don juan, un mito vigente

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  • D O N J U A N , U N M I T O V I G E N T E

    M . a T E R E S A D O M I N G O Y B E N I T O *

    A mis hermanos

    Antonio -Siempre tienes presente al pblico... Juan -De l vivo! En l vivo!

    U N A M U N O

    R E S U M E N

    Me propongo mostrar la vitalidad del mito donjuanesco y el inters que sigue despertando el personaje. Las interpretaciones de la leyenda que se han hecho durante el siglo X X comparten una visin desmitificadora, presentan a un Don Juan ms cere-bral, ms discursivo, conocedor de su fama pone a prueba al tipo. A pesar de todo, el mito sigue seducindonos. El mtodo seguido es el de comparar las versiones actua-les entre s y con las tradicionales.

    PALABRAS CLAVE

    Don Juan Creacin del mito Caracterizacin del personaje Desmitificacin e interpretacin en la literatura europea.

    A B S T R A C T

    The myth of Don Juan is still alive today. Throughout this century different au-thors have given numerous interpretations of the legend, all of them sharing an at-tempt to demystifying, thus presenting a more rational, more discursive, more conscious character, who challenges the archetype. But despite this point of view, the myth still casts its spell. The different contemporary versions are compared with each other and with the previous ones.

    K E Y WORDS

    Don Juan Cration du mythe Caractrisation du personnage Dmythification et interprtations dans la littrature europenne

    * Prof. Agregada de Lengua y Literatura del I.B. Murillo (Sevilla)

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  • M a TERESA DOMINGO Y BENITO

    RSUM

    On va montrer que le mythe de Don Juan est vivant encore notre poque. Pen-dant le XXme sicle ce sont nombreuses les interprtations que les auteurs ont fait de la lgende, tous ceux ont en commun un dsir de dmythification, ils nous prsen-tent un Don Juan plus rationnel, plus discoursif, plus conscient qui soumet preuve le type. Mais, malgrs tout, le mythe nous sduit. La mthode que nous avons suivie c'est celle de comparer les versions contemporaines avec les prcdentes et celles-l entre elles.

    MOTS CL

    Don Juan - Cration of the myth - Features of the character - Undoing of the myth and interprtations in European Literature.

    Sin que nos paremos ahora a discutir qu sea un mito, y sirvindonos de Du-vignaud: los mitos no son ms que una fuga, una manera de escapar del presen-te 1 , parece evidente que Don Juan sigue seducindonos, en las postrimeras del siglo X X . Y es que, tal vez, como seal Maeztu: la visin de Don Juan realiza imaginativamente el sueo ntimo, no slo del pueblo espaol, sino de todos los pueblos porque es la encarnacin del capricho absoluto 2. Y este mito lleva vigente ms de trescientos aos! A pesar de que las leyendas [donjuanescas] en-tran de lleno en un mundo de valores homogneos y se constituyen en tomo a ideas generales sobre el honor y la vida de ultratumba 3 , probablemente tenga-mos que concluir que la naturaleza humana sigue aferrada a unos ideales casi tan antiguos como el hombre. Dice Caro Baroja: no se imagina uno, en efecto, a un Don Juan plebeyo, porque no sera ms que un mozo rijoso de aldea o de fign. No se imagina uno a un Don Juan en una sociedad de mujeres en que la v i rg in i -dad y la vergenza, el recato, la honestidad en el sentido clsico, no sean valores femeninos esenciales. Tampoco cabe imaginar una sociedad en que "lo masculi-no" no est vinculado a un valor ms o menos acreditado, ms o menos imperti-nente, sin desafos, puntos de honra, etc. Qu hacer por lt imo de un Don Juan ms o menos incrdulo y orgulloso de su desprecio a las creencias, en una socie-dad laica con facilidad de relaciones entre hombres y mujeres? 4. Si esto es as, esa sociedad descrita no es la nuestra, puesto que a pesar de haber sido repetida-mente mitif icado, desmitificado, descalificado, explicado, etc, sigue subiendo a las tablas cada noviembre en distintas versiones; concretamente en 1991 lo pro-yectaba el cine - G . Surez, Don Juan en los infiernos-, A. Faci lo recreaba y actualizaba para Los Goliardos, la televisin le haca protagonista de un progra-ma-concurso, las revistas femeninas exhiban y proponan donjuanes de nues-

    1. Diario 16 (1991), 2 de noviembre, p. 35. 2. R. de Maeztu (1981), pp. 88 y 91. 3. J. Caro Baroja (1989), p. 60. 4. J. Caro Baroja (1989), p. 60.

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  • DON JUAN, UN MITO VIGENTE

    tro tiempo, el Centro Dramtico preparaba para 1992 una versin de V. Mol ina Foix. Y l, contra todo y a pesar de todo, se mantiene inalterable.

    Los textos novecentistas, que son en los que nos basaremos, tienen en co-mn el propsito de interpretar el mito, aclararlo o desmitificarlo y, no obstante, repiten los caracteres y circunstancias que le asignaron sus predecesores.

    En cuanto a la forma literaria en que se nos presenta la leyenda, encontra-mos la de la versin primigenia, drama en verso -Villaespesa y Madariaga-, pero tambin en prosa, como hicieran Moliere, Unamuno, los Machado y Monther-lant; narrativa en Valle, Azorn y Prez de Ayala -precedentes ilustres hallare-mos en A. Dumas y Mrime, entre otros-. Torrente Ballester se sirve de ambas posibilidades.

    El mito precisa un soporte fsico, que generalmente fue un galn. En nuestro siglo puede seguir sindolo -Va l l e , Villaespesa, Madariaga y el personaje joven de Torrente, don Juan Tenorio y Ossorio de Moscoso-, o ser ya un hombre co-mo todos los hombres (cap. I, Azorn), cuarentn como el sin-nombre de To-rrente (-Ahora cmo se llama? - N o lo recuerdo bien. A lo mejor, Juan Prez p. 31), el de Montherlant tiene ya sesenta y seis aos (p. 21 y passim). El sabe, en todo caso, que es bello para la mujer 5 , resida en lo que resida su belleza y, precisamente, sta es una de las razones por las que Maran niega su v i r i l idad 6 .

    Don Juan puede ser rico o menos rico, pero no carece de relevancia social en la comunidad. Venido a menos, don Juan del Prado no mora ya en una casa suntuosa, ni se aposenta en grandes hoteles (cap. I I I , p. 21), incluso se han pues-to a la venta sus antigedades, pero es contertulio de lo mejor de su ciudad. La casa del hermano Juan se ha convertido en posada y, menos rimbombante, habla de poner piso; pero no deja de ser sobresaliente.

    Aunque Maran seale que fuera de sus fechoras, no tiene tiempo para nada 7 (as lo indica un personaje de Montherlant: o en trouverait-i l le temps, toujours accapar par ses intrigues galantes?, Acto I, esc. I, p. 39) y comprobe-mos que todo lo sucedido [a Juan Prez] era la obra de un hombre ocioso, pro-bablemente de un hombre rico que, como todos los personajes de las novelas romnticas, poda gastar todo su tiempo en aventuras sentimentales (p. 145), sin embargo, Xavier y Vespasiano ejercen el donjuanismo a la par que sus obligacio-nes, sean stas la diplomacia o la venta ambulante.

    Los ms se ubican en Espaa. En Sevilla, el Burlador y ambos Tenorios; en Pilares, Vespasiano Cebn; en lugares innominados y, me atrevera a decir, caste-llanos, don Juan del Prado y el hermano Juan. Contina la tradicin italiana Xa-vier. Hasta Pars se marcha Juan Prez quien habita en la l ie St. Louis, aunque tiene el picadero en el piso en que viviera Baudelaire.

    5. A. Machado (1986), p. 124. 6. G. Maran (1940), p. 84. 7. G. Maran (1966), tomo III, pp. 75-93.

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  • M a TERESA DOMINGO Y BENITO

    Desde que naciera en tiempos de Alfonso Onceno ha pasado por casi todos los siglos. En el X V I lo sita Villaespesa. En 1630 lo coloca Montherlant, remon-tndose a los tiempos de su primer padre potico; el de Tirso y el de Moliere de La Don-Juana, as como el don Juan Tenorio de Torrente. En el siglo X V I I I , el de Mozart; decimonnicos son los de Byron y Pushkin - m e estoy refiriendo, evi-dentemente, a los personajes de Madariaga; ahora bien, todos ellos, aunque va-yan vestidos conforme a su origen, se encuentran en un escenario del siglo X X - ; novecentistas son don Juan del Prado, Vespasiano Cebn, el hermano Juan y Juan Prez.

    Con el paso del tiempo Don Juan ha perdido a su criado en muchos casos. Lo mantiene en el cine. Sganarelle acompaa al de G. Surez y Leporello al mo-zartiano de Losey; ste lt imo es tambin el compaero de los de Torrente. E l de Xavier se llama Musarelo. Don Juan del Prado tiene ama, ms acorde con su ac-tual posicin. El Burlador se sirve de una celestina-brgida que lo entronca con Zorri l la. El ayudante del francs es su propio hi jo, don Felipe Alcacer. El resto de los textos no emplean a este personaje.

    No hay Don Juan si no hay enamoradas. Ya nos asombraron con el nmero de sus conquistas Don Giovanni y el de Zorr i l la , pero no les va a la zaga el galo, quien precisa: II faut que j ' e n aie au moins trois par jour (Acto I, esc. I, p. 27), y es que, como l mismo confiesa, L'homme est fait peur abandonner (Acto I, esc. I, p. 26). Los espaoles se muestran ms parcos, o ms prudentes, quiz por-que, como nota Maeztu, los autores espaoles han dudado sabiamente de la po-sibilidad de que su hroe realizase sus hazaas en Espaa 8; y as Xavier y los de Torrente viajan por distintos lugares, el Burlador y el hermano Juan se mantienen dentro de lo verosmil, teniendo en cuenta que no se mueven de una ciudad, y don Juan del Prado ya est retirado. La francesa Elvira ser una de las enamora-das del de Unamuno, la otra, Ins. Doa Ana de UUoa es reutilizada por Mont-herlant. Ms en nuestra poca, Juan Prez conquista a una sueca y una francesa, Sonja y Marianne; pero don Juan Tenorio y Ossorio de Moscoso seduce a la mu-jer y a la hija del Comendador, Elvira, a pesar de estar encerradas. La pr imit iva referencia al retiro conventual de Isabela se transforma con el paso del tiempo en la violacin del recinto sagrado por obra del seductor. Xavier galantea a una j o -ven que va a profesar, pero el de Villaespesa conquista a dos novicias. Don Juan del Prado resulta tentado por Sor Natividad (Una tentacin celestial, cap. X X X , p. 114). Tras la ausencia de don Juan, su esposa, Mariana, transforma la casa co-mo si fuera un convento (Torrente, p. 299). Por tanto, lo que estaba esbozado en Tirso se toma en los continuadores como rasgo constitutivo del tipo, quiz por-que la imaginacin empuja a la transgresin. Hablaba ya Federico Garca Lorca de las metforas populares con que se nombra a ciertos dulces, tocinos de cielo y suspiros de monja 9 , tambin hay otros a los que el pueblo llama besos de monja y

    8. R. de Maeztu (1981), p. 87. 9. F. Garca Lorca (1975), tomo I, p. 1.002.

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  • DON JUAN, UN MITO VIGENTE

    no olvidemos algunos trminos de comparacin, frases hechas del coloquio, que aluden ms directamente a este deseo transgresor. Parece propio de Don Juan moverse dentro de lo prohibido, ser un transgresor, o resumiendo con el de To-rrente No estoy en pecado, soy pecado (Cap. IV , esc. 4, p. 177).

    Toda persona, adems de viv i r en un lugar y un tiempo determinados, perte-nece a una familia. Comenz teniendo padre, don Diego, y to, don Pedro. Aqul sigue censurndole en G. Surez, como hiciera el de Molire, y le incita a la ven-ganza en Torrente. La madre, que fuera fundamental en Mrime, slo se nombra en Torrente -doa Menca Ossorio, muri al parirme (p. 15); el unamunesco ansia reencontrarse con ella (p. 624) y, segn promete V. Mol ina, el papel de la madre de Don Juan ser esencial (Diario 16, 29 sept. 1991). En Montherlant tie-ne hermano (pp. 111 y 149) e hijos, bastardos y bastardas (pp. 112 y 113), contra-diciendo as a Unamuno (Acto I I I , esc. I I , p. 607), a Maran, a Prez de Ayala (p. 618) y a A. Machado: no renuncia a la carne, pero s, como el monje, a en-gendrar en ella (p. 125).

    Por lo que respecta a sus convicciones religiosas, el Marqus de Bradomn era feo, catlico y sentimental, el de Unamuno, ms complejo, dice: creo en l [Dios] pero no le creo (Acto I I , esc. I I , p. 589). Don Juan Tenorio y Ossorio estudi Teologa en Salamanca y confiesa: A m me llenan de orgullo [el poder y la gloria de Dios]. Es mi enemigo, y en su grandeza hallo la ma propia (p. 313). Slo el de Montherlant se presenta como ateo: Dieu ce n'est pas srieux (Acto I, esc. I I , p. 51), Dieu! J'a dis, la religion m'indignait. Maintenant, elle n'est plus pour moi que quelque chose de comique (Acto I , esc. IV , p. 56) y Je ne demmanderai pas pardon un Dieu qui n'existe pas pour des crimes qui n'existent pas (Acto I I , esc. IV , p. 78), pero su nombre se le viene a los labios continuamente cuando habla con doa Ana, y l lo explica as: Il y a en moi une exaltation et una passion qui ont besoin du recours Dieu, mme si je ne crois pas en Dieu (Acto I I I , esc. IV , p. 147). Parece que sigue siendo vlida la obser-vacin de Maeztu a propsito de Don Juan y de los extranjeros: Un Don Juan que cree y que obra como si no creyese? Contradiccin palpable! Y para supri-mir esta contradiccin despoj [Molire] a Don Juan de su creencia 1 0. Por tanto, es posible concluir con A . Machado: Don Juan es hroe de c l ima cristiano (p. 125).

    El mito sali de la pluma del mercedario conformado en cuanto a su carc-ter. Es orgulloso: el orgullo ha sido siempre mi mayor virtud, reconoce Xavier (p. 102), y el Burlador acabar diciendo: Nuestro orgullo indomable los cielos desafa! (Acto I I I , esc. lt, p. 69). Escuetamente lo seala Madariaga: En su or-gullo, tan slo al Ser Supremo / Se iguala en insensato desafo (Acto I, esc I I , p. 636). El orgullo de estirpe es notorio en don Juan Tenorio y Ossorio, como sea-l el autor en el prlogo.

    10. R. de Maeztu (1981), p. 85.

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  • IVr TERESA DOMINGO Y BENITO

    Es valiente, a veces incluso temerario. Quiz en esta poca ms que en desa-fos muestra su valenta al enfrentarse a la muerte; con entereza se apresta a ella el hermano Juan. Resuelto el francs, exclama: Une tete de mort? A la bonne heure! En avant! A u galop pour Sville (Acto I I I , esc V I I , p. 156). Y Juan P-rez: sin mirarme, sin dejar de tocar, dijo "Ah junto a tu mano est la pistola". Efectivamente, mi mano toc una pistola. Dispar sobre l (p. 59). nicamente el Burlador huye.

    Y esta valenta ante la muerte podra ser uno de los rasgos trgicos del de Unamuno y del de Montherlant. Una de las preocupaciones que comparten el b i l -bano y su personaje es la preocupacin por la muerte; el deseo de aqul de so-brevivirse est presente en toda su obra y una manera de lograrlo es permanecer en el recuerdo; eso mismo pide el hermano Juan: No me deis al olvido, sino dadme al recuerdo de perdn... (Acto I I I , esc. V I I I , p. 615). El mismo Unamu-no, en su deseo de no perecer, se incluye como personaje en algunas de sus obras; lo hizo en Niebla y volver a hacerlo aqu. Adems, el texto le sirve para reflexionar, una vez ms, sobre la esencia de la vida.

    Las referencias a la muerte son habituales en este Don Juan sexagenario. II est obsede par cette horreur, comenta su autor. Je dois songer un peu ma mort dice de s (Acto I, esc. I, p. 30); quand un homme est marqu par la mort, cela se voit sous son visage. Dis moi o je suis marqu (Acto I, esc. IV , p. 55), le pedir a su hijo. Sus conquistas le suministran, ms que placer, pruebas de su existencia (Acto I I , esc. IV , p. 83) y, como nos dice en el acto I I I , su pensamiento lo ocupan el amor y la muerte (esc. I, p. 109). Y sin embargo, como subraya el mismo Montherlant, quand elle est devant lu i , i l la traite avec courage, avec nonchalance (p. 163).

    En resumen, obsesin por la muerte en ambos; a ambos les produce terror y horror, pero ambos la encaran con valenta: uno piensa sobrevivir en los recuer-dos de los dems, el otro la acepta sin ms. Ahora bien, creo que es evidente que ambos son la anttesis del personaje de Tirso quien, a este respecto, responde in -variablemente: Qu largo me lo fiis!.

    La valenta de Don Juan tena dos ocasiones fundamentales en las que mos-trarse: el desafo y la cita con el Comendador. No va a suceder as en nuestros contemporneos.

    En algunos de ellos no se dan las circunstancias que obliguen al reto, tal es el caso de Valle, Azorn, Prez de Ayala, Villaespesa y Unamuno. En el de Ma-dariaga, el lance ocurre entre los dos espaoles sin que llegue a ser cruento; y su funcin es otra, aludir a la guerra c iv i l para denostarla. En Montherlant, quien propicia el enfrentamiento es la esposa del Comendador y la muerte de ste se debe a mero accidente, por tanto ms cercano al azar que interviene en Zorr i l la que a la sangre fra, al desprecio por la vida, que muestran otros donjuanes. A l j o -ven Don Juan Tenorio el Comendador le daba asco (p. 149), es su padre quien le incita a matarlo y sucede a consecuencia de un duelo a espada (pp. 245-246). N i aqu ni en el anterior hay grandeza trgica, ambos comendadores carecen de la

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  • DON JUAN, UN MITO VIGENTE

    nobleza de algunos de sus predecesores, particularmente del de Mozart. No obs-tante, esta muerte es la nica en que. como tal hecho, se refleja a Tirso.

    Ms comn es el que ocurran situaciones luctuosas: la muerte accidental de M a Nieves en la Sonata y la de M a Esperanza en el Burlador recibiendo la saeta que el jardinero disparaba a Don Juan.

    La cena del difunto ha sido tambin eliminada en algunos de estos textos; en realidad slo se da el convite en Montherlant y Torrente. En aqul no aparece el difunto, sino que es la comparsa carnavalesca quien lo finge y as omos a Don Juan: Les hommes, d'aventure, me font peur, mais jamais les spectres. N i les spectres, ni les diables, ni Dieu (Acto I I I , esc. V I I , p. 153), y, conforme a su ma-nera de pensar, aade: Btonne- les et dtruisons ce carton-pte. Que ne pou-vons-nous dtruire aussi facilement le carton-pte de Dieu et de toutes les impostures, les divines et les humaines (Acto I I I , esc. V I I , p. 154). Se ha despo-jado, tambin aqu, el suceso de lo sobrehumano, no hay patetismo, ni grandeza, a no ser en el deseo donjuanesco.

    Festn habr en Sevilla a la vuelta de Don Juan, y ste se celebrar tambin en escena en Pars, donde el resultado es la muerte de don Juan. Propuesta, por tanto, teatral. Con el pual se mata Elvira, la hija del Comendador, desdeada por don Juan. E l Comendador gritaba: "-Esto es un error (...) La escena no es as. Es don Juan el que tiene que morir, y no mi hija". Arranc el pual del cuerpo deli-cado. El pecho de don Juan se ofreca an. Don Gonzalo mir el pual, se dir igi al pblico. "Alguien tiene que hacerlo!" -g r i t : y, sin ningn miramiento, clav el arma (p. 339). Ya haba advertido el narrador que la invitacin al Comenda-dor no era un reto, sino mera cortesa. Seguimos en la desmitificacin.

    Otro de los rasgos distintivos de Don Juan es el de ser burlador, as lo llama Villaespesa en el ttulo, y as se lo reconoce Prez de Ayala: Slo don Juan es bastante bizarro para a todas acometer; bastante gallardo, para a todas enamorar; bastante sutil, para burlar a todas (p. 374). Pero tambin se someter este aspec-to a revisin en los textos. El Hermano Juan confiesa Mi of ic io; burlador... bur-lado! (p. 588); V . Cebn resultar igualmente burlado; el francs se jacta de n'avoir jamais promis le mariage (Acto I I , esc. IV , p. 82). El de Azorn est re-tirado de lo galante, pero tiene un competidor femenino, Jeannette. Parece que estos Don Juanes no son propiamente burladores y, si lo son, tambin reciben la burla. Lo que, evidentemente, no puede dejar de ser Don Juan es seductor.

    Podr ser o no catlico pero siempre hay en l algo diablico. Algunas ve-ces me parecis el Demonio!, le dir M a Rosario (p. 128) y, tras el accidente fa-tal, reconocer Fue Satans!, sin que sean stas las nicas referencias que hallamos en el texto. En Villaespesa, en el insomnio una monja lo asocia a Satn, y el jardinero lo reconoce en la mandadera: porque sois, seora ma, / y que os sirva de gobierno, / baldn de la brujera / y deshonra del infierno... (Acto I, esc. I I I , p. 12). A l hermano Juan le responden: S, son tus diablicas tretas de come-dia! (Acto I, esc. I I , p. 570), pero l dice de s: Lo que s he descubierto es a mi padrino el demonio..., a Satn..., otro personaje! (Acto I I I , esc IX , p. 620). E l mismo ttulo alude a ello en G. Surez.

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  • M" TERESA DOMINGO Y BENITO

    Leporello ser la encarnacin del diablo, en Torrente (p. 255), y adems El-vira confiesa: Don Juan tiene el demonio en la lengua! (p. 335). El hacer del maligno compaero de don Juan estaba insinuado en Mrime, don Garca, si bien dejando lugar a la ambigedad.

    No falta la mencin en el asturiano, asociada aqu a la Capitana, sacerdoti-sa de Belceb (p. 427), y, ms connotativa, asociada a Vespasiano: era [...] co-mo una sierpe irisada (p. 470). N i siquiera est ausente en Azorn, aunque ms trada por los pelos; el Obispo lo vio en Pars: Era el Enemigo! ... Terrible ...te-rrible... terrible (p. 141).

    Suele atribursele la virtud de la liberalidad. El francs hace regalos a sus enamoradas, dona todos sus bienes a su hi jo; y el joven de Torrente antes de de-saparecer lega sus posesiones a Mariana. Esta generosidad se la haba conferido ya Tirso.

    Todos han reconocido como consustancial a Don Juan la teatralidad, tanto en su esencia como en su existencia. Cualquiera que sea el gnero en que se vier-ta la leyenda, presenta sta elementos teatrales: elocuencia, gestos, cambios de tono y de vestuario; es decir, signos auditivos y visuales que son propios del g-nero teatral, como indica A . Tordera".

    La historia de Torrente acaba con estas palabras del narrador: Y en aquel instante, slo en aquel instante, comprend que don Juan y l [Leporello] no eran ms que unos actores (p. 345). Las actitudes del Marqus de Bradomn son las del que est siempre en escena, como han sealado la mayor parte de sus crticos. La despedida de don Juan y Jeannette, con sus gestos y silencios (p. 148), es igualmente teatral. Prez de Ayala pone en boca de un personaje: Ah, Vespa-siano! Qu ojos de blsamo oriental! Qu bigoti l lo de sultn! Qu hermoso muslo y pierna; pidiendo estn la malla de seda, de color malva, de don Juan Te-norio! (p. 471). Unamuno seala continuamente la teatralidad del protagonista; valga esta pequea muestra del principio: Ins: -T . . . , no lo s..., pero, la ver-dad, se me antoja que siempre ests representando... Juan: - S , representndo-me! En este teatro del mundo, cada cual nace condenado a un papel, y hay que llenarlo so pena de vida... (Acto I, esc. I, p. 566). El de Montherlant confiesa: tu peux te dire aussi que depuis un demi-sicle je joue la comdie de la vulgari-t. [...] Oui, mais cette fois nous sommes dans une tragdie (Acto I I I , esc. I, pp. 114-115). La mayor parte de estos donjuanes se saben Don Juan. Es algo pareci-do a lo que le pasa al ingenioso caballero que sabe que la historia del ingenioso hidalgo ha sido ya difundida por los libros. El de Unamuno se reconoce literario: fui Don Juan Tenorio, el famoso burlador de Sevilla... (Acto I I I , esc. IV , p. 619) y conoce a sus crticos (Acto I, esc. I I I , p. 573); tambin en Montherlant (Acto I I I , esc. I I ) . Las referencias son asimismo mltiples en Torrente; valga sta como muestra: No le dije todava que vamos a Espaa todos los aos? Es para

    11. A. Tordera (1978), pp. 157-199.

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  • DON JUAN, UN MITO VIGENTE

    ver los Tenorios (p. 124). Este conocimiento de su popularidad aumenta su nar-cisismo.

    Una caracterstica comn a todos ellos es su elocuencia. La mayor parte de sus creadores se la reconocen explcitamente, slo Montherlant no hace mencin de ella aunque la ejemplifique en la prctica; sin embargo, la subraya en la expli -cacin de su texto: A cette mobilit du caractre correspond la vivacit dans l 'locution, puisque l 'locution est adapte au mouvement de l'me (p. 158). Por ser un don bastante notable mostraremos algunas referencias. Dice Xavier (secuencia 25, p. 128): Y mi voz fue tierna, apasionada y sumisa. Yo mismo, al orla, sent su extrao poder de seduccin. La habilidad oral de don Juan del Prado sobresale entre sus contertulios, de ah que se le premie con la rosa ms lo-zana (cap. X X X V ) . Vespasiano era un gran parlanchn (Adagio de Tigre Juan, p. 363). M a Concepcin piensa que es ms dulce su acento / que un panal al alba destilando miel (Acto I, esc 7, p. 26); pero M . a Esperanza, ms explcita, le con-fiesa: Estoy ebria de t i ! [...] De tu voz, varonil , dulce y suave, / que me ador-mece en sedas y me alza / en xtasis de amor sobre la tierra (Acto I I I , esc. 3, p. 60). Igualmente se teme la labia del Hermano Juan; por otra parte, al estar siem-pre representando, esta habilidad ser fundamental. Sonja es quien lo expresa ms por extenso: No lo escuchaba slo por lo que me deca, sino principalmente por la manera de decirlo. El tono, el modo de mirarme, sus movimientos y sus gestos, quiz algo inefable que sala de l y lo envolva como un aura, me heran dulcemente, me heran casi traidoramente, porque yo crea entonces haberme de-sentendido de todo lo que no fuesen sus ideas sobre Don Juan, de todo lo que no sujetaba la atencin de mi mente; y, sin embargo, lo que en su voz haba de cari-cia, me acariciaba (Cap. 1, p. 52).

    En todo Don Juan hay cantos que subrayan o anticipan la accin o el con-texto. Pueden ser serenatas amorosas, que favorecen la conquista o crean el cl ima acorde con ella, o bien resumen la situacin (La Mort qui fait le trottoir, p. 39, 72, y explicando su conducta don Juan echa mano de la comparacin con el pia-no, p. 86). Pueden ser tambin cantos litrgicos: Del fondo del claustro viene el rumor dulce y milagrero de las letanas de la Virgen, que las monjas cantan en el coro, acotacin al acto I I I de El Burlador. En Valle hay, adems, cantigas del vulgo y se oan las voces de unas nias que jugaban a la rueda: Cantaban una antigua letra de cadencia lnguida y nostlgica (pp. 80 y 44).

    Pero con los cnticos no acaban los efectos sonoros que pueblan las distintas versiones. Hemos odo el piano en Montherlant y en Torrente, justo antes del t i -ro; hay tambin campanillas que acompaan al vitico: en el fondo del claustro resonaba un campanilleo argentino, grave, l itrgico (Valle, p. 35); exhalaba su perpetuo sollozo la fuente (Sonata, p. 44), tambin presente en E l Burlador (acotacin al acto I, p. 5).

    Como se observa en una obra de contrastes, como es la que nos ocupa, al la-do del erotismo est lo religioso, junto al pecado el candor de la niez, la anima-cin de lo inanimado, la participacin de la naturaleza: los mirlos cantaban en

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  • M s TERESA DOMINGO Y BENITO

    las ramas (p. 50); no slo, pues, contrastes en el contexto, sino tambin en la si-tuacin.

    A l presentarlo Tirso le haca trocar una prenda, la capa, con el Marqus de la Mota, por lo que ste resultaba engaado y ofendido. Parece que es propio de Don Juan el cambio de vestuario, quiz como un juego con su identidad o con la apariencia. Vespasiano Cebn va vestido conforme a su poca, aunque la imagi-nacin popular lo vista de Don Juan. El burlador no cambia de vestuario; sin em-bargo en el insomnio una monja lo asocia a Satn, y en la vigi l ia el confesor y el jardinero lo ven como un ladrn. En las acotaciones unamunescas se lee: Juan, en los primeros actos, vestido a la moda romntica de 1830, con capa; en el ter-cero, de fraile (pp. 561 y 603). La Don-Juana presenta a cada uno de ellos con la vestimenta propia de su poca. El de Montherlant, adems de emplear mscara en algunas ocasiones, es confundido con el Duque Antonio a causa del cinturn olvidado en la cmara de doa Ana (Acto I I , esc. IV , p. 75). Juan Prez viste al da (de traje gris, grises tambin los aladares y el bigote, Cap. 1, p. 22; normal-mente emplea gafas oscuras, Cap. 1, p. 59), pero don Juan Tenorio y Ossorio de Moscoso no slo viste a la moda francesa del siglo X V I I (cap. V , p. 296) sino que adems da una fiesta de disfraces.

    Entre los gestos ms repetidos de Don Juan est el de la mano. Darse la ma-no tiene al menos dos significados en nuestro texto: ertico y audaz. Con fre-cuencia Don Juan da o besa la mano de sus enamoradas como parte del galanteo. La entrevista con el Comendador acaba cuando se dan la mano.

    Pero la mano es tambin reflejo de delicadeza y belleza: La Princesa, sin reparar en ello, apoy la frente en la mano, una mano evocacin de aqullas que en los retratos antiguos sostienen a veces una flor, y a veces un paolito de enca-je (secuencia 12, p. 75). Un marcado carcter ertico presenta la mano aorante del hermano Juan quien les acaricia las cabezas. De cuando en cuando introduce la mano en la melena de Ins, y luego la huele y se la pasa por la frente (Acota-cin a la escena IX, Acto I I I , p. 617).

    En Montherlant es la respuesta a una situacin cmica, algo absurda: Linda -Qu'est ce que c'est, caresser? Don Juan, bas - Elle exagre (haut). C'est cliner, cajoler, aimer, toucher. Linda - E t a s'crit comment? Avec deux r? Don Juan, la caressant. -Avec deux mains (Acto I, esc. I I , pp. 44-45).

    Ya hemos visto cmo ciertos elementos, esenciales o accesorios, siguen in -corporndose a los textos. Veamos ahora en estos Don Juanes su concepto del amor y su opinin sobre s mismos.

    Parece que algunos de ellos se sienten incomprendidos. Xavier: Yo, calum-niado y mal comprendido, nunca fu i otra cosa que un mstico galante, como San Juan de la Cruz (secuencia 16, p. 93); don Juan Tenorio insiste: Ce queje suis mourra, non ce que je ne suis pas. Ce que je ne suis pas tous le carillonnent avec quelle outrecuidance (Acto I I I , esc. IV , p. 132), y don Juan Tenorio y Ossorio de Moscoso tambin se lamenta: No puedo quejarme de mi fortuna con los poe-tas, pero a los sabios poco debo agradecerles (Cap. IV , sec. 2, p. 149). El herma-

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    no Juan confiesa: Ni yo acabo de entenderme... As me nac... (Acto I, Esc. 1, p. 565).

    Casi todos se muestran conscientes de su destino y de su of icio. Volar de flor en flor es mi destino, / segar ensueos y sembrar nostalgias (Villaespesa, Acto I I I , esc. IV , p. 63). Cmo no voy a atreverme, si atreverme es mi oficio? (Torrente, Cap. V , sec. 6, p. 335). Parece que una de las caractersticas de estos Don Juanes fuera, no ya slo el conocerse a s mismos, sino el ser cerebrales.

    Algunos asocian amor y libertad. V. Cebn: la esencia del verdadero amor es la libertad. Libertad sin traba ninguna (El Curandero, Cap. 2, p. 522); el Bur-lador de Villaespesa: Soy la libertad! (Acto I I , esc. lt., p. 48); sin embargo el Comendador francs expone: O i l y a amour i l n'y a plus de libert (Acto I I , esc. IV , p. 89), si bien parece que este personaje saba poco del tema.

    Lo que les mueve a la conquista puede ser la curiosidad, como a don Flix de Montemar (poda ms, en mi nimo la curiosidad que el deseo, Torrente, cap. IV , sec. 8, p. 200), pero tambin la huida de un mundo que les desagrada (Arriv mon age, mon exprience du monde me remplit d'hotreur, el c'est seulement dans la chasse et dans la pessession amoureuses que cette horreur est oubli, Acto I I , esc. IV , p. 94); incluso ste dir: J'ai horreur d'tre aim (Ac-to I, esc. I I , p. 51). Pueden estar en desacuerdo consigo mismos (nac condenado a no poder hacer mujer a mujer alguna, ni a m hombre, Acto I , Esc. I, p. 565); Condenado a ser siempre el mismo.... a no poder ser otro..,, a no darse a otro.. Don Juan!... Un solitario...!, un soltero...!, y en el peor sentido! (Acto I I I , esc. I I , p. 607), dice el de Unamuno; y el de Torrente: He muerto como don Juan, y lo ser eternamente. El lugar donde lo sea qu ms da? El infierno soy yo mis-mo (Cap. V , sec. 6, p. 341-).

    Quiz el que mejor se conozca, o al menos el que ms datos nos da sobre s, sea el de Montherlant, quien confiesa: le n'ai pas confiance, mais j 'ag is comme si j 'avais confiance (Acto I I I , esc. I, p. 109). Esta apariencia es fundamental en Don Juan; en el mismo texto se dice que vive en ella (Acto I I , esc. IV , p. 93) y Madariaga tambin lo entiende as: Byron: - Luego vuestra indignacin / era de puertas afuera! Pushkin: -Pues qu querais que fuera / en un Don Juan? (esc. V , p. 648). Este divorcio entre apariencia y realidad, bsico en don Quijote, vuel-ve a repetirse en la interpretacin del mito en nuestro tiempo. Prez de Ayala y Unamuno le achacan tambin su falsedad.

    Pero el amor de Don Juan no se l imita ya a las mujeres, aunque ste sea ras-go esencial y definitorio del tipo. Puede extenderse al gnero humano (Monther-lant, Acto I I , esc. IV , p. 82) o haberse transformado (El amor que conozco ahora es el amor ms alto. Es la piedad por todo, dice el de Azorn, Eplogo p. 152). Podemos preguntamos con De Beer quel crivain n'a pas Don lun dans ses t i -roirs?, y cada uno har de l el portavoz de sus preocupaciones. Parece comn a los escritores contemporneos nuestros el deseo de humanizarlo y, por tanto, de desmitificarlo, pero parece tambin que ninguno acaba de lograrlo, sin que me atreva a decir que la l imitacin est en ellos y no en nuestra necesidad de que si-ga siendo un mito.

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  • M a TERESA DOMINGO Y BENITO

    Valle Incln (1904) se plantea el tema como memorias. Xavier es, quiz, desde un punto de vista esttico-vital el ms refinado de todos los donjuanes. Evidentemente goza de la vida y de lo que sta ofrece. Nos trasmite su capacidad de disfrutar empleando los cinco sentidos y en este contexto se encuadra lo erti-co. La tabla de salvacin ante un mundo adocenado es, tal vez, otro mundo real, no f ict icio, pero sustentado en el placer esttico.

    Azorn (1922), pasadas ya sus excentricidades juveniles, ha descubierto el encanto de lo vulgar, de lo cotidiano. Su protagonista no vive de recuerdos, sino el presente, y entre lo religioso y lo laico se ha vuelto compasivo; nada queda en l del egotismo baudeleriano ni del aristocratismo del Marqus, confundido entre el pueblo, don Juan sonre (p. 125). Frente al frenes de la accin, la tran-quila contemplacin.

    Prez de Ayala (1926), empeado en destruir a Don Juan, nos ofrece uno de va estrecha, cercano al mozo rijoso de taberna o f ign del que hablaba Caro Ba-raja. Su nombre y apellido, Vespasiano Cebn, - a nivel denotativo, cacofnico, y a nivel connotativo, vulgar- son ya una desmitificacin y slo con eso ha perdido buena parte de su atractivo. Tiene claramente un alter ego, Tigre Juan, a quien, en este planteamiento maniqueo, se le propone como modlico; en una ocasin, in -cluso, se le llama don Juan, pero tampoco ste da la talla de mito. Es un hombre serio, trabajador, familiar, comprensivo, buen marido; pero cuando se piensa en Don Juan no tenemos en cuenta las instituciones, ni la lgica someter a la fantasa.

    Villaespesa (1927) en su poema escnico nos presenta a un don Juan ms cercano al ideal: atractivo, seductor, brillante, cnico, del que se sabe que es tor-nadizo y a pesar de eso las damas pretenden conquistarle (porque eres / el galn que suean todas las mujeres / al abrirse en rosas nuestra juventud, Que ama a todas?... No es cierto!... A una tan solo!... A m!, pp. 48 y 47). Se mantiene co-mo ideal por ser inalcanzable, pero le falta el arrojo y la valenta que tenan sus antecesores de otras pocas. En cierto modo, el papel del Comendador es ejercido aqu por el jardinero; no hay, empleando una terminologa lingstica, oposicin sino contraste. Como en los anteriormente tratados, ni hay cena, ni entierro, n i muerte de don Juan.

    Unamuno (1934) abre el cajn del que hablaba De Beer para volver a expo-ner su preocupacin bsica, la muerte, y fundamentalmente para responder a su eterna pregunta, qu es la vida? Slo que ambas cuestiones estaban ya en el pr-logo y la vieja comedia nueva de don Miguel no aporta nada, si no es la forma dialogada, y ni siquiera llega a ser teatral. La vida, para el vasco, es sueo y es teatro, Don Juan se siente siempre en escena, siempre sondose (p. 548), por tanto Don Juan es una falsedad, un papel (p. 619); lo que pasa es que, conclu-ye, todos somos un papel. Cuando Don Juan se arrepiente, se mete a fraile, dir Juan de Mairena (p. 125), y eso es lo que hace el de Unamuno. De acuerdo con la tradicin morir.

    Madariaga (1950) plantea una pieza en un acto, en verso y prosa, que es, en definitiva, un divertimento intelectual. Pone en relacin a los seis personajes l ite-

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  • DON JUAN, UN MITO VIGENTE

    rarios ms famosos, destacando sus caractersticas y mostrando que el de Zorr i l la fue el nico que se enamor, por eso se queda con la dama. Critica la proclividad de los espaoles al enfrentamiento fratricida y la neutralidad inglesa ante esta Guerra Civ i l . Si estuviramos en el mbito musical diramos que este texto es una variacin.

    Montherlant (1958) recoge la obsesin por la conquista y le aade la preocu-pacin por la muerte. Hace de l un ateo con base cristiana: satanismo e invoca-cin a Dios. Don Juan se caracteriza por la movil idad de su carcter, su ondoiement perptuel, moral et physique. Su esencia es el cambio, il cumule le changement et la dure. Entre estos contrastes, nos encontramos con un don Juan generoso, no porque sea liberal, sino por lo que atae a su espritu. De M o -lire toma algunos elementos constructivos: escenas cmicas que retrasan el de-senlace, libre pensamiento y libertad de conducta y un protagonista cerebral. Se elimina aqu lo sobrenatural: il n'y a pas de fantastique: c'est la ralit qui est le fantastique; el mismo Montherlant confiesa que la escribi para despojar a Don Juan del sentido profundo del que se le haba cargado, eso explica el sentido del humor del personaje que le lleva a rerse de s mismo (Je suis un peu vaurien, Acto I, esc. I, p. 32) e incluso de su mana (Ds l'instant qu ' i l n'y a pas de tigres en Andalousie, je suis bien oblig de chasser la femme, Acto I, esc I , p. 25).

    Un propsito meramente literario es el que lleva a Torrente Ballester a es-cribir su Don Juan (1963): Sumar, a las muchas existentes, mi particular versin de Don Juan. Concibe un don Juan nacido en el siglo X V I I que sigue viviendo en el X X , ste morir representando a aqul en un escenario parisino, pero slo aparentemente. De nuevo vemos aqu el conflicto entre la apariencia y la reali-dad, y no es casual en un autor, como ste, gran admirador de Cervantes. Como hicieran Unamuno y Madariaga, recoge numerosas referencias a versiones ante-riores: a Tirso y Zorri l la -Torrente ha sido tambin crtico teatral-, a Mozart, a Baudelaire, etc. Este don Juan tiene conciencia de s, se sabe personaje literario. A Leporello le otorga mayor autonoma, tambin conoceremos su vida anterior, su origen infernal. El Comendador pierde aqu toda su nobleza para llegar a ser un depravado, est aqu a la altura del Don Juan tradicional; sin embargo, don Juan es mucho ms sensible y discursivo que lo acostumbrado.

    En resumen, nos encontramos ante unos Don Juanes que interpretan a su an-cestro; en general podemos decir de ellos que son ms reflexivos, ms cerebrales. Se aaden caractersticas nuevas al mito: sentimiento, generosidad, compasin, serenidad, arrepentimiento; incluso, puede estar ya retirado de su oficio de con-quistador. Por lo que atae a la literatura espaola, no quiero dejar de notar el in -ters que despierta el tema en casi la totalidad de los escritores de la llamada generacin del 98.

    Y , para finalizar, diremos con Musset:

    Oui, Don Juan. Le voil ce nom que tout repte, ce nom mystrieux que tout l'univers prend, dont chacun vient parler, et que nul ne comprend.

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  • M A T E R E S A D O M I N G O Y B E N I T O

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    CampoTexto: CAUCE. Nm. 16. DOMINGO BENITO, Mara Teresa. Don Juan, un mito vigente.