, Buenos Aires, 1946, nº 1-3, 193.

La investigación científica y la medicina moderna. Revista del Centro de Estudios de Medicina, La Plata, 1946, 11, 11.

Bases para el Adelanto de la ciencia en Argentina. Revista del Club Universitario. Buenos Aires.

La propulsión de la investigación científica. Revista de la Asociación Médica Argentina, 1948, 62, 284.

Libertade de pesquisa. Ciencia y Cultura, 1950, 2, 3.

A escolha de professores universitarios. Ciencia y Cultura, 1950, 2, 163.

El primer medio siglo en la Fisiología. Revista del Colegio Libre de Estudios Superiores, 1952, 41, 153.

Función y forma. Anais da Faculd. de Medicina de Porto Alegre, 1954, 14, 167.

Oscar Orías. Ciencia e Investigación, 1955, 11, 380.

Los “títulos habilitantes” y la Universidad. Ciencia e Investigación, 1956, 12, 1.

La elección de profesores universitarios. Ciencia e Investigación. 1956, 12, 82-86.

Las etapas para la creación de una Universidad privada. Ciencia e Investigación, 1957, 13, 97.

La ley universitaria. Ciencia e investigación, 1958, 14, 289.

El stress de la Vida. Ciencia e Investigación, 1957, 13, 172.

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Los diez mejores trabajos

Influencia del diencéfalo y de la hipófisis sobre la presión arterial. Tesis. Fac. de Ciencias Médicas de Buenos Aires, 1934.

The usage of pyruvic acid by dog´s heart. (En colab. A. L. Chute y R. A. Gragory). Quart. J. Exp. Physiol., 1939,29, 91.

Los ruidos cardíacos en condiciones normales y patológicas. (En colab. con O. Orías). Buenos Aires, Ed. El Ateneo, 1937.

The heart sound in normal and patological conditions. London, Oxford University Press, 1939.

Hipertensión arterial nefrógena. (En colab. con J. C. Fasciolo; L. F. Leloir; J. M. Muñóz y A. C. Taquini). Buenos Aires, Ed. El Ateneo, 1943.

Renal hypertension (Translated by Lewis Dexter). Springfield, I11, Ch. Thomas, 1946, 1 vol, 456 pág.

Ipertensione arteriosa di origine renale; edizion Corticelli S.R.L., Milano, 1951.

Clearance de insulina y de diodrast y masa tubular de diodrast en la rata blanca. (En colab. con H. Chiodi). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1946, 22, 314.

Mayor frecuencia de hipertensión por perinefritis o desoxicorticosterona en ratas diabéticas. (En colab. con C. Martínez). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1949, 25, 162.

Fréquence plus grande de l´hypertension par l´influence de la périnephrite ou de la de desoxycorticosterone chez le rat diabétique. (En colab. con C. Martínez). C. R. Sociedad de Biología de París, 1950, 144, 415.

Efecto de la concentración de la proteína y del cloruro de sodio en la dieta sobre la acción de la desoxicorticosterona en ratas. (En colaboración con J. L. Prado). Revista de la Sociedad Argentina de Biología, 1950, 26, 188

Blood volume and extracellular fluid volumen in experimental hypertension. Hypertension, a Symposium. Ed. by E. T. Bell, Univ. Minnesota Press., 1951, p. 133.

Hypertension and the relation between body, weight and kidney weight. Acta Physiologica Latinoamericana, 1952, 2, 2.

Hypertension and the relation between kidney weight and body weight. Stanford Med. Bull., 1952, 10, 65.

Heterogeneity of hypertension preparations. (En colab. con A. C. Paladini). Biochem. Biophys. Acta, 1955, 18, 580-581.

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Esta primera edición de 1.000 ejemplares se terminó de imprimir en agosto de 2015 en los talleres gráficos Gráfica Pinter S.A.

Diógenes Taborda 44, CABA, Argentina.

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Ignacio Peña y Guillermo Jaim Etcheverry · Editores

Eduardo Braun MenéndezCiencia y conciencia · Una vida inspiradora

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Este libro recoge los hitos fundamentales de la vida cautivante e inspiradora de un argentino poco conocido. Se trata de Eduardo Braun Menéndez, quien lideró el hallaz-go de la angiotensina, la hormona que regula la presión arterial, en colaboración con científicos argentinos tan notables como Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir.

Además de su destacada labor como investigador y docente, su compromiso con el país lo llevó a diseñar y promover un ambicioso programa para el progreso de las ciencias. Impulsó de manera decisiva la creación de instituciones como el CONICET, el CEMIC, el IBYME y la UCA. Fue pionero en señalar la importancia de la divulgación científica, fundando diversas publicaciones. Luchó por una universidad orientada a la generación del conocimiento. Posibilitó la compra de la primera computadora argentina. Promovió el desarrollo de la ciencia en la región dejando un legado fe-cundo más allá de nuestras fronteras.

A pesar del tiempo transcurrido desde su trágica desaparición en 1959, la con-cepción de Braun Menéndez acerca del papel que desempeñan la educación, la uni-versidad y la ciencia y la tecnología en el desarrollo de la Argentina continúa vigente y señala el rumbo a seguir.

Estas páginas revelan una personalidad multifacética que influyó en quienes lo co-nocieron de manera muy poco frecuente. En esa cualidad asienta su vigencia ya que sigue brindando a las nuevas generaciones un valioso e inspirador ejemplo de vida.

Guillermo Jaim Etcheverry es doctor en Medicina de la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET, miembro de las Academias Nacionales de Educación y de Ciencias de Buenos Aires y de la American Academy of Arts and Sciences de EE.UU. Es becario y presidente del Jurado de Selección de la Fundación Guggenheim. Ganó el premio Bernardo Houssay (CONICET). Fue decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (1986-1990) y rector de esa universidad (2002-2006).

Ignacio Peña es fundador de Surfing Tsunamis, catalizadora de proyectos de alto impacto orientados a la economía del siglo XXI. Se especializa en estrategias de crecimiento, innovación y emprendedorismo. Es licenciado en Economía de la Universidad Católica Argentina, MBA del Wharton School y MA en Estudios Internacionales de la Universidad de Pennsylvania. Fue socio y Managing Director del Boston Consulting Group. Trabajó en Brasil, México, Chile y Argentina.

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