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EL FIN DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL: NEO-COLONIZACIÓN EUROPEA
EN ARGENTINA A TRAVÉS DE UNA COMPAÑÍA DE ELECTRICIDAD
THE END OF THE FIRST WORLD WAR: NEO-COLONIZACIÓN EUROPEA IN
ARGENTINA THROUGH A COMPANY OF ELECTRICITY
Gabriela Dalla-Corte Caballero
Resumen: Desde inicios del siglo XX, Cataluña participó en un liberalismo cultural y económico con
el objetivo de favorecer a las relaciones iberoamericanas. La Casa de América de Barcelona –
inaugurada en abril de 1911 en el marco de las celebraciones del centenario de independencia–, el
crecimiento de un nuevo modelo empresarial que fue diseñado por su nuevo propietario, Francesc
Cambó. Desde el fin de la Primera Guerra Mundial, Cambó asumió en Buenos Aires la dirección de la
“Compañía Alemana Trasatlántica de Electricidad” (CATE), imponiendo el nombre de “Compañía
Hispano Argentina de Electricidad” (CHADE) para frenar así el dominio de los países vencedores, en
especial Gran Bretaña y los Estados Unidos de América. La actuación ejercida por el catalán José
Sebastián Quintana Soler, radicado en Argentina, nos permite debatir acerca de una nueva
colonización, tanto productiva como empresarial, que tendría como sede la localidad alemana de
Düsseldorf. La documentación analizada se conserva en el Pavelló de la República de la Universitat de
Barcelona (UB).
Palabras claves: CATE. CHADE. CADE. Neocolonización.
Abstract: Since the beginning of the twentieth century, Catalonia participated in a cultural and
economic liberalism with the aim of favoring Latin American relations. The Casa de America in
Barcelona –inaugurated in April 1911 as part of the centenary celebrations of independence– the
growth of a new business model that was designed by its new owner, Francesc Cambó. Since the end
of World War I, Cambó took office in Buenos Aires the direction of the “Transatlantic German
Company of Electricity” (CATE), imposing the name “Hispanic Company Argentina de Electricity”
(CHADE) and to curb the dominance of victorious countries, especially Britain and the United States
of America. The action exerted by the Catalan Sebastian Quintana José Soler, who lives in Argentina,
allows us to discuss a new colonization, both productive and business, which would be held in the
German city of Dusseldorf. The analyzed documentation kept at the Pavilion of the Republic of the
University of Barcelona (UB).
Keywords: CATE. CHADE. CADE. Neocolonization
Introducción
El fin de la lucha bélica desatada en Europa en el año 1914, exigió analizar el
significado del post-conflicto que adjudicó nuevos intercambios económicos y empresariales.
Professora Dra. Universitat de Barcelona. E-mail: [email protected].
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La guerra de fronteras desató la Primera Guerra Mundial que acompañó sin duda la
fabricación y venta de armas que se beneficiaron de la muerte de un elevado número de
personas de la sociedad civil europea. Esa guerra reveló la tragedia humana, al tiempo que el
enriquecimiento de empresas que marcarían la negociación comercial que comenzó a
imponerse desde entonces en las relaciones mantenidas con el continente americano. Desde
ese año 1919, se produjeron novedosos modelos empresariales que darían otra fisonomía al
rol del ejército, a los servicios dedicados al transporte, al sistema mercantil, y al uso de la
electricidad (FERNÁNDEZ, 2009).
En ese año que mencionamos, la “Compañía Alemana Trasatlántica de Electricidad”
(CATE) –que era la mayor inversión belga-alemana en el extranjero (DE GROOF et al,
1998)– nombró al catalán Francesc Cambó como presidente de la novedosa “Compañía
Hispano Argentina de Electricidad” (CHADE), con sede en Buenos Aires (RIQUER I
PERMANYER, 2016). Esta opción no fue banal, ya que el grupo liderado por Cambó
aparecía desde finales del siglo XIX como el más cercano al movimiento independentista,
distanciado del ejercicio monárquico en las antiguas colonias americanas, de índole liberal, y
con un sustancial término Iberoamericano que enfrentaba palabras consideradas españolas
como Madre Patria e Hispanoamérica. El juego de estas palabras acompañó a la asociación
que en el año 1911 dio a luz a la entidad barcelonesa llamada Casa de América (DALLA-
CORTE, 2005).
Desde entonces se evidenció la vinculación mantenida por los miembros de la Casa de
la ciudad condal, con los centros catalanes creados en América. Uno de esos ámbitos fue
precisamente el Centre Català de la ciudad de Rosario (HARRINGTON y SUBIRANA,
2012), creado por un importante grupo liderado por Juan Bautista Quintana. Fallecido este
último en 1914, su hijo mayor, José Sebastián Quintana Soler, aceptó incorporarse como
delegado de la entidad barcelonesa, creada esta última en 1911 en plenas celebraciones
independentistas de las antiguas colonias hispanoamericanas (DALLA-CORTE, 2006). La
mencionada Casa de América de Barcelona estableció desde entonces ese difícil momento de
guerra internacional, a los siguientes catalanes radicados en la Argentina que siguieron el
camino de Quintana Soler al aceptar convertirse en delegados: Antonio de P. Aleu, Benito
Fernández, Antonio Freixas, Emilio Martín, Ricardo Monner Sans, José Oller, Salvador del
Río, Enrique Ruíz, y José Monte, precisamente el eterno testaferro de la familia conformada
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por Carlos Casado del Alisal y Ramona Sastre, los creadores de la gran empresa argentina
dedicada a la exportación de extracto tánico de quebracho paraguayo. En el contexto de esa
Primera Guerra Mundial, Quintana Soler envió cartas desde la ciudad de Rosario, al joven
Rafael Vehils i Grau-Bolívar, responsable de la Casa de América barcelonesa. Dichas cartas
incluyeron informes confidenciales sobre la realidad que debían afrontar Argentina, Cataluña
y Alemania en un contexto de postguerra. Estas cartas fueron redactadas entre inicios de 1918
y los últimos meses de 1923, años en que Cambó consolidó, precisamente, la continuidad
alemana a través de la CHADE, la empresa que fue registrada entre Barcelona y Buenos Aires
para impedir así la incorporación del servicio de electricidad a manos británicas o
estadounidenses (FIGALLO, 2014).
La relación mantenida por Quintana Soler con el grupo americanista catalán, este último
representado por Vehils como secretario personal de Francesc Cambó, fue parte del gran
proyecto internacional implementado por el propio Cambó en la Argentina (PABÓN, 1999;
ALCALDE CERAVALLS, 2006). Como veremos, la CHADE impondría una nueva
colonización empresarial a través de la supervivencia de la antigua CATE, tanto alemana
como trasatlántica. Quintana Soler, que fue nombrado como delegado de la Casa de América
barcelonesa, eligió durante la postguerra el mejor lugar para fundar una sucursal de su
empresa rosarina: la localidad alemana de Düsseldorf, centro económico de la Alemania
Occidental. Para dar cuenta de este proyecto neocolonial, utilizamos la primera caja del
Archivo General de la Casa de América de Barcelona, documentación conservada hoy día en
el Pabellón de la República de la Universitat de Barcelona (DALLA-CORTE, 2013). La caja
mencionada contiene la correspondencia mantenida por el director de la Casa de América,
Rafael Vehils, con un elevado número de empresarios e intelectuales argentinos, entre ellos,
precisamente, Quintana Soler.
El traspaso de vínculos culturales a comerciales
Juan Bautista Quintana trabajó en su juventud para la “Casa Gerónimo Pujol” de
Barcelona. Casado con Ernestina Soler, el 20 de noviembre de 1884 nació en la ciudad condal
su primer hijo, José Santiago Quintana Soler. Cinco años después, en 1889, esta pequeña
familia partió hacia la capital argentina, Buenos Aires, para dedicarse a la compra y venta de
frutos del país y cueros vacunos secos, por cuenta del original Sindicato de empresas y
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servicios de Igualada, en la capital de la comarca de Anoia. En la capital argentina nació el
hijo Ernesto, y las hijas Teresa y Cinta Quintana Soler.
Con el tiempo, al independizarse del mencionado sindicato catalán, la familia optó por
radicarse en Rosario, ciudad que por entonces ya era el centro empresarial más importante del
interior del país. Juan B. Quintana llegó a ser una verdadera potencia en su ramo, ya que optó
por unirse al propio sindicato empresarial y curtidor rosarino, que acababa de conformarse
para cumplir con la demanda estadounidense. Acaparando el mercado, en 1907 instaló una
empresa de curtiembre, además de ser nombrado vicecónsul honorario de España en la
Provincia de Santa Fe, presidente fundador del “Centre Catalá” y del Hospital Español, y
presidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos, de la importantísima Bolsa de
Comercio en cinco oportunidades, y del Concejo Municipal de Rosario (VIDELA, 2001).
Falleciendo en el año 1914, dejó al frente de la empresa a su hijo mayor llamado José
Santiago Quintana Soler, quien se había formado en la Escuela Nacional de Comercio de
Rosario –entidad creada por el gobierno argentino–, cuando su padre actuaba de presidente de
la Bolsa de Comercio. En el año 1902, fue enviado a España y a Alemania, con el objetivo de
que lograse perfeccionar sus conocimientos históricos y prácticos sobre la industria del
curtido, y allí aprendió las lenguas básicas del comercio: el inglés, el francés y el alemán.
Entre los años 1909 y 1910, Quintana Soler hizo los imprescindibles cursos ofrecidos
por la “Destsche Gerber Schule”, la escuela especial industrial construida e inaugurada en la
localidad de Freider, Sajonia. Allí cumplió con los dos cursos impartidos, y en sus clases se
dedicó a conocer a un elevado número de estudiantes provenientes de todo el mundo. Sus
estudios obtuvieron las mejores clasificaciones de Freider, regresando a Rosario después de
recorrer casi toda Europa, visitando fábricas y trabajando en algunas de ellas como
“voluntario”. En esa llamativa ciudad portuaria de Rosario, pasó al frente de la fábrica que se
encontraba por entonces en el vecino pueblo de Paganini. De acuerdo con las “necesidades de
la técnica moderna”, como él mismo se refirió en sus pequeñas cartas enviadas a Barcelona,
optó por dirigir también el área de curtición en el Sindicato de Rosario. Por ello, vinculado a
los más altos centros del comercio, de la industria y de la banca, Quintana Soler se dedicó
también a las relaciones mantenidas por su padre con la ciudad condal. Este mecanismo le
permitió mantener una gran vinculación con personajes como Frederic Rahola Trèmols, Joan
Perpiñà, el Conde de Lavern, el gran secretario de Francesc Cambó, Rafael Vehils i Grau-
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Bolívar, y con el propio Cambó… También contrajo matrimonio, en julio de 1918, con Alix
Zaira Tiscornia, la descendiente de una de las familias rosarinas más importantes del ámbito
comercial y mercantil. El lugar de trabajo fue la calle Balcarce núm. 578 de esa ciudad
portuaria.
Fue el 14 de enero de 1918 cuando Quintana Soler contestó a la Casa de América de
Barcelona, la entidad que había enviado una carta fechada el 30 de agosto de 1917, aceptando
su nombramiento como delegado de la entidad americanista en plena Guerra Mundial. No era
un simple momento anecdótico: Rahola Trèmols –el director de la Casa de América catalana,
y de su Revista Comercial Iberoamericana Mercurio (DALLA-CORTE, 2012)–, estaba a
punto de fallecer, para asumir esas tareas el secretario más importante a nivel americanista de
Francesc Cambó (VIDAL OLIVERES, 2015), precisamente Rafael Vehils i Grau Bolívar.
Fue a inicios de 1918 cuando Quintana Soler cumplió con el pedido de Vehils, y
escribió algunos datos biográficos en los que se presentó como “compatriota”, pidiendo al
mismo tiempo más datos sobre el significado de su título, una mayor aclaración sobre sus
obligaciones establecidas en Barcelona, las tareas que debí asumir en Argentina, y generar, a
la mayor brevedad posible, un documento que orientase exactamente la labor ejercida por los
delegados, y las relaciones que debían establecer en general con los comerciantes e
industriales españoles establecidos en el país y en el extranjero, y en particular con los centros
españoles creados en Argentina:
“Yo produzco, sobre cierta sección que parece están ustedes organizados
para la exposición de industrias eléctricas, próxima a celebrarse en esa. Lo
único que sé por ustedes al respecto, es lo que ustedes me insinúan en una de
sus 28 de marzo último…Acabo de ponerme en contacto con las entidades
que corresponde, para remitirles cuanto antes todos aquellos datos que a su
respecto habrán de interesar a ustedes. Por este correo me pongo en contacto
con el Consulado de España en Buenos Aires, con el objetito de averiguar
por su intermedio quién es el delegado de ustedes en la Capital Federal, y
por fin por este señor espero enterarme de cuál es exactamente el perímetro
de mi distrito ya que, entiendo, alcanza más allá de nuestra ciudad y aún de
toda la provincia de Santa Fe”.
Quintana Soler estaba al corriente del principal cambio que se estaba produciendo en el
rol ejercido por España como país neutral durante la Primera Guerra Mundial: a través de la
transformación de la CATE alemana en la CHADE hispanoamericana. Siguiendo el modelo
económico impuesto por Cambó, Quintana Soler fundaría su empresa en Alemania.
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El 31 de diciembre de 1918, Quintana Soler envió una carta a Rafael Vehils utilizando
el vapor León XIII, informándole sobre su preocupación por los “círculos relacionados con el
exterior”, en especial las actividades que iban delineándose entre los proveedores de artículos
manufacturados, y los europeos que compraban las materias primas argentinas. La actitud
vigilante de los Estados Unidos de América, según él, reflejada claramente la labor de Japón,
por su calidad de posible e importante competidor, internacionalización que sería la base de
los debates neoliberales de la época (DE LA TORE y RUBIO VARAS, 2015).
Para Quintana Soler, parecía entonces que los principales contendientes en estos
mercados eran “los yankees y los ingleses”, contra los alemanes. Inglaterra acababa de
comunicar de manera oficial que el gobierno argentino había decidido levantar la casi
totalidad de sus restricciones sobre los artículos manufacturados, cumpliendo así con la
tradición previa a la guerra de comprar a los ingleses. En esa comunicación, el nuevo
delegado de la Casa de América confirmó que las autoridades argentinas habían solicitado a
Inglaterra que habilitase nuevamente en Londres la Oficina de Compras de la Argentina, que
había sido clausurada durante la Guerra Mundial, y que hasta entonces había frenado la
importación en Gran Bretaña. Frente a esta difícil situación londinense, Quintana Soler agregó
la nueva orientación mantenida por el gobierno argentino con los Estados Unidos de América,
ya que a cambio de ese local cerrado, mantenía un gran vínculo con idénticas oficinas abiertas
en la Embajada argentina en Washington que se dedicada a la venta de productos primarios, y
a la compra de productos manufacturados. A esto se sumaba, llamativamente, el Consulado
General de Argentina en Barcelona, que en esos momentos estaba liderado por Alberto I.
Gache. Inglaterra luchaba por intervenir cuanto antes en la competencia, y por ello prefería
reforzar sus relaciones con Washington, disminuyendo así su vinculación con Alemania:
“No habrá pasado a Ud. desapercibido que, como una nueva prueba
confirmatoria del interés que tienen para los ingleses estos mercados, ha
tenido lugar en Inglaterra, trasladándose de una a otra de sus grandes
ciudades industriales, una exposición de grandes cantidades de artículos
manufacturados, interesantes para éstos mercados, provistos muchos de ellos
hasta hace poco por los alemanes, y más de uno desconocido en sus
modalidades aparentes para nosotros, por parte de los fabricantes ingleses.
Parece que muchas de esas muestras han sido pedidas prestadas por infinidad
de industriales ingleses con el objeto de estudiarlas a fondo, copiándolas y
utilizándolas como modelo”.
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Quintana Soler, más vinculado al mundo alemán de la mano de Francesc Cambó, afirmó
en su carta que Gran Bretaña había evolucionado, gracias a sus economistas que predicaban
ante las empresas argentinas, convirtiéndose así en “temible competidor comercial”. El
presidente de la Cámara de Comercio Británico, junto al embajador especial inglés en Buenos
Aires llamado Sir Vaurice de Eunsen, no habían dejado ni un momento libre en su impulso de
vender sus productos en Argentina. Pero lo más importante era que esos productos no
resultaban convenientes para la fabricación de una Argentina Hispana, su patria, sino que
representaban lo que más convenía a los nuevos gustos de la sociedad, con artículos
londinenses que eran registrados llamativamente en lengua española: “nuestro propio idioma,
y no en el de ellos, dada nuestra importantísima condición de compradores que pagan lo que
piden”.
A esto se agregaban, según Quintana Soler, los viajes que estaban realizando los propios
argentinos a Gran Bretaña, vendiendo allí los típicos cereales de la zona pampeana
(FERNÁNDEZ y VIDELA 1999). Allí eran recibidos por Gibson, el impulsor de las reglas
que debían seguir los comerciantes y los industriales ingleses, en particular para desalojar
eficazmente a los enemigos alemanes y a los amigos competidores de los Estados Unidos. En
Argentina, Gran Bretaña había dominado el capital, la sociedad y las empresas de servicios
públicos durante un largo e indefinido tiempo. Los directivos barceloneses de la Casa de
América debían recordar que hasta esa primera guerra que había afectado al mundo entero, el
ámbito latinoamericano dependía exclusivamente del capital británico. Por ello, el gobierno
británico había organizado una comisión práctica y específica, dedicada al estudio de los
problemas económicos, comerciales y financieros generados por la guerra, entidad que
expidió un informe sobre el crédito internacional, aconsejando la prohibición de emitir
empréstitos de inversión externa. Este joven catalán escribió sobre esas finanzas que podían
afectar a ingentes negociantes a través de impuestos que gravitarían sobre los dividendos.
Asumir estos cambios suponía compensar los fuertes rendimientos que tendría que sufragar la
explotación de los capitales, un tema que hizo que este joven catalán migrante estableciese la
presencia española en la Argentina, contra el modelo impuesto por Gibson. Según él, las
grandes potencias industriales se hacían imprescindibles, y trataban de acaparar, "por todos
lados y por todos los medios", a países dependientes como España. Los españoles trataban de
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ofrecer modernas ideas, para no dejarse quitar "el lugar importante que nos corresponde en el
comercio exterior argentino”.
Lino y electricidad: comercio entre Argentina, Alemania y Cataluña
El 17 de febrero de 1919 Quintana Soler escribió a Vehils sobre las muestras de lino y
fibra que él mismo había hecho llegar a la “Caralt y Co.” de Barcelona, y a la “Hilatura de
Portolín” –de Molledo, en la comunidad autónoma de Cantabria–, con el objetivo de obtener
una importante reducción de gastos para enfrentar a la empresa británica “Cía. Textil Sud
Americana S.A.” –dedicada a la producción de la estopa, la tela basta del lino y del cáñamo–,
fábrica establecida recientemente en Buenos Aires, y que aparecía en el “Anuario de
Exportadores Españoles”, que escribió Emilio Boix como “agregado comercial en Argentina”.
Según el joven delegado de la Casa de América, la novedosa estrategia debía ser utilizar a tres
imprescindibles personajes y entidades: Emilio Boix, Baldomero Argente –el economista y
literato que el 20 de febrero de 1919 había sido nombrado ministro de Abastecimientos de
España para comercializar los cereales argentinos–, y la propia Embajada de España en
Buenos Aires, que arrastraba históricamente el modelo implementado desde inicios del siglo
XX por su padre Juan B. Quintana, junto a su amigo barcelonés Juan Perpiñá, a través del
control de grandes cantidades de cuero vacuno. La tradición podía fomentar el atrayente
negocio entre ambos países basado en históricas relaciones personales, pero utilizando ahora,
de manera novedosa, el uso de la Casa de América como ámbito legal: “…tanto en mi
carácter de delegado de Vs., como en mi carácter particular y comercial, estoy decidido en
todo lo posible, a ayudar al fomento de las relaciones comerciales Hispano-Argentinas”.
Quintana Soler hablaba de la venta de los productos de ambos países, pero tomando como
instrumento principal la región pampeana, eminentemente cerealista, la más famosa de Sud
América, especialista en el engavillado, y voraz consumidora de cantidades fenomenales de
hilos para el cosido de sacos. La combinación entre ellos, suponía la vinculación comercial
entre esas tierras. También aprovechó el vapor Reina Victoria Eugenia, para enviar a Vehils
una información confidencial sobre un nuevo acuerdo de inmigración española, que podía
acompañar al nuevo modelo económico de postguerra. El Ministerio de Agricultura de
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Argentina había impuesto a inicios de 1919 un decreto que restablecía la ley del año anterior,
que era la condición indispensable impuesta a los migrantes de llevar consigo la
documentación certificada por las autoridades de los países de procedencia, que debían
presentar a los funcionarios argentinos.
El nuevo decreto exigió una constancia que negase penas infamantes, enajenación
mental o mendicidad. Para Quintana Soler, las disposiciones establecidas por sus autoridades
“impedían la entrada de los elementos perniciosos que Europa trataba de expulsar de su
territorio”. Las empresas navieras estaban obligadas a reencauzar a los pasajeros que no
podían desembarcar –a excepción de los de primera y segunda clase–, demostrando así los
“desagradables sucesos de carácter maximalista de la compleja conturbación a que dio
margen la guerra”, que habían afectado a las naciones europeas, y aumentado el número de la
“población sobrante que debía permanecer en sus tierras nativas”.
Dirigir la emigración suponía luchar contra la carestía de la vida y el aumento de la
desocupación. La prensa, afortunadamente, se dejaba influenciar por la información
diplomática y consular, frente a una desastrosa representación política que impulsaría el
regreso al poder de los militares licenciados. Para este delegado, si bien Italia había sido el
tradicional país encargado de proveer inmigrantes a la Argentina, ahora le tocaba a España
asumir la tarea de facilitar la subsistencia a su “clase trabajadora y asalariada que sufría
diariamente la caída del poder adquisitivo de sus jornales, y el consumo que hasta entonces
satisfacía las necesidades más imperiosas”. La avalancha humana llegaba en ese momento a
400.000 personas: era imposible aplicar un típico proyecto de colonización, sino una ayuda
para las grandes masas desocupadas que se estaban acumulando en los centros urbanos de la
Argentina, ciudades que eran el foco de las agitaciones sociales de la población trabajadora
existente en el país: “si no se puede ofrecer aquí, ni ocupación ni jornales suficientes a la
inmigración, lo prudente será impedir que venga a padecer y a crear una situación peor en el
país”.
Para este joven delegado, era el cosmopolitismo de las tierras argentinas las que
obligaban a alterar las relaciones con el globo. Entre abril y junio de 1919, envió tres cartas a
Vehils que fueron en el vapor Infanta Isabel de Borbón, recordándole la necesidad mercantil
de conocer el mayor número de lenguas. La lengua nativa, el español, si bien en décadas
pasadas era la mejor comunicación como lengua materna, ya era insuficiente. Parte de esta
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afirmación tenía relación con la conversación que había tenido en Buenos Aires con el catalán
Emilio Boix, en relación a la producción de arpilleras por el uso de fibras de lino. Era el
momento en que se estaban reorganizando los principales países europeos dedicados a la
producción, y según sus palabras, acabada la guerra, los Estados Unidos estaban llevando la
delantera, pero en compañía de Gran Bretaña y del Japón:
“Su situación geográfica de doble litoral marítimo, los coloca entre los dos
grandes continentes clásicos: Europa y Asia. Su política económica, pues,
atender a la doble corriente, máxime ahora, que la expansión japonesa en el
extremo Oriente, con tendencias a desbordase, es de primera magnitud. En lo
que ese refiere a nuestro mercado, es indudable que los norteamericanos
quieren por lo menos igualar a la acción Británica, lo cual significa colocarse
en la primera línea. Sin embargo, no deben olvidar los argentinos, que tienen
relaciones económicas con los otros países europeos, y por lo tanto, que
deben desarrollar una política de mayor conveniencia, de acuerdo con el
supremo idealismo económico de todo país”.
Como es lógico, Quintana Soler indicó en uno de sus textos que en ese momento las
empresas internacionales buscaban el reajuste de sus industrias alteradas por la guerra. Para
ello habían asignado un papel preponderante a sus respectivos Estados, un mecanismo que
esperaban abandonar, imponiendo una futura privatización. Gran Bretaña, por ejemplo, se
proponía disminuir el coste de producción de sus manufacturas, por medio de la
intensificación del trabajo, y el abaratamiento de la materia prima comprada en enormes
cantidades. En lo que respecta a la organización misma de la industria, se proponía facilitar la
“trustificación” (la formación de trusts), junto al contralor gubernativo, guiando así las
operaciones, sin competencia, entre los fabricantes. El gobierno inglés, por su parte,
entregaría fondos suficientes a las cooperativas de producción, para dar forma a las
monstruosas asociaciones de “hombres de negocios”. Estas palabras de Quintana Soler del
año 1919, resultan llamativas por la previsión de un transformado futuro internacional:
“A fin de aumentar la salida de productos, los ingleses desarrollarán los
medios de comunicación internos del Imperio, y disminuirán las tarifas en
los diferentes sistemas de transporte que posee. Como acción administrativa,
se designarán funcionarios del Gobierno en el extranjero, los cuales se
encargarán de las mercaderías británicas, mientras por otros lados se
instituirán seguros sobre créditos…se proyecta también establecer oficinas
comerciales que entiendan sobre asuntos de todo el mundo, y oficinas de
investigación, para servicio exclusivo de los fabricantes. Por último, el
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Estado inglés, monopolizará aquellos productos que se consideren esenciales
y de batalla”.
Francia, por su parte, en lugar de fomentar la expansión, se encontraba reconstruyendo
internamente a su sociedad. En Argentina se difundía la noticia de que ese país se proponía
introducir métodos modernos para crear productos de un tipo único, sin descuidar las
relaciones entre capital y trabajo. El objetivo era reducir la importación, y aumentar la
exportación a nuevos mercados, siguiendo el gusto de los consumidores, y fomentar el
sistema de aprendizaje a través de la educación técnica, que también era la base de
organización cultural de la época que unía las estrategias comerciales con la edición de
revistas y libros (ESPÓSITO, 2012).
Por ello, sin un Estado capacitado en la producción agrícola, que era la base francesas,
era imposible socorrer a la población, una situación que se repetía en ese momento en Italia,
donde el objetivo era solucionar los problemas internos a través de la substitución de la
energía hidroeléctrica, por el carbón. Esta descripción hizo que Quintana Soler también
utilizase el caso japonés, país que se expandía por entonces con un proteccionismo industrial
formidable a través de subvenciones gubernamentales. Los proyectos de investigación
mantenían así una acción imperialista de Japón al dominar económicamente a China, y al
sustituir a Gran Bretaña como banquero de esas regiones. Hablamos de frases que mostraron
la interpretación que hizo este comerciante, formado en Alemania, y que llegó a las manos de
los responsables de la Casa de América. Como era lógica, todas las naciones se encontraban
reajustando sus industrias que habían sido alteradas por la guerra, asignando un papel
preponderante al Estado.
La llamativa defensa del sector económico se basó en el poder del monopolio –la
colaboración entre varias empresas para obtener beneficios económicos mediante la
colaboración–, que podía dejar atrás los ámbitos horizontales, y premiar al ámbito horizontal
cuando las empresas del grupo efectuaran las actividades complementarias. Y como él mismo
se refiriese, la primera combinación que adoptó este sistema fue la Standard Oil Trust,
firmada en 1882. Por ello en 1920 la Casa de América recibió la carta de Quintana Soler, y su
director y responsable de Mercurio, Rafael Vehils, le solicitó reproducirla con el título “El
control norteamericano a la exportación”.
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Para Quintana el fin de cualquier relación era aumentar la salida de productos: para los
ingleses la vía era desarrollar los medios de comunicación internos del imperio, y disminuir
así las tarifas en los diferentes sistemas de transporte que poseían y dominaban. Gran Bretaña
se había encargado de designar funcionarios en el extranjero, los cuales se encargaban de
controlar la entrada de las mercaderías británicas, y de instituir los créditos. Para ello,
instalaron oficinas de investigación, asegurando así un exclusivo servicio que monopolizó el
diseño de productos considerados “esenciales y de batalla”. Frente a Londres, París: los
franceses, según Quintana, habían comprendido tras la guerra que era urgente alcanzar una
economía independiente. Disminuir la importación suponía aplicar métodos modernos,
creando productos de un tipo único.
Capital y trabajo se unían a la reducción de las importaciones y al aumento de las
manufacturas locales. A Francia se sumaron Japón y Rusia, espacios que debían ser
analizados por la Casa de América para obtener algún producto. Como señalara en este primer
informe, señaló que se trataba de unas “deshilvanadas impresiones”, aunque interesantes para
idear nuevas salidas entre Cataluña e Iberoamérica, ya que el capital podía prometer, pero lo
más urgente era organizarlo. Esta carta de José S. Quintana fue fechada precisamente en
Rosario el 10 de junio de 1919, para que llegase a tiempo a la Casa de América de Barcelona.
Resulta llamativo afirmar que junto a esta larga nota informativa, Quintana hizo llegar las
muestras de fibras de lino producidas en Argentina que le habían solicitado desde Barcelona.
Desaparecida la beligerancia, era hora de levantar las trabajas que habían afectado al
intercambio internacional. Según sus palabras, el levantamiento del bloqueo, el triunfo de los
mercados abiertos, y la llegada de buques disponibles para el trasporte, debía combinarse con
la libertad readquirida por las casas alemanas.
Para la Argentina, el gran beneficio de los cambios internacionales era olvidar tanta
reserva que había perjudicado el comercio en los últimos años, y colocar la materia prima en
los mercados europeos. Entre los productos: el maíz para engordar cerdos; la fabricación de
glucosa para la elaboración de aceites y de alcoholes utilizados como combustible. A esto se
sumaban las carnes de animales de las que se encargaban no sólo el gobierno nacional, sino
también los frigoríficos internacionales y las empresas productoras, junto la prensa del país.
Según sus palabras, “el rebaño argentino, sobre todo en su clase bobina”, había colaborado
activamente durante los años de guerra para suministrar y alimentar a los ejércitos aliados. La
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demanda de la carne de vaca la había convertido en un "artículo de lujo", mientras las "clases
modestas" se veían obligadas a consumir el ganado porcino, lanar y cabrío.
Para ese catalán migrante, y delegado de la Casa de América de Barcelona, el ámbito
predominante seguía siendo Alemania, país que mantenía la ofensiva económica al utilizar el
sistema de “kartells”, conformado este último por diferentes grupos industriales que
impusieron a sus sucursales nombres no alemanes. Fue este delegado quien confirmó desde la
ciudad de Rosario que los alemanes estaban trabajando intensamente con los países neutrales,
para que estos últimos aceptasen convertirse en “algo parecida a una factoría o casa
exportadora”, prefiriendo “los artículos de poco volumen y gran valor”. No mencionamos un
dato poco importante para la Casa de América de Barcelona, entidad liderada desde el año
1919 por Francesc Cambó, el empresario catalán que cumpliría con esa orden de convertir la
CATE, compañía alemana, en CHADE, compañía hispano-argentina (BUSSOLA, 2012).
Quintana Soler envió una nota a Rafael Vehils, el secretario de Cambo, afirmando que
no había dudas de que en el futuro se sacrificarían un buen número de débiles industrias y
empresas comerciales. De acuerdo a la prensa europea y a los debates que se producían entre
los círculos empresariales argentinos, la acción financiera se había convertido en la fuente
privilegiaba de la economía. Según él, su país de nacimiento debía organizar sus industrias,
su comercio, sus relaciones exteriores, compaginando así la historia colonial, del pasado, con
la lengua común y la presencia de migrantes españoles en Argentina. Estas palabras fueron
enviadas a Barcelona, mencionando los negocios frenados por los altos precios del traslado de
maíz y trigo. Según él, los fletes se cotizaban a altos precios en Argentina, dada la dificultad
de los navieros del extranjero de conseguir bodegas, sumado a la prolongada huelga que se
estaba produciendo en los magníficos y modernos puertos de Buenos Aires, Bahía Blanca y
Rosario. Con mucha familiaridad señaló que él mismo intentaba encontrar un buque que
trasladara sus productos, y que por ello había optado por hacer un trámites telegráficos con los
Estados Unidos para comprar allí unos 20.000 toneladas de carbón, y enviar meses después a
Europa el lino argentino.
En esta carta personal también se refirió a la colocación de las carnes que aportaban los
círculos ganaderos argentinos. Si hasta entonces el país se había basado en la producción
agrícola, el nuevo modelo imponía mayor poder a la ganadería en las grandes extensiones de
campo. Estas confirmaciones le llegaron a Quintana Soler por medio de su “colectividad
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catalana” establecida en Buenos Aires, en particular sobre el experimento que llegaba
adelante Ángel Bruseras que estaba embarcado para desplazarse al puerto de Barcelona,
impulsar “la corriente de carnes argentinas para la Península”, y crear allí una nueva sociedad
Hispano-Argentina.
A la carne se sumaban las lanas, las pieles, los cueros secos o salados, todos productos
que podían ayudar a los géneros de punto catalanes, siguiendo la encuesta que había enviado
la “Cámara de la Producción de Mataró y su Comarca”. El delegado Quintana Soler envió
esta circular a todos los presidentes de las sociedades españolas del norte de la República
Argentina: nombrado delegado de la Casa de América, todas las entidades españolas –
incluyendo las catalanas– que se unían a este proyecto, quedaban bajo su jurisdicción. La
encuesta que cayó en manos de los productores españoles en la Argentina incluyó un total de
27 preguntas sobre la situación del género de punto, precisamente la gran producción catalana
de la época. Entre ellas, si los géneros de punto se consumían en el país; si procedían del
extranjero y qué mercados se habían impuesto durante la Gran Guerra; qué clases de género
de punto se producían en la Argentina; cuál era el precio medio de costo en el punto de
origen, antes y durante la guerra; cuál era el aumento que sufrían los precios, una vez que los
géneros llegaban al mercado argentino; cuáles eran los medios más rápidos, económicos y
seguros para que llegaran los productos europeos, en especial españoles; cuál era el mejor tipo
de embalaje que preferían los comerciantes del país, o si se aceptaban las condiciones
impuestas por el vendedor español; si se aceptaban viajantes y muestrarios; y lo más
importante: por qué causas se rehusaba el género de punto producido en España, a sabiendas
de que la calidad de los productos de otros países tenía más supremacía en el mercado
argentino.
El delegado catalán Quintana Soler, entre Argentina y Alemania
Como afirmara Quintana Soler, el nuevo sistema comercial afectaba a la Argentina, que
hasta entonces se había volcado a las relaciones económicas con los países europeos, las
grandes naciones industriales y capitalistas del mundo. Si bien era urgente desarrollar una
política de mayor conveniencia, lo mejor era mantener el acuerdo con el supremo idealismo
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económico del país, así como los diferentes proyectos de las naciones europeas, y los vínculos
creados con Japón. Para Quintana Soler, los japoneses estaban “iniciando entre nosotros una
política comercial activísima, a fin de que estos industriales y comerciantes puedan orientarse
en sus operaciones futuras”. Y de manera confidencial, enviar un telegrama afirmando que
Inglaterra y los Estados Unidos de América habían concertado un plan para explotar todo el
continente americano, aunque reservaran estrictamente a Inglaterra los siguientes países:
Argentina, Chile y Uruguay.
Para este líder empresarial vinculado al sindicalismo productivo, le parecía ciertamente
doloroso que dejaran a esos países del Cono Sur en manos de un único poder. Según él, esta
estrategia alteraba especialmente a los barcos alemanes que se encontraban en aguas
argentinas, y que pasarían con apoyo estadounidense hacia las manos de “su Majestad
Británica”. Su denuncia fue acompañada, como era de esperar, por la situación ferroviaria: las
dos grandes empresas de origen británico serían adquiridas por entidades estadounidenses,
yanquis, interesadas en transportar la leña y el carbón provenientes de las explotaciones
forestales del Chaco, así como el trigo y el maíz del resto del país. Afrontar esta situación
suponía anteponer a Washington como sede de adquisición de un mayor número de vagones
para el movimiento normal de las mercaderías en viaje. Quintana Soler recordó que la
Argentina había mantenido su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, recibiendo, por
ejemplo, la fundación del “Over Seas Bank Limited” por un total de 1.000.000 libras; el
“Anglo and South American Bank Ltd.” que se había volcado al control financiero de Brasil y
del Río de la Plata; y “The Dominion Bank of Canada Ltd.”, que estaba en proceso de
apertura en Buenos Aires. Este informe, como vemos, parecía mantener en pie la prosperidad
argentina, ya que las grandes potencias europeas y los Estados Unidos de América tenían la
intención de diseñar en Argentina “un teatro espléndido en el que desarrollar sus actividades".
Los españoles, carentes de apoyo gubernamental, sólo dilataban su campo de acción
comercial, junto a las colectividades migrantes que luchaban por su noble trabajo.
La Casa de América, según él, podía llevar adelante una propaganda desinteresada y
patriótica. Podía servir para apoyar eficazmente una campaña similar en el resto de España.
Como afirmara él en su correspondencia, los hombres dirigentes, validos por el prestigio de
que gozaban en las antiguas colonias, podían imponer sus proyectos en las altas esferas del
gobierno argentino, a través de la banca, de las industrias, del comercio…Para Quintana
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Soler, los catalanes de Argentina podían fomentar “el puesto que nos corresponde para tener
derecho también a los beneficios de un rato de sol, en esta tierra”. Esta carta de Quintana
Soler del 29 de agosto de 1919 llegó a la Rambla de los Estudios núm. 5 de Barcelona. Dicho
informe sirvió para celebrar el proyecto ideado por el ministro de la República de Chile, que
fue elaborar un mapa geográfico de los países sudamericanos para ampliar el conocimiento
mutuo. Allende las fronteras nacionales argentinas, el gobierno no había ejercido ningún tipo
de educación entre los estudiantes. Llamativamente señaló que el futuro dependía del aumento
del conocimiento y de la consagración de los estudios geográficos.
Para Quintana Soler, hablar de geografía no era hablar de una geografía física llena de
nombres, sino más bien una descripción comercial y económica. Sus largos viajes por Europa
le permitieron comprobar que la población carecía de conocimiento sobre los territorios
americanos: "para nosotros, cosmopolitas, el viejo mundo, es la patria vieja; para los
europeos, las américas hasta ahora han sido países de fortuna, casi de leyenda”. Los bien
informados periódicos argentinos, facilitaban precisamente la base de la organización del
país: “saber qué es lo que se produce y consume, es averiguar lo que puede venderse”. Resulta
llamativo encontrar el significado de la libertad del comercio, frente a una relación colonial
como la que había efectuado la monarquía española en el espacio rioplatense: si el
desconocimiento geográfico era la causa principal del sostenimiento de la dependencia, “una
política artificiosa estaba fundada fuera de la naturaleza, y regía la relación comercial, desde
el arancel hasta el agente propagandista”. La dependencia actual no era precisamente colonial,
sino propia de la modernidad, que necesitaba precisamente recuperar el tipo de comercio
alemán que había desaparecido con la Primera Guerra Mundial. Frente a la lejanía alemana,
debía primar la cercanía española, uniendo la lengua común y la cercanía de más de ochenta
millones de hombres sudamericanos. Por ello concluyó que ya no servía la típica geografía
que se centraba en la fría descripción de lugares. Sus informaciones otorgadas
voluntariamente a la sociedad catalana, podían servir para mejorar las futuras relaciones de
postguerra. Por ello señaló que la verdadera geografía, viva e inquieta, dependía de “qué es lo
que se come en la Mancha, qué es lo que se produce en el Chaco".
Reflexiones finales: “struggle for life, vacas flacas bíblicas”
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El 14 de febrero de 1920 Quintana Soler informó que había acudido a la Compañía
General de Comercio Exterior para obtener textos oficiales y enviarlos a la Casa de América y
a la revista Mercurio. Su idea era hacer efectivo la salida del trigo y la carne por los puertos
argentinos, cumpliendo así con el negociado que había llevado adelante Francesc Cambó al
hacerse cargo de la CATE, después de sus tareas asumidas como cofundador y líder de la
Liga Regionalista, y ministro de Hacienda y de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII.
Para Quintana Soler, lo más importante era que su nueva CHADE se extendería por la ciudad
de Rosario, como consta en la carta enviada al secretario Rafael Vehils:
“Yo me he complacido más que los demás…se me ha ocurrido que esto
habrá de permitirme por mis servicios a las órdenes de su distinguido amigo,
aquel ex ministro. Yo me tomo la libertad de pensar que siendo el Sr. Cambó
buen amigo y antiguo jefe de usted, si viene él a América, como se dice,
usted habrá de querer tenerme presente, descontando desde ya el gusto que
habría de tener yo en serle útil en Rosario o en Buenos Aires. Siendo el Sr.
Cambó miembro de la `Casa de América´, desde ya me siento a su
disposición para tan pronto llegue en mi calidad de Delegado de ustedes y
hasta de modesto consocio. Pero con todo, si al venir D. Francisco de Asís
Cambó a la Argentina, usted piensa que yo puedo serle útil, y me quiere
recomendar a él en la forma que usted sabe hacerlo, yo habré de
agradecérselo infinito”.
Fueron fechas no sólo anecdóticas, sino de reorganización. A finales de 1920 Quintana
Soler escribe desde Oporto y Málaga, viaja a Barcelona, pero en especial a Alemania donde
permaneció un año y medio, refundando así su empresa en Rosario con el nombre de
“Quintana Hermanos, agentes de fábricas extranjeras, importación-exportación”. En contacto
directo con Vehils, el 3 de abril de 1922 escribió al nuevo edificio en el que se encontraba la
Casa de América, en la Rambla de los Estudios núm. 12, para poner en marcha “las
interesantes combinaciones que conseguí durante mi laboriosa y nada corta estancia en
Dusseldorf”. A partir de allí, y en relación directa con Cambó, abrió otra sucursal en Buenos
Aires, manteniendo su sede central en Rosario. Explicó su caso con frases llamativas, como la
de “vacas flacas bíblicas” que se disponían a sobrevivir de cualquier manera, porque pronto se
despertarían los del “becerro de oro” que podían “precipitarse estruendosamente una vez más
en el abismo”. Para este delegado de la entidad americanista catalana, la postguerra definía el
futuro de las aptitudes utilitarias del individuo, del “struggle for life”, palabra que para él no
era más que la lucha por la vida:
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“He aquí la gran diferencia que se nota en el ambiente, entre Europa y
América, y lo que hace tan atrayente para determinados espíritus la vida
europea. En la cual si la lucha por el pan cotidiano no es tal vez tan fructífera
como aquí, tampoco está llena de los altibajos que son cosa diaria entre
nosotros, y que convierten al mendigo de ayer en potentados hoy, para
volver a ser un buscavidas al día de mañana. En cambio, la ficción que
alienta en Europa, tan generalizada por cosas afines con el espíritu, hace
pensar a ciertos seres más o menos privilegiados, que hay mucha razón en
aquel dictado de las Escrituras de que `no sólo de pan vive el hombre´”.
La futura actuación española en la Argentina debía seguir el modelo catalán
implementado por Francesc Cambó. Esa antigua colonia monárquica mantenía una lengua
común, y en ella convivía un elevado número de ascendientes de catalanes. No eran datos
menores, ya que por entonces se hablaba de la creación del Banco Español Trasatlántico en
Buenos Aires, de la mano del Cambó que terminaría exiliándose y falleciendo en esa ciudad
capital de la Argentina. Un proyecto de banco que sería parte de la historia del sistema
bancario español que han colonizado a la América Latina hasta el día de hoy (ARROYO,
LARRINAGA Y MATÉS, 2012).
A partir de las primeras décadas del siglo XX, las potencias impulsaron un nuevo
colonialismo basado en el control económico. Como sabemos, las históricas potencias
prefirieron reconstruir las relaciones con sus antiguas colonias a través de un nuevo mercado
destinado a sus productos. Hablar de neocolonialismo supone abordar el mercantilismo, la
globalización empresarial y el desarrollo de un imperialismo cultural. No es vano apreciar la
opción alemana del año 1919 de contactar con catalanes residentes en Cataluña, y con
catalanes establecidos en Argentina, para "hispanizar" a una empresa de electricidad que
corría el riesgo de quedar en manos británicas, francesas o estadounidenses (FRADERA,
2015).
Hablar de España sirvió para indicar una nueva colonización de territorios declarados
independientes. En el caso de la CHADE, ese territorio controlado por personajes como
Cambó, suponía el control de toda la zona de la capital argentina, Buenos Aires, a través del
control de la electricidad. El neocolonialismo, como vemos, aparece con fuertes diferencias
respecto al control directo manejado por el colonialismo predominante. Resulta llamativa la
experiencia liderada por el catalán Cambó, seguido de personajes, también catalanes, como
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Vehils o Quintana Soler, todos ellos interesados en abastecer a un mercado de amplitud
regional e internacional.
Años después de que la CHADE apareciese formalmente con ese nuevo nombre, pasó a
formar parte de la Sociedad Financiera de Transportes y de Empresas Industriales (SOFINA).
Junto a este proyecto, comenzó a funcionar la Asociación Internacional Iberoamericana de
Cataluña –entidad que finalmente llevó el nombre de Instituto de Economía Americana
IDEA-Casa de América de Barcelona–, en la que participaron los accionistas de la CHADE,
entre ellos Francesc Cambó Batlle, quien por entonces también era el líder de la "Liga
Regionalista", el partido catalán que defendía especialmente los intereses de la burguesía
catalana. El mismo grupo liderado por Cambó enfrentó en julio de 1936 el inicio de la Guerra
Civil española, y optaron por establecerse en la ciudad de Buenos Aires. En esos días, y
siguiendo el modelo neocolonial de la época, optaron por modificar el nombre de la CHADE,
convirtiéndolo en "Compañía Argentina de Electricidad" (CADE) con el apoyo del gobierno
municipal de la capital del país. Transformar nombres a través de la legitimación de una
compañía teóricamente argentina, sirvió para sostener un dominio colonial, aunque con un
formato novedoso, neoliberal.
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