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EDUARDO D’ANNA

Rosarinitosde viaje

Ilustraciones deRomina Biassoni

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© 2017 | Homo Sapiens EdicionesSarmiento 825 (S2000CMM) Rosario | Santa Fe | ArgentinaTel: 54 341 4243399 | 4406892 | 4253852E-mail: [email protected]

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.Prohibida su reproducción total o parcial.

ISBN 978-950-808-950-2

Coordinación editorial: Laura Di Lorenzo

Este libro se terminó de imprimir en marzo de 2017en Talleres Gráficos Fervil S.R.L. | Santa Fe 3316 | Tel: 0341 4372505Email: [email protected] | 2000 Rosario | Santa Fe | Argentina

Eduardo D’Anna Rosarinitos de viaje / Eduardo D’Anna; ilustrado por Romina Biassoni. - 1a ed. - Rosario: Homo Sapiens Ediciones, 2017. 94 p.: il.; 19 x 13 cm.

ISBN 978-950-808-950-2

1. Narrativa Infantil Argentina. I. Biassoni, Romina, ilus. II. Título. CDD A863.9282

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El bosque dentro de la pieza

Toc, toc, toc, toc, toc.A Wenceslao algo le martillea en la cabeza.

Quiere dormir, pero el toc toc ese no lo deja. Es una lástima, porque estaba soñando con su casa. Está de viaje con sus papás y sus hermanos, duermen en una carpa, y extraña su casa.

El ruido ha terminado por despertarlo. “¿Qué será?”, se pregunta Wenceslao, y se da cuenta de que ya está bien despierto y no se va a dormir de nuevo.

Se incorpora un poco y corre la bolsa de dor-mir. Todos los demás están roncando a pata suelta: su papá, en un extremo de la carpa, su mamá, en el otro extremo, y a cada lado de él, su hermana y su hermanito más chico.

Pero es de día. Eso es lo que tienen las carpas: la luz atraviesa la tela y uno, al despertarse, sabe si ha amanecido o no.

Wenceslao vuelve a mirar a su alrededor: no, estos no se van a despertar así nomás. Y mejor que ni intente despertarlos él; ya pasó antes, papá y mamá lo retaron y los hermanos protestaron. ¿Qué se creía? Que los dejara dormir, que los dejara de molestar.

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“Pero yo no tengo ganas de quedarme acá, des-pierto”, se dice Wenceslao. “¿Cómo estará afuera? Podría salir a ver.”

Se va escurriendo de adentro de la bolsa de dormir. Frío no hace. Eso es lo que tiene el Sur, en verano no hace frío ni nieva, eso es en el invierno. En verano es como si fuera primavera en Rosario.

Piensa en buscarse la ropa y sacarse el piyama. Pero es complicado. No sabe dónde mamá puso la ropa. A lo mejor está en la mochila, pero para alcanzarla hay que pasar sobre la cabeza de papá. No, mejor no. Mejor salir así nomás, total, las zapa-tillas seguro que están bajo el alero de la carpa, ahí las dejamos…

Pisando descalzo la bolsa de dormir, sus pasos no hacen ningún ruido. Llega a la puerta de la carpa y abre cuidadosamente el cierre relámpago. No todo, solamente el largo por donde pueda pasar.

Sigue escuchando ese ruido raro: toc, toc, toc, como si alguien golpeara el tronco de un árbol con un martillo. Pero hay tantos árboles allí. Es lógico, porque están en un bosque.

Al pisar el pasto, se da cuenta de que no está húmedo como allá. No hay rocío. Mejor, así no se enfría los pies.

Baja el cierre de la puerta de la carpa otra vez, con el mismo cuidado. Da la vuelta. Abajo del alero, en efecto, están sus zapatillas, mezcladas con las de los demás. Se sienta en la tierra y se las pone. Después se ata los cordones prolijamente.

El ruido ha parado. Wenceslao mira para todos lados. El panorama le es familiar desde ayer, cuando llegaron y pusieron la carpa: el auto, a unos metros,

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cerca del camino que los trajo allí; la mesa de tron-cos y los bancos largos, hechos de troncos también, donde cenaron anoche. La lámpara portátil todavía está sobre la mesa, pero los platos y los cubiertos, y la comida que sobró, ya mamá los guardó antes de acostarse.

Camina un poco por el bosque. Los árboles son como pinos, aunque él sabe que no son pinos: son como primos de los verdaderos pinos. “Coníferas” se llama la familia. Estos de acá son raulíes, o len-gas, no sabe bien. Al rato, el bosque se termina y viene un espacio descampado, y al final, una barranca. Desde el borde de la barranca se ve el lago. ¿Cómo se llamaba? Roca. El lago Roca. El lago Roca en el Parque Los Glaciares, porque papá le dijo que hay un montón de lagos Roca en el Sur.

Aunque Wenceslao no lo sabe, son las ocho de la mañana. El lago refleja en el agua las montañas que están atrás pero al revés, igualito que en las postales.

“Ayer a la tarde no pasaba esto”, se dice Wen-ceslao. No sabe que ese reflejo se produce solamente muy temprano. “Qué hermoso”, piensa, mientras se sienta para ver todo más tranquilo.

Al rato, empieza a sentirse triste. Qué raro, con lo lindo que es esto. ¿Será porque está solo? Pero si su familia está ahí nomás, a cien metros, dur-miendo en la carpa.

“Extraño mi casa, lo que pasa es eso”, piensa Wenceslao. “Qué raro que extrañe mi casa sola, sin mis papás y mis hermanos.”

Se levanta y camina de vuelta a la carpa. Capaz que su mamá ya se despertó y está haciendo el

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desayuno. En eso se empieza a escuchar de nuevo el ruido: toc, toc, toc…

Wenceslao se acerca a la carpa con precaución. Los demás siguen durmiendo. Trata de precisar de dónde viene el ruido. ¿De algún árbol? Y entonces lo ve.

Mide como treinta centímetros, como uno de los muñecos de su hermanito. Él no sabía que eran tan grandes. Tiene plumas negras y rojas, y está tre-pado al tronco de uno de los árboles que rodean la carpa. El ruido lo hace golpeando el tronco con el pico, y al hacerlo sacude el penacho rojo de plumas que tiene en la cabeza. Es un pájaro carpintero.

Wenceslao sabe lo que es un pájaro carpintero, pero nunca había visto uno de verdad. Solamente lo había visto en dibujitos en la televisión, y en algún libro.

“Qué maravilla, parece que uno viviera aden-tro de un zoológico. Se ve que se levanta temprano, ayer no estaba”.

El pájaro deja de picotear el árbol y lo mira, con sus ojitos negros, chiquitos, de pájaro. Wenceslao le devuelve la mirada, y por hacerse el loco, le dice “hola”. Cuando el pájaro le contesta “hola”, casi se desmaya.

“Escuché que hablaba”, piensa Wenceslao. “Estoy loco”.

—¿Qué hacés tan lejos de tu casa? —le dice el pájaro.

—¿Cómo sabés… cómo sabés que estoy lejos? —le contesta Wenceslao—. “De acá me llevan directo al manicomio”.

—Porque se ve que estás triste. Cualquiera se da cuenta.

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—¿Qué, parezco que estoy triste?—Sí, se ve enseguida. ¿Qué te pasa?—No estoy tan triste. Un poco solamente. Es que

extraño mi casa, extraño mi pieza, mis juguetes, mis amigos…

—¿A tus papás también?—No, a mis papás no, porque están acá. Están

durmiendo en la carpa.—Ah, claro —dijo el pájaro, mirando la carpa—.

Bueno, entonces no es tan grave.—No… pero un poco triste sí estoy.—¿No te gusta el bosque?—Me gusta muchísimo. Me hace acordar a mi

pieza. Las paredes de mi pieza tienen un empape-lado de hojas, ¿no?, que parece un bosque.

—¡Ah! —dijo el pájaro—. ¿Hacen empapelados de esos?

—Parece que sí. Yo en mi pieza tengo uno. Donde duermo con Camilo, mi hermanito.

—Ya veo, ya veo… —dijo el pájaro—. ¿Y no te gustaría ir a tu casa ahora?

—¿Estás loco, vos? Mi casa está a tres mil kiló-metros de acá… Cuando terminen las vacaciones sí vamos a volver. Pero eso, recién dentro de unos días, a mis papás les gustan las vacaciones largas, como de un mes.

—Tienen mucha plata.—No… por eso vamos en carpa, que es barato.

La verdad es que sí me gustaría ir un ratito a mi casa, así nomás, bien rápido, ver todo como está y volver enseguida.

—Dejame pensar… —dijo el pájaro—. Está ese empapelado, ¿no? Bueno, probemos. Vos caminá

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para allá… —y señaló con la cabeza el interior del bosque—. Y decime después si pasó algo.

—¿Que camine para allá?—Claro, pibe. Dale, apurate, a ver si los otros se

despiertan todavía.Wenceslao, mirando al pájaro como si no le cre-

yera —porque casi casi no le creía—, camina para dentro del bosque.

Camina, camina, y le parece que cada vez hay más hojas. Poco a poco esas hojas le van resul-tando familiares. Se parecen a las hojas del empa-pelado de las paredes de su pieza. Sí, ahora están inmóviles, entrelazadas, y tienen hilos dorados como pintados encima de ellas. Y, de repente, Wenceslao sale a través de la pared y entra en su pieza.

Está todo como lo dejaron: mamá tendió los cubrecamas y ordenó los juguetes. Los libros de cuentos están ordenados en sus estantes, y la ropa de invierno se ve colgada en los placares sin puer-tas. Wenceslao da unos pasos por la habitación. Abre el cajón donde tiene los lápices y las pinturas, y están todas ahí. Y en el otro cajón están las cosas de la escuela, las que va a usar cuando terminen las vacaciones.

“Parece que está todo bien”, piensa Wenceslao. “Y qué calor que hace. Se ve que estoy en Rosario. Pero ¿cómo hice?”.

“Podría salir de casa y ver a los chicos amigos. Contarles que estoy en el lago Roca… Pero no, se van a pensar que estoy loco”.

De repente, le agarra un miedo bárbaro. ¿Y si no puede volver? “Mis papás jamás se van a imaginar

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que estoy acá, se van a creer que me ahogué en el lago”.

Tiene que tratar de volver. “Tengo que atravesar de nuevo la pared”, se dice.

Se aproxima a una de las paredes de la pieza, aquella por la que entró. “Si no me deja pasar, me voy a dar un golpe tremendo”.

Se tira contra la pared y la pared, como si fuera un matorral lleno de hojas, se abre para dejarlo entrar. Wenceslao camina, muy apurado, hasta que advierte que las hojas ahora ya están más separadas, y que se ven los troncos de los árboles. “Estoy vol-viendo”, piensa.

Ahora ya camina de nuevo por el bosque. Ya se ven el auto y la carpa. Todos los demás, por lo visto, siguen durmiendo. El pájaro carpintero sigue trepado al tronco.

—¿Y? ¿Cómo te fue?—Bien —dice Wenceslao—, pero tenía miedo

de no poder volver.—No te preocupés —dice el pájaro—. Los chi-

cos siempre pueden. Ahí se despertó otro —Camilo emerge de adentro de la carpa, haciendo un ruido bárbaro—. Bueno, hasta la próxima. El carpintero sale volando y se pierde en el bosque.

Se escucha que los demás, adentro de la carpa, ya se despertaron. Qué suerte, pronto vendrá el desayuno.

—Wenceslao, ¿qué hacés en piyama? Vení a ponerte la ropa —dice mamá, sacando la cabeza afuera de la carpa.

—Vi un pájaro carpintero —dice Wenceslao.

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—¿Ah, sí? Qué lindo —dice mamá, y se vuelve a meter adentro.

Camilo da vueltas, descalzo, alrededor de la carpa. “A mí lo que me gustaría es volver un ratito a casa, y jugar con el osito”, dice.

—Yo estuve recién —le dice Wenceslao.—¿De veras? ¿Y el osito estaba bien? —le pre-

gunta Camilo, al que ese tipo de cosas no le asombra.—Estaba muy bien —le dice Wenceslao.—Qué suerte —dice Camilo.

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Índice

Puntas de flecha ........................................................................................ 5 El bosque dentro de la pieza ..................................................... 11Nevadita ............................................................................................................ 21Doscientos millones de años ................................................... 29El juglar de Villa Ana ........................................................................ 39Lucía Miranda .......................................................................................... 45El Campo del Cielo .............................................................................. 53Miski Mayu .................................................................................................. 61Estatuas que hablan y se mueven ....................................... 69Hace mucho tiempo .......................................................................... 77Antepasados ................................................................................................ 83

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