ERRANCIA LITORALES NOVIEMBRE 2018
http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v18/litorales6.html
SUBJETIVIDADES Y SALUD MENTAL EN CONTEXTOS
DE VIOLENCIAS EXTREMAS.1
EL CASO DE LA DESAPARICIÓN FORZADA DE 43
ESTUDIANTES DE AYOTZINAPA, EN MÉXICO.
MITSI NIETO DURÁN
Resumen El artículo intenta reflexionar sobre la desaparición forzada, puntualmente el caso
de los estudiantes de Ayotzinapa, en sus implicaciones subjetivas desde la teoría
psicoanalítica lacaniana.
Palabras clave: violencia, desaparición forzada, anudamiento, compensación, salud mental,
Ayotzinapa
Desarrollo
En un contexto creciente de violencia extrema y profundas desigualdades sociales, en México
las condiciones para el sufrimiento psíquico han incrementado a partir de la llamada “Guerra
contra el narco”. Es tal el fenómeno subjetivo, que se ha llegado a hablar de una “psicosis
social” que se considera una respuesta patológica a eventos en extremo estresantes, como
“violencia sexual, ataques físicos, asaltos, secuestros, abuso sexual infantil, ser testigo de la
muerte o de lesiones graves a otra persona por un asalto o riña, y enterarse de la muerte o del
asalto violento de un familiar o un amigo cercano” (Navarro, 2012).
1 Se entiende el término “violencias” en plural al hablar de distintos tipos de formas de abuso del
poder y también para distinguirla de la perspectiva biológica e individualista que había perdurado en
su concepción. Hoy en día se acentúa mucho más el aspecto simbólico, cultural y político de dicho
término, reconociendo que se expresa en distintos modos. La definición más consensuada e integral
que podemos encontrar por el momento de este término “violencia” es la de la OMS (2003) para la
cual la violencia comprende a) uso intencional de la fuerza objetivada o como amenaza; b) dirigida
contra uno mismo, otra persona, grupo o comunidad; c) cuya intención es la de causar daño (físico o
psíquico); d) construida socio- culturalmente y situada en un tiempo y espacio histórico específico.
Estudios de tipo social y psiquiátrico han arrojado que “el clima de violencia e inseguridad
que se vive en el país incrementa el riesgo de que las personas desarrollen enfermedades
mentales como ansiedad y depresión, las que, de no ser atendidas de manera oportuna, pueden
llegar al extremo de la violencia intrafamiliar e incluso el suicidio, según afirma Rafael
Castro Román, presidente de la Sociedad Mexicana de Psiquiatría Biológica (Cruz, 2018).
Este especialista afirma que hasta el 30 por ciento de los pacientes que acuden a los servicios
de salud psiquiátricos han padecido eventos como robo o secuestro, elemento que agrava la
problemática de las enfermedades mentales.
Desde el psicoanálisis podemos pensar en que las estructuras psíquicas determinan en gran
medida las respuestas de los sujetos frente a estos panoramas sociales (desafortunadamente
crecientes en el mundo actual). Si bien la relación más importante del sujeto es con su propio
fantasma, más que con lo social, es también interesante preguntarnos, de qué forma este tipo
de contextos que vulneran los derechos humanos y favorecen la crueldad y el sufrimiento,
pueden impactar la psique en su sentido más profundo, no sólo en las actuales generaciones,
sino en el futuro.
De acuerdo a la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública
(ENVIPE, 2012) que lleva a cabo el Instituto Nacional de Estadística y Geografía,
actualmente el 57 por ciento de la población adulta en México manifiesta como su principal
preocupación el tema de la inseguridad, seguida del desempleo y la pobreza (Navarro, 2012).
Esto implica que más de la mitad de la población mexicana se siente insegura. Por otro lado,
el tipo de delitos han acentuado la crueldad inusitada en el modo de asesinar, si bien antes
simplemente se encontraban cadáveres con un “tiro de gracia”, ahora es cada vez más
frecuente escuchar que encontraron cuerpos mutilados, apilados y con las más terribles
torturas. Esto convierte a la hiperviolencia en un fenómeno social, de la actualidad mexicana,
que es imposible naturalizar. Salta la interrogante sobre cómo se vulnera la subjetividad
construida de las próximas generaciones, que crecen en un país sin ley, sin referentes de la
autoridad y con muchos modelos delincuenciales y pocos modelos de integración social
viables, reales, exitosos, accesibles. Muchos jóvenes no cuentan con la oportunidad de acudir
a una universidad, y si lo logran, tampoco tienen garantizado un empleo, con lo cual cada
vez la vida es más inestable. Aunado a esto, se genera desde el estado “enemigos declarados”
que son aquellas construcciones sociales que permiten que exista un tipo de sujeto al que es
necesario violentar, exterminar (Genet, 2010), con lo cual la ley humana, ética, se vuelve más
permeable, el Nombre del Padre, socialmente parece un tanto ambigüo. Esta construcción de
enemigos favorece además la posibilidad de construir “vidas precarias”, que son aquellas que
no merecen la pena, que son sacrificables, porque nadie va a llorarlas, ni a extrañarlas, ni a
exigirlas (Buttler, 2004). Se borra la idea del otro como humano, se busca eliminar su
vulnerabilidad, su rostro, aquello que es imposible de matar. Y todo esto va construyendo un
tipo de subjetividad, en la que sobrevivir sin ley, es el reto.
En este contexto tan desfavorable, cuando se habla o se piensa en salud mental, generalmente
se alude a cuestiones relativas al cuerpo biológico y sus afecciones; desde las adicciones y
otras patologías psiquiátricas y medicalizadas, hasta la psicosis y sus repercusiones en el
gasto público en salud. La salud mental implica una cierta ausencia de lo sintomático y lo
clasificable, lo medicable.
Desde el psicoanálisis en cambio, esta reflexión se realiza desde otros referentes. Desde los
inicios del mismo Freud establece una diferenciación muy clara con la postura
tradicionalmente médica y explora el universo simbólico del sujeto que sufre y cuyo cuerpo
encarna lo sintomático. Posteriormente Lacan va a retomar el debate de los mecanismos
etiopatológicos, se van a centrar en cómo se producen los síntomas y a qué lógica responden.
Esto lo lleva a pensar la clínica de modo estructural, lo cual plantea que hay grandes
conjuntos de síntomas que definen estructuras clínicas, entre las cuales existen diferencias
que no se pueden reducir a una gradación. Por otra parte, esto implica que un sujeto a quien
el diagnóstico sitúe en una de estas grandes categorías no puede cambiar de una a otra.
Estas estructuras se refieren básicamente a lo que el sujeto hace de modo inconsciente para
no enterarse de la diferencia sexual y de la castración. En el caso de la neurosis ocurre la
represión, en la psicosis la forclusión y en la perversión, la denegación.
Para establecer una clínica estructural es fundamental reconocer la importancia y la función
de la represión en la estructura psíquica de los sujetos, que es una de las grandes aportaciones
de Freud a la clínica de su época. Freud será el primero en afirmar que no todo lo que sabemos
de nosotros es lo que existe en nuestra mente, es decir, plantea que hay pensamientos,
sentimientos, estados afectivos y representaciones de las que no somos conscientes, pero que
éstas tienen un lugar en nuestra psique, generan conflicto con las expectativas sociales y son
expresadas a partir de los equívocos, los lapsus, los chistes o los sueños. El inconsciente va
a existir porque es necesario que haya una parte de este material que no sea accesible a la
conciencia, pues sería insoportable o incompatible con las reglas culturales, con la ley. El
sujeto humano debe renunciar entonces a una parte de su vida pulsional para poder convivir
en una sociedad, es decir, para hacer lazo social con los otros. Esta renuncia nunca es total,
sino parcial y lo que queda “renunciado” por decirlo así, permanece en el inconsciente, que
es como una especie de parte oculta, pero presente de la mente humana.
La represión, entonces, es el mecanismo humano por excelencia. El aspecto que permite
generar civilización y cultura, con un costo en la psique del sujeto, ya que es justo eso por lo
que se vuelve “sujeto”, por estar sujetado a esas reglas y cultura. La represión sería el
mecanismo mediante el cual el sujeto debe reprimir estos contenidos inapropiados, pero la
manera en que lo haga definirá su estructura, su relación con los otros e incluso su buena,
regular o mala “adaptación”(2) a esa cultura.
En la psicosis la represión no se lleva a cabo de forma adecuada. Para Freud existen dos tipos
de represión, la primaria y la secundaria. En la primaria se produce un cierto rechazo hacia
la pulsión, que queda excluida del inconsciente, pero presente a través de su representante.
No se renuncia del todo a esa pulsión, que es retomada para fantasías, deseos, etc. Renunciar
a todo es imposible, pero en la neurosis sí hay una limitación muy acotada del goce, que se
gesta en la etapa edípica a través del corte paterno y la renuncia a la madre como fuente única
de amor. Para ello es necesario atravesar por el complejo de castración, el cual consiste en
un proceso simbólico a partir del cual el sujeto infantil asume que puede perder algo de sí
2 Se usa “adaptación” entre comillas porque como sabemos, esta nunca es total, todo sujeto tiene sus
mecanismos de resistencia consciente o consciente. No es objetivo del psicoanálisis volverlo más
adaptado, sino escuchar su dolor con el fin de que pueda encontrar modos de mirar su deseo y jugar
con eso simbólico que está siempre entre la pulsión y la norma, acotado. Entre su deseo inconsciente
y las exigencias sociales.
mismo si no regula algo en el exceso de su goce. Freud es pionero en descubrir que los niños
desde muy pequeños tienen fantasías sobre este proceso, en las cuales consideran que pueden
perder algo muy amado de su propio cuerpo, en el caso de los varones, o bien el amor de sus
padres en el caso de las niñas. Este tránsito genera un anudamiento del deseo con la ley y
permanecerá en el neurótico regulado (Puig y Sosa s/f).
Más adelante, Lacan hará énfasis en la función paterna en este proceso humano, para decir
que el niño debe realizar esta renuncia en nombre de una razón importante, de alguna
legitimidad y esta es la función paterna, la de generar el acceso a la ley y a lo simbólico,
porque existirá la promesa de obtener a cambio el reconocimiento y el amor del padre.
En el psicótico este anudamiento simbólico no se produce, no puede regular su relación con
el goce y esto cambia su relación con el inconsciente. La represión no le sirve como regulador
de la satisfacción pulsional y no le queda otra alternativa que el rechazo del inconsciente y la
invención de otros mecanismos reguladores, que puedan servir de parche con la ley de la que
no dispone.
Freud define este proceso fallido como forclusión, que implica rechazo y que retoma de un
concepto legal, la forclusión o recusación es un derecho que implica la posibilidad de
rechazar con una justificación a una de las partes en su función o de rechazar pruebas, por
ejemplo, si se recusa a un juez, se está solicitando que no intervenga en un conflicto (Ávila,
2015).
Lacan hará énfasis en este aspecto de la forclusión, fundamento de la clínica estructural; más
delante tanto Lacan como su sucesor, Jaques Alain Miller, se centrarán en la clínica nodal,
que va a ir más allá de la mera forclusión, para intentar entender las psicosis como una falla
en el anudamiento (nodo) de los tres registros psíquicos: imaginario, simbólico y real.
Miller explica en su texto Las psicosis ordinaria (2014) que en el último Lacan3 las psicosis
tienden a considerar la polaridad entre el sujeto del goce y el sujeto del significante. Lacan
en su última etapa insistirá en la cuestión de lo real y del aparejamiento del goce. Es decir,
que en palabras de Miller, se pasa a la clínica borronea, más allá de la clínica estructural, que
distingue neurosis, perversión y psicosis, para dar paso al anudamiento entre los tres registros
el real, simbólico e imaginario de la estructura. Se centra más en qué es lo que puede
mantenerlos juntos, más que orientarlos solo por la forclusión. Para Freud eso que mantenía
juntos los registros estaba en el proceso Edípico, el resultado de este era lo que podía definir
una estructura neurótica o psicótica (o perversa), dando como resultado que la psicosis estaba
más definida como un negativo de la neurosis, en una lógica binaria, “hay o no hay
castración”, implicaba “hay o no hay neurosis”.
Lacan va a intentar ir más allá de esta lógica y va a centrarse más bien en el goce, en la
articulación de los tres ejes en torno al objeto a. En su última enseñanza, va a buscar ordenar
su teoría más a partir de la lengua y los efectos del goce, más que de las leyes del lenguaje.
Es así que distingue lalengua y el lenguaje. Lalengua es un neologismo que Lacan va a
introducir en 1973 y que usará para referirse a un grupo de formulaciones centradas en el
registro de lo real, en la escritura, en la letra y en el sinthome. Tiene que ver con el sin sentido,
con lo singular del habla y de la subjetividad. Evoca un juego prelingüistico y pulsional,
propio del bebé y de su interacción con la madre. Laengua sería el sonido y el efecto en el
cuerpo. En el texto La rata en el laberinto (Lacan, 1973), Lacan dirá “El lenguaje es una
elucubración de saber sobre lalengua”. Al respecto de este concepto Lacan plantea: “El
lenguaje no es más que lo que el discurso científico elabora para dar cuenta de lo que yo
llamo lalengua. Lalengua sirve para otras cosas muy diferentes de la comunicación. Nos lo
ha mostrado la experiencia del inconsciente, en cuanto está hecho de lalengua, esta lalengua
que escribo en una sola palabra, como saben, para designar lo que es el asunto de cada quien,
lalengua llamada (…) materna” (Lacan, 1973: 166). Para Lacan el diálogo no sería posible,
pues estaríamos condenados a un monólogo infinito, un enjambre de S1, cuya finalidad es
3 Me refiero en esta parte sólo al último Lacan, puesto que, en la sección de Desencadenamiento de
las psicosis, se hablará del recorrido que Lacan hace sobre el término y las consecuencias de este
recorrido para la clínica actual.
simplemente representar algo del S2, que es el sujeto en relación con el S1. El saber es para
Lacan inconsciente, por ello se contrapone al discurso llamado científico, que intenta explicar
y dialogar o al menos tiene la ficción de que esto es posible. “El inconsciente es testimonio
de un saber en tanto que en gran parte escapa al ser que habla. Este ser permite dar cuenta de
hasta dónde llegan los efectos de lalengua por el hecho de que presenta toda suerte de afectos
que permanecen enigmáticos (…) estos afectos son resultado de la presencia de lalengua en
tanto que articula cosas de saber que van mucho más allá de lo que el ser que habla soporta
de saber enunciado” (Lacan, 1973:167).
El lenguaje está hecho entonces de lalengua, es una elucubración de saber sobre lalengua
pero el inconsciente es una habilidad, una saber hacer con lalengua. Esto implica que lo que
se puede hacer con lalengua rebasa por completo al lenguaje. Lalengua está inscrita en el
cuerpo viviente, puede enfermarlo, producirle síntomas en el propio cuerpo y también en sus
relaciones con los otros, define su posición en el mundo a partir de su relación, como ya se
decía con el S2. Para Lacan la existencia del sujeto implica que existe una hipótesis, un
significante, que es signo a su vez de un sujeto. El saber del sujeto por lo tanto viene de un
Uno, del significante Uno. “¿Qué quiere decir que Hay Uno? Del uno-entre-otros, y el asunto
es saber si es cualquiera, ala el vuelo un S1, que (…) es un enjambre significante, un enjambre
zumbante. Este S1 de cada significante la escribiré primero por su relación con S2 y podrán
tener tantos como quieran (…) El S1, el enjambre, significante-amo, es lo que asegura unidad
(…) del sujeto con el saber (…) no es un significante cualquiera. Es el orden significante en
tanto se instaura por el envolvimiento con el que toda la cadena subsiste” (Lacan 1973:173).
Este S1, como significante Amo, toma particular importancia en la psicosis, pues este
discurso delirante lo separa del otro del lazo social, a diferencia del neurótico, quien tampoco
logra salir de su propio delirio y su S1, de un monólogo de su propia lalengua, pero a
diferencia del primero, este logra sumarse al delirio colectivo. Es por ello que Lacan hace
énfasis, en especial en su última etapa, de que el delirio existe tanto en la neurosis como en
la psicosis, habla de delirio compartido en la neurosis, esto se puede vincular a la realidad
social que permite asesinatos de mujeres, hiperviolencia, desaparición forzada, etc. La
pregunta que surge de este modo de concebir el delirio colectivo es hasta qué punto este
delirio se queda como una neurosis y en qué momento se convierte en el delirio de un
psicótico? E incluso, sería muy importante la diferencia? Un sujeto que delira colectivamente
en torno a la posibilidad intrínseca de que vivir es ser asesinado, secuestrado, desaparecido
por un Estado sin-ley, ya es un sujeto alienado, que sufre del goce extremo de la violencia.
Me parece que quizás lo importante no es definir tanto si las condiciones de vulnerabilidad y
violencia extrema producen psicosis, sino el efecto del goce y el sufrimiento traumático que
tienen en una población, y por otro lado ¿Qué es lo que compensaría y estabilizaría a estos
sujetos? Parecería que además habría que apuntar hacia un sistema de salud mental que no
caiga en reduccionismos sintomáticos, sino que opere para sostener un lazo social, para
contener al sujeto que es avasallado por la violencia social y psíquica, más allá de su síntoma
o su clasificación.
Paloma Blanco refiere respecto al tema de las clasificaciones clínicas, que a partir del
seminario 20 Lacan no habla más de neurosis, sino de síntoma edípico y la neurosis pierde
el privilegio de constituir el mejor ordenamiento posible de la subjetividad, pasando a ser un
modo de anudamiento más (Blanco, 2018:3). De esto podríamos retomar para estudiar el
fenómeno que compete a este trabajo, que si bien no necesariamente un contexto de violencia
extrema y de ausencia de ley, podría generar psicosis generalizada en la población (una
psicosis colectiva), si podríamos considerar que favorece el no anudamiento de los tres
registros, la no articulación posible, pues de acuerdo a la clínica llamada borronea o de la
discontinuidad (Blanco, 2018), también en la neurosis existe una cierta fragilidad de este
anudamiento, posible. El nombre del padre es un posible punto de capitón, pero no es el único
que puede dotar al Otro de un continente. Por otro lado, en su última enseñanza Lacan habla
más bien de sinthome, no de psicosis, al hablar por ejemplo de Joyce, como si el término y
la estructura se matizaran. Blanco plantea que todo sujeto se sostiene en el nudo y que la
clínica borronea permite indagar sobre el invento singular para hacerlo consistir, no a partir
del padre y de la búsqueda del saber del inconsciente, sino de un saber hacer con el propio
goce. Blanco considera que “la propuesta de investigación es una orientación clínica y
política puesto que es una excelente guía de lectura para el estado de la civilización, los
síntomas y la mentalidad contemporáneas”. Es decir, que hay algo de este anudamiento,
desanudamiento que no se tiene muy claro en el psicoanálisis actual, particularmente en los
contextos contemporáneos, en este caso, el mexicano.
Por otro lado, Miller en su texto “Desarraigados” plantea que “si la dificultad de establecer
un lazo social se encuentra más en evidencia en los casos de psicosis, no se limita solo a
estos” (ya que) “la instauración con carácter dominante del discurso capitalista en la
actualidad implica una ruptura de los lazos sociales así como la caída de los grandes ideales
cohesionantes y de los modelos identificatorios. Es por esta razón que, como sostiene Miller,
la discusión clínica alrededor de los casos presentados en este texto, no se estanca en “el
diagnóstico entre la neurosis y la psicosis. Esta repartición tiene un sentido desde una
perspectiva del Nombre del Padre y de la significación fálica, pero los casos examinados le
dan consistencia a la otra clínica, donde la partición neurosis/psicosis no es la clave final.
Esos casos necesitan otro tipo de herramientas, de las que todavía no disponemos, pero que
estamos empezando a elaborar” (Miller, 2016:135)
Continuando con el tema, revisaremos un texto de Laurent que se refiere justo al punto de la
compensación, sin dejar de lado el texto de Miller, para entrelazarlo más adelante con los
documentos de testimonios.
Eric Laurent, en su texto Estabilizaciones en psicosis, argumenta la vigencia de la lectura
que hace Lacan de la psicosis y sus últimos planteamientos al respecto, ya que considera que
poco se ha investigado y escrito sobre la continuación de las ideas del último Lacan, en su
publicación de 1976 con respecto al Joyce y al sinthome.
Laurent considera que Lacan actualiza su visión de la psicosis cada diez años y que hay una
reformulación de su enseñanza acerca de este enigma. En 1936 articula la psicosis al tema
del estadio del espejo, su enseñanza está muy vinculada a la visión de Jaspers, en la que se
hace una diferencia entre la comprensión y el proceso en las psicosis, salvo que Jaspers
considera que el proceso es orgánico, mientras que Lacan no.
En 1946 Lacan escribe el texto “Acerca de la causalidad psíquica”, en el cual Lacan reordena
su tesis y plantea la locura como un límite de la libertad. Identifica al ser con la libertad y
comenta que en las psicosis el Ideal va a ocupar el lugar de la infinitización de la libertad. El
Ideal sería entonces esta libertad, pero más adelante plantea que el Ideal del Yo ha ocupado
el lugar del Otro, por lo que establece una oposición entre el Ideal y su función, con el Otro,
que es lo que reordena la tesis de Lacan.
En 1956 en el seminario III, Las psicosis, a partir de que considera el inconsciente
estructurado como un lenguaje, asevera que el Ideal no puede ser definido solo desde su
función en el estadio del espejo, sino que sería deducido de la estructura del Otro y en
oposición a él. Explica los fenómenos del desencadenamiento, que es un término que
introduce Lacan en el campo de las psicosis y que se va a verificar más tarde en la clínica.
Anterior a este planteamiento se consideraba que había una acumulación de traumas que
acababan por producir en algún momento la psicosis, pero que el psicótico ya lo era varios
años atrás, es decir, había una continuidad. Lacan en esta etapa va a negar esta continuidad
y va a considerar justamente una concepción discontinua. Enfocará las psicosis desde la
estructura del Otro en su oposición al Ideal. Afirma que el significante es discontinuo.
El efecto en los alumnos de Lacan fue la búsqueda de tratamiento a partir de este
planteamiento, que se buscó en ese momento del lado de lo imaginario, al haber una falla en
lo simbólico. Esta postura dio origen a un grupo que Laurent llama institucionalistas, porque
buscaban definir reglas internas de funcionamiento de una institución, que calmaba
supuestamente al que estaba en posición de calmar al sujeto psicótico. Sin embargo, “la
demostración que hacía Lacan al respecto es que si uno se presenta en el lugar del padre,
desencadena la psicosis” (Laurent, 2006: 10).
En este momento el propósito de Lacan era generar un concepto de la psicosis que pudiera
reemplazar el de la proyección, que estaba muy usado por los analistas de la época, influidos
ampliamente por la psicología del yo. Ya Freud en este sentido sugería la imposibilidad de
mantener una transferencia en la psicosis, pero Melanie Klein en los años treinta había
propuesto en el tratamiento con un niño psicótico la posibilidad de la identificación
proyectiva para manejar la transferencia en las psicosis. Es entonces que Lacan abordará en
lugar de la proyección, el concepto de “respuesta”. Para que haya proyección, ésta supone
que debe haber un sujeto, pero en la psicosis no hay efecto sujeto, por lo que se da un
cortocircuito en lo imaginario entre el sujeto psicótico y el otro con minúscula. La pregunta
esencial en la psicosis es ¿Quién soy yo? Pero el sujeto no puede contestar a esa pregunta,
sino que articula esa respuesta con algo que proviene de lo real. La actitud de Lacan a este
respecto fue la de buscar el elemento nuclear en las psicosis, que se presenta en torno a la
producción de los fenómenos elementales. A este respecto Laurent retoma el ejemplo del
caso de la paciente que parece escuchar que el vecino le dice “marrana” y que confiesa que
ella no es totalmente inocente al respecto. En 1958 Lacan hace énfasis en lo que la misma
paciente se ha adjudicado sobre su falta de inocencia, pues ha dicho “vengo del fiambrero”
que se formula en ella como algo que tapa y que se presenta de manera simultánea con la
palabra en lo real.
Laurent también retoma el caso de una mujer que se toma un frasco de haloperidol justo antes
de pensar que podría dañar a sus hijos. En este caso el desencadenamiento de su psicosis se
había manifestado antes en el restaurante donde ella trabajaba, cuando escuchó que un cliente
decía algo sobre que ella era una “ninfa de las aguas”. Esto la conectaba con su afición por
buscar palabras en el diccionario y en la biblia. Había encontrado que la ninfa era alguien
que andaba a la voz, que es lo que hacía ella, ya que ese era su trabajo. La imagen de la ninfa
también estaba conectada con un recuerdo infantil en el que el padre le da una bofetada en el
momento en que ella estaba en la orilla de un rio demasiado cerca del agua, ella dice al
respecto “quiso protegerme, no sabía nadar” pero lo que no dice es que su padre era un
alcohólico violento que podía matarla a golpes. Este recuerdo infantil sobre el padre la fijaba
a una identificación mortífera, en el sentido de que el significante es la muerte del objeto. El
límite de este sujeto surge bajo la palabra “ninfa”, al igual que la paciente “marrana”. Lacan
subraya que estas son respuestas que se plantean frente a la pregunta ¿Quién soy yo?. Se
plantea así la ubicación del objeto en esta alucinación y se tiene entonces cierta idea de que
en la transferencia psicótica, el problema se planteará del lado del goce del analista, quien
ocupará el lugar del Otro, pero no es por proyección, sino por la respuesta que el sujeto se da
en lo real, el analista no sería su yo proyectado, sino quien encarna eso de lo real que le
resulta imposible al sujeto.
Al retomar también el caso de Schreber, Lacan distingue por primera vez al sujeto del goce,
del sujeto del significante. El seminario XI es “el primer texto en el que Lacan identifica la
psicosis infantil de otra manera, no desde el lado de la discontinuidad del significante, sino
de la continuidad de una serie de casos en los que el sujeto se articula con el fantasma y no
con el síntoma” (Laurent, 2006:16). Lacan plantea que el niño psicótico encarna al fantasma
de su madre, es el mero soporte del deseo de ella, es decir su objeto a. En 1976 expone el
caso de Joyce e introduce el término sinthome, a partir del cual, Joyce se fabrica un yo, un
remiendo. Para este sujeto su padre estaba forcluído, pero él no parece un psicótico, sino que
es su hija quien la presenta, al parecer. La psicosis sería la identificación con el fantasma del
Otro en estos casos. Es por ello que Lacan en 1976 produce otra nueva orientación que
permite volver a pensar en el tema de la estabilización en las psicosis.
En 1946 Lacan propone que la compensación se produce a través de un acto, como en el caso
Aimeé, que cuando ésta arremete contra la actriz, logra una compensación que se mantiene
durante toda su vida. Esta acción produce una separación de ese otro que lo persigue. Esta
misma forma de compensación aplicaría para Schreber, en la acción de defecar. En ambos
casos estaríamos observando la separación del significante.
En 1976 Lacan apunta sin embargo hacia una nueva visión en cuanto a la compensación en
las psicosis, que tiene que ver con la elección del objeto. Es justo con la introducción del
sinthome, que Lacan va a pensar en otra posibilidad. En este texto al que referimos antes,
apunta a que lo que hay no es el ser, sino un Uno. Si antes se había apoyado en la lingüística,
ahora lo hace de la topología, para ubicar el significante solo, ya no en su relación con otro
significante. La última enseñanza de Lacan se centra en este S1. “Lacan no pensó la topología
para la articulación entre dos, figurados por ejemplo por el paciente y el analista, cada uno
en su posición de significante (…) sino para presentar la función del Uno solo y la dificultad
en la producción de este Uno solo (S1) en el fin del análisis (…) Uno solo aislado y la cuestión
de la infinitización o la dispersión en el infinito del sujeto” (Laurent, 2006: 20). Es en este
infinito de asociaciones de S1, que el sujeto puede hacerse de un yo parchado, fragmentado,
pero que puede compensar la psicosis y disminuir su goce y su dolor, y hacer un tipo de lazo
con el otro.
Es entonces que en esta última etapa de la enseñanza de Lacan encontramos una visión
distinta de las psicosis y de su tratamiento en análisis. La diferenciación que hace entre
síntoma y sinthome, como veíamos, va a ser fundamental en esta nueva comprensión.
Dentro del psicoanálisis la escucha del síntoma va a ser fundamental, pues como veíamos en
la historia de la psicosis y su concepción en la psiquiatría moderna, este síntoma tiende a ser
acallado por los fármacos y silenciado en las consultas psiquiátricas. Esto se da en parte
porque se descubrió muy pronto que el síntoma cambia, que sólo permanece un punto de
unión o de estabilidad en el delirio del sujeto. El delirio representa una construcción de la
realidad siempre parcial , que ataque a lo real del objeto a. La alucinación en cambio, va a
darnos pauta del momento y la razón de la descompensación del paciente, de aquello que no
logró sostenerse para armar un intento de yo, es decir, que no logró hacer sinthome.
Retomando el caso de Joyce, lo que ocurre es que a través de la escritura él logra articular el
lenguaje con lalengua, con algo de lo real, pero no pasa así con todos los escritores, ni se
plantea la escritura como una especie de “cura” o de “vacuna” contra la desestabilización en
la psicosis. Es más bien el tipo de sinthome que Joyce logra construir a partir de esta escritura
muy propia y autoinventada, que puede ser un tanto incomprensible para el sujeto, que se
produjo la estabilización y la posibilidad de no delirar. Laurent lo explica en palabras de
Lacan, como un sujeto que no está inscrito al sistema telefónico o a una revista, no puede
contestar el teléfono porque no habrá llamado, no puede leer la revista porque no le va a
llegar. Es decir, no hay una apertura a la comunicación con el deliro porque encuentra otra
forma de transitar por ese real, que es el sinthome.
Una cita del Retrato del artista adolescente de Joyce (Joyce, 1995), nos da la pauta sobre
esta articulación del lenguaje con lalengua:
—¿Cómo te llamas?
Stephen había contestado: Stephen Dédalus.
Y entonces Roche había dicho:
—¿Qué nombre es ese?
Pero Stephen no había sido capaz de responder.
La pregunta sobre ¿Quién soy? En este texto planteada como ¿Cómo te llamas? Es una
pregunta que el sujeto psicótico responde con certezas delirantes. En este escrito hay una
incapacidad de responder, no una certeza. Si bien no es un texto autobiográfico, habla de una
pregunta sobre la identidad, que permite trazarse en base a los personajes y a los textos,
considerados incomprensibles, pero bellamente incomprensibles (¿Acaso como los de
Lacan?) En esta fusión con lalengua y el lenguaje. Es así que Joyce construye, como ya se
decía, su sinthome.
El problema de la construcción del sinthome es cómo hacer funcionar la metáfora delirante
sin la función del paréntesis que introduce la metáfora paterna. “El padre no opera en su
función y el desencadenamiento se produce cuando la función que está vacía y debe estarlo,
es ocupada por Un padre (Laurent, 2006: 31) Esta construcción de una metáfora implica el
llamado empuje a-la-mujer, que es la nueva forma de pulsión, el objeto a, representado en La
mujer que les falta a todos los hombres. En la psicosis siempre está la formación del todo,
pero es un todo parcial en el que algo falta. En la psicosis no hay término que ordene el
conjunto sino que lo que hay es un goce que se opone al orden significante y se produce
desde un lugar externo, que sería el objeto a, visto como un desecho. Se intenta producir un
significante pero siempre pasando por una vía que resulta imposible, producir un significante
a partir del goce, un goce nuevo que siempre surge. En cada desencadenamiento de psicosis
podemos encontrar un goce nuevo.
Un punto importante que Laurent resalta es la importancia de cuidar qué tipo de transferencia
se establece con el sujeto psicótico, pues este llega siempre en el lugar del objeto a, que
tradicionalmente ocuparía el analista, para dividir al sujeto que entra en análisis. En los casos
de psicosis es el psicótico quien busca dividir al analista, transformándolo en una especie de
víctima torturada por otro. Esta es una tentación a la que el analista podría sucumbir. La otra
tentación sería la de colocarse en el lugar mismo del Otro, pero esto puede desencadenar la
psicosis o activar la paranoia. Laurent menciona que sería entre estas dos posiciones que el
analista tendría que buscar un lugar para el sujeto psicótico.
En el libro Desarraigados (Miller, 2016), ya referido anteriormente, se rescatan seis casos
de pacientes en análisis que de distintas formas han llegado a una situación de desarraigo
social, sujetos que ya no tienen una rutina social, que llegan al aislamiento, a los excesos en
el cuerpo, a pequeños y paulatinos desenganches con la familia, el trabajo, lo social. No se
trataría tanto de una incapacidad para el vínculo social, sino de una ausencia de lazos en el
trabajo y en las relaciones. Son sujetos que no logran dar el ancho con las exigencias sociales,
particularmente aquellas que se refieren al mundo del trabajo, que parecería que no logran
encontrar un lugar para su singularidad. Estos casos hablan pues de una dificultad con
respecto a las subjetividades modernas para ajustarse a los operadores que rigen la inserción
social. Estos desajustes son revisados en el texto a través del retraimiento, el abandono de sí
mismo, la falta de impulso vital, que Christiane Alberti en el prefacio del mismo libro refiere
como una ̈ forclusión del sentimiento de existir¨ (Miller, 2016:13). En todos esos casos estos
signos hablan de una dimensión del goce, que son inapropiadas para las normas de
intercambio y comunicación, propios de una psicosis ordinaria. Se da además un rechazo de
los semblantes comunes, que coincide bien con la ironía del psicótico y en algunos sujetos
llega al rechazo de la intersubjetividad y del sentido. Es un modo de reclamo de un plus de
real, de la caída de los semblantes sociales. Lo interesante se vuelve cuando son estos mismos
semblantes los que enferman al sujeto, a través de una realidad que constantemente lo
amenaza en su más profunda integridad física y psíquica, como en el contexto mexicano.
En el texto se relata por ejemplo el caso del señor R, quien es el quinto hijo de una mujer que
fue torturada por los nazis sin lograr ninguna delación. Fue además objeto de diversos
experimentos para volverla estéril, que no tuvieron efecto, pues tuvo cinco hijos. Este relato
particular es llamativo porque no parece ella la que se descompensa, sino el hijo, el quinto
hijo. Si bien tampoco tenemos testimonio de la neurosis materna, podríamos pensar que en
casos de violencia extrema, no es directamente la estructura del sujeto que la vive la que se
juega entre la neurosis y la psicosis, la que está en peligro de escindirse, sino, posiblemente,
la de su descendencia. Estos serían los posibles efectos no inmediatos de una realidad en la
que la tortura, el terror de Estado y la desaparición forzada son una realidad constante.
El caso del señor R se plantea con referencia a la autoridad, pues se siente paralizado frente
a las responsabilidades, pero también las acepta como una especie de tortura, a modo de los
suplicios que la madre tuvo que aguantar.
Se habla también de un caso de depresión psicótica de una mujer que es cesada de sus
funciones laborales como auxiliar de radiología en una clínica, por sus problemas de salud.
A esta mujer el trabajo la había sostenido de manera contundente y frente a la caída de este
semblante, ella cae también en su deseo, de manera que se hace patente su desarraigo social.
Es justo a partir de su vínculo con las amigas del trabajo, que puede comenzar a re tejer su
lazo social con el mundo y a compensar su psicosis ordinaria.
En el texto cada uno de los casos nos habla de la búsqueda en análisis del sinthome, a modo
de una moderna sublimación, o lo que en términos freudianos era la sublimación, aunque en
términos lacanianos y en concreto, millerianos, el sinthome va más allá de una simple
sublimación, pues es un modo de anudamiento, no solo pulsional, sino estructural. Aquel que
logra construirse un sinthome es alguien que puede sostenerse en el mundo y evitar el
desarraigo social.
Se habla también en el texto sobre la ̈ clínica del desierto¨, referida a un comentario de Miller.
Si bien en la neurosis el deseo es una metonimia de la falta en ser, en la psicosis la metonimia
es de la falta forclusiva, el deseo se convierte en desierto, el desierto sería la metonimia de la
falta forclusiva. ¨Nos vemos confrontados con frecuencia a esta clínica del desierto en
tiempos en que se evidencia la inexistencia del Otro. Los sujetos que carecen de las dos
brújulas principales, muestran una inconscistencia y un desasosiego que antaño eran
atemperados por sólidos ideales ampliamente compartidos. Lo que caracteriza a esta clínica
del desierto parece ensamblarse en la conjunción de tres elementos principales: fluctuación
existencial a falta de estar agarrado a un síntoma, un Otro latente gozador amenazante y una
dinámica obtenida con una mediación apuntalada sobre sus allegados¨.
La clínica del desierto en este sentido tendría muchas afinidades con la posición melancólica,
ya que cuando se asoma la culpabilidad en el sujeto, se asume la identificación con el
desecho. El discurso de Carlos, paciente presentado en este texto, es muy elocuente al
respecto cuando dice: ̈ Siempre tuve la sensación de que si todo andaba tan mal en mi familia
y en mis relaciones , era por mi culpa (…) Me siento al borde de un vacío, confesaba, no es
que quiera suicidarme, pero siento la atracción de no-ser¨ (Miller, 2016:53). En este sentido,
el fracaso de la protección del fantasma lo dejaba sin defensa ante el goce del Otro. La clínica
del desierto se basa además en la inconsistencia del rasgo unario, de no tener como una base
que lo sostenga, de no verse como un ser integrado. En el caso de este paciente en particular,
logra construirse un sinthome artístico en el análisis, ¨con lo cual alcanza un arreglo con su
desarraigo social, protegiéndose de un Otro que apunta a su ser, el mundo del trabajo y
dedicándose a una actividad solitaria que lo satisface¨ (Miller, 2016:55).
Es entonces que podemos preguntarnos si entre los testimonios de los sobrevivientes de
Ayotzinapa existirán modos de compensación. El texto refiere que el arte ha sido muy
explorado como sinthome y en algunos casos ha sido muy útil, pero también puede ser
síntoma e incluso descompensar al sujeto. En estas comunidades, que generalmente son
alejadas de las grandes ciudades, difícilmente habría analistas, que de acuerdo al texto, sería
la mejor herramienta para la construcción del sinthome, entonces, que otras apuestas sociales,
educativas, psicoprofilácticas se podrían prever, especialmente pensando en la compensación
de estos sujetos y las generaciones que les suceden en estas localidades.
Ayotzinapa en el contexto social mexicano.
El México actual está plagado de historias dolorosas. Todos los días en las noticias, en las
charlas casuales, aparece un factor común: el miedo, la zozobra, ese punto de conexión
permanente con lo real de la violencia y de ese gran Otro, capaz de aniquilar a cualquiera.
Las personas en México sólo buscan ser invisibles, “que no les toque” a ellos ni a sus seres
queridos, como si la violencia extrema y la injusticia, fuera cuestión de suerte, como en una
ruleta rusa en la que algo, alguien más decide si vives o mueres. Esta constante relación con
el peligro y la muerte, generan un entorno de desconfianza creciente y de una ruptura cada
vez más evidente del tejido social, aquel lazo que tanto compensa en situaciones de borde.
Algunos de los problemas sociales más relevantes son los feminicidios, las desapariciones
forzadas y las extorsiones crecientes del crimen organizado a la población civil. Mucho se
ha hablado de esto, las organizaciones civiles trabajan para contar los casos, para nombrarlos,
en un intento incesante por simbolizar y por romper ese encuentro con lo real, que parece no
tener salida.
En 2017 la organización civil FIDH, Movimiento Mundial de los Derechos Humanos,
publicó un informe de los asesinatos, desapariciones y torturas documentados entre 2006 y
2016 en Coahuila de Zaragoza, casos que no han recibido justicia por parte del Estado
Mexicano. El informe se realizó con el fin de ser presentado ante la Corte Penal Internacional
(CPI) solicitando que se abra un examen sobre estos crímenes cometidos.
Más de 100 organizaciones civiles participaron en este informe, que plantea que México es
el país con la situación más crítica en América Latina, pues contaba en el 2017 con 200.000
asesinatos y 32.000 desapariciones en una década. Entre estos crímenes destacan la privación
grave de la libertad física, tortura y desapariciones forzadas, como parte de un ataque
sistemático contra la población civil de dicho estado (FIDH, 2017)
En el informe se plantea que existe una estrategia de seguridad, que implica una doctrina que
dio origen a una guerra contra el narcotráfico a través de la militarización de la seguridad
ciudadana por Enrique Calderón. Estrategia que será retomada por Enrique Peña Nieto. En
cuanto a los números, esto se traduce en un aumento de más del doble de las fuerzas armadas
en México, de 45 mil 850 efectivos en 2007 a 96 mil 261 en 2011. El fin explícito era
desarticular las estructuras de la delincuencia organizada en los estados de Chihuahua,
Veracruz, Sinaloa, Coahuila, Guerrero, Durango y Tabasco.
Desde el inicio esta estrategia generaba muchas interrogantes, ya que no estaba acompañada
de la correspondiente declaratoria de un estado de emergencia, que es la única forma
constitucional por la cual pueden ser limitados los derechos humanos y las garantías para su
protección. Tampoco fue acompañado de un marco legal adecuado que regulara sus
funciones, particularmente el uso de la fuerza letal, situación que “facilitó la comisión de
graves abusos por parte de los efectivos federales contra la población civil” (FIDH, 2017:7).
Esto generó que las corporaciones policiales estuvieran precedidas por titulares con
trayectoria militar, algunos de ellos con trayectorias muy obscuras, como el Coronel Julián
Leyzaola, que fue señalado por cometer actos de tortura durante sus gestiones como
Secretario de Seguridad Pública de los municipios de Tijuana y Ciudad Juárez.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos estableció que esta situación contribuyó
al incremento de la violencia y de las violaciones a los derechos humanos y a mayores niveles
de impunidad. Muchas de las violaciones a los derechos humanos como “las desapariciones
forzadas, actos de tortura y ejecuciones extrajudiciales, han sido presuntamente llevadas a
cabo por autoridades federales, estatales y municipales, incluyendo la policía y algunas partes
del Ejército, ya sea por intereses propios o por colusión con grupos del crimen organizado”.
(Fidh, 2017: 11).
En este documento se sostiene que estos actos de violencia por parte del Estado son una
forma sistemática de ejercer miedo y control hacia la población civil. También se afirma que
el Estado está coludido con los grupos criminales y que por lo tanto, existe un ataque
sistemático hacia la población civil. Se afirma que en documento Estatuto de Roma, un
ataque es “una línea de conducta que implica la comisión múltiple de actos mencionados en
el párrafo 1, contra una población civil (…) a fin de cumplir o promover la política de un
Estado o de una organización de cometer ese ataque (…) según los elementos de los
crímenes, no es necesario que se trate de un ataque militar” (Fidh, 2017:36).
Esta situación se agravó en diversos estados de la República (particularmente en Chihuahua,
Veracruz, Sinaloa, Coahuila, Guerrero, Durango y Tabasco), en los cuales la producción y
comercialización ilegal de diferentes sustancias adictivas, es muy importante, sobre todo para
su exportación a Estados Unidos (Greko, 2016).
El caso Ayotzinapa es uno de los actos más violentos y dolorosos en la historia del México
contemporáneo. Se caracteriza por la desaparición forzada de 43 personas y al menos 9
personas fallecidas. Se puede describir como una serie episodios de violencia ocurridos
durante la noche del 26 de septiembre y la madrugada del 27 de septiembre, en el que la
policía municipal y estatal de Iguala (220 km al sur de la ciudad de México) persiguió y atacó
a estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa (257 km al sureste de Iguala). En
dicho enfrentamiento habrían resultado heridos periodistas y civiles (Greko, 2016).
Témoris Greko, periodista independiente realizó en 2016 un documental que buscaba
desmentir la versión oficial sobre la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela
Normal de Ayotzinapa, Isidro Burgos, ubicada en el Estado de Guerrero. El periodista afirma
en este video que el ejército estuvo involucrado en la desaparición forzada de estos jóvenes.
Existen diversas hipótesis sobre la causa, la más importante es que en el autobús que los
estudiantes tomaron para acudir a la marcha en conmemoración de la matanza de estudiantes
en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, estaba cargado con mercancía de amapola, de forma
oculta e ilegal, con lo cual tanto miembros del crimen organizado como integrantes del
ejercito acudieron a detener al autobús, aprovechando para causar terror entre la población,
matando y desapareciendo a algunos de los jóvenes.
El documental de Greko evidencia que el Ejército y otras autoridades de gobierno como el
Centro de Investigación y de Seguridad Nacional (Cisen), la Procuraduría General de la
República (PGR), la Policía Federal y la Policía del Estado supieron la presencia de los
normalistas y le dieron seguimiento en tiempo real desde su llegada (…), durante los ataques
y su detención-desaparición mediante el sistema de vigilancia Centro de Comando,
Comunicación y Cómputo (C-4). De este modo, se descarta la versión oficial, que es que los
estudiantes fueron secuestrados por miembros del crimen organizado y quemados en un
depósito de basura. El documental muestra las evidencias científicas de que eso no pudo
haber pasado y de que las autoridades a más alto nivel, estaban coludidas con esta
desaparición.
En los documentos revisados, tanto en el reporte de la situación de Chihuahua, como en un
análisis de las consecuencias y efectos psicosociales de los sobrevivientes de Ayotzinapa,
encontramos diversos relatos que ponen en juego la experiencia subjetiva de estar al borde
de la muerte, a merced del Otro, en toda su dimensión aniquiladora. En el segundo
documento, encontramos los efectos a mediano plazo en los sujetos sobrevivientes y los
modos que han encontrado para compensar esta amenaza de desanudamiento a su
subjetividad y a su vida psíquica. A continuación, se enuncian los relatos de las
subjetividades en juego, en estos lamentables acontecimientos.
En el documento sobre los impactos psicosociales en los sobrevivientes del caso Ayotzinapa
se recupera diversos testimonios tanto de jóvenes que presenciaron los hechos pero no
corrieron la misma suerte que sus compañeros muertos o desaparecidos, como de las familias
de los estudiantes que no regresaron nunca a sus casas. El diagnóstico psicosocial se realizó
siguiendo las recomendaciones del Grupo Interdisciplinario de Expertas y Expertos
Independientes (GIEI) en materia de atención a víctimas y plantea una serie de
recomendaciones al Estado, para restituir la confianza de las víctimas, así como una atención
y respeto a su dignidad.
Se reconoce además del dolor de la incertidumbre y la ausencia, la impunidad del caso, por
lo que se recomiendan medidas que trasciendan el caso Ayotzinapa y se apunta hacia una
política de Estado, destinada a acciones de búsqueda e investigación de las personas
desaparecidas y a garantizar los derechos de sus familiares.
Se informa además en el documento que en marzo del 2018 el gobierno mexicano se negó a
asumir este documento frente a la CIDH, como base para la generación de planes de atención
y reparación para las víctimas.
El documento surge del dolor y la experiencia colectiva, pero además de esto provee
elementos subjetivos y singulares sobre los modos en que estos sujetos han lidiado con lo
real de la experiencia mortífera y cómo se las han arreglado para sobrevivir a la experiencia.
Se comenta por ejemplo que los estudiantes sobrevivientes son invadidos por imágenes
intrusivas de los ataques, que aparecen tanto en sueños como en estado de vigilia y dan cuenta
de la dificultad para conciliar y mantener el sueño. Uno de los relatos es el de un joven que
iba en el autobús el día de la matanza, era compañero de Julio César Mondragón, quien fue
encontrado muerto, torturado y desollado, sin ojos, cerca del lugar de los hechos al día
siguiente.
“Cuando estuve donde encontraron al compañero Julio César, pinche lugar
desolado, unas cuantas casas por ahí cerca. O sea, ver pues muchas cosas, sentir
muchas cosas, que vengan a tu mente imágenes o hay momentos hasta en los
que como si pasara la pinche película de lo que posiblemente le pasó a los
compañeros por aquí, o sea en tu cabeza como que se reproduce una pinche
película de lo que posiblemente les pasó y pues está canijo [ES8]” (Antillón,
2018: 107)
En el texto el joven relata imágenes que llegan a él sin buscarlas ni desearlas, las describe
como una película de lo que él imagina que pasó. Si bien no podrían ser consideradas en
este contexto como fenómenos elementales, parecería que producen en él un encuentro
con lo real que no puede tramitar de otra forma. Como si verlo en imágenes fuera un
intento por transitar de lo real, a lo imaginario, para producir una experiencia simbólica
que es lo que intenta hacer al expresarlo verbalmente.
Un hecho que destacan los autores e investigadores es que los sobrevivientes se inhiben
al hablar de su experiencia con otras personas que no sean sus propios compañeros,
quienes también vivieron los hechos, esto dificulta la identificación de ellos como
víctimas e invisibiliza la necesidad de un apoyo social y clínico.
Los estudiantes refieren a una parte muerta a partir de aquel día, un vacío y una carga que
consideran que van a tener siempre.
“Se podría decir que estamos por una parte muertos porque, o sea lo que nos sucedió
ahí queda, no te lo pueden quitar, y pues ahí va a estar. Lo bonito sería, es que
alguien llegara y te dijera “No sucedió, no te sucedió eso”. Te quitara todo eso, pero
pues desgraciadamente no, ahí está igual ese vacío que sentimos nosotros y toda la
escuela ahí sigue [ES9]”. (Antillon, 2018: 108).
Parecería haber un intento de disociar la experiencia fuera de sí, de negarla, pero este
mecanismo parecería ser más bien neurótico que psicótico, por la estructura previa del
sujeto. El relato siguiente habla del “desarraigo” en términos de Miller y de su dificultad
para conectarse con otros, que no hayan vivido la misma experiencia.
“Nosotros ya tenemos una idea centrada en que ya no nos importa nada. Mi persona
ya no puede sufrir más daños, mentalmente, porque ya pasó una de las peores cosas
que una persona les pueda pasar, intento de asesinato, intento más que nada de ver
a nuestros compañeros que los querían asesinar, a nosotros. Este trauma que en un
principio sentíamos pero que poco a poco nosotros mismos fuimos analizando, y
llegamos a esa decisión de ya no nos importa nada más que encontrar a nuestros
compañeros más que nosotros mismos, más que seguir adelante, más que poder
seguir uno mismo mediante ese camino, ese camino que nosotros sabemos que nos
va a llevar y nos va a conducir a seguir con esta lucha” [ES9]”. (Antillon, 2018:
108)
En este testimonio se habla de un “nosotros” no de un planteamiento individual. Esto
parecería ser importante en la compensación estructural de los sobrevivientes. Sin
embargo, si existe el relato de un vacío, de un no deseo, de un desierto, en términos
nuevamente millerianos. Pero es aquí donde emerge un deseo colectivo, que es el deseo
de saber la verdad y de que se haga justicia para sus compañeros, como un articulador con
el sentido colectivo, que los engancha y evita de algún modo que se convierta en una
experiencia neurótica o psicótica de desarraigo.
Otra relación interesante que aparece es la del consumo de alcohol, como algo que
desinhibe la expresión de la experiencia y su sentir en torno a ella, algo muy insertado en
lo oral, cuyo vínculo con el goce y lo real aparecería muy probablemente en la estructura
previa, pudiendo intensificarse a partir de esta experiencia traumática. Es de destacar que
el consumo promedio de alcohol en México entre los años 2005 y 2010 incrementó a 5.5
litros de alcohol puro por persona, y la prevalencia de trastornos por su ingesta
(incluyendo la dependencia que éste genera y su uso nocivo) aumentó a 5.2% en la
población masculina y 0.50% en la población femenina. Parecería que es una cuestión
culturalmente arraigada, el expresar sentimientos de dolor solamente cuando están bajo
efectos de esta sustancia.
Pues es que no sé por qué empiezo a hablar de eso cuando estoy borracho pero pues
empiezo, o sea concretamente no sé... Quién sabe, dicen que con alcohol todo fluye,
dicen que con unas copas de más todo sueles hablar. Pero a mí sí se me complica
en sano juicio se me complica. De hecho cuando vamos a las organizaciones y
quieren que yo hable, hablo de todo menos de lo que pasó. Porque de antemano yo
sé que si hablo voy a llorar, hay ocasiones en las que tengo que hablar pero pues yo
sé que a la mera hora quizá ni me entiendan las personas por qué o estar llorando
pero quién sabe por qué se me dificulta... Pues nomás son 14 [desaparecidos] de
aquí de mi pueblo [Tixtla] [Rompe en llanto, llevándose las manos a la cara para
ocultar las lágrimas] [ES9](Antillón, 2018:108).
El alcohol parecería taponear el agujero del vacío y de lo real, es algo que le permite llorar y
hablar de lo ocurrido. Es interesante cuando el sujeto menciona que “nomás” en su pueblo,
sólo son 14, es decir, más de la mitad de los desaparecidos son conocidos suyos, parte de su
comunidad, de sus interacciones cotidianas, de un mundo que ya en sí mismo se cae a pedazos
por sus identificaciones con lo real, con quienes no están y deberían estar, pero también con
la cuestión de que él sí regresó a ese pueblo, mientras otros 14 no, lo cual conlleva de manera
casi inevitable a cierta vivencia subjetiva de culpa, con su correspondiente dosis de
posibilidades depresivas, en los casos donde estructuralmente esto ya estaba organizado de
este modo, lo cual funcionaría como una catalizador de procesos o bien neuróticos o
psicóticos depresivos.
“Al tercer autobús no hubo quien lo defendiera. Nosotros no pudimos hacer gran
cosa, aunque intentamos lo más que pudimos, y salieron con una pinche barretita
los policías hasta que lograron abrir la puerta del autobús, y ahí miramos como los
fueron bajando de uno en uno [Con la mirada perdida, continúa]. El último en bajar
fue Saúl, “el Chicharrón” [Rompe en llanto] [...] Es algo simple eso, si me hubiera
quedado en el tercer autobús quizá estaríamos hablando de 44, quizá estuviéramos
hablando de menos. Pero de una u otra forma yo conozco a mis compañeros y sé
que así como dice la PGR (Procuraduría General de la República) que 3, 5, 10
tipejos, por muy fuertemente armados que estén, para someter a 43, yo sé que no se
iban a dejar mis compañeros. [ES8]” (Antillón, 2018: 108)
Esta posición de culpa, parecería además ser confirmada por la propia comunidad, en
particular por los familiares de los jóvenes muertos y desaparecidos, acentuando
posiblemente una posición depresiva previa en los sobrevivientes.
“En muchas ocasiones pienso en ellos, pero es más el tormento cuando se acercan
los papás a preguntar lo que pasó hasta la fecha. Los últimos días me han dicho:
“Oye pero por qué no agarraste los chamacos que no se los llevaran”. Como si yo
hubiese podido haber hecho algo [...] Lo lógico indica que si yo hubiese podido
hacer algo, pues lo hubiese hecho... “¿Por qué no los agarraste que no se los
llevaran, que se quedaran contigo?”. Pero yo qué pude haber hecho, cabrón, no me
sentía más que una pinche piedra en la mano. Aquellos tenían sus pinches armas y
pues cada quien corrió para donde se le hizo fácil. [ES7]” (Antillón, 2018: 108)
En este testimonio se habla de “tormento” hay algo atormentado en la culpa, algo que no cesa
de doler y que prolonga la experiencia traumática. Como si el lazo social, comunitario
pudiera en algún sentido no contribuir a la elaboración de un sinthome y más bien produjera
un goce constante, de confirmar su propia posición de culpa.
Algo del Otro además es tocado con la experiencia, pues el Otro, que es la autoridad, la
policía, tendría que haberlo cuidado, pero son ellos mismos quienes los matan y los
desaparecen.
“Nosotros sentimos esa rabia todavía. Seguimos escuchando esas detonaciones que
surgían por parte de las armas de fuego de los policías. Teníamos esa rabia y
después en cada actividad que nosotros íbamos, nosotros queríamos encontrar a un
policía y que nos explicara la situación y algunos compañeros querían agarrarse a
golpes con ellos mismos porque en esos momentos eran nuestros enemigos.
Algunos lo siguen siendo pero en esos momentos nosotros la traíamos con todos
los policías. Porque nosotros generalizábamos, porque fueron ellos los que nos
agredieron física y psicológicamente, esa noche del 26 y madrugada del 27 de
septiembre. Sentíamos demasiada impotencia de poder hacer algo, de querer hacer
algo, para ir a buscar a nuestros compañeros. [ES9]” (Antillón, 2018: 108)
En este párrafo el Otro se evidencia con un poder absoluto, sin restricciones al goce, como
un todo. Es el otro de la Ley, representante de ella. Esto les ha generado rabia a los
estudiantes, esta rabia acumulada que muy probablemente tendrá efectos subjetivos en su
vida y en sus relaciones, pero que en otro sentido los pone en una posición más activa y los
saca un poco de la posición depresiva. La rabia podría en casos de descompensación quedarse
del lado de la paranoia, pues muchos de estos sujetos manifiestan que no quieren salir a la
calle y que cuando escuchan ruidos fuertes se tiran al piso.
Otro impacto importante es el de la desconfianza en la Ley, en el orden, la estructura que esta
representa. Si bien como sabemos este rasgo no necesariamente estará presente en el
fantasma de todos los sujetos, si podría pensarse como catastrófico en algún tipo de estructura
psicótica, pues cuando no hay ley, hay algo que debería hacer un “como si”, algo que debería
taponear esta falta, este vacío. El discurso de estos sujetos es de desconfianza y rabia frente
a un Estado, que lejos de representar la ley y cuidar sus intereses y su seguridad, la vulnera.
“Sería difícil recibir algo que venga por parte del Estado hasta, como digo,
anteriormente yo ya no quiero nada de eso, relacionado a eso no, no podría ni hablar.
Si quiero que se nos atienda lo que nos ha producido el trauma, pero no por parte
del Estado, nosotros elijamos en consenso... que lo pague el Estado si acaso. [ES6]”
(Antillón, 2018: 118)
También existen testimonios que dan cuenta de una compensación de la experiencia,
probablemente por la estructura previa y por qué los significantes en juego en el fantasma no
son tan persecutorios. En el testimonio siguiente leemos a un joven que practica baile
folklorico, trabaja e intenta volver a la normalidad, a partir de los semblantes y el lazo social
posible.
“Yo he aprendido a controlarlo al paso del tiempo, yo no me siento tan mal como
al principio. No vivo ya con ese miedo, ya puedo salir, puedo hacer las cosas
regularmente como de costumbre. Como digo, me ha ayudado el folclor mexicano
que he estado practicando, me ha ayudado mucho, el hacer otras cosas, el trabajar
también. Como también trabajo, también me ha ayudado, lo he aprendido a
sobrellevar y pues la verdad mis compañeros no lo sé, no entiendo por qué no
hablan. [ES6] (Antillon, 2018: 118”
Parecería que los jóvenes han construido una identidad a partir de la tragedia, se definen a sí
mismos como “ayotzinapos” y en general todos plantean que no pueden hablar igual ya con
otras personas porque no entienden la experiencia, sólo entre ellos, que lo vivieron pueden
comprenderse.
Pues yo siento que como para relacionarse más sería como entre nosotros mismos,
¿no? Porque pues ahí hablas así, como que más pues hablas bien de todo, porque se
entiende uno y pues sí hablas con otras personas, por decir con nuestros familiares,
pues te entienden pero no saben del todo pues cómo pasó y pues no les cuenta uno
todo así tal cual. Porque haga de cuenta que empiezas a contar y se van
malinterpretando las cosas, ¿no? Se van distorsionando y yo termino mejor por ya
no contarle a nadie. [ES4] (Antillón, 2018:107)
Aparentemente la experiencia se ha vuelto inconfesable, algo de lo imposible de simbolizar,
pero que de algún modo es compartido. Estos casos en los que la violencia es colectiva,
podrían considerarse como un evento que favorece cierto lazo social, el sujeto no está solo
frente a lo real, o al menos, podría sentirse acompañado y más si en esta compañía se
encuentra un sentido que es el de luchar por la verdad y la justicia. También es importante el
tratamiento que se le ha dado a este evento en ciertos sectores, particularmente estudiantiles
e intelectuales.
Otra salida, tendiente al sinthome, parecería ser la de encontrarle un sentido a la propia
experiencia de la violencia, equiparándola con el nacimiento, hay algo en el nacimiento
humano que lo vincula al dolor, a la sangre, al trauma. En este relato parece vincularse con
una especie de purificación, con un nuevo comienzo y una búsqueda de sentido.
Pues en mi persona como he dicho, ¿no? A lo mejor volví a nacer otra vez porque
yo nunca en mi vida me había ocurrido algo así, a lo mejor sí un enfrentamiento me
ha tocado, no hacia mí directamente, hacia mí que yo sea el blanco, no de esa forma.
Es algo que durante toda mi vida voy a recordar y como le dije a mi mamá a lo
mejor volví a nacer, volví a... A lo mejor me dieron otra oportunidad de seguir
viviendo, y si me dejaron vivo fue por algo, es por eso que regresé, a la Normal
porque sí medité mucho regresar o no y dije si me dejaron vivo ha de ser por algo.
[ES6] (Antillón, 2018:117)
Esta idea del renacimiento a partir del dolor, recuerda un tanto la simbología cristiana de
redención del mito sobre Cristo, quien muere torturado en una cruz, para después volver
a renacer, con un sentido de vida distinto, salvador. Hay algo en estos discursos que
podría leerse en ese tono y que en una estructura psicótica podría devenir en un delirio
de salvación. En las entrevistas disponibles no puede leerse ningún elemento de este tipo
y al conversar con una de las autoras del documento, la antropóloga Mariana Mora, ella
comentó que no existe ningún caso documentado de psicosis en la comunidad, aunque
cabe mencionar que de ser así, difícilmente podría ser diagnosticado frente a la carencia
de servicios de atención en salud mental de esta población vulnerable.
Finalmente encontramos un fuerte sentimiento de pertenencia e identidad como víctimas
de una injusticia, presente en todas las entrevistas y que posiblemente también logran
articular, como ya se decía, como un sinthome que da sentido a la vida, al seguir luchando
por la verdad y la justicia. Encuentran en esto una función social. En el documento de
diagnóstico psicosocial encontramos la siguiente frase de los autores:
“Los estudiantes generan fuertes vínculos durante su convivencia en la Normal, así
como un fuerte sentido de pertenencia y cohesión grupal. Por esta razón, la
desaparición forzada de los 43 normalistas ha generado profundos impactos
psicosociales que aparecen de manera reiterada en las entrevistas: “Al final de
cuentas son nuestros compañeros, los queríamos como hermanos y sentimos que
todos eran como de la familia” [ES10]. (Antillón, 2018: 114).
Este testimonio da cuenta de cómo el equipo de antropólogos los ve, aunque también
puede ser un discurso hacia fuera, hacia los otros, o hacia Otro bueno, distinto al que los
victimizó, representado por el Estado. Los estudiantes de Ayotzinapa tuvieron mucha
visibilidad en el mundo y muchas organizaciones les han brindado su apoyo, tanto a
sobrevivientes como a sus familiares, entre ellas, las Abuelas de Plaza de Mayo, de
quienes más adelante se hablará. Cabe mencionar que este sentido colectivo de búsqueda
de la verdad y de justicia ya estaba presente en la comunidad de Ayotzinapa antes de esta
masacre. Ya habían habido víctimas de la violencia del Estado y esta violencia fue casi
fundadora de la comunidad y de la normal Isidro Burgos, ya que en ella se ha gestado
parte del pensamiento revolucionario que ha producido cambios estructurales en México.
Recordemos que ella provienen personajes importantes en la historia de las luchas
sociales como Lucio Cabañas y Genaro Barrientos, como ya se comentó. Esto permite
dar sentido también a un mito fundacional de la razón de ser de ciertas comunidades
rurales donde la lucha social es muy importante y el tejido social comunitario cohesiona
y contiene a los sujetos. En estas comunidades las escuelas normales forman a los líderes
intelectuales y tienen una función liberadora. De este modo los sobrevivientes de
Ayotzinapa serían como un testimonio de esa lucha social y en algunos casos su sinthome
podría estar articulado a esa función simbólica colectiva. Sin embargo, al paso del tiempo
sería natural que la atención deje de estar centrada en ellos, que el movimiento se
desgaste, que reciban menos apoyo, que no se encuentre justicia ni verdad. Entonces los
sujetos tendrían que buscar compensar esta experiencia desestructurante de otro modo,
quizás más singular y subjetivo. Sería función del Estado, por supuesto y de las
organizaciones civiles, estar acompañando esa búsqueda y resarcir el daño que han
recibido.
Sin embargo, a nivel colectivo, tanto de Ayotzinapa como de México, una reparación sería
importante, por su valor simbólico, al hablar de reparación ellos comentan:
La reparación es... la reparación para nosotros sería justicia, verdad y castigo
para los culpables, eso nada más. Saber dónde están, qué es de ellos [de los 43
normalistas desaparecidos], que regresen aquí, que haya una justicia real, una
justicia por lo sucedido que pague quien tenga que pagar. Yo siempre lo he
dicho que pague quien tenga que pagar, que caiga quien tenga que caer. [ES8]
(Antillón, 2018)
Habría que apuntar a dos niveles de reparación, uno evidentemente es singular y la apuesta
es la articulación del sinthome, cada quien a su manera, con sus recursos y su fantasma. El
otro nivel es colectivo, el psicoanálisis también tendría que ser una herramienta de salud
pública y en la educación, como teoría crítica para elaborar nuevos modos de lidiar con la
violencia, con la prevención, con la reestructuración del tejido social.
Hacia posibles modos de compensación y reparación
Definitivamente parecería que es imprescindible que los sobrevivientes de la violencia de
Estado cuenten con el apoyo de instituciones de derechos humanos y de salud mental, que
les permitan restituir el lazo social y rearticular nuevos sentidos y otros semblantes, frente a
los ideales caídos y a la pérdida de la confianza en las personas y las instituciones. El Estado
tendría que encargarse de facilitar esta atención, ya sea de manera directa o bien financiando
organizaciones civiles que funjan como intermediarias. Sin embargo, en los relatos y
experiencias de los tres países, encontramos que no parecería haber forma de reparar el daño
a las víctimas sin la impartición adecuada e imparcial de la justicia. En el caso concreto de
Ayotzinapa, la verdad sobre el paradero de los estudiantes desaparecidos, el juicio legal a
quienes resulten implicados y los cuerpos de los estudiantes, o en el mejor de los casos, los
sujetos vivos, aunque todos sabemos que a estas alturas sería muy difícil.
Un punto que sería muy importante destacar es que todos los entrevistados refieren que no
sienten que puedan compartir la experiencia con personas ajenas al colectivo, por lo que la
atención en términos de salud mental, tendría que ser grupal, y estar destinada a favorecer
los vínculos generados por los estudiantes sobrevivientes y la contención y apoyo entre ellos,
así como el sentido que pueden elaborar y la resignificación de la experiencia tanto en lo
colectivo como en lo singular.
La atención en salud mental tendría que ser principalmente desde un enfoque de salud pública
y colectiva, podría además apoyarse en las acciones políticas y éticas que ellos realizan para
encontrar la verdad sobre el paradero de sus compañeros, además de que el Estado garantice
una justicia restaurativa, es decir, medidas y consecuencias concretas a los perpetradores de
estos abusos, pues este objetivo parece movilizar su deseo, además de ser un prerrequisito
para la reparación subjetiva, como ya se mencionó antes.
Sería además fundamental el trabajo grupal con los familiares de las víctimas y la comunidad
en general para que puedan procesar lo ocurrido, establecer modos de duelo a través de lo
simbólico y encontrar distintos sentidos para darle cauce a la experiencia a nivel comunitario,
que permitan a la comunidad continuar con su existencia, encontrar nuevos modos de deseo
y de lazo social, en los que pueda haber confianza en la ley, pues la carencia de esta considero
que podría ser fatal en las generaciones siguientes, tanto en esta comunidad como en el resto
del país, pues el imaginario social de la desaparición y la impunidad genera crisis sociales
importantes, que ya se han visto en otros países como Colombia y Argentina. En Colombia
en particular, como vimos, la ausencia de una ley legítima ha favorecido el ajuste de cuentas
entre unos grupos y otros, recrudeciendo cada vez más el nivel de violencia perpetrado,
produciendo cada vez más estragos en la población y en la salud mental de los sujetos y las
comunidades, aunque también es cierto que no necesariamente más casos de psicosis.
Parecería que el punto está en cómo el sujeto logra articular eso que le pasa para elaborar un
sinthome, pero además cómo logra producir un anudamiento entre los tres registros.
El lazo social aparentemente es fundamental en esta articulación y aparentemente las
sociedades, aun en plena crisis de violencia, históricamente se las han arreglado para dar
sentido y salida a sus dolores colectivos y producir otras cosas con eso que sucede.
Posiblemente sea necesario articular el psicoanálisis como teoría crítica a la realidad social
de los pueblos latinoamericanos, particularmente aquellos que, como México, Colombia y
Argentina han sufrido la violencia extrema del Estado y de los grupos delictivos amparados
por éste. Habría que seguir analizando no sólo desde el punto de vista clínico, sino también
social, comunitario y educativo estas realidades y sus modos de restituir a la población que
ha sido víctima de estas experiencias como masacres, torturas, desapariciones o
desplazamientos forzados. Si bien no sólo es tarea del psicoanálisis, sí es un principio ético
que tendría que regir el quehacer interdisciplinario y la teoría crítica hacia esos temas y
quehaceres. Finalmente el dolor humano, la violencia, el anudamiento subjetivo, pero
también la salud mental comunitaria es un interés psicoanalítico que, en mi opinión, aun falta
seguir explorando, no sólo desde la teoría, sino también apuntar a la acción y la movilización
como una postura ética y política.
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