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ÍNDICE ARTÍCULOS Y RESEÑAS
DE LOS DAÑOS DE LA HECHICERÍA Y SUS VERDADEROS
REMEDIOS. Plática doctrinal novohispana y relatos de
brujas
Francisco Javier Cárdenas
7
DOÑA MARINA Y OTRAS FIGURAS FEMENINAS AZTECAS
EN CONCEPCIÓN GIMENO DE FLAQUER
Marina Bianchi
23
¡QUÉ HERMOSO ENSUEÑO!
Don Quijote. Guión cinematográfico
Omar Alejandro Cortés
46
EL HOMBRE Y LA BESTIA EN LA NARRATIVA
DE JUAN JOSÉ ARREOLA
María Luisa Verástica Cháidez
Crisanto Salazar González
55
CIUDAD JUÁREZ COMO ESPACIO LITERARIO Y LA
RENDICIÓN LITERARIA EN LOS DÍAS Y EL POLVO DE
DIEGO ORDAZ
Nidia Reyes
65
DE LA POÉTICA A UNA EPISTEME DEL CUERPO:
LA NARRATIVA DE DIAMELA ELTIT
Carolina Escobar Lastra
77
UN PROCESO REGULATORIO MEDIANTE EL GÉNERO Y LA
SEXUALIDAD. Tres matrimonios en la novela No hay
princesa sin dragón de Ana Klein
Adriana Fuentes
101
LAS NOCHES RUSAS Y EL ORIGEN DEL REALISMO
SOCIALISTA
Norbert Francis
126
ALGUNAS FOTOGRAFÍAS, UN VIAJE POÉTICO HACIA RÍO
DE JANEIRO
Michelle Ruiz Valdez
133
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CREACIÓN LITERARIA
BRAULIO
Luz Pulido
142
VIAJE HACIA LA NADA
Esther Suárez Sosa
145
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UN PROCESO REGULATORIO MEDIANTE EL GÉNERO Y LA SEXUALIDAD. Tres matrimonios en la novela No hay princesa sin
dragón de Ana Klein Adriana Fuentes Ponce
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
La novela mexicana No hay princesa sin dragón escrita
por Ana Klein1 en 2004 ejemplifica de manera excepcio-nal cómo la sexualidad permanece como dispositivo que regula los comportamientos para cumplir con las expec-
1 Ana Klein autora mexicana nacida en 1947. Su obra literaria se compone de tres novelas: Si me regreso me muero (1984), No hay princesa sin dragón
(2004) y La princesa en las espirales de la luna (2008). La primera y tercera novela no se encuentran ya en las librerías. El único trabajo literario que menciona a esta autora y comenta brevemente sobre sus novelas se encuentra bajo la autoría de María Elena Olivera Córdova Entre amoras. Lesbianismo en la narrativa mexicana UNAM, México, 2009 pp. 149-154. Con respecto al nombre de la autora me parece que pudiera ser un seudónimo del resultado de la composición del nombre de pila de Ana Freud y el apellido de Melanie Klein. Ambas son exponentes del psicoaná-lisis infantil derivado de la propuesta al respecto de la sexualidad humana explorada por Sigmund Freud. Los abordajes de Ana Freud y Melanie Klein presentan desacuerdos en tanto la forma de tratamiento y pedagogización que pueda o no realizar quien funge como analista de un infante así como también la conformación y consolidación del superyó. Resulta por demás
interesante que la autora proponga tal fusión, pues de una u otra manera representa cierta dicotomía o unión de dos antagónicos, según prefiera verse. La relevancia de este simbolismo puede pensarse en términos de dar voz y homenaje a dos mujeres que trabajaron inmersas en un espacio masculino y en el que se abrieron paso y forjaron un lugar sobresaliente, o bien como la evidencia metafórica de la convivencia de los opuestos que conforman la subjetividad.
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tativas de un sistema heteronormativo. El objetivo de este ensayo es mostrar la claridad con que la autora
presenta el entramado que se construye al articular las nociones de cuerpo asociado a los sujetos genéricos,
derivando así, una asimilación de actos y prácticas sexuales, que a su vez, refuerzan que hombres y mu-jeres tienen funciones diferentes y específicas para que
fluya adecuadamente el contrato matrimonial, que di-cho sea de paso, se instaura socialmente como el ideal aspirado. Me apoyaré en las argumentaciones de Michel
Foucault en su análisis sobre la sexualidad y la vigilancia entre los sujetos, en la teorización sobre la
categoría de género de Teresa de Lauretis y Judith Butler, así como en textos de algunas críticas feministas e interpretaciones psicoanalíticas.
Ana Klein hábilmente narra las situaciones acae-cidas desde dos escenarios que convergen en todo
momento: el mundo de la realidad y el de la fantasía. Como lectores estaremos ante acciones y situaciones ocurridas a los personajes paralelamente a lo sucedido
en su inconsciente. La voz relatora es heterodiegética y se auxilia en ciertas ocasiones de un personaje feme-nino que conoce detalles transcurridos a lo largo de
varias décadas. A veces toma el papel del imaginario colectivo que acepta o rechaza las decisiones tomadas
por los personajes, incluso, asevera que los males acon-tecidos o venideros son resultado de transgredir las reglas, “cuanto más números son esos observadores
anónimos y pasajeros, más aumenta […] el peligro de ser sorprendido” (Foucault, Vigilar y castigar, 234);
siguiendo este planteamiento foucaultiano la función de esta voz ratifica al Otro para situarlo como un sujeto que se adecúe socialmente, pues todo aquel que salga
de la norma irremediablemente padecerá conse-cuencias.
Haré alusión a las mujeres-princesas y a las
argumentaciones psicoanalíticas que sustentan el pre-ludio y la travesía de los personajes femeninos y
masculinos que conforman los tres matrimonios que presenta Klein. El nombre a la novela nos introduce en esas relaciones mediante las cuales las mujeres han
sido educadas desde años atrás. A través de estos per-
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sonajes la autora denota lo perenne de las regla-mentaciones sociales, las cuales aparecen a partir de la
infancia. Los relatos pertenecientes a la vida y circuns-tancias de los tres personajes femeninos, cuya relación
familiar las une, muestran cómo se inserta el saber de esos comportamientos que deberán mostrar, entre ellos se encuentra cumplir con la idea de llegar al puerto
seguro del matrimonio y saberse al lado de un hombre. Mediante la unión y continuidad de estos enlaces mostraré algunos intersticios que en algunos momentos
logran perfilarse hacia otras formas de vida, en otras, si bien hay una lealtad a las normas establecidas, también
encontraremos que los personajes femeninos decons-truyen o se plantean escenarios que las llevan a no permanecer encalladas.
De acuerdo a Gerard Genet, la autora hace refe-rencia a algunos de los hipertextos escritos por Michel
Perrault, los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen mediante dos sustantivos con los que confor-ma el sugerente título No hay princesa sin dragón.
Ambos personajes aparecen en muchos de esos clásicos infantiles y cabe recordar que dichas obras crearon una
serie de discursos que sustentan una heteronorma-tividad que premia la bondad y castiga la maldad. En esos cuentos está plasmado que lo bueno es todo
aquello que sigue los lineamientos establecidos sin cuestionar o sugerir cambios, por lo tanto, aquello que disiente es considerado abyecto y sinónimo de anorma-
lidad e indisciplinamiento. Judith Butler en Cuerpos que importan evidencia cómo la corporeidad es
determinante y excluyente “la cuestión consiste en establecer si las formas que supuestamente producen
la vida corporal operan a través de la producción de una esfera excluida que llega a delimitar y a atormentar el campo de la vida inteligible corporal” (93). Siguiendo
estos principios, los clásicos infantiles determinan que los personajes dignos de vivir son aquéllos que se ciñen a lo establecido, mientras los disidentes perecen en la
narración, sea muriendo, encarcelados, víctimas de una terrible enfermedad o situados en las peores condi-
ciones de subsistencia. Explicitar la necesidad de unirse en pareja como la única vía para llegar a la
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felicidad, al mismo tiempo, esboza cierta feminidad y masculinidad con las que denotan las funciones espe-
radas al representar hombres o mujeres. Así pues, en los cuentos infantiles el matrimonio es lo deseado para
las princesas, el preludio a la vida adulta es aguardar el arribo del príncipe azul para salir del hogar paterno para escuchar la consabida frase “vivieron felices para
siempre”, habitualmente estas cuatro palabras finalizan el periplo que abre paso al ritual de iniciación de la vida de esos personajes que han unido sus vidas.
En No hay princesa sin dragón, la autora detalla tres enlaces matrimoniales en los que observo una
genealogía a través de la cual esos sujetos genéricos están inmersos en disyuntivas y resolución de conflictos que viven por ser parte de una cultura de género;
entendida ésta “como producto de diversos discursos, portadora de significaciones, dirigente de actividades y
custodia de comportamientos sexuales y actitudes sociales; así como definitoria de la normalidad y la anormalidad en cuanto al ser hombre o mujer en
determinada sociedad y momento histórico” (Elsa Mu-ñiz en “Historia y género…” 52). En el caso de Diego
Antonio Caminos y Rosario Serrano, quienes conforman el primer matrimonio del relato resulta relevante que “lo circunstancial nunca tuvo el poder de quitarle la calma
a esa mujer de espíritu” (Klein, 42; V) debido a que su niñez transcurrió en la época de la guerra Cristera en la que atestiguó decapitaciones y muertes que no
hicieron tambalear su fe, por el contrario, consolidaron sus creencias y procederes enseñados en concordancia
con su condición de ser mujer. Años después durante su vida adulta, cuando la nana Concepción le dijo que su esposo se relacionaba sexualmente con otras mu-
jeres, ella respondió “Los hombres, hombres son. Las virtudes se hicieron nada más para las mujeres” (Klein 24; II). Si bien Rosario se autoimpone una vida sexual
de poco o nulo gozo y atribuye esa característica a su marido, la religiosidad le otorga también la anuencia
para clausurar la intimidad con su marido al sor-prenderlo en su casa un viernes santo infraganti en pleno acto sexual. Me interesa mostrar el simbolismo de
la relación que mantiene Rosario con dos seres alados,
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pues mediante esa mirada que tiene hacia los pájaros y las mariposas se explicita el proceso ocurrido en este
personaje femenino para situarse bajo el cumplimiento de las normas establecidas.
Ahora bien, la aparente aceptación de Diego Antonio, sobre la decisión tomada de Rosario, contrasta con sus ausencias prolongadas así como regalarle un
pájaro cantor enjaulado en cada ocasión que regresa. De esta manera el veto conyugal es substituido por el aumento desmedido de la población alada que acapara
la atención de Rosario siendo así perenne la entrega y devoción hacia su esposo. La masculinidad está sim-
bolizada en el pájaro, coloquialmente es una represen-tación consensuada y conocida del pene en diferentes grupos sociales. Así pues, Antonio le ofrece el pene
enjaulado para cumplir su promesa de no volver al contacto sexual con ella pero no con otras mujeres. La
visita a la casa de citas de Antonio se torna habitual así como también regresar acompañado de otra ave que entrega a Rosario con la consabida frase “para que te
alegren la mañana como yo hubiera querido alegrarte la noche” (Klein 40; V). El acto de retirarse implica una especie de omnipresencia en la vida de Rosario, pues
aun cuando Diego Antonio respete la negativa de Rosario de cumplir con su deber nupcial es indiscutible
que no pierde el control sobre ella al encadenarla a ese halo de masculinidad hegemónica que la ha regido a lo largo de su vida. Rosario representa el modelo de
feminidad que sigue los parámetros establecidos para gozar del prestigio que le da ser una buena mujer, así pues, es una esposa que permanece en casa mientras
su esposo recorre el mundo. Ambos integrantes del matrimonio asumen las funciones que les son permi-
tidas y otorgadas. Que justamente a este personaje femenino se le
otorgue el cuidado de seres vivos que han sido atra-
pados por su belleza, notoriedad, singularidad y fragili-dad nos hace un símil con su vida y la de otras mujeres.
Estos seres son privados de libertad y es precisamente Rosario quien se entrega a ellos para proveerles de sustento y seguridad mientras anula cualquier posi-
bilidad de que conozcan sus propias sendas. Este ritual
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evidencia un autoconvencimiento de lo que debe hacer sin preguntarse al respecto. Esto concuerda con la
propuesta butleriana “el cimiento de la identidad de género es la repetición estilizada de actos en el tiempo,
y no una identidad aparentemente de una sola pieza” (Butler, “Actos performativos, 297). Vemos cómo estas repeticiones en el tiempo y en distintos contextos ha
dado lugar a ejemplificaciones como Rosario, en este caso homologada a las aves, quienes son seres vivos que se acomodan a esa vida, están a la espera, no atraviesan
los límites planteados en ese pequeño espacio desde el que pueden mirar, lo que creen que es el horizonte. Esto
va de la mano con ser el único personaje femenino de quien no se explicita alguna práctica sexual. Según el texto “El placer y el peligro…” escrito por Carol S. Vance
“El autodominio y la vigilancia se convierten en virtudes femeninas principales y necesarias” (14). Uno de los
aportes feministas fue precisamente abordar la sexua-lidad de las mujeres y las formas en que habían sido educadas y posicionadas socialmente, así evidenciaron
que el mesurado o nulo deseo sexual atribuido a las mujeres era el resultado de una reglamentación moralista que las categorizaba en buenas y malas.
Aquellas mujeres que manifestaban deseos sexuales y que además se movilizaban para alcanzarlos fueron
estigmatizadas, a partir de estas observaciones es que plantearon discusiones como por ejemplo la desarro-llada por Carol Vance al exponer los componentes de
una política de la sexualidad basada en la dicotomía placer y peligro.
Por otro lado, según define Jean Chavalier en El diccionario de símbolos las mariposas simbolizan la idea de renacimiento en el psicoanálisis moderno (692). Para
lograr que Rosario se mantenga aislada de aquello que puede ser una forma de vida que desestabilice la que le
es familiar, la autora desarrolla en este personaje un miedo y aversión extremo hacia las opciones que la pueden llevar a la escucha de sí misma. Según Sigmund
Freud en Obras completas “las fobias forman parte de la neurosis de angustia y aparecen acompañadas casi
siempre de otros síntomas de la misma serie. La neurosis de angustia es también de origen sexual” (182
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Volumen 1) Este personaje femenino al recibir el regalo hecho por su nuera, Adela López, prefiere sucumbir y
desmayarse al vislumbrar nuevas perspectivas de ser mujer, “esa misma noche se tuvieron que llevar a doña
Rosario de emergencia al hospital porque por poco se muere del susto que se llevó al abrir la cajita y encontrar en ella una hermosa falena azul nacarado” (Klein 43; V).
Así pues, la fobia de Rosario se relaciona con aquellas mujeres que asumen la dirección de su vuelo; el horror de tal posibilidad entre sus manos la aleja de aceptar
tal ofrecimiento. Me parece que este es un momento crucial en esta genealogía de las mujeres que ante-
cederá a la protagonista de la novela, ya que nos anuncia que el personaje de Adela mostrará una pro-puesta distinta de feminidad a la de su suegra. Cabe
decir que al respecto no ahondaré, ya que no es el objetivo de este artículo.
Rosario conserva el equilibrio, no cuestiona, no transgrede ¿El miedo explicita su deseo oculto de con-vertirse en mariposa? ¿Qué pasaría si descubre que hay
más opciones de las que le fueron presentadas? Por eso rechaza la oportunidad de sentir las alas multicolores y se recuerda a sí misma que para ella las razones en las
que se han circunscrito las funciones de hombres y mujeres son inmutables. No en vano Rosario transmite
sus ideas, mayoritariamente, con refranes que reiteran el saber transmitido de generación en generación. Este personaje encarna las principales características del
personaje femenino canónico, es obediente, mesurada y no contradice a los personajes masculinos. Muestra de ello es que “entendió que su hijo ya era un hombre y
jamás le volvió a preguntar de dónde vienes o a dónde vas” (Klein 27; III) cuando al cumplir 16 años inicio sus
visitas al burdel, lugar al que era asiduo su padre Diego Antonio. Este marinero aventurero y conocedor de sitios lejanos sostuvo prácticas sexuales extramaritales a lo
largo de su vida. Cabe decir que pese haber sido exco-mulgado continuó ocupando los confesionarios para
fornicar, pues eran uno de sus lugares preferidos así como para excretar lo era la pila bautismal.
El relato de la muerte de Rosario Serrano pare-
ciera ser su epígrafe “…la eternidad no la hizo olvidarse
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de sus quehaceres cotidianos. La abuela Rosario siguió floreciendo como el muérdago, sin raíces en la tierra…”
(Klein 96; XIII) Y he aquí que la autora da una vuelta de tuerca, al revelar esa feminidad aceptada y promovida
socialmente. Denota que se presume inextinguible la fragilidad, belleza y deferencia asociadas a la feminidad, lo que conlleva a que la mujer representada por el
personaje de Rosario no requiere de raíces pues no se sostendrá nunca a sí misma, ya que sólo requie-re “integrarse en un árbol ya existente... la fuerza que
impulsa su crecimiento es el amor, pero no una pasión animal ordinario o un afecto puramente doméstico”
(Giralt y Martínez, Los Sufis 14). Desde la segunda década del siglo XX Freud hablaba de la coerción social ejercida a través de la sexualidad que se manifestaba en
forma de prejuicios que exigían abstinencia a las mujeres “se trata de evitar a las adolescentes toda
tentación, manteniéndolas en la ignorancia del papel que les está reservado y no tolerándoles impulso amo-roso alguno que no pueda conducir al matrimonio”
(Freud, Obras Completas, 1255 Vol II). Este personaje corresponde a una denuncia feminista hacia una
sociedad androcéntrica que determina que las mujeres son naturalmente dependientes, y que las prácticas sexuales no son necesarias para ellas, por lo que
deberán, incluso, evitarlas. La pareja de Don Antonio y Rosario parece repre-
sentar la idea de que las mujeres se encuentran alejadas del deseo sexual, mientras el eje fundamental de los hombres es una vida sexual activa. Esta es una
de las muchas implicaciones y coyunturas en las que la heteronormatividad genera una relación inequitativa. Adrienne Rich en su texto "Heterosexualidad obligatoria
y existencia lesbiana” afirma “No ser capaces de analizar la heterosexualidad como institución es como
no ser capaces de admitir que el sistema económico llamado capitalismo o el sistema de castas del racismo son mantenidos por una serie de fuerzas entre las que
se incluyen tanto la violencia física como la falsa conciencia.”(39). Así pues, los sistemas no están dados,
la biología no es destino, y mucho menos los discursos son casuales, las mujeres que no siguen esta nor-
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mativa, son vistas como enfermas, o transgresoras, es decir, como sujetos liminales. Es por ello que habría
que percatarse de la poca movilidad y posibilidad de independencia en la que viven todas aquellas mujeres
que cumplen con lo estipulado. Ahora bien, la segunda pareja a la que me
abocaré está constituida por el General Lorenzo López y
Rafaela Ampudia. Este personaje masculino llegó a ser General como resultado de la Revolución Mexicana, durante su infancia y parte de su adolescencia se
desempeñó como peón en la hacienda de la familia Ampudia. Cuando mayor, se fue con los alzados y el
motivo para regresar fue robarse a Rafaela y matar a su prometido, un duque polaco que admiraba el talento artístico e inteligencia prodigiosa de Rafaela. “Lorenzo
dejó las armas… se puso a hacer negocios con la política. Les compró con bilimbiques en el momento
oportuno y por sus cojones, tierras y ganado a la gente decente que se fue huyendo de este país de indios igualados” (Klein, 33 IV). Llama mi atención la descrip-
ción física que enfatiza “indio prieto como el zapote chico” (Klein 31; IV) y la manera en que adquirió riqueza y posición social pues la autora nos muestra al prieto
que progresa una vez acabada la Revolución Mexicana. Cabe decir que esta versión de macho mexicano, de
masculinidad aceptada es uno de los productos de aquél momento histórico, pues sustituye al refinado porfirista por el poco educado moreno revolucio-
nario acendrado. Por su parte, Rafaela Ampudia es caracterizada
con una inteligencia sobresaliente, aunada a un talento
musical que le permiten magníficas interpretaciones en arpa de las obras de Debussy. La notable destreza con
el violín y el piano, así como, la memoria privilegiada a muy temprana edad con la que recitó de corrido los rezos son emblemáticos en este personaje. Rafaela
posee las virtudes que parecerían adecuarse a la feminidad esperada: virtuosismo en el arte y apego a las
normas religiosas, sin embargo, al concedérsele tam-bién la precocidad sexual ocurre un desequilibrio que la posiciona en estados de éxtasis y culpa. “Cuando el
superyó enfrenta al yo de una manera hostil […] cuando
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cierta crítica suscita estados perceptibles en el yo, como, verbigracia los sentimientos de culpa” (Anna
Freud, El yo y los mecanismos de defensa, 15-16) “la ansiedad y sentimiento de culpa refuerzan las fijaciones
libidinales y exaltan los deseos libidinales” (Melanie Klein, El psicoanálisis de niños, 130). A través del proceder de este personaje femenino observamos cómo
algunas prácticas sexuales y el deseo sexual explicitado, que se aleja de las normativas sociales,
inician un debate entre el ello y el superyó que inexorablemente derivará en un desequilibrio del yo.
No perdamos de vista que ante esta característica
atribuida a Rafaela, a pesar de que Lorenzo la arrebata del hogar familiar a la edad de trece años cuando estaba
por desposarse, el texto deja ver que hay un acto efectuado por ella que da pie a ese desenlace: “se dio cuenta que la niña lo espiaba agazapada en las ma-
drugadas cada vez que éste se bañaba desnudo en el arroyo” A partir de tal descubrimiento, Lorenzo, quien se siente complacido con ello, prefiere esperar a que
Rafaela esté “en edad de merecer”(Klein 33; IV) y antes de su partida opta por regalarle un cesto de mimbre que
contiene colibríes atrapados por él en la víspera de su travesía. En Alicia ya no Teresa de Lauretis explicita “la teoría feminista, debe tratar a las mujeres, no de la
mujer e interrogarse precisamente por la relación específica con la sexualidad que constituye el hecho de
sentirse mujer en tanto que experiencia del sujeto fe-menino” (262), pues esas respuestas del inconsciente o, dicho de otra forma, de la sexualidad, de cada uno de
estos personajes ante esas primeras experiencias nos anuncian que la negativa a sentirlas en plenitud se debe
a la represión en la que viven hombres y mujeres al ser constituidos como sujetos genéricos cuya sexualidad tiene ciertos lineamientos en los que se encuentran
involucrados la edad y el cuerpo. De nueva cuenta nos encontramos con la
interacción de estos pequeños seres alados y los perso-
najes femeninos. El simbolismo de ese movimiento en el aire se encuentra asociado con la libertad o
posibilidad de abrirse paso, es una propuesta para desplegarse y saber que pueden hacer algo diferente a
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la feminidad establecida. El vínculo que hay con la resolución o la implicación ligada a la cercanía o
distancia con esos seres alados es una de las líneas conductoras en la novela para presentar las variantes a
esa feminidad que paradójicamente disuade y mantiene el canon establecido. En este caso, el relato describe el momento de destapar la canasta de mimbre que
culmina en el ataque de ausencia profunda de Rafaela. A partir de ese momento, sólo tocó una sola pieza de Debussy. Pertinente es aquí citar el análisis de Carol S.
Vance realizado en “El placer y el peligro…” ya que explicita las circunstancias culturales,
Las mujeres llegan a vivir sus propios impulsos
como algo peligroso que les impulsa a aventu-
rarse más allá de la esfera protegida […] no sólo
deben pensar en las consecuencias que a ellas
mismas les suponen sus actos, sino también en
las consecuencias que éstos tienen en los
hombres, cuya “naturaleza” sexual se supone,
lujuriosa, agresiva e impredecible (14).
Según la cultura de género que evidencia Elsa Muñiz en “Historia y género…” hay una delimitación de
funciones genéricas, en este ejemplo, al pensarse que las mujeres son naturalmente asexuales o con poco deseo sexual, todas estas “otras” manifestaciones son
situadas en la anormalidad, de ahí que el psicoanálisis haya sentado ciertas bases en hablar de esa sexualidad
existente y cómo ha sido reprimida. Una de las propuestas en el texto “Las tecnologías del Género” de Teresa de Lauretis es que “debemos salir del sistema de
referencia androcéntrico en el cual género y sexualidad se (re)producen a través del discurso de la sexualidad masculina o, como ha señalado Luce Irigaray, de la
hom(m)osexualidad.” (53) ¿Por qué le produce un ataque de ausencia una bandada de chupamirtos
revoloteando alrededor de ella? Elegir esa pieza espe-cífica para repetirla se asemeja a un acto masturbatorio que la coloca en una disyuntiva. Para gozar de ese
placer tiene que renunciar a otra parte de sí pues está adentrándose en un terreno que no es aceptado para
las mujeres, además de ser un agravante su edad y clase social. Vislumbramos a un personaje femenino
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que recorrerá nuevos caminos al establecido cuando la vemos entregarse en esta ausencia profunda que evoca
un orgasmo alcanzado, la forma metafórica para expresarlo lo hace a través de esa imagen colorida del
rápido aleteo de esta ave. Como se ha dicho, Rafaela estaba por ser
desposada con alguien que ella no eligió cuando fue
raptada por el que se convirtiera en su esposo y “se le quitó de un putazo lo prodigiosa que era, al verse repentinamente viviendo entre la tropa arrejuntada, con
un indio fuerte y guapo que olía a jabón y a saliva de colibrí, pero indio al fin” (Klein 2004:33 IV) En ese
contexto, Rafaela vive una continua ambigüedad al saberse atraída por un sujeto que representa lo que le enseñaron a desdeñar. Aquí hago una pausa para
denotar que hay un replanteamiento ante el estereotipo del hombre mexicano, de ése que había sido consi-
derado menor en la jerarquía social por su aspecto físico, por la estética poco agraciada, y su color de piel. Sin embargo, a partir de haber demostrado su valentía,
en tanto enfrenta el miedo sin doblegarse más, optando por arrebatar lo que quiere sin miramiento alguno, justificando los medios para obtener el fin, es que se
perfila la idea de que el nuevo modelo de hombre es alguien feo y fuerte.
Regresemos pues a ese episodio que desconcentró el buen comportamiento de Rafaela, ya que sienta un precedente para argumentar cómo el deseo en este per-
sonaje femenino evoca un voyerismo, “le gustaba nada más espiar a su marido y a veces hasta se dejaba tocar por él, y lo tocaba, pero escondida siempre, en la pe-
numbra sacrílega del sexo culposo” (Klein 34; IV). Me parece que la relevancia al presentar este proceso en su
vida es que nos muestra la ansiedad que esa filia le genera, pues conoce que eso implica transgredir las pautas aceptadas basadas en la noción que tiene de lo
bueno y malo. “El nexo entre mujer y sexualidad y la identificación de lo sexual con el cuerpo femenino que
impregna la cultura occidental eran, desde hace tiempo, problemáticas cruciales para la crítica feminista y el movimiento de mujeres” (De Lauretis, “La tecnología del
género” 47) Las prácticas sexuales de las mujeres han
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sido poco exploradas y difundidas, el discurso que pre-valece y regula estas expresiones comportamentales es
un común denominador basado en la genitalidad y la procreación, por tanto, las que no siguen este objetivo
han sido nombradas en el marco de lo abyecto. De acuerdo a Gayle Rubin en “Reflexionando
sobre el sexo…” la sexualidad y sus prácticas no sólo
han sido regulatorias o encasilladas en el ámbito ma-trimonial, amoroso y reproductivo. Lo complejo e inextricable es que se ha dado como premisa de verdad
que no hay diversidad en la misma heterosexualidad, por tanto, las ocasiones que ha sido descubierta se ha
asociado a la anormalidad, cuya sanción deriva en ser erradicada, “esta cultura mira al sexo siempre con sospechas. Juzga siempre toda práctica sexual en tér-
minos de su peor expresión posible. El sexo es culpable mientras no demuestre su inocencia” (135). Cabe
enfatizar, que lo novedoso de la propuesta de esta novela, es que Ana Klein nos presenta una pareja instaurada en cierto esquema social pero que al mismo
tiempo rompe con estas imágenes de hombre que ha embarazado a muchas mujeres y de la mujer que ha sido sometida a la autoridad masculina mediante la
fuerza en la cotidianidad de la vida conyugal. En este voyerismo están implicados ambos personajes, “que su
mujer lo mirara como lo hacía, le producía un placer más intenso que el conseguido en el coito mismo” (Klein 34; IV). Esto es una aseveración que rompe con la
sexualidad genitalizada, tanto Rafaela como Lorenzo comparten el placer orgásmico sin la consabida pene-tración. Aunado a ello, la narración enfatiza que en 77
años de vida marital sólo hicieron el acto sexual 14 veces, “porque Lorenzo estaba en brama” (Klein 34 IV)
con lo que confirma que el coito responde más a una situación biológica-cultural pero distanciada por completo del placer sexual. Incluso el hecho de que
Lorenzo controle ese impulso y cumpla su promesa de no abusar más de ella, siguiendo su propia convicción
nos refrenda una masculinidad que no se ve mermada por tal decisión y que al alejarse de ella se diferencia y mantiene esa identidad.
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Las características de este personaje femenino apoyan el argumento de no pensarla como un ejemplo
a seguir por no homologarse a la idea concebida so-cialmente de que la principal función de las mujeres se
refiere a ser portadoras de vida y brindar cuidado como respuesta al instinto maternal innato, por tanto, quien no lo cumpla se convierte en un sujeto liminal. Este
personaje femenino elige dirigirse a sus hijas apo-dándolas con las siete virtudes y los siete pecados capitales indistintamente e intercambiando estos sobre-
nombres entre ellas. Este acto lúdico efímero es presentado en la novela como mitigante de su aburri-
miento, sin embargo, me parece que este juego semántico es más profundo. Al mismo tiempo que intenta lograr una homeostasis entre el bien el mal
mediante ese intercambio continuo de nombrarlas a través de una construcción basada en el oxímoron
“Codicia, convídale a tus hermanas” “Pereza no te duermas en tus laureles” (Klein 35; IV) se convierte en un ejemplo metafórico en que ningún sujeto es del todo
bueno o del todo malo y que los antagónicos confluyen en la vida cotidiana. En la narración se destaca que Rafaela no amamantó ni se hizo cargo de sus hijas por
estar “tan obsesionada con su apariencia física” (Klein 34; IV) y que optó por vivir frente a los espejos que su
marido le regalara. Podríamos seguir la línea planteada de no envejecimiento y el distanciamiento de toda acti-vidad del hogar y de su descendencia, no obstante, si
bien, la acción repetida de Rafaela ante los espejos puede leerse como una obsesión de belleza y juventud, también convierte a este personaje femenino en una
representación que se aleja de la buena mujer-madre, ya que es asemejada con lo obscuro y cercana a las
figuras nocturnas. Gracias a la nana chismosa se sabe que uno de los espejos regalados a Rafaela por el General es justamente en el que se viera Drácula (Klein
35; IV). Esta acción nos remite a un personaje ficticio que se ha relacionado con la ambivalencia del deseo
ante el placer inmerso en la sexualidad. Entiendo que esta manía de mirarse en los espe-
jos, de buscar su reflejo, de intentar descubrirse en ese
claro, nos vislumbra la profunda necesidad de obser-
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vación y descubrimiento a sí misma, y, al mismo tiempo, lo atrayente y angustiante de sentir el miedo al
ver ¿una mujer diferente a lo esperado? ¿Un sujeto con aspiraciones y necesidades que no pueden ser desa-
rrolladas en el mundo de la realidad? “En el mundo de los sueños, el espejo recobra toda su magia como transmisor de lo más real de la intimidad del yo, la de
un ser necesitado de alguien. El espejo aparece como símbolo de la conciencia y la imaginación” (León Deneb, Diccionario de símbolos, 291) Nuevamente la mirada
psicoanalítica nos presenta que ante un desajuste con la manera de interpretar las situaciones en el entorno
por la imposibilidad de incorporarse a las normativas, el sujeto desarrolla una neurosis, en este caso obsesiva-compulsiva derivada de la culpa sexual que busca una
penitencia continua. No es casualidad que después de una práctica sexual Rafaela se refugie en realizar
trabajos forzosos relacionados con la limpieza y lavar ropa ajena de enfermos.
El tema de la crianza y cuidado de las catorce
hijas que procrea este matrimonio son asignados al personaje masculino. Tal propuesta pareciera para-
dójica para dicho perfil ícono de masculinidad, sin embargo, precisamente, contribuye a dibujar esa mas-culinidad que dista del modelo patriarcal. Este hombre
no se apoya en mujer alguna, tampoco cede el cuidado a alguien más, por el contrario, lo toma en sus manos. De esta forma la autora asoma la ruptura de la idea
socializada de que las mujeres poseen el instinto materno y que los hombres se encuentran incapaci-
tados para acariciar y asistir, ya que la vida de Lorenzo transcurre en procurarles los cuidados necesarios cotidianos, incluidas pócimas y fomentos para mitigar
los cólicos menstruales. El cariño profesado por las hijas hacia ambos personajes es de llamar la atención, cabe decir que cada una de ellas es portavoz de los
prodigios de su madre. Por otro lado, como pasa en los relatos que hacen referencia al desinterés innato y
dedicación de las madres por sus hijos, en este caso es el padre quien acompaña su crecimiento y una vez que ha concluido su labor “inicia a escribir la historia
histórica de la explotación indígena.” (Klein 35; IV) Este
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es un ejercicio de paternidad inusitada e incipiente. El cuidado a cada una de las hijas, parece una trans-
ferencia del que quisiera haber dado a la madre prematura y esa culpa lo lleva a expiar catorce veces el
impulso de haberla sometido a la fuerza. Esto es por demás interesante, pues la crianza y resultado ade-cuado continúan sustentándose en la abnegación y
abandonarse por un tiempo hacia los otros, por tanto se mantiene la idea de sacrificio, la cual, al menos es por un periodo definido.
El último nacimiento que vive esta pareja es un suceso que rompe con los alumbramientos previos pues
finalmente reciben un varón. Cabe recordar que hasta ese momento el General Lorenzo engendró siempre hijas morenas dentro y fuera de su matrimonio. Este evento
es relatado en el terreno de la fantasía en voz de la criada chismosa, quien es la única que se percata del
parecido entre el hijo y nieta de Rafaela. Concepción, la nana, alude a que Rafaela se vinculó sexualmente con su yerno el día del enlace matrimonial de su hija Adela.
En cuanto a este incidente no hay queja explícita por parte de Rafaela o Adela, por lo que el mutismo por parte de ambas mujeres hace dudar si fue consensado
o forzado el acto sexual. Curiosamente es la única ocasión en que Rafaela determina quien amamantará al
bebé que ha parido, encargando dicha tarea a Adela, quien procreó el mismo día a una niña pelirroja. Como muchas otras peticiones de Rafaela, ésta no fue la
excepción, siendo acogida sin réplica alguna por Lorenzo.
Las interacciones, reacciones y acciones que nos
presenta Klein en este entramado de relaciones matri-moniales recrean cómo “el género requiere e instituye
su propio y distinto régimen regulador y disciplinador” (Bulter Deshacer… 68) al mismo tiempo nos deja ver
un discurso restrictivo de género que insiste en el binario del hombre y la mujer como la
forma exclusiva para entender el campo del género performa una operación reguladora de poder que naturaliza el caso hegemónico y reduce la posibilidad de pensar en su alteración (Butler Deshacer … 70)
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En este mismo sentido, la propuesta de Teresa de Lauretis con respecto a
pensar el género como el producto y el proceso de una serie de tecnologías sociales, de aparatos tecno-sociales o bio-médicos, significa haber superado ya a Foucautl, pues su concepción crítica de la tecnología del sexo olvida la solicitación diversificada a la que ésta somete a los sujetos/cuerpos mas-culinos y femeninos. (De Lauretis, “La tecnología…” 35)
Los personajes descritos representan la continuidad de una sociedad regida por el enlace matrimonial, por la
autoridad de los hombres sobre las mujeres, sin embargo, es simultáneamente una fractura a la misma, ya que, la noción de cuidado y crianza no sigue los
lineamentos establecidos, así como tampoco la sexua-lidad explorada por ellos. Rafaela no dejará de enfatizarle su desaprobación de haberle cortado su
futuro, no obstante, gozará conjuntamente con él. Lorenzo buscará explicarse el cambio abrupto sufrido
para los de su clase y su inserción en un mundo al que también se sintió ajeno, una vez que ha cumplido con su labor de cuidado por su descendencia. Esta pareja
heterosexual tiene éxtasis y siente placer sexual sin pasar por las etapas preconcebidas e instauradas según
los sexólogos. Aquí no hay un jugueteo sexual que culmina con la penetración, esto nos abre un abanico de posibilidades que darán pauta a los personajes de la
tercera unión legitimada y no por ello consensuada, especialmente en el comienzo de su relación. Esta última unión matrimonial ocurre entre el hijo único de
Rosario y Diego Antonio y una de las hijas de Lorenzo y Rafaela.
A continuación mostraré aspectos regulatorios en tanto sujetos genéricos a través de la sexualidad inser-tando algunos pasajes de su infancia y edad adulta de
los personajes de Antonio Caminos y Adela López. La conformación de las subjetividades de ambos es rodeada de contradicciones ocurridas durante la infan-
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cia y juventud, así se forma un cuello de botella en el que se aprecia el antagonismo avalado por el entorno y
ejemplificado en los juicios y opiniones de la nana. Antonio Caminos y Adela López vuelven a representar
ese amor pasional por segunda vez en la novela. La práctica sexual atribuida a esta pareja es señalada como algo pecaminoso, es desconcertante para quienes
atestiguan tal unión aseverando que llevan la peni-tencia en el pecado. “Esas pasiones que se traen Toñito y su mujer son cosas del mismito diablo- juzgaban las
mujeres” (Klein 14) Ambos personajes denotan un deseo sexual mutuo, “por eso cuando se murieron ninguno de
los dos quiso pasar a mejor vida, prefirieron quedarse en este valle de lágrimas para seguirle dando vuelo a la hilacha” (Klein 19). Cabe decir que las frecuentes
prácticas sexuales a lo largo de su vida conyugal se tornaron en un escándalo socializado.
Ahora bien, los primeros intentos de Antonio al nacer se vieron inexorablemente recibidos por la norma-lización de la sexualidad, la cual, a partir de ese
momento estuvo presente el resto de su vida, ya que, relacionaría continuamente su bienestar y desazón con sus genitales. “En vez de jalar al niño para afuera, lo
empujó... para acomodarlo como Dios manda y traerlo al mundo como buen cristiano, no con las vergüenzas
por delante”. (Klein 19) Pese a las enseñanzas de la nana y las mujeres que lo cuidaron en su infancia con respecto a no acariciar los genitales, Antonio exploró la
sensación de brindarse a sí mismo placer. Cuando la nana chismosa lo sorprendió masturbándose, le untó chile, lo amenazó con quemarle las manos, y lo llevó a
la misa dominical para que los feligreses le aconsejasen “si tu mano derecha te es ocasión de pecado arráncala
de ti” (Klein 23) setenta veces siete. “La mayor parte del pensamiento radical sobre el sexo se ha movido dentro de un modelo cuyos ejes eran los instintos y las
limitaciones impuestas a ellos” (Gayle Rubin, “Reflexio-nando sobre…” 16). Ciertamente, la mayor preocu-
pación de Antonio estaba ligada al tamaño de su pene, pues consideraba que era muy pequeño en compa-ración al de su padre, situación que comprobó cuando,
por vez primera, orinaron juntos tras unos arbustos.
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Su padre, como ya sabemos, se ausentaba por largas temporadas y su madre se encontraba dedicada
al cuidado de los pájaros enjaulados. Mientras esto ocurría Antonio se entregó a la búsqueda de estrategias
para que su pene fuera más grande, así aprendió a devanarse entre los mimos y regaños de su nana y las mujeres que le rodeaban, a disfrutar de su cabello
rizado. Situación que desaparecía cuando su padre arribaba al hogar y vigilaba que su vestimenta fuese apegada a la de un hombre y no convertirse en un
maricón. Aun cuando gran parte del tiempo pasó alejado de su padre sabía que debería consolidarse en
el terreno de la masculinidad, haciéndose lo más seme-jante a él. Esto explica que a la edad de 16 años llevara a cabo su propio ritual de bienvenida a la edad adulta:
ingerir alcohol y acudir al sitio asiduamente frecuen-tado por su padre y así seguir la tradición emblemática
que dictaba que después de contraer matrimonio había que relacionarse sexualmente con otras mujeres.
Esa tarde el muchachito fue libertado de las ataduras obscenas de la castidad. Las caricias de Carmen Cruz desataron en él los vientos de la lujuria y Antonio Caminos co-puló hasta llegar al cielo en el cuerpo desnudo de esa mujer que olía a mar y a misterio, después en el de las veintiséis putas más que trabajaban en su casa. Antes de irse sacó una bolsa con monedas de oro y se la dio agradecido a la sacerdotisa del fornicar nuestro de cada día, pero se fue sabiendo que nunca jamás iba a poder pagar a Carmen Cruz el haberle despojado de la absurda patraña mentirosa de que el sexo es era pecado. (Klein 26)
En el primer matrimonio antes referido y ahora en éste, los personajes masculinos centran su virilidad en la
genitalidad y ambos consolidan su hombría en la casa de citas. No analizaré el hecho de que este personaje femenino goce de respeto y sea caracterizada como una
mujer independiente, que toma decisiones ya que no es tema de este artículo. Sólo señalo que así como el caso
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de este personaje secundario la novela tiene aristas que pueden ser trabajadas. Cabe decir que Diego Antonio
será cliente de Carmen a lo largo de su vida mientras Antonio le guardará un profundo agradecimiento por
haberle enseñado que los sentimientos y deseos podría experimentarlos hasta el fin de sus días sin culpa.
Si bien Antonio transmitía una imagen de hombre
seguro de sí en su interior permaneció la preocupación de su padre y la amenaza de la nana que le decía que podría convertirse en pecador, pero en definitiva, la
zozobra que lo merodeaba era pensar que un día se le cayera la hombría y le salieran posibles modos
maricones. La atracción y práctica sexual son ejes fun-damentales para Antonio, cuando niño, fue guiado a una ambivalencia sobre el placer genital, sin embargo,
la distancia y preocupación por esa parte de su cuerpo consensuaba una heterosexualidad presentada como el
camino para consolidar un enlace matrimonial. Por eso cuando “lo desairó delante de todos Antonio sintió que un mal rayo le partía en seco los genitales y en ese
mismo instante quedó locamente enamorado por toda la eternidad de esa maldita mujer” (Klein 27) Quedó prendado de ella y no se detuvo hasta tener una vida
común pese a recurrir a la imposición para conseguirlo “esperó a que se fueran los invitados y, harto hasta la
puta madre de tantos desaires […] abrió la puerta de una patada y consumó su noche nupcial como es debido” (Klein 29) Aquí refrenda aquel ritual en que
siguió los pasos de su padre. Poco se conoce de Adela “tenía la cualidad casi
sobrenatural de pasar totalmente desapercibida cuando
quería” (Klein 28). Creció en un matrimonio que no siguió los lineamientos tradicionales; su padre fue guía
y consejero para aliviar los malestares que le aquejaran, mientras su madre le asignaba distintos sobrenombres relacionados con el antagonismo del pecado y la virtud.
Esto me lleva a vislumbrar que la soltería de Adela transitó en la anfibología y como resultado de ello la
tergiversación ejemplificada en la culpa ante el placer que se resarcía mediante la penitencia o abstinencia. El enlace matrimonial entre Adela y Antonio se llevó a cabo
más por la presión de las hermanas de Adela, quienes
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creían que Antonio ya había insistido lo suficiente, no obstante, a partir de la primera vez que Adela y Antonio
se internaron juntos en los placeres los disfrutaron de tal manera que descubrieron la necesidad mutua para
explorar aquello que les fue presentado como prohibido. El nudo que no pudieron deshacer fue la preocupación de Adela de saberse abandonada, quien se zambullía
entre el goce y un profundo malestar que sólo lo atenuaba el momento en que entraban en ese mundo descubierto por ambos.
Vemos así que a través de la práctica sexual se restablece entre ellos la certeza de ser uno para el otro.
Mientras Rosario se alejó de toda posibilidad de aden-trarse en el terreno de la sexualidad sola o en compañía, pero mantuvo la seguridad de saber que Diego Antonio
sería su sustento. Adela lidia con la tristeza profunda derivada de la ausencia de Antonio y recurre a la poesía
para atizar su dolor. He aquí el contraste anunciado con el prendedor que regalase Adela a su suegra. Rosario permaneció en casa siguiendo con las labores coti-
dianas dedicándose al cuidado de los pájaros, en contraste, Adela aguardó en casa deshojando marga-ritas, leyendo poemas y fantaseando con los encuentros
en los que experimentaban esos placeres sexuales en el que encontraron coincidencias Antonio y ella.
Los hijos de Adela y Antonio “fueron concebidos por obra y gracia de una pasión que no encontró sosiego en los placeres de la carne […] no pudieron saciar nunca
sus deseos, a pesar de haber practicado hasta el agota-miento todas las posturas del Kamasutra” (Klein 19). Esta es la primera ocasión en que una pareja de los
personajes que conforman la novela se sabe que tiene relaciones sexuales de común acuerdo y que gozan
mutuamente al sentir el placer obtenido. La evidente molestia y reclamo por parte del entorno es que están rompiendo con el modelo genérico que instaura fun-
ciones determinadas a mujeres y hombres, cuya motivación para la copulación es la procreación, que los
hombres son sexualmente activos y las prácticas sexuales no son importantes en la vida de las mujeres. Siguiendo el texto de Deshacer el género” de Judith
Butler “género es el mecanismo a través del cual se
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producen y se naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino, pero el género bien podría ser el aparato
a través del cual dichos términos se deconstruyen y se desnaturalizan” (70). Hay que resaltar la perspicacia de
la autora al recurrir a la intertextualidad y citar un libro emblemático sobre prácticas heterosexuales cuyo uso coloquial ha llevado a opiniones contradictorias por ser
una obra que expone el erotismo humano a partir de conocer al cuerpo para explorar la sexualidad pero que al mismo tiempo ha sido utilizado para intentar
normalizar las prácticas aceptadas. Ahora bien, como parte de la normativa que dicta
lo que deben hacer y sentir hombres y mujeres, así como los espacios permitidos para ello, no es fortuito, que estos personajes carezcan de tintes correspondien-
tes a la paternidad o maternidad. Por el contrario, se enfatiza el olvido en que la madre vive con respecto a la
realidad. Este modelo de pareja heterosexual se asemeja a los seres abyectos, la preocupación y acciones de Antonio y Adela se dirigen permanen-
temente a practicar encuentros sexuales que los hagan sentir placer. “La construcción del género es al mismo tiempo el producto y el proceso de su representación”.
(Lauretis, “Tecnología del… 39) Siguiendo la propuesta de Lauretis la construcción del género instaura ciertas
representaciones, saberes de entidades constitutivas en las que están incluidos no solamente la diferencia sexual sino además la clase, la raza, la situación
socioeconómica de los sujetos en la que no puede perderse de vista que se convierte en una categoría histórica que ha derivado en relaciones sociales en las
que hombres y mujeres tienen funciones y caminos trazados que difieren entre sí y que al mismo tiempo
buscan identificarse. He mostrado a través de los seis personajes que conforman estos matrimonios cómo la sexualidad ha
sido un dispositivo de control instaurado en una cultura de género evidenciada como un sinónimo de
diferencia que distinguen a hombres y mujeres como resultado de los efectos del lenguaje o posiciones del discurso. Simultáneamente encuentro en esos mismos
espacios la apertura a nuevas formas de explorar la
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sexualidad y en los que la construcción genérica se encarga de estigmatizar acciones o evidenciar que no
está cumpliendo con las funciones instauradas por el hecho de ser sujetos que se viven bajo un reglamento
que al ser inamovible no permite otras formas de vida. La novela recrea tres historias que siguieron a la frase “se casaron y vivieron felices para siempre”.
Rosario es la princesa que guarda la compostura asig-nada a su género y permanece alejada de la sexualidad y de explorar caminos que la conduzcan a convertirse
en un ser independiente, manteniendo la represión introyectada a lo largo de su vida. Resulta clave que sea
el único personaje femenino que recibe los vítores de la nana chismosa, aquella que representa la voz colectiva. Por otro lado, al destapar la caja de Pandora a edad tan
temprana y continuar su búsqueda en la edad adulta Rafaela pierde sus atributos de inteligencia y virtudes
artísticas, de vez en cuando aparecen cubiertas por el halo de culpa que será su sombra que le impedirá moverse en el terreno de la realidad y preferirá perderse
en los recovecos de la imaginación. La autora nos lleva a reflexionar cómo los personajes femeninos que rompen con el canon establecido han sido confinados a
la locura, situación que no ocurre en la novela. El relato presenta los devaneos en que persiste, el incipiente
cambio en la interacción de quienes conforman ese matrimonio. Finalmente Adela rompe las ataduras en el momento de contraer matrimonio, prefiere perderse en
la lamentación de la poesía y arrancar hojas a las margaritas aguardando que regrese el príncipe. El cues-tionamiento a la maternidad y la crianza atribuida a las
mujeres evidentemente es un tema en el que Klein nos lleva a reflexionar. El esquema planteado por el canon
es trastocado. En Rosario y Antonio hay una franca distinción en el deseo sexual, ella lo mantiene reprimido mientras en él se convierte en el medio para mantener
su hombría. Rafaela y Lorenzo representan esas diver-gencias ocurridas cuando las clases sociales y
costumbres se mezclan, así como también, con ellos se vislumbra el diverso abanico de las prácticas sexuales. Con Adela y Antonio se rompen los tabúes morales
internándose en los caminos de la sexualidad en los que
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ambos son partícipes y la culpa no tiene cabida, así como tampoco una larga vida. En palabras de Teresa de
Lauretis en “Teoría queer, veinte…” la construcción del género provoca que cuando aflora la sexualidad en
los sujetos sea acomodada desde funciones específicas que pueden o no ser adecuadas, dependiendo si se es hombre o mujer, lo que provoca un descontrol en el
sujeto y entonces, explicado psicoanalíticamente será el comienzo del debate constante entre el superyó y el yo.
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