CRITICÓN, 101 , 2 0 0 7 , pp. 89-107 .
La construcción del personaje en el Quijote y el Guzmán
José Manuel Martín Moran
Università del Piemonte Orientale
Las relaciones entre Alemán y Cervantes fueron, si hemos de creer a lo más granado
de la crítica, pésimas en lo personal y antagónicas en lo literario. «El Quijote surgió
c o m o reacción contra el Guzmán de Alfaracbe», afirmaba categóricamente en 1 9 6 6
Américo Castro 1 . Unos años más tarde, Lázaro Carreter matizaba algo más la idea:
Cervantes advirtió con perspicuidad genial las amenazas que el Guzmán implicaba contra el arte de narrar: el relato inorgánico, la monotonía del héroe, la moralización, y la imposición al lector de una sentencia definitiva sobre el mundo2.
El Quijote, por tanto, sería la respuesta cervantina al Guzmán, en opinión de Riley 3. Con m a y o r comedimiento recoge la tesis de Cas tro Gustavo Alfaro, para quien «el Guzmán le sirve a Cervantes de catal í t ico» 4 , pero el que Cervantes escribiera el Quijote a partir de la obra de Alemán le resulta a él también indiscutible. L a opinión que a Cervantes le merecía el Guzmán resulta evidente, según los críticos en la estela de Castro, en el episodio de Pasamonte. N o estará de más recordarlo:
—Sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares. [...] [El libro] es tan bueno que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen. — ¿ Y cómo se intitula el libro? —preguntó don Quijote.
1 Castro, 1966, p. 66. 2 Lázaro Carreter, 1972, p. 227. 3 Riley, 1981 , pp. 11-12. 4 Alfaro, 1971, p. 31 .
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—La vida de Cines de Pasamonte —respondió el mismo. — ¿ Y está acabado? —preguntó don Quijote. —¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras. —Luego, ¿otra vez habéis estado en ellas? —dijo don Quijote. —Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho —respondió Ginés—; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro. (I, 22, pp. 242-243) 5
Pasamonte, con perspicacia de historiador de la literatura, identifica tempranamente el género picaresco y denuncia, en opinión de Guillen y Ruffinatto 6 , su pretensión de verdad histórica, siendo como es un relato que debe mucho a la tradición narrativa oral y escrita. Denuncia también la inconsistencia del punto de vista autobiográfico del narrador de la picaresca, que pretende contar una vida antes de que esté terminada 7 . Una parte de la crítica ha juzgado oportuno concretar aún más el blanco de la crítica de Pasamonte y, a partir de ciertos detalles narrativos y la obliteración del picaro por excelencia 8 , ha visto en la condición de galeote escritor de Pasamonte una referencia indirecta a Guzmán de Alfarache 9 —de quien sería una parod ia 1 0 —, en el personaje mismo la transposición grotesca del propio Alemán 1 1 y, en sus palabras , una crítica acerba, aunque no inmediata, al Guzmán. En mi opinión, no hay por qué emplear la baqueta del zahori en busca de aguas profundas, corriendo ríos cristalinos en superficie. En otras palabras: no veo la necesidad de llegar a establecer a partir del episodio de Pasamonte el grado de enemistad de Cervantes con Alemán, o el grado de dependencia del Quijote del Guzmán; el comentarista podría darse por satisfecho con la constatación del paralelo entre los dos personajes y el curioso silencio sobre el picaro paradigmático, sin entrar en dibujos acerca de su connotación positiva o negativa, algo que, por cierto, evitaba hacer, con suma prudencia, Clemencín, el primero en señalar el paralelo y el olvido: «si es [...] elogio o más bien censura de la obra de Mateo Alemán, son dudas que ocurren, pero imposibles ya de apurarse» 1 2 .
Era el Pasamonte real un soldado apicarado que había escrito su autobiografía y tenía experiencia del remo en las galeras, aunque no en las galeras patrias. Cervantes lo había encontrado en Lepanto y tal vez, aunque lo más probable es que no, en Argel; del
5 Con la numeración entre paréntesis haré referencia a la parte, el capítulo y la página correspondientes de la edición del Quijote del Instituto Cervantes, dirigida por F. Rico, Barcelona, Crítica, 1998.
6 Guillen, 1967, pp. 227-228; Ruffinatto, 2 0 0 1 , p. 17. 7Casalduero, 1973, p. 156. 8 Bataillon, 1973, p. 227 , achaca el silencio de Pasamonte sobre el Guzmán a la envidia de Cervantes por
Alemán a causa de su reciente éxito editorial. 'Gu i l l en , 1967, p. 228; Molho, 1987, p. cvii. 1 0Riley, 1990, p. 57. 1 1 Véase Alfaro, 1971, p. 28; Márquez Villanueva, 1991 , p. 154. n Nota 39 , p. 1220b al capítulo I, 22 de su edición del Quijote, 1993 . Véase también la nota 4 1 ,
pp. 1220b-1221a.
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conocimiento de la persona y el manuscr i to 1 3 surge el episodio que ahora comentamos,
con una pequeña alteración respecto a lo que se sabe de la vida de Pasamonte —que
poco o nada pudo haber complacido al interesado— como es la de condenarlo a galeras
por dos veces, por sus delitos, y no por sus servicios a la patr ia 1 4 . En fin, si el detalle del
galeote delincuente invitaba a apartar la mirada del Jerónimo real y a buscar por otros
derroteros la identificación del Ginés l iterario, no necesariamente apuntaba hacia
Guzmán de Alfarache, el cual una sola vez había visitado las galeras del rey. Por todo
ello, parecería más oportuno interpretar el personaje de Ginés de Pasamonte c o m o una
a m a l g a m a de elementos que provienen, por un lado , del Guzmán, c o m o su
identificación c o m o p i c a r o 1 5 , su inclusión en la cadena de galeotes, o la alusión a «las
manchas que se hicieron en la venta» (I, 2 2 , 2 4 4 ) , trasuntos probables de análogos
elementos del Guzmán, donde el comisario se aprovecha del robo de Guzmán en la
venta (II, m , 8 ) l é ; y, por el o tro lado, del conocimiento directo por parte de Cervantes
del Jerónimo real y sus memorias, que explicaría el nombre del galeote y su afán por
diferenciar su obra del género picaresco. Sus afirmaciones sobre la picaresca, si por una
parte revelan efectivamente una precoz conciencia del género, por la otra no cabe duda
de que responden a esa intención de afirmar su orgullo de autor. Para ello, subraya las
diferencias entre la pseudoautobiografía picaresca y sus memorias: él cuenta verdades y
no mentiras, c o m o los picaros narradores , pues, en definitiva, su relato se funda en el
pac to autobiográfico que identifica al protagonista con el narrador y a éste con el
autor 1 7 , algo que no pueden decir los autores de la picaresca. Además, Pasamonte , a
diferencia de Guzmán, va escribiendo a medida que vive y no al final de un ciclo de vida
a modo de confesión 1 8; relata lo sucedido, sin orientarlo a la exposición de una tesis; la
t rama que cuenta no posee un final p r o g r a m a d o , porque no le interesa, c o m o a
Guzmán, que al final el lector llegue a entender por qué el protagonis ta se ha
transformado en narrador. Aquí el personaje parece contradecirse: antes ha dicho que
no está acabado el libro porque él aún tiene vida y ahora dice que piensa acabar lo
próximamente. A los críticos mencionados se les ha pasado por alto el desmentido de la
imposibilidad de la autobiografía y por eso argumentan que Pasamonte desvela la
inconsistencia del punto de vista autobiográfico. En realidad, Pasamonte hace un chiste,
basado en la paradoja del muerto que escribe su propia vida, un chiste que quiere ser
ingenioso (y tal le considera don Quijote, el cual comenta: «Hábil pareces», p. 2 4 3 ) y
cuya adherencia a su caso , y por tanto su pertinencia c o m o metro de medida para la
picaresca, él mismo desmonta cuando anuncia el próx imo remate de su obra.
Sea como fuere, lo que parece evidente es que en estas palabras del galeote se puede
vislumbrar la defensa de un modelo narrativo abierto, sin una tesis que defender, ni una
1 3 Una primera versión del manuscrito de 38 capítulos había circulado por la corte antes de ser publicado en la versión definitiva de 60 capítulos, si hemos de dar crédito a lo que asegura Martín Jiménez, 2 0 0 1 , p. 57.
"Véase Martín Jiménez, 2 0 0 1 , p. 13. 1 5 Ayala, 1965 , p. 4 0 , ve en la historia de Ginés de Pasamonte, que reaparece en la segunda parte como
Maese Pedro, una suerte de novela picaresca en filigrana en el Quijote. 1 6 Véase Clemencín, nota 41 pp. 1220b-1221a al capítulo I, 22 de su edición del Quijote, 1993; con la
numeración entre paréntesis haré referencia, en este orden, a la parte, el libro, el capítulo y la página correspondientes de la edición del Guzmán de Alfarache de José María Mico, en Cátedra, 2000 .
1 7 Esa es la conocida definición de Lejeune, 1975, p. 48; véase también Pozuelo Yvancos, 2006 , pp. 25-31 . 1 8 Véase Ullman, 1979, p. 548 .
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moral que extrapolar, e incluso, si se me apura, sin una línea unitaria de sentido; modelo
que, dicho sea de paso, parece haber inspirado el relato del Quijote. Me serviré de estas
consideraciones de Ginés de Pasamonte, para sentar la base de mis reflexiones acerca de
las dos diferentes técnicas de construcción de los personajes en la picaresca, por un lado,
y concretamente en el Guzmán de Alfarache, y en el Quijote, por el otro . La diferencia
sustancial estriba, a mi modo de ver, en la perspectiva desde la que los personajes son
vistos por el narrador: en el primer caso se les ve c o m o instrumento de un diseño
preconcebido, y entonces sus componentes internos han de responder y evolucionar
conforme a ese diseño, y en el o tro se les ve c o m o máquina productora del diseño
mismo.
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Antes de analizar los componentes específicos de los personajes, me detendré en el análisis de la perspectiva desde la que se nos presentan. Alemán construye su personaje a partir de una visión extralocal, para decirlo en palabras de Bacht ín 1 9 , desde la distancia de la otredad transgrediente: el Guzmán galeote arrepentido mira para atrás y analiza su vida anterior. Cervantes, por su parte , sitúa también al narrador en una posición extralocal respecto a su personaje, pero, a raíz de la entrada en escena de Sancho y la consiguiente preponderancia del diálogo, comienza a presentarnos a don Quijote desde una visión cercana a la intralocal. N o podemos decir que el caballero nos desvele su intimidad, pero sí que a través del diálogo apreciamos en toda su profundidad su subjetividad.
A Guzmán lo vemos desde fuera de sí, desde otro él, en el futuro. A don Quijote, también desde el futuro del segundo autor que investiga su vida, pero es éste un futuro «técnico», que no asume en su localización las consecuencias del transcurso del tiempo, como en cambio sí hace el futuro del narrador alemaniano, el cual necesita del paso del tiempo para construir su posición sobre los hechos narrados. Dada la convencionalidad de la narración ulterior del Quijote, el narrador podrá anular la distancia temporal y llevar el punto de vista narrativo a la contemporaneidad de la acción, hasta hacer percibir la vivencia directa de los personajes por medio de sus conversaciones. Esta diferencia en el modo de instalar en el tiempo a los personajes por parte de los dos autores se percibe claramente en sus respectivas obras. En el Quijote el narrador sitúa la acción en un presente imperfecto, abierto, en el que los desarrollos futuros aún están por determinar. Así nos presenta el narrador la aventura de los batanes:
Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido, de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba; añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban. (I, 20, 208)
La negación del punto de vista orientado por la colocación ulterior de la narración
respecto a los hechos resulta evidente en la ocultación en las palabras del narrador de la
banalidad de la aventura, que sólo será desvelada al lector en el final del episodio. De
Bachtín, 1988, p. 14.
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este modo, la acción queda anclada en un presente inconcluso, al que se le niega incluso la perspectiva de futuro («ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana l legaba»), para afirmar aún más su total apertura a cualquier desarrollo y prepararla para su saturación con las vivencias de los personajes. En el Guzmán, en cambio, ya todo ha sucedido; todos los actos pertenecen a un pasado clausurado, en el que la voz del narrador se desplaza cómodamente hacia atrás y hacia delante, sin dejar nada al azar. Dice el narrador del dinero que Guzmán se lleva a España desde Italia:
Estimábalo en poco y guardábalo menos, empleándolo siempre mal. Era dinero de sangre: gastábalo en sepulturas para cuerpos muertos, en obras muertas y mundanos vicios. En tal vino a parar, pues ello se fue con la facilidad que se vino. Perdílo y perdíme, como lo verás adelante. (II, m, 1, 336)
Verdad es que hay un momento en que el punto de vista temporal de la narración del
Guzmán se traslada a un presente imperfecto, como los que encontramos tan a menudo
en el Quijote. Sucede en un comentario del narrador al episodio del robo del baúl:
Ellos andan allá en su negocio; volvamos agora un poco a el mío, y quiera Dios que en el entretanto el hurto parezca. (II, i, 8, 140)
Pero se trata de un caso único en la perspectiva temporal del narrador, motivado por
el uso de una técnica oral de implicación del oidor en la narración.
La técnica autobiográfica impone la visión retrospectiva y limitada, y la búsqueda de
un sentido que dé cuenta de la conversión de Guzmán en narrador; que explique, en una
palabra, el origen de los elementos de sentido que conforman la posición desde la que
narra su vida. Será útil recordar, en este punto, la descripción del nacimiento del punto
de vista transgrediente, según Bachtín:
Cuando los reflejos [de los elementos transgredientes] adquieren espesor en la vida [...], se convierten en puntos muertos del proceso de realización personal, un freno, y a veces se condensan hasta hacer emerger de la noche de nuestra vida a un sosias20.
Ese doble hablador que es el Guzmán adulto surge, literalmente, de la noche a la mañana:
En este discurso y otros que nacieron del, pasé gran rato de la noche, no con pocas lágrimas, con que me quedé dormido; y cuando recordé, hálleme otro, no yo ni con aquel corazón viejo que antes (II, m, 8, 506) .
El momento en que el o tro se posesiona del yo, en que el doble interno prevalece
sobre el protagonista, es el momento en que la t rama se agota. Al mismo principio de
semántica narrativa responde el final del Quijote, cuando Alonso Quijano se posesiona
de don Quijote. Las dos obras disuelven el conflicto de su protagonista con el mundo en
una recuperación de la lucidez por parte del yo: lucidez moral en Guzmán y lucidez
intelectual para don Quijote, libres los dos para siempre de las sombras del vicio y la
20Bachtín, 1988, pp. 15-16. La traducción es mía.
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locura. La desconstitución de los protagonistas en cuanto vectores de un conflicto con el
mundo desactiva el motor principal del relato. El final era obligado para los dos relatos,
a pesar de su arbitrariedad que nada hubiera gustado al Pinciano 2 1 — n o hay una
progresión que explique la conversión de G u z m á n 2 2 , y t a m p o c o la hay p a r a la
readquisición de la lucidez por Alonso Qui jano 2 3 —, visto que la acción surgía de la
constitución del agente conflictivo en razón de su visión distorsionada del mundo y sus
principios: el hidalgo loco que se cree caballero y el marginado que escurre el bulto a la
norma. En ese sentido, las dos obras se podrían incluir en la línea de la novela de
costumbres 2 4 que halla origen en El asno de oro y que funda su trama en la denuncia de
los vicios de las varias clases sociales a partir de la visión ingenua de un protagonista
errante.
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Y ya que hablamos de su constitución c o m o personajes, trasladémonos al principio
de sus respectivas carreras. Los dos personajes se crean a sí mismos; existían antes con
otra identidad, pero ningún momento de esa existencia interesa al relato. El cambio de
identidad queda corroborado en ambos por el cambio de nombre, que ellos mismos, a
solas, se eligen. N o necesitan ni padre ni padrino para su bautizo; más aún, la elección
del nombre propio conlleva la negación del nombre del padre, y con ella la de la
instancia de la autoridad social 2 5 . A partir de entonces, los dos personajes son libres de
interpretar su sujeción a la norma según la circunstancia y el interés del momento.
A los dos el nombre les pergeña una fisonomía social de elevada alcurnia (caballero
andante y noble de los godos) y les prepara para afrontar el mundo: Alonso Quijano
adapta el suyo al molde de Lanzarote, le antepone el «don» de caballero y le pospone el
de su origen, a imitación de Amadís. Don Quijote se dota del contenedor de sus hazañas
en la boca del mundo admirado, y expone en él a los cuatro vientos su voluntad de ser y
su origen; Guzmán, en cambio, el origen lo oculta, fingiendo declararlo:
Para no ser conocido, no me quise valer del apellido de mi padre; púseme el Guzmán de mi madre y Alfarache de la heredad adonde tuve mi principio. (I, i, 2, 160)
Los dos han operado con instrumentos parecidos: la traslación semántica ha hecho
que el hidalgo se atribuyera c o m o nombre el de una pieza de la armadura de bajas
connotaciones; la traslación funcional ha permitido a Guzmán usar como nombre lo que
era un patronímico comprometido por falso. En ambos casos la operación ennoblece el
2 1 «Trayendo socorro del cielo, no queda la acción tan verisímil como cuando humanas manos lo obran» (Alonso López Pinciano, Philosophía antigua poética, 1973, vol. I, p. 91).
2 2 Del Monte, 1971 , p. 86; Lázaro Carreter, 1972, p. 2 1 5 . 2 3 Don Quijote, por loco, no puede crecer; es la idea que en los albores del cervantismo sostenía Charles
Sorel, L'Anti-Roman ou l'histoire du berger Lysis, accompagnée de ses remarques, 1633, y que dos siglos más tarde reitera Valera, 1928, p. 46 y ya en tiempos más recientes Sletsjóe, 1961; Robert, 1972, pp. 177-178; Martínez Bonati, 1978, pp. 319-320; Martín Moran, 1992.
2 4Bachtín, 1979, p. 258 . 2 5 Para una lectura del Guzmán como «novela familiar» del «bastardo edípico» véase Cavillac, 1994 ,
pp. 26-41; para su aplicación a toda la picaresca ver Molho, 1984, y, para su validez en el Quijote, Robert, 1972.
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nombre y oculta la identidad primera, con escaso éxito para el interlocutor agudo, que podía escuchar tras el «Quijote» el «Quijano» del hidalgo pobre y tras el «Guzmán» vacilante la ignominia de la doble paternidad. Tanto es así que cuando el picaro necesita mayor certificación de su persona se atribuye un nuevo nombre: Juan de Guzmán (I, n , 9 , 3 5 7 ; II, ii, 6 , 2 5 9 ) , que se convierte así en el instrumento para alcanzar un nuevo estatus; se lo pone para algo. Cuando don Quijote se cambia de nombre lo hace, en cambio, c o m o resultado de un proceso previo: la pérdida de las muelas da lugar a «El Caballero de la Triste Figura» y la batalla con los leones a «El Caballero de los Leones»; se los pone por algo.
E n todo caso , en ambos , aunque con motivaciones diferentes, se percibe una tendencia a hacer inestable el nombre, correlativo formal de la voluntad de ocultación del propio origen. A decir verdad, la inestabilidad del patronímico se percibía ya desde la prehistoria de los personajes, con vacilaciones entre el Quijada, Quesada o Quijana iniciales:
Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». (I, 1, 36-37)
Las vacilaciones se resuelven en el Quijano final: «yo no soy don Quijote de la Mancha , sino Alonso Quijano» (II, 7 4 , 1 2 1 7 ) . En el caso de Guzmán, más que ante la inestabilidad del patronímico nos hallamos ante su total ausencia en los orígenes del personaje, el cual ha tenido dos padres, de los que nunca se dice el nombre:
por la cuenta y reglas de la ciencia femenina, tuve dos padres, que supo mi madre ahijarme a ellos y alcanzó a entender y obrar lo imposible de las cosas. (I, I , 2, 157)
Guzmán tampoco se puede certificar plenamente del apellido de su madre , aunque luego lo use sin cuestionarse su vericidad, pues, confiesa el picaro adulto:
Si mi madre enredó a dos, mi abuela dos docenas. [...] Con esta hija enredó cien linajes, diciendo y jurando a cada padre que era suya. (I, i, 2, 160)
Claro que, desde la lógica interna del relato, que es la que a mí me interesa aquí, el conflicto con la propia identidad, incluso con la que los personajes se confieren a sí mismos, está en función de su programa de vida y de su desarrollo futuro. En el caso de don Quijote, la lucha con el nombre se la impone la meta elevada a la que aspira; en el de Guzmán, la conveniencia de usar un nuevo revelador de identidad para una nueva situación. Don Quijote se va forjando a sí mismo, en su opinión; Guzmán se va forjando su situación social. En un caso, se trata de un efecto de la voluntad; en el o tro , de la necesidad. Y esos son, al fin y al cabo , los motivadores originales de sus acciones: don Quijote quiere ser uno más de los caballeros andantes de los libros y Guzmán huye de una situación de miseria. Tanto el uno como el o tro encontrarán un mundo hostil a la voluntad y a la necesidad, y deberán afrontarlo con sus escasos medios iniciales, los que les proporcionan sus visiones deficientes de la realidad, a causa de su locura y de su ingenuidad.
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Los sucesivos fracasos de Guzmán y don Quijote, contrapunteados de algún que otro
éxito, exigen la reconstrucción de sus programas de acción; don Quijote se servirá para
ello de los encantadores, un instrumento disponible en su cultura caballeresca; Guzmán,
por su parte, encaja, asimila y se muda, mientras el narrador adulto incorpora la lección
part icular al discurso general. También don Quijote e labora discursivamente su
experiencia, dando muestras por lo general de cordura y buena inteligencia, cuando no
se le trata en materia de caballerías. De ese modo, a las acciones de los protagonistas les
acompaña su traducción cultural en discursos, que ha de servir, en el caso del Guzmán,
para integrar el episodio en el sentido último del que es portador el narrador , el propio
Guzmán reformado; en el caso del Quijote, para contrastar una visión del mundo con
otra u otras diferentes. En un caso, el diálogo es in absentia, diacrónico, y sin dialéctica
de pareceres; en el otro , in praesentia, sincrónico y dialéctico, por lo general 2 6 .
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Para Guzmán es importante que no queden cabos sueltos; ha elegido determinados
episodios de su vida y no otros (el nacimiento de la amistad con Pompeyo [II, i, 7, 1 3 2 ] ,
por ejemplo, queda excluido del relato), porque ilustran las verdades doctrinales con las
que los introduce y al final de ellos ha de asegurarse que su sentido quede completo ,
cerrado y perfectamente engarzado en su sermón a favor de «la posibilidad de la
salvación del más miserable de los hombres» , según la conocida síntesis de Enrique
M o r e n o Báez 2 7 . Se diría que la intención del Guzmán adulto es la de ajustarle las
cuentas al tiempo, poner orden en la enmarañada madeja del mundo. El uso que hace de
la estructura binaria de reiteración de episodios, con situaciones análogas e incluso con
los mismos personajes, en los que ocasionalmente la segunda recurrencia desvela
explícitamente su derivación de la primera, parece confirmar esta interpretación. A la
ventera que sirve huevos empollados al hambriento niño (I, i, 3 ) , el narrador le da su
merecido en la escena siguiente (I, i, 4 ) , con la paliza que le propinan los dos huéspedes
sucesivos; es más, Guzmán adulto se preocupa de aclarar que el niño fue informado de
la némesis diegética. La nocturnidad y alevosía con que el pariente genovés se burlaba
del joven Guzmán (I, m , 1) debió de parecerle insoportable al adulto en su universo
moral bien ordenado y por eso urdió su venganza y la ejecutó en lo que más le podía
doler al genovés: sus riquezas (II, n , 8 ) . Huye Guzmán a España en una galera,
disfrutando del favor del capitán, cargado de las riquezas allegadas en un par de hurtos
con astucia (II, n, 9 ) ; en justa correspondencia, su segunda mujer lo abandona por los
favores de un capitán de galera, llevándose consigo a Italia todas las riquezas de la
familia (II, m , 6 ) . La enumeración de estos paralelismos entre episodios del relato podría
continuar, sin añadir nada a lo que me interesa subrayar: que la voluntad de clausurar el
sentido moral de la historia obliga al narrador adulto a ejercer su derecho a la justicia
poét ica, reactual izando un episodio análogo al primero para poder cast igar a los
culpables con sus mismas armas.
2 6 La diferencia entre Alemán y Cervantes, según Castro, 1966, p. 82 , es la que pasa entre el monólogo y el diálogo.
2 7 Moreno Báez, 1948, pp. 84-85.
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De muy diferente tono y finalidad son las reiteraciones de episodios según la
estructura binaria en eco en el Quijote; como creo haber demostrado en otro lugar 2 8 , la
finalidad primordial del recurso parece ser la de conferir al relato la coherencia textual
que el fragmentarismo le niega. El uso que Cervantes hace de él se diría que apunta más
a finalidades estructurales que a integraciones semánticas, como en el uso alemaniano.
Pero hay un par de paralelismos entre escenas que apuntan a una específica cualidad del
relato cervantino, que nos interesa observar de cerca . M e refiero a los regresos de
Andrés (I, 4 y I, 3 1 ) y de Tosilos (II, 5 6 y II, 6 7 ) , que no tienen aparentemente otra
finalidad que la de poner en conocimiento de don Quijote el final disfórico de sus
episodios respectivos; el lector, en efecto, ya había sido informado en su momento de
que Juan Haldudo, lejos de pagar al apaleado mozo , c o m o le pidiera el orate errante,
había perseverado en su tarea punitiva con mayor aplicación aún, si cabe; no sabía, en
cambio, el lector que también el duque había vapuleado al bueno de Tosilos, con el
regodeo final de la separación de su amada. Es decir, el narrador saca al escenario por
segunda vez a los dos mozos para que don Quijote pueda interiorizar su fracaso, y así
dedicar espacio a la visión intralocal del protagonista, en diálogo con los interesados o
con sus compañeros de camino. En Alemán, por el contrario , las reiteraciones en eco
están al servicio de la visión extralocal, que construye la línea de sentido en la que se
han de integrar todos los episodios.
Creo que las dos series de ejemplos sobre el uso del recurso paralelístico en el
Guzmán y el Quijote pone de relieve un modo de concebir al personaje opuesto en los
dos autores: para Alemán su protagonista no completa su experiencia de los hechos
mientras los vive y ha de esperar a que desde fuera de él su otro yo explicite el sentido
último dé los mismos; Cervantes, por su parte, construye episodios exclusivamente para
que su protagonista pueda profundizar su vivencia de los hechos 2 9 .
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Pues bien, ya tenemos constituidas las dos máquinas de los personajes, listas para
afrontar cualquier situación que se les presente, y queda así igualmente asegurada la
dinámica de proliferación del relato, pues la nueva situación, sea del tipo que fuere,
puede incorporarse al cúmulo discursivo por vía de elaboración verbal, tanto en un caso
como en el otro: en el Quijote el beneficiario es el compañero de camino y en segunda
instancia el lector; en el Guzmán de Alfarache directamente el lector. Aquí las dos
narraciones se diveráfican: el Quijote tiene garantizada la variedad en la doble
caracterización de su protagonista, que es loco y cuerdo a la vez; según que el narrador
incida más en uno u o t r o aspecto del o x í m o r o n caracter ia l qui jotesco 3 0 obtendrá
situaciones de signo diverso. El Guzmán de Alfarache, en cambio , no recurre a
elementos constitutivos del personaje para obtener la variedad; su estrategia se centra en
la atribución de diferentes papeles, haciendo del personaje una especie de Proteo, capaz
de pasar del papel de víctima al de engañador, mendigo astuto, fullero, bufón, t imador,
2 8 Martín Moran, 1999. 2 9 Castro, 1957 , pp. 212 y ss. contrapone la visión apriorista de Alemán con la vitalista y dialógica de
Cervantes, arranque y fundamento de la novela moderna. 3 0 Ver Socrate, 1974, pp. 4 0 y 49 .
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ladrón, estafador, marido consentido, sin que haya más conexión entre esas funciones
que la inclinación al vicio del protagonista. El determinismo acaba por ser el verdadero
motivador del personaje 3 1 , más allá de su intención de huir de la miseria o ver mundo,
más allá de su deseo de conocer a sus parientes italianos, e incluso más allá de su afán de
medro social; él mismo dice de sí con antífrasis irónica: «Mi natural era bueno; nací de
nobles y honrados padres: no lo pude cubrir ni perder. Forzoso les había de parecer» (I,
I I , 7, 3 3 0 ) . Y ya en la segunda parte: «¿Veis c ó m o aun las desdichas vienen por
herencia?» (II, i, 2 , 6 7 ) . Y más adelante aún: « Y , como sea notoria verdad que el hijo de
la gata ratones mata , mil veces me ocurrieron a la memoria cosas de mi mocedad» (II, n ,
1, 1 6 5 ) .
Todas las veces que Guzmanillo parece haber obtenido el objeto de su deseo, su
inclinación al pecado le conduce de nuevo por el camino de la perdición 3 2 , lo que da pie
al Guzmán adulto para que note el determinismo y proponga el remedio moral . De este
modo, en el Quijote tenemos un personaje más o menos estable —con diferencias entre
la primera y la segunda parte—, con un equilibrio de atributos sustancial, al que vemos
actuando y viviendo lo que hace, y en el Guzmán un personaje cambiante, con muchas
funciones, cuya unidad interna está asegurada por la perspectiva externa que él mismo,
adulto, nos ofrece sobre su pasado. Tenemos aquí una diferenciación de técnicas
narrativas correspondiente a dos grandes líneas de la narrat iva, ya identificadas por
Aristóteles: por un lado, la tendencia mimética y, por el o t ro , la diegética, que se
corresponden con las dos grandes tendencias de la novela del siglo x x : la realista,
heredera de la novela del x i x , y la experimental, heredera de los autores de principios
del x x , como Proust, Kafka, Woolf, Joyce , etc.
D I Á L O G O I N T E R I O R
Un aspecto importante en la construcción del personaje es la visión de sí mismo, que,
de algún m o d o , funciona c o m o la capac idad de autorregulación de los sistemas
complejos: gracias a la imagen de sí mismo que cada uno de ellos observa, mediante la
introspección o bien en los ojos ajenos, puede modificar su modo de estar en el mundo.
A poco de salir de casa, tanto don Quijote c o m o Guzmán se detienen a considerar los
pertrechos con los que están afrontando el mundo; Guzmán se apercibe de su extremada
juventud y la escasez de dinero (I, i, 3 , 1 6 4 ) ; don Quijote de que aún no ha sido armado
caballero y está obligado a llevar armas sin enseña alguna (I, 2 , 4 5 - 4 6 ) . Ninguno de los
dos inconvenientes es bastante para detenerlos y ambos prosiguen adelante con su
intención, remediando sus carencias en cuanto se les ofrece la ocasión.
Guzmán repetirá durante su trayectoria los momentos de reflexión sobre sí mismo 3 3 ;
de a lgunos surg irán v e r d a d e r a s crisis de conc i enc ia que p a r e c e n p o n e r l o
momentáneamente en la recta vía. El acto de contrición surge, sin duda, del punto de
vista autobiográfico, el cual garantiza una introspección que el narrador omnisciente no
3 1 Para Blanco Aguinaga, 1957, p. 327 , el determinismo simbólico y formal del Guzmán es la causa de su estructura cerrada; Guerreiro, 1980.
3 2Brancaforte, 1980, p. 2, identifica en el Guzmán la reiteración de lo que él llama el «ritmo de Sísifo». 3 3 Se apoya en ellos Rico, 1989 , pp. 71 -72 , para mantener que en Guzmanillo ya está la capacidad
reflexiva de Guzmán y que, en definitiva, en el Guzmán autor está ya en el Guzmán actor.
C O N S T R U C C I Ó N D E L P E R S O N A J E E N E L QUIJOTE Y E L GUZMÁN 9 9
suele ofrecer; el arrepentimiento lo exige, además, la perspectiva larga desde la que el
adulto efectúa el análisis y, en cierto sentido, lo facilita también en la cor ta distancia,
por lo que no es difícil encontrar dos pareceres encontrados, uno del adulto y otro del
joven, sobre el mismo hecho:
Consideraba este discurso y en él tomé resolución. Mala resolución, mal discurso, que quisiese saber letras para comer dellas y no para frutificar en las almas. ¡Que me pasase por la imaginación ser oficial de misa y no sacerdote de misa! ¡Que tratase de hacerme religioso, teniendo espíritu escandaloso! (II, m, 4, 406)
El Guzmán de entonces piensa de muy otra manera respecto al Guzmán de ahora. Al
lector se le propone un modelo de debate interno, con posiciones inclinadas hacia polos
éticos opuestos, en el que puede reconocer sus propios mecanismos de análisis y por
tanto verse proyectado en el personaje. El autor parecería aspirar a una forma de
catarsis en el lector que asegurara la función didáctica del texto .
Don Quijote, por su lado, no evalúa sus actos con metros éticos; él posee un proyecto
c o n c r e t o y un p r o g r a m a de trans l i terac ión de los hechos reales en términos
caballerescos. Al m á x i m o puede dudar entre dos alternativas, c o m o , por ejemplo, a
quién imitar en la penitencia de Sierra Morena, a Amadís o a Orlando ( 1 , 2 5 , 2 7 5 - 2 7 6 ) . El
equivalente de la introspección queda confiado a su proyección externa en el continuo
diálogo con Sancho, en la car ta a Dulcinea (I, 2 5 , 2 8 6 - 2 8 7 ) , o en los versos en las
cortezas de los árboles (I, 2 6 , 2 9 2 - 2 9 3 ) .
Guzmán, en cambio, desarrolla todo un arte del soliloquio, por contraste con la
escasez de diálogos. Habla consigo mismo utilizando el «yo» y el « t ú » 3 4 , y a veces
proyecta sus dudas aún más lejos de su interior y las deposita en el narratario, la imagen
del lector ideal que el narrador se ha construido; en esos momentos el lector parece
entrar en diálogo con el narrador , desde diferentes actitudes (familiaridad, compañía,
curiosidad), y llega incluso, en opinión de Sobejano 3 5 , a replicarle, por ejemplo, cuando
se dirige a él con estas palabras:
Preguntarásme: «¿Dónde va Guzmán tan cargado de ciencia? ¿Qué piensa hacer con ella? ¿Para qué fin la loa con tan largas arengas y engrandece con tales veras? ¿Qué nos quiere decir? ¿Adonde ha de parar?» (I, n, 7, 330)
En realidad, se trata , a mi ver, de un diálogo colaborativo, que ayuda al narrador en
su tarea , sin introducir en realidad un punto de vista diferente. N o hay dimensión
dialéctica en estos diálogos imaginados con el lector, ni siquiera voluntad de contraste
con la visión del personaje, sino simple confirmación del contac to , en una suerte de
proyección funcional de Guzmán, de desdoblamiento del narrador para hacer más
dinámico su sermón.
También don Quijote es capaz de verse en los ojos ajenos, como en el encuentro con
el Caballero del Verde Gabán:
3 4 Para una tipología del monólogo en el Guzmán véase Sobejano, 1977, pp. 725-728 . Ynduráin, 1968, p. 180, hace derivar el uso del tú autorreflexivo del «hábito mental del examen de conciencia», y se pregunta, a renglón seguido: «¿acaso un eco ignaciano?».
3 5 Sobejano, 1977, pp. 726-728 .
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—Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado, pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero
destos que dicen las gentes que a sus aventuras van. (II, 16, p. 752)
La proyección de sí en los ojos del o tro parecería generar la autoconciencia del
personaje , si no fuera que procede de ella. En efecto, don Quijote se jac ta
inmediatamente después de estas palabras de ser el protagonista de un libro que corre
por el mundo en más de treinta mil volúmenes.
E L A P Ó C R I F O
Otro elemento fundamental en la construcción de los dos personajes en las dos segundas partes es su reacción ante el apócrifo; en realidad sólo don Quijote tiene plena conciencia de su existencia. Guzmán encuentra a un joven que se le parece y que llega a tomar su nombre (II, n , 6 , 2 5 8 ) , haciéndose pasar por él ante un su amigo en Florencia (II, i, 8, 1 3 7 ) ; pero nunca se apercibe de que Sayavedra es en realidad el protagonista de o tro libro. En compensación, don Quijote no llega a encontrar al falso caballero de Avellaneda.
Guzmán se compara con su doble y concluye su superioridad con estas palabras:
Con parecerme a mí, como era verdad, que con cuanto me había contado Sayavedra era desventurada sardina y yo en su respeto ballena, con dificultad y apenas osara entrar en examen de licencia ni pretender la borla. Y él y su hermano pensaban ya que, con sólo hurtar a secas, mal sazonado, sin sabor ni gusto, que podrían leer la cátedra de prima. (II, n, 5, 229)
El propio Sayavedra parecía certificar la superioridad del Guzmán alemaniano poco antes de morir con estas palabras: « — ¡ Y o soy la sombra de Guzmán de Alfarache! ¡Su sombra soy, que voy por el mundo!» (II, n, 9 , 3 0 7 ) .
La comparación con su doble proporciona a Guzmán una extraordinaria confianza en sí mismo, que lo lleva a dar los golpes más sonados de su biografía, c o m o el robo al mercader de Milán (II, n, 5) y la burla a sus parientes de Genova (II, n , 8 ) , en respuesta, probablemente, a la escasez de altura de los hurtos de su competidor.
Guzmán critica explícitamente a Sayavedra que no haya ido a Genova a vengarlo:
—Si tú, Sayavedra, como te precias fueras, ya hubieras antes llegado a Genova y vengado mi agravio; mas forzoso me será hacerlo yo, supliendo tu descuido y faltas. (II, I I , 6, 258)
Hay , pues, en la posición de Guzmán respecto a su doble una crítica detallada del
programa narrativo de Mart í y también una alusión a la continuación apócrifa c o m o
hurto , cuando después de haber ficcionalizado al autor apócrifo c o m o hermano de
Sayavedra, su doble, lo acusa de ladrón:
Empero a su hermano mayor, el señor Juan Martí o Mateo Lujan, como más quisiere que sea su buena gracia, que ya tenía edad cuando su padre le faltó para saber mal y bien, y quedó con
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buena casa y puesto, rico y honrado, ¿cuál diablo de tentación le vino en dejar su negocio y empacharse con tal facilidad en lo que no era suyo, querer quitar capas?
¡Cuánto mejor le fuera ocupar su persona en otros entretenimientos! Era buen gramático: estudiara leyes, que más a cuento y fácil fuera hacerse letrado. ¿Piensan por ventura que no hay más que decir «ladrón quiero ser» y salirse con ello? Pues a fe que cuesta mucho trabajo y corre peligro. Demás que no sé yo si en los Derechos hay más consejos o tantos cuantos ha menester un buen ladrón. (II, n, 5, 229-230)
Y luego resume brevemente la obra de M a r t í c o m o si fuera fruto de la locura de
Sayavedra, poco antes de que éste se arroje al mar y desaparezca (II, n, 9 , 3 0 8 ) .
Guzmán defiende los derechos de autor de Alemán, aunque no en lucha directa con
Mart í , como hará don Quijote con Avellaneda en defensa de Cervantes; al fin y al cabo,
él también se considera autor de su propia biografía. Guzmán se presenta en estas
intervenciones como el portavoz del autor; es evidente el eco de las argumentaciones de
Alemán en el prólogo a la segunda parte, donde también éste critica detalles concretos
de la obra de Mart í , entre ellos la ausencia del picaro de Genova:
Dejemos agora que no se pudo llamar «ladrón famosísimo» por tres capas que hurtó, aun fuesen las dos de mucho valor y la otra de parches, y que sea muy ajeno de historias fabulosas introducir personas públicas y conocidas, nombrándolas por sus proprios nombres. Y vengamos a la obligación que tuvo de volverlo a Genova, para vengar la injuria, de que dejó amenazados a sus deudos, en el último capítulo déla primera parte, libro primero. (II, Letor, 22)
Pero el mayor defecto, para Alemán, de la obra de Mart í —al que por otro lado no le
escatima alabanzas por su estilo y cultura— es no haber entendido el entramado de toda
la obra , al privar a Guzmán de la cultura necesaria p a r a sustentar su discurso
autobiográfico 3 6 :
Que haberse propuesto nuestro Guzmán, un muy buen estudiante latino, retórico y griego, que pasó con sus estudios adelante con ánimo de profesar el estado de la religión, y sacarlo de Alcalá tan distraído y mal sumulista, fue cortar el hilo a la tela de lo que con su vida en esta historia se pretende, que sólo es descubrir —como atalaya— toda suerte de vicios, y hacer atriaca de venenos varios, un hombre perfeto, castigado de trabajos y miserias, después de haber bajado a la más ínfima de todas, puesto en galera por curullero della. (II, Letor, 21)
Alemán distingue dos niveles de intervención: uno directo contra la obra del
imitador, desde el prólogo, y otro indirecto, por las personas interpuestas de Guzmán y
Sayavedra, bajo forma de crítica puntual de las acciones u omisiones del apócrifo, con la
descalificación por vía de alusiones de toda la obra como un hurto.
Cervantes, por su parte, sigue un derrotero diferente a la hora de encararse con el
falsario. También él responde desde el prólogo de la segunda parte, y lo hace con la
misma vehemencia que le había reservado Avellaneda (esta es una diferencia entre los
dos imitadores), criticando incluso el estilo de la obra. Y a desde dentro del libro cede la
palabra al protagonista, como hace Alemán, para que critique los aspectos puntuales del
3 6 Sobre la importancia para el relato de esa privación diserta Rico, 1989 , pp. 69 y ss.
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relato, como que presente a don Quijote desenamorado de Dulcinea (II, 5 9 , 1 1 1 1 ) , o que la personalidad de los personajes esté muy alterada, o que les cambie de nombre, amén de ciertas palabras del prólogo, en referencia a los insultos contra Cervantes, y el lenguaje aragonés:
En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza: y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia. (II, 59,1112)
C o m o vemos, a diferencia de lo que hace Guzmán con M a r t í , la crít ica de don Quijote a Avellaneda se dirige directamente tanto al autor como a la obra.
C o m o el picaro también el caballero se siente estimulado en sus acciones de la segunda parte por la comparación con el apócrifo, hasta llegar incluso a cambiar sus planes y dejar de visitar Zaragoza , por sacar mentiroso al autor y al personaje (II, 5 9 , 1 1 1 5 ; II, 7 2 , 1 2 0 7 ) . Don Quijote defiende directamente los derechos de autor de Cervantes; para ello descalifica c o m o falso al o tro , trata de mentiroso a Avellaneda y pide a uno de sus personajes, Tarfe, que certifique que él es el auténtico don Quijote (II, 7 2 , 1 2 0 7 ) . La autoconciencia de don Quijote le confiere esta perspectiva sobre el libro de Avellaneda y le otorga la capacidad de cambiar el proyecto narrativo, en competencia con el autor apócrifo, pero también con el verdadero, que había anunciado su intención de llevarlo a Zaragoza al final de la I parte (I, 5 2 , 5 9 1 ) .
La reacción contra los dos apócrifos podría explicar algunos cambios de carácter de los dos protagonistas, c o m o acabamos de ver, e incluso podría llegar a explicar la conversión final de ambos. En el caso de Cervantes la recuperación de la lucidez y la muerte de Alonso Quijano son selladas con esta advertencia de la pluma de Cide Hamete al «escritor fingido y tordesillesco»:
Que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva. (II, 7 4 , 1 2 2 3 )
En cierto sentido, con el asesinato final de su personaje Cervantes se garantiza sus derechos de autor por la eternidad. En lo referente a la conversión final de Guzmán, l lama la atención que se redima por sorpresa, habida cuenta de su pasado y sus continuos fracasos en el camino de perfección 3 7 ; y, sobre todo , que se redima a contrapelo de lo anunciado en la «Declaración para el entendimiento deste libro»:
3 7 Véase Del Monte, 1971 , p. 76; Parker, 1971 , p. 81; Guillen, 1967, pp. 228 -229 , ve una alusión a lo incompleto de la conversión de Guzmán en la intención de Pasamonte de no cambiar de vida, ni aun en las galeras del rey.
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3 8 Para una interpretación diferente del anuncio de la tercera parte, véase Cros, 1984 , pp. 163 -165 . Calcula Cros que Guzmán debe haber sido liberado en 1584 , a partir de los datos de la cronología interna; pero en 1597, cuando el narrador cuenta su historia, dice que aún está preso, por tanto es la segunda vez que va a las galeras.
Él mismo escribe su vida desde las galeras, donde queda forzado al remo por delitos que cometió, habiendo sido ladrón famosísimo, como largamente lo verás en la segunda parte. (I, 113)
C o m o se recordará , las consecuencias de su conversión son la denuncia del motín
que están organizando sus compañeros de penas y la espera de la libertad en pago por su
colaboración. Pues bien, aún en el primer capítulo de la segunda parte insiste Guzmán
en su condición de preso en el momento de la narración —y si no lo sabe él...—, la cual
necesariamente habría de ser posterior a la supuesta liberación final:
Póngase primero a considerar mi plaza, la suma miseria donde mi desconcierto me ha traído; represéntese otro yo y luego discurra qué pasatiempo se podrá tomar con el que siempre lo pasa —preso y aherrojado— con un renegador o renegado cómitre. (II, i, 1, 49)
Ahora bien, la conversión resulta necesaria para el nacimiento de la voz narrativa,
c o m o queda dicho más arriba, lo que la haría necesaria desde el punto de vista de la
lógica del relato; pero entonces ¿por qué reservarle tan poco espacio y no motivarla más
que con un cambio providencial de la noche a la mañana? ¿No será que también ella
responde a una estrategia de defensa del copyright que habría que poner en relación con
el anuncio de la tercera parte 3 8 ? Con Guzmán convertido y la tercera parte anunciada (y
sin programa concreto, a diferencia de lo que sucedía en la primera parte respecto a la
segunda), el reto que Alemán había lanzado a M a r t í desde el prólogo, anunciando
también ahí la tercera parte —justo después de haber argumentado que, a pesar de que
el estilo y las ideas eran buenos, no había alcanzado la altura necesaria en la concepción
de la t r a m a , más bien se había equivocado en lo esencial, c o m o era no haber
garantizado la cultura de fondo de Guzmán—, el reto a tratar de seguirlo, sabiendo que
tiene las de perder, pues nunca podrá adivinar los pensamientos del primer autor quien
sólo lo imita, ese reto, digo, se hace realidad tangible con este final. Alemán esta vez
quería jugar con ventaja.
En resumen, tanto Guzmán como don Quijote se las ven con sus respectivos dobles;
el picaro, en persona y el caballero, en lo que le cuentan; ambos critican cuestiones de
detalle en sus competidores, pero al primero le interesa sobre todo dejar c laro el robo
del que ha sido víctima su autor primero, y lo hace con referencias indirectas; al segundo
le interesa af irmar su autenticidad y lo hace directamente. Los dos conviven con
criaturas del apócrifo: Guzmán acepta la sombra de Sayavedra a su lado y don Quijote
sólo la presencia de o tro personaje, Tarfe , pues a su álter ego, por fantástico, no le
puede conceder hospitalidad en su novela. Los dos se dejan estimular en sus acciones y
personalidades por los apócri fos , que contribuyen a mejorar los . Y por últ imo
probablemente los dos recobran la lucidez moral e intelectual gracias a la presión de sus
respectivos dobles.
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Guzmán, a diferencia de don Quijote, actúa como personaje de una trama que no se da por enterada de la publicación de un libro apócr i fo; le falta la dimensión autoconsciente de don Quijote, el cual se sabe personaje de libro y en cuanto tal rechaza que en o t r o libro se le trate mal. Esa dimensión autoconsciente m a r c a también la diferencia entre los dos protagonistas, amén de la capacidad de entrar en diálogo con su entorno; gracias a ella, el don Quijote de la segunda parte puede pasear el mundo, recogiendo el premio de su notoriedad c o m o protagonista de la primera; lo que posibilita, por otro lado, la variedad del relato, haciendo que el caballero se presente mucho más cuerdo ante las cosas del mundo.
R E L A C I Ó N D E L O S P E R S O N A J E S C O N L A I N S T A N C I A E M I S O R A
En la recta final de este trabajo quiero volver sobre el problema de la relación entre los personajes y la instancia emisora. El vacío lógico y temporal que se viene a crear entre los actos de los personajes y la narración es compensado por los dos autores de dos maneras que acabarán determinando el género mismo. Alemán no puede relajar su atención a la congruencia entre historia y punto de vista autobiográfico, ya que no rellena con hechos el espacio que media entre las acciones de Guzmanillo y el punto de vista de Guzmán. De ahí que se preocupe de dejar claro cómo el personaje pudo obtener ciertas informaciones sin haber participado en determinados hechos, c o m o cuando relata las penosas condiciones en que salen de la casa de sus amos los invitados adoradores del dios Baco y, como no podía verlos él mismo, declara su fuente: «los unos cayendo, los otros trompezando, dando cada uno traspiés, fuese c o m o pudo, según me lo contó un vecino» (I, n , 5 , 3 0 4 ) .
Cervantes , por su parte , elabora el vacío a su antojo , consciente de la falta de atención del lector por ese detalle, y nos ofrece temporalidades laberínticas para rellenarlo, con manuscritos en letra gótica de un anónimo autor que ya hablan de don Quijote (I, 5 2 , 5 9 1 ) , pero presentando también a un Cide Hamete pariente del arriero que en la venta descalabra al hidalgo (I, 1 6 , 1 7 1 ) ; con un don Quijote muerto al final de I y redivivo en II, etc. Es más , utiliza ese vacío para insertar en él la historia de la narración misma, con un autor que se queda sin documentos (I, 8 , 1 0 4 ) , o tro que encuentra un manuscrito arábigo (I, 9 , 1 0 7 - 1 0 8 ) , el propio autor arábigo, su traductor mor i sco , con intervenciones y comentar ios de todos ellos, etc . Y al hacerlo va desautorizando la energía de la voz emisora y acotando un terreno de libertad para otras voces, o cuando menos para otros puntos de vista sobre los hechos. El rigor de Alemán en el seguimiento de los preceptos autobiográficos y la desautorización de la voz de Cervantes se proponen como modelos de dos diferentes géneros narrativos de gran fortuna posterior.
Los dos entendieron perfectamente que la imprenta había generado un nuevo tipo de público y nuevos hábitos de lectura. Es sintomático que tanto Alemán (II, m , 3 , 3 9 2 -3 9 3 ) c o m o Cervantes (I, 4 7 , 5 4 7 - 5 4 9 ) incluyan en sus novelas sendas críticas de la lectura escapista, que es la forma aberrante, según ellos, del hábito lector derivado del nuevo medio de comunicación de masas. Los dos comprendieron que la lectura solitaria y silenciosa consentía un mayor grado de problematización en las tramas narrativas, con la introducción de diferentes puntos de vista sobre el mundo. Alemán se sirvió de la
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estructura dialógica diacrónica que confronta un presente narrador cargado de sentido
con un pasado actor sin la cultura del presente. Cervantes eligió el dialogismo sincrónico
entre varias visiones del mundo. En Alemán una voz predomina sobre la o tra e impone
su visión, porque al fin y al cabo esa es su opción novelística, la novela de tesis, la
novela moral , el libro de enseñanza que busca construir una comunidad con su lector a
partir de la abstracción de los principios enunciados y probablemente a través del reflejo
de sus condiciones existenciales de burgués insatisfecho que tra ta de af irmar su
individualidad en un mundo sin contenidos transcendentes 3 9 . En Cervantes las voces
permanecen al mismo nivel, sin que una predomine sobre o t r a , en busca de la
identificación del lector con la dimensión humana y vivencial de los episodios narrados,
y con los valores que conforman la comunidad tolerante ante los pequeños errores si van
avalados por grandes valores.
Ambos autores emprenden caminos paralelos en la constitución del pacto narrativo.
Alemán realiza el docere delectando, subrayando el primer término del sintagma; le pide
al lector que se divierta con el o r o de la pildora sin olvidarse de ésta; no le importa
servirse de materiales de la tradición oral y escrita, y desvelar así la dimensión ficticia de
la autobiografía de su personaje, porque sabe que la potencia del universal encerrado en
el caso particular lo pone a salvo de acusaciones de futilidad. Cervantes, en cambio, aun
apelando también al tópico horaciano, funda el pacto narrativo en las raíces mismas del
relato ficticio: denuncia él mismo la falsedad de su relato, para el que pide «el mesmo
crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías» (I, 5 2 , 5 9 1 ) , quita
autoridad al narrador , pues se basa en el manuscrito de un autor arábigo siendo «muy
propio de los de aquella nación ser mentirosos» (I, 9 , 1 1 0 ) , desmonta la pretensión de
historicidad y explota la fuerza de la alusión, el halo de realidad que queda en las
palabras después de que se mencionen elementos documentables históricamente: la
realidad de las ventas, los caminos, las relaciones sociales, etc. que puebla de personajes
y casos cuya dimensión vivencial y humana les hace trascender su propio tiempo. Por
todo ello, vista la sustancial diversidad entre las concepciones del personaje de Cervantes
y Alemán, no me parece necesario corroborar el ax ioma de Castro que mencionaba al
inicio «el Quijote surgió c o m o reacción contra el Guzmán de Alfarache», y no me
parece necesario porque la diferencia de fondo en la concepción de la finalidad del relato
los sitúa en dos universos paralelos, con dos lógicas y dos finalidades contrapuestas:
Alemán con su novela busca la verdad; Cervantes con la suya búscala realidad.
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Resumen. La crítica suele ver en el Quijote la respuesta de Cervantes al Guzmán. Mediante el estudio de las estrategias de construcción del personaje, este trabajo plantea la radical diversidad de las dos obras, que responden a dos lógicas narrativas diferentes y han generado dos modelos de novela alternativos.
Résumé. La critique voit habituellement dans le Quichotte la réponse de Cervantes au Guzmán. À partir de l'étude des stratégies de construction du personnage, ce travail pose la diversité radicale de ces deux œuvres, qui répondent à deux logiques narratives différentes et qui ont généré deux modèles de roman alternatifs.
Summary. Critics usually view Don Quixote as Cervantes's reply to Guzmán de Alfarache. From the study of the strategies aiming at building the character, this work puts forward the radical diversity of those two literary works, two works that correspond to two different narrative logical principles and that generated two models of alternative novels.
Palabras clave. ALEMÁN, Mateo. Apócrifos. CERVANTES, Miguel de. Guzmán de Alfarache. Novela moderna. Personaje (construcción). Picaresca. Quijote. Visión extralocal. Visión intralocal.
D E L A C Á R C E L
I N Q U I S I T O R I A L
A L A S I N A G O G A
D E A M S T E R D A M
Cuatro testimonios manuscritos en busca de su autor: cotejo sinóptico, edición hipotética, y un estudio
de la génesis y transmisión del "Romance al martirio y felicísimo tránsito de D. Lope
de Vera y Alarcón"(ca. 1645), un texto literario metafisico y judío de
Antonio Enriquez Gómez (1600-1663)
K E N N E T H B R O W N
© Edición: Consejería de Cultura de Castilla-La Mancha Coordinación editorial: Servicio de Publicaciones © Textos: Kenneth Brown Diseño colección: www.elgremio.org
Impresión y fotomecánica: Alternativa Gráfica s. coop. de C-LM. Cuenca ISBN: 978-84-7788-461-3 Depósito Legal: CU-0300-2007