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La Pasión de Cristo (2004)
Publicado en abril 17, 2014 / 5
“Fue traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestras culpas.
Por sus llagas hemos sido curados” (Is, 53).
Solamente en el contexto de estas palabras de Isaías puede entenderse en toda su profundidad La
Pasión de Cristo, de Mel Gibson. De hecho, la cinta se abre con esta profecía, la del siervo
sufriente, sobreimpresionada en pantalla.
No se preocupen, esto no es un sermón. Vamos a hablar de cine, pero en toda producción artística
es indispensable contar con la intención del autor, y lo que pretende un director católico como
Mel Gibson con esta película no es sino mover al espectador a rezar. Un análisis de esta cinta, por
tanto, no puede prescindir de una importante consideración religiosa.
Be-mah nishtanah ha-layla ha-zot mi khol ha-layelot (¿Por qué esta noche es distinta a todas las
noches?). Estas son las únicas palabras en hebreo de la cinta (el resto está en arameo y en latín), y
las dice la Virgen María. Se trata de una pregunta ritual que siempre se hace en hebreo, aún hoy,
en los primeros momentos de la cena pascual (Fuente Jesucristo en el cine). La respuesta la da la
Magdalena y es “Porque antes éramos esclavos y ya no lo somos”. Con estas palabras Gibson nos
enmarca perfectamente en la acción que va a tener lugar, pues establece el paralelismo entre la
Pascua judía y la muerte de Cristo: el Antiguo y el Nuevo Testamento. La historia es de sobra
conocida, al igual que los personajes: las últimas horas de la vida de Cristo, desde la oración en el
huerto hasta la resurrección.
Gibson basa el guión en los evangelios y en las revelaciones de la beata Ana Catalina Emmerick
sobre la Pasión, aunque también se toma ciertas licencias que no obstaculizan el tema central de
la película.
En la primera escena, la de la agonía en el Huerto de los Olivos, Gibson nos introduce
perfectamente en el clímax de la historia con una atrevida y excelente fotografía, esa misteriosa
luz azul que inunda la pantalla. Allí vemos un Jesús al que no estamos acostumbrados, que tiene
miedo, al que le caen sudores fríos y de sangre, que apenas puede mantenerse en pie. Vemos más
que nunca su naturaleza humana, que, ante lo que se le viene encima, ruega al Padre para que le
libre de esos padecimientos. También está allí el diablo con forma corporal -una de las licencias
del director-.
“Si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya”.
Haremos ahora un recorrido por la película fijándonos en la interacción entre Jesús y el resto de
personajes, muchas veces en forma de miradas del Salvador. La respuesta a estas miradas
cambia según el personaje.
La primera de ellas se produce en el huerto. Pedro saca la espada para proteger a su Maestro y le
corta la oreja a uno de los guardias, Malco. Entonces, Jesús, ordena a Pedro que suelte el arma y
cura la oreja de Malco. La beata Emmerick dice que, después de su encuentro con Cristo, Malco
estuvo cerca de María aquel día. En sus ojos se ve el reconocimiento de la divinidad de Jesús.
Más adelante, justo antes de que Jesús sea juzgado por el Sanedrín, Gibson echa mano por
primera vez a algo que se hará frecuente durante el filme, el flashback. Con este recurso el
director pretende dos cosas. La primera, completar la explicación del sentido de la muerte de
Cristo. La segunda, darle “respiros” al espectador, pues todos los flashbacks son escenas de
alegría y de paz que contrastan con la tensión y el sobrecogimiento del espectador ante los
episodios la Pasión. En este caso se trata de la deliciosa escena en el taller de Jesús.
“- Mesa alta, sillas altas.
- Esto nunca va a estar de moda”.
Acabado el juicio ante Caifás, una vez que Jesús ya ha sido condenado a muerte, tienen lugar las
tres negaciones de Pedro. El apóstol asegura por tercera vez no conocer a Jesús y es entonces
cuando ve la mirada dolida de su Amigo. El director sigue en este pasaje el relato del evangelista
San Lucas: “El Señor se volvió y miró a Pedro” (Lc 22, 61). Pero el apóstol, a pesar de haber
cometido tan grave traición a su Maestro, a diferencia de Judas, no se abandona a la
desesperanza, sino que busca auxilio en María.
“Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres”.
María, refugio de los pecadores.
Jesús ya ha sido juzgado y condenado a muerte. Cuando el patio de la casa de Caifás se ha
vaciado, la Virgen, San Juan y María Magdalena se quedan solos. Gibson nos muestra entonces,
de forma simbólica, la conexión entre Jesús y su Madre. María se dirige a un sitio concreto y
apoya la cara en el suelo. La cámara baja perpendicularmente, como adentrándose en la tierra,
hasta llegar al sitio exacto donde Jesús espera el juicio ante Pilato. Es la identificación de ambos
con la voluntad del Padre: a pesar del dolor, ambos aceptan la Pasión para la redención del
género humano.
Jesús es llevado ante Pilato. Hristo Sopov, el actor que encarna al procurador romano, refleja a la
perfección la lucha interior del personaje por tratar de liberar a Cristo. También vemos las dudas
del personaje con su pregunta a Jesús en el pretorio: Quid est veritas? Pilato le transmite sus
inquietudes a Claudia, su mujer, y ésta intenta convencerlo de que no condene a Jesús.
Un autor anónimo de la Edad Media respondió la pregunta de Pilato usando las mismas letras:
- Quid est veritas? (¿Qué es la verdad?)
- Est vir qui adest (Es el varón que tienes delante).
Uno de los intentos del gobernador por conseguir que los judíos dejen de pedir la crucifixión para
Jesús es darle “un castigo severo, pero sin permitir que lo maten”. Con ello pretende que al
mostrárselo al pueblo, este se apiade ante las heridas de Jesús.
La flagelación es sin duda la escena más dura de toda la película. No se le oculta nada al
espectador, hasta el punto de que algunos han puesto el grito en el cielo por la crudeza de las
imágenes. Aunque no estoy del todo de acuerdo con ellos, sí que pienso que hay un par
de momentos que sobran (el flagelazo que se incrusta en el costado de Cristo y el que le da en la
frente). Pero en general, no es una escena sensacionalista sino realista. En esta secuencia se
suceden dos miradas significativas. Justo antes de empezar a recibir los golpes, Jesús levanta la
los ojos al cielo, dirigiéndose al Padre. La flagelación empieza con treinta golpes dados con varas
de madera, al cabo de los cuales vemos a los verdugos recuperando el aliento y a Jesús postrado
en el suelo. En ese momento, llega la Virgen. Jesús la mira. Y se levanta.
“Mi corazón está preparado, Padre”.
María mira a Jesús…
… y Jesús mira a su Madre.
Ante la increíble resistencia de Jesús, los soldados cambian las varas de madera por los flagella,
unas correas acabadas en bolas de plomo sin pulir y en hierros cortantes. Durante esta parte de la
flagelación vuelve a aparecer el demonio en forma corporal. Este, lleva en brazos a un niño
monstruoso, que representa el pecado.
“Hijo mío, ¿cuándo, dónde, cómo decidirás librarte de todo esto?”.
“Ecce Homo”.
Avanzamos hasta cuando Cristo, después de que Pilato desista y se lave las manos, carga con la
cruz. Me fijaré solo en algunos detalles. El primero de ellos, el “duelo de miradas” entre María y
Satanás, cada uno a un lado de la calle por donde pasa Jesús llevando la cruz. La Inmaculada
contra el Príncipe de la mentira. La Llena de gracia se enfrenta al padre del pecado.
“Establezco hostilidades entre ti y la Mujer, entre su estirpe y la suya”
(palabras a la serpiente en el Génesis 3, 15).
En medio del camino hacia el Calvario, Gibson nos regala, al menos en mi opinión, la escena más
bella de la película: el encuentro de Jesús y de María. Lo hace, de nuevo, apoyándose en un
flashback. María ve caer a Jesús con la cruz y recuerda a un Jesús niño que se cae mientras está
jugando. La música acompaña a la Virgen que corre hacia el Señor y le dice las mismas palabras
que en aquella ocasión en Nazaret, “Aquí estoy”. Jesús mira a su Madre y dice:
“¿Ves, Madre? Yo hago nuevas todas las cosas”
Uno de los legionarios repara en la escena. Se queda pensativo mirando a María. Al final de la
película, será uno de los personajes que acaben creyendo en Jesús. De la secuencia se deduce de
nuevo la idea de que María nos lleva a Jesús.
Nada más separarse de su madre, Jesús se levanta, mira al Cielo, en un gesto que reafirma al
espectador en que el Salvador acepta la voluntad del Padre.
Otra de esas miradas del Señor es la que dirige a Simón de Cirene. Este personaje es forzado a
ayudar a Jesús a llevar la cruz. En un principio, su reacción es de repulsa, pero a medida que va
conociendo a Jesús se da cuenta de que el hombre que tiene delante no es un hombre cualquiera.
Jesús ha llegado al Calvario, pero está destrozado y no puede ponerse en pie. El cireneo baja la
colina entre sollozos, y mientras él baja, la Virgen, San Juan y la Magdalena coronan el Gólgota.
Jesús ve llegar a su madre y, como sucediera antes durante la flagelación, su visión le devuelve
las fuerzas y el Salvador se incorpora.
Los soldados rasgan la túnica de Jesús y Gibson introduce el último flashback, esta vez
remontándose solo unas pocas horas, hasta la última cena. Allí, Cristo instituye la Eucaristía, que
no es otra cosa sino el memorial de su Pasión. Gibson compone un relato muy eucarístico con
esta escena.
“Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”.
Después de tres largas horas de agonía, Jesús entrega el espíritu. Como se cuenta en el Evangelio,
Gibson nos enseña el velo del templo rasgándose y el temblor de tierra, pero añade una licencia
muy interesante. Es el demonio dando un alarido de rabia. Sabe que ha perdido, Cristo ha vencido
al pecado y a la muerte y nos ha dado la libertad de los hijos de Dios.
El cadáver de Jesús es desclavado y descolgado de la cruz. María lo toma en sus brazos y,
rompiendo todos los cánones del cine, mira directamente al espectador, como diciéndole: “Aquí
está. Mírale. Lo ha hecho por ti”.
La cámara se va alejando lentamente y nos muestra una pietá sangrante. Para mí, el mejor plano -
tanto simbólica como técnicamente- de la película.
“El castigo de nuestra salvación pesó sobre Él y en Sus llagas hemos sido curados”.
Pero este no es el final…
En resumen, una película excelente. ¿Real? Por supuesto. ¿Demasiado violenta? No lo creo
(salvo los dos detalles mencionados de la flagelación). La fotografía es cautivadora, sobre todo en
el huerto de los olivos y en el Calvario.
El ritmo es muy adecuado, pues Gibson sabe comprimir muchas escenas sin que parezcan
atropelladas (sin dejarse ninguna de las catorce estaciones del vía crucis) y repara en la necesidad
del espectador de “respirar” de vez en cuando.
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La banda sonora es perfecta acompañadora. Majestuosa, cuando se levanta la cruz y se deja ver al
Rey de los judíos. Inquietante e incluso irritante, en las escenas del huerto y en las de Judas.
Épica, como en la Resurrección. Pero también cálida cuando hace falta. Cabe destacar la
música en la escena del encuentro entre Jesús y María.
Jim Caviezel encarna a la perfección a Jesús, tarea nada fácil, sencillamente porque sabe no
estorbar (cuántos “Jesuses” del cine nos han decepcionado). Pero la mejor interpretación de la
película es, sin ninguna duda, la de Maia Morgenstern, pues es capaz de transmitirnos dos valores
en principio contrapuestos, la amargura de una madre que ve morir a su hijo y la serenidad de
quien sabe que lo que está sucediendo es para la redención del hombre. Esta película no se
entiende sin María.
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@cerverajaime
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