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Partícipes en el pacto
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PARTICIPES EN EL
PACTO
Anidrew Kuyvenhoven
Libros Desafio
Partícipes en el pacto
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Copyright © 2004 por Libros Desafío
Partícipes en el pacto
Título original en inglés: Partnership: A Study of the Conveantt
Autor: Andrew Kuyvenhoven
Publicado por CRC Publications
Grand Rapids, Michigan © 1974
Título de la primera edición: Socios de Dios: Un estudio cid Pacto
Traductor: Norberto Wolf
Publicado por SLC
Grand Rapids, Michigan © 1979
Título de la nueva edición: Participe* en el pacto
Traductor: Norberto Wolf
Revisión de estilo: Juan Carlos Martín
Diseño de cubierta: Josué Torres
Para las citas de la Biblia hemos recurrido a la Nueva Versión Internacional © 1999 por la
Sociedad Bíblica Internacional, excepto en caso donde se especifican otras versiones.
Sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, queda totalmente prohibida, bajo
las sanciones contempladas por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento.
Publicado por
LIBROS DESAFÍO
2850 Kalamazoo Ave SE
Grand Rapids, MI 49560
EE.UU.
[email protected] www.librosdesafio.org
ISBN 1-55883-135-5
Impreso en los EE.UU.
Partícipes en el pacto
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CONTENIDO
Prefacio 5
1. Los comienzos 8
2. El Pacto de Gracia 14
3. Vivir con Dios 19
4. Un pacto, dos dispensaciones 25
5. El pacto queda sellado 30
6. Perdón total 35
7. Carta de Cristo 40
8. La era del Espíritu 45
9. La madurez del Nuevo Pacto 50
10. La ley y el Espíritu 55
11. La ley y el amor 60
12. La voluntad de Dios y el Nuevo Pacto 65
13. La comunidad del pacto 70
14. La familia del pacto 75
15. El pacto y la educación 81
16. El pacto y el mundo 86
Índice general 91
Partícipes en el pacto
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PREFACIO
Es un placer poder ver una nueva edición de Partícipes en el pacto, escrita por
Andrew Kuyvenhoven, ahora al alcance de pastores, estudiantes y líderes de la
iglesia en el mundo hispanohablante. En esta parte del planeta, el evangelio sigue
expandiéndose y las iglesias evangélicas siguen creciendo. Este libro ha
demostrado ser una gran ayuda para hombres y mujeres que preparan estudios
bíblicos, sermones y debates de grupo. Debemos prestar más atención a la
doctrina bíblica del pacto. A veces nos olvidamos de la existencia de esta
enseñanza básica de la Biblia. Me atrevo a pensar que algunas de las debilidades de
la comunidad evangélica tienen su origen en el descuido de esta doctrina del
Pacto de Gracia.
La doctrina del Pacto de Gracia afecta a la forma en que comprendemos la
unidad de la Sagrada Escritura, a nuestra perspectiva del matrimonio cristiano y
sus votos sagrados, al sentido de la responsabilidad que los padres tienen para con
los hijos que engendran, y a la comprensión adecuada del evangelismo. Además,
si carecemos de un entendimiento saludable del Pacto de Gracia, no podremos
ver los aspectos importantes que Jesús juega en nuestra redención, ya que él es la
Cabeza y el Mediador del pacto, y por medio de él todos sus beneficios se
distribuyen al pueblo del pacto de Dios.
He tenido la oportunidad de escuchar a muchos predicadores predicar muy
buenos sermones que, desafortunadamente, demostraban tener un entendimiento
deficiente del Pacto de Gracia. Eran predicadores dinámicos en muchos sentidos,
pero sus mensajes hubieran sido mucho más sólidos si hubieran dado a sus
audiencias un mejor entendimiento del entorno bíblico del evangelio, tal como se
encuentra en el Antiguo y el Nuevo Testamento. La doctrina del pacto es el hilo
de oro que hilvana la Biblia completa en una sola y consistente revelación de
Dios, el cual reveló de forma suprema su gracia salvadora en su Hijo, la Cabeza y
el Mediador del pacto.
El autor hilvana con este hilo de oro todo este pequeño libro. Estoy seguro
que será una fuente de iluminación e inspiración para sus lectores. La edición
anterior, que apareció hace más de 25 años, fue reimpresa varias veces; esta
edición posee mucha más claridad que la anterior.
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Tal como el pastor Kuyvenhoven explica, el Pacto de Gracia no sólo es una
profunda enseñanza bíblica, sino que también posee muchas repercusiones
prácticas para la vida cristiana. Cuando los padres de familia llegan a tomar en
serio el pacto, protegen la pureza de su matrimonio, hacen todo lo posible para
criar a sus hijos en la fe cristiana, y consideran a su familia parte del círculo del
pacto, el cual es un modelo a escala de la gran comunidad del pacto a la cual
pertenecen. En cada instancia, Cristo es su Cabeza, y por medio de él todas las
promesas divinas llegan a cumplirse.
El pacto también posee repercusiones prácticas para el evangelismo. En
primer lugar, el evangelio que proclamamos tiene que ver plenamente con
Jesucristo, por medio del cual se restaura a los pecadores (llamados «transgresores
del pacto») a una relación correcta con Dios. Antes de que empiece la nueva vida
en ellos, no tienen el menor interés por Dios ni por su Palabra. Pero una vez que
responden al evangelio, todo se vuelve nuevo. Ahora hacen todo lo posible para
acercarse a Dios, escuchar su Palabra y cumplir su voluntad. En esto consiste el
discipulado, es decir, vivir cada día cumpliendo el pacto y dependiendo del
fortalecimiento del Espíritu Santo.
Una de las cosas más interesantes que el evangelismo ofrece es ésta: cuando
por medio del evangelismo los pecadores se arrepienten y se incorporan a una
nueva relación con Dios en un «Nuevo Pacto», aparecen una nueva serie de
relaciones y se heredan promesas divinas para el futuro. Los hijos de nuestros
hijos llegan a escuchar la Palabra de Dios y el hilo de oro se sigue extendiendo
hacia las generaciones futuras. He aquí el misterio, hay algunos que se rebelan
contra Dios y desertan del pacto. Sin embargo, Dios los mantiene bajo su mirada
y años después —a veces, hasta pasadas varias generaciones— Dios viene a
demostrar que es fiel a sus promesas del pacto y lo hace bajo sorprendentes
circunstancias.
Esto lo ilustran los asombrosos testimonios que he escuchado de parte de
jóvenes cristianos en China. Durante su niñez prácticamente no sabían casi nada
acerca de Cristo y del evangelio. Sus padres no eran cristianos profesos y ellos
crecieron en un ambiente ateo. Pero, entonces, algo misterioso empezó a ocurrir.
Empezaron a recordar viejas historias de familia acerca de la fe cristiana de sus
abuelos. Recordaban las oraciones de su abuela y las anécdotas que sus abuelos
contaban sobre los misioneros que predicaban acerca de un tal Jesucristo. Algo
comenzó a ocurrir en los corazones de estos jóvenes que los condujo a investigar
Partícipes en el pacto
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más. Es muy probable que en una pequeña iglesia reunida en algún hogar, estos
jóvenes hayan escuchado el evangelio y que haya resonado en sus almas de una
forma que nadie hubiera podido imaginar. Los lazos del pacto que habían estado
dormidos durante tantas décadas, volvieron a la vida como los huesos secos que
Ezequiel usó para describir a Israel. Se arrepintieron de la incredulidad en la que
habían sido criados y por la gracia de Dios se incorporaron al Nuevo Pacto y a la
comunidad de la cual Cristo es Cabeza.
Mi esperanza y mi oración es que esta nueva edición produzca en los lectores
un renovado aprecio por la enseñanza bíblica del Pacto de Gracia y pueda
inspirar muchos sermones que fortalezcan la Iglesia del Señor.
Dr. Roger Greenway
Calvin Theological Seminary
Grand Rapids, Michigan
Partícipes en el pacto
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CAPÍTULO 1
Los comienzos
Génesis 3:15; 8:20-9:17
Introducción
La Biblia no es un libro sobre Dios. Tampoco es un libro sobre el hombre.
Más bien revela la relación que existe entre ambos. Cuando abrimos la primera
página, leemos que Dios y el hombre están juntos y que «Dios miró todo lo que
había hecho, y consideró que era muy bueno» (Gn. 1:31). Pero su relación se
rompe ya en el capítulo 3 de Génesis, y no es hasta la última página de la Biblia
que los vemos nuevamente reunidos, y ya para siempre. Esta relación entre Dios
y el hombre recibe en la Escritura el nombre de pacto. Y dado que toda la Biblia
trata de dicha relación, la palabra pacto es la única que entrelaza sus diferentes
partes y hace de la Palabra de Dios una unidad.
Las Iglesias Reformadas siempre han reconocido que la Biblia es, en lo
esencial, la historia del pacto. En muchos aspectos, esta forma de entender la
estructura de la Biblia ha sido su fuerte. Hay algunos grupos e iglesias cristianas
que no saben qué hacer con el Antiguo Testamento. Lo máximo que pueden
hacer con él es considerarlo un documento judío que ofrece información
adicional acerca de la venida del Mesías. Pero la tradición reformada ve en el
Antiguo Testamento la forma en que Dios mantiene el pacto con su pueblo.
Hemos aprendido que el Dios del Nuevo Testamento es el mismo «Dios del
Antiguo Pacto», el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Este mismo Dios es quien
establece un pacto con nosotros, aquí y ahora. Nuestra respuesta a él es
esencialmente la misma que él exigió de su pueblo Israel. Vivir con Dios es
mantenerse dentro de su pacto. Este estilo de vida ya lo conocían los autores de
los Salmos y lo viven diariamente aquellos a quienes «les ha llegado el fin de los
tiempos» (1 Co. 10:11).
Partícipes en el pacto
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Puesto que la tradición de las Iglesias Reformadas entiende así el pacto, no
debe sorprender que en muchas de sus iglesias se canten los Salmos, ya sea en los
antiguos himnos o en los ahora populares cánticos de alabanza y adoración. El
pueblo reformado ha enfatizado también la lectura de la Biblia de tapa a tapa, ya
que es en ella donde encuentra la gran historia del Pacto de Gracia que Dios
estableció. Lamentablemente, sucede también que nuestra «teología del pacto»
llegó a ser un instrumento inadecuado para la lectura bíblica. Esto sucedió
cuando se comenzó a pensar en términos de un esquema de pacto de obras y Pacto
de Gracia, meros conceptos teológicos atempérales. Cuando uno comienza a
pensar en tales términos es fácil que pierda el contacto con el movimiento
histórico presente en la narración bíblica.
Para ver si esta distinción ha causado daño a un lector reformado de la Biblia,
basta preguntarle cuál es la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Pacto (o
Testamento). Por supuesto, el lector sabe que dicha diferencia reside en la
persona y obra de Jesucristo, que en el Antiguo Testamento Jesús estaba oculto,
y que en el Nuevo fue revelado. Pero cuando se le pregunta: «¿qué es el Antiguo
Pacto?», no está seguro de la respuesta apropiada. Algunos se inclinan por decir
que es el pacto hecho con Abraham, pero se detienen y dicen: «no, eso no puede
ser, porque el pacto con Abraham era el Pacto de Gracia, y nosotros también
estamos en dicho pacto». Sin embargo, la distinción más evidente que hay en la
Biblia es la división entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento (o
Pacto). Estos son los dos títulos que la Iglesia ha puesto durante más de quince
siglos sobre las dos colecciones de libros sagrados. Cualquiera que lea la Biblia
por primera vez se preguntará por qué existe tal división. Por lo tanto, todo
cristiano debe conocer el pacto del Sinaí, el Antiguo Pacto, y debe ser capaz de
explicar cuál era su propósito, y por qué fue reemplazado por un pacto nuevo y
mejor.
En el presente estudio no vamos a ocuparnos de la diferencia entre el pacto de
obras y el Pacto de Gracia. Vamos a seguir estrictamente el relato de la historia
del pacto de Dios. Deseamos preservar la unidad del Pacto de Gracia,
entendiéndolo como el concepto clave que mantiene la Biblia unida, sin perder
de vista la diferencia radical que existe entre el Antiguo y el Nuevo Pacto.
Nuestro estudio del pacto no es otra cosa que una ayuda para encauzar la lectura
bíblica. Y la lectura bíblica nos ayuda a vivir según los requisitos del pacto con
Dios.
Partícipes en el pacto
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Antes de Abraham
El énfasis que ha recibido, sobre todo en los últimos años, la diferencia entre
Génesis 1-11 y lo que viene después de Génesis 12 ha sido excesivo. Pese a ello,
no podemos dejar de notar que hay una gran diferencia entre el trato de Dios al
pueblo antes y después del llamado de Abraham.
Génesis 1-11 describe la relación que Dios tiene con todo el mundo. Pero a par-
tir del momento en que Dios llama a Abraham y a su descendencia para ser el
pueblo de Dios (Génesis 12), la Biblia empieza a ocuparse principalmente de la
relación entre Dios y dicho linaje. Desde el patriarca hasta la venida de Cristo, la
consideración o juicio que recibe cada pueblo del mundo viene condicionada por
su relación con Abraham y su descendencia. Desde Génesis 12 hasta Mateo 28, la
Biblia registra la relación de Dios con los descendientes de Abraham. Sólo
después de que el gran Hijo de Abraham, Jesucristo, resucitara de entre los
muertos, volvió Dios a extender sus brazos hacia todas las naciones del mundo.
Por eso, al menos en un sentido, los capítulos 1-11 de Génesis son más
importantes para los que vivimos en el período del Nuevo Testamento que para
los que vivieron en el Antiguo Pacto. Después de Génesis 5 no se vuelve a oír
hablar de Adán hasta que se oye hablar de Jesús. Y la dispersión de las naciones
(Babel) vuelve a cobrar importancia cuando se vuelve a hablar y oír en muchos
idiomas el único mensaje de salvación (Pentecostés).
Es evidente que Génesis 1-2 se ocupa de la relación de Dios con el mundo. En
estos capítulos Dios se revela como el poderoso creador de todo el mundo, y es él
quien lo declara bueno. Y Génesis 3 describe la caída de la humanidad debido a la
desobediencia de Adán y Eva.
Al leer Génesis 3:15, pasaje que solemos considerar la primera promesa de
salvación, conviene tener en mente que Dios está aquí refiriéndose a toda la
humanidad. No es correcto ver en este texto la idea de una batalla continua y
permanente entre dos grupos de gente, los creyentes y los no creyentes. «La
simiente de la mujer» son los hijos de Eva e incluye a toda la raza humana, puesto
que dicha raza está aún en su madre. El texto declara la maldición pronunciada
sobre la serpiente. Dicha maldición es el primer rayo de esperanza para la
humanidad caída. Al comienzo de la historia los descendientes del hombre y la
mujer enfrentan un futuro de lucha contra la «simiente de la serpiente», o sea, el
mal. Todo el futuro de la humanidad queda resumido en la imagen de un hombre
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que lucha contra una serpiente. Ella le muerde el talón al hombre, pero él le
aplasta la cabeza. De esta forma, la maldición sobre la serpiente trae bendición
para los hijos de Eva: Dios pone enemistad entre el ser humano y la serpiente.
Habrá una lucha y, a su tiempo, una victoria. El hombre sufrirá una herida, pero
la serpiente quedará aplastada. El mal y el Maligno serán un día derrotados. No
hay en este texto ninguna elaboración posterior respecto a cómo tendrá lugar la
victoria. No hay promesa alguna acerca de un Salvador, solamente una promesa
de salvación.
Uno podría decir algo más respecto al «pacto» en* este punto: al pecar contra
Dios, el hombre se pone del lado de Satanás, pero Dios pone enemistad entre el
ser humano y la serpiente. Aunque no se lo dice claramente, se da a entender que
Dios vuelve a llamar al hombre a asociarse con él. No habrá enemistad entre
Dios y el ser humano, sino entre el hombre y el mal. Y éste es el único rayo de
esperanza que aparece al comenzar la humanidad su viaje por el espinoso camino
de la historia (para reflexiones posteriores sobre el mismo tema, léase lo que dice
Apocalipsis 12:9 respecto a la caída de la serpiente. Y sobre la lucha con la
serpiente, véase también Romanos 16:20).
El Pacto con Noé
La primera mención de la palabra pacto (berit) en la Biblia se hace en Génesis
6:18, donde Dios le dice a Noé: «contigo estableceré mi pacto». El establecido con
Noé resulta ser un pacto con toda la creación. Noé recibe las promesas de Dios,
pero sus contenidos se extienden a todo el mundo. Dios promete que su ira no
volverá a destruir el mundo. Pese a la situación de pecado predominante, Dios
detendrá el juicio (8:21).
A pesar de la influencia del pecado es posible la vida sobre la tierra. Tal es el
contenido del pacto hecho con Noé. Dios da un orden a la vida y lo mantiene. Él
establece el ciclo regular de las estaciones: «habrá siembra y cosecha, frío y calor,
verano e invierno, y días y noches» (8:22). Dios protege la dignidad y la
humanidad del hombre (9:1-5), y sostendrá la justicia en la sociedad humana (9:5-
6).
Antes de Génesis 12, Dios trata directamente con el mundo entero y con
todos los seres humanos. En el pacto con Noé mantiene al mundo pecaminoso y
caído como escenario sobre el cual desarrollará su plan de salvación. De ahí en
adelante, el mundo entero existe bajo la amenaza de destrucción (el agua) y bajo
Partícipes en el pacto
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la promesa de la fidelidad de Dios (el arco iris). Y este es todavía el escenario de
nuestra vida sobre la tierra.
El agua y el mar aparecen en el Antiguo Testamento como poderes de
destrucción que amenazan la vida sobre la tierra. Los Salmos que alaban la buena
creación de Dios, honran especialmente su sabiduría y su fuerza por haberle
establecido límites al encolerizado mar: «pusiste una frontera que ellas no pueden
cruzar; ¡jamás volverán a cubrir la tierra!» (Sal. 104:9; compárese con 24:1, 2;
89:9, etc.).
Algunos cristianos que viven en países ricos donde la gente paga grandes
sumas por una cabaña a orillas de un lago o con vista al mar, se podrían ofender
cuando leen lo siguiente respecto al maravilloso futuro: «Vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir,
lo mismo que el mar» (Ap. 21:1). Pero dentro del marco de referencia bíblico este
pasaje indica que la última amenaza que pesa sobre nuestra existencia ha sido
finalmente levantada.
Preguntas de repaso
1. El título de esta obra es «Partícipes en el pacto», ¿por qué? ¿Quiénes son los
partícipes?
2. ¿Cuál es el Antiguo Pacto? ¿Es el pacto con Abraham, el pacto hecho en Sinaí
o el pacto de obras?
3. Algunos afirman que pueden encontrar la historia de China, de Rusia y de
otras naciones en el Antiguo Testamento. ¿Qué enseñanza de la lección que
acabamos de estudiar hace que tal descubrimiento sea improbable?
4. ¿Está toda la humanidad realmente involucrada en la lucha contra la «simiente
de la serpiente»? ¿Quién lucha en Romanos 16:20? (¡No olvides que hay dos
participantes involucrados!). ¿Quién libra la batalla en Apocalipsis 12:9? ¿Hay
ya un vencedor de la batalla? ¿Ha terminado ya la guerra?
5. Hay un término mediante el cual la Biblia resume toda la dignidad humana, y
aparece en Génesis 1:27, 9:6 y en Santiago 3:9. ¿Cuál es ese término? ¿Es
aplicable a todos los pueblos sin diferencia de raza, credo o color? Si todos
poseemos esa dignidad, ¿cuál podría ser el significado de Efesios 4:24?
Partícipes en el pacto
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6. Si el agua y el mar ya no son la amenaza para la vida humana que en otro
tiempo fueron (¿o sí lo son todavía?), ¿qué tipo de amenaza sientes que pesa
sobre nuestra existencia? ¿Piensas que la existencia humana se encuentra
amenazada de destrucción? ¿Hay promesas en el «pacto con Noé» que nos
puedan dar consuelo aún hoy?
7. Según esta lección, ¿cuál fue el propósito de Dios al establecer un pacto con
Noé? ¿Estás de acuerdo? ¿Qué hace posible que la sociedad humana pueda
existir, y hasta prosperar, aun después de la caída? ¿Cuál es la causa de la
degeneración en una sociedad como la nuestra?
Partícipes en el pacto
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CAPÍTULO 2
El Pacto de Gracia
Génesis 12:1-3, Calatas 3:6-29
La Biblia habla en sus primeros once capítulos acerca de la relación que Dios
tiene con todo el mundo y todos los seres humanos. Pero en Génesis 12 Dios
comienza a desarrollar su Pacto de Gracia dentro del entorno de la historia
humana. Ahora elige un hombre y su familia, y a partir de ese momento lo que
leemos tiene que ver con la relación de Dios para con sus elegidos. En términos
generales podemos decir que Dios reanuda su trato con toda la raza humana sólo
después de la muerte y resurrección de su Hijo (Mt. 28:18ss), y no antes.
Génesis 12:1-3 es fundamental para comprender el plan de salvación.
Cualquier cristiano que conoce la Biblia debería ser capaz de leer estos tres
versículos y utilizarlos como base para explicar la obra redentora de Dios. Sería
fácil demostrar que el resto de la historia bíblica no es otra cosa que la extensión
de las líneas que comienzan a ser trazadas en estos versículos.
Abraham como socio de Dios
Dios le dice a Abraham: «Yo soy tu Dios y el Dios de tus hijos. Tu amigo será
mi amigo, y tu enemigo, mi enemigo». Dios se identifica con Abraham. Esto
tiene vigencia a lo largo de todo el período del Antiguo Testamento. Se llega a
juzgar a otros pueblos y naciones en función de la actitud que tienen hacia
Abraham y sus hijos. Por esta razón, Dios bendice a Rahab y Rut, pero maldice
al faraón, a los amalecitas y a los filisteos, porque ellos maldicen a Abraham.
Esta perspectiva es extremadamente importante para poder leer la historia del
Antiguo Testamento. Una vez regalé una Biblia a una persona en un hogar de
ancianos. Este hombre tenía aspecto de un antiguo sargento y hablaba muy poco.
Después de una semana le pregunté si le gustaba leer la Biblia. Se quedó
mirándome fijamente y respondió: «Ese tal Josué es un auténtico Hitler».
Partícipes en el pacto
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Desde luego, somos menos rigurosos en nuestro veredicto acerca de las
guerras de Israel. Pero no podemos captar en su justa dimensión todo lo que
sucede en el período del Antiguo Testamento a menos que tengamos en mente la
profunda amistad entre Dios y la familia de Abraham. La actitud de Dios para
con las naciones depende de la actitud de ellas para con Abraham e Israel. «¡Tú y
yo estamos vinculados; tu amigo es mi amigo, tu enemigo es mi enemigo!».
Sin embargo, en el período del Nuevo Testamento, Dios nos juzga a través de
nuestra actitud respecto al Hijo de Abraham, Jesucristo. Hace unos años escribí
un artículo que en parte criticaba al actual estado de Israel. Un lector me escribió
diciéndome que yo debería tener más criterio que el que demostraba al oponerme
al pueblo de Dios, ya que aquel que se opone al pueblo de Dios se opone a Dios.
Pero este lector estaba pensando en términos de Abraham, de Josué y de los
amalecitas. Sin embargo, el reloj de Dios ha seguido marchando. Hubo un
tiempo en que la relación del ser humano con Dios dependía de su actitud para
con Abraham. Hoy, la relación de un hombre con Dios depende de su actitud
respecto a Jesús. Dios se identifica con Jesús. Cualquiera que bendiga a este Hijo
de Abraham será bendecido. Pero cualquiera que maldiga a Jesús será maldecido,
aun si se tratase de un hijo de Abraham e Israel según la carne.
Toda esta historia se encuentra en forma resumida en Génesis 12:1-3. La
totalidad del Antiguo Testamento está allí: la separación de un pueblo para Dios,
la posesión de la tierra prometida, y la sagrada vinculación de Dios con los
descendientes de Abraham a través de los siglos. Pero en estas frases hay mucho
más contenido del Antiguo Testamento para destilar. Aunque pareciera que Dios
está abandonando a las naciones del mundo para favorecer solamente a un
pueblo, está en realidad tendiéndole la mano al mundo perdido. Promete que
hará que las naciones participen de la bendición de Abraham. Y esto sucederá a
través de la SIMIENTE, del Hijo de Abraham. El mensaje del Nuevo Testamento
es que ha llegado el momento en que todos los hombres y todas las naciones
compartan las bendiciones de Abraham.
¿Quiénes son los hijos de Abraham?
Hay cristianos que dicen que el pacto con Abraham ya no tiene validez en el
período del Nuevo Testamento. Pero estos cristianos no han leído la Biblia con el
debido esmero. El Nuevo Testamento no da indicación alguna de que el pacto
con Abraham haya terminado. Mas bien, la pregunta más candente del Nuevo
Partícipes en el pacto
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Testamento es: ¿Quiénes son los hijos de Abraham? ¿Quiénes pueden reclamar la
promesa y la bendición de Abraham?
La cuestión acerca de quiénes son los verdaderos hijos de Abraham fue
abordada ya por Juan el Bautista: «Aun de estas piedras Dios es capaz de darle
hijos a Abraham» (Mt. 3:9). Esto es lo que uno podría considerar la primera etapa
del debate. El énfasis recae sobre el hecho de que los judíos no pueden dar por
sentado su privilegio. Ser hijo de Abraham requiere mucho más que tener los
padres debidos. Es algo que cala mucho más profundo: «Tampoco por ser
descendientes de Abraham, son todos hijos suyos» (Romanos 9:7), dice Pablo.
El mismo Señor Jesucristo discutió este asunto con sus conciudadanos judíos.
«Si fueran hijos de Abraham, harían lo mismo que él hizo...» (Juan 8:39). No se
trata sólo de tener la debida ascendencia judía, se necesita fe en la obra de Dios y
obediencia a su voluntad.
El debate respecto a la cuestión de quiénes son los hijos de Abraham se centra
finalmente en la identidad de Jesús. Él es Hijo de Abraham (Mateo 1:1). De ahí
en adelante, nadie puede considerarse hijo o hija de Abraham a menos que haya
aclarado su relación con Jesús.
Para encontrar la imagen más clara de la enseñanza del Nuevo Testamento
respecto al pacto con Abraham hay que leer el capítulo 3 de Calatas. Aquí Pablo
se ocupa directamente de Génesis 12:1-3, pasaje que hemos calificado como la
afirmación más crucial respecto al plan de salvación en el Antiguo Testamento.
El apóstol dice que en Génesis 12:3 ya podemos leer el evangelio, o sea, las
buenas nuevas respecto al Salvador (Gá. 3:8). Es que en Génesis 12:3 Dios dice
que extenderá la bendición de su pacto a los gentiles. Pero ¿cómo les llega esta
bendición de Abraham? Los gentiles estuvieron siempre bajo la maldición y no
bajo la gracia (la bendición) del pacto. Sin embargo, ahora ya no está sobre ellos
esa maldición, puesto que cayó sobre Jesús: «Maldito todo el que es colgado en
un madero» (Gá. 3:13). Mediante la muerte bajo maldición de la SIMIENTE, del
HIJO, del DESCENDIENTE de Abraham, la bendición de Dios ha llegado a los
gentiles y no sólo a ellos, sino a todos los que creen como Abraham creyó. Todos
ellos serán bendecidos conjuntamente con Abraham. Vemos entonces cómo Pablo
contesta la pregunta candente del Nuevo Testamento: «¿quiénes son los hijos de
Abraham?». Lo hace en esta breve y clásica afirmación: «Si ustedes pertenecen a
Cristo, son la descendencia de Abraham, y herederos según la promesa» (Gá.
3:29).
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Este no es el único modo en que Pablo contesta la pregunta de quién hereda la
promesa del pacto con Abraham. En Romanos 4 dice que Abraham no es ni
padre de los circuncisos ni de los incircuncisos, sino padre de todos aquellos que
creen. Abraham es padre de todos los creyentes (v. 11).
En Efesios 2:11-22 Pablo escribe ese hermoso fragmento en el cual considera
cómo los gentiles (los que no eran judíos) eran antes «ajenos a los pactos de la
promesa» (v. 12), pero ahora son conciudadanos de los santos y pertenecen a la
casa de Dios (v. 19). Mediante la «sangre de Cristo» (v. 13) todas las naciones
comparten la bendita relación del pacto que antes sólo disfrutaban Abraham y
sus hijos.
La Biblia es la historia del pacto
Esperamos analizar más adelante la importante diferencia que existe entre el
Pacto Antiguo del Sinaí y el Nuevo Pacto. Tendremos ocasión de considerar la
pobreza del Antiguo Pacto comparada con la riqueza del Nuevo. Sin embargo, a
esta altura de nuestro estudio hemos llegado a una firme conclusión: a lo largo de
la Biblia se manifiesta un único Pacto de Gracia.
Dios comenzó esta relación de pacto con Abraham y persevera en dicha
relación de amor aún hoy. Cuando se plantea la pregunta: «¿quién pertenece a
este pacto?», la mejor formulación de la respuesta se encuentra en las palabras de
Calatas 3:29: «Si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham».
Este descubrimiento del único Pacto de Gracia es de tremenda importancia
práctica. Por un lado, leer la Biblia significa estudiar la historia del pacto. La
situación cambia y la historia se desarrolla porque Dios la está elaborando. Pero
esencialmente la relación sigue siendo la misma.
Si su matrimonio ha durado veinte años y ustedes todavía son felices, su
cónyuge y usted posiblemente se rían un poco de sus antiguos esfuerzos por
amarse el uno al otro. Las cosas han cambiado muchísimo; ahora conocen y
experimentan dimensiones antes desconocidas. Pero la relación básica no ha
cambiado. En sus inicios, él dijo «yo soy tu esposo», y ella dijo «yo soy tu
esposa». Ese pacto no ha cambiado, ya que es la verdadera constitución del
matrimonio.
Así es también con el Pacto de Gracia. Al principio él dijo: «yo soy tu Dios»,
y ellos dijeron: «nosotros somos tu pueblo». Ésta es la verdadera constitución del
matrimonio. Esta relación se mantiene desde Génesis 17:7 hasta Apocalipsis 21:3.
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Es por esta razón que la iglesia no puede vivir sin el Antiguo Testamento.
Siempre que una iglesia es tentada a prescindir de él, muere como una planta sin
raíces. Igualmente, la iglesia y los cristianos deben comprender que el pacto tiene
una historia (no sólo un desarrollo, sino una historia elaborada por Dios). Como
en el caso anterior, hay un grave castigo para quienes descuidan estos poderosos
actos del Dios del pacto. Una persona que niega su niñez carece de identidad.
Pero alguien que vive constantemente en su niñez tampoco es muy sano.
Debemos estar relacionados con Dios del único modo en que es posible disfrutar
de una relación con él que sea de salvación: a través del Pacto de Gracia. Pero esta
relación nuestra debe ser puesta al día a través de la sangre y el Espíritu de Cristo.
Preguntas de repaso
1. Más de 800 millones de personas, a saber, todos los judíos, los musulmanes y
los cristianos, consideran a Abraham como su padre. ¿Quién tiene razón?
¿Por qué?
2. Cuando Josué guió a Israel hasta Canaán, los enemigos de Israel eran los
enemigos de Dios. ¿Puede decirse lo mismo respecto a los enemigos del estado
de Israel hoy día? ¿Por qué? o ¿por qué no?
3. ¿Puede afirmar con segundad alguna nación moderna que Dios está de su lado?
¿Hay alguna nación que pueda ser considerada la nación del pacto de Dios
después de la obra que Cristo realizó en nuestro mundo?
4. Según Calatas 3:14, la bendición y promesa de Abraham ha llegado a los
gentiles. ¿Cuál es esa bendición? ¿Estás seguro de tenerla? ¿Cómo la recibiste?
5. ¿Lees frecuentemente el Antiguo Testamento? ¿Puedes mencionar pasajes que
te sean de especial ayuda en tu vida como cristiano del Nuevo Testamento?
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CAPÍTULO 3
Vivir con Dios
Selecciones de Génesis 12 hasta 22
Antes de continuar con nuestra consideración de la historia del pacto,
conviene que hablemos acerca de la naturaleza de esta relación.
Vivir dentro del pacto significa, en pocas palabras, vivir con Dios.
Esta vida es difícil de describir. ¿Qué tipo de vida es? ¿Se trata de algo real o es
solamente el fruto de una autosugestión a la que llegamos por medio de nuestra
conversación o de la predicación? ¿Dónde puede uno encontrar modelos para este
tipo de vida? ¿Conoces a alguien de quien puedas decir «esta persona sí que vive
con Dios»? Si puedes, confío en que sea tu padre. Con todo, la verdad es que no
hay muchos modelos en circulación.
Para encontrar un auténtico modelo debemos dirigirnos a la Biblia. Las
Escrituras no son sólo un medio por el cual Dios establece su relación de pacto
con nosotros, sino que también nos brindan ejemplos y modelos de cómo vivir
ante la presencia de Dios.
Contemplemos a Abraham
La extraordinaria vida del pacto comienza con un llamado, tal como sucedió
con Abraham. Dios se dirige a nosotros. Nos llama por nombre. No sabemos
por qué lo hace. Eso depende de su elección. Pero esta elección no es un asunto
secreto: desemboca en un llamado, y uno perceptible: «¡A ti te hablo, Juan! ¡Oye,
María! ¡Tú, Abraham!» Es entonces cuando sabemos que él nos ha elegido, puesto
que nos llama.
Esta palabra de Dios, dirigida personalmente a nosotros, nos arranca de un
modo de vivir y nos introduce en otro. Este otro tipo de vida es la relación de
pacto de la que hemos estado hablando: es vivir con Dios. Pero debemos recordar
Partícipes en el pacto
20
que cuando recibimos el llamamiento a esta vida con Dios, tenemos que
abandonar otro tipo de vida, la que podemos denominar pecadora o alejada de
Abraham sabía bien qué era lo que debía abandonar: «Deja tu tierra, tus
parientes y la casa de tu padre...» (Gn. 12:1). Esto no sólo significaba dejar su
ambiente familiar, sino cambiar un modo de vivir por otro.
Cuando Dios te llama, debes obedecer su palabra. En Génesis 12:4 se describe
la simple obediencia de la fe de Abram: «Abram partió, tal como el señor se lo
había ordenado».
Al leer este versículo, nos sentimos inclinados a fijarnos sobre todo en el
carácter de sacrificio de lo que hizo nuestro héroe Abram. Hablamos entonces
del dolor de la separación, de la ruptura de vínculos, de quemar las naves y de la
valentía de la fe. Nos expresamos de esa manera porque todos entienden este tipo
de lenguaje. Es el lenguaje de la experiencia humana común y corriente. Pero una
persona que sabe lo que es vivir con Dios se da cuenta de que Abraham no
sacrificó nada cuando obedeció al llamado.
¿Qué es lo que Abraham abandonó? Una vida vacía (Jos. 24:2). ¿Qué ganó?
Una vida con Dios. El pasado carecía de valor, pero el futuro rebosaba de
posibilidades y de perspectivas sin fin. Es imposible perder cuando la palabra del
Señor te llama. Obedécele y ve hacia él. Así lo hicieron algunos pescadores (Mr.
1:16-18) y cierto cobrador de impuestos (Mt. 9:9), y así lo han hecho millones de
personas desde aquel entonces. Es cierto que algunos no lo harán porque ya han
realizado su inversión («se fue triste, porque tenía muchas riquezas», Mt. 19:22).
Pero cualquiera que obedece el llamado que viene desde el otro lado de la realidad
recibirá un interés mucho más alto por su inversión: «cien veces más ahora... y en
la edad venidera, la vida eterna» (Mr. 10:29-31).
Un camino escabroso
Teniendo en cuenta las grandes recompensas que se le ofrecen a quien vive
una vida con Dios, la ganancia inicial pudiera parecer decepcionante. En Génesis
12:4 Abram comienza su marcha con Dios, y en Génesis 12:10 leemos que tenía
que desplazarse porque «hubo... hambre en aquella región». Cuando toma rumbo
a Egipto, el granero de Oriente Próximo, se encuentra en posición de temer por
su vida, ya que los faraones eran conocidos como expropiadores de las bellas
mujeres de los extranjeros. Es así que Abram, pionero de los millones que han
sido llamados a vivir en la impresionante presencia de Dios, se encuentra
Partícipes en el pacto
21
acorralado entre el hambre y el miedo al faraón. Tal fue é. comienzo de su
maravillosa asociación con Dios.
Los acontecimientos de este tipo en la vida de quienes han sido llamado? por
Dios tienen un nombre: «pruebas». Al ser llamado por tu Dios a sufrir una
prueba, no has de preguntar por qué. De nada te servirá saber por qué eres
probado. Lo que cuenta es tu actitud al enfrentar la prueba.
Al principio Abram fracasó miserablemente. Hasta nos da cierto consuelo
verlo fracasar. Queda enmarañado en sus propias mentiras, y al final le reprende
el faraón (12:9) (y cuánto nos duele cuando nos reprende alguien que no conoce
al Señor). Nótese que Abraham no responde; tiene vergüenza. Dios le trae luego
de regreso a Canaán. Él nunca defrauda; hasta el faraón se dio cuenta de ello.
Fijémonos también en cómo termina la narración. Si hubiésemos escrito
nosotros el relato, le hubiéramos dado fin con una conmovedora reunión entre
Abram y Sara. Quizá hayan tenido tal reunión, pero ese no es el énfasis que la
Biblia quiere resaltar. La historia de la primera prueba de Abram termina en
Génesis 13:4, con el patriarca de rodillas ante el altar. Los altares son elementos
muy importantes en la vida con Dios. Un vistazo a Génesis 12:4 al 9 nos
mostrará que toda la historia del viaje de Abram desde el Eufrates hasta Betel,
con toda su hermosura y sus peligros, queda resumido en unas pocas frases, sin
mayor descripción. ¡Pero se menciona dos veces que Abram edificó un altar! Es
en el altar donde los partícipes en el pacto se juntan. Allí se encuentra Dios con
sus amigos y allí el hombre se entrega al Altísimo.
Si te interesa avanzar un poco, puedes leer Génesis 13:5 al 19, donde
encontrarás otra prueba que Abram debe enfrentar. En esta ocasión debe aceptar
que Lot se lleve las partes más fértiles de la tierra que Dios le había prometido a
él. Pero, ¿cómo termina el capítulo? Termina mostrándonos a un Abram que
junta piedras del suelo, y nos dice que «Allí erigió un altar al señor» (13:18). Es
que la vida que se vive con Dios no es una que se caracterice por ir de la miseria a
las riquezas. No es ni siquiera una vida en que las cosas pasan de lo bueno a lo
mejor para llegar a lo óptimo. La que se vive con Dios es una vida que va de altar
en altar, hasta llegar al punto en que la relación y la comunión se hacen
inquebrantables: «Llegaré entonces al altar de Dios, del Dios de mi alegría y mi
deleite» (Sal. 43:4).
Partícipes en el pacto
22
Vivir por medio de la promesa
Todas las promesas que Dios le hizo a Abraham se centran en la promesa de
un hijo. Sin embargo, ya desde el principio la Biblia nos aclara que «Saray era
estéril, y no podía tener hijos» (Gn. 11:30). Esta situación continuó durante
veinticinco años. No subestimemos ese dato. Abraham y Saray vivieron durante
casi diez mil días y noches con una promesa incumplida y una pena continua. Las
vidas de quienes viven con Dios están marcadas por la cruz que deben cargar. Es
necesario que la lleves con fe y que continúes confiando en la promesa.
Dios repitió su promesa ocho veces. Al principio la formuló en términos
generales. Dijo que Abraham tendría gran descendencia (12:3, 7; 13:16). Abraham
llegó a pensar que quizá Dios contaría su descendencia a través de su siervo
Eliezer, que siempre había sido como un hijo para él. Fue entonces cuando Dios
precisó más su promesa: «Este hombre no ha de ser tu heredero. Tu heredero
será tu propio hijo» (15:4). El tiempo siguió su curso. Abram y Saray deben de
haber conversado sobre la promesa casi todas las noches. Vieron que la palabra de
Dios abría una posibilidad Abram fuese padre de un niño sin que necesariamente
fuese Saray la madre. Fue así que decidieron tener descendencia a través de
Hagar, la esclava, uno de antiguos métodos de adoptar un hijo (Gn. 16). Más
adelante, cuando Dios vuelve a pronunciar la promesa, le da ya un carácter bien
específico: «Es Sara, tu esposa, la que te dará un hijo» (17:19). Finalmente, Dios
(quien más tarde enviaría su ángel a María para anunciar el nacimiento de su
propio Hijo) se aparece a Sara en persona para decirle que el hijo de la promesa
nacería en la próxima primavera (18:10).
Ya hemos dicho que en la prueba uno no debe preguntar por qué. Pero no
hay modo de evitarlo. ¿Por qué debe este hijo de la promesa venir de un modo
tan imposible, casi ridículo? ¿Por qué toda esta carga durante tantos años? ¿Por
qué, oh Dios, no puede venir el niño con la felicidad y normalidad de los demás?
Dios, sin embargo, no dio ninguna explicación a Abraham y Sara. Su
intención no es que encontremos una respuesta a nuestro «por qué». Su
propósito es que le encontremos a él. A Dios no le interesa tanto que lo
comprendamos, para que podamos entender sus razones; a Dios le importa que
creamos en él, que es lo propio de ser Dios.
La Biblia cuenta que tanto Abraham (Gn. 17:17) como Sara (18:2) se rieron,
con una risa cínica nacida de una desesperada incredulidad. No los juzguemos.
Todo el que tome a Dios en serio y aun así se vea obligado a llevar alguna carga
Partícipes en el pacto
23
día tras día y año tras año, caerá alguna vez. Llorará o se reirá en amargo
descreimiento.
Sin embargo, esa primavera, cuando se inclinó sobre el hijo de la promesa,
Sara pronunció palabras que reflejaban su íntimo gozo en el Señor (21:6). «Isaac»,
susurró, «Risa». Ésta era la risa que Dios había hecho. Dios, que hizo que una
anciana tuviera un hijo, y que hizo que una virgen diera a luz al Hijo de la
promesa, transformará todas nuestras lágrimas en risa cuando cumpla las
promesas a que se aferran los partícipes en su pacto.
Así es la vida
Abraham pasó con éxito su prueba final. Génesis 22:1 usa precisamente el
término «prueba» a fin de que podamos saber cómo interpretar esta narración.
Quien vive con Dios debe siempre renunciar a algo. Abraham tuvo que
abandonar su patria, tuvo que huir de Canaán a Egipto, tuvo que separarse de su
sobrino Lot; además, Abraham y Sara tuvieron que renunciar a cualquier
posibilidad normal de tener un hijo. Solamente cuando hubieron abandonado
todos sus recursos propios, llegaron a descansar en Dios, en forma total y sin
reservas. Abraham demostró esto cuando tuvo que entregar a Isaac.
Se nos hace difícil creer que Dios someta a todo aquel que anda con él a este
tipo de prueba. Hay algo en nosotros que se niega a creer que Dios pueda
demandar tanto; la misma reticencia que tenemos a creer que él quiere dar mucho
más, que él se da a sí mismo.
En su última prueba Abraham se conduce con la serenidad de quien ha
aprendido a vivir con Dios. Todos los que hemos sido llamados a este tipo de
vida de pacto con Dios, debemos aprender a confesar lo siguiente: «Si estoy
contigo, nada quiero en la tierra» (Sal. 73:25). La plenitud de la vida es la vida del
pacto, y el justo vivirá por la fe.
Preguntas de repaso
1. ¿Cómo te llamó Dios?
2. ¿Puedes decir qué realidad encuentras particularmente difícil, y qué otra
especialmente maravillosa, en este proceso de «vivir con Dios?».
3. Dado que no tiene sentido discutir el por qué de las pruebas, y puesto que todo
depende de nuestra conducta durante las mismas, ¿puedes mencionar algunas
Partícipes en el pacto
24
ayudas para soportar dichas pruebas? ¿Conoces algunos pasajes bíblicos
alentadores?
4. ¿Por qué debe nuestra fe ser sometida a prueba «con fuego» (1 Pedro 1:7)?
¿Qué papel desempeña la fe en la relación del pacto? ¿Qué es la fe?
5. Vivir con Dios significa vivir confiando en su promesa. ¿Qué parte de esta
promesa se cumplirá en la vida actual?
6. La promesa hecha a Abraham y a Sara se cumplió en el don de Isaac. Más tarde
Abraham tuvo que renunciar a esta evidencia de la fidelidad de Dios. ¿Qué le
quedaba? ¿Renunció él verdaderamente a Isaac? (Heb. 11:1 7-19). ¿Crees que
Dios demanda de nosotros semejantes evidencias de fe?
Partícipes en el pacto
25
CAPÍTULO 4
Un pacto, dos dispensaciones
Jeremías 31:31-34
Los cristianos han usado desde la antigüedad los términos Antiguo
Testamento y Nuevo Testamento para nombrar sus dos colecciones de escritos
sagrados. No fue Dios quien dio estos nombres a las dos partes de la Biblia;
fueron los cristianos primitivos. Pero tenían buenas razones para elegir tales
títulos. Al hablar del «Antiguo Pacto» o Testamento, se referían al pacto del Sinaí,
y cuando hablaban del «Nuevo Pacto» o Testamento se referían a la relación que
se había establecido a través de la sangre y del Espíritu de Cristo.
Recordemos que cuando hablamos del Antiguo Pacto no nos referimos al
pacto con Abraham ni al pacto de obras, sino que estamos hablando del pacto del
Sinaí.
Es evidente que todo lo que se registra en la primera parte de la Biblia (más
concretamente, entre Génesis 1 y Éxodo 18) no entra bajo el pacto del Sinaí. Para
ser más precisos, es necesario aclarar que el título «Antiguo Pacto» no abarca la
totalidad de la revelación bíblica contenida en los treinta y nueve libros del
Antiguo Testamento. Con todo, los cristianos primitivos escogieron bien cuando
llamaron a los libros sagrados de Israel «el Antiguo Testamento». Lo que ellos
querían decir era que la relación entre Dios y su pueblo descrita en estos libros
estaba determinada y regulada por las leyes e instituciones del pacto del Sinaí.
Pero la relación entre Dios y su pueblo que se describe en los otros veintisiete
libros ha sido establecida a través de un medio nuevo y vital: la sangre y el
Espíritu de Cristo. Es por esta razón que debemos distinguir entre el Antiguo y
el Nuevo Pacto. Nadie que viva bajo el poder del Nuevo Pacto puede vivir bajo
las reglas del Antiguo. Al mismo tiempo, hay una palabra que describe con toda
propiedad la relación con Dios que se manifiesta en las dos dispensaciones. Esa
palabra es «pacto». Esta palabra mantiene a la Biblia unida. En todo momento
nuestra relación para con Dios es una relación de pacto. Pero la historia de esta
Partícipes en el pacto
26
relación pasa a través de dos dispensaciones: la antigua (la del Sinaí) y la nueva (en
Cristo).
El texto clave
El texto clave que establece la distinción entre el Antiguo y el Nuevo Pacto es
Jeremías 31:31-34: «Vienen días —afirma el señor— en que haré un Nuevo Pacto
con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un pacto como el que hice
con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya
que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo —afirma el señor— Este
es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel —afirma el
señor—: pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios,
y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá
nadie a su hermano: «¡Conoce al señor!», porque todos, desde el más pequeño
hasta el más grande me conocerán —afirma el señor—. Yo les perdonaré su
iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados».
Este texto va a ser muy importante para nuestro estudio de los pactos.
Deseamos analizar y entender cada parte del mismo. Es necesario entonces que lo
leamos varias veces y meditemos en su contenido. Comencemos con un breve
análisis de nuestro texto clave.
¿Cuándo se establecerá el Nuevo Pacto? No está definida la fecha. «Vienen
días...» es una frase frecuentemente usada en expresiones proféticas (véase vv. 27 y
38 del mismo capítulo). La fecha es futura e indeterminada.
¿Cuál es el Antiguo Pacto que será reemplazado por el Nuevo? ¿Se trata acaso del
pacto que Dios hizo con Abraham? No, se trata del «pacto que hice con sus
padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto...» La
referencia es al pacto del Sinaí.
¿Qué habrá de nuevo en el Nuevo Pacto? «Pondré mi ley en su mente, y la
escribiré en su corazón». Esta es la característica más notable del Nuevo Pacto,
según nuestro texto clave. Debemos recordar que el pecado más grande de Israel
era la desobediencia. Hay muchos pasajes del Antiguo Testamento en los que
podemos oír las quejas de Dios y leer sus expresiones de ira en contra de su
endurecido pueblo que no quiere obedecer. Israel, en conjunto, se había negado
obstinadamente a escuchar la palabra y la voluntad de Dios. Pero Dios dice: yo
haré un Nuevo Pacto, y entonces ellos harán mi voluntad espontáneamente.
Partícipes en el pacto
27
Aquí encontramos una referencia a la venida del Espíritu Santo a los
corazones de su pueblo. El Espíritu alojado dentro del pueblo de Dios hará que
ellos estén perfectamente dispuestos a hacer su voluntad.
¿Qué otro nuevo elemento aparece? «Ya no tendrá nadie que enseñar a su
prójimo, ni dirá nadie a su hermano: '¡Conoce al señor!' porque todos, desde el
más pequeño hasta el más grande, me conocerán». En otras palabras, el pueblo de
Dios ya no dependerá de la instrucción de mediadores, sino que cada uno tendrá
esa relación íntima con Dios llamada aquí «conocer al señor».
¿Cómo será posible esta riqueza del Nuevo Pacto, este morar del Espíritu en
los corazones de su pueblo, si tenemos en cuenta la pecaminosidad del pueblo?
¿Cuál será la base de la nueva relación? La respuesta aparece en las últimas
palabras de nuestro texto clave: «Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me
acordaré de sus pecados». El perdón completo de todos los pecados purificará al
pueblo de Dios, de modo que puedan llegar a constituirse en un espacio donde
pueda morar su Espíritu.
En resumen, la nueva relación o pacto que se promete aquí a través de
Jeremías reemplazará al pacto del Sinaí. Será un pacto basado en la remisión
completa de los pecados. Será también caracterizado por una presencia abundante
del Espíritu Santo.
Añadido a los rasgos del Nuevo Pacto que van a ser nuevos, hay un aspecto
antiguo que permanecerá. Este aspecto perdurable del pacto es expresado en las
siguientes palabras: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo».
Más allá de todas las novedades de la futura relación de pacto, lo cierto es que
seguirá siendo un pacto. Y la promesa fundamental del Pacto de Gracia es, «Yo
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo». Esta es la promesa solemne, el voto, que se
repite a través de toda la Biblia (por ejemplo, Gn. 17:7; Ex. 29:45; Lv. 26:12; Ez.
37:27; Jn. 14:23; 2 Co. 6:16; Ap. 21:3).
Un pacto matrimonial tiene un voto fundamental: «Yo soy tu esposo, tú eres
mi esposa». La pareja puede vivir una larga y excitante historia a lo largo de su
vida, y su matrimonio puede verse enriquecido de manera tal que, al mirar hacia
atrás, se digan el uno al otro: «comparado con lo que hoy tenemos, éramos sólo
unos niños cuando comenzamos». Pero durante su vida matrimonial sus votos no
cambiaron. Estos votos constituyeron su matrimonio: «Yo soy tu esposo» y «Yo
soy tu esposa».
Partícipes en el pacto
28
Así es también en el pacto entre Dios y su pueblo. El compromiso funda-
mental es el mismo: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo». La Biblia en su
totalidad es la historia de cómo Dios escoge a su pueblo y lo va haciendo cada vez
más suyo. El Esposo busca a su amada y no la abandona sino que lleva toda la
bendita historia a su bienaventurado fin: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la
morada de Dios! Él acampará en medio de ellos; y ellos serán su pueblo; Dios
mismo estará con ellos y será su Dios. El les enjugará toda lágrima de los ojos...»
(Ap. 21:3,4). Al llegar el fin, ellos se habrán encontrado el uno con el otro, y
permanecerán juntos durante la eternidad.
Pero este pacto, aunque es uno solo, tiene dos dispensaciones: la antigua y la
nueva. La nueva es mucho más rica que la antigua. Una persona que vive en la
relación del Nuevo Pacto y mira hacia el pasado puede también decir:
«Comparado con lo que hoy tenemos, éramos sólo unos niños cuando
comenzamos».
Pacto de Gracia
Abraham
padre de
todos los
que creen
en la
PROMESA
(Ro. 4:11)
Los
partícipes
en el pacto
se unen
para
siempre
Jesucristo
LA SIMIENTE
Gn. 12:3; Gá 3:16
La Ley
Muchos sacrificios
El Espíritu
Un solo sacrificio
Partícipes en el pacto
29
Preguntas de repaso
En los capítulos siguientes elaboraremos las implicaciones de esta lección. Por
lo tanto, tendremos oportunidad de volver a los temas de que tratan estas
preguntas. No se preocupe, entonces, si no puede «resolver» todos los problemas
que surjan:
1. ¿Entiendes el gráfico que acompaña este capítulo? ¿Puedes explicarlo? ¿Estás de
acuerdo con la presentación?
2. Como cristiano que vive en el Nuevo Pacto, ¿sientes que realmente es posible
para ti andar más cerca de Dios, tener una relación con él más rica de la que
hubieras tenido de haber vivido en los días de Moisés o de David? ¿En qué
basas dicho sentimiento?
3. Vivimos bajo el Nuevo Pacto, no el Antiguo. Analiza las consecuencias de este
hecho para cada uno de los siguientes puntos:
a. Nuestra obediencia a Dios.
b. Nuestra actitud hacia la ley de Dios.
c. Nuestro nivel emocional cotidiano al trabajar, divertirnos, etc.
d. Nuestro testimonio.
4. «Nadie que viva bajo el poder del Nuevo Pacto puede vivir bajo las reglas del
Antiguo». ¿Cómo calificarías a la persona que se autodenomina cristiana, pero
que sin embargo vive según las reglas del Antiguo Pacto? ¿Qué tipo de cosas
buscarías en su estilo de vida, en sus actitudes, etc.?
Partícipes en el pacto
30
CAPÍTULO 5
El pacto queda sellado
Éxodo 24:1-8; Mateo 26:26-29
El acontecimiento máximo de la historia de Israel fue su liberación de la
esclavitud de Egipto. Mediante ese poderoso acto divino, Dios liberó a la nación
para que le sirviese. No lo hizo para que ellos se convirtieran en sus propios
amos, sino que los consagró como siervos para sí mismo, ya que era él quien los
había puesto en libertad. Israel llegó a ser el amado de Dios, su hijo, su escogido,
su pueblo santo (todos estos son nombres que el Señor utiliza en la Biblia). Y es
esta relación entre Dios e Israel la que quedó sellada o ratificada en el pacto del
Sinaí, al que habitualmente llamamos Antiguo Pacto.
En Éxodo 19:4, 5 Dios utiliza un lenguaje de amor cuando le dice a Israel: «..
.los he traído hacia mí como sobre alas de águila. Si ahora ustedes me son del
todo obedientes, y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas
las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino
de sacerdotes y una nación santa». Hasta tal punto había Dios favorecido a Israel.
Él los sacó de Egipto, los llevó a través del agua y del desierto, y ahora, aquí, al
pie del Sinaí, el pacto va a quedar oficialmente ratificado.
Tenemos una descripción de aquella ceremonia en Éxodo 24. Moisés, el
mediador del pacto, se sitúa entre Dios y el pueblo, y actúa en nombre de ambas
partes. Lee la voluntad de Dios según consta en el «libro del pacto» (v. 7).
Podríamos decir que está "leyendo el contrato". A continuación el pueblo
pronuncia su voto: «Haremos todo lo que el señor ha dicho, y le obedeceremos».
La segunda parte de la ceremonia consiste en la aspersión de sangre. La mitad
de la sangre, tomada de los animales del sacrificio, se esparce sobre el altar (v. 6);
la otra mitad se rocía sobre el pueblo mientras Moisés dice: «Esta es la sangre del
pacto que, con base en estas palabras, el señor ha hecho con ustedes» (v. 8).
Esta es la descripción de cómo se realizó del pacto del Sinaí. Dios ha elegido a
Israel como pueblo propio. Pero él demanda que ellos cumplan su voluntad. El
Partícipes en el pacto
31
pueblo acepta a Dios como Señor y se compromete a serle obediente. El
resonante «sí» del pueblo es la respuesta al «sí» de Dios. La sangre sella el solemne
acuerdo. La mitad de la sangre va al altar, y todo lo que va al altar es para Dios.
La otra mitad es rociada sobre el pueblo. La sangre rociada lleva a cabo la unión
de las dos partes. Este es el vínculo que une al santo Dios con el santo pueblo.
Ayudas externas para la comprensión
Hay muchas costumbres entre diversas razas que pueden ayudarnos a
entender el concepto de pacto. La investigación arqueológica ha demostrado que
en los tiempos de la antigüedad solía ocurrir que una tribu aceptaba a un
poderoso rey como señor y entraba en una relación de pacto con él. Si, por
ejemplo, este poderoso rey los hubiese librado de otro tirano, ellos estaban
dispuestos a ofrecérsele como siervos, sobre la base de un acuerdo. Al establecer
el pacto, el poderoso héroe juraría defenderlos y protegerlos; la gente, a su vez,
prometería obediencia a un determinado código de conducta presentado por su
nuevo gobernante.
Teniendo presente este modelo, notamos similitudes entre este pacto y el que
se efectúa en el Sinaí, donde Dios dice a su pueblo: «Yo soy el señor tu Dios, yo
te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo». Después de esta afirmación se
presenta el código mediante el cual el pueblo servirá al señor que los ha salvado
(los Diez Mandamientos).
Sellar pactos con sangre no era entonces, como tampoco hoy, algo fuera de lo
habitual. Habrás oído de pactos de amistad sellados con sangre entre tribus
indígenas, y aun en ciertos clubes. Los indígenas americanos tenían sus
«hermanos de sangre» y, desde tiempos inmemoriales, muchos jovencitos han
entrado en «pactos secretos» escritos con sangre, o mezclando la sangre de heridas
autoinfligidas.
La ceremonia de sangre que aparece en la Biblia recibe una significación
mayor aún, como es de suponer, debido al concepto de expiación y de
cancelación de culpa relacionado con el mismo. Las ceremonias que involucran
derramamiento de sangre hablan ya de la sangre de Jesucristo.
El sello del Nuevo Pacto
El Nuevo Pacto ha sido sellado con la sangre de Jesús. «... [Jesús] tomo la
copa, dio gracias y se la ofreció, diciéndoles:— Beban de ella todos ustedes. Esto
Partícipes en el pacto
32
es mi sangre del pacto que es derramada por muchos para el perdón de pecados»
(Mt. 26:27; compárese con Mr. 14:24, 1 Co. 11:25: «Esta copa es el Nuevo Pacto
en mi sangre», así como 1 P. 1:2).
Al identificar su sangre como «la sangre del pacto», Jesús hace una referencia
clara a lo que sucedió en el Sinaí. Allí se había usado la sangre del pacto para
sellar la relación del pueblo con su Dios. Aquí el Mesías aparece junto con sus
doce discípulos, los cuales representan al nuevo Israel, así como las doce tribus
conformaban el antiguo Israel. Lo que se va a concretar ahora es un Nuevo
Pacto.
El Nuevo Pacto quedará sellado mediante del derramamiento de sangre. Dios
recibirá la ofrenda de la propia sangre de Cristo. Y así como Moisés esparció
sangre sobre el pueblo, Jesucristo insiste en que todos ellos beban de la copa que
es el Nuevo Pacto en su sangre. «Beban de ella todos ustedes». Es así como los
que participan quedan sellados como pueblo del Nuevo Pacto; ellos son el pueblo
mismo de Dios, sellados para el Padre por la sangre de Jesucristo.
La mesa del pacto
La Santa Cena abarca muchos temas bíblicos aparte del que acabamos de
analizar. De hecho, todo lo que la Iglesia es y anhela ser se halla concentrado en
la Santa Cena. A partir de este sacramento podemos trazar líneas hacia todos los
aspectos de la confesión y vida cristianas. Pero en esta serie de estudios queremos
centrar nuestra atención en la Santa Cena como la ceremonia por medio de la
cual se sella y confirma el Nuevo Pacto. Los que beben de la copa del Nuevo
Pacto en la sangre de Cristo son los que han recibido el favor de Dios, llevados
por él sobre alas de águila. Son el pueblo santo y el reino de sacerdotes. «Yo seré
su Dios», les dice él. Y ellos deben responder con el voto del pacto: «Haremos
todo lo que el señor ha dicho, y le obedeceremos». En nuestro caso decimos:
«presentaremos nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios»
(Ro. 12:1-2). Piensa esto la próxima vez que participes de la Santa Cena. No es
suficiente escuchar la suave música del órgano creando un ambiente de sagrado
silencio. ¡Estamos participando en el sellado y renovación del pacto!
Los participantes del pacto se reúnen alrededor de una mesa. En la antigüedad
la ceremonia del pacto se concluía con una comida solemne. Cuando Jacob y
Labán hicieron un pacto compartieron una señal, un voto y una comida (Gn.
31:44-54). Y en la ratificación del Antiguo Pacto, el del Sinaí, los ancianos de
Partícipes en el pacto
33
Israel subieron a la montaña y tuvieron una comida sagrada con el Señor (Ex.
24:9-11). «Y vieron al Dios de Israel... vieron a Dios, y comieron y bebieron» (en
otra versión, «siguieron con vida»}. Debió de haber sido una «experiencia
cumbre» en más de un sentido. La visión no estuvo acompañada de truenos, o
terremoto, como en Éxodo 19:18ss., sino que Dios estaba con ellos en belleza y
majestad. Ellos eran sus invitados a la mesa. No fueron ni heridos ni
aterrorizados. Tuvieron un banquete con Dios.
Esta comunión del Antiguo Pacto con el santo Dios tiene continuidad y
mayor intensidad en la Santa Comunión del Nuevo Pacto. La comida del pacto
del Nuevo Testamento presenta la forma más profunda de interrelación entre
Dios y su pueblo. La comida de la Pascua y la comida del Sinaí anticipaban
nuestra Santa Cena actual, pero esta es a su vez un anticipo de la comunión final
del banquete nupcial que celebraremos cuando el reino haya venido en su
plenitud. Entonces ambas partes serán una; y lo que Dios ha unido, nadie podrá
separarlo.
Quizá alguien quiera preguntar por qué utilizamos el título «Partícipes en el
pacto» en esta obra, siendo los dos participantes en el pacto tan dispares. Para
contestar a eso hace falta explorar aún más cómo es que «la preciosa sangre de
Jesucristo fue derramada para una completa remisión de todos nuestros pecados»,
y cómo es que este perdón total constituye la base del Nuevo Pacto.
Preguntas de repaso
1. ¿Entregó Dios la ley para que el pueblo pudiera ser salvo, o más bien el pueblo
del Antiguo Pacto recibió la ley puesto que había sido salvado? ¿Cómo
funciona la ley en la comunidad del Nuevo Pacto?
2. ¿Con cuáles de las siguientes afirmaciones estás de acuerdo, o en desacuerdo, y
por qué?:
a. El pacto es un contrato con Dios en el cual cada parte debe ser fiel a sus
promesas.
b. El Antiguo Pacto era un contrato en el cual ambas partes hacían algo; el
Nuevo Pacto es sólo una promesa de Dios que nosotros aceptamos en fe.
Nosotros no hacemos nada.
Partícipes en el pacto
34
c. El pacto es siempre un Pacto de Gracia y de promesa, y el requisito de fe y
de obediencia es siempre parte del mismo.
d. El Antiguo Pacto requería obediencia. Los israelitas no pudieron ofrecer
una obediencia verdadera, por lo cual el Hijo de Dios obedeció en nuestro
lugar. Lo único que hace falta es que creamos que el Hijo ha sido
obediente por nosotros.
3. ¿Experimentas la celebración de la Santa Cena como una renovación del pacto?
Si es así, ¿qué promesas recibes y qué votos haces?
4. ¿Es la participación en la Santa Cena una «experiencia cumbre» para ti y para
la congregación a la que perteneces? ¿Qué es lo que hace que la Santa Cena sea
una experiencia tan intensa?
5. ¿Crees que todos aquellos que con gratitud aceptan la invitación a la Santa
Cena transmitida a través de la iglesia, serán también bienvenidos al banquete
final?
Partícipes en el pacto
35
CAPÍTULO 6
Perdón total
Jeremías 31:31-34, Hebreos 8, 9, 10
El texto clave que hemos utilizado para distinguir entre el Antiguo y el
Nuevo Pacto es Jeremías 31:31-34. En esta profecía Dios prometió que llegaría el
día en que él haría un Nuevo Pacto. En dicho pacto Dios viviría en los corazones
de su pueblo. La abundante presencia del Espíritu Santo dentro de un pueblo
impío será posible debido a que Dios perdonará la iniquidad de su pueblo: «nunca
más me acordaré de sus pecados».
La Epístola a los Hebreos sostiene el Antiguo Pacto, el del Sinaí, ha dejado de
estar vigente y se ha visto reemplazado por el Nuevo Pacto. Este es el mensaje
principal de la epístola. En consecuencia, no causa gran sorpresa que nuestro
texto clave, Jeremías 31:31-34, juegue un papel tan preponderante en Hebreos. Si
ha leído bien los capítulos 8, 9 y 10 de Hebreos, habrá notado que el autor
desarrolla su argumentación en torno a Jeremías 31:31-34.
Un pacto mejor
El Nuevo Pacto es el pacto de los «días finales» (1:1). Ahora Dios nos ha
hablado por intermedio de su Hijo (1:2), quien está más cerca de Dios (1:3) y ha
sido exaltado por sobre todos los ángeles (1:4-14). Con todo, él se convirtió en un
Hijo del hombre y en nuestro hermano (2:17). Su posición puede ser comparada
con la de Moisés, puesto que ambos habían sido colocados sobre la casa o el
pueblo de Dios (3:1-6). Se lo puede comparar también con Josué (3:7-4:13). Pero
Jesucristo es aún mayor que Moisés y mejor que Josué, puesto que gobierna sobre
la casa de Dios como Hijo (3:6) y realmente guía al pueblo de Dios hacia el
descanso prometido (4:8ss.) si su pueblo está dispuesto a escuchar el mensaje del
evangelio y creer en él (3:16-19, 4:11-13).
Partícipes en el pacto
36
La nueva era y el Nuevo Pacto son muy superiores a la era anterior y al
Antiguo Pacto. Ahora todo es «mejor». Cristo es mayor, o mejor, que Moisés y
mediador de un pacto mejor que da una esperanza mejor y una patria mejor,
puesto que está basado en un sacerdocio mejor y en sacrificios mejores. (El
vocablo griego equivalente a «mejor» es utilizado en 1:4; 6:9; 7:7,19,22; 8:6; 9:23;
10:34; 11:16, 35,40; 12:24).
El escritor no sólo dice que todas las cosas son ahora mejores; también indica
que nuestra responsabilidad es mucho mayor. «¿Cómo escaparemos nosotros si
descuidamos una salvación tan grande?» (2:3).
El sacerdote único y definitivo
El Nuevo Pacto ha reemplazado al Antiguo y lo ha cumplido porque ha
aparecido Cristo, el verdadero sumo sacerdote. Él ha borrado de una vez por
todas, mediante un sacrificio completo, todos nuestros pecados. El autor de la
Epístola a los Hebreos, enfatiza ese mensaje de varias maneras. Si bien el énfasis
central es absolutamente claro, los argumentos del autor no son siempre
transparentes. Aun entendiendo su línea argumenta!, la fuerza de sus argumentos
no parece ser siempre demasiado convincente.
El autor formula, por ejemplo, la pregunta respecto a cómo puede Cristo ser
sacerdote, dado que Jesús no era levita. ¿Dónde están, entonces, sus credenciales?
Respuesta: su nombramiento está en el Salmo 110, «Tu eres sacerdote para
siempre según el orden de Melquisedec». Todo sacerdote sirve según algún orden
levítico, pero Cristo lo hace «según el orden de Melquisedec» (5:1-10). ¿Y quién
fue Melquisedec? Se trataba de alguien muy importante. Todos saben que el judío
recibe bendición porque su padre es Abraham. ¿Pero quién es tan grande que aun
Abraham dependió de él para recibir una bendición? ¡Pues Melquisedec! Además,
sabemos que todos los israelitas están obligados a dar el diezmo de todas sus
posesiones a los levitas y sacerdotes, y sin embargo los propios levitas y los
sacerdotes, en su totalidad, dieron diezmo de todo lo suyo a Melquisedec cuando
estaban todavía en Abraham (7:1-10, compárese con Gn. 14:18ss). ¡Qué sacerdote
tan grande y misterioso es éste! A diferencia de cualquier otro sacerdote, aparece
en la historia sin padre ni madre ni genealogía (¡igual que el Hijo de Dios!).
Nosotros diríamos que esta argumentación es extraña. Pero es imposible
equivocarse respecto a su intención: Jesucristo es único en su género. Su persona
es única y su obra no puede ser duplicada. No hay dos como él, y su obra no
Partícipes en el pacto
37
puede ser repetida. El mensaje nos llega con toda claridad: tenemos solamente un
sumo sacerdote para todos los pecadores y un solo sacrificio totalmente suficiente para
todos los pecados. Nótese con cuanta frecuencia el autor dice que Cristo y su
sacrificio tienen el carácter de «una vez para siempre». La ofrenda de Cristo se
efectuó «una vez y para siempre»(10:10), «un solo sacrificio para siempre» (10:12).
Sombra y realidad
Otra línea de argumentación que aparece en Hebreos es la siguiente: vamos de
la sombra hacia la realidad. El Nuevo Pacto revela la realidad, dice el autor; el
antiguo es una mera sombra de esta realidad. Por lo tanto el Antiguo Pacto, el del
Sinaí, era provisional, no definitivo (8:7). El tabernáculo era solamente una copia
de las cosas celestiales. Y las cosas celestiales son las reales, las que Moisés vio
sobre la montaña (Ex. 25:4; Heb. 8:4). Todo lo que sucedía en el Día de la
Expiación no era más que una representación del verdadero chivo expiatorio y
del verdadero sacrificio, a saber, del verdadero Cristo cuya sangre
verdaderamente limpia (7:3ss., 13:llss.) Todos los sacrificios diarios y estacionales
que se efectuaban bajo el Antiguo Pacto eran incompletos, de otro modo ¿por
qué había que realizarlos tan a menudo? En su misma repetición los sacrificios
estaban siempre diciendo: ¡incompleto, no alcanza! ¡insuficiente! ¡más! ¡más!
(10:1-3).
«Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los
pecados» (10:4). Ellos daban una protección y una pureza meramente temporal
(9:13), pero en su totalidad clamaban por el sacrificio verdadero y final. Ahora
Cristo ha venido. Él ha asumido su cargo con un juramento y nos ha santificado
definitivamente a través del sacrificio hecho una vez y para siempre de su propio
cuerpo. ¡Gloria a él!
Así entró Cristo en el cielo mismo. No entró solamente en el lugar santísimo,
que era, repetimos, una mera copia, sino ante la presencia misma del Padre que
está en los cielos. Cristo se sentó a la diestra del Padre para ser nuestro sumo
sacerdote para siempre (4:20; 8:1; 9:12; 9:24-28; 10:12-14). Ya se han disipado las
sombras: se ha manifestado lo real. No nos acercamos a una montaña (Sinaí) sino
a la realidad de Dios mismo (12:18-24). Con gozo y temblor nos acercamos al
«fuego consumidor», a nuestro Dios (12:29). Pero, dado que nuestro sacerdote ha
ascendido, su cielo es ahora el trono de gracia (4:16).
Partícipes en el pacto
38
Lo antiguo y lo nuevo
La promesa del Nuevo Pacto, según nuestro texto clave (Jer. 31:31-34),
consistía en que el Espíritu Santo mora abundantemente en su pueblo, sobre la
base de una completa remisión de todos los pecados. Hebreos dice que esta nueva
era ya ha llegado. Mediante la obra redentora de Jesucristo, que es nuestro único
sumo sacerdote, nuestros pecados han sido cubiertos. Ahora nuestro sumo
sacerdote, el único e irrepetible mediador del Nuevo Pacto, vive para siempre
implicado en salvar completamente a los que le invocan. Dios ha cumplido lo que
dijo a través de Jeremías: «haré un Nuevo Pacto... no será como el pacto (del
Sinaí)... perdonaré su iniquidad y nunca más me acordaré de sus pecados».
En estos días finales Dios ha venido a nosotros en el Hijo. En la cruz de
Cristo se ha dicho la última palabra respecto a nuestros pecados. En la exaltación
de Cristo se ha dicho la palabra decisiva acerca de nuestro futuro. No hay ahora
espacio para el miedo o la incertidumbre.
Sin embargo, si uno no cree en este mensaje del Nuevo Pacto, si no actúa
conforme a él, entonces ya no queda ninguna esperanza: «¿Cómo escaparemos
nosotros si descuidamos una salvación tan grande?» (2:3). No dice «si rechazamos»
sino que dice «si descuidamos». Véase también 4:1,6:4,10:26,12:1, 25. Una vez que
hemos sido hechos partícipes de las realidades del Nuevo Pacto, un regreso al
Antiguo (las copias y las sombras) significaría un desprecio total de la cruz de
Cristo. Sobre tal persona recaerá la ira de Dios (6:4-8).
Es cierto que toda la epístola enfatiza la diferencia entre el Antiguo Pacto
(Sinaí) y el Nuevo (Cristo) [véase los dos círculos de la ilustración que aparece en
la cuarta lección], pero el autor no niega de ningún modo aquella línea sólida del
Pacto de Gracia que recorre la totalidad de la historia. Podemos ver esto más
claramente en ese inmortal capítulo 11. Tanto en los tiempos de la antigüedad
como en estos últimos días Dios ha hablado (1:1), y el ser humano siempre ha
tenido que contestar. La respuesta correcta es tener fe. La respuesta equivocada es
la incredulidad. «La fe», en Hebreos, es la convicción de que la palabra de Dios es
absolutamente confiable. La fe es, por tanto, la motivación para actuar de un
modo confiado y obediente (11:1). Hebreos 11 repasa la historia de la respuesta
de fe desde la creación en adelante. «Por la fe Abel... Enoc... Noé... Abraham...
Moisés... todos los hijos de Dios». Si bien el autor nunca olvida la diferencia que
existe entre el Antiguo y el Nuevo Pacto (11:39, 40), nos coloca en el estadio de
los atletas de Dios y nos hace ver que estamos rodeados de «una multitud tan
Partícipes en el pacto
39
grande de testigos», a saber, los veteranos de la fe del Antiguo Testamento.
Nosotros corremos ahora la carrera que ellos ya terminaron. Pero mientras
nosotros corremos, nuestros ojos están puestos en Jesús (12:1-2). Nosotros hoy
corremos la misma carrera que los santos del Antiguo Pacto, y también nosotros
mismos debemos dar la respuesta obediente de fe que caracteriza al pueblo del
pacto de Dios. Sin embargo, para nosotros todas las cosas son «mejores». Esto es
así porque vivimos y trabajamos bajo las condiciones, privilegios, y obligaciones
de un Nuevo Pacto.
Preguntas de repaso
1. Aquellos de nosotros que pudimos participar en alguna escuela dominical
cuando éramos niños, recibimos la impresión de que en el Antiguo
Testamento las cosas eran «mejores», puesto que Dios realmente hablaba con
voz audible y ejecutaba señales visibles. ¿Cómo es que llegamos a este punto
de vista tan equivocado? ¿Puedes explicar por qué el Nuevo Testamento es
mucho mejor?
2. Para combatir los errores de la teología católico romana, los líderes de la
Reforma de los siglos xvi y xvii citaron siempre los textos mencionados en
esta lección que dicen «una vez para siempre». ¿Por qué? ¿Podríamos aún hoy
citar dichos textos en contra de otros errores? ¿Podríamos citarlos quizá en
contra de los mormones? ¿de los Testigos de Jehová? ¿del demonio? ¿de mi
propia carne?
3. En el Antiguo Testamento el templo y el tabernáculo eran visibles. En el
Nuevo Pacto la presencia de Dios no es visible. Según Hebreos, el templo del
Antiguo Testamento, el arca, la montaña, etc. ¿son la realidad o son la
sombra? ¿Entiendes que el Nuevo Testamento es más real?
4. Cierto pastor utilizó Hebreos 9:27 como base para su predicación y aterrorizó
a los oyentes debido a su énfasis sobre la muerte y el juicio.
a. ¿Por qué es un error predicar sobre Hebreos 9:27 sin utilizar el versículo
28?
b. ¿Cuál es la intención de la comparación entre el versículo 27 y el versículo
28?
c. ¿Es Hebreos 9:27, 28 un texto que te da mucho consuelo, o un texto que te
espanta?
Partícipes en el pacto
40
CAPÍTULO 7
Carta de Cristo
Jeremías 31:31-34, 2 Corintios 3
Dios había prometido, en Jeremías 31:31-34, que haría un Nuevo Pacto con
su pueblo. Este pacto estaría basado en el completo perdón de todos los pecados.
Acabamos de estudiar que es la Epístola a los Hebreos la que especialmente
enseña el carácter total y único del sacrificio de Cristo por nuestros pecados.
Nuestra nueva relación con Dios dentro del Nuevo Pacto tiene su fundamento
en el perdón de los pecados logrado a través de la obra de Cristo.
Sin embargo, el otro aspecto del Nuevo Pacto, la presencia del Espíritu, tiene
una manifestación aún mayor en la profecía del Antiguo Testamento. El texto
clave que hemos estado usando dice dos cosas al respecto: la ley sería escrita en
los corazones del pueblo, y habría un conocimiento inmediato de Dios que no
dependería de ningún ministerio de enseñanza.
Para analizar el cumplimiento de esta parte de la profecía de Jeremías en el
Nuevo Testamento, vamos en primer lugar a 2 Corintios 3. En el contexto del
pasaje el apóstol Pablo dice que él no necesita credenciales que autoricen su
ministerio en el evangelio ante la iglesia de los corintios (v. 1). Su proclamación
del evangelio del Nuevo Pacto a la iglesia de Corinto está escrita en toda la
congregación: «Ustedes mismos son nuestra carta, escrita en nuestro corazón,
conocida y leída por todos. Es evidente que ustedes son una carta de Cristo,
expedida por nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente
no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones. Esta es la
confianza que delante de Dios tenemos por medio de Cristo. No es que nos
consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra capacidad viene de
Dios. El nos ha capacitado para ser servidores de un Nuevo Pacto, no el de la
letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida» (2 Co.
3:2-6).
Partícipes en el pacto
41
La ciudad de Corinto había recibido una carta de Cristo. La carta consistía en
aquellos hombres, mujeres, y niños que formaban la iglesia de aquella ciudad.
Cristo había escrito esa carta, Pablo fue el cartero que la entregó, y los
destinatarios eran todas las personas de Corinto que tuvieron la oportunidad de
encontrarse con los miembros de la congregación.
Esta figura de la carta nos ofrece un pensamiento de gran riqueza, y valdría la
pena considerar cada aspecto de dicha comparación. Pero por ahora nos
limitaremos a las características que son inmediatamente pertinentes para nuestro
estudio del pacto. Su punto más importante —una enseñanza que esperamos
analizar en profundidad— es que, en la situación del Nuevo Pacto, recibir el
evangelio es equivalente a la entrada del Espíritu. La frase, «ustedes mismos son
nuestra carta» significa que la clase de evangelio que Pablo entregó se hace carne y
sangre en los creyentes. La conducta de la congregación hace que el mensaje del
Nuevo Pacto sea legible para cualquiera.
En primer lugar deseamos resaltar el modo en que Pablo contrasta el Antiguo
Pacto con el Nuevo. Es evidente que él está pensando en Jeremías 31:31-34 (y en
otros textos del Antiguo Testamento que discutiremos más adelante) al colocar
los dos pactos uno frente al otro. Véase el cuadro al pie.
Antiguo Pacto Nuevo Pacto
v. 3 «tablas de piedra» v. 3 «tablas de carne»
v. 6 «de la letra» v. 6 «del Espíritu»
v. 7 «el ministerio que causaba v. 7 «ministerio del Espíritu»muerte»
v. 9 «el ministerio que trae v. 9 «ministerio que trae la
condenación» justicia»
v. 11 «lo que ya se estaba v.11 «lo que permanece»
extinguiendo»
v. 14 «el antiguo pacto» v. 6 «un nuevo pacto»
En el resto de este capítulo difícil, profundo y hermoso, el apóstol explica por
qué puede predicar con «atrevimiento» el evangelio del Nuevo Pacto. Él
demuestra la gloria del Nuevo Pacto y de la nueva vida comparando los efectos,
los resultados finales, del Nuevo y del Antiguo Pacto.
Partícipes en el pacto
42
Cuando Dios consumó el pacto del Sinaí, su gloria resplandeció a pesar de que
este pacto llegó a ser, para el Israel pecador, una dispensación de muerte. ¡Cuánto
mayor será el fulgor de la gloria divina en la entrega del Nuevo Pacto! Porque las
vidas de quienes han recibido el Nuevo Pacto también irradian la gloria de la
presencia de Dios.
En la entrega del Antiguo Pacto, la gloria de Dios brillaba en el rostro de
Moisés (v. 7. compárese con Ex. 34:29-35). Por eso Pablo puede decir que, pese a
ser algo provisional, el Antiguo Testamento llegó con el resplandor de la gloria
de Dios. Con todo —y ahora el apóstol utiliza la historia de Éxodo 34 como una
especie de parábola— Moisés no pudo llevar la gloria de Dios al pueblo. El
pueblo bajo el Antiguo Pacto no estaba todavía en condiciones de recibir la gloria
del Señor. Por eso Moisés tenía que cubrirse el rostro cada vez que debía estar
ante el pueblo. Ocultaba la gloria de Dios con un velo.
Y así se ha mantenido la situación para los judíos, dice Pablo:«hasta el día de
hoy tienen puesto el mismo velo al leer el Antiguo Pacto. El velo no les ha sido
quitado, porque sólo se quita en Cristo». El velo cubre la mente de los lectores,
declara Pablo. Lo que quiere decir es que rehusan ver la gloria del evangelio de la
gracia y se aterran a la salvación por obras. En el Sinaí el procedimiento era que
cada vez que Moisés iba a hablar con Dios, se quitaba el velo del rostro (Ex.
34:34). Y hoy en día, cada vez que alguien viene al Señor (ahora se refiere a Jesús)
se retira el velo de la antigua dispensación, de manera que tal persona está ante la
gloria de la presencia de Dios, está ahora en el Nuevo Pacto, en la era del
Espíritu. Es Cristo quien lleva la gloria descubierta de Dios al pueblo. En el
evangelio nos encontramos con él como «El Señor que es el Espíritu» (v. 18). Y
todo esto se afirma en un contexto en el cual Pablo defiende su atrevimiento y su
libertad como ministro del Nuevo Pacto, un atrevimiento que excede la audacia
de Moisés.
El gran cambio
Probablemente haga falta más de una lectura para captar el mensaje de 2
Corintios 3. Y entonces nuestras mentes se quedarán dándole vueltas a esta
pregunta: «¿es realmente el Antiguo Testamento un pacto tan exento de
esperanza que merecería denominarse 'dispensación de condenación'?». En este
caso, como en otros, conviene más dejar de hacer preguntas y continuar
escuchando.
Partícipes en el pacto
43
El Nuevo Pacto trae la era del Espíritu. La Biblia destaca con gran énfasis este
punto, pero nosotros no hemos tenido siempre la paciencia necesaria para dejar
que dicha idea penetre en nuestra mente. Con gran frecuencia la hemos
interrumpido diciendo que el Espíritu Santo también actuaba durante el Antiguo
Pacto. Claro que lo hacía, pero eso no debe llevarnos a pasar por alto una
revelación bíblica mucho más prominente, a saber, que la gloria del Nuevo Pacto
reside en la venida del Espíritu Santo.
La base del Nuevo Pacto es el perdón a través de la sangre de Cristo. La vida
del Nuevo Pacto consiste en el don del Espíritu de Cristo.
Hasta este momento hemos limitado nuestro estudio de la profecía del Nuevo
Pacto a nuestro texto clave, Jeremías 31:31-34. En las profecías de Ezequiel
encontramos claros paralelos a la profecía de Jeremías, y en cada una de ellas la
promesa del Espíritu es la característica más notable del Nuevo Pacto. En
Ezequiel 11:19 leemos: «Yo les daré un corazón íntegro, y pondré en ellos un
espíritu renovado... para que cumplan mis decretos y pongan en práctica mis
leyes. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios». La frase final repite el
voto, la promesa, del pacto: Yo soy su Dios, ustedes son mi pueblo. Como
hemos dicho antes, este es el compromiso fundamental sobre el que se edifica
todo el pacto a través de la historia. La novedad se encontrará en la obediencia
procedente de un nuevo corazón en el cual Dios ha puesto un nuevo Espíritu.
En Ezequiel 18:31 leemos, «Arrojen de una vez todas las maldades que
cometieron contra mí, y háganse de un corazón y de un espíritu nuevos. ¿Por
qué habrás de morir, pueblo de Israel?».
En otras partes encontramos el perdón de las transgresiones y el nuevo
Espíritu como el don prometido para la nueva era. Pero en este texto la promesa
del Nuevo Pacto viene en forma de exigencia: ¡Fuera las maldades, y háganse con
un nuevo corazón! El arrepentimiento y la renovación no sólo son algo que se
da; consisten también en algo que se manda: alejarse de los antiguos caminos y
andar en el camino nuevo.
Ezequiel 36:26 anuncia otra vez el Nuevo Pacto como un don, y el rasgo más
destacado es el nuevo Espíritu: «Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un
espíritu nuevo». Dentro del marco del Nuevo Pacto nuestra relación con Dios
descansa sobre el perdón de los pecados a través de la sangre de Cristo; nuestra
obra la hace el Espíritu de Cristo. Ambas partes son esenciales al Nuevo Pacto, o
Nuevo Testamento.
Partícipes en el pacto
44
Preguntas de repaso
1. Según 2 Corintios 3:18, ahora estamos «mirando a cara descubierta... la gloria
del Señor» (RV60). ¿Qué o quién es esta «gloria del Señor»? Véase también
4:6. ¿Por qué dice Pablo que reflejamos la gloria «con el rostro descubierto»?
2. Según el mismo versículo estamos siendo transformados «con más y más
gloria». ¿Qué quiere decir esto?¿cómo se lleva a cabo? Este cambio de más y
más gloria, ¿incluye también un cambio sorprendente en nuestra conducta y
poder? Compárese con 4:7.
3. Lee nuevamente los nombres que Pablo da al Antiguo Pacto o pacto del Sinaí
(estos nombres están mencionados en el capítulo que acabas de leer). ¿Sientes,
junto con muchos otros miembros de tu iglesia, el impulso de decir
inmediatamente que el Antiguo Pacto no era tan malo y que los Diez
Mandamientos todavía tienen validez? De ser así, ¿por qué piensas que
reaccionamos de ese modo? ¿Es esto bueno o malo? ¿Puedes recordar haber
oído algún mensaje en tu iglesia que hubiera podido ser también predicado
por algún «ministro del Antiguo Pacto»? (consulta 2 Co. 3:6). ¿Es esto bueno
o malo?
4. ¿Por cuál de las siguientes razones llamó Pablo al Antiguo Pacto «dispensación
de condenación» y «de muerte»?
a. Porque nadie podía ser salvo en el Antiguo Pacto.
b. Porque la ley me dice cómo llegar a ser justo, pero no puede hacerme justo.
c. Porque Sinaí sólo demuestra nuestra necesidad, pero no la satisface.
d. Porque en el Antiguo Testamento Dios se ocultó, revelándose sólo en el
Nuevo.
e. ¿Alguna otra razón?
5. ¿Ha oído alguna vez a alguien contrastar la «letra de la ley» con el «espíritu de
la ley»? ¿Qué quiere expresar la gente a través de este contraste? La expresión
viene de una mala interpretación de 2 Corintios 3:6b. ¿De qué está hablando
Pablo cuando contrasta «la letra» (código escrito) con «el espíritu»?
Partícipes en el pacto
45
CAPÍTULO 8
La era del Espíritu
Ezequiel 37:1-14, 47:1-12; Juan 7:37-39
Si preguntas cuál es la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Pacto,
encontrarás que por lo general muchos creyentes te darán sólo la mitad de la
respuesta correcta: que en el Antiguo Pacto la relación con Dios dependía de
muchos sacrificios y ceremonias, pero que en el Nuevo Pacto somos
reconciliados con Dios a través del sacrificio único de Jesucristo en la cruz. Esta
es una excelente respuesta dentro de lo limitado de su alcance. La segunda mitad
de la respuesta debería ser: en el Nuevo Pacto Dios ha enviado su Espíritu para
obrar en nosotros una nueva obediencia.
Estos dos grandes beneficios del Nuevo Pacto, el perdón total y el nuevo
espíritu, son ambos resultado de la obra de Jesús. Por medio de su muerte obtuvo
nuestro perdón; por medio de su vida nos ha dado el nuevo espíritu. Mediante su
humillación nos quitó de encima nuestra maldición; mediante su exaltación nos
dio un nuevo poder para una nueva vida. Puede que no sea tan malo dar una
respuesta correcta a medias, ¡pero es algo realmente devastador tener a Cristo
solamente a medias!
En nuestra lección anterior comenzamos a estudiar cómo la profecía del
Antiguo Testamento que habla de la venida del Espíritu se cumplió en el Nuevo
Pacto. Ahora nos toca dedicar esta lección y la próxima al mismo tema.
Ezequiel 37
Esta visión dramática de Ezequiel pertenece a la parte más conocida de su
libro. La situación de Israel, disperso y exiliado, se compara con un valle lleno de
huesos secos, y refleja la situación de muerte del pueblo. A veces decimos de una
comunidad —o aun de una iglesia— que «está más muerta que un cadáver». En la
visión de Ezequiel dicho estado se describe así: «Había muchísimos huesos en el
Partícipes en el pacto
46
valle, que estaban completamente secos». Israel resurge de su tumba cuando el
viento, o aliento, o Espíritu de Dios, sopla sobre ellos por la palabra del profeta.
Debemos recordar que las tres palabras («aliento», «viento», y «espíritu») son
todas traducciones de un mismo término hebreo. El Espíritu de Dios es el aliento
de Dios y cuando sopla sobre las personas, ellas vuelven a la vida. Esto trae a
nuestra memoria la creación del ser humano (Gn. 2:7) y a Jesús comisionando a
sus apóstoles (Jn. 20:22). El himno «Santo Consolador, tu aliento pon en mí»
formula una oración al Espíritu Santo en un lenguaje verdaderamente bíblico.
La visión de los huesos secos, que se transforman en una multitud de gente
por el aliento de Dios, es otra dramática profecía de la era del Espíritu que se
acerca. Esta visión presenta la misma promesa de la era del Espíritu que
encontramos en los textos de Ezequiel citados en la lección anterior.
Hay que admitir, sin embargo, que no todos estarán de acuerdo con nuestra
interpretación de la visión. Algunos dirán que la misma tiene que ver: (a) con el
regreso de los exilados de Babilonia y de Asiría; o (b) con el regreso de Israel a
Palestina en el milenio; o (c) con la resurrección del cuerpo en el último día,
cuando todas las tumbas sean abiertas.
No dudamos que la visión habla del ilimitado poder del aliento de Dios que
restaurará y volverá a dar forma a nuestros cuerpos en el último día. Pero no es
ese su tema principal. Tampoco negamos que la visión describe la reunión de
Israel, de las doce tribus en su totalidad. Precisamente así es como los versículos
11 a 14 la explican. Pero no debemos formular todo tipo de extrañas teorías
respecto a las «tribus perdidas de Israel», y cómo han de ser reunidas en una fecha
futura. Debemos preguntar qué es lo que entiende el Nuevo Testamento por la
restauración de Israel. El Nuevo Testamento es nuestra norma para la
interpretación del Antiguo, y nos enseña que Dios está ahora reuniendo un
pueblo para sí mismo en Jesucristo y sobre el fundamento de los doce apóstoles.
La iglesia del Nuevo Pacto es la continuación del pueblo del Antiguo Pacto. Por
eso decirnos que el Espíritu de regeneración presente en Ezequiel 37 es el Espíritu
de Pentecostés. Y el único rey, «mi siervo David», que reinará sobre el Israel
reunido, según Ezequiel 37:24, es el Señor Jesucristo. Él está gobernando su
pueblo en este mismo momento.
En la profecía del Antiguo Testamento el advenimiento del Espíritu coincide
con la restauración de Israel. En el cumplimiento del Nuevo Testamento, la
reunión de Israel comienza a tener lugar después del día de Pentecostés. Esta es la
Partícipes en el pacto
47
forma en que los primeros cristianos experimentaron lo que Dios estaba
haciendo. (Véase la interpretación que da Santiago a Am. 9:llss y en Hch.
15:15ss). Pero no debemos perdernos en este tema, ya bastante amplio de por sí.
Bástenos recordar una cosa más: nuestro texto clave, Jeremías 31:31-34, dice que
el Nuevo Pacto se establecería con «el pueblo de Israel y la tribu de Judá». En
otras palabras, Jeremías también dijo que el Nuevo Pacto se establecería con un
Israel reunido.
Nosotros ya hemos aprendido, a partir de nuestro estudio de Hebreos y de 2
Corintios 3, que este Nuevo Pacto está en vigencia ahora; la profecía de Jeremías
se ha cumplido. Dios ya ha restaurado a su pueblo. En este momento él está
reuniendo a los hijos de Abraham de todas partes del globo. La Iglesia del Señor
es ahora el Israel de Dios. Dios pone un nuevo Espíritu dentro de los suyos. Ellos
son su pueblo, él es su Dios.
Agua de vida
Otra visión bien conocida en el libro de Ezequiel es la que se halla en el
capítulo 47. El agua fluye desde el templo y forma un río que va haciéndose cada
vez más profundo. Este agua lleva vida aun a lugares tales como el Mar Muerto
(vv. 9,10).
Podríamos comenzar aquí una discusión respecto al momento histórico en
que se cumplió esta promesa del Señor. ¡Hasta hay quien ha hecho mapas del río
que algún día fluirá desde el templo reconstruido en el milenio! En esencia, la
visión del río portador de vida que fluye desde el templo habla del mismo tema
que la visión acerca del Espíritu que hace revivir los huesos muertos del capítulo
37. La figura del agua se usa frecuentemente en la Biblia para referirse a la obra
del Espíritu, ya que tanto el agua como el Espíritu traen vida.
Respecto a esto no olvides leer las palabra proféticas del Isaías 44:3-5. En el
versículo 3 podemos ver muy claramente cómo se usan los términos «agua» y
«Espíritu» para describir la misma realidad: «Regaré con agua la tierra sedienta, y
con arroyos el suelo seco; derramaré mi Espíritu sobre tu descendencia». En el
versículo 5 encontramos una predicción de lo que vemos hoy en día: que tanto
los africanos como los americanos, tanto los europeos como los aborígenes, tanto
los asiáticos como los isleños, se han transformado en hijos de Jacob. Se llaman a
sí mismos Israel porque son el pueblo de Dios.
Partícipes en el pacto
48
Así pues, encontramos toda una cadena de profecías del Antiguo Testamento
que hablan del Nuevo Pacto, y el gran acontecimiento de dicho pacto es un
derramamiento del Espíritu de Dios. Añádase a estas profecías la de Joel 2:28:
«Después de esto derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano...» Este
texto es muy conocido, ya que Pedro lo citó en Pentecostés (Hch. 2:17). Ese día
marcó el comienzo de la era del Espíritu. Dios comenzó a reunir a su pueblo del
Nuevo Pacto.
No cabe duda de que debemos estudiar aún más este tema; pero se hace cada
vez más evidente que hubo un tiempo, el del Antiguo Pacto, en que Dios no
había derramado el Espíritu todavía. Luego llegó otro tiempo, el del Nuevo
Pacto, en que sí derramó el Espíritu Santo. Parece entonces que la diferencia
entre el Antiguo y el Nuevo Pacto es más importante de lo que muchas veces
pensamos o predicamos. Cierto que es preciso tratar de mantener toda la Biblia
unida, en tanto que toda ella es la historia de un pacto: el Pacto de Gracia. Pero
también es necesario un profundo aprecio por la gran diferencia que hay entre el
Antiguo y el Nuevo Pacto. La diferencia no está solamente en el sacrificio de
Cristo, sino también en el Espíritu de Cristo.
En Juan 7:37-39 se nos dice explícitamente que hubo una dispensación en la
cual el Espíritu Santo todavía no había venido, y que habrá una era en la que sin
duda el Espíritu Santo morará en el corazón de los creyentes. Tras la promesa de
Jesús, «De aquel que cree en mí... 'brotarán ríos de agua viva'», el evangelista
añade en el versículo 39 una palabra de explicación: «Con esto se refería al
Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él. Hasta ese
momento el Espíritu no había sido dado, porque Jesús no había sido glorificado
todavía».
Por medio de su sufrimiento y muerte Cristo obtuvo el perdón para su
pueblo como base para una nueva relación (pacto) con Dios. A través de su
exaltación (resurrección, ascensión) él obtuvo el poder celestial, el Espíritu de
Dios, para los que creen en él. Durante el tiempo en que Jesús cumplía su
ministerio terrenal, dice Juan que todavía «el Espíritu Santo no había sido dado».
Partícipes en el pacto
49
Preguntas de repaso
1. ¿Es posible para un cristiano o para una iglesia cristiana vivir con «Cristo a
medias»? Si tal cosa fuese posible, ¿qué resultado acabaría dando?
2. Uno de los medios que puedes utilizar para averiguar si tu congregación
realmente sabe que está viviendo en la era del Espíritu, es hacer la siguiente
pregunta: «¿Dónde mora Dios?». Si hay una convicción general de que él vive
en el edificio de la iglesia (la «casa de Dios», el «santuario») puedes estar seguro
de que todavía quedan muchas ideas del Antiguo Pacto que tu comunidad
debe superar. ¿Cuál es la situación del grupo al que pertenece?
3. Según Juan 7:37-39, la persona que viene a Jesús no sólo encuentra salvación
(satisface su sed), sino que también recibe una fuente dentro de sí para
satisfacer la sed de otros. ¿Es esto lo que captas del texto? ¿Quiere decir esto
que una vez que tenemos al Espíritu Santo ya no necesitamos a Jesús?
Partícipes en el pacto
50
CAPÍTULO 9
La madurez del Nuevo Pacto
Gálatas 3:1-5, 1 Juan 2:12-29
El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad. Él es Dios y por
consiguiente ha estado actuando eternamente. Aparecen menciones al Espíritu a
lo largo del Antiguo Testamento, especialmente en las obras de la creación (Gn.
1:2, Sal. 104:30) y de consagración (Nm. ll:16ss., 1 S. 16:13, etc.). Pero así como el
Hijo eterno vino a la tierra en un momento determinado de la historia para
ejecutar su labor redentora, del mismo modo el Espíritu vino a la tierra en un
momento determinado de la historia: el día de Pentecostés, después de que Jesús
volviese a la gloria del Padre.
Juan y Jesús
A fin de poder apreciar la transición de lo antiguo a lo nuevo, deberíamos
prestar atención a la diferencia que hay entre la misión de Juan el Bautista y la de
Jesús. Juan explica esta diferencia mediante las siguientes palabras: «Yo los
bautizo a ustedes con agua para que se arrepientan... Él los bautizará con el
Espíritu Santo y con fuego» (Mt. 3:11). «Yo los he bautizado a ustedes con agua;
pero él los bautizará con el Espíritu Santo» (Mr. 1:8, Le. 3:16; compárese con Jn.
1:33). Lo nuevo que el Mesías va a traer consiste en el bautismo del Espíritu. El
Cristo es el Cordero que quita los pecados del mundo (Jn. 1:29) y es también
quien desata el nuevo poder, el poder del Espíritu, sobre el antiguo mundo.
El autor del libro de los Hechos cita nuevamente estas palabras de Juan en las
frases iniciales (1:5) con la clara implicación de que el bautismo del Espíritu es
precisamente el suceso que tuvo lugar el día de Pentecostés, según la narración
que encontramos en Hechos 2.
Queda todavía un evento más en el libro de Hechos que subraya con claridad
que la diferencia entre la antigua y la nueva era es la diferencia entre no tener el
Espíritu de Dios o tenerlo. En Hechos 19 Pablo encuentra algunos «discípulos»
Partícipes en el pacto
51
en Éfeso que habían sido bautizados con el bautismo del arrepentimiento, a
saber, «el bautismo de Juan». Ellos no habían hecho todavía la transición a la
nueva era y al Nuevo Pacto. Pablo lo averigua al preguntar: «¿Recibieron ustedes
el Espíritu Santo cuando creyeron?». La posesión del Espíritu Santo es lo que
certifica haber entrado en la nueva situación.
Mientras Jesús estaba en la tierra, en forma de siervo, «el Espíritu no había
sido dado [todavía]» (Juan 7:39). Pero cuando los apóstoles salieron a predicar las
nuevas de la muerte y resurrección de Cristo, la nueva era ya había llegado en su
plenitud. Entonces la gente que creía en Jesús era bautizada en Cristo:
compartían los beneficios de su muerte y de su resurrección. Por medio de la
muerte de Cristo las cosas viejas pasaron. A causa de la resurrección de Cristo la
nueva vida del Espíritu llegó a ser posesión de los creyentes. Ahora se
encontraban en el Nuevo Pacto. La realidad de que poseían el Espíritu era prueba
del cumplimiento de la profecía de Jeremías.
El evangelio y el Espíritu
Conviene señalar que a lo largo del Nuevo Testamento no existe la menor
duda acerca de que la llegada del evangelio de Cristo implicaba el don del
Espíritu. La congregación bautizada es una congregación del Nuevo Pacto, «una
carta de Cristo... escrita con el Espíritu del Dios viviente... en los corazones» (2
Co. 3, capítulo que ya hemos analizado).
Tanto si leemos las crónicas de la marcha del evangelio (Hechos) como las
cartas dirigidas al pueblo que creyó en este evangelio, vemos la premisa general
de que todos los que aceptan a Jesucristo reciben el Espíritu Santo. «En él
también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo
la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo
prometido» (Ef. 1:13). Esta es la regla general. Esta es la forma en que uno llega a
vivir en la relación del Nuevo Pacto de Cristo.
Es posible que para algunos de nosotros esto pueda ser un descubrimiento,
pero para los escritores del Nuevo Testamento era el resultado evidente de
aceptar el evangelio. Y para la persona que había entrado en este pacto de fe en
Cristo, hubiera sido una estupidez y algo condenable desear un regreso al pacto
del Sinaí. Es por esta razón que Pablo se acalora tanto en contra de los apóstatas
presentes entre los gálatas (3:1-5). En el v. 1 dice: «¡Gálatas torpes! ¿Quién los ha
hechizado a ustedes, ante quienes Jesucristo sacrificado ha sido presentado tan
Partícipes en el pacto
52
claramente?». Y se refiere a personas que han oído el evangelio, las buenas nuevas
del fin de la antigua era. Continúa el v. 2: «Sólo quiero que me respondan a esto:
¿Recibieron el Espíritu por las obras que demanda la ley, o por la fe con que
aceptaron el mensaje?». Podríamos parafrasear: «No estoy preguntando si ustedes
tienen el Espíritu: eso es evidente. Solamente pregunto esto: ¿lo recibieron por las
obras del Antiguo Pacto, o por el oír y creer el evangelio del Nuevo Pacto?».
Los dos elementos inseparables de la vida del Nuevo Pacto son la fe en Jesús,
que fue crucificado para perdón de los pecados, y la unción del Espíritu de
Pentecostés. Ambas cosas se encuentran en la profecía de Jeremías y nunca
aparecen aparte la una de la otra en la enseñanza del Nuevo Testamento.
La congregación adulta
Una vez sellado el Nuevo Pacto, el sacerdote levita debe retirarse. Esto es lo
que hemos leído en la Epístola a los Hebreos. Pero incluso como maestro, como
instructor del Antiguo Pacto, el sacerdote ha dejado de ser necesario. Jeremías
había profetizado: «Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a
su hermano: ¡Conoce al señor! Porque todos, desde el más pequeño hasta el más
grande, me conocerán —Afirma el señor— «(Jeremías 31:34).
Tal vez sea nuestro concepto de la sociedad democrática el que hace difícil que
podamos apreciar la fuerza de la profecía de Dios que declara que él derramará su
Espíritu sobre toda carne, o sea sobre toda clase de gente.
Hoy en día se nos hace difícil imaginar hasta qué punto, en el mundo antiguo,
la mayoría de la gente dependía del conocimiento de unos pocos, especialmente
en lo que se refiere al camino de Dios. El «doctor de la ley» y el «escriba» eran los
únicos que podían leer y escribir la ley para el pueblo. Se sentaban en la cátedra
de Moisés y todo dependía de ellos, los mediadores. Y hay que añadir a esto la
necesidad de cumplir con los sacrificios del pacto del Sinaí. Sin la ayuda del
sacerdote, el miembro del Antiguo Pacto no podía conocer a Dios ni encontrarse
con él. Y entonces llegó el Nuevo Pacto: por medio de Jesucristo cualquier
persona puede acercarse directamente a Dios y, también por medio de Jesucristo,
Dios se acerca directamente al creyente. La promesa de Joel 2:28: «Derramaré mi
Espíritu sobre todo el género humano» suena como algo imposible a los oídos del
Antiguo Pacto, pero se transforma en realidad en el Nuevo. La sangre de Cristo
es el portal a través del cual todos entran a la presencia de Dios; el Espíritu de
Cristo los unge a todos para convertirlos en sacerdotes.
Partícipes en el pacto
53
Toda dependencia del maestro y del mediador ha llegado a su fin.
Encontramos una clara descripción de esta nueva situación en la Primera Carta
de Juan. Es una carta escrita en plena conciencia de que esta es «la hora final».
Esto significa que el ataque del mal es ahora más feroz que nunca; pero significa
también que el poder a nuestra disposición es inigualable. «Estas cosas les escribo
acerca de los que procuran engañarlos. En cuanto a ustedes, la unción que de él
recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción
es auténtica —no es falsa— y les enseña todas las cosas». (1 Jn. 2:26,27). Este
conocimiento y este Espíritu han venido sobre toda carne: «... a ustedes, padres,
porque han conocido al que es desde el principio... a ustedes, jóvenes, porque han
vencido al maligno... a ustedes, queridos hijos, porque sus pecados han sido
perdonados por el nombre de Cristo» (1 Juan 2:12-14).
Es cierto que Juan dice en el mismo pasaje: «Permanezca en ustedes lo que
han oído desde el principio» (2:24). Esto significa que en el Nuevo Pacto hay
también una instrucción básica que debemos seguir. Con esta carta Juan exhorta
a sus lectores: «permanezcan en él», «permanezcan en la verdad» y «permanezcan
en amor». Permanecer en Jesucristo es la condición necesaria para poder
compartir continuamente la unción del Espíritu. Además, a lo largo del Nuevo
Testamento es evidente que la instrucción y la exhortación, incluso la dedicación
especial de ciertas personas a esas tareas, no está en desacuerdo con el Espíritu del
Nuevo Pacto ni con el conocimiento independiente del Señor que los cristianos
maduros tienen. Pero nunca debe existir una dependencia del instructor similar a
la que el pueblo del Antiguo Pacto tenía para con sus sacerdotes y maestros. El
Nuevo Pacto trae libertad en el Señor mediante el Espíritu del Señor.
En nuestro próximo capítulo vamos a considerar hasta qué punto esta nueva
era afecta las leyes del Antiguo Pacto y nuestra obediencia.
Preguntas de repaso
1. Si Pablo les formulara a ustedes la pregunta que aparece en Hechos 19:2 ¿cómo
la contestarían?
2. El bautismo cristiano, ¿significa también arrepentimiento, o solamente la
recepción del Espíritu? (Herí. 22:16).
3. ¿Cómo reaccionas ante Calatas 3:1-5 si te basas en el análisis hecho
anteriormente? ¿Te sorprende que Pablo no dude que los gálatas hayan
Partícipes en el pacto
54
recibido el Espíritu, y que sólo les pregunte cómo lo han recibido, si por
medio de la enseñanza del Antiguo Pacto o de la predicación del Nuevo
Pacto? ¿Es evidente que nosotros tenemos el Espíritu? ¿Sabemos cómo lo
hemos recibido? ¿Puede una persona o una iglesia recibir al Espíritu por
medio de las obras y de la instrucción del Antiguo Pacto?
4. ¿Cuál es la diferencia entre los oficios ministeriales del Antiguo Pacto y los del
Nuevo Pacto? ¿Cuan esenciales eran dichos cargos bajo el pacto del Sinaí, y
cuál es su función ahora?
5. ¿Puedes demostrar que fue el regreso de la iglesia a las inmaduras formas del
Antiguo Testamento lo que hizo necesaria la Reforma del siglo xvi?
6. ¿Eres quizá miembro de una iglesia en la cual el pastor, y sólo él, lo sabe todo?
¿Cómo sería considerada una iglesia tal por San Pablo y San Juan?
Partícipes en el pacto
55
CAPÍTULO 10
La ley y el Espíritu
Mateo 5:17-20, Romanos 8:1-14
Ya hemos visto que hay una profunda diferencia entre el Antiguo y el Nuevo
Pacto. Si como individuos o como iglesia negásemos esta diferencia y viviésemos
como inmaduros hijos del Antiguo Pacto, encontraríamos la ira de Dios. Pero,
igualmente, si en nuestra vida personal o en la enseñanza de la iglesia perdemos
de vista la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Pacto, también marchamos
hacia el desastre.
Esta relación entre la continuidad y la diferencia es especialmente importante
cuando analizamos la ley y el Espíritu. A través de este tema queremos enfrentar
preguntas tales como: ¿tienen las leyes dadas en el Sinaí validez aún hoy? El
Espíritu del Nuevo Pacto, ¿reemplaza a la ley del Antiguo? Dedicaremos 3
capítulos a este tema.
Para comenzar hemos de afirmar que si una persona, al hablar de ley, se
refiere a la revelación de la voluntad de Dios para la vida humana, su abolición
no sólo es improbable sino inimaginable. El propósito total de la redención llega
a su cumplimiento solamente cuando el contenido de la oración «hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo» se hace realidad.
En este punto convendría recordar que nuestro texto clave, Jeremías 31:31-34,
no dice que Dios hará una nueva ley en el futuro, sino que hará un Nuevo Pacto;
y en este Nuevo Pacto, Dios dice, «Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en
su corazón». Dios no prometió una nueva ley para el Nuevo Pacto, sino una
nueva obediencia.
Jesús y la ley
«No piensen que he venido para anular la ley o los profetas» (Mt. 5:17). «La
ley y los profetas» es una expresión convencional en el Nuevo Testamento para
referirse a los libros del Antiguo Testamento. Algo había en la enseñanza de
Partícipes en el pacto
56
Cristo que hacía pensar a la gente que él tenía una actitud hacia la ley diferente a
la que tenían los rabinos judíos. Es entonces cuando Jesús dice: «No piensen que
he venido (¿de dónde? ¿desde el cielo?) para anular la ley o los profetas; no he
venido para anularlos sino a darles cumplimiento». Está hablando, en primer
lugar, como maestro de la ley.
No pensemos primeramente en su propia obediencia, aunque sabemos que
por medio de ella él «cumplió» la ley para nuestro beneficio eterno, lo que nos
permite decir que Cristo es «nuestra justificación» (1 Co. 1:30). Pensemos ante
todo en él como maestro, como rabino. Es en tal función que Jesús dice que
viene a cumplir la ley y los profetas. Esto quiere decir que en su enseñanza saldrá
a la luz el significado pleno y cabal de los requisitos de la voluntad de Dios. Lo
que Dios dijo por medio de Moisés y de los profetas llegará ahora a su plenitud,
se hará realidad, mediante la vida y enseñanza de Jesús.
La alta opinión que Jesús tenía del Antiguo Testamento queda afirmada de
modo especial en el versículo 18. La jota es la letra más pequeña del alfabeto
griego y la tilde es parte de un letra en el alfabeto hebreo. Lo que aquí se quiere
enfatizar es que Dios no permitirá que ni el más pequeño detalle de lo que él ha
encomendado será descuidado «hasta que todo se haya cumplido». Nada queda
abolido, o inactivo, o inoperante, hasta que haya recibido el cumplimiento
anticipado.
Jesús continúa hablando como maestro. Los maestros de la ley judíos pasaban
mucho tiempo hablando sobre las demandas «mayores» y «menores» de la ley. En
el versículo 19 Jesús habla de los maestros del Nuevo Pacto (sus discípulos, la
Iglesia). Nuestro valor como discípulos de Jesús dependerá de la medida en que
respetemos y guardemos la revelación de Dios presente en el Antiguo Pacto. Así
pues, en lugar de descartar las leyes de Dios, Jesús ha venido a enseñar las
implicaciones plenas de la voluntad de Dios, haciéndolo con palabras y hechos. Y
Cristo requiere de sus seguidores, los herederos del reino de Dios, una justicia
que supere la de los escribas y de los fariseos (v. 20).
En consecuencia, Jesús está diciendo que «la justicia de los escribas y fariseos»
es, de hecho, un asunto de apariencia, no de realidad (ver 23:23,27, 28). En el
pasaje que sigue (5:21-48) él demuestra definitivamente cómo entender y obedecer
la ley. Sin embargo, cuando nuestro maestro dice que debemos ser «más» justos
que los rabinos judíos, no quiere que sepamos más y que hagamos más que ellos,
o que formulemos más reglas; está diciendo que debemos tener una actitud
Partícipes en el pacto
57
religiosa diferente. No está hablando de cantidad sino de calidad. Él demanda (¡y
crea!) un corazón diferente en sus seguidores. Cristo les enseña a amar (esperamos
estudiar esto en el próximo capítulo y en mayor detalle).
Un estudio de Mateo 5 debería ser suficiente para convencernos de que la
revelación del Antiguo Pacto de Dios no queda descartada sino que es cumplida
en la dispensación del Nuevo Pacto.
Los dos grandes beneficios
Pablo no dice ni una sola palabra a favor de aquellos que desean utilizar el
pacto del Sinaí como camino de salvación. Con todo, tampoco hay pasaje alguno
en que él enseñe que «la ley y los profetas» han sido abolidos en el Nuevo Pacto.
Al contrario, en Romanos 8:1—4 nos enseña («por lo tanto», o sea, en suma) que
en la nueva dispensación («ya») somos perdonados y hechos libres para obedecer
la ley y los profetas.
El primer gran beneficio es el completo perdón que tenemos en Cristo: «Ya
no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús». El pecado
ha sido condenado por Dios en la muerte de Jesús (v. 3).
El segundo gran beneficio es el nuevo poder: «por medio de él [Cristo Jesús]
la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte».
Dios nos ha dado este nuevo poder «a fin de que las justas demandas de la ley se
cumplieran en nosotros» (v. 4). Esto significa que el Espíritu nos capacita para
obedecer la ley de Dios.
Pablo también explica por qué solamente el Espíritu puede llevar a cabo esta
obra en nosotros. La ley no podía hacerlo, puesto que la carne era demasiado
débil (v. 3). El mandamiento no puede motivar a un hombre a hacer el bien, no
porque haya algo malo en el mandamiento, sino porque el ser humano es
demasiado débil. La ley dice «haz esto» y el ser humano dice «no puedo». De este
modo la ley, «debilitada por la carne», no puede llegar a la meta de Dios. Y
entonces llega la nueva dispensación. El Espíritu viene y libra al hombre de su
debilidad. Ahora éste está capacitado para decir «quiero» y «puedo». En la era del
Espíritu el ser humano recibe la capacidad para obedecer por medio del poder del
Espíritu. «Las justas demandas de la ley [se cumplen] en nosotros», mediante
nuestra obediencia.
Los dos grandes beneficios son entonces: (1) él [Jesús] pagó la deuda y (2) él
me liberó, para que yo pueda obedecer. En otras palabras, tal como hemos estado
Partícipes en el pacto
58
diciendo, la sangre (el perdón) y el Espíritu (el poder) de Cristo son los beneficios
del Nuevo Pacto.
El cumplimiento de la ley
Todo cristiano sabe que en el Nuevo Testamento Dios cumplió promesas
hechas en el Antiguo. El Salvador prometido vino y obtuvo para nosotros la
redención prometida. Pero la Biblia usa la palabra «cumplimiento» también en
otro sentido, un sentido que debemos aprender a utilizar. Hemos visto en Mateo
5:17 que Jesús vino a cumplir la ley y los profetas. Esto significa que la intención
plena de la voluntad de Dios se nos ha revelado en el Nuevo Pacto a través de
Jesucristo. Y en Romanos 8:4 percibimos que la ley encuentra su cumplimiento
en nosotros, que ahora podemos obedecer mediante el poder del Espíritu.
En el Nuevo Pacto recibimos la ley en su totalidad, y Dios recibe, por
consiguiente, obediencia total. Esta revelación completa de la ley y esta capacidad
para cumplir sus requisitos (obediencia total) son los frutos de la obra de Jesús.
Podemos resumir tanto la plenitud de la revelación como la completa obediencia
en una sola palabra: amor.
Preguntas de repaso
1. Explica y analiza esta frase: En el Nuevo Pacto Dios da lo que él demanda;
nosotros damos lo que hemos recibido.
2. Algunos cristianos dicen que son incapaces de hacer bien alguno y que están
inclinados a todo mal. ¿Por qué se puede afirmar que estos cristianos están en
conflicto con el mensaje de Romanos 8:1-4, y al hacerlo agravian al Espíritu
Santo?
3. En Mateo 5:21-26 Jesús «cumple» el sexto mandamiento. En Mateo 5:27-32
Jesús «cumple» el séptimo mandamiento. Sin entrar en discusión sobre cada
parte de estos versículos, exprese en sus propias palabras:
a. El significado de «cumplimiento».
b. La completa revelación del significado del sexto mandamiento, c. La
completa revelación del significado del séptimo mandamiento, d. Cómo
cumplir (obedecer) estos mandamientos.
Partícipes en el pacto
59
4. ¿Somos capaces de obedecer a Dios? ¿Obedecemos siempre a Dios?
¿Tenemos alguna excusa para no obedecer a Dios? ¿Podemos obedecer a
Dios perfectamente?
Partícipes en el pacto
60
CAPÍTULO 11
La ley y el amor
Romanos 13:8-10; Mateo 5:17-48
Lo que Dios da y lo que Dios requiere en la situación del Nuevo Pacto puede
resumirse en una sola palabra: amor.
«Amor» es posiblemente la palabra que ha sufrido más abusos. Por lo tanto
convendría hablar de «amor cristiano» al hablar del revelado y requerido en la
Biblia. Y siempre debemos tener cuidado de mantener la relación existente entre
el amor de Dios en Cristo y nuestro amor como cumplimiento de la ley. Este
último no puede existir sin el anterior. Nuestro amor refleja el amor de Dios en
Cristo. El secreto y el poder de la vida de la iglesia está en el amor de Dios,
demostrado en el Cristo que se entrega a nosotros. Este mismo tipo de amor, el
amor cristiano, opera en las vidas de los creyentes mediante la acción del Espíritu
Santo.
Este tema, el del «amor», es tan amplio como la Biblia y tan profundo como
Dios mismo («Dios es amor», y «El que permanece en amor, permanece en Dios,
y Dios en él», 1 Juan 4:16). Limitaremos nuestro estudio a cuatro puntos que
desarrollamos a continuación:
1. En el Nuevo Pacto el cumplimiento de la ley revela el carácter pecaminoso de todo
el pueblo.
En Mateo 5 hemos estudiado la «profundización» de la ley que se
manifiesta en las enseñanzas de Jesús. El «hombre perfecto» (Mt. 5:48) es
aquel que no solamente «cumple con los requisitos», sino que refleja el amor
del «Padre que está en los cielos».
Sin embargo, la revelación de todas las implicaciones de la ley se
manifiesta especialmente en la muerte de Jesús como acto de obediencia. Este
es el punto de vista desde el cual Pablo se acerca al tema de la ley. El Gólgota
Partícipes en el pacto
61
es la maldición de la ley. El que no va al Gólgota —el que no cree en Jesús—
permanece bajo la maldición de la ley.
Pablo sabe que es imposible cumplir la ley puesto que Jesús tuvo que
morir. En la cruz del Hijo de Dios se nos revela el único camino de vida: el
justo vivirá por la fe en Jesús y no por las obras de la ley.
El fin de la ley es la muerte. Pero la muerte de Jesús es también el fin de la
ley (Ro. 10:4). Esto quiere decir que el período en el cual el hombre estuvo
bajo la ley (bajo la maldición de la misma) ha terminado con la muerte de
Jesús. En el momento en que la persona cree en Jesús deja de estar bajo la ley;
pasa a estar bajo la gracia.
2. Ahora la obediencia ha sido cumplida, y puede ser cumplida.
La obediencia a la voluntad de Dios ha sido cumplida por Jesucristo.
Cuando estamos ante Dios como personas justas, lo hacemos mediante la
obediencia de Cristo, no por nuestra propia obediencia.
Esto no quiere decir, sin embargo, que sea indiferente si obedecemos o no.
Al contrario, cuando estamos en Cristo el ser desobediente que vivía en
nosotros está muerto, y el Espíritu de aquel que fue obediente nos hace vivir
para hacer buenas obras. En otras palabras: la fe obra por el amor (Gá. 5:6).
La fe es el canal por el que recibimos a Cristo. El amor es la vida de Cristo
que se manifiesta en nuestras propias vidas.
Cristo murió para liberarnos de la desobediencia y resucitó para darnos el
poder de obedecer. Si dijéramos que no podemos cumplir la voluntad de Dios
en la presente dispensación del Espíritu, podríamos pensar que estamos
expresando humildad. Pero lo que estamos haciendo es negar el poder y el
propósito del Espíritu de Jesucristo.
3. El amor cumple todo lo que la ley requiere.
Al oír la palabra «amor» la gente piensa, en primera instancia, en una
emoción. Pero en el contexto de la Iglesia el concepto «amor» debe ser
inmediatamente asociado con Cristo y con la nueva vida. Lo recibimos
canalizado por la fe (Gá. 5:6), el Espíritu lo derrama en nosotros (Ro. 5:5), es
el más grande don que el Espíritu concede (1 Co. 13:13) y la norma mediante
la cual deben ser medidos los otros dones (1 Co. 13:1-3). Nuestro amor es la
evidencia de que permanecemos en Cristo (Jn. 15) y de que somos sus
Partícipes en el pacto
62
discípulos (Jn. 14:15). Estar arraigado en Cristo es equivalente a estar
arraigado en el amor (compárese con Ef. 3:17, Col. 2:7). El amor es nueva
vida y nueva obediencia.
El amor es el cumplimiento de la ley. Esta frase hay que leerla dos veces.
Debemos realizar una primera lectura enfatizando la palabra amor. EL
AMOR es el cumplimiento de la ley. No he obedecido al sexto mandamiento
al no matar a nadie; sólo el amor cumple el mandamiento de Dios. Debo dar
en amor, obedecer en amor, efectuar mis transacciones en amor, ya que el
AMOR es el cumplimiento de la ley. Y a continuación hay que leer esa
misma frase con el énfasis en la ley: el amor es el cumplimiento de LA LEY.
No se trata simplemente de una sonrisa, de una buena intención, y de una
amable taza de café, sino que el amor es el cumplimiento de la ley. La nueva
vida es una nueva obediencia; amar es cumplir la voluntad de Dios para la
vida humana.
Los cristianos de tradición reformada siempre han percibido que el fruto
de la salvación es la obediencia. Otros grupos han enfatizado que el fruto de la
salvación es la celebración, o dar testimonio de la felicidad de nuestra
salvación. Pero los reformados siempre han enfatizado lo siguiente: los frutos
de la salvación se muestran a través de la obediencia. Así debe ser.
Este punto lo ilustra el hecho de que en muchas congregaciones
reformadas se suelen leer los Diez Mandamientos a la iglesia reunida cada
domingo. El poder de esta lectura repetida es tremendo. Las ventajas son
obvias. Pero también hay ciertas desventajas, y algunas de ellas son serias. Los
Diez Mandamientos son el corazón del Antiguo Pacto, del pacto del Sinaí.
Están expresados en términos más bien negativos, como los que uno a veces
usa para hablarle a los niños: ¡no hagas esto! ¡no hagas aquello! Cuando los
creyentes del Nuevo Pacto oyen estos mandamientos, deben reformularlos
para sí mismos en mandamientos positivos de la voluntad de Dios para sus
vidas cristianas. Esto requiere una madurez espiritual y un poder de
formulación mayores de los que la mayoría de la gente puede reunir en los
minutos que el pastor tarda en leer Éxodo 20:1-17. Además, esta lectura
incesante de las mismas palabras ha reforzado la noción que «los Diez
Mandamientos» constituyen «la» ley de Dios. Pero cualquiera que conoce el
alto llamado del Nuevo Pacto debería también saber que esos Diez
Mandamientos básicos no alcanzan a hacer explícita la santidad que Dios
Partícipes en el pacto
63
requiere de la Iglesia de Cristo Jesús (Mt. 5-7; Ro. 12,13; Gá. 5; Ef. 5,6, etc.).
Por supuesto, los Diez Mandamientos no son opuestos a la obediencia
requerida de los cristianos, pero las meras palabras de la ley del Sinaí son una
herramienta inadecuada para enseñar la nueva obediencia que existe bajo el
Nuevo Pacto.
4. El amor nos hace partícipes en el plan de Dios.
A esta altura de nuestro estudio podemos entender por qué solamente por
medio de la nueva obediencia podemos llegar a participar en el plan de Dios.
La esencia de la ley es el amor. Dios requiere que le amemos a él sobre todas
las cosas, con el corazón y el alma y la mente y con todas nuestras fuerzas, y
que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pero no lo
podemos hacer. Ningún mandamiento puede producir el amor. Si pudiésemos
escribir la ley fundamental de Dios en todas las carteleras de nuestro
continente, estaríamos promocionando el camino al nuevo mundo. Si mañana
los hombres amasen a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a
ellos mismos, el paraíso estaría ya entre nosotros. Pero no nos servirá de nada
escribir esta ley en todas las carteleras del país. La gente no puede cumplir la
ley por sus propias obras. El pecado no es solamente la falta de deseo sino
también la incapacidad de la carne para obedecer la ley de Dios (Ro. 8:7).
Es por eso que nosotros no le declaramos a todos los hombres «ame a Dios
sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo»; lo que hacemos es
proclamar a Jesucristo crucificado y resucitado. No invitamos a la gente a
hacer algo, sino a venir a Jesús. Sólo entonces, después de haber creído en él,
después de haber experimentado el amor de Dios en Cristo, pueden comenzar
a vivir pendientes de un nuevo Espíritu, y aprender a amar. La ley es débil a
causa la carne (Ro. 8:3). Pero cuando el Espíritu de Dios entra, «las justas
demandas de la ley [se cumplen] en nosotros, que no vivimos según la
naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu» (Ro. 8:4). Cuando el Espíritu de
Dios gobierna nuestro espíritu, hemos llegado a ser colaboradores de Cristo,
partícipes en el pacto de Dios. Hacemos su voluntad y cumplimos con su
tarea en su mundo anticipando la venida de su reino; estamos de acuerdo con
él, le amamos, y defendemos su honor. En suma, él y nosotros participamos
conjuntamente en el pacto.
Partícipes en el pacto
64
Preguntas de repaso
1. Considera qué tipo de perfección requiere Cristo en Mateo 5:48. Para obtener
algunas pautas conviene leer el v. 43 y la oración de Pablo por la perfección
que se encuentra en Efesios 3:14-19. ¿Cuál es la diferencia entre «la
perfección» en el sentido legalista y la perfección en el amor?
2. ¿Cómo demuestra la muerte de Jesús que nadie puede salvarse a sí mismo
obedeciendo la ley de Dios?
3. ¿Estás de acuerdo con la siguiente afirmación: «ser pecador es ser incapaz de
amar a Dios y al prójimo; cuando somos salvados se nos capacita para amar»?
4. Dado que conoces a Jesús, ¿puedes amar a tus enemigos? ¿Y a tu vecino?
5. ¿Es bueno que haya una lectura pública de la ley de los Diez Mandamientos
todos los domingos en el culto cristiano? ¿Qué debe lograr esta lectura en
nosotros? Si tal cosa se hace en tu iglesia, ¿logra dicha lectura su propósito?
6. ¿Te parece que es ir demasiado lejos llamar al cristiano del Nuevo Pacto «socio
de Dios?».
Partícipes en el pacto
65
CAPÍTULO 12
La voluntad de Dios y el Nuevo Pacto
Romanos 12:1-2
Ésta es la tercera y última lección sobre la relación que hay entre la ley del
Antiguo Pacto y el Espíritu del Nuevo Pacto.
Ya hemos visto que en el Nuevo Pacto el Espíritu no ha venido a establecerse
como una nueva norma en lugar de la ley. Encontramos, más bien, que el
Espíritu del Nuevo Pacto es nuestra única esperanza de cumplir la ley. El
Espíritu no nos enseña una nueva ley sino una nueva obediencia. Esta nueva
obediencia es el amor de Dios que llega a nuestros corazones por el obrar del
Espíritu Santo cuando creemos en Cristo. El amor cristiano es el cumplimiento
de la ley.
¿Dónde encuentro la voluntad de Dios?
Nos queda todavía por contestar una pregunta muy práctica: ¿dónde
encuentra el creyente del Nuevo Pacto esa palabra clara que le diga cuál es la
voluntad de Dios para su vida? Sabemos que Dios quiere que le amemos a él por
sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pero ¿cómo
sabemos, con seguridad, cuál es su voluntad en cuanto a nuestra adoración, a
nuestro trabajo, en las situaciones particulares de nuestra vida diaria, en las cosas
que debemos escoger, en las decisiones que debemos tomar? Esta pregunta, que
nadie puede evitar, puede ser tremendamente difícil, si uno es un cristiano de
compromiso serio.
En busca de una respuesta, los cristianos tienden a ir en una de dos
direcciones. Los que están en un extremo dejan que los expertos determinen cuál
es la voluntad de Dios para sus vidas. Los católicos romanos son (¿o eran?) el
ejemplo clásico de este grupo. Ellos permiten que el Papa y la jerarquía
eclesiástica den la palabra final respecto a la interpretación de la Biblia. En el otro
extremo encontramos a los espiritualistas. En los días de nuestros abuelos o
Partícipes en el pacto
66
bisabuelos, ellos solían colocar una aguja de tejer entre las páginas de la Biblia y
oraban para que la punta señalase las palabras exactas de Dios en respuesta a la
ocasión. Hoy sigue habiendo muchos pietistas de este tipo: tienen sus oraciones
privadas y sus supuestas revelaciones privadas de la Palabra de Dios, y reciben en
detalle la voluntad del Espíritu para ellos, con una certeza que nadie puede
permitirse poner en duda.
Unos momentos de reflexión nos demostrarán que ambos extremos han
tomado una parte de la verdad.
El primer grupo tiene razón cuando afirma que el Nuevo Pacto también
conoce la voluntad de Dios de modo colectivo, como comunidad. El Espíritu no
ha sido dado a una persona, sino al Cuerpo de Cristo en comunidad, y nadie
tiene al Espíritu a menos que él o ella sea parte de dicho Cuerpo. Sin embargo,
este primer grupo pone nuevamente a los clérigos en la cátedra de Moisés, según
la práctica del Antiguo Testamento, y reduce la congregación a la inmadurez de
los creyentes del Antiguo Pacto. Todo lo que los creyentes comunes tienen que
hacer es creer y obedecer lo que las autoridades les dicen.
El segundo grupo se ha ido totalmente al extremo contrario. Esta gente
manipula los textos bíblicos como si fueran una colección de fórmulas mágicas, y
se supone que el Espíritu debe dar este texto a una persona y aquel texto a la otra.
Dios revela su voluntad aquí de una manera y allí de otra. Cada miembro tiene su
propia línea telefónica. Estas personas miran «hacia adentro» para conocer la
voluntad de Dios. No reconocen ninguna norma que venga «desde afuera»,
ninguna norma que sea objetiva. Y desconfían de todas las instituciones
eclesiásticas y de todos los maestros debidamente ordenados. Con todo, es
necesario admitir que toman la madurez del creyente del Nuevo Pacto con toda
seriedad.
La voluntad de Dios es la ley de Dios
La confusión que existe entre los creyentes con respecto a la voluntad de Dios
se encuentra siempre relacionada con el tema de la validez de la ley del Antiguo
Pacto en la dispensación del Nuevo. Hemos estado diciendo que debemos tratar
de hacer justicia a lo nuevo de la situación del Nuevo Pacto sin descuidar la
continuidad de las dos dispensaciones.
La Iglesia ha tratado de explicar la continua validez de la ley y los cambios
que llegaron a través de Cristo, distinguiendo tres tipos de leyes: leyes morales,
Partícipes en el pacto
67
leyes ceremoniales y leyes civiles. Durante unos seiscientos años ha usado esta
distinción, que ha demostrado ser útil. Es probable que muchos de los lectores
sepan que las leyes morales todavía son válidas, pero que las leyes ceremoniales
han sido cumplidas y abolidas por Cristo; las leyes civiles, por su parte, tuvieron
validez solamente durante el tiempo en que la nación de Israel tenía un carácter
especial en el plan de Dios.
Este instrumento de enseñanza es útil, pero no es la respuesta final. El primer
problema con esta triple división de la ley es que la Biblia no establece tal
distinción. Tampoco hay evidencia de que los apóstoles la usaran. Cuando ellos
hablaban de «la ley», se referían al pacto del Sinaí dado a través de Moisés. En
segundo lugar, esta división de las leyes del Sinaí en tres categorías reduce la
importancia de las leyes ceremoniales y civiles al nivel de peculiaridades del
Antiguo Pacto que tienen para nosotros solamente un valor histórico. Pero lo
cierto es que cada una de las palabras de Dios tiene todavía un mensaje para
nosotros.
Nuestro problema radica en la comprensión bíblica de lo «antiguo» y de lo
«nuevo». «Lo nuevo» no quiere decir una novedad que reemplaza a «lo antiguo».
Lo nuevo es el cumplimiento (llevar a la plenitud) de lo antiguo, así como una
semilla se desarrolla hasta ser una planta o un niño hasta ser una persona madura.
El pacto del Sinaí continúa funcionando en la conciencia de la Iglesia del Nuevo
Pacto como las experiencias de la niñez y el aprendizaje de la adolescencia
funcionan en la vida de un adulto sano. Lo vivido nunca puede ser eliminado o
abolido, pero ha sido superado. Para un creyente del Nuevo Pacto, buscar la luz
en el Sinaí es como prender una vela una vez salido el sol. Pero al mismo tiempo,
vivir como si nunca hubiese habido un Sinaí, es vivir como si la vida hubiese
comenzado cuando el sol salió esta mañana. La iglesia madura refleja el
conocimiento de Dios y de su voluntad absorbiendo la totalidad de su revelación;
lo hace poniendo su mirada en Cristo.
Nuestra actividad propia en Cristo
A través de su enseñanza, de su vida, y de su muerte, Cristo nos ha enseñado
plenamente el significado interno, la verdadera intención, de la voluntad de Dios
para nuestra vida. El también nos ha dado, mediante su Espíritu, el poder de
obedecer. Pero no hay ninguna nueva ley para el Nuevo Pacto. Lo que sucede es
que la única voluntad del único Dios, que abarca a todos los hombres, es ahora
Partícipes en el pacto
68
profundizada, intensificada, y llevada a su plenitud. Nosotros conocemos esta
voluntad. Pero no hay que suponer ahora que la iglesia puede simplemente
copiar literalmente un pasaje bíblico de la voluntad de Dios para aplicarlo a todas
las situaciones de la vida y para enfrentar todos los desafíos que tiene delante.
Se requiere de nosotros que actuemos como personas maduras del Nuevo
Pacto. Si no fuese así, no seríamos maduros. Como nuevas criaturas debemos
«buscar hasta encontrar» o «probar hasta comprobar» cuál sea la voluntad de
Dios (Ro. 12:2). Tenemos que andar diariamente no como necios sino como
«sabios», como partícipes con Dios en el Pacto. Y en cada oportunidad que él nos
dé hemos de aprender a entender «cuál es la voluntad de Dios» (Ef. 5:15-18).
Cuando oramos por los cristianos que están madurando, oramos, como lo hizo el
apóstol, para que «crezcan» y «abunden» en el conocimiento de la voluntad del
Señor (Col. 1:9,10; Fil. 1:9,10).
Lo que realmente importa
Podemos describir la vida de obediencia dentro del Nuevo Pacto de varias
maneras. No existe una forma única o exclusiva de decir cómo hay que vivirla.
Consideremos, entonces, los siguientes textos paralelos: «Para nada cuenta estar o
no estar circuncidado; lo que importa es ser parte de la nueva creación. Paz y
misericordia desciendan sobre todos los que siguen esta norma...» «En Cristo
Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa
mediante el amor». «Para nada cuenta estar o no estar circuncidados; lo que
importa es cumplir los mandatos del señor» (Gá. 6:15,16; Gá. 5:6; 1 Co. 7:19).
En estos tres textos Pablo está diciendo lo mismo, pero de tres formas
diferentes. Primero dice que lo que realmente importa es vivir como nuevas
criaturas (y benditos son los que hacen de ésta la regla por la cual regirse). En el
segundo texto declara que lo único verdaderamente importante es vivir guiados
por la fe en Cristo, una fe que actúa a través de obras de amor. En el tercer texto
dice que lo único que realmente importa es guardar la ley de Dios. En los tres
casos Pablo ha dicho lo mismo, pero los tres conceptos se complementan. El
nuevo nacimiento no anula la ley, y vivir en obediencia implica mucho más que
conocer los mandamientos de Dios; consiste en una vida de fe que es activa en
amor. La verdad total está en la combinación de los tres enfoques.
De aquí en adelante obras por tu cuenta, pero no en soledad. Tú y yo
debemos tomar muchas decisiones como partícipes maduros en el pacto. No
Partícipes en el pacto
69
llegamos a estas decisiones al tirar los dados, al oír una voz, mediante una palabra
escrita, sino como miembros obedientes de la comunidad del pacto.
Preguntas de repaso
1. Hay iglesias y personas que desean una decisión de la asamblea de su iglesia
ante cada nuevo problema con que se enfrenta la comunidad (como, por
ejemplo, la planificación familiar, cómo guardar del Día del Señor, el
problema del divorcio y de un nuevo matrimonio). ¿Qué hay de correcto y
qué de erróneo en tratar de conocer la voluntad de Dios de este modo?
2. ¿Conocía cada integrante de tu grupo las tres clases de leyes que hay en el
Antiguo Testamento? Discutan las ventajas y desventajas de hacer esta
división en las leyes del pacto del Sinaí.
3. Las siguientes situaciones son verídicas y en ambos casos la gente actuó con
sinceridad. En el primer caso, justo antes de comenzar el culto, uno de los
ancianos de la iglesia se acercó al pastor y le dijo: «Dios me ha revelado que
usted debe predicar esta mañana sobre jeremías 1:1-10». En el segundo caso,
otro pastor fue llamado antes del culto por un miembro de su congregación
que le dijo: «Dios me ha revelado que debo ser rebautizado». ¿Crees que éstas
son verdaderas revelaciones de la voluntad de Dios? ¿Cómo determinas si son
verdaderas?
4. Algunas personas oran y luego dicen que ya saben cuál es la voluntad de Dios
para su situación. ¿Cómo averiguas tú cuál es la voluntad de Dios para tus
circunstancias?
5. ¿Puede alguien saber cuál es la voluntad de Dios prescindiendo de la Biblia?
¿Demandará Dios alguna respuesta de la persona que va en contra de la
enseñanza bíblica? ¿Es posible encontrar la voluntad de Dios para una
situación particular de nuestra vida en una determinada página de la Biblia?
¿Revelará Dios su voluntad si lo echamos a suertes?
Partícipes en el pacto
70
CAPÍTULO 13
La comunidad del pacto
Éxodo 19:1-6; 1 Pedro 2:4-10
Mucha gente se enorgullece de su individualismo, pero la religión bíblica y el
individualismo no concuerdan. Nadie puede actuar como si sólo él o ella tuviera
relación con Dios. Cualquiera que se relaciona con el Dios del Pacto de Gracia
también pertenece a una comunidad estrechamente unida. La Biblia no conoce
ningún otro camino.
Un pueblo del pacto
Nadie negará que bajo el Antiguo pacto del Sinaí el pueblo de Dios constituía
una unidad. Este pueblo es llamado «pueblo de Jacob» y «pueblo de Israel», a
quien Dios ha elegido de entre todo el mundo para ser «propiedad exclusiva entre
todas las naciones». Son llamados a ser «un reino de sacerdotes, y una nación
santa» (Ex. 19:5, 6). Los mismos términos colectivos, «linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios», se aplican a la comunidad
del pacto de la nueva dispensación (1 P. 2:9). La nobleza del Israel del Antiguo
Pacto ha sido transferida ahora a los creyentes del Nuevo Pacto en Jesús.
No sólo los títulos, sino también otras características que correspondían a
Israel se aplican ahora a la Iglesia. Así como un israelita debía todo lo que era y
todo lo que poseía al hecho de ser miembro de la comunidad, del mismo modo el
creyente del Nuevo Pacto debe su posición ante Dios y sus posesiones
espirituales, dada su participación en las riquezas del pueblo de Dios. El pacto de
Dios es con su pueblo; y por consiguiente conmigo como parte del mismo. No se
debe invertir este orden.
Uno y muchos
«Pero ¿no es lo más importante que yo conozca a Jesucristo como mi
Salvador personal?». Esta es la pregunta que sin duda algunos creyentes harán. La
Partícipes en el pacto
71
expresión «Salvador personal» se ha hecho corriente entre los evangélicos.
Entendemos la buena intención de la pregunta, y por eso no nos gusta aparecer
como críticos. Sin embargo, nos vemos obligados a decir que nadie tiene un
«Salvador personal». Cualquiera que llega a conocer a Cristo, lo conoce como
cabeza del cuerpo. Porque eso es lo que él es. El no es un «Salvador personal», ni
tampoco un «Salvador de evangélicos»; es el Salvador y Señor de su pueblo. Es
cierto que debo conocerle de un modo personal. No basta que yo sepa que él
perdona los pecados, debo también saber que ha borrado mis pecados, y que ha
enviado su Espíritu a mi corazón. La fe cristiana es intensamente personal, pero
no es nunca individualista. Quienes confiesan a Cristo como Salvador, pero
rechazan la comunidad (¡y hay tantos hoy día!), no tienen parte en Cristo. «Si
alguien afirma: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es un mentiroso» (1
Jn. 4:20).
Los Salmos, como se sabe, tienen un carácter muy personal. La palabra «yo»
aparece con tanta frecuencia como en un culto testimonial. Pero debemos tener
mucho cuidado al identificarnos con el «yo» de los Salmos. Esa primera persona
gramatical es frecuentemente una figura real y por tanto un representante del
pueblo de Dios, cuya «causa» (Sal. 56:5, 43:1) Dios debe defender, y cuyos
«enemigos» son los enemigos de Dios. El «yo» de los Salmos muchas veces
prefigura a Cristo.
Pero hay otra cosa sorprendente en la relación entre el «yo» y la «comunidad»
que encontramos en los Salmos. Debemos notar cuántas veces el salmista pasa de
lo personal a lo comunitario y viceversa. El Salmo 26 comienza con un «Hazme
justicia...» y termina «en la gran asamblea». El Salmo 25 comienza «A ti, señor,
elevo mi alma», pero concluye, «Libra, oh Dios, a Israel». El Salmo 130 comienza
de un modo intensamente personal: «A ti, señor, elevo mi clamor desde las
profundidades del abismo», pero cierra con « Él mismo redimirá a Israel de todos
sus pecados». Se puede encontrar lo mismo en los Salmos 28, 129,131,144,146 y
otros.
Responsabilidad compartida
En la misma noche en que Dios sacó a Israel de Egipto, el pueblo tuvo
comunión con él y los unos con los otros a través de la comida de la Pascua. Es
notable que en el pasaje que describe esta institución, Éxodo 12, se trata a Israel
como la «iglesia» del Antiguo Testamento («la comunidad», vv. 6 y 19). Los
Partícipes en el pacto
72
esclavos de Egipto se convierten repentinamente en la comunidad del pacto del
cual puede ser «eliminado» (15,19) un miembro que no cumpla las reglas que
gobiernan la vida del pueblo del pacto.
Este pueblo del pacto debe permanecer dedicado en su conjunto al Señor. El
bienestar personal depende de la salud de la totalidad, y el pecado personal afecta
a toda la comunidad. Es por eso que cuando Acán viola el mandato de Dios,
Israel pierde la batalla de Ai. «Los israelitas han pecado y violado la alianza que
concerté con ellos», dice Dios (Jos. 7:11). Cuando un miembro de la comunidad
viola el pacto, toda la comunidad pierde la batalla, ya que el poder de la misma
está en el Dios del pacto. Eso es también cierto hoy. Una iglesia que niega la
responsabilidad común de sus miembros niega la naturaleza misma del «cuerpo»,
la comunidad del pacto. Entonces ya no tiene poder. El grupo se ha
transformado en una reunión circunstancial de individuos, y carece de poder.
En el libro de Hechos el asunto principal no es (como en Josué) la conquista
de la tierra prometida. ¡En el libro de Hechos el pueblo de Dios marcha a
conquistar el mundo! Pero en Hechos 5 la comunidad del pacto (¡y qué
comunidad era! véase 4:32-37) es amenazada por el pecado de una persona que
destruirá a muchos. Por lo tanto Ananías y Safira son drásticamente eliminados,
para que el cuerpo pueda ser santo.
Y cuando la nueva comunidad tiene su comida, y bebe la copa que es «el
Nuevo Pacto en mi sangre» (1 Co. 11:25), el pueblo de la comunidad debe
mantener la santidad de la asamblea. Si se tolera el pecado dentro de la
comunidad, el pueblo del pacto pierde la gracia y el poder de Dios: «Por eso hay
entre ustedes muchos débiles y enfermos, e incluso varios han muerto» (1 Co.
11:30).
El fin del individualismo
El hecho mismo de que yo pueda considerar mi vida como algo aparte de
Dios, y que sea capaz de pensar en mi propio bienestar sin pensar en el de mi
prójimo, es una evidencia de pecado. Solamente las personas que permanecen
caídas en pecado pueden ser individualistas. La intención de Dios ha sido siempre
que vivamos en comunión con él y el uno con el otro.
En el Pacto de Gracia Dios restaura la verdadera forma de vivir. El me atrae a
sí mismo y restablece la comunidad entre la gente. Dentro de la comunidad
Partícipes en el pacto
73
restaurada el hombre aprende nuevamente a amar a Dios por sobre todas las
cosas y a su prójimo como a sí mismo.
El tratamiento que Dios nos dispensa es muy personal. Él se esfuerza por
encontrar a su oveja extraviada y muestra su gran compasión por cada pecador en
particular. Pero, una vez que ha recobrado a su oveja, la coloca en el redil. Él
añade cada piedra en concreto a la totalidad del edificio, e injerta cada una de las
ramas en el único árbol.
Hay quienes trasladan su individualismo económico a su religión y la
convierten en una empresa egoísta que busca solamente un enriquecimiento
personal y una salvación personal. Los que obran así están caricaturizando la
redención de Dios. Dios nos salva, nos alimenta y nos gobierna dentro de la
comunidad del pacto que él quiere establecer como modelo para su restauración
del mundo. Dentro de esta comunidad la personalidad individual no se destruye,
sino que se desarrolla correctamente. La salvación comienza cuando una persona
recibe a Cristo, que es la entrega que Dios hace de sí mismo. La salvación se
perfecciona cuando esa persona aprende a ofrecerse a sí misma en una respuesta
de amor. Este amor, que es el cumplimiento de la ley, es el lazo que une a Dios
con su pueblo y al pueblo entre sí. Aun la libertad de la conciencia individual está
limitada por la regla de amor que cimienta la unidad de la comunidad del pacto
(Ro. 14:13-15:6).
Preguntas de repaso
1. Analiza esta frase: «una comunidad sin disciplina es una comunidad sin amor».
2. ¿Puedes hallar evidencias de cierto individualismo pecaminoso en tu propio
corazón y en la conducta de otros cristianos? ¿Pueden la búsqueda de Dios y
de la salvación ser actos egoístas?
3. La puesta en común del dinero que encontramos en la comunidad cristiana
primitiva, ¿representa una norma para nuestra vida cristiana?
4. Los cristianos que están a favor de una comunión «controlada» o «supervisada»
creen que los ministros de la iglesia tiene responsabilidad respecto a quién
puede participar de la Santa Cena. Los que están a favor de la comunión
«abierta» prefieren dejar toda la responsabilidad a la conciencia de los
individuos. ¿Qué punto de vista es más bíblico?
Partícipes en el pacto
74
5. ¿Es posible ser cristiano sin ser miembro de alguna congregación de la Iglesia
del Señor?
6. El testimonio del pueblo de Dios en el mundo, ¿debe ser individual,
comunitario, o ambos? ¿Puedes mencionar algunas áreas en las que la única
posibilidad es el testimonio comunitario? ¿Piensas que es por eso que Dios
demanda tal testimonio de parte de su Iglesia?
Partícipes en el pacto
75
CAPÍTULO 14
La familia del pacto
Génesis 17:1-14, Deuteronomio 6:4-9, 20-25;
Efesios 6:1-4
El pueblo del pacto de Dios forma una unidad, tal como hemos visto en las
lecciones anteriores. Las familias del pacto son unidades más pequeñas dentro de
la comunidad del pacto. Ahora nos toca estudiar las promesas y los
mandamientos de Dios para la familia.
La familia de Abraham
Cuando Dios estableció su Pacto de Gracia con Abraham, extendió su
misericordia a los hijos de éste. Aun sus esclavos estaban incluidos en el pacto.
Tanto los siervos que habían nacido en su casa como los esclavos que habían sido
comprados por Abraham, cuando eran adultos debían ser circuncidados como
evidencia de que eran realmente parte del pueblo de Dios (Gn. 17:3).
Hay dos principios que operan en esta situación: el primero es que las
demandas de Dios siempre son absolutas. Cuando la gracia de Dios salva a una
persona, su gobierno se extiende sobre todo lo que dicha persona es y posee. No
hay cosa ni persona alguna que esté excluida del reclamo total que Dios hace. El
segundo principio tiene que ver con el concepto de la santidad. La familia, o una
comunidad que es propiedad de Dios, es santa, separada del mundo para el
servicio de Dios. Es esta separación para el servicio de Dios la que constituye la
comunidad. La comunidad no consiste en un mero «vivir juntos»
circunstancialmente sino en compartir el pacto de Dios. De ahí que el
incircunciso debe ser eliminado de la comunidad (Gn. 17:14). Tal persona no
tiene lugar dentro de la comunidad puesto que ésta es santa.
Partícipes en el pacto
76
El pueblo de Israel
Los mismos principios que regían para la nación de Israel lo hacían también
para las familias que constituyen dicha nación. Los hijos y los esclavos son
propiedad del pueblo de Dios, y por lo tanto son reclamados por el Señor. El
esclavo que pertenecía a un israelita podía participar de la Pascua, pero la persona
contratada que trabajaba sólo durante cierto tiempo para un israelita quedaba
excluida. Los extranjeros y «transeúntes» que vivían en medio de la nación de
Israel no eran realmente parte de la comunidad santa. Pero podían ser aceptados
dentro de ella si adoraban al Dios del pacto y eran circuncidados. En tal caso ellos
también podían participar de la comida de la Pascua (Ex. 12:43-49).
Dios extendió los privilegios del pacto a todos los que pertenecían a los
hogares de su pueblo. A los cabezas de familia les correspondía la obligación de
instruir a los niños y a los esclavos de sus familias. El Señor demandaba una
instrucción rigurosa y continua de los jóvenes del pacto. Los hechos que Dios
realizó para redimir a su pueblo debían ser recordados mediante muchas «señales»
(Dt. 6:4-9,20-25).
Otras fuentes judías, aparte de la Biblia, brindan mucha información respecto
al programa educacional que se llevaba a cabo en los hogares judíos. Aun hoy, los
padres y la comunidad judíos se ocupan muy activamente de enseñar a sus
jóvenes la historia del pacto y la voluntad de Dios, según ellos la conocen. De
hecho, gran parte de lo que hoy se llama enseñanza cristiana y se realiza en las
escuelas dominicales y en los hogares cristianos, demuestra ser muy débil y
superficial si se compara con el programa de adoctrinamiento de los judíos.
El nuevo pueblo del pacto
Cuando Cristo llegó como gloria de Israel y como luz de los gentiles, se fundó
una nueva comunidad que constaba de judíos y de gentiles. Esta nueva
comunidad del pacto estaba relacionada con Dios mediante la sangre y el Espíritu
de Cristo. Ellos formaban una unidad, no de raza o descendencia sino de una fe
común en Cristo. Las familias cristianas constituían las unidades mas pequeñas
dentro de la comunidad cristiana. Tales grupos familiares eran familias del pacto
tal como lo fuera la de Abraham: Dios ejercía sobre ellas un derecho total y ellas
estaban completamente dedicadas al servicio del Señor. Y aunque Dios extiende
los privilegios del Pacto de Gracia a todos los que pertenecen al hogar cristiano,
Partícipes en el pacto
77
el cabeza de familia tiene la correspondiente obligación de instruir a los
miembros de su familia en la vida del pacto de Dios.
El concepto de «familia»
El día de Pentecostés es la ocasión en que el Pacto de Gracia comienza a
abarcar a judíos y a gentiles a través del bautismo en Jesucristo. Pedro invita a sus
oyentes a recibir los dos beneficios que hay en el Nuevo Pacto (el perdón del
pecado y la nueva vida en el Espíritu, Hch. 2:38) y les asegura que «la promesa es
para ustedes, para sus hijos, y para todos los extranjeros, es decir, para todos
aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar» (Hch. 2:39).
Este lenguaje típico del Antiguo Testamento, «para ustedes [y] para sus hijos»,
o «tú y tu familia», continúa a lo largo del Nuevo Testamento. Los apóstoles
hablan así habitualmente: «Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?»,
pregunta el tembloroso carcelero a Pablo y a Silas. La respuesta es «Cree en el
Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos» (Hch. 16:31). Los apóstoles no
pueden pensar ni hablar en términos individualistas, dado que Dios no piensa ni
actúa de ese modo.
Esta expresión, «tú y tu familia», que brota con tanta facilidad de los labios de
predicadores del Nuevo Testamento, la había usado Dios al establecer su pacto
con los patriarcas y al instituir la circuncisión como señal del pacto. Es por lo
tanto notable, aunque no sorprendente, que esta expresión sea usada al menos
cinco veces en el Nuevo Testamento en relación con el bautismo (1 Co. 1:16;
Hch. 16:15,16:33,18:8, y 11:14). En cada uno de estos casos han surgido debates
acerca de la edad de los niños involucrados y de su capacidad de hacer su propia
profesión de fe. Sin embargo, lo cierto es que el debate está mal enfocado. Los
apóstoles nunca hubieran podido emplear la expresión «tú y tu familia» en la
proclamación del evangelio o en la administración del bautismo, si el enfoque de
Dios para la unidad familiar no fuese el mismo que el de los días del Antiguo
Testamento.
El principio de la santidad, que había operado bajo la antigua dispensación del
Pacto de Gracia, mantiene también su validez en la nueva dispensación. La mujer
que se convierte a Cristo podría muy bien preguntarse si debería continuar
viviendo con un esposo no creyente. Al fin y al cabo, «tener comunión» en el
sentido bíblico, no significa «habitar juntos»; la comunión está basada en el pacto.
De ahí que el incircunciso debía ser eliminado de Israel. La mujer cristiana podría
Partícipes en el pacto
78
entonces preguntarse si debía continuar su relación con un esposo no creyente,
ya que ella había encontrado a Jesús como Señor. Sin embargo, el apóstol explica
(1 Co. 7:14) que la demanda y el derecho de Cristo sobre esa mujer involucra una
consagración del esposo. Es por esta razón, dice el apóstol, que actúa
correctamente al considerar a los hijos de ese matrimonio como hijos cristianos.
El bautismo de niños
En nuestras conversaciones quizás hayamos encontrado hermanos y
hermanas que no creen en el bautismo de niños. Es posible que no siempre
hayamos hecho las preguntas apropiadas, razón por la cual nuestras respuestas
habrán sido bastante vagas. Entre ellos y nosotros no debe (de hecho no puede)
haber debate acerca de la capacidad de los niños para creer en Cristo. Tampoco
tenemos diferencias con otros cristianos respecto a cómo alguien llega a una
relación de salvación con Dios: debe arrepentirse, creer, y ser bautizado; eso es
obvio.
La pregunta que realmente demanda contestación es: ¿cómo considera el
Nuevo Pacto a los hijos e hijas de los creyentes? ¿los considera en Cristo o no en
Cristo?
A los que están en contra del bautismo de niños, nunca les concedo el derecho
a decir que nosotros estamos «a favor del bautismo de niños». Esa afirmación es
demasiado general. Casi implica que bautizamos a los pequeños por ser tan lindos
y parecer tan inocentes. ¡Pero nosotros sí bautizamos a los hijos e hijas de los
creyentes! Y si se niega la validez de tal bautismo, se debe demostrar a partir de
las Escrituras que los hijos de los cristianos deben ser mantenidos «en un estado
de indefinición», sin salvación ni perdición, hasta el día en que ellos mismos
tengan la edad suficiente como para decidir.
En cierta ocasión, una persona que sólo creía en el bautismo de adultos me
ofreció cierta cantidad de dinero por cada texto bíblico que pudiese «demostrar el
bautismo de niños». Aunque no me gusta ponerle precio a los textos bíblicos,
también yo ofrecería una considerable cantidad a quién me diera evidencia bíblica
de que los hijos de los creyentes no deben ser considerados cristianos.
Pablo dirigió sus cartas a iglesias cristianas jóvenes. Cuando escribió a «los
santos» que vivían en Éfeso no sólo se dirigió a esposos y esposas (Ef. 5:22), a
amos y esclavos (6:5), sino también a hijos y padres (6:1-4). Los hijos deben
obedecer a sus padres «en el Señor» (6:1). Esta expresión se refiere al estado de
Partícipes en el pacto
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gracia y de nueva criatura en el que tiene lugar toda actividad cristiana. La
totalidad del pasaje (6:1-4) es una hermosa conexión entre la enseñanza de la
antigua dispensación y de la nueva como requisito continuo para la vida de la
familia dentro del Pacto de Gracia (vale la pena considerar también Col. 3:20,21).
Lo personal y lo comunitario
Siempre debemos estar en guardia para que el aspecto comunitario de la vida
cristiana no estrangule el aspecto personal de la confesión y del compromiso, así
como debemos estar siempre en guardia contra todo individualismo que separe a
la persona de la comunidad. Cada persona de la comunidad debe reclamar aquello
que se promete a la misma. Todo lo que la persona posee, sólo puede tenerlo
como miembro de la comunidad, y sólo puede usarlo en beneficio de todos. En la
vida de la iglesia no siempre es cosa fácil mantener estas dos cosas en equilibrio y
hacer justicia a ambas.
Por otra parte, debe haber también un equilibrio entre la familia y la
comunidad. Al establecer su comunidad del pacto, Dios no desprecia la relación
natural de la familia sino que la usa como un vehículo de gracia. Sin embargo, la
familia natural nunca es colocada por encima de la comunidad espiritual: «El que
quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí...» (Mt. 10:37).
«Pues mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi
Padre que está en el cielo» (Mt. 12:50). Cuando la familia natural es de veras una
familia del pacto, la relación espiritual llega a ser un vínculo que la une aún más
estrechamente que el vínculo de la sangre. La pequeña familia es cada vez más
parte de la gran familia de Dios.
Preguntas de repaso
1. La práctica que había en Israel de circuncidar a los esclavos ¿nos da alguna
instrucción con respecto al bautismo de niños adoptados?
2. ¿Se le debe permitir a un miembro de la familia que se niega a ser miembro de
Cristo que continúe viviendo en el hogar? ¿Qué tiene que decir el «principio
de santidad» de la familia del pacto en este asunto? ¿y qué tiene que decir el
«amor»?
3. ¿En qué nos basamos para bautizar a los hijos de creyentes?
Partícipes en el pacto
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4. Aparte de las diferencias ya mencionadas que tenemos con los que sólo
bautizan a adultos, también parece que tenemos un concepto diferente del
bautismo en sí. ¿Cuál es esa diferencia?
5. ¿Coloca el bautismo a la persona en el pacto, o es que la persona es bautizada
porque ya pertenece al pacto?
6. ¿Qué confesamos nosotros con respecto a los hijos de creyentes que mueren en
su infancia?
Partícipes en el pacto
81
CAPÍTULO 15
El pacto y la educación
Deuteronomío 6:4-9, 20-25; Efesios 6:1-4
Dios establece su pacto con una comunidad. La comunidad del pacto abarca
muchas familias. Cada una de ellas es santa —es decir, separada para el servicio de
Dios— y Dios es el Señor de cada hogar. Esta comunidad bautizada participa de
una educación mutua en un proceso que es continuo.
¿Por qué educar?
En gran parte del mundo la democracia ha llegado a convertirse en una
especie de religión. Uno de los credos de esta religión es que uno no puede
imponer sus ideas sobre los demás. Cada cual es libre de creer o rechazar lo que
desee. Por lo tanto la opinión común es que en «asuntos religiosos» la gente no
debe ser obligada a elegir hasta haber llegado a su madurez.
Es una opinión bastante necia. De hecho, en toda familia la enseñanza
comienza antes que los niños sepan hablar o leer, y es un proceso que nunca
termina. Puede ser intencional o implícita, positiva o negativa, consecuente o
inconsecuente, puede llevar a la confusión o a la claridad, pero siempre es
enseñanza. Aunque los padres o los líderes de la comunidad tratasen de enseñar a
los niños que no deben aprender nada ni creer en nada, aún así estarían
enseñando algo. Los guías ciegos son malos guías, pero no dejan de ser guías.
La comunidad del pacto enseña a sus miembros jóvenes a andar por los
caminos del Señor. Enseñamos a nuestros hijos acerca de Dios aun antes que ellos
sepan hablar o caminar, y nunca dejamos de hacerlo. La educación en la vida del
pacto no es opcional; Dios la requiere. También rechazamos la noción de que la
«religión» es un simple asunto de «elección personal» puesto que pensamos que es
inmoral ocultar a nuestros niños lo que es más grande y sagrado para nosotros.
Sería criminal enseñar a nuestros niños a vivir, y negarles al mismo tiempo la
vida misma. Conocer a Dios, ¡de eso se trata la vida! (Jn. 17:3).
Partícipes en el pacto
82
La enseñanza, ¿cómo y cuándo?
La forma en que se desarrolla la educación tiene mucho que ver con la forma
como se lleva a cabo el aprendizaje. A un niño de cuatro años y a un joven de
catorce no sólo les enseñamos cosas diferentes, sino que los instruimos de un
modo diferente. Es así que el «cómo» depende del «cuándo». Hay un período en
el que el castigo puede ser un elemento de la enseñanza. Pero llega el momento
en que cierto tipo de castigo se hace cada vez menos eficaz. Cuando el o la joven
ha llegado a los catorce años, hay que usar otros métodos de persuasión; de no
hacerlo, se hará más mal que bien.
La mayor parte del aprendizaje ocurre de modo indirecto. Los modos de
actuar, las ideas y la escala de valores se aprenden viviendo en comunidad,
mayormente con los padres. Lo que se aprende indirectamente, en una etapa
temprana, cala muy hondo en el alma de un niño (algo que siempre hemos sabido
y que ha sido ahora confirmado a través de muchísimos estudios). Por eso
muchos padres con pocos conocimientos formales de enseñanza pueden ser sin
embargo excelentes maestros. La mayor parte de la enseñanza sucede
«simplemente» (en realidad, misteriosamente) al convivir con los niños.
La enseñanza directa es también parte necesaria de la educación en el pacto,
especialmente al llegar a cierto nivel de edad. Inculcar la memorización de ciertos
cánticos y oraciones, y promover el conocimiento de la Biblia son métodos de
enseñanza directa. No hay que olvidar, sin embargo, que el contexto en que se
lleva a cabo esta enseñanza es tremendamente importante. No aprendemos lo que
es el perdón memorizando cierto texto bíblico, sino viviendo en una comunidad
en que la gracia de Dios obra continuamente.
La educación nunca termina. Una de las tragedias de la educación brindada en
la iglesia es que casi siempre está limitada a los niños y jóvenes. El fracaso de la
enseñanza formal en el hogar está vinculado al hecho de que los padres no
aprenden. Sólo pueden enseñar la vida del pacto aquellos padres que siguen
aprendiendo día a día. Los mejores maestros en la iglesia (y en cualquier otra
parte) son aquellos que continúan aprendiendo con diligencia. Por cada texto
bíblico que demanda la educación de los niños uno puede encontrar cuatro que
demandan exhortación, estímulo e instrucción para los adultos que están dentro
de la comunidad del pacto. Lamentablemente, en nuestras iglesias la proporción
es la inversa.
Partícipes en el pacto
83
El «cómo» siempre depende del «cuándo». Quizá hayamos sido muy lentos en
desarrollar cursos para adultos porque no sabemos cómo llevarlos a cabo.
¿Qué es lo que hay que enseñar y aprender?
«Críenlos [a los hijos] según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef. 6:4).
Vivir en el pacto consiste en vivir, amar, divertirse y trabajar ante la presencia de
Dios, mediante la sangre y el Espíritu de Cristo. Aquí puede verse una vez más la
importancia de la «enseñanza indirecta».
Esto no quiere decir, sin embargo, que la fe no tenga un contenido definido.
Hay que aprender determinadas cosas y memorizar ciertos hechos.
Conocer a Dios no es lo mismo que conocer la Biblia. Pero uno no puede
conocer a Dios sin conocer la Biblia. La fortaleza de tu fe y tu comprensión de la
Palabra de Dios están muy directamente relacionados. Si alguien se queja de su
débil fe y sus conocimientos de la Biblia caben escritos en sus uñas, no hay que ir
muy lejos para encontrar la causa de sus dificultades.
La Biblia y la fe no son posesiones individuales (aunque sí personales);
pertenecen a la comunidad del pacto, a la santa Iglesia cristiana universal. Por lo
tanto un creyente debe participar en la vida confesional de la comunidad. Quien
se aparta de la vida de la comunidad es como un leño retirado del fuego: al
principio arde con gran llama pero pronto se apaga. Un miembro del pacto no
puede vivir, ni puede fortalecer su fe, si no participa en la confesión y en la
adoración de la comunidad.
Esta participación requiere, en primer lugar, una actividad intelectual. Uno
debe participar conscientemente. El creyente debe conocer lo que confiesa y por
qué lo hace. Debe comprender cada parte del culto y también tener
conocimiento del significado y de las implicaciones de los sacramentos. Sin este
conocimiento básico, el culto es una farsa y la fe se transforma en superstición.
En consecuencia, la iglesia debe brindar a la familia un programa de educación
que sea consistente. Y aquellos a quienes se les ha confiado el cuidado pastoral de
la comunidad deben hacer del ministerio docente de la iglesia una prioridad en su
lista de tareas.
La meta de la educación
El propósito primario de toda enseñanza es la madurez en Cristo.
Partícipes en el pacto
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Hace poco hablamos de ese espíritu supuestamente democrático que se opone
totalmente a todo tipo de adoctrinamiento. Estos espíritus iluminados dicen que
hay que dejar a la gente en total libertad de elección. Ya hemos explicado por qué
creemos que estas ideas traen oscuridad en lugar de luz. Pero también debemos
subrayar la diferencia que hay entre el adoctrinamiento (entendiéndose corno un
lavado de cerebro) y la enseñanza del pacto. Hay muchas sectas que practican un
lavado de cerebro de corte religioso, y en muchos países modernos hay un lavado
de cerebro de corte político. Ambos difieren esencialmente de la enseñanza del
pacto.
Si tú educas a sus hijos en la obediencia y en el amor, lo estás haciendo para
que lleguen a ser independientes. Criamos a nuestros hijos para luego dejarlos
partir. Pero si tu hija ha llegado a ser novia y luego esposa y madre, y sigue
todavía corriendo a mamá con cada pequeño problema, eso quiere decir que has
realizado una pobre labor en su educación. Y es que la meta de la educación es la
madurez.
La comunidad del pacto debe ser llevada a la madurez (Ef. 4:14-16). Esto no
debe entenderse en un sentido secular, como «autosuficiencia» o «autonomía». La
madurez en Cristo significa que uno es capaz de asumir responsabilidades y de
aportar contribuciones propias como respuesta personal a Cristo y a favor de la
totalidad de la comunidad (Ef. 4:16).
El lavado de cerebro se da cuando los maestros religiosos adoctrinan a su grey
creando formas de conducta, pero sin llevarlos a Cristo. Tal comunidad da
«respuestas programadas» —como las de un robot o las de un computador— a las
preguntas y situaciones que puedan surgir. Pueden ser respuestas conservadoras o
reacciones progresistas, pero no son signos de madurez. Cuando el miembro del
pacto es maduro, puede dar una respuesta cristiana a las preguntas y situaciones
que surjan. ¡Obedece a Dios!
El pacto y la escuela
Originalmente, la Iglesia fue la madre de la enseñanza en el mundo occidental.
Pero cuando el espíritu del iluminismo (el del Renacimiento) se apoderó de la
educación en las escuelas y en las universidades, los cristianos se vieron obligados
muchas veces a establecer escuelas en las que nuevamente se honrase a Dios.
La decisión de establecer una escuela cristiana se debe a un juicio histórico. Lo
que pueda ser necesario o posible en cierto lugar o en un tiempo determinado tal
Partícipes en el pacto
85
vez no sirva al mejor interés de la fe cristiana en otro lugar y tiempo. Pero los
cristianos nunca están en libertad de aceptar o apoyar un sistema educativo que
no sea consistente con su punto de vista acerca del pacto, de la vida y de la
familia.
Preguntas de repaso
1. Hay iglesias, aunque no muchas, que cuentan su membrecía por familias.
¿Tiene algún sentido para ti este sistema? ¿Piensas que debería continuarse o
cambiarse? ¿Hay dificultades prácticas?
2. ¿Lees la Biblia con tu familia? ¿Con qué frecuencia? ¿Qué haces, aparte de la
lectura bíblica? ¿Utilizas algunas historias bíblicas para niños? ¿Empleas
diferentes traducciones de la Biblia? ¿Tiene cada miembro de tu familia su
propia Biblia?
3. ¿Cantan ustedes en familia? ¿Qué cantan?
4. ¿Quién debe dirigir a la familia en oración? ¿Y qué de los otros miembros de la
familia? ¿Tienes oraciones especiales para ocasiones especiales, tales como
cumpleaños, días de acción de gracias, días de gran alegría o pena, o cuando
uno sale para un largo viaje?
5. La verdad de Dios, y Dios mismo, son tan altos y profundos que podemos
aprender diferentes cosas sobre él y su Palabra en cada fase de la vida. ¿Estás
de acuerdo con que la mayoría de los cristianos pasan su vida como adultos
con el limitado conocimiento espiritual que han obtenido en su juventud? Si
lo estás, ¿qué se debe hacer al respecto? Si no estás de acuerdo, ¿cuándo y
dónde has obtenido nuevas perspectivas después de llegar a adulto?
6. ¿Estás satisfecho con el programa de educación de tu iglesia? ¿Oras alguna vez
por los maestros? ¿Quién tiene la responsabilidad del programa educacional
de tu iglesia?
7. ¿Puede tu hijo o hija quedarse en casa en vez de ir a la escuela de la iglesia o a la
clase de catecismo cuando tiene alguna tarea de matemática para el próximo
día? ¿Qué consideras más importante, el conocimiento de la Biblia y de las
confesiones, o el conocimiento de las matemáticas (contesta honestamente)?
8. ¿Estás convencido de que el sistema educativo que estás apoyando o utilizando
es consistente con la perspectiva del pacto respecto a la vida y a la familia?
Partícipes en el pacto
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CAPÍTULO 16
El pacto y el mundo
Génesis 18; 1 Timoteo 2:1-7
Es el propósito de Dios que las bendiciones que disfrutan quienes pertenecen
al Pacto de Gracia sean compartidas con todos los hombres. La comunidad del
pacto existe para la gloría de Dios y para la salvación del mundo.
Conocedores de los secretos de Dios
En Génesis 18 leemos que Dios visitó a Abraham. La palabra «visitar» tiene
aquí un significado literal. Dios comió en casa de Abraham.
La esencia de la vida del pacto —participación en el plan Dios— no requiere
que nos elevemos para andar con él; Dios desciende para andar con nosotros. En
la encarnación de su Hijo y en la venida del Espíritu Santo, Dios ha venido a
nuestros hogares. Él mora con nosotros, eso el lo que significa uno de sus
nombres, Emanuel.
En Génesis 18:17 Dios dijo: «¿Le ocultaré a Abraham lo que estoy por
hacer?». Entonces Dios le contó a Abraham el plan que tenía de destruir a las
ciudades malvadas.
Dios cuenta sus secretos a su pueblo. Deposita su confianza en sus amigos
terrenales. Lo que nos ha dicho nos ha alegrado mucho más que cualquier otra
cosa que hayamos aprendido. Pero Dios nos ha confiado también una tremenda
carga. Sabemos que el juicio se acerca.
Así que nos encontramos aquí viviendo cada día entre gente totalmente
involucrada en las realidades ordinarias de la vida humana. Y nosotros nos
movemos entre ellos como «poseedores del secreto». Sabemos que uno de estos
días Dios irrumpirá en esta rutina del vivir cotidiano. Toda esta gente estará de
repente situada dentro de una realidad de la que no tiene ni idea.
«Como sabemos lo que es temer al Señor, tratamos de persuadir a todos ...» (2
Co. 5:11; véase también el v. 10).
Partícipes en el pacto
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Nombrados como intercesores
Al pueblo del pacto se le permite conocer los planes de Dios para el mundo,
pero su papel va mucho más allá pues la actividad misma del pueblo forma parte
del trato que Dios tiene con el mundo.
Nuestra primera tarea es orar por el mundo. Lo traemos ante Dios antes de ir
para hablarle de Dios.
La oración de Abraham en Génesis 18 es una lección sobre la intercesión. Al
hablar con Dios muestra confianza. La confianza del intercesor se basa en su
conocimiento de Dios. Vale la pena tomar nota de las siguientes expresiones:
«¿De veras vas a exterminar al justo junto con el malvado?» (18:23,25). «¡Lejos de
ti el hacer tal cosa!» (dos veces en el v. 25). «¿Tú, que eres Juez de toda la tierra,
no harás justicia?» (v. 25). El creyente puede orar con tanta confianza porque
conoce el carácter de Dios. Dios quiere que oremos de ese modo (Mt. 15:28, Heb.
4:16).
La confianza va junto con la humildad. El creyente es muy consciente de que
no es más que un ser humano, aun cuando sea partícipe en el pacto. «Apenas soy
polvo y ceniza» (v. 27). «Reconozco que he sido muy atrevido al dirigirme a mi
señor» (v. 27). «No se enoje mi señor» (vv. 30, 32). Es esa combinación de
confianza y humildad la que forma al hombre de oración. Hoy en día la
comunidad del pacto debe luchar con Dios por la salvación de Sodoma y
Gomorra.
Solidaridad con el mundo
En 1 Timoteo 2:1-7 Pablo le recuerda a la comunidad del pacto su obligación
de orar, de interceder y de dar gracias. Nótese cómo este pasaje enfatiza la
universalidad de la oración y de la redención.
Versículo 1, intercesión por todos los hombres.
Versículo 4, Dios desea que todos los hombres sean salvos.
Versículo 5, hay un solo Dios y un solo mediador (para todos).
Versículo 6, Jesús se entregó en rescate por todos.
Las oraciones especiales por los reyes y por las autoridades se mencionan
debido a que el bienestar de todos depende de las decisiones de estos pocos.
Las oraciones de la comunidad del pacto abarcan a todos los hombres.
Cuando la iglesia pone las necesidades del mundo ante el trono de Dios, está
cumpliendo con un deber que es «bueno y agradable a Dios nuestro Salvador» (v.
Partícipes en el pacto
88
3). Dios no busca solamente a unos pocos, sino desea que «todos sean salvos y
lleguen a conocer la verdad» (v. 4). Por lo tanto, oramos con confianza, y nuestra
confianza se basa en nuestro conocimiento de la voluntad de Dios. No nos damos
por satisfechos con unos pocos de aquí y de allá, sino que luchamos para ganarlos
a todos para Dios. La base para orar así la tenemos en la voluntad redentora
universal de Dios.
En la práctica, sabemos que mucha gente se perderá. Pero este conocimiento
no interfiere en nuestras ardientes oraciones y acciones para lograr que todos se
salven. El principio que dirige nuestras oraciones no es la desobediencia de la
gente que la lleva a la perdición, sino la voluntad redentora de Dios por la cual
muchos se salvan.
Un pacto no exclusivista
Hay gente que ora a Dios llamándolo «Nuestro Dios del Pacto», como si él
fuese líder de un clan privado. Se acercan a él llamándolo «Dios de nuestros
padres» y «Dios de nuestros hijos, el Dios que guarda el Pacto». No cabe duda
que éste es un pensamiento muy alentador y una bendita realidad. Dios me
alcanzó con su gracia antes de que yo pudiese andar, y amó a mis hijos antes que
ellos pudiesen hablar. Existe el peligro, sin embargo, de que la noción del pacto
dentro de este pequeño grupo en el cual Dios es tan honrado, reduzca a Dios a
ser Señor de un pequeño clan, en vez de reconocerle como aquel que desea
establecer su Pacto de Gracia con todos los hombres.
Un grupo que además de tener a Cristo posee un trasfondo étnico en común,
se encuentra en peligro constante de pensar que sus miembros constituyen la
última tribu sobreviviente de Israel: un grupo pequeño con un Dios fiel pero
también pequeño. Tal vez estas expresiones sean demasiado duras y quien escribe
estas líneas merezca corrección. Pero se requiere auto examen para todos aquellos
que participan de la mesa del pacto.
Pablo habla de «un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres»
(v. 5). Nótese cómo recurre a la antigua confesión judía de la unidad de Dios (Dt.
6:4, «Escucha, Israel: el señor nuestro Dios es el único señor»), pero lo expresa en
el lenguaje del Nuevo Testamento y con la implicación universal del Nuevo
Pacto. Al haber un solo Dios, todos los hombres tienen el mismo Señor. Y
puesto que hay un solo mediador (palabra típica del pacto) existe solamente un
camino donde entrar a una relación salvadora con el único Dios. Esto se aplica a
Partícipes en el pacto
89
todos los hombres, razón por la cual Jesús se entregó «como rescate por todos»
(v. 6). En su gracia, Dios quiere establecer un pacto con todos los hombres, pero
sólo a través del único mediador. Por la sangre y el Espíritu de Cristo, todos los
hombres pueden recobrar su relación original con el único y verdadero Dios. Y
quienes ya viven en esta relación exhortan a todo el mundo a hacerlo.
La muerte de Cristo ha sido el «testimonio» (v. 6), dado en la plenitud del
tiempo, del deseo de Dios de salvar a todos los hombres. Pablo y la iglesia se han
hecho predicadores (v. 7) de este testimonio. Por lo tanto la comunidad del pacto
presenta no sólo la causa del mundo ante Dios en oración (vv. 1-4), sino que
también presenta la voluntad de Dios ante el mundo (la predicación del
testimonio, vv. 6, 7). En nuestras oraciones y en nuestra predicación deben
motivarnos el optimismo y la esperanza basados en nuestro conocimiento de la
voluntad redentora de Dios.
Partícipes en el plan de Dios
Por supuesto, hay otro aspecto en todo este asunto. Si has estudiado nuestras
lecciones previas, habrás descubierto también que la comunidad del Nuevo Pacto
es en el mundo de hoy lo que antiguamente era Israel en medio de las naciones.
Dado que Dios establece su pacto con nosotros y nosotros con él, somos
«separados» para ser un pueblo santo. Hay un principio de separación espiritual
del mundo que hace que nos encontremos frecuentemente enfrentados con todos
los hombres. Esta verdad debe siempre vivirse y reconocerse en la comunidad del
pacto, para que la sal no pierda su sabor y deje de ser buena. Pero no olvidemos
que la sal debe retener su salinidad para salvar al mundo. Nuestra separación
espiritual nunca debe degenerar en un aislamiento físico. Dios nos ha salvado
para involucrarnos en su obra.
Es sorprendente que gente como nosotros, que por naturaleza estaba opuesta
a la voluntad de Dios, pueda ser transformada en colaboradores de Dios. Pero
esto es exactamente lo que ha sucedido mediante la sangre y el Espíritu de Cristo.
Él desea que su nombre sea glorificado, nosotros también. Él desea que su reino
venga, como nosotros. Él desea que se obedezca su voluntad, la obedecemos.
Desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad,
nosotros también lo deseamos. Él lucha por las almas de la gente, también
nosotros. Él hace justicia y odia la corrupción, nosotros también.
Partícipes en el pacto
90
Por tanto, la comunidad del pacto debe hacer «plegarias, oraciones, súplicas y
acciones de gracias por todos...» Y Dios juzgará la sinceridad de nuestras
oraciones por medio de nuestras obras.
Preguntas de repaso
1. ¿Qué significa que Dios desciende a nosotros, en lugar de que nosotros
ascendemos hacia él (primera sección de este capítulo)? ¿Cuál es el significado
de la gracia (en el Pacto de Gracia)? ¿Podemos seguir siendo gente común y
corriente aun ahora que nos hemos transformado en colaboradores de Dios?
2. En 1 Timoteo 2, Pablo se está refiriendo a la reunión más o menos oficial de la
iglesia. ¿Ofrece tu iglesia estas oraciones en tales reuniones? ¿Quién dirige
dichas oraciones?
3. ¿Te parece que una oración «por todos los hombres» puede ser demasiado
general? ¿Estás a favor de listas de personas, o iglesias, o causas por las cuales
orar?
4. Si Dios desea que todos los hombres sean salvos, ¿cómo es que muchos se
pierden?
5. ¿Crees en una salvación universal, o en una oferta universal del evangelio de la
salvación?
6. Teniendo en cuenta todos los secuestros que se llevan a cabo en tantos países,
¿puedes explicar e ilustrar la palabra «rescate» que aparece en 1 Timoteo 2:6?
7. ¿Existe en tu iglesia el peligro de que se desarrolle una concepción del pacto
que quede limitada a «un pequeño grupo?». Si es así, ¿qué estás haciendo al
respecto?
Partícipes en el pacto
91
ÍNDICE GENERAL
Prefacio 5
1. Los comienzos 8
Introducción
Antes de Abraham
El pacto con Noé
2. El Pacto de Gracia 14
Abraham como socio de Dios
¿Quiénes son los hijos de Abraham?
La Biblia es la historia del pacto
3. Vivir con Dios 19
Contemplemos a Abraham
Un camino escabroso
Vivir por medio de la promesa
Así es la vida
4. Un pacto, dos dispensaciones 25
El texto clave
5. El pacto queda sellado
Ayudas externas para la comprensión
El sello del Nuevo Pacto
La mesa del pacto
6. Perdón total 35
Un pacto mejor
El sacerdote único y definitivo
Sombra y realidad
Lo antiguo y lo nuevo
Partícipes en el pacto
92
7. Carta de Cristo 40
El gran cambio
8. La era del Espíritu 45
Ezequiel 37
Agua de vida
9. La madurez del Nuevo Pacto 50
Juan y Jesús
El evangelio y el Espíritu
La congregación adulta
10. La ley y el Espíritu 55
Jesús y la ley
Los dos grandes beneficios
El cumplimiento de la ley
11. La ley y el amor 60
1. En el Nuevo Pacto el cumplimiento de la ley revela el carácter
pecaminoso de todo el pueblo
2. Ahora la obediencia ha sido cumplida, y puede ser cumplida
3. El amor cumple todo lo que la ley requiere
4. El amor nos hace partícipes en el plan de Dios
12. La voluntad de Dios y el Nuevo Pacto 65
¿Dónde encuentro la voluntad de Dios?
La voluntad de Dios es la ley de Dios
Nuestra actividad propia en Cristo
Lo que realmente importa
13. La comunidad del pacto. 70
Un pueblo del pacto
Uno y muchos
Responsabilidad compartida
El fin del individualismo
Partícipes en el pacto
93
14. La familia del pacto 75
La familia de Abraham
El pueblo de Israel
El nuevo pueblo del pacto.
El concepto de «familia»
El bautismo de niños
Lo personal y lo comunitario
15. El pacto y la educación 81
¿Por qué educar?
La enseñanza, «cómo y cuándo?
¿Qué es lo que hay que enseñar y aprender?..
La meta de la educación
El pacto y la escuela
16. El pacto y el mundo 86
Conocedores de los secretos de Dios
Nombrados como intercesores
Solidaridad con el mundo
Un pacto no exclusivista
Partícipes en el plan de Dios
Índice general 91
Partícipes en el pacto
94