voces marginadas y el destierro en nocturno de chile de roberto bolaño

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M. Romo-Carmona Voces marginadas y el destierro en Nocturno de Chile de Roberto Bolaño “La tierra está tan lejos que se olvida. Cuando vuelve a aproximarse en una línea tímida, es como si despertáramos. La franja oscura se aproxima como una cosa humana, y cerrando los ojos, sentimos entonces que con ella se acerca, se aprieta contra nuestro corazón todo lo que acabamos de abandonar. Y aunque el mar es dulce y dulce la nave, ¡los ojos se humedecen de una ternura que se vuelve dolor!” Gabriela Mistral, “Viajar”(1922), Gabriela anda por el mundo El destierro es una imagen poderosa en la literatura chilena. Sin duda el dolor que conlleva se agudiza desde el golpe que sufre el país el 11 de septiembre de 1973, y es el espíritu sombrío y helado que persigue a los exiliados por todo el mundo donde se han desparramado en los siguientes diecisiete años. Muchos vuelven. Pero Chile es un país de escasa población, y es una tierra remota y aislada a la que no se llega fácilmente. Marcharse de Chile generalmente significa destierro, significa no volver. Dentro de este contexto histórico es que corresponde considerar las novelas del escritor chileno, Roberto Bolaño: en

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M. Romo-Carmona

Voces marginadas y el destierro en Nocturno de Chile de Roberto

Bolaño

“La tierra está tan lejos que se olvida. Cuando vuelve a aproximarse en una línea tímida, es como si despertáramos.

La franja oscura se aproxima como una cosa humana, y cerrando los ojos, sentimos entonces que con ella se acerca,

se aprieta contra nuestro corazón todo lo que acabamosde abandonar. Y aunque el mar es dulce y dulce la nave, ¡los ojos

se humedecen de una ternura que se vuelve dolor!”

Gabriela Mistral, “Viajar”(1922), Gabriela anda por el mundo

El destierro es una imagen poderosa en la literatura

chilena. Sin duda el dolor que conlleva se agudiza desde el golpe

que sufre el país el 11 de septiembre de 1973, y es el espíritu

sombrío y helado que persigue a los exiliados por todo el mundo

donde se han desparramado en los siguientes diecisiete años.

Muchos vuelven. Pero Chile es un país de escasa población, y es

una tierra remota y aislada a la que no se llega fácilmente.

Marcharse de Chile generalmente significa destierro, significa no

volver. Dentro de este contexto histórico es que corresponde

considerar las novelas del escritor chileno, Roberto Bolaño: en

Romo-Carmona

el espacio teórico de la ficción se rompe la delgada membrana que

la separa de la realidad concreta que contiene, entre otras

cosas, el concepto de la nación al cual pertenecen ambos

personajes y lectores.

Al buscar una definición de la identidad nacional

latinoamericana, se presenta una paradoja fundamental que

yuxtapone a la sociedad culta, literaria, de progreso y grandes

logros con una historia de gobiernos totalitarios, brutalidad y

marginación de su propio pueblo. Dicha paradoja en la obra de

Bolaño se ha denominado como la literatura del mal1; narrativas

que revelan a flor de piel la confabulación de aquellos en poder

con un régimen dictatorial. Este es el tema que algunos críticos

han nombrado (con referencia a Faustino Sarmiento) la barbarie que

es parte de la cultura o viceversa. En Nocturno de Chile, el

lenguaje que refleja la marginación revela el miedo cultural que

se convierte en odio y promueve la violencia. En el soliloquio

del narrador, el cura Urrutia Lacroix, se dibuja un territorio de

marginalidad que incluye conciencia de lo mestizo y la

1 Las novelas Estrella distante, La literatura nazi en América y 2666 de Roberto Bolaño, se ubican con Nocturno de Chile en su tetralogía del mal (López Vicuña 201).

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Romo-Carmona

homosexualidad. La obra de Bolaño escrita desde el destierro pos-

dictadura vivido en España, contiene conciencia de lo subalterno

representada en el lenguaje.

Bolaño divide a Nocturno de Chile solamente en dos partes; dos

párrafos, el primero larguísimo, que nos lleva desde el comienzo

a la penúltima oración, y el segundo que sólo contiene la oración

final. Urrutia aspira a pertenecer a la élite de la cultura

literaria, y al aceptar la invitación al fundo campestre de un

eminente crítico, González Lamarca, quien firma con el pseudónimo

Farewell, se convierte en discípulo y observador de los grandes

escritores que allí se reúnen. Las referencias literarias se

cruzan con la historia del país desde la época colonial hasta el

siglo XX, lo cual expone las raíces oligárquicas de la sociedad

chilena. El cura Urrutia Lacroix relata una simple historia de

estudio, lectura y viajes por Europa, que colindan con la

dictadura y eventos específicos de tortura, pero en los que él

cuidadosamente evita involucrarse. En los momentos finales de su

vida, Urrutia se reconoce a sí mismo como “el joven envejecido”,

una imagen que le acusa y lo sentencia en la agonía. Después de

la sentencia y el reconocimiento de su culpabilidad, la oración

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final declara que se ha desatado el caos: “Y después se desata la

tormenta de mierda”. Este caos es también paradójico porque, en

realidad, nunca se ha contenido. La civilización es un mito. La

barbarie del caudillismo y el fascismo ha estado siempre

presente.

Desde el primer párrafo del soliloquio, el conflicto central

de culpabilidad queda situado en el personaje de Urrutia Lacroix

mediante su propio intento de expiación cuando afirma que

“[e]staba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso

surgieron las cosas. Este joven envejecido es el culpable. Yo

estaba en paz”(11). El personaje-narrador se conforma de una

serie de dualidades: se cree inocente y culpable a la vez, se

siente como hombre viejo y joven envejecido, se ve como paloma y

como ave de presa. El personaje-narrador está dentro y fuera de

la historia, es el ciudadano y el estado, el autor y el lector.

En el fundo de su anfitrión, cuando Urrutia le comunica a

Farewell sus aspiraciones literarias,

. . . Farewell sonrió y me puso la mano en el hombro (una

mano que pesaba tanto o más que si estuviera ornada por

un guante de hierro) y me dijo que la senda no era fácil.

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Romo-Carmona

En este país de bárbaros, dijo, ese camino no es de

rosas. En este país de dueños de fundo, dijo, la

literatura es una rareza y carece de mérito el saber

leer. (14)

En esta escena Urrutia Lacroix es el halcón que Farewell está

amaestrando en “la senda” de las letras. Bolaño lo figura aquí

como cetrero, pero en la página siguiente, el cura se encuentra

con “los ojos de halcón de Farewell” que también es ambas cosas,

cetrero y halcón. Como él, apoya a la dictadura con su silencio y

es amante de la literatura.

La posición de Farewell junto al narrador, asimismo, se hace

notar desde este comienzo—el narrador la especifica creando una

tensión que progresa hasta que llega a ponerle la mano en la

cintura. No es la orientación sexual de Farewell lo que importa

al final, aunque la homofobia de Bolaño-escritor al retratarlo es

evidente y no sorprendente; la homofobia como tema tabú en la

sociedad chilena es parte de la culpabilidad de Urrutia Lacroix

que quiere expiar con la confesión en su lecho de muerte. Bolaño

usa la implícita homosexualidad de Farewell como reemplazante de

la culpabilidad del ciudadano en la dictadura. En el lenguaje se

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Romo-Carmona

detecta la identificación de marginalidad, y el terror de Urrutia

Lacroix de caer en ella, caer en el delirio como argumenta Lorena

Amaro Castro: “Si bien muchos narradores de Bolaño transitan por

la marginalidad y narran como sumergidos en una pesadilla atroz,

no todos plantean, como en escorzo, un discurso como el hecho

literario. Urrutia es un crítico renombrado, pero su misma labor

crítica lo deja en los márgenes de aquel centro al que aspira:

ser escritor, ser un poeta” (Amaro-Castro 154-55). Urrutia,

entonces, es un outsider. Se identifica con la gran literatura de

las edades antiguas, se sumerge en la literatura de los griegos

mientras transcurre la dictadura en Chile, se esmera en alinearse

con Farewell (dueño de fundo, perteneciente a los dueños del

país), participa en las tertulias literarias en el lugar preciso

donde se llevan a cabo torturas-- pero al fin, no pertenece.

El soliloquio del cura comienza a construir las bases de los

sucesos con lo que parecen divagaciones –pero son en realidad

observaciones de sus propios sentimientos—el desprecio que se le

ha inculcado por la gente de su propio país. Cuando el cura sale

por el campo a dar un paseo, se pierde entre los campesinos y

sufre un pánico repentino que se puede definir como existencial,

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ya que Urrutia no se encuentra en peligro físico sino que teme a

la disolución de su identidad. Una mujer intenta ayudarlo. “Me

negué. La mujer insistió, yo lo convoyo, padrecito, dijo, y el

verbo convoyar, dicho por tales labios, me provocó una hilaridad

que recorrió todo mi cuerpo . . . me estremecí de risa, tuve

escalofríos de risa” (33). En un análisis sociopolítico, la

crítica Sonia Montecino nombra el miedo, el temor institucional

que se experimenta durante la movilización del Consejo de todas

las Tierras en 1991, “. . . en la rememoranza de un pánico

antiguo: el miedo al ‘malón’ (la incursión guerrera de los

mapuche a las ciudades)” (89). Montecino se refiere al “rostro”

de los 5 millones de pobres en el país que consiste solamente de

cifras (91). Es precisamente el rostro del campesino, más

adelante identificado como facciones mestizas en el personaje de

Odeim, que provoca la anagnórisis del personaje.

Como ya hemos dicho, el personaje de Urrutia Lacroix quiere

pertenecer a la clase alta, quiere ser “dueño de fundo”, como

Farewell, y por eso hace alarde de su descendencia europea cuando

se refiere a sus apellidos. Pero, como la mayoría de la

población, desconoce las ramas de su familia que no se nombran, o

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Romo-Carmona

cuya proveniencia no se documenta, ya sea indígena o “ilegítima”.

Mediante este prejuicio, Bolaño expresa la actitud burguesa y

extremadamente clasista para con los campesinos, obreros, la

clase media-baja y los pobres del país con una precisión

devastadora. “Nombrar en Chile ‘indio’,” afirma Montecino, “es

equivalente a decir atraso, pobreza, flojera, borrachera; también

rostro oscuro, piernas cortas, cabello tieso. Así, la alegoría

indígena es cuerpo social, cultural y biológico que expresa lo

‘otro’ de un ‘uno’ que se piensa como blanco” (Montecino 88). En

Nocturno de Chile, el subtexto existe definitivamente en los

intersticios del lenguaje en que Bolaño se refiere a las

facciones indígenas de los campesinos: “Ojeras. Labios partidos.

Pómulos brillantes. Una paciencia que me pareció como venida de

otras latitudes. Una paciencia que no era chilena aunque aquellas

mujeres fueran chilenas. Una paciencia que no se había gestado en

nuestro país ni en América . . .” (31-32). Más adelante, el

narrador define sus impresiones, las cuaja y las aparta de sí

mismo: “Lo único que queda de él en mi memoria, sin embargo, es

el recuerdo de su fealdad. Era feo y tenía el cuello

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Romo-Carmona

extremadamente corto. En realidad, todos eran feos. Las

campesinas eran feas y sus palabras incoherentes” (33).

Las referencias raciales que Bolaño utiliza son breves y

parecen no pertenecer en el contexto de la novela. El lenguaje

figurativo opera en un nivel subconsciente. “Ojeras” se puede

referir al cansancio de los campesinos como a las ojeras de cuero

de los caballos, comparando a la gente con los animales que deben

ser controlados. Los “labios partidos” indican la sed que sufren

y el desfiguramiento de la piel por el sol, extendiendo la

imagen. “Pómulos brillantes” lleva la imagen a significar

claramente el rasgo racial indígena chileno que a menudo se

compara con las facciones asiáticas. También la cualidad de la

“paciencia” que Bolaño equilibra es una paradoja: “Una paciencia

que no era chilena aunque aquellas mujeres fueran chilenas” (op.

cit. 32). El narrador-observador busca distanciarse diciendo que

aquella paciencia que la gente como él mismo abusa, no es de la

misma tierra que habita. El autor, a través del narrador, se

acerca y se distancia del margen.

No obstante, éste es en realidad el mismo complejo de ser

indígena que vemos, en un relato intercalado, en que el escritor

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Salvador Reyes invita al personaje de Jünger en Europa a tomar

once chilena, “para que Jünger no se fuera a hacer una idea de

que aquí todavía andábamos con plumas” (39). Esta frase tan común

en el habla chilena, subsiste como una coquetería para con el

interpelado ya que el efecto deseado es el opuesto:

En este intercambio está encapsulada toda la

inseguridad nacional, así como la visión más

reaccionaria de la literatura chilena, aquella que

busca un diálogo directo entre “lo nuestro” y los

clásicos universales, negando toda asociación con

Latinoamérica, las culturas indígenas y la condición

subalterna de nuestros países. (López-Vicuña 210)

López Vicuña profundiza la crítica implícita de Bolaño al

mencionar esta visión reaccionaria, recalcando que se trata de

una barbarie cuya marca no podemos rehuir aun al intentar crear

literatura. Sin embargo, en su ambición, Urrutia Lacroix

historifica su proximidad a aquella literatura de proporciones

míticas: “Ahí estaba Neruda y unos metros más atrás estaba yo y

en medio de la noche, la luna, la estatua ecuestre, las plantas y

las maderas de Chile, la oscura dignidad de la patria” (23). Esta

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Romo-Carmona

oración supremamente lírica podría contener la totalidad del

libro porque, al invocar a Neruda, identifica a la nación de

manera certera y la construye con una imagen instantánea. El

libro utiliza la historia de la literatura para significar,

alternativamente, la historia del país y la historia de su gente.

En este momento en la narrativa, el nombre de Neruda significa el

pueblo chileno. La “estatua ecuestre” se refiere a los próceres,

mientras que “las plantas y las maderas” representan los bosques

en que las araucarias milenarias todavía existen. Bolaño menciona

las araucarias dos veces en el libro, lo que es significativo ya

que no menciona otra vegetación típica de Chile. Finalmente, “la

oscura dignidad de la patria” es una frase que puede señalar por

un lado a las facciones oscuras indígenas, y por otro a las

acciones secretas del estado en contra de sus ciudadanos (no

solamente durante la dictadura), que se llevan a cabo en la

oscuridad. Un tercer significado metafórico relaciona el concepto

de “la patria” con la oscuridad de los bosques vírgenes, siendo

el único lugar de dignidad que queda. El límite entre la

provincia austral de Temuco y el resto del país, lugar defendido

por el pueblo Mapuche hasta el siglo XX, simboliza el último

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Romo-Carmona

lugar intocado por la influencia Europea. En estas breves

menciones, del mismo modo que las inusitadas referencias

raciales, encontramos los territorios marginales que nos

recuerdan que el país es una nación mestiza y cruelmente dividida

por criterios que escasamente tienen ya sentido.

La parte central del libro, aunque es impreciso un intento

de dividir el texto continuo, contiene metanarrativas en las que

Urrutia Lacroix no es el protagonista, pero que sin embargo hacen

eco de los temas de la represión y la tortura, y de la

representación del heroísmo y el patriotismo como nociones no

sólo irrelevantes, sino teñidas de fervor fascista. Bolaño ocupa

páginas enteras en una moraleja de fervor patriótico que nos deja

no sólo perplejos, sino incómodos, y es un rasgo que utiliza

también en La literatura nazi en América y en su última novela, 2666. De

hecho, vale esbozar ciertas preguntas, retóricas: ¿Qué paralelos

se trazan entre una dictadura y el fervor patriótico? ¿Acaso se

puede distinguir el momento en que el patriotismo se vuelve

nacionalista y fascista? Y tal vez: ¿En qué punto se separa el

autor de la voz narrativa, y en cuáles se funden?

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A menudo, la narrativa nos da claves o juegos que parecen

simples, pero adquieren complejidad. Una de las claves en Nocturno

de Chile es el uso de los nombres Oido y Odeim, que son odio y

miedo escritos al revés. Dos individuos, Oido y Odeim,

invenciones alegóricas, dirigen los pasos del narrador,

contratándole para producir una crónica de viajes a Europa en que

se investiga la exterminación de palomas para evitar que manchen

las iglesias y las catedrales. Entre los métodos más notables

está el uso de halcones amaestrados. La conciencia cumulativa del

relato paulatinamente revela esta metáfora como la tortura de

poblaciones a través de los años. El encargo de investigar la

metodología de la destrucción de palomas es una fórmula de

desprecio sumado al miedo, que resulta en odio homicida, y esto

es lo que el cura descubre en la alegoría siniestra de la matanza

de palomas. La interrogante que se presenta en la relación de

Urrutia con Odeim y Oido, además de cuestionar qué representan,

es qué grado de control ejercerán éstos sobre el cura. Para Karim

Benmiloud, en su estudio sobre el papel de estos personajes en

Nocturno de Chile, “Obviamente, ‘el Señor Odeim’ y ‘el Señor Oido’

también aparecen en la novela bajo el signo del doble. Si no son

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verdaderos dobles del personaje del narrador, son en cambio

dobles el uno con respecto al otro . . .” (Benmiloud 231).

Compara además el doble de González Lamarca, que como Farewell se

convierte en crítico literario, al que engendra Urrutia Lacroix

para convertirse él mismo en crítico bajo el pseudónimo H.

Ibacache. En ambos casos, el propósito es constituir una

identidad dentro de la misma persona como otra faceta de su ser,

no como formas externas al personaje. Pero los personajes de los

señores Oido y Odeim, con sus anagramas de odio y miedo, emergen

como arquetipos de la nación, de la ciudadanía, del pueblo mismo,

porque en la realidad, no se puede desenredar la participación de

ciudadanos—como Urrutia Lacroix—en el régimen dictatorial.

Benmiloud mantiene que estos dobles pueden tener otro referente—

eso es, de la manera en que Odeim, con sus facciones mestizas,

también puede convertirse en anagrama de “medio”, lo cual

contrasta con la noción de margen y centro en que se posicionan

los personajes en cuanto al poder del estado. Afirmo, no

obstante, que es el odio de clase y de lo no blanco --lo

subalterno-- que se revela en el lenguaje.

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Los elementos alegóricos que Bolaño entreteje en el

subconsciente alucinante del narrador funcionan en primer lugar,

para crear realidades dentro de la novela que llegan a influir en

la narrativa misma. En segundo lugar, la construcción de

verosimilitud con personajes históricos- Farewell por el crítico

Alone, Urrutia Lacroix por Ibáñez Langlois, Canales por Callejas-

también se acompaña de otra capa de realidad dentro de la novela

situando a personas con sus nombres reales, como los escritores

Neruda, de Rokha2, Enrique Lihn. Por otro lado, las figuras del

dictador Pinochet y su junta aparecen como personajes

inconsecuentes que, risiblemente, carecen de agencia en la novela

y desaparecen. Los eventos históricos que forman parte de la

narrativa en una revisión de la vida del narrador, no reflejan el

tiempo real, sino ubican una realidad concreta dentro del hilo

surrealista que constituye las memorias del narrador. Parte de la

ironía del lenguaje de Bolaño se expresa en contra de sí mismo 2 Al nombrar a Carlos de Rokha, Bolaño se refiere al poeta Carlos Díaz

Anabalón, hijo de Carlos Díaz Loyola, cuyo pseudónimo es Pablo de

Rokha, ambos personajes históricos; pero vale recordar que el Pablo

Neruda histórico nació Neftalí Reyes Basoalto, todo lo cual resulta en

otro comentario de Bolaño sobre identidades, los dobles y su juego de

intertextualidades verdaderas y falsas.

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como escritor, al cuestionar el rol del escritor en la sociedad

posmoderna en Hispanoamérica. En distintos cruces metafictivos,

Bolaño anima el humor negro de las pretensiones literarias de su

narrador con su comentario sobre la literatura como salvación

para el país, cuando Farewell declama: “Así se hace la literatura

en Chile, pero no sólo en Chile, también en Argentina y en

México, En Guatemala y en Uruguay, y en España y en Francia y en

Alemania, y en la verde Inglaterra y en la alegre Italia. Así se

hace la literatura. O lo que nosotros, para no caer en el

vertedero, llamamos literatura” (147).

Al repetir la frase “Así se hace la literatura en Chile” con

varios matices de significado, el texto regresa a las

aspiraciones de Urrutia Lacroix de ser parte de la literatura

nacional, de pertenecer a la clase que rige la sociedad y la

nación. Pero como hemos dicho, la violencia de la dictadura de

Pinochet se presenta con más de una metáfora en la narrativa, y

una de ellas es la literatura. La literatura es la legitimación

que busca el dictador que añora ser culto, que hace alarde de

haber escrito “libros” y de merecer por ende, mejor reputación de

intelectual que Eduardo Frei y el propio Allende, cuya muerte

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Romo-Carmona

causa. La representación de este personaje como cínico y canalla

se viste del manto de la misma literatura que bien enorgullece a

la historia de la nación, salvo que la voz narrativa ubica a los

héroes literarios en terrenos ambiguos.

El tono de la afirmación, Así se hace la literatura en Chile (énfasis

mío), conlleva una referencia a la tortura impune de miles de

personas por la dictadura de Pinochet. Decir que “así se hacen

las cosas” no da lugar a discusión, es una afirmación perentoria,

cortante, que también se asemeja al estilo chileno de “retar”,

que los padres utilizan con los hijos, los jefes con sus

subalternos, en otras palabras, los marginados. Es el tono de los

dueños con los que no tienen acceso al poder ni recurso alguno.

No se trata de una amenaza explícita que se grita, sino de un

significado velado que se comunica en voz baja, y el cual refleja

el estilo y la conocida sintaxis del dictador3.

3 Existen grabaciones y comentarios filmados en las que se oye el tono

despectivo de sus discursos. “Cuando improvisa, Pinochet mantiene una

dura pugna con la sintaxis y deja muchas frases inacabadas, pero lo

que dice no tiene desperdicio para esbozar un psicograma del

personaje”. Comas, José. Reportaje en El País.com. 16 de septiembre, 1988.

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Romo-Carmona

Al mismo tiempo, con la afirmación en la página 147 se

refuerza el eco de la tortura estatal llevada a cabo en los

países nombrados anteriormente, lo que sugiere que no hay tregua

en ninguna parte para los marginados. Por boca de Farewell oímos

que no se cuestiona la voz que dicta aquel “así se hace”. Aquí,

la referencia a la literatura continúa la metáfora de la

oligarquía de la nación, la cual, aunque no se jacta de

intelectual, posee completo poder sobre la definición de la

última. Aunque los poetas que nacen en modestos pueblos (Pablo

Neruda en Chillán, Pablo de Rokha en Licantén) son muchas veces

los que se encuentran en la vanguardia, los críticos literarios

como Farewell son quienes dictan quién pertenece y quién no. El

cura Urrutia quiere pertenecer.

En esta literatura, entonces, es donde encontramos la

justificación para la violencia. Tanto en las descripciones

racistas de Urrutia Lacroix, el texto parece decir, apuntar y

recalcar, como en las tertulias literarias convocadas encima de

un sótano de tortura y asesinato, la tradición de genocidio

contra la cara de la nación no blanca es parte de su

constitución. En un momento de su delirio, el cura parece

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reconocer—pero sólo por un instante—que él mismo se ha

beneficiado en su creación literaria gracias al lenguaje que

contiene la marginalidad de lo subalterno como un sello de

autoridad cuando se pregunta, “¿Qué me habían hecho esas pobres

mujeres que aparecían en mis versos? ¿Acaso alguna me había

engañado? ¿Qué me habían hecho esos pobres invertidos? Nada.

Nada. Ni las mujeres ni los maricas. Y mucho menos, por Dios, los

niños” (101). Es en esta confesión del cura Urrutia, su intento

de expiar, que su conciencia divaga por la vida que ha llevado

incluso dentro de su obra literaria. En este nivel se enfrenta

con lo que significa escribir de acuerdo con lo que se espera de

la literatura, sin que le importe la verdad, la humanidad,

dejándose llevar por el miedo y el odio. Como sacerdote, a él no

se le suponen relaciones con mujeres, pero en su obra las retrata

como todos los escritores hombres, lo mismo con los niños, que

tampoco conoce, y los homosexuales. Éstos ocupan el plano al

extremo margen de la sociedad, cuya persecución estatal es

histórica. Durante la violenta represión anti-comunista, por

ejemplo, desde los 1930 a los años 1950 con el régimen de Ibáñez

del Campo, González Videla y sus sucesores, se sabe de las

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redadas contra opositores y hombres sospechados de ser

homosexuales, quienes serían ahogados en alta mar. El campo de

concentración para homosexuales en el puerto nortino de Pisagua,

se mantuvo hasta 1941, y fue más tarde utilizado como lugar de

masacre por la dictadura de Pinochet (Bianque 2007).

La autoridad del lenguaje, propongo, que aquí se revela

sutilmente como una paranoia de caer en el delirio, es la que se

basa en la historia del país. La demarcación de territorios

necesitó desde un principio la justificación para la toma de los

mismos, la posesión y el control. Tales hazañas son parte de la

historia y se repiten con ecos literarios. “El oficio de gobernar

países es para cristianos capaces de matar”, dice el viejo

mapuche Angol Mamalcahuello, en Actas del alto Bío-Bío; así la guerra

contra los últimos terrenos mapuches (y en Argentina,

pehuenches), ocupan un lugar que se marca no con fecha, sino como

“la guerra del Indio”, y son estas figuras lingüísticas las que

finalmente definen la literatura, una justificación histórica de

marginación.

Bolaño no construye un narrador que en realidad hable por sí

mismo sino que por una tradición de identidad oligárquica que

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existe y se define por la ausencia de lo subalterno, así como la

heterosexualidad se define por la ausencia de la homosexualidad

visible. Los marginados, “forman un grupo análogo a lo que en la

historiografía latinoamericana suele llamarse ‘la gente sin

historia’, o en el discurso postcolonial, los grupos subalternos”

(Palaversich 9). A mi parecer, la conciencia de lo subalterno en

el lenguaje de Nocturno de Chile se hace aparente con constante

cuestionamiento del poder, de lo normativo, que es “descolonizar”

el lenguaje y la literatura.

El personaje de Urrutia Lacroix demuestra la ubicación de la

oligarquía literaria en esta obra, al divagar sobre la construcción

de la literatura en Chile. Mediante el personaje narrador, es

posible que el autor haga hincapié sobre la cualidad arbitraria

de tal entidad como “la literatura” en un país hispanoamericano;

una creación artificial, arbitraria, que finalmente emerge como

una entidad que es posible cuestionar. Bolaño ilustra la

posibilidad al afirmar que la literatura se elige por las mismas

figuras literarias elegidas- cuya definición depende de la

aniquilación de sectores marginados- y por lo tanto se reflejan

solamente a sí mismas. En Urrutia vemos a un personaje que se

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considera a sí mismo como víctima inocente de las circunstancias,

incapaz de prevenir el horror de la dictadura que le rodea, pero

descarnado en su relación con lo subalterno. A su vez, la figura

de “el joven envejecido” es otra imagen que refleja al narrador,

una imagen que amenaza suplantarle y este es el temor de Urrutia:

si las figuras canónicas desaparecieran, ¿existiría lugar

entonces para la literatura del margen? La paradoja existe en que

la oligarquía que defiende no le incluye, y el margen que

desprecia no le reconoce. De ambas maneras, la figura de Urrutia

está borrándose a sí mismo.

No podemos mantener con precisión alguna la intención del

escritor, no obstante habitamos en esta obra un momento de

vanguardismo literario que funciona debido a la participación

activa del lector. Tanto como la paradoja de la cultura que nace

de legados conflictivos, en este siglo la inhabilidad del público

de fijar una ideología en la literatura, y tampoco de fijar su

propósito, nos deja sin nombrar legítimamente a un nuevo canon

que rehúsa ser nombrado. Tal vez lo único que podemos saber es

que, para parafrasear a Lao Tsu, la literatura que se puede

definir, ya no es verdadera literatura.

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