Cultura
Josué mirándose en un charco de agua decía en voz baja las características físicas que veía:
cabello rojizo, ojos verdes, cara blanca, con toda la ropa nueva que temprano tendría lista en mi
cama para vestir.
Se sentó cerca de la puerta, con la gran imaginación que tenía, su mano se convirtió en un
avión que lo llevaba lejos de todo, fuera de sí mismo. Al cerrar los ojos estaba en la playa donde se enterró bajo la arena, con la misma imaginación
construyó un castillo más grande que el de cualquier país, con un nombre raro, de los que le-
ía en los libros de la biblioteca de su casa.
Recordaba el olor de aquellos libros, como estaban acomodados, sus tamaños, sus colores,
incluso pensaba en lo mucho que le sorprendía el hecho de que algunos libros tuvieran oro en la
orilla de la hoja.
Lo distrajo el escuchar el aullido de un perro... como la vez que papá lo llevó a acampar, y
se bañaron en el río, entonces se le marcó una sonrisa mirando el vacío.
Cerraba los ojos para que todo fuera más claro, con sus manos que lo podían ser todo, dibujaba en el aire cada idea que tenía, cada recuerdo del que
se sentía seguro, cada dedo era un color, podía dibujar sin restricciones... era él en la escuela
recibiendo un reconocimiento por sus excelentes calificaciones, por ser el más rápido en la compe-tencia de natación, su último cumpleaños con su traje de súper héroe, en el recreo metiendo gol a los de sexto “c” los más temidos, la navidad que
mamá lo besó dulcemente por ser buen niño.
Suspiró al ver en su mano un par de monedas... recordando que después de su acostumbrada
caminata por el parque iba muy feliz en el carro; miraba la calle hasta que inesperadamente un auto frenó; un niño no se dio cuenta que esta-ba bajo la banqueta y el carro pasó peligrosamente cerca de él, bajó el vidrio para observarlo mejor, se dio cuenta que era él… intentando limpiar el parabrisas, con su cabello sucio al igual que toda su ropa roída por el tiempo y el uso, cansado de
trabajar todo el día limpiando, haciendo mandados, yendo de un lado a otro con sólo un bolillo que le regalaron muy temprano, no había
ninguna sonrisa, sólo un gesto de infortunio.
Un escalofrió lo hizo volver, no podía levantar más su mano, la pesadez del día había terminado
con su ánimo, la dureza de la realidad clausuró su imaginación, la indiferencia de la sociedad acabó
con su infancia.
Se limpió las lágrimas con el pedazo más limpio de la manga de su sudadera rota, de un pisotón
eliminó el charco, mientras seguía esperando en la oscuridad de la noche que uno de sus padres
despertara de su último viaje psicotrópico, para que pudiera salvarse de pasar el frío fuera
de casa.
Cuento: Brenda Isabel Carpio Ramírez 1
1 Licenciada en Educación Primaria. Estudiante de Enfermería Auxiliar.
Ilustraciones: Minerva Elizabeth Camaz Ortiz 2
2 Licenciada en Educación Primaria. Estudiante de Historia.