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LOS GAJES DEL OFICIO DE MALABARISTA
A ver, a ver: ¡llegó la diversión pilas…!
Con un silbido se anuncia el inicio del espectáculo… Fernando comienza su
trabajo sobre el asfalto en una intersección paralizada por la autoridad en color
rojo que posee el semáforo. Allí está el joven artista que demuestra su destreza
al encender un trozo de madera por sus extremos y dominarlo con astucia. Las
llamas son auspiciadas por el espíritu inflamable de la gasolina que incluso
llega a tocar la epidermis del joven circense. Fernando Salazar pisa el
escenario para ganar algunos dólares y seguir “jalando dedo durante su viaje”
“Yo voy de aquí allá para demostrar a la gente mi arte” Dice aquel hombre
quien apenas hace doce meses dejó de ser quinceañero. Cuando a los 12 años
un joven comienza a dirigir sus pasos al colegio, Fernando veía videos y
estaba junto a un vecino que hacía malabares. En ocasiones su elección no era
el aula sino la mochila de su vecino; y el verde, amarillo, rojo de un semáforo,
que su intención por saber quiénes eran los últimos tres presidentes del
Ecuador que no terminaron su mandato.
Repasando, sus manos terminaban maltratadas, manchadas de negro, no era
señal de realizar las tareas de dibujo con sus compañeros, como lo hacía creer
comúnmente a sus padres, sino efecto del hollín que deja el fuego.
-¿Dónde te metiste? Le dice su madre.
-Por allá, haciendo las tareas.
–ah, bueno. Asentía ella comúnmente.
Que su madre comiera cuento no era por la habilidad del hijo para mentir, sino
que ellos estaban demasiado ocupados quitándose el chuchaqui de la noche
anterior.
Pasado unos años las calificaciones de la escuela no llegaron a 15 sobre 20,
pero en hacer malabares con palos, cuchillos, pelotas, machetes y huevos tenía
sobresaliente.
Se había presentado ante la sociedad con talento, incluso era capaz de capturar
la atención de transeúntes y conductores en las vías de la perla del pacífico.
Cuando llegaba a casa su cuerpo emitía un olor muy fuerte. Al interrogarlo su
padre por su llegada tarde, le terminaba diciendo, ¡lávate para que se te quite
ese aletazo…!
Es claro que el hedor del plomo es singular pero de acuerdo a las ciencias
médicas el sentido del olfato y gusto se apagan cuando el cuerpo está
alcoholizado. Él obedece, y con un poco de agua y deja; como se lo conoce al
detergente por este lado del mundo, apresurado se quita el “tufo” de la
gasolina para poder acogerse al descanso.
Motivado por considerarse “maestro” en hacer malabares decide irse de casa.
El impulso para su decisión fue auspiciado por la ausencia de dinero para
poder viajar y conocer todos los lugares que había mirado del Ecuador por la
televisión.
Han pasado dos años y actualmente el cielo de Quito es lo que mira cuando
arroja los machetes, y las avenidas Shiris y Naciones Unidas su sitio de
trabajo. El clima de la capital es algo indolente en ocasiones, las calles y
veredas, incluso nuestra pequeña sala de entrevista, un metro cuadrado de la
ciclovía, se pierden con la neblina y la noche.
Cuando una brisa helada pasó cerca mío le dije: ¿no sientes frío?, Pues su
vestimenta era un chaleco y unos pantalones recortados hasta las rodillas.
Mirándome con temor como si quisiera esconder algo respondió, ¡Claro pero
ahorita estoy trabajando me faltan “dos dólares” para el cuarto!
Y continuó. Cuando haces un arte de la calle tienes días buenos y malos, hacer
esto es “súper chévere” y la verdad casi conozco todo el país.
Me detuve un instante por el ruido furibundo de un vehículo Toyota 4Runner
al arrancar y le pregunté.
- ¿Después de aquí a dónde viajas?
- Me voy para Colombia.
-¿Y porque para allá?
-Para conocer.
Por lo corto de sus palabras pude comprender que personas como él saben lo
que en verdad quieren; objetivos tan claros que hasta el mejor planificador
envidiaría.
La mayoría de las veces su dedo pulgar se ha convertido en boleto de viajero,
con el que ha recorrido muchos kilómetros. Sus traslados no tienen ni paradas
ni terminales específicos y peor una ruta definida, sólo sigue su instinto.
Su estilo de vida no es tan diferente al de otros, lo que en realidad figura como
singular es que su éxito no está medido por el nivel de aceptación en las
personas y peor aún por la cantidad de dinero que pueda ganar, sino por
cuantas veces puede lanzar y atrapar el machete sin que se le caiga ni se
lastime.
Retrocedo hacia la niñez y recuerdo que cogí el cuchillo de mi mamá con el
que acostumbraba pelar las papas y quise imitar a los malabaristas de un
desfile. Al rato el cuchillo cortó mi brazo izquierdo y lágrimas de sangre
salieron de él. Cuando estas mermaron una grieta de tres centímetros quedó
abierta marcando de por vida mi piel con una cicatriz difícil de ocultar.
Entonces se me ocurrió preguntarle si se había lastimado alguna vez. Comentó
que con el calor y el cansancio de los repasos algunas veces paso.
Aseguró que hacer malabares con machetes y palos envueltos en fuego es
peligroso, pero más fuerte es en el hombre hacer lo que le gusta. Alguna gente
no lo toma como peligroso y es más, a la mayoría no les interesa. En una
ocasión sucedió lo impensado, un machete cortó la mano derecha de Fernando
él artista lo recordó así… -Trabajando en quito me corté profundamente,
sangraba bastante y nadie me ayudó- “los quiteños son unos hijos de puta”
Ellos van en sus “carrazos” y ni bola te paran, pero a veces si hay gente de
buen corazón.
Como todo buen oficio artesanal él aprendió viendo repasando solito,
practicando todas las tardes, haciendo cada vez cosas nuevas, mejorando lo
aprendido; para después de todo pensar en regresar a casa. ¡Regresar...!