El imperialismo y la expansión colonial
[1]
TEMA 5
EL IMPERIALISMO Y LA EXPANSIÓN COLONIAL
I Los estados europeos hasta 1914
A lo largo del siglo XIX, Europa inicia un proceso de expansión territorial que le lleva a
ocupar gran parte de Asia y casi toda África. La Revolución Industrial arraiga en el
continente y las principales potencias necesitan materias primas baratas, mano de obra casi
esclava y lugares donde invertir sus capitales. Además, una exaltación patriótica nacionalista
hace que los ciudadanos cierren filas ante esos proyectos imperiales. La consecuencia
más evidente de todo ello es la rivalidad entre los Estados europeos, tensiones que llevarán
al mundo a la Iª Guerra Mundial.
1. La Inglaterra victoriana
Gran Bre taña e ra una monarquía pa r lamenta r ia en la que durante más de
sesenta años reinó Victoria I (1837-1901), quien dio su nombre a una época, la era
victoriana, caracterizada por el progreso económico y la estabilidad política. Casada
con Alberto de Sajonia, sus nueve hijos enlazaron a su vez con otros miembros de la
realeza europea, uniendo a las casas reales entre sí (y transmitiéndoles la hemofilia,
de la que Victoria era portadora).
La era victoriana supone el apogeo del predominio inglés. Gran Bretaña es el “taller del
mundo” hasta mediados del siglo XIX. Muestra de ello es su intenso crecimiento
demográfico (de 27 a 42.5 millones de habitantes entre 1848 y 1911), pese a la emigración
a los EE. UU. y a las colonias (17 millones de emigrantes entre 1848 y 1911).
La modernización política experimentada durante la segunda mitad del siglo XIX se
apoyo en el bipartidismo: el partido conservador, los tories, dirigidos por Benjamin
Disraeli, y el liberal, los whigs, liderados por William E. Gladstone, se alternan en el
poder. En 1893 se funda el partido laborista, que en el siglo XX desplazará a los whigs.
En el Parlamento, la Cámara de los Lores, integrada por miembros de la nobleza, pierde
peso en beneficio de la Cámara de los Comunes, electiva. Sucesivas reformas legislativas
amplían la base electoral, aunque hay que esperar a 1918 para que se apruebe el
sufragio universal. A comienzos del siglo XX, los liberales, desde el gobierno,
presionados por el Partido Laborista, que acababa de constituirse, aprobaron un
amplio programa de bienestar social (seguros contra enfermedades, accidentes,
vejez y desempleo).
La “cuestión irlandesa”
Irlanda, territorio que había sufrido una progresiva ocupación británica desde el siglo
XVI, fue incorporada oficialmente al Reino Unido en 1800, con la Act of Union. Era un
territorio de religión mayoritariamente católica, aunque a la región del Norte, el Ulster,
ingleses y escoceses protestantes habían emigrado desde el s. XVII.
Isla carente de desarrollo industrial, sus tierras estaban en manos de terratenientes
ingleses. En ella se produjo la última gran hambruna del continente europeo, la Crisis de
El imperialismo y la expansión colonial
[2]
la Patata (1845), causada por la pérdida de las cosechas de este producto, alimento básico
del campesinado. La hambruna mató a un millón de irlandeses, forzando a emigrar a otro
tanto. La isla pierde más de ¼ de su población (de 8 a 6 m).
Gladstone, partidario de la autonomía irlandesa, presentó una legislación autonomista, la
Home Rule, que fue rechazada por el parlamento británico. La frustración de las
aspiraciones autonomistas llevó a la fundación del Sinn-Fein (“nosotros mismos”, 1905),
partido que liderará la lucha por la independencia, y cuyo brazo armado, el IRA (Irish
Republican Army), cometerá numerosos atentados terroristas. El Alzamiento de Pascua
(Easter Rising, 1916) inicia la lucha por la independencia y la partición de la isla en dos
zonas, protestante (Ulster) y católica (Eire), que culmina con la independencia de esta
última en 1920.
Victoria I y su familia Gladstone y Disraeli
2. Francia: la IIIª República
Con la caída de Napoleón III, tras la derrota francesa en la guerra con Prusia, se instaura en
Francia la IIIª República. Sus inicios fueron difíciles, pues el gobierno provisional, instalado
en Versalles, tuvo que hacer frente a la revuelta de la Comuna de París. Además, amplios
sectores de la sociedad francesa veían el republicanismo como un sistema político
revolucionario y anticlerical. Con todo, la República terminó contando con el apoyo de la
mayoría del pueblo francés. Implantó el sufragio universal, aprobó medidas sociales
(limitación de la jornada laboral para las mujeres y los niños, ley sobre accidentes
laborales...) y, en 1905, leyes laicas destinadas a reducir la influencia social de la Iglesia,
poniendo fin al Concordato firmado un siglo atrás por Napoleón.
En el exterior, Francia extendió su influencia colonial en África y Asia; sin embargo,
seguía sin resolverse su contencioso con Alemania: la pérdida de Alsacia y Lorena, que
ansiaba recuperar.
El Affaire Dreyffus
Alfred Dreyffus era un oficial judío, de origen alsaciano, que fue acusado con pruebas
falsas de traición, y condenado como espía alemán. Durante doce años, de 1894 a 1906, su
caso conmocionó a la sociedad francesa de la época. La revelación de las escandalosas
irregularidades del proceso en Yo acuso (J'accuse), un artículo del escritor Émile Zola,
provocó una sucesión de crisis políticas y sociales que revelaron las fracturas profundas
que subyacían en la IIIª República y la existencia en la sociedad francesa de un núcleo de
El imperialismo y la expansión colonial
[3]
violento nacionalismo y antisemitismo. En 1906, la inocencia de Dreyfus fue reconocida
oficialmente, reintegrándose al ejército y participando luego en la Iª Guerra Mundial.
El Affaire Dreyfus tuvo asimismo un considerable impacto internacional, por haber
impulsado al considerado padre del sionismo, el periodista húngaro Theodor Herzl, a
fundar la Organización Sionista Mundial en 1897, consagrada a promover el retorno del
pueblo judío a Palestina.
3. El Imperio alemán
En 1871, tras la Guerra Franco-Prusiana, se instauró el IIº Reich (IIº Imperio
Alemán). Guillermo I fue coronado emperador (Kaiser) y Otto von Bismarck continuó
siendo canciller, ahora del Imperio.
El sistema político concedía amplios poderes al emperador. La circunstancia de ser Guillermo
I un emperador cuyo entendimiento con Bismarck era absoluto transformó a éste en
dueño efectivo de la política germana durante veinte años. El eje de su política era dar
seguridad al nuevo imperio. Sus alianzas diplomáticas (los “sistemas bismarckianos”)
lo convirtieron en el árbitro de Europa entre 1871 y 1890. En el interior, para desactivar el
peligro de una revolución obrera puso en marcha un sistema pionero de seguridad social, que
se plasmó en leyes sobre seguros de enfermedad y accidentes, y sobre jubilación.
La fundación del IIº Reich supuso la aparición de una gran potencia, que vino a cambiar el
equilibrio de poderes en Europa. La economía experimentó un gran crecimiento gracias al
desarrollo de las industrias textil, metalúrgica y química, la minería, la construcción de una amplia
red de ferrocarriles y la unión monetaria. Como resultado, Alemania se convirtió en la mayor
potencia industrial de Europa a finales del siglo XIX.
En 1888 fallece el emperador Guillermo I y tras el corto reinado del emperador Federico
III, que moriría meses después, le sucede ese mismo año Guillermo II, hijo del
anterior. Dos años después Bismarck dimitía. El nuevo emperador no sintonizó con
el canciller, con quien difería en cuestiones de política social y especialmente de
política exterior. Además, no soportaba que el poder efectivo estuviera en manos de
El imperialismo y la expansión colonial
[4]
otra persona. La Weltpolitik o “política mundial” de Guillermo II, más ambiciosa y
agresiva, supondrá la liquidación del sistema bismarckiano de alianzas y el
comienzo de la política de bloques de Estados que llevarán a la Primera Guerra Mundial.
Guillermo II convirtió la política naval y armamentística en eje de su acción de
gobierno, mostrando también, a diferencia de Bismarck un gran interés por la expansión
imperialista.
Guillermo II Francisco José I
4. El Imperio Austro-Húngaro
El Imperio Austríaco era un Estado multinacional bajo la corona de los
Habsburgo. Dentro del Imperio vivían pueblos muy diferentes entre sí que constituían
verdaderas nacionalidades (alemanes, húngaros, eslavos rumanos e italianos). Esta
heterogeneidad de pueblos restaba solidez al Estado imperial, cuya política era
centralista y unificadora.
Desde 1848 hasta su muerte en 1916 este Imperio estuvo bajo la dirección del emperador
Francisco José I. Inicialmente siguió una política centralista donde se favorecía a las
nacionalidades germánicas (alemanes y austríacos), pero disgustaba a los no alemanes,
sobre todo a los magiares (húngaros). Tras la derrota de Austria frente a Prusia (1866),
enfrentamiento en el que se decidía la hegemonía en Alemania, que obtendrá Prusia,
el Imperio austríaco se orienta hacia sus territorios danubianos y balcánicos, donde
rivalizará con Rusia.
Otra de las consecuencias de la guerra con Prusia fue el nuevo tratamiento que decidió
darse a las nacionalidades. En efecto, por el Compromiso de 1867, el Imperio austríaco
se convertía en una doble monarquía: del Imperio de Austria al Imperio de Austria-
Hungría, formado por dos grandes Estados donde Francisco José I era emperador
en Austria y rey en Hungría. Cada uno de los dos contaba con una
administración y un Parlamento propios. El Compromiso era bueno para los
alemanes y magiares, pero desventajoso para los eslavos (bohemios, croatas). Serbia,
nuevo Estado eslavo surgido del desmembramiento del Imperio Turco, sacará
partido de esta situación, estimulando, con apoyo ruso, el nacionalismo entre los
eslavos del sur. Ello iba en contra de la estabilidad e incluso de la misma existencia
del Imperio de Austria-Hungría. Finalmente, el Imperio declarará la guerra a Serbia,
desencadenando así la Primera Guerra Mundial, que supondrá la liquidación del
Imperio austro-húngaro en 1918.
El imperialismo y la expansión colonial
[5]
Imperio Austro-Húngaro tras el Compromiso de 1867
5. El Imperio ruso
Junto con Alemania y Austria-Hungría, Rusia constituía el tercer gran Imperio
europeo, que evolucionó, durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX,
hacia la crisis y el hundimiento final en 1917, fruto del empuje combinado de la Primera
Guerra Mundial y de la Revolución Bolchevique.
El Imperio ruso constituía un Estado pluriterritorial (desde Europa central hasta el
Pacífico), y multinacional, habitado, como el Imperio Austro-Húngaro, por diferentes
pueblos. En el plano político, el Estado ruso era un imperio autocrático donde el zar
gobernaba bajo un absolutismo de origen divino; su autoridad se expresaba por
decretos que eran aplicados por una administración todopoderosa. Sobre la oposición
(liberales, populistas, anarquistas, marxistas) se actuaba con firmeza, obligando a sus
líderes a abandonara el país, encarcelándolos o confinándolos en regiones remotas de
Siberia.
El zar Alejandro II (1855-1881) aplicó una política reformista con objeto de
moderar el absolutismo imperial. Entre esas medidas des taca la
l iberac ión de lo s s iervos (campesinado semiesclavo, adscrito a la tierra)
en 1861. La abolición de la servidumbre, sin embargo, no mejoró la situación de
los campesinos, que siguieron adscritos al mir (la comunidad rural), debiendo pagar
una indemnización a sus antiguos señores a cambio de su libertad. Sin embargo, la
posibilidad de abandonar las aldeas empujó a muchos campesinos en las décadas
siguientes hacia las ciudades, que empezaban a conocer un proceso de industrialización.
Con él comenzaba a formarse un proletariado industrial, que más adelante los marxistas,
liderados por Lenin, sabrán movilizar para alcanzar el poder.
El imperialismo y la expansión colonial
[6]
En 1881, el zar Alejandro II murió por un atentado terrorista, sucediéndole su hijo
Alejandro III, que decidió frenar el proceso de reformas. Sucedió a Alejandro III su
hijo Nicolás II (1894-1917), dispuesto, como el anterior, a mantener los principios de
la autocracia. Así, mientras el país cambiaba social (aparición del proletariado
industrial) y económicamente (avance industrial, desarrollo de los transportes,
formación de un mercado nacional...) no lo hacía políticamente. El zarismo permanecía
como un régimen absolutista. Los problemas terminaron sobrepasándole y llevaron al
desencadenamiento del proceso revolucionario que, iniciado en 1905, desemboca en la
caída de la monarquía y el final del Imperio en 1917.
6. La “Cuestión de Oriente” y el Imperio Turco
La Cuestión de Oriente es como se denomina al más complicado problema de política
internacional hasta 1914, surgido de la descomposición del Imperio Turco y la pugna
por dominar los territorios que, desde el siglo XVI, ocupaba en la zona de los Balcanes.
La que en otro tiempo fue una gran potencia, ahora, en el siglo XIX, constituía un
Estado débil: el “hombre enfermo” de Europa. Sobre sus territorios balcánicos se van a
proyectar los objetivos expansionistas de dos potencias: Austria-Hungría y Rusia.
El imperialismo y la expansión colonial
[7]
Frente a estas apetencias, estaban los diversos pueblos europeos dependientes del
Imperio turco, que aspiraban también a crear su propio Estado independiente:
griegos, serbios, rumanos… El resultado fue la progresiva pérdida de territorios del
Imperio turco en Europa, iniciada con la independencia de Grecia (1830), seguida en
las décadas siguientes por la de otros Estados (Serbia, Rumanía, Bulgaria).
La Guerra de Crimea (1853-1856) Fue un enfrentamiento entre el Imperio Ruso y el
Turco, este último apoyado por Francia e Inglaterra, interesadas en frenar los deseos
expansionistas de Rusia hacia el Mediterráneo. El zar Nicolás I tomó la decisión de
declarar la guerra a los débiles turcos, tomando como excusa la protección de los
cristianos ortodoxos que habitaban el Imperio Otomano, y hacerse con el control del
estrecho del Bósforo, clave para el acceso de los barcos rusos al Mediterráneo. La
superioridad militar rusa obligó a Francia e Inglaterra a intervenir a favor de Turquía. La
guerra de Crimea finalizó con la derrota rusa, pero el Imperio Turco se convirtió en el
“hombre enfermo” de Europa, un imperio que subsistía por la intervención de potencias
extranjeras y que tras la Primera Guerra Mundial se rompería en mil pedazos, dando lugar
al surgimiento de nuevos países y a la Turquía moderna.
A partir de la década de 1880 Turquía ha desaparecido prácticamente de los Balcanes;
su territorio constituye una franja meridional entre el Adriático y el Egeo, pero los
nuevos países también se van a interesar por extenderse por ese espacio, rivalizando
entre ellos, mientras el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso mantienen una
política destinada a acrecentar su influencia en la zona de los Balcanes, diferencias que
terminarán creando un clima de hostilidad que conducirá al atentado de Sarajevo,
desencadenante de la Iª Guerra Mundial.
II El imperialismo
En el último cuarto del siglo XIX se inició un proceso de dominio político, militar y
económico de grandes territorios de Asia y África por parte de países
industrializados de Europa, EE.UU. y Japón. Este fenómeno se conoce como
imperialismo, frente al denominado colonialismo, desarrollado en los siglos anteriores,
en el que, con la excepción de los imperios español y portugués en América,
predominaba el intercambio de mercancías sin que se mostraran ambiciones
territoriales. Este proceso culminó, a inicios del siglo XX, con la colonización del
continente africano y de una parte del asiático. A lo largo de ese proceso hubo
momentos de fuerte tensión entre las potencias imperialistas que, añadidas a la tensión
política de los Balcanes, constituirán otra de las causas del estallido de la Iª Guerra
Mundial.
1. Causas del imperialismo
A) Causas económicas
El desarrollo de la industria europea y su necesidad de hallar nuevos mercados y materias
primas impulsó a los países más industrializados a controlar territorios donde situar los
excedentes de su producción y donde obtener materias primas (algodón, caucho...)
al mejor precio posible. Además, las colonias eran un lugar donde invertir los capitales
excedentes de la producción industrial.
El imperialismo y la expansión colonial
[8]
B) Causas políticas y militares
La exaltación del nacionalismo lleva a intentar imitar la grandeza de los grandes imperios
del pasado, idea que se convierte en una obsesión para los países colonizadores. La
posesión de un imperio es cuestión de prestigio nacional, todos los países se juegan
mucho en Europa y todos quieren ser la potencia más fuerte del continente. El conquistar
nuevos territorios se convierte en una ocasión propicia para realizar grandes empresas
militares y nuevas glorias para la patria, en una manera de ser fuertes y temidos.
Por otra parte, existen motivos estratégicos que hacen que una potencia se apodere de un
territorio clave para el control de las rutas comerciales o para impedir el acceso a una zona
del enemigo.
C) Causas demográficas
El vertiginoso crecimiento de la población europea (aumenta en unos 150 millones
de personas entre 1870 y 1914) animó a la búsqueda de mejores posibilidades de vida en
las colonias, o bien hacia otros países, como ocurrió con la enorme emigración
europea hacia EE.UU. o la de españoles, italianos y portugueses hacia Argentina y
Brasil. Los nuevos territorios se convierten también en una válvula de escape para aliviar
la superpoblación del viejo continente.
D) Causas ideológicas
La creencia en la superioridad de la raza blanca hizo que se considerara un “deber”
transmitir los avances de la civilización y la cultura europeas a los pueblos
colonizados. Por otro lado, las iglesias cristianas se encontraron ante una gran
oportunidad para extender su confesión religiosa por el mundo. Las misiones religiosas
protagonizaron una intensa labor humanitaria, pero también fueron un medio de
legitimación de la expansión imperialista.
Tampoco hay que olvidar el interés científico, es decir, el deseo de conocer y cartografiar
otros lugares todavía desconocidos. Muchos europeos se sentían atraídos por esos
territorios y se lanzaron a la exploración del interior de África o Asia, borrando poco a
poco las manchas blancas en los mapas. En esta labor destacaron las Sociedades
geográficas, que financiaron exploraciones al interior del continente africano, en
particular, para la búsqueda de las fuentes del Nilo, que en 1858 el explorador británico
Hohn H. Speke situó en el lago Victoria), divulgando los nuevos descubrimientos a
través de informes y revistas. Entre los exploradores, el misionero David Livingstone
remontó el Zambeze hasta las cataratas Victoria y el periodista Henry Stanley descubrió
las fuentes del Congo, mientras el francés Savorgnan de Brazza exploraba la margen
derecha de este río.
2. Formas de dominación
La expansión colonial europea presentó distintas formas de dominación. Podemos
distinguir, en líneas generales, tres clases de colonias:
Colonias de explotación: en ellas la metrópoli lleva a cabo la administración
a través de sus funcionarios, bajo las órdenes de un gobernador. Esta
fórmula fue aplicada por todas las potencias coloniales.
El imperialismo y la expansión colonial
[9]
Colonias de poblamiento: Se dieron en algunas colonias inglesas, con fuerte
presencia de población blanca. En ellas se establecía un régimen de
autogobierno, con un parlamento elegido en la propia colonia. Fue el caso de
los dominios británicos de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Protectorados: eran territorios en los que se mantenía el gobierno indígena en
los aspectos internos, bajo la supervisión de la potencia ocupante y sometido a un
ejército controlado por la metrópoli. Ejemplos de protectorados fueron
Marruecos, reino repartido entre Francia y España, y Egipto, protectorado
británico, territorio con gran valor estratégico tras la apertura del canal de Suez
(1869), que permitía enlazar el mar Mediterráneo, a través del mar Rojo, con el
océano Índico.
3. El reparto de África
Hacia 1880 el interior de África era prácticamente desconocido para los europeos,
que sólo habían establecido enclaves portuarios a lo largo de la costa. En 1914 todo el
territorio africano se hallaba repartido entre las diversas naciones europeas, salvo dos
países: Liberia, Estado creado por iniciativa de EE.UU., y Abisinia, territorio en el que
fracasó el intento de colonización italiana.
En el África occidental atlántica, Francia (en Senegal), Portugal y España poseían
pequeños enclaves coloniales. En el África austral Portugal controlaba las costas de
Angola y Mozambique, mientras en África del Sur la situación se complicó con la
presencia de dos poblaciones europeas, holandeses (los boers o afrikaners) e ingleses.
Los holandeses, a mediados del siglo XVII, se habían establecido en la colonia de El
Cabo y, tras las guerras napoleónicas, la colonia pasó a los ingleses, obligando a los
boers a desplazarse hacia el norte, donde crearon dos nuevas colonias, Orange y el
Transvaal.
La ocupación europea se inicia en el siglo XIX con la instalación de Francia y Gran
Bretaña en los territorios dependientes del Imperio Turco en el norte: Francia en
Argelia (1830) y Túnez (1881), mientras los británicos establecían un protectorado
sobre Egipto. En el África oriental Inglaterra, mientras franceses e italianos se
establecieron en las costas del mar Rojo (Somalia y Eritrea). Pero fue el problema de
la ocupación de los territorios centroafricanos lo que llevó, por iniciativa de Bismarck, a
convocar la Conferencia de Berlín (1885), donde las potencias europeas llegaron a unos
acuerdos para repartirse el continente africano:
Se decidió la libre navegación por los ríos Congo y Níger y la libertad de
comercio en África central entre el Atlántico y el Índico.
También se acordó que sólo la ocupación efectiva, y no el descubrimiento previo,
daba derecho a considerar un territorio como colonia propia, lo que dio lugar a
una auténtica carrera colonial para conquistar África.
Para evitar tensiones entre las potencias europeas por el control del África
central, se decidió crear el llamado Estado Libre del Congo como propiedad de
Leopoldo II de Bélgica, que a su muerte legó dicho territorio a Bélgica.
En la Conferencia de Berlín se planteó el problema de los “imperios continuos”,
con la formación de ejes coloniales en sentido horizontal (dirección Oeste-Este) o
vertical (dirección Norte-Sur). Francia aspiraba a crear un eje O-E desde Senegal, a
El imperialismo y la expansión colonial
[10]
través del Sahara, hasta Somalia. Portugal deseaba igualmente unir Angola y
Mozambique. Ambos ejes chocaban con las aspiraciones británicas de enlazar sus
colonias en el África oriental, entre Sudáfrica y Egipto (Eje El Cairo-El Cabo). En el
África austral, Portugal tras recibir un ultimatum británico, decidió desistir de su
proyecto de unir Angola con Mozambique incorporándose el territorio entre ambas.
Francia y Gran Bretaña chocaron en 1898 a orillas del Nilo, en Fashoda (Sudán),
enfrentamiento que puso a ambas potencias al borde de la guerra. Francia terminó cediendo
a las presiones inglesas, renunciando a su imperio colonial en sentido Oeste-Este.
Alemania e Italia, al realizar tarde su unificación territorial, accedieron con retraso al
reparto colonial, cuando las mejores piezas del botín estaban ya distribuidas. Alemania
pudo ocupar Tanganica, Camerún y África del Suroeste. Italia obtuvo Somalia y Libia;
su intento de conquistar Abisinia terminó en un gran fracaso: la derrota de Adua (1896).
En el África austral, las tensiones entre ingleses y holandeses se agravaron tras el
descubrimiento de yacimientos de oro y diamantes en Orange y el Transvaal. El
conflicto desembocó en la Guerra Anglo-Bóer (1899-1902), tras la cual las colonias
holandesas fueron anexionadas al Imperio Británico, si bien se les otorgó cierta
autonomía. Gran Bretaña fue la única potencia imperial que vio colmadas sus
aspiraciones en África, pues casi logró completar el Eje El Cairo-El Cabo. La única
excepción fue la colonia alemana de Tanganica, que finalmente acabaría controlando
tras la derrota alemana en la Iª Guerra Mundial.
El imperialismo y la expansión colonial
[11]
4. La colonización de Asia
A) La expansión europea
La India constituyó el objeto preferente del colonialismo británico, su “Joya de la
Corona”. Desde el siglo XVIII la Compañía de las Indias Orientales había ido
ocupando gran parte del territorio, para lo cual disponía de un ejército propio integrado
por soldados indios, los cipayos. La Rebelión de los Cipayos (1857), originada por el
desprecio de los oficiales ingleses por sus creencias religiosas, obligó al gobierno
británico a suprimir la Compañía y a hacerse cargo directamente de la administración
de la colonia, que pasó a estar gobernada por un virrey.
Inglaterra practicó una política de aislamiento de la India frente a otros imperialismos.
Así, para contrarrestar la hegemonía francesa en el sudeste de Asia procedió a la anexión
de Birmania y de la extremidad sur de la península de Malaca, convirtiendo a Singapur
en uno de los puertos más importantes del Extremo Oriente. Frente al expansionismo
ruso, se dejó Afganistán como Estado-tapón que separara ambos imperios.
Francia inició la colonización de Indochina durante el IIº Imperio, península en la que
fue ampliando su presencia hasta completar la Unión Indochina (1887), que englobaba
los actuales Vietnam, Camboya y Laos, permaneciendo Siam (hoy Tailandia) como
Estado-tapón independiente para separa las posesiones francesas y británicas.
El Imperio ruso ya había ocupado el Asia septentrional (Siberia) desde el siglo XVII.
Al tratarse de un imperio continental, rodeado de hielo, su política expansiva consistía
en avanzar hacia el sur, a costa del Imperio turco, Persia, la India y China. Así, en
1860 se hizo ceder por China la región costera entre la desembocadura del río
Amur y Corea, donde fundó el puerto de Vladivostok, que se convertiría en el
destino final del ferrocarril Transiberiano.
Por último, los holandeses que, a principios del siglo XIX, ocupaban poco más que la
isla de Java, afirmaron su administración sobre las Indias Orientales Holandesas (Java,
Sumatra, Borneo y parte de las Célebes), totalmente ocupadas en 1882.
B) El imperialismo en China
Los historiadores chinos denominan a la época en que se desarrollaban los distintos
imperialismos como “época de los tratados desiguales”. China, en efecto, no fue
ocupada, como ocurrió con la India, pero sí saqueada y repartida. Los europeos la
habían visitado el “Celeste Imperio” desde la Edad Media, pero los chinos se
resistían a relacionarse con los “bárbaros” del oeste. Sin embargo, a mediados del siglo
XIX, el aislamiento chino estaba llegando a su fin. La dinastía Manchú, reinante desde el
siglo XVII, era incapaz de controlar el país. Los occidentales se aprovecharon de la
debilidad de los emperadores chinos y les forzaron a hacer concesiones comerciales y
territoriales muy desfavorables a sus intereses, los llamados tratados desiguales.
Como el gobierno chino se oponía a abrir su territorio al comercio extranjero, los
comerciantes ingleses recurrieron al contrabando, vendiendo opio indio a cambio de
plata y té chinos. La confiscación del opio en Cantón por las autoridades chinas fue el
pretexto que esgrimió Inglaterra para atacar a China, dando lugar a las llamadas
“Guerras del opio” (1840-1842), que obligaron a China a ceder el puerto de Hong
Kong, totalmente, a los ingleses y abrir varios puertos del sureste a sus mercancías.
Además, los comerciantes extranjeros pudieron establecer colonias propias en las ciudades
El imperialismo y la expansión colonial
[12]
comerciales. El gobierno chino fue progresivamente cediendo puertos y áreas de
influencia para la explotación de sus recursos a distintas potencias extrajeras. El país se
convirtió en un mercado abierto para los productos europeos, lo que arruinó a los
comerciantes locales.
Ante tales abusos, se produjeron levantamientos populares contra los extranjeros. En
1900 tuvo lugar el más grave, la Revuelta de los Boxers (o boxeadores, llamados
así por pertenecer a una sociedad secreta denominada “los puños armoniosos”),
ultranacionalistas chinos que llegaron a dar muerte a unos 300 extranjeros. Las
potencias europeas, junto con Japón y EE.UU., respondieron con el envío de una fuerza
internacional que acabó con la revuelta, que sólo sirvió para reforzar el sistema de
concesiones. Finalmente, en 1911 una revolución desembocó en la proclamación de la
república, pero el nuevo gobierno tampoco trajo estabilidad política e independencia
económica al país.
Caricaturas sobre los repartos de África y China
C) Las potencias extraeuropeas: Japón y EE.UU.
Como consecuencia de la revolución Meiji (1868), Japón inició un proceso de apertura y
modernización social y económica; abolió el feudalismo, desarrolló su industria y
organizó un nuevo ejército. En menos de 50 años Japón salta de la Edad Media asiática a
la civilización europea del siglo XX.
El crecimiento económico y la modernización social convirtieron también a Japón en
una potencia imperialista, dispuesta a competir con las potencias europeas por el
dominio de Asia. Su interés, inicialmente, se centró en China y en las posesiones rusas
en el norte de China.
En 1894 estalla la Guerra Chino-Japonesa, en la que China es derrotada,
viéndose obligada a ceder la isla de Formosa (actual Taiwán) a Japón y a reconocer a
Corea como Estado independiente. La creciente presencia japonesa en el norte de China
(Manchuria) fue considerado como una amenaza por Rusia, que rivalizaba por controlar el
mismo espacio. En 1904, Japón atacó a Rusia sin previa declaración de guerra,
El imperialismo y la expansión colonial
[13]
aniquilando a la flota rusa anclada en su base del Pacífico, Port Arthur. La derrota rusa
en la Guerra Ruso-Japonesa provocó un fuerte impacto en todo el mundo. Japón lograba
la parte sur de la isla Sajalín, Port Arthur y el protectorado sobre Corea y Manchuria
meridional, pero, sobre todo, demostró que una nueva potencia imperialista había
aprendido de Europa lo suficiente como para igualarse a las occidentales en la zona
asiática del Pacífico.
En cuanto a EE.UU., hasta finales del siglo XIX canalizó su expansionismo hacia
la conquista del Oeste. Finalizada ésta, su poderío económico es la causa de una
creciente injerencia en la economía y los asuntos internos de lo que considera su espacio
de actuación natural, el continente americano. En 1898 intervino en el enfrentamiento
que mantenía España con sus últimas colonias, Cuba y Filipinas. Tras aniquilar la
débil y anticuada armada española, forzó a España a aceptar la futura independencia
de Cuba y a cederle Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (archipiélago de las
Marianas). Ese mismo año se anexiona las islas Hawai, donde instalará la base naval de
Pearl Harbour, destinadas a proteger sus intereses en Asia.
En Panamá, EE. UU. había propuesto construir un canal que comunicase los dos
océanos. Ante la oposición de Colombia a hacer las concesiones necesarias, los
norteamericanos impulsaron la independencia de Panamá (1903), que dio toda clase de
facilidades a EE.UU. para construir el canal, abierto en 1914.
El imperialismo y la expansión colonial
[14]
5. Consecuencias del imperialismo
Los europeos practicaron lo que se ha denominado la “economía del pillaje”, en la que el
objetivo esencial era explotar al menor coste posible los recursos naturales. Los colonos
se apropiaron de las mejores tierras, desplazando a los indígenas a las zonas más áridas.
En las plantaciones o en las minas, la explotación de la mano de obra e incluso los
malos tratos fueron frecuentes. Dicha explotación alcanzó dimensiones dramáticas en el
Estado Libre del Congo (vid. infra).
El aumento de las tierras cultivadas y la introducción de nuevas técnicas incrementaron
enormemente la producción agrícola. Sin embargo, la mayor parte de dichos cultivos
estaban destinados a la exportación. Grandes plantaciones de té, tabaco, cacao algodón o
caucho ocuparon el lugar de la producción de alimentos, lo que unido al rápido
incremento de la población generó hambre crónica en muchas regiones.
La explotación de los recursos, el control de los mercados coloniales para los productos
industriales de la metrópoli e incluso los intereses estratégicos favorecieron la
construcción de infraestructuras (ferrocarriles, carreteras, puertos, etc.) en las colonias.
Sin embargo, su trazado obedecía a los intereses de la metrópoli (por ejemplo, unir las
minas con un puerto), por lo que grandes zonas siguieron incomunicadas.
La introducción de la medicina europea permitió reducir la mortalidad, mientras la
natalidad tendió a mantenerse elevada. El crecimiento de la población favoreció un
rápido proceso de urbanización producto no de la industrialización sino de la miseria
rural, que incrementó las tensiones sociales.
En el seno de la administración colonial se difundieron las lenguas europeas, forjándose
una élite indígena educada, en la que nacerán los futuros líderes independentistas. Sin
embargo, predominó la segregación racial de los pueblos “inferiores”, y la consecuente
incompresión y falta de respeto por las culturas autóctonas.
Las estructuras sociales fueron alteradas por la creación de fronteras artificiales que
nada tenían que ver con las culturas preexistentes y que supusieron la unión o división
forzada de grupos diferentes, provocando tras la descolonización numerosos conflictos
políticos.
EL GENOCIDIO DEL ESTADO LIBRE DEL CONGO
El Estado Libre del Congo fue una colonia africana, propiedad privada del rey Leopoldo II de
Bélgica, quien la administró entre 1885 y 1908, año en que fue cedido a Bélgica, pasando a
denominarse Congo Belga. Durante este periodo, el territorio fue objeto de una explotación
sistemática e indiscriminada de sus recursos naturales (especialmente el marfil y el caucho), en la
que se utilizó mano de obra indígena en condiciones de esclavitud. Para mantener su control
sobre la población nativa, la administración colonial instauró un régimen de terror, en el que
fueron frecuentes los asesinatos en masa y las mutilaciones: aunque es imposible realizar cálculos
exactos del número de víctimas, la mayoría de los autores mencionan cifras de entre cinco y diez
millones de muertos.
A partir de 1900, la prensa europea y estadounidense comenzó a informar acerca de las
dramáticas condiciones en que vivía la población nativa del territorio. La presión de la opinión
pública hizo que el rey legara su dominio personal sobre el Congo a Bélgica.