EL NUEVO NACIMIENTO
O LA REGENERACIÓN
Por Arthur w Pink
Traducción realizada por Juan Puga Pastor: Iglesia Bautista Independiente
e-mail. [email protected]
2 Traducción: Juan Puga /[email protected]
EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
ÍNDICE
TEMA PÁG.
INTRODUCCIÓN --------------------------------------------- 3 1.- SU NECESIDAD ------------------------------------------ 7 I. La necesidad de la regeneración radica en nuestra degeneración natural --------------------- 7 II. La necesidad de la regeneración radica en la depravación total del hombre -------------------- 9 III. La necesidad de la regeneración radica en la incapacidad del hombre hacia Dios ------------ 12 2.- SU NATURALEZA ---------------------------------------- 20 3.- SUS EFECTOS -------------------------------------------- 36 I. La iluminación del entendimiento --------------- 36 II. La elevación del corazón --------------------------- 38 III. La emancipación de la voluntad ---------------- 39 IV. La rectificación de la conducta ------------------ 40
3 Traducción: Juan Puga /[email protected]
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Introducción
Dos principales obstáculos se encuentran en el camino de la salvación de todos los
descendientes caídos de Adán: La esclavitud a la culpa y al castigo del pecado y La esclavitud
al poder y la presencia del pecado. En otras palabras, su ser no sólo está destinado al infierno,
sino también no es apto para el cielo. Estos obstáculos, hablando humanamente, son
completamente insuperables. Este hecho fue establecido firmemente por Cristo cuando los
discípulos preguntaron, ¿”Quién, pues podrá ser salvo”? El contestó, “para los hombres es
imposible.” A un pecador perdido le sería más fácil crear un mundo que salvar su alma. Pero
(el nombre de Dios sea alabado para siempre) el señor Jesús continuó diciendo, “para Dios
todas las cosas son posibles” (Mat. 19:25-26). Sí, los problemas que frustran completamente
al hombre, son resueltos por la Omnisciencia; los deberes que desafían los esfuerzos mayores
del hombre, son realizados fácilmente por la Omnipotencia. Este hecho en ninguna parte es
más notablemente ejemplificado que en la salvación de Dios al pecador.
Como se mencionó anteriormente, dos cosas son esenciales para la salvación: La
liberación de la culpa y del castigo del pecado y la liberación del poder y la presencia del
pecado. Una es asegurada por la obra mediadora de Cristo y la otra es realizada por la
operación eficaz del Espíritu Santo. Uno es el resultado bendito de que Cristo hizo por el
pueblo de Dios; la otra es la gloriosa consecuencia de lo que el Espíritu hace en el pueblo de
Dios. Una ocurre cuando el pecador es conducido a postrarse en el polvo como un mendigo
con las manos vacías, la fe es capacitada para aferrarse de Cristo, ahora Dios lo justifica de
todas las cosas y el pecador temeroso y penitente, pero creyendo, recibe un perdón libre y
completo. La otra ocurre gradualmente, en distintas etapas, bajo las bendiciones divinas de la
regeneración, santificación y glorificación. En la regeneración, el pecado interior recibe su
herida mortal, aunque no es su muerte. En la santificación, el alma regenerada ve el pozo de
la corrupción que habita en él, y se le enseña a odiar y aborrecerse así mismo. En la
glorificación tanto el alma como el cuerpo serán liberados para siempre de todo vestigio y
efecto del pecado.
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Ahora, un conocimiento salvador y vital de estas verdades divinas no pueden ser
adquiridas por un simple estudio. Ni teniendo un conocimiento copioso de las escrituras, ni
con un cuidadoso examen de los más sanos tratados doctrinales. Ni ejercitando el intelecto se
puede asegurar la más minima idea espiritual de ellas. Es verdad que un buscador diligente
puede alcanzar un conocimiento natural, una comprensión intelectual de las verdades divinas,
tal como un ciego de nacimiento puede obtener un conocimiento especulativo del color de las
flores o de las bellezas de una puesta de sol. Pero el hombre natural no puede lograr un
conocimiento espiritual de las cosas espirituales más de lo que hombre un ciego pueda
conocer verdaderamente de las cosas naturales y más de lo que un hombre en su tumba
pueda saber de lo que está pasando en el mundo del cual ha partido. Nada puede, excepto el
Divino poder, conducir el orgulloso corazón a sentir la realidad de este hecho humillante; sólo
cuando Dios ilumina sobrenaturalmente, el alma es hecha consiente de la horrible oscuridad
espiritual en la que habita naturalmente.
La verdad de lo que se acaba de expresar está basada en la declaración clara y solemne de
1 Cor.2:14 “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” ¡Ay
de los que evaden el punto principal de este versículo, imaginándose que no se aplica a ellos,
malinterpretando un asentimiento intelectual de las cosas espirituales por un conocimiento
experimental de ellos. Un conocimiento externo de la verdad divina, como es revelado en la
escritura, puede encantar la mente y formar la base para la especulación y la conversación,
pero si no hay una aplicación divina de ellas a la conciencia y al corazón, tal conocimiento no
será de más provecho en la hora de la muerte que las imágenes agradables de nuestros
sueños lo son cuando despertamos. ¡Qué horrible pensar que multitudes de cristianos
profesantes despertaran en el infierno para descubrir que su conocimiento de la verdad divina
no era más real que un sueño!
Aunque es cierto que ningún hombre puede encontrar a Dios por medio de la
investigación (Job 11:7), y que los misterios de su reino son secretos sellados hasta que él se
digna revelarlos al alma (Mat.13:11), sin embargo, también es cierto que Dios se deleita en
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usar medios para transmitir la luz celestial a nuestros corazones oscurecidos por el pecado. Es
por esa razón que comisionó a sus siervos a predicar la palabra, a exponer las escrituras por
medio de la voz y la pluma, pero, las labores no producirán frutos eternos, a menos que él
descienda para bendecir la semilla sembrada y dar el fruto. Por lo tanto, no importa cuán fiel,
directo y útil un sermón sea predicado o un artículo escrito, a menos que el Espíritu los
aplique al corazón, no será de ningún beneficio espiritual para el oidor y lector. Entonces, ¿No
rogarás humildemente a Dios para que abra tu corazón y recibas todo lo que está de acuerdo
a su santa palabra en este libro?
Si Dios lo permite, en lo que sigue, buscaremos dirigir tu atención a lo que nos referimos al
principio de este libro como el segundo de aquellos dos obstáculos humanamente
insuperables que están en el camino de la salvación del pecador, y que es la capacitación para
el cielo, por la liberación del poder y la presencia del pecado. Tal obra es Divina, y por lo tanto
milagrosa. La regeneración no es una simple reforma externa ni tampoco es darle vuelta a la
página y atreverte a vivir una vida mejor. El nuevo nacimiento es mucho más que pasar al
frente y saludar al predicador. Es una operación sobrenatural de Dios en el espíritu del
hombre. Es una maravilla trascendental. Todas las obras de Dios son maravillosas. El mundo
en el cual vivimos está lleno de cosas que nos asombran. El nacimiento físico es admirable,
pero desde cualquier punto de vista, el nuevo nacimiento es más admirable. Es una maravilla
de la gracia Divina, de la Sabiduría Divina, del poder Divino y de la belleza Divina. Es un
milagro realizado sobre y dentro de nosotros, de la cual podemos ser personalmente
consientes; eso resultará una maravilla eterna.
Ya que la regeneración es obra de Dios, es una cosa misteriosa. Todas las obras de Dios
están envueltas en un misterio impenetrable. La vida, la vida natural en su origen, su
naturaleza y su proceso, humillan al investigador más cuidadoso. Mucho más con el caso de la
vida espiritual. La existencia y el ser de Dios trascienden al conocimiento finito. Entonces,
¿Cómo podemos esperar entender el proceso por el cual llegamos a ser sus hijos? Nuestro
Señor mismo declaró que el nuevo nacimiento es una cosa misteriosa, “El viento sopla de
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donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a donde va; así es todo aquel
que es nacido del Espíritu”(Jn.3:8).
El viento es algo del cual los más capacitados científicos casi no saben nada. Su naturaleza,
las leyes que lo gobiernan, su origen, todo está más allá del alcance de la investigación
humana. Así es con el nuevo nacimiento, es profundamente misterioso.
La regeneración es un asunto intensamente solemne. El nuevo nacimiento es la línea que
divide el cielo del infierno. Ante los ojos de Dios solamente hay dos clases de personas en este
mundo: los que están muertos en sus pecados y los que están andando en novedad de vida.
En la esfera física no hay tal cosa como estar entre la vida y la muerte. Un hombre, o está vivo
o está muerto. La chispa de la vida podría ser muy débil, pero mientras exista, la vida está
presente. Deje que la chispa desaparezca completamente y, aunque tú vistas el cuerpo de
ropas finas, sin embargo, no será más que un cuerpo muerto. Así es en el terreno espiritual. O
somos santos o pecadores, vivos espiritualmente o muertos espiritualmente. Hijos de Dios o
hijos del diablo. En vista de está solemne realidad, qué importante es la pregunta ¿Has nacido
de nuevo? Si no has nacido de nuevo y mueres en tu condición presente, desearas no haber
nacido nunca jamás.
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1.- SU NECESIDAD
I. La necesidad de la regeneración radica en nuestra degeneración
natural
Como consecuencia de la caída de nuestros primeros padres, todos nosotros nacimos
apartados de la vida y la santidad divinas, despojados de aquellas perfecciones con las cuales
la naturaleza del hombre fue dotado al principio. Ezequiel 16:4,5 muestra un cuadro grafico
de nuestra terrible condición al entrar al mundo. Arrojados con el menosprecio de nuestras
personas, envueltos en nuestra propia inmundicia, incapaces de ayudarnos a nosotros
mismos. Aquella “semejanza” de Dios (Gen. 1:26) que fue estampada al principio en el alma
del hombre, fue borrada y fue desplazada por la aversión a Dios y el amor desordenado de la
criatura. La misma fuente de nuestro ser esta contaminada. Continuamente está enviando
manantiales amargos, y aunque esas corrientes tomen varios cursos y corran en diferentes
canales, aún así son salobres. Por lo tanto, el “sacrificio” del malo es una abominación a
Jehová (Prov.15:8) y su mismo pensamiento es “pecado” (Prov. 21:4).
Sólo hay dos estados en los cuales todos los hombres están incluidos. Uno es un estado de
vida espiritual, el otro es un estado de muerte espiritual. Uno es un estado de justicia, el otro
es un estado de pecado. Uno es de salvación, el otro de condenación. Uno es un estado de
enemistad en el cual los hombres tienen inclinaciones contrarias a Dios, el otro es de amistad
y compañerismo en el que los hombres caminan obedientemente con Dios y no tendrían
gustosamente una inclinación interna opuesta a la voluntad a Dios. El primero es el estado
llamado tinieblas, el otro es luz. “Porque erais (en tu vida no regenerada, no solamente en la
oscuro, sino en la oscuridad) tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor” (Efe, 5:8).
No hay término medio en estas condiciones, o están en uno, o en el otro. Todo hombre o
mujer en la tierra ahora, o es objeto del deleite de Dios o de su aborrecimiento. Las obras más
benevolentes e impresionantes de la carne no pueden agradarle. Pero las más débiles chispas
que proceden de lo que la gracia ha encendido son aceptables ante él.
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Por la caída el hombre contrajo una incapacidad hacia lo que es bueno. Formado en
iniquidad y concebido en pecado (Sal.51:5). El hombre es un “transgresor desde el vientre”
(Isa.48:8). “Se descarriaron hablando mentira desde que nacieron” (Sal. 58:3). Y “el intento
del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Gen.8:21). El hombre puede ser
educado, civilizado, refinado y aun religioso, pero en su corazón es “perverso” (Jer.17:9) y
todo lo que hace es vil en la presencia de Dios, porque nada hace por amor y para la gloria de
Dios. “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”
(Mat.7:18).
A menos que nazcan otra vez, todos los hombres están “reprobados en cuanto a toda
buena obra” (Tit.1:16).
Por la caída el hombre contrajo un aborrecimiento a lo que es bueno. Todos los
movimientos de la voluntad en su estado caído, por defecto tanto de un principio correcto de
dónde fluyen como hacia dónde se dirigen, solamente son malos y pecaminosos. Déjele así
mismo, remuévale todas las restricciones que la ley y el orden le imponen, y como casi todo
misionero lo testificará, enseguida se degenerara a un nivel más bajo que el de las bestias. ¿Es
la naturaleza humana algo mejor en las tierras civilizadas? No, ningún poquito. Quiten toda
mascara artificial y se encontrara que, “como en el agua el rostro corresponde al rostro, así el
corazón del hombre al del hombre” (prov.27:19). En todas partes del mundo permanece la
solemne verdad que, “por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se
sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (Rom.8:7). Cristo presentará la misma acusación en
un día venidero como lo hizo cuando estuvo aquí en la tierra, “los hombres amaron más las
tinieblas que la luz” (Jn.3:19). Los hombres no vendrán a él para que tengan “vida”.
Por la caída el hombre contrajo una inhabilidad para todo lo que es bueno. El no
solamente está inhabilitado e indispuesto, sino también es incapaz de hacer lo que es bueno.
¿Dónde esta el hombre que pueda decir con toda veracidad que ha estado a la altura de sus
propios ideales? Todos tienen que reconocer que existe una fuerza extraña dentro que los
arrastra hacia abajo, inclinándolos a lo malo, que a pesar de sus máximos esfuerzos contra
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ella, en alguna forma u otra, más o menos, los conquista. A pesar de las tiernas exhortaciones
de los amigos, de las fieles advertencias de los siervos de Dios, de los ejemplos solemnes de
sufrimiento y dolor, de enfermedad y muerte por todos lados, y del testimonio de su propia
conciencia, a pesar de eso, se rinden. Y “los que viven según la carne (en su condición natural)
no pueden agradar a Dios” (Rom.8:8).
Por lo tanto, es evidente que la necesidad es urgente, ya que un cambio radical y
revolucionario debe ser realizado en el hombre caído antes que pueda tener alguna comunión
con el tres veces santo Dios. Puesto que la tierra debe ser completamente renovada por causa
de la maldición que permanece en ella, antes que vuelva a producir fruto como lo hacía
cuando el hombre estaba en un estado de inocencia; así el hombre debe ser renovado antes
de que pueda “llevar fruto para Dios” (Rom.7:4), ya que desde Adán una mancha general le ha
cubierto. Debe ser injertado en otra cepa, unido a cristo, para participar del poder de su
resurrección. Sin esto producirá fruto pero no “para Dios”. ¿Cómo puede alguien volverse a
Dios sin un principio de movimiento espiritual? ¿Cómo puede vivir para Dios quien no tiene
vida espiritual? Sorpréndete, ¿Cómo puede ser apto para el reino de Dios quien es de una
naturaleza bestial y diabólica?
II. La necesidad de la regeneración radica en la depravación total del
hombre
Cada miembro de la raza de Adán es una criatura caída, y cada parte de su complicado ser
está corrompido por el pecado. El corazón del hombre es “engañoso más que todas las cosas,
y perverso” (Jer.17:9). Su mente está enceguecida por Satanás (2 Cor.4:4) y oscurecida por el
pecado (Efe.4:18). De manera que sus pensamientos solamente son de continuo al mal
(Gen.6:4). Sus afectos están corrompidos, de tal manera que ama lo que Dios odia y odia lo
que Dios ama. Su voluntad está esclavizada de lo bueno (Rom.6:20). Y opuesto a Dios
(Rom.8:7). Está sin justicia (Rom.3:10), bajo la maldición de la ley (Gal.3:10) y es cautivo del
diablo. Su condición es verdaderamente deplorable y su caso desesperante. No puede
mejorarse asimismo porque está “débil” (Rom.6:5). No puede producir su propia salvación
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porque no hay nada bueno en él (Rom.718). Por lo tanto, necesita nacer de Dios, “porque en
Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircunsición, sino una nueva creación” (Gal.
6:15).
El hombre es una criatura caída. No es que algunas hojas se han marchitado, sino que el
árbol entero está podrido, la raíz y la rama. En cada uno está lo que es radicalmente malo. La
palabra “radical” viene de una palabra latina y significa “la raíz,” así que cuando decimos que
un hombre es radicalmente malo, queremos decir que hay en él, en cada fundamento y fibra
de su ser, lo que es intrinsicamente corrupto y esencialmente malo. Los pecados son
meramente los frutos, debería haber por necesidad una raíz de la cual se originan. Entonces,
de esto se deduce, como una consecuencia inevitable que el hombre necesita la ayuda de un
poder supremo para efectuar en él un cambio radical. Solamente hay Uno que puede efectuar
ese cambio. Dios creó al hombre y solamente él puede re-crearlo. De ahí viene la demanda
imperativa, “os es necesario nacer de nuevo” (Jn.3:7). El hombre esta espiritualmente muerto
y nada sino un poder todopoderoso puede hacerle vivir.
“El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte
pasó a todos los hombres” (Rom.5:12).
El día que Adán comió del árbol prohibido, murió espiritualmente, y una persona que está
espiritualmente muerta no puede engendrar a un hijo que posea vida espiritual. Por lo tanto,
todo descendiente natural entra a este mundo, “ajenos de la vida de Dios” (Efe.4:18).
“Muertos en delitos y pecados” (Efe.2:1). Esta no es una simple figura del lenguaje, sino un
hecho solemne. Toda criatura nacida está completamente destituida de toda chispa de vida
espiritual, y por lo consiguiente, si alguna vez entrara al reino de Dios, el cual es la esfera de la
vida espiritual (Rom.14:17), deberá nacer en él.
Mientras más claramente estemos capacitados para discernir la necesidad imperativa de
la regeneración y las varias razones del por qué es absolutamente esencial para una criatura
caída ser capacitada para estar en la presencia del tres veces santo Dios, menos dificultad es
posible encontrar cuando intentemos llegar a un entendimiento de la naturaleza de la
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regeneración, de qué es lo que ocurre dentro de una persona cuando el Espíritu santo lo
renueva. Por esta razón particularmente, y también por causa de que una gran nube de error
ha oscurecido esta verdad vital, sentimos que es necesaria una consideración más profunda
de este aspecto particular de nuestro tema.
Jesucristo vino al mundo para glorificar a Dios y para glorificarse al redimir a un pueblo
para sí mismo. Pero ¿Qué gloria podemos imaginarnos que Dios tiene, y qué gloria le
atribuiríamos a Cristo, si no hay una esencial y fundamental diferencia entre su pueblo y el
mundo? Y qué diferencia puede haber entre estas dos compañías, sino en un cambio de
corazón del cual mana la vida (Prov. 4:23). Un cambio de naturaleza o disposición como la
fuente de la cual deben proceder todas las otras diferencias. Las ovejas y las cabras son
diferentes en naturaleza. Toda la obra mediadora de Cristo contempla este propósito. Su
oficio sacerdotal es para reconciliar y conducir a su pueblo hacia Dios; el profético para
enseñarles el camino; y el real para producir en ellos las cualidades y concederles la virtud que
es necesaria para capacitarlos para la santa conversación y comunión con el Dios tres veces
santo. Así es como él, “purifica para sí un pueblo propio celoso de buenas obras” (Tit.2:14).
“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis” (1Cor.6:9). Pero
multitudes están engañadas, y engañadas en este mismo punto, y mayormente sobre este
tema de gran importancia.
Dios advirtió a los hombres que, “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y
perverso” (Jer. 17:9). Pero, pocos creerán que esto es verdad para ellos. Al contrario, miles de
cristianos profesantes están llenos de una vana y presuntuosa seguridad de que todo está
bien con ellos. Se forjan así mismos esperanzas de misericordia, mientras continúan el curso
de su vida en el egoísmo y en la autocomplacencia. Sueñan con estar preparados para el cielo,
cuando cada día que pasa se encuentran más preparados para el infierno. Está escrito del
Señor Jesús que, “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat.1:21) y no en sus pecados. Los
salva no sólo de la penalidad del pecado, sino también del poder y de la corrupción del
pecado. A cuántos en el cristianismo se aplican estas solemnes palabras, “se lisonjea, por
tanto, en sus propios ojos, de que su iniquidad no será hallada y aborrecida” (Sal. 36:2).
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La principal estratagema de Satanás es engañar a las personas para que se imaginen que
pueden mezclar exitosamente el mundo con Dios, concediendo a la carne mientras pretenden
al Espíritu. Y así “se benefician de ambos mundos.” Pero Cristo enfáticamente declaró que,
nadie pude servir a dos señores (Mat.6:24). Muchos malinterpretan la fuerza de estas
penetrantes palabras. El énfasis verdadero no está sobre “dos” sino sobre “servir,” nadie
puede servir a dos señores. Y a Dios se le debe servir- temer, someter y obedecer. Que su
voluntad regule la vida con todos sus detalles. Vea 1 de Samuel 12:24-25. “Al Señor tu Dios
adorarás, y a él sólo servirás” (Mat.4:10).
III. La necesidad de la regeneración radica en la incapacidad del hombre hacia Dios.
Cuando Nicodemo, un religioso fariseo respetable, sí, un “maestro de Israel,” vino a Cristo,
él le dijo claramente que el que no naciere de nuevo, no puede ver ni entrar al reino de Dios
(Jn.3:3,5). Ya sea que se refiera al estado del evangelio en la tierra o al estado glorioso en el
cielo. Nadie puede entrar a la esfera espiritual, a menos que tenga una naturaleza espiritual,
la cual únicamente le proporciona el apetito y la capacidad de disfrutar de las cosas
relacionadas al reino. Y eso el hombre natural no lo tiene. Está lejos de ello. Ni siquiera puede
discernirlas (1 Cor.2:14). No tiene amor por ellas ni el deseo de seguirlas (Jn.3:9). No puede
desearlas porque su voluntad está esclavizada por los deseos de la carne (Efe.2: 2, 3). Por lo
tanto, antes que un hombre pueda entrar al reino espiritual, su entendimiento debe ser
iluminado sobrenaturalmente, su corazón renovado y su voluntad liberada.
“No puede haber un punto de contacto entre Dios y Cristo con un hombre pecador hasta
que sea regenerado. No puede haber unión legal entre dos partes que no tienen nada esencial
en común. Una naturaleza inferior y superior podrían unirse juntas, pero nunca las
naturalezas contrarias. ¿Puede el agua y el fuego unirse, una bestia y un hombre, un ángel
bueno y un vil demonio? ¿Puede el cielo y el infierno reunirse en términos amigables? En toda
amistad debe haber similitud de disposición. Antes de que pueda haber comunión debe haber
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algún acuerdo o unidad. Las bestias y los hombres no están de acuerdo en la vida intelectual,
y por lo tanto no pueden reunirse a conversar. Dios y los hombres no están de acuerdo en la
vida de santidad, y por lo tanto no pueden tener comunión juntos.” (Un resumen de S.
Charnock)
Estamos unidos al “primer Adán” por una igualdad de naturaleza. Entonces, ¿Cómo
podemos estar unidos al “último Adán” sin una naturaleza de igualdad o principio? Nosotros
estamos unidos al primer Adán por un alma viviente. Debemos estar unidos al segundo Adán
por un Espíritu vivificante. No tenemos nada que ver con el Adán celestial sino llevamos la
imagen celestial. (1 Cor.15:48, 49) Si nosotros somos sus miembros, debemos tener la misma
naturaleza que le fue comunicada por Dios. El es la cabeza santa (Luc.1:35). Debe haber un
solo espíritu en ambos. Así está escrito, “el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1
Cor.6:17). Y otra vez el Señor dice, “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”
(Rom.8:9). No puede alguno estar vitalmente unido a otro sin vida. Una cabeza viva y un
cuerpo muerto son inconcebibles.
No puede haber comunión con Dios sin un alma renovada. Dios es incapaz por su parte,
por el honor de su ley y su santidad, tener comunión con tal criatura como hombre caído. El
hombre por su parte es incapaz, debido a su aversión enraizada en su naturaleza caída.
Entonces ¿Cómo es posible para Dios y el hombre reconciliarse si el hombre no experimenta
un cambio completo de naturaleza? ¿Qué comunión puede haber entre la luz y las tinieblas,
entre el Dios viviente y un corazón muerto? “¿Pueden caminar dos juntos sino están de
acuerdo?” (Am.3:3). Dios odia el pecado, el hombre lo ama. Dios ama la santidad, el hombre
la odia. Entonces, ¿Cómo podrían tales afectos contrarios reunirse en una sincera amistad? El
pecado lo alejó de la vida de Dios, y como consecuencia de su comunión (Efe.4:18). Entonces,
la vida nos debe ser restaurada antes de que podamos estar conectados en comunión con El.
Todas las cosas viejas pasaron y todas las cosas son hechas nuevas (2 Cor. 5:17).
Los deberes del evangelio no pueden ser realizados sin el nuevo nacimiento. El primer
requisito de Cristo para sus seguidores es que se negaran a sí mismos. Pero eso es imposible a
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la naturaleza humana caída, porque los hombres son “amadores de sí mismos” (2Tim.2:3).
Hasta que el alma es renovada, el egoísmo será repudiado. Por lo tanto, es la promesa del
nuevo pacto, “quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de
carne” (Eze. 11:19). Todos los deberes del evangelio requieren un corazón tierno y dócil. El
orgullo fue la condenación del diablo (1 Tim.3:6), y nuestros primeros padres fracasaron en su
orgulloso intento de ser como Dios (Gen. 3:5). Desde entonces, el hombre ha estado muy
ocupado y demasiado apasionado en sí mismo para realizar los deberes en un sentido
evangélico sin lo más insignificante de lo que el evangelio requiere. El propósito principal del
evangelio es derribar toda gloria en nosotros mismos para que podamos gloriarnos solamente
en el Señor (1 Cor.1:29-31), pero eso no es posible hasta que la gracia renueve el corazón, lo
derrita delante de Dios y lo amolde a sus deseos.
Sin una nueva naturaleza no podemos realizar los deberes evangélicos constantemente,
porque, “los que son de la carne piensan en las cosas de la carne” (Rom.8:5). Una mente así
no puede esperarse que este ocupada en las cosas espirituales. Punzadas de conciencia,
terrores del infierno, temores de la muerte, pueden ejercer una influencia temporal, pero no
duran. Un terreno pedregoso puede producir hierbas, pero por falta de raíz se marchitarán
(Mat.13). Una piedra puede ser lanzada arriba en el aire, pero finalmente caerá a tierra. Así el
hombre natural puede por un tiempo subir alto en el fervor religioso, pero tarde o temprano
se dirá de él, lo que se dijo de Israel, “sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron
firmes en su pacto” (Sal.78:37). Muchos parecen comenzar en el Espíritu, pero terminan en la
carne. Solamente cuando Dios ha operado en el alma, la obra permanecerá para siempre (Ecl.
3:14; Fil.1:6).
Como la regeneración es indispensablemente necesaria para un estado evangélico, así es
con el estado de gloria celestial. Esto parece estar tipificado por la fuerza y la frescura de los
israelitas cuando entraron a Canaán. Ninguna persona decrépita y enferma entró a la tierra
prometida. Ninguno de los que salieron de Egipto con una naturaleza egipcia y deseos por los
ajos y las cebollas de allí, padeciendo su antigua esclavitud, sino cayeron sus cuerpos en el
desierto. Solamente los dos espías que los habían animado contra las aparentes dificultades.
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Ninguno que retenga el viejo hombre, nacido en la casa de la esclavitud, sino solamente una
nueva criatura regenerada entrara en la Canaán celestial. El cielo es la herencia para los
santificados no para los inmundos, “para que reciban herencia entre los santificados por la fe
que es en mí” (Hec.26:18).
“Después de la expulsión de Adán del paraíso, fue puesta una espada flameante para
impedir que vuelva a entrar a ese lugar de felicidad. Como Adán, en su triste condición, no
pudo conseguirlo, también nosotros por lo que hemos recibido de él, no podemos esperar un
privilegio más grande que el de nuestro descendiente. El sacerdote bajo la ley no podía entrar
al santuario hasta que fuera purificado, ni las personas de la congregación. Ningún hombre
podía tener acceso al lugar santo hasta que sea rociado con la sangre de Cristo Hebreos
10:22” (S. Charnock)
El cielo es un lugar preparado para personas preparadas, Cristo dijo, “voy, pues, a
preparar lugar para vosotros” (Jn. 14:2). ¿Para quiénes? Para los que, en su corazón han
“dejado todo” para seguirlo (Mat.19:27). Para los que aman a Dios (1Cor. 2:9) aman las cosas
de Dios. Los que conocen el inestimable valor y la belleza de las cosas espirituales. Son los que
realmente aman las cosas espirituales, no considerando un sacrificio demasiado grande para
obtenerlas (Fil.3:8). Pero para amar las cosas espirituales, el hombre mismo debe ser hecho
espiritual. El hombre natural puede oír acerca de las cosas espirituales y tener una idea
correcta de la enseñanza de ellas, pero no las recibe por amor a ellas (2 Tes.2:10) y no
encuentra su gozo y felicidad en ellas. Pero el alma renovada las busca, no por obligación, sino
porque Dios ha ganado su corazón. Su confesión es, “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?
Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal.73:25). Dios llegó a ser su principal bien, su voluntad
su única regla, su gloria su principal fin. En tales condiciones, las mismas inclinaciones del
alma han sido cambiadas.
El hombre mismo debe ser cambiado antes de estar preparado para el cielo. Del
regenerado está escrito, “dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la
herencia de los santos en luz” (Col. 1:12). No son “hechos aptos” mientras son impíos, porque
16 Traducción: Juan Puga /[email protected]
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es la herencia de los santos. No son hechos aptos mientras están bajo el poder da las tinieblas,
porque es una herencia en luz. Cristo mismo no ascendió al cielo para tomar posesión de su
gloria hasta después de su resurrección de la muerte, ni nosotros podemos entrar al cielo a
menos que hayamos sido resucitados del pecado. El que nos hizo (iluminó) para esto mismo
(estar vestido con nuestra casa celestial) es Dios, y la prueba que ha hecho esto es, “que nos
ha dado las arras del Espíritu” (2 Cor.5:5). Y donde el Espíritu del Señor está “allí hay libertad”
(2 Cor.3:17), libertad del poder del pecado que permanece, como lo enseña claramente el
versículo siguiente. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”
(Mat.5:8). “ver” a Dios es ser introducidos a la más intima comunión con él. Es tener esa
“niebla” de nuestras transgresiones deshecha (Isa. 44:22), porque fueron nuestras iniquidades
que hicieron la separación entre nosotros y Dios (Isa 58:2). “ver” a Dios aquí tiene la fuerza del
disfrute como en Jn. 3:36. Pero para este disfrute es indispensable un “corazón puro”. Ahora,
el corazón es purificado por fe (Hech.15:9). Porque la fe tiene que ver con Dios. Por lo tanto,
un “corazón puro” es uno que tiene puesto sus afectos en las cosas de arriba, siendo atraído
por la “belleza de la santidad” (Sal.17:15). Pero, ¿Cómo podría disfrutar a Dios quien no pude
tolerar la santidad imperfecta de sus hijos, pero, hablaremos contra ello como una innecesaria
“severidad” o como un fanatismo puritano? El rostro de Dios solamente puede ser
contemplado en justicia. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al
Señor” (Heb.12:14).
Nadie puede habitar con Dios y ser eternamente feliz en su presencia a menos que haya
sido realizado un cambio radical en él, un cambio del pecado a la santidad. Este cambio debe
ser, como el que fue introducido por la caída, uno que alcance las mismas raíces de nuestro
ser, afectando al hombre total. Removiendo la oscuridad de nuestras mentes. Despertando y
luego pacificando la conciencia. Espiritualizando nuestros afectos. Convirtiendo la voluntad y
reformando toda nuestra vida. Este gran cambio deber ocurrir aquí en la tierra. El traslado del
alma al cielo no es sinónimo de la regeneración. No es el lugar que transmite la semejanza de
Dios. Cuando los ángeles cayeron, estaban en el cielo, pero la gloria del lugar de la presencia
de Dios no les fue restaurada. Satanás entró al cielo (Job 2:1), pero permaneció todavía sin
17 Traducción: Juan Puga /[email protected]
EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
cambio. Debe haber una semejanza de Dios operada en el alma por el Espíritu antes de estar
capacitado para disfrutar del cielo.
“Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Cor.15:50)
Si el cuerpo debe ser cambiado antes de poder entrar al cielo, cuánto más el alma,
porque, “no entrará en ella ninguna cosa inmunda” (Apo.21:27). Y ¿Cuál es la gloria suprema
del cielo? ¿Es la libertad de la dificultad y la preocupación, enfermedad y dolor, sufrimiento y
muerte? No. El cielo es el lugar donde está la completa manifestación de Dios quien es
“glorioso en santidad”. Esa santidad, que el malo, mientras presuntuosamente espera ir al
cielo, desprecia y odia aquí en la tierra. Los habitantes del cielo tienen una idea clara de la
inefable pureza de Dios y se les ha concedido la más intima comunión con El. Pero, nadie está
capacitado para esto, a menos que su ser interior (y nuestras vidas exteriores también) hayan
experimentado un cambio radical, revolucionario y sobrenatural.
¿Podría pensarse que Cristo preparará mansiones para los que rehúsan recibirlo en sus
corazones y darle el primer lugar en sus vidas aquí en la tierra? No, claro que no, más bien “él
se reirá de vuestra calamidad y me burlaré cuando os viniere lo que teméis” (Pro.1:26). El
instrumento del corazón debe estar afinado para estar apto para producir la melodía de
alabanza en el cielo. Dios ha ligado la santidad y la felicidad (como lo ha hecho con el pecado y
la miseria) que no pueden ser separados. Si fuera posible para un alma no regenerada entrar
al cielo, no encontraría refugio de los latigazos de conciencia y del fuego atormentador de la
santidad de Dios. Muchos suponen que nada sino los méritos de Cristo son necesarios para
equiparlos para el cielo. Pero esto es un gran error. Nadie recibe remisión de pecados por la
sangre de Cristo, quienes primero no estén convertidos del poder de las tinieblas a Dios
(Hech. 26:18). Dios sepulta las iniquidades de aquellos cuyo pecado lanza en lo profundo del
mar (Miq. 7:19). Perdonar pecados y purificar el corazón son tan inseparables como el la
sangre y el agua que fluyeron del costado del Salvador (Jn.19:34).
Nuestro ser renovado en el espíritu de nuestra mente y nuestro vestido del nuevo
hombre, “creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad” (Efe. 4:23,24), es tan
18 Traducción: Juan Puga /[email protected]
EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
necesario para prepararse para el cielo, como tener la justicia de Cristo imputada a nosotros
para un derecho a ello. “un malhechor, por el perdón, está capacitado para entrar a la
presencia del príncipe y servirle en su mesa, pero no es apto hasta que sus asquerosas
vestiduras, llenas de bichos, sean quitadas” (S. Charnock). Es un engaño fatal y una malvada
presunción para quien está viviendo para agradarse así mismo imaginarse que sus pecados
han sido perdonados por Dios. Es “el lavamiento de la regeneración” que da la evidencia de
nuestro ser justificado por gracia (Tit.3:3-7). Cuando Cristo salva, habita (Gal. 2:20), y es
imposible para él residir en un corazón que todavía permanece espiritualmente frío, duro y sin
vida. El supremo modelo de santidad no puede ser patrocinador del libertinaje.
La Justificación y la santificación son inseparables. Donde uno es absuelto de la culpa del
pecado, también es liberado del dominio del pecado, pero ni el uno ni el otro puede ocurrir
hasta que el alma sea regenerada. Tal como el ser de Cristo hecho en la semejanza de carne
de pecado fue indispensable para que Dios le imputara los pecados de su pueblo (Rom.8:3),
así es igualmente necesario para nosotros ser hechos nuevas criaturas en Cristo (2 Cor.5:17)
antes de que podamos ser, legalmente, hechos la justicia de Dios en El (2 Cor.5:21). Nuestra
necesidad de ser hechos “participantes de la naturaleza Divina” (2.Ped.1:4) es tan real y tan
importante como la participación de Cristo en la naturaleza humana antes de que pudiera
salvarnos (Heb. 2:14-17). “A menos que Dios nazca no puede entrar al reino del pecado. A
menos que el hombre nazca de nuevo no puede ver el reino de la justicia. Y el Divino poder- el
poder del Espíritu Santo, el plenipotenciario y ejecutor de toda la voluntad de la Divinidad-
logre la encarnación de Dios y la regeneración del hombre. Que el Hijo de Dios sea hecho
pecado, y los hijos de Dios hechos justos” (H.Martin).
¿Cómo podría entrar al mundo de inefable santidad quien ha gastado todo su tiempo en el
pecado, es decir, en agradarse así mismo? ¿Cómo podría uno cantar el canto del cordero si su
corazón nunca fue sintonizado para ello? ¿Cómo podría soportar admirar la terrible majestad
de Dios cara a cara, quien nunca antes ni siquiera le vio “a través de un espejo oscuramente”
por el ojo de la fe? Y así como es una tortura insoportable para los ojos que han estado mucho
tiempo confinados a una tenebrosa oscuridad, contemplar repentinamente los rayos
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
brillantes del sol al medio día, así será cuando el no regenerado contemple al que es Luz. En
lugar de alegrarse por tal visión “todos los linajes de la tierra harán lamentación por él” (Apo.
1:7). Sí, tan agobiante será la angustia que llamarán a las montañas y a las rocas, “caed sobre
nosotros, y escondednos del rostro del que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero”
(Apo.6:16). Estimado lector, ¡esa será tú experiencia, a menos que Dios te regenere! Cuando
el Señor Jesucristo dijo, “lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn.3:6) no sólo mencionó que
todo hombre que nace en este mundo hereda una naturaleza corrupta y caída, y por lo tanto
está incapacitado para el reino de Dios, sino también que esta naturaleza corrupta nunca
puede ser más que corrupta, así que ni la cultura puede capacitarlo para el Reino de Dios. Sus
tendencias pueden ser restringidas, sus manifestaciones modificadas por la educación y las
circunstancias, pero sus tendencias y afectos pecaminosos están todavía allí. Un árbol
corrupto no puede producir buen fruto, pódalo y adórnalo como tú quieras. Para tener buen
fruto, tú debes tener un buen árbol o injertarlo de uno. Por lo tanto el Señor siguió diciendo,
“y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” Esto nos conduce a considerar.
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
2. SU NATURALEZA
Ahora, llegamos a la parte más difícil de nuestro tema. Necesariamente es así, porque
vamos a contemplar las obras de Dios. Estas son siempre misteriosas, y nada en absoluto
puede ser realmente conocido acerca de ellas, a menos que El mismo las haya revelado en su
palabra. Al intentar analizar lo que ha dicho sobre su obra de regeneración, debemos
guardarnos contra dos peligros: primero, limitar nuestros pensamientos a alguna declaración
aislada sobre ella o a alguna sola figura usada por el Espíritu para describirla. Segundo,
razonando de lo que El ha dicho al carnalizar las figuras que ha usado. Cuando se refiere a
cosas espirituales. Dios ha usado términos que fueron originalmente planeados (por el
hombre) para expresar objetos materiales, por lo tanto, necesitamos estar constantemente
en guardia para no transmitir las ideas erróneas de la primera a la segunda. De esto seremos
preservados si diligentemente comparamos todo lo que ha sido dicho en cada tema.
Al tratar sobre la naturaleza de la regeneración, mucho daño se ha hecho, especialmente
en años recientes, por los hombres que centran su atención en una sola figura, es decir al del
“nuevo nacimiento,” la cual es solamente una de muchas expresiones usadas en las escrituras
para indicar esa poderosa y maravillosa obra de Dios en su pueblo que los capacita para la
comunión con El. De esta manera, en colosenses 1:12,13 se habla de la misma experiencia
vital de cómo Dios, “nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual
nos ha librado de la potestad de las tinieblas, trasladado al reino de su amado hijo.” La
regeneración es el comienzo de una nueva experiencia, la cual es tan real y revolucionario que
el que es objeto de este divino principio se dice que es “una nueva criatura”, “todas las cosas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor.5:17). Una nueva vida espiritual ha sido
impartida en el alma por Dios, así que el que lo recibe está vitalmente implantado en Cristo.
La naturaleza de la regeneración, quizá, puede ser mejor entendida comparándola y
contrastándola con lo que ocurrió en la caída, porque aunque la persona que es renovada por
el Espíritu recibe más de lo que Adán perdió por su rebelión, sin embargo, éste, es realmente
la respuesta de Dios a la primera. Ahora, es muy importante que reconozcamos claramente
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
que ninguna facultad perdió el hombre cuando cayó. Cuando Dios creó al hombre le dio un
espíritu, alma y cuerpo. De manera que el hombre fue un ser tripartito. Cuando el hombre
cayó, la amenaza divina, “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”, fue
justamente ejecutada, y el hombre murió espiritualmente. Pero eso no significa que su
espíritu o su alma o alguna parte de ella, dejo de existir, porque en la escritura la “muerte”
nunca significa aniquilación, sino es en estado de separación. El hijo pródigo estaba “muerto”
mientras estaba en el país lejano (Luc.15:24) porque estaba separado de su padre. “ajenos de
la vida de Dios” (Efe.4:18) describe el estado terrible de aquel que no es regenerado, de
manera que “la que se entrega a los placeres viviendo, está muerta (1Tim.5:6), el que está
muerto espiritualmente está muerto hacia Dios, mientras viva en pecado el espíritu, el alma y
el cuerpo, cada movimiento del ser es contra Dios.
Lo que ocurrió en la caída no fue la destrucción de alguna parte del ser tripartito del
hombre, sino se viciaron y se corrompieron. Y eso por la introducción de un nuevo principio
dentro de él, es decir, el pecado, el cual es más de cualidad que de sustancia. Pero,
permítame declararlo muy enfáticamente que una “naturaleza” no es una entidad concreta,
sino más bien es lo que caracteriza e impulsa una entidad o criatura. Es la naturaleza de la
gravedad atraer, es la naturaleza del viento soplar, es la naturaleza del fuego quemar. Una
“naturaleza” no es una cosa tangible, sino un principio de operación, un poder impulsor para
actuar. De modo que cuando decimos que el hombre posee una “naturaleza pecadora,” no
debe ser entendido que algo tan substancial como su alma o espíritu, fue añadido a su ser,
sino que en vez de eso, que el principio del mal entró en él, el cual contaminó y manchó cada
parte de su constitución, como la helada entra en la fruta y la daña.
En la caída el hombre no perdió ninguna de sus facultades con las cuales el Creador lo
había dotado al principio, sino perdió el poder para usar sus facultades para Dios. Todo deseo
hacia Dios, todo amor por su Hacedor, y el conocimiento auténtico de él, se perdió. El pecado
se apoderó de él. El pecado como un principio del mal, como un poder de operación, como
una influencia deshonrosa, se encargó por completo de su espíritu, alma y cuerpo para que
viniera a ser un “siervo” o un “esclavo” del pecado (Jn.8:34). Como tal, el hombre no es más
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
capaz de producir lo que es bueno, espiritual y aceptable a Dios que el frio pueda quemar o el
fuego congelar. “Y los que viven según la carne (permanecen en su condición natural y caída)
no pueden agradar a Dios” (Rom.8:8). No tienen poder para hacerlo, porque todas sus
facultades, cada parte de su ser, está completamente bajo el dominio del pecado. Así que el
hombre está completamente caído bajo el poder del pecado y la muerte espiritual, que las
cosas del Espíritu de Dios le son “locura”, “y no las puede entender” (2 Cor.2:14).
Ahora, lo que ocurre en la regeneración es el reverso de lo que ocurrió en la caída. El que
ha nacido de nuevo es, por medio de cristo y por la operación del Espíritu, restaurado a la
unión y comunión con Dios, el que antes estaba muerto espiritualmente ahora está vivo
espiritualmente (Jn.5:24). Tal como la muerte espiritual ocurrió por la entrada en el hombre,
el principio del mal, así la vida espiritual es la introducción de un principio de santidad. Dios
comunica un nuevo principio, tan real y tan potente como el pecado, la gracia divina es ahora
impartida. Una santa disposición es producida en el alma. Un nuevo carácter es concedido al
hombre interior. Pero no son creadas nuevas facultades dentro de él, más bien, sus facultades
originales son enriquecidas, ennoblecidas y empoderadas. Así como el hombre no llegó a ser
menos que un ser tripartito cuando cayó, de igual manera, no llega a ser más que un ser
tripartito cuando es renovado. Ni en el cielo mismo sus facultades cambiaran. Simplemente,
su alma, espíritu y cuerpo será glorificado, es decir, completamente liberado de toda mancha
del pecado y perfectamente conformado a la imagen del Hijo de Dios.
En la regeneración, una nueva naturaleza es impartida por Dios. Pero, nuevamente,
debemos tener mucho cuidado para que no carnalicemos nuestro concepto de lo que significa
esa expresión. Mucha confusión se ha causado por el hecho de no reconocer que es una
persona y no meramente una “naturaleza” la que es nacida del Espíritu. “Os es necesario
nacer de nuevo” (Jn.3:7). No solamente debe ser algo en ti, “todo aquel que es nacido de
Dios” (1 Jn.3:9). La misma persona que estaba espiritualmente muerta (todo su ser alejado de
Dios) ahora es vivificada espiritualmente. Todo su ser reconciliado con Dios. Esto debe ser así,
porque de otro modo, no se preservaría la identidad del individuo. Es la persona, y no
simplemente una naturaleza la que es nacida de Dios. “El, de su voluntad, nos hizo nacer”
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
(Stg.1:18). Es un nuevo nacimiento del individuo mismo, y no de algo en él. La naturaleza
nunca es cambiada, pero la persona lo es relativamente, no absolutamente.
La persona del hombre regenerado es esencialmente la misma como la del no
regenerado. Cada uno tiene un espíritu, alma y cuerpo. Pero, tal como en el hombre caído hay
también un principio del mal que corrompió cada parte de su ser tripartito, cuyo “principio”
es su “naturaleza pecadora” (llamada así porque expresa su mala disposición y carácter como
lo es la “naturaleza” del cerdo ser sucio), de la misma manera cuando una persona es nacida
otra vez, y otro nuevo “principio” es introducido en su ser, una nueva “naturaleza” o
disposición, una disposición que lo impulsa hacia Dios. Así que, en ambos casos, la
“naturaleza” es una cualidad más que una substancia. “lo que es nacido del Espíritu, espíritu
es” no debe ser percibido como algo substancial, distinto del alma del regenerado, como una
porción de materia añadida a otra, mas bien es lo que espiritualiza todas sus facultades
internas, como la “carne” los había carnalizado.
Otra vez, “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” debe ser cuidadosamente distinguido
de ese “espíritu” que cada hombre tiene además de su alma y cuerpo (ver Num.16; 22; Ecle.
12:7; Jer.12:1). Lo que es nacido del Espíritu no es algo tangible, sino que es espiritual y santo
y que es una cualidad más que una substancia. Como prueba de esto compare el uso de la
palabra “espíritu” en estos pasajes, en santiago 4:5 la inclinación y disposición para la envidia
es llamada “el espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente.” (Nota de
traductor: el autor usa el texto de la versión en inglés para demostrar el uso de la palabra
espíritu, para referirse al espíritu humano y no al Espíritu Santo. Aunque las versiones en
español se refieren al Espíritu Santo). En Luc. 9:55 Cristo dijo a sus discípulos, “vosotros no
sabéis de qué espíritu sois.” Lo cual significa, ustedes son ignorantes de la ardiente
disposición que hay en sus corazones. Vea también 5:14; Oseas 4:12; 2Tim.1:7. Lo que es
nacido del Espíritu es un principio de vida espiritual que renueva todas las facultades del alma.
Cierta ayuda sobre esta parte misteriosa de nuestro tema se obtiene fijándonos que en
ciertos textos como Juan 3:6, etc., el “espíritu” se contrasta con la “carne.” Ahora, apenas
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
sería necesario decir que la “carne” no es una entidad concreta, ya que es completamente
distinta del cuerpo. Cuando el término “carne” se usa en un sentido moral, se refiere siempre
a la corrupción de la naturaleza del hombre caído. En Gálatas 5:19-21 las “obras de la carne”
se describen entre ellas el “odio” y la “envidia,” en relación con las cuales el cuerpo (distinto a
la mente) no está implicado. Una prueba clara de que la “carne” y el “cuerpo” no son
términos sinónimos. En Gálatas 5 la “carne” se usa para designar esas malas tendencias y
afectos que resultan en los pecados mencionados allí. De manera que, la “carne” se refiere al
estado degenerado del espíritu, alma y cuerpo del hombre. Así como el “espíritu” se refiere al
estado regenerado del espíritu y el alma. La regeneración del cuerpo todavía será en el
futuro.
El lado privativo (la oscuridad es lo privativo de la luz) o negativo de la regeneración, es
que la gracia divina produce una herida mortal al pecado que mora en nosotros. Entonces, el
pecado no es erradicado ni totalmente matado en el creyente, sino es despojado de su poder
reinante sobre sus facultades. El cristiano ya no es más un esclavo indefenso del pecado
porque resiste y pelea contra él, y hablar de una victima indefensa “peleando,” es una
contradicción de términos. En el nuevo nacimiento el pecado recibe un golpe mortal, aunque
sus luchas agonizantes dentro de nosotros todavía son poderosas y agudamente sentidas. La
prueba de lo que hemos dicho está en el hecho de que aunque los placeres del pecado fueron
una vez agradables a nosotros, ahora son odiados. Este aspecto de la regeneración es
presentado en las escrituras bajo una variedad de figuras, tales como quitar el corazón de
piedra (Eze.36:26), el atamiento del hombre fuerte (Mat.12:20), etc. El dominio absoluto del
pecado sobre nosotros es destruido por Dios (Rom.6:14).
El lado positivo de la regeneración es que la gracia divina efectúa un cambio completo en
el estado del alma, infundiendo un principio de vida espiritual, que renueva todas sus
facultades. Esto es lo que constituye el tema “nueva criatura” no respecto a su esencia, sino a
sus conceptos, deseos, aspiraciones y hábitos. La regeneración o el nuevo nacimiento es la
comunicación divina de un principio poderoso y revolucionario en el alma y espíritu, bajo la
influencia del cual todas las facultades nativas son ejercidas en diferente manera a la que
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
fueron empleadas antes. En este sentido “las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas” 2(Cor.5:17). Sus pensamientos son “nuevos,” los objetos de su elección son “nuevos,”
sus metas y motivos son “nuevos,” y por lo tanto, toda su conducta externa es cambiada.
“Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1Cor.15:10). La referencia aquí es a la gracia
subjetiva. Hay una gracia objetiva inherente a Dios la cual es su amor, favor y buena voluntad
para sus elegidos. También hay una gracia subjetiva que llega a ellos, por medio de la cual un
cambio es operado en ellos. Esto es por la infusión de un principio de vida espiritual, la cual es
la fuente de las acciones del cristiano. Este “principio” es llamado “un nuevo corazón y un
nuevo espíritu” (Eze.36:26). Es un hábito sobrenatural que reside en cada facultad y poder del
alma, como un principio de operación santo y espiritual. Algunos han hablado de esta
experiencia sobre natural como un “cambio de corazón.” Si con esta expresión se quiere decir
que hay un cambio operado en la naturaleza pecadora misma, como si lo que es natural es
transformado en lo que es espiritual, como si lo que es nacido de la carne deja de ser “carne”
y llega a ser lo que es nacido del Espíritu, entonces el término debe ser rechazado. Pero si con
esta expresión se quiere decir, un reconocimiento de la realidad de la obra divina realizada en
los que Dios regenera, es completamente admisible.
Cuando se trata de la regeneración bajo la figura del nuevo nacimiento, algunos escritores
han introducido analogías que la escritura no aprueba de ninguna manera, de hecho la
desaprueba. El nacimiento físico es dar a luz a una criatura en este mundo, una personalidad
completa, que antes de ser concebido no tenía existencia en absoluto. Pero el que es nacido
de nuevo tenía una personalidad completa antes de que naciera de nuevo. A esta declaración
se podría objetar, ¿no es una personalidad espiritual lo que se quiere decir con esto? espíritu
y materia son opuestos. Y solamente creamos confusión si hablamos y pensamos de lo que es
espiritual, como siendo algo concreto. La regeneración no es la creación de una persona que
hasta ahora no tenía existencia, sino la renovación y restauración de una persona a quién el
pecado había incapacitado para la comunión con Dios, y esto por la comunicación de una
naturaleza o principio de vida, que le da una nueva y diferente inclinación a todas sus antiguas
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
facultades. Es un concepto completamente erróneo considerar a un cristiano como
compuesto de dos distintas personalidades.
Como la “justificación” describe el cambio objetivo en el cristiano en relación a Dios, así
también la “regeneración” denota ese cambio subjetivo intrínseco que es realizado en las
inclinaciones y tendencias de sus almas hacia Dios. Esta obra salvadora de Dios dentro de su
pueblo es parecido a un “nacimiento” porque es la puerta de entrada a un nuevo mundo, el
principio de una experiencia totalmente nueva, y también porque como el nacimiento natural
es una salida de un lugar de oscuridad y prisión (el vientre) a un estado de luz y libertad, así es
la experiencia del alma cuando el Espíritu nos da vida. Pero el mismo hecho de que esta
experiencia revolucionaria sea también semejante a una resurrección (1Jn.3:14) debería
librarnos de formar una idea unilateral de lo que se quiere decir por el “nuevo nacimiento” y
la “nueva criatura,” ya que la resurrección no es la absoluta creación de un nuevo cuerpo, sino
la restauración y la glorificación del antiguo cuerpo. La regeneración también es llamada un
divino “renacimiento” 1(1Ped.1:3), porque la imagen o semejanza del engendrador es
trasmitida y estampada en el alma. Como el primer Adán engendró un hijo a su imagen y
semejanza (Gen.5:3) así el último Adán tiene una imagen (Rom.8:29) para transmitir a sus
hijos (Efe.4: 24; Col.3:10).
Frecuentemente se ha dicho que en el cristiano hay dos “naturalezas” distintas y diversas,
es decir, la “carne” y el “Espíritu” (Gal.5:17). Esto es verdad, sin embargo, debemos tener
cuidado para evitar considerar estas dos “naturalezas” como algo más que dos principios de
acción. Así en Romanos 7:23 las dos “naturalezas” o “principios” en el cristiano se mencionan
como “veo otra ley en mis miembros que, que se revela contra la ley de mi mente.” La carne y
el espíritu en el creyente deben ser considerados como algo muy diferente de las dos
“naturalezas” en la persona bendita de nuestro redentor, el hombre-Dios. Tanto la humanidad
como la deidad fueron entidades substanciales en El. Sin embargo, las dos “naturalezas” en el
cristiano resulta en un conflicto necesario (Gal.5:17), mientras que en Cristo no había
solamente completa harmonía, sino un Señor.
27 Traducción: Juan Puga /[email protected]
EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
Las facultades en el alma del cristiano siguen siendo los mismos en su esencia, substancia
y poderes naturales como era antes de ser “renovado.” Pero estas facultades son cambiadas
en sus propiedades, cualidades e inclinaciones. Podría ayudarnos a tener una idea más clara
de esto si lo ilustramos con relación a las aguas de Mara (Ex.15:25-26). Esas “aguas” siguieron
siendo las mismas aguas, antes y después de su curación. De sí mismas en su propia
naturaleza, fueron “amargas,” de manera que la gente no pudo beber de ellas, pero al arrojar
un árbol en ellas, fueron hechas dulces y útiles. Lo mismo pasó con las aguas de Jericó
(2Rey.19:20-21) que fueron curadas al arrojar sal (símbolo de la gracia) en ellas. De igual
manera, los afectos del cristiano continuaron igual como eran en su naturaleza y esencia, pero
son curadas y sanadas por la gracia, de tal manera que sus propiedades, cualidades e
inclinaciones son “renovados” (Tit.3:5), el amor de Dios ahora ha sido derramado en el
corazón por el Espíritu Santo (Rom.5:5).
Lo que el hombre perdió por la caída fue su relación original con Dios, lo cual mantuvo
todas sus facultades y afectos dentro del ejercicio propio de esa relación. En la regeneración
el cristiano recibió una nueva vida, la cual le dio una nueva dirección a sus facultades,
presentando nuevos objetos delante de ellos. Sin embargo, déjeme decirlo enfáticamente, no
es meramente la restauración de la vida que Adán perdió, sino una de las más altas
inexpresables relaciones: recibió la vida que el hijo de Dios tiene en sí mismo, incluso “vida
eterna.” Pero la antigua personalidad todavía permanece. Esto es claro en Romanos 6:13,
“sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia.” los miembros del mismo individuo están
ahora al servicio de un nuevo amo.
La regeneración es la única que capacita a una criatura caída para cumplir su único gran y
principal deber, es decir, glorificar a su Creador. Este debe ser el fin y propósito en vista de
todo lo que hacemos, “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la
gloria de Dios” (1Cor.10:31). Es el motivo que nos impulsa y el objetivo puesto delante de
nosotros lo que le da el valor a cada acción, “cuando tu ojo (figura del alma mirando hacia
fuera) es bueno (teniendo un solo objetivo en vista-la gloria de Dios), también todo tu cuerpo
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
está lleno de Luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tú cuerpo está en tinieblas” (Luc:
11-34). Si la intención es mala, como lo es en realidad cuando la gloria de Dios no está delante
de nosotros, no hay nada sino “tinieblas” pecado, en todo el servicio.
Ahora, el hombre cayó completamente de lo que debería ser su principal fin, propósito, u
objetivo, en lugar de tener delante de sí el honor de Dios, Su principal preocupación es él
mismo; en vez de buscar agradar a Dios en todas Las cosas, vive solamente para agradarse a sí
mismo o a sus semejantes. Incluso aun cuando a través de la formación religiosa, las
demandas de Dios han llegado a su conocimiento y presionado su atención, en el mejor de los
casos solamente da una parte de su tiempo, fuerza y riqueza a Aquel que le dio el ser y lo
colma cada día con beneficios, y otra parte para sí mismo y para el mundo. El hombre natural
es completamente incapaz de dar supremo honor a Dios, hasta que llega a ser el recipiente de
la vida espiritual. Nadie tendrá como meta verdaderamente la gloria de Dios hasta que tengan
un afecto por El. Nadie honrará supremamente a quien no aman supremamente. Y para esto,
el amor de Dios debe ser derramado en el corazón por el Espíritu santo (Rom.5:5), y esto
solamente ocurre en la regeneración. Entonces es, y sólo entonces, que el yo es destronado y
Dios entronado; es entonces cuando la criatura renovada está capacitada para cumplir el
llamado imperativo de Dios, “dame, hijo mío tu corazón” (Pro.23:26).
Los elementos sobresalientes que componen la naturaleza de la regeneración pueden,
quizá, ser resumidos en estas tres palabras: Impartición, renovación y sujeción. Dios comunica
algo al que nace de nuevo, a saber, un principio de fe y obediencia, una naturaleza santa, vida
eterna. Esto aunque real, palpable y potente, no es nada material o tangible, nada se añade a
nuestra esencia, substancia o persona. Una vez más: Dios renueva cada facultad del alma y
espíritu del que nace de nuevo, no perfectamente, ni finalmente, porque nos estamos
renovando de día en día (2 Cor.4:16). Cubre a fin de capacitar estas facultades para ser
ejercidas sobre objetos espirituales. De nuevo: Dios subyuga el poder del pecado que habita
en el que nace de nuevo. No lo erradica, sino que lo destrona, de manera que ya no tiene más
dominio sobre el corazón. En lugar que el pecado domine al cristiano y se someta por su
propia voluntad, lo resiste y lo odia.
29 Traducción: Juan Puga /[email protected]
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La regeneración no es el mejoramiento o la purificación de la “carne,” la cual es el
principio del mal que todavía permanece en el creyente. Los apetitos y las tendencias de la
“carne” son precisamente las mismas después del nuevo nacimiento como lo eran antes,
solamente que ya no reinan sobre él. Por un tiempo pareciera que la carne está muerta, pero
en realidad no es así. Su misma quietud con frecuencia (como un ejercito en la emboscada)
solamente está esperando la oportunidad o el aumento de su fuerza para un ataque más. No
pasa mucho tiempo antes que el alma renovada se dé cuenta que la “carne” está muy viva
todavía, deseando salirse con la suya, pero la gracia no le permitirá tener dominio. Por un lado
el creyente tiene que decir, “porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”
(Rom.7:18). y por otro lado, él es capaz de afirmar, “Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó así mismo por mí”
(Gal.2:20).
Algunas personas encuentran muy difícil entender que la misma persona que produce
buenas obras, antes producía nada más que malas obras. Y más aún cuando se insiste en que
ninguna nueva virtud se añade a su ser, que nada sustancial es impartido o quitado de su
persona. Pero si correctamente introducimos el factor del gran poder de Dios en la ecuación,
entonces la dificultad desaparece. Tal vez no seamos capaces de explicar, en realidad no lo
somos, de cómo el poder de Dios actúa en nosotros, cómo purifica lo inmundo (Hec.10:15) y
somete al lobo para que more con el cordero (Isa.11:6). Jamás podremos entender
perfectamente su obra sobre y dentro de nosotros sin destruir nuestra propia agencia
personal, sin embargo tanto la escritura como la experiencia testifican de cada uno de estos
hechos, eso nos puede ayudar en este punto si contemplamos la obra del poder de Dios en el
reino natural.
En la esfera natural de toda criatura no solo es completamente dependiente de su
Hacedor para su continua existencia, sino también para el ejercicio de sus facultades porque,
“en él vivimos y nos movemos (griego, somos movidos) y somos” (Hech. 17:28) De nuevo,
como las varias partes de la creación están ligadas entre sí, y se aportan ayuda mutua el uno
al otro- como los cielos fertiliza la tierra, la tierra provee alimento a sus habitantes, sus
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
habitantes propagan su especie, crían a sus hijos, y cooperan para el propósito de la sociedad-
así también todo el sistema es apoyado, sostenido y gobernado por la dirección de la
providencia de Dios. Las influencias de la providencia, la manera en que operan en la criatura,
son profundamente misteriosos. Por un lado, no destruyen nuestra naturaleza racional,
reduciéndonos a meros autómatas irresponsables. Por otro lado, todos son hechos
subordinados al propósito Divino.
Ahora, la operación del poder de Dios en la regeneración debe ser considerado como de la
misma naturaleza con su operación en la providencia, aunque sea ejercido con un propósito
diferente. La energía de Dios es una, aunque se distingue por los objetos sobre los cuales, y
los fines para los que se ejerce. Es el mismo poder que crea y sostiene la existencia. El mismo
poder que forma una piedra, y un rayo de sol, el mismo poder que da vida vegetal a un árbol,
vida animal a una bestia, vida racional a un hombre. De igual manera, es el mismo poder que
nos ayuda en el ejercicio natural de nuestras facultades, como el que nos capacita para
ejercer esas facultades en una manera espiritual. De aquí “gracia” como un principio de
operación Divina en la esfera espiritual, es el mismo poder de Dios como “natural” es su
proceso de operación en el mundo natural.
La gracia de Dios en la aplicación de la redención en los corazones de su pueblo es en
realidad poderosa como es evidente por los efectos producidos. Es un cambio total del
hombre. De sus conceptos, motivos, inclinaciones y ocupaciones. Tal cambio que medios
humanos no pueden realizar. Cuando los irreflexivos son hechos reflexivos, y reflexionan con
seriedad e intensidad que nunca antes hicieron. Cuando los descuidados son, en un momento,
afectados con un profundo sentido de sus más importantes intereses. Cuando los labios que
están acostumbrados a blasfemar, aprenden a orar. Cuando los orgullosos son conducidos a
adoptar la actitud y el lenguaje humilde del penitente. Cuando los que se dedicaron al mundo
dan evidencia de que el objeto de sus deseos y metas es una herencia celestial. Y cuando está
revolución tan maravillosamente ha sido afectado por la sencilla palabra de Dios, y por la
misma palabra que el sujeto de este cambió radical había escuchado muchas veces
inconmovible, es prueba positiva de que una poderosa influencia ha sido ejercida, y que esa
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
influencia no es nada menos que Divina – el pueblo de Dios ha sido hecho voluntario en el día
de su poder (Sal. 110:3).
Muchas figuras son usadas en la Escritura. Varias expresiones son empleadas por el
Espíritu para describir la obra salvadora de Dios en su pueblo. En 2 Ped. 1:4 se dice que los
regenerados son “participantes de la naturaleza divina” lo cual no significa participar de la
misma esencia o ser de Dios, porque eso no puede se dividido ni comunicado- en el cielo
mismo todavía habrá una distancia inmensurable entre el Creador y la criatura, de otro modo
el finito se convertiría en infinito. No, ser “participantes de la naturaleza divina” es ser hechos
recipientes de la gracia inherente, es tener los rasgos de la imagen divina impresa en el alma.
Así lo enseña el resto del verso. Ser “participantes de la naturaleza divina” es la antítesis de “la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.”
En 2 Cor.3:18 este milagro transformador de la gracia de Dios en su pueblo se dice ser una
“transformación” a la imagen de Cristo. La palabra griega allí para “transformación” es la
traducida “transfiguración” en Mat. 17:2. En la transfiguración de Cristo no fueron añadidas
nuevas características al rostro del Salvador, pero todo su semblante fue irradiado por una
nueva luz. Así, en 2 Cor.4:6 la regeneración es semejante a una “luz” que Dios manda brillar
en nosotros. Note que todo el contexto de 2 Cor.3:18 es un tratado de la obra del Espíritu en
el evangelio. En Efe. 2:10 este resultado de la gracia de Dios es mencionado como su
“hechura” y se dice ser “creado” para mostrar que él, y no roano, es el Autor de ella. En Gal.
4:19 esta misma obra de Dios en el alma es llamada el ser de Cristo “formado” en nosotros-
como la semilla del padre es formada o moldeada en el vientre de la madre, la “semejanza”
del padre está impresa en ella.
Aquí no intentamos dar una lista completa de numerosas figuras y expresiones que el
Espíritu santo empleó para establecer esta obra salvadora de Dios en el alma. En Juan 6:44 se
habla de ella como de ser “traído” a Cristo. En Hechos 16:14 como del corazón siendo
“abierto” por el Señor para recibir su verdad. En Hechos 26:18 como de abrir nuestros ojos,
convertirnos de las tinieblas a la luz, y del poder da Satanás a Dios. En 2 Corintios 10:5 como
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“derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” En Efesios 5:8 como siendo “luz
en el Señor.” En 2 Tesalonicences 2:13 es designada la “santificación por el Espíritu.” En
Hebreos 8:10 como Dios poniendo sus leyes en nuestra mente y escribiéndolas en nuestro
corazón- ¡la figura de contraste en Jeremías 17:1! Por lo tanto, debería ser más evidente que
perdemos mucho al limitar nuestra atención a una figura de ella. Todas las que hemos dado, y
otras todavía no mencionadas, necesitan ser tomadas en cuenta si queremos obtener algo
parecido a un concepto adecuado de la naturaleza de ese milagro de gracia que es forjado en
el alma y el espíritu de los elegidos, capacitándolos de ahora en adelante a vivir para Dios.
Como el hombre fue cambiado en Adán de lo que era por un estado de creación, así el
hombre debe ser cambiado en Cristo de lo que es por un estado de corrupción. Este cambio
que habilita para la comunión con Dios, es una obra divina operada en las inclinaciones del
alma. Es un ser renovado en el espíritu de nuestras mentes (Efe.4:23). Es la infusión de un
principio de santidad en todas las facultades de nuestro ser interior. Es la renovación
espiritual de nuestras mismas personas, la cual todavía será consumada por la regeneración
de nuestros cuerpos. Toda el alma es renovada, de acuerdo a la imagen de Dios en
conocimiento, santidad y justicia. Una nueva luz brilla en la mente, un nuevo poder mueve la
voluntad, un nuevo objeto atrae los afectos. El individuo es el mismo, y sin embargo no es el
mismo. Qué diferente es el paisaje cuando el sol brilla que cuando la oscuridad de una noche
sin luna está sobre ella- el mismo paisaje y sin embargo no es el mismo. Qué diferente es la
condición del que es restaurado a la salud y vigor después de haber sido muy debilitado por la
enfermedad; sin embargo, es la misma persona.
El mero hecho de que el Espíritu santo haya empleado las figuras de “engendrar” y
“nacer” para la obra salvadora de Dios en el alma, da a entender que la referencia es
solamente a la experiencia “inicial” de la divina gracia, “el que comenzó en vosotros la buena
obra” (Fil.1:6). Como un infante tiene todas las partes de un humano, sin embargo, ninguno
de ellos ha madurado, de la misma manera, la regeneración forma todas las partes, las cuales
todavía necesitan ser desarrolladas. Una nueva vida ha sido recibida, pero es necesario que
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ella crezca, “crecer en la gracia” (2 Ped.3:18). Como Dios fue el dador de esta vida, él
solamente puede alimentarla y fortalecerla. Por lo tanto, Tito 3:5 habla de “renovándose” y
no de “renovación” del Espíritu Santo. (Nota del traductor. En el inglés es un verbo en
presente continuo y no un sustantivo como en el español) Pero es nuestra responsabilidad y
obligado deber “usar” los medios de gracia divinamente señalados que promueven el
crecimiento espiritual, “desead, la leche espiritual para que por ella crezcáis” (1Ped.2:2);
como es nuestra obligación evitar constantemente todo lo que estorbará nuestra prosperidad
espiritual, “no proveáis para los deseos de la carne” Romanos 13:14; Mateo 5; 29,30; 2
Corintios 7:1.
La consumación de la obra inicial de Dios que experimentemos en el nuevo nacimiento y
que él renueva a lo largo del curso de nuestra vida terrenal, sólo ocurre en la segunda venida
de nuestro salvador, cuando seremos perfecta y eternamente conformados a su imagen,
tanto externa como internamente. Primero, la regeneración; luego, la santificación progresiva
y finalmente nuestra glorificación. Pero, entre la regeneración y la glorificación, mientras
somos dejados aquí, el cristiano tiene tanto la “carne” como el “Espíritu,” así como también el
principio del pecado y el principio de santidad, operando dentro de él. El uno se opone al otro
Gal. 5:16,17. De ahí su experiencia interna es como la que se describe en Rom.7:7-25. Tal
como la vida se opone a la muerte, la pureza a la impureza, la espiritualidad a la carnalidad,
así, ahora se siente y experimenta dentro del alma un fuerte conflicto entre el pecado y la
gracia. Este conflicto es perpetuo como la “carne” y el “Espíritu” luchan por el dominio. De ahí
procede la absoluta necesidad del cristiano de ser sobrio y “velar en oración.”
Finalmente, déjeme señalar que el principio de vida y la obediencia (la nueva naturaleza)
que es recibida en la regeneración, no es capaz de preservar el alma de pecados, sin embargo,
hay una plena provisión para el continuo suministro de gracia preparado para ella y todos sus
deseos en el Señor Jesucristo. Hay tesoros de ayuda en él, a lo cual el alma puede en cualquier
momento acudir para encontrar el necesario socorro contra toda invasión de pecado. Este
nuevo principio de santidad puede decir al alma del creyente, como David lo hizo con Abiatar
cuando huyó de Doeg, “Quédate conmigo, no temas; quien buscare mi vida, buscará también
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
la tuya; pues conmigo estarás a salvo” (1 Sam. 22:23). El pecado es el enemigo de la nueva
naturaleza verdaderamente, como lo es del alma del cristiano, y su única seguridad radica en
prestar atención a las demandas de esa nueva naturaleza y acudiendo a Cristo para su
capacitación. Así, somos exhortados en Hebreos 4:16, “Acerquémonos, pues, confiadamente
al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”
Si alguna vez el alma está en tiempo de necesidad, así es cuando está bajo los ataques del
provocador de pecados, cuando la “carne” está deseando contra el “Espíritu.” Pero, en ese
mismo tiempo hay una adecuada y apropiada ayuda en Cristo para el socorro y alivio. La
nueva naturaleza ruega con suspiros y gemidos para que el creyente acuda a Cristo. No hacer
caso de Cristo, con toda su provisión de gracia, mientras insiste en llamarnos, “ábreme…
porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche” (Cant.5:2), es
despreciar el suspiro del pobre prisionero, la nueva naturaleza, la cual el pecado está
buscando destruir, y no puede, sino ser una alta provocación contra el Señor.
Al principio, Dios confió a Adán y Eva un depósito de gracia en sí mismos, pero, lo
desecharon, y por eso, ellos mismos se hundieron a la miseria. Para que sus hijos no se
pierdan por segunda vez, Dios, en lugar de concederles personalmente el poder para vencer
al pecado y a Satanás, confió su parte a Otro, un Tesorero de confianza; en Cristo sus vidas y
consuelos están seguros (Col.3:3). ¿Y cómo debe considerarnos Cristo, si en lugar de acudir a
El para consuelo, permitimos al pecado afligir nuestra conciencia, destruir nuestra paz, y
dañar nuestra comunión? Este no es un pecado de debilidad que no puede ser evitado, sino
una grave afrenta a Cristo. Los medios de preservación para ello están a la mano. Cristo está
siempre accesible. El siempre esta listo para “socorrer a los que son tentados” (Heb.2:11). ¡O
entregarnos a él más y más, día a día, para todo! Entonces cada uno encontrara que “todo lo
puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
Todos los hombres por naturaleza son hijos de ira, y todos pertenecen al mundo, que es el
reino de Satanás (1Jn.5:19), y están bajo el poder de las tinieblas. En este estado los hombres
no son súbditos del reino de Cristo y no son aptos para el cielo. Ellos son incapaces de
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liberarse así mismos de este terrible estado, pues son “débiles” (Rom.5:6). De este estado los
elegidos de Dios son “llamados” sobrenaturalmente (1 Ped.2:9), cuyo llamado los libera
eficazmente del poder de Satanás y los traslada al reino de su amado Hijo (Col.1:13). Este
divino “llamado” u obra de gracia es denominado de varias maneras en la Escritura. Algunas
veces se le llama “regeneración” (Tit.3:5), o el nuevo nacimiento, otras veces iluminación (2
Cor.4:6), transformación (2 Cor.3:18), o resurrección espiritual (Jn.5:24). Este llamado interno
e invencible es acompañado con la justificación y la adopción (Rom.8:30; Efe.1:5), es llevado
acabo por la santificación en santidad. Esto nos lleva a considerar.
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3.- SUS EFECTOS
“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a
dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn.3:18).
Aunque el viento sea soberano en su acción, el hombre no puede controlarlo, aunque
sea misterioso en su naturaleza el hombre no sabiendo nada de la causa que la controla, sin
embargo, su presencia es inconfundible, sus efectos son claramente evidentes. Así es con
todo aquel que es nacido del Espíritu. Sus secretas, pero poderosas operaciones están más
allá del alcance de nuestro entendimiento. ¿Porque Dios ordenó que el Espíritu vivificara a
esta persona y no a aquélla?, no lo sabemos, pero los resultados transformadores de su obra
son claros y evidentes. ¿Cuáles son? Trataremos, ahora, de describirlo.
I.- La iluminación del entendimiento. Como lo fue en la antigua creación, así es en
conexión con la nueva. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen1:1). Esa fue la
creación original. Luego, vino la degeneración, “y la tierra estaba sin forma (en inglés) y vacía
(desordenada), y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo.” Después, vino la restauración,
“y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, y dijo Dios, sea la luz; y fue la luz.” Así
es cuando Dios comienza a restaurar al hombre caído, “Porque Dios, que mandó que de las
tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación
del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor.4:6).
La iluminación divina que la mente recibe en el nuevo nacimiento, no es por medio de
sueños o visiones ni consiste en revelaciones de cosas al alma que no se han dado a conocer
en las escrituras. No es así, el único medio o instrumento que el Espíritu santo utiliza es la
palabra escrita, “La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples”
(Sal.119:130). Hasta este momento, la palabra de Dios puede haber sido leída atentamente y
mucha de su enseñanza percibida intelectualmente, pero por causa de que había un “velo” en
su corazón (2 Cor.3:15) porque no había discernimiento espiritual (1Cor.2:14), el lector no
estaba afectado interiormente por ello. Pero, ahora el Espíritu quita el velo, abre el corazón
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para recibir la palabra (Hech.14:16), y poderosamente aplica a la mente y conciencia alguna
parte de ella. El resultado es que, el renovado es capaz de decir, “una cosa sé, que habiendo
yo sido ciego, ahora veo (Jn.9:25).
En concreto: El pecador ahora está iluminado en el conocimiento de su propia condición
terrible. Quizás, antes de esto, recibió mucha instrucción escritural, se apegó un sano credo, y
creyó intelectualmente en “la depravación total del hombre”; pero ahora las declaraciones
solemnes de la palabra de Dios respecto al estado de la criatura caída son aplicados con poder
penetrante a su propia alma. Ya no se compara así mismo con sus compañeros, sino se mide
así mismo por la norma de Dios. Ahora descubre que es inmundo, que su corazón es
“desesperadamente malo,” y que es totalmente incapaz de estar en la presencia del Dios tres
veces santo. El está poderosamente convencido de sus propios horribles pecados, siente que
son más numerosos que los cabellos de su cabeza, y que son graves provocaciones contra el
cielo, el cual clama el juicio divino sobre él. Ahora se da cuenta que no hay “nada sano” en él
(Isa.1:6), y que sus mejores obras son solamente como “trapos de inmundicia” (Isa.64:6), y
que no merece nada, sino las llamas eternas.
Por la luz espiritual que Dios comunica, el alma ahora comprende los infinitos
desmerecimientos del pecado, comprende que su “salario” no puede ser nada menos que la
muerte eterna o la perdida del favor Divino y un horrible sufrimiento bajo la ira de Dios. La
equidad de la ley de Dios y el hecho de que el pecado justamente exige tal castigo son
reconocidos humildemente. Así su boca queda “cerrada” y se confiesa así mismo culpable
delante de Dios, y justamente expuesto a su terrible venganza, tanto por la plaga de su propio
corazón como por sus numerosas transgresiones. El ahora se da cuenta que toda su vida la
vivió en total independencia de Dios, no habiendo tenido respeto por su gloria, no le importó
si agradó o desagradó a Dios. Ahora entiende la excesiva pecaminosidad del pecado, su
horrible maldad, como siendo en su naturaleza contraria a la ley de Dios. ¿Cómo escapar de la
merecida recompensa a su iniquidad?, no lo sabe. Su grito agonizante es ¿Qué debo hacer
para ser salvo? El está convencido de su total incapacidad para contribuir en algo para su
liberación. Ya no confía para nada en la carne; ha sido llevado al fin de sí mismo.
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EL NUEVO NACIMIENTO O LA REGENERACIÓN A.W. PINK
Por medio de esta iluminación el alma renovada, bajo la guianza del Espíritu atreves de
la Palabra, ahora entiende cuán bien adaptado está a Cristo como un pobre, desgraciado sin
valor como siente ser. La esperanza de obtener la liberación de la ira venidera por la vida
victoriosa y la muerte del Señor Jesús, guarda a su alma de ser aplastada de dolor y de
hundirse en completo abatimiento por reconocer sus pecados. Ya que el Espíritu Santo le
presenta los méritos infinitos de la obediencia y justicia de Cristo, su tierna compasión por los
pecadores, su poder para salvar, los deseos por un interés en Cristo ahora dominan su
corazón, y está decidido a buscar la salvación solamente en Cristo. Bajo la bondadosa
influencia del Espíritu Santo, el alma es conducida por algunas palabras tales como: “venid a
mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” O “el que a mí viene,
no le echo fuera.” Y es conducido a ir a Cristo para perdón, limpieza, paz, justicia y fortaleza.
Otros actos, además de volverse a Cristo surgen de este nuevo principio recibido en la
regeneración, tal como el arrepentimiento, lo cual es una tristeza santa por el pecado, un
aborrecimiento del pecado, y un deseo sincero de renunciar y ser liberado de su
contaminación. En la luz de Dios, el alma ahora renovada entiende la completa vanidad del
mundo, y la inutilidad de estos insignificantes juguetes y chucherías perecederas que los
impíos se esfuerzan tanto para conseguir. Ha sido despertado del dormir el sueño de la
muerte, y las cosas ahora son vistas en su verdadera naturaleza. El tiempo es precioso y no
debe ser desperdiciado. Dios en su impresionante majestad es un sujeto que debe ser temido.
Su ley es aceptada como santa, justa y buena. Todas estas percepciones y acciones están
incluidas en esa santidad sin la cual nadie verá al Señor. En algunos estas acciones son más
vigorosas que en otros, y por lo consiguiente, son más perceptibles al hombre mismo. Pero,
los frutos de ellos son visibles a los demás en los actos externos.
II.- La elevación del corazón. Justamente el Señor reclama el primer lugar, “el que ama a
padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mat.10:37). “dame, hijo mío, tu corazón”
(Prov.23:26) expresa la petición de Dios, “se dieron primeramente al Señor” (2 Cor.8:5)
declara la respuesta del regenerado. Pero, no es hasta que son regenerados que están todos
capacitados espiritualmente para hacer esto, porque por naturaleza los hombres son,
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“amadores de sí mismos y “amadores de los deleites más que de Dios” (2Tim.3:2,4). Cuando
un pecador es renovado, sus afectos son quitados de sus ídolos y fijados en el Señor
(1Tes.1:9). Porque está escrito “con el corazón (los afectos) se cree para justicia” (Rom.10:10).
Y por lo tanto, también está escrito, “el que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema”
(1Cor.16:22). “y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para
que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón (Deut.30:6). “La circuncisión” del corazón es la
“renovación” del mismo, rompiendo su amor de todas las cosas ilícitas. Nadie puede amar
verdaderamente al Dios supremo hasta que este milagro de gracia haya sido realizado dentro
de él. Entonces es cuando los afectos son refinados y dirigidos a sus objetos propios. El que
una vez fue menospreciado por el alma, ahora es visto como el “deseable.” El que fue
aborrecido (Jn.15:18) ahora es amado sobre todo lo demás. “¿A quién tengo yo en los cielos
sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.” (Sal.73:25). Ahora ésta es su confesión gozosa.
El amor de Dios se ha convertido en el principio dominante de su vida (2 Cor.5:13). Lo que
antes era una carga ahora es una delicia. La alabanza del hombre ya no es el motivo que
estimula la acción; la aprobación del Salvador es la más alta preocupación del cristiano. La
gratitud mueve a una sincera conformidad con su voluntad. “¡Cuán preciosos me son, oh Dios,
tus pensamientos!” (Sal.139:17). Este es ahora su lenguaje. Y otra vez, “tu nombre y tu
memoria son el deseo de nuestra alma. Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto me
dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte” (Isa.26:8,9). Así, también el corazón es
extendido a todos los miembros de su familia, sin importar su nacionalidad, posición social o
conexión con la iglesia: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que
amamos a los hermanos” (1Jn.3:14).
III.-La emancipación de la voluntad. Por naturaleza, la voluntad del hombre caído es
libre en una sola dirección: lejos de Dios. El pecado esclavizó la voluntad, por lo tanto,
necesitamos ser “hechos libres” (Jn.8:36). Los dos estados son contrastados en Romanos 6:
“libres acerca de la justicia” (ver. 20), cuando estábamos muertos en el pecado; “libre del
pecado” (ver.18), ahora que estamos vivos para Dios. En el nuevo nacimiento la voluntad es
libertada de la “esclavitud de la corrupción” (Rom.8:21 compárese con 2Ped. 2:19) y rendido
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conforme a la voluntad de Dios (Sal.119:97). En nuestro estado degenerado la voluntad fue
naturalmente rebelde, y su lenguaje práctico fue, “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su
voz?” (Exo.5:2). Pero el Padre prometió al hijo, “tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en
el día de tu poder” (Sal.110:3), y esto se cumple cuando Dios “produce así el querer como el
hacer, por su buena voluntad” (Fil.2:13 compárese con Heb.13:21). “Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y
os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en
mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Eze.36:26-27). Esta es una
promesa del nuevo pacto (Heb.8:10), y es hecho efectivo en cada alma renovada. La voluntad
es tan liberada del poder del pecado que mora en él, al grado de estar capacitado para
responder a los mandamientos divinos de acuerdo con el tenor del nuevo pacto. El
regenerado libremente consiente y gustosamente escoge caminar en sujeción a Cristo,
estando ansioso ahora para obedecer a Cristo en todas las cosas. Su autoridad su única regla,
su amor el poder motivador: “el que me ama, mi palabra guardará” (Jn.14:23).
IV.- La rectificación de la conducta. Un árbol se conoce por sus frutos. La fe es
evidenciada por las obras. El principio de santidad se manifiesta en una vida piadosa. “Si
sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (Jn.2:29).
El deseo más profundo de todo hijo de Dios es agradar a su padre celestial en todas las cosas,
y aunque este deseo nunca se realiza totalmente en esta vida “No que lo haya alcanzado ya,
ni que ya sea perfecto” (Fil.2:12), sin embargo, él continúa “extendiéndome a lo que está
delante.”
“habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados”
(Rom.6:17). La palabra “forma” aquí significa “molde.” Observe cómo esta figura presupone
también las mismas facultades después del nuevo nacimiento como antes. El metal que es
moldeado sigue siendo el mismo metal que era anteriormente, solamente el molde o la forma
es alterada. Ese metal que antes era un plato, ahora es convertido en una taza, y por lo tanto
se le da un nuevo nombre: cf. Apo.3:12. Por medio de la regeneración las facultades del alma
son hechas adaptables a Dios y a sus preceptos, tal como el molde y la cosa moldeada se
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adaptan el uno al otro. Como antes el corazón estaba en enemistad contra todos los
mandamientos, ahora es moldeado a ellos. Dios dice, “témeme” el corazón renovado
responde, “deseo temer tu nombre” (Neh. 1:11). Dios dice “acuérdate del día de reposo para
santificarlo,” el corazón responde, “el día de reposo es mi delicia” (Isa. 58:13). Dios dice
“ámense unos a otros” la nueva criatura encuentra un instinto nacido de su interior para
hacerlo así, porque de los cristianos verdaderos se dice “habéis aprendido de Dios que os
améis unos a otros” (1 Tes.4:9).
Un cambió ocurrirá en la conducta del hombre incrédulo más moralista cuando nace de
arriba. No solamente será mucho menos ansioso en su búsqueda del mundo, más escrupuloso
en la selección de sus amigos, más prudente en evitar las ocasiones para pecar y la apariencia
del mal, sino que se da cuenta que el ojo santo de Dios está sobre él, no sólo valorando sus
acciones, sino pesando sus motivos. Ahora lleva el sagrado nombre de Cristo, y su más alta
preocupación es apartarse de todo lo que traería reproche a Cristo. Su propósito es dejar que
su luz brille delante de los hombres para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su padre
que está en el cielo. Lo que le ocasiona la más profunda tristeza no son las burlas y los
desprecios de los impíos, sino en que no logre estar a la altura de la norma que Dios ha puesto
delante de él y la conformidad a ella, según lo que tanto desea. Aunque la divina gracia puede
preservarlo de caídas externas, sin embargo, es dolorosamente consiente de muchos pecados
interiores: Los surgimientos de incredulidad, las hinchazones del orgullo, las oposiciones de la
“carne” a los deseos del “Espíritu.” Estas cosas producen una profunda preocupación del
corazón y le conducen a una humilde y dolorosa confesión a Dios.
Es de gran importancia que el cristiano tenga ideas claras y escriturales de lo que él es
como sujeto del pecado y la gracia a la vez. Aunque, los regenerados son liberados
absolutamente del dominio del pecado (Rom. 6:14), sin embargo, el principio del pecado, la
“carne” no es erradicada. Esto está claro en Romanos 6:12, “No reine, pues, el pecado en
vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias.” Esa exhortación
no tendría sentido si el pecado que mora no estuviera buscando reinar, y las concupiscencias
no estuvieran demandando obediencia. Sin embargo, esto está lejos de decir que un cristiano
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debe seguir en el camino del pecado, “Todo aquel que es nacido de Dios, no práctica el
pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de
Dios” (1 Jn.3:9), la referencia allí es a la práctica regular y hábito de pecar. Sin embargo, el
piadoso debe prestar atención constante a esta palabra, “velad debidamente, y no pequéis”
(1 Cor.15:34).
Las experiencias de Pablo como sujeto del pecado y la gracia a la vez, están registradas
en Romanos 7. Una cuidadosa lectura de los versos 14-24 revela el hecho de que la gracia no
había removido ni purificado la “carne” en él. Y como el cristiano de hoy compara sus propios
conflictos internos, encuentra que Romanos 7 los describe exacta y fielmente. Descubre que
en su “carne” no hay cosa buena, y clama, “miserable hombre de mí.” A pesar de que anhela
una conformidad mas plena a la imagen de Cristo, aunque tiene hambre y sed de justicia,
aunque está bajo la influencia y reino de la gracia, y aunque disfruta de una real comunión
con Dios, sin embargo, en ocasiones (algunos lo sienten más agudamente que otros) siente
que con la mente sirve a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado. Sí cada
experiencia de la lectura de la palabra, oración, meditación, le demuestra que es, en su
naturaleza caída, “carnal, vendido al pecado,” y que cuando intenta hacer el bien, el mal está
presente con él. Este es un asunto de mucho dolor para él y le hace “gemir” (Rom.8:23) y
anhelar más por la liberación de este cuerpo de muerte.
Pero, ¿no debe el cristiano “crecer en la gracia?” Sí, claro que sí. Pero déjeme decir
enfáticamente que crecer “en gracia” con mucha seguridad no significa un aumento de
satisfacción consigo mismo. No, es todo lo contrario. Mientras más camino en la luz de Dios
más plenamente puedo ver la astucia de la “carne” dentro de mí, y habrá un cada vez más
profundo aborrecimiento de lo que soy por naturaleza. “porque el querer el bien está en mí,
pero no el hacerlo” (Rom.7:18) no es la confesión de un incrédulo, ni siquiera de un bebe en
Cristo, sino del santo más iluminado. El único alivio de este angustioso descubrimiento y la
única paz para el corazón renovado es apartar la mirada de sí mismo y ponerla en Cristo y en
su obra perfecta por nosotros. La fe se vacía de toda autocomplacencia y da una exaltada
estima a Dios en Cristo. Un crecimiento “en la gracia,” es definido, en parte por las palabras
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que siguen inmediatamente, “y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2
Ped.3:18). Es la comprensión cada vez mayor de la perfecta adaptación de Cristo a un pobre
pecador, la convicción cada vez más profunda de su capacidad para ser el Salvador de ese vil
malvado como el Espíritu me muestra cada día que soy. Es el entendimiento de cuánto yo
necesito su preciosa sangre para limpiarme, su justicia para vestirme, su brazo para
sostenerme, su defensa para responder por mí en lo alto, su gracia para liberarme de mis
enemigos tanto interiores como exteriores. Es el Espíritu revelándome que hay en Cristo todo
lo que necesito tanto para la tierra y el cielo, el tiempo y la eternidad. De modo que, crecer en
gracia es una vida cada vez más fuera de mí mismo, viviendo en Cristo. Es un mirar a él para la
provisión de toda necesidad.
Cuanto más el corazón está ocupado con Cristo, cuanto más el pensamiento persevere
en él, confiando en él (Isa. 26:3), tanto más la fe, esperanza, amor, paciencia, misericordia y
todas las gracias espirituales serán fortalecidas y movidas a ejercitarse y actuar para la gloria
de Dios. La manifestación del crecimiento en la gracia y el conocimiento de Cristo es otra
cosa. El proceso actual de crecimiento no es perceptible tanto en la esfera natural como la
espiritual; pero los resultados sí los son, sobre todo a los demás. Hay tiempos definidos de
crecimiento, y mayormente las gracias espirituales de los creyentes crecen más mientras el
alma está en aflicción por las múltiples tentaciones, lamentándose por el pecado que mora en
él. Es cuando estamos disfrutando a Dios y estamos consientes de la comunión con él,
deleitándonos en las perfecciones de Cristo, que los frutos del Espíritu están maduros en
nosotros. Las principales evidencias del crecimiento espiritual en el cristiano son profundo
odio del pecado y aborrecimiento de sí mismo, una mayor valoración de las cosas espirituales,
y un anhelo por ellos, un mayor reconocimiento de nuestra profunda necesidad y
dependencia en Dios para suplirla.
La regeneración es substancialmente la misma en todos los que son objetos de ella. Hay
una transformación espiritual, la conformidad del alma a la imagen de Dios, “lo que es nacido
del Espíritu, espíritu es” (Jn.3:6). Pero aunque toda persona regenerada es una nueva criatura,
ha recibido un principio de fe y santidad que actúa en cada facultad de su ser, y es habitado y
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dirigido por el Espíritu Santo, sin embargo, Dios no comunica la misma medida de gracia
(Rom.12:3; 2 Cor.10:13; Efe.4:16) o el mismo número de talentos por igual. Los hijos de Dios
difieren del uno al otro como sucede con los niños en su nacimiento natural, algunos de ellos
so más vivos y vigorosos que otros. Dios, de acuerdo a su soberano placer, da a algunos un
conocimiento más pleno, a otros una fe más fuerte, a otros afectos más calurosos – el
temperamento natural tiene que ver con la forma y el color que la manifestación del
“espíritu” ocurre en nosotros. Pero, no hay diferencia en su estado. La misma obra ha sido
realizada en todos, que los hace radicalmente diferentes a los mundanos. “¿O no sabéis que
los santos han de juzgar al mundo”? (1 Cor. 6:2). ¿Esto no denota claramente, sí, por su
puesto, requiere que los “santos” ejerzan una santidad distinguible y una vida completamente
diferente al mundo? ¿Podría alguno que ahora lleva el nombre del Señor en vano ser
justamente señalado para sentarse a juzgar a los que lo profanaron? ¿Podría alguien que vivió
para agradarse sí mismo ser una persona capacitada para juzgar a los que amaron el placer
más que a Dios? ¿Podría alguno que despreció y ridiculizó “la vida puritana estricta” sentarse
con Cristo como juez de los que se rebelaron contra él? ¡Jamás! En lugar de ser los jueces de
los demás, todos estos se encontraran condenados y ejecutados como malhechores en aquel
día.
“Gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad”
(Sal.84:11). “Gracia y gloria” están inseparablemente conectadas. No difieren en naturaleza,
sino en grado. “Gracia” es la gloria empezada; “gloria” es la gracia elevada a la cima de la
perfección. 1Jn. 3:2 nos dice que los santos “serán semejantes a él,” y esto es porque ellos le
“verán tal como él es.” La visión inmediata del Señor de gloria será una transformación, los
reflejos brillantes de la pureza y santidad de Dios emitidos por el glorificado los hará
perfectamente santos y benditos. Pero, esta semejanza a Dios, sus santos lo tienen aquí, en
cierta medida, lo llevan sobre ellos. Hay algunos perfiles, algunos rasgos de la imagen de Dios
estampados en ellos, y esto también es a través de mirarlo a él. Es verdad, que es
(comparativamente hablando) por un espejo oscuro, sin embargo, “mirándolo” nosotros
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“somos transformados de gloria en gloria (de un grado a otro) en la misma imagen, como por
el Espíritu del Señor” (2 Cor.3:18).
En conclusión, tanto el escritor como el lector pruébese y examínese ante la presencia
del Señor, con estas preguntas ¿Cómo está mi corazón afectado por el pecado? ¿Hay una
profunda humillación y tristeza santa después de haber cedido a ello? ¿Odias
verdaderamente al pecado? ¿Es mi conciencia tierna, de tal manera que mi paz es perturbada
por lo que el mundo llama “errores insignificantes” y “cosas pequeñas?” ¿Soy humillado
cuando me doy cuenta del surgimiento del orgullo y la obstinación? ¿Aborrezco mi
corrupción interna? ¿Qué ocupa mi mente en tiempos de recreación? ¿Están muertos mis
afectos hacia el mundo y vivos para Dios? ¿En realidad, encuentro mis ejercicios espirituales
agradables y gozosos o fastidiosos y pesados? ¿Puedo decir verdaderamente, “¡Cuán dulces
son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca?” (Sal.119:103). ¿Es la comunión con
Dios mi más alto gozo? ¿Amo más gloria de Dios que todo lo que el mundo contiene?
ARTHUR W. PINK