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El Ataque al Corazón

de la Iglesia

Capítulo 5:

El Siglo de las Revoluciones

Producido por:

© Sanguis et Aqua

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TRANSCRIPCIÓN ORIGINAL DEL PROGRAMA EN AUDIO

Publicado el Sábado, día 12 de diciembre de 2015

CANAL: http://youtube.com/sanguisetaqua

BLOG: http://sanguisetaqua.wordpress.com

Programa en Audio:

https://www.youtube.com/watch?v=Ghq37iuhH6U&list=PLzNPsrR6kyx6VdhNRz428ChdO0OCtqsNw

Duración:

4 horas 2 minutos 40 segundos

Producido por:

Sanguis et Aqua

Queda terminantemente prohibido todo intento de copia, fragmentación o alteración del contenido de este documento,

sin autorización previa de los autores.

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EL ATAQUE AL CORAZÓN DE LA IGLESIA

CAPÍTULO 5: EL SIGLO DE LAS REVOLUCIONES

Escrito por: Sanguis et Aqua

“Oíd, pues, reyes, y entended. Aprended, jueces de los confines de la tierra. Estad atentos los que gobernáis multitudes y estáis orgullosos de la muchedumbre de vuestros pueblos.

Porque del Señor habéis recibido el poder, del Altísimo, la soberanía; él examinará vuestras obras y sondeará vuestras intenciones.

Si como ministros que sois de su Reino, no habéis juzgado rectamente, ni observado la ley, ni caminado siguiendo la voluntad de Dios, terrible y repentino se presentará ante vosotros. Porque un juicio implacable espera a los que están en lo alto; al pequeño, por piedad, se le perdona, pero los poderosos serán poderosamente examinados. Que el Señor de todos ante nadie retrocede, no hay grandeza que se le imponga; al pequeño como al grande él mismo los hizo y de todos tiene igual cuidado, pero una investigación severa aguarda a los que están en el poder.

A vosotros, pues, soberanos, se dirigen mis palabras para que aprendáis sabiduría y no faltéis; porque los que guarden santamente las cosas santas, serán reconocidos santos, y los que se dejen instruir en ellas, encontrarán defensa. Desead, pues, mis palabras; ansiadlas, que ellas os instruirán.”

(Libro de la Sabiduría capítulo 6, versículos del 1 al 11)

“He aquí como se precipitó en el error el género humano; pues los hombres, o por satisfacer un afecto suyo, o por congraciarse con [vosotros] los reyes (…) no se contentaron con errar en orden al conocimiento de Dios, sino que viviendo en guerra por su ignorancia, a un sinnúmero de muy grandes males les dan el nombre de paz o de bienes. (…) Ni respetan las vidas ni la pureza de los matrimonios, sino que unos a otros se matan a traición, o con sus adulterios se contristan. Por todas partes se ve confusión, sangre y homicidios, hurtos y engaños, corrupción, infidelidad, alborotos, perjurios, vejación de los buenos, olvido de Dios, contaminación de las almas, inversión en los sexos, matrimonios libres, adulterio y libertinaje. (…) Más por estas cosas tendrán su justo castigo: por formarse de Dios una idea falsa (…) y por jurar injustamente contra la verdad con desprecio de toda santidad.”

(Libro de la Sabiduría capítulo 14, versículos del 21 al 30)

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Que la paz de Cristo esté con todos ustedes.

Somos Sanguis et Aqua, dos fieles católicos.

Con estas palabras del libro de la Sabiduría, que resumen perfectamente la rebelión de la humanidad para con Dios iniciada en el Renacimiento que culminará en último término con la imposición del reinado del Anticristo, comenzamos el quinto capítulo de esta serie, en el que nos sumergiremos un paso más en la historia para mostrarles como el Nuevo Orden Masónico-luciferino fue impuesto en el mundo y cómo la humanidad fue engañada no solo para aceptarlo, sino para considerarlo como el mayor de los logros humanos.

Ciertamente, tal y como afirma Su Santidad Leon XIII en su encíclica Inmmortale Dei, publicada el 1 de septiembre de 1885:

“Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil. Entonces la religión instituida por Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le es debido, era floreciente en todas partes gracias al favor de los príncipes y a la protección legítima de los magistrados. Entonces el Sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios. Organizada así, la sociedad civil dio frutos superiores a toda expectativa, cuya memoria subsiste y subsistirá, consignada como está en innumerables documentos que ningún artificio de los adversarios podrá corromper u obscurecer.”

Esta era la Civilización Católica que fue establecida en Europa con el fin de la persecución romana y la declaración del catolicismo como religión oficial del Imperio. Civilización, que durante aproximadamente un milenio permitió a Nuestro Señor reinar sobre las almas y las naciones, y a éstas, a las naciones católicas, gozar de paz entre sus príncipes y de altos grados de santidad entre sus gentes, pues honrar al Señor era el último fin de todo cuanto se emprendía.

Sin embargo, con las primeras victorias que el Maligno obtuvo sobre las almas por medio del humanismo del Renacimiento y la reforma protestante, éste consiguió introducir un germen de corrupción en lo más profundo del corazón del hombre que lo cambiaría todo, haciéndoles repetir hasta la saciedad, tal y como recoge el Cardenal Caro, en su obra “El misterio de la masonería”:

“No seamos más súbditos, sino soberanos, entonces seremos libres (…) [Que] cada hombre sea su sacerdote y su rey, su Papa y su emperador (…) El súbdito sujeto a un gobernante no es libre, el hijo sujeto a su padre, no es libre; la esposa sujeta a su marido, no es libre, el hombre que vive en sociedad tampoco es libre. El hombre no es libre si no es dueño y soberano de todos sus pensamientos y sus actos. (…) [Pero esta] libertad es la rebelión absoluta.”

Rebelión que comenzó por los reyes por medio de la perniciosa teoría del derecho divino del poder real, con la que el Maligno logró que llenos de soberbia, los monarcas de todo el orbe se alzasen contra el Altísimo arrebatándole la soberanía que

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legítimamente le correspondía como Creador, Redentor, Soberano y Juez del Universo, abandonasen la misión que Él les había encomendado, y en lugar de propiciar la santidad de las naciones y velar por la salvación de sus gentes, comenzasen éstos a gobernar de manera despótica y absolutista, entregándose a los placeres a costa de oprimir a sus súbditos. Y una vez caídos los gobernantes, era solo cuestión de tiempo que todo se desmoronase.

Así pues, el pueblo entero siguiendo su ejemplo no tardaría repetir para con sus gobernantes aquello que éstos habían hecho anteriormente para con Dios: arrebatarles la soberanía, expulsarles de sus legítimos tronos, y considerarse a sí mismos como los únicos soberanos de sus vidas, sus ciudades y sus países, iniciando así la revolución que impondría en la sociedad el Nuevo Orden luciferino de manera aun velada, pero que en poco tiempo, con la venida del Anticristo, se mostrará con todo su esplendor y crueldad.

Por tanto, hermanos, no deben esperar más al Nuevo Orden Mundial, pues éste ya está aquí, lleva con nosotros desde el siglo XIX y estamos a las puertas de descubrir su verdadero rostro.

En el capítulo anterior habíamos adelantado como este Nuevo Orden había logrado establecerse definitivamente en la Inglaterra anglicana y en sus antiguas colonias, los Estados Unidos, y cómo el terror revolucionario se había apoderado de la Francia católica, hasta el punto de exterminar sistemáticamente a todo católico que se negase a renegar de Cristo y aceptar el nuevo culto ilustrado de la razón como el único culto verdadero. Pero una cosa es desatar el terror y otra muy distinta el asentar los ideales revolucionarios para siempre con el beneplácito de la población.

Por ello, en este capítulo analizaremos cómo los enemigos de la fe consiguieron asentar el Nuevo Orden Luciferino en Francia sobre las cenizas de la Civilización Católica y desde ella imponerlo al mundo entero, y lo que es más importante, veremos en qué consiste este Nuevo Orden Luciferino y sus principales manifestaciones a nivel político, económico, social y religioso para que comprendan el estado tan desesperado en el que nos encontramos actualmente y con la ayuda de Dios, puedan salvar sus almas en medio del gran engaño luciferino que ha sometido a la humanidad.

¿Cómo se las arreglaron, pues, los enemigos de la fe para lograr que la otrora Francia Católica aceptase el Nuevo Orden Luciferino?

Pues por medio de la misma estrategia de siempre: crear un problema y proponer una solución que jamás habría sido aceptada en otras condiciones. Y en este caso el problema era la propia revolución que ellos mismos habían provocado para librar al pueblo de la tiranía del régimen absolutista que poco antes habían implantado.

Ciertamente, el reinado de terror desatado por el directorio era insostenible: las matanzas eran constantes, y toda Francia estaba sumida en el caos. El pueblo cada vez más exhausto, suspiraba por un salvador que los librase de tal calamidad, y volviese a establecer el orden tradicional de las cosas, para que pudieran vivir tranquilos y seguir siendo tan católicos como siempre. Pero esto era exactamente lo que los enemigos de la fe querían.

De hecho, la masonería ya tenía preparado a aquel que se presentaría como el salvador de Francia, aquel que pondría fin al terror revolucionario y devolvería la paz y la

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grandeza a su nación, aquel destinado a sacar el Nuevo Orden masónico del caos creado por ellos mismos y hacer que la Civilización Católica fuese borrada para siempre del orbe, de la historia y de las mentes.

Y he aquí como comienza el gran engaño que ha propiciado que el Nuevo Orden masónico-luciferino fuese implantado para siempre en el siglo XIX y que la humanidad entera, lo abrazase y adorase desde entonces como el mayor logro de la historia de la humanidad.

Joseph de Maistre, noble contemporáneo a la revolución francesa, que tras estar un tiempo vinculado a la masonería se convirtió en el principal exponente del pensamiento contra-revolucionario, explicó en sus escritos, que se pueden leer en la obra titulada “Oeuvres complètes de J. de Maistre”, ese gran engaño que los enemigos de la fe llevarían a cabo para imponer los ideales revolucionarios en Francia, por medio de un falso salvador, para luego extenderlos al mundo entero. Escuchemos unos fragmentos:

“Se intentará hacer creer que todo se perdió, pero él llevará las cosas a donde nadie espera… Todo anuncia una convulsión general del mundo político (…) La Revolución no ha terminado, nada hace presagiar el fin. Ya produjo grandes males, y ella anuncia aún mayores. (…) ¡Nunca el universo había visto una cosa igual! ¿Y qué nos queda por ver? ¡Ah, distamos mucho del último acto o de la última escena de esta tragedia! (…) Nada anuncia el final de la catástrofe, y todo anuncia, que por el contrario ella todavía debe durar. (…) La obra [revolucionaria] continúa… Es tan cierto que la sabiduría consiste en saber prever de una mirada firme la época en que estamos, es decir, UNA DE LAS MAYORES EPOCAS DE UNIVERSO; (…) nada igual ha sido visto en el mundo; (…) El mundo político está absolutamente trastornado, hasta en sus fundamentos, ni la generación actual, ni probablemente aquella que la sucederá, podrá ver la realización de todo lo que se está preparando (… ) Tenemos quizás dos siglos (…) Cuando pienso en todo lo que le deberá suceder aún a Europa y al mundo, me parece que la Revolución recién comienza.”

Y Joseph de Maistre no se equivocó. Como explica el historiador Ricardo de la Cierva en su obra “Las puertas del infierno”:

“La Ilustración se prolongó en el liberalismo a través de la triple victoria revolucionaria en el Atlántico. Y por supuesto la Masonería, que había sido escuela de la Revolución, se identificó en el siglo XIX con el liberalismo radical , hasta el punto que puede decirse sin temor a equivocaciones que, en el continente, todos los liberales-radicales eran masones y todos los masones eran liberales radicales. [Por medio de ellos, y] fecundado por las victorias de la Revolución, el liberalismo se impuso como ideal político a Occidente y después al mundo entero, al identificarse también con el sistema de economía libre que conocemos como capitalismo y con la nueva dogmática de libertades civiles, derechos humanos, incluido primordialmente el de propiedad, gobierno constitucional, división y responsabilidad de los poderes públicos, imperio de la ley y en suma el horizonte democrático. Kant y Jefferson suministrarán renovadas bases teóricas al liberalismo, que hoy se acepta como ideal en todo el mundo (…) pese a que alguna encarnación de ese ideal, como la Revolución francesa, prostituyó [e impuso] sangrientamente la libertad, la igualdad y la fraternidad.”

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Así pues, aquello que aun a día de hoy aparece en todas las enciclopedias y libros de texto, aquello que nos han grabado a fuego en nuestras mentes desde críos, es desgraciadamente una mentira.

La revolución francesa no concluyó el 19 de noviembre de 1799, como nos han explicado, sino que entonces, ésta adquirió una nueva cara mucho más amable, en el Nuevo Orden político, económico, social y filosófico que se instauró en el siglo XIX, esto es, el liberalismo, por lo que éste y todos sus derivados tales como la democracia, más que ser la culminación y perfección del desarrollo humano y su sociedad, son realidad la culminación del plan luciferino, la preparación del mundo para su venida y el establecimiento de su reino.

Nos lo explica el Padre Felix Sardá y Salvany en su obra “El liberalismo es pecado”:

“En el orden de las ideas [el liberalismo] es un conjunto de ideas falsas; en el orden de los hechos es un conjunto de hechos criminales, consecuencia práctica de aquellas ideas.

En el orden de las ideas el Liberalismo es el conjunto de lo que se llaman principios liberales, con las consecuencias lógicas que de ellos se derivan. Principios liberales son: la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en Religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con iguales anchuras. (…) El fondo común de ellos es el racionalismo individual, el racionalismo político y el racionalismo social, (…) la supremacía del Estado (…) y el verdadero ateísmo social, que es la última consecuencia del Liberalismo.

En el orden de los hechos el Liberalismo es un conjunto de obras inspiradas por aquellos principios y reguladas por ellos. Como, por ejemplo, las leyes de desamortización; la expulsión de las órdenes religiosas; los atentados de todo género, oficiales y extraoficiales, contra la libertad de la Iglesia; la corrupción y el error públicamente autorizado en la tribuna, en la prensa, en las diversiones, en las costumbres; la guerra sistemática al Catolicismo, al que se apoda con los nombres de clericalismo, teocracia, ultramontanismo, etc., etc. Es imposible enumerar y clasificar los hechos que constituyen el procedimiento práctico liberal, pues comprenden desde el ministro y el diplomático que legislan o intrigan, hasta el demagogo que perora en el club o asesina en la calle; desde el tratado internacional o la guerra inicua que usurpa al Papa su temporal principado, hasta la mano codiciosa que roba la dote de la monja o se incauta de la lámpara del altar, desde el libro profundo y sabihondo que se da de texto en la universidad o instituto, hasta la vil caricatura que regocija a los pilletes en la taberna. El Liberalismo práctico es un mundo completo de máximas, modas, artes, literatura, diplomacia, leyes, maquinaciones y atropellos enteramente suyos. (…)

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En el orden de las doctrinas el liberalismo es herejía. Herejía es toda doctrina que niega con negación formal y pertinaz un dogma de la fe cristiana. El liberalismo (…) los niega todos en general, cuando afirma o supone la independencia absoluta de la razón individual en el individuo, y de la razón social, o criterio público, en la sociedad. (…) Niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y las sociedades, y en consecuencia la jurisdicción delegada que sobre todos y cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que sea, recibió de Dios la Cabeza visible de la Iglesia. Niega la necesidad de la divina revelación, y la obligación que tiene el hombre de admitirla, si quiere alcanzar su último fin. Niega el motivo formal de la fe, esto es, la autoridad de Dios que revela, admitiendo de la doctrina revelada sólo aquellas verdades que alcanza su corto entendimiento. Niega el magisterio infalible de la Iglesia y del Papa, y en consecuencia todas las doctrinas por ellos definidas y enseñadas. Y después de esta negación general y en global, niega cada uno de los dogmas, parcialmente o en concreto, a medida que, según las circunstancias, los encuentra opuestos a su criterio racionalista. Así niega la fe del Bautismo cuando admite o supone la igualdad de todos los cultos; niega la santidad del matrimonio cuando sienta la doctrina del llamado matrimonio civil; niega la infalibilidad del Pontífice Romano cuando rehúsa admitir como ley sus oficiales mandatos y enseñanzas, sujetándolos a su pase o exequatur, no como en su principio para asegurarse de la autenticidad, sino para juzgar del contenido.

En el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque destruye el principio o regla eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea de moral además de su condición directiva, encierra esencialmente la idea de enfrentamiento o limitación. Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque en su proceso histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de todos los mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el primero del Decálogo, hasta el que prescribe el pago de los derechos temporales a la Iglesia, que es el último de los cinco de ella. Por donde cabe decir que el Liberalismo, en el orden de las ideas, es el error absoluto, y en el orden de los hechos, es el absoluto desorden. Y por ambos conceptos es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado mortal.(…) El Liberalismo, que es herejía, y las obras liberales, que son obras hereticales, son el pecado máximo que se conoce en el código de la ley cristiana. (…) El liberalismo es el mundo de Luzbel, disfrazado hoy día con aquel nombre, y en radical oposición y lucha con la sociedad de los hijos de Dios, que es la Iglesia de Jesucristo.”

El liberalismo es pues, el Nuevo Orden luciferino, el Reinado del Anticristo presentado aun de manera velada en vísperas de su coronación, el sistema “demonio-crático” que en nombre de la libertad ha sometido a la humanidad a la más dura de las esclavitudes, en la vida presente y en la futura.

El peligro que traía consigo para el mundo y para las almas era tal, que Su Santidad el Papa Pio IX no dudo en condenar al liberalismo en general y a sus principales errores en particular, junto con las sociedades secretas causantes de su establecimiento, por medio de su memorable Syllabus de errores, anexo a la encíclica Quanta cura publicada en 1864. Pero como ven, de poco han servido las advertencias de la Santa Sede.

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El Maligno pudo llevar a cabo este gran engaño por medio de la unión de sus principales siervos, los principales enemigos de la Santa Iglesia Católica: los falsos judíos, esto es, el judaísmo gnóstico-talmúdico que explicábamos en el capítulo anterior, y la masonería, que se amalgamaron en el siglo XVIII de tal forma, que desde entonces, tal y como afirma el Cardenal Caro en su obra “El misterio de la masonería”:

“La masonería no es más que una máscara con que el judaísmo encubre ante las naciones sus manejos anticristianos y de universal dominación política y económica, (…) no es más que un pobre instrumento, inconsciente por lo general, de una suprema dirección judía.(…) [De este modo] la acción de la masonería contra la Iglesia católica no es más que la continuación de la guerra a Cristo practicada por el judaísmo desde hace 1900 años (…) el judaísmo fue el anticristianismo y la masonería al servicio todavía de ese mismo judaísmo es anticristianismo”

Y este dato es confirmado por los propios falsos judíos en los “Protocolos de los Sabios de Sión”, escritos en el primer congreso sionista celebrado en Basilea en 1897 bajo la presidencia del padre del sionismo moderno, Theodore Herzl, y publicados por Sergyei Nilus en Rusia en 1905. En ellos llegan a afirmar que:

“La Franc-Masonería GOYIM [es decir, no judía] no sirve más que para encubrir nuestros designios; el plan de acción de esta fuerza, el punto mismo en que se apoya, quedarán siempre para el pueblo en el más absoluto misterio.”

Ahora bien, de entre todos los masones y falsos judíos, ¿quién iba a ser el elegido para imponer el liberalismo en Francia y desde allí extenderlo al mundo entero? ¿Quién iba a ser el verdugo de la Civilización Católica?

Pues el mismísimo Napoleón Bonaparte que sería presentado al pueblo como uno de los suyos, como un hombre de clase humilde que con su esfuerzo y sacrificio personal fue ascendiendo hasta el punto de convertirse en uno de los hombres más influyentes de Francia y el único capaz de devolver el orden al caos reinante, por medio de un golpe de estado, aunque la realidad era bien distinta.

Su verdadero nombre era “Napoleone Buonaparte”. Era un noble corso, descendiente de la nobleza italiana, destacado masón y perteneciente a una importante familia masónica, que le prepararía desde su más tierna infancia para la gran labor que le iba a ser encomendada, por medio de una intensa formación militar e ilustrada, que sería subvencionada por el propio Luis XVI a consejo de sus ministros masones.

Como afirma el P. Manuel Guerra Gómez en su obra “Masonería, religión y política”:

“Indiscutiblemente fueron [masones] su padre y sus cuatro hermanos: José, [que sería] Gran Maestro del Gran Oriente Francés y Rey de España, Luis, [que sería] Venerable Maestro y Rey de Holanda, Jerónimo, [que sería] Rey y Gran Maestro del Gran Oriente de Westfalia y Luciago, [que sería] miembro del GOF y Príncipe de Canino. (…) Masones fueron [también] su hijastro Eugenio de Beauharmais y al menos 17 de sus 24 mariscales, incluido su cuñado Joaquín Murat. (…) Napoleón llegó a imponer la iniciación de mujeres y que su esposa Josefina fuera Gran Maestra.”

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Y aunque estos datos familiares parezcan un detalle sin importancia, no son para nada irrelevantes puesto que el hijastro de Napoleón, el masón Eugenio de Beauharmais, que era fruto de un matrimonio anterior de su esposa Josefina del que había quedado viuda, tuvo una hija llamada Josefina de Leuchtenberg, y ésta contraería matrimonio con el rey Oscar I de Suecia, y por este enlace: la Gran Maestra Josefina y su hijo el masón Eugenio de Beauharnais son ancestros directos de los actuales soberanos de Grecia, Suecia, Bélgica, Luxemburgo, Dinamarca, Liechtenstein, Mónaco y Noruega.

Así pues, Napoleón tenía perfectamente clara la misión que tenía que llevar a cabo, y el objetivo último de su golpe de estado, que, como dejará patente en su “Mémorial de Sainte-Hélène”, este era:

“Destruir la vieja civilización, la civilización católica, regenerar al siglo a la moda pagana, y esto a través de Francia.”

Pero, ¿cómo conseguirían los enemigos de la fe encumbrar a uno de los suyos y hacer que el pueblo, mayoritariamente católico, no solo no percibiese el engaño, sino que aceptase por libertador a aquel que sería su verdugo?

El estallido de la revolución les proporcionaría el contexto adecuado. Napoleón será situado en los lugares exactos en los momentos propicios para hacer memorable su nombre y permitirle ir ascendiendo paulatinamente dentro del ejército, dando con ello la sensación de que había salido de la nada.

Pero si hubo un evento que lo catapultaría a lo más alto entre sus correligionarios masones y lo consagraría como aquel capaz de asentar los ideales revolucionarios para siempre, fue su bautismo de sangre, la demostración de principios hecha por Napoleón el 3 de octubre de 1795: Éste, situado al frente del ejército revolucionario parisino por una aparente casualidad, por el bien de la revolución, no dudó en atacar al pueblo apenas armado que se manifestaba en las calles con la artillería, es decir, a cañonazos, provocando, como es lógico, una masacre en pocos minutos.

Este hecho hizo que el directorio lo pusiese al frente del ejército revolucionario para liderar la invasión de Italia, que sería efectiva en 1797, y junto con ella, se inició una campaña propagandística sin precedentes que haría que Napoleón se convirtiese no ya solo en una de las figuras más influyentes de la política francesa de aquel entonces, sino en el héroe del pueblo.

Para ello se crearon expresamente tres periódicos, en los que se narraba a modo de epopeya y con muchas exageraciones, las victorias imposibles del ejército francés bajo el mando de un joven e inexperto Bonaparte, y para aumentar la fama de tales epopeyas, de forma paralela se mandó plasmar pictóricamente los acontecimientos más importantes de dicha campaña, destacando por supuesto en dichas escenas la figura de Napoleón, que aparecía representado con porte majestuoso y rostro angelical, en medio de un campo de batalla.

Curiosamente, fue en estas campañas cuando comenzaron las tribulaciones de Su Santidad Pio VI que explicamos en el capítulo anterior, pero el pueblo francés, seducido por las epopeyas Napoleónicas pasó por alto este hecho criminal.

Para los enemigos de la fe esta era la mayor de las victorias.

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Con el Santo Padre en la cárcel, enfermo bajo los malos tratos, Roma tomada y con Francia preparada para el golpe de estado, los enemigos de la fe vieron más cerca que nunca la derrota definitiva de la Santa Iglesia Católica, por lo que, relegando a un segundo plano sus planes para con Francia, quisieron adelantar la venida del Anticristo disponiendo todo lo necesario para ésta.

¿Y qué más faltaba?

Pues tres cuestiones clave: La primera, la creación de un estado judío en palestina donde situar su corte, la segunda, el profundizar en las ciencias ocultas para poder llevar a cabo la gran invocación por medio de un culto que le fuese agradable y la tercera, iniciar al mundo entero en el ocultismo para que la humanidad estuviera preparada para recibirle.

Para conseguir todo ello, y manteniendo este objetivo en el más absoluto de los secretos, en lugar de tomar el poder por medio de un golpe de estado, el 18 de mayo de 1798 Napoleón Bonaparte partió para Egipto con el beneplácito del directorio, con una flota de trece buques de línea y más de 400 navíos con 16.000 marinos, que transportarían a un ejército de 38.000 hombres, un millar de cañones y setecientos caballos, al mando de los mejores generales del momento, y 1671 científicos y especialistas de todas las ramas del conocimiento. De todos ellos, nadie sabía a donde se dirigían salvo el propio Napoleón.

La versión oficial en la que no se ponen de acuerdo ni los mismos historiadores, es que la incursión Napoleónica en Egipto tenía como fin proteger los intereses comerciales franceses y cortar la ruta de Inglaterra a la India, pero dicha versión es totalmente insostenible e ilógica a la luz de los hechos.

Porque ¿qué sentido tenía una empresa así cuando Francia estaba en guerra con toda Europa y su inestabilidad interna era más que palpable? O lo que es más obvio, si únicamente fuesen a la guerra ¿para que querría Napoleón llevar consigo a casi dos millares de científicos sin formación militar? Si bien es cierto que no era la primera vez que científicos acompañaban a un ejército, jamás lo habían hecho en un número tan elevado, puesto que era una carga innecesaria, y obviamente, ningún general en su sano juicio arriesgaría la vida de la élite intelectual de su país si no fuese imprescindible.

Por si esto fuera poco, las pocas vicisitudes que los franceses tuvieron con los ingleses en tierra egipcia, más que perjudicar lo que hicieron fue favorecer la consecución del plan masónico que Napoleón debía llevar a cabo.

La más clara de ellas fue la acontecida cuando las tropas Napoleónicas se asentaron en el país, pues su malestar no tardó en hacerse palpable. Todos se preguntaban qué hacían malgastando sus vidas en un país tan lejano estando Francia en el estado en el que estaba, y ciertamente, se hubieran amotinado, abandonado a Bonaparte, y vuelto a Francia si no fuese por un golpe providencial del ejército británico, que destruyó toda la flota francesa con la curiosa excepción de dos navíos, en la conocida como batalla del Nilo, que dejó al ejército francés atrapado en Egipto y sin otra opción que seguir adelante con el plan masónico que Napoleón seguía manteniendo en el más estricto secreto

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Pero para lograr su plan Napoleón precisaba ganarse la confianza de la población local, y para conseguirla iba a emplear de nuevo el engaño y la propaganda, esta vez, apelando a los dos puntos candentes de la sociedad egipcia: el islam, y los conflictos de los mamelucos que prácticamente se habían hecho con el control del país trayendo de cabeza al Imperio Otomano. Esta propaganda se haría por medio de proclamas en árabe que se leerían y distribuirían por escrito a la población.

Veamos algunos fragmentos de ellas para que conozcan el cinismo de los enemigos de la fe y los extremos a los que son capaces de llegar para lograr la consecución de sus planes.

Tal y como refiere Emilio Menéndez del Valle en su obra “Islam y democracia en el mundo que viene”:

“La [primera] proclama comienza, nada menos que invocando a Dios, el compasivo, el misericordioso… y por supuesto [diciendo] que no hay más dios que Dios, y [añade]:

«En nombre de la república francesa, fundada en la libertad y en la igualdad, Bonaparte, comandante en jefe de las fuerzas francesas, informa a toda la población de Egipto: (…) [que] los mamelucos, que vinieron del Cáucaso y de Georgia han estado corrompiendo a la mejor región de todo el mundo, pero Dios, omnipotente, Señor del universo ha ordenado la destrucción de su estado. Se os ha dicho que he venido a destruir vuestra religión. Es mentira (...) he venido a rescataros de los opresores. Adoro a Dios más que los mamelucos y respeto a su profeta y el glorioso Corán. (…) Jeques, jueces e imanes, funcionarios y notables de esta tierra: decid a vuestro pueblo que los franceses son también musulmanes sinceros. Prueba de ello es que han ocupado Roma y arruinado la sede del Papa, que siempre ha animado a los cristianos a atacar al Islam, igual que han ido a Malta en donde han expulsado a los hermanos hospitalarios, quienes se precian de proclamar que Dios deseaba que combatieran a los musulmanes. Los franceses han sido siempre amigos del sultán otomano y enemigos de sus enemigos».”

Como ven, Napoleón no dudo en explotar su odio común hacia la Santa Iglesia Católica, para ganarse su confianza. Escuchemos otro fragmento de sus proclamas que recoge Christian Cherfils, en su libro “Napoleon et l´Islam” para que vean los límites a los que fue capaz de llegar:

“La existencia y unidad de Dios, que Musa (Moisés) anunció a su pueblo y Jesús a su comunidad, fue proclamada posteriormente por Muhammad al mundo. Arabia se había convertido en un país de idólatras. Seis siglos después de Jesús, Muhammad concienció a los árabes acerca de la existencia de Dios, tal y como otros profetas como Ibrahim (Abraham), Ismail (Ismael), Musa (Moisés) e Isa (Jesús) habían hecho antes que él con otros pueblos. La paz en el Este había sido perturbada por los herejes que habían estado esforzándose para difundir, en nombre de la religión, un credo ininteligible que está basado en la Trinidad –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- [Es decir, el catolicismo]. Muhammad guió a los árabes al camino recto, les enseñó que Dios es Uno, que no tiene padre ni hijo, y que adorar a varios dioses era una costumbre absurda, que supone una continuación de la idolatría.”

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En ese mismo libro se afirma que hasta Napoleón llegó a decir:

“Yo soy musulmán unitario y glorifico al Profeta. (...) Espero tener en un futuro cercano la oportunidad de reunir a gente sabia y culta de todo el mundo y establecer un gobierno, que dirigiré en base a los principios escritos en El Corán.”

Pero que nadie se equivoque. Esto no era más que hipocresía, mera estrategia de guerra. Ya habíamos hablado en el capítulo anterior del fenómeno del marranismo, es decir, de las conversiones fingidas de los falsos judíos al catolicismo para infiltrarlo y poder destruirlo desde dentro y las conversiones fingidas de falsos judíos al islam, para poder emplearlo para sus planes. Del mismo modo, como explica el P. Manuel Guerra en su obra “Masonería, religión y política”:

“En el islam entre los chiíes existe la norma ética “taquiyah”, que les permite el disimulo y ocultamiento prudente, por ejemplo, mentir de palabra, hacer algo prohibido (comer carne de cerdo, beber vino y bebidas alcohólicas, quebrantar el ayuno en el mes de ramadán), para no ser tenido como musulmán si las circunstancias lo aconsejan para el beneficio del islam o para conseguir sus objetivos, por ejemplo terroristas.”

Y en la masonería, se da también este mismo fenómeno. Tal y como afirma el P. Manuel Guerra Gómez en su obra “Masonería, religión y política”:

“Si beneficia a la masonería, un masón puede participar en actos públicos religiosos católicos o de cualquier otra religión, aunque cause la impresión de no ser masón.”

El secreto masónico que han jurado guardar en su iniciación les obliga a mentir para ocultar su afiliación el tiempo necesario para el cumplimiento de sus planes, y por tanto, pueden convertirse públicamente a una religión, alabar continuamente a Dios, cumplir exteriormente todas sus normas y ritos, y hasta renegar de su pertenencia a la masonería por medio del perjurio, y seguir siendo tan masones como siempre lo han sido.

Por tanto, hermanos, que nadie le engañe con esto, pues los enemigos de la fe, como fieles siervos del príncipe de la mentira, emplearán esta carcasa siempre que les sea útil para pasar desapercibidos y poder llevar a cabo sus planes en la sombra. Recuerden que un árbol bueno jamás puede dar frutos malos, por lo que por sus frutos les conoceréis.

Así pues, la conversión fingida de Napoleón sumada a una excelente campaña propagandística pro-islámica, permitió a éste obtener el beneplácito del pueblo, que comenzó a llamarle “sultán Kebir” y lo más importante, el beneplácito del Diwan, es decir, de la asamblea de notables del país, que le permitió promulgar una serie de leyes para llevar los ideales de la revolución al mundo árabe. Así pues, creo en el Cairo el Instituto de Egipto, desde el que modernizó la administración pública del país, y los científicos de Napoleón, denominados “sabios”, tuvieron carta blanca para comenzar el estudio de Egipto, especialmente centrado en desentrañar los misterios ocultos del Antiguo Egipto y su culto demoníaco.

Así, viajaron por todo el país localizando los principales centros religiosos de la época de los faraones. Hicieron números escritos, libros de viajes y grabados, transcribiendo cientos de jeroglíficos al papel y haciendo acopio de todo tipo de piezas que después

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catalogaron y almacenaron adecuadamente. En 1799 se produjo el hallazgo más importante de toda la expedición: la piedra Rosetta, un fragmento de estela que sirvió de llave para comprender el significado de los jeroglíficos, por lo que todos los misterios ocultos salieron a la luz cumpliéndose así con el objetivo masónico.

Estos nuevos conocimientos se exportarían posteriormente a Europa y se difundirían bajo el amable nombre de “Egiptología”, haciendo que por medio de esta moda las naciones se iniciasen en el mundo ocultista. Esta es la razón de que tengamos a día de hoy al Antiguo Egipto referenciado de manera prácticamente constante en documentales, cine, video-clips, tv, y hasta dibujos animados. Pero esto lo explicaremos más tarde.

En marzo de 1798 Napoleón inició el golpe final de su plan: Instituyó un consejo judío en Egipto, restituyó la función de Sumo Sacerdote, y comenzó su marcha sobre Siria para establecer en ella el estado de Israel.

A mitad de esta campaña, el 20 de abril de 1799, Napoleón escribirá una proclamación a la nación judía, que se publicará en los periódicos de toda Europa. Escuchemos un fragmento de dicha proclamación:

“Bonaparte, comandante en jefe de los ejércitos de la república francesa en África y Asia a los herederos legítimos de la palestina israelita, nación única que las conquistas y las tiranías pudieron, durante miles de años, privar de su tierra ancestral pero no de su nombre ni de su existencia nacional. Exiliados, ¡levantaos en la alegría! Esta guerra, sin precedentes en la historia, se está llevando a cabo para la propia defensa de una nación cuyas tierras se consideraban por sus enemigos como una presa ofrecida para su desmantelamiento. Ahora esta nación se está vengando de dos mil años de ignominia. La providencia me ha llamado aquí como un joven ejército guiado por la justicia y acompañado por la victoria. Mi cuartel general está en Jerusalén y en unos cuantos días estaré en Damasco, cuya cercanía ya no constituye un peligro para la ciudad de David. Herederos legítimos de la Palestina, la gran nación Francia, que no trafica con los hombres ni con los países, como los que han vendido sus ancestros a todos los pueblos, no os llama a conquistar su patrimonio. ¡No! Les pide solamente tomen lo que ella ya conquistó y con nuestro apoyo y nuestra autorización de seguir dueño de esta tierra y de guardarla a pesar de sus adversarios. ¡Levantaos! Enseñen que todo el poderío de sus opresores no pudo aniquilar el valor de estos héroes que podrían hacer honor a Esparta y a Roma. Enseñen que dos mil años de esclavitud no pudieron ahogar este valor. ¡Apuraos! Es el momento que tal vez no regresará de aquí a mil años, de reclamar la restauración de sus derechos civiles, de su lugar entre los pueblos del mundo. Tienen derecho a una existencia política como nación entre las naciones.”

Sin embargo, Napoleón cantó victoria antes de tiempo, pues la conquista de Siria terminaría fracasando estrepitosamente por la conjunción de tres factores: la derrota militar frente al ejército otomano paralela a una sublevación en el Cairo contra su administración civil, y a una epidemia de cólera que diezmó a las tropas francesas.

Pero esto no iba a ser un problema: si Napoleón no podía conquistar Israel para los falsos judíos, al menos, haría de Francia un nuevo Israel, como explicaremos un poco más tarde. Así, cuando llegó la hora, Napoleón no dudó en abandonar a su ejército en Egipto y regresar a Francia en los navíos que quedaron.

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Para aquel entonces, toda Francia había sido engañada para que creyesen que el ejército francés liderado por Bonaparte había logrado grandes proezas y victorias imposibles en Egipto al igual que lo habían hecho en Italia, por lo que Napoleón fue recibido como un héroe conquistador, más popular y amado que los miembros del directorio francés que habían sumido a Francia en el caos.

Su Santidad el Papa Pio VI, fallecía en la cárcel el 29 de agosto de 1799, estando Roma ocupada por los ejércitos Napoleónicos, y escasamente 3 meses después, el 19 de noviembre de 1799, con la Santa Iglesia Católica al borde de la quiebra, Napoleón Bonaparte daba su tan esperado golpe de estado que implantaría definitivamente el Nuevo Orden Masónico-Luciferino en Francia, ese Nuevo Orden que había sido formulado en la anglicana Inglaterra por masones tales como John Locke y que ya había sido impuesto en ésta y en sus antiguas colonias, los Estados Unidos.

El Nuevo Orden político consistía en una nueva forma de gobierno inestable por naturaleza, que iba a debilitar a los estados por medio de gobernantes fácilmente corruptibles y manipulables que seguirían paso a paso el plan definido por la judeo-masonería, y llegado el momento, cederían sin problemas su poder al Anticristo.

Los propios falsos judíos en sus “Protocolos de los sabios de Sión”, llegan a afirmar que:

“Después de haber inoculado en el organismo del Estado el veneno del Liberalismo, (…) los estados están enfermos de una enfermedad mortal; (...) No queda ya más que esperar que el término de su agonía.”

Ahora bien, ¿Con qué medidas concretas se llevaría esto a cabo? O dicho de otro modo, ¿Cuáles son las principales características de este Nuevo Orden político que se impondría primero en Francia y luego en mundo entero en el siglo XIX?

Como afirma Plinio Corrêa de Oliveira en su obra “Revolución y contrarrevolución”:

“La obra política de la Revolución no fue sino la transposición, al ámbito del Estado, de la “reforma” que las sectas protestantes más radicales adoptaron en materia de organización eclesiástica:

— rebelión contra el Rey, simétrica a la rebelión contra el Papa;

— rebelión de la plebe contra los nobles, simétrica a la rebelión de la “plebe” eclesiástica, es decir, de los fieles, contra la “aristocracia” de la Iglesia, es decir, el Clero;

— afirmación de la soberanía popular, simétrica al gobierno de ciertas sectas, en mayor o menor medida, por los fieles.”

Así pues, la soberanía le será arrebatada a Dios y será concedida al pueblo, quien a partir de ahora tendrá derecho a elegir a sus propios gobernantes por medio del sufragio, que dejará patente la voluntad general; el fundamento de las leyes dejará de ser el cumplimiento de la voluntad de Dios y ratificará, al menos en teoría, la voluntad del pueblo, aunque en realidad serán las élites quienes tomaran todas las decisiones sin contar con éste para nada; la Santa Ley de Dios será sustituida por la constitución y los derechos del hombre, que se alzarán como ley suprema que regirá el comportamiento de

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los pueblos; Y la verdad y el deber de los gobernantes para con la santidad de las naciones serán echados a un lado y el estado se declarará laico, es decir, ajeno y superior a toda religión.

Como afirma Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”:

“Ningún sistema político es más favorable a los designios de la secta [masónica], ninguno le da más facilidad de paralizar a la autoridad legítima, para acorralar y perseguir a la Iglesia.”

Pero esto no iba a ser tan fácil. Ciertamente, el terror revolucionario podía imponer el ateísmo temporalmente en un pueblo, pero la prohibición del culto católico era totalmente contraproducente si se quería instaurar un sistema político perdurable en el tiempo.

El liberalismo, como cara amable de la revolución, debía, pues, proceder de un modo más discreto, de un modo incruento pero no por ello menos eficaz: Arrebataría a la Santa Iglesia su papel para con los estados por medio de medidas políticas concretas diseñadas únicamente para desterrarla de la vida pública de los fieles, y forma paralela, arrebataría su papel para con las almas, creando y difundiendo una nueva y falsa versión de catolicismo que difunda los ideales masónicos y que esté mucho más acorde con la apostasía reinante, a la par que mantiene las conciencias tranquilas. Pero profundicemos un poco más en esto por la importancia que tiene para las almas.

Tal y como explica Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”:

“Para vencer la resistencia de la Iglesia, es preciso que primeramente Ella esté sin punto de apoyo sobre la tierra. [De ahí que] los Estados separados de la Iglesia y la Iglesia Romana privada de la soberanía temporal fuesen las dos preocupaciones más constantes de la francmasonería, el doble objetivo de sus más continuos esfuerzos.(…)

[Por ello] se intentará primero someterla por “la aplicación estricta del Concordato”; y luego, destruirla por la ley de separación de la Iglesia y del Estado. (…) Que el espíritu laico gane dominio sobre la sociedad religiosa, [y se pueda] destruir la sociedad fundada sobre la voluntad de Dios, para construir una nueva sociedad fundada sobre la voluntad del hombre”.

De forma paralela, en aquellos estados donde sea posible, se seguirá fomentando la creación de iglesias nacionales, cismáticas a Roma. Esta era una táctica brillante del Maligno, por medio de la cual, ya había arrebatado anteriormente a la Santa Iglesia Católica a Rusia y diversas naciones del este por medio del ortodoxismo, a Inglaterra por medio del anglicanismo y a diversos países de Centro Europa por medio del luteranismo y demás sectas protestantes.

Como explica el P. Manuel Guerra Gómez, en su obra “Masonería, religión y política”

“Los masones en el poder han recurrido a esta táctica [es decir, las iglesias nacionales] en países tradicionalmente católicos. (…) [Esta] es la naturaleza de las llamadas “iglesias nacionales” o “iglesias patrióticas”. La finalidad de su existencia consiste sobre todo en dividir la presencia y eficacia de la Iglesia Católica en una nación determinada. De esta manera el demonio hace honor a uno de sus nombres,

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“Diablo” derivado de la palabra griega que significa “el que divide y enfrenta”. Se realiza así el adagio castellano “divide y vencerás”. ”

La victoria del Maligno por medio de las Iglesias nacionales estaba asegurada, no ya solo por la manipulación y control que por medio de ellas los enemigos de la fe lograban sobre pueblo común, sino porque en el mismo instante en el que éstas naciones eran arrebatadas a la Santa Iglesia Católica, única y verdadera Vid de Cristo, en ese preciso momento, estas iglesias se volvían totalmente estériles, incapaces de proporcionar la salvación, y en definitiva, como sarmientos secos e infructíferos que únicamente sirven para ser arrojados al fuego.

Y de forma paralela a estas dos medidas, de la máxima luciferina de divide y vencerás, surgirá también la perniciosa idea que los enemigos de la fe se encargarían de extender por el orbe: la distinción entre catolicismo y clericalismo, y lo perjudicial que resulta para la fe y para la sociedad éste último.

Como afirma el cardenal Caro en su obra “El misterio de la masonería”:

“Para combatir mejor al catolicismo, la Masonería inventó la distinción entre clericalismo y catolicismo, haciendo alarde de respetar al catolicismo y de combatir únicamente el clericalismo, es decir, la intervención del clero en la política.”

De este modo tan perverso, los enemigos de la fe conseguirían no ya solo que los propios católicos apoyasen la perniciosa idea de la separación de la Iglesia y el Estado, sino que éstos terminasen rechazando todo aquello que les sonase excesivamente clerical, hasta el punto, como bien saben, de exigir la democratización de la Santa Iglesia y que los laicos se creyesen con derecho a arrebatar al sacerdote su papel en la Iglesia, en la liturgia y en los sacramentos.

Escuchemos dos testimonios de miembros de la masonería, que recoge el Cardenal Caro en su obra “El misterio de la masonería”, para arrojar luz sobre esta cuestión.

Courdavaux, masón y profesor de letras de Douai, que entre 1888 y 1889 se dedicó a dar conferencias en las logias francesas, afirmaba en ellas:

“La distinción entre el catolicismo y el clericalismo es puramente oficial, sutil, para las necesidades de la tribuna. Pero aquí en logia, digámoslo en voz alta, el catolicismo y el clericalismo no son sino una misma cosa.”

A su vez, Duse, masón delegado del gran maestre de la orden Milán, en el Congreso Masónico Internacional de Bruselas de agosto de 1904, afirmó que:

“El clericalismo y el catolicismo son una misma cosa. Pero si tratamos de destruir de un golpe todo el edificio, emprendemos una tarea enorme cuyo fin no verán las generaciones actuales.”

Quede con esto claro que el denominado “clericalismo” fue un invento de la masonería para sembrar divisiones dentro de las filas católicas y crear en último término una guerra civil dentro de la misma Iglesia, enfrentando a católicos contra católicos, a laicos contra sacerdotes, a religiosos contra sus superiores, a sacerdotes y religiosos contra sus obispos y a obispos y cardenales contra el Papa, para debilitar con ello las estructuras y

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propiciar su destrucción. Por tanto, quien se define anticlerical, es por eso mismo anticatólico, puesto que el catolicismo no puede ser dividido en bloques independientes, sin dañar al conjunto.

Esta división será favorecida por medio de las denominadas “libertad de prensa” y “libertad de expresión”, que promoverán la corrupción de costumbres y un clima totalmente anticlerical y antieclesiástico, tal y como afirma el P. Felix Sardá y Salvani en su obra “El liberalismo es pecado”:

“La Masonería ha decretado [la corrupción de costumbres], y a la letra se cumple su programa infernal. Espectáculos, libros, cuadros, costumbres públicas y privadas, todo se procura saturar de obscenidad y lascivia; el resultado es infalible: de una generación inmunda, por necesidad saldrá una generación revolucionaria. Así se nota el empeño que tiene el Liberalismo en dar rienda suelta a todo exceso de inmoralidad. Sabe bien lo que éste le sirve. Es su natural apóstol y propagandista.”

Pero el uso de la prensa va incluso más allá. Como explican los falsos judíos en sus “Protocolos de los sabios de Sión”.

“La literatura y el periodismo son dos fuerzas educadoras de la mayor importancia; por esto nuestro gobierno será el propietario de la mayoría de los periódicos. (…) Representarán nuestros periódicos a todas las tendencias: las aristocráticas unos, las republicanas otros, igualmente las revolucionarias y aun las anarquistas; pero esto, naturalmente se entiende, mientras esté en vigor la Constitución... Tal como el dios de la India, tendrá cien manos, cada una de ellas tendrá un dedo puesto en cada una de las tendencias que se requieran. Cuando un impulso muevan esas manos, guiarán la opinión pública en el sentido que convenga a nuestros deseos ya que un hombre que vive en un medio demasiado agitado, pierde la facultad de razonar y se abandona fácilmente a la sugestión. Aquellos imbéciles que creerán repetir la opinión del periódico de su partido, no harán otra cosa que repetir y expresar nuestra opinión o aquello que nos agrade. Se harán la ilusión de seguir las opiniones del periódico de su partido, y en realidad seguirán la bandera que nosotros enarbolaremos para que vayan tras ella.”

Si sumamos a esto que el estado liberal arrebatará a la Santa Iglesia Católica su papel educativo, y establecerá la educación estatal obligatoria, el resultado es previsible: generaciones enteras serán adoctrinadas desde su más tierna infancia en los ideales revolucionarios, y por medio de ellos, los enemigos de la fe conseguirán la degradación de la sociedad hasta tal punto, que lograrán que las masas repudien el catolicismo y avancen directos a su condenación eterna siguiendo las directrices luciferinas que han sido programados a aceptar y obedecer, tal y como sucede hoy en día.

Los falsos judíos reconocen este hecho en sus “Protocolos de los sabios de Sion”:

“Hemos corrompido, embrutecido y prostituido la juventud GOYIM [es decir, no judía] con una educación cimentada en principios y teorías que sabemos son falsos y que no obstante han sido inspirados por nosotros. (…) A vuestra vista está lo que la educación general de hoy ha hecho de los GOYIM. Hemos tenido necesidad de inyectar en su educación todos esos principios que tan brillantemente nos han servido para debilitar su orden social. (…) Una vez que nos hayamos adueñado del

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poder, proscribiremos de la educación todas las materias de enseñanza que pueden traer el desorden, (…) borraremos de la memoria de los hombres todos los acontecimientos de los siglos pasados que no nos son gratos, no conservando sino los que dan a conocer las faltas de los gobiernos GOYIM (…) y haremos de los jóvenes, niños obedientes a las autoridades y amantes de los que gobiernan, como un apoyo y una esperanza de paz y de tranquilidad [para nuestro gobierno].”

Y por si esto no fuese suficiente, para corromper a los católicos que siguiendo el magisterio de la Santa Iglesia habían rechazado en un primer término el liberalismo, los enemigos de la fe crearon y difundieron un falso catolicismo fundamentado en los principios liberales, o mejor dicho, un liberalismo mucho más amable con la fe que aquel asentado sobre el ateísmo y la fría razón, pero si cabe mucho más pernicioso que éste por su apariencia de piedad.

Nos lo explica el padre Felix Sardá y Salvany, en su obra “El liberalismo es pecado”:

“De todas las inconsecuencias y antinomias que se encuentran en las gradaciones medias del Liberalismo, la más repugnante de todas y la más odiosa es la que pretende nada menos que la unión del Liberalismo con el Catolicismo, para formar lo que se conoce en la historia de los modernos desvaríos con el nombre de Liberalismo católico o Catolicismo liberal. (…)

Nació este funesto error de un deseo exagerado de poner conciliación y paz entre doctrinas que forzosamente y por su propia esencia son inconciliables enemigas. El Liberalismo es el dogma de la independencia absoluta de la razón individual y social; el Catolicismo es el dogma de la sujeción absoluta de la razón individual y social a la ley de Dios. (…)

Los fundadores del Liberalismo católico (…) dijeron: "EI Estado como tal Estado no debe tener Religión, o debe tenerla solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no quieran tenerla.” Así, pues, el ciudadano particular debe sujetarse a la revelación de Jesucristo; pero el hombre público puede portarse como si para él no existiese dicha revelación. (…)

La íntima esencia del Liberalismo llamado católico, o Catolicismo liberal consiste tan sólo en un falso concepto del acto de fe. (…) Los católico liberales, hacen estribar todo el motivo de su fe, no en la autoridad de Dios infinitamente veraz e infalible, que se ha dignado revelarnos el camino único que nos ha de conducir a la bienaventuranza sobrenatural sino en la libre apreciación de su juicio individual que le dicta al hombre ser mejor esta creencia que otra cualquiera. No quieren reconocer el magisterio de la Iglesia, como único autorizado por Dios para proponer a los fieles la doctrina revelada y determinar su sentido genuino sino que, haciéndose ellos jueces de la doctrina, admiten de ella lo que bien les parece, reservándose el derecho de creer la contraria, siempre que aparentes razones parezcan probables ser hay falsa lo que ayer creyeron como verdadero. (…)

Creen firmemente que el Catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo de Dios; pero (…) juzgan que esta creencia suya no les debe ser impuesta a ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre apreciación. (…)

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Sin sentirlo ellos mismos, el diablo les ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe de las verdades cristianas, no tienen tal fe de ellas, sino simple humana convicción, lo cual es esencialmente distinto. Síguese de ahí que juzgan su inteligencia libre de creer o de no creer, y juzgan asimismo libre la de todos los demás. En la incredulidad, pues, no ven un vicio, o enfermedad, o ceguera voluntaria del entendimiento y más aún del corazón, sino un acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño en eso de creer, como en lo de no admitir creencia alguna. Por lo cual es muy ajustado a este principio el horror a toda presión moral o física que venga por fuera a castigar o prevenir la herejía, y de ahí su horror a las legislaciones civiles francamente católicas. De ahí el respeto sumo con que entienden deben ser tratadas siempre las convicciones ajenas, aun las más opuestas a la verdad revelada; pues para ellos son tan sagradas cuando son erróneas como cuando son verdaderas, ya que todas nacen de un mismo sagrado principio de libertad intelectual. Con lo cual se erige en dogma lo que se llama tolerancia, y se dicta para la polémica católica contra los herejes un nuevo código de leyes, que nunca conocieron en la antigüedad los grandes polemistas del Catolicismo. Siendo esencialmente naturalista el concepto primario de la fe, síguese de eso que ha de ser naturalista todo el desarrollo de ella en el individuo y en la sociedad. De ahí el apreciar primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las ventajas de cultura y de civilización que proporciona a los pueblos; olvidando y casi nunca citando para nada su fin primario sobrenatural, que es la glorificación de Dios y salvación de las almas. (…)

Si lamentan la demolición de un templo, sólo saben hacer notar en eso la profanación del arte, si abogan por las órdenes religiosas, no hacen más que ponderar los beneficios que prestaron a las letras; si ensalzan a la Hermana de la Caridad, no es sino en consideración a los humanitarios servicios con que suaviza los horrores de la guerra; si admiran el culto, no es sino en atención a su brillo exterior y poesía; si en la literatura católica respetan las Sagradas Escrituras, es fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad. De este modo de encarecer las cosas católicas únicamente por su grandeza, belleza, utilidad o material excelencia, síguese en recta lógica que merece iguales encarecimientos el error cuando tales condiciones reuniere, como sin duda las reúne aparentemente en más de una ocasión alguno de los falsos cultos. Hasta a la piedad llega la maléfica acción de este principio naturalista, y la convierte en verdadero pietismo, es decir, en falsificación de la piedad verdadera. Así lo vemos en tantas personas que no buscan en las prácticas devotas más que la emoción, lo cual es puro sensualismo del alma y nada más. Así aparece hoy día en muchas almas enteramente desvirtuado el ascetismo cristiano, que es la purificación del corazón por medio del enfrentamiento de los apetitos. Y desconocido el misticismo cristiano, que no es la emoción, ni el interior consuelo, ni otra alguna de esas humanas golosinas, sino la unión con Dios por medio de la sujeción a su voluntad santísima Y por medio del amor sobrenatural. Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran parte del Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No es Catolicismo, es mero Naturalismo, es Racionalismo puro, es Paganismo con lenguaje y formas católicas.”

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Este es el catolicismo tibio que se ha impuesto a día de hoy y que venimos denunciando en nuestros programas, que como han escuchado, no es catolicismo, sino naturalismo, racionalismo y paganismo con formas católicas.

Este es el gran engaño de los enemigos de la fe para con los católicos, que les permitió alcanzar aquello que no les fue posible por medio de la reforma protestante: que la inmensa mayoría de los denominados católicos, renegasen consciente o inconscientemente de la fe revelada por Nuestro Señor, y abrazasen una falsificación obra de hombres fundamentada sobre los principios masónicos de la tolerancia y el relativismo.

Seguramente a alguno de ustedes le pueda resultar duro el reconocer que la todopoderosa e intocable tolerancia no tiene nada de católico, ni de bondadoso, ni de justo, sino que se trata de un caballo de Troya luciferino que esconde tras su apariencia inocente toda clase de estragos, extravíos, confusión y lo que es más grave, la condena eterna.

Otros podrán pensar que se trata de algo reciente, pero nada más lejos de la verdad, dado que desde hace dos siglos la Santa Iglesia Católica viene lidiando con este problema que había seducido ya en el siglo XIX a gran parte de la catolicidad.

En 1901, el cardenal Pie, en uno de sus sermones en la catedral de Chartres, publicado en un compendio de sus escritos titulado: “Obras sacerdotales del cardenal Pie”, exhortaba a sus fieles a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de la tolerancia:

“Nuestra época grita: “¡Tolerancia! ¡Tolerancia!" Q ue un sacerdote debe ser tolerante, que la religión debe ser tolerante. (…) [Pero] Condenar la verdad a la tolerancia es forzarla al suicidio.

Es de la esencia de toda verdad no tolerar el principio contradictorio. La afirmación de una cosa excluye la negación de esa misma cosa, como la luz excluye las tinieblas. (…) Por la necesidad misma de las cosas, la intolerancia es necesaria en todo, porque en todo hay bien y mal, verdad y falsedad, orden y desorden; en todas partes lo verdadero no soporta lo falso, el bien excluye el mal, el orden combate el desorden.

¿Qué más intolerante, por ejemplo, que esta proposición: “dos y dos son cuatro“? Si usted viene a decirme que dos y dos son tres, o que dos y dos son cinco, le responderé que dos y dos son cuatro. Y si usted me dijera que no impugna mi manera de contar, pero que mantiene la suya, y que me pide ser tan indulgente con usted como usted lo es conmigo, permaneciendo yo totalmente convencido de que tengo razón y que usted está equivocado, posiblemente yo me callare, en rigor, porque después de todo me importa muy poco que haya sobre la tierra un hombre para el que dos más dos sean tres o cinco. (…) Sobre un cierto número de asuntos, donde la verdad fuera menos absoluta o las consecuencias fueran menos graves, yo podría hasta cierto punto transigir con usted. Seré conciliador si usted me habla de literatura, de arte, de ciencias amenas, porque en todas estas cosas no hay un modelo único y determinado. (…) Pero si se trata de la verdad religiosa, enseñada o revelada por Dios mismo; si va en ello vuestro destino eterno y el de la salvación de mi alma, por consiguiente ninguna transacción es posible. Me encontrareis inflexible, y debo serlo. Es condición de toda verdad el ser intolerante, pero siendo

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la verdad religiosa la más absoluta y la más importante de todas las verdades, es por lo tanto también la más intolerante y la más exclusivista.(…)

Hija del cielo, al descender sobre la tierra la religión católica, ha presentado los títulos de su origen, ha ofrecido al examen de la razón hechos incontestables y que prueban indiscutiblemente su divinidad. Por lo tanto, si Ella viene de Dios; si Jesucristo, su autor, ha podido decir: "Yo soy la verdad“, es indispensable, por forzosa conclusión, que la Iglesia Católica conserve íntegramente esta verdad tal como Ella la ha recibido del mismo Cielo; es ineludible que Ella rechace, que excluya todo lo que es contrario a esa verdad, todo lo que la destruiría. Reprochar a la Iglesia Católica su intolerancia dogmática, su afirmación absoluta en materia de doctrina, es hacerle un reproche muy honroso: es reprochar a la Centinela por ser demasiado fiel y demasiado vigilante; es reprochar a la Esposa por ser demasiado delicada y demasiado exclusiva. (…)

Nosotros somos, por consiguiente, intolerantes, exclusivistas en materia de doctrina: en suma, somos decididos. Si no lo fuéramos, es que no tendríamos la verdad, puesto que la verdad es una y, en consecuencia, intolerante. (…) [Esta es la razón por la cual] mientras los protestantes reconocen que uno puede salvarse en nuestra religión, nosotros nos negamos a reconocer que uno puede salvarse en la suya. [Ciertamente] los espinos pueden admitir que la viña produce racimos, sin que la viña este obligada a reconocer a los espinos la misma propiedad.”

Sin embargo, pese a que no hay verdad más absoluta – pues es dogma de fe- que Nuestro Señor Jesucristo fundó a la Santa Iglesia Católica para que fuese custodia de su verdad y la reafirmó como único puerto de salvación para la humanidad, y que le encomendó a Ésta la doble misión de alabar a Dios por medio del culto establecido por Él mismo, esto es, la Santa Misa Tradicional, y anunciar la verdad salvífica revelada por Cristo a las naciones, a tiempo y a destiempo, para dar a la humanidad la oportunidad de librarse de la esclavitud del pecado que la había condenado irremediablemente al infierno, y alcanzar la salvación, son muchos, demasiados los eclesiásticos, religiosos y fieles que seducidos por las mentiras de los enemigos de la fe, se saltan a la torera los mandatos divinos, y prostituyen la verdad revelada por Dios mismo tratando de adaptarla a las mentiras reinantes, sin darse cuenta que por su gran pecado, por haber traicionado a Dios, no solo se condenarán ellos mismos, sino que arrastrarán consigo al infierno a gran parte de la humanidad.

Si a todo esto le sumamos que la iniquidad está siendo proclamada desde el Trono de San Pedro, podrán comprender la magnitud que ha alcanzado la maldad en el mundo y la situación tan extrema en la que nos encontramos.

Pero, por favor, no caigan en el error de pensar que esto es algo reciente, fruto de los excesos del Concilio Vaticano II, porque eso no es más que la punta del iceberg. Ya en 1873 el legítimo Papa, Su Santidad Pio IX, advertía a la catolicidad y especialmente a la jerarquía eclesiástica para que ésta se previniera de esa nueva forma de catolicismo light propuesta por los liberales y no cayesen en el engaño de la tolerancia:

“No faltan algunos que intentan poner alianza entre la luz y las tinieblas, y mancomunidad entre la justicia y la iniquidad a favor de las doctrinas llamadas católico-liberales. Los que tal hacen, de todo punto son más peligrosos y funestos que los enemigos declarados porque, encerrándose dentro de ciertos límites, se

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muestran con apariencias de probidad y sana doctrina para alucinar a los imprudentes amadores de conciliación, y seducir a las gentes honradas que habrían combatido el error manifiesto.”

Ahora bien, que nadie se equivoque ni tergiverse nuestras palabras, porque con esto no estamos haciendo ninguna clase de apología de la violencia, que es un gran delito, además de un pecado. Lo único que pretendemos es que comprendan la necesidad de defender la verdad católica tal y como Nuestro Señor nos encomendó hacer y tal y como ha hecho la Santa Iglesia Católica hasta hace poco más de 50 años, a la par que exhortarles a dejar atrás todos esos los falsos escrúpulos que el Maligno y los enemigos de la fe tratan de inculcarnos para que estemos callados mientras destruyen impunemente el único puerto de salvación de la humanidad.

Ahora bien, aun pese a esto, alguno de ustedes todavía podría objetar, diciendo:

¿Y qué pasa con la caridad para con el prójimo? ¿No es la caridad el primero de los mandamientos y la más grande de las virtudes cristianas? ¿No se debería, por tanto, respetar las opiniones del prójimo y sus actos, aunque estén errados, para no faltar a la caridad que le es debida?

Pues bien, he aquí otro de los engaños que los enemigos de la fe han empleado para mantenernos con el pico cerrado y que no constituyamos un impedimento para sus planes: el apelar a la caridad y acusarnos de faltar a la misma cada vez que alguien saca a la luz sus pecados y conspiraciones y defiende la vedad que se está profanando.

El P. Felix Sardá y Salvany en su obra “El liberalismo es pecado” nos explica esta cuestión:

“La "falta de caridad" (…) es el verdadero caballo de batalla de la cuestión [pues] sirve a nuestros enemigos de verdadero parapeto, (…) de barricada contra la verdad. (…)

Sepamos ante todo qué significa la palabra caridad.

La teología católica nos da de ella la definición por boca (…) del Catecismo. Dice así:

“Caridad es una virtud sobrenatural que nos inclina a amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.”

De esta definición, después de la parte que a Dios se refiere, resulta que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, y esto no de cualquier manera, sino en orden y con sujeción a la ley de Dios y por amor de Dios. Ahora bien: ¿Qué es amar? (…) dice la filosofía:

"Amar es querer bien a quien se ama".

¿Y a quién dice la caridad que se ha de amar o querer bien?

Al prójimo, esto es, no a tal o cual hombre solamente, sino a todos los hombres.

¿Y cuál es este bien que se le ha de querer para que resulte verdadero amor?

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Primeramente el bien supremo de todos, que es el bien sobrenatural [es decir, la salvación de sus almas]: luego después, los demás bienes de orden natural, no incompatibles con aquél. (…)

No lo entiende así el Liberalismo moderno (…) por esto tiene y da a los suyos una falsa noción de la caridad, y aturrulla y apostrofa a todas horas a los católicos firmes, con la decantada acusación de intolerancia e intransigencia.

La caridad liberal que está de moda es en la forma del halago y la condescendencia y el cariño; pero es en el fondo el desprecio esencial de los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de Dios. (…)

[Estos] le tienen a la caridad el mismo amor que el diablo al agua bendita: [pero] recuerdan que hay en el mundo algo que se llama la virtud de la caridad, y que esa puede en ocasiones serles de algún provecho, [entonces] muéstranse de repente furiosamente enamorados de ella y vanla pidiendo a voz en cuello al Papa, a los Obispos, al clero, a los frailes, a los periodistas, a todos... (…) Quisieran ellos la caridad de que les alabásemos, admirásemos, apoyásemos, o de que por lo menos les dejásemos obrar, a sus anchas. Nosotros, al revés, no queremos hacerles sino la caridad de reprenderles [y] exhortarles por mil modos a salir de su mal camino. Cuando sueltan una mentira, o plantan una calumnia, o pillan los bienes ajenos, quisieran esos liberales que nosotros les cubriésemos esos y otros pecados con el manto de la caridad. Nosotros, al contrario, les apostrofamos de ladrones, embusteros y calumniadores, ejerciendo con ellos la caridad más exquisita de todas, la de no adular ni engañar a aquellos a quienes queramos bien. (…)

No hay, pues, falta de caridad en llamar a lo malo, malo; a los autores, fautores y seguidores de lo malo, malvados; y al conjunto de todos sus actos, palabras y escritos, iniquidad, maldad, perversidad. El lobo fue llamado siempre lobo a secas, y nunca se creyó hacer mala obra al rebaño ni a su dueño con llamarle y apostrofarle así. (…)

La caridad obliga a cada cual a gritar: "¡Al lobo!" cuando éste se ha metido en el rebaño, y aun en cualquier lugar en que se le encuentre.(…) Nuestra fórmula es muy clara y concreta. Es la siguiente: La suma intransigencia católica es la suma católica caridad. (…) Y porque hay pocos intransigentes, hay en el día pocos caritativos de veras.”

Y como muchos otros anteriores a él, Su Santidad el Papa, San Pio X en su carta encíclica “Notre charge apostolique” del 15 de agosto de 1910, confirma esto diciendo que:

“La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejora intelectual y moral.”

¿Comprenden ahora porqué Jorge Mario Bergoglio únicamente habla de conciliación, de paz, de dialogo y de caridad fraterna? Precisamente, para que dejemos a sus camaradas, esto es, a los enemigos de la fe obrar libremente y a él, hacer los últimos

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cambios y reformas que asesten el golde mortal a la Santa Iglesia Católica que ya se encuentra agonizando y allanar así el camino al advenimiento del Anticristo.

Por tanto, hermanos, que estos falsos escrúpulos que los enemigos de la fe tratan de crear en sus conciencias no les impidan hacer la caridad que el Señor nos pide, que es anunciar la verdad revelada por Él mismo y por medio de ella, salvar las almas del prójimo: rezando por ellos, ayudándolos, con paciencia, a salir del engaño en que han caído, y mostrándoles el verdadero camino para alcanzar la salvación y la felicidad eterna.

Recuerden que por más que abusen del término “misericordia” no hay ninguna obra de misericordia que diga “tolera al prójimo sus blasfemias, sus crimines y sus pecados”, pero sí existen aquellas que dicen:

“Enseña al que no sabe.”

“Corrige al que yerra.”

Y si tras tratar de corregirle y enseñarle, el prójimo no hace caso, se aplica una tercera que dice:

“Sufre con paciencia los defectos del prójimo”

Ciertamente, no se puede forzar a nadie a amar al Señor, pero es una obligación moral que nuestro prójimo conozca las terribles consecuencias derivadas de su decisión de rechazar al Señor y de obstinarse en su pecado, esto es, que si no se corrige le espera una eternidad de tormentos.

Es triste ver como personas que no tendrían ningún reparo en explicar, aunque moleste, las consecuencias de fumar, de consumir drogas, de una obesidad extrema, de una conducción temeraria y un largo etc… a aquellos que aman, a su vez, viéndoles ir directos al infierno por su vida de pecado, se quedan cruzados de brazos y les niegan la verdad que pudiera salvarles -dicen- por no incomodar. ¡Infernal vergüenza! Cuanto más grave es la consecuencia, más solicitud debiesen poner en sus advertencias, puesto que ésta se convierte en un deber de caridad.

Y díganme: ¿qué peor consecuencia hay que una eternidad de tormentos de magnitud tal que todos los tormentos de esta tierra juntos serían un suave refrigerio a su lado?

Las penas del infierno son tales que no se desearían ni al peor de los enemigos. Por lo que quien no auxilia al prójimo tratando de salvar su alma, no puede decir que le ama, aunque se preocupe de su bien temporal. Sería más bien un hipócrita con caridad fingida, que aparenta justicia ante los hombres cuando en realidad es un criminal ante Dios.

Nuestro Señor nos da una regla precisa sobre cómo hay que proceder en estas cuestiones, que aparece descrita en el Evangelio según san Mateo capítulo 18, versículos del 15 al 18.

“Si tu hermano pecare contra ti o cayere en alguna culpa, ve y corrígele, estando a solas con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Mas si no te hiciere caso, válete todavía de una o dos personas, a fin de que todo sea confirmado con la

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autoridad de dos o tres testigos. Y si tampoco los escuchare, díselo a la Iglesia; pero si ni a la misma Iglesia oyere, tenle como por gentil y publicano.”

Por tanto, si alguno de ustedes ha pecado entregándose a los vicios y placeres mundanos, si han traicionado la Santa Ley del Señor y pecado mortalmente de alguna forma, y pese a las muchas advertencias que han recibido no se han enmendado excusándose en que todos somos humanos y que todos cometemos errores, si persisten en esta actitud, si no se convierten, confiesan sacramentalmente su pecado y cambian de vida ahora que aún tienen tiempo, aunque en esta vida obren impunemente y crean haber burlado a la Justicia Divina, tras la muerte ésta les estará esperando, y recibirán el justo castigo por sus crímenes, el tormento eterno, porque como afirma San Agustín de Hipona:

“Errar es humano, [pero] perseverar en el error es diabólico”

Y quien se comporta como un demonio no puede recibir el premio de los ángeles.

Habiendo comprendido, pues, cuales son las principales herramientas políticas que los enemigos de la fe han empleado en tiempos de paz para acabar con la Santa Iglesia Católica y desterrarla de sus estados y de las mentes de sus ciudadanos, pasemos a ver su aplicación práctica en la Francia Napoleónica, y como el Nuevo Orden luciferino se extendió desde ella al mundo entero.

La primera medida de Napoleón fue poner fin a la persecución sangrienta de la revolución, pero, como afirma Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”:

“[Con ello] la francmasonería no renunciaba al proyecto de liquidar al catolicismo y, con él, a la civilización católica. Se puso a trabajar para ese objetivo, no con la impetuosidad del 93, sino que discreta y lentamente, y con más seguridad. (…) [Y por supuesto,] no hay nada que la francmasonería perseguirá con tanta perseverancia como la abolición del poder temporal de los Papas, necesario a su independencia.”

El propio Napoleón intentaría someter al Santo Padre por todos los medios posibles y dejará por escrito en el “Mémorial de Saint-Hélène” las perversas intenciones que escondía tras su aparente benevolencia hacia el catolicismo:

“Cuando yo restablezca los altares, cuando yo proteja a los ministros de la religión como ellos merecen ser tratados en todos los países, el Papa hará lo que yo le pidiere; él apaciguará los espíritus, los reunirá en su mano y los colocará en la mía.”

Obviamente, el Santo Padre, como legítimo Vicario de Cristo y fiel defensor de su grey, jamás iba a dejarse enredar de ese modo, antes bien, estaría dispuesto a dar su vida antes que pensar si quiera en traicionar al Señor y entregar al lobo las almas de los fieles cuya custodia le fuera encomendada. Por lo que los enemigos de la fe se verían forzados a cambiar de estrategia para hacerse con el Papado: ya que les era imposible hacer que el legítimo Santo Padre se volviese de los suyos, por medio de la Alta Venta establecerán un procedimiento para elevar a uno de los suyos, a un ministro del averno, al Trono de San Pedro. Pero esto lo veremos en capítulos siguientes.

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Por su parte, Napoleón se limitó a cumplir el plan que la masonería había establecido: destruir el poder temporal de la Santa Iglesia Católica por medio de un concordato, que serviría de base a todos los concordatos realizados desde entonces.

¿Pero cómo lograría esto?

Nos lo explica Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”:

“[Napoleón] logró introducir en el propio Concordato, (…) un germen que se desenvolvería espontáneamente para transformarlo en otra constitución civil del clero.”

¿De qué se trataba? Pues de una simple e inocente frase que decía:

“El gobierno de la República reconoce que la religión católica, apostólica y romana, es la religión de la gran mayoría del pueblo francés”.

A simple vista esto era una gran victoria de la Santa Iglesia Católica sobre la revolución, pues tras varios años de persecución se permitiría a los fieles volver a vivir su fe públicamente. Así se vendió a los franceses, sin embargo la realidad era bien diferente. Esta inocente y ambigua frase era un caballo de Troya que traería a largo plazo consecuencias mucho más dañinas para las almas que la persecución violenta del gobierno revolucionario.

Tal y como explica Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”:

“En esas palabras nada más hay de que el reconocimiento de un hecho, de un hecho que puede mudar con el tiempo y podría no existir en otro momento; no hay el reconocimiento del derecho que su origen divino confiere a la Iglesia Católica, ni el reconocimiento de la situación única que ese origen le proporciona. El Concordato, con esa redacción, reconocía al protestantismo y al judaísmo, en razón de la fracción de ciudadanos que lo profesaban, derechos en el Estado semejantes [al catolicismo], haciéndose luego derechos iguales, y, actualmente, es a los protestantes y a los judíos, que permanecen siempre en pequeño, muy pequeño número, que les es concedida una situación privilegiada.”

Pero no piensen que Napoleón fue el creador de esta perniciosa idea. El no hacía más que cumplir un plan trazado 20 años antes para llevar a la ruina a la Civilización Católica tradicional.

Como afirma Mons. Delassus en su obra, “La conjuración anticristiana”:

“Es a un judío del siglo XVIII, Guillaume Dohn, que es preciso hacer remontar el pensamiento inicial de la igualdad de los cultos. Él fue el instigador y el doctor de esa idea junto a los príncipes del mundo moderno. Él era archivero de S. M. el rey de Prusia y secretario del Departamento de Asuntos Extranjeros cuando escribió, en 1781, su memoria “De la Réforme Politique de la Situation des Juifs”, enviada y dedicada a todos los soberanos. El explaya en esa obra la teoría del Estado indiferente en materia de religión, neutro, ateo, y lo que es más grave, dominador de todas las religiones.”

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La masonería iba a imponer de este modo la igualdad de cultos en Francia, amparados en la supuesta voluntad general del pueblo francés, aunque lo cierto era que la inmensa mayoría de los franceses deseaban el restablecimiento del catolicismo como la religión oficial de Francia.

Pero, pese a todo, en este punto algunos de ustedes podrían objetar preguntándose:

¿Y qué tiene de malo la igualdad de cultos? El resto de sectas e iglesias minoritarias acogieron con alegría la iniciativa. ¿Por qué la Santa Iglesia Católica es la única que pone el grito en el cielo por esta cuestión y la única que siempre se ha mostrado, al menos hasta hace pocos años, intolerante en estas cuestiones?

Pues por dos razones de peso:

En primer lugar, porque la Santa Iglesia Católica es la única Iglesia verdadera, la única custodia de la verdad de Cristo y la única que puede salvar almas.

Como afirma el Cardenal Pie, en su sermón de la catedral de Chartres, publicado en “Obras sacerdotales del cardenal pie”:

“Todos los errores pueden hacerse concesiones mutuas, ellos son parientes próximos porque tienen un padre común: “Vuestro padre es el diablo”. La verdad, hija del cielo, es la única que no capitula jamás.”

Y en segundo lugar, porque los peligros de la igualdad de cultos son demasiado graves como para ser pasados por alto.

Por una parte la declaración de la Igualdad de Cultos en un estado obliga a la Santa Iglesia Católica a negar su propia naturaleza y obrar contra ella y contra la misión que el Señor le encomendó de anunciar la verdad salvífica de Cristo a todas las gentes, silenciando su doctrina por no herir sensibilidades, tolerando y justificando el error, y volviéndose con ello como el resto de las sectas y falsas religiones, totalmente inútil para la salvación.

Y por otra parte, en el caso de que la Santa Iglesia Católica en general, o alguno de sus fieles en particular se nieguen a traicionar a Cristo de esta manera tan vulgar, y defiendan la verdad frente a las mentiras reinantes, éstos pueden ser legalmente acusados de fanatismo e intolerancia, por actuar en contra de una ley estatal, y dado el caso, llegar a ser detenidos y ajusticiados como criminales.

Así, esa inocente frase del concordato lo convertía en una nueva constitución civil del clero, si cabe más perniciosa que la del terror revolucionario, por ir destruyendo a la Santa Iglesia Católica por medio de un veneno mucho más lento e indetectable, pero igualmente letal.

Como es lógico, Su Santidad Pio VII protestó ante estas cuestiones y se negó a firmar, sin embargo, sus palabras fueron desoídas, y Napoleón hizo lo que le vino en gana.

Como afirma el P. Bernardino Llorca en su “Manual de historia eclesiástica”.

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“[En el concordato] cometió Bonaparte las mayores arbitrariedades (…) La más trascendental fue la publicación junto con el concordato de setenta y siete artículos orgánicos, cuyo espíritu estaba basado en el galicanismo.”

Por si fuera poco, como explica Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”, el Santo Padre:

“En el momento en que se iba a firmar, percibió que habían colocado furtivamente un texto completamente diferente de aquel que había sido convenido. (…) Consalvi [secretario de estado del Papa] presentía una trampa. Él no se engañaba, esa trampa eran los artículos orgánicos que el gobierno mantenía en reserva y de los cuales jamás hiciera mención en el curso de las negociaciones. La Santa Sede protestó solemnemente contra ese acto extradiplomático. [Sin embargo] Los artículos orgánicos fueron mantenidos, y fueron presentados como formando un solo y mismo todo con el Concordato.”

Las protestas del Santo Padre no eran para menos, pero Napoleón añadió estos artículos en el concordato de 1801 sin contar con su respaldo, y posteriormente, obtuvo violentamente y por medio de coacciones la tan deseada firma del Papa.

En estos artículos orgánicos se decretaba, entre otras cuestiones, que todos los obispos existentes para ese entonces debían renunciar a sus cargos y que el Primer Cónsul de la república, o sea Bonaparte, sería el encargado de nombrar de ahí en adelante a los nuevos arzobispos y obispos, dejando al Santo Padre únicamente el papel y la obligación de ratificar sus propuestas.

Se exigía además, para todos los eclesiásticos que antes de entrar en funciones deberían entregar al Primer Cónsul un juramento de fidelidad. Estos obispos juramentados serían los encargados de elegir a los párrocos, de los cuales Bonaparte elegiría cuales eran aptos y cuales no, y una vez elegidos éstos también deberían jurar su lealtad al estado.

Y por si esto fuera poco, no solo se obligaba a la Santa Iglesia Católica a renunciar a cualquier clase de reclamación sobre las propiedades y bienes que le fueran arrebatadas durante la revolución francesa, sino que también, se le arrebataban todos los bienes al clero, por legítimos que éstos fuesen, y el derecho a la propiedad, y como afirma Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”, desde entonces:

“[El clero] será reducido a la condición de asalariado, y no se abstendrán de cortarle los víveres para recordarle su sujeción.”

La historia recogió de la boca del cardenal Pacca, este intercambio de palabras entre el masón, orientalista y filósofo Volney y el propio Bonaparte el día siguiente de la firma del Concordato, que se puede leer en “La conjuración anticristiana”:

El primero le dijo:

“¿Está ahí lo que habéis prometido?”

A lo que Bonaparte contestó:

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“Tranquilizaos. ¡La religión en Francia tiene la muerte en el vientre: juzgaréis lo que yo os digo en diez años!”

Y ciertamente, como explica Mons. Delassus en “La conjuración anticristiana”:

“Desde el día de la conclusión del Concordato comenzaron las restricciones, y pronto fue retomado el espíritu anticristiano. (…)

Treinta y siete mil y cuatrocientos curas son substituidos en el día siguiente al del Concordato. Bonaparte declara no estar obligado a remunerar, por ese tratado, sino a los curas decanos. El resto (…) permanecerán a cargo de las comunidades, que generalmente son muy pobres o muy sobrecargadas para poder proporcionarles los medios de vida.

Roederer, uno de los presidentes del Consejo de Estado, dijo: “Los campesinos han querido de ellos con entusiasmo la misa y el servicio de domingo como en el pasado, pero pagar es otra cosa”

Esto es muy representativo, ya que mientras Napoleón trataba de este modo al clero católico, hacia los protestantes mostraba su lado más benévolo, haciéndose cargo de los sueldos de los pastores y financiando sus todos sus proyectos de expansión.

El motivo de esto es claro: el protestantismo, como la obra masónica que es, proporcionaba una unión prácticamente perfecta entre las ideas revolucionarias y la religión, a la par que apartaba a las almas de la verdad salvífica de Cristo y les cerraba la puerta de la salvación.

Por ello, Napoleón llegará a afirmar, como aparece reflejado en la obra “Les Églises réformées en France 1800-1830”:

“Se falló la ocasión (en el siglo XVI) de establecer, en Francia, la religión protestante. No es mi culpa. (…) Desearíamos que todo el mundo fuera protestante. (…) Si no hubiese hallado en la iglesia galicana y en su doctrina máximas análogas a las mías (…) me hubiese hecho protestante y treinta millones de franceses habrían seguido el día siguiente mi ejemplo.”

Pero el protestantismo no solo beneficia a la masonería. Como reconoció el escritor, periodista y falso judío del siglo XIX, Bernard Lazare, en su obra “L’antisémitisme son histoire et ses causes”:

“El espíritu judío triunfó con el Protestantismo.”

He aquí la razón por la cual los falsos judíos siempre han estado financiando la extensión del protestantismo en cualquiera de sus ramas, porque esto les garantiza la victoria sobre la Santa Iglesia Católica y llevar a la perdición al mayor número de almas posible.

Pero el protestantismo, y por supuesto el ateísmo de la fría razón, iban a beneficiarse tremendamente de otra perniciosa medida del gobierno Napoleónico: la libertad de prensa, que no era sino una excusa para calumniar y mofarse impunemente de la Santa Iglesia Católica, de sus dogmas y de sus ministros, en periódicos, revistas, teatros, comedias… mientras se les niega a éstos toda posibilidad de defensa, creando con ello

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toda clase de escándalos de los que irremediablemente nacerán la impiedad, la corrupción de costumbres y la condenación de las almas.

Así pues, como afirma Dom Fray Rafael de Vélez, arzobispo de Santiago en su obra, “Planes de la filosofía contra la religión y el estado, realizados por Francia para subyugar Europa seguidos por Napoleón en la conquista de España y dados a luz por algunos de nuestros sabios en perjuicio de nuestra patria” publicada en 1825. Por medio de esta falsa libertad de prensa:

“Se degradó al clero para con el pueblo, presentándolo en periódicos públicos de un modo denigrativo. En varios romances y folletos escritos al estilo del vulgo, se ponderaban sus rentas como destructoras del estado, se les decía ser unos aristócratas enemigos de los pueblos, que se oponían a la reforma por no perder comodidades. De París, donde se imprimían todos los días veinte de estos periódicos envenenados (épocas hubo de treinta) salían para todas las provincias llevando por todas partes el odio al estado eclesiástico.

Los regulares, aunque retirados del mundo, no tuvieron mejor suerte. Se les presentaba de hipócritas, ociosos, inútiles al estado, perjudiciales a los pueblos y que aunque se apellidaban santos, sus claustros eran la mansión horrorosa de los vicios. (…)

La libertad de prensa ponía en manos de todos unos escritos que tanto difamaban al clero de una y otra jerarquía, sin perdonar ni a la virgen, que compungida en su claustro rogaba a Dios por aquellos que la perseguían. Pasó a más su odio: vistieron a mujeres prostitutas con los hábitos de varios institutos religiosos, las hicieron ir por calles, a los paseos, a los teatros, para manifestar que hasta las monjas abrazaban su partido.

En los cristales de las tiendas, en los libros manuales, en los almacenes públicos de modas, en los relojes y abanicos, se vendían y se mostraban públicamente las pinturas más obscenas de monjes indecentes, de clérigos avaros, de regulares profanos, de vírgenes consagradas a Dios entregadas al libertinaje y al meretricio, etc (…) Por unos medios tan viles, tan ridículos, tan opuestos a la misma razón, desacreditó la filosofía a la religión y a sus ministros.”

Y como bien saben, aún a día de hoy, esto es el pan de cada día de los Mass Media, y cualquier intento de poner freno a tal despropósito, es visto como censura. Todos pueden criticar a la Santa Iglesia por su libertad de expresión, pero como la Santa Iglesia o alguno de sus miembros, traten de defender la verdad salvífica de Cristo, o defenderse de las acusaciones, amparándose en la misma libertad de expresión que éstos usan para atacarles, serán inmediatamente silenciados y calificados de intolerantes, de retrógrados, de faltar al respeto, de imponer sus ideas y de herir sensibilidades, demostrando así que la supuesta libertad de la que alardean solo existe en la dirección que conviene.

Pero el adoctrinamiento no se llevaría a cabo únicamente para la sociedad civil. Napoleón quiso llevarlo a cabo incluso dentro de los propios seminarios. Como explica Mons. Delassus en su obra “La conjuración anticristiana”, el propio Napoleón decretó lo siente:

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“No es necesario, abandonar a la ignorancia y al fanatismo el cuidado de formar a los jóvenes padres… Tenemos tres o cuatro mil curas vicarios, hijos de la ignorancia, y peligrosos por causa de su fanatismo y sus pasiones. Es necesario preparar sucesores más esclarecidos, instituyendo bajo el nombre de seminarios, escuelas especiales que quedarán en las manos de la autoridad. Colocaremos a la cabeza de esas escuelas profesores instruidos, dedicados al gobierno y amigos de la tolerancia. Ellos no se limitarán a enseñar la teología: acrecentarán una especie de filosofía y un mundanismo honesto”.

Esto es exactamente lo que tenemos en los seminarios de todo el mundo a día de hoy: La enseñanza de una filosofía y un mundanismo honesto que nada tiene que ver con la fe católica. Y por si esto fuera poco, como explica Mons. Delassus:

“[Por medio del] decreto del 22 de junio de 1804 [Napoleón] ordenó la disolución “de todas las congregaciones o asociaciones formadas bajo pretexto de religión y no autorizadas”. Además, resolvió que: “Ninguna congregación o asociación de hombres o de mujeres podrá formarse en el futuro bajo el pretexto de religión a menos que ella haya sido formalmente autorizada por un decreto imperial”. (…)

No obstante, [Napoleón] autorizó a los Lazaristas y a los padres de las Misiones Extranjeras. “Esos religiosos, dice él al Consejo de Estado, me serán útiles en Asia, en África y en América. Y los enviaré para que se informen sobre el estado del país, serán agentes secretos de la diplomacia”. El también autorizó a los Hermanos de las escuelas cristianas, como engranajes de la máquina universitaria. “El Rector de la Universidad visará sus estatutos interiores, admitirlos al juramento, arreglarles un hábito particular y vigilará sus escuelas”. La autorización concedida a las Hermanas de la Caridad entra en el mismo plan. “La superiora general residirá en París y así quedará bajo la mano del gobierno”. El impuso como generala a su propia madre, Leticia Bonaparte. Hanon observó respetuosamente que la regla no lo permitía. Fue encerrado en la prisión de Fénestrelle.”

Así pues, la infiltración en las congregaciones que había sido iniciada por los falsos judíos, seguirá llevándose a cabo por la masonería, y junto con la corrupción de los seminarios, serán la causa no ya solo de numerosos escándalos sino del origen de la crisis interna que llevaría a la Santa Iglesia Católica a su agonía actual.

Ahora bien, para asentar para siempre estas medidas y que la Iglesia Católica en Francia jamás pudiera recuperarse del todo, era necesario que Napoleón asentase su poder. Él sabía que pese a que el incauto pueblo lo aclamaba como su libertador, todos lo veían como aquel que ocupaba ilícitamente el Trono del legítimo Rey, por lo que quiso ser coronado oficialmente como emperador, y para ello necesitaba a Su Santidad Pio VII, aunque en la ceremonia acabaría imponiéndose a sí mismo la corona imperial.

Tal y como explica Dom Fray Rafael de Vélez, arzobispo de Santiago en su obra de 1825 titulada “Planes de la filosofía contra la religión y el estado, realizados por Francia para subyugar Europa seguidos por Napoleón en la conquista de España y dados a luz por algunos de nuestros sabios en perjuicio de nuestra patria”:

“Se le obligó a coronarlo por la hipocresía más vil, o por una amenaza la más criminal. El candor, la sencillez, las virtudes del vicario de Jesucristo no podrían conocer tales ficciones: su valor estaba pronto a padecer la muerte de su sucesor, y

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aun a sufrir el martirio. El bien de la Iglesia en general es el único móvil de su ida a París, de sus concordatos, de sus legacías, de cuanto ha hecho en favor de Francia y de su emperador. Nada se le ha cumplido de cuanto se le prometió por Napoleón. La religión se deprime y el padre común de los fieles suspira afligido en las cadenas de una prisión.”

Ciertamente, como explica el P. Bernardino Llorca en su “Manual de historia eclesiástica”:

“Pronto comenzó su calvario. (…) El carácter absolutista y tiránico de Napoleón trajo a Pio VII nuevas tribulaciones. (…) El colmo de las violencias tuvo lugar el 2 de febrero de 1808, en que Napoleón hizo entrar en Roma al general Miollins y el 17 de mayo de 1809 en que apareció el decreto de Schönbrunn (Viena) que robaba definitivamente los Estados del Papa, declarando a Roma capital del nuevo imperio y asignando al Romano Pontífice una pensión. Pio VII protestó, y el 10 de junio de 1809 publicó una bula en la que excomulgaba al terrible corso. Pero la venganza de éste no se dejó esperar. La noche del 5 al 6 de julio el Papa fue aprisionado en el Quirinal, conducido a Savona, y hecho objeto de toda clase de malos tratos. Se le encerró en una fortaleza en esa ciudad. (…) La vida de Pio VII en Savona fue una violencia continuada.”

Y para que conozcan de manos de un testigo el gran ejemplo de santidad que el Santo Padre dio al mundo durante el tiempo de su cautiverio, escuchen un fragmento de la carta de un soldado piamontés, un soldado ateo, que hacía guardia a Pío VII cuando éste estuvo encarcelado en Savona. Esta carta se encuentra conservada en el Archivo Episcopal de Alba, y fue publicada dentro de las Actas del Congreso histórico internacional celebrado Cesena – Venecia, del 15-19 de septiembre del año 2000. “Savona, 12 de enero de 1810 (…) Yo, que era enemigo de los curas, es preciso que confiese la verdad, pues me siento obligado. (…) Durante el tiempo que el Papa está desterrado en este palacio episcopal y vigilado directamente por nosotros, puedo decir que este santo hombre es el modelo de la humanidad y de la moderación y de todas las virtudes sociales, que enamora a todos, que endulza los espíritus más fuertes y hace que se vuelvan amigos los mismos que son los más acérrimos enemigos. El Papa está casi siempre rezando, a menudo postrado de cara al suelo. (...) El inmenso pueblo acude de todas las partes, de Francia, de Suiza y de Piamonte, de Saboya y del Genovesado (...) Están noche y día a la merced de los rigores del tiempo (...) con las rodillas en el suelo gritando: «Santo Padre bendecid nuestras almas, a nuestros hijos; sabemos que os persiguen injustamente, pero también fue perseguido nuestro Señor Jesucristo, él os salvará y nuestros enemigos serán confundidos».”

He aquí el ejemplo de un gran Papa, un santo de Cristo y de un pueblo verdaderamente católico que no dudaba en hacer guardia en el exterior de su prisión para acompañarlo en sus tribulaciones, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen y de los más fieles discípulos del Señor, que no dudaron en acompañarle durante su calvario y permanecer firmes a los pies de la Cruz.

Tristemente a día de hoy, el Santo Padre, Su Santidad Benedicto XVI, que se encuentra en una situación parecida ha sido olvidado y abandonado por todos: por aquellos que no

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han dudado en correr en masa a aplaudir al usurpador que han alzado en su lugar, pero también por aquellos otros que aun dándose cuenta de la gravedad de la situación, no son capaces de dar la cara por él, por miedo o por vergüenza, aun pese a que Nuestro Señor dejó bien claro:

“Si alguien se avergüenza de mí y de mi doctrina ante esta generación adúltera y pecadora, también el hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles"(Evangelio según san Marcos, capítulo 8 versículo 38)

Y refiriéndose específicamente a sus apóstoles, que serían revestidos de la dignidad episcopal y a San Pedro que poco después sería ungido como primer Papa, tal y como dice el Evangelio según san Lucas, capítulo 10 versículo 16:

“Quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.”

Por tanto, avergonzarse del Santo Padre, o negarle por vergüenza, es avergonzarse de Nuestro Señor. Así que por favor, hermanos, apoyen al Santo Padre, apoyen a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI. Ofrezcan a diario sus oraciones y sacrificios por él, para que pueda resistir firme en la fe en medio de las tribulaciones que está viviendo y las que están por venir. Que no se tenga que decir un día de esta generación: He ahí los que abandonaron al Santo Padre y a la Santa Iglesia cuando más los necesitaban.

Ciertamente, con Su Santidad el Papa Pio VII fuera de juego y aislado de la catolicidad, era el momento propicio para que Napoleón llevase a cabo las medidas más radicales.

Por ello, enseguida propició la creación de una iglesia nacional francesa por medio de la celebración de un concilio nacional en parís, en junio de 1811, que reunía a todos los obispos franceses presididos por el cardenal Fesch, tío de Napoleón y arzobispo de Lyon, con el fin de usurpar para sí las atribuciones del Santo Padre para con Francia. Y como afirma P. Bernardino Llorca en su “Manual de historia eclesiástica”:

“Cinco cardenales rojos arrancaron luego violentamente a Pio VII la aprobación de este decreto.”

Aunque gracias a Dios esta medida no perduró en el tiempo, las ideas febronianistas y episcopalistas se mantuvieron vivas, y resurgirán junto con la idea de la unión de todos los obispos de una nación bajo la forma de conferencias episcopales, en el Concilio Vaticano II, como veremos en capítulos siguientes.

Asimismo, Napoleón cooperó enormemente a la causa masónica aumentando el número de logias no ya solo en Francia, sino en los territorios que llegará a conquistar en sus campañas por Europa. Para que se hagan una idea, el P. Manuel Guerra Gómez en su obra “Masonería, religión y política”, nos da una cifra de lo que supuso su labor para la masonería francesa:

“El gran oriente de Francia pasó de unas 300 logias en 1804 a 1229 en 1814. En 1810 había 60 logias exclusivamente militares.”

Estas logias tendrán un papel fundamental en la extensión de la masonería, ya que se impondrán por medio de la conquista militar.

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Pero la medida más escandalosa de todas, fue aquello que el masón Bonaparte hizo a favor de sus camaradas los falsos judíos. Ya que no pudo darles Israel, quiso hacer de Francia un nuevo Israel para todos ellos. Él mismo llegó a afirmar en su “Memorial de Sainte-Hélène”:

“Los judíos son numerosos y hubieran venido a instalarse en masa en un país que les acordaba más privilegios que cualquier otra parte. Sin los eventos de 1814, muchos judíos de toda Europa hubiesen venido a establecerse en Francia, en donde libertad, igualdad y fraternidad les eran aseguradas, y donde la puerta de los honores les estaba abierta. (…) Si yo gobernara una nación judía, restablecería el templo de Salomón.”

Como saben esto no le fue posible. Pero lo que muchos desconocen es que consiguió reunir a los falsos judíos más importantes de toda Europa y restablecer el Gran Sanedrín, la más alta asamblea de la nación judía que no había celebrado sesión desde que Jerusalén fue conquistado por los romanos; sí, lo han escuchado bien, aquel Gran Sanedrín que había condenado a muerte a Nuestro Señor Jesucristo.

Napoleón les proporcionó todo lo necesario para ello. Hizo que se copiara el ceremonial que se usaba en Israel más de 1700 años atrás, hizo que se dispusiera una mesa en semicírculo como en la época del Segundo Templo para los 71 escogidos, y que se les proporcionase un vestuario especial: largas túnicas negras con suntuosos bordados de oro.

El Gran Sanedrín se inauguró en París el 9 de febrero de 1807, y tanto las logias como el Gran Sanedrín iban a sobrevivir a la caída del imperio Napoleónico.

Como afirma el historiador Leo Ferraro en su obra “El último protocolo”:

“Después de la derrota de Napoleón el gran Sanedrín se trasladó a Inglaterra donde siguió actuando en secreto y donde consiguió grandes beneficios colaborando con el imperialismo británico. A comienzos del siglo XX el Gran Sanedrín se trasladó por último a los Estados Unidos, gracias a las activas gestiones de la hermandad Beni Berith, centrada en chicago y del poderoso Gran Kahal de Nueva York”

Y coincidiendo con la fecha del bicentenario del edicto de Napoleón, el 13 de octubre de 2004, tuvo lugar una ceremonia en Jerusalén cerca del monte del templo, que reunió a los 71 rabinos del Gran Sanedrín para reinaugurar el Antiguo Sanedrín de Jerusalén, e instalarse en él. Por lo que a día de hoy tenemos al mismísimo Sanedrín que condenó a Nuestro Señor, situado en el mismo lugar en el que Él fue condenado en espera de la coronación del Anticristo.

Mientras tanto, su misión es doble:

Por una parte, el Gran Sanedrín está al frente del movimiento sionista mundial, tal y como explica el historiador Leo Ferraro en su obra “El último protocolo”:

“El sionismo está dirigido por el Gran Sanedrín, donde se reúnen los jefes judíos de la masonería y de la Beni Berith con los representantes del Estado de Israel, de la Alianza Israelita universal, del congreso mundial judío, del Gran Kahal de Nueva York, de la banca Rothschild y varias empresas multinacionales.”

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Y por otra, se encarga de restablecer el templo de Jerusalén, por medio de una de sus instituciones dependientes denominada “The Temple Institute”.

Sin entrar más en materia pues le aleja del propósito y alcance de este capítulo, pasemos a ver ahora cómo tras establecerse la impiedad en Francia, ésta se extendió desde ella al mundo entero por medio de las conquistas militares del propio Napoleón y las artimañas de los enemigos de la fe, para destruir a la Civilización Católica e imponer el Nuevo Orden luciferino para siempre.

En vísperas de la revolución francesa, los enemigos de la fe ya estaban situados en las cortes y en los puestos clave de toda Europa, para difundir desde ellos el veneno ilustrado y preparar el camino a la revolución.

Los principados alemanes, sede de los Illuminati y de la herejía luterana, se transformaron en seguida en el segundo gran foco de las ideas revolucionarias con el apoyo de la corona. Esto no debe sorprenderles, pues como afirma el P. Manuel Guerra Gómez en su obra “Masonería, religión y política”:

“En todos los países en los que la influencia protestante es grande (…) la masonería es allí vigorosa y la doble pertenencia frecuente”

Así en la luterana Prusia, el Rey Federico II el Grande, también conocido como “El Rey Masón” fue uno de los principales propagadores de las ideas ilustradas en su reino, impulsando la codificación del derecho bajo dichos ideales.

De su sucesor, Federico Guillermo II, nos habla el historiador Jeremy Black, en su obra “La Europa del siglo XVIII”:

“Los rosicrucianos, al igual que los masones (…) en la década de 1780, llegaron a tener una enorme influencia en la corte de Federico Guillermo II de Prusia, que era uno de sus miembros.”

Con respecto a la pujante Rusia ortodoxa, como afirma el historiador Bernice Glatzer Rosenthalen su obra “The Occult in Russian and Soviet Culture”:

“El zar Pedro III era un masón y dirigía su propia logia. Durante los primeros años del reinado de Catalina II, los masones rusos se organizaron en una gran logia nacional.”

Y según la revista alemana “El globo”, ya en 1787, bajo el reinado de Catalina II, Rusia se encontraba entre las principales potencias masónicas de la época.

Además, como afirma la historiadora Natividad Ortiz Albear, en su obra “Las mujeres en la masonería”:

“Damas célebres se adscribían a la masonería de adopción: caso de Catalina II de Rusia que estuvo afiliada a la logia de Clío”

Y su sucesor no solo era masón, sino que como afirma el ocultista Arthur Edward Waite, en su obra “A New enclyclopedia of Freemasonry, volumen 2”:

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“El Zar Alejandro I fundó la Gran Logia Astrea.”

Por su parte, en Austria, que era considerada corona católica por tener a los Habsburgo reinando en ella, las cosas tampoco iban sobre ruedas.

De 1765 a 1790 estaría en el trono Jose II, y como afirma el historiador Eduardo R. Callaey en su obra “El mito de la revolución masónica”:

“Jose II [era] hijo de Francisco Esteban, duque de Lorena, uno de los más grandes masones de su siglo, que había erigido en Toscana un ducado masónico a las puertas de los Estados Pontificios.”

Por si fuera poco, en la revista masónica “The american Freemason”, en su número de 1859 se dice que:

“José II era el protector de las logias masónicas.” (…) “Por influencia del emperador José II, la orden de los Jesuitas fue disuelta en 1773”

Y para minar la preponderancia católica en su reino, y allanar el camino a la revolución, trató de crear una iglesia nacional para Austria, como nos explica el P. Bernardino Llorca en su “Manual de historia eclesiástica”:

“El emperador Jose II (…) desarrolló en Austria el llamado “josefismo”, que no es otra cosa que la intromisión imperial más exagerada en las cuestiones religiosas más menudas, que se manifestó en una serie de medidas gravemente vejatorias de la Iglesia, con espíritu antipontificio. (…) Determinó suprimir todas las órdenes religiosas que no tenían un fin particular de educación o beneficencia. (…) Del mismo modo fueron suprimidas todas las hermandades. Para infundir al clero los principios del nuevo Estado, se erigieron cinco grandes seminarios imperiales al paso que se cerraban los seminarios diocesanos. Para completar la obra se escogía para el profesorado a hombres dóciles al emperador y tocados de jansenismo y febronianismo.”

Su hermano Leopoldo II, que le sucedió en el trono de 1790 a 1792 no era de menor calaña. Como afirma el historiador Enwin Fahlbusch en su obra “The encyclopedia of Christianity”

“Leopoldo II intentó usar la masonería para sus propios fines políticos”

Y obviamente esto no se puede hacer siendo un profano a la secta. Además, Leopoldo II fue precisamente aquel Pietro Leopoldo, Gran Duque de la Toscana del que habíamos hablado en el capítulo anterior, aquel que trató de oficializar la herejía por medio del Sínodo de Pistoya, con ayuda del obispo Scipione de Ricci.

Y su sucesor, Francisco II del Sacro Impero Romano Germánico de 1792 a 1804, que sería después Francisco I de Austria, hasta 1835, era masón, como afirman historiadores tales como Bernd Ingmar, en su obra “Las 50 grandes mentiras de la historia”.

Así era el estado de las cosas en la oficialmente católica Austria.

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Sin embargo, en la España Católica la cosa iba a ser diferente. Para doblegar al principal bastión católico mundial los enemigos de la fe iban a coordinar todas las fuerzas que tenían al alcance: la infiltración interna y el ataque externo.

Como explica el masón nuevo zelandés Martin McGregor, en su obra “The history and the persecutions of Spanish Freemasonry”

“En 1767 la Gran logia española fue formada, y la masonería española declarada independiente de Inglaterra. El primer Gran Maestre fue el Conde de Aranda, primer ministro de Carlos III (…) Es sabido que muchos de los ministros de Carlos III eran masones, así como una larga lista de importantes nobles españoles y altos oficiales. (…) Los gobiernos españoles bajo el reinado de Carlos III y Carlos IV tenían masones en los puestos más prominentes”

Y estos ministros que se encargarían de llevar a cabo la labor de destrucción. Pero no todos los ministros eran masones.

Así pues, gracias a la labor de Floridablanca, primer ministro de Carlos IV, que tomó medidas radicales para evitar que el veneno revolucionario penetrase en España tales como la estricta censura y el establecimiento de un cordón sanitario en los Pirineos para impedir el paso a cualquier noticia o publicación francesa, España pudo, al menos en un primer momento, resistir al plan luciferino. Sin embargo, esta firmeza del ministro lo convirtió en objetivo a abatir. Floridablanca sufrirá un atentado el 18 de junio de 1790, al que gracias a Dios sobrevivió, pero los enemigos de la fe poco tardarían en quitarle de en medio: el embajador francés, el Caballero Bourgoing, comenzó a amenazar al Rey con medidas contra España si no deponía a su ministro, y Carlos IV, por el bien de la paz no dudó en deponerlo, eligiendo en su lugar al mismísimo Conde de Aranda, el Gran masón de la logia española, aquel que había conseguido que Carlos III decretase la expulsión de los jesuitas de España.

Sus primeras medidas fueron más que previsibles: Encarceló a Floridablanca acusándolo falsamente de corrupción para que no fuese un estorbo para sus planes, reformó el entramado administrativo español para acumular sobre sí todo el poder del estado, trasladó su residencia al palacio real para tener bajo vigilancia al Rey, con la excusa de querer asistirlo mejor, y comenzó un programa de acercamiento a Francia justificándose en que sería bueno tenerlo como aliado en las guerras contra Inglaterra en las que España se encontraba.

Pero la radicalización de la revolución francesa, el encarcelamiento del rey de Francia y la proclamación de la república provocó que todas las monarquías europeas se estremeciesen. Los monarcas comenzaron a comprender que su trono y sus vidas estaban en peligro a causa de las ideas ilustradas que ellos mismos habían sembrado. Su pertenencia a la masonería no iba a salvarles: Habían sido engañados y utilizados por sus mismos correligionarios masones, que no dudarían en asesinarlos cuando llegase el momento por el bien de la revolución. Esto les llevo a tomar medidas radicales en sus países, a la par que se aliaban en diversas coaliciones para atacar militarmente a Francia.

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Así fue como, pese a ser masones, Federico Guillermo II de Prusia, implantó la férrea inquisición protestante contra la revolución; y en Rusia tal y como afirma el historiador Rumazo González en su obra “Ocho grandes biografías”:

“Catalina II prohibirá las logias masónicas al producirse la revolución francesa en 1789. [Pero] el Zar Alejandro I las restablecerá en 1802”

Y en Austria sucedería un tanto de lo mismo.

En España, Carlos IV quiso que el Conde de Aranda movilizase al ejército para salvar la vida de su primo, el rey Luis XVI y su familia, pero el ministro trató de impedirlo: primero, afirmando que la empresa era innecesaria porque los ejércitos prusiano y austriaco ya estaban en Francia y pondrían todo en orden, y luego, cuando ésta fracasó, excusándose en la falta de preparación del ejército español.

Tal obstinación provocó su destitución y fue nombrado en su lugar y con las mismas prerrogativas Manuel Godoy y, tal y como afirma la historiadora Sara Ann Frahm, en su obra “The Cross and the compass”:

“La obra masónica continuó bajo el reinado de Carlos IV. Manuel Godoy, su favorito, era un masón.”

Luis XVI fue guillotinado el 21 de enero de 1793 junto con su esposa, lo que provocaría que las monarquías europeas, España e Inglaterra incluidas, entrasen en guerra con Francia. Pero Inglaterra iba a jugar a dos bandas, pues de forma paralela estaba subvencionando y apoyando la revolución, y junto con Francia haría lo posible por destruir a la España Católica.

Así pues, Inglaterra comenzó a amenazar a la flota española en sus viajes a América, viajes de los que dependía la estabilidad del país. Esto forzó a España a aliarse el 19 de agosto de 1796 con la República Francesa mediante la firma del Tratado de San Ildefonso para poder hacer frente al que aparentemente era el enemigo común, pero de poco sirvió. Inglaterra declaró la guerra a España, e interrumpió el comercio marítimo español, lo que supuso graves repercusiones para la economía peninsular y la hacienda real que dependía fundamentalmente del comercio y de las exportaciones e importaciones a sus provincias de ultramar.

Por este revés, Godoy fue depuesto de su cargo y fue nombrado en su lugar el Conde de Urquijo, que también era masón, tal y como afirma el historiador y masón del siglo XIX, Miguel Morayta Sagrario en su obra “Masonería española: páginas de su historia. Memoria leída en la Asamblea del Grande Oriente Español de 1915 por el Gran Maestre Miguel Morayta”. El Conde de Urquijo tomará en seguida otra medida radical contra España: la desamortización de los bienes eclesiales, es decir, la apropiación del Estado de gran parte de los bienes de la Santa Iglesia Católica en territorio español para su posterior venta a favor de las arcas del estado.

Así, de un solo plumazo, la Santa Iglesia Católica perdió en España, entre muchas otras cosas, todos los bienes pertenecientes a las instituciones benéficas dependientes de la Iglesia tales como Hospitales, Casas de Misericordia, Casas de Expósitos, Obras Pías,

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Cofradías, y un largo etc. quedando con ello, prácticamente desmantelada toda su red benéfica, bajo la excusa de que se trataba de terrenos y propiedades de manos muertas. De esta forma, lo que pretendía ser una medida de rescate, no hizo más que aumentar el poder de la burguesía que se hizo con dicho patrimonio y enriquecer al estado a costa de arrebatar a la Iglesia sus bienes legítimos y dejar a las clases más humildes sin su principal sostén.

La muerte de Su Santidad Pio VI, dio alas al Conde de Urquijo, que enseguida propuso la creación de una iglesia nacional española, que otorgaría al rey las atribuciones Papales en principio, únicamente durante la sede vacante, aunque su plan era volver a España cismática. Pero esta medida fue un fracaso absoluto ya que en seguida se vio en ella la herejía jansenista, regalista y febronianista, por lo que el cisma de Urquijo provocó no solo la destitución de este ministro, sino la de sus principales apoyos en el gobierno. Pero por aquel entonces, el masón Godoy ya se había camelado de nuevo a Carlos IV, presentándose como el mayor defensor de la Iglesia y proponiendo medidas contra el Conde de Urquijo y el resto de sus camaradas. Por ello, no solo fue readmitido en su cargo, sino que recibiría al año siguiente el título de “Generalísimo de mis armas de mar y tierra”, que lo situaba muy por encima del resto de los ministros, y en el puesto clave para traicionar a España.

Comenzó entonces la gran maniobra de las potencias masónicas para implantar el Nuevo Orden político en el mundo por medio de las conquistas Napoleónicas.

Según afirma el historiador De la cierva en su obra “las puertas del infierno”:

“El ejército Napoleónico extendió por toda Europa el odio a la Iglesia católica. (…) Entre 1801 y 1803 quedó también completamente despojada la Iglesia Católica de Alemania.”

Y en pocos años, sucedió lo mismo en Austria, Bélgica, Croacia, Eslovenia, Suiza, Países Bajos, y Polonia, donde tras las conquistas Napoleónicas se tomaron medidas similares a las de Francia e Italia, por medio de los hermanos de Napoleón, Grandes Maestres masónicos que el emperador colocó al frente de éstos países.

Pero para acabar con el Imperio Español, principal defensor del catolicismo y del Papado, no les iba a bastar con tomar militarmente la Península. Si querían destruirlo para siempre tendrían que trabajar en equipo y emplear la táctica luciferina del “divide y vencerás”.

Describamos a grandes rasgos como esta maniobra fue llevada a cabo:

En batalla de Trafalgar la anglicana Inglaterra destruyó la armaba española dejando a la Península Ibérica desconectada y totalmente aislada de sus provincias de ultramar, es decir, las Américas.

De forma paralela Napoleón, excusándose en querer marchar sobre Portugal para obtener una posición privilegiada y proteger mejor sus intereses frente a Inglaterra, solicitó al masón Godoy que se le permitiese el paso desde los Pirineos, y éste se lo concedió. Pero una vez en territorio español, la mayoría de las tropas francesas jamás lo abandonarían, lo que provocó gran malestar entre la población y que las logias militares

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francesas se uniesen a las logias masónicas ya existentes en España, reforzando así el poder masónico sobre el país.

Comenzaron entonces las conjuras y traiciones internas del masón Godoy para hacerse con el poder, y del legítimo heredero al trono, Fernando VII, para apartarlo del medio por el bien de España. Finalmente, por lo extremo de la situación y la incapacidad del rey Carlos IV para ver el peligro que Godoy representaba, Fernando VII trató de dar un golpe de estado, que fracasó provocando una grave crisis familiar y monárquica que únicamente podría ser solucionada por medio de un intermediario.

Napoleón aprovecharía esta baza para presentarse como conciliador, y por medio de Godoy, el Judas de España, convenció a Carlos IV y a su heredero que se reuniesen con él en Bayona (Francia), prometiéndoles a cada uno por separado que apoyaría su causa y que haría abdicar al otro en su favor. Sin embargo, en el momento en que ambos llegaron a Francia, cayeron en las fauces del lobo: Napoleón los secuestró y les obligó a ambos a abdicar en él.

Se dio entonces orden a las tropas francesas situadas en España para la toma del país, pero éstas, en seguida iban a comprobar la verdadera cara de España, que Napoleón consideraría hasta el fin de sus días, “su úlcera”.

A primera hora del 2 de mayo, trataron sacar al joven infante del Palacio Real oculto en un coche de caballos. Un cerrajero, José Blas Molina, comprendiendo lo que sucedía penetró entonces en el edificio y salió a uno de sus balcones gritando a la multitud:

“¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todas las personas reales! ¡Muerte a los franceses!”

Inmediatamente todo el pueblo, hombres y mujeres, ricos y pobres, se armaron con lo que pudieron, y se plantaron entre el palacio real y el ejército francés, impidiéndoles, al menos en ese momento, cumplir sus planes, lo que provocó las terribles matanzas y fusilamientos del dos de mayo.

La noticia de la barbarie cometida por los franceses se extendió tan rápido, que toda España se alzó en armas, el ejército y el pueblo de a pie con lo poco que tenían, y decretaron un gobierno paralelo, similar al de la revolución francesa pero con un objetivo totalmente diferente. No era la revolución, sino todo lo contario, la contra-revolución, el intento español de resistir a la imposición del Gran Maestre Masón José I, hermano de Napoleón, como rey de España, coordinando la resistencia, y custodiando el país y el trono hasta que el legítimo rey volviese y como la historia demuestra, no se rindieron hasta que lo lograron.

Sin embargo, José I tomó medidas al respecto, tal y como afirma el historiador Morales Ruiz en su obra “Fernando VII y la masonería española”:

“En 1809, a la vez que fueron suprimidas la Inquisición y algunas órdenes religiosas, nacieron diversas logias masónicas en San Sebastián, Talavera de la Reina, Barcelona, Vitoria, Madrid, Santander, Salamanca, Girona, Figueras, Santoña, Sevilla y Zaragoza. Estas logias pertenecían al Gran Oriente de Francia y estaban integradas exclusivamente por miembros del ejército Napoleónico. La participación de españoles "afrancesados" se inició, de una manera definitiva, con la creación de siete logias madrileñas,- entre las que sobresalieron las logias "San José" y la

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"Beneficencia de Josefina" - y dos logias manchegas, en Almagro y Manzanares, impulsadas por Murat y José I.”

Los afrancesados eran la porción de la burguesía que abrazaba el liberalismo y las ideas ilustradas francesas, y por tanto, la masonería iba a valerse de ellos, para imponer la constitución española de 1812, que instauraría el Nuevo Orden Luciferino en el país por medio del liberalismo, aunque en ese momento no pudieron imponer la igualdad de cultos: España seguiría siendo oficialmente católica, aunque sus pilares estaban siendo minados por el veneno liberal, oficialmente asentado en el país.

Tal y como afirma el historiador Vicente de la Fuente en su “Historia de las Sociedades Secretas, antiguas y modernas en España, y especialmente de la Francmasonería”,

“Es verdad innegable que [la constitución de 1812] fue un acto de baja cobardía, traición, inmoralidad y cohecho, y manejado exclusivamente por las sociedades secretas.”

Y el propio Oscar de Alfonso, nombrado Gran Maestre de la Gran Logia de España en 1998, en el bicentenario de la constitución de 1812, confirmó este dato reconociendo:

“La actuación de los masones para la elaboración de la Constitución de Cádiz”

Y lo que es más grave, que:

“Determinados principios e ideales masónicos se ven reflejados en algunos artículos y en algunos preceptos de la Constitución de Cádiz"

Fue en este contexto, con la España Peninsular sumida en guerras y aislada de sus provincias de ultramar, cuando la anglicana Inglaterra aparentando venir en ayuda de España, le asentó el golpe mortal, instigando y dirigiendo la revolución hispanoamericana.

Nos lo explica a grandes rasgos el P. Manuel Guerra Gómez en su obra “Masonería, religión y política”:

“La masonería inglesa se infiltró en Argentina y en otros países hispanoamericanos por medio del proselitismo de los masones integrados en los militares británicos que pretendieron dominar la zona del Rio de la plata en 1806-1807, también por medio de los mercaderes que negociaban con consentimiento del gobierno español cuando Inglaterra era aliada de España contra Napoleón. (…)

El cerebro e ideólogo de la independencia sudamericana fue Sebastián Francisco Miranda, nacido de padre militar español en Caracas (Venezuela) en 1750. Comenzó su vida militar en el ejército español. En él asciende a capitán. Participó en la guerra de la independencia de los Estados Unidos en Florida y Mississippi a las órdenes del vencedor Washington. Allí conoce a La Fayette, que será su padrino cuando se inicie en la masonería. [Él decía:] “Si está colonia se ha independizado de Inglaterra, ¿por qué las “colonias” españolas no van a hacer lo mismo con respecto a España?” [Tras esto] interviene en la Revolución Francesa, en la batalla de Valmy. Por eso su nombre se lee todavía hoy en el arco parisino del triunfo. [Entonces] se traslada a Londres, donde permanece durante varias estancias. En una de ellas, se entrevista con William Pitt, primer ministro inglés.

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Trata de conseguir ayuda, al menos económica, para su proyecto. Miranda cuenta con el respaldo de las logias londinenses. Ya en 1798 había fundado en Londres la logia llamada “Gran Revolución Americana”. Entre sus miembros descuellan Simón Bolívar (libertador de Venezuela, Colombia, ecuador, Bolivia y Perú), José San Martín, (libertador de Argentina y Perú) y Bernardo O’Higgins (libertador de Chile). Miranda, personalmente o por medio de sus amigos, fundó en 1800 en Cádiz la lógia Caballeros Racionales nº7. A ella pertenecieron entre otros, José de San Martín, el militar y creador de la bandera argentina, Manuel Belgrano y el polígrafo venezolano Andrés Bello. (…)

[De este modo] los masones intervinieron activamente en la independencia de los países hispanos,(…) [y éstos], los promotores del movimiento independentista, se erigieron en defensores de los prehispánico, de lo indígena contra España.

Piénsese en el valor simbólico de “Lautaro”, nombre de las logias empeñadas en realizar la independencia. Las logias Lautaro no serán de estudio y formación personal, sino operativas, o creadas con un fin y objeto determinado y para un periodo de tiempo determinado. (…) Su finalidad primordial era política, pues se dedicaban a realizar la independencia de América Española, en concreto, de Chile y Perú pasando desde Argentina. Las logias Lautaro y el proyecto del imperio incaico del masón Sebastián Francisco Miranda son como el germen del neoindigenismo que la masonería y la nueva era están haciendo florecer en nuestros días.

[Sin embargo] el afán independentista contra España y sus gobiernos brotó no entre los indígenas, sino entre los criollos, con uno de sus padres español, elite general y relativamente acomodada e instruida. Se sentían discriminados y en desventaja respecto a los peninsulares para conseguir el desempeño de los puestos administrativos. Pero la elite criolla, que condujo la revolución contra España, estaba influida por la masonería. (…)

Más que guerra de independencia, hubo una serie de guerras civiles entre los mismos americanos, entre los partidarios de la unidad con España (es decir, mestizos e indígenas) y los partidarios de la secesión ( los criollos) atizadas desde dentro por la masonería y desde fuera por Inglaterra, Francia y Estados Unidos.” (…) “Los masones se presentarán luego como aliados de los indígenas americanos en su deseo de independencia al mismo tiempo que intentarán borrar la marca hispánica y la huella católica.”

Fue en este ambiente donde se gestaron infinidad de mentiras y calumnias contra España y la Santa Iglesia Católica, aun recurrentes a día de hoy, que no eran otra cosa, sino el eco de aquellas leyendas negras inventadas y diseminadas anteriormente por los herejes protestantes para encubrir sus barbaries en América del Norte. El objetivo de los enemigos de la fe era claro: despertar de nuevo en la población el gusto por los misterios precolombinos e incitarlos a la revolución.

Sin embargo, como explica Vittorio Messori en su obra “Leyendas negras de la Iglesia”:

“Las almas bondadosas que reniegan de los malvados usurpadores de las Américas [es decir, de los españoles] olvidan, entre otras cosas, que a su llegada, aquellos europeos se encontraron a su vez con otros usurpadores. (…) Los pueblos de

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América Central habían caído bajo el terrible dominio de los invasores aztecas, uno de los pueblos más feroces de la historia, con una religión oscura basada en los sacrificios humanos masivos. Durante las ceremonias que todavía se celebraban cuando llegaron los conquistadores, en las grandes pirámides que servían de altar se llegaron a sacrificar a los dioses aztecas hasta 80.000 jóvenes de una sola vez. Las guerras se producían por la necesidad de conseguir nuevas víctimas. (…) El imperio de los aztecas y el de los incas se había creado con violencia y se mantenía gracias a la sanguinaria opresión de los pueblos invasores que habían sometido a los nativos a la esclavitud.

[Aun siendo una] cosa increíble para quien conoce un poco lo que eran los cultos aztecas, muchos lamentan lo que llaman «destrucción de las grandes religiones precolombinas», afirmando que aquellos opresores «tenían una religión y un sistema social mejores que el impuesto por los cristianos mediante la violencia».

[¿Quieren saber] cómo era el ritual de las continuas matanzas de las pirámides mexicanas[?]. He aquí: «Cuatro sacerdotes aferraban a la víctima y la arrojaban sobre la piedra de sacrificios. El Gran Sacerdote le clavaba entonces el cuchillo debajo del pezón izquierdo, le abría la caja torácica y después hurgaba con las manos hasta que conseguía arrancarle el corazón aún palpitante para depositarlo en una copa y ofrecérselo a los dioses. Después, los cuerpos eran lanzados por las escaleras de la pirámide. Al pie, los esperaban otros sacerdotes para practicar en cada cuerpo una incisión desde la nuca a los talones y arrancarles la piel en una sola pieza. El cuerpo despellejado era cargado por un guerrero que se lo llevaba a su casa y lo partía en trozos, que después ofrecía a sus amigos, o bien éstos eran invitados a la casa para celebrarlo con la carne de la víctima. Una vez curtidas, las pieles servían de vestimentas a la casta de los sacerdotes. Jóvenes de ambos sexos eran sacrificados así por decenas de miles, pues el principio establecía que la ofrenda de corazones humanos a los dioses debía ser ininterrumpida. Los niños eran lanzados al abismo de Pantilán, las mujeres no vírgenes eran decapitadas, los hombres adultos, desollados vivos y rematados con flechas. (…) Algo menos sanguinarios eran los incas, los otros invasores que habían esclavizado a los indios del sur, a lo largo de la cordillera de los Andes. Los incas practicaban sacrificios humanos para alejar un peligro, una carestía, una epidemia. Las víctimas, a veces niños, hombres o vírgenes, eran estrangulados o degollados, [y] en ocasiones se les arrancaba el corazón a la manera azteca.”

Pero no piensen que los mayas, tan de moda hoy en día, eran un pueblo mucho más pacífico. Tal y como afirma el historiador Eric S. Thompson en su obra “Historia y religión de los mayas”:

“La práctica de los sacrificios humanos era muy frecuente y hay pruebas arqueológicas: (…) Un detalle escultórico de una estela del periodo clásico, en Piedras Negras, muestra una persona estirada sobre una piedra para que le saquen el corazón. (…) Los murales de Chinchén Itzá del periodo Posclásico, así como un disco de oro sacado del cenote sagrado, muestran la ceremonia de la extracción del corazón. Los brazos y pies de la víctima los sujetaban dos o cuatro ayudantes, los Chacs. (…)Los mayas reconocían el elemento sexual de tales sacrificios, y el sumo sacerdote hería primero a la víctima en sus partes privadas. (…) [También] era común sacar el corazón a la víctima amarrada a un palo o estructura vertical. (…)

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[Practicaban también] la bárbara costumbre de desollar a la víctima y después ponerse el sacerdote su piel”

Por tanto, como concluye Vittorio Messori en su obra “Leyendas negras de la Iglesia”:

“Se acusa a los españoles de haber provocado una ruina demográfica que se debió en gran parte al choque viral. [Pero] en realidad, de no haberse producido su llegada, la población habría quedado reducida al mínimo como consecuencia de la hecatombe provocada por los dominadores entre los jóvenes de los pueblos sojuzgados. (…)

La imagen de la invasión de América del Sur desaparece de inmediato en contacto con las cifras: en los cincuenta años que van de 1509 a 1559, es decir, en el período de la conquista desde Florida al estrecho de Magallanes, los españoles que llegaron a las Indias Occidentales fueron poco más de quinientos -¡sí, sí, quinientos!- por año. En total, 27.787 personas en ese medio siglo. (…) Por lo tanto, más que como usurpadores, los ibéricos fueron saludados en muchos lugares como liberadores. Y esperemos ahora a que los historiadores iluminados nos expliquen cómo es posible que en más de tres siglos de dominio hispánico no se produjesen revueltas contra los nuevos dominadores, a pesar de su número reducido y a pesar de que por este hecho estaban expuestos al peligro de ser eliminados de la faz del nuevo continente al mínimo movimiento. (…)

Si, por desgracia, España se hubiera pasado a la Reforma, se hubiera vuelto puritana y hubiera aplicado los mismos principios que América del Norte ([que consideraban que] “el indio es un ser inferior, un hijo de Satanás"), un inmenso genocidio habría eliminado de América del Sur a todos los pueblos indígenas.(…) Así [como] ocurrió no sólo en América y con los ingleses, sino en todas las demás zonas del mundo a las que llegaron los europeos de tradición protestante: el apartheid sudafricano, por citar el ejemplo más clamoroso, es una creación típica y teológicamente coherente del calvinismo holandés. (…) [Pero, gracias a que España se mantuvo católica] en américa del sur la situación fue exactamente la contraria; en la zona mexicana, en la andina y en muchos territorios brasileños, casi el noventa por ciento de la población o bien desciende directamente de los antiguos habitantes o es fruto de la mezcla entre los indígenas y los nuevos pobladores.(…) [A diferencia de los protestantes] los católicos españoles, no dudaban en casarse con las indias, en las que veían seres humanos iguales a ellos (…) [y] España, a diferencia de Gran Bretaña, no organizó nunca su imperio americano en colonias, sino en provincias.”

Por lo que queda demostrado que los españoles tenían la misma consideración por los nativos que por sus propios ciudadanos. Además, pese a lo que comúnmente se piensa, prosigue Vittorio Messori:

“Los misioneros en todo el Imperio Español (no sólo en Centro y Sudamérica, sino también en Filipinas), en lugar de pretender y esperar que los nativos aprendieran el castellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas. Y lo hicieron con tanto vigor y decisión que dieron gramática, sintaxis y transcripción a idiomas que, en muchos casos, no habían tenido hasta entonces ni siquiera forma escrita. En el virreinato de Perú, en 1596 en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. (…) Y lo mismo

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pasó con otras lenguas: el náhuatl, el guaraní, el tarasco... Esto era acorde con lo que se practicaba no sólo en América, sino en el mundo entero, allá donde llegaba la misión católica: es suyo el mérito indiscutible de haber convertido innumerables y oscuros dialectos exóticos en lenguas escritas, dotadas de gramática, diccionario y literatura, al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana, dura difusora solamente del inglés.”

A esta incansable labor de los misioneros católicos acompañó un acontecimiento que los enemigos de la fe han tratado de aislar de la colonización española para que no se comprendan sus implicaciones: la confirmación del Cielo a los indígenas, por medio de las apariciones y milagros de la Santísima Virgen en México, que tuvo lugar escasamente 10 años después de la llegada a los españoles a dicho país.

En estas apariciones aprobadas por la Santa Iglesia, Nuestra Señora se presentó sobre el lugar en el que había existido un templo pagano anteriormente, como la Virgen de Guadalupe, que es la castellanización de un término en lengua azteca que significa “la que aplasta a la serpiente”. El mensaje era tremendamente claro: la Santísima Virgen confirmaba a los indígenas que la fe católica predicada por los colonos españoles era la única fe verdadera, y que el Cielo deseaba que todos ellos abandonasen el culto a los demonios y salvasen sus almas. Estas apariciones y los milagros que siguieron provocaron la conversión de innumerables almas hasta el día de hoy.

Pese a todo, las artimañas de los enemigos de la fe tuvieron éxito y las múltiples revoluciones en Hispanoamérica culminaron con la imposición definitiva del Nuevo Orden luciferino en el continente, poniendo fin a la supuesta tiranía española y el imperialismo vaticano, que ellos tanto predicaban. Tal y como afirma Vittorio Messori en la obra “Leyendas negras de la Iglesia”:

“Los libertadores, los jefes de la insurrección contra España fueron todos altos exponentes de las logias. (…) Un análisis de las banderas y los símbolos estatales de América latina permite comprobar la abundancia de estrellas de cinco puntas, triángulos, pirámides, escuadras y todos los elementos de la simbología de los «hermanos». Resulta innegable el hecho de que en cuanto se liberaron de las autoridades españolas y de la Iglesia, los criollos invocaron los principios de hermandad universal masónica y de los «derechos del hombre» de jacobina memoria para liberarse de las leyes de tutela de los indios. Casi nadie dice la amarga verdad: no hubo ningún otro período tan desastroso para los autóctonos sudamericanos como el que se inicia en los albores del siglo XIX, cuando sube al poder la burguesía supuestamente «iluminada». Al contrario de lo que quiere hacer creer, la leyenda negra protestante e iluminista, la opresión sin límites y el intento de destrucción de las culturas indígenas comienzan cuando la Iglesia y la Corona abandonan la escena. Desde entonces se inicia una obra sistemática de destrucción de las lenguas locales, para sustituirlas por el castellano, idioma de los nuevos dominadores que proclamaban haber asumido el poder «en nombre del pueblo». Pero era un «pueblo» constituido sólo por la exigua clase de los terratenientes de origen europeo. A partir de entonces aparecen las medidas que nunca se habían implantado en el período colonial para impedir el mestizaje, la mezcla racial y cultural. Mientras la Iglesia aprobaba y alentaba los matrimonios mixtos, los gobiernos liberales se opusieron a ellos y, con frecuencia, los prohibieron. Se comenzó así a seguir el ejemplo poco evangélico de las colonias

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anglosajonas del Norte, donde también, y no por casualidad, fue la masonería la que guió la lucha por la independencia. Se creó entonces un frente común entre las logias de la América septentrional y la meridional, primero para vencer a la Corona de España y después, a la Iglesia Católica. De este modo nació la dependencia —que marcará toda la historia y que continúa hasta hoy— del Sur con respecto al Norte.”

Quede con esto demostrada la inocencia de la Santa Iglesia Católica, única Iglesia verdadera, frente a las calumnias de los enemigos de la fe, que jamás han cesado en su labor de destrucción, y no han dudado en llevar a cabo las peores barbaries a favor de la causa, como prueba de su lealtad a su señor infernal.

Por tanto, hermanos, han de entender, que ellos son el principal enemigo, los causantes de los males que atormentan al mundo y de todos aquellos que achacan a la Santa Iglesia Católica, para apartar a las almas de su único puerto de salvación.

Así que por favor, hermanos, no se dejen engañar por ellos, y sobre todo eviten toda clase de afición hacia los misterios de los cultos precolombinos, que así como los del Antiguo Egipto están siendo promovidos en el cine, televisión, novelas y hasta programas infantiles, con el único objetivo que iniciar a la sociedad en el ocultismo, que no es otra cosa que el culto a los demonios, tan necesario para la venida del Anticristo.

Ahora bien, la independencia hispanoamericana no hubiera sido posible si no fuese por otra maniobra masónica en el seno de la España peninsular.

En diciembre de 1813 las tropas Napoleónicas habían sido expulsadas de España y el rey Fernando VII pudo recuperar su trono. Los liberales que habían redactado e impuesto la constitución de 1812 intentaron que el rey la aceptase, pero éste se negó diciendo:

“Mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes sino el de declarar aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y súbditos de cualquier clase y condición a cumplirlos ni guardarlos.”

De esta forma, Fernando VII restituía el absolutismo en España que concedió a la Santa Iglesia un breve tiempo de paz. Pero apenas seis años después de su regreso, en el momento en el que el estado español se había recuperado y estaba en posición de sofocar la revolución que se había desatado en sus provincias de ultramar, tal y como afirma el P. Manuel Guerra Gómez en su obra “Masonería, religión y política”:

“Se fue formando en el entorno de Cádiz un ejército de unos 20.000 soldados a las órdenes del general masón Enrique O’Donnell, conde de Bisbal, para trasladarse a América (…) y sofocar los brotes independentistas. [Pero] El primer comandante y masón Rafael del Riego, amotinó a cuatro mil de esos militares (…) mandados por él y por otro masón, el coronel Antonio Quiroga [para dar un golpe de estado. Y con él] comenzó el trienio constitucional con el masón Argüelles como presidente de su primer gobierno. [La letra del] himno de Riego,(…) fue compuesta por el masón Evaristo San Miguel. (…) Masones fueron también los que urdieron la

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trama e incluso escogieron a Riego y a Quiroga. (…)Juan Alvarez Mendez, apellido que cambió por Mendizabal, (…) [que] era judío, masón, y amigo de Nathan Rothschild desde que se conocieron durante su exilio en Londres, (…) colaboró eficazmente con el masón Riego en su pronunciamiento. (…) [Y] el mismo Alcalá Galiano explica (…) como la insurrección fue una decisión acordada en una reunión especial de varias logias.”

Así, por medio de este golpe de estado, la judeo-masonería consiguió un triple objetivo: implantar el liberalismo en España, reiniciar la persecución a la Santa Iglesia Católica en el país, y evitar que el ejército español tomase medidas para sofocar las revoluciones de Sudamérica que implantarían en el continente el Nuevo Orden luciferino para siempre.

Pero esta no fue su única victoria. De forma paralela, los enemigos de la fe estaban preparando e instigando multitud de revoluciones que asolarían a Europa entera en la primera mitad del siglo XIX.

Pero antes de eso hemos de hablar de un acontecimiento que traería graves consecuencias para la Europa del siglo XX.

Tras la caída del impero Napoleónico, parecía que todo volvía a su curso en Europa. El Santo Padre fue puesto en libertad y las principales potencias europeas -esto es, Francia, Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia, potencias que recordamos, habían caído en manos masónicas ya antes de la revolución- celebraron el Congreso de Viena de 1814 para –en teoría- devolver a Europa el orden político tradicional. Pero lo sucedido fue bien diferente.

En primer lugar, más que una reconstrucción de Europa, lo que se llevó a cabo fue el reparto de ésta entre las potencias participantes: Rusia tomó el control de gran parte de Polonia y se anexionó Finlandia; Austria tomó para sí gran parte del territorio italiano; Prusia adquirió algunos principados alemanes; y Francia, tomó otros, a la par que se anexionaba los Países Bajos y Bélgica.

Por este motivo, dado que naciones enteras desaparecían del mapa, se extendió como la pólvora una nueva ideología –el Nacionalismo- que será la causa de la mayoría de los conflictos y guerras que inundaron Europa desde entonces.

Así ocurrió por ejemplo, con los belgas, incómodos en su integración con Holanda; también con los polacos, que rechazaron al Imperio Ruso; y con los checos y húngaros, que intentaban desligarse del Imperio Austríaco.

Pero este naciente Nacionalismo iba a adquirir características diversas en función de la ideología a la que se adhiriese.

Así pues, de su fusión con el liberalismo, apareció el Nacionalismo liberal, también llamado “progresista”, que entendía el estado y la integración nacional como una decisión democrática, por lo que significará en último término el fin del Antiguo Régimen, y la implantación del Nuevo Orden Luciferino por medio del Estado liberal.

Pero la masonería iba a aprovechar la coyuntura para crear otro tipo de nacionalismo, si cabe más pernicioso que el primero: el Nacionalismo denominado “conservador”, que según fue definido por los masones Herder y Fichte, entendía que el estado era una

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realidad preexistente en un determinado territorio, que se manifestaba entre otras cosas en un pasado, una lengua, una tradición folclórica, y una religión común, a la par que por la homogeneidad racial y étnica. De este modo, al tratarse de algo independiente y anterior a la voluntad de los ciudadanos, ésta nueva ideología entendía y defendía la supremacía del estado sobre los derechos individuales.

Así, este nacionalismo trajo consigo en un primer momento un número importante de resurgimientos nacionales, luchas de liberación nacional, y especialmente procesos de construcción nacional, como por ejemplo la integración de Alemania, y la de Italia, la cual iba a arrebatar para siempre los Estados pontificios al Santo Padre. Este fenómeno fue muy similar al provocado por el nacionalismo liberal.

Sin embargo, las consecuencias de este nuevo nacionalismo no se van a mostrar sino hasta el siglo XX. El nacionalismo conservador será el fundamento de los totalitarismos, aunque su cara más terrorífica aparecerá cuando se fusione con otra ideología nacida de las filas masónicas que comenzaba a extenderse por Europa a lo largo del siglo XIX: el socialismo. Pero eso lo veremos en capítulos siguientes.

La segunda y principal característica de la restauración, es que ésta no hizo honor a su nombre. Si bien es cierto que los legítimos monarcas recuperaron sus tronos, éstos se vieron obligados a aceptar el Nuevo Orden Luciferino que se había asentado en sus reinos, y no tuvieron más remedio que ir haciendo concesiones al liberalismo de tal modo, que aquello que comenzó como una especie de absolutismo moderado, se terminará convirtiendo en una monarquía constitucional o liberal.

Como afirma Mons. Delassus, en su obra “La conjuración anticristiana”:

“Impotentes para oponerse a la marcha de los acontecimientos, las sociedades secretas se esforzaron, pues, por ocasión de la Restauración, en dirigirlos a su beneficio, para impedir que se reinstale en Europa, y sobre todo en Francia, el orden social fundado sobre la fe. (…) Lo que ella más temía en la restauración realista (…) era el restablecimiento de la religión del Estado; por lo que ella se esforzó para conseguir cuando la Restauración se implantó fue la mantención de la protección igualitaria para todos los cultos, que Napoleón había puesto en vigor. (…) Los Masones de las Logias inferiores, tendrán por misión suscitar la revolución política y substituir las monarquías por las repúblicas; [y] la Gran Logia, la de destruir la soberanía temporal de los Papas, y así preparar la ruina del Poder espiritual.”

He aquí la causa de las oleadas revolucionarias que se dieron a la vez en toda Europa en la primera mitad del siglo XIX que culminarán con la denominada “Primavera de los pueblos” de 1848, y traerán consigo una progresiva democratización de las naciones; y la razón por la cual, una vez asentado el liberalismo en los estados, independientemente del partido que se encuentre en el poder, se irán llevando a cabo medidas políticas antieclesiales tales como las que hemos explicado, para arrebatar al Santo Padre y a la Santa Iglesia Católica el poder espiritual sobre las almas y las naciones.

Si desean comprobar esto, les aconsejamos que estudien la historia de sus propios países. En seguida se darán cuenta de que pese a que los partidos políticos vayan y vengan, existe una sucesión de medidas políticas para ir destruyendo paulatinamente a la Santa Iglesia Católica y corromper la sociedad. Eso sí, no olviden, que una medida

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aparentemente pro-eclesial no tiene porqué serlo, y el ejemplo lo hemos visto en la restitución del culto por parte de Napoleón y sus deseos de dialogar con el Santo Padre que no trajeron sino desgracias para Francia, el mundo y la Santa Iglesia.

Ahora bien, dado que las logias masónicas que habían planeado e incitado dichas revoluciones, estaban haciendo creer al pueblo que éstas eran expresiones espontaneas de la voluntad popular, para hacerles creer que los gobernantes no deseaban cambiar el orden establecido y justificar su lucha contra ellos, crearon una iniciativa curiosa: la Santa Alianza, que era básicamente, un pacto entre las potencias cristianas para defenderse del liberalismo y mantener -en teoría- los principios de la civilización tradicional, aunque como verán no es oro todo lo que reluce, ya que en el término cristiano se incluían no ya a las naciones católicas, a las que legítimamente les correspondía dicho nombre, sino a aquellas que habían abrazado la herejía.

Joseph de Maistre, ex – masón contemporáneo a estos acontecimientos que tratamos, explicó en sus escritos, que se puede leer en “Grandes Oeuvres de J. de Maistre”, la verdadera naturaleza y el oscuro propósito de la Santa Alianza,

“Es el iluminismo quien dictó el pacto de París [la Santa Alianza], (…) Si el espíritu que produce esa pieza hubiese hablado claro, leeríamos en el título: Pacto por el cual tales y tales príncipes declaran que todos los cristianos no son sino una familia que profesa la misma religión, y que las diferentes denominaciones que las distinguen no significan nada”

Por tanto, la Santa Alianza, no tenía nada de santo. Era un intento por parte de los enemigos de la fe de conseguir el reconocimiento de la religión universal, al menos en su vertiente cristiana, sembrando el indiferentismo religioso a vista de todos por medio de una aparente fusión de la verdadera fe católica, con todas las herejías obra de hombres que especialmente desde la reforma protestante llevaron a la perdición a innumerables naciones y almas.

Así pues, entre los firmantes de este pacto no se encontrarían reyes verdaderamente católicos, sino únicamente los monarcas masones de los que habíamos hablado antes: los zares de la Rusia ortodoxa, los reyes de la Prusia luterana, y los herejes de la supuestamente católica Austria. A éstos se les añadirá más tarde un cuarto monarca, el de la Inglaterra anglicana, y poco después, el de la Francia aconfesional, o mejor dicho, el de la Francia atea.

Esta Santa Alianza intervino aparentemente con éxito en diversos países para sofocar las rebeliones liberales, como fue el caso de España, en el que la Santa Alianza puso fin al trienio liberal, y Fernando VII pudo volver a implantar el absolutismo otra vez.

Pero estas victorias eran solo un velo para que el pueblo creyese que los éxitos masones eran sus propios éxitos. Los mismos que habían desarrollado la idea de la Santa Alianza estaban conspirando para asentar el liberalismo para siempre en todo el mundo, y fue una vez más en el caso de España, donde las conspiraciones adquirieron su zénit.

La situación española era la siguiente: Fernando VII no tenía descendencia. Se había casado y enviudado en tres ocasiones. El heredero legítimo del trono era hasta el momento su hermano Carlos, fiel católico y férreo defensor de la Santa Iglesia y la Civilización Católica, y en definitiva la peor pesadilla de los enemigos de la fe. Por ello,

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ya que sabían que con él en el trono, no tendrían nada que hacer contra España, hicieron todo lo posible para quitarlo de en medio.

Así pues, exhortaron a Fernando VII a que se casara una cuarta vez para perpetuar su linaje, y así lo hizo con la joven María Cristina de Borbón la cual, en lugar del varón esperado, concibió una hija, por lo que por ley el legítimo heredero al trono seguía siendo su hermano Carlos.

Entonces, los enemigos de la fe, hicieron todo lo posible para que el Rey cambiase la ley de sucesión y la pequeña Isabel llegase a gobernar, ya que su gobierno iba a ser un gobierno débil y fácilmente manipulable, pues ni ella ni su madre, que actuaría como regente hasta su mayoría de edad, estaban preparadas para dirigir el país y defenderlo frente a todas las conjuras masónicas que pugnaban por destruirlo.

Así, el 29 de marzo de 1830, Fernando VII derogaba la conocida como ley sálica, para que su hija priorizase a su hermano en la línea sucesoria. Sin embargo, dos años después, al darse cuenta de la inestabilidad del futuro reino de su hija, Fernando VII anulará este decreto suyo para dejar las cosas como estaban y devolver a su hermano Carlos el trono. Pero los enemigos de la fe eliminaron este decreto, quitaron del gobierno a todo partidario de Carlos que pudiera influenciarle, y poco antes de su muerte consiguieron que anulase dicha anulación y entregase su trono otra vez a su hija Isabel.

Como afirma el P. Manuel Guerra Gómez en su obra “Masonería, religión y política”:

“Las manipulaciones de los Rothschild fueron decisivas para el triunfo de los liberales e Isabel II y para el declive del carlismo y la expatriación de Don Carlos.”

Con esto, el gobierno español cayó en manos masónicas y se implantó definitivamente el liberalismo, a la par que comenzaba la primera de las múltiples guerras civiles entre carlistas e isabelinos. Como demuestra el historiador Gustavo Vidal Manzanares en su obra “Masones que cambiaron la historia”, la mayoría de los presidentes del gobierno durante el reinado de Isabel II y las regencias, fueron masones, y éstos, se mantenían en el poder por medio de elecciones amañadas que permitían que los dos principales partidos liberales, esto es, progresistas y conservadores, se alternasen en el poder y mantuviesen a la población contenta de su recién adquirido derecho al sufragio a la par que la Santa Iglesia Católica en España era destruida por medio de medidas tales como las desamortizaciones del masón Madoz y del falso judío y masón Mendizábal.

Medidas idénticas fueron llevadas a cabo de forma simultánea en todos los países europeos que acababan de instaurar el sistema liberal. Los casos más escandalosos en persecución eclesial, fueron los de la luterana Prusia, en donde, como afirma el P. Bernardino Llorca en su “Manual de historia eclesiástica”:

“El nuevo presidente, Otto von Bismarck, al ser elevado en 1862 a la cabeza del gobierno de Prusia, abrió una nueva era de persecución que se ha designado en la historia con el apelativo de Kulturkampf. (…) Todas las órdenes religiosas que no se dedicaban exclusivamente al cuidado de los enfermos, quedaron suspendidas en todo el reino. (…) fueron clausurados seminarios convictorios, en 1878 solo quedaban 4 obispos en sus puestos respectivos, más de mil parroquias estaban cerradas, centenares de sacerdotes desterrados.”

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Sin olvidarnos por supuesto de las medidas tomadas por la ortodoxa Rusia, que sería la única monarquía absolutista que la masonería conservaría en el trono, por ser necesaria para el cumplimiento de sus planes, como veremos en el capítulo siguiente. Así, como afirma el P. Bernardino Llorca en su “Manual de historia eclesiástica”, en la Rusia del siglo XIX:

“Comenzó un nuevo periodo de persecución sistemática. Los católicos fueron forzados por toda clase de violencias a incorporarse a la iglesia rusa. Sus prelados fueron perseguidos, muchos monasterios y seminarios cerrados, sus sacerdotes maltratados, encarcelados y desterrados. El resultado fue que casi todos sucumbieron a la violencia moral de los cismáticos.”

En resumen: los enemigos de la fe en el siglo XIX lograron implantar por medio de mil engaños y artimañas el Nuevo Orden luciferino en Francia, y desde ella, imponerlo de manera definitiva en el mundo entero, pese a las múltiples advertencias del Santo Padre, y los llamamientos del Cielo. No es casual, pues, que la Santísima Virgen se apareciese en Francia en diversas ocasiones aprobadas por la Santa Iglesia Católica durante dicho siglo, para exhortar al pueblo a rectificar del pernicioso camino que estaban siguiendo y moverlos a la conversión.

De entre ellas destaca la de Lourdes, un pequeño pueblo de Francia, en donde la Santísima Virgen se mostró a la pequeña Santa Bernardette, reafirmando el recientemente declarado dogma de la Inmaculada Concepción, y con ello, al magisterio eclesial que tan en duda se estaba poniendo. En dichas apariciones la Santísima Virgen hizo tres peticiones que se han desatendido en pos de una cuarta, en pos las curaciones milagrosas que por medio de la intercesión de la Santísima Virgen se llevan a cabo en dicho lugar para confirmar que solo en Dios hay vida. Y las cuestiones desatendidas fueron las siguientes:

1) “Rogad a Dios por la conversión de los pecadores”

Es decir, la necesidad de orar en todo momento por la salvación de las almas, especialmente por la conversión de los enemigos de la fe que tanto daño están haciendo a la Santa Iglesia. La Santísima Virgen mostró además, con su propio ejemplo, cómo había que rezar, recitando con Santa Bernardette el Santo Rosario.

2) "¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!"

Es decir, la necesidad de conversión, de abandonar las mentiras reinantes y permanecer fiel a Nuestro Señor y a su Voluntad, de hacer todo lo que sea necesario para dejar de pecar, cambiar de vida y comenzar a caminar por el camino de la salvación ayudados de los sacramentos. Este es el único modo de poder enfrentar al mal reinante y con la ayuda de Dios, salvar nuestras almas de las redes infernales.

3) "Rogaras por los pecadores... Besarás la tierra por la conversión de los pecadores."

Es decir, la necesidad de practicar la mortificación, junto con la oración, no ya solo para la santificación personal sino para salvar almas. Por tanto, hermanos, ofrezcan sus dolores al Señor: los que la enfermedad les provoca, pero también, vuestras privaciones voluntarias en las cuales no se cuenta por supuesto privarse de lo ilícito puesto que ya es

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mandato divino e imprescindible para la salvación, sino privarse de ciertas cosas lícitas que nos agradan, para ofrecerlas al Señor como sacrificio en pos de los pecadores.

La Santísima Virgen insistió además en sus apariciones en Francia, en lo perniciosos que eran dos pecados que se estaban volviendo universales: la blasfemia, y sobre todo, la no santificación de las fiestas, es decir, el dedicar los días santos a trabajar y cualquier clase de actividad mundana, en lugar de dedicarlos al Señor y la oración, tal y como Él quiere.

Por lo que como ven, la Santísima Virgen no ha inventado nada nuevo, sino únicamente repetido aquello que Nuestro Señor afirmó en infinidad de ocasiones: la necesidad de conversión, de cambio de vida, de penitencia y de la oración para alcanzar un día la salvación. Estén por tanto, prevenidos de los falsos mensajes que circulan por la red haciéndose pasar por verdaderos, que gustan presentarse bajo los nombres de apariciones aprobadas por la Santa Iglesia Católica para colarse en páginas católicas, y causar la confusión y perdición del mayor número de almas posibles. Recuerden que es dogma de fe que la revelación concluyó con la venida de Nuestro Señor Jesucristo y que por tanto, tal y como enseña la Santa Iglesia Católica, nadie está obligado a creer en las apariciones para salvarse, puesto que éstas no aportan ni quitan nada a nuestra salvación, sino que únicamente recuerdan aquello que ya debiéramos conocer.

Es por tanto una señal clara de falsedad, el que una aparición saque de la manga algo totalmente nuevo, jamás enseñado por la Santa Iglesia Católica, y afirme que la salvación de los fieles depende de la aceptación o no de dicha nueva doctrina.

Así pues, hermanos, repetirles lo que siempre les hemos dicho. Sean muy cuidadosos con estas cuestiones. Como siempre ha afirmado la Santa Iglesia Católica, es mucho más inteligente y cauto el prevenirse de los mensajes que se nos presentan como sobrenaturales y mantenerse fiel a la Voluntad de Dios que siempre ha enseñado la Santa Iglesia Católica, pues es camino seguro a la salvación, que por querer pasarse de listos y conocer aquello que está por venir, caigamos en la trampa enemiga y nos perdamos para siempre.

Hasta aquí la parte más compleja, la implantación del Nuevo Orden político en el mundo y sus principales medidas para arrebatar a la Santa Iglesia Católica su poder sobre los estados y las almas. Pasemos ahora a ver rápidamente el Nuevo Orden Económico que fue impuesto junto con éste y las implicaciones sociales que éste ha tenido.

Y para que puedan entender el verdadero alcance de esta cuestión, han de conocer la diferencia de principios y objetivos entre el sistema económico de la Civilización Católica y el Nuevo Orden económico-luciferino, esto es, el capitalismo, y para ello les pedimos que dejen sus atrás todos sus prejuicios porque lo que les contaremos a continuación a muchos puede chocarles.

Ciertamente, Todos hemos sido adoctrinados desde críos para creer que el feudalismo era un terrible sistema de esclavitud medieval en el que nobles déspotas poseían, abusaban y oprimían a los campesinos que consideraban menos que animales y propiedad suya, y que el capitalismo actual es un sistema justo y equitativo, que propicia no solo el bienestar general, sino que cualquier persona con talento, por su

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trabajo y esfuerzo pueda amasar una pequeña fortuna, y que el capitalismo se instauró como una consecuencia inevitable de los avances científicos para la industria.

Pues bien, todo esto es mentira, hasta el punto que la verdad de los hechos es exactamente la contraria a la que siempre nos han contado.

Lo cierto, es que el feudalismo, el sistema económico de la Civilización Católica fue el único sistema económico que proporcionó a la sociedad no solo la paz, estabilidad y seguridad necesarias para perdurar en el tiempo, sino la dignidad de todos y cada uno de sus miembros y la tranquilidad que éstos necesitaban para cumplir el fin para el cual habían sido creados: llevar una vida de oración entregada a Dios y cumpliendo su voluntad.

¿En qué consistía por tanto el feudalismo, tan criticado por los enemigos de la fe?

Nos lo explica el historiador Vittorio Messori en su obra “Leyendas negras de la Iglesia”:

“Para entenderlo hemos de recordar qué era lo que se denomina «siervo de la gleba». Esta expresión suele pronunciarse con horror, como si se tratase de una continuación de la antigua esclavitud. Pero no es así en modo alguno: los «siervos de la gleba» eran campesinos que obtenían en concesión de un señor, el feudatario, un lote de tierra suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias. El uso del suelo venía compensado por el campesino mediante una cuota sobre la cosecha, en ocasiones con un pago en moneda y con prestaciones varias sobre las otras tierras del señor (las famosas corvées, que —a pesar de la difamación que de ella hará la propaganda revolucionaria— solían revestir un carácter social, en beneficio de todos, como la construcción y mantenimiento de puentes y caminos y el saneamiento de terrenos pantanosos). El término "siervo" se ha comprendido mal, ya que se ha confundido la servidumbre del Medievo con la esclavitud que fue la base de las sociedades [paganas] antiguas, y de la que no se halla ningún rastro en la sociedad [católica] medieval. La condición del siervo era completamente diferente a la del antiguo esclavo: el esclavo es un objeto, no una persona; está bajo la potestad absoluta del patrón, que posee sobre él derecho de vida y muerte; le está vedado el ejercicio de cualquier actividad personal; no tiene familia ni esposa ni bienes. El siervo medieval es una persona, no un objeto: posee familia, una casa, campos y, cuando le ha pagado lo que le debe, no tiene más obligaciones hacia el señor. No está sometido a un amo, está unido a una tierra, lo cual no es una servidumbre personal sino una servidumbre real. La única restricción a su libertad reside en que no puede abandonar la tierra que cultiva. Pero, hay que señalar, esta limitación no está exenta de ventajas ya que si no puede dejar el predio tampoco se le puede despojar de éste. Ninguna institución ha contribuido tanto a la suerte de los agricultores como el feudalismo. El campesino, asentado durante siglos en la misma superficie, sin responsabilidades civiles, sin esas obligaciones militares que el campo tuvo ocasión de conocer por vez primera con los reclutamientos masivos impuestos por la Revolución, se convirtió así en el verdadero dueño de la tierra. Sólo la servidumbre medieval podía crear un vínculo tan íntimo entre el hombre y el suelo.

Si la situación del campesino de la Europa oriental [no católica] ha permanecido tan miserable se debe a que no conoció el vínculo protector de la servidumbre. Así,

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el pequeño propietario, abandonado a sus recursos y a cargo de una tierra que no podía defender, padeció las peores vejaciones que permitieron la formación de inmensos latifundios. Son detalles que, por otro lado, deberían inducir a una mayor prudencia a quienes, partiendo de prejuicios ideológicos o de la sugestión de las palabras (servus glebae, feudo, feudatario...), no captan el lado positivo de instituciones tan poco abominadas por los interesados, que sólo se produjeron revueltas entre los siervos de la gleba cuando, por instigación monárquica, se impuso su liberación…

[Efectivamente, el fin] de la servidumbre de la gleba medieval provocó vivas protestas de los propios siervos cuando se los quiso "liberar" [pues se les exponía de ese modo] a la pérdida de seguridad proporcionada por un terreno a cultivar en su beneficio y en el de sus descendientes; y sin la defensa de los guerreros del señor, [se encontraban] a merced de las incursiones de los salteadores; [y en definitiva, se les estaba]haciendo caer en poder de los ricos latifundistas y de los usureros; exponiéndolos al servicio militar y a los agentes fiscales de la autoridad estatal.”

Pero no piensen que el sistema económico medieval únicamente estaba fundamentado en la agricultura rural. En la Civilización Católica existían también pequeñas ciudades en las que se ganaban la vida artesanos y comerciantes, pero su modo de proceder era muy diferente al que actualmente tenemos, de ahí que los enemigos de la fe luchasen por destruirlo a toda costa.

Se trataba en definitiva de un sistema económico fundamentado en los principios católicos.

Los artesanos y comerciantes trabajaban para vivir decorosamente, pero no hacían del trabajo un fin en sí mismo ni concebían su actividad profesional como un medio para obtener riquezas y beneficios ilimitados. Ellos trabajaban las horas justas para obtener lo necesario para vivir dignamente, no por vagancia, sino porque el Señor era el primero en sus vidas, y consideraban todo lo demás (trabajo incluido) como un medio para poder alabarle como corresponde.

Así pues, en su mentalidad no cabía la idea de hacer crecer su riqueza aumentando la producción o ventas a costa de sustraer tiempo a sus ratos libres, que empleaban en la oración y a los días festivos, que eran sagrados y dedicados por entero al Señor tal y como Él manda.

Tampoco concebían la idea de tener que competir con otros artesanos o comerciantes de los alrededores en precio o en calidad. Todos se esforzaban en hacer su trabajo lo mejor posible por amor a Dios y al prójimo. Cada uno tenía sus clientes habituales y no aspiraba a conseguir más a costa de sustraérselos a su vecino, cosa que se consideraba un gran pecado.

Por la misma razón no tenía sentido intentar ampliar su actividad profesional más allá de su localidad, ni se consideraba justo salir a la caza del cliente. La publicidad en las calles o por los domicilios se consideraba algo totalmente fuera de lugar y de mal gusto, y el bajar los precios para vender más y captar clientes de otros vendedores era no solo considerado una práctica deshonrosa, sino un pecado capital.

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Cada comerciante tenía su establecimiento y allí debía permanecer y el cliente acudía a comprar libremente lo que necesitase. Las mercancías valían lo que valían, y los precios eran los que tanto los vendedores como los compradores consideraban justos según la tradición y la costumbre del lugar. La estabilidad de precios era, pues, un valor que había que respetar y conservar, dado que garantizaba la estabilidad de los pueblos y naciones.

El sistema feudal, no era pues, un elogio a la vagancia y la excusa para no rendir en el trabajo como afirman muchos historiadores y capitalistas, sino que se trataba del único sistema económico que garantizaba no ya solo la paz y estabilidad de las naciones y el bienestar de sus gentes, sino que permitía mantener las prioridades en un adecuado orden: Dios era el primero, y debía ser servido como correspondía. El trabajo no era más que un medio al que había que dedicar el tiempo estrictamente necesario para alcanzar este fin.

Ya lo dijo bien claro Nuestro Señor en el Evangelio según San Lucas, capítulo 16, versículo 13:

“Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.”

Y el sistema feudal, era tan eficiente y estable, que hubiera perdurado en el tiempo indefinidamente si no fuese porque fue saboteado por los enemigos de la fe.

Como afirma el economista y sociólogo alemán Werner Sombart en su obra “Los judíos y el capitalismo moderno”:

“Éste fue el mundo que los judíos asaltaron. En cada etapa actuaron contra los principios del orden económico [católico]. Esto resulta bastante evidente a la luz de las quejas unánimes de los comerciantes cristianos en todas partes.”

Ciertamente, los principios en los que se basaba la economía y comercio de los falsos judíos eran diametralmente opuestos a los planteados por la Civilización Católica, e incompatibles con ésta.

Ellos ponían el dinero y la acumulación de riqueza como el principal objetivo y prioridad de sus actividades, y por tanto, únicamente pensaban en su propio beneficio: no tenían ningún reparo en emplear el engaño, la usura, el préstamo a interés y toda clase de artimañas para enriquecerse únicamente a costa de empobrecer a los demás. Todo esto, por supuesto, pese a que en el Antiguo Testamento Dios Padre es claro condenando la usura:

“Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le exigiréis interés.” (Libro del Exodo capítulo 22, versículo 24)

“No darás por interés tu dinero ni darás tus víveres a usura.” (Libro del Levítico capítulo 25, versículo 37)

“No prestarás a interés a tu hermano, ya se trate de réditos de dinero, o de víveres, o de cualquier otra cosa que produzca interés.” (Libro del Deuteronomio capítulo 23, versículo 20)

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Ellos se justificaban afirmando que éstos preceptos eran únicamente para con sus correligionarios, y no para los extranjeros a los cuales se les permitía oprimir. Sin embargo, fueron reprendidos por ello en diversas ocasiones por los Profetas.

El profeta Ezequiel en el capítulo 18 versículo 13 de su libro, decía que:

“[El que] presta con usura y cobra intereses, éste no vivirá en modo alguno después de haber cometido todas estas abominaciones; morirá sin remedio, y su sangre recaerá sobre él.”

Y Dios Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, dejó tremendamente claro que este mandato no afecta únicamente a los hermanos, sino también a los enemigos, cuando dijo:

“Amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo.” (Evangelio según san Lucas, capítulo 6, versículo 35)

Pero no piensen que la cosa quedaba ahí, en el préstamo a interés. Dado que su ansia de riqueza era insaciable y sus prácticas usureras les permitieron conseguir grandes capitales sin trabajar, ni producir nada, éstos se hicieron enseguida con pequeños negocios, para los que contrataron trabajadores a los que explotaban por sueldos ridículos, obligándoles a trabajar incluso en los días de precepto que debían ser dedicados por entero a Dios, para ampliar la producción, poder reducir precios y con ello, aumentar su riqueza sin mover un dedo, a costa de explotar a sus empleados, arrebatar los clientes de sus vecinos y compañeros de gremio, y hundir a todos ellos en la miseria. Ni siquiera se conformaban con hacerse con el monopolio de una localidad. Su ansia de riquezas les hacía ir más allá y expandir su negocio fuera de los límites de comercio habituales para obtener cada vez más beneficio.

Estas prácticas deshonestas sólo podían conducir a romper el equilibrio sobre el que se sustentaba la sociedad católica y a generar desigualdades y conflictos permanentes entre sus gentes. Por ello, todas estas prácticas aparte de ser consideradas un grave pecado contra Dios y contra el prójimo, eran consideradas un delito contra el estado.

Así no es de extrañar que Dios Espíritu Santo, por medio del magisterio de la Santa Iglesia Católica, haya condenado la usura a lo largo de los siglos en nueve concilios y en numerosísimos decretos Papales. Escuchemos las condenas más significativas:

En el tercer concilio de Letrán, en 1179, se define la usura como un gravísimo pecado mortal, decretando entre otras cosas, lo siguiente:

“Ordenamos que los usureros manifiestos no sean admitidos a la comunión, y que, si mueren en pecado, no sean enterrados cristianamente, y que ningún sacerdote les acepte las limosnas”.

Poco después, en el Concilio de Viena celebrado entre 1311 y 1312, se estableció la excomunión para todos aquellos que, mediante decretos o sentencias, respaldaran el derecho de los usureros a cobrar los intereses. En el decreto 29 podemos leer:

“Si alguien cayera en el error de afirmar que ejercer la usura no es pecado, disponemos que sea excomulgado como hereje”

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Y de manera prácticamente contemporánea a la aparición de las primeras etapas del capitalismo, en 1745, el Papa Benedicto XIV en su encíclica “Vix Prevenit” confirmó todas las condenas anteriores, precisando además que:

“Ese género de pecado que se llama usura y que [….] consiste en que, partiendo de un préstamo, que por su propia naturaleza pide que se restituya solo la cantidad prestada, se quiere que se restituya más de lo que se recibió. Debido a esto, cualquier cantidad que supere el capital prestado es ilícito y usurario.”

Y esto mismo explican los doctores de la Iglesia de todos los tiempos.

Santo Tomás de Aquino, llegó a afirmar que:

“El prestamista que cobra por el tiempo del préstamo comete un fraude, ya que le vende lo que pertenece lo mismo al deudor que a él, y va contra Dios, puesto que exige un precio por algo que Dios regaló a todos por igual.”

Y por su parte, San Basilio Magno, describe en su Homilía sobre el Salmo XIV el carácter insaciable de la usura y los males que provoca. Escuchemos un fragmento:

“El pobre buscaba una ayuda y ha encontrado un enemigo. Buscaba una medicina, y ha encontrado veneno. En lugar de socorrerle en su pobreza, te has enriquecido con su miseria [….] Los perros, cuando reciben algo, se amansan, pero el usurero, cuando se guarda su dinero, se irrita aún más. No cesa de ladrar pidiendo siempre más. [...] El dinero prestado genera un mal tras otro, y así hasta el infinito”

Por esta amenaza clara para con las almas, la estabilidad de la Civilización Católica y sus reinos, sumadas a las constantes profanaciones y crímenes perpetrados por los falsos judíos como hemos explicado en el capítulo anterior, comprenderán mejor porqué éstos fueron expulsados en algún momento de todos y cada uno de los países de la Europa católica, Estados Pontificios incluidos. Nada que ver pues, con el antisemitismo de marras al que siempre apelan.

Sin embargo, llegará un momento en que esta situación se invertirá: El Nuevo Orden luciferino tomará este modo de proceder de los falsos judíos y lo perfeccionará hasta el punto de reducir a la esclavitud a la mayor parte de la población mundial, ahora bien, para poder imponerse de forma definitiva, los enemigos de la fe precisaban un cambio de paradigma en la Europa Católica, cambio que vino dado por medio de la herejía protestante.

Como habíamos explicado en el capítulo segundo de esta serie, la teología calvinista de tendencia judaizante, hizo que estos perniciosos principios económicos de los falsos judíos fuesen adoptados en mayor o menor medida por las diversas ramas protestantes. Y de este modo, la expansión de esta herejía que desquebrajó la unidad de la Civilización Católica, provocó que el pecado de la usura penetrase en la sociedad y contagiase al mundo entero, extendiéndose con él las prácticas económicas de los falsos judíos, a las que la perniciosa teoría del derecho divino del poder real de la que surgió el absolutismo, les daría el impulso definitivo.

El nuevo objetivo de los monarcas, que habían arrebatado la soberanía a Dios, paso a ser el poder, el convertirse en los soberanos más poderosos del orbe. La grandeza de los

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estados, no se mediría ya por la santidad de sus gentes, sino por la ostentosa vida de sus monarcas, la cantidad de metales preciosos que acumulasen las arcas del estado y la cantidad de terrenos sometidos bajo su bandera, por lo que los monarcas, para aumentar su poder no dudarán en explotar a sus ciudadanos con infinidad de impuestos y extender sus dominios por medio de las conquistas militares.

Y puesto que para maximizar la riqueza estatal se requería minimizar la salida de metales preciosos y maximizar su entrada por medio del comercio, era preciso que el estado se alzara como nuevo centro del sistema económico; y para enriquecer a éste, se fomentó la creación de industrias nacionales y se reglamentó la producción y el comercio según un plan predefinido para la conquista de mercados exteriores. Se abandonaba así la economía local del feudalismo, y entraba en juego un nuevo sistema económico, precursor del capitalismo actual, que se denominaba mercantilismo, y en él, se oficializó el modo de vida de los falsos judíos creándose una nueva clase social: la burguesía comercial y financiera, que se convertirá en una fuerza pujante dentro de los estados cuya estabilidad dependía de ellos. Esta burguesía se convertirá también en la gran defensora del liberalismo, que impulsará definitivamente el cambio del mercantilismo al capitalismo.

Este cambio se llevó a cabo en primer lugar en la Inglaterra del siglo XVIII, pues en ella ya estaba implantado y asentado el Nuevo Orden político desde el siglo anterior. Los fisiócratas y especialmente el masón Adam Smith trazaron las líneas de este nuevo sistema, que se fundamentaban en lo que ellos denominaban el orden natural de la economía, es decir, en la libertad del capital para fluir independientemente de los estados. O dicho de un modo más sencillo: en que cada empresa podía tomar la porción del mercado que quisiese sin restricciones de fronteras.

Veamos pues, cuáles fueron los principales cambios que trajo consigo la implantación del capitalismo y lo más importante de todo, sus consecuencias.

En primer lugar, las nuevas burguesías que poseían el capital, se hicieron con una posición social dominante al ser las únicas con capacidad suficiente para adquirir las tierras que habían sido expropiadas a la Santa Iglesia Católica y a la nobleza por medio de las revoluciones y desamortizaciones liberales. Con ello, las tierras comunales pasaron a manos privadas, y los campesinos perdieron la protección que el sistema feudal les ofrecía convirtiéndose en meros asalariados, sin otro derecho que el trabajar de sol a sol por una cuantía tan reducida que apenas les bastaba para cubrir sus necesidades básicas.

Como la usura de la burguesía era tal, no se conformaron con eso. Tan pronto como aparecieron innovaciones técnicas, éstos las adquirieron para maximizar la producción agraria, por lo que gran parte de los campesinos fueron despojados de su único medio de vida y obligados a desplazarse a las ciudades, donde la situación no iba a ser mucho mejor.

Ciertamente, los burgueses habían invertido también en fábricas, que por medio de los avances técnicos producían mil veces más que los artesanos tradicionales, dejando también a éstos en la miseria. De este modo, artesanos y campesinos se vieron obligados a vender su fuerza de trabajo a las nuevas fábricas por un mísero jornal.

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Se produjo así una revolución social sin precedentes: la nobleza, perseguida por la revolución política, desaparecerá de escena, y la revolución económica creará dos nuevas clases sociales: los burgueses que poseían el capital y los medios de producción, y los proletarios que se veían obligados a venderles su fuerza de trabajo para sobrevivir. Y lo más significativo de todo, la primera de ellas, la burguesía, que estaba formada en gran parte por falsos judíos y protestantes que no tenían reparo ninguno en practicar la usura, abrazaría el liberalismo en su versión más radical, y la segunda, los proletarios, que únicamente deseaban alimentar a sus familias y servir a Dios, eran en su mayor parte católicos, por ello se convertirán en el objetivo de los enemigos de la fe.

Así pues, dado que el objetivo de los burgueses era maximizar sus beneficios a toda costa, y esto se conseguía maximizando la producción y minimizando los costes, éstos no tardarían en crear una situación dramática: extendiendo las jornadas laborales hasta límites inhumanos y reduciendo los salarios de los obreros hasta el mínimo imprescindible para su supervivencia, convirtiendo de este modo a aquellos que poco antes eran trabajadores libres en esclavos, meros engranajes del sistema que no tenían otra opción: o trabajar para ellos o morirse de hambre.

Esta situación será aprovechada por los enemigos de la fe para dar su golpe definitivo y arrebatarles a las clases proletarias lo único que les quedaba -su fe católica- por medio de una nueva ideología salida de las lógicas masónicas que explicaremos en el capítulo siguiente: el socialismo.

Ahora bien, esta estrategia de producir bienes sin parar no puede acabar sino en el desastre, ya que una vez esté cubierta la demanda, el mercado se satura, las ventas caen en picado y al no dar salida a todos los bienes producidos, no son necesarios los trabajadores, los cuales son despedidos y acaban en la miseria, y sin dinero para consumir, no pueden reactivar el mercado, y sin mercado, las empresas se vuelven innecesarias, los burgueses se arruinan y no invierten en fábricas, y sin fábricas, no hay trabajo, y sin trabajo, cada vez más miseria y se convierte en la pescadilla que se muerde la cola, por lo que la conclusión es obvia: el capitalismo es un sistema inestable, insostenible en el tiempo, y destinado al fracaso por estar viciado desde su raíz por el pecado de la usura. Por eso continuamente ha provocado periodos de recesión o crisis económica en los estados que lo han adoptado como modelo económico.

Sus primeras zozobras se dieron en primer lugar en la Inglaterra del siglo XIX, cuando la excesiva producción produjo una saturación de los mercados nacionales y amenazaban con hacer tambalear al país entero. La única solución posible era hacer crecer los mercados internacionalmente para vender esos los excesos de producción.

Así a finales del siglo XIX, primero en Inglaterra y poco después en el resto de las potencias europeas en las que se instauró el capitalismo, apareció la fiebre expansionista que derivó en el imperialismo militar, que actualmente se ha transformado en el imperialismo económico, no ya de un país sobre otro, sino de las principales empresas y familias capitalistas sobre el mundo, como explicamos en nuestra serie “Los deicidas de Edom”.

Veamos pues las características del primer imperialismo para que puedan deducir las del segundo.

Las ventajas para los estados de extender sus mercados a sus colonias eran evidentes:

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Se trataba de mercados vírgenes donde podían vender sus excedentes de mercancías. Eran además países poco desarrollados por lo que la inversión en infraestructuras tales como el ferrocarril y la industria eran muy atractivas. Pero lo que más beneficios proporcionaba era la reducción de los costes en materias primas derivada de disponer de sus fuentes de extracción, y por supuesto, el disponer de mano de obra mucho más barata que en los países industrializados.

De aquí deriva la tendencia a trasladar la producción al que comenzaba a denominarse “tercer mundo”, el ansia de los estados por hacerse con los territorios ricos en materias primas, tales como actualmente las áreas ricas en petróleo, y en último término, la causa del hambre, la miseria y las constantes guerras que azotan el mundo desde entonces.

Como afirma Rafael de Buen y Lozano en su obra “El problema del hambre”:

“El imperialismo, para lograr seguir manteniendo en la esclavitud a los pueblos menos desarrollados y para conseguir de ellos el máximo de ganancias posibles, condena al hambre a territorios enteros que representan las dos terceras partes de todo el globo.”

Pero no olvidemos, que tal y como reconoce el falso judío y masón, Vladimir Ilyich Ulyanov, más conocido por su pseudónimo “Lenin”:

“El imperialismo es la fase superior del capitalismo”

Ahora bien, si la expansión internacional fue la solución a las crisis nacionales, ¿qué medidas se pueden tomar cuando el mercado mundial se sature? Como la historia demuestra, en estos periodos en los que la crisis amenazó con hundir a determinados países, éstos no dudaron en emplear la guerra para reactivar los mercados. La destrucción de un territorio implica su posterior reconstrucción, y ésta, una reactivación total de la industria y las inversiones, además de la industria armamentística y sus derivados que se reactivan desde la propia declaración de guerra. Así pues, ahora que los enemigos de la fe se han permitido el lujo de sumir al mundo entero en la crisis económica, pueden deducir cuál será su paso siguiente.

Con esto queda demostrado que dado que la usura sobre la que se cimenta el capitalismo, esto es, el afán de riquezas, es insaciable, y las riquezas del mundo son limitadas, para que unos pocos puedan enriquecerse, se precisa sumir a la miseria a la mayor parte de la población mundial. Por ello y por todo lo que acabamos de explicar, la conclusión es obvia, el capitalismo es el principal causante de todos los males que asolan el mundo a día de hoy: la miseria, el hambre y las guerras.

Y no olviden que, tal y como explica el historiador Werner Sombart en su obra “Los judíos y la vida económica. La correlación del capitalismo con el judaísmo”:

“No existiría capitalismo moderno sin la dispersión de los judíos en los países del hemisferio Norte del globo terrestre.”

Extensión que, como recuerda el sociólogo y hereje Marx Weber en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, se llevó a cabo gracias a las contribuciones de la herejía protestante, sin las cuales, el capitalismo jamás se hubiera podido implantar en la sociedad.

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Ahora bien, ¿cómo iban a arreglárselas los enemigos de la fe para limpiar el nombre del capitalismo de sus perniciosas consecuencias?

Pues por medio de diversas teorías tales como la propuesta por el masón y economista Thomas Malthus en su “Ensayo sobre el principio de la población”, en el que afirmaba lo siguiente:

"Considerando aceptados mis postulados, afirmo que la capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el hombre. La Población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética. Basta con poseer las más elementales nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas. No veo manera por la que el hombre pueda eludir el peso de esta ley, que abarca y penetra toda la naturaleza animada. Ninguna pretendida igualdad, ninguna reglamentación agraria, por radical que sea, podrá eliminar, durante un siglo siquiera, la presión de esta ley, que aparece, pues, como decididamente opuesta a la posible existencia de una sociedad cuyos miembros puedan todos tener una vida de reposo, felicidad y relativa holganza y no sientan ansiedad ante la dificultad de proveerse de los medios de subsistencia que necesitan ellos y sus familias."

En otras palabras, por medio de la teoría de Malthus, la masonería trataba de hacer creer al mundo que la miseria era una ley natural consecuencia directa de la diferencia entre el modo de crecimiento de la población y el de los recursos, y por tanto, que era un hecho inevitable que no podía ser paliado por ninguna medida política, justificando así la no actuación de los gobiernos, que así como voluntariamente habían implantado el capitalismo causante de estos males, tenían la potestad para librarse de él y volver a los criterios económicos establecidos por Nuestro Señor que fueron la base de la Civilización Católica durante más de un milenio. Pero como bien saben, los enemigos de la fe harán cualquier cosa menos esto.

Ahora bien, si la excusa para justificar la miseria no era lo suficientemente aterradora, la solución propuesta por los enemigos de la fe para acabar con ella, les dejará sin palabras.

Dado que la miseria en el mundo -según ellos- no tenía nada que ver con su verdadera causa -el capitalismo- sino que era consecuencia de la sobrepoblación mundial producida por la disminución de mortandad derivada, entre otras cuestiones, de los avances médicos, para acabar con ella, Malthus propone en su obra, -agárrense bien que esto es muy fuerte- buscar un equilibrio entre la población y los recursos existentes, mediante el empleo inteligente de la muerte, por medio de las epidemias, el hambre y las guerras.

Y para promover todo esto, entre muchas otras cosas, Malthus propone lo siguiente:

“En vez de recomendarles limpieza a los pobres, hemos de aconsejarles lo contrario, haremos más estrechas las calles, meteremos más gente en las casas y trataremos de provocar la reaparición de alguna epidemia”

Recomendará además que el alimento más barato sea el pan, ya que éste sacia el apetito sin aportar demasiados nutrientes al organismo, consiguiendo así que los pobres, con

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organismos cada vez más debilitados, sucumban más fácilmente a la enfermedad y las condiciones de vida insalubres les lleven a la muerte.

Este es el objetivo que los falsos judíos pretenden conseguir por medio del capitalismo y como veremos en capítulos siguientes, por medio de su alternativa, el comunismo, tal y como afirman en los “Protocolos de los sabios de Sión”.

“La Aristocracia que disfrutaba antes enteramente del derecho al trabajo de los obreros, tenía interés en que éstos vivieran bien alimentados, sanos y fuertes. A nosotros, por lo contrario, lo que nos interesa es LA MUERTE DE LOS GOYIM [es decir, de los no judíos]. Nuestra fuerza radica en el hambre crónica, en la debilidad del obrero, porque éstas lo subyugan a nuestro capricho, y porque así carecerá en su impotencia de la energía y la fuerza necesarias para oponerse a ese capricho. El hambre dará al Capital más derechos sobre el obrero que los que jamás otorgaron a la Aristocracia, la ley y el poder de los monarcas.”

El objetivo de los enemigos de la fe aparece grabado en un monumento público, en ocho idiomas modernos, en las denominadas Piedras Guías de Georgia, donde se establece como primer objetivo:

“Mantener a la humanidad a menos de 500,000,000 en perpetuo equilibrio con la naturaleza.”

Y dado que actualmente superamos con creces los 7.000.000.000 de personas, pueden imaginarse lo que tienen preparado para cumplir con su plan.

Así pues, hermanos, dejen de acusar a Dios de todos estos males e injusticias, y comiencen a señalar a sus verdaderos culpables, es decir, al pecado de usura y al sistema económico constituido sobre éste, el capitalismo, para que puedan, al menos en su vida privada, evitar caer en él.

Ahora bien, alguno podría preguntarse:

¿Siendo el capitalismo un sistema tan pernicioso, como es que nadie reclamó volver al sistema feudal?

Pues porque para aquel entonces se habían difundido tal cantidad de leyendas negras sobre la Edad Media, que la población estaría dispuesta a cualquier cosa con tal de no volver a ella.

Ciertamente, tal y como afirma Vittorio Messori en su obra “Leyendas negras de la Iglesia”:

“La Edad Media ha sido víctima de un complot de los historiadores (…) Es indudable que ha habido un «complot», al menos en el sentido de presentar bajo la luz menos halagüeña posible un período abominado por los iluministas, que lo veían marcado por las «tinieblas de la superstición religiosa» y no por la Razón; y por los protestantes, que percibían en esa época el triunfo de una Iglesia católica a la que identificaban con el Anticristo mismo.”

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Así pues, sobre el feudalismo se levantaron dos mitos, o mejor dicho, dos calumnias que serían también aprovechadas para instigar el feminismo, creado para corromper y dividir a la familia tradicional y conseguir que las mujeres, encargadas de la educación de las nuevas generaciones, repudiasen a la Santa Iglesia Católica por haber permitido ésta, abusos tales como el supuesto derecho de pernada y la imposición de los cinturones de castidad. Vamos pues a desmentir dichas calumnias por medio de las palabras de Vittorio Messori en su obra “Leyendas negras de la Iglesia”:

“El presunto “jus primae noctis” (…) aquel [supuesto] derecho de pernada que todavía hoy muchísima gente está convencida de que se practicaba en la Europa católica (…) [que] se cree que consistía en el privilegio del feudatario de «iniciar» la misma noche de la boda a las jóvenes que contraían matrimonio en los territorios en los que señoreaba (…) es completamente falso, al menos en lo que concierne a la Europa occidental y católica.

En la [Europa] oriental, de tradición greco-eslava, parece ser que hasta el siglo XVII los grandes latifundistas pretendieron realmente conseguir semejante «derecho» de sus siervos. Éste también estaba aceptado en las castas sacerdotales de algunas religiones no cristianas, entre otras, estaba vigente en algunas tribus africanas y, especialmente, en la América precolombina. Ese jus sexual se practicaba [tambien] entre el clero budista de zonas asiáticas como Birmania. [Pero pese a las acusaciones] no hay ninguna huella en lo que respecta a la Europa católica. (…)

¿En qué consistió realmente el jus primae noctis, aquel «derecho de pernada» que todavía hoy muchísima gente está convencida de que se practicaba en la Europa «católica»? (…)

Al principio de la era feudal, el campesino tenía prohibido contraer matrimonio fuera del feudo porque ello causaba un deterioro demográfico en áreas y zonas cuyo mayor problema era la falta de población. Pero la Iglesia no cesó de protestar contra esa violación de los derechos familiares que, en efecto, desde el siglo X en adelante fue atenuándose. Se estableció en sustitución del mismo la costumbre de reclamar una indemnización monetaria al siervo que abandonase el feudo para contraer matrimonio en otro. Así nació el jus primae noctis del que se han dicho tantas tonterías: sólo se trataba del derecho a autorizar el matrimonio de los campesinos fuera del feudo. (...)Nada que ver, pues, con un presunto «derecho» a desvirgar a la aldeana. Y nada que ver, con mayor razón, con la completa licencia sexual de la que disponía en la antigüedad pagana el amo sobre sus esclavos, considerados como puros y simples objetos de trabajo o placer.”

Y con respecto a los cinturones de castidad, prosigue Vittorio MEssori:

“Los cinturones de castidad (…) no eran en absoluto instrumentos de tortura. Dentro de la sistemática campaña de difamación contra la Edad Media, se

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atribuyó su uso sobre todo a los cruzados, inexplicablemente, sin la menor prueba documental, (…) [afirmando que] no encontraban mejor solución que encerrar a su mujer en un cepo de hierro. (…)

Está documentado que eran las propias mujeres las que se procuraban esos arneses en caso de viaje, estancias en albergues o al paso de bandas militares. (…) Se trataba de un método de autodefensa contra una violencia en la que los maridos nada tenían que ver. (…) Esto no es más que una pequeña anécdota, pero no resulta irrelevante cuando constituye una de las tantas piezas falsas de un mosaico exagerado.”

Por tanto, ni es cierto que el feudalismo oprimiese a los pobres, y mucho menos que la Santa Iglesia Católica permitiese el maltrato de la mujer. Serán los enemigos de la fe quienes, difundirán toda esta clase de mentirás para arrebatar a las almas de su salvación, que únicamente se encuentra en el seno de la Santa Iglesia Católica. Así pues, gracias al liberalismo político y económico y a sus múltiples mentiras, el panorama que nos encontramos desde el siglo XIX es total y absolutamente desolador en todos los aspectos, pero la sociedad ha sido tan adoctrinada desde su nacimiento, que es incapaz de ver la trampa en la que se ha criado.

Ciertamente, como afirma el P. Felix Sardá y Salvani en su obra “El liberalismo es pecado”:

“Es incalculable la influencia que ejercen sin cesar tantas publicaciones periódicas como esparce cada día el Liberalismo por todas partes. Ellas hacen, ¡mentira parece!, que (quiera o no) haya de vivir el ciudadano de hoy dentro de una atmósfera liberal. El comercio, las artes, la literatura, la ciencia, la política, las noticias nacionales y extranjeras, todo se da casi por conductos liberales, todo de consiguiente toma, por necesidad, color o resabio liberal. Y se encuentra uno, sin advertirlo, pensando y hablando y obrando a lo liberal; tal es la maléfica influencia de este envenenado ambiente que se respira. El pobre pueblo lo traga con más facilidad que nadie, por su natural buena fe. Lo traga en verso, en prosa, en grabado, en serio, en broma, en la plaza, en el taller, en el campo, en todas partes. Este magisterio liberal se ha apoderado de él y no le deja ni un instante. Y se hace más funesta su acción por la especial condición del discípulo, como diremos ahora. (…) El Liberalismo, al rodear por todas partes al pueblo de embusteros maestros, ha cuidado muy bien de incomunicarle con el único que le podía hacer notar el embuste. Este es la Iglesia Católica. Todo el empeño del Liberalismo cien años ha es paralizar a la Iglesia, que enmudezca, que no tenga a lo más sino carácter oficial, que no logre contacto con el pueblo. A eso obedeció (confesado por los liberales) la destrucción de los conventos y monasterios; a eso las trabas puestas a la enseñanza católica; a eso el tenaz empeño en desprestigiar y ridiculizar al clero. La Iglesia se ve rodeada de lazos artificiosamente discurridos para que en nada moleste la marcha avasalladora del Liberalismo. Los Concordatos, tal como se cumplen hoy día en casi todas las naciones, son como otras tantas argollas para apretar su garganta y entorpecer sus movimientos. Entre el clero y el pueblo se ha puesto y se procura poner más y más cada día un abismo de adiós, preocupaciones

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y calumnias. Así que una parte de nuestro pueblo, cristiano por el bautismo, sabe tan poco de su religión como de la de Mahoma o de Confucio. Se procura además evitarle todo roce necesario con la parroquia, dándole registro civil, matrimonio civil, sepultura civil, etc., a fin de que acabe de romper todo lazo con la Iglesia. Es un programa separatista completo, en cuya unidad de principios, medios y fines se ve bien clara la mano de Satanás.”

Todo esto es parte del plan, parte de la iniciación ocultista de la humanidad por medio de la cual los enemigos de la fe la están preparando, aunque sea de manera inconsciente para la mayoría, para que ésta pueda recibir al Anticristo cuando aparezca.

Como explica la ocultista Alice Bailey en su obra titulada “El Discipulado en la Nueva Era parte II”:

“La iniciación es, por excelencia, una serie de pasos o despertares graduados que permiten al ser humano convertirse oportunamente en un miembro o punto de luz, en el reino de Dios. Cuando un número suficiente de miembros del cuarto reino hayan pasado por el proceso de la iniciación (técnicamente entendido), entonces el quinto reino se manifestará exotéricamente. Se acerca rápidamente el momento de aplicar el método que convertirá a este reino, hasta ahora subjetivo, en una entidad real, y la prueba de ello la tenemos, por primera vez en la historia, en la iniciación grupal, la cual puede recibirse ahora, y para ello la Jerarquía está trabajando actualmente, en lo que a aspirantes y discípulos concierne.”

Y ya que para ellos el denominado “el Cristo”, el “Gran arquitecto” y la “divinidad” es Lucifer, la manifestación de ese quinto reino, la manifestación del que ellos denominan “el reino de Dios” es la manifestación en todo su esplendor del reino del Anticristo, que llevan preparando desde hace siglos.

Esta iniciación, tal y como explica la historiadora M. Ferguson, se ha estado llevando en los últimos siglos por medio de cinco despertares, que a día de hoy ya se han cumplido:

“El despertar del puritanismo (1610-1640) fue anterior al establecimiento de la constitución monárquica inglesa. El primer gran despertar en América (1730-1760) condujo a la creación de la república norteamericana. El segundo (1800-1830), [condujo] al surgimiento de la democracia participativa. El tercero (1890-1920), [condujo] al rechazo de la explotación capitalista indiscriminada y al comienzo del Estado del bienestar. El cuarto despertar, que corresponde a la Nueva Era de Acuario, «parece dirigido al rechazo de la explotación indiscriminada de la humanidad y de la naturaleza y a la conservación y optimización de los recursos naturales del mundo».”

En el capítulo dos de esta serie hemos hablado ya del despertar del protestantismo, en el capítulo cuatro, hemos profundizado en el despertar de la revolución, y en éste, acabamos de explicar lo que significó el tercer despertar, el despertar del liberalismo y la democracia.

El cuarto despertar, que provocó el rechazo a la explotación capitalista indiscriminada, surgió como consecuencia lógica de la imposición de este pernicioso sistema; por lo que

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una vez el capitalismo cumplió su papel como impulsor del socialismo y comunismo para con las clases proletarias para arrebatarles la fe católica, éste, el capitalismo, cambiará su rostro por otro más amable -al menos en los países más desarrollados- que permitirá a la población disfrutar de la mejora de sus condiciones laborales y de un considerable aumento de sueldos, consiguiendo así la aparición de lo que se denomina “el estado del bienestar”. Pero esto no es más que otro engaño.

Dado que el sistema capitalista es inestable por naturaleza, las grandes familias capitalistas que por supuesto son falsos judíos y masones, enseguida comprendieron que para mantener los mercados y el sistema en pie, era necesario conceder a la clase trabajadora algún capital. Y la razón es la siguiente:

Tras cubrir sus necesidades básicas, el pueblo iba a gastar sus excedentes en productos que le hicieran la vida cada vez más cómoda y en algún que otro capricho, por lo que en definitiva, el dinero gastado por ellos volvería a las familias capitalistas si cabe, en cantidades incluso mayores que su inversión en los aumentos de salarios. Además, una vez contagiados del veneno de la usura, el pueblo cada vez ansiará tener más, acumular más, y como su capital no es suficiente para todo, acudirán a los préstamos a interés que estas mismas familias capitalistas les ofrecerán desde los principales bancos y cajas de ahorros, y de este modo, perpetuamente endeudados, se consigue atarlos de un modo más firme al mercado laboral que por medio de la esclavitud de los principios capitalistas, pues aunque son tan esclavos como los primeros y sus jornadas laborales en muchos casos son equivalentes, ellos seguirán creyéndose libres.

Los falsos judíos explican esta maniobra en “Los protocolos de los sabios de Sion.”

“Al mismo tiempo hay que proteger eficazmente el comercio y la industria, y más todavía, la especulación, cuyo papel es servir de contrapeso a la industria. Sin la especulación, la industria aumentaría los capitales particulares, mejoraría la agricultura, librando las tierras de los gravámenes asignados por los préstamos de los bancos hipotecarios de crédito territorial. Es necesario que la industria prive a la tierra del fruto, tanto del capital como del trabajo, y que ponga en nuestras manos para la especulación todo el oro del mundo, obligados en fuerza de estas combinaciones a quedar relegados a las filas del proletariado, todos los GOYIM [los no judios] se inclinarán ante nosotros para tener como único derecho el de existir. (…)

Haremos subir los salarios, pero de tal manera que esta alza no reporte ningún provecho a los obreros, porque al mismo tiempo habremos provocado el encarecimiento de todos los artículos de primera necesidad, haciendo creer que ese encarecimiento es debido a la decadencia de la agricultura y la ganadería y a la misma elevación de los jornales, minaremos además profundamente las fuentes de producción habituando al obrero a la anarquía y a la embriaguez y tomaremos además todas las medidas posibles para poco a poco extirpar de la faz de la tierra todas la fuerzas educadas de los GOYIM [no judios]. Para impedir que esta situación sea conocida antes de tiempo bajo su verdadero aspecto, disfrazaremos nuestros designios con el aparente deseo de servir y ser útiles a los obreros y de

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propagar los grandes principios económicos que enseñamos en los tiempos actuales.”

Y así está el panorama actual.

El quinto despertar, el despertar de la nueva era que se dará en los años 60 del siglo pasado, será el fruto de las investigaciones de los ocultistas, entre los que destacan Helena Blavatsky con su Sociedad Teosófica, Aleister Crowley con su Thelema, y Alice Bailey con su Escuela Arcana, quienes especialmente desde el siglo XIX, viajaron por todo el mundo y se esforzaron en profundizar en los cultos demoniacos de la antigüedad, tales como la religión del Antiguo Egipto, los cultos precolombinos, los hindúes, budistas, mesopotámicos y babilónicos, sin olvidarnos por su puesto de la cábala de los falsos judíos y la desconocida para muchos, corriente esotérica del islam, con la que ya estaba trabajando la masonería desde hace siglos.

Ciertamente, como refiere el historiador Francis Hitchman en la biografía de Richard Burton, este famoso explorador británico, masón, espía, miembro de la sociedad teosófica iniciada por Blavatsky y cónsul en Damasco en 1869, afirmó sin lugar a dudas que:

“El sufismo es el pariente oriental de la masonería”.

En nuestros programas sobre Religión Global y Nueva Era ya hemos explicado en detalle lo que significó el surgimiento de la Nueva Era y cómo sus principios fueron infiltrados en el catolicismo liberal, arrebatándole a éste lo poco de católico que le quedaba, por lo que no vamos a entrar en esta cuestión. Les recomendamos que los escuchen si no lo han hecho, ya que es imprescindible que sepan defenderse de sus engaños para salvar sus almas de la gran mentira con la que nos han sometido.

Ahora bien, a estos cinco despertares se les va a añadir un sexto, que es el gran engaño final y la preparación inmediata para la venida del Anticristo, que se producirá tras una gran guerra, tras la tercera guerra mundial, como afirma Albert Pike, masón de grado 33º, en una carta enviada el 15 de agosto de 1871 a Giussepe Mazzini, cabeza de la sociedad secreta revolucionaria “los carbonarios” y cabeza de los Illuminati de Europa. Escuchemos un extracto:

“La Tercera Guerra Mundial se fomentará aprovechando las diferencias causadas por los agentes de los Illuminati entre los Sionistas políticos y los líderes del Mundo Islámico. La guerra debe conducirse de un modo que el Islam (el mundo Árabe Musulmán) y el Sionismo político (el estado de Israel) se destruyan mutuamente. Mientras tanto, las otras naciones, (…) se verán obligadas a luchar hasta el punto de la completa extenuación física, moral, espiritual y económica. (…) Provocaremos un cataclismo social formidable que en todo su horror mostrará claramente a las naciones el efecto del ateísmo absoluto, origen de la crueldad y de los disturbios más sangrientos. Entonces, en todas partes, los ciudadanos, obligados a defenderse contra la minoría mundial de revolucionarios,

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exterminarán a esos destructores de la civilización, y la multitud, desilusionada con la Cristiandad, cuyos espíritus teísticos estarán desde ese momento sin brújula ni dirección, ansiosos por un ideal, pero sin saber dónde dirigir su adoración, recibirán la verdadera luz a través de la manifestación universal de la doctrina pura de Lucifer, sacada finalmente a la vista pública.”

Así pues, como añade la ocultista Alice Bailey en su obra “la exteriorización de la jerarquía”:

“Cuando termine la guerra, cuando llegue a su fin este momento de prueba aguda y de tribulación, llegará un gran despertar espiritual (cuya cualidad y naturaleza es ahora totalmente impredecible).”

Y estas dos: la guerra y el gran despertar espiritual que le sucederá, serán las condiciones necesarias para la manifestación del Anticristo, tal y como explica la ocultista Alice Bailey en su obra “La reaparición del Cristo”:

“Antes de que el Cristo pueda venir con sus discípulos tendrá que desaparecer la actual civilización. (…) El gran acercamiento tendrá lugar cuando la guerra mundial termine, y el hombre purificado por el fuego y el sufrimiento ponga su casa en orden y por lo tanto esté preparado para una nueva revelación.”

El Anticristo aparecerá pues, tras ese “gran despertar” que tendrá lugar después de la guerra. Se presentará bajo la forma de un líder político global, intachable, que traerá la paz a un mundo atribulado por medio de la mentira, y una vez todo haya sido sometido a sus órdenes, desatará la gran tribulación anunciada desde tiempos inmemoriales que trae consigo el fin del Sacrificio de la Nueva Alianza establecido por el Señor, el exterminio de todos los católicos que se mantengan fieles a la verdad de Cristo y la condena eterna de todos los que se dejen seducir por las mentiras de este impostor.

El “gran despertar” será por tanto el gran engaño que propiciará que la humanidad le acepte.

El Maligno, por medio de sus siervos y sus falsas religiones, ha estado preparando a la humanidad para este momento. Así, los falsos judíos, que asesinaron a Nuestro Señor, esperan a su “mesías”, los musulmanes la llegada de su profeta, los hindúes esperan un avatar, los budistas a Maitreya, el taoísmo y zoroastrismo a un líder espiritual, la nueva era al supuesto Cristo que elevará a la humanidad a un nivel superior, y así una tras otra. Todos ellos esperan un salvador que establecerá un reino de gloria en la tierra y como saben, todos ellos serán engañados.

Ahora bien, ¿en qué situación se encuentran los cristianos?

Ya que la doctrina católica, y única verdadera, condena como herejía la idea judaizante de que Nuestro Señor Jesucristo volverá para establecer un reino físico aquí en la tierra,

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y explica inequívocamente cómo serán las postrimerías, la catolicidad estaba perfectamente preparada para evitar ser engañada.

Ciertamente, antes de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, debe manifestarse el Impío y establecer su reino en la tierra por poco tiempo. Tras lo cual, será vencido, la humanidad entera perecerá y todo el universo será reducido a cenizas.

Así, es dogma de fe, llegado el momento culminante de la historia, todos los muertos desde Adán hasta el último hombre que haya pisado la faz de la tierra, que tras su juicio particular estarán en el Cielo, en el Purgatorio o en el Infierno en alma, resucitarán en carne. El Cielo devolverá las almas de sus santos y el infierno las de sus réprobos, que se unirán con sus cuerpos y entonces, todos vendrán venir a Nuestro Señor en Gloria como Juez Severísimo y tendrá lugar el Juicio Final, donde todas y cada una de las personas que han pisado alguna vez la faz de la tierra serán juzgadas públicamente ante su Trono, para mayor gloria de los Santos y mayor tormento de los réprobos. Y una vez juzgados, los Santos entrarán con Nuestro Señor en cuerpo y alma a la gloria celestial y los réprobos, repudiados por Dios serán enviados al infierno donde padecerán eternamente en cuerpo y alma el mismo tormento que Lucifer y los ángeles rebeldes por los siglos de los siglos. Esta es la doctrina católica fuera de la cual nadie puede salvarse y gracias a la cual podrán salvar sus almas del gran engaño final.

Por ello, como explica la ocultista Alice Bailey en su obra “La reaparición del Cristo”

“Para despertar a la Cristiandad será necesario asestarle un fuerte golpe y presentar crudamente la verdad, si queremos que los pueblos cristianos reconozcan el lugar que ocupan dentro de una amplia y divina revelación mundial, considerando al Cristo como el Representante de todos los credos, y que ocupa el lugar que le corresponde como Instructor del mundo. Es un Instructor mundial y no un instructor cristiano. Él Mismo ha dicho que tenía otros rebaños, para quienes Él representa lo mismo que para el cristiano ortodoxo. Quizás su nominativo no sea Cristo, pero tal vez Lo sigan en forma tan verdadera y fiel como lo hacen sus hermanos de Oriente.”

Así pues, el Maligno se las arregló para apartar a las almas de la verdad católica revelada por Nuestro Señor por medio de la infinidad de herejías que fueron promovidas por sus siervos.

Los enemigos de la fe iban a emplear dichas sectas, especialmente las protestantes, para iniciar a la humanidad en el ocultismo, y hacer que sus prosélitos creyendo luchar contra el Anticristo, no solo esperasen con entusiasmo su venida, sino que trabajasen en pos de ella. Para ello, en el siglo XIX readaptaron todo su planteamiento teológico -si es que se puede llamar así a toda esa sarta de herejías- y con este cambio de paradigma tendente al ocultismo, apareció aquello que ellos –tanto herejes como ocultistas- gustan denominar “el gran despertar religioso”.

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La ocultista Alice Bailey, en su obra “la exteriorización de la jerarquía” recoge este hecho afirmando que:

“[Esto] involucró finalmente un gran despertar en la familia humana y una reorientación espiritual importante [que] ya ha tenido lugar y necesariamente ha traído un reajuste básico en los planes de la Jerarquía y un renovado énfasis del propósito.”

Así pues, la masonería provocó el surgimiento de nuevas sectas dentro de la herejía protestante, creadas únicamente para preparar a la sociedad para la venida del Anticristo.

Así apareció el 6 de abril de 1830 la denominada Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos días, más conocida como la secta de los mormones, fundada por el masón Joseph Smith.

Tal y como afirma el historiador Terry Chateau en su obra “The Mormon Church and Freemasonry”:

“La familia de Joseph Smith era una familia masónica (…) El padre, Joseph Smith Senior fue ascendido al grado de Maestro Masón el 7 de mayo de 1818 en la logia de Ontario número 23 de Canandaigua, Nueva York. Y su hermano mayor, era miembro de la Logia del Monte Moria Número 112 en Palmira, Nueva York”.

Y como el mismo John Smith, fundador de los mormones reconoce en su libro “History of the Church”, el mismo fue iniciado en 1842 y al día siguiente ascendido al grado de Maestro Masón, caso extremadamente raro dentro de la masonería lo que demuestra la valoración que tenían de este hombre y lo preparado que estaba.

“Martes 15 de marzo — Recibí el primer grado masónico en la logia de Nauvoo (Illinois).”

“Miercoles 16 de marzo – Fui ascendido al grado sublime en la logia masónica.”

Por su parte, la denominada Iglesia Adventista del Séptimo día fue fundada el 21 de mayo de 1863, por William Miller, un masón de Grado 33º del rito Escocés, que fue además Gran Maestre de la Logia Estrella de la Mañana Nº 27 de Poultney, Vermont, en Estados Unidos.

Como afirma su biógrafo Sylvester Bliss en su obra “Memorias de William Miller”:

“El Sr. Miller se volvió un miembro de la Fraternidad Masónica, [y] avanzó a los más altos grados que las logias que en aquella región podían conferir.”

Por su parte Ellen G. White, ocultista, líder adventista y falsa profetisa, era discípula de William Miller, y tal y como afirma Earl Pickett en su obra “The Big Book of Ellen G.White Errors”:

“Ellen G. White (…) alababa a Dios como un masón. Su influencia puede comprobarse en sus escritos pues ella emplea términos frecuentemente empleados por los masones y que no aparecen en la Biblia, como por ejemplo los términos

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masónicos para referirse a Dios, [tales como] “El Guardián Sagrado” (…) que se menciona al menos 14 veces en sus escritos, (…) “El Gran Arquitecto”(…) que se menciona al menos 25 veces en sus escritos, (…) o “El ojo que todo lo ve” (…) que se menciona al menos 20 veces en sus escritos.”

Ellen G. White murió el viernes 16 de julio de 1915. El supuesto funeral fue el sábado 24 de julio, aunque no fue enterrada hasta 33 días después de su muerte, bajo un obelisco con simbología claramente masónica.

Los denominados Testigos de Jehova entraron en escena en 1881 por la fundación de la sociedad Watchtower por parte de Charles Taze Russel, amante del esoterismo, espiritista y masón. Tal y como afirma Fritz Springmeier en su obra “Bloodlines of the Illuminati”:

“Charles Taze Russell era definitivamente un Masón, aunque él colocaba diversas cortinas de humo en sus escritos con respecto a su membresía.”

En el siglo XIX se vio también el surgimiento de las denominadas iglesias evangélicas, que se extendieron rápidamente por el orbe financiados por la masonería, hasta ser imposibles de enumerar en nuestros días. Pero lo cierto es que es demostrable que la inmensa mayoría de los líderes protestantes y fundadores modernos, tales como Charles Fox Parham, del movimiento pentecostal, han sido masones u ocultistas.

Ahora bien, ¿qué tienen en común todas estas “iglesias” aparte de ser falsas? ¿Por qué la masonería ha estado destinando a esta labor tan gran cantidad de recursos económicos y personales?

Pues porque todas ellas, de un modo u otro, están sirviendo al plan masónico, iniciando a la sociedad en la doctrina ocultista, y preparándola para aceptar la venida del Anticristo por medio de antiguas herejías tales como el milenarismo, que ya habían sido condenadas por la Santa Iglesia Católica desde los primeros siglos.

¿Qué es, pues el milenarismo?

El Milenarismo es una herejía gnóstica del siglo I que malinterpreta el Apocalipsis, y especialmente el capítulo 20 versículos del 1 al 5 según la falsa concepción judaica de la venida de un Mesías que establecerá un reinado terrenal, y afirma que en los últimos tiempos Nuestro Señor volverá a la tierra y reinara en ella 1000 años físicos con sus santos.

Esta herejía pese a haber sido condenada en repetidas ocasiones por la Santa Iglesia Católica, fue resucitada por las sectas protestantes, y a día de hoy, a groso modo suele presentarse en estas dos vertientes:

O bien sostiene que Nuestro Señor vendrá a la tierra para reinar mil años y tras ellos, regresará al Cielo, o bien, afirma que tras la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, Nuestro Señor establecerá en la tierra un reino material y espiritual sobre el que reinará físicamente, que los justos participarán de este reino mientras los enemigos

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de Dios serán vencidos, y que tras estos mil años, los justos irán al Cielo con Nuestro Señor y los condenados al infierno.

Estas dos ideas, y todas las teorías derivadas que afirmen de alguna forma que la Segunda Venida traerá consigo el establecimiento de un reino en la tierra son herejías declaradas.

¿Cómo podrían entonces los enemigos de la fe engañar a los católicos para hacerles aceptar algo que ha sido condenado por la Santa Iglesia?

Pues muy fácil, por una parte exterminando el catolicismo verdadero y sustituyéndolo por una ficción obra de hombres tal como el catolicismo liberal del que hemos hablado, que fue degenerando hasta llegar a la impiedad actual, logrando con ello la aparición de generaciones enteras de creyentes, totalmente ignorantes de lo que realmente implica su fe.

Y por otra, promoviendo la aparición de multitud de falsos profetas y falsas profetisas tales como Mary Divine Mercy y Vassula Ryden, aumentando el número de falsas apariciones tales como Garabandal, y lo que es más grave, atribuyendo a Santos Católicos y a apariciones verdaderas falsos mensajes, diseñados todos ellos únicamente para engañar y seducir a los católicos y lograr que éstos renegando de la verdadera doctrina de la Santa Iglesia Católica, esperen con entusiasmo la venida del Anticristo como si fuese la de Nuestro Señor, suspiren por un reino celestial en la tierra que nunca llegará y terminen condenándose por caer en el gran engaño del final de los tiempos.

Todos estos mentirosos e hijos de las tinieblas vienen a decir, básicamente, lo siguiente:

Que tras un gran aviso, habrá una gran tribulación y tras ella se producirá la iluminación de las conciencias, que logrará que todos y cada uno de los seres humanos sean conscientes de la gravedad de sus pecados, y el gran dolor que sentirán por ellos los moverá al arrepentimiento, y les preparará para conocer la verdad y unirse espiritualmente a Nuestro Señor que vendrá glorioso como lo ha prometido a instaurar su reino en la tierra.

Todo esto, queridos hermanos, es mentira, es herejía, es exactamente lo que los ocultistas pronostican para la llegada del Anticristo. Por tanto, la razón por la que estas ideas se han difundido por doquier y por la que han salido de la nada estos falsos profetas y profetisas, es precisamente porque son parte fundamental de la iniciación y adoctrinamiento masónico-ocultista de la humanidad para que ésta reciba con honores al Anticristo cuando aparezca.

Si ustedes han caído en este engaño, si por un momento han creído a estos estafadores, arrepiéntanse antes de que sea tarde, confiesen su pecado, vuelvan a la Santa Doctrina de Nuestro Señor que la Santa Iglesia ha custodiado durante dos milenios, y perseveren en ella hasta el fin, pues solo así podrán salvar sus almas. Por eso, Nuestro Señor no ha dejado de advertirnos sobre el gran engaño del final de los tiempos:

“Si alguno os dice: "Mirad, el Cristo está aquí o allí , no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de

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engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho!” (Evangelio según San Mateo, capítulo 24, versículos del 23 al 25)

“He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza.” (Libro del Apocalipsis capítulo 16, versículo 15)

Y como afirma el Apóstol San Pablo:

“Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando digan: «Paz y seguridad», entonces mismo, de repente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta; y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón. (Primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses capítulo 5, versículos del 2 al 4)

No os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra (…) Que nadie os engañe de ninguna manera. (Segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses, capítulo 2, versículos 2 y 3)

Pero pese a todo alguno dirá:

¿Pero no afirman las Sagradas Escrituras que Nuestro Señor reinará mil años con sus santos?

Así es, esto está escrito en el Libro del Apocalipsis capítulo 20 versículos el 1 al 5, pero en este pasaje no se habla de un reino futuro.

De hecho, Nuestro Señor ya ha reinado, ha reinado y le han destronado, de los reinos, de las familias, de los corazones y actualmente, hasta de los mismos templos en los que otrora se le servía, relegando el Sagrario y con él al Santísimo Sacramento en el que Nuestro Señor está físicamente presente al rincón más oscuro del templo, o si todavía está en el centro, dándole la espalda como si se tratase de un mueble más.

La Santa Iglesia Católica y numerosísimos santos y doctores de la Iglesia concuerdan en afirmar, aquello que explica San Agustín de Hipona en su memorable “Ciudad de Dios”:

“De los mil años de que se habla en el Apocalipsis de San Juan (…) debe entenderse (…) todo el tiempo comprendido en el Apocalipsis, es a saber, desde la primera venida de, Cristo hasta el fin del mundo (…) [En ellos] está atado y preso el demonio y encerrado en el abismo para que no engañe a las gentes, (…) a las cuales tenía engañadas antes que hubiese Iglesia, porque no dijo para que no engañe a alguno, sino para que no engañe ya a las gentes, en las cuales, sin duda, quiso entender la Iglesia, hasta que finalicen los mil años (…) [Tras esto] el demonio, suelto, vendrá con todas las gentes que hubiere engañado en todo el orbe

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de la tierra a hacer guerra a la Iglesia, y que el número de esta gente enemiga será como la arena del mar.”

Esto es lo que siempre ha enseñado la Santa Iglesia Católica desde los primeros siglos, y ahora, en el final de los tiempos, la evidencia de los hechos ha confirmado ya no solo su enseñanza, sino también la literalidad de estos mil años. Como escuchábamos al principio de este capítulo en Palabras de Su Santidad León XIII, hubo un tiempo en el que el Evangelio gobernaba los Estados y Nuestro Señor era el Soberano de naciones y almas, el tiempo de la Civilización Católica los aproximadamente mil años que abarcan desde el establecimiento del catolicismo como la religión oficial del Imperio Romano en el año 381 hasta los inicios del renacimiento, a finales del siglo XIII, cuando Satanás hizo resurgir los ideales paganos y comenzó de nuevo a seducir a la Europa Católica hasta llevarla al desastre.

Y esto es históricamente demostrable.

Por ello, los enemigos de la fe no han cesado de criticar y de inventar calumnias y leyendas negras sobre la Edad Media, por ser estos los mil años más gloriosos de la historia de la humanidad.

Así que por favor, hermanos, no crean las mentiras edulcoradas creadas por ellos únicamente para perder sus almas. De nuevo les repetimos: no habrá gran aviso por parte de Dios, no habrá segunda venida para establecer un reinado terrenal, y no habrá tiempo de paz ni tiempo de gloria para los católicos en esta tierra, sino persecución, cruz y en mucho casos martirio.

Nuestro Señor nos lo ha advertido muy claramente, En el evangelio según san Marcos capítulo 13 versículos del 5 al 13.

“Mirad que nadie os engañe. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy", y engañarán a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os alarméis; porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre: esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento.

Pero vosotros mirad por vosotros mismos; os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para que deis testimonio ante ellos. (…)Y entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.”

Esto es lo que garantiza Nuestro Señor para los verdaderos católicos: la cruz en esta vida, en forma de persecuciones, incomprensiones, sufrimientos y en algunos casos hasta martirio.

La vida de los santos es claro testimonio de la cantidad de penalidades que hay que padecer para poder llegar a ser dignos del Reino de los Cielos, y a lo largo de estos

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capítulos han podido comprobar lo sangrienta que ha sido la implantación del Nuevo Orden Luciferino en el mundo, la persecución y martirio que padecieron cientos de miles de católicos, por el simple hecho de mantenerse fieles a su fe, y las terribles consecuencias que este Nuevo Orden ha tenido a nivel mundial en todos los sentidos.

Este es el balance que hace Dom Fray Rafael de Vélez, arzobispo de Santiago en 1825, sobre la revolución francesa y las primeras etapas de la implantación del Nuevo Orden luciferino por medio del liberalismo, en su obra “Planes de la filosofía contra la religión y el estado, realizados por Francia para subyugar Europa, seguidos por Napoleón en la conquista de España y dados a luz por algunos de nuestros sabios en perjuicio de nuestra patria”.

“Dos emperadores y dos reyes asesinados, Luis XVI y María Antonia de Lorena puestos en un cadalso, María Antonia Teresa de Nápoles obligada a abortar, después envenenada, ocho reyes cautivos y obligados a fugarse; multitud de príncipes, soberanos, marqueses, condes, barones, casi todas las testas coronadas de Europa y toda la nobleza de sus estados, todo ha desaparecido, todo a sucumbido a Francia. Dos Papas arrancados con violencia de la Iglesia, confinados a un distrito de Francia, el uno muerto al peso de los tormentos, el otro encadenado sin comunicación con los fieles; el colegio de los cardenales disuelto, algunos de sus individuos arrestados en castillos, el mayor número errante, todos segregados de su cabeza, obispos intrusos colocados en Iglesias ajenas, viviendo aun los legítimos, más de cien mil sacerdotes muertos en los patíbulos y las cárceles, más otros tantos fugados a países lejanos, millones de víctimas humanas: vírgenes, párvulos, ancianos, madres, esposas sacrificados en el seno de sus familias, en sus hogares, en las cuevas, en las batallas, en una guerra de veinte años (…) Los filósofos defendían que era indispensable una matanza general para desterrar la superstición que había introducido en toda la tierra el cristianismo. Todo era necesario, en el juicio de tales hombres, para establecer de un modo firme el reino de la razón y el imperio de la filosofía. ¿La historia general presenta en alguna nación, o en algún siglo, unas escenas tan horrorosas, o unos hechos tan terribles? ¿Cupo en el corazón de alguno de los que nos han precedido hasta la época de los filósofos un sistema tan absurdo, tan sanguinario, tan cruel? ¡Afligida descendencia de Adán! Las fieras son ya más sociables que los hombres. (…)

Estos son los triunfos de la filosofía, los resultados de la nueva ilustración y el horroroso aspecto que presenta la Europa regenerada, ilustrada y reformada. Sobre tantos cetros partidos, coronas deshechas, tronos arruinados y ciudades arrasadas a costa de tantos destierros, persecuciones y martirios de ministros de la religión, sobre las ruinas de tantos monasterios, seminarios, colegios, universidades e iglesias destruidas, se ha erigido el imperio de la filosofía. La cruz de Jesucristo no se encuentra ya sobre la corona de los césares. ”

Siendo estos los primeros pasos del Nuevo Orden Luciferino en el mundo, pueden deducir lo dramática que será su culminación con la venida del Anticristo y la implantación de su reino.

Ahora bien, algunos pensarán:

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“¿Y qué podemos hacer en medio de todo esto? No tenemos ni el poder ni la capacidad para devolver todo a su estado inicial. ¿Hemos de permanecer cruzados de brazos viendo como todo se desmorona?”

Pues claro que no. Ciertamente ni ustedes ni nosotros podremos cambiar el sistema establecido, pero lo que si podemos es esforzarnos, con la ayuda de Dios, por salvar lo que todavía no está perdido, esto es, los sacramentos, y el mayor número de almas posible, empezando por la suya.

Los enemigos de la fe le han arrebatado la Soberanía a Nuestro Señor y su autoridad sobre los estados: devuélvansela ustedes, reconociéndolo como Rey, Soberano y legítimo Dueño y Señor de sus vidas y sus familias, viviendo en oración, y cumpliendo cada segundo su Santa Voluntad, si es posible, con tanta fidelidad y presteza como lo harían los Ángeles del Cielo.

Les han obligado a vivir sumergidos en los principios democráticos y capitalistas, que no son más que la conjunción de todas las herejías existentes y la infracción de todos y cada uno de los mandamientos de la Santa Ley de Dios: tomen, pues, la Santa Ley de Dios como norma de conducta, desterrando el pecado, midiendo sus acciones, palabras y pensamientos, huyendo de las ocasiones peligrosas, despreciando las máximas del mundo y evitando todo aquello que les expone al veneno liberal.

Les han obligado a vivir en la dictadura del capital y a poner el dinero y el trabajo como la primera de sus prioridades: vuelvan a poner a Nuestro Señor como centro de sus vidas y el salvar almas como su primera prioridad, reservando los principales momentos del día para la oración y los sacramentos, y resituando todo lo demás según su Voluntad, ofreciendo a Dios todas sus obligaciones y sacrificios cotidianos para su mayor gloria.

Les han negado la Verdad Salvífica y no hacen otra cosa que bombardearles con falsas doctrinas diabólicas y conductas pecaminosas para llevarles a la perdición: estudien, pues, el Magisterio Tradicional de la Santa Iglesia Católica –los catecismos, los decretos Papales, las obras de los Santos- y pongan por obra todo lo que explican. De esta forma tendrán un tesoro que nadie podrá arrebatarles jamás.

Y ya que quieren arrastrar al infierno al mayor número de almas posible: recen el Santo Rosario cada día y ofrézcanlo junto con sus sacrificios cotidianos y mortificaciones, como la Santísima Virgen ha pedido, por la conversión de los pecadores, el bien de la Santa Iglesia Católica y del Santo Padre Benedicto XVI, y la salvación de las almas.

Si ponen todo esto por obra, y con la ayuda de Dios, perseveran firmes en la fe hasta su último aliento, ni el Maligno, ni los enemigos de la fe podrán nada contra ustedes, y todos sus infernales esfuerzos habrán sido en vano.

Como ven, hermanos, la maldad reinante no es excusa alguna para justificar la tibieza, la pasividad y la inacción, sino todo lo contrario: Cuanta mayor es la maldad, más necesaria se hace la santidad heroica, y puesto que cada día se hace más difícil el mantenerse en el camino de la salvación, el conformarse con una religión de mínimos no les conducirá sino al desastre.

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Si desean ser salvos, han de esforzarse, desde ahora mismo, en llevar en una vida santa, porque nuestro Señor no ha cesado de avisarnos desde la caída de la humanidad en el pecado:

“Si no os convertís, todos pereceréis”, (Evangelio según San Lucas capítulo 13, versículo 5)

Que estos consejos y las lecciones que nos ha dejado la historia, les permitan, con la ayuda de Dios, comprender el tiempo presente y estar prevenidos de los terribles acontecimientos que están por llegar.

Somos Sanguis et Aqua.

Que la paz y sobre todo la verdad de Cristo, estén con todos ustedes.

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Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis

Miserere nobis et totius mundi.


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