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Un centenar de títulos posibles23-05-2013 | Juan González del Solar
Un aprendizaje que continúa.
Por Juan González del Solar.
Hoy es jueves 23 de mayo de 2013, último día de mis treinta y cinco años. Se acaba un año muy largo
que termina mejor que bien para que empiece otro seguramente muy diferente. Por primera vez en
muchas notas, el editor no me cortará las primeras oraciones de mi texto. Me gusta empezar el año con
algún cambio significativo: en este caso, será dar de baja estas columnas semanales. Con excepción de
un martes, por feriado, y de hoy, por lo obvio, salieron todos los lunes de este 2013. Es probable que se
vea muy pequeño, pero para mí no lo fue.
Con esta, diecinueve —una salió en dos semanas—. Miro en la Internet qué significa esta cifra en la
numerología y dice que es un número kármico, que tiene que ver con aprender y pagar cosas que se han
hecho en vidas pasadas. Parece un chiste malo.
En fin, lo obvio, una experiencia increíble. Entre las muchas cosas que fueron ocurriendo, estuvo la
inmensa sorpresa de que tanta gente me comentara que había mirado estas entregas: era muy
incómodo, todas estas personas ya saben cualquier cosa que pueda yo haber contado acá. No escribía
para ellos, claro, sino para gente que no está en este mundo literario, para contar según mi mirada un
poco de qué va, y seguramente —para seguir con el tono de autoayuda que casi mantuve inalterable en
estos meses de reparación— pensando en qué me hubiese gustado saber a mí hace unos años, cuando
escribía ficción. Ya lo dije antes, a mí no me salió: escribí cuentos y novelas y finalmente entendí que
simplemente no funcionaban; hoy veo lejana la idea de que en algún momento escriba algo que pueda
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presentar a un editor, pero quién sabe, depende el día. Lo que tengo claro es que no hay un mercado
responsable que no está preparado para mí ni, obviamente, se trata de no tener acceso a editores,
agentes y esas cosas. Simplemente que todavía no escribí algo que mereciera ser publicado; no es tan
grave, somos miles de miles en la misma situación. Así que ahora voy a seguir este texto para esos
lectores, aun cuando si yo hubiese leído estas columnas hace quince años no habría estado de acuerdo
con muchas cosas.
Más allá de que no fueron pocas las páginas, creo que lo que quería contar se resume en algunas ideas: el
mercado no existe; escriban mucho; lo bueno finalmente encuentra su lugar; publicar no es una meta;
conciencia/no conciencia, plan/no plan, etcétera, todo es discurso, y tiende a alejarnos del arte; lean,
prueben, investiguen; nada es tan claro; no es tan trascendente lo que hacemos; nuestras lecturas y
certezas van a cambiar setenta veces. Otra vez, hagan y sean lo más personales que puedan con los ojos
lo más abierto posible a lo que ocurre alrededor. Creo que los conceptos previos y todas esas cuestiones
que uno persigue cuando piensa qué quiere contar están muy bien, pero son un paso previo a la creación;
cuando la obra empieza a escribirse, ya eso no tiene cabida, la alegoría no puede nunca ir por delante, es
probable que ni siquiera le toque condicionar el texto.
Me hubiese gustado escribir una columna dedicada a Cartas a un joven poeta, de Rilke, seguramente el
libro más emblemático en lo referido a estas cuestiones de ideas para jóvenes artistas. No ocurrió, ese
libro lo regalé, perdí y demás tantas veces que no lo tengo en mi biblioteca; mi recuerdo es que todo el
tiempo vuelve sobre el mismo tema, encontrar la voz propia. La extensa columna que escribí al respecto
nunca la publiqué así que mucho no podré agregar, pero ayer caminaba y pensaba en una idea: hay que
ser honesto cuando se escribe, y la honestidad es un laburo arduo que hay que tomarse más en serio que
cualquier otro; luego, ser inteligentes con lo escrito, un paso a posteriori de organización y artificio
necesario.
Antes de tomar esta decisión, la última semana tenía escrita una columna llamada “Formas de leer”.
Decía que había leído una reseña brillante de un libro que yo había reseñado y que lo habíamos analizado
desde lugares absolutamente disímiles, incluso cuando coincidíamos en el valor del texto. Hablaba de una
frase magnífica: ese libro no es para mí —antes de ayer, casualmente, me encontré con Cozarinsky, quien
usó la misma expresión con una humildad envidiable—. Hay que deshacerse de las certezas. Podemos
estar firmes en algo que creemos y esto es fundamental, pero aun con todos nuestros argumentos aquello
que pensamos no construye realidad, e incluso podemos —y vamos a— cambiar de opinión —infinitas
veces—. Hablaba del valor intrínsico del texto y de dudar de la voz propia, de poder juzgar una obra más
allá de lo que a nosotros nos “guste” o no. Se estudia Letras para aprender formas de leer, para tener
mayores argumentos. Este es un buen momento para recordar que uno no es lo que escribe.
Afuera queda una lista de temas que tenía anotados, pero ahora la repaso y la verdad es que casi todo
estaba dicho o lo termino de hacer ahora. Creo que tiene que ver con trabajar el texto como si fuera barro
en medio del campo, pudiendo meter las manos dentro y formar lo que quisiéramos aun cuando después
dependamos del resto de la tierra y de cómo caiga la lluvia. Luego, volver a esa idea fundamental: no
hacemos vacunas. Si un despachante de aduanas se equivoca puede destruir el patrimonio de una familia
entera; si nosotros comentamos mal un libro no le importa más que a diez personas y por diez días; esto,
aplicado a la medicina, obviamente, ya no tiene relación. Es cierto, está el prestigio, el laburo que sigue,
la evolución personal, etcétera, pero aun así —con excepción de algunas escrituras que son textos solo en
la forma— nada es tan grave ni tan importante ni tan nada más que para nosotros mismos. Así que, si es
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importante casi solo para nosotros mismos, pensemos qué nos hace felices cuando leemos o escribimos y
pongamos al otro en un lugar un poco más real. Mucho más cuando ese otro sí puede responder a
cuestiones que vayan más allá de lo literario, y entonces este mundo se pone demasiado aburrido.
Hace tiempo escribí acerca de qué me validaba para escribir estas columnas. Hoy, más allá de la
experiencia, la edad o la capacidad que pueda yo tener o no, tengo otro argumento: las hice, este fue mi
espacio.
Escribo ahora intentando que no me importe lo que vaya a opinar aquella persona para quien no está
escrito este texto. Para el que lo quiera, ahí está el mail de [email protected] y me reenvían el
mail. Fue un grandísimo placer y un orgullo inmenso escribir estas columnas: a los responsables, lo que ya
saben; a los que acompañaban antes con sugerencias y comentarios, lo mismo. A los lectores, infinitas
gracias.