voces marginadas y el destierro en nocturno de chile de roberto bolaño
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M. Romo-Carmona
Voces marginadas y el destierro en Nocturno de Chile de Roberto
Bolaño
“La tierra está tan lejos que se olvida. Cuando vuelve a aproximarse en una línea tímida, es como si despertáramos.
La franja oscura se aproxima como una cosa humana, y cerrando los ojos, sentimos entonces que con ella se acerca,
se aprieta contra nuestro corazón todo lo que acabamosde abandonar. Y aunque el mar es dulce y dulce la nave, ¡los ojos
se humedecen de una ternura que se vuelve dolor!”
Gabriela Mistral, “Viajar”(1922), Gabriela anda por el mundo
El destierro es una imagen poderosa en la literatura
chilena. Sin duda el dolor que conlleva se agudiza desde el golpe
que sufre el país el 11 de septiembre de 1973, y es el espíritu
sombrío y helado que persigue a los exiliados por todo el mundo
donde se han desparramado en los siguientes diecisiete años.
Muchos vuelven. Pero Chile es un país de escasa población, y es
una tierra remota y aislada a la que no se llega fácilmente.
Marcharse de Chile generalmente significa destierro, significa no
volver. Dentro de este contexto histórico es que corresponde
considerar las novelas del escritor chileno, Roberto Bolaño: en
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el espacio teórico de la ficción se rompe la delgada membrana que
la separa de la realidad concreta que contiene, entre otras
cosas, el concepto de la nación al cual pertenecen ambos
personajes y lectores.
Al buscar una definición de la identidad nacional
latinoamericana, se presenta una paradoja fundamental que
yuxtapone a la sociedad culta, literaria, de progreso y grandes
logros con una historia de gobiernos totalitarios, brutalidad y
marginación de su propio pueblo. Dicha paradoja en la obra de
Bolaño se ha denominado como la literatura del mal1; narrativas
que revelan a flor de piel la confabulación de aquellos en poder
con un régimen dictatorial. Este es el tema que algunos críticos
han nombrado (con referencia a Faustino Sarmiento) la barbarie que
es parte de la cultura o viceversa. En Nocturno de Chile, el
lenguaje que refleja la marginación revela el miedo cultural que
se convierte en odio y promueve la violencia. En el soliloquio
del narrador, el cura Urrutia Lacroix, se dibuja un territorio de
marginalidad que incluye conciencia de lo mestizo y la
1 Las novelas Estrella distante, La literatura nazi en América y 2666 de Roberto Bolaño, se ubican con Nocturno de Chile en su tetralogía del mal (López Vicuña 201).
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homosexualidad. La obra de Bolaño escrita desde el destierro pos-
dictadura vivido en España, contiene conciencia de lo subalterno
representada en el lenguaje.
Bolaño divide a Nocturno de Chile solamente en dos partes; dos
párrafos, el primero larguísimo, que nos lleva desde el comienzo
a la penúltima oración, y el segundo que sólo contiene la oración
final. Urrutia aspira a pertenecer a la élite de la cultura
literaria, y al aceptar la invitación al fundo campestre de un
eminente crítico, González Lamarca, quien firma con el pseudónimo
Farewell, se convierte en discípulo y observador de los grandes
escritores que allí se reúnen. Las referencias literarias se
cruzan con la historia del país desde la época colonial hasta el
siglo XX, lo cual expone las raíces oligárquicas de la sociedad
chilena. El cura Urrutia Lacroix relata una simple historia de
estudio, lectura y viajes por Europa, que colindan con la
dictadura y eventos específicos de tortura, pero en los que él
cuidadosamente evita involucrarse. En los momentos finales de su
vida, Urrutia se reconoce a sí mismo como “el joven envejecido”,
una imagen que le acusa y lo sentencia en la agonía. Después de
la sentencia y el reconocimiento de su culpabilidad, la oración
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final declara que se ha desatado el caos: “Y después se desata la
tormenta de mierda”. Este caos es también paradójico porque, en
realidad, nunca se ha contenido. La civilización es un mito. La
barbarie del caudillismo y el fascismo ha estado siempre
presente.
Desde el primer párrafo del soliloquio, el conflicto central
de culpabilidad queda situado en el personaje de Urrutia Lacroix
mediante su propio intento de expiación cuando afirma que
“[e]staba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso
surgieron las cosas. Este joven envejecido es el culpable. Yo
estaba en paz”(11). El personaje-narrador se conforma de una
serie de dualidades: se cree inocente y culpable a la vez, se
siente como hombre viejo y joven envejecido, se ve como paloma y
como ave de presa. El personaje-narrador está dentro y fuera de
la historia, es el ciudadano y el estado, el autor y el lector.
En el fundo de su anfitrión, cuando Urrutia le comunica a
Farewell sus aspiraciones literarias,
. . . Farewell sonrió y me puso la mano en el hombro (una
mano que pesaba tanto o más que si estuviera ornada por
un guante de hierro) y me dijo que la senda no era fácil.
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En este país de bárbaros, dijo, ese camino no es de
rosas. En este país de dueños de fundo, dijo, la
literatura es una rareza y carece de mérito el saber
leer. (14)
En esta escena Urrutia Lacroix es el halcón que Farewell está
amaestrando en “la senda” de las letras. Bolaño lo figura aquí
como cetrero, pero en la página siguiente, el cura se encuentra
con “los ojos de halcón de Farewell” que también es ambas cosas,
cetrero y halcón. Como él, apoya a la dictadura con su silencio y
es amante de la literatura.
La posición de Farewell junto al narrador, asimismo, se hace
notar desde este comienzo—el narrador la especifica creando una
tensión que progresa hasta que llega a ponerle la mano en la
cintura. No es la orientación sexual de Farewell lo que importa
al final, aunque la homofobia de Bolaño-escritor al retratarlo es
evidente y no sorprendente; la homofobia como tema tabú en la
sociedad chilena es parte de la culpabilidad de Urrutia Lacroix
que quiere expiar con la confesión en su lecho de muerte. Bolaño
usa la implícita homosexualidad de Farewell como reemplazante de
la culpabilidad del ciudadano en la dictadura. En el lenguaje se
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detecta la identificación de marginalidad, y el terror de Urrutia
Lacroix de caer en ella, caer en el delirio como argumenta Lorena
Amaro Castro: “Si bien muchos narradores de Bolaño transitan por
la marginalidad y narran como sumergidos en una pesadilla atroz,
no todos plantean, como en escorzo, un discurso como el hecho
literario. Urrutia es un crítico renombrado, pero su misma labor
crítica lo deja en los márgenes de aquel centro al que aspira:
ser escritor, ser un poeta” (Amaro-Castro 154-55). Urrutia,
entonces, es un outsider. Se identifica con la gran literatura de
las edades antiguas, se sumerge en la literatura de los griegos
mientras transcurre la dictadura en Chile, se esmera en alinearse
con Farewell (dueño de fundo, perteneciente a los dueños del
país), participa en las tertulias literarias en el lugar preciso
donde se llevan a cabo torturas-- pero al fin, no pertenece.
El soliloquio del cura comienza a construir las bases de los
sucesos con lo que parecen divagaciones –pero son en realidad
observaciones de sus propios sentimientos—el desprecio que se le
ha inculcado por la gente de su propio país. Cuando el cura sale
por el campo a dar un paseo, se pierde entre los campesinos y
sufre un pánico repentino que se puede definir como existencial,
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ya que Urrutia no se encuentra en peligro físico sino que teme a
la disolución de su identidad. Una mujer intenta ayudarlo. “Me
negué. La mujer insistió, yo lo convoyo, padrecito, dijo, y el
verbo convoyar, dicho por tales labios, me provocó una hilaridad
que recorrió todo mi cuerpo . . . me estremecí de risa, tuve
escalofríos de risa” (33). En un análisis sociopolítico, la
crítica Sonia Montecino nombra el miedo, el temor institucional
que se experimenta durante la movilización del Consejo de todas
las Tierras en 1991, “. . . en la rememoranza de un pánico
antiguo: el miedo al ‘malón’ (la incursión guerrera de los
mapuche a las ciudades)” (89). Montecino se refiere al “rostro”
de los 5 millones de pobres en el país que consiste solamente de
cifras (91). Es precisamente el rostro del campesino, más
adelante identificado como facciones mestizas en el personaje de
Odeim, que provoca la anagnórisis del personaje.
Como ya hemos dicho, el personaje de Urrutia Lacroix quiere
pertenecer a la clase alta, quiere ser “dueño de fundo”, como
Farewell, y por eso hace alarde de su descendencia europea cuando
se refiere a sus apellidos. Pero, como la mayoría de la
población, desconoce las ramas de su familia que no se nombran, o
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cuya proveniencia no se documenta, ya sea indígena o “ilegítima”.
Mediante este prejuicio, Bolaño expresa la actitud burguesa y
extremadamente clasista para con los campesinos, obreros, la
clase media-baja y los pobres del país con una precisión
devastadora. “Nombrar en Chile ‘indio’,” afirma Montecino, “es
equivalente a decir atraso, pobreza, flojera, borrachera; también
rostro oscuro, piernas cortas, cabello tieso. Así, la alegoría
indígena es cuerpo social, cultural y biológico que expresa lo
‘otro’ de un ‘uno’ que se piensa como blanco” (Montecino 88). En
Nocturno de Chile, el subtexto existe definitivamente en los
intersticios del lenguaje en que Bolaño se refiere a las
facciones indígenas de los campesinos: “Ojeras. Labios partidos.
Pómulos brillantes. Una paciencia que me pareció como venida de
otras latitudes. Una paciencia que no era chilena aunque aquellas
mujeres fueran chilenas. Una paciencia que no se había gestado en
nuestro país ni en América . . .” (31-32). Más adelante, el
narrador define sus impresiones, las cuaja y las aparta de sí
mismo: “Lo único que queda de él en mi memoria, sin embargo, es
el recuerdo de su fealdad. Era feo y tenía el cuello
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extremadamente corto. En realidad, todos eran feos. Las
campesinas eran feas y sus palabras incoherentes” (33).
Las referencias raciales que Bolaño utiliza son breves y
parecen no pertenecer en el contexto de la novela. El lenguaje
figurativo opera en un nivel subconsciente. “Ojeras” se puede
referir al cansancio de los campesinos como a las ojeras de cuero
de los caballos, comparando a la gente con los animales que deben
ser controlados. Los “labios partidos” indican la sed que sufren
y el desfiguramiento de la piel por el sol, extendiendo la
imagen. “Pómulos brillantes” lleva la imagen a significar
claramente el rasgo racial indígena chileno que a menudo se
compara con las facciones asiáticas. También la cualidad de la
“paciencia” que Bolaño equilibra es una paradoja: “Una paciencia
que no era chilena aunque aquellas mujeres fueran chilenas” (op.
cit. 32). El narrador-observador busca distanciarse diciendo que
aquella paciencia que la gente como él mismo abusa, no es de la
misma tierra que habita. El autor, a través del narrador, se
acerca y se distancia del margen.
No obstante, éste es en realidad el mismo complejo de ser
indígena que vemos, en un relato intercalado, en que el escritor
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Salvador Reyes invita al personaje de Jünger en Europa a tomar
once chilena, “para que Jünger no se fuera a hacer una idea de
que aquí todavía andábamos con plumas” (39). Esta frase tan común
en el habla chilena, subsiste como una coquetería para con el
interpelado ya que el efecto deseado es el opuesto:
En este intercambio está encapsulada toda la
inseguridad nacional, así como la visión más
reaccionaria de la literatura chilena, aquella que
busca un diálogo directo entre “lo nuestro” y los
clásicos universales, negando toda asociación con
Latinoamérica, las culturas indígenas y la condición
subalterna de nuestros países. (López-Vicuña 210)
López Vicuña profundiza la crítica implícita de Bolaño al
mencionar esta visión reaccionaria, recalcando que se trata de
una barbarie cuya marca no podemos rehuir aun al intentar crear
literatura. Sin embargo, en su ambición, Urrutia Lacroix
historifica su proximidad a aquella literatura de proporciones
míticas: “Ahí estaba Neruda y unos metros más atrás estaba yo y
en medio de la noche, la luna, la estatua ecuestre, las plantas y
las maderas de Chile, la oscura dignidad de la patria” (23). Esta
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oración supremamente lírica podría contener la totalidad del
libro porque, al invocar a Neruda, identifica a la nación de
manera certera y la construye con una imagen instantánea. El
libro utiliza la historia de la literatura para significar,
alternativamente, la historia del país y la historia de su gente.
En este momento en la narrativa, el nombre de Neruda significa el
pueblo chileno. La “estatua ecuestre” se refiere a los próceres,
mientras que “las plantas y las maderas” representan los bosques
en que las araucarias milenarias todavía existen. Bolaño menciona
las araucarias dos veces en el libro, lo que es significativo ya
que no menciona otra vegetación típica de Chile. Finalmente, “la
oscura dignidad de la patria” es una frase que puede señalar por
un lado a las facciones oscuras indígenas, y por otro a las
acciones secretas del estado en contra de sus ciudadanos (no
solamente durante la dictadura), que se llevan a cabo en la
oscuridad. Un tercer significado metafórico relaciona el concepto
de “la patria” con la oscuridad de los bosques vírgenes, siendo
el único lugar de dignidad que queda. El límite entre la
provincia austral de Temuco y el resto del país, lugar defendido
por el pueblo Mapuche hasta el siglo XX, simboliza el último
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lugar intocado por la influencia Europea. En estas breves
menciones, del mismo modo que las inusitadas referencias
raciales, encontramos los territorios marginales que nos
recuerdan que el país es una nación mestiza y cruelmente dividida
por criterios que escasamente tienen ya sentido.
La parte central del libro, aunque es impreciso un intento
de dividir el texto continuo, contiene metanarrativas en las que
Urrutia Lacroix no es el protagonista, pero que sin embargo hacen
eco de los temas de la represión y la tortura, y de la
representación del heroísmo y el patriotismo como nociones no
sólo irrelevantes, sino teñidas de fervor fascista. Bolaño ocupa
páginas enteras en una moraleja de fervor patriótico que nos deja
no sólo perplejos, sino incómodos, y es un rasgo que utiliza
también en La literatura nazi en América y en su última novela, 2666. De
hecho, vale esbozar ciertas preguntas, retóricas: ¿Qué paralelos
se trazan entre una dictadura y el fervor patriótico? ¿Acaso se
puede distinguir el momento en que el patriotismo se vuelve
nacionalista y fascista? Y tal vez: ¿En qué punto se separa el
autor de la voz narrativa, y en cuáles se funden?
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A menudo, la narrativa nos da claves o juegos que parecen
simples, pero adquieren complejidad. Una de las claves en Nocturno
de Chile es el uso de los nombres Oido y Odeim, que son odio y
miedo escritos al revés. Dos individuos, Oido y Odeim,
invenciones alegóricas, dirigen los pasos del narrador,
contratándole para producir una crónica de viajes a Europa en que
se investiga la exterminación de palomas para evitar que manchen
las iglesias y las catedrales. Entre los métodos más notables
está el uso de halcones amaestrados. La conciencia cumulativa del
relato paulatinamente revela esta metáfora como la tortura de
poblaciones a través de los años. El encargo de investigar la
metodología de la destrucción de palomas es una fórmula de
desprecio sumado al miedo, que resulta en odio homicida, y esto
es lo que el cura descubre en la alegoría siniestra de la matanza
de palomas. La interrogante que se presenta en la relación de
Urrutia con Odeim y Oido, además de cuestionar qué representan,
es qué grado de control ejercerán éstos sobre el cura. Para Karim
Benmiloud, en su estudio sobre el papel de estos personajes en
Nocturno de Chile, “Obviamente, ‘el Señor Odeim’ y ‘el Señor Oido’
también aparecen en la novela bajo el signo del doble. Si no son
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verdaderos dobles del personaje del narrador, son en cambio
dobles el uno con respecto al otro . . .” (Benmiloud 231).
Compara además el doble de González Lamarca, que como Farewell se
convierte en crítico literario, al que engendra Urrutia Lacroix
para convertirse él mismo en crítico bajo el pseudónimo H.
Ibacache. En ambos casos, el propósito es constituir una
identidad dentro de la misma persona como otra faceta de su ser,
no como formas externas al personaje. Pero los personajes de los
señores Oido y Odeim, con sus anagramas de odio y miedo, emergen
como arquetipos de la nación, de la ciudadanía, del pueblo mismo,
porque en la realidad, no se puede desenredar la participación de
ciudadanos—como Urrutia Lacroix—en el régimen dictatorial.
Benmiloud mantiene que estos dobles pueden tener otro referente—
eso es, de la manera en que Odeim, con sus facciones mestizas,
también puede convertirse en anagrama de “medio”, lo cual
contrasta con la noción de margen y centro en que se posicionan
los personajes en cuanto al poder del estado. Afirmo, no
obstante, que es el odio de clase y de lo no blanco --lo
subalterno-- que se revela en el lenguaje.
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Los elementos alegóricos que Bolaño entreteje en el
subconsciente alucinante del narrador funcionan en primer lugar,
para crear realidades dentro de la novela que llegan a influir en
la narrativa misma. En segundo lugar, la construcción de
verosimilitud con personajes históricos- Farewell por el crítico
Alone, Urrutia Lacroix por Ibáñez Langlois, Canales por Callejas-
también se acompaña de otra capa de realidad dentro de la novela
situando a personas con sus nombres reales, como los escritores
Neruda, de Rokha2, Enrique Lihn. Por otro lado, las figuras del
dictador Pinochet y su junta aparecen como personajes
inconsecuentes que, risiblemente, carecen de agencia en la novela
y desaparecen. Los eventos históricos que forman parte de la
narrativa en una revisión de la vida del narrador, no reflejan el
tiempo real, sino ubican una realidad concreta dentro del hilo
surrealista que constituye las memorias del narrador. Parte de la
ironía del lenguaje de Bolaño se expresa en contra de sí mismo 2 Al nombrar a Carlos de Rokha, Bolaño se refiere al poeta Carlos Díaz
Anabalón, hijo de Carlos Díaz Loyola, cuyo pseudónimo es Pablo de
Rokha, ambos personajes históricos; pero vale recordar que el Pablo
Neruda histórico nació Neftalí Reyes Basoalto, todo lo cual resulta en
otro comentario de Bolaño sobre identidades, los dobles y su juego de
intertextualidades verdaderas y falsas.
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como escritor, al cuestionar el rol del escritor en la sociedad
posmoderna en Hispanoamérica. En distintos cruces metafictivos,
Bolaño anima el humor negro de las pretensiones literarias de su
narrador con su comentario sobre la literatura como salvación
para el país, cuando Farewell declama: “Así se hace la literatura
en Chile, pero no sólo en Chile, también en Argentina y en
México, En Guatemala y en Uruguay, y en España y en Francia y en
Alemania, y en la verde Inglaterra y en la alegre Italia. Así se
hace la literatura. O lo que nosotros, para no caer en el
vertedero, llamamos literatura” (147).
Al repetir la frase “Así se hace la literatura en Chile” con
varios matices de significado, el texto regresa a las
aspiraciones de Urrutia Lacroix de ser parte de la literatura
nacional, de pertenecer a la clase que rige la sociedad y la
nación. Pero como hemos dicho, la violencia de la dictadura de
Pinochet se presenta con más de una metáfora en la narrativa, y
una de ellas es la literatura. La literatura es la legitimación
que busca el dictador que añora ser culto, que hace alarde de
haber escrito “libros” y de merecer por ende, mejor reputación de
intelectual que Eduardo Frei y el propio Allende, cuya muerte
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causa. La representación de este personaje como cínico y canalla
se viste del manto de la misma literatura que bien enorgullece a
la historia de la nación, salvo que la voz narrativa ubica a los
héroes literarios en terrenos ambiguos.
El tono de la afirmación, Así se hace la literatura en Chile (énfasis
mío), conlleva una referencia a la tortura impune de miles de
personas por la dictadura de Pinochet. Decir que “así se hacen
las cosas” no da lugar a discusión, es una afirmación perentoria,
cortante, que también se asemeja al estilo chileno de “retar”,
que los padres utilizan con los hijos, los jefes con sus
subalternos, en otras palabras, los marginados. Es el tono de los
dueños con los que no tienen acceso al poder ni recurso alguno.
No se trata de una amenaza explícita que se grita, sino de un
significado velado que se comunica en voz baja, y el cual refleja
el estilo y la conocida sintaxis del dictador3.
3 Existen grabaciones y comentarios filmados en las que se oye el tono
despectivo de sus discursos. “Cuando improvisa, Pinochet mantiene una
dura pugna con la sintaxis y deja muchas frases inacabadas, pero lo
que dice no tiene desperdicio para esbozar un psicograma del
personaje”. Comas, José. Reportaje en El País.com. 16 de septiembre, 1988.
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Al mismo tiempo, con la afirmación en la página 147 se
refuerza el eco de la tortura estatal llevada a cabo en los
países nombrados anteriormente, lo que sugiere que no hay tregua
en ninguna parte para los marginados. Por boca de Farewell oímos
que no se cuestiona la voz que dicta aquel “así se hace”. Aquí,
la referencia a la literatura continúa la metáfora de la
oligarquía de la nación, la cual, aunque no se jacta de
intelectual, posee completo poder sobre la definición de la
última. Aunque los poetas que nacen en modestos pueblos (Pablo
Neruda en Chillán, Pablo de Rokha en Licantén) son muchas veces
los que se encuentran en la vanguardia, los críticos literarios
como Farewell son quienes dictan quién pertenece y quién no. El
cura Urrutia quiere pertenecer.
En esta literatura, entonces, es donde encontramos la
justificación para la violencia. Tanto en las descripciones
racistas de Urrutia Lacroix, el texto parece decir, apuntar y
recalcar, como en las tertulias literarias convocadas encima de
un sótano de tortura y asesinato, la tradición de genocidio
contra la cara de la nación no blanca es parte de su
constitución. En un momento de su delirio, el cura parece
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reconocer—pero sólo por un instante—que él mismo se ha
beneficiado en su creación literaria gracias al lenguaje que
contiene la marginalidad de lo subalterno como un sello de
autoridad cuando se pregunta, “¿Qué me habían hecho esas pobres
mujeres que aparecían en mis versos? ¿Acaso alguna me había
engañado? ¿Qué me habían hecho esos pobres invertidos? Nada.
Nada. Ni las mujeres ni los maricas. Y mucho menos, por Dios, los
niños” (101). Es en esta confesión del cura Urrutia, su intento
de expiar, que su conciencia divaga por la vida que ha llevado
incluso dentro de su obra literaria. En este nivel se enfrenta
con lo que significa escribir de acuerdo con lo que se espera de
la literatura, sin que le importe la verdad, la humanidad,
dejándose llevar por el miedo y el odio. Como sacerdote, a él no
se le suponen relaciones con mujeres, pero en su obra las retrata
como todos los escritores hombres, lo mismo con los niños, que
tampoco conoce, y los homosexuales. Éstos ocupan el plano al
extremo margen de la sociedad, cuya persecución estatal es
histórica. Durante la violenta represión anti-comunista, por
ejemplo, desde los 1930 a los años 1950 con el régimen de Ibáñez
del Campo, González Videla y sus sucesores, se sabe de las
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redadas contra opositores y hombres sospechados de ser
homosexuales, quienes serían ahogados en alta mar. El campo de
concentración para homosexuales en el puerto nortino de Pisagua,
se mantuvo hasta 1941, y fue más tarde utilizado como lugar de
masacre por la dictadura de Pinochet (Bianque 2007).
La autoridad del lenguaje, propongo, que aquí se revela
sutilmente como una paranoia de caer en el delirio, es la que se
basa en la historia del país. La demarcación de territorios
necesitó desde un principio la justificación para la toma de los
mismos, la posesión y el control. Tales hazañas son parte de la
historia y se repiten con ecos literarios. “El oficio de gobernar
países es para cristianos capaces de matar”, dice el viejo
mapuche Angol Mamalcahuello, en Actas del alto Bío-Bío; así la guerra
contra los últimos terrenos mapuches (y en Argentina,
pehuenches), ocupan un lugar que se marca no con fecha, sino como
“la guerra del Indio”, y son estas figuras lingüísticas las que
finalmente definen la literatura, una justificación histórica de
marginación.
Bolaño no construye un narrador que en realidad hable por sí
mismo sino que por una tradición de identidad oligárquica que
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existe y se define por la ausencia de lo subalterno, así como la
heterosexualidad se define por la ausencia de la homosexualidad
visible. Los marginados, “forman un grupo análogo a lo que en la
historiografía latinoamericana suele llamarse ‘la gente sin
historia’, o en el discurso postcolonial, los grupos subalternos”
(Palaversich 9). A mi parecer, la conciencia de lo subalterno en
el lenguaje de Nocturno de Chile se hace aparente con constante
cuestionamiento del poder, de lo normativo, que es “descolonizar”
el lenguaje y la literatura.
El personaje de Urrutia Lacroix demuestra la ubicación de la
oligarquía literaria en esta obra, al divagar sobre la construcción
de la literatura en Chile. Mediante el personaje narrador, es
posible que el autor haga hincapié sobre la cualidad arbitraria
de tal entidad como “la literatura” en un país hispanoamericano;
una creación artificial, arbitraria, que finalmente emerge como
una entidad que es posible cuestionar. Bolaño ilustra la
posibilidad al afirmar que la literatura se elige por las mismas
figuras literarias elegidas- cuya definición depende de la
aniquilación de sectores marginados- y por lo tanto se reflejan
solamente a sí mismas. En Urrutia vemos a un personaje que se
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considera a sí mismo como víctima inocente de las circunstancias,
incapaz de prevenir el horror de la dictadura que le rodea, pero
descarnado en su relación con lo subalterno. A su vez, la figura
de “el joven envejecido” es otra imagen que refleja al narrador,
una imagen que amenaza suplantarle y este es el temor de Urrutia:
si las figuras canónicas desaparecieran, ¿existiría lugar
entonces para la literatura del margen? La paradoja existe en que
la oligarquía que defiende no le incluye, y el margen que
desprecia no le reconoce. De ambas maneras, la figura de Urrutia
está borrándose a sí mismo.
No podemos mantener con precisión alguna la intención del
escritor, no obstante habitamos en esta obra un momento de
vanguardismo literario que funciona debido a la participación
activa del lector. Tanto como la paradoja de la cultura que nace
de legados conflictivos, en este siglo la inhabilidad del público
de fijar una ideología en la literatura, y tampoco de fijar su
propósito, nos deja sin nombrar legítimamente a un nuevo canon
que rehúsa ser nombrado. Tal vez lo único que podemos saber es
que, para parafrasear a Lao Tsu, la literatura que se puede
definir, ya no es verdadera literatura.
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