domingo decimoctavo del tiempo ordinario

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DOMINGO DECIMOCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO Hermanos, hoy es domingo, día del Señor, y nos reunimos como Iglesia para celebrar nuestra fe en Jesucristo muerto y resucitado. Este día nos alimentamos no solo con su cuerpo y sangra, sino también con su Palabra, que nos guía y nos enseña el correcto modo de vivir nuestra fe. El evangelio que acabamos de escuchar nos presenta a Jesús en diálogo con la gente, con los que lo seguían y escuchaban sus palabras, que según dice el evangelio era numerosos. El centro de la narración lo constituye, sin duda, el reproche que Jesús hace a aquella masa de gente que iba tras de él: «Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Esto se los dice, porque el día anterior les ha distribuido pan para saciar su hambre. Aquí lo que Jesús concretamente está cuestionando es la mentalidad interesada y materialista de aquellas personas que veían en Él la solución inmediata a su pobreza o enfermedad. Jesús criticaba, por tanto, a aquellos que lo buscaban solo por interés material. Si nos detenemos a considerar esta situación que plantea el evangelio, nos damos cuenta que ciertamente la gente necesitaba a Jesús y lo buscaba. Hay algo en él que los atrae, pero todavía no saben exactamente por qué lo buscan ni para qué. Jesús quiere dejar en claro que el pan material es muy importante. Nadie puede prescindir de él. Jesús mismo les ha enseñado a pedir a Dios, en la oración

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DOMINGO DECIMOCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO

Hermanos, hoy es domingo, día del Señor, y nos reunimos como Iglesia para celebrar nuestra fe en Jesucristo muerto y resucitado. Este día nos alimentamos no solo con su cuerpo y sangra, sino también con su Palabra, que nos guía y nos enseña el correcto modo de vivir nuestra fe.

El evangelio que acabamos de escuchar nos presenta a Jesús en diálogo con la gente, con los que lo seguían y escuchaban sus palabras, que según dice el evangelio era numerosos. El centro de la narración lo constituye, sin duda, el reproche que Jesús hace a aquella masa de gente que iba tras de él: «Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Esto se los dice, porque el día anterior les ha distribuido pan para saciar su hambre. Aquí lo que Jesús concretamente está cuestionando es la mentalidad interesada y materialista de aquellas personas que veían en Él la solución inmediata a su pobreza o enfermedad. Jesús criticaba, por tanto, a aquellos que lo buscaban solo por interés material.

Si nos detenemos a considerar esta situación que plantea el evangelio, nos damos cuenta que ciertamente la gente necesitaba a Jesús y lo buscaba. Hay algo en él que los atrae, pero todavía no saben exactamente por qué lo buscan ni para qué. Jesús quiere dejar en claro que el pan material es muy importante. Nadie puede prescindir de él. Jesús mismo les ha enseñado a pedir a Dios, en la oración del Padrenuestro, «el pan de cada día» para todos. Pero el ser humano necesita algo más. Jesús quiere ofrecerles un alimento que puede saciar para siempre su hambre de vida. La gente se siente confundida y le pregunta a Jesús: «y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?». La respuesta de Jesús toca el corazón del cristianismo: «la obra (¡en singular!) que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado». Dios solo quiere que crean en Jesucristo pues es el gran

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regalo que él ha enviado al mundo. Esta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás es secundario.

Hermanos, en conclusión: Nuestra vida de fe no puede consistir exclusivamente en un interés porque el Señor solucione nuestros problemas económicos, laborales, familiares, afectivos, de salud, etc. No creamos que nuestra oración es el modo que tenemos para obligar a Dios a que actué en favor nuestro o de terceros. No pretendamos manipular a Dios. Nada hay más equivocado que creer que nosotros podemos impedir que Dios sea Dios. No seamos cristianos interesados. Que nuestro acercamiento a Dios, es decir, nuestra participación en la Eucaristía sea libre, desinteresado, puro. Lo más importante en la vida de fe de una persona es, como lo escuchamos en el evangelio: Creer en Jesús, el enviado de Dios. Esto quiere decir vivir el evangelio que Él nos dejó. Hacerlo vida todos los días. Una persona que vive con madurez y seriedad el evangelio, y no solo de forma aparente, oculto tras falsas piedades, es un auténtico cristiano. Creer en el Señor, y vivir nuestra fe, no nos va a alejar de nuestros problemas. Mientras vivamos en este mundo tendremos que luchar día a día con muchas dificultades. La vida humana es así. No por ser cristiano auténtico los problemas van a desaparecer de nuestra vida. Lo que sucede es que un auténtico cristiano, es decir, aquel que vive en el día a día el evangelio de Cristo, cuenta con mayor fortaleza, creatividad y lucidez para hacerle cara a sus problemas, pues su vida tiene sentido, vive feliz. Sabe que tiene que luchar todos días de su vida por ser mejor persona y hacer las cosas de la mejor forma. Un cristiano auténtico es aquel que es capaz de solucionar sus problemas con valentía. Su vida de fe no lo aparte de la realidad. Por el contrario, lo compromete más consigo mismo y con el mundo. Un cristiano de verdad actúa como si todo dependiese de él, sabiendo que en realidad todo depende de Dios.