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Alo —]—;—].;e— 21 E Monna, se acuerda usted? Es Willy, el admi- rable Willy delas C/az- dinas, el poeta que ríe por no llorar, el gran sentimental que se po- ne una máscara de iro- : nía, —es míamigo Wi- 1ly quien me hace esta pregunta. Y como le contesto que sí, agrega: —La pobrecita está loca, en una casa de salud. : ¡Pobre Monnal! En su deliciosa Passade Willy inmortalizó su silueta extraña y ca- prichosa, haciendo de ella el tipo de la jó- ven esteta de Montmartre. —Ya no quedan muchachas así mur- mura el novelista. —Sí, si quedan. Lo que pasa es que nos- otros ya no las vemos. —Tal vez.. Pero ¿dónde están? —Entodas partes. en la.vida, en la poe- sía, en la pintura. En la pintura sobre to- do. Son tipos que seducen á los pintores. Son tipos deliciosos de taller y de cerve- cería, ángeles nimbados por el humo de las pipas, madonas que se destacan en los cristales de los cafés como las otras se destacan en las vidrieras de las catedrales. —Es cierto —concluye alguien que nos acompa aún existen las mujeres aque- as. ¿Las mujeres?... Tal vez sería más pro- pio decir la mujer. Es una sola en efecto, siempre la misma. Y si, á primera “vista, 'no lo notamos, es porque esa dama única es variable, como aquellas hijas de la Lu- na, que, en el poema de Baudelaire, suspi- ran por lo imposible y se mueren por lo intangible. «Yo adoro —parece decir— las flores siniestras que son como incensarias de una religión desconocida, los perfumes que perturban la voluntad y los animales Salvajes y voluptuosos que son emblemas “del delirio.» Ella, en efecto, adora todo lo que es singular. Sus poetas son los que más fielmente han guardado la fe simbo- lista y que saben aún evocar, entre arqui- tecturas de ensueño, las gestas de los be- llos héroes medioevales. Sus pintores son siempre los primitivos. «¡Ah! ¡No hay nada másodioso queRafaell»exclama. Y su músico, naturalmente, es ese exqui- sito y detestable Debusy, cuya Peleas et Melisande ha vuelto locas á todas las an- tiguas wagnerianas. Porque esta parisien- se, cual si fuera una princesa, tiene sus músicos, sus pintores, sus poetas. Y Dios sabe, no obstante, que no es princesa. Na- cida en una «loge» de portera, ó en un sex- FEMINIDADES NS NN to piso obrero, no conoce las suntuosida- des sino por los libros. En la cocina, mien- tras su madre adereza el único plato de la comida, ella sueña en grandes señores que se acercan hasta su casa, llevándole joyas magníficas. Los cuentos de hadas la han dado una idea extraordinaria de las reali- dades. La Cenicienta, para ella, es una muchacha de la esquina. ¿Por qué, pues, ella misma no ha de tener una suerte igual, un día cualquiera? Esperando ese día, que no llega nunca, la pobrecilla, vestida con una elegancia incoherente, pasea por los cafés de Montmarire sus lindos ojos aluci- nados y sus «bandeaux> virginales. Sin pen- sar en que ya Burnes Jones no está de mo- da, se peina lo mismo que una madona del cuatrocento. «Es un boticelli» dice la gen- te, entre irónica y admirada, al verla pa- sar. Es, en realidad, una jóven esteta, algo fantástica en el vivir y completamente des- equilibrada en el pensar. La vida para ella es un poema. El que no la habla poética- mente, es su enemigo. El que no piensa como ella, es un filisteo. El que tiene ideas opuestas á las suyas, es un burgués. El burgués, he ahí al enemigo. Cuando ella dice burgués, lo ha dicho todo. El burgués, para ella, es la suma y el compendio de las ignominias. Sus pupilas se llenan de fuegos terribles cuando sus labios dicen «burgués». Pero, por fortuna. sus amigos la evitan todo contacto odioso con la bur- guesía. Siempre reunidos alrededor de ella, en el fondo de alguna cervecería de aspec- to gótico, recitan á media voz y sueñan á voz en cuello, hasta que, ya muy tarde, muy tarde, lo más tarde posible, el camarero los echa á la calle. ¿Qué hacer entonces?... ¿A dónde ir?... Elia casta, y libre, no tiene ni marido, ni amante, ni domicilio. Un día duerme en casa de un poeta de gran genio y de gran- des melenas; al dia siguiente, en casa de un músico, que será tan grande cual Wag- ner en cuanto la ópera se decida á repre- sentar sus obras; más tarde, en casa de un gran filósofo de rostro nietzcheano. Y en todas partes se halla la pobrecilla como en su casa. En todas partes, encuentra un li- bro de Verlaine 6 de Mallarmé, unos cuan- tos cigarrillos y un diván hospitalario para pasar su noche sola. Porque habéis de sa- ber que la esteta de Montmartre sueña siempre sola. El único amor que ella com- prende. es un sentimiento místico, ó bien una fiebre trágica. En cuanto á los idilios corrientes, eso es burgués... Y ella detesta lo burgués. ¿No es cierto, caro y grande Wily?... ——— ———]]——— E. GoMez CARRILLO A taDEA SN GrLAAto TEANIE faMAAAAIA es Roa AEa E Daddudin Alo —]—;—].;e— 21 E Monna, se acuerda usted? Es Willy, el admi- rable Willy delas C/az- dinas, el poeta que ríe por no llorar, el gran sentimental que se po- ne una máscara de iro- : nía, —es míamigo Wi- 1ly quien me hace esta pregunta. Y como le contesto que sí, agrega: —La pobrecita está loca, en una casa de salud. : ¡Pobre Monnal! En su deliciosa Passade Willy inmortalizó su silueta extraña y ca- prichosa, haciendo de ella el tipo de la jó- ven esteta de Montmartre. —Ya no quedan muchachas así mur- mura el novelista. —Sí, si quedan. Lo que pasa es que nos- otros ya no las vemos. —Tal vez.. Pero ¿dónde están? —Entodas partes. en la.vida, en la poe- sía, en la pintura. En la pintura sobre to- do. Son tipos que seducen á los pintores. Son tipos deliciosos de taller y de cerve- cería, ángeles nimbados por el humo de las pipas, madonas que se destacan en los cristales de los cafés como las otras se destacan en las vidrieras de las catedrales. —Es cierto —concluye alguien que nos acompa aún existen las mujeres aque- as. ¿Las mujeres?... Tal vez sería más pro- pio decir la mujer. Es una sola en efecto, siempre la misma. Y si, á primera “vista, 'no lo notamos, es porque esa dama única es variable, como aquellas hijas de la Lu- na, que, en el poema de Baudelaire, suspi- ran por lo imposible y se mueren por lo intangible. «Yo adoro —parece decir— las flores siniestras que son como incensarias de una religión desconocida, los perfumes que perturban la voluntad y los animales Salvajes y voluptuosos que son emblemas “del delirio.» Ella, en efecto, adora todo lo que es singular. Sus poetas son los que más fielmente han guardado la fe simbo- lista y que saben aún evocar, entre arqui- tecturas de ensueño, las gestas de los be- llos héroes medioevales. Sus pintores son siempre los primitivos. «¡Ah! ¡No hay nada más odioso que Rafaell» exclama. Y su músico, naturalmente, es ese exqui- sito y detestable Debusy, cuya Peleas et Melisande ha vuelto locas á todas las an- tiguas wagnerianas. Porque esta parisien- se, cual si fuera una princesa, tiene sus músicos, sus pintores, sus poetas. Y Dios sabe, no obstante, que no es princesa. Na- cida en una «loge» de portera, ó en un sex- FEMINIDADES NS NN to piso obrero, no conoce las suntuosida- des sino por los libros. En la cocina, mien- tras su madre adereza el único plato de la comida, ella sueña en grandes señores que se acercan hasta su casa, llevándole joyas magníficas. Los cuentos de hadas la han dado una idea extraordinaria de las reali- dades. La Cenicienta, para ella, es una muchacha de la esquina. ¿Por qué, pues, ella misma no ha de tener una suerte igual, un día cualquiera? Esperando ese día, que no llega nunca, la pobrecilla, vestida con una elegancia incoherente, pasea por los cafés de Montmarire sus lindos ojos aluci- nados y sus «bandeaux> virginales. Sin pen- sar en que ya Burnes Jones no está de mo- da, se peina lo mismo que una madona del cuatrocento. «Es un boticelli» dice la gen- te, entre irónica y admirada, al verla pa- sar. Es, en realidad, una jóven esteta, algo fantástica en el vivir y completamente des- equilibrada en el pensar. La vida para ella es un poema. El que no la habla poética- mente, es su enemigo. El que no piensa como ella, es un filisteo. El que tiene ideas opuestas á las suyas, es un burgués. El burgués, he ahí al enemigo. Cuando ella dice burgués, lo ha dicho todo. El burgués, para ella, es la suma y el compendio de las ignominias. Sus pupilas se llenan de fuegos terribles cuando sus labios dicen «burgués». Pero, por fortuna. sus amigos la evitan todo contacto odioso con la bur- guesía. Siempre reunidos alrededor de ella, en el fondo de alguna cervecería de aspec- to gótico, recitan á media voz y sueñan á voz en cuello, hasta que, ya muy tarde, muy tarde, lo más tarde posible, el camarero los echa á la calle. ¿Qué hacer entonces?... ¿A dónde ir?... Elia casta, y libre, no tiene ni marido, ni amante, ni domicilio. Un día duerme en casa de un poeta de gran genio y de gran- des melenas; al dia siguiente, en casa de un músico, que será tan grande cual Wag- ner en cuanto la ópera se decida á repre- sentar sus obras; más tarde, en casa de un gran filósofo de rostro nietzcheano. Y en todas partes se halla la pobrecilla como en su casa. En todas partes, encuentra un li- bro de Verlaine 6 de Mallarmé, unos cuan- tos cigarrillos y un diván hospitalario para pasar su noche sola. Porque habéis de sa- ber que la esteta de Montmartre sueña siempre sola. El único amor que ella com- prende. es un sentimiento místico, ó bien una fiebre trágica. En cuanto á los idilios corrientes, eso es burgués... Y ella detesta lo burgués. ¿No es cierto, caro y grande Wily?... ——— ———]]——— E. GoMez CARRILLO A ta DEA SN Gr LAAto TE ANIE faMA AAA IA es Roa AEa E Dad du dinas d AS Ae

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Page 1: E A Ae AS ddinas du · magníficas. Los cuentos de hadas la han dado una idea extraordinaria de las reali-dades. La Cenicienta, para ella, es una muchacha de la esquina. ¿Por qué,

Alo

—]—;—].;e—

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E Monna, se acuerdausted?

Es Willy, el admi-rable Willy delas C/az-dinas, el poeta que ríepor no llorar, el gransentimental que se po-ne una máscara de iro-

: nía, —es míamigo Wi-1ly quien me hace esta pregunta.

Y como le contesto que sí, agrega:—La pobrecita está loca, en una casa de

salud. :

¡Pobre Monnal! En su deliciosa PassadeWilly inmortalizó su silueta extraña y ca-prichosa, haciendo de ella el tipo de la jó-ven esteta de Montmartre.

—Ya no quedan muchachas así — mur-mura el novelista.

—Sí, si quedan. Lo que pasa es que nos-otros ya no las vemos.

—Tal vez.. Pero ¿dónde están?—En todas partes. en la.vida, en la poe-

sía, en la pintura. En la pintura sobre to-do. Son tipos que seducen á los pintores.Son tipos deliciosos de taller y de cerve-cería, ángeles nimbados por el humo delas pipas, madonas que se destacan en loscristales de los cafés como las otras sedestacan en las vidrieras de las catedrales.

—Es cierto —concluye alguien que nosacompa aún existen las mujeres aque-

as.¿Las mujeres?... Tal vez sería más pro-

pio decir la mujer. Es una sola en efecto,siempre la misma. Y si, á primera “vista,'no lo notamos, es porque esa dama únicaes variable, como aquellas hijas de la Lu-na, que, en el poema de Baudelaire, suspi-ran por lo imposible y se mueren por lointangible. «Yo adoro —parece decir— lasflores siniestras que son como incensariasde una religión desconocida, los perfumesque perturban la voluntad y los animalesSalvajes y voluptuosos que son emblemas

“del delirio.» Ella, en efecto, adora todo loque es singular. Sus poetas son los quemás fielmente han guardado la fe simbo-lista y que saben aún evocar, entre arqui-tecturas de ensueño, las gestas de los be-llos héroes medioevales. Sus pintores sonsiempre los primitivos. «¡Ah! ¡No hay nadamás odioso queRafaell» exclama.

Y su músico, naturalmente, es ese exqui-sito y detestable Debusy, cuya Peleas etMelisande ha vuelto locas á todas las an-tiguas wagnerianas. Porque esta parisien-se, cual si fuera una princesa, tiene susmúsicos, sus pintores, sus poetas. Y Diossabe, no obstante, que no es princesa. Na-cida en una «loge» de portera, ó en un sex-

FEMINIDADESNS

NN

to piso obrero, no conoce las suntuosida-des sino por los libros. En la cocina, mien-tras su madre adereza el único plato de lacomida, ella sueña en grandes señores quese acercan hasta su casa, llevándole joyasmagníficas. Los cuentos de hadas la handado una idea extraordinaria de las reali-dades. La Cenicienta, para ella, es unamuchacha de la esquina. ¿Por qué, pues,ella misma no ha de tener una suerte igual,un día cualquiera? Esperando ese día, queno llega nunca, la pobrecilla, vestida conuna elegancia incoherente, pasea por loscafés de Montmarire sus lindos ojos aluci-nados y sus «bandeaux> virginales. Sin pen-sar en que ya Burnes Jones no está de mo-da, se peina lo mismo que una madona delcuatrocento. «Es un boticelli» dice la gen-te, entre irónica y admirada, al verla pa-sar. Es, en realidad, una jóven esteta, algofantástica en el vivir y completamente des-equilibrada en el pensar. La vida para ellaes un poema. El que no la habla poética-mente, es su enemigo. El que no piensacomo ella, es un filisteo. El que tiene ideasopuestas á las suyas, es un burgués. Elburgués, he ahí al enemigo. Cuando elladice burgués, lo ha dicho todo. El burgués,para ella, es la suma y el compendio delas ignominias. Sus pupilas se llenan defuegos terribles cuando sus labios dicen«burgués». Pero, por fortuna. sus amigosla evitan todo contacto odioso con la bur-guesía. Siempre reunidos alrededor de ella,en el fondo de alguna cervecería de aspec-to gótico, recitan á media voz y sueñan ávoz en cuello, hasta que, ya muy tarde, muytarde, lo más tarde posible, el camarerolos echa á la calle.

¿Qué hacer entonces?... ¿A dónde ir?...Elia casta, y libre, no tiene ni marido, niamante, ni domicilio. Un día duerme encasa de un poeta de gran genio y de gran-des melenas; al dia siguiente, en casa deun músico, que será tan grande cual Wag-ner en cuanto la ópera se decida á repre-sentar sus obras; más tarde, en casa de ungran filósofo de rostro nietzcheano. Y entodas partes se halla la pobrecilla como ensu casa. En todas partes, encuentra un li-bro de Verlaine 6 de Mallarmé, unos cuan-tos cigarrillos y un diván hospitalario parapasar su noche sola. Porque habéis de sa-ber que la esteta de Montmartre sueñasiempre sola. El único amor que ella com-prende. es un sentimiento místico, ó bienuna fiebre trágica. En cuanto á los idilioscorrientes, eso es burgués... Y ella detestalo burgués. ¿No es cierto, caro y grandeWily?... ———

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E. GoMez CARRILLO

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E Monna, se acuerdausted?Es Willy, el admi-

rableWilly delas C/az-dinas, el poeta que ríepor no llorar, el gransentimental que se po-ne una máscara de iro-

: nía, —es míamigo Wi-1ly quien me hace esta pregunta.Y como le contesto que sí, agrega:—La pobrecita está loca, en una casa de

salud. :¡Pobre Monnal! En su deliciosa Passade

Willy inmortalizó su silueta extraña y ca-prichosa, haciendo de ella el tipo de la jó-ven esteta de Montmartre.—Ya no quedan muchachas así — mur-

mura el novelista.—Sí, si quedan. Lo que pasa es que nos-

otros ya no las vemos.—Tal vez.. Pero ¿dónde están?—Entodas partes. en la.vida, en la poe-

sía, en la pintura. En la pintura sobre to-do. Son tipos que seducen á los pintores.Son tipos deliciosos de taller y de cerve-cería, ángeles nimbados por el humo delas pipas, madonas que se destacan en loscristales de los cafés como las otras sedestacan en las vidrieras de las catedrales.—Es cierto —concluye alguien que nos

acompa aún existen las mujeres aque-as.¿Las mujeres?... Tal vez sería más pro-

pio decir la mujer. Es una sola en efecto,siempre la misma. Y si, á primera “vista,

'no lo notamos, es porque esa dama únicaes variable, como aquellas hijas de la Lu-na, que, en el poema de Baudelaire, suspi-ran por lo imposible y se mueren por lointangible. «Yo adoro —parece decir— lasflores siniestras que son como incensariasde una religión desconocida, los perfumes

que perturban la voluntad y los animalesSalvajes y voluptuosos que son emblemas

“del delirio.» Ella, en efecto, adora todo lo

que es singular. Sus poetas son los que

más fielmente han guardado la fe simbo-lista y que saben aún evocar, entre arqui-tecturas de ensueño, las gestas de los be-llos héroes medioevales. Sus pintores sonsiempre los primitivos. «¡Ah! ¡No hay nadamásodioso queRafaell»exclama.

Y su músico, naturalmente, es ese exqui-sito y detestable Debusy, cuya Peleas etMelisande ha vuelto locas á todas las an-tiguas wagnerianas. Porque esta parisien-se, cual si fuera una princesa, tiene susmúsicos, sus pintores, sus poetas. Y Diossabe, no obstante, que no es princesa. Na-cida en una «loge» de portera, ó en un sex-

FEMINIDADES

NS

NN

to piso obrero, no conoce las suntuosida-

des sino por los libros. En la cocina, mien-

tras su madre adereza el único plato de la

comida, ella sueña en grandes señores quese acercan hasta su casa, llevándole joyasmagníficas. Los cuentos de hadas la handado una idea extraordinaria de las reali-dades. La Cenicienta, para ella, es unamuchacha de la esquina. ¿Por qué, pues,ella misma no ha de tener una suerte igual,un día cualquiera? Esperando ese día, queno llega nunca, la pobrecilla, vestida conuna elegancia incoherente, pasea por loscafés de Montmarire sus lindos ojos aluci-nados y sus «bandeaux> virginales. Sin pen-sar en que ya Burnes Jones no está de mo-da, se peina lo mismo que una madona delcuatrocento. «Es un boticelli» dice la gen-te, entre irónica y admirada, al verla pa-sar. Es, en realidad, una jóven esteta, algofantástica en el vivir y completamente des-equilibrada en el pensar. La vida para ellaes un poema. El que no la habla poética-mente, es su enemigo. El que no piensacomo ella, es un filisteo. El que tiene ideasopuestas á las suyas, es un burgués. Elburgués, he ahí al enemigo. Cuando elladice burgués, lo ha dicho todo. El burgués,para ella, es la suma y el compendio delas ignominias. Sus pupilas se llenan defuegos terribles cuando sus labios dicen«burgués». Pero, por fortuna. sus amigosla evitan todo contacto odioso con la bur-guesía. Siempre reunidos alrededor de ella,en el fondo de alguna cervecería de aspec-to gótico, recitan á media voz y sueñan ávoz en cuello, hasta que, ya muy tarde, muytarde, lo más tarde posible, el camarerolos echa á la calle.¿Qué hacer entonces?... ¿A dónde ir?...

Elia casta, y libre, no tiene ni marido, niamante, ni domicilio. Un día duerme encasa de un poeta de gran genio y de gran-des melenas; al dia siguiente, en casa deun músico, que será tan grande cualWag-

ner en cuanto la ópera se decida á repre-

sentar sus obras; más tarde, en casa de un

gran filósofo de rostro nietzcheano. Y en

todas partes se halla la pobrecilla como en

su casa. En todas partes, encuentra un li-

bro de Verlaine 6 de Mallarmé, unos cuan-

tos cigarrillos y un diván hospitalario para

pasar su noche sola. Porque habéis de sa-

ber que la esteta de Montmartre sueña

siempre sola. El único amor que ella com-prende. es un sentimiento místico, ó bien

una fiebre trágica. En cuanto á los idilios

corrientes, eso es burgués... Y ella detestalo burgués. ¿No es cierto, caro y grandeWily?... ———

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