ecúmeno y exotero - dialnet · ciones. o los eones a que simbólicamente cabe aplicar los títulos...

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ECÚMENO Y EXOTERO Conocido es en España y en algunos centros aca- démicos fuera de ella, aquel método con cuyo empleo perseguimos, más allá de las soberanías de la Historia, la constitución de una especie de Metahistoria, enla cual se cifre la Ciencia de la Cultura. Parte el mismo de la demostración de que, en la masa de los aconteci- mientos humanos colectivos, no todo es sucesión, cam- bio, fluir; no todo se asemeja, según la clásica imagen, al correr del agua de un rió: se dan igualmente, en el general acontecer, factores-de permanencia, de fijeza y constancia, no sometidos a las corrosiones del tiempo.. La famosa sentencia del viejo Herdelito que, a este respecto, tanto se ha reproducido, pretendía desenga- ñarnos de la ilusoria superstición de' una identi- dad, subsistente en las cosas o ennosotros mismos. "No nos bañamos dos veces en una misma corriente. Cree- mos que el agua que nos recibe 'es aquella de la otra ves; pero el agua aquella está ya lejos, tal ves perdida en- el indiscernible miar. Creemos que el cuerpo sumer- gido es el que otro día se bañó; cada una de sus par- tículas, no obstante, ha sido substituida por otra..." Era lógico queel pensamiento evolucionista, habitual y do- minante en todo el siglo XIX, hiciera a la ejetnplari- dad de tal reflexión lo que se llama uno, fortuna. 271

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ECÚMENO Y EXOTERO

Conocido es en España y en algunos centros aca-démicos fuera de ella, aquel método con cuyo empleoperseguimos, más allá de las soberanías de la Historia,la constitución de una especie de Metahistoria, en lacual se cifre la Ciencia de la Cultura. Parte el mismode la demostración de que, en la masa de los aconteci-mientos humanos colectivos, no todo es sucesión, cam-bio, fluir; no todo se asemeja, según la clásica imagen,al correr del agua de un rió: se dan igualmente, en elgeneral acontecer, factores-de permanencia, de fijezay constancia, no sometidos a las corrosiones del tiempo..La famosa sentencia del viejo Herdelito que, a esterespecto, tanto se ha reproducido, pretendía desenga-ñarnos de la ilusoria superstición de' una identi-dad, subsistente en las cosas o en nosotros mismos. "Nonos bañamos dos veces en una misma corriente. Cree-mos que el agua que nos recibe 'es aquella de la otraves; pero el agua aquella está ya lejos, tal ves perdidaen- el indiscernible miar. Creemos que el cuerpo sumer-gido es el que otro día se bañó; cada una de sus par-tículas, no obstante, ha sido substituida por otra..." Eralógico que el pensamiento evolucionista, habitual y do-minante en todo el siglo XIX, hiciera a la ejetnplari-dad de tal reflexión lo que se llama uno, fortuna.

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Ahora, que la fortuna hecha a esta reflexión, peri-clita ante la fuerza de otra reflexión, un poco más ahin-cada. En esta revisión segunda, 'advertiremos cómo elagua que corre no es todo el río; cómo nosotros somos,algo niás que el' agregado de, todas nuestras materialespartículas. Un río lo constituyen, además de -una'co-rriente, unos cauces; y,.si se nos objeta que también a lalarga los cauces sé corroen y reemplazan, iremos más le~jos y vos aparecerá la verdad de que también el no es unlugar geográfico," en el mundo; un lugar histórico enlos fastos y nefastos de la historia de la humanidad; unlugar cultural, con individualidad fija, representadapor su'nombre. En la entidad "río", pues, ciertos ele-

' mentas de constancia se juntan a los oíros que discu-rren en fatal imitación perpetua. Y, lo mismo, en nos-otros: nuestra propia 'estructura tiene-, además de- unacante que se renueva, un esqueleto que dura; y, másallá, una conciencia, cuya función está precisamente encrear la identidad a través del tiempo; y, más allá- aún,,una personalidad, también revelada en el nombre y quelleva', inclusive, después de la muerte, la responsabili-dad y, por ende, la unidad de una vida toda... Induda-blemente, una misma persona puede bañarse dos ve-ces, puede bañarse infinito número de veces, en un mis-mo río.

Con referencia a lo exclusivamente biológico, ¿lamisma ultranza dina-mista del primer evolucionismo nose ha visto forzada y a.a aceptar limitaciones y correc-ción? Un día, los descubrimientos de- Weissman, sobrela distinción entre el "plasma somático" y el "plasmagerminativo", mudable el primero, por su capacidad-deadquirir nuevos caracteres, inalterable el segundo, que

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perpetúa el tipo específico a través de la cadena de lasgeneraciones; otro día, las teorías de Mendel, segúnlas cuales se fija la proporción con que, dentro de laherencia biológica, vuelven a comparecer caracteresque, dentro de una primera generación, pudieron con-siderarse extinguidos, dando a-sí un límite matemático,una definición- de contorno, a las posibilidades de va-riación, destruyen aquella prístina e ingenua fe trans-formista, según la cual lo orgánico había de andar so-metido íntegramente al proceso -del devenir. Vuelve asíla Biología a tomar en cuenta, si no siempre la perma-nencia de las especies como cuadros rígidos, al menosla intervención de factores_ que disciplinan las contin-gencias de la mutación y encierran en marcos de cier--ta generalidad d las líneas del proceso evolutivo.

Por modo paralelo, nuestras adquisiciones han per-mitido reconocer la inserción en la trama viva de laHistoria de ciertos elementos .de permanencia, pordonde se corrigen y castigan ías posibilidades del pro-fuso y pululante acontecer. Esa intervención es produ-cida por las que llamamos "constantes de la Historia".O bien, más técnicamente, tomando la palabra del vo-cabulario- filosófico alejandrino-, "eones". Factores dehistoricidad, que, por debajo del plumaje de sus anec-dóticas apariencias, y hasta por debajo de la carne de

• su fenoménica realidad, arman el esqueleto de la his-toria, le dan permanente estructura. • Y, precisamente,a merced-de esta permanencia ——a merced también desu. generalidad, 'no mordida por el espacio ni por eltiempo—> puédese conceder a la Historia un metódicotratamiento científico. Pues, bien sabemos desde Pla-tón cómo sobre lo mudable no hay ciencia; opinión, nada

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és. Y, éorüne el conjunto de los eones es el que, conun rigor sistemático y una acabada propiedad léxica ya,denominamos "Cultura", el tratamiento- científico dela historia da objeto a la Ciencia de la Cultura.

Dentro del sistema de ésta, nosotros hemos tratado

tes principales. Aquellas, la Historia misma, en primerlugar, y aquella, que no titularemos ' ahora Prehis-toria, sino Subhistoria. O aquellas, recíprocamente con'-jugadas en antagonismo, de lo Clásico y de lo Barroco,•sacando ahora las respectivas denominaciones de lapobre consideración anecdótica en que son habitualmen-te empleadas, como simples etiquetas alusivas a deter-minados estilos de épocas determinadas o determina-das manifestaciones del espíritu humano, O el eon delo que, desde Goethe y su "Ewig-weibliche", hay de-recho a llamar "lo Eterno-Femenino", oí lado de "lo.Eterno-Viril" y también de "lo Eterno-Andrógino", re-velado .históricamente en mil manifestaciones e institu-ciones. O los eones a que simbólicamente cabe aplicarlos títulos respectivos de "Roma" y "Babel", .rótulo elsegundo de una fuerza de dispersión, no limitada a unepisodio único, sino constantemente actuante en la hu-manidad; el'primero, de un poder de unidad, tampococeñido a una cuidad única, sino proliferador de ensayosy soluciones imperiales, desde que la 'Cultura es Cal-

O, todavía —para no -hablar ahora .de otras variasconstantes ni de los que llamamos "eones mixtos", per-manentes también, pero dotados de menor fuerza es-tructural, como la Guerra, las Rasas, los eones de laColonia y de la Provincia, etc.—_, un nuevo par de cons-

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fantes, a cuya estudiosa consideración queremos con-sagrar el siguiente capítulo, reproducción de una denuestras lecciones sobre la ciencia aludida. Y donde seexaminan los conceptos a que atribuímos los títulos de"el Ecúmeno" y "el Exotero'3,, conceptos cuya

más práctico—> cabe adivinar, con'sólo advertir que elprimero señala, una actitud de centralidad en ciertos

coloca en posición periférica, más a menos transitoriasa otros grupos. Sellando así la desigualdad —no sólonecesaria, sino fecunda— que, tantas veces y en disiin^-tas épocas; algunas considera-dones igualitarias, de ca-rácter humanitario se han aplicado al intento de

I. Nos preocupa, tanto-como la posibilidad de quela' pareja de constantes históricas, 'en- cuya considera-ción nos vamos a detener, sea confundida con la deaquellos que dibujan una oposición entre Roma j Babel,el riesgo, quizá de consecuencias teóricas más graves,de que se prejuzgue entre estos y aquellos eones ttnparalelismo, según el cual se adjudicaría a Roma unacorrespondencia con lo que vamos a llamar "lo ecumé-,nico" y a Babel, otra con lo que vamos a llamar "loexótico"; riesgo que conduciría. nuestro pensar porsenderos que a nosotros mismos nos hemos vedado; yvedado con tanta más fuerza, cuanto más vehementeshan'sido las tentaciones de emprenderlos... Nos lleva-'ría, .verbigracia, a tachar de exotismo ciertos mundoscomo el formado por tal o cual moderno Imperio., cuyoantagonismo con Roma, aun aparte del terreno de loreligioso, tiene un sorprendente carácter de constan-

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da. Queriendo aquí permanecer lo más cerca posiblede la impasibilidad genérica, no nos conviene excluir,desde el momento de las definiciones, el derecho deun conjunto político .cualquiera que, en el pasado,en el presente o en el. porvenir, pretenda sentirse ecu-ménico, a su vez. Que lo haya o no conseguido; que, dehecho, quepan esperanzas de que lo alcance o no, es yaotra cosa. Pero, ea fin, científicamente hablando, la uni-

funde con su unidad ni depende de ella. Los hombresde la Antigüedad, en su cosmografía, bien constituye-ron con la tierra y con lo que suponían su envoltura,"el cielo", un universo completo y cerrado. Estos mis-mos hombres no creyeron jamás, sin embargo, que latierra fuese un planeta único. . ,

; Mejor que con la de unidad, aparece la idea de loecuménico ligada a la de la cent-validad. Es la relaciónentre un centro y una periferia la que define el plantea-miento de un universo; más claramente aún, el vínculosegún el cual esta periferia se encuentra sometida a lasreglas racionales, a las normas fijas, -emanadas del cen-tro ; el vínculo por donde el centro ordena la totalidad:según el concepto que un día fue extresado mediante lapalabra ."cosmos". En tal centralidad, en la uniformi-dad de ahí derivada, radica precisamente la diferenciaentre el "cosmos" y.la "fisis", entre "el mundo" y "lanaturaleza". Por esta razón, en tanto que el cosmosde la cosmografía tolomeica hubo de ser modificado,así que las tesis de Copérnico y de Galileo reemplaza-

"ron, en la época del Renacimiento, la-descripción geo-céntrica del inundo por la heliocéntrica, la física de losantiguos siguió impávida; y cabe inclusive decir que,hasta Newton, no sufrió modificadón fundamental al-

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guna. Análogamente, y si nos transportamos ya de loastronómico a lo histórico, los comienzos de la EdadMedia pudieron cambiar el Ecúmeno, introduciendo en.él a grandes extensiones de territorio, en los dominiosde los pueblos germánicos, sin íjue por ello se modificarala estructura imperial alcanzada por las últimas cen-turias del mundo antiguo; ni siquiera —según han de-mostrado los historiadores en nuestros días—- en losdetalles de la pública administración. Y nuevamente loscomienzos de la Edad Moderna transformaron el con-junto ecuménico sumándole gentes de continentes nue-vos., sin que por ello la general arquitectura política deEuropa, recibiera esencial modificación. En cambio,acontecimientos históricos como el cisma de Oriente y,

• más tarde, la larga crisis —no afectante sólo a la cues-.tión pontifical— que se llamó "cisma de Occidente"trastornaron el eon de Roma, sin tocar" para nada al eondel Ecúmeno.

Un símbolo vivo de la recíproca independencia en-. tre los, dos juegos de constantes lo encontramos en elhecho del Sacro BLomano Imperio, síntesis .política, que,en0 determinados momentos históricos, poco tenía quever con. la ecumenicidad; y más bien recordaba la para-doja del chiste aquel, sobre el cómicamente famoso"Volapuk"; del cual, como un niño preguntara a su pa-dre qué eósa fuese, hubo de responder éste que era lalengua universal; y, luego, a la segunda pregunta so-bre quién la hablaba, de contestar que nadie... Aquí, eljuego de los eones se entrecruza: las más diversas com-binaciones se producen. Fueran las mismas infinita-mente más simétricas, si ío ecuménico dependiese siem-pre y regularmente de Roma: lo exótico, de Babel. Igualcosa cabe observar, por lo menos hipotética y forma-

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lísticamente, ante el matiz de autonomía, respecto deRoma, que, en determinados momentos, tuvo, o pudotener, la católica colonización hispánica. Un cosmoshispánico pudo organizarse, inclusive —y ello; sin he-terodoxia—, independientemente de la fisis católica.

En ejemplo de reducidas dimensiones, lo que deci-mos se nos muestra bien claro, cuando la expansióndemográfica de una ciudad incorpora a ella nádeossuburbanos, que,, no obstante, conservan y aun acre-cientan el carácter de verdaderos centros: el habitantede estos centros se tíñe entonces de un ligero matiz de

• exotismo, precisamente a medida.que se afirma su gra-do de legal incorporación a la cívica unidad. 'O, yendoa ejemplos de ámbito más pequeño todavía, cuando, enel interior de una población, se constituyen barrios decarácter acusado, barrios obreros, barrios de residenciade artistas •—-un "Quartier Latín", un "Chelsea", una"City", un ''Barrio chino" o un "ghetto"—. En e!ghetto, el judío, parece más judío; precisamente por-que se encuentra sometido a disposiciones generales edi-licias que le incluyen en el conjunto urbano y normal.

Muy instructiva también resulta, en relación con ta-les aspectos, la consideración de la diferencia que, res-pecto al romanísmo, presentaron en la alta Edad Medialos grupos feudales situados en lo que sólo después pudollamarse nacionalmente Alemania, en parangón con losque se encontraban en lo que llegó a ser la Gran Bre-taña. Mientras, en la Europa continental, no única-mente los pueblos de tradicional romanización, comoItalia, España, la Galia, sino aquellos que apenas si ha-bían estado en contacto con el Imperio, como los JBáva-ros, los Alemanes y los Francos del Este, se nos mues-tran enteramente penetrados por la civilización latina,

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hasta el punto de que, no solamente la vida eclesiásticay sus instrumentos, sino todo lo demás, leyes locales,cartas y documentos privados, y no hay que decir siios públicos, se escribían en latín, entre los germánicosde la Gran Bretaña; el empleo del latín y la romaniza-ción propiamente dicha se concentran, durante un largoperíodo, en los pequeños núcleos constituidos por algu-na orden monástica, rodeados de un pueblo ignoranteaún e inclusive de una clericatura que no alcanza aaprender la lengua ele Roma. Todo allí se realiza, en elhabla local, hasta cuando se escribe: los anglo-sajonesson entonces los únicos que no redactan en latín susleyes. Siete siglos antes que Lutero/se traducen allí losLibros Sagrados al vernáculo; sin ello, resultarían parael pueblo incomprensibles. La masa bárbara sigue enlas Islas, por otra parte, sin fundirse, mientras en elContinente, se constituyen en todas partes monarquías,que, por lo menos en la intención, reproducen el canonpolítico de.la romanidad. Y, sin embargo, la evangeli-

. zación no es en este tiempo menos intensa en Gran Bre-taña que en Alemania; tampoco, desde el punto de vistade la soberanía política, había, entre la Alemania bár-bara y la Gran Bretaña feudal, diferencias substancia-les. En lo' concerniente, pues, a la presencia del eonde Roma, tan unida o tan dispersa estaba la Europa

' continental como la insular. Ello no- obstante, la obser-vación de una diferencia entre ambas se nos impone:mientras la primera, alcanza la categoría de centro, laEuropa insular queda fuera de él... Más tarde, apresu-rémonos a decirlo, una parte de la primera había depasar por igual situación excéntrica, exótica: la partemusulmanizada, mediodía de España, mediodía italia-no;-y también, la Europa continental eslava.

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Algo-de aire paradójico cabe todavía añadir aquí.En el instante de la formación del Imperio carolingio,mientras BIzancio, extraño a Roma ya, permanece en elEcúmeno todavía,, conservan las Bretañas su carácterexótico, a pesar de que políticamente pueden ya consi-derarse adscritas al mundo de la romanidad. Sólo des-pués de la conquista normanda y bajo la influencia del.elemento francés, las Islas Británicas empiezan a con-siderarse incluidas en la centralidad ecuménica. La obrava madurando a travéso de los siglos xx, xn y xm, enque "Inglaterra es, en realidad, una colonia francesa ytoma de los franceses la lengua de la nobleza" y de lacorte. Aun entonces, sin embargo, el tono ecuménico no •penetra en las capas étnicas profundas. Cuando entreen ellas, hacia el siglo xiv, es para perderse en seguida»Muy pronto, la nobleza rural olvida el francés. Si lacortesana lo conserva bien o mal, es para perderlo mástarde —:no sin antes verter torrentes de francés en elanglo-sajón—, o, mejor dicho, en el anglo, que hastaentonces no había tomado nada de la lengua de los con-quistadores. Así nace el inglés "germánico por su es-tructura, a medias romano -por su vocabulario53.

• Pasará, otro siglo y los términos,de la cuestión in-glesa, en lo que interesa al punto de vista dé que. aquítratamos, se invertirán. Inglaterra se separará-de Romaen lo religioso y aún tomará, puede pensarse -que esen-cial y definitivamente, la posicióa de enemiga de Roma.y hasta de abogada de Babel —los ensayos de unidad deEíiropa la fian conocido siempre, a todo lo largo de laEdad Moderna como un estorbo—•. Y, sin embargo, In-glaterra ya, en la _Edad Moderna, ha entrado a formarparte, y parte principal del Ecútneno. Es ella la que, alo largo de la misma, posee una lengua, que, en un de-

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terminado momento, parece a punto de igualar en uni-versalidad al latín y dispuesta a su substitución, en lafunción doble de lengua auxiliar y, diríamos, contagio-sa, que se pega, que destiñe sobre las demás.continua-mente. Es Inglaterra la qué empezará a imponer en todoel mundo, como canónicas, como normales, como si re-presentaran "el derecho común" sus. instituciones, suscostumbres. El Continente acabará queriendo tenerParlamentos en todas partes y tomando a media tardeun infusión de hierbas aromáticas, simplemente por-que Inglaterra lo tiene o lo toma.

Cosa curiosa: esta propaganda irresistible de launiformidad, allí se realiza siempre bajo el signo de ladispersión. La enemistad de los" otros pueblos" podráencontrarse muchas veces tentada y no ver ahí más queun fenómeno de hipocresía. En realidad, la última ra-zón es más profunda. No se trata de una perfidia dela proverbialmente pérfida AXbión, sino _ de una confu-sión mental, derivada de tula ambivalencia. La mismaconcepción del Imperio, tan clásica dentro de las formasde la romanidad, llega a tomar en' Inglaterra un tonofeudal, esencialmente barroco. • El término "Domi-nions", esencial en el vocabulario político del imperia-lismo británico, expresa bien a las claras esta fusiónde las dos notas del Ecúmeno y de Babel.

"Bastaría sólo con esta paradoja para que nos per-suadiéramos —y jésta es la. adquisición que nos importapor el instante— de la necesidad de disociar el* juegode las dos parejas de eones, Roma y Babel, por un lado;por el oro, el Ecúmenó y el Exotero.

2. Pero, quizá, al llegar aquí, se nos ataje paracontestar el derecho que nos hemos abrogado a usarcoia estos dos últimos substantivos, de un tecnicismo,

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acerca del cual no esté demás alguna aclaración. Losadjetivos correspondientes a cada uno de estos dos con-ceptos los leemos, los oímos, con gran frecuencia. Sedice, se escribe, a cada instante: "exótico"; y, si bien"ecuménico" tenga, es cierto, menor uso en el corriente

• lenguaje, la sola historia de la Iglesia, con la repeticiónde la fórmula "concilio ecuménico", le asegura popula-ridad. Aquellos substantivos, en cambio, pueden produ-cir alguna sorpresa. "Ecúmeno" era término de usomuy reducido, en el mismo léxico de los periódicos, an-tes de ciertas divulgaciones estilísticas, producidas pre-cisamente a través de .ellos por la existencia en Españade una verdadera Escuela de cultivadores de la Cien-cía-de la Cultura. En cuanto a "Exotero"¿ no se le en-contraría probablemente hasta hoy. Sin embargo, lanaturalidad de que un substantivo corresponda al ad-jetivo "exótico", induce a creer que el concepto por nos-otros patrocinado puede admitirse entre los usuales conla más llana facilidad. Lo que cuesta un poco, por ven-tura, es el llegar a advertir que, este- concepto, sobreser tal, constituye una entidad viva, un agente eficazen el acontecer de la historia. Que no se trata con élde una etiqueta genérica y abstracta, que se cuelga de-lante de un conjunto de fenómenos de exotismo, sinode un eon, tan concreto como lo pueda ser el Ecúmeno,tan concreto como lo pueda ser Roma, de un númeno•—nosotros preferiríamos decir: "de un numen"— mo-tor permanente de infinidad de fenómenos de la espiri-tualidad colectiva humana.

"Ecúmenos" eran, para los antiguos, las cartas omapas geográficos que daban cuenta, en forma de fi-gura, de la parte de la tierra por ellos conocida o ex-plorada. Ei vocablo, además, involucraba, con la re-

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presentación, lo representado, su significación. La ex~extensión de la tierra explorada o conocida era, en símismo, aislándola mentalmente de su trazado, s<el Ecú-meno". Aislándola, decimos, pero no completa ni rigu-

. rosamente. Aislándola del dibujo material; pero no, dela imagen figurativa. Dicho de otro modo: "Ecúmeno",en un momento cualquiera de la evolución de la pala-bra, ha exigido siempre imagen, representación -del-inundo en términos reductibles al diseño. La posiciónmental ante él es análoga a la de aquella gracias a lacual el término "cielo" lia envuelto siempre tina inteligi-ble representación de la universa realidad. "Cielo" es eluniverso inteligiblemente figurado. "Ecúmeno" es latierra inteligiblemente figurada. En uno como en otrocaso se entiende que hay zonas de la realidad'—• y zonasriquísimas en el contenido, poderosas en los efectos,misteriosas en la estructura— que permanecen fuera dela clara representación. Porque, si el Cielo ño abarcatoda la extensión del universo, tampoco el Ecúmenoabarca toda la extensión de la tierra.

Aventuremos aquí una comparación, que se nos an-toja muy útil a' nuesros tanteos para captar fielmenteel sentido de una palabra antigua. Con cierta exactitud,podemos equiparar lo que para el cosmógrafo alejan-drino llevaba consigo el vocablo, a lo que, para el psi-cólogo moderno, envuelve el término "consciencia". Enuno como en otro caso, la actitud del pensamiento pos-tula haber en la realidad considerada una región de lú-cida claridad, donde reina la solidaridad o, si se quiere,la cenestesia, propia de cuanto es a la vez vivo y úni-co; y que, al margen de aquella región, bien en la pe-numbra, bien decididamente en la oscuridad, se danotros campos de actividad —trascendente acaso a lo

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central y lúcido—, el psicoanálisis revelará cómo influ-yen en la actividad consciente las subconsciencias "cen-suradas"; el descubrimiento'geográfico, cómo alteranel Ecúmenos los marginales exotismos —donde una in-solidaria pululación fermenta en fenómenos, de momen-to irreductibles a inteligibilidad, aunque puedan consti-tuir para la misma, ora una reserva,- ora una amena-za—'. Como para el psicólogo moderno,, más allá de laconciencia hay una subconsciencia, para el cosmógrafo

. antiguo; más allá del Ecúmeno, hay un campo, infinitosiempre, infinito por imprecisión, de pueblos o gentes,humanos aún, -pero cuyas notas de humanidad, no pue-den reducirse al patrón común, al tipo normal. En lascartas o mapas, estos pueblos eran marcados en la An-tigüedad por extensiones vacías, sin dibujo ya¿ sin in-dicaciones de composición, ostentando únicamente.unvago rótulo —Bárbaros, Hiperbóreos, Antípodas, ét-'cétera—, correspondiente a ensueños míticos, fabulososo semifabulosos, poéticamente alusivos a su excentri-cidad. Un rótulo, hacia lo limítrofe y para salir delpaso. Después, nada: ya no se hablaba más de ello.

Una información más dilatada, consecuencia dé losdescubrimientos geográficos sucesivos, iniciados por elRenacimiento y de los viajes subsiguientes, que permi-tieron a los hijos del Ecúmeno ir conociendo de. cerca•a los hijos del. Exotero y desvanecer con ello mucha mi-tología acerca.de los mismos, vino a desmaterializarel concepto que dé lo ecuménico tenían los.antiguos, almismo tiempo que ios descubrimientos astronómicosiban desmaterializando la concepción del Cielo, de locelestial. Pero, que estas concepciones se desmateriali-zaran, no quiere decir, que se quedaran sin objeto; porla niismá razón que no dejan sin objeto la concepción

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de la conciencia las más audaces exploraciones y bu-ceos freudianos. La substancia ideal de la distinciónpermanece intacta. Si el fondo de "libido", o de lo quesea —pues no tenernos por qué prejuzgar aquí la ver-dad o la exactitud de teorías que sólo se traen ahora acuento, en guisa de funcional parangón—, que hay ental enfermedad o en tal distracción de la vida cotidianano empece a que se distinga netamente entre dicha-dis-tracción o dicha enfermedad y el secreto agente que lasproduce o explica, la observación de que la posicióncultural portuguesa, por ejemplo, con su tradicionalfondo de s,audade, se encuentre motivada en la existen-cia de antes ignorados centros de atracción sitos másallá del Océano, tampoco significará que una conside-ración cultural común deba envolver a Portugal y atales centros. Aun suponiendo al planeta tierra entera-mente conocido, queda en pie, en lo teórico —que ellose traduzca, o no, a la práctica es otra cuestión, en lacual por el instante no debemos nosotros entrar—, en-tre lo incorporado al Ecúmenb y lo no incorporado alEcúmeno; quiere decir,- aquella otra realidad histórica,para la cual, con novedad de stibstantivación esta vez,hemos adoptado la palabra "Exotero".

La inteligibilidad, la posibilidad de reducción a figu-ras sinópticas, constituye, acabarnos de verlo, la notacapaz de definir la centralidad del Ecúmeno. Tal vezigual posibilidad se encuentre para el Exotero, en lanota que designaremos con el término de "curiosidad".Aquí, una observación. Aquellas instintivas infalibi-lidades del lenguaje común —acerca de las cuales nun-ca encontraremos bastante ocasión de extasiarnos—tan venido a salvar, para socorro nuestro, los resulta-dos de la miopía habitual entre profesionales psicólo-

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gos. Para éstos,-la, curiosidad es algo subjetivo, algoque se da en ei sujeto cognoscente y rio en las cosas yque representa tan sólo un apetito, tal vez vicioso, desingularidad y excepción. Para el lenguaje común, encambio, así como hay, por un lado, personas curiosas,hay también, por otro lado, cosas curiosas, "curiosida-des". Un monstruo de feria, es una curiosidad. Unaroca cuya forma recuerda inequívocamente a un sem-blante humano, es una curiosidad. El mecanismo de unjuguete, una curiosidad. Ciertos productos de las ar-tes, curiosidades también. Una colección española detextos literarios singularísimamente quintaesenciadospor el chiste, lleva el siguiente título: "Mil y una curio-•siáades"... ¿Qué nota se incluye siempre en la singulari-dad que da valor a tales objetos y permite calificarlos deesta guisa? Una nota de soledad. Lo curioso escapa alo genérico. Único, aunque no señero, el objeto curiosono se reduce a la norma de la serie, Pero; la Culturatropieza también con la soledad. De este choque naceuna reacción, y de esta reacción la consideración deexotismo. Lo que el viajero quiere decir, cuando afirmahaber encontrado en su viaje pueblos exóticos, no essólo que a estos pueblos no les puede ajustar la nor-ma que él mismo lleva consigo, sino que estos pueblos,por la anormalidad, por la soledad de su estilo, no pa-recen poder incluirse en norma general -alguna; y cons-tituyen, diciéndolo de otro modo, "una isla", en el re-pertorio general de las significaciones.

Ahora bien, lo que, llegados a esté punto, nos im-porta advertir es que la tal situación de isla, sentidadesde fuera por el viajero, también resulta sentida, máso menos oscuramente —puesto que, por hipótesis, he-mos estimado su objetividad—, por el-misino que se en-

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cuentra en ella, por el habitante de la isla: por el quegoza •—-o sufre—•' el privilegio •—o la angustia— de lapropia excepción. Un relativismo barato pretende queel exótico no se dé cuenta de su exotismo y que, porejemplo, la morfología anatómica de la Venus hiper-calipigia sea un ideal estético, un ^anon, para el boten-'

• tote. Esto no es verdad. O, por lo menos no es verdadmás que cuando se trata de un falso exotismo, el de lasrealidades no genuinamente reveladoras del Exotero.Mas, cuando el Exotero entra en juego realmente, suefecto-de soledad es peor para quien se encuentra su-mido én él, que para quien lo contempla y lo estudia.

' Se cuenta de un gigante, gran atracción°en una fe-ria popular, que, durante las horas de feria y entroni-zado en su barraca no sólo consentía, sino que encon-traba perfectamente natural que se pagase por verlo;y que, mientras estaba allí, recibía de muy buena gana,,el homenaje de la admiración de los visitantes. Peroque, luego, cuando terminaba las horas de trabajo, ce-rrada la barraca, iba a recogerse a la fonda, encontra-ba muy abusivo que los mozalbetes le siguieran por lacalle y que se volvía airado- contra ellos, protestando:"¡Idiotas-!... ¿No habéis visto nunca uti hombre gran-de?..." En su ingenua protesta, el protagonista de estahistoria traduce el -dolor de la soledad, propio de lossumidos en el exotero. También los pueblos se-muestranfrecuentemente ofendidos en su dignidad al verse ob-jeto de una curiosidad indiscreta por parte de otros pue-blos más normales; al recibir, por -ejemplo, a turistas,que buscan desalados la nota pintoresca, el detalle ex-travagantej la singularidad por la cual aquéllos esca-pan a la regla y al estilo comunes... En la moderna Italiafascista, ha sido muy fácilmente perceptible el momen-

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to en que, desvelada por ciertas ideas morales, que ibanenvueltas a las nuevas ideas políticas, buena parte delpueblo ha reaccionado al fin contra la difusa injuria,implícita en la curiosidad de ios viajeros, golosa de losdetalles más chocantes y divertidos de sus castizos es-pectáculos y costumbres: de la'mendicidad pordioserao del ciceronismo charlatán, de las tarantelas y. las man-dolinaias. Es lo que' también un famoso torero español,inconscientemente entronizado en una ancestral digni-dad cordobesa, refunfuñaba, al ver objeto de una cu-riosidad ambiente, no por simpática menos depresiva,en la terraza del Cafe de la Paix, de París, su pavero y

'su traje co°rto: "¿Qué estarán mirando todos estos ex-tranjeros?" La inmemorial ecumenicidad de la romani-zada Bétíca devolvía así la pelota del exotismo a quie-nes el tópico moderno cosmopolitismo hubiera juzgadomás indemnes a sus rebotes.

Se quiere ser isla hasta cierto punto. No se quiereser demasiado isla, ¿ Por qué ?

S. Como a una plaza asediada, vamos atacandodesde diferentes puntos de apoyo al objeto de nuestrainvestigación... Ahora, tras de haber batido en brechael secreto idióiico, es decir, solitario, de una curiosidad,'vamos a apuntar a lo que pueda ocultarse tras de unaconcepción —que no es.únicamente.religiosa, según enseguida entenderemos— de que hizo uso el Cristíanis-

, mo, apenas alcanzado por él aquel carácter de normalecumenicidad, que, en potencia por lo menos, le sacóde la nota de exotismo, inevitable en los orígenes y quetan perfectamente traducen —más perceptible por loque la abultaba una ya anacrónica reacción— los es-critos de Juliano el Apóstata. 'Vamos a Ter por qué se

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llamó "paganos" a ios paganos y qué implicacionespueda contener ese concepto de paganía. Etimológica-mente, ya lo sabemos: pagano quiere decir rural; el pa-gano es el que habita los pagos, en los cuales hubo demantenerse más tiempo," como es de pensar, la conti-nuación, la rutina siquiera, de las creencias y las su-persticiones antiguas. Parece que en las Landas deFrancia, por ejemplo, .existían aún sábeístas, es decir,adoradores del s"ol, hasta las mismas vísperas de la Re-volución francesa.

Una doble razón cabe suponer actuante en tal per-sistencia. Por un lado*, la actividad de renovación in-telectual debe de ser forzosamente menor en lugaresdonde la población está más diseminada y en que, porconsiguiente, la formación de cada tino está más cons-tantemente trabajada por el factor tradicional de lapropia estirpe que por el factor.de simultaneidad queproporciona el comercio humano. Pero también la sos-pecha nos asalta de una intervención en el fenómeno dela mayor dosis de naturalismo, de' inspiración directade la naturaleza que presentaban las religiones anti-guas, en contraste con los principios que la nueva reli-.gión predicaba. Parece innegable que el instinto de uncabrero de las Landas ha de presentar más cómodo,para la mente el camino de rudimentaria teología con-ducente a la adoración del sol, que no 'el otro por el cualhay que creer que "en un principio era el Verbo y queel Verbo era con Dios y el Verbo era Dios". Propincuaa los labios del cabrero está la flauta de Pan, mientrasque reservado a- la lección del filósofo el detallar losneo-platónicos caminos por los cuales asciende, a la ple-nitud del ser, Pistis-Sofia. Así, cuando, según la le-yenda, sonó en las islas "aquella voz sin boca, aquella

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desolada voz para anunciar que Pan había muerto, elanuncio hubo que entenderlo respecto de las ciudades,de las Academias y Neo-Academias de las ciudades o,por lo menos, de sus Catacumbas; no, de las campiñas,donde persistentemente, a desgrado inclusive de evan-gelizaciones y de bautismos, continuaron, en formas-—no por marginales menos patentes— aquellas paga-nías mediante las cuales se rinde inevitablemente cultoa Pan y se recoge su inspiración.

Ahora bien, la inspiración de Pan, el dictado direc-to de la naturaleza, tiene una difusa lección exaltante,,que se llama el deseo, pero también otra difusa leccióndeprimente, que se llama el terror. Nada como la so-ledad en la naturaleza hinca en la carne la mordedurade la concupiscencia, nada la dobla bajo la carga 'delmiedo: todas las Tebaidas lo han sabido, las Tebaidasy sus Tentaciones de San Antonio. La paganía, que; porun lado, desemboca en la bacanal, por otro desembocaen el pánico; que ya se llama pánico en revelación de sudependencia del dios Pan. Bacanal y pánico están siem-pre, además, vecinos: en la orgía es donde la voz de"¡fuego!" trae inevitablemente la catástrofe; en el Mi-lenario es donde la locura erótica estalla con más exas-perada violencia. Porque hay siempre, en el misterio,un elemento por definición tóxico; si no es que, segúnhemos otrora demostrado nosotros mismos —en la lla-mada "fórmula biológica de la lógica"—, lo de misterio-resulte simplemente un nombre que se aplique al hechomismo de semejante toxicidad. Por misteriosa, la na-turaleza es venenosa; la naturaleza, que, desde el Pe-cado Original, gravita con espontáneo impulso hacia lamuerte. Así, donde reina el caos, reina la muerte.. Rei-na la muerte, con su ministro la intensidad.

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Ello nos explica el porqué toda paganía tiene en elfondo una esencia pánica. Hasta en coexistencia con lasformas de civilización más modernas, hasta en aquellasque la frivolidad de las imaginaciones se complacen enrepresentarnos como paraísos, el atroz elemento puedeapreciarse. Sorprendentemente para muchos, denun-ciaba, hace poco tiempo, su existencia en'Australia unnovelista moderno, el autor de Canguro, que, tan lucida-mente como había podido denunciar, en Inglaterra y ensus Ladies Chatterley, la existencia de una descompo-sición moral, también de inspiración naturalista, de-nunciaba aquí un mal misterioso, aquel permanente"sordo malestar", aquella íntima sensación de angustiasin objeto. La editora de Canguro en lengua españolaañadía que, igualmente, ese mal, ese malestar, esa an-gustia, constituyen el fondo y el poso tristes del alma dela América del Sur.

Se nos habrá escapado sin duda el emplear en loanterior como equivalentes las expresiones "pánico","miedo", "terror"... En realidad, conviene aquí tomaren cuenta la substancial diferencia entre dos versiones,aquella en que la emoción es producida por un objetoconcreto, presente, previsto o siquiera imaginado; yaquella otra donde la einoción carece de objeto concre-to donde asirse. A esta segunda versión atribuímos elsecreto de la paganía y,, ya se puede adivinar, el delExotera Inútil subrayar que seguimos siempre ceñidosal contorno de la Ciencia de la Cultura. Pero, ¿no serálícito evocar, para mayores precisiones sobre el busca-do secreto, ciertas aportaciones de la psicología indi-vidual? Utilicemos para nuestro asedio una base, algolejana en apariencia, pero cuyas posibilidades de efica-cia nos aparecerán muy pronto quizá. Preguntémonos

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qué es lo que, en la imaginación infantil, puede repre-sentar el "cuarto oscuro", el famoso "cuarto oscuro"de los castigos y escarmientos. El niño tieiie un miedoatroz a este cuarto. Miedo, ¿ de qué ? Por corta y con-fusa que sea su experiencia vital, le sobran elementospara comprender que, de momento, es justamente elretiro lo que trae la máxima garantía de seguridad: enocasiones así, quien castiga, preserva. Paradójicamen-te, empero, mientas mayor y más ameno rumor de vo-ces humanas llega al cuarto desde la "nursery" o el co-medor, llora el niño con mayor desconsuelo. Porque loque le atenaza y empavoriza el ánimo no es un peligrocualquiera dentro del mundo negro en que está sumi-do; sino la falta de interés en los demás, el olvido posi-ble por parte del mundo claro que cae a la parte de fue-ra. No teme ciertamente perder "su vida", sino que "la -

• vida" le'pierda a él. Su angustia mayor está, conscienteo inconscientemente, en la perspectiva de que los fami-liares se alejen, dejándole allí trascurado. Estos pue-den figurarse.que aquel llanto teatral, interminable, seproduce coa designio de enternecer: primariamente,tiene una función más sencilla, que es la de recordar.

Y aquí nos viene a las mientes aquel grito, aquelgrito admirable de la correspondencia de Eloísa a Abe-lardo, correspondencia apócrifa, pero que merecería serauténtica: "¡Haz de mí lo que quieras, menos,olvidar-me !" Porque, existir no es nada, si .no se existe en losdemás. Mejor morir que no-ser tomado en cuenta allídonde importa. Y lo que importa es siempre el centro.Este mismo "importar", la difusión de este mismo "im-portar" es lo que le constituye en centro; lo que hace deiodo verdadero centro un Padr,e... Centro j periferiatienen todas las grandes realidades humanas. Centro es

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Abelardo, periferia Eloísa. Centro, el comedor o tsery, periferia el "cuarto oscuro". Centro, el Cosmos,periferia el caos. Centro, la paternidad; la orfandad,periferia. Centro, lo católico; periferia lo pagano, conpaganía que sustancialmente nú se define tanto por elhecho de la profesión de tales o cuales' creencias religio-sas, sino por la situación idiótiea, aislada en el espacioy en el tiempo;-por la calidad andrajosa de "pago", encontraste con la otra situación compacta en el espacioy en el tiempo que "tiene, con la Metrópoli, la provincia,:Centro, en los términos de la Ciencia y déla Cultura eleon del Ecémeno, periferia el eon del Exotero.

Y5 porque la periferia se reconoce sola, se sientetriste; y porque se sabe curiosa, objetivamente curiosa,,,aparece humillada, con una íntima humillación, quetantas veces las vidriosidades de la susceptibilidad ylos encabritamientos del amor propio subraya, en ve?de disimular. Estas reacciones al veneno de la soledad,toman a menudo, cosa notable, los caminos de la inde-pendencia-: los de enconarla artificialmente, si ya seposee en lo político, tomando él camino cultural de laultranza casticista; los de vindicarla, si esta indepen-dencia se ha perdido o no ha sido lograda aún. El solose proclama libre; el tipo se erige en arquetipo.. Dondela norma no ha llegado aún, se inventa la ficción deuna propia norma.

Y entonces es cuando se intenta fabricar una má-quina complicada de "particularidades", la de "un len-guaje propio",' una "visión del mundo autóctona", un"arte nacional", una "cultura propia", sin pararse, en lacontradicción de términos que expresiones como estaúltima llevan consigo. Y al servicio de esta máquinase ponen en juego los múltiples resortes de la pedago-

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gia y de la policía. A ios alumnos de las escuelas se lesdice que el bien supremo para la patria es "la libertad";y sus héroes supremos, los que por ella han muerto omatado. A quienes muestran experimentar tentacionesmás vehementes de respirar otros aires que' los de la

que aprendan, en una atmósfera más confinada, la delas cárceles; o, para que se corrijan, en la, más cargadatal vez, del desempeño de las funciones públicas. Mil'tabús son pronunciados a este respecto a cada instantey mil totems, enarbolados en cada esquina. Pero nadade esto cura de la tristeza, nada de esto alivia de la sole-dad, nada de esto disimula la humillación. El exótico,el excluido de los simposios de la centraüdad, suspirasecretamente por ellos. Y no conocerá la paz hasta queque en ellos pueda sentarse. Lo que el Dante dijo, sobreciertas realidades políticas, en cuya incurable tragediatodos sangramos: "El mundo no conocerá la paz, hastaque el Imperio Romano esté reconstruido", puede apli-aplicarse, mutaia mutandis, a esta distinta y no menosespantosa tragedia: los pueblos no llegan a la Cultura,sino cuando se incorporan a la inteligible unidad del

Aunque sea en calidad de Marcas o zonas fronteri-zas del mismo. Aunque la permanencia en esta digni-dad represente un esfuerzo, una batalla, de cada día,dé cada hora. Aunque a este precio se pierdan algunasfragancias y hasta algunos tesoros. Aunque el dinerode los turistas busque más lejanos vertederos qué el yacastigado exotismo del Estambul de Mustafá Kemal; ola señorita inglesa proteste al ver, grabada al hierro, asímarca en anca de res, la clásica, la bramantesca, la ecu-

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ménica fábrica del Palacio de Carlos V, en el flancofemenino, delicado y voluptuoso de la Alhambra.

4. De estas respectivas psicologías dei Ecúmenoy del Exotero, se deduce su comportamiento fisiológi-co; del cual nace a su vez el sistcnia.de relaciones quemás frecuentemente los une. Ambivalente, el del Ecú-meno se traduce, por una parte, al deseo de incorpora-ción; por otra parte, al aseguramiento de jerarquía.La institución que nace de esta ambivalencia recibe an-totiomásicamente el nombre de Colonización.

A la función íncorporativa se ve impelido el Ecú-meno por el hecho mismo de sa esencial inteligibilidad.No hay luz que no se esparza hasta donde puede. Nohay ciencia que no'sea ambiciosa de descubrimientos.Allí donde el saber interviene, salta inmediatamente elimpulso a saber más. Por esto —según nosotros mis-mos hemos puntualizado en otra parte— cualquier cien-cia es hija de padre y madre, de un apetito que se arro-

j a y de una maturación que guarda ordenando; de unplacer de adquisición —libido sciendi—- y de una exi-gencia de racionalidad. La fuerza racional del Ecúmenorefleja esta dualidad de la ciencia toda. Por inteligible,cuanto es central en éste1 mundo, cuanto es esencial en 'la historia, aspira a la inteligibilidad del restoó Poresto, en formas de mayor o menor actividad según loscasos, seguirlos momentos, el Ecúmeno coloniza siem-pre; cuando los territorios, cuando las almas; en oca-siones, estableciendo explotadoras factorías; en otras,ganando almas para el Cielo o ganando almas para laCultura, en el ejercicio esencial de una misión.

A esta fisiología dei Ecúmeno corresponden en elExotero dos funciones, de trayectoria entrelazada tam-

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bien por diversos juegos de ambivalencia y que, si deuna parte muestra una tendencia adquisitiva de lo ecu-ménico —aun independientemente de que la centrali-dad propia del mismo sea una superioridad—, de otraparte, vierte cada malaventura, cada fracaso o decep-ción de este impulso, cada herida en el amor propio,aun difusa, aun presunta más que real, a la reacción _del encastillamiento más arisco. La psicología íntimade la Colonia tiene mucho del cuadro psicológico de,la orgullosa timidez. No cabe tampoco olvidar —y setolerará sin escándalo el que lo traigamos aquí— elhabitual proceso del fenómeno social que se denomina"esnobismo"; resorte auténtico y poderoso de tantasrealidades culturales e históricas. •

Un solo dato, a este propósito. En alguna ocasiónhan sido examinadas las razones que deciden el que,entre las poblaciones paganas de África, logre éxitosnías rápidos y eficaces ¡a obra misional del Islam quela cristiana, en cualquiera de sus dos variedades;, ca-tólica y evangélica. La razón se encuentra, según bieninformadas averiguaciones, en el distinto carácter quela propaganda religiosa reviste en el primer sector queen los segundos. Mientras el misionero católico se es-fuerza en una catcquesis llena de precauciones ora-torias, que procura poner al alcance de los indígenas,aun de aquellos cuya mentalidad es más rudimentaria,los principios de la fe y hasta silencia, "de momento,,por arduos5 algunos de los mismos y se vale a cadapaso de las posibles equivalencias más acomodaticias—"Vosotros llamáis" diosa Tal a la que nosotros Ma-dre de Dios", etc.— el misionero musulmán, orgullo-sámente, toma el aire de condescender a enseñar alindígena un estilo especial., imbuido de hermética dis-

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tinción, con que leer o canturrear los textos del Corány pronunciarlos. El resultado es que, así.como el pa-gano se da -de menos en someterse a la humillante ele-mentalidad de aquella enseñanza —en cumplimiento deaquella misma regla emotiva que aconseja a los edi-tores-avisados a llamar "Biblioteca para la juventud"a ios libros destinarlos a la niñez— se deja prender enel prestigio de la nota de superioridad que parecenprocurarle, entre sus pares, la posesión de aquel estiloy de aquella fonética; la misión toma de este modoun aire de iniciación; los iniciados se .quedan orgu-llosos de serlo; la envidia de los no iniciados empuja& lograr-favor y superioridad parecidos: el esnobis-mo ha entrado en acción. Y.el efecto resulta favora-ble a la propaganda musulmana tanto como decepcio -nador para la falta de malicia de sus concurrentes.

_ Cuando en España recorren historiadores y estu-diosos la historia "moral de las que fueron sus colo-nias en la- América del Sur y en otros continentes, esmuy de uso reducir la explicación de aquellas sepa-raciones sucesivas a un móvil, que la historia al usocorriente ha parecido juzgar único y que- la pedante-

, ría biológico-positivista ha considerado' natural y es-pontáneo; a creer que ello estuvo en función de uncrecimiento, que así el de un cuerpo vivo, hubiese iixi-- pulsado, en un momento dado, a romper ligaduras.A lo sumo, se toma en cuenta la intervención de fac-tores, que en el proceso se consideran parásitos, ma-.qoinaciones extranjeras, tendencias o consignas de so-ciedades secretas o intromisiones de orden análogo;que, anecdóticamente, lian existido sin duda, pero quedeben a su vez explicarse en función de categoríasculturales subyacentes. Casi nadie atribuye decisivo

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papel, en el separatismo productor de dichas escisio-nes, al elemento de tina difusa, de una sostenida,experencialmente incurable decepción, sufrida porporción del Exotero, en su aspiración •—más o menossecreta, más o menos consciente-—-'a, ascender, incor-porándose al Ecúmeno. Los mismos "espíritus com-prensivos", que, en el período que precedió a la sepa-ración de Cuba,, por ejemplo, o en las discusiones epi-lógales, opinaron que todo se hubiera podido arreglarcon ciertas concesiones al sentimiento autonomista allínacido, no parecieron percatarse jamás de que seme-jante manera de concesión, con aire de servir a tanade las tendencias implícitas en la posición de Colonia¡,lo que hubiera, hecho es chasquear, más grave, másdefinitivamente, la otra tendencia; y remachar una hu-millación, de que, por otra parte, la misma España hapodido conocer una manifestación mucho.más reciente,y desde luego menos estudiada, en el que llamaríamos"malestar catalán", culminado entre los años 1931

7 1939- • "¡Cuan fácil hubiera sido, no.obstante, para aque-

llos -empecatados revisores, en vez de pararse á es-cuchar sermones parlamentarios o periodísticos, inevi-tablemente psitácicos, hubieran abierto los oídos a lavoz ingenua de la copla popular, que en lección per-dida cantaba: "¡La Habana se va a perder—la culpatiene el dinero—los negros quieren ser blancos—y losblancos caballeros"! ¡Cuan ejemplar,.el que, viniendoa un orden de avisos más elevados, se recordara que,tm siglo atrás, mientras las tierras del Imperio espa-ñol en América rompían en ambiciones de separatismo,otras tierras del Imperio español en África, las IslasCanarias, obedeciendo —y esto -es lo impértante y ea

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esto no insistiremos nunca demasiado— al mismo-sentimiento, lo vertían a solución aparentemente con-traria y lo que reclamaban y obtenían al fin es queel Gobierno español las considerase como "provin-cia"! Un pedazo de África entendía con ello alcan-zar un nivel superior en la integración a Ib ecumé-nico de su metrópoli; en tanto que, más lejos, y aca-so porque esta misma1 lejanía hubiese persuadido dela vanidad de los esfuerzos conducentes a dicha in-tegración, otros territorios, al perseverar por encon-trar salida a la situación de colonia, enconaban lo queen ellos quedaba aún de exotismo, con movimientosde carácter nacionalista tan pronunciado, que no per-mitieron siquiera" la formación de grandes unidadescontinentales, o semicontinentales, como las soñadas porBolívar y por otros espíritus de idealidad superior.

Como el Exotero y el Ecúmeno, la Colonia y laProvincia constituyen dos constantes, dos eones en la.cultura; si bien con menos categórica pureza que aqué-llos y entrados en el orden, por nosotros mismos re-petidamente explicado, de los que reciben el nombrede "eones mixtos", en contraste con los "eones puros".La diferencia estriba, sobre todo, en el distinto nivelde necesidad: mientras podemos imaginar, abstracta-mente por lo menos la total desaparición de las enti-dades como la Provincia o la Colonia, no podemos ima-ginar un mundo sin la presencia continua y activadel Ecúmeno y del Exotero. 'Un éxito misional defi-nitivo inclusive, cómo el que representaría, con carác-ter apocalíptico ya, la extensión por todo el planetade las ecuménicas instituciones y la sumisión de loshumanos todos a la autoridad de las mismas, rio en-volvería en ello la desaparición total de la segunda

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de las expresadas constantes; por la misma razón quela hora del triunfo total de la Iglesia, profetizado enla visión de San Juan en Patraos, no representa laabolición de la existencia de pecadores.

Porque la fuerza de los ejemplos anteriores, con-cernientes todos a la posición de territorios geográ-ficos, no debe hacernos olvidar que las notas resul-tantes de la presencia *del eon del Ecúmeno o del eondel Exotero, se dan igualmente en ios grupos humanos,abstracción hecha del territorio donde viven. Y en lasalmas individuales,- sin' recurso a elemento colectivo*En el seno misino • de los grandes pueblos, donde laequmenicidad pueda considerarse más victoriosa y se-gura, el efecto de esta victoria, la asistencia de estaseguridad, no penetran en el conjunto demográfico en-tero. Y hasta, si nos fijamos bien, cabrá siempre afir-mar que no imperan, sino en ztínas de población rela-tivamente muy limitadas. Ya anteriormente hemosaludido a la inevitable diferencia que, a tal respectopresentan siempre las ciudades, en parangón de loscampos o "pagos".

Una obra de colonización puede - ser llevada conintensidad más o menos penetrante y difusa. Mu-cho se ha hablado, recordémoslo a este propósito,de la divergencia resultante de la. comparación en-tre los. métodos de la expansión anglo-sajona enAmérica y de los métodos hispánicos. Mientras el ele-mento indígena en la América inglesa era niaatenidoaislado, y, por consiguiente, aunque se fuese reducien-do a una minoría, minoría tan castigada que, a partirde cierto momento se pudo ya vaticinar su ulterior ex-tinción, ese aislamiento.producía la imposibilidad deconsiderar culturalmente como provincias a las pose-

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siones- inglesas en la América del Norte. En las po-sesiones españolas de la América' meridional, centralo septentrional, en cambio, aunque el elemento indí-gena fuese muy numeroso y hasta acreciera numéri-camente su entidad, y perpetuara la presencia de fac-tores étnicos de presencia muy grave —sobre todo enlo que se refiere a la raza negra, cuya pululado» fue.en aumento,, aun dentro del siglo xix—•, la actividadde un espíritu de incorporación a lo ecuménico, me-diante la vivacidad generosa de la obra misional, enpunto a religión y a lenguaje, así como el cruzamiento,productor de las atenuaciones del mestizaje, disminu-yeron sucesivamente el papel del Exotero, ya que nosiempre por lo que respecta al número, siquiera porlo que respecta a la intensidad. En el otro extremo, lanota más radical que haya dado jamás una coloniza-ción, en lo que respecta a la perpetuidad fatal del exo-tismo, ha sido, según parece, dada por la colonizaciónholandesa en Asia;-dentro de la cual ha sido políticaconstante la de procurar, en vez del conocimiento porparte de los indígenas de la lengua metropolitana, laprohibición del empleo y aprendizaje de la misma porparte de ellos; con objeto de mantener siempre levan-tado el muro de separación, que detiene la posibilidad,allí considerada peligrosa, de acceso de las criaturasdel Exotero a cualquier participación en el Ecumeno.

En cualquier caso, la estabilidad de los resultados.así obtenidos debe siempre considerarse precaria. Nila incorporación provilinciadora, ni la nacionaiizadoraseparación pueden curar a pueblo largamente sumidoen la consideración de exótico de una posibilidad derecaída en el Exotero. Riesgo no imaginario,' segúnlo pueden mostrar, para no ir más lejos, ciertas ve-

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leidades, más o menos tocadas de romanticismo lite-rario, que han ido mostrándose en ciertos países —yno hablamos sólo de antiguas colonias de otros con-tinentes, sino de colonias, aun más antiguas, en el mis-mo continente europeo: no menos del indianismo ama-teur, de tal cual medio americano, que del nibelun-gismo, también amateur, de tal cual medio germá-nico— presentándose a última hora con caracteres desecta o sistema •—no por diletantescos, menos sinto-máticos— a preconizar un ideal endógeno, autóctono,"propio", como suele decirse, en el arte,' en la poesíay hasta en el mismo Weltaiischang religioso o moral.El escritor peruano de nuestros días, que invoca paraAmérica la vigencia de una tradición local de india-nismo, de indigenismo, de gauchaje, de "quichua-je", etc. •—de paganismo, en suma—, no hace en rigorotra cosa que votar, cumpliendo tmai especie de cul-tural suicidio, por la reinmersión de los pueblos deque se trata en el caos de soledades del Exotero.

Y como esta reinmersíón no puede cumplirse talcomo suena, entre otras cosas por lo que a ello' seoponen los detalles del progreso material, lo que pro-duce en realidad el tal romanticismo es el retrocesocultural de estos mismos pueblos a las condiciones deColonia. La superficialidad del fenómeno político pue-de engañar en este caso, produciendo un espejismode Nación grato a los prejuicios elaborados por el si-•glo xiX; allí donde el proceso auténtico llevaría, deconsumarse, a la negación misma de la cultura, a unatrágica orfandad respecto de las paternidades de loecuménico... Porque no siempre es preferible —digá-moslo entrando ligeramente, por un minuto, en el te-rreno de los juicios de valor, que el carácter científico

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de nuestra investigación nos veda, en principio— ser,según el dicho vulgar,- cabeza de ratón a cola de león.La cola del león participa, después de todo, de la ma-jestad leonina; en tanto que la cabeza de ratón no hay-manera de que se escape a una atribución de ratonil

5. Nos toca- el tomar en cuenta, para concluir,algunas .otras entidades, incursas también, como las

.de Colonia y las de la Provincia, en la-trama de lasrelaciones entre el Ecúmeno y el Exotero. En primerlugar, enjuiciando brevemente una tentativa realizadapolíticamente por el mundo moderno a constituir, den-tro de lo ya tenido por Ecúmeno, un a manera de su-perior ecúmeno, mediante la introducción del conceptode las "grandes potencias"; concepto cuyo alcance'noha podido ser nunca exclusivamente práctico, sino quepor fuerza ha debido teñir más o menos ciertas zonascontiguas de culturalrdad. Cuando en -un Congresocientífico internacional se preceptúa, verbigracia, queel francés, el inglés y el alemán van a ser las lenguasde uso oficialmente admitido, o cuando, en una em-presa cualquiera, se limita el repertorio idiomático atres, o cuatro, o cinco " II aiiptspr aechen",- no se. haceotra cosa que dar estado académico a lo que ciertasrealidades políticas asentadas han establecido previa-mente como jerarquía.

Sabido es —y nuestros estudios lian insistido par-ticularmente .sobre el tema, al examinar las relacionesentre las.constantes de Roma y de Babel— qué la cons-titución, cuando el Renacimiento, de las grandes mo-narquías absolutas europeas,, al debilitar, sin llegar em-pero a destruirlo, el sistema sobrenacional implícito en

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EUGESTIO B'ORS

el Sacro Romano Imperio, colocaron a los pueblos deEuropa en posición inevitable de mutuas desconfianzay vigilancia, dentro de la cual la prepotencia de cual-quiera de ellas pasó automáticamente a ser considera-da corno un peligro respecto de las demás. Inauguróseentonces en la política internacional otro sistema, ba-sado en. una voluntad de equilibrio, el equilibrio euro-peo, de que tanto uso —y tan cruento-—• ha venidohaciéndose durante siglos; y para el cual casi mecá-nicamente se unían, a instigación de una parte espe-cialmente avisada o previsora, grupos de pueblos, ennúmero reducido, pero cuya suma se imaginaba podercontrarrestar y aun superar la amenaza del más fuerte.Como es natural, de este juego de balanza quedaba ex-cluida la intervención de los pequeños Estados, cuyopeso en la misma resultaba incapaz de tener ningúnvalor decisivo. Semejantes coaliciones, con título mu-

' chas veces de alianzas, venían, por consiguiente, a es-tablecer, a despecho de las proclamaciones teóricas deigualdad entre las naciones; a despecho de las alega-ciones jurídicas del "principio de nacionalidades" uotros parecidos; a despecho de los progresos, igual-mente teóricos, de algún cuerpo mas o menos vago denormas, y estatutos, con etiqueta de Derecho interna-cional, un desnivel jerárquico entre los pueblos, parti-cipantes, en otro sentido, de una misma civilización.

Todo el cuidado que se empleaba en que semejantedesnivel no resultase vejatorio para nadie, en la atri-bución de ciertas dignidades ideales; toda la habilidad,inclusive, con que pudo atenderse a halagar a los pe-queños, mediante ciertas fórmulas, más o menos ilu-sorias, de compensación —corno aquella famosa del"imperio del aire" o del "imperio del espíritu", que

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pudo otorgarse a Alemania mientras la interior divi-sión la mantenía en debilidad, o aquella otra fórmuladel "asilo de la libertad", supuesto privilegio, de las.Helvecias o de las Andorras; o la misma de una con-sideración, entre envidiosa e insultante, concedida a"los pueblos felices que no tienen historia"-—•, no-po-

-día evitar que la calidad de "potencia" y, con énfasissignificativo, la de "gran potencia" dibujaran el con-torno de una aristocracia, a cuya eficacia en lo de po-der no acompañara inevitablemente cierta nota de se-lección en lo del valer. Las grandes potencias pudie-ron así abrogarse una representación del Ecúmeno, ala cual no tardaba en seguir una exclusividad en íafruición del Ecúmeno.

La zona, central de la humanidad conoció de estemodo un centro del centro, un cultural cogollo, antecuya significación palideció alguna fuerza de signifi-cación tan secularmente acrisolada como la' del Pon-tificado o la de aquella nobleza tradicional que por mu- <cho tiempo y en méritos de un pasado glorioso adornóa entidades como "la Latinidad" o, en -relación conotros llamados "pueblos jóvenes", a la misma Europa.Nadie lo ignora, este sistema que el Renacimiento ini-ció, ha venido a conocer recientemente las más turba-doras crisis. Indudablemente, uno de los resultados delas mismas consiste hoy en poner en peligro la mismaconcepción de las "grandes potencias", como represen-tantes o como constituyentes del Ecúmeno. Ello rioempece a que el fenómeno histórico por dicho sis-tema traducido deba ser tenido en cuenta, si no a títulode eon en sí mismo, por lo menos en guisa de amenaza,para un eon, por la ciencia de la cultura: baste el tenerpresente la calidad de exotismo, que, mientras ha du-

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EUGENIO ü'OKS

rado el régimen, lia estado a pique siempre de atri-buirse a entidades estatales • de tan prestigioso volu-men histórico como España o Italia y que tantos es-fuerzos de energía auto-misional ha exigido, en el in-

Otra noción, que tal vez no ha sido aun. percibidacon toda claridad en el dominio filológico -—pero quenosotros mismos nos hemos impuesto la científica obli-gación de poner en relieve—•, es la que corresponde ala existencia de ciertos idiomas, que, inexcusablemen-te, colocan a otros, inclusive los de mayor gloria -al-canzada por la civilización o por la literatura, en ac-titud .de una recepción sin intercambio de influencias ••.plasmadoras; influencias que les transforman, porobra de algo más que un contagio y cualquiera quesean .las resistencias defensivas que un casticismo oun purismo autóctonos se empeñen en armar dentrode cada uno de estos últimos. uArquiloquio" es él voca-blo, un si es no es híbrido —pero, si bien ,se mira,- no

• tanto, por la posibilidad dé una asimilación morfoló-gica entre el logas griego y el loqnor latino—, que pa-rece adecuado para designar la calidad de tino de aque-.líos idiomas cuyo poder- sobre los demás, aun a dis-tancia, aun a través de la interrupción representadapor entidades lingüísticas intermedias, por manera taneficaz se deja sentir. Un'arquiloquio ha sido, es y pro-bablemente será la lengua latina: lengua que dicenmuerta, pero cuya activa virulencia se deja todavíasentir —así la .de un virus hereditario u otra determi-nación del mismo orden-—- en el organismo de otras ha-blas, no ya hijas, sino nietas suyas; como cuando aquelmismo americano del Sur que se figura estar corrom-piendo al castellano por influencias extranjeras, suelta

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tua 'Vinculado" o suelta un "ubicado", con el más sabro-samente pedante de los latinismos. Función arquiloquialha ejercido, ejerce todavía la prosa francesa, para medircuyo secreto impulso basta comparar la prosa alemanaanterior a Nietzsche con la posterior; o la prosa caste-llana anterior o posterior a la "generación de l ' 98" .Acción de arquiloquio universal tiene todavía el inglés}

nutriendo y modificando en las otras lenguas ao sóloel léxico, sino la misma sintaxis —el empobrecimientoque representa hoy para el francés hablado en la calle

' la casi desaparición de los-pretéritos de subjuntivo esTan -fenómeno de britanismo inconsciente—, y no sóloen el repertorio de los deportes y de las costumbreselegantes, sino en el mismo de la filosofía, donde laplasixiación contemporánea, en un estilo de empirismo

• vitalista puede recordar a la influencia que en otrashoras ejercieron, en sentido contrario, la Escolásticalátinoparlante o el cartesianismo francés de las "ideas•claras". La dependencia -en que' un habla dialectal seencuentra -colocada respecto del habla oficial de un

. país, esta última la sufre en su no oficial, y hasta aveces anti-oficial, con un arquiloquio. Y no hay quedudar de que la posesión metropolitana de alguno de.ellos coloca al posesor en una situación privilegiada-mente ecuménica. • • •.

Po r último, y aunque el asunto mereciera desarro-llos infinitamente más vastos, no podemos excusar e!decir tina palabra acerca de otro eom mixto, en cone-xión igualmente .con los del exotismo y .de la ecume-nicidad, y que, conocido por el.término de Emigraclóa s

en el sentido más amplio posible, sobrepasa ira las no-tas 'que puede .encerrar un,s imple fenómeno históri-co. Parece esencial a la humanidad el hecho de que,

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EUGENIO

obedeciendo a diversos impulsos, pero con evidentepersistencia en el hecho, grandes masas de humanidadcambien de asiento geográfico, no en una actividad devagabundeo, sino buscando en instalaciones, nuevas,que, por lo menos en la menté de quien las practica,están destinadas a perpetuarse.

La conocida clasificación de los pueblos primiti-vos en sedentarios j nómadas insinúa algo referentea esta realidad, pero no agota su contenido; y, por otraparte, no-parece atender a la nota importante de inex-cusabilidad que presentan muchos de los fenómenosa que -esta constante se traduce. Las masas en cues-tión parecen desplazarse, a lo largo de la.historia,, nopor una pura contingencia, sino bajo' el dominio deuna especie ele necesidad, inherente a la propia cons-titución humana. La historia empírica no ha sido nun-ca suficiente a. proporcionar aquí una explicación com-pleta. En la base del formidable número de aconteci-mientos a través de los cuales semejantes emigracionesse producen hay algo ya cercano a una ley y que -entodo caso nos permite afirmar la existencia, no de unaserie de emigraciones sucesivas, sino de una- fundamen-tal determinación emigratoria.

Y es muy interesante advertir las diferencias conque las grandes emigraciones humanas se lian presen-tado en lo pretérito, según que el movimiento se pro-yectara en el sentido de Oriente a Occidente o- en eisentido inverso. Mientras que el Oriente no ha cesadode remitir hacia Occidente, en el curso de los tiempos,grandes masas de población, que se desarraigaban enmovimientos enormes e inconscientes, las respuestasdel Occidente lian tenido por lo general, cabe decir quesiempre el tipo de respuestas individuales; o, si se tra-

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taba de grupos, éstos han sido reducidos y empu-jados por algún designio intencional. No fue lo mismo,en esta materia, la avalancha persa, un día invasoradel mundo griego, que la expedición de Alejandroal Asia. Ni tampoco es lo mismo la emigración delas. huestes de Tamerlán que el viaje de Marco Polo.Incluso el derrame de los europeos en América, cuan-do la hora .renacentista de los descubrimientos y lascolonizaciones tiene una amplitud y hasta cierto pan-to una inconsciencia, que en vano buscaríamos enla respuesta tardía y siempre relativamente muy limi-tada, de los viajes de los americanos a Europa. Ni ca-rece de profundidad histórica la observación, propues-ta por lo general .con carácter más bien humorísticode que si el tono del viaje de Europa a América es el(fiíP1 nuil V I Í J HP rÍP1 uní? 1 1 rlíP1! ÜHII I 1 A <n<p¡ Afnp>ii°iiir>st si ipMniríTMniS)

ofrece irremediablemente el de un regreso o vuelta.Sólo en parte cabría aquí buscar la razón en la

mayor prolificidad de los pueblos de Oriente, cuyo re-sultado inmediato, sería la dificultad de encontrar enel lugar de origen elementos suficientes de subsisten-cia, con lo que el instinto llevaría a buscar solución a!problema haciendo emigrar al exceso de la poblaciónhacía otras tierras donde la natalidad sea menor.- Unasemejante explicación, conforme con las tesis del ma-terialismo histórico, no parecerá del todo suficiente alacordarse de los casos en que no han detenido el im-pulso de los invasores, ni siquiera las tierras muy fe-races» encontradas al paso, donde por lo menos ciertasilusiones les hubieran podido invitar a detenerse .y aechar raíz. Se han preguntado, por -otra parte, los his-toriadores que han analizado el proceso de las llama-das invasiones délos bárbaros del Norte, cuál era la

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ÜÍPGENIO B OES

razón por la cual, durante siglos y siglos, éstos insis-tieron en penetrar en el mundo romano. Se ha con-•cluído eruditamente, gracias a una. información deta-llada .acerca de los grupos étnicos por los cuales acpelproceso se cumplía, que estos invasores eran, a su vez,fugitivos y que, si buscaban otro asiento, era porquenuevas tribus iban, continuamente atacándoles para to-marles el suyo. A poco que nos detengamos a reflexio-nar, sin embargo, advertiremos que esta solución nosignifica más que un aplazamiento.del problema, que serestablece con integridad más lejos. Porque lo verdade-ramente enigmático no es que los godos- se echaransobre los romanos, porque los hunos se echaran sobrelos godos, sino el hecho de que ni en este ni en otroscaos del gran movimiento de las tribus bárbaras elproceso se cumpliera a la inversa: lanzando, por ejem-plo, a los godos contra los Hunos. Parece ser que, cuan-do los romanos no habían aún constituido su Imperio,existía ya algo que pudiera llamarse un Imperio celta,que fue destruido por los germanos, quienes tuvieron,en este paso de-historia, el papel de agresores por emi-gración; mientras que, en cambio, el mundo romanono ejerció sobre el mundo germánico otra forma.deagresión que la conquista. Pensemos también en quela respuesta de la Cristiandad a las emigraciones mu-sulmanas fueron las Crazadas, es decir, un movimien-to de proporciones reducidas y, desde luego, consciente"en el propósito „

Nuestra conclusión, ante la persistencia de esta leyemigratoria, ha de ser más bien la de- afirmar la exis-tencia de un agente propulsor de tales desplazamien-tos; agente cuyas notas especiales y condiciones, malestudiadas aúa5 sobrepasan, esto sí,, en profundidad y

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KCÚMEETO Y EX0TEB.0

•en eficacia, las pretendidas leyes del materialismo his-tórico. Lo mismo que Schopenhauer consideraba queel amor, con la- compleja variedad de sus manifesta-ciones, es como una trampa con que, desde lo Incons-ciente, el genio de la especie se vale, de las pasiones delos humanos para lograr, a través de los individuos,

' sus propios -fines, se puede pensar en que una atrac-'ción oculta mueva a las grandes masas étnicas, con laañagaza- de los intereses o de los impulsos nómadas,para servir a algo interesante a. la vida" total de lahumanidad. A nosotros, dentro de los límites .de láCiencia de la Cultura y cuidadosos de no introduciren ella consideraciones parásitas de moral finalismo,la cuestión de este último porqué no nos interesa. Loimportante es haber explorado con fruto-un conside-rable departamento de constantes históricas y demos-trado la imposibilidad de reducirlas, por tin lado, a laconsideración contingente de puros fenómenos; por

. otro lado, a la generalización nominalista y abstracta,que se limitaría a colgar subjetivamente al conjunto.de. cualquiera de estas series una denominación con-vencional. El organismo de las relaciones entre el Ecit-meno y "el Exotero es muy otro, anunciábanlos desdeel principio, que el de las que la.historia ha estable-cido entre la fuerza de unidad que'es Roma y la fuef-

• za de dispersión o Babel. Caben ahí síntesis, no sime-trías. En cada uno de los capítulos de nuestra investi-gación llegamos, finalmente, al mismo resultado.

• . ' - E U G E N I O I / Q J I S ,

de la Real Academia Española.

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