economía del trabajo coraggio v6 pdf

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1 ECONOMÍA DEL TRABAJO 1 (Borrador para la discusión, versión 6, 2/2/15) José Luis Coraggio Introducción Para situar este trabajo consideramos necesario dilucidar qué concepto tenemos de economía. Si se asume el sentido formal (K. Polanyi) se desemboca en la noción del Economizar: costear elementos que deben ser pagados y compararlo con la satisfacción obtenida o con los ingresos de modo de maximizar una u otra. En este caso una “economía del trabajo” podría entenderse como reducir según sea conveniente el trabajo o el costo del trabajo (o aumentar al máximo la productividad del trabajo en términos físicos o monetarios). De hecho, la economía del capital tiene esa tendencia intrínseca, derivada de la lógica de acumulación ilimitada de capital. Esto constituye una aparente paradoja, pues a la vez el trabajo vivo (a diferencia del “trabajo muerto” o capital constante) es fuente del valor que busca maximizar el capital. Por eso Marx distinguió las dos vías de maximización del plusvalor: la plusvalía absoluta (eg: extensión de la jornada de trabajo, incorporación demás trabajadores) y la plusvalía relativa (e.g. desarrollo de la productividad mediante la aplicación de tecnologías). El capitalismo organizado introdujo otra razón para verlo como aparente paradoja: el consumo de los trabajadores depende de su ingreso y es una mediación necesaria para la realización del proceso de acumulación. La teoría económica formal podría justificar estas tendencias al presentar al trabajo como un factor más (sustituible) entre otros factores de producción, y asumir una tendencia extraeconómica (e.g. sindicatos) al incremento de su precio relativo. Por su parte, la economía en sentido sustantivo ubica al trabajo humano dentro del ciclo de la vida y su reproducción ampliada, restituyendo esa unidad como criterio de una buena economía, donde el sustento de todos debe estar asegurado. Esto supone, como plantean Hinkelammert y Mora, ver al trabajador como sujeto y no como recurso objetivado y a la economía como sistema que debe asegurar el sustento de todos, lo que implica que el trabajo no es un factor sustituible, sino que el pleno empleo de todos los trabajadores es una restricción primordial en toda asignación eficiente de recursos para la producción. Por qué proponemos adoptar la denominación de Economía del trabajo y no la de Economía de la vida? (Hinkelammert y Mora) Porque significa claramente una contraposición entre el capital como sujeto automático y los trabajadores como sujetos de la economía. Se trata de disputar el control y el sentido de la economía, y esto no se puede resolver por un esquema teórico o filosófico, ni siquiera por una proposición de hecho irrefutable (como que sin vida no puede haber fines ni sociedad ni por tanto economía), sino que esa disputa es una lucha que no tiene un resultado predeterminado sino que será materia de prácticas sociales, económicas y políticas vinculadas a los movimientos emancipatorios. (Antonio David Cattani, Emancipación Social” y “Utopía”, en DOE, 2009) 1 Versión corregida y ampliada del artículo del mismo nombre publicado en Antonio David Cattani, José L. Coraggio y Jean-Louis Laville (Org), Diccionario de la Otra Economía, UNGS/ALTAMIRA, Buenos Aires, 2009.

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ECONOMÍA DEL TRABAJO1 (Borrador para la discusión, versión 6, 2/2/15)

José Luis Coraggio

Introducción

Para situar este trabajo consideramos necesario dilucidar qué concepto tenemos de economía. Si se asume el sentido formal (K. Polanyi) se desemboca en la noción del Economizar: costear elementos que deben ser pagados y compararlo con la satisfacción obtenida o con los ingresos de modo de maximizar una u otra. En este caso una “economía del trabajo” podría entenderse como reducir según sea conveniente el trabajo o el costo del trabajo (o aumentar al máximo la productividad del trabajo en términos físicos o monetarios). De hecho, la economía del capital tiene esa tendencia intrínseca, derivada de la lógica de acumulación ilimitada de capital. Esto constituye una aparente paradoja, pues a la vez el trabajo vivo (a diferencia del “trabajo muerto” o capital constante) es fuente del valor que busca maximizar el capital. Por eso Marx distinguió las dos vías de maximización del plusvalor: la plusvalía absoluta (eg: extensión de la jornada de trabajo, incorporación demás trabajadores) y la plusvalía relativa (e.g. desarrollo de la productividad mediante la aplicación de tecnologías). El capitalismo organizado introdujo otra razón para verlo como aparente paradoja: el consumo de los trabajadores depende de su ingreso y es una mediación necesaria para la realización del proceso de acumulación. La teoría económica formal podría justificar estas tendencias al presentar al trabajo como un factor más (sustituible) entre otros factores de producción, y asumir una tendencia extraeconómica (e.g. sindicatos) al incremento de su precio relativo.

Por su parte, la economía en sentido sustantivo ubica al trabajo humano dentro del ciclo de la vida y su reproducción ampliada, restituyendo esa unidad como criterio de una buena economía, donde el sustento de todos debe estar asegurado. Esto supone, como plantean Hinkelammert y Mora, ver al trabajador como sujeto y no como recurso objetivado y a la economía como sistema que debe asegurar el sustento de todos, lo que implica que el trabajo no es un factor sustituible, sino que el pleno empleo de todos los trabajadores es una restricción primordial en toda asignación eficiente de recursos para la producción.

Por qué proponemos adoptar la denominación de Economía del trabajo y no la de Economía de la vida? (Hinkelammert y Mora) Porque significa claramente una contraposición entre el capital como sujeto automático y los trabajadores como sujetos de la economía. Se trata de disputar el control y el sentido de la economía, y esto no se puede resolver por un esquema teórico o filosófico, ni siquiera por una proposición de hecho irrefutable (como que sin vida no puede haber fines ni sociedad ni por tanto economía), sino que esa disputa es una lucha que no tiene un resultado predeterminado sino que será materia de prácticas sociales, económicas y políticas vinculadas a los movimientos emancipatorios. (Antonio David Cattani, Emancipación Social” y “Utopía”, en DOE, 2009)

1 Versión corregida y ampliada del artículo del mismo nombre publicado en Antonio David Cattani, José L.

Coraggio y Jean-Louis Laville (Org), Diccionario de la Otra Economía, UNGS/ALTAMIRA, Buenos Aires,

2009.

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Dentro del amplio marco de la contraposición entre la modernidad y la vida humana ubicamos este análisis en el seno del sistema capitalista, y en las prácticas y visiones de otras posibilidades para salir de este sistema, desarrollando y consolidando las alternativas de transición hacia otras formas económicas. Esto implica no solo una reinstitucionalización de la economía, en particular entre la propiedad privada individual y formas de propiedad colectiva, social o comunitaria, así como entre el principio de mercado y el de plan y redistribución (modo de distribución), sino una transformación de los procesos de trabajo inmediatos y entrelazados por el sistema de división social del trabajo y del sentido del trabajo mismo (pasar del trabajo-del-capital a otro trabajo antes que al no trabajo). Por lo que el trabajo y su transformación (de trabajo-del-capital a trabajo emancipado) siguen estando en el centro. Cierto es que el reencastramiento de la economía en la sociedad supone un cambio en los modos de vida y el tiempo de vida incluye al tiempo de trabajo, pero partimos de la base de que el trabajo-en-transformación seguirá estando en el centro de los sistemas de integración social durante esa transición desde el capitalismo, al menos en las próximas décadas. No se trata entonces ni de una utopía económico-social ni de una propuesta de fin de la historia, sino de un marco para pensar las estrategias posibles de construcción de otra economía, centrada en otro trabajo.

Aplicando los términos de Gorz, los trabajadores podrían a lo sumo ganar una autonomía profesional en el control del proceso de producción (Cf. Singer y el camino del cooperativismo y la autogestión como aprendizaje de los trabajadores) pero no autonomía moral, cultural, política ni existencial.2 En otros términos, en un contexto de economía de mercado global, ni el Estado socialista ni la clase obrera, aunque se autogestione, y aunque se vuelva progresivo el modo de distribución, podrían escapar a la lógica productivista de la acumulación impuesta por las leyes de la competencia y por tanto a la subsunción real del trabajo al capital, con todas sus consecuencias sobre los valores, los comportamientos, las visiones del mundo, en suma, la subjetividad, sin una revolución cultural y política.

Se puede argumentar entonces que al basar una propuesta en la contradicción trabajo vs. capital recaemos en una versión tradicional de la teoría de Marx (abolición de la propiedad privada y mercado, instituciones capitalistas que impiden el continuo desarrollo de las fuerzas productivas, liberando al proletariado). Por otro lado, la Escuela Crítica (Hornheimer) planteó que el capitalismo había superado esa contradicción y que la sociedad estaba ahora directamente constituida por el trabajo no emancipado (Postone p. 258). “…lejos de ser una emancipación ese desarrollo había conducido a un grado más elevado de pérdida de libertad en la forma de una nueva forma de dominación tecnocrática” (socialismo real incluido). El trabajo (no solamente el asalariado sino el transhistórico, que genera el desarrollo de la relación medio-fin –tecnociencia- desde la base material de la sociedad) no sería entonces de por sí base de emancipación del dominio del capital sino fuente de dominación tecnocrática (“sociedad unidimensional gobernada por la racionalidad instrumental sin posibilidad de crítica o transformación fundamental”).

2 Como lo categoriza André Gorz: autonomía moral (de juicio de valor), política (de la decisión relativa al

bien común), cultural (invención de estilos de vida, modelos de consumo y artes de vivir), existencial

(capacidad de hacerse cargo en lugar de dejar a los expertos y las autoridades la preocupación de decidir lo

que es bueno para nosotros).

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En efecto, la construcción de Otra Economía centrada en otro trabajo (emancipado) requiere de un estado de derecho democrático, y de una institucionalización de lo económico que privilegie el buen vivir (plena realización de los derechos humanos y de la naturaleza jerarquizados y legitimados democráticamente) y transforme (y no sólo controle) los procesos de producción con ese sentido fundante de otro modo de vida.

Por su parte, Habermas propone resolver aquel dilema de Hornheimer planteando que la sociedad moderna está constituida no solo por el trabajo como proceso racionalizado instrumentalmente sino también por la acción y la racionalidad comunicativa (lógica del entendimiento), por lo que aunque el trabajo siga reproduciendo la racionalidad instrumental que lleva a la emergencia de sistemas cuasiautomáticos, es posible la crítica social desde la esfera de la acción comunicativa (particularmente en la esfera política). En esto, Habermas mantiene el enfoque tradicional del trabajo, dando lugar a una teoría evolucionista transhistórica del desarrollo humano. (Postone, 259)

La teoría crítica tradicional implicaría, para la construcción de otra economía, las siguientes opciones:

a) abolición del Mercado y de la propiedad privada (algo que no resultó factible, no se pudo reemplazar totalmente el mercado por la planificación como sistema de coordinación de la economía);

b) mantener el mercado regulado y estatizar los medios de producción (Socialismo real, que siguió desarrollando el modo de producción industrial y generó estructuras tecnobrurocráticas orientadas por la racionalidad instrumental).

Por su parte, la aproximación polanyiana es distinta. No se basa en determinismos estructurales, contradicciones y desarrollos necesarios, sino en una crítica racional a las tendencias destructivas del mercado autorregulado (no del mercado en general), y al Estado centralista, proponiendo una institucionalización voluntaria (y por tanto contingente y desde la esfera política, que se supone relativamente independiente de la económica) que controle el desarrollo de la sociedad moderna. Por su sustantivismo puede confluir con la tesis de Hinkelammert de que la racionalidad debe ser reproductiva por razones ontológicas (somos seres necesitados, sin vida no hay sociedad).

Por qué economía del trabajo y no economía de la vida? Otra razón es porque la vida aparece en el proceso de producción como trabajo vivo. Y el capital está mejor representado por el trabajo muerto que es medio de dominación de la creatividad del trabajo vivo. Una economía del capital implica que el sujeto es el capital. Una economía del trabajo implica que el sujeto es el trabajador asociado. Pero la emancipación no se logra solo controlando el proceso de producción inmediato, sino que requiere una dimensión moral (sentido de la producción, valores de uso, necesidades, distribución) y de autodesarrollo individual (libertad para la expansión de las capacidades). Sin embargo, es necesario avanzar en la disputa por el control de la producción con el capital, evitando a la vez la instalación de un dictadura del proletariado como representante de “la verdadera” racionalidad instrumental (el mercado sería irracional en términos instrumentales).

Elementos para una contraposición entre la Economía del Capital y una posible Economía del Trabajo

Organizada en empresas (fracciones del capital), la Economía del Capital se orienta por la reproducción ampliada del capital (acumulación) y la absolutización de la racionalidad instrumental con el fin de la ganancia. El capital tiene una tendencia intrínseca a minimizar el costo de la fuerza de trabajo, pagando ceteris paribus los salarios más bajos posibles y/o substituyendo la fuerza de trabajo vivo por capital constante o trabajo muerto. Así, en

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el sentido de la economía formal, por la acción de la ley del valor y la competencia, el capital tiende a economizar fuerza de trabajo.

En una Economía del Trabajo, en cambio, el trabajador colectivo combina su trabajo con los medios de producción de manera de resolver de la manera más adecuada posible el objetivo que plantea la economía sustantiva: lograr no sólo el sustento de todos sino la reproducción y desarrollo pleno de la vida humana, subordinando la racionalidad instrumental a la racionalidad reproductiva (Hinkelammert y Mora, 2005).

En la primera, los trabajadores son meros propietarios de un recurso (la fuerza de trabajo, el “capital humano”) que adquieren y organizan los capitalistas si beneficia la valorización de su capital. En la segunda son sujetos de la producción, en pugna por su autonomía profesional, moral y del propio desarrollo (A: Gorz). Las formas de organización autónoma del trabajo emergen y pugnan desde el interior del sistema capitalista. En una la potencia del trabajo ha sido cosificada y transfigurada en potencia del capital, en la otra se sujetiviza en las relaciones sociales y el intercambio con la naturaleza.

En un sistema de mercado con dominancia capitalista, las formas de organización de la reproducción y efectivización de la fuerza de trabajo y de las capacidades humanas son principalmente función de la Economía Popular, sea solidaria o no. Las unidades domésticas, familiares o comunitarias, son obligadas por la necesidad material a procurarse individualmente los medios de vida y cuidados que se requieren para tal reproducción biológica y social. Para ello las y los trabajadores combinan componentes autárquicos de producción para el autoconsumo, con procesos autogestionados de producción para el mercado –emprendimientos mercantiles individuales o familiares, cooperativas de producción de bienes o servicios-. Incluso si el Estado asume funciones de reproducción produciendo y distribuyendo bienes públicos, o si las empresas realizan donaciones unilaterales, lo hacen como parte del sistema capitalista, de manera directa o mediada por organizaciones no gubernamentales, y son las unidades domésticas las que individualmente incorporan esos recursos en su proceso de reproducción. También organizan asociaciones no mercantiles –asociación libre no mediada por el mercado- que producen directamente condiciones de vida –trabajo comunitario, mutuales-así como el ya mencionado trabajo “doméstico” de reproducción, predominantemente familiar e ignorado por la actual economía oficial. Incluye también diversas formas de trabajo cooperativo dedicado a mejorar los términos del intercambio de los trabajadores y sus organizaciones (sistemas de abastecimiento de medios de consumo o insumos, sistemas de comercialización o financiamiento solidario). Todo esto sobre la base de la reproducción y venta del trabajo asalariado, que es la principal forma social de organización (heterónoma) del trabajo, bajo la dirección del capital o de las agencias del Estado. Este último es un trabajo bajo dominio de los funcionarios del capital o del estado, tensionado por los conflictos patrones/trabajadores, en la disputa por la distribución de ingreso y en la búsqueda de lograr una creciente autonomía y emancipación de los sistemas productivistas de explotación, sean tayloristas o toyotizados. En tanto lucha social apela a la solidaridad de los trabajadores (sindicatos) o la defensa de sus formas de organización económica autónoma en esta confrontación con el modo capitalista de organización del trabajo.

La Economía del Capital ha producido, entre otras cosas, un modo de organización y un sentido del trabajo como factor subordinado mercantilizado, aparentemente libre, que es específico, invento propio de esa época de la modernidad que denominamos capitalismo (el trabajo-del-capital). A las predominancia del trabajo dependiente, facilitada por la separación de los trabajadores de los medios reproducción y la presión del hambre, se agrega un aspecto particular que es la mercantilización del trabajo, a través de la

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separación de la persona y su capacidad o fuerza de trabajo, como la denominó Marx (1971) y la compra-venta de esa fuerza de trabajo en un mercado, como mercancía ficticia (Polanyi, 1957). Que funciona como mercancía implica que en un mercado autorregulado, el precio (salario) y las condiciones básicas del contrato de trabajo son fijados como tendencia por la oferta y la demanda, independientemente de las necesidades de los trabajadores. Pero los mercados reales no son un mero mecanismo que agrega cantidades y balancea ofertas y demandas, sino un verdadero campo de fuerzas multidimensional, donde la política, la cultura, los valores, la estructura de “capitales”, contribuyen a diferenciar, segmentar y pautar prácticas tecno-económicas que, a su vez, reproducen o van constituyendo variaciones en la estructura, como la reciente valorización del capital humano de los trabajadores produciéndose a sí mismos en el tiempo fuera de la jornada laboral, en particular esa élite de un “cognariado” diferenciado del proletariado (Bourdieu, 1997; Cunca Bocayuba, 2007).

En particular, a partir de la primera “gran transformación” (Polanyi, 2006) el capitalismo organizado, con fuerte intervención estatal y la presencia de poderosas organizaciones sindicales, reguló el mercado de trabajo, dentro de la cultura del trabajo como actividad penosa separable de la vida, admitíendo cierta reducción de la jornada de trabajo a la vez que incrementando la intensidad del trabajo, y se logró que los trabajadores y la sociedad en general avanzaran con una cultura de derechos compensatorios del trabajador y su familia. Eso limitó el juego del mercado e impidió que el salario bajara a los niveles de “mercado libre”, en parte por políticas de promoción del pleno empleo. Se constituyó así la denominada “sociedad salarial” (Castel, 1995) en la que, dentro de una institucionalización regulada del mercado, el trabajo fue la vía de pretendida integración social universal y el pleno empleo un criterio del buen funcionamiento de la economía. Como anticipara Polanyi, el mercado de trabajo junto con los mercados de mercancías ficticias tierra y dinero (al que hoy podemos agregar el de conocimiento), operó entonces con fuertes restricciones del Estado y la sociedad civil organizada.

Como demostró Marx, el trabajo-del-capital, como invención moderna, no solo separa la fuerza de trabajo y la persona del trabajador sino que adquiere una estructura dual: trabajo concreto y trabajo abstracto, generando a la vez riqueza material y valor. En su teoría del Modo de Producción capitalista, como tipo ideal o utopía del mercado, través de la universalización de la forma social mercancía (que incluye a la misma fuerza de trabajo como cuasi-mercancía) y la institucionalización totalizante de lo económico formal por la acción del mercado, se genera una estructura que impone la ley del valor (el tiempo de trabajo socialmente necesario como regla de proporción de los intercambios de trabajos y productos, modo de coordinación de la DST, utilitarismo y competencia, tendencias a la pauperización) asumiendo una nueva forma de dominio (no directa y transparente como las relaciones de parentesco o diversas relaciones sociales de dominio) que la ideología hegemónica oculta y naturaliza.

Una economía del trabajo sería una economía que se sujetiviza por los trabajadores libremente asociados y no por el capital como sujeto automático. Los mercados y la ley del valor no operan ya imponiéndose a espaldas de los productores, sus organizaciones y el Estado como leyes ineluctables de la economía, pero generan tendencias que pueden ser sujetadas, redirigidas y subordinadas a la racionalidad reproductiva de la vida. Una economía del trabajo permitiría establecer una relación vital del trabajo con el conjunto de actividades humanas, logrando no solo la reintegración del conocimiento profesional en el trabajo vivo vuelto sujeto, sino una mayor autonomía de desarrollo de los individuos libres dentro (producirse a la vez que se producen productos) y fuera del trabajo y una mayor autonomía moral para definir colectiva y políticamente -sin la homogeneización y

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subordinación que requiere la economía del capital- los sistemas de necesidades legítimas dentro de los cuales pueden plantearse una multiplicidad de proyectos de vida (A.Gorz). En esta economía pierde sentido reducir el tiempo de trabajo (pues es parte de la vida) como criterio central cuantitativo de selección de tecnologías, no así la reducción de su parte penosa, de las tareas laboriosas necesarias pero indeseadas. En cambio se amplía su componente como obra, como actividad creadora y de desarrollo del trabajador como persona. Permanecen, claro, los problemas de cómo coordinar el sistema crecientemente complejo de DST y de cómo regular los intercambios a escalas que requieren mecanismos y no solo relaciones interpersonales concientes (Hinkelammert y Mora). Si la ley del valor no desaparece, la imposición del tiempo de trabajo socialmente necesario resultante de la competencia no desaparece tampoco. Sin embargo, los criterios de la eficiencia y la competitividad deberían ser redefinidos y embridados para impedir sus efectos destructores y la diferencia entre valores y precios pude ser objeto de intervenciones concientes y razonables antes que un resultado de la perecuación de la tasa de ganancia y la competencia. En una transición como la que se requeriría habrá que explorar combinaciones de incentivos materiales y no materiales con motivaciones autónomas no utilitarias y el respeto a las diferencias, frenando las tendencias del mercado a homogeneizar la cultura.

La tendencia del capital a convertir el trabajo en labor y a mercantilizar todas las actividades humanas a la vez que se oculta la parte aun no mercantilizada de la economía de reproducción debe dar paso a un reconocimiento social directo (no a través del mercado exclusivamente) de todas las actividades humanas socialmente útiles (sin recaer en el utilita-i-rismo, Caillé), aunque no sean homogeneizables, reducibles a cantidades de trabajo homogéneo ni mercancías, ni siempre remuneradas.3

La fuerza de trabajo es, como indicó Polanyi, una cuasi-mercancía, en tanto no es producida como mercancía por el capital. La reproducción y desarrollo de la energía y las capacidades de los trabajadores es gestionada en buena medida por las unidades domésticas, que organizan el consumo de bienes y servicios mercantiles o públicos así como su propia producción para el autoconsumo y definen estrategias de desarrollo de las personas que las componen.

Pero el capital no se limita a la gestión material del proceso de trabajo inmediato, sino que incide estratégicamente en la conformación de la subjetividad, los deseos y la vida cotidiana de los trabajadores de modo que convenga a los requerimientos dinámicos del proceso de acumulación. Su control de la ciencia y la tecnología, instrumentalizando el conocimiento como medio para la búsqueda de ganancias y convirtiendo a la producción simbólica en instrumento de hegemonización de la cultura si es que no negocio directo, contribuyó a constituir al proletariado como masa de trabajadores-consumidores subordinados a los sistemas de producción y consumo, cuya fuerza de trabajo se constituye en un recurso más a extraer, economizar y sustituir por otros recursos cuando la rentabilidad lo aconseja (solo que producido y reproducido en el “tiempo de vida” funcionalizado así al ciclo del capital). La mencionada tendencia intrínseca del capital (exacerbada bajo la hegemonía neoliberal) a sustituir trabajo vivo por la fuerza del aparato productivo objetivado y a minimizar la acción del Estado en la producción de bienes públicos necesarios para el desarrollo de la vida de los trabajadores se ha hecho patente con la ruptura del modelo de capitalismo organizado y el ataque conservador al estatismo y la redistribución, sea socialista o socialdemócrata. (sin embargo, el Estado juega un

3 Para una concepción que ve al capital como un sistema que extrae trabajo y plusvalor de todo el campo

social, ver De Angelis, Massimo, “Hayek, Bentham y la máquina global del trabajo: la aparición del

panóptico fractal”, en El trabajo en debate, Herramienta, 2009.

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papel fundamental al producir o coordinar las “condiciones generales de la producción y reproducción del capital (infraestructura, servicios públicos a la población formadora de la fuerza de trabajo, etc.). El trabajo concreto es cada vez más atribuido a la máquina, a los robots, a los sistemas automatizados de producción mediados por mercados que, para muchos bienes homogeneizados, operan también como autómatas.

El trabajo-para-el-capital ha sido contemporáneamente la institución integradora y orientadora de las opciones y estrategias de vida de las mayorías sociales. Sin embargo es ajeno, heterónomo -en el doble sentido de estar dirigido en cada proceso de producción por la dictadura del capitalista, sus representantes y sus sistemas de producción, y de estar impuesto por un sistema de necesidades y escaseces generado en función de la acumulación de capital privado, algo que los inventos organizativos del toyotismo no superaron (Gorz, 1988). Ese trabajo experimenta actualmente transformaciones vertiginosas con el neoliberalismo y el debilitamiento de los sindicatos, se precariza y pierde centralidad en la integración de la sociedad sin haber sido substituido por categorías equivalentes. De hecho, la ética del trabajo-del-capital y su valoración como medio para alcanzar una vida digna siguen presentes aunque objetivamente sea una vía limitada a minorías. Una paradoja de estos desarrollos es que los aumentos de la productividad que logra el capital con el control de la ciencia y la tecnología no dan lugar a una reducción de la tenaza sobre el trabajo asalariado (resistencias a adoptar jornadas de trabajo reducidas con el mismo o mayor ingreso, límites al modelo toyotista) sino que la incrementan en la competencia global, incluso ampliando el trabajo esclavo e infantil y la presión de apropiación de recursos sobre otras formas de producción y sobre las reservas ecológicas que ya han sido marcadas como indispensables para la sobrevivencia de la vida en el planeta. La desocupación, subocupación y precarización de una masa de trabajadores, vuelta estructural obliga a revisar los indicadores del éxito de las economías pues desde la perspectiva de la economía del trabajo (siguiendo a Hinkelammert), las variaciones en la productividad deben medirse en relación a la población trabajadora y no solo a la que trabaja, con lo que las estadísticas del mismo sistema estarían indicando un estancamiento de la productividad. Además, cualitativamente, el capital selecciona las tecnologías y produce los valores de uso que le generan más rentabilidad y no los que satisfacen las necesidades extendidas más acuciantes

En todo caso, el trabajo desregulado y escaso deja de ser para enormes masas de trabajadores una fuente de obtención de los medios de vida que se habían definido como valor histórico de la fuerza de trabajo, mientras persiste la convicción de que es por medio del trabajo que se puede “ganar la vida” e integrarse a la sociedad. A la vez, la exclusión del trabajo asalariado sin que se reduzca la presión por la sobrevivencia genera prácticas de trabajo doméstico, no registradas como trabajo para un sistema que sólo se interesa en la generación y realización de riqueza-valor. Lo que aparece como tiempo de ocio, o tiempo disponible, en realidad es tiempo de labor para la reproducción inmediata. El tiempo de vida sigue ocupado en buena medida por el tiempo de trabajo impuesto compulsivamente por el sistema social. Surgen así condiciones para inventar o redescubrir no solo otras formas de organización del propio trabajo sino de redefinir las relaciones entre tiempo de vida y tiempo de trabajo, que no se refiere a una decisión individual de reducir o extender la jornada de trabajo individual tanto como una estructura que habilite esas opciones para todos, y de redefinir las relaciones entre cambio tecnológico y sociedad, así como el sistema social de gestión de las necesidades y deseos de los ciudadanos.

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El trabajo-para-el-capital se ha vuelto desestructurante de los horizontes de vida, porque incluye a una parte reducida de la población e incluso quien lo tiene experimenta una “seguridad precaria”, fragmentando adicionalmente a la sociedad en un contexto de desprotección social (Costanzo, 2007) diseñado para que el hambre o el temor a la destitución definitiva presionen, a quienes no tienen más que su fuerza de trabajo, a tomar lo que haya como oferta de empleo. A la vez, empuja a buscar otros modos de realización de las propias capacidades y necesidades, como el trabajo voluntario, comunitario o para el propio consumo.

Sin embargo, como dijimos, por la perdurabilidad del imaginario de la sociedad salarial y la falta de alternativas plausibles, ese trabajo todavía se extraña como medio para acceder a las condiciones materiales de vida, pero además se desea más que las cosas mismas y se reaprende a buscarlo, mantenerlo y defenderlo de la competencia de otros trabajadores. Ese trabajo deseado sigue siendo un trabajo asalariado, un trabajo bajo patrón –privado o público-, un trabajo que aunque no es base de ninguna forma de autonomía, la cultura hegemónica indica que puede ser valorado como “digno” o “auténtico”, porque se obtiene en el mercado, el lugar donde “se sabe quién es quién”, cuanto valen las cosas y las personas. Tanto a nivel del proceso particular de producción como de su división social, ese trabajo no genera solidaridad, ni una intersubjetividad positiva ni un sentido que trascienda la mera instrumentalización del trabajo como medio para la obtención de dinero, el representante de las cosas que necesitamos o deseamos.

Desde la perspectiva de la Economía del Capital su utopía (trascendental) de economía está institucionalizada por el solo principio de mercado y sus instituciones específicas: garantía del estado del cumplimiento de la mercantilización de la fuerza de trabajo, la tierra, el dinero y el conocimiento, propiedad privada, contrato y toda la legislación correspondiente. En él se requiere que participen individuos utilitaristas y calculadores, donde la capacidad de competir y ganar está en la base del acceso a la riqueza (definida como valor) y al potencial de autodesarrollo humano, y cuya orientación de conjunto está dada por la lógica de la acumulación. El trabajo-del-capital está en el centro del sistema de dominación de estas sociedades.

Desde la perspectiva de la Economía del Trabajo otra economía deseable y posible (su “utopía real”) –con los trabajadores en continua defensa de su autonomía como sujetos y el trabajo autocreador en el centro- se institucionaliza como sistema que define la riqueza como masa de valores de uso y no como valor abstracto realizado como valor de cambio en el mercado (que opera como coordinador, obviamente no por la utópica concurrencia perfecta sino por las fuerzas reales que incluyen la presencia de monopolios e intervenciones del estado para cambiar sus resultados en beneficio del capital o de la clase trabajadora) La Economía del Trabajo reconoce sus fuentes no sólo en el trabajo sino también en el conocimiento y la naturaleza, considera al dinero como un medio de cambio y, como forma particular de la economía sustantiva, combina una pluralidad de principios de integración social de los procesos que aseguran el acceso a esa riqueza (el sustento) de todos, ordenados según las siguientes categorías: a) las relaciones sociales de producción y distribución (primaria); b) autarquía de la unidad doméstica; c) la reciprocidad intra e intercomunidades; d) la redistribución a diversos niveles de la sociedad; e) el intercambio en mercados regulados o libres, de acuerdo a costumbres o según el mecanismo de la oferta y la demanda; f) el modo de consumo; g) la planificación consciente y socialmente responsable de lo complejo (en particular de los efectos no intencionales de las acciones particulares). Dentro de cada una de esas categorías la Economía de Mercado y la Economía del Trabajo se especifican de forma distinta. (Coraggio, 2009)

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Para la Economía del Capital el crecimiento cuantitativo del valor de la masa de mercancías producida anualmente es un criterio definitivo de eficiencia de la economía, mientras que para la Economía del Trabajo lo es la mejoría en la calidad de la vida, el buen vivir, la realización efectiva del potencial de las personas entrelazadas por relaciones de solidaridad, con justicia y en paz. Mientras en la Economía del Capital la maximización de la ganancia y la acumulación ilimitada de capital per se es su sentido, (que requiere la efectiva tendencia a minimizar el trabajo requerido y sus costos), en la Economía del Trabajo éste es en parte un medio a minimizar (labour, según Arendt) y en parte una actividad valiosa en sí misma (work, según Arendt), siempre dentro del conjunto de los límites que deben ser respetados para lograr la vida plena de todos en sociedad, como los limites que pone la naturaleza. Pero no está impuesto de manera compulsiva por la amenaza del hambre y la destitución social, sino que es una opción de los individuos cuyas necesidades básicas están sido satisfechas, orientado socialmente en una economía de la suficiencia y no de la maximización. No se trata de maximizar el trabajo ni de minimizarlo. Las cosas, si bien pueden ser dotadas de significado por las sociedades, son un medio antes que un fin, y el manejo estratégico de las relaciones interpersonales debe minimizarse, dejando lugar a procesos de mutuo reconocimiento, a la negociación, a los acuerdos solidarios entre pares.

Para la Economía del Trabajo, la cuestión social actual no se resuelve intentando lo imposible: recuperar el pleno empleo (bajo la dirección del capital) para que todos puedan tener un ingreso y consumir lo que es rentable para el capital. Se trata de institucionalizar los procesos de producción, distribución, circulación y consumo de modo de reintegrar el trabajo (y la naturaleza) a la vida, reconociendo, recuperando, potenciando, inventando y desarrollando su articulación con otras formas de vida activa, de motivación y coordinación de las actividades humanas, para lograr otros productos y resultados deseables y para realizar la vida cotidiana que también incluye la experiencia del trabajo, un trabajo con goce y fraternidad. No alcanza con modificar el modo de distribución, hay que transformar el modo de producción y por tanto los procesos de trabajo.

La economía popular en la Economía Mixta

Dentro de las sociedades capitalistas realmente existentes, así como la empresa de capital es la forma tipo-ideal de organización micro económica para la acumulación de capital, con las unidades domésticas (UD) como forma primaria de socialización y de organización micro socio-económica, en el conjunto de las cuales que se reproduce principalmente la vida y las capacidades de generaciones sucesivas de los trabajadores, es decir de quienes dependen de la realización de su fondo de trabajo (Coraggio) en general como medio para subsistir y desarrollarse. Para quienes (Sahlins, Meillasoux) puede hablarse de un modo de producción doméstico, el nivel de análisis ya no es el del Modo de Producción Capitalista como tipo ideal sino el de una Formación Económico Social (combinación de modos del producción).

Las UD (individuales, familiares, comunitarias) pueden generar extensiones de su lógica de reproducción particular mediante asociaciones, comunidades organizadas, redes formales o informales de diverso tipo, consolidando organizaciones socioeconómicas dirigidas a mejorar las condiciones de reproducción de sus propios miembros, de otros integrantes de la sociedad o de la sociedad como un todo. En conjunto (sean solidarias o no) conforman la “Economía Popular” (Coraggio, 1999) que, dentro de una economía mixta bajo hegemonía del capital, entra en relaciones de intercambio con el subsistema de empresas de capital y con el subsistema de agencias del estado. El principal objeto singular de ese intercambio originado en la Economía Popular con destino a la economía empresarial o pública es la fuerza de trabajo misma.

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Las organizaciones solidarias de la Economía Popular pueden atender a aspectos específicos de las condiciones de reproducción: sindicatos que luchan por el valor y las condiciones contractuales del trabajo asalariado, asociaciones de productores autónomos que comparten medios de producción o canales de comercialización para bajar costos o mejorar los términos de sus intercambios, cooperativas de autogestión de servicios, redes de abastecimiento, asociaciones barriales que autogestionan su hábitat a la vez que construyen espacios de sociabilidad primaria (Valeria Mutuberría, 2007; Sol Arroyo, 2007). Asimismo diversos movimientos reivindicativos de recursos, activos y servicios públicos –tierra, vivienda, equipamientos, empresas quebradas, sistemas de servicios de salud, educación, etc.- en una suerte de acumulación originaria por la que la economía popular y sus formas con pretensión de transformación social y valores de solidaridad recuperan recursos de la economía capitalista no por medio del intercambio mercantil sino de la presión, la fuerza, la reivindicación de derechos (Navarro Marshall, 2007). También pueden tener un enfoque más abarcativo de toda la sociedad: movimientos ecologistas, de derechos humanos, de lucha por la tierra, el agua o el territorio, de género (Quiroga, 2007), de afirmación étnica, de educación popular, culturales, de incidencia y control en determinadas políticas del estado (Hintze, 2007), etc.

Ambas formas de organización económica -la del capital y la popular- pueden desarrollar meso-sistemas de autogobierno, de planificación estratégica o de representación de sus intereses. Ambas se vinculan y encuentran –en general con contradicciones- con la Economía Pública, sus políticas, sus espacios de concertación y sus organizaciones político-administrativas. Entre los tres subsistemas constituyen una Economía Mixt con dominancia del capital. Esta es la heterogénea base organizativa de un sistema con predominio del capitalismo, que da lugar a la resistencia en múltiples espacios contradictoriamente hegemonizados por la cultura capitalista.

Economía Pública

Economía Popular

Economía Empresarial-privada

Empresas público

privadas

Organismos filantrópicos

Fundaciones, cogestión

obrera, cooperativas de

capital y trabajo

Ongs, sociedad civil,

actividades productivas

apoyadas por el Estado

Economía Solidaria

Nación, regiones,

provincias,

municipios, empresas

publicas. Empresas, grupos

económicos, holdings,

clusters

Presupuestos participativos

Gestión asociada

Seguro social,

salud,

educación,

planificación.

Cooperativas,

asociaciones, mutuales,

redes, comunidades

Emprendimientos

familiares, sector

informal, autoconsumo,

trabajo asalariado

La Economía Mixta

En su afán de acumular, aplicando una racionalidad instrumental totalizante impuesta por la estructura de mercado, las empresas de capital consideran todos los elementos del contexto social, político, ecológico, simbólico, etc., como recursos o como obstáculos, y

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pugnan por disponer de ellos o eliminarlos en la medida que su proyecto para obtener ganancias lo requiera y su poder para disponer de ellos lo permita. A nivel mesoeconómico, ese poder está, sin embargo, limitado por la competencia, y a nivel de sistema lo está por fuerzas consideradas “extraeconómicas”, sean ellas sociales o ecológicas.

En general, la empresa capitalista no frenará espontáneamente la expoliación del medioambiente, la explotación de los trabajadores, el intercambio desigual o la degradación de la calidad de vida salvo que implique mayores ganancias. El capital (sobre todo el capaz de movilizarse a escala global), enfrascado en los equilibrios-desequilibrios de su posición en el mercado, no se preocupará de motu propio por los desequilibrios sociales, políticos, psicológicos o ecológicos que pueden producir sus acciones o las del conjunto de las empresas en los territorios donde se aloja temporalmente. EN la transición, los trabajadores-creadores-ciudadanos pueden procurar que el Estado o el sistema interestatal se democraticen, ampliando lo público más allá del Estado, generando espacios públicos de debate político sobre el bien común, partiendo de la crítica de las tendencias empíricas irracionales, muchas veces resultantes de efectos sistémicos no intencionales. Formas de poder colectivo popular (sindicatos, movimientos ecológicos, feministas, étnicos, asociaciones de consumidores, etc.) pueden operar como agentes contrarrestantes en esos espacios, representando diversas dimensiones del bien común, promoviendo formas socialmente más eficientes del sistema empresarial mediante una defensa de lo ético no instrumentalizado por la misma lógica de la acumulación (Salmon, 2002) y limitando coactivamente sus tendencias destructivas. Pero todo esto no sería suficiente para pasar a otra economía, una enraizada en una sociedad más igualitaria, más justa, sin dominio, y con comportamientos orientados por una racionalidad reproductiva.

La Economía Social

Polanyi ha mostrado, coincidiendo con Marx, la perversidad de un mercado libre que pretende reducir la integración social al sólo mecanismo del mercado formador de precios por la oferta y la demanda, lo que lleva a una autodestructiva sociedad de mercado y al deterioro de la vida humana y de la naturaleza. En términos de Marx, se genera un sistema de dominio abstracto, aparentemente natural, cuando en realidad ha sido y es continuamente construido e institucionalizado desde proyectos de dominio particular (Postone,2006). En esa visión de la buena economía, los trabajadores no son sujetos, sino objetos, son “recursos humanos”, a lo que se ha venido a agregar la noción del “capital humano”, el “capital social”, y toda la familia de activos y “capitales de los pobres” (v. Capital Social). Reencastrar la economía en la sociedad implica frenar y revertir la autonomización de las estructuras de mercado y ello supone modificar categorías fundantes del sistema capitalista, como el trabajo, calidad de vida, o la asociación entre acumulación de excedente y crecimiento de los capitales individuales.

Las prácticas de economía social y solidaria (construcción social-mente consciente de otra economía y otra sociedad donde la solidaridad es constitutiva) pueden ser vistas como propias de una transición entre la economía mixta capitalista y una economía mixta con dominancia del trabajo en que la economía pasa a estar crecientemente re-encastrada en esa otra sociedad, que a su vez está siendo transformada mediante un proyecto político de orientación popular y en proceso de democratización general, por lo que hay resistencias organizadas y luchas contra-hegemónicas democráticas que limitan los determinismos estructurales del capital hasta que quede subordinado (no necesariamente desaparezca) a la lógica de reproducción de la vida. Del mismo modo, la economía del trabajo no es una utopia social terminal (otro fin de la historia), sino que ella

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misma sería parte de procesos exploratorios y contribuiría a construir sentidos de las prácticas económicas de un proceso de transición. Se plantea así la posibilidad de ir más allá de las acciones de limitación política a las tendencias del capital y comenzar a desarrollar formas de otra economía, centrada en el trabajo concreto para satisfacer las necesidades legítimas de todos, articulada y coordinada con un alto grado de reflexividad crítica y mediada no sólo por un mercado regulado sino por estructuras de sociabilidad y solidaridad a niveles micro, meso, macro y sistémico. Aquí, la forma predominante de trabajo propuesta no podría ya ser el mismo trabajo asalariado, fragmentado, alienado, organizado por el capital, sólo que en cantidades suficientes para que todos los hombres se conviertan en homo laborans, aditamentos de la maquinaria productiva (Arednt, 2003). Tampoco cabría meramente repartir la jornada de trabajo o distribuir más igualitariamente sus resultados.

El sistema capitalista es una “respuesta” a la cuestión de la institucionalización de lo económico que absolutiza uno de los principios antes enumerados: la forma mercancía (el mercado) es la base de las relaciones sociales, generando prácticas (especializarse a fin de producir para vender y así poder comprar lo necesario en el mercado de manera impersonal, competir antes que cooperar, utilitarismo, acción estratégica sin reconocimiento del otro como sujeto) que estructuran los comportamientos, las visiones del mundo y disposiciones, subordinando o refuncionalizando otras normas o relaciones sociales transparentes, como las de poder o las de parentesco. (Postone, 263). El mercado capitalista presupone una gran fragmentación del proceso social de producción y reproducción. Esa forma objetivada de las relaciones sociales (el sistema de División Social del Trabajo mediado por el intercambio según la ley del valor) está constituida por el trabajo articulado según indica la tecnología y los criterios del capital en competencia. Visto así, no se trata del trabajo concebido transhistóricamente (metabolismo socio-natural y el trabajo como condición material de la vida humana, que es social o no es) sino el trabajo moderno, vuelto mercancía y organizado y reorganizado por el movimiento del capital. Como ya se indicó, es el trabajo del capital que tiene el doble carácter de trabajo concreto y trabajo abstracto y que constituye directamente las relaciones sociales específicas de la modernidad (no sólo soporta materialmente la vida social en cualquiera de sus formas) y de su dinámica propia (producir para acumular sin límite cualitativos, no para resolver necesidades con prudencia). El trabajo abstracto es mediador de la división social del trabajo, organizador del trabajo concreto en función de la valorización ilimitada del capital, y tendencialmente constituye al conjunto de las relaciones sociales (mediante la colonización-mercantilización del mundo de la vida –en particular determinado el modo de consumo- y de la política y la extensión del la ética del mercado).

En la Economía del Trabajo se trata de limitar el proceso de abstracción-uniformación del trabajo y centrar la economía en el trabajo concreto, productor de valores de uso dirigidos a satisfacer el conjunto de necesidades determinadas como legítimas por la sociedad en un proceso comunicativo democrático). Desarrollar la posibilidad de realización social de otro trabajo como capacidad material y subjetiva de los trabajadores asociados y autogestionarios implica una correlativa lucha cultural, para cambiar las valoraciones sobre el trabajo autonomizado de patrones así como los comportamientos en el mercado de los ciudadanos, orientados no solo por la reproducción de su vida inmediata (utilitarismo compulsivo impuesto por la estructura de fragmentación del trabajo y la individualización) sino por el buen vivir de todos (consideración de la utilidad y racionalidad instrumental subordinadas a la racionalidad reproductiva, solidaria y responsable por la vida de todos). De lo contrario, los trabajadores, en tanto productores-consumidores, pueden contribuir como masa a amplificar inintencionadamente los

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desequilibrios que el capital genera, y a la reproducción ampliada del capital antes que al desarrollo de otro trabajo organizado bajo formas solidarias. (Gorz)

Incluso los actores promotores de prácticas de la Economía Popular y Solidaria pueden ser llevados a internalizar formas de organización del trabajo, con valores y criterios de eficiencia de la empresa privada, aún cuando el lucro no sea su objetivo. En esto incide un sentido común legitimador que ve en la “prueba del mercado” -fijada en la sostenibilidad definida estrechamente en términos financieros y en el respeto a la libertad (negativa) de opción de los consumidores- la prueba de verdad de las organizaciones económicas.4 Esto puede ser contrarrestado desde una teoría crítica pero también requiere de nuevas prácticas, de resistencia o de demostración de que otras formas económicas son posibles, aun dentro de un sistema todavía dominado por la lógica de la acumulación y el utilitarismo. (Sousa Santos)

En esto será importante analizar las diferencias y complementariedades entre una propuesta centrada en la transformación del proceso de trabajo industrial y sus relaciones sociales y otra centrada en la redistribución (redistribución del ingreso, de la propiedad privada, formas de propiedad social, ingreso ciudadano, incluso desvinculado del trabajo, propiedad pública, servicios públicos, comunes) para la satisfacción de las necesidades mediante el consumo individual.

Alcances del concepto de Economía de Trabajo como orientación para la acción

El concepto de Economía del Trabajo propone elaborar como sentido de la economía la resolución de las necesidades y deseos legítimos de todos (particularmente de los trabajadores y sus UD y comunidades) a través de la organización no heterónoma del sistema de división social del trabajo, subordinando la imprescindible racionalidad instrumental a la racionalidad reproductiva pero no meramente en términos de consumo suficiente o sustento material sino de reproducción/transformación de las estructuras que permiten o amenazan la vida, incluida la de los portadores de la fuerza de trabajo que require trabajo-del-capital.

Como horizonte estratégico no se plantea el acceso al “reino de la libertad” como superación de la “necesidad” en el sentido de ausencia de carencias materiales para la vida.5 Es decir, no se vislumbra ni actúa como utopía con un desenlace consistente en fuerzas productivas capaces de generar abundancia sin contradicciones y que ninguna economía sea ya necesaria. Pero se plantea la crítica práctica de la estructura de deseos o demandas de bienes y servicios que genera el imaginario del consumo en una sociedad capitalista, la tendencia utilitarista de las masas de consumidores medios, pobres o empobrecidos. No se trata de abolir la consideración de lo útil. Se trata de redefinir democráticamente un espectro de definiciones prácticas de lo necesario y lo suficiente, lo útil y lo legítimamente deseable (Coraggio, 2007; Caillé, 2003; Laville, 2003), así como de reconocer una pluralidad de formas de producción y distribución y de acordar formas combinadas de producción y satisfactores efectivamente más racionales desde la perspectiva del buen vivir (Max Neef y Elizalde, 1990). Se trata de reconocer en territorios constituidos por asociaciones locales libres o preexistentes, la unidad entre el trabajo de producción y el de reproducción y la necesidad de incrementar los niveles de autarquía local cuidando los equilibrios ecológicos y frenando la aberración de los mercados especulativos de alimentos, etc. Se trata, por lo tanto, de analizar si es posible la

4 Sobre la cuestión de la sostenibilidad ver J.L.Coraggio, “Sostenibilidad” en A. Cattani, J. L. Coraggio y

Jean-Louis Laville (Org), Diccionario de la Otra Economía, UNGS/ALTAMIRA, Buenos Aires, 2009. 5 Otra cuestión es la liberación de las estructuras con leyes necesarias que imponen compulsivamente

comportamientos funcionales con dicha estructura.

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autodeterminación democrática mientras se mantiene una estructura cuasiobjetiva como la generada en el capitalismo. No se trata de abolir el las formas capitalistas del trabajo (por imposibilidad, dada la necesidad de una conservación del aparato productivo funcionando y límites políticos durante la transición) pero sí de contrarrestar su poder monopólico y su proyecto civilizatorio.

Esto implica un reconocimiento del peso y el potencial a la vez que una crítica superadora de la economía popular realmente existente, porque esa economía popular reactiva y adaptativa no puede garantizar la sobrevivencia de todos en el actual contexto de transformación del capitalismo global. Se requiere una aproximación sistémica para pensar como transformar ese todo caótico en un conjunto orgánicamente vinculado de producción y reproducción, que vuelva a vincular el trabajo (otro trabajo) con la satisfacción de necesidades dentro de parámetros de legitimidad definidos históricamente por sociedades democráticas.

Además de lo requerido para el acto de consumo o de producción doméstica, se requiere el acceso de las UD a otras condiciones (generales, de uso colectivo compartido) de la producción doméstica o de la reproducción inmediata de la vida (y, por tanto, de sus capacidades de trabajo) y esto requerirá acumulación material, como medio y no como fin. En la perspectiva de una Economía del Trabajo, no sólo el control y direccionamiento de la transformación de los procesos inmediatos de producción, velando por la calidad y sentido del trabajo como actividad humana, sino también el control y direccionamiento de la transformación de las condiciones generales (infraestructura y consumo colectivo) de su propia reproducción, deben pasar a manos de los trabajadores-ciudadanos organizados o de formas de autoridad y gestión descentralizadas y auténticamente democráticas. Y la transformación de las estructuras implica la transformación de las prácticas que las constituyen, es decir, una transformación del trabajo proletario y sus mismas formas de acción colectiva.

Hay que tener presente que los análisis de tendencias propios del modo de producción capitalista no se manifiestan directamente al nivel más concreto de las formaciones económicos sociales ni, más concretamente aún, de las sociedades periféricas que combinan diversas formas de producción y distribución y que no han completado el proceso de mercantilización y homogeneización propio del modo de producción capitalista. Aunque la Economía del Capital ha tendido a la homogenización, entre las ramas de la producción, las regiones y de las UD subsisten diferencias socioeconómicas y culturales muy amplias. Entre otras heterogeneidades, con los mercados competitivos coexisten relaciones de intercambio entre comunidades o individuos regidas por reglas administrativo-políticas, por la cooperación utilitaria, por la reciprocidad centralizada o generalizada, o por la identificación comunitaria.

La propuesta de una Economía del (otro) Trabajo implica entonces partir de esa rica pluralidad de formas, a contracorriente de las propuestas que indican que antes que nada hay que completar la tendencia del capital a imponer el trabajo abstracto y el consumo incesante como nivelador social (“economicismo” en el sentido ortodoxo, neo desarrollismo, modernización). En sociedades pluriculturales deben poder seguir coexistiendo muchas concepciones de la buena vida, aunque el límite es que todos debaen tener garantizada la vida para poder escoger lo nuevo o atenerse a su cultura originaria (Hinkelammert, 1984, Hinkelammert y Mora, 2005).

Esa propuesta plantea dos hipótesis desde el punto de vista micro socioeconómico:

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(a) en realidad, en nuestras sociedades el empleo por un salario no ha sido, no es, y cada vez será menos, la única forma de realizar las capacidades de trabajo de las UD para por esa vía acceder a las condiciones y medios de vida;

(b) las relaciones de producción, de trabajo y distribución, pueden no estar objetivadas ni imponerse como estructuras inconcientes abstractas sino estar sujetas a relaciones interpersonales más transparentes que van desde el parentesco hasta las relaciones de conciudadanos en una democracia participativa y la institucionalización de sistemas de planificación y coordinación conscientes.

Estas posibilidades son difíciles de admitir cuando se piensa desde el modelo omnipresente de la economía de mercado. Cómo podrían los trabajadores desear, iniciar, sostener y desarrollar formas de producción que puedan competir con las modernas y poderosas formas capitalistas? Qué viabilidad tiene intentar modificar la cultura moderna, capitalista, o modificar una correlación de fuerzas en la que los medios de producción, de comunicación, de acción armada, están concentrados en manos de las elites? Las diferencias que se registran entre autores en cuanto al optimismo/pesimismo respecto al cambio pueden deberse a que se asuma como real el éxito teórico del capitalismo en integrar una sociedad, o la seguridad de su fracaso irreversible en lograrlo. En todo caso, más que su carácter monolítico son sus contradicciones las que, si bien no generan por sí mismas el desarrollo de una economía no capitalista, facilitan las experimentaciones en esa dirección.

En las prácticas de Economía Social y Solidaria y en la esfera política se expresa una confrontación entre las lógicas de la Economía del Trabajo y de la Economía del Capital (en lo que podría llamarse una economía transcapitalista). Allí cabe la posibilidad de convergencias de las múltiples formas de organización de los trabajadores autonomizados o con otra fuerza para confrontar al capital, con ciertas fracciones del pequeño y mediano capital, organizando sistemas productivos encadenados o complejos territoriales de producción y reproducción que combinan diversas formas de producción (Coraggio, 1987). El desarrollo local integral puede cumplir la función de proveer un escenario para dar visibilidad a los intereses particulares y hacer emerger las alianzas posibles bajo la hegemonía del principio de reproducción ampliada. Sin embargo, bajo el paradigma tecnológico actual, basado en la información y el conocimiento alienados de la masa de trabajadores pero también en la superexplotación del trabajo y la expoliación de la naturaleza, la confrontación con el gran capital en la lucha por la reproducción de la vida es ineludible. El bien común no puede ser sino el retroceso del huracán de la centralización y globalización capitalista (Hinkelammert, 2003).

Mientras la ganancia y la eficiencia de los procesos productivos comandados por el capital pueden ser cuantificadas (o son reducibles a lo cuantificable), la calidad de vida (Buen Vivir) es esencialmente cualitativa (aunque tiene aspectos cuantitativos). El capital economiza costos de trabajo y del acceso a los recursos de la naturaleza, degradándolos, extinguiéndolos. El trabajo autoorganizado en función de la reproducción ampliada de la vida de todos debe economizar el desgaste de la naturaleza y cuidar sus equilibrios, reconociéndonos como sujetos necesitados, parte del ciclo de la naturaleza antes que como homo sapiens que dominamos la naturaleza desde un “afuera” metafísico.

Las tecnologías duras y blandas deben ser seleccionadas tanto por las relaciones sociales que sustentan como por sus resultados materiales. Mientras en la Economía del Capital el trabajo productivo es aquel que genera valor y plusvalor, en la economía del trabajo es productivo el trabajo que produce valores de uso, satisfactores virtuosos para la vida en sociedad y que es él mismo un satisfactor. Y su diferenciación de actividades no instrumentales debería hacerse cada vez más borrosa. Por su parte, los precios no son

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abandonados al mecanismo de mercado sino que son regulados a través de intervenciones políticas o sociales estratégicas. Se desarrollan esferas segmentadas (a veces por la emisión de monedas sociales) en que –dados el tipo de bienes y de sujetos del intercambio- se plantean “precios justos”, a la vez que el sistema de precios en su conjunto debe ser acorde con la racionalidad reproductiva (otra dimensión de “lo justo”).

La Economía Popular realmente existente y una Economía Pública, con sus contradicciones y tensionadas por un proyecto democratizante que impulse la solidaridad y la responsabilidad compartida por el bien común pueden ser la base socioeconómica de una Economía del Trabajo, capaz de representar y dar fuerza efectiva a los proyectos de vida en una sociedad más igualitaria, más justa y autodeterminada. Esto supone un horizonte estratégico que busca trascender la escala microsocial o los emprendimientos o microredes solidarios para la sobrevivencia, asumiendo el proyecto de acordar democráticamente otra definición de riqueza, de necesidades, de naturaleza y de trabajo productivo, otra forma de coordinar el sistema de división social del trabajo, en suma: otra economía. En esto, la Economía del Trabajo enfrenta un desafío que no trataremos aquí: tiene que demostrar que puede superar los niveles micro y meso de acción, y asumir el nivel sistémico de organización de la economía y su integración por una sociedad en transformación.

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